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Pacific Press® Publishing AssociationNampa, Idaho

Oshawa, Ontario, Canadawww.pacificpress.com

Mark A. Finley

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Reavívanos otra vez

Redacción: Miguel A. ValdiviaDiseño de la portada: Gerald MonksDiseño del interior: Diane de Aguirre

A no ser que se indique de otra manera, todas la citas de las Sagradas Escrituras están tomadas de la versión Reina-Valera, revisión de 1960. El autor se responsabiliza de la exactitud de los datos y textos citados en esta obra.

Derechos reservados © 2010 porPacific Press® Publishing Association.P. O. Box 5353, Nampa, Idaho 83653,EE. UU. de N. A.

Está prohibida y penada por la ley la reproducción total o parcial de esta obra (texto, imágenes, diagramación), su tratamiento informático y su difusión, ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia o por cualquier otro medio, sin permiso previo y por escrito de los editores

Primera edición: 2010

ISBN 13: 978-0-8163-9289-6ISBN 10: 0-8163-9289-7Printed in the United States of America

10 11 12 * 03 02 01

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Contenido

Un mensaje personal de Mark Finley 4

1. La oración y el reavivamiento 7

2. El Espíritu Santo y el reavivamiento 28

3. La urgencia del reavivamiento 46

4. El reavivamiento verdadero vs. el 65 reavivamiento falso

5. El reavivamiento prometido 81

6. La evangelización y el reavivamiento 98

7. Una obra terminada y el reavivamiento 113

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Puedo asegurarle que al entrar en las páginas de Señor, reaví-vanos otra vez, se encontrará en el umbral de uno de los

descubrimientos espirituales más importantes de su vida. Con-fío que mediante la lectura de los capítulos que siguen, el Espí-ritu Santo lo conducirá a una relación más íntima con Jesús.

Mi intención al escribir este libro no es presentar alguna información nueva, sorprendente o sensacional acerca del tema del reavivamiento y el Espíritu Santo. Aunque descubrirá algu-nas verdades nuevas y vitales en su lectura, mi propósito es que conozca principios espirituales en la Palabra de Dios y en los escritos de Elena G. de White que puedan transformar su vida.

Al leer y meditar en cada capítulo, tome tiempo para con-siderar en oración las consecuencias prácticas de lo que lee. Al hacer tal cosa, su mente se abrirá a la influencia profunda del Espíritu Santo. Se colocará en una atmósfera de reavivamiento espiritual.

Estos capítulos deben ser leídos e internalizados con ora-ción; no deben leerse rápidamente para cubrir el material lo antes posible. Cada capítulo concluye con una página de Apli-cación. Estas páginas están especialmente preparadas para con-

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Un mensaje personal de Mark Finley

ducirlo a una experiencia de oración y crecimiento devocional que resulte en un reavivamiento espiritual. También lo invita-rán a buscar oportunidades para testificar y compartir su fe.

Hay dos declaraciones de Elena G. de White que me han guiado en el proceso de escribir este libro. Las he mantenido en un lugar privilegiado en mi mente.

“La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro me-dio” (Mensajes selectos, t. 1, p. 141).

“Nada hay que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios limpie el camino de todo obstáculo, de modo que el Se-ñor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia languidecien-te y una congregación impenitente. Si Satanás saliera con la suya, no habría, hasta el fin del tiempo, otro despertar, grande ni pequeño” (Mensajes para los jóvenes, p. 131).

No hay otra cosa que la Iglesia Adventista del Séptimo Día necesite más que un reavivamiento espiritual genuino. No hay algo que Satanás tema más que este reavivamiento prometido. No hay nada más importante para los administradores de la iglesia, los pastores y los miembros de iglesia, que buscar juntos este reavivamiento. No hay una prioridad mayor que esta.

¿Qué podría ser más importante para el pueblo de Dios que el derramamiento del Espíritu Santo con el poder del Pentecos-tés para la terminación de la obra sobre la tierra? Este debiera ser el punto principal de toda agenda de junta a todos los nive-les de la estructura de la iglesia. Pero el reavivamiento siempre comienza con un hombre, una mujer, un niño o una niña que busca a Dios sobre sus rodillas. Usted puede ser esa persona usada por Dios para despertar un reavivamiento espiritual en su hogar, su iglesia, su escuela o su Asociación.

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Reavívanos otra vez

La promesa divina es para usted. “Si se humillare mi pue-blo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tie-rra” (2 Crón. 7:14). La Palabra de Dios es segura. Sus promesas son ciertas.

A lo largo de la historia, Dios ha enviado reavivamientos en respuesta a las oraciones de su pueblo. En nuestros días vendrá el reavivamiento del tiempo del fin que tanto hemos anticipa-do. El Espíritu Santo será derramado. La obra de Dios sobre la tierra será terminada. Jesús regresará y pronto nos iremos a casa.

Que al leer estas páginas la oración de su corazón sea: “Se-ñor, reavívanos otra vez”.

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Los mayores reavivamientos de la historia de la humanidad han sido el resultado de la intercesión ferviente y sentida.

Las chispas del reavivamiento son atizadas en el altar de la ora-ción. El reavivamiento y la oración están vinculados indisolu-blemente. Sin una oración perseverante y prevaleciente, no hay poder. Elena de White no pudo expresar esta realidad divina de una manera más clara. “Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento” (Mensajes selectos, t. 1, p. 141).

La iglesia del Nuevo Testamento estaba sumergida en la oración. Los creyentes aceptaron la admonición de Jesús de esperar el cumplimiento de la promesa del Padre (Hech. 1:4). Creyeron que si buscaban juntos a Dios, recibirían “poder” cuando el Espíritu Santo descendiera sobre ellos desde el cielo (Hech. 1:8).

La narración de Hechos es sencilla. Refiriéndose a los pri-meros discípulos, declara: “Todos estos perseveraban unáni-mes en oración y ruego” (Hech. 1:14). En respuesta a estas ora-ciones llenas de fe, el Espíritu Santo fue derramado poderosamente en el Pentecostés. Tres mil personas fueron bautizadas en un día. Y el registro declara: “Y perseveraban en

capítulo uno

LaÊ oraci— nÊ yÊ elÊ reavivamiento

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la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hech. 2:42). Estos primeros cristianos se unieron en oraciones que transformaron al mundo. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló” (Hech. 4:31). “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Hech. 4:33). Los discípulos se dedicaban continuamente a la oración (Hech. 6:4).

Por medio de la oración, Pedro fue llevado a la casa de Cornelio, un gentil, y esto abrió un nuevo panorama a la pre-dicación del evangelio (Hech. 10:1-33). Cuando la iglesia pri-mitiva se unió en oración, Dios envió a un ángel del cielo para sacar a Pedro de la cárcel (Hech.12:5-19). La oración era parte integral del poder de las iglesias del Nuevo Testamento.

La oración en el comienzo del movimiento adventistaLa oración también se encontraba en el mismo corazón del

movimiento adventista temprano. Los pioneros del movimien-to adventista eran grandes hombres y mujeres de oración, y a veces pasaban grandes porciones de la noche en oración. Elena G. de White escribe: “Estos hombres [los líderes adventistas] se juntaban en nuestras importantes reuniones para escudriñar la verdad como si fuera un tesoro escondido. Yo me reuní con ellos, y estudiamos y oramos fervientemente, porque sentíamos que debíamos aprender la verdad de Dios. A menudo nos que-dábamos orando hasta tarde, y a veces la noche entera, para recibir luz y estudiar la Palabra. Al ayunar y orar recibíamos gran poder” (Cada día con Dios, p. 317).

Elena G. de White animaba constantemente a estos prime-ros adventistas a buscar a Dios en oración. “Las mayores victo-

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rias ganadas para la causa de Dios no son resultado de compli-cadas discusiones, amplias facilidades, extensa influencia o abundancia de recursos; se obtienen en la cámara de audiencia con Dios, cuando con fe ferviente y agonizante los hombres se asen de su brazo poderoso” (Obreros evangélicos, p. 273).

Al creer que la segunda venida de Cristo era inminente, estos primeros adventistas humillaban su corazón, confesaban sus pecados e intercedían por sus familiares, amigos y comuni-dades.

En marzo de 1840, Guillermo Miller presentó una serie de conferencias proféticas en la Iglesia Cristiana de Casco, en Portland, Maine. Centenares de personas atiborraron la iglesia. Algunas permanecieron en el lugar desde temprano en la ma-ñana hasta tarde en la noche. El Espíritu Santo se movió pode-rosamente entre la congregación. En su libro Notas biográficas, Elena G. de White describe el impacto de estas reuniones:

“El terror y la convicción se difundieron por toda la ciudad. Se realizaban reuniones de oración, y en todas las denomina-ciones religiosas se observó un despertar general, porque todos sentían con mayor o menor intensidad la influencia de las en-señanzas referentes a la inminente venida de Cristo” (Notas biográficas de Elena G. de White, p. 23). Acerca del reaviva-miento en Portland, Maine, F. D. Nichols añade: “Se han si-tuado pequeños grupos de oración en casi cada sector de la ciudad” (The Midnight Cry [El clamor de medianoche], p. 29).

Hay un grado elevado de certidumbre en relación con el reavivamiento genuino. La oración inicia el reavivamiento. La oración sostiene el reavivamiento. La oración alimenta el reavi-vamiento y la oración sigue al reavivamiento.

Un promotor del reavivamiento, Leonard Ravenhill, lo ex-

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presó de este modo: “Sin excepción, todos los reavivamientos verdaderos del pasado comenzaron luego de años de interce-sión agonizante, que roba [almas] al infierno, conmueve la tie-rra y proviene del cielo. El secreto del reavivamiento verdadero en nuestros días es todavía el mismo. Pero, ¿dónde, oh, dónde se encuentran los intercesores?”

El reavivamiento galésUno de los mayores reavivamientos de la historia fue el rea-

vivamiento galés de 1904. Evan Roberts, de 26 años, había estado orando durante trece años que su vida fuese totalmente controlada por el Espíritu Santo. Le rogó a Dios que le diese un corazón íntegro, un corazón totalmente entregado al reino de Dios. Evan a menudo oraba hasta avanzada la noche, e interce-día por los jóvenes y los adultos en su iglesia. De forma especial oraba diariamente para que Dios visitara Gales con el poder de un reavivamiento. El reavivamiento galés comenzó en una re-unión de jóvenes en la iglesia del mismo Evan Roberts, Moriah Loughor, donde él compartió su propia experiencia con Dios. Evan animó a sus amigos a que buscaran que el Espíritu Santo llenara sus propias vidas. El Espíritu Santo tocó los corazones. Dieciséis jóvenes se convirtieron. Las chispas del reavivamiento que comenzaron en esta humilde iglesia de pueblo encenderían las llamas del reavivamiento en todo el país. Se estima que en el transcurso de nueve meses se convirtieron unas cien mil per-sonas en el diminuto país de Gales. Los crímenes cesaron. Los borrachos y las prostitutas fueron transformados por la gracia de Dios. Las tabernas informaron pérdidas en sus inventarios. Lloyd George, ex primer ministro de Inglaterra, escribió que en el apogeo del reavivamiento galés, una taberna vendió ape-

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nas nueve centavos de licor un sábado de noche. Muchas taber-nas fueron transformadas en centros de oración.

Las reuniones políticas y los partidos de fútbol se atrasaban o posponían porque las iglesias estaban atestadas de gente que oraba. A menudo estos cultos de oración duraban de seis a ocho horas. Mineros galeses endurecidos y poco dados a la espiritua-lidad se apiñaban en tales cultos de oración, y regresaban a las minas como hombres cambiados. Las malas palabras desapare-cieron de sus labios para no volver a escucharse. Se informó que los caballos que halaban los carros dentro de las minas ya no entendían las órdenes de estos mineros nacidos de nuevo, quie-nes, sin blasfemar, parecían hablar con palabras celestiales.

El reavivamiento se debilitó en 1906, pero su impacto con-tinuó sobre decenas de miles de vidas. Cuando se le preguntó a una anciana por qué se estaba desvaneciendo el reavivamien-to galés, en seguida respondió: “No se ha extinguido. Todavía arde en mi corazón”. Había encendido el corazón de esta santa mujer durante más de setenta años.

Una nación entera fue cambiada gracias a un joven, Evan Roberts, y a un grupo de sus jóvenes amigos que tomaron seria-mente el ejemplo de intercesión apasionada de nuestro Señor.

Una nación cambiada por la oraciónAlfred Lord Tennyson estaba ciertamente en lo correcto

cuando dijo: “Se logran más cosas por la oración que lo que este mundo se imagina”. Uno de los momentos más dramáti-cos en la historia reciente es la caída del muro de Berlín. Pocos saben del poderoso movimiento de oración que condujo a los extraordinarios eventos del 9 de noviembre de 1989 en Berlín oriental. En 1982, Christian Führer, un joven ministro alemán

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de Leipzig, abrió las puertas de su iglesia cada lunes de noche para orar y discutir sobre la libertad. Estas sesiones de oración fueron creciendo hasta que un lunes de noche en octubre de 1989, ocho mil personas se aglomeraron en la iglesia. Varios miles más se reunieron a las afueras de la iglesia de Nikolai. Un movimiento a favor de la libertad nacional nació en la cuna de la oración. Decenas de millares de personas en pueblos y ciuda-des a lo largo de Alemania oriental se unieron a los intercesores de Leipzig. En aquel lunes de noche de octubre, casi un millón de personas oraban por la libertad. Veinte años después de la caída del muro de Berlín, hablando acerca de la necesidad ab-soluta de la intercesión ferviente, el pastor Christian Führer declaró: “Sabíamos que si parábamos de orar, no habría espe-ranza alguna de cambio en Alemania” (Prayer and the Berlin Wall [La oración y el muro de Berlín], 12 de febrero, 2009).

Un ex funcionario del gobierno comunista que trabajaba para el Stasi (la policía secreta de Alemania oriental), dio este maravilloso testimonio: “Estábamos listos para cualquier cosa, excepto velas y oración”. El muro de Berlín no pudo resistir ante el sonido de las oraciones del pueblo de Dios unido con el propósito de buscarlo fervientemente.

Elena G. de White declara una verdad similar sobre el poder de la oración. “Al sonido de la oración ferviente, toda la hueste de Satanás tiembla” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 309). La oración marca una diferencia. La oración intercesora es podero-sa. Al igual que el muro de Berlín cayó cuando el pueblo de Dios oró, los muros que nos impiden tener una experiencia ín-tima con Jesús caerán cuando se lo roguemos a Dios. Los muros que impiden el reavivamiento poderoso que Dios anhela enviar a su iglesia se desmoronan ante el sonido de la intercesión fer-

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viente. Los muros del orgullo, el prejuicio, la ira, la amargura, la lascivia, la complacencia, la tibieza y el materialismo ceden ante el movimiento del Espíritu Santo expresado en la oración.

La oración es absolutamente necesaria para que ocurra un reavivamiento. A. T. Pierson hace esta observación atinada: “Desde el día de Pentecostés no ha habido un despertar espiri-tual en lugar alguno que no haya comenzado con una unidad en la oración. Aunque fuese entre dos o tres; ningún movi-miento externo de avance ha continuado después que las re-uniones de oración han declinado” (citado en Arthur Wallis, In the Day of Thy Power [En el día de tu poder], p. 112).

En la oración humillamos nuestro corazón ante Dios, reco-nociendo nuestra dependencia total de él. En la oración nos unimos a David para implorar: “Crea en mí, oh Dios, un cora-zón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Confesamos con Daniel: “No obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delan-te de nosotros por medio de sus siervos los profetas” (Dan. 9:10). Clamamos con Pablo: “¡Miserable de mí!, ¿quién me li-brará de este cuerpo de muerte?” Y con el apóstol, en oración, nuestra fe se aferra a las promesas de Dios y con gozo exclama-mos: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 7:24, 25).

La oración abre nuestra vida al poder purificador de Dios. Durante la oración, el Espíritu Santo nos hace una radiografía del alma. Percibimos pecados ocultos y defectos de carácter que impiden que seamos los testigos poderosos que él desea que seamos. La oración nos conduce a una relación íntima con Jesús. En la oración abrimos nuestra mente a la conducción del Espíritu Santo. Buscamos su sabiduría, no la nuestra.

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La oración y el gran conflictoEn el contexto del gran conflicto entre el bien y el mal, la

oración también le permite a Dios obrar con mayor poder que si no hubiésemos orado. Este conflicto entre Cristo y Satanás es una batalla entre las fuerzas del infierno y las fuerzas de la justicia. La lucha es real. Miles y millones de ángeles buenos y malos partici-pan en ella. El último libro de la Biblia, Apocalipsis, describe la batalla en estos términos: “Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón” (Apoc. 12:7). Una tercera parte de los ángeles se rebe-ló contra Dios (Apoc. 12:4). Estas fuerzas malignas producen frustraciones, enfermedades, desastres y muerte en nuestro mun-do. Las fuerzas de la justicia traen gozo, paz, salud y vida.

Cada uno de nosotros participa también en este conflicto. Nuestro planeta se encuentra en rebelión contra Dios. Cuando nuestros primeros padres, Adán y Eva, cedieron a las tentacio-nes del maligno, perdieron el dominio sobre este planeta que Dios les había concedido. Satanás se convirtió en el “príncipe de este mundo” (Juan 12:31). La Biblia también se refiere a él como el “príncipe de la potestad del aire” (Efe. 2:2). En esta gran controversia, “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los goberna-dores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12).

La oración es el arma para vencer los poderes del infierno. “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Cor. 10:4). Por medio de la oración le damos permiso a Dios para que obre poderosamente en nuestro favor. En esta lucha universal, Dios se auto limita voluntariamente. Él no viola nuestra facultad de decisión. Dios nunca obligará a nadie a servirlo.

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Él está haciendo todo lo que puede para salvar a toda la humanidad dentro del marco del conflicto entre el bien y el mal. Ya sea que yo ore o no, él busca relacionarse con los miem-bros de mi familia. Ya sea que otros oren por mí o no, él obra en mi vida. Ya sea que yo ore o no, Dios me da cierta medida de protección por medio de los seres angelicales.

Cuando oro y lo busco, por medio de la oración abro nue-vos canales que le permiten a Dios, en el contexto del conflicto entre el bien y el mal, hacer cosas que de otro modo no haría. Dios no solo respeta el libre albedrío de quienes no oran, tam-bién respeta mi libre albedrío cuando oro. “Forma parte del plan de Dios concedernos, en respuesta a la oración hecha con fe, lo que no nos daría si no se lo pidiésemos así” (El conflicto de los siglos, p. 580).

A medida que oramos, Dios derrama su Espíritu sobre no-sotros. La oración permite que el Dios de poder ilimitado ayude a quienes lo necesitan. El texto maravilloso de 1 Juan 5:14-17 describe lo que ocurre cuando oramos. Muchos textos en la Biblia nos animan a orar, pero estos versículos hacen más que aconsejarnos a orar. Hace algo más que animarnos; también explica por qué la oración es tan eficaz. En 1 Juan 5:14-15, el apóstol declara: “Y esta es la confianza que tenemos en él”… Nuestra confianza no radica en nuestra fe. Nuestra confianza se encuentra en él. El apóstol continúa: “Si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peti-ciones que le hayamos hecho”. Podemos tener absoluta confian-za en que cuando venimos a Dios, él oirá nuestras peticiones.

El siguiente versículo revela lo que ocurre cuando interce-demos por alguien más: “Si alguno viere a su hermano cometer

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pecado que no sea de muerte”. El pecado que conduce a la muerte es el pecado imperdonable. Es la condición que existe cuando las personas han endurecido sus corazones contra Dios. “Pedirá”. ¿Quién pedirá? El intercesor. ¿Qué ocurre? “Dios le dará vida [al intercesor]; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte” (vers. 16). Dios derrama su vida por medio de nosotros para alcanzar la vida de otro. Somos los canales por medio de los cuales Dios derrama su poder sin lí-mites. Dios honra nuestra intercesión de corazón por otra per-sona. La oración intercesora da resultados.

La vida de oración de JesúsJesús es nuestro gran modelo de intercesión. Era su cos-

tumbre retirarse a un lugar apartado para orar. Buscaba a Dios y le pedía fortaleza para enfrentar los desafíos del día. Le roga-ba a su Padre que le diera fuerzas para vencer las tentaciones de Satanás. El Evangelio de Marcos registra uno de los momentos de oración de Jesús en la madrugada con estas palabras: “Le-vantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mar. 1:35). Si Jesús, el divino Hijo de Dios, entendía que necesitaba orar, ¿no necesi-taremos nosotros orar mucho más en nuestra vida? Jesús reco-nocía que el poder espiritual interior proviene de la oración. El Evangelio de San Lucas registra los hábitos de Jesús respecto de la oración: “Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Luc. 5:16). La oración no era algo que Jesús hacía ocasional-mente cuando surgía una necesidad o problema. La oración era una parte integral de su vida. Era la clave para mantenerse co-nectado con el Padre. Era la esencia de una espiritualidad vi-brante. La vida de oración de Jesús era parte integral de su

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vida. El Salvador renovaba diariamente su relación con su Pa-dre por medio de la oración. Una vida de oración le dio a Jesús el valor y la fortaleza para enfrentar la tentación. Salía de estas sesiones de oración con frescura espiritual y una determinación más profunda a hacer la voluntad del Padre. En su descripción de uno de estos períodos de oración, Lucas añade: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” (Luc. 9:29). Jesús irradiaba la fortaleza que proviene de los momentos en la presencia de Dios por medio de la oración. Si Jesús, el divino Hijo de Dios, nece-sitaba pasar tiempo en la presencia de Dios para vencer las fie-ras tentaciones de Satanás, ciertamente nosotros necesitamos pasar tiempo en la presencia de Dios con mayor urgencia aún.

Jesús nunca estaba demasiado ocupado como para no orar. Su agenda no estaba tan llena como para no poder dedicar tiempo a su Padre en comunión. Nunca tenía tanto que hacer que tuviera que entrar y salir apresuradamente de la presencia de su Padre. Jesús salía de estos momentos íntimos con Dios con nueva fuerza espiritual. Estaba lleno de poder porque de-dicaba tiempo a la oración.

R. A. Torrey lamenta el ajetreo del cristianismo de hoy, que a menudo resulta tan falto de poder. Torrey dice: “Estamos demasiado ocupados para orar, y por lo tanto estamos demasia-do ocupados como para tener poder. Tenemos una gran canti-dad de actividades pero logramos poco, muchos servicios pero pocas conversiones, mucha maquinaria pero pocos resultados”.

Elena de White concuerda: “Muchos, aún en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados. Con pasos presurosos pene-tran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un

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momento dentro de ese recinto sagrado, pero no esperan su con-sejo. No tienen tiempo para permanecer con el divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo” (La educación, p. 260).

El hecho es que no podemos enfrentar al diablo con nues-tras propias fuerzas. La oración es la respuesta. Por medio de la oración, Dios nos sumerge en su presencia y su poder. Por me-dio de la oración toca los corazones de nuestros seres amados. Armados de la oración podemos enfrentar al enemigo en el tiempo del fin. Sin oración constante no podremos vivir en santidad durante el tiempo del fin. Cuando se quebranta nues-tra conexión con Dios, nuestro poder que viene de Dios se in-terrumpe. Cuando hay poca oración, hay poco poder. La ora-ción es nuestro humilde reconocimiento de que no podemos vivir la vida cristiana sin “sus” fuerzas. Es la admisión de nues-tra incapacidad para enfrentar solos las tentaciones de Satanás. Por medio de la oración somos más que capaces de rechazar las tentaciones de Satanás. El diablo no puede vencer al hijo de Dios que ora y confía.

De rodillas, en ruego a Dios, experimentaremos milagros. Veremos la mano de Dios de un modo milagroso. Tal como Jesús, saldremos de estos encuentros de oración refrescados y vigorizados. Sentiremos que Dios obra por medio de nuestras oraciones para transformar también la vida de los que nos ro-dean. ¿Desea experimentar una nueva experiencia espiritual? ¿Está cansado de la complacencia espiritual? ¿Anhela un reavi-vamiento espiritual en su iglesia?

Nuestro Dios ha prometido responder a los anhelos fer-vientes de sus hijos. Él nos responderá según lo busquemos. Sus promesas son nuestras. Él ha dicho: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y bus-

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caren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; enton-ces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crón. 7:14).

Jesús añade esta promesa: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Luc. 11:13).

Cuatro principios que transforman la vidaSi usted incorpora los cuatro principios básicos de la ora-

ción bosquejados abajo como parte de su vida devocional, Dios derramará su Espíritu abundantemente sobre usted. Su vida espiritual será reavivada, y Dios lo utilizará como un agente de reavivamiento en su hogar, su escuela, su lugar de trabajo, su vecindario y su iglesia local.

1. Dedique un momento específico cada día para estar a so-las con Dios. Este tiempo ininterrumpido a solas en la presencia de Dios debe tener prioridad absoluta. Muchos han encontrado que el modelo que sigue les ayuda a mantener su mente enfocada durante sus momentos de devoción. Quizás a usted también lo ayude a evitar que sus pensamientos divaguen mientras ora.

A — AdoraciónC — ConfesiónA — Acción de graciasS — Súplica

A—Adoración. Comience su período de oración con un momento de adoración y alabanza. Alabe a Dios por lo

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que es y lo que representa para usted. El salmista declara que Dios habita entre la alabanza de su pueblo (Sal. 22:3). Otro salmo declara: “El que sacrifica alabanza me honra-rá” (Sal. 50:23). La alabanza eleva nuestra alma de lo que somos a lo que él es. Dirige nuestra atención a su grande-za, no a nuestra debilidad; a su sabiduría, no a nuestra ig-norancia; y a su poder, no a nuestra fragilidad.

C—Confesión. Pídale a Dios que humille su corazón y le revele cualquier cosa en su vida que no esté en armonía con su voluntad. Confiese abiertamente las actitudes, há-bitos y acciones que Dios le indique que no son afines con Cristo. La confesión abre el camino para que el Espíritu Santo obre poderosamente en nuestra vida. Se nos dice que los discípulos entraron en este tipo de análisis profun-do de sus almas justo antes del Pentecostés. “Estos días de preparación fueron días de profundo escudriñamiento del corazón. Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y clamaban al Señor por la santa unción que los había de hacer idóneos para la obra de salvar almas” (Los hechos de los apóstoles, p. 30). El Espíritu Santo fue derramado sobre estos discípulos sedientos que humillaron su corazón en arrepentimiento y confesión.

A—Acción de gracias. Piense específicamente en lo que Dios ha hecho por usted recientemente y dele gracias por ello. El apóstol Pablo nos dice: “Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros co-razones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en

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el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efe. 5:18-20). Enu-mere las cosas por las que está agradecido. No tome liviana-mente las bendiciones de Dios. Dele gracias por lo concedi-do. Quizás usted no tenga una gran voz, pero permita que él coloque en su corazón un canto de gratitud durante sus momentos de oración y prorrumpa en cantos de acción de gracias a Aquel que ha sido tan bueno con usted.

S—Súplica. Dios queda absolutamente encantado cuando venimos a él como niños pequeños que depende-mos de nuestro Padre celestial. Jesús nos promete que si pedimos, recibiremos (ver Mat. 7:7). Santiago nos amo-nesta al decirnos: “Pida con fe, no dudando nada” (Sant. 1:6). Pablo estaba confiado en que “mi Dios… suplirá todo lo que os falta” (Fil. 4:19). Podemos arrodillarnos ante el trono de Dios con la absoluta confianza que obten-dremos “misericordia y… gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:16). Traiga ante él los deseos de su corazón de manera que sus deseos sean los de él.

A medida que pasemos más tiempo con Dios, más tiempo desearemos pasar en su presencia. El meollo de la vida cristiana es conocer a Dios. Mientras más lo conocemos, más lo amare-mos. El modelo de oración ACAS (adoración, confesión, ac-ción de gracias y súplica) lo ayudará a conocerlo aún mejor.

Nuestro segundo principio de una vida devocional revitali-zada es éste:

2. Lea la Biblia en oración y permita que el Espíritu Santo impresione su mente. Permita que la Palabra de Dios se torne

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en el tema de sus oraciones. Si la oración es el aliento del reavi-vamiento, el estudio de la Biblia es su corazón. La oración y el estudio de la Biblia son los mellizos siameses del reavivamiento. Están interconectados. Mientras más ore, más hambre tendrá de la Palabra de Dios. Mientras más estudie la Palabra de Dios, más deseará orar. He aquí algunas sugerencias prácticas:

a. Tome un salmo a la vez. Lea algunos versículos. Pregúnte-se qué le está diciendo Dios en estos versículos. Hable con él en oración sobre lo que el Espíritu le está indicando. A medida que ora mientras lee los salmos, escuchará la voz de Dios hablándole al corazón como lo hizo con los salmistas.

b. Tal vez desee también concentrar su devoción personal en las últimas escenas de la vida de Cristo. La Biblia contiene seis capítulos sobre la muerte de Cristo: el Sal-mo 22, Isaías 53, Mateo 27, Marcos 15, Lucas 23 y Juan 19. Tome un capítulo a la vez. Lea unos pocos versícu-los. Visualice los sufrimientos de Cristo a favor suyo. Permita que el Espíritu Santo lo impresione con la enor-me magnitud de su sacrificio. Encontrará que su cora-zón se quebrantará por los pecados que lo llevaron a la cruz. Sentirá que su amor lo abriga, se sentirá atraído hacia él por su gracia y abrumado por su sacrificio.

Estudie con oración los grandes pasajes de la Biblia. Esto hará una diferencia notable en su vida devocional. Permita que Dios le hable por medio de su Palabra. Ore con el salmista: “Vivifícame con tu palabra” (Sal. 119:154).

Si seguimos este consejo de la mensajera de Dios para los últimos días, veremos resultados maravillosos. “Tomad la Bi-

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blia, y sobre vuestras rodillas rogad a Dios que ilumine vuestra mente. Si estudiáramos diligentemente y con oración la Biblia día tras día, veríamos cotidianamente alguna hermosa verdad bajo una luz nueva, clara y vigorosa” (Consejos sobre la obra de la escuela sabática, p. 24).

Ahora hemos llegado al tercer principio de una vida de ora-ción reavivada.

3. Aprenda a orar en voz alta. La oración secreta no es necesa-riamente silenciosa. Durante nuestras actividades diarias, a me-nudo resulta apropiado enviar al Cielo peticiones silenciosas. Pero durante nuestros momentos de devoción, orar en voz alta mantiene la mente concentrada en Dios. Jesús oraba en voz alta.

Los discípulos quedaron tan impresionados cuando escu-charon al Salvador orar en voz alta que le pidieron que les en-señara a orar (Luc. 11:1). En el Getsemaní, Jesús determinó hacer la voluntad del Padre sin importar el costo. El Evangelio de Mateo registra que Jesús cayó tres veces sobre su rostro a la vez que decía: “No sea como yo quiero, sino como tú”. Es ob-vio que Jesús estaba orando en voz alta (ver Mat. 26:36-44).

El libro de Hebreos nos dice que Jesús, “ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Heb. 5:7).

Elena G. de White nos indica que debemos “aprender a orar en voz alta cuando únicamente Dios puede oír” (Nuestra elevada vocación, p. 132).

No necesitamos temer que Satanás de alguna manera escu-che nuestras oraciones, sepa lo que pedimos y prepare estrate-gias para engañarnos, porque “al sonido de la oración ferviente, toda la hueste de Satanás tiembla”, y Dios responde a nuestras

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peticiones enviando a legiones de ángeles que hacen retroceder a las huestes de Satanás (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 122).

Siga el ejemplo de Jesús y ore en voz alta durante sus mo-mentos de devoción. Al principio le resultará un poco difícil, pero al continuar, el Espíritu Santo lo conducirá a una rica experiencia con el Maestro.

Esto nos lleva al cuarto principio de la oración exitosa y al reavivamiento espiritual.

4. Organice un grupo pequeño de oración de tres a cinco personas y acuerden reunirse al menos una vez por semana para orar. La iglesia del Nuevo Testamento se unía en oración por el poder del Espíritu Santo (Hech. 1:14; 4:31). Jesús instru-yó a sus discípulos que oraran juntos. “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mat. 18:19, 20).

Al comentar sobre este texto, Elena de White añade: “La promesa se hace sobre la condición en que se ofrecen las oracio-nes unidas del pueblo de Dios, y en respuesta a estas oraciones puede esperarse un poder mayor que el que viene en respuesta a la oración privada. El poder conferido será proporcional a la unidad de los miembros y su amor por Dios y de uno por el otro” (The Central Advance, 25 de febrero, 1903). Esta es una declaración maravillosa, llena de ánimo para el pueblo de Dios en nuestros días. Hay un poder especial, inusual, en orar jun-tos. Cuando desechamos nuestras agendas personales, nos uni-mos en oración y derramamos nuestro corazón ante Dios, él responderá más allá de nuestras expectativas.

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La historia del reavivamiento es la rica historia de un pue-blo que ora. Es la historia de la iglesia que busca a Dios en co-munidad. La iglesia se reaviva cuando los miembros establecen bandos de oración y derraman su corazón ante Dios.

¿Por qué no comienza un bando de oración en su casa? ¿Por qué no invita a algunos amigos a unírsele para buscar a Dios y obtener una experiencia espiritual más profunda? ¿Por qué no intercede con algunos amigos cercanos por sus familias, ami-gos y vecinos que quizá no conocen a Jesús o su mensaje para nuestros tiempos?

Un padre o una madre que ora pueden ejercer una tremen-da influencia en la vida de sus hijos. Un cónyuge que ora puede ejercer una maravillosa influencia en su matrimonio. Los miembros de iglesia que oran pueden tener un efecto enorme en sus iglesias. Los grupos de oración marcan una diferencia en la comunidad. Los estudiantes que oran pueden cambiar la atmósfera en su escuela. El legado de los gigantes de la oración como Moisés, José y Daniel demuestra que las personas que oran cambian el curso de la historia.

¿Desea usted plantar las semillas del reavivamiento? Cubra su vida de oración. Cubra su familia con oración. Sature su vecindario con oración. Interceda por su esposa o esposo, sus compañeros de trabajo, sus amigos y sus vecinos. Eleve sus pe-ticiones al Dios que escucha. Busque a Aquel cuyos oídos se inclinan siempre para escuchar los pedidos de sus hijos. Abra su corazón a un Salvador que está más interesado en contestar sus oraciones que usted en formularlas.

Cuando lo haga, habrá descubierto la clave esencial del rea-vivamiento para su vida personal y para la iglesia de Dios del tiempo del fin.

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Mi aplicación personal

“Reavivamiento significa una renovación de la vida espiri-tual, una vivificación de las facultades de la mente y del cora-zón, una resurrección de la muerte espiritual” (Mensajes selec-tos, t. 1, p. 149). El reavivamiento no ocurre simplemente por el hecho de leer acerca de él, sino cuando ponemos en práctica los elementos bíblicos del reavivamiento. La iglesia del Nuevo Testamento mantenía una experiencia vital con Jesús por me-dio de la oración, el estudio de la Biblia y la testificación.

Esta es la primera de una serie de aplicaciones prácticas de los principios espirituales que discutiremos en cada capítulo. Al poner en práctica estos principios en su propia vida, descu-brirá la clave del reavivamiento espiritual personal. Su expe-riencia con Jesús será más profunda y más íntima de lo que alguna vez imaginó.

Cada sección de aplicación se enfocará especialmente en el tema del capítulo que acaba de leer. Abajo encontrará un ejer-cicio devocional para la próxima semana. Puede emplearlo como un bosquejo para su vida de oración.

En el capítulo 1 hemos presentado el modelo de oración ACAS. Al arrodillarse ante Dios:

1. Escoja tres cosas específicas por las cuales alabarlo. Dedique algunos minutos simplemente a adorarlo.

2. Piense sobre algo específico en su vida que no está en armonía con la voluntad de Dios y confiéseselo.

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3. En tercer lugar, escoja tres cosas por las cuales agradecerle:a. Respecto de algún aspecto o condición en su

propia vida.b. Respecto de su familia.c. Respecto de su familia de iglesia.

Presente la mayor necesidad que tiene actualmente ante Dios y reclame la promesa de Filipenses 4:19: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”.

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