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e SOCIOLOGÍA Y CAMBIO CONCEPTUAL Margarita Olvera Serrano NOTA INTRODUCTORIA El propósito de este trabajo es plantear un esbozo de los elementos que consideramos indispensables para elaborar el cambio conceptual como un objeto de investigación sociológica; la pertinencia de este objetivo reside en el hecho de que una de las prácticas más frecuentes de nuestras comunidades disciplinarias es la constante redefinición, resemantización, revisión y reinterpretación de las categorías y conceptos que forman parte del patrimonio de conocimiento de las ciencias sociales en general y de la sociología en particular. Esta práctica mantiene un importante vínculo con el peso que han tenido los llamados clásicos de nuestra disciplina en la delimitación -siempre móvil y precaria- de su campo cognitivo, así como de los problemas y temáticas que cada generación de practicantes de la sociología ha considerado relevantes (Alexander, 1998). No está de más recordar que suele ocurrir que cada generación de sociólogos tiene que construir su identidad en relación con la anterior y desde un horizonte temporal distinto que hace que cambien sus criterios de significación. En consecuencia, cualquier reflexión sobre el cambio de los instrumentos conceptuales de la sociología necesita del examen de la cadena intergeneracional 1 a través de la cual se transmite/recibe el conocimiento producido por los antecesores a los sucesores y lo que éstos hacen con él. La recepción de un legado intelectual por una generación más joven entraña siempre fisuras, tensiones, desgarrones y/o rupturas alrededor de las cuales surgen identidades nuevas que, con el paso del tiempo, también están sujetas a 1 Usamos aquí el concepto de generación en su acepción fenomenológica, esto es grupos de individuos que se encuentran dentro de un campo social intersubjetivo en el que comparten coordenadas de significación similares, así como experiencias intelectuales, sociales y políticas comunes que, no obstante, pueden ser procesadas diferencialmente. Esto último da lugar a la posibilidad de distinciones nosotros/ellos dentro de una misma generación. Schutz, 1972.

Margarita Olvera Serrano

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SOCIOLOGÍA Y CAMBIO CONCEPTUAL

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SOCIOLOGÍA Y CAMBIO CONCEPTUAL Margarita Olvera Serrano

NOTA INTRODUCTORIA El propósito de este trabajo es plantear un esbozo de los elementos que

consideramos indispensables para elaborar el cambio conceptual como un

objeto de investigación sociológica; la pertinencia de este objetivo reside en el

hecho de que una de las prácticas más frecuentes de nuestras comunidades

disciplinarias es la constante redefinición, resemantización, revisión y

reinterpretación de las categorías y conceptos que forman parte del patrimonio

de conocimiento de las ciencias sociales en general y de la sociología en

particular. Esta práctica mantiene un importante vínculo con el peso que han

tenido los llamados clásicos de nuestra disciplina en la delimitación -siempre

móvil y precaria- de su campo cognitivo, así como de los problemas y temáticas

que cada generación de practicantes de la sociología ha considerado relevantes

(Alexander, 1998). No está de más recordar que suele ocurrir que cada

generación de sociólogos tiene que construir su identidad en relación con la

anterior y desde un horizonte temporal distinto que hace que cambien sus

criterios de significación. En consecuencia, cualquier reflexión sobre el cambio

de los instrumentos conceptuales de la sociología necesita del examen de la

cadena intergeneracional1 a través de la cual se transmite/recibe el

conocimiento producido por los antecesores a los sucesores y lo que éstos

hacen con él.

La recepción de un legado intelectual por una generación más joven entraña

siempre fisuras, tensiones, desgarrones y/o rupturas alrededor de las cuales

surgen identidades nuevas que, con el paso del tiempo, también están sujetas a

1 Usamos aquí el concepto de generación en su acepción fenomenológica, esto es grupos de individuos que se encuentran dentro de un campo social intersubjetivo en el que comparten coordenadas de significación similares, así como experiencias intelectuales, sociales y políticas comunes que, no obstante, pueden ser procesadas diferencialmente. Esto último da lugar a la posibilidad de distinciones nosotros/ellos dentro de una misma generación. Schutz, 1972.

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confirmación, redefinición o incluso negación2. Algunas disciplinas tienen

condiciones que les permiten suturar estos desgarrones y representarse su

propio desarrollo como un proceso acumulativo; tal es el caso de las ciencias

naturales, en las que los nuevos practicantes se socializan en un patrimonio de

conocimiento que no necesariamente está en continua revisión, sino que se

considera como una referencia estable que no requiere discusión constante, por

lo que su formación da comienzo en lo que podríamos llamar la frontera o los

“últimos desarrollos” de la disciplina (Lakatos, 1987). El caso de las ciencias

sociales es otro: por contener una especie de “excedente” de interpretabilidad

mantienen una relación con sus legados mucho menos suave, por lo que la

discusión sobre sus herramientas conceptuales, sus fundamentos y su propia

historia es más frecuente. Esto es así, no sólo por razones internas a la

disciplina, sino también externas, como veremos más adelante.

De todas las ciencias sociales ha sido la sociología la que ha construido con

mayor fuerza su identidad alrededor de un conjunto diverso de conceptos,

categorías, teorías y procedimientos a partir de los cuales delimitó un campo

cognitivo propio (Burke, 1997). La historia de nuestra ciencia cuenta ya más de

cien años a través de los cuales pasó del ideal fundacional de homogeneidad

epistemológica propio de la modernidad inicial (Guitián y Zabludovsky, 2004) a

la realidad de la diversificación del espectro analítico en su situación

contemporánea, ligada ya no tanto al optimismo del ideal de racionalización,

como a la asunción de las posibilidades y límites del conocimiento a la luz de

sus consecuencias no intencionales. Sabemos más que hace cien años, tanto

de la experiencia de nuestra disciplina, como de la propia experiencia social, por

lo cual las expectativas actuales de nuestra ciencia no son las mismas en una

modernidad que está nuevamente sujeta a crítica y revisión. Nuestro presente

disciplinar es el tiempo futuro de los fundadores de la sociología y su perfil no

coincide con la representación que de él se hicieron en su momento, ni con los

propósitos que animaron su proyecto de ciencia. La necesidad de abordar el 2 Dejamos intencionalmente de lado, por representar por sí mismo un vasto campo de estudio, el tema de la fluidez de las identidades intelectuales dentro de una misma generación de practicantes de la sociología. Este problema se profundiza en las condiciones de la modernidad contemporánea, dada la ausencia de puntos de referencia estables, la ampliación del espectro analítico y de las posibilidades de análisis, la multiplicación de los lugares de observación social, así como la “densificación” de los intercambios informacionales y de la circulación de las ideas a nivel global.

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pasado/presente conceptual de la sociología nace de esta diferencia y de los

requerimientos de autoorientación disciplinar e histórica que supone.

Del planteamiento anterior obtenemos una conclusión parcial que es, al mismo

tiempo, nuestro punto de partida analítico: consideramos que la constitución del

cambio conceptual como un objeto de investigación pasa, necesariamente, por

el reconocimiento de la historicidad del mismo, así como de la delimitación de

las diversas coordenadas espacio/temporales en las que una categoría es

construida, recibida y aplicada por una comunidad de conocimiento. El

abordaje de esta dimensión temporal requiere de una perspectiva sociológica

interpretativa, abierta a los saberes teóricos y empíricos, tanto de nuestra propia

disciplina, como de la historia social y cultural. Pensamos que el estado actual

de desarrollo de la sociología sienta condiciones para que profundice su

intercambio con otros patrimonios intelectuales, sin que en este proceso vaya de

por medio, necesariamente, la disolución de su identidad disciplinar.

I. HACIA UN MARCO DE INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICO DEL CAMBIO CONCEPTUAL

Generalmente la reflexión y el debate sobre las mutaciones de los patrimonios

conceptuales de las disciplinas científicas han tenido lugar dentro de los límites

de la filosofía post-positivista de la ciencia y tomado como eje el examen de las

ciencias naturales. Las ramificaciones de dichas discusiones alcanzaron en las

últimas décadas del siglo XX al conjunto de las ciencias histórico-sociales,

estimulando la crítica, la revisión y, en algunos casos, la redefinición de sus

respectivos campos disciplinares. Conceptos tales como tradición, paradigma,

comunidad, ciencia normal, crisis, etc., habiendo sido elaborados al calor de las

discusiones de los filósofos de la ciencia, llegaron al campo de las ciencias

sociales donde fueron utilizados para una autorreflexión que contribuyó a la

pluralización de su espectro analítico y estimuló las discusiones teóricas de los

años setenta y ochenta (Hacking, 1985).

Sin desconocer la importancia de esta veta de análisis, nos proponemos la

discusión de otra posibilidad para el examen de la modificación de las

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herramientas conceptuales de nuestras disciplinas: la perspectiva histórica3

como una vía de autoaclaración de una serie de cuestiones centrales en el

análisis sociológico: ¿qué se mantiene y qué cambia en nuestro patrimonio

conceptual? ¿qué se reinterpreta, qué se olvida, qué se abandona, cómo y por

qué? ¿qué relación existe entre la elaboración conceptual y los desplazamientos

del propio horizonte societario? ¿por qué cada cierto tiempo los sociólogos

vuelven a plantearse su relación con las herramientas conceptuales que le han

dado identidad a su campo de conocimiento? ¿por qué en los últimos lustros la

reflexión teórico—conceptual de la sociología ha tendido a ser transdisciplinar?

¿qué modificaciones en lo real han constituido un estímulo para una nueva

ronda de reflexión teórica entre los sociólogos? Consideramos que, en el caso

de la sociología mexicana, habría que agregar al menos una cuestión adicional

que resulta especialmente significativa para la comprensión de nuestras

prácticas unidad de conocimiento: ¿cómo se modifica el contenido semàntico

de un concepto cuando atraviesa el tiempo y llega a horizontes diversos a los de

su propio contexto de enunciación? ¿cómo modifican las expectativas y

proyectos intelectuales, sociales y políticos?

Nuestro punto de partida para intentar trazar un marco analítico desde el que

estas preguntas puedan obtener respuesta, en algún momento, son cuatro

supuestos centrales: 1) todo concepto es producto de una historia efectual4 en

la que se va retejiendo continuamente una relación dialógica entre el presente y

el pasado, entre los predecesores y los sucesores de una comunidad de

conocimiento que es, también, una comunidad de interpretación; 2) lo que

podríamos llamar el pasado/presente conceptual acumulado como patrimonio

intelectual de una disciplina no habla solo, requiere de selecciones y preguntas

3 Llamamos histórica a esta veta de análisis por razones de economía expositiva. Pensamos que la hermenéutica (en las vertientes despsicologizadas de Hans G. Gadamer y Paul Ricoeur), la fenomenología sociológica de Alfred Schutz, la propuesta de historia conceptual ligada a R. Koselleck, así como el individualismo metodológica de Max Weber ofrecen herramientas que contienen un amplio potencial para el análisis de la construcción, difusión, variación y usos de los patrimonios conceptuales de la sociología. 4 Usamos la noción de historia efectual en el sentido propuesto por Gadamer: conciencia de la posición hermenéutica del intérprete frente a lo interpretado. Esta posición implica una situación que delimita las posibilidades de “ver”. A este concepto le es intrínseca la noción de horizonte como ángulo de “visión que abarca y encierra todo lo que es visible desde determinado punto”. Podemos así hablar de horizontes amplios, estrechos, cambiantes, de su apertura, (Pappe, 2000) etc. Llevadas estas nociones al estudio de los conceptos, habría que considerarlos en primer término como “textos a comprender”, como inscripciones escriturarias que contienen la sedimentación del conjunto de sus efectos en el tiempo: acciones, lecturas, interpretaciones, olvidos, omisiones, etc. Cf. Gadamer, 1987, especialmente la parte II.

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que parten de coordenadas espacio/temporales específicas que han vuelto

nuestras prácticas intelectuales tendencialmente reflexivas; 3) en las

condiciones societarias de la modernidad contemporánea (tardía, radicalizada,

líquida, postradicional, etc.) no sólo los marcos de interpretación que orientan

las formas de vida cotidianas son relativamente inestables, sino también las

construcciones conceptuales de los científicos sociales que encuentran

distancias importantes entre las posibilidades de las teorías y conceptos que

utilizan para hacer inteligible la realidad social y el propio curso empírico de

dicha realidad, volviéndose problemático el uso pre-reflexivo de aquéllos y

estimulando un continuo examen de sus herramientas conceptuales; 4) todos

los supuestos anteriores implican una temporalidad compleja en la que se

entrecruzan presente, pasado y futuro en una relación que incluye tanto

tradición como innovación, tanto preservación como cambio.

1. La sociología como disciplina científica ha acumulado a lo largo del tiempo un

conjunto de saberes, de procedimientos, teorías, técnicas, conceptos etc. que

constituyen un patrimonio de conocimiento potencialmente disponible para los

sociólogos contemporáneos bajo la forma de textos. Como tales, gracias a la

inscripción escrituraria, atraviesan el tiempo y llegan a lectores que no son los

destinatarios originales; por otro lado, su status como escritos implica un

distanciamiento entre la intención del autor en sus propias coordenadas

espacio/temporales y la significación que pueden adquirir en otras (Ricoeur,

2001), lo que supone necesariamente continuos procesos de reinterpretación

para nuestra ciencia. En otras palabras, el hecho de que un patrimonio

cognitivo esté organizado textualmente significa que su recepción potencial se

llevará a cabo en un espacio no psicológico, puesto que como texto ha cortado

los lazos que lo unían a la intención de su autor y por ello, es una entidad

objetiva. Desde este punto de vista cualquier concepto sociológico puede ser

analizado como una huella, como una marca material que designa la

exterioridad de lo que se ha recibido del pasado a partir de una cadena de

interpretaciones acumulada intergeneracionalmente. En tanto huella, es

simultáneamente, un índice de las realidades sociales (experiencias,

expectativas, proyectos, acciones) que hicieron posible su formulación inicial y

su recepción en distintos tiempos.

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La distancia temporal implicada aquí no es propiamente un obstáculo para la

comprensión de un patrimonio conceptual, sino su condición de posibilidad. No

es un abismo a franquear (Gadamer, 1987: 367), sino el espacio que permite

que el practicante de una disciplina pueda interrogar al texto del pasado a partir

de su adscripción a una comunidad de conocimiento, de su pertenencia a

determinada situación de observación y a determinados juicios previos y

tradiciones. Sin esta relación de pertenencia no tendríamos un criterio de

selección que nos permitiera discriminar, entre todo un corpus de conocimiento

disponible, qué es lo importante y qué no lo es, qué categorías, qué conceptos

han de ser rescatados o reinterpretados y cuáles no, etc. La comprensión

contemporánea de un concepto en consecuencia, ha de partir del hecho de

que, dado su status como parte de un patrimonio recibido5, está “saturada” de

los efectos que ha producido en la historia de la disciplina y en sus comunidades

de practicantes. El principio gadameriano de la historia efectual quiere decir que

cualquier escrito está expuesto a la historia, al tiempo y ello supone que con el

transcurso de las generaciones se modifica su status, ya que cada una de ellas,

a su tiempo, recoloca, reinterpreta y modifica lo recibido. La historia efectual de

un concepto surge de la fusión de los diversos horizontes históricos y culturales

de sus autores, de los compiladores y de todos los lectores que los han recibido

(Pappe, 2000). Como tal, la historia efectual supone la renuncia a la búsqueda

de un contenido unívoco y original en los conceptos6; en su lugar, se propone la

reconstrucción de los horizontes que se ponen en contacto en la reinterpretación

de los mismos para ganar un ángulo de visión más amplio, que nos permita una

comprensión contemporánea tanto del pasado como del presente disciplinar, así

como de sus probabilidades futuras.

Esto no quiere decir que un proceso de revisión y resignificación conceptual

tenga, necesariamente, que desarrollar una reconstrucción puntual de las

discusiones, debates, conflictos, lecturas, interpretaciones, olvidos, omisiones, 5 La recepción del pasado supone una herencia que puede pensarse a través del concepto de tradición pensado más como un legado del pasado potencialmente abierto a la interpretación, más que como un esquema determinante y unívoco (Pappe, 2000). 6 Distanciándose así de la hermenéutica de la recuperación que postula como tarea central la restauración, a partir de las huellas, de un pasado original perdido. Los representantes más importantes de la hermenéutica de la recuperación son Schleiermacher y Dilthey.

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proyectos, expectativas, acciones, etc. implicados en el uso de un concepto a lo

largo del tiempo7. Se trata sólo de reconocer la necesidad de un mínimo de

conciencia temporal en el estudio de la categoría en caso, al menos la necesaria

para entender que nuestra propia lectura/reescritura supone implícitamente

criterios de selección y la adscripción a un determinado círculo de juicios

previos, a un horizonte temporal finito y específico. En otras palabras: se trata

de reconocer la diferencia entre el horizonte de enunciación del contenido del

concepto y el propio como presente en constante formación, así como asumir

nuestras prácticas como índices y factores de dicha historia efectual.

2. Los sociólogos frecuentemente hablamos de los conceptos y categorías que

forman parte de nuestro patrimonio de conocimiento como si éste fuera algo fijo

y estable. En realidad no lo es. Pensemos por ejemplo en las selecciones y

recortes implicados en nuestra idea de los clásicos. Operamos como si fueran

algo autoevidente, algo que podemos dar por sentado para entendernos acerca

de un problema teórico o empírico y que, por lo tanto, no es necesario aclarar.

Ningún sociólogo tiene por qué argumentar frente a sus pares el status de Émile

Durkheim o Max Weber como autoridades intelectuales, aunque no siempre lo

fueron en el pasado ni sabemos si lo seguirán siendo en el futuro. O pongamos

el caso de los planes y programas de estudio que guían la formación profesional

de sociólogos. Aparentemente contienen todo lo que es nuestra disciplina y que

ha de ser transmitido a la siguiente generación de practicantes de la misma. En

realidad, planes y programas de estudio son construcciones intersubjetivas que

se elaboran selectivamente a partir de lo que una comunidad disciplinar piensa,

en determinado momento, lo que es el mapa básico de su ciencia.

Desde el punto de vista de la acumulación de conocimiento como un proceso

que supone el crecimiento constante de un corpus textual, podemos pensar en

uno de los principales problemas a los que se enfrenta un practicante de la

sociología o cualquier disciplina histórico-social: ¿cómo orientarse frente a un 7 “La afirmación de que la historia efectual puede llegar a hacerse completamente consciente es tan híbrida como la pretensión hegeliana de un saber absoluto en el que la historia llegaría a su completa autotransparencia y se elevaría así hasta la altura del concepto” (Gadamer, 1987: 372). Lejos de ello, la conciencia de la historia efectual es sólo un momento del estudio de lo que se ha recibido del pasado, pero un momento crucial: el que permite obtener la pregunta que vertebrará nuestro “diálogo” con la tradición que hemos recibido de nuestros antecesores.

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vasto y creciente conjunto de saberes potencialmente disponibles que sería

imposible agotar, incluso a lo largo de una vida dedicada a su estudio? ¿cómo

identificar qué porciones de dicho conjunto tiene pertinencia contemporánea?

¿cómo encontrar una guía mínima que permita dar un sentido a lo que, sin ella,

sería un conjunto caótico de singularidades? La rutinaria práctica de seleccionar

determinados segmentos del conocimiento disciplinar para su estudio y/o

aplicación empírica supone un conjunto de criterios que vienen dados por el

objeto a investigar, por la especialidad, por la perspectiva, por los recortes que

consideramos pertinentes. Estos criterios se reciben del pasado a través de

complejos procesos de socialización intelectual y son perceptible o

imperceptiblemente reinterpretados a la luz de las situaciones móviles en las

que llevamos a cabo nuestro trabajo como practicantes de la sociología.

Los ejemplos citados ilustran el carácter plástico y temporal de nuestros

patrimonios conceptuales, así como la selectividad de las prácticas a través de

las cuales nos apropiamos de ellos. El corpus conceptual de la sociología

supone una experiencia acumulada, potencialmente transmitible a través de una

intersubjetividad en el tiempo en la que se vinculan predecesores,

contemporáneos y sucesores (Schutz, 1972). La realización de este potencial

sería imposible sin la aplicación de los criterios de inclusión/exclusión que nos

vienen de nuestra adscripción a un horizonte intelectual y temporal específico y

de las preguntas que extraemos de él. Este rasgo de nuestro quehacer

disciplinar tiende a incrementar su complejidad en la modernidad

contemporánea, como puede verse en el hecho de que las comunidades

sociológicas son cada vez más especializadas y fragmentadas, así como en la

constatación de que esto ocurre en una situación en la que tiene lugar un

incremento explosivo de lo escrito (sea en su dimensión impresa o electrónica)

que es imposible abarcar, ni siquiera de manera colectiva. Esto profundiza la

exigencia de efectuar rutinariamente inclusiones/exclusiones capaces de definir

un universo textual manejable. Nos hemos vuelto lectores intensivos (Chartier,

1995) que nos confrontamos con un corpus limitado de conceptos, de obras, de

autores, de perspectivas que recolocamos a la luz de los intereses y objetos de

investigación en caso.

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3. Lo anteriormente expuesto supone el reconocimiento de una constante

mutación de nuestras herramientas conceptuales. Si esto es así, habría que

preguntarse por qué en ciertos momentos este proceso de cambio parece

acentuarse, acelerarse, hacerse más urgente. Si observamos diacrónicamente

el itinerario disciplinar de la sociología, ya sea a nivel mundial o local, podemos

darnos cuenta de que existen cuestionamientos, replanteamientos, críticas y

modificaciones de sus referentes teórico-conceptuales a lo largo de toda su

historia, por lo que difícilmente podríamos decir que este es un rasgo novedoso.

Desde sus etapas fundacionales la sociología se ha visto inmersa en un

continuo proceso de recepción y resignificación de lo anterior que ha continuado

en sus fases de institucionalización, expansión y profesionalización, a un grado

tal que podemos afirmar que su acervo conceptual se ubica en el inestable

punto de cruce del pasado y el presente. ¿Qué es entonces lo que ha

cambiado? Nuestra hipótesis en este punto es que lo que se modifica es el

horizonte societario mismo y no sólo la situación disciplinar desde la cual se le

explica y comprende y que ello tiene impactos internos profundos en la disciplina

sociológica. Cambio societario y cambio conceptual están íntimamente

imbricados, aunque el uno no se deriva automáticamente del otro.

Es evidente que la dialéctica conservación/innovación se explica no sólo por

razones disciplinarias de orden teórico o metodológico, sino que involucran

también un sustrato que podríamos llamar provisionalmente ontológico: si las

sociedades mismas se desplazan, el tipo de saber que se produce acerca de

ellas sufre también modificaciones. No son semejantes, por ejemplo, los

recortes y criterios de selección de los sociólogos decimonónicos8 plenamente

convencidos de los potenciales de la razón y del conocimiento, que los de los

practicantes contemporáneos de esta disciplina, conocedores de la experiencia

acumulada en el siglo XX (revoluciones sociales, crisis económicas, dos

guerras mundiales, una guerra fría, la división del mundo en bloques y su

posterior disolución, desastres ecológicos, el terrorismo y la guerra como

amenazas globales, el encogimiento de la idea de futuro, la desterritorialización

8 Este optimismo no desmiente el hecho de que, por ejemplo, clásicos como Durkheim o Weber tuvieran, también, clara conciencia de los límites y dificultades que la ciencia misma planteaba. La afirmación tampoco supone desconocer la sobrecarga de expectativas que la propia sociedad depositaba en la ciencia.

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del capitalismo, la intensificación de los procesos migratorios a nivel global, la

multiplicación de los marcos de significación y los modos de vida, por mencionar

sólo sus rasgos más notables ) y la distancia que la separa de las expectativas 9de las generaciones precedentes.

Partamos de que los patrimonios conceptuales de las disciplinas histórico-

sociales son, válidos hasta nuevo aviso, como lo son también los acervos de

conocimiento del sentido común (Schutz, 1972). El “aviso” puede tener un

origen interno, referido a los propios desarrollos teóricos, metodológicos y

empíricos de la disciplina, o bien, externo, vinculado al hecho de que hay algo

en lo real que ya no puede ser procesado con las herramientas anteriores y que,

en consecuencia, representa un problema, un obstáculo que fractura el curso de

la experiencia o el pensamiento. Cuando ocurre esto, una tarea disciplinar

primaria consiste en reflexionar sobre la distancia entre el concepto y el

segmento de la realidad que trata de hacer inteligible, a fin de establecer (así

sea provisionalmente) qué es lo nuevo, qué es lo que se ha de replantear, qué

es lo que es procesable con el patrimonio analítico anterior y qué es lo que

habría que revisar, recolocar, reinterpretar o, incluso, rechazar. Esta labor

supone la identificación de una dimensión temporal sin la cual la comparación es

imposible.

Para poder hablar de que algo cambió requerimos de un mínimo de distancia

en el tiempo, al menos la suficiente para comparar qué aspectos del patrimonio

de conocimiento en el que nos hemos socializado como practicantes de las

ciencias sociales mantienen significación contemporánea, qué franjas del mismo

han perdido pertinencia, cuáles se han rescatado del olvido, qué elementos

pueden ser identificados como nuevos (si existen) y cómo y de dónde surgen.

Desde una perspectiva diacrónica podemos observar que, tanto en la vida

ordinaria como en las disciplinas sociales, los plazos de adaptación a los

cambios societarios se han recortado cada vez más, dislocando los marcos de

9 Espacio de experiencia y horizonte de expectativas son los conceptos que hemos tomado de Reinhard Koselleck para aplicarlos al caso de la mutación de los conceptos. Esta pareja conceptual designa la diferencia temporal entre el antes y el después y la extrañeza que deriva de ella. Cf. Koselleck, R. 2001, especialmente el último capítulo.

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interpretación a través de los cuales los actores y los observadores, en cada uno

los ámbitos señalados, tratan de “seguir adelante”10.

Para los primeros esto significa continuar con sus vidas y, para los segundos,

dar continuidad a la producción de un conocimiento válido y significativo sobre lo

social. Lograr esta continuidad es una tarea cada vez más complicada tanto

para los actores, como para las comunidades de conocimiento, dada la

aceleración creciente de los cambios en la sociedad y el consecuente recorte de

los plazos en los que ha de tener lugar la adaptación/adecuación a ellos. La

expectativa de “vida” de un marco de sentido en la vida cotidiana o de un marco

analítico para una disciplina es cada vez más corta (frecuentemente menor a la

duración de una vida individual) lo que supone una exigencia constante de

revisión y reflexividad tanto para los actores como para los observadores a fin

de que el conocimiento respectivo mantenga su capacidad de orientación de la

experiencia.

La sociología se ve impactada, como el resto de las disciplinas, por un conjunto

de cambios que trazan sus límites y posibilidades actuales. Entre ellos podemos

mencionar brevemente los más significativos a la luz del tema que nos ocupa: la

profundización de la hiperespecialización y sus consecuentes costos en

términos de dispersión y fragmentación; la pluralización del espectro analítico en

ausencia de un punto cero de observación a partir del cual se puedan

jerarquizar, inequívocamente, diversas interpretaciones y explicaciones sobre lo

social; la multiplicación del ritmo de “circulación” de las ideas y las informaciones

en las condiciones establecidas por el efecto acumulativo de las

transformaciones que han experimentado las tecnologías de la información en

los últimos lustros. No es ocioso mencionar, por ejemplo, el indudable impacto

que ha tenido en las prácticas sociológicas el que podamos acceder, a través de

textos virtuales que ya no tienen un soporte material sino electrónico, a lo más

reciente de las elaboraciones conceptuales de la disciplina11, pero

10 Nos referimos con esta expresión al carácter pragmático que Alfred Schutz pone en el centro de su sociología del conocimiento, tanto para el caso de los actores en la vida cotidiana, como a sus observadores científicos. (Cf. Schutz, 1972). 11 Ejemplos relativamente recientes son los conceptos siguientes: contingencia, ambivalencia, riesgo/peligro, globalización, reflexividad, modernidades múltiples, individualismo institucionalizado,

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frecuentemente fragmentados y desgajados de los debates, las discusiones, las

obras, etc. que son su referente. Esto representa un incremento considerable

de la necesidad de reflexión disciplinar de la sociología sobre sus herramientas

conceptuales, puesto que su status no es autoevidente.

Así, ya no podemos dar por sentado que el uso de una categoría o concepto

tiene un sentido unívoco, sino que hay que aclararlo y argumentarlo. Si, por otro

lado, nuestro trabajo se ubica en el propio campo del estudio de las mutaciones

conceptuales, a ello hay que agregar la necesidad de comprender con mayor

profundidad las prácticas disciplinarias a través de las cuales se cumple esa

tarea. De ahí la pertinencia de problematizar sociológicamente prácticas

rutinarias que están en la base del quehacer sociológico, tales como la lectura,

la reescritura (Chartier, 1996), la selección/exclusión de los universos de estudio

de determinados conceptos, autores y obras, la citación, la rememoración e,

incluso, el olvido y el rechazo conceptual. Podríamos hablar, en este sentido, de

la necesidad disciplinar de pasar de la actitud natural a la actitud reflexiva12 si la

sociología pretende continuar con una trayectoria histórica en la que, de un

modo u otro, positivo o negativo, ha contribuido a hacer inteligible la realidad

social y a orientar sus proyectos.

4. El tiempo es un componente interno de las teorías y conceptos;

sociológicamente es una construcción social que tiene la función de orientar la

experiencia y supone un entrelazamiento del pasado, del presente y del futuro,

como podemos verlo en los propios procedimientos y prácticas de resignificación

conceptual. El pasado no es un bloque acabado: aunque ontológicamente está

cerrado y concluido, se mantiene abierto a la reinterpretación en nuevas

coordenadas espacio/temporales. El flujo temporal implicado en los horizontes

societarios e intelectuales modifica las posibilidades de reinterpretación de los

legados conceptuales de las disciplinas histórico-sociales. Por ello, cada cierto

tiempo, se construyen nuevos términos de la relación conservación/innovación

tradición, incertidumbre. Todos ellos están asociados al debate sobre el status de la modernidad contemporánea frente a la “modernidad inicial”; no obstante, el debate como tal aparece fugaz y fragmentariamente cuando acudimos a los soportes textuales electrónicos de dichos conceptos. 12 Hacemos uso aquí de la célebre distinción introducida por Alfred Schutz en su sociología fenomenológica y ampliamente recuperada posteriormente por la sociología de cuño interpretativo.

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(nuevos pasados/presentes conceptuales) en un proceso intelectual abierto e

incierto. Los conceptos recibidos escapan de su situación original y llegan a

otros (y posteriores) horizontes espacio/tiempo, contribuyendo a la formación del

presente y a la elaboración de las esperas de futuro. Cuando revisamos un

concepto, se actualiza la experiencia contenida en ellos y se le re-coloca en

nuevas coordenadas, organizándose con ello otro modo de inteligibilidad. La

situación presente permite conocer la situación pasada de un modo diverso al

de sus actores y observadores; permite también efectuar un re-encadenamiento

válido que no está estrictamente en la experiencia pasada, sino que es un efecto

–así sea sólo parcial- del ordenamiento del observador.

En las sociedades modernas, en mayor medida que en las anteriores fincadas

más profundamente en el pasado, el transcurso del tiempo produce la

percepción de fracturas en la experiencia que cuestionan los supuestos

comunes a un grupo o a una comunidad intelectual. Por ejemplo, en el siglo

XIX existe un clima de optimismo más o menos generalizado que se desprendía

de la creencia en la inevitabilidad del progreso; se confiaba en que los países

más evolucionados continuarían ininterrumpidamente con esta marcha y que

los atrasados, con las herramientas de la razón y el conocimiento, terminarían

por acercárseles. A esta expectativa de futuro respondieron, en su momento,

los diversos procesos de modernización locales que muestra la historia de al

menos los últimos cien años, produciendo un mínimo de paciencia sociopolítica

y un ensanchamiento de la idea de futuro.

Como observadores científicos de las expectativas contenidas en los conceptos

sociológicos que mayor densidad temporal y más potencial orientador de la

acción tuvieron en las etapas iniciales de nuestra disciplina (tales como

modernidad, progreso, evolución, secularización, revolución, cambio social,

racionalización, por mencionar algunas de las principales “hipercategorías” de

nuestro acervo de conocimiento), sabemos que nuestro presente es el futuro

del pasado de nuestros antecesores intelectuales y que su perfil no coincide con

lo que habían previsto13. La segunda mitad del siglo XX muestra un desgaste

13 La idea de una temporalidad compleja que enlaza estos tres tiempos la hemos tomado de la filosofía analítica de la historia (Arthur C. Danto, 1989), así como de la propuesta de historia conceptual de

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de la idea de futuro, la reducción de los tiempos dentro de los cuales se

establece lo nuevo (o lo que se cree nuevo), la percepción de cambios súbitos

en el plano de la experiencia social, la coexistencia de orden y desorden, de

regularidad y contingencia, así como un desgaste acelerado de la experiencia

pasada como fuente de orientación de la acción presente, cuyas directrices ya

no se pueden deducir a-priori de ella (Koselleck, 2001).

Lo novedoso de esta cadena temporal en la modernidad contemporánea, es que

en el entramada de una sóla generación se rompe el espacio pasado de

experiencia, volviéndose inseguras las expectativas de futuro. En la modernidad

inicial “sólida”, la experiencia de las generaciones anteriores tenía aún un

amplio potencial orientador que daba un mínimo de certezas a los individuos y a

las comunidades. El encadenamiento temporal del pasado, el presente y el

futuro en condiciones en las que la tradición aún no había sido cuestionada en

bloque, producía un futuro verosímil que, aunque empíricamente inexistente,

consecuencia sociológica indudable de la separación creciente entre experiencia

y expectativa en la modernidad “tardía” es su déficit normativo, tanto en su

dimensión procesual como conceptual. De esta manera las comunidades

sociológicas, de distintos modos y en sus respectivas especialidades, perciben

una disminución del potencial explicativo de los conceptos rutinariamente

utilizados en la investigación.

La sociología contemporánea se ha planteado de uno u otro modo, el

procesamiento de la sobrecarga de expectativas frustradas que ha generado el

curso de la modernidad, en sus distintas versiones locales, y que fue recogida y

traducida a través de nuestras tipologías sociológicas más célebres14. Dado

que la elaboración conceptual no puede ocurrir a espaldas de la experiencia

histórico-social que es su condición de posibilidad, al mismo tiempo que su

objeto de intelección, vemos así impactada la relación con un acervo conceptual

procedente del pasado, por lo que lo tratamos de re-colocar reflexivamente a la Reinhard Koselleck. El primero llega a ella a través del examen de los elementos narrativos del discurso histórico, el segundo por la vía de la elaboración de una monumental obra orientada a la historia de los conceptos como índices y factores de la experiencia histórico-social. Ver, en este mismo volumen, el trabajo de Moya, L. 14 Por ejemplo: comunidad/sociedad; solidaridad mecánica/solidaridad orgánica; sociedades modernas/sociedades tradicionales; racionalización/tradición, etc.

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luz de las situaciones disciplinares presentes, con la finalidad de extraer de

estas prácticas un mínimo de orientación para el futuro. Todo esto sin perder

de vista que el tiempo presente tiene el privilegio de ser el único tiempo al que

está reservada la iniciativa y la acción, el único que tiene la posibilidad de crear

sentido y producir innovación, el único que tiene la responsabilidad de la

transmisión intergeneracional del acervo de conocimiento de nuestra disciplina.