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libro para explicar conceptos basicos de matematicas
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La Princesa y la MatemáticaDora Musielak
Copyright © 2015 by Dora E. Musielak
Todos los derechos reservados.
Publicado en los Estados Unidos de América
Octubre 2015
ISBN 0900000000
Dora Musielak
www.amazon.com
A todos los que aman la matemática
Princesa Carlota y Profesor Euler
Hace mucho tiempo en una tierra lejana vivía una princesita pecosa de ojosazules. Su nombre era Carlota. Ella era tímida y se ruborizaba fácilmente, pera eramuy inteligente y su mente engendraba muchas preguntas peculiares.
Un día de primavera cuando ella era pequeña, una espantosa tormenta rugíaalrededor del palacio y en vez de sentir miedo, como su hermana mas grande,Carlota estaba perpleja.
— Mamá, ¿Por qué se rompe el cielo con serpentinas de luz y luego rugecon tal trueno furioso? Leopoldina dice que hay un monstruo en las nubes, ¡peroyo no lo creo!
La reina sonrió y la abrazó con ternura, pero no respondió. Después de latormenta, cuando salió el sol, la niña señaló un resplandor en el cielo.
— ¿Qué es ese arco de colores tan bonito?
Esta vez la madre supo que decir.
— ¡Ese es un arcoíris, mi amor! — Pero la reina no podía explicar qué
producía el arco multicolor de luz como la niña quería saber.
Muchas preguntas como esas salían de su bonita cabeza. Cada cosa nuevaque la princesa descubría era interesante para ella, y preguntaba acerca de todoeso. Su hermosa madre no podía responder a todas sus preguntas, y tampocopodía hacerlo princesa Leopoldina, su hermana mayor, quien estaba másinteresada en sus vestidos de raso y en bailar los valses. En conversacionesprivadas con el rey, la princesita curiosa le hacía muchas preguntasdesconcertantes.
— Papá, ¿Cómo se hace la música? Si yo toco las teclas correctas de mipiano, produzco muy bonita melodía. Pero cuando me equivoco, ¡los estridentessonidos del piano son horribles!
El buen monarca sonreía pero no sabía qué decir.
Cuando Carlota tenía catorce años, un virtuoso matemático llamado Eulerllegó al reino. El profesor Euler tenía muchas ideas acerca del mundo, poseía gransabiduría y era el hombre más educado en el imperio. A pesar de su renombre y subondad, algunos aristócratas se burlaban del profesor Euler porque su rostroparecía desproporcionado. La leve imperfección facial era debida a la pérdida devisión en su ojo derecho, que había causado que su párpado cayera un poco. Paraevitar las palabras hirientes de las personas insensibles, profesor Euler trabajabaaislado en su estudio, derivando nuevos teoremas y solucionando problemasmatemáticos. El erudito escribía libros y artículos para que otros pudieranaprender las matemáticas que él inventaba y las fórmulas que descubría.
Un día de otoño, profesor Euler notó que su ojo izquierdo también le fallaba.Así, temiendo que pronto estaría completamente ciego, el sabio decidió dar paseosdiarios por los jardines del Palacio. Quería ver los colores de las flores, el verde delos árboles, el azul del cielo y la dorada luz del sol. Se dijo a sí mismo, antes de quela oscuridad invada el mundo a mi alrededor, engravaré en mi mente la belleza y lasgloriosas perfecciones de las obras de Dios. En esas excursiones, cuando su visióndisminuía, el oído del maestro se hizo más agudo, y podía oír incluso la tenuerespiración de las flores.
En uno de esos días, sucedió que, al pasar por una ventana del castillo,profesor Euler escuchó a las dos princesas hablando, compartiendo sus sueños ydeseos.
— Yo quiero casarme con el príncipe de Pomerania. Él es valiente, galante yes más guapo que cualquier otro noble que conozco —exclamó Leopoldina, la
princesa mayor.
Sin detenerse, agregó:
— Me gustaría bailar con él en la sala de espejos de su palacio, ataviada conlos vestidos más elegantes diseñados en París.
Leopoldina siguió hablando sin detenerse, claramente enamorada delpríncipe, describiendo la boda de hadas que ella imaginaba y las ropas lujosas queusaría en los bailes de la corte.
Cuando finalmente la hermana mayor dejó de hablar, era el turno de la másjoven princesa de compartir sus deseos, y lo que salió de su boca hizo queMonsieur Euler detuviera su paseo.
— ¡Quiero ser la princesa más educada en todo el Reino! — exclamó Carlotacon aplomo en su voz cristalina.
Hubo un largo silencio después de esta simple pero muy profundadeclaración. Profesor Euler esperó, intrigado por lo que la chica diría después. Sinsaber que alguien estaba interesado en escuchar detalles de su deseo, la princesitamenor continuó.
— Quiero estudiar para aprender la profundidad del océano, y a quédistancia están las estrellas. Me gustaría saber por qué el cielo es azul y no colorverde o púrpura. Sobre todo, mi deseo es aprender matemática y otras cienciasexactas y estudiar las leyes que rigen todo lo que Dios creó.
El sabio sonrió al oír esa declaración. Qué bonita coincidencia. Estos eran losmismos deseos que él y otros eruditos tuvieron cuando tenían la edad de la niña.Mientras caminaba alejándose de la ventana, el profesor Euler tomó una decisión:ofrecería al rey darle lecciones a su hija, la princesita precoz.
Al día siguiente, su padre llamó a Carlota a su amplia biblioteca. Allí ellaencontró al erudito imperial de pie con un manuscrito abierto en sus manos. Lachica estaba desconcertada y curiosa al mismo tiempo, anticipando que estaba apunto de ser presentada al hombre más sabio en el reino. Profesor Euler sonrióamablemente y con reverencia se inclinó a la princesa de cara pecosa.
— Monsieur Euler, le presento a mi hija menor— el rey dijo con orgullo.
Después de hacer la graciosa reverencia, como una princesa debe hacerlo,Carlota miró profundamente a los ojos casi ciegos del profesor y luego miró el
hermoso libro que tenía en sus manos. Grabado en letras de oro, su título eraArithmetica. La chica pronunció la palabra en silencio, preguntándose qué clase desecretos estaban ocultos en tan bonito libro.
El matemático se dirigió a ella con gentiliza.
— Su Alteza ¿recuerda el deseo que usted compartió con su hermana ayerpor la mañana?
La princesa Carlota se ruborizó, pero como estaba acostumbrada a decir loque estaba en su mente, ella respondió inmediatamente.
— Me gustaría aprender. Sí, Monsieur, me gustaría estudiar los librosescritos por la gente más sabia, como el libro que usted sostiene en sus manos.
El rey no estaba sorprendido por el arrebato de su hija. Sabía que la jovenprincesa había nacida con una mente única y necesitaba la dirección de un maestrosabio. Muchas veces antes el padre estaba mortificado al no poder contestar laspreguntas más difíciles de su hija.
— Monsieur Euler ha ofrecido a enseñarte— le dijo el rey. Acariciando ladelicada mano de su hija, el gobernante continuó:
— A partir de mañana, profesor Euler se reunirán aquí contigo una vez porsemana y te enseñará lo que deseas saber sobre ciencias naturales, matemática yfilosofía.
Princesa Carlota estaba emocionada; ella podía sentir su corazón golpeandodentro de su pecho, tan feliz ella estaba con la idea de aprendizaje bajo la tutela deuna sabio. Ella se echó en brazos de su padre y lo besó en ambas mejillas. Sus ojosazules brillaban.
Esa noche, princesa Carlota apenas podía dormir, esperando ansiosamentepara comenzar sus estudios. En la mañana, antes del desayuno, cuando su criadahabía cepillado su cabello rubio y había anudado sus cintas de seda, la jovencitapreparó sus plumas y el papel de lino. Ansiosa estaba de escribir los números, lasfórmulas y otros conocimientos que estaba segura aprendería del erudito.
En la primera lección, el maestro le enseñó acerca de la magia y los patronesde números. Euler introdujo nuevos números además de esos que la princesausaba para contar, números que no eran ni enteros ni racionales fracciones, y otrosmás peculiares que él llamó complejos porque contenían números imaginarios.
Carlota estaba fascinada cuando Euler le presentó el número conocido comoPi, el cual se obtiene cuando dividimos la circunferencia de cualquier círculo porsu diámetro.
— Puesto que no conocemos su valor exacto, escribimos Pi igual a 3.1415...,los tres puntos representan una cadena infinita de dígitos.
Carlota estaba desconcertada. Con sus ojos azules agrandados con asombroella preguntó:
— Son los dígitos las migajas del número entero 3?
Pero antes de tener una respuesta del sabio maestro, la princesainmediatamente añadió:
— Oh no, no pueden ser migajas porque los números pequeños terminarían,y estos dígitos no, como usted dice nunca se terminan. ¡Todos los dígitos estánconectados al 3!
Euler sonrió, encantado al ver la maravilla en los ojos de la niña, y luego leenseñó otros números especiales tan misteriosos como Pi.
En otra lección, profesor Euler le enseñó el concepto de magnitud, dándoleejemplos de objetos de los más pequeños al más grande que se conoce, sinimportar si ella pudiese verlos o no. Carlota se enteró que, para entender ladiferencia entre lo largo de su vestido y la profundidad del océano, o para apreciarla distancia entre la tierra y la luna o la distancia que separaba su castillo de laaldea, tenía que elegir las unidades de medida muy cuidadosamente. Puesto queun día ella gobernaría un reino, la princesa tenía que saber estos conceptos ymucho más.
Y es así cómo la princesa y el matemático empezaron el largo camino paradesarrollar su intelecto.
En las semanas que siguieron, profesor Euler le enseñó a su pupilaconceptos de aritmética y geometría y la introdujo a álgebra en preparación para elanálisis. El profesor casi ciego escribía con tiza blanca sobre una pizarra grande, yla princesa transcribía todas las ecuaciones en su papel de lino.
La visión del profesor empeoraba, por lo que la princesa lo guiabasuavemente por los pasillos del palacio mientras que él explicaba muchos de losconceptos que formaban parte de sus lecciones. De esa manera, Carlota tenía queconfiar en sus palabras para aprender las ciencias que Euler le enseñaba.
Carlota le pidió a profesor Euler a cenar con ella cada sábado, y a veces sepaseaba con él para guiar sus pasos a través de su jardín, apuntando a esto oaquello mientras daba detalles de lo que veía para que el profesor explicara porqué era así. La joven princesa veneraba a profesor Euler por su inmensoconocimiento y lo amaba por su espíritu gentil y amable. Ella esperaba conimpaciencia sus lecciones semanales. Ni la boda lujosa de su hermana podíadistraerla de sus estudios.
Sí, ciertamente, su hermana se casó con el príncipe de Pomerania y la bodareal fue encantadora. Después del banquete de mediodía, cuando el rojizo sol sepuso en el horizonte, la princesa Leopoldina y su marido encantador montaron uncoche tirado por caballos blancos, tal como ella se lo había imaginado.
El sueño de Carlota también se había hecho realidad, ya que ella estabaaprendiendo más de lo que ella pensaba que era posible. Este era el tiempo másfeliz de su vida.
En sólo un año, Carlota había aprendido de Monsieur Euler muchos temasdiversos además de números, de física y astronomía, lógica, teología, y filosofía,que era mucho más que una princesa en ese tiempo jamás lo sabría. Finalmente,ella tenía respuestas a sus preguntas; y entre mas el sabio maestro le enseñaba, máspreguntas se le ocurrían. Cada lección era como un sacramento sagrado que laprincesa tomaba con la misma reverencia que exhibía cuando rezaba en la capilladel palacio.
Un día antes del verano, sin embargo, su mundo perfecto se derrumbóestrepitosamente, rompiendo en pedazos minúsculos como si fuera de vidrio. Alfinal de su lección, profesor Euler le dijo que sería la última, ya que tenía queabandonar su palacio. El estaba preparando para irse a vivir en una tierra lejana, ynunca volvería. Carlota estaba abrumada por la tristeza.
— ¿Por qué? ¿Qué no he sido una buena pupila? — ella preguntabadelicadamente, tratando de contener sus lagrimas.
— Oh si Su Alteza, ¡usted es la mejor estudiante que he tenido! — respondióel sabio con paternal benevolencia.
— Si ahora se va profesor Euler, ¿quién va a enseñarme?
— Por favor, princesa, no se acongoje. Usted ya ha aprendido bastante, perole prometo que continuaré las lecciones escribiéndole cartas, y le explicaré otrosconceptos que usted debe saber.
El erudito extendió su mano y le dio a Carlota un papel de color marfildoblado cuidadosamente y con el sello de cera personal. Dijo él como despedida.
— Mantenga esta nota cerca de su corazón, su Alteza. Y cuando esté lista,léala y haga lo que dice. Recuerde que todas las estrellas juntas son sólo unapequeñísima parte de todo el universo. La distancia que nos separará no es másgrande que un grano de arena en comparación con eso.
Con ese auspicioso adiós, el matemático hizo su reverencia y se dirigió a lapuerta.
Lágrimas se derramaban por la cara bonita de la princesa cuando el cochecruzó los portales y el maestro dejó el palacio. Ella corrió a su recámara, yrompiendo el sello de cera ansiosamente desplegó el papel. Limpiándose suslágrimas, Carlota leyó el mensaje de despedida del profesor Euler.
“Su Alteza, hay una manera mágica que esfuma las penas, como usted yadescubrió. Concentre su mente en un problema matemático y resuélvalo no sólocon números; estúdielo y busque su verdadero significado. Lo que escribo acontinuación es un buen ejemplo de esto.”
Carlota respiró profundamente y continuó leyendo, imaginándose la amablevoz de su amado maestro.
“Empezando con 1, escriba una serie infinita de proporciones en las quecada término sucesivo es un cociente cuyo denominador es solo el denominadoranterior multiplicado por el número siguiente en la secuencia de númerosnaturales. Su Alteza, si calcula la suma de sólo los primeros siete términos de laserie, usted descubrirá un único número irracional que es la base de los logaritmosnaturales. Es una constante que encontrará muchas veces porque tiene un papelmuy importante en la descripción del universo.
Luego, eleve este número extraordinario a la potencia del númeroimaginario i. En esta forma, la potencia representa una función exponencialcompleja, su Alteza, que es igual a menos uno. Si hace el análisis correctamente, yestoy seguro de eso, encontrará una ecuación preciosa, mi regalo para usted.”
La nota de Euler terminó con estas palabras reconfortantes:
“Querida Princesa, cuando se sienta triste o sola, busque significado en estaidentidad matemática. ¡No sólo se relaciona a los números! Busque dentro de sualma, y usted encontrará su verdadero significado en los cielos.”
Carlota sonrió a sabiendas y corrió a su escritorio para resolver el enigmaescrito en ese trozo de papel, un tesoro precioso legado a ella por su maestro.
Para definir la función exponencial compleja, la princesa definió primero labase de los logaritmos naturales como una serie infinita, tal como Euler la instruyó,y añadiendo los primeros términos encontró un valor un poco superior a 2.718, elnúmero que ella llamó e en honor del sabio matemático. Carlota escribió trespuntos después de los decimales para indicar que el valor de e no es exacto. Habíamuchos más términos en su serie, infinitamente muchos de hecho, y ella sabía queañadiendo más términos a su suma finita produciría un valor más exacto de e.
Carlota hizo la expansión de la función como una serie infinita, así comoEuler le había enseñado. Al principio la princesa estaba perpleja, viendo todos lostérminos de la serie multiplicado por potencias de i, la unidad imaginaria..
Carlota se sintió abatida. No entendía cómo esta serie infinita, querepresentaba , era igual a menos uno, así como dijo Euler. Seguramente, esteenigma era muy difícil para una chica ingenua como ella. ¿Por qué el profesorasumió que ella sola podría resolverlo, sin su guía?
De repente, las palabras de Euler resonaron en su mente: Dios, cuando creó elmundo, dispuso el curso de todos los eventos para que cada hombre y cada mujer deberíanestar en cada instante colocados en circunstancias que fueran para ellos más favorables.Feliz el hombre y la mujer que tiene sabiduría para hacer buen uso de ellos. Era unmensaje de esperanza y aliento que disipó las dudas de la jovencita.
Con renovado vigor y entusiasmo, la princesa revisó sus notas de clase yencontró las expansiones de las funciones trigonométricas seno y coseno, yreconoció de inmediato los términos en su propia expansión de la serie
representando . Carlota pronto determinó que Euler era correcto, .
Entonces algo brilló ante sus ojos, cuando la princesa vio otra forma de
expresar la igualdad. Con trazos audaces Carlota escribió:
¿Es esto a lo que profesor Euler se refería? Si era así, la identidad de Eulerera la más hermosa y elegante fórmula matemática que ella nunca jamás habíavisto. ¡La suma de uno más esa especial potencia de imaginarios y númerosirracionales es igual a cero!
Carlota estaba eufórica. Sólo contemplando la impresionante expresión lehizo temblar de placer indescriptible. La princesa sintió como si el profesor Euler,su querido mentor, le había mostrado cómo develar y acariciar el rostro amorosodel Creador.
* * *
Profesor Euler mantuvo su promesa. Al pasar las semanas, una por una suscartas llegaron, llenas de conocimientos sobre el mundo, el universo y el almahumana. Eran cartas que la joven princesa atesoraba y estudiaba diligentemente.Ella dominó las ciencias físicas y los teoremas de la geometría; aprendió sobre lanaturaleza de la luz, la ciencia del sonido, y de leer la sabiduría de Euler en suscartas, Carlota desarrolló su propia filosofía de la vida.
A la edad de diecisiete años, Carlota era conocida como la princesa másculta. Ella gobernó su reino con gracia y amabilidad, y estableció escuelas para queniñas y jóvenes podrían asistir libremente, sin prejuicios, y aprender de losprofesores más eruditos.
Y cuando fue su turno para casarse, Carlota eligió a un matemático jovenmuy inteligente, con quien podría conversar sobre teoremas, sus pruebas, y lasleyes de la física. Ambos vivieron por muchos años muy felices.
* * * * *
La Chica que Amaba a Newton
Desde el alto balcón contiguo a su habitación, Emilia dejó caer una piedrapequeña. Ella contó sus respiraciones, uno, dos, tres, al tiempo que el guijarro caíay con un ruido sordo aterrizó en la terraza del piso de abajo
— ¡Que interesante! La piedrita desciende directamente por un caminoinvisible perpendicular al suelo. ¿Por qué no vuela a la izquierda o hacia laderecha? —Emilia se preguntaba.
Ella tomó otra piedra de la pila en su canasta y la lanzó con mucha fuerzahacia su jardín. La piedra salió volando, y arqueando su trayectoria pronto cayó alsuelo encespado. Uno, dos, tres, cuatro...
—Ah— Emilia inquiría —¿que hace que la piedrilla caiga, no importa enqué dirección o qué tan rápido la tiro? Algo parece atraerla siempre hacia abajo!
La joven observó también que el impacto de la piedra era más grande si lalanzaba desde el balcón más alto que cuando ella la tiraba desde una altura muchomás baja. Puesto que la piedra no había ganado más peso, debe haber ganadovelocidad, concluyó la chica.
— Parece que al caer un objeto termina la última parte de su trayectoria dedescenso en el menor tiempo. — Emilia estaba fascinada con su descubrimiento.
Ese era típico comportamiento de Emilia. Incluso cuando estaba bailando omontando su caballo, ella pensaba en cosas que otros ni notaban. La joven defamilia muy rica tenía tutores que le enseñaban lo que debe saber una joven damade linaje: arte, historia, música y lenguas extranjeras; para los doce años, Emiliadominaba francés, alemán y español, y ella podía leer las obras de los filósofosantiguos en latín y griego. No otra chica de su edad podía hacer eso. Es cierto,Emilia amaba los libros, y cada noche ella leía todo tipo de divertidos cuentos.
Emilia era hermosa y parecía encantadora, pero mucha gente pensaba que lachica era muy arrogante. Aunque no era princesa, ella se comportaba como si lofuera. Sus ojos verdes brillantes hacían juego con la esmeralda en su collar quebrillaba con cada gracioso giro que ella hacia al bailar los valses. Era alta y se vestíaelegantemente; se peinaba su cabello rubio rojizo sujetado con una delicada tiara,porque ella detestaba aparecer desaliñada.
Emilia vivía en una magnífica mansión rodeada de hectáreas de tierra dondeella montaba su caballo casi a diario. Sus padres la adoraban, dándole a su hijaregalos espléndidos y vestidos que eran más bonitos y lujosos que las prendas delas princesas reales. Los domingos, iban en su coche de lujo al jardin du roy. Enaquellos tiempos los aristócratas tenían la costumbre de ir a pasearse en el jardíndel rey, exhibiendo sus sombreros más extravagantes y elegantes trajes de moda.Emilia hacia reverencias y caminaba entre los aristócratas, pretendiendo que erauna princesa, y todos los que la veía creían que ella era. La joven se conducía congracia y señorío.
Meses antes su decimoséptimo cumpleaños, Emilia ordenó a la modista quele hiciera el vestido precioso de raso que ella había diseñado. Tenía una crinolinade tul rosa, y por encima tenía una falda fucsia que parecía ser una rosa con pétalosdelicados. El atuendo tenía que ser perfecto ya que el mismo día, Emilia sepresentaría a la reina en su sala de trono. Este sería el honor más grande para laemocionada debutante ya que su majestad solo recibía en su palacio aquellos quienfuesen recomendados como dignos de estar en su presencia, y esa unarecomendación tendría que ser de alguien que perteneciera a las esferas más altasde la sociedad.
Emilia recibió su citatorio de presentación tres semanas antes, lo que lepermitió amplio tiempo para practicar la reverencia elegante de la corte de la reina.La noche de su presentación, Emilia salió en su coche de caballos acompañada desu dama de honor. Recorriendo las calles rumbo al palacio la chica se veía radiante
y orgullosa, agitando su mano fina a los espectadores, pretendiendo que era unaauténtica princesa. Su vestido de presentación tenía una cola larga de terciopelo,midiendo más de tres yardas de largo desde los hombros. Con desenvolturacultivada, Emilia entró al palacio imperial, llevando la cola de su elegante vestidosobre su brazo izquierdo y se hizo paso entre los asistentes imperiales. Alta y regiaella dejó que la cola de su vestimenta descendiera sobre su espalda y se presentógallardamente ante un caballero que abrió las puertas doradas a la sala del trono.
Una voz solemne anunció su nombre y Emilia tomó un paso hacia adelante,e hizo una graciosa reverencia ante la reina, tan baja que casi se arrodillaba, y almismo tiempo, besó la mano real que se extendía hacia a ella, debajo de la cual ellacolocó su mano derecha sin guante. Emilia sonrió e hizo reverencia a las princesassentadas cerca de la reina y se retiró, plenamente consciente del impacto que supresentación hizo en la reina y su corte.
Poco después, la joven debutante fue invitada a otros eventos incluso al baileanual del rey. Paseándose por el enorme salón del palacio imperial, Emilia secomportaba como una aristócrata, y sus ojos esmeraldas y bonito rostro atraían laatención de todos los presentes. Era coqueta y tan frívola como las damasaristócratas. Cada noble deseaba bailar un vals con la linda Emilia. Sus padresestaban muy contentos, seguros que pronto ella se casaría con un gran ilustre señory se convertiría, al menos, en una marquesa.
Después de su debut en la corte imperial, Emilia se olvidó de sus estudios yencontró excusas para evitar sus lecciones. La chica hizo amistades con jóvenesaristócratas presumidos que no tenían intereses serios y solo les gustaba bailar,charlar de cosas sin consecuencia y perder su tiempo en juegos triviales.
Con el paso del tiempo, la joven se hizo aún más desconsiderada, egoísta,dominada por su vanidad. Solo le interesaba su apariencia, y gastaba la riqueza desus padres comprando más caros atuendos y joyas, queriendo impresionar a susnuevas amistades. Matilde, su femme de chambre, temblaba cuando Emilia le exigíaque le hiciera un nuevo peinado ya que sabía que era difícil complacer a la señoritacaprichosa.
Acompañada por su chaperona, Emilia viajaba en su coche para encontrarsecon sus nuevos amigos en la ciudad. Vistiéndose a la última moda, la joven asistíaa las mascaradas del palacio, iba en excursiones al campo, visitaba el teatro, yatendía petits soupers con gente inútil, vacua.
Una noche frígida, cuando la chica se apresuraba de regreso a casa despuésde una fiesta, una rueda de su coche se rompió en el medio de un camino
desolado. Después de ver los inútiles intentos del cochero para reparar el daño,Emilia y su chaperona se bajaron. Estaban aún lejos de su mansión y la nocheestaba bastante oscura y fría para estar varados. Pero no era en su naturaleza seruna víctima de bandidos, ¿qué podría hacer? Mirando a su alrededor Emiliadescubrió una luz en la distancia. Sin un segundo pensamiento, aseguró subufanda de pieles sobre su cuello, levantó su vestido de seda sobre sus botines detacón y corrió a toda prisa hacia el faro en la distancia. Su criada y su conductortrotaron detrás de ella.
Pronto Emilia se encontró frente a una humilde casa de campo con laventana iluminada que la había guiado. A través del cristal vio a un jovenescribiendo en su escritorio con libros y pilas de papeles esparcidos por todoslados. La tinta goteaba de su pluma, manchando el manuscrito que él jovencomponía pero él seguía escribiendo febrilmente. La llama de su vela bailaba,creando chispas de luz a su alrededor, disipando las sombras en su frente alta.
Con su mano enjoyada Emilia dio tres golpecitos en el vidrio de la ventana,perturbando la concentración del caballero. Después de unos momentos, él fue a lapuerta y encontró a la chica elegantemente ataviada mirándolo con ojos verdes, tanbrillante como las esmeraldas; parecía ser una princesa extraviada. Emilia sabíaque los hombres la consideraban irresistible. Pero no este, éste joven parecíaexasperado por la intrusión. Usualmente ella trataba a una persona de clase bajacon una especie de cortesía altiva, muy despreciativa. Ahora la chica tuvo quehacer un esfuerzo para aparecer más modesta porque ella necesitaba su ayuda.Además, este joven señor parecía tan inteligente, a diferencia de los amigos queella frecuentaba. Emilia pudo discernir algo único y especial en los ojos de estecaballero. En ese momento no lo sabía, pero ella estaba de pie ante el señorNewton, un matemático brillante a punto de proclamar nuevas leyes de la física.
El joven con rizos rubios largos y una mirada penetrante los invitó a entrar.Después de que Emilia explicó su situación, él la guió hacia la estufa ardiendo, ybruscamente le ofreció una taza de té. Emilia le ordenó a su chofer que fuera acaballo a buscar un coche nuevo. El criado hizo la reverencia a su ama y se fue atraer ayuda.
Y es así cómo Emilia y su doncella terminaron por pasar la noche en casa deMonsieur Newton. En aquel momento sus vidas se habían cruzado en una maneramuy encantadora, aunque ni uno de ellos lo habría anticipado. Para Emilia, eseencuentro la introduciría a un nuevo tipo de amistad y la conduciría a undescubrimiento intelectual significativo.
Emilia estaba acostumbrada a que los caballeros cayeran a sus pies vencidos
por su belleza y ellos tratarían de cortejarla con sonetos y palabras bonitas. PeroNewton no parecía impresionado por su apariencia exquisita ni intentó entablarconversación ingeniosa con ella. Al contrario, el joven estaba concentrado en suspropios pensamientos; parado silenciosamente él contemplaba su manuscrito en elescritorio. Emilia entendió que Newton quería volver a su trabajo. Sin esperar porla invitación, Emilia tomó una silla frente a su escritorio y le instó a que continuarasu trabajo.
Newton se sentó y reanudó su escritura.
— No parece tener más de veinte y siete años—, pensó Emilia, observando elrostro de Newton, su nariz prominente y el leve ceño entre las cejas. Sin embargo,Emilia era muy curiosa y comenzó a inclinarse ligeramente para poder mirar en sumanuscrito mientras que él escribía. A pesar de su prisa, la escritura del joven eraclara y lúcida. Después de anotar breves enunciados en latín, añadió números yecuaciones que ella no pudo discernir. Newton tomaba la pluma en su manoderecha y dibujaba figuras que parecían garabatos de niño; un dibujo en particularle llamó la atención.
Después de unos minutos de incómodo silencio, Monsieur Newton colocósu pluma en el escritorio y la miró directamente, visiblemente molesto. Los dedosmanchados de tinta se entrelazaron bajo su barbilla. Era muy claro, Newton noestaba contento al tener una huésped que llegó sin invitación; su presenciainterrumpía su trabajo.
Emilia, por otro lado, estaba acostumbrada a ser el centro de atención.Además, ella era curiosa y audaz.
— ¿Es usted un filósofo, Monsieur?
— No soy sólo un filósofo. Yo soy un filósofo de la naturaleza,Mademoiselle, un científico. A diferencia de otros, yo uso las ciencias exactas paraexplicar el universo. ¡Esta es la única manera de entenderlo! — él dijo con fuerzaen su voz.
—¿Qué quiere decir, Monsieur?
— Muchos filósofos conciben teorías basadas en creencias tontas y lasdiscuten sin tener bases científicas. Yo prefiero usar matemáticas y experimentospara probar o refutar mis teorías. De esta manera, puedo establecer los hechos queme ayuden a descubrir las leyes de la naturaleza para que sean irrefutables, ya queestán basados en las ciencias exactas.
Emilia había observado sus ecuaciones y la última figura que él bosquejó lerecordaba a algo bastante familiar. El dibujo mostraba una línea que se arqueaba apartir de un punto imaginario en el espacio.
Ella le preguntó, por supuesto:
— Monsieur, ¿qué está escribiendo? Por favor explíqueme el últimobosquejo que dibujó allí. ¿Esa curva representa el movimiento de un objeto?
Newton pareció un poco sorprendido por esa inteligente observación y lerespondió rápidamente.
— ¡De hecho si es así! Yo estoy dibujando la trayectoria parabólica de unproyectil, porque estoy estudiando las causas del movimiento.
Emilia compartió con él sus propios experimentos cuando tiraba piedrasdesde su balcón y luego le preguntó:
— ¿Por qué todos los objetos que arrojamos siempre caen al suelo?
— ¡Gravedad! Ah, señorita, usted me recuerda a Galileo y sus experimentos— dijo Newton con un brillo en sus ojos. Todos los cuerpos caen debido a la fuerzade la gravedad.
Después de una pausa reflexiva, el joven erudito remarcó enfáticamente,
— Si usted desea comprender cualquier fenómeno en la naturaleza, debeexpresar lo que observe con una ecuación. Esta es la única manera de determinar elmovimiento de cualquier objeto en el universo y saber exactamente cómo y por quésucede.
Newton añadió:
— Como dijo Galileo, la naturaleza es un libro escrito en el lenguaje dematemáticas. Si no podemos entender ese idioma, estamos condenados adeambular como si fuésemos por un laberinto oscuro.
Mirando directamente a sus ojos de color esmeralda, Newton le preguntócon tono burlón, como si la desafiara:
— ¿Sabe usted matemáticas, señorita?
— No, Monsieur Newton, pero es mi deseo aprender. ¿Usted me ensenaría?
— Mademoiselle, el aprender ciencias matemáticas no es tan sencillo.Requiere tiempo y mucho esfuerzo para comprender muchos conceptos que senecesitan para realizar el análisis. Matemática es una ciencia rigurosa que requieretoda una vida de estudio.
— Lo entiendo. Pero usted debe saber, señor Newton, que soy inteligente yaprendo rápidamente. ¡El saber al menos un poco de matemáticas me haría muyfeliz!
Newton claramente se divertía al escuchar esa petición y su apasionadadeclaración. Tal vez quería evaluar la seriedad del interés de la chica, osimplemente quiso poner a prueba su destreza intelectual.
— Muy bien. Empecemos con algunas ideas básicas. Imagínese que rodamosuna bola, a partir de un punto que llamaremos el origen del movimiento, y ledamos su coordenada cero. Después la bola se detiene, llegando a otro punto concoordenada 1. ¿Cómo determinamos la velocidad de la bola al moverse desde 0 a1?
Emilia conjeturaba e inmediatamente respondió:
— La velocidad es la distancia recorrida por la bola dividida por el tiempoque tomó para moverse esa distancia.
— Correcto. Eso nos dará la velocidad media. Sin embargo, deseamos saberla velocidad instantánea, la velocidad en cualquier momento a lo largo de sutrayectoria. Esto requiere que hagamos el intervalo de tiempo más corto y máscorto hasta que se convierte en un instante infinitesimal.
— Pero—, Emilia interrumpió —en ese corto tiempo la bola también habríaviajado una distancia muy corta.
— Es cierto. Y la bola estará en algún punto de su trayectoria, que asumimoses entre 0 y 1.
Entonces Newton le hizo una pregunta bastante peculiar:
— ¿Qué número hay después de cero?
Emilia no sabía, pero sentía que tenía que dar una respuesta. Con una vozvacilante, casi imperceptible, ella sugirió:
— ¿0.01?
Newton colocó la pluma en el escritorio y sonrió maliciosamente.
— Pero señorita, ¡hay un número infinito de dígitos entre 0 y 1! Yo podríaañadir más ceros después del punto decimal y obtendría otro número mucho máspequeño, ¿correcto? Llamemos dx la pequeña distancia entre el origen y el puntosiguiente en la trayectoria de la bola, ya que no sabemos cuál es el siguientenúmero después de cero.
— Ay, sí, y llamemos dt el instante de tiempo, entonces la velocidadinstantánea es el cociente de dx y dt! — Emilia remarcó emocionada.
— Muy bien. Ahora podemos decir que la velocidad es la razón de cambiode posición con respecto al tiempo. No importa cuán pequeño el tiempo o ladistancia.
Ése fue el comienzo de una lección sobre el cálculo que ella necesitaría parasus discusiones más adelante. Después de enseñarle unos conceptosfundamentales, Newton estaba convencido de la madurez intelectual de Emilia ysu deseo sincero de aprender matemáticas. Ahora los dos jóvenes charlaban comosi se conocieran por mucho tiempo.
Al amanecer, mientras saboreaban una taza de té caliente que les habíapreparado su doncella, Emilia y Newton continuaron su diálogo animado.
— Monsieur Newton, me encantaría obtener una ecuación para calcular quétan rápido un objeto cae al suelo cada vez que lo arrojo.
Emilia tomó una pluma en su bonita mano y dijo:
— Quiero derivar una ecuación para determinar la velocidad de un objetoen cualquier instante de tiempo mientras está cayendo. Me gustaría saber qué tanrápido el objeto cae. ¿Cae a una razón constante o aumenta su velocidad mientrascae? ¿Una piedra más pesada caería más rápido que una ligera?
Ella estaba tan emocionada y habría continuado su discusión científica, peroel galope de caballos y el sonido chirriante de las ruedas de un cocheinterrumpieron su conversación. El padre de Emilia había llegado con una escoltade tres de sus lacayos más fuertes y su lacayo personal, temiendo a que su preciosahija estuviese en peligro en la casa de un plebeyo desconocido. Estaba dispuesto apagar un rescate por ella!
En lugar de encontrar a su hija en peligro, el padre encontró a Emiliaclaramente transformada. Rizos de pelo caían sobre su frente, sus mejillas estaban
sonrojadas, y sus dedos estaban manchados con tinta de escritura. Su tiara seencontraba descuidadamente sobre en una pila de papeles. Emilia estabaresplendente, no con la coqueta sonrisa de ayer, al contrario su cara hermosa teníael resplandor del conocimiento genuino.
Sin embargo, su padre estaba profundamente atribulado, viendo su hija tana gusto charlando con un plebeyo en su modesta casa. Además, era socialmenteincorrecto para una joven soltera de su linaje estar a solas con un soltero. Sin másdilación el padre le ordenó:
— ¡Emilia! Aborda el coche inmediatamente!
Ella se despidió de Newton, quien parecía inmutado por el padre de la chica,un barón condescendiente. Entendiendo las leyes de la etiqueta de sus amos, lasirvienta corrió para recoger la tiara y la bufanda de pieles y luego ayudó a Emiliaa subirse al coche y salieron rápidamente. Mientras viajaban hacia su mansión, laseñorita reclinaba su cabeza sobre una almohadilla y, cerrando sus ojos, recordabalas horas anteriores. ¡Emilia estaba enamorada! Oh sí, ella había encontrado elamor con Monsieur Newton ¡y las leyes de la física!
Pronto se aplacaría su enamoramiento. Durante el desayuno, el padre deEmilia le dio una severa regañada, recordándole su estatus en la sociedad. Él leprohibió que visitara al joven. Emilia protestó, tratando de explicar que MonsieurNewton era un erudito muy brillante. El padre no quiso saber más y la sorprendióanunciando que ya había prometido su mano en matrimonio a un apoderadomarqués. Visitar a un soltero que no era su prometido rompería las reglas deldecoro, aunque estuviera acompañada de su chaperona. Emilia estaba furiosa perono podía argumentar, ya que sabía que era su deber obedecer la orden de su padrey los principios de la alta sociedad.
La noche siguiente, Emilia no podía dormir. Recordaba las explicaciones deNewton acerca de movimiento usando la analogía de un caballo tirando de uncoche para que ella pudiera entender los conceptos de impulso y la fuerza. En sumente, ella experimentó con diferentes objetos para ayudarle a determinar laposición, velocidad y masa y para cuantificar las fuerzas implicadas en sumovimiento.
Emilia comenzó una transformación completa. Estaba deseosa de aprenderlas matemáticas que nadie sabía excepto Monsieur Newton. Ella ordenó más libros,investigando los temas que ellos habían discutido. Por supuesto, ella quería seguiraprendiendo de él. La joven estaba determinada a encontrar la manera de salirfurtivamente para visitar a Newton.
Para complacer a sus padres, Emilia se reunió con su prometido, el marquésde Chantilly. Era un hombre lindo pero muy aburrido, sin interés en las cienciasexactas, y él no podía entender las conversaciones inteligentes de Emilia. Fueron afiestas y de paseos en el jardín del rey. Ella pretendía disfrutar de la compañía delmarqués, mientras que al mismo tiempo repasaba en su cabeza sus lecciones dematemáticas. En su habitación con vistas a su jardín, la joven tramaba su escapadapara ver a Newton otra vez.
Un día, Emilia pidió permiso para visitar a una tía. Su padre se habíaolvidado del erudito que su hija había conocido y no se imaginaba que el interésrepentino de Emilia en su tía era sólo un pretexto.
La mañana siguiente, Emilia salió muy temprano acompañada de suchaperona. Llegó a casa de Newton justo después del desayuno y lo encontrótrabajando en sus manuscritos. El joven erudito no se sorprendió al ver a Emilia,porque a pesar de su estatus en la sociedad y su aspecto elegante, ahora estabaconvencido de que la señorita era sincera en su deseo de aprender las cienciasexactas que él estudiaba. Después de indicarle que tomara la silla frente a suescritorio, Newton inició su charla científica.
— Mademoiselle, la semana pasada usted expresó su deseo de derivar unafórmula matemática para determinar qué tan rápido un objeto cae al suelo cuandose lanza de una altura dada. ¿Es cierto?
— Oh si, Monsieur Newton, no he dejado de pensar en ello. Por favorayúdeme a hacerlo.
— Muy bien. Comencemos con su primer experimento. Cuando deja caer lapiedra desde su balcón alto, se puede describir su estado de movimiento encualquier momento durante la caída con sólo dos cosas: su posición y su velocidad.Yo llamo a estas dos cantidades las ‘variables’ porque cambian con el tiempo.Puesto que estas dos variables son funciones de tiempo, puede representarlosmatemáticamente como h(t) y v(t).
Emilia tomó un momento para anotar eso. El erudito parecía complacido alestar conversando con tal inteligente señorita, quien tenía tantas ganas de escribirecuaciones, al igual que él.
Newton dijo pensativo:
— Existe una fuerza de gravedad sobre todos los cuerpos, que esproporcional a la cantidad de materia que contienen. Supongamos que la piedra es
muy pesada y que ignoramos los efectos del aire alrededor de la piedra; en otraspalabras, asumimos que sólo la fuerza gravitacional actúa sobre la piedra. Cerca dela superficie terrestre, ésta fuerza es igual al producto de la masa de la piedra y lafuerza de la gravedad.
Newton también había tomado su pluma para escribir detalles adicionales ydeclaró:
— Obtenemos estas relaciones: la razón de cambio de posición igual a lavelocidad, y la razón de cambio del momento igual a la fuerza gravitacional.¿Entiende?
— Si, pero no se qué significa momento, Emilia admitió.
Él sonrió.
— El momento de un cuerpo es el producto de su masa y velocidad. Por lotanto podemos escribir las declaraciones anteriores en forma matemática. Digamosque la masa m, la fuerza de la gravedad g y la razón de cambio con respecto altiempo se representa con d/dt, un cambio que consideramos ser infinitamentepequeño. Mientras decía, “la razón de cambio de altura h y la razón de cambio delmomento mv,” Newton escribió:
dh/dt = v
d(mv)/dt = – mg
— Pero, ¿por qué puso un signo negativo en la segunda ecuación? —Emiliaestaba un poco confundida.
— Ah, ¡excelente pregunta! lo puse porque la gravedad actúa hacia abajo,
mientras que medimos altura hacia arriba, desde el suelo.
Ella entendió y agregó:
— Monsieur Newton, deberíamos cancelar la masa en esta ecuación porquela cantidad de materia en la piedra es constante y no varía con el tiempo cuandocae, ¿verdad?
— ¡Sí! Ahora podemos determinar las funciones h y v en cualquier instantede tiempo durante la caída de la piedra. Para esto necesitamos especificar losvalores iniciales de estas cantidades en el momento cuando suelte la piedra de sumano.
Él escribió algunas expresiones y luego limpió la punta de la pluma, aúngoteando tinta negra.
— Recordemos que la fuerza de gravedad actúa sobre todos los cuerpos. Através de esta fuerza, cuerpos inicialmente inmóviles caen libremente hacia abajo, yel movimiento descendente es una aceleración continua. Y podemos suponer quela aceleración de la gravedad en la tierra es aproximadamente igual a treinta y dospies por segundo, un valor constante fácil de recordar.
Emilia no pudo esperar hasta que él terminara su explicación y leinterrumpió,
— Y dos segundos después de que la suelto, la piedra alcanzará unavelocidad de 64 pies por segundo al descender, ¿verdad?
Ella estaba orgullosa de sí misma, sabiendo que estaba correcta. Sin esperara que Newton lo digiera, Emilia continuó.
—Yo puedo usar la sencilla fórmula: v = gt para determinar la velocidad decualquier objeto que cae después de cierto tiempo.
Su corazón palpitaba fuertemente, sin darse cuenta de que su hombro tocabael de él al apresurarse a escribir la fórmula. Emilia nunca había sido tan feliz comoen ese momento. Si Newton estaba impresionado con su rápida comprensión de lafísica, él no lo mostraba. Después de una pausa, Emilia dejó su pluma en elescritorio y dijo pensativa:
— La fuerza de la gravedad debe disminuir con la altitud, ¿cierto? Dígame,señor Newton, que sucede si yo pudiese lanzar una piedra con todas mis fuerzasdesde la cima de la montaña más alta, ¿volaría por el aire y alcanzaría las nubes?
Newton sonrió.
— Consideremos una bala de cañón. —Se puso de pie, extendiendo suslargos brazos hacia un lugar desconocido en la distancia.
— Imagínese, por favor, que estamos en la cima de una montaña muy alta ydisparamos una bala de cañón en dirección paralela a la superficie de la tierra.Dependiendo de su velocidad, la bola pesada caería al suelo a cierta distancia dedonde estábamos, o iría alrededor de la tierra.
Los ojos de Emilia se agrandaron en asombro. Newton continuó:
— Y si la fuerza de la bala de cañón es aún más fuerte, impartiendo la mayorvelocidad a la bola, ¡volaría hacia el espacio exterior!
Él agregó:
— También debe tener en cuenta que cuando la bola de hierro se dispara acualquier velocidad, el cañón será empujado hacia atrás. La fuerza que empuja labola hacia fuera es igual a la fuerza empujando el cañón hacia atrás.
—¡ Sí! — Emilia hizo un gesto con sus delicadas manos para simular elmovimiento de acción y reacción.
— Esto es debido a una ley de movimiento que usted me enseñó.
— ¡ Exactamente! — Él sonrió con aprobación.
— Por supuesto, el efecto sobre el cañón debe ser menor porque tiene unamasa mucho más grande.
— Oh, lo sé. — Ella no pudo evitarlo y lo interrumpió:
— La fuerza de gravedad sobre un cuerpo dado es proporcional a su masa.
Newton estaba satisfecho con sus comentarios y siguió la explicación de suexperimento.
— La razón de cambio del momento de la piedra es igual a las fuerzas enella debido a la gravedad, la resistencia del aire, el viento y otras fuerzas que laafectaran en su camino hacia abajo. Y puesto que no cambia la masa de la piedra,podemos decir que la razón de cambio de la velocidad multiplicada por la masa esigual a las fuerzas que actúan sobre la piedra.
Emilia estaba disfrutando bastante su visita. A media tarde tuvo que irse.Sin embargo ella estaba muy feliz. Ahora Emilia tenía un nuevo objetivo en la vida.Quería escribir libros y traducir otros para que la gente que no sabía leer en latín ono sabía un idioma extranjero pudiera entender estos nuevos conceptos, así comoella podía.
Fue en uno de esos interludios prohibidos antes de la puesta del sol queEmilia le preguntó a Newton sobre el manuscrito que mantenía encerrado en uncajón del escritorio. Él vaciló.
Siguió un largo silencio. Y entonces Newton puso su pluma en el escritorio,abrió el cajón y le mostró un manuscrito en papel lino con esta declaración:“Mutationem motus proportionalem esse vi motrici impressae, et fieri secundum lineamrectam qua vis illa imprimitur.”
Emily podía leer fácilmente en latín y rápidamente tradujo mentalmente lasintrigantes palabras: la alteración del movimiento es siempre proporcional a la fuerzamotriz impresa y se hace en la dirección de la línea recta en la que la fuerza está impresa.Perpleja, miró a Newton porque ella no podía comprender el significado de ladeclaración; él respondió a su pregunta muda.
— Esta es una ley fundamental del movimiento, él dijo deliberadamente,que aplica a todos los cuerpos.
— ¿Quiere decir que el cambio de movimiento de un cuerpo es proporcionala la fuerza aplicada sobre el cuerpo? ¿Está diciendo que el cambio de movimientose hace en la misma dirección de la línea recta en la que la fuerza se aplica?
Newton explicó que la aceleración de un cuerpo depende de dos variables:la fuerza neta actuando sobre el cuerpo, y su masa.
— He descubierto que la aceleración de un cuerpo depende directamente dela fuerza neta actuando sobre el cuerpo e inversamente en su masa. Si se aumentala fuerza que actúa sobre un cuerpo, la aceleración del cuerpo también aumenta.
— Monsieur, ya establecimos que la fuerza de gravedad sobre un cuerpodado es proporcional a su masa. Esto me sugiere que existe una fuerza degravedad entre dos cuerpos, cada uno atrae al otro, dependiendo de sus masas y ladistancia que los separa. Por ejemplo, si la tierra atrae a la luna, entonces la lunatambién debe atraer la tierra, ¿no piensa así?
La próxima vez que se encontraron, Emilia trajo consigo no sólo su pluma y
cuadernos, pero un regalo para Newton. Él estaba encantado, por supuesto, peroNewton no perdió tiempo en cumplidos y comenzó su diálogo científico.
Newton y Emilia platicaron sobre el movimiento de los cuerpos celestes,revisando el modelo copernicano del universo, un tema de interés para ambos. Susojos brillaban y agitaba sus manos graciosamente, añadiendo énfasis a susdeclaraciones audaces. Cuando observaron el cielo naranja rojo teñido con el azuloscuro que marcaba el comienzo de la noche, vieron una luna llena cerca delhorizonte.
— ¿Sabe usted lo que mantiene la luna sostenida en el espacio? ¿Sabe porqué no se cae? Él señaló hacia la luna brillante. — Antes de que ella pudieseresponder, él dijo enfáticamente:
— ¡Usted debe saber eso también!
Después de respirar profundamente, Newton continuó su discurso con unavoz más tranquila.
— La luna se mueve alrededor de la tierra, siguiendo una ley natural quegobierna también el movimiento de la tierra alrededor del sol.
Él explicó que los planetas están sometidos a una fuerza atractiva del sol quees en proporción inversa cuadrada de la distancia que los separa. La curiosidad dela joven se despertó. Emilia se había preguntado muchas veces qué hace que laluna se mueva, qué fuerza invisible la mantiene orbitando alrededor de la tierra.
— Los planetas— dijo él pensativamente—, se retienen en sus órbitas por sugravitación hacia el sol. Los excéntricos se convierten elípticas, por lo tantoconsistente con el hallazgo de Kepler.
El tiempo marchaba y su amistad creció más afectuosa. Emilia encontrómaneras para visitar a Newton en secreto. Ella había aprendido mucho delbrillante erudito, y su pasión por las ciencias intensificaba. Newton compartió susdescubrimientos con Emilia.
— La aceleración o cambio de velocidad con tiempo de un objeto que esproducido por una fuerza neta aplicada se relaciona directamente con la magnitudde la fuerza, la misma dirección que la fuerza e inversamente proporcional a lamasa del objeto.
— Esta ley — Newton dijo con entusiasmo —, demuestra que si usted ejercela misma fuerza a dos objetos de masas diferentes, obtendrá diferentes
aceleraciones, es decir, diferentes cambios en el movimiento. El efecto o laaceleración en el objeto de menor masa será mayor o más evidente.
Emilia entendía que los efecto de la fuerza necesaria para lanzar una piedra,por ejemplo, es mucho mas diferente que la misma fuerza actuando sobre la luna.Ella dedujo que la diferencia en el efecto o la aceleración es enteramente debido ala diferencia de sus masas, y también porque la piedra se mueve en una trayectoriarecta mientras que la luna se mueve en una órbita circular.
En ese momento el reloj en el estudio de Newton dio ocho campanadas.Emilia se dio cuenta que era muy tarde.
— Debo irme o mi padre empezará a preocuparse por mi ausencia.Monsieur, no regresaré hasta que yo derive una ecuación para describir la ley quelos cielos han declarado para que todas las estrellas, cometas y planetas sumuevan.
Y lo hizo. Emilia trabajó día y noche investigando lo que se conoce sobremovimiento y fuerzas, incluyendo lo que Newton llamó la fuerza universal de lagravedad. Ella produjo una ecuación que representaba el movimiento de doscuerpos, ya sea en la tierra o en el cielo. Entonces ella consideró sistemas de trescuerpos, y luego otros más.
Emilia dibujó bocetos para representar los cuerpos celestes moviéndosealrededor de otros, como los planetas en movimiento alrededor de estrellas y lunasen movimiento alrededor de planetas. En una noche cálida después de queconcluyó su análisis, Emilia fue a su balcón, admirando la puesta de sol y la lunabrillante sobre el horizonte. Ahora la joven no pensaba cosas tontas sobre el orbede plata con las peculiares manchas; en cambio, ella sonrió sabiendo cómo se movíala luna y por qué parece estar suspendida en el cielo sin caerse.
Con su nueva ecuación, Emilia podría calcular la fuerza de atracción entre latierra y la luna y la luna y el sol. Hizo el cálculo para determinar qué tan rápido laluna se mueve alrededor de la tierra y de la tierra alrededor del sol. Emily saboreóese conocimiento y estaba tan emocionada que quería compartirlo con su amigoNewton.
Ella corrió a los establos y rápidamente ensilló su caballo, dejando al mozode cuadra perplejo, inseguro qué le diría a su amo cuando el padre descubriera quela joven había salido tan abruptamente. Después de galopar un rato, la yegua deEmilia tuvo problemas para subir la colina empinada que tenían que cruzar parallegar a la casa de Newton. De repente, una piedra aguda causó que el animal
saltara por el dolor, perdiendo su zancada. A pesar de todo su esfuerzo, Emilia nofue capaz de frenar el caballo agitado. Resoplando ruidosamente, el animalasustado saltó y perdió la angosta franja que separaba el camino del precipicio. Enun instante, caballo y jinete se desplomaron cientos de pies hasta el fondo delprecipicio.
Emilia no sufrió. Los agricultores que la encontraron no estaban seguros siella era una princesa o un ángel que había caído del cielo. Su inmóvil cuerpodescansaba tranquilamente sobre la hierba húmeda, con su pelo largo extendidocomo un halo oro rojizo, y muchas hojas de papel prolijamente escritas searremolinaban a su alrededor. Tenía en su mano un pedazo de papel en que ellahabía escrito una frase: Effectum naturalium ejusdem generis eœdem sunt causœ. Estaseruditas palabras servían como posdata a una ecuación que era tan hermosa comoEmilia y así tan elegante.
* * *
Sus padres descubrieron los manuscritos de Emilia, repletos de ecuacionesque describían su propias observaciones científicas y comentarios sobredescubrimientos de Newton. Después de su entierro los padres buscaron aNewton para preguntarle qué era tan importante en esa declaración que habíacausado que su hija perdiera su vida. Él respondió con una triste voz casiimperceptible: Emilia dejó su testamento para la ciencia: por tanto a los mismosefectos naturales debemos asignar las mismas causas. Y el joven científico regresó a sutrabajo matemático.
Emilia, la joven más erudita de su tiempo, fue conocida como la chica queamó a Newton, pero no vivió para decírselo. Sé que Emilia nunca pensó en casarsecon Newton, pero ella lo amaba de todas maneras. Ella lo había adorado con lamisma devoción intelectual que tenía para sus matemáticas y sus leyes delmovimiento.
* * * * * * *
Da’Lau, La Princesa del Cosmos
Hace mucho tiempo en la antigüedad, cuando el reino maya disfrutaba desu poder sobre castillos de piedra y altas pirámides coronadas con observatorioselevados a los cielos, allí vivía a una princesa dotada de un intelecto sin igual. Sunombre era Da’Lau, que significa “una que busca conocimiento y sabiduría.”Asombrados, los súbditos del imperio susurraban el nombre de la princesa porqueella era inteligente, y poseía una mente brillante llena de curiosidad insaciable.
Da’Lau nació bajo el hechizo de las Pléyades, un grupo de centelleantesestrellas también conocido por su gente como Tz’ab. Meciéndose en su cuna lapequeña miraba fijamente el cielo, fascinada por la belleza gloriosa de los astros.En la quietud nocturna, la bebé se pasaba horas cautivada por los puntos de luzque brillaban en contra de la bóveda celeste oscura. Desde entonces la princesadesarrolló una afinidad muy especial con el cielo.
Una noche de verano cuando tenía seis años, Da’Lau descubrió unan bolitasencendidas cruzando fugazmente el firmamento, y que se esfumaban en uninstante tan corto como su suspiro. Les preguntó a sus maestros qué eran esasestrellitas que caían, pero nadie podía responderle. Así que la princesita imaginabaque eran las chispas de los fuegos cósmicos.
— ¿Por qué la luna cuelga en el espacio y no se cae? — ella inquiría.
Mesmerizada también veía que la Luna se movía en el firmamento y notabacomo cambiaba cada noche, de un disco que despejaba las tinieblas con su luzplateada, hasta convertirse en una exquisita medialuna. La niña se preguntaba porqué en ciertas noches la Luna desaparecía completamente de vista y unas nochesdespués reaparecía tenuemente, un aro delgadito y curvo que luego crecía y sellenaba, convirtiéndose en un disco luminoso, y el ciclo empezaba nuevamente.
— ¿Por qué la Luna parece más grande cuando está cerca del horizonte—Da’Lau se preguntaba—que cuando está más arriba en el cielo?
Nadie lo sabía. Así que se prometió a si misma que un día ella aprenderíamás para explicar el ciclo y el tamaño del astro platinado, y quizás tambiénresolvería el misterio de las manchas oscuras que veía en la Luna incluso duranteel día.
K’uk’, un ave encantador con plumaje colorido y larga cola, acostumbraba aescuchar pacientemente las preguntas de la princesa. Era el mágico quetzal quien,cuando era pequeña, llevaba a Da’Lau por los aires, pasando por las nubesesponjadas, para que ella viera todo aquello que pudiese ser visto de nuestroplaneta tan bello. Volando muy alto en las alas del pájaro, Da’Lau descubrió laTierra como es, un mundo de maravillas naturales, océanos azul turquesa, junglasverdes y montañas muy altas que se alzan del suelo como centinelas callados. Enesos vuelos de su niñez, la princesa aprendió que el mundo era grande conbosques pluviales y praderas hermosas que se extendían en la distancia como unaalfombra entretejida con hierbas. Entre esos prodigios naturales, ella distinguíaaldeas y ciudades grandiosas repletas de gente que, desde arriba, se veían tandiminutivas como las hormiguitas en su huerto.
En esas excursiones excitantes de su niñez con su amigo el quetzal, Da’Laudescubrió pirámides altísimas que se hacían paso entre las selvas tropicales, y máslejos distinguió estructuras raras en medio de desiertos áridos. A veces K’uk’levantaba a la princesa sobre volcanes majestuosos coronados con nieve; laarrullaba sobre caudalosas cascadas y gorjeantes riachuelos escondidos entre losárboles; el pájaro mágico la mecía en el aire sobre pasturas verduscas y praderasrociadas de flores coloridas. Desde entonces la princesa aprendió a valorar y amara la Tierra, con el amor que un niño siente por su madre.
Algunas noches, cuando no podía dormir, K’uk’ llevaba a la niña más allá delas tierras que ella conocía. Encantada viendo el mundo en tinieblas, Da’Laudescubría partes del firmamento centellando con tormentas de luz y fuegosforestales. El resplandor de las auroras hacía que el cielo polar tomara matices ytintes de etéreos colores. Segura en las alas de su compañero y guía, la princesita
flotaba entre frondas gigantes de luz, mirando cómo el amanecer transformaba elocéano en un paisaje cobrizo con olas doradas adornadas con encajes de espuma. Yal volar más alto, Da’Lau vio el cielo lleno de tonos y matices de todos los coloresdel arcoiris. Esos viajes nocturnos en las alas del quetzal ampliaron los sentidos dela princesa a las maravillas de la naturaleza.
Su padre, un rey maya muy ambicioso, gozaba de su poderío sobre elevadaspirámides, bellos palacios y templos, aldeas y ciudades y todo lo que se encontrabaen la vasta región que era su propiedad, incluida la gente. Así que el rey estabaansioso en casar a la princesa a fin de que él pudiese extender su dominio. Élaseguraba que la joven Da’Lau fuese educada en las artes tradicionales, protegidade la realidad fuera de los muros de sus palacios. A pesar de la insistencia de supadre, la princesa no estaba lista para el matrimonio.
Da’Lau se pasaba todos los días en la biblioteca del templo, leyendo loslibros escritos por los sabios de la antigüedad, pues ella había nacido con unanhelo profundo por saber. Poseyendo un espíritu audaz, la mente de la jovenvolaba más allá de los límites del mundo. Quería saber cómo medir distanciasintergalácticas y calcular los movimientos de las estrellas y sus planetas. Da’Laudeseaba descubrir las leyes que gobiernan el Universo, imaginando otros mundosmás allá del sol maya. Nunca antes había existido una princesa tan estudiosa ni tanávida por el conocimiento del cosmos.
Con el paso del tiempo, la joven aprendía con gran pasión las leyes de laNaturaleza. Da’Lau permanecía horas pensando, preguntándose qué habría másallá de los confines de la Tierra, de la Luna, y del mismo Sol. Ella deseaba saberque fuerza hace que las estrellas se muevan y quería comprender el origen delcosmos. Hoy en día, tales jovencitas talentosas caminan por los pasillos de lasescuelas del mundo; pero en aquellos tiempos chicas como Da’Lau eran raras y lagente la veía con alarmante curiosidad. Sin embargo, no todos apreciaban su menteinquisitiva, especialmente los sacerdotes del templo quienes veían con desdén lasobservaciones del cielo que la princesa hacía.
Los mayas creían que el Sol, la Luna, y otros astros eran dioses o seresdivinos, y la gente los adoraba con ritos especiales. Ellos suponían que los diosesguiaban los cuerpos celestiales por el cielo, siguiendo su jornada a través delmundo de los muertos, acosados por demonios dioses quienes querían interrumpirsu progreso en el camino por el cielo.
Por esa razón, y para asegurar el sobrevivir continuo del mundo, los mayasconducían ritos sagrados, se mutilaban el cuerpo, y creían en el sacrificio humano,pensando que esos actos ayudarían a los seres sobrenaturales buenos que
habitaban el reino celestial. Para los mayas, morir por sus dioses era un privilegio,ya que los sacerdotes les aseguraban que tal sacrificio les daría inmortalidad.
Pero Da’Lau no podía imaginárselo así. La princesa especulaba que si existíaHunab Ku, el dios supremo y creador de los mayas, ¿cómo era posible que diosesmenos importantes pudiesen desequilibrar el curso de la vida en la Tierra yaniquilar el cosmos infinito? Ella creía que solo había un dios inmortal yomnipotente, el dios de dioses, el único dios que creó y gobernaba el mundo. Poreso—por sus creencias y por buscar una verdad que nadie sabía—muchos en lacorte ridiculizaban a Da’Lau y rechazaban sus aseveraciones.
Para los consejeros de la corte y los sacerdotes del templo, Da’Lau ya no erauna niña curiosa sino una joven rebelde que cuestionaba las creencias de su gente.Los sumos sacerdotes la despreciaban y finalmente le prohibieron que participaraen sus ceremonias, solo porque les enfadaba cuando la joven preguntaba por laverdad que ellos no sabían. Los súbitos y siervos del reino la rehuían. Así quedistanciada, la princesa buscaba refugio en sus libros. Solo su amigo leal, el quetzalencantado, continuaba firmemente a su lado y la escuchaba.
Una mañana de primavera después de sus estudios, la princesa se sentó ensu jardín para meditar acerca de lo que acababa de aprender. Ella considerabadónde termina el mundo, pensaba en la naturaleza del tiempo y se preguntaba quées el tiempo, y si el tiempo es eterno. Observando el cielo nocturno a ella le parecíaque el movimiento de los astros y los planetas estaba interrelacionadoprofundamente con el tiempo. Pero no estaba segura.
Entonces, como era su costumbre, la doncella real le preguntó a K’uk’, suamigo el pájaro.
—¿Dónde está el fin del cielo?
Esta vez el quetzal resplandeciente le respondió que ella tenía que volarmuy, muy lejos para encontrarlo. Da’Lau sabía que el cielo es vasto, ilimitado yfantástico, un paraíso eterno donde el espacio y el tiempo pierden el significadoconocido.
—¿Cómo voy a tan recóndito lugar?— Intrigada ella preguntó.
Inclinando su cabeza encrestada para mirar a la princesa fijamente, el ave lerespondió.
—Ya que tanto deseas ir a ese lugar místico que no está al alcance de loshumanos, tendrás la habilidad de volar tan lejos como desees, navegando por el
mundo de las verdades eternas.
Y en un instante un par de alas blancas envolvieron el cuerpo menudo de ladoncella. Da’Lau estaba encantada.
—¡Gracias, mi pequeño amigo emplumado! Con estas alas volaré hasta el findel mundo, iré hasta los confines del Universo para encontrar sabiduría, aprenderla verdad y encontrar el paraíso que deseo.
La princesa estaba jubilosa y extendió sus alas hechas de pelusa suave quebrillaba con la iridiscencia de perlas.
Esa noche, bajo la luna pálida creciente, la princesa ascendió los peldañosdel templo más alto. Con cada paso su corazón retumbaba, golpeando en contra desu pecho virginal. El ascenso tan largo le dio más valentía. Al llegar a la alta cimade la pirámide, la princesa se postró ante el altar de ceremonias, allí donde el fuegoeterno arde con flamas destellantes elevando su plegaria al cielo.
Bañada en luz celestial, la princesa se despojó de su penacho doradoadornado con plumas color de esmeralda y gemas preciosas de muchos colores. Sequitó sus collares reales y sus pulseras incrustadas con jade y lapislázuli y depositótodo en la urna de sacrificios. Su único adorno ahora era su largo cabello negro quecaía sobre su espalda aleada como una cascada de obsidiana vidriosa.
Después de orar, Da’Lau alzó su cabeza hacia el cielo, desplegó sus alasopalinas y voló en busca de algo que solo podía encontrar entre las estrellas. Suexploración mística empezaba, su búsqueda de las causas del cosmos y losprincipios del conocimiento y de la sabiduría.
Da’Lau ascendió lentamente, desafiando la gravedad, flotando sin esfuerzoa través del aire. Dejó abajo su hogar regio y los templos sagrados iluminados conantorchas. Volando muy alto, la princesa vio el contorno de los continentesrodeados de los océanos azules serenos. Moviéndose en espiral por un caminoinmaterial alrededor de la Tierra, Da’Lau voló hasta que encontró los límites de laatmósfera terrestre, más allá de donde ni el ave mágica podría volar. La princesacontempló por primera vez la Tierra entera, rotando debajo de ella, una esfera azulceleste abrazada por una capa tenue de gases protectores.
Ribeteada, mirando el planeta desde esa altitud, Da’Lau vio cada amanecery cada ocaso del mundo, ¡cada uno! La Tierra parecía como una joya cerúleamoteada con nubes blancas arremolinadas, una esfera preciosa girando en elespacio negro. Da’Lau estaba consciente profundamente de la belleza maravillosa
de los paisajes terrestres, recordando las vistas impresionantes que ella habíaadmirado cuando era niña.
— ¡Ese es Kab’, mi hogar! — Exclamó ella antes de alzarse más alto por elcielo oscuro con sus alas relucientes bajo la luz de la Luna.
* * *
A esa distancia todo era quietud, y la princesa sintió una dolorosa sensaciónde soledad. Todo a su alrededor estaba en tinieblas, la negrura era tan intensa quecasi podía tocarla. Después de unos momentos, ella venció sus temores y continúosu viaje, pensando que incluso el infinito cielo debería tener un fin, pero no podíaimaginarlo.
Da’Lau se movía rápidamente a través de una órbita abierta y pronto escapóel campo gravitacional de su planeta natal.
En su trayectoria de escape, Da’Lau primero encontró la Luna y descubrióque era otro mundo pero no como el nuestro; la esfera de roca se veía deshabitada,girando en el espacio y moviéndose alrededor de la Tierra. Estupefacta, escudriñóla Luna cerneándose sobre ella, observando sus valles empolvados y sus cráteresgigantes. La princesa descubrió que ese mundo carecía de aire y entendió por quéno había signos de vida. Contemplando los terrenos altos y los mares lisos depolvo azabache, al fin la princesa supo qué eran las manchas oscuras en la Luna ysonrió al descubrir su secreto.
Dejando atrás la Luna, la tenebrosidad del espacio era agobiante. Su corazónaleteaba como una mariposa delicada cuando volvió la cabeza y vio atrás queinfinitamente minúscula era la Tierra, y que vulnerable parecía, un punto azul casiimperceptible entre la negrura del espacio. Y con esa su última mirada, Da’Lau sedespidió de su planeta amado.
La princesa intrépida se fue en busca de Venus, el punto de luz más brillanteen la bóveda celeste conocido como la estrella grande y que era muy venerada porlos mayas; la chica bien sabía que no era estrella sino un planeta de tamaño como
la Tierra que gira alrededor del Sol. Al volar sobre Venus, la princesa loescudriñaba tratando de penetrar con su mirada las nubes extrañas que loenvolvían. Venus—ella descubrió—era un mundo incandescente con vaporesácidos y una atmósfera que sería asfixiante para los seres humanos. Intrigada sepreguntó por qué el lucero de la mañana, que es tan hermoso visto desde la Tierra,era realmente tan hostil ya de cerca.
La princesa siguió por el espacio cálido y se detuvo primero sobre el planetamás cercano al Sol que se veía añoso con su superficie salpicada con miles decráteres y era abrazado por nubes de plasma. Flotando sobre Mercurio, Da’Laualcanzó a ver el Sol en todo su esplendor. Desde lejos ella miró la bola luminosa deplasma, gigantesca comparada con los planetas, girando con explosiones frenéticasen su atmósfera que llameaba con remolinos violentos de fuego. Ráfagasincandescentes de viento solar se extendían muy lejos entre el espacio de losplanetas distantes.
—Oh estrella madre de la Tierra, que bella y poderosa eres, y aunque sé queme quieres y me das sustento, no me dejas acercarte para darte un beso.
Cambiando ruta, la princesa continúo su vuelo entre el espacio que separalos planetas, con la brisa solar soplando suavemente bajo sus alas.
—Viajaré un poco más —Da’Lau se dijo a sí misma, intrigada por el misteriodel espacio interplanetario.
Fue primero por un planeta rocoso y marrón, que tenía montañas muy altasy su superficie carmesí estaba cubierta con cráteres, desiertos polvorientos ycañones colosales. El suelo se veía surcado con cañadas y rastros de antiguos ríosya secos. Al igual que la Tierra, el planeta tenía casquetes polares con llanuras dehielo, y también poseía curiosas nubes en su atmósfera. El terreno desértico y fríoparecía dormir bajo el cielo encarnado. Algo en ese lugar parecía familiar perosabía bien que nunca antes lo había visto.
Por su color, la princesa concluyó que ese desolado planeta era el punto deluz rojiza que su maestro le había enseñado a rastrear en el cielo cuando se hacíavisible en la mañana después de un período de invisibilidad. Su tutor también laensenó a predecir la posición del planeta teniendo en cuenta el movimiento devaivén que tenía con respecto a las estrellas. Da’Lau sonrió complacida al recordarsus lecciones escolares cuando era niña.
Dejando el planeta rojo, la princesa encontró en su camino cometas titilantescon sus cabezas de granizo y sus colas largas ondulantes que brillaban en contra de
la luz del Sol.
En la quietud del cielo profundo tan obscuro, la princesa pasó por planetasgigantes muy fríos que poseían muchas lunas danzando a su alrededor entreanillos de polvo rocoso coloreado muy bonitos. El planeta más grande tenía unanube rojiza gigantesca, como una concha enorme hecha de gases que searremolinaban en una cadencia rítmica. ¡Qué vista tan impresionante!
Envuelta en la obscuridad glacial implacable del mar cósmico Da’Lautiritaba. Y cuando creyó que ese era el fin de todo, de repente se encontró con unobjeto congelado muy extraño, tan pequeño que no lo podría considerar unplaneta, y sin embargo estaba atado invisiblemente al Sol como los otros. Parecíaestar perdido en las afueras del sistema solar, pero el pequeño planetoide teníacompañía, varias lunitas se movían a su alrededor, como si estuviesen cuidándole.
Pronto la princesa maya llegó a la frontera con las estrellas. Finalmenteestaba ante el umbral que tienen que cruzar todos esos que desean entrar en eldominio de la verdad y la sabiduría. Da’Lau se convirtió en un rayo de luzglorioso, radiante, como la luz que ha viajado por el cosmos desde el principio deltiempo. En un instante el pasado y el futuro se intercambiaron, el espacio y eltiempo se convirtieron en uno.
En la distancia, miles y miles de luces centelleaban. Da’Lau estabadeslumbrada al encontrarse con un caleidoscopio de resplendentes astros, másbrillantes y coloridos que las gemas en su penacho emplumado. Unas estrellasestaban envueltas en auras doradas y carmesí, y otras parecían exhalar gasesazules y verdosos como el color turquesa del mar.
Continuando su viaje interestelar la princesa pasó cerca de PróximaCentauro, el astro más cercano al Sol pero que Da’Lau nunca había visto, ya que laroja estrella enana es pálida y no es perceptible desde la Tierra. Maravillada ante labelleza enfrente de ella, la princesa se animaba a penetrar otras partes de nuestragalaxia, la Vía Láctea llamada Wakah Chan por los mayas.
Volando por el vacío inmenso entre las luces del cielo, la tranquilidad de lanoche eterna le parecía sosegadora. Pero no podía acercarse mucho a las estrellasya que corrientes turbulentas gigantescas envolvían todo a su alrededor. Da’Laupresenció los despliegues violentos de estrellas moribundas, lanzando gases comoserpentinas multicolores radiando más calientes que el fuego. Por su ruta encontróa una enana blanca, una estrella que ya había agotado su combustible y estabaenvuelta en un capullo brillante de gases color rojo violeta. La estrella terminaba suvida impetuosamente, despojándose de sus capas de gases exteriores.
Más lejos la princesa divisó residuos de astros que ya habían muerto. Llorólágrimas dolorosas al ver el cementerio astral, recordando su propio Sol que un díatambién moriría y su gente perecería con él. Pero le consolaba saber que un día elSol de la Tierra se extinguiría envolviéndose en escombros estelares antes deapagar su luz para siempre pero eso no sucedería hasta que pasaran más de cincomil millones de años.
Da’Lau continuó su viaje por el inmenso Universo, descubriendo maravillasque los mortales no han visto. Su cuerpo era un tenue destello de luz mientras losluceros surgían con resplandores centellantes, guiándola a través de las veredascelestiales conocidas sólo por aquellos que buscan sabiduría. Los ojos de laprincesa brillaban, reflejando el resplandor de los astros cuya inmaculada luz haviajado las inmensas distancias del cosmos para iluminar el camino de cadahombre y cada mujer que ha existido. En su travesía entre las estrellasdeslumbrantes, el viento sublime tarareaba una canción de cuna muy tierna, unacanción tan pura y encantadora, una serenata a los cielos. Da’Lau se movíaprotegida por el polvo brillante de los luceros en ese paraíso.
La princesa viajaba a la velocidad de la luz a través de túneles que acortabanlas distancias interestelares, y aún así su viaje era muy largo. Pero su deseo deaprender y descubrir la mantuvo lejos de caer en los escondrijos lóbregos entre lamateria estelar reluciente y la materia oscura. En el vacío cósmico, el espaciotiempo era realmente multidimensional.
Al continuar su recorrido tan largo, como a cinco mil quinientos añosluz, laprincesa encontró a la Nebulosa Omega, una cuna estelar esculpida con soplos deradiación y formas ondulantes de gas frío denso que brillaba intensamente,iluminado por las estrellas recién nacidas. Aureolas de colores brillantes seremolinaban y envolvían las estrellas más crecidas. ¡Era una visión mágicainolvidable!
En su infinita jornada, Da’Lau atravesó otros sistemas solares repletos conplanetas esponjados y extrañas lunas, tan diferentes a los nuestros. Había planetasvaporoso con interminables mares y diminutos orbes rocosos, polvorientos y gris.Ella vio impresionantes mundos de belleza inquietante.
—¿Serán esos planetas como nuestra Tierra? — La princesa se preguntaba.
—¿Hay vida en esos mundos semejante a la nuestra?—Desde esa región enel espacio ella no podía verificarlo.
Desconcertada, ella vio sistemas dobles de la estrella y planetas gigantes
alrededor de esos soles, y le pareció interesante un tambaleante planeta girandoviolentamente sobre su eje de giro. Completamente asombrada, ella descubriótambién hermosos planetas masivos que residen en sistemas múltiples de estrellas.¡Qué vista tan peculiar! Ella nunca podría haber imaginado la existencia de unplaneta con que tuviese varias madres estrellas.
Siguió su cósmica travesía, encantada al ver nubes de polvo arremolinadas yencendidas con la luz de estrellas a punto de nacer. La princesa estaba ante lasMontañas de la Creación en una región de la galaxia como a siete mil años luz de laTierra. Da’Lau lloraba en éxtasis, ya que nunca había visto tal esplendor. Y alseguir su curso a través del cosmos tan vasto, sus lágrimas se esparcían por lasbrisas celestiales formando más astros brillantes para guiar su jornada.
Da’Lau atravesaba el espacio profundo utilizando deformaciones delespaciotiempo, agujeros de gusano, energía oscura, e invisibles caminosinterestelares curvos cerrados para seguir su destino. La princesa había encontradouna manera de interactuar con el espaciotiempo para atravesar el infinito cosmos.
Dejando atrás la Vía Láctea, Da’Lau cruzó nebulosas, cúmulos coloridos degases interestelares de belleza sublime. Desde esa posición, Da’Lau le echó unvistazo fugaz a su galaxia hogar, majestuosa y esplendorosa con millones deestrellas en el centro y senderos espirales de gases y polvo hoscos donde nuevasestrellas se formaban, radiando en contra de la materia oscura. Era una vista tanhermosa que la exaltada princesa lloraba y sonreía.
—Solo iré un poco más lejos—se dijo a sí misma, curiosa al descubrir quemuchas más agrupaciones de millones de estrellas existían en todas direcciones.
Al aproximarse a Andrómeda, la galaxia arremolinada gigante magnifica lasaludó de frente, moviéndose en un curso de colisión con Wakah Chan. PeroDa’Lau no se detuvo. Continuó su búsqueda espiritual y siguió su recorrido por lanegrura de la inmensidad, viendo galaxias irregulares emitiendo luz cegadora ycúmulos de luces que parecían como enjambres de luciérnagas. Unas estrellasesparcidas brillaban como diamantes aunque parecían estar muy frías. Da’Laucontempló estrellas naciendo en ciclones de gas y polvo, y otras muriendo conexplosiones espectaculares que iluminaban la tenebrosidad del cosmos.
Lejos en la distancia la princesa vio una escena muy escalofriante. No estabasuficientemente próxima para a estar en peligro. Pero acercas para ser testigo ypoder ver un gigantesco planeta rojizo cayendo repentinamente en un abismonegro, una región del espacio demasiado oscuro para percibir su verdaderaprofundidad. Todo lo que Da'Lau podía hacer era ver, impotente, horrorizada y a
la vez encantada, presenciando el evento que se desarrollaba más allá de sualcance. El planeta marrón rápidamente desapareció de la vista, tragado por elnegro espacio profundo.
En los brazos arqueados de una galaxia lejana, Da’Lau divisó una nubeespectacular, esculpida por la acción de vientos cósmicos y radiaciónincandescente de astros monstruosos que habitaban lo que parecía ser un infierno.Una estrella que parecía a punto de estallar estaba rodeada por dos lóbulosondulantes, mientras una ráfaga de viento estelar parecía extenderse como unhuracán. El espacio temblaba a su alrededor, ondas de energía parecían contraer yexpandir el hueco infinito. En ese instante el caos y el orden se entrelazabanmisteriosamente.
Hechizada por los relámpagos gigantes, y las explosiones cósmicasproviniendo de los objetos refulgentes llamados quásares, Da’Lau fue testigo deuna galaxia saqueando otro grupo de estrellas, como un ladrón en la noche; seimpresionó viendo galaxias fugándose unas de las otras, aceleradas por una fuerzamisteriosa que nadie entiende pero que causa que el Universo se expanda. En lasregiones más distantes del espacio, la princesa se estremeció al presenciar unaexplosión titánica—un estallido fúlgido de energía que parecía tener su origen enuna galaxia muy lejana. El vacío del espacio había aislado el rugido de la explosióncósmica. Solo duró unos momentos, pero la luminiscencia permanecía, iluminandoel viaje trascendental de la princesa.
Y cuando la princesa maya fue más adentro de la brillante nébula, volandohacia el magnífico corazón del cosmos, la brisa celestial murmuraba suavemente:“Kuxan Suum, Kuxan Suum!”
Al llegar al centro del universo, inmediatamente Da’Lau sintió los enérgicosvientos de un agujero negro supermasivo que soplaba un torrente de energía haciaafuera en todas direcciones, y repentinamente ella sintió una oleada detranquilidad, un sosiego hermosísimo y deleitable fluyendo por todo su cuerpovirginal.
Los misterios del cosmos se revelaban ante sus ojos. Viajando tan lejos hacialos límites del cosmos, Da’Lau tuvo una visión del paraíso cuando su alma brincó aotra dimensión. Fue transportada a una región etérea de luz y allí encontró la carade un ser divino, el Dios de todo. Da’Lau contempló el Creador Inmortal en labelleza exquisita del Universo.
* * * * *
Mientras tanto en el palacio, al amanecer, los guardias imperiales sonaronlos cuernos de concha cuando el alarmado rey descubrió que su hija amada noestaba en sus aposentos. En la urna sagrada los vigías encontraron su quemadopenacho entre las cenizas, y vieron como la vestimenta y joyas de la princesaardían lentamente en el hollín negro. Entre los restos que quedaban el padreencontró los tesoros de su niñez, las semillas de corales sagradas y las gemaspequeñísimas que la infanta llevaba en un saquito de cuero atado a su cintura.
Afligido con preocupación, el monarca ordenó que cada súbdito en el reinomaya, jóvenes y ancianos, buscaran a Da’Lau. La gente se movilizó y cada uno deellos escudriñaron todos los rincones del palacio, los jardines, y las cámaras de lostemplos sagrados, pero nadie la pudo encontrar.
El rey estaba desolado. Lloró lágrimas amargas, ya que sabía que él eraculpable por la desaparición de la princesa. Él no supo cómo protegerla delrechazo de su propia gente; él, como todos, no había comprendido ni valorado elser único que ella era. Durante su infancia, el soberano maya había descartado eldeseo de su hija de aprender para descubrir verdades que trascienden la vidamisma. Más tarde, enojado por sus indagaciones escolares, el padre la habíaencerrado en el palacio. Él había considerado a Da’Lau como si fuese una joyapreciosa que canjearía para expandir su monarquía. Pero ahora el señor searrepentía y empezó a ver a su hija como era, un ser humano que nació para buscarconocimiento. Pero en ese momento, el padre no podía imaginarse el verdaderodestino de Da’Lau.
Abrumado con melancolía y pena el rey meditaba. Después de una vigiliadesesperada, ordenó a sus guardias imperiales que proclamaran una fuerterecompensa para aquel que encontrara a la princesa. El monarca ofreció mil piezasde oro y un cofre lleno de jade, obsidiana, turquesas y otras joyas exquisitas devalor inconmensurable a quien trajera a Da’Lau a su hogar.
Príncipes y nobles caballeros vinieron de otros reinos y de tierras lejanaspara buscar a la princesa. Para ellos la recompensa era tentadora y más porquesabían que la doncella podría ser ofrecida como su esposa. Ignorando su
inteligencia, los príncipes que la habían visto anteriormente se habían encantadocon el cabello negro de Da’Lau, que tenía el lustre de obsidiana. Sus ojos oscuroshabían penetrado sus almas con esa mirada profunda de ella que no podíanolvidar. Pero ni uno de ellos sabía en realidad dónde estaba. Después de pesquisasinfructuosas todos se rindieron, la consideraron perdida, y abandonaron labúsqueda.
Al mismo tiempo, el rey había acudido al sabio del reino, el astrónomo quepasaba día y noche en la cámara más alta de la pirámide mayor, observando yanotando los movimientos complejos de los cuerpos celestes. Yaxk’in, era sunombre, le había enseñado a la pequeña princesa las constelaciones en el cielo.Habiendo sido su maestro él sabía de la añoranza y el pensamiento profundo de lapupila real, ya que las leyendas no eran suficientes para saciar su sed porconocimiento.
El astrónomo había comprendido que desde la primera hora que abrió susojos a los encantos del cielo azul por encima de ella, la princesa desarrolló unaafinidad íntima con el universo. Al verla crecer, Yaxk’in se había cautivado por lamente fina y el intelecto de la joven, comparable al suyo y al de los grandesfilósofos y los estudiosos de la sabiduría antigua. Le enseñó matemáticas para queella pudiese combinarlas con sus observaciones del cielo y pudiese entender elmovimiento de los astros.
El padre acongojado había acorrido a él rogándole.
—Gran observador del cielo, ¿puedes encontrar a mi hija amada? ¡Los dioseshan de habérsela llevado a las entrañas de las tinieblas!
Pero el astrónomo lo dudaba.
—Los dioses no se llevaron a la princesa, ¡los mortales lo hicieron!—Yaxk’inexclamó sin contener su ira.
Y aún sin el ruego del monarca, el maestro estaba determinado a encontrar asu pupila.
Esa tarde, después que todas las búsquedas habían resultado infructuosas yel rey se había resignado a la pérdida de su hija, el astrónomo maya dejó suobservatorio y se sentó bajo la ceiba, allí en el mismo lugar debajo del árbolfavorito de la princesa donde ella acostumbraba a leer.
— ¿Dónde se la llevaron?—se decía el buen astrónomo a sí mismo— ¡Iría alfin del mundo para rescatarla si ella estuviese allí!
En una rama cercana se encontraba K’uk’, el mismo quetzal que conversabacon la princesa cada mañana. Después de escuchar por un rato el pájaro mágicosintió lástima y le dijo.
— Nuestra princesa amada ha volado muy lejos. ¡La encontrarás entre lasestrellas!
— ¿Cómo voy a encontrarla en el cosmos tan inmenso?— Yaxk’in replicó, yaque comprendía la imposibilidad de tal misión.
Pero el ave resplandeciente había desaparecido, dejando al perplejoastrónomo con sus lamentos. Contempló la idea de una jornada cósmica, que noparecía viable y era definitivamente imposible, pero su deseo por encontrar a laprincesa y su creencia en un poder más allá de la comprensión humana le diosustento.
Al caer el Sol bajo el horizonte y cuando las primeras lucecitas aparecieronen el firmamento, Yaxk’in regresó al observatorio para buscar guía de Hunab Ku,el dios creador supremo. Después de meditar, el astrónomo proclamó, elevandosus ojos al cielo:
“Si pudiese viajar muy rápido
A la velocidad de la luz,
Mi cuerpo no sería,
Pero mi alma
Y lo que siento
Volaría a ella
Y nunca la dejaría.”
Al pronunciar las últimas palabras, Yaxk’in notó una bola de fuegoabriéndose paso por el cielo oscuro con un esplendor que eclipsaba a todas lasestrellas. Con su cola larga y curva de luz difusa el objeto brillante parecíaprecipitarse hacia el horizonte, reflejándose en el agua del mar tranquilo. Era uncometa como ninguno que él había observado antes y se preguntó si era un signode los dioses. Observó el cometa en el firmamento hasta que su cuerpo sedesplomó cansado y soñoliento.
Temprano la siguiente mañana, mucho antes de que la primera luz del albaapareciera en el horizonte, el astrónomo maya abrió sus ojos después de unensueño agitado y descubrió que tenía alas, largas y emplumadas que lepermitirían volar como un pájaro de fuego. Sin perder un momento, Yaxk’in seelevó al cielo en busca de Da’Lau.
Y así como la princesa, el sabio pasó sobre la Luna y voló lejos del Solpulsante, porque sus llamas solares abrasadoras daban latigazos con energíatorrencial. Avanzó muy lejos, pasando en su ruta por los planetas gigantes pero nose detuvo, ya que el quetzal mágico le había dicho que la princesa iba rumbo a lasestrellas y había volado muy lejos dejando atrás muchos soles.
Al dejar el reino de los planetas que circulan alrededor de nuestro Sol, y alencontrarse en la oscuridad del espacio profundo, Yaxk’in vio que el cielo estaballeno de millones de otros soles, cada uno envuelto en vientos celestiales conreflejos chispeantes de belleza exquisita. Reconoció estrellas azules grandes yestrellas rojas más pequeñas esparcidas en todas direcciones. Destellos de coloresdeslumbrantes iluminaban el vacío.
El sabio astrónomo descubrió muchas reliquias estelares en la Vía Láctea,nebulosas planetarias de estructura caótica con enanas blancas en el centro y velosde polvo formando mechas oscuras que salían de los globos incandescentes. Enotras regiones vio rojos nubarrones como rubís, otros azules de color como zafiros,
y otra nébulas de muchos colores adornada con orillas cobrizas. Las nubesextraterrestres se movían rápidamente, impulsadas por una extraña energía muypoderosa. Las aureolas de colores ardientes le cegaban con su esplendor.
El panorama ante sus ojos era magnífico, pero su corazón estabaatemorizado. Yaxk’in le había relatado a la princesa las historias antiguas delorigen del cosmos, y cuando era pequeña la había entretenido con leyendas dedioses que residían entre los brillantes astros. Pero la realidad enfrente de él no eracomo se creía ni como él se la había imaginado. El astrónomo estaba pasmado aldescubrir cientos de galaxias que poblaban el cielo, moviéndose apartándose unade otra a grande velocidades. Y aunque trataba, no podía distinguir el fin del cielo.Estupefacto, Yaxk’in descubrió en un instante que ¡infinito era realmente en cadadirección!
Cuando su valor disminuía, un rayo de luz muy lejano le llamó con un pulsoperiódico, como si fuese un faro en el océano cósmico prometiéndole refugio. Laluz extraordinaria le radiaba directamente a su corazón. Con esperanza renovada,Yaxk’in continuó su viaje de búsqueda, arrullado por el murmullo galáctico.
Y como Da’Lau, el astrónomo pasó muchas galaxias, cada una con millonesy millones de estrellas. Y como ella, él descubrió que los astros nacen y luegomueren, así como los humanos. Reconoció planetas moviéndose alrededor deestrellas rojas y se aturdió al ver supernovas, esas explosiones coloridas queocurren cuando los astros masivos agotan su combustible, se desploman y fallecen.Hipnotizado, Yaxk’in vio geiser de colores escupiendo gases de los corazones deestrellas activas. Vórtices desenfrenados de gas y poderosas corrientes de materiainvisible lo sacudían.
Yaxk’in cruzó otras nebulosas espectaculares que parecían divididas enpartes por líneas obscurecidas y filamentos largos hechos de gases luminosos.Entre el polvo natal de las nubes incandescentes él presenció el nacimiento deestrellas. Yaxk’in sonrió tiernamente al ver una estrellita recién nacida envuelta ensu capullo de gases escarlata. En otras regiones del espacio, unos astros parecíanestar esparcidos al azar como si fuesen joyas desechadas en el abismo cósmico queexiste entre las galaxias.
Después de viajar a velocidades más alta que la luz a través de atajos ytúneles de acceso directo que lo llevaron muy lejos, Yaxk’in descubrió una bandade luces refulgentes, como una vía divina salpicada con diamantes destellantes. Elastrónomo se preguntaba qué era, y el viento celestial le murmuró al oído: “Es uncamino que conduce al centro del Universo, ¡síguelo!”
Estaba azorado, ya que no sabía si este sendero sinuoso en el cielo loconduciría a la princesa.
Pero la belleza gloriosa de las estrellas le recordaban sus ojos inteligentes, yél sabía en su corazón que Da’Lau debería haber deambulado por esa avenidaetérea tan hermosa, enlosada con millones de estrellas de muchos colores. Yaxk’inpercibió en la distancia cósmica enfrente de ese pasaje el glorioso esplendor de laluz eterna que le llamaba.
* * *
Nunca se supo si el astrónomo encontró a la princesa. Pero si ambos viajaronpor el mismo sendero incorpóreo y se encontraron finalmente en el centro delcosmos, sería imposible que ellos regresaran a su reino. Ya que, como sabrás, en elcentro del universo hay un agujero negro infinitamente grande y masivo. Si unocruza su límite interior, lo que se conoce ahora como el horizonte de sucesos, unose quedaría atrapado allí y le sería imposible escapar, ¡aún viajando a la velocidadde la luz!
Desde esa noche, cuando la princesa se convirtió en una de las estrellas, elcamino en el cielo que conduce al centro del universo se hizo conocido en elmundo maya como Kuxan Suum.
Y ahora ya sabes la historia de la princesa Da’Lau, quien vivirá para siemprecomo polvo estelar y como luz cósmica atravesando nuestro universo infinito ...
* * * * * * *
Reina Dido y sus Círculos Dorados
La historia que voy a contarles sucedió hace un largo tiempo, cuando unachica gobernaba un imperio que ella misma construyó con su conocimiento deprincipios matemáticos.
Su nombre era Dido. Era la hija de un rey benevolente, amado por sussúbditos en una ciudad a la orilla oriental del mar Mediterráneo. Extendiéndose enhectáreas de terreno pedregoso, el majestuoso palacio estaba sobre un acantiladocon vistas al mar. La casa real había sido diseñada con espléndidos salones detronos, amplias salas y habitaciones amuebladas con divanes suntuosos y pisos demosaico cubiertos con alfombras y almohadas de seda. La casa real estabaconstruida con pasillos y corredores que conducían a jardines abiertos al cielo azul.Una gran terraza conectaba con una escalera natural construida por las rocassalientes que Dido tomaba para ir a la playa, la cual era su patio de juegos.
En ese paraíso, la princesa creció saboreando la brisa salada del mar,corriendo descalza y dejando sus pequeñas etéreas huellas sobre la arena blancanacarada. La niña dormía arrullada por las mareas del océano, confortada por lasmelodías de las olas acariciando la ribera y salpicando contra la costa acantilada.
A Dido le gustaba la geometría. Desde su infancia, ella dibujaba círculos
perfectamente redondos, fascinada por su simetría. También dibujaba triángulos ycuadrados y muchas formas extrañas que ella inventaba. Su hermano mayorBardiya le hacía bromas desagradables, burlándose de su inusual tranquilidad ysus peculiares dibujos. Pero las burlas terminaron cuando Bardiya creció y se fue,liderando ejércitos de soldados para conquistar nuevas tierras, ya que su hermanoestaba hambriento de poder y amasar más riqueza.
Dido no era bonita como la mayoría de la gente se imagina que una princesadebe de ser. Sin embargo, ella era hermosa en muchas otras maneras: Dido erainteligente, estudiosa y bondadosa y poseía un corazón puro. Todos en el reino laamaban por eso.
Dido se peinaba su brillante pelo de color canela en una trenza espesasujetada por un peine incrustado con nácar que hacia juego con la reluciente perlaen su collar de plata. El ser una princesa, ella podría ataviarse con la ropa máslujosa, pero Dido prefería vestirse en un sencillo sherwal color púrpura, pantalonesanchos de algodón que eran muy cómodos, atados a la cintura por una fajilla. Cadadía la princesa se cubría su cabeza con un tantour de seda, pero para ocasionesespeciales ella se envolvía con un velo blanco de muselina muy fino, sostenido porun tarboush ornamentado en la corona por un medallón de plata. El color blanco lelucia muy bien con su tez bronceada.
Tan pronto como pudo, Dido comenzó a estudiar seriamente. Ella queríasaber cómo relacionar los números con las formas que ella dibujaba y queríaentender los círculos que bailaban en su cabeza. Era costumbre en aquellos tiemposque los filósofos dieran lecciones publicas en los escalones de la gran biblioteca dela ciudad, impartiendo todo tipo de conocimientos. Niños, hombres y mujeres detodas las edades se congregaban alrededor de los eruditos, escuchandocalladamente su inteligente discurso.
Cuando Dido tenía diez años, un sabio vino a dar conferencias sobrearitmética y geometría. Estos fueron los temas que ella quería aprender más quenada. Las primeras lecciones eran fáciles, definiendo todo lo que la princesadibujaba: líneas, superficies, ángulos y por supuesto círculos. El maestro escribíacon carbón de leña en losas blancas y dibujaba figuras en la calle polvorienta parahacer sentido de los conceptos geométricos que él presentaba. Daba conferenciassobre postulados, proposiciones y teoremas y les presentó pruebas matemáticas.Esto animó a la princesa para estudiar mucho más.
Muchos estudiantes perdieron interés cuando las pruebas de los teoremaseran muy difíciles, pero no Dido. Ella estaba cautivada desde la primera lección yse convirtió en la alumna más persistente. Su posesión más preciada era un
pergamino donde ella encontró fórmulas geométricas especiales compiladas porgeómetras de la antigüedad.
La princesa veía geometría en todas partes, en el arte, en la arquitectura, y lapercibía en la naturaleza y en el espacio alrededor. Hipnotizada, ella veía las gotasde lluvia cayendo sobre un estanque en su jardín produciendo círculos perfectosque se expandían hasta que chocaban con círculos hechos por otras gotas de lluvia.
Dido estudiaba todos los días en su terraza con vistas a la playa bañada porel sol. contemplando las azules aguas la chica imaginaba que cada ola era unacurva especial conectada a innumerables otras, intangibles curvas rizadas que serompían, cambiaban y desaparecían con los ritmos del mar. Cuando el sol se poníasobre el horizonte, la princesa admiraba la preciosa bola de fuego que aparecía tanredonda como los círculos que ella dibujaba.
Para Dido el círculo se convirtió en no sólo una figura plana que ellabosquejaba, o la forma de las pulseras en sus brazos, sino una curva cerrada con unsignificado matemático. La definición geométrica le parecía a ella como un poemade amor. Un círculo es una figura contenida por una línea tal que todas las líneas rectasque caen sobre ella desde un punto entre las que yacen dentro de la figura igualan una conla otra.
El círculo, Dido pensaba, tiene la forma más perfecta. Si alguien lepreguntaría por qué le gustaba tanto, la chica le respondería que el círculo es unsímbolo de la divina simetría y el equilibrio en la naturaleza. Para ella el círculorepresentaba infinito, una interminable línea curva sin principio y sin fin.
Una tarde, contemplando las azules aguas de la mar que se extiende hastaconverger con el cielo, una revelación sorprendente se abrió ante ella.
— ¡La tierra es una esfera!
— Por supuesto, he observado barcos navegando hacia afuera sobre elhorizonte y también he visto otros de retorno cruzando el horizonte —Didoconcluyó.
— Sin duda, ¡el horizonte circular es el borde de una tierra esférica!
Esa era una revelación divina, en efecto.
Dido aprendió a calcular las áreas de todo tipo de formas geométricas. Elmaestro amonestaba a los estudiantes:
— No confundan área con perímetro, para que no sean engañados alcomprar una parcela de tierra.
Les dio como ejemplo dos rectángulos, uno con lados 4, 4, 4 y 4 y el otro conlados 2, 2, 6 y 6. Entonces probó a los estudiantes:
— ¿Cual rectángulo tiene mayor área?
La respuesta, Dido sabía, era que los dos rectángulos tenían el mismoperímetro, pero el primer rectángulo tenía un área más grande.
Cuando aprendió que los círculos son entre sí como los cuadrados de susdiámetros, ella comenzó a pensar como un auténtico geómetra. Ella concibió unaforma de calcular el área encerrada por un círculo, sabiendo que el cociente de lacircunferencia de un círculo a su diámetro siempre da un número constante.
— No importa que grande o que pequeño es un círculo —ella concluyó—definimos este cociente por el mismo número constante, que se llama Pi.
Dido aprendió que Pi es igual a un número un poco mayor que 3 peromucho menor que 4. Nadie sabía su valor exacto, no incluso los maestros mássabios. La princesa susurraba:
— ¡Pi es un número misterioso y divino!
Dido aprendió los teoremas de la geometría que, un día, se convertiría en susalvación. Dido no lo sabía entonces pero gloria eterna sería para ella al aplicar unaaserción geométrica que aprendió un verano. Ese conocimiento la haría inmortal, ysu historia sería contada por miles de años.
Pero en ese momento, ella no lo sabía. El mundo de la chica era tan ampliocomo su pensamiento y puro y sereno como su espíritu. Dido nunca hubieraimaginado que un día ella tendría que huir de su patria para salvar su vida.
Su hermano Bardiya había crecido más hostil no sólo con ella sino tambiéncon todos a su alrededor, y su crueldad y lujuria no tenían límites. El codiciosoBardiya quería toda la riqueza y el poder para sí mismo y luchaba con todo aquelque se interponía en su camino. En una guerra con Kardal, un gobernante tiranoconocido por su crueldad, Bardiya le ofreció Dido a cambio de una tregua. Cuandosu padre el rey se enteró de ese pacto malvado, se opuso con vehemencia. Padre ehijo riñeron ferozmente. Sintiéndose subyugado y deseoso de mostrar su poder aKardal, el hermano conspiró para deshacerse de su padre.
Una noche trágica, Dido se despertó horrorizada. Ella oyó un gritopenetrante y corrió a la habitación de su padre, pero ya era demasiado tarde; ¡elbuen rey había sido sacrificado! Dido cayó de rodillas y besó la mano sin vida desu padre. Su madre llegó, se arrodilló junto a ella y las dos lloraron y rezaron juntoal cuerpo sangriento de su ser querido. La princesa consoló a su madre y lloró conella, casi segura que el asesino era su hermano. Ahora Bardiya tomaría el controltotal del reino.
El día que ella cumplió quince años, Bardiya anunció que Dido se casaríacon Kardal, el cruel gobernante a quien él se la había vendido. Atónita, la princesamiró a su madre la reina y por su gesto resignado se dio cuenta que era cierto.Dido tendría que casarse con un hombre que no conocía, un despiadado hombretemido por todos. La chica estaba angustiada; ella suplicó, rogó e intentó razonarcon ambos, pero la reina, su propia madre, le dijo que ese era su destino, como ellay a la madre antes que ella.
— Tu deber es obedecer, mi hija —dijo la reina en un susurro. Debes decasarse con Kardal, por el bien de nuestra familia.
Dido no podía entenderlo. Ella siempre había pensado que se convertiría enuna sacerdotisa. Dido quería dedicar su vida a enseñar a otros todo lo que estabaaprendiendo de los libros de la antigüedad y de los maestros sabios. La princesavirginal nunca se había imaginado que su hermano la intercambiaría por unafortuna. Ella tendría que luchar contra ese destino. Dido sabía bien que Bardiya lemataría si ella lo desobedeciera.
En los siguientes días, Dido contemplaba todas las opciones, desde huir,buscar refugio en el templo, y hasta poner fin a su vida. Vio Kardal una vez,brevemente. Él era viejo, más de dos veces su edad, sus ojos eran fríos, y supresencia era amenazante. Kardal había venido para finalizar el mahr, el cual suhermano tomó con una sonrisa avara. Mientras bebían té caliente los dos hombresdiscutieron cómo dividirían las tierras conquistadas.
Cuando Kardal se marchó, Dido le juró a su hermano que ella moriría antesde casarse con ese hombre. Bardiya la abofeteó muy duro, lanzando a la chica alpiso, gritando airadamente que ella traía vergüenza a él y al reino con talinsolencia. Nadie vino a defender a la princesa, temiendo a Bardiya por sutemperamento violento. Pero Dido se puso de pie valientemente delante de suhermano, sosteniendo su mirada, sin percatarse del hilito de sangre que corría desu labios. Sus mejillas estaban rojas e hinchadas, pero sus ojos negros brillabanllenos de desafío. Sabiendo que Dido era capaz de llevar a cabo sus amenazas,Bardiya la encerró en su habitación, asignando dos hombres para guardar la
puerta.
Después de llorar en silencio, Dido limpió sus lágrimas y comenzó a planearsu escape. A la medianoche su criada vino con pan y té caliente, y se sentó a suspies, cantándole tiernamente para consolar a la princesa. Dido vio en la cara de lajoven su devoción sincera y sabía que podía confiar en ella. Sin decir una palabra ledio un pedazo de pergamino perfectamente doblado y le pidió a la sirvienta que loentregara a su maestro en el templo.
La noticia del tormento de Dido se esparció por la ciudad todavía envueltaen la oscuridad de la noche y muchas personas se reunieron en el templo,dispuestas a defenderle. Por la madrugada, un grupo de sus seguidores leales sehabía reunido en secreto, conspirando para asaltar el palacio y liberar a la princesade su prisión. Sabían que ella tendría que salir de la ciudad para ser libre de lasujeción tiránica de su hermano, pero ¿cómo? ¿Cómo podrían enfrentarse al nuevoy poderoso rey Bardiya? Sus soldados eran feroces y tenían órdenes de matar aquien intentara ayudar a su hermana.
Mientras tanto, en su habitación, Dido había estudiado su situación. Aunquepudiese abrir la puerta, ella no podría dominar los guardias armados. Al reclinarseen su diván, pensando en opciones para un escape seguro, la chica descubrió loslucernarios en la pared orientada al norte, las aberturas redondas que traían luz asu habitación.
— ¡Eso es lo que necesito!
Dido sonrió animada por las perspectivas que esas ventanillas presentabanpara escapar. Ella estimó el diámetro de la abertura en la pared superior. Eraestrecho, pero tenía que intentar cruzarlo.
Sin perder el tiempo, ella apiló varios otomanos y amarró sus bufandaslargas sobre las vigas inferiores para ayudar a levantarse, ascendiendo hasta llegara un tragaluz. Era pequeño, pero después de algún esfuerzo, su cuerpo delgadopudo pasar a través de la abertura redonda. Ajena a los dolorosos arañazos en losbrazos y las rodillas que sufría, la princesa se deslizó sobre el techo de su palacio.De allí corrió hasta que encontró una manera de saltar de una cerca de piedra,aterrizando sobre la calle que conducía al templo. Mientras ella corría, su velovolaba con la brisa del viento, revoloteando como si fuese un pájaro libre.
Sin aliento, Dido llegó al santuario y encontró a su maestro, su doncella ymuchos de sus súbditos leales esperando para huir con ella en la nave marítima desu padre que ella había autorizado para que estuviera lista en el astillero del sur.
Rápidamente embarcaron, y su capitán levantó las velas, dejando el puerto conmás de cuarenta personas a bordo. La embarcación marina de Dido se movióágilmente, ayudada por vientos favorables y remeros musculares, su baupréstallada apuntando hacia un destino desconocido. A mediodía, cuando su hermanodescubrió que no estaba en su habitación, la princesa estaba demasiado lejos paraque él la atrapara. Bardiya airadamente renunció a perseguir a su hermana.
Dido y su gente navegaron día y noche a través de las aguas a vecestranquilas y luego tempestuosas del mar Mediterráneo. Una noche, mientrascontempla el cielo la princesa vio una nueva estrella brillando. Algo se movió en sucorazón e interpretó el rayo celestial como un signo auspicioso, como una llamadaa casa. Al amanecer, su capitán avistó una costa exuberante y la chica se sintióeufórica. El mismo día su barco entró en la bahía donde la tierra que se convertiríaen su destino final se curvaba hacia adentro. Al desembarcar, un soberano local ysu séquito saludaron a la joven princesa y les dieron un banquete de bienvenida.Casi de inmediato, Dido le pidió al rey que le vendiera un pedazo de tierra convistas al mar. Ella quería construir una gran ciudad para que su gente fielprosperara y fuera feliz, libre de la tiranía.
Dido propuso comprar tanta tierra como pudiera yacer dentro de los límitesde la piel de un toro. El rey se echó a reír al oír esa declaración, pensando que unaparcela en tal manera encerrada sería muy pequeña. Pero él no sabía que Dido erauna joven erudita.
La princesa dirigió sus siervos a cortar la piel del toro en muchas tiras muydelgaditas y atarlas una a otra para formar una cuerda muy larga. Después lesordenó que ataran la larga cuerda a una estaca fija firmemente en el suelo a la orillafrente a la bahía del este. Para asegurar un límite perfectamente circular de suparcela de tierra, ella mandó a su capitán que sujetara el extremo libre de la largacuerda de cuero atada a la estaca y que caminara alrededor, manteniendo la cuerdatensa (que era la mitad del diámetro del círculo). Entonces los siervos pusieron lacuerda sobre las huellas del capitán que quedaron en el suelo polvoriento,formando un semicírculo.
Inteligentemente, Dido había marcado el perímetro del semicírculo con lapiel de toro, la orilla del mar sirviendo como límite, ya que sabía que entre todaslas planas regiones con un perímetro dado, el círculo encierra el mayor área. De esamanera, la princesa adquirió una parcela de área más grande que el rey habíapensado posible.
En esta hermosa costa, con vistas a las aguas azules del mar Mediterráneo,Dido fundó Cartago, una gran ciudad donde ella gobernó como reina. Construida
con columnas altísimas, Cartago era adornada con imponentes arcos, templos yedificios de piedra arenisca sobre sus calles empedradas. A su mando, el arquitectoreal diseñó cada estructura guiado por las proporciones geométricas de belleza ypotencia. Una magnífica columnata alineaba la avenida principal, y se transportabael agua para beber a través de un acueducto formidable. Los vasallos orgullosos deDido prosperaron en esta impresionante metrópolis. Comerciantes que llegabandesde lejanas tierras podían ver desde lejos el puerto opulento y podían fácilmentediscernir el esplendor de Cartago. El puerto estaba repleto con barcos cargados demercancías y riquezas, listos para el comercio. La reina compró de ellos valiosospergaminos para construir una gran biblioteca para continuar la tradición deerudición que había aprendido en casa.
En la colina que dominaba las aguas azules del mar Mediterráneo, Didohabía construido un templo de meditación con una amplia terraza y coronado conuna cúpula blanca de majestuosa belleza que resplandecía con la luz del sol ybrillaba bajo la luz de la luna. Columnas de mármol blanco servían de apoyo aledificio circular. El templo se convirtió en el santuario de Dido donde iba amenudo para descansar y meditar, serenada por el rumor del mar. Una hoguera enla cima de la colina que servía de faro estaba encendida todas las noches para guiarlas naves marítimas al puerto de Cartago. En este paradisíaco lugar, el gobierno deDido como reina se desarrollaba pacíficamente.
¡Ay! Tragedia nunca estaba muy lejos de Dido. Una noche tormentosa susalarmados asistentes la despertaron. Un buque extranjero había naufragado y sutripulación estaba esparcida por la costa. Unos hombres habían muerto y otrosyacían heridos en la playa cerca de su palacio. La reina ordenó a su pueblo aprestarles ayuda, y Dido corrió para asistir en el rescate de los sobrevivientes.
Llevaron a los heridos al templo de meditación. Allí la reina puso unsuntuoso diván tapizado con cubiertas gruesas de seda para atender a un apuestoforastero que parecía estar al borde de la muerte. Dido limpió sus heridas y locuidó tiernamente, sin saber que era el capitán de la nave destruida. Su nombre yorigen no son importantes ahora. Lo importante para nuestra historia es lo que lepasó a Dido después de que se encontraron.
Al paso de los días, la reina virginal se enamoró del expatriado. Ella pasabahoras a su lado, aplicándole pociones especiales en sus heridas, ayudándole abeber infusiones, viendo que le alimentaran con comidas especiales para restaurarsu salud. Esta devoción tocaba al extranjero. Cuando él recuperó su fuerza, sucariño creció un poco más por la reina. Su presencia silenciosa pero poderosalevantaba su espíritu. Se sintió atraído por su belleza etérea, su dulce voz y su tezbronceada. Con cariñosas manos ella había curado sus heridas, y podía ver que el
corazón de Dido había crecido un afecto por él que era más grande que el cieloazul sobre su bella ciudad. Tristemente, el capitán no sentía lo mismo. Sí, éladmiraba a Dido por su inmensa inteligencia, pero él no podía relacionarse con suconocimiento y amor por las matemáticas.
Este guerrero errante, incluso en medio de la fiebre que sacudía su cuerpomagullado, exhibía rastros de ambiciones mundanas. El hombre de lejos agradecióa la reina por salvarle su vida pero él no podía amarla. Con su fuerza físicatotalmente restaurada, él estaba listo para irse. Cegado por los sentimientos en sucorazón puro, Dido no podía ver que él no era para ella. Dido le rogó, cayó derodillas y le ofreció su vida, su reino, ¡todo! Eso no era suficiente para saciar su sedpara conquistar nuevas tierras.
El capitán reparó su nave marina, reunió a su tripulación y partió sinsiquiera una mirada a Dido, que lloraba tristemente. Desde su terraza real ella tuvoun vistazo de las blancas velas ondulantes y los remos largos, propulsando la naveque llevaba a su amado. Ella corrió a la playa llamando a su nombre, esperandoque él regresara a ella. Por encima de su cabeza, las gaviotas gemían, gritando susllamamientos al mar abierto, pero ella no oía esos sonidos estridentes. Cuando lanave se perdió en la distancia, la joven reina dibujó dos círculos superpuestos en lahúmeda arena. Tan pronto como los terminó, el apacible mar besó la playa y borrólos círculos y sus pequeñas huellas como si quisiera decirle, aunque era evidente,que este amor no estaba destinado a ser.
Los dioses poderosos volvieron sus ojos lejos de Cartago, demasiadoavergonzados al ver las tristes lágrimas derramada por la reina virginal. Eranimpotentes para cambiar su destino. Y nadie, ni los dioses ni sus súbditos podríanprever el rito trágico que Dido estaba a punto de realizar.
Esa noche, cuando la redonda luna brillaba y el mar calmado acariciabaamorosamente la costa, Dido ascendió la colina buscando refugio en su templo demeditación. Llegando a la ermita se secó las tristes lágrimas que nublaban sus ojososcuros y dejó caer el velo blanco a sus pies descalzos. El crepitar del fuego del farocantaba en sinfonía con la brisa del mar.
Desde la terraza, Dido contempló su espléndida ciudad, con sus magníficastorres bañadas en luz de la luna. La reina vio el puerto lleno de barcos mercantes,meciéndose en las aguas tranquilas, en espera de la luz del día para salir en susviajes. Dido había gobernado este puerto, adorada por sus súbditos leales queharían cualquier cosa para defenderla. Pero ahora, todas sus posesiones y todo supoder no podían llenar el vacío en su corazón. El dolor era demasiado para ella.Humillada por amor no correspondido, ella vio solamente una manera de poner
fin a su tormento.
Dido se paró ante la ardiente pira, levantó su rostro resplandeciente a lasestrellas, y después de una oración de perdón a los cielos, ella se suicidó en elfuego.
* * *
La noche se quedó inmóvil, fría y oscura. Ni las gaviotas ni las cigarraspronunciaron sus gritos nocturnos. Lentamente, el cuerpo de la reina virginal setransformó en ardientes remolinos de fuego y humo, ascendiendo a los cielostodavía buscando a su amado. El alma de Dido llena de soledad y tristeza aleteabasobre Cartago, proyectando ya no más de sus amados círculos pero espirales yremolinos de luz dorada, rotos por inmensa tristeza.
Las pequeñas huellas de Dido en la blanca arena acariciada por el suave mardesaparecieron para siempre. Pero sus círculos permanecen alrededor de nosotros,y nos hacen pensar en la eternidad, el número Pi y el infinito.
5
Los Números Sagrados de Sofi
— ¿Cómo podría demostrar que un número es primo? — Sofi se preguntóen silencio mientras miraba sus notas, sentada enfrente de su escritorio una nocheinvernal. Ya era tarde, sus manos estaban heladas y su cuerpo temblaba de frío,mientras que su tos interrumpía el silencio de la casa. Sofi no podía dormir,tratando de probar un teorema.
— ¿Cómo podría probar que cada numero entero par mayor que 2 puedeexpresarse como la suma de dos números primos?
Si alguna vez tú has pensado en temas similares, o si has soñado con nuevasproposiciones para mostrar que el número de primos es infinito, entonces podrásentender la obsesión de Sofi y su estudio de los números. Hay muchos tipos denúmeros, pero Sofi consideraba que de todos los números que existen, ¡los primosson sagrados!
En noche fatídica, cuando nuestra historia comienza hace más de dos siglos,Sofi de dieciséis años estaba profundamente concentrada en sus estudios. Derepente, alarmantes sonidos fuera de su ventana la sorprendieron. Minutosdespués de que las campanas en St. Leu habían dado las doce, la alarma empezó asonar ferozmente, y un pregonero a caballo proclamaba que el enemigo estaba alas puertas de la ciudad. La madre de Sofi irrumpió en su habitación, mostrandouna expresión de miedo detrás de la débil luz de la vela que llevaba, y juntas seapresuraron al despacho de su padre.
Él caminaba inquieto de la puerta a su escritorio y hablaba a media voz conun anciano que sostenía una pila de papeles en sus manos. Ella no tuvo que oírcada palabra para entender lo que su preocupado padre había dicho. Todos sabíanque muchos anarquistas ahora pisoteaban los ideales de justicia y de reforma social
por los que su padre había luchado. Sin embargo, en ese momento, nadie podíaprever la trágica secuencia de acontecimientos que se desarrollaban en las oscurascalles de París, acontecimientos que habían escalado en violencia durante losúltimos tres años.
Antes de que les cuente lo que sucedió después de esa noche, deben de saberun poco de la situación que hizo esa noche tan peligrosa. Todo había comenzadoun día de verano de 1789, cuando Sofi tenía trece años. El injusto estado social delos plebeyos provocó revueltas y pronto su país estalló en un paroxismo de rabia.París, la espléndida ciudad que ella amaba tanto, se desgarraba con una sangrientarevolución. El murmullo de violencia se manifestaba por las calles, y no habíanadie lo suficientemente fuerte para apaciguarlo. Las voces desesperadas de lagente se alzaron, pidiendo libertad y justicia. Poco después, sus gritosenloquecidos de rabia se convirtieron en una inenarrable violencia contra susmonarcas, y después también en contra de su prójimo. El padre de Sofi, que habíaestado entre los que pedían reformas sociales y económicas, se había distanciadode los anarquistas que habían convertido las protestas en una revoluciónconflictiva y aterradora.
Sin embargo, a pesar de esconderse del ojo público, el padre de Sofi no erainvencible a los ataques viciosos y ella se preocupaba mucho por él. La chica temíaque su padre sería asesinado cuando se encontraba cerca de los brutales combatesque ocurrían a menudo en París. Incluso StDenis, la calle donde vivían y dondelas tiendas y cafés mantenían a sus habitantes un poco aislados de la violencia, noestaba lejos de los lugares donde los motines eran frecuentes.
Para aliviar sus preocupaciones, Sofi buscaba refugio en la biblioteca de sucasa y estudiaba. Cada lección que se enseñaba aplacaba su mente asustada y letransportaba a mundos invisibles sin violencia. En matemáticas, Sofi habíadescubierto un mundo mucho más mágico que cualquier cuento de hadas quenunca jamás había leído.
Ella era una chica muy especial. Cuando era muy pequeña, Sofi descubriólos números y quedó fascinada. Ella veía los números por todas partes a sualrededor. Al rebotar su pelota, por ejemplo, Sofi imaginaba una secuencia denúmeros 11, 7, 3 y así sucesivamente, cada número denotando la altura decrecientede los rebotes sucesivos, a partir de la altura inicial desde la que ella dejaba caer lapelota. A los cinco años, Sofi aprendió a contar sus pasos al caminar de su cama ala puerta y comparaba el total con el número de años desde que nació.
Su padre le había leído cómo, en tiempos de la antigüedad, un granmatemático llamado Pitágoras creía que todo el mundo podía explicarse con
números. Pitágoras afirmaba que el 1 es el número primordial del cual todo lodemás se había creado. Sofi sintió algo en su corazón, porque ella pensaba que losnúmeros eran mágicos. En sus fantasías infantiles, diversos números teníanpoderes diferentes.
Sofi aprendió que un natural número entero positivo se llama número primosi sólo es divisible por sí mismo y por uno (y ningún otro número natural). Suinvestigación la condujo a Eratóstenes de Cirene, un matemático griego. Aprendióque en el segundo siglo antes de Cristo, Eratóstenes propuso un método que seasemeja a un colador para filtrar números primos. La criba de Eratóstenes colabatodos múltiplos de esos números que no eran ellos mismos múltiplos de otrosnúmeros. Sofi entendía eso muy bien.
En una tarde de invierno, acurrucada frente a la chimenea, Sofi escribiócincuenta números enteros, a partir de 2, sobre el cual ella puso un círculo pararecordarse que 2 es el primer número primo. Entonces cruzó los mayores múltiplosde 2, ya sea 4, 6, 8... Sofi siguió, tomando el número más pequeño en la lista,marcando un círculo alrededor de él y tachando todos sus múltiplos más grandes.Ella repitió esos pasos hasta que llegó al final de su lista. Ahora todos los númerosprimos tenían un círculo, y los números compuestos estaban cruzados. De estamanera, Sofi descubrió los primeros números primos: 2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, 29,31, 37, 41, 43, 47.
Ella sabía que había infinitamente muchos más, como Euclides habíademostrado siglos antes. De hecho, casi 2 mil años después de la prueba deEuclides, Euler (su matemático favorito) había proporcionado una prueba nueva ydiferente que existen infinitamente muchos números primos. Sofi estaba intrigadaal descubrir que los números primos están irregularmente espaciados. Estabafascinada por este hecho y ella quería saber por qué.
Los disturbios en París se hicieron más frecuentes y la violencia seintensificaba. Las protestas mortales rasgaban las calles de su querida ciudadcuando los partidarios del rey encarcelado se enfrentaban contra losrevolucionarios. Sofi continuaba estudiando sola en la biblioteca de su padre. A laedad de quince años, Sofi había construido un muro emocional alrededor de ellapara proteger su mente del caos social. Ella se concentraba en el estudio dematemáticas.
Rue StDenis, la calle donde vivía Sofi, era todavía relativamente seguradurante el día. La estrecha calle estaba alineada con casas de comerciantes,bulliciosas tiendas y animados cafés. Coches de caballos privados y carruajes dealquiler transportando gente se movían entre los peatones en rumbo a sus diarias
actividades. El único signo del nuevo gobierno sanguíneo conocido como laComuna eran los avisos de arrestos que ponían en paredes y farolas, y los lúgubresavisos enlucidos en las vitrinas de las tiendas, declarando en caracteres grandesque la pena de muerte se infligiría en cualquiera persona que prestara asistencia aaquellos que habían eludido la ley.
Sofi solo tenía permiso salir con su madre para ir a la iglesia y la libreríaporque, a pesar de su apariencia segura, rue SaintDenis estaba demasiado cerca delos lugares donde la gente se congregaba a ser protestas, y a sólo 9 minutos decamino estaba la temida prisión donde aristócratas y plebeyos condenadosesperaban su ejecución en la guillotina.
Una mañana temprana, cuando todavía estaba oscuro, las urgentes repiquesde campanas de la iglesia la despertaron. Sofi oyó voces estridentes, y luegodisparos en la distancia lo cual parecía provocar que la gente corrieraapresuradamente por las callejuelas hacia la comandancia de la ciudad. Mirandopor la ventana Sofi no pudo discernir sus rostros pero vio las antorchas,encendiendo todo lo que era inflamable a lo largo de su camino. La multitudfuriosa saqueó las mansiones de los ricos comerciantes y aristócratas quesimpatizaba con el rey.
Unos meses antes de su decimoséptimo cumpleaños, en una mañana griscon niebla, el rey fue ejecutado sin piedad en la guillotina. Sofi lloró en silencio,perturbada por el delito sin sentido.
— ¿Por qué? — su alma gritaba con horror. —¿Que hace que una multitudsea tan ciega y corrupta con ideales falsos que los llevan al asesinato?
La chica no podía comprenderlo y lamentaba la fragilidad del espírituhumano.
— Si todos dirigiéramos nuestra pasión para aprender y llenar nuestrascabezas con conocimientos, entonces no consideraríamos la violencia como mediopara corregir los errores sociales.
Debo decirles la verdad, ya que yo estaba allí cuando se desarrolló estahistoria. Después de ese terrible evento, la revolución se hizo más viciosa. Sofiintensificó sus estudios. Ese mundo sereno entre los libros llenos de conocimientoera un refugio seguro donde Sofi crecía.
Sofi aprendía mucho más sobre los números, especialmente sobre susfavoritos, los números primo. Un día, ella reflexionaba:
— Puedo representar todos los números enteros par con 2n y los imparescon 2n + 1, ¿cómo podría representar todos los posibles primos?
Sofi sintió que debería existir una ecuación que predijera números primos.
— Si los números primos son fundamentales para la aritmética— ellaescribió en su diario—, debe haber una fórmula que genere todos los númerosprimos. ¡Tiene que existir!
Al progresar en su aprendizaje, su intelecto maduraba y la mente de Sofi sellenaba con muchas ideas matemáticas. Ella quería mostrar su trabajo a alguienque entendiera y le enseñara más. A veces no estaba segura si el análisis que hacíaera correcto, y se dio cuenta que había mucho más que aprender pero no estabasegura de qué. Sofi se sentía ansiosa y frustrada, como si ella caminara sin rumboen una ciudad desconocida, sin saber qué dirección tomar. Ya era casi una adulta,y aún se sentía como una niña que necesitaba guía.
Una tarde, después de meditar sobre el estado de su aprendizaje, una idea sele ocurrió a Sofi que cambiaría su futuro. Al día siguiente cuando fue por lasvísperas a la Église SaintLeu, Sofi se acercó a Abbé Pierre en su biblioteca privadaenfrente de la sacristía. Armándose con el audaz valor de sus diecisiete años, sinpreámbulo Sofi simplemente le preguntó:
— Padre Pierre, ¿usted me enseñaría la ciencia de los grandes geómetras?
El sacerdote estaba sorprendido por su petición, pero en lugar de rechazarla,le dijo suavemente:
— Siéntate mi niña y cuéntame tus deseos.
Hablaron un poco sobre matemáticas y su deseo de aprender más de lo queella se había enseñado a sí misma. Padre Pierre era bondadoso pero contundente, yle dijo que para el estudio de matemática se requiere un fino intelecto, dedicacióncompleta y una apasionada determinación a buscar respuestas a preguntas queaun no se han preguntado. Explicando sus responsabilidades como su pupila, elbuen sacerdote estuvo de acuerdo en enseñarle matemáticas, solo si ella estuvieseplenamente dispuesta a dedicarse a su estudio. Sofi estaba lista; ella había escogidoesta ciencia desde que descubrió los números primos. Con un gesto afirmativo departe del sacerdote y una reverencia agradecida y entusiasta de ella, se finalizó unacuerdo. Abbé Pierre prometió instruir a Sofi cada semana.
Había un obstáculo a superar, sin embargo. Los padres de Sofi nunca
estarían de acuerdo a ese plan. En aquellos tiempos, era impensable una educaciónen matemáticas para las chicas. Así, sabiendo muy bien que sus padres se opondríaa sus lecciones, Sofi simplemente compartió con ellos lo que el padre Pierre habíaacordado enseñarle latín. Eso era verdad, por supuesto, ya que para poder leer lasobras de los grandes matemáticos, tendría que aprender esa lengua clásica. Ellacomenzó a estudiar con Abbé Pierre cada jueves por la tarde.
En su primera lección, padre Pierre le preguntó:
— ¿Cuántos números primos existen?
Bueno, esa era una pregunta demasiado fácil para Sofi. Ya había estudiadolos Elementos, el libro escrito por Euclides en 300 a. C. Y por lo tanto Sofi sabía queEuclides habían demostrado que hay infinitamente muchos números primos. Y lachica incluso ya sabía cómo demostrarlo por sí misma, sin mirar el libro.
Abbé Pierre estaba contento con su respuesta, pero le dijo que la cuestión eramás profunda. Sonriendo benévolamente, el sacerdote le preguntó:
— Sofi, para cualquier número x, ¿cuántos números primos existen menoresde x?
Sin esperar por su respuesta el padre Pierre pasó a explicarle la importanciade esta cuestión, añadiendo que ningún matemático había dado una respuestairrefutable. Aunque la pregunta le parecía bastante simple, un sofisticado análisismatemático sería necesario para responderla y probarlo.
El erudito profesor introdujo a Sofi a Diofanto de Alejandría, un granmatemático que floreció en el siglo segundo.
— Se, mi niña, que estás ansiosa por aprender de los maestros, vamos aempezar con Arithmetica, la gran obra de Diofanto.
Abbé Pierre sacó de un estante un libro bellamente encuadernado, y congran reverencia la abrió.
— Este, mi querida hija, es la base de tu aprendizaje. Vamos empezar consencillos sistemas de ecuaciones lineales con una incógnita y resolveremosdeterminados sistemas de primer grado.
Sofi quería protestar, porque pensaba que esos problemas eran demasiadosencillos, más adecuados para una niñita. Pero padre Pierre la hizo callar,explicando que ella necesitaba aprender métodos rigurosos para demostrar
teoremas no sólo aprenden a resolver ecuaciones fáciles. Sabiendo eso, ella estaríalista a probar las soluciones que ella encontraría para problemas más complicados.El sacerdote agregó que su estudio pondría un considerable estrés en métodosgenerales y en pruebas de teoremas y no en meros cálculos.
Padre Pierre compartió con Sofi que muchos eruditos anteriores comoBachet, Fermat, y Euler dedicaron mucho de su tiempo al estudio de Arithmetica.Sofía entendió la importancia de ese libro venerado. Con el paso del tiempo, seconvirtió en su fuente de inspiración.
El sacerdote le enseñó números perfectos, un tipo de número enterorelacionado a los primos que se conocía desde tiempos antiguos. El numeroperfecto es un número que es igual a la suma de todos sus divisores Ellarápidamente identificó 6 como el número perfecto más pequeño, ya que sus tresdivisores propios son 1, 2, y 3, los que suman 1 + 2 + 3 = 6.
Se preguntó:
— ¿Cómo puedo encontrar números perfectos en general?
El maestro respondió:
— Comienza con el número 1 y sigue sumando las potencias de 2, es decir,duplicando los números, hasta llegar a una suma que es un número primo.Entonces obtienes un número perfecto multiplicando esta suma a la últimapotencia de 2.
Sofi primero verificó que 28, 496 y 8128 también son números perfectos.
Para su asignación semanal, padre Pierre le pidió a Sofi que probara estaproposición: Si, para algún número k > 1, 2k – 1 es primo, entonces 2k – 1 (2k – 1) esun número perfecto. Sofi escribió en su diario: “Infinito no tiene fin. Infinito esilimitado; Intentaré probar que hay infinitamente muchos números perfecto.”
Durante su segunda lección, padre Pierre le preguntó:
— ¿Hay números perfectos impares?
Sofi no sabía. El buen sacerdote sonrió benévolamente y respondió:
— Nunca se ha encontrado un número perfecto impar, pero nunca nadie hademostrado que no puede existir tal número.
Esa declaración hizo que Sofi reflexionara más profundamente.
En los jueves por la tarde que ella pasaba estudiando con él, Abbé Pierre laenseñaba muchos temas, enfatizando la lógica matemática. Después de dominarlas propiedades de los números, Sofi empezó a trabajar con polinomios yprogresiones aritméticas para generar números primos.
A menudo, el sabio sacerdote desafiaba a Sofi con nuevos teoremas que ellatenía que probar. Él le enseñó a realizar investigaciones antes de emprender laspruebas, ya que requerían análisis mucho más avanzado.
Un día, padre Pierre le dio esta tarea: determinar si un número dado es primo ono.
Sofi sabía que si el número es muy grande, es difícil de determinarlo, peropara números pequeños como el 43, ella podría usar la criba de Eratóstenes.Después de meditar sobre eso, ella declaró un teorema y luego lo probó.
Teorema: Si un número entero positivo n es compuesto, entonces tiene unfactor primo p tal que
La prueba de Sofi: Sea p el factor primo más pequeño de n. Entonces, n = p∙ m para algún m entero positivo. El número m no puede ser igual a 1, porque estoimplicaría n = p, lo que contradice la hipótesis de que n es compuesto.
Cualquier factor primo de es al menos tan grande como p, así quedebemos tener . Por lo que , ya sea , lo cual implica .
Q.E.D.
Sofi había demostrado que el factor primo más pequeño de n es menor oigual que √n. Ahora Sofi podía comprobar si un número entero dado n es primo ono, para cada número primo menor que n, comprobando si p divide a n o no. Si nohay tal primo que divida a p, podría concluir que n es primo. Ella determinó que essuficiente considerar sólo los números primos hasta √n. Por ejemplo, paracomprobar si 437 es primo, Sofi sólo necesitaba ver si tiene un factor primo √437 =20.9 y verificar si alguno de los números primos menos de 20 divide 437.Rápidamente encontró que 437 no es divisible por 2, 3, 5, 7, 11, 13 o 17, pero es
divisible por 19. Por lo tanto, Sofi concluyó, 437 no es primo.
Sofi avanzaba sus estudios, inspirada por las obras de grandes matemáticos,de Arquímedes y Euclides a Fermat y Euler. Abbé Pierre le prestaba libros másavanzados, y Sofi los estudiaba con gran diligencia. Cada día ella consultaba lostomos en la biblioteca de su padre, buscando una nueva fuente de inspiración.
Durante su crecimiento intelectual, un reino de terror crecía en París, unaépoca tan violenta cuando el deseo del pueblo por la libertad y la justicia fueronllevados al exceso y provocó más derramamiento de sangre; los reyes de Francia yase habían olvidado. Mientras que el terror se intensificaba, ríos de sangre fluyerona lo largo de las calles de París, cuando hombres y mujeres tenían sus gargantascortadas con la guillotina. Sofi y su familia retrocedían en horror, buscandoconsuelo en uno y otro. Su madre lloraba fácilmente, diciendo que la libertad habíasido destruida, y que el mal había ganado. Su padre estaba seguro que muy prontola libertad sería el derecho de todos los ciudadanos, y que la revolución social seríaconsolidada. Sofi no sabía qué pensar ya que esa violencia no era justificada. Esteera el tiempo más terrible para los parisinos. Afortunadamente, Sofi fue protegidapor su pureza de mente y su intelecto.
Una noche, cuando no podía dormir, ella leyó esta afirmación: cada númeroentero par mayor que 2 puede expresarse como la suma de dos números primos. Sofidecidió probarlo.
Primero lo declaró como una proposición: 2n = p + q, para un número enteron > 2 y p, q primos.
Pero esto no parecía correcto porque, por ejemplo, empezando con n = 3, seobtiene: 6 = 5 + 1 y 1 no es primo. Para otros números pares la formula funcionababien: 14 = 3 + 11 = 7 + 7; 16 = 3 + 13 = 5 + 11; 28 = 5 + 23 = 11 + 17; y asísucesivamente.
Sofi pensó que sería mejor escribir esta proposición “cada número entero parmayor o igual a 4 puede escribirse como la suma de dos números primos.” Ahora teníaque probarlo. Pero ¿cómo?
Ella recordó varios teoremas en el libro de Euler y descubrió que podíaescribir los números primos 2n = p + q en una forma diferente pero única. Luegoincorporó la idea de infinitud de números primos y combinó ese teorema con ladistribución de números primos, para primos p|p ≤ x, y q|q ≤ x. Sofi sabía queentre los primeros números N, como N/log Nde ellos son números primos. Si estosestuvieran distribuidos al azar, ella razonó, cada número n tendría una
probabilidad de 1/log N de ser primo. Sofi también utilizó una serie armónicainfinita y encontró el producto de una secuencia de términos primos que,combinados con los corolarios anteriores, la llevó finalmente a probar que 2n = p +q para números enteros n ≥ 4 y diferentes primos p, q.
Eran las cuatro de la mañana cuando Sofi terminó su análisis. Sumergió supluma en el tintero y escribió audazmente, Q.E.D.
Voilà! Aquí estaba ante sus ojos la prueba general completa de un teoremamuy desafiante que ningún matemático antes había podido probar. Sofi respiróprofundamente y se puso de pie, estirando la espalda, relajando su cuello. Noestaba cansada; una increíble sensación de placer la hizo sentirse infinitamentefeliz y sintió el deseo de correr por las calles todavía oscuras de París, gritando suprueba. Tenía que mostrársela a padre Pierre porque sólo él podría evaluar suanálisis y juzgar si su prueba estaba completa y era correcta. Había incorporadonuevas ideas en su prueba matemática, un nuevo algoritmo que ella inventó, y Sofisabía que sólo un matemático podría juzgarlos.
Cuando la dorada luz del sol comenzó a iluminar el cielo de la mañana, Sofiapagó su vela y enrolló las hojas de papel que contenía su preciado trabajomatemático. Ella miró por su ventana y consideró qué hacer. ¿Debería ir a Misasolo para decírselo a padre Pierre? No, él estaría ocupado con su trabajo en laparroquia. Sofi se resignó a esperar hasta su próxima lección. El jueves, Sofirecogió sus papeles, enrollándolos como un pergamino y lo ató con una cinta deseda blanca. Rápidamente se fue a la iglesia, Église de SaintLeu.
¿Quien la podría haber alertado que la noche anterior la Comuna habíaordenado el encarcelamiento de muchos ciudadanos inocentes? Grupos dehombres armados iban por muchas partes de la ciudad para realizar las “visitasdomiciliarias.” Estas no eran amigables visitas sino más bien eran entrevistas paraarrestar a una persona que la Comuna consideraba como “sospechosa.” Pierre Abbépronto estaría entre ellos.
En su prisa por llegar a SaintLeu, Sofi no se dio cuenta que, en aquella tardefatídica, todas las tiendas en StDenis estaban cerradas, y el silencio reinaba sobreel barrio típicamente animado. Los rumores de las visitas domiciliarias ya sehabían extendido por la ciudad. La gente estaba aterrorizada y se escondían detrásde puertas y ventanas cerradas.
Sofi no sabía eso. Ella llegó a la iglesia y la encontró extrañamente vacía. Lasvelas estaban encendidas en los santuarios pero no vio a ninguna ancianaarrodillada allí orando. Las mudas estatuas de los santos no revelaron un mensaje
que habrían alertado a los inocentes del peligro inminente. Sofi fue directamente ala biblioteca y encontró a Pierre Abbé en su escritorio, tranquilamente escribiendoen las páginas que él preparaba para su lección.
— Siéntate, mi hija. Estoy casi terminado la declaración de un teoremaimportante que quiero que demuestres.
Sofi estaba radiante, ansiosa de mostrarle su propio teorema y su prueba,pero esperó cortésmente para que Abbé Pierre comenzara la lección. Él la habíaenseñado a refrenar su naturaleza impetuosa, y así ella tuvo que esperar elmomento adecuado para decirle.
El maestro comenzó revisando las pruebas de Euler. Entonces, cuando Sofiestaba concentrada con su análisis, intentando formular un lema, la tranquilidadde la biblioteca se rompió bruscamente por el sonido de voces agitadas y pasospesados procedentes del Santuario. Abbé Pierre ha de haber predicho lo que eraese inquietante disturbio porque se puso de pie. Instintivamente, ella se levantótambién y agarró sus papeles al mismo tiempo que el sacerdote llegaba su lado.Tomándola del codo, el sacerdote guió a Sofi firmemente a una pequeña puerta enel piso de madera que estaba escondido bajo una alfombra. Rápidamente AbbéPierre levantó la pequeña puerta que daba a un pasaje bajo el suelo.
— ¡Baja! —susurró firmemente. —¡ Quédate allí y no hagas ruido!
Ella bajó tres peldaños de la escalera hacia un espacio pequeño y oscuro. Sofiestaba aterrorizada y su instinto era aferrarse al sacerdote, pero en ese mismoinstante Sofi entendió que tenía que ocultarse, porque no había tiempo para hacerpreguntas o de irse. Tan pronto como padre Pierre cerró la puerta por encima de sucabeza, pasos pesados y un chacoteo horrible ahogaron el latido de su corazón. Sofisentía claustrofobia en esa cámara oscura, su corazón palpitaba con terror, sinsaber qué sucedería. Incluso sin mirar lo que pasaba ella sintió la amenaza demuerte.
Ella no lo vio, pero los hombres armados de la Comuna de París habíanrodeado a Pierre Abbé. La asustada chica no podía discernir las palabras exactas delos hombres o lo qué el sacerdote bondadoso respondía, ella sólo podía percibirfragmentos de una voz alta que daba las órdenes. Sofi escuchaba el sonido depasos rápidos acompañados de fuertes golpes y el desplome de objetos masivosraspando en el piso de arriba. Sentía el miedo impregnado en el hoyo de suestómago.
Sofi oraba:
— Querido Dios, no permita que le hagan daño a padre Pierre... Si debovivir, entonces haré lo que Usted quiera que yo haga.
Ella intentó mantener la calma recitando en silencio los números primos, apartir de dos. Sofi estaba en grave peligro. Si los hombres armados vieran latrampilla en el suelo, la abrirían y descubrirían su escondite. ¿Qué podría decirlespara defenderse? La Comuna necesitaba muy pocas pruebas o ninguna para acusara alguien de algún delito. La patrulla arrestaría a Sofi en mera sospecha.
La falta de aire fresco en el pequeño espacio era opresor. Las perlas de sudoren su frente comenzaron a deslizarse por su rostro y Sofi no estaba segura si elsalado líquido en sus labios era sudor o lágrimas de miedo. En medio del terror,ella sostuvo su respiración y se mantuvo callada, cambiando su peso de un pie aotro en su posición jorobada, incluso después de que el sonido de las voces sehabía desvanecido. Ajustando sus ojos a la oscuridad, ella escudriñó el pasajeestrecho a su izquierda, preguntándose si ella debería encaminarse a través de él.Pero, ¿dónde la llevaría? Allí en ese escondrijo ella no tenía sentido de dirección.Podría ser peligroso intentar un escape a través de esta vía subterránea, sin saber sila salida podría llevarla a los brazos de las temidas patrullas.
Sofi perdió noción del tiempo y no estaba segura si habían pasado diezminutos o diez horas. Las campanas de SaintLeu estaban mudas y reinaba unsilencio escalofriante, como si la ciudad entera hubiese desaparecido. Su gargantase sentía seca y la sed era abrumadora. Sintiéndose muy sofocada, Sofi levantó susbrazos y comenzó a empujar la pesada puerta por encima de su cabeza. Mientrasque ella luchaba tratando de abrirla, inesperadamente la puerta se hizo más ligeray una voz masculina susurró algo. Su corazón se hundió, pero tan pronto como ellaestaba lista para retroceder hacia la oscuridad del subterráneo, la trampilla se abriócompletamente y una pálida mano forrada con gruesas venas azules se acercó aella. Era el sacristán, que le hizo una seña para que se mantuviera callada y leextendió su mano.
Aferrándose a él, Sofi subió los peldaños. Saliendo vio que la biblioteca de laiglesia estaba saqueada. El piso estaba cubierto de velas sin encender, esparcidospapeles, quebradas esculturas de Santos y libros desgarrada por la mitad. ¿Quiénpodría ser tan grosero para destruir esos preciosos tomos que ella estudiaba con elpadre Pierre? A la salida, ella se tropezó con un grueso libro y lo recogió.
Sin decir una palabra, rápidamente el anciano guió a Sofi por un pasillo quedaba al jardín. Sosteniendo el libro cerca de su corazón palpitante, Sofi encontró elportón que la condujo al callejón detrás de la iglesia, y desde allí corrió sin alientolas dos cuadras a su casa. Sus padres la estaban esperando, muy preocupados, ya
que sabían lo que había sucedido en SaintLeu y el arresto de su maestro.
Llevaron a Abbé Pierre directamente a la Conciergerie, la temida prisión enParís. El ser encarcelado allí significaba no un justo juicio sino un final rápido a laguillotina. Padre Pierre fue acusado de ningún delito, pero el sacerdote compasivohabía admitido a sus captores que él no había firmado el juramento de fidelidad ala Constitución civil del clero. Además, padre Pierre era el objeto de la venganzaprivada por parte de algunos miembros de la Comuna, sólo porque poseía lo queellos no tenían: un fino intelecto, tierno amor y compasión por sus semejantes, y,sobre todo, el veneraba a Dios.
Esa misma noche, después de recuperarse de su terrible suplicio, Sofi se diocuenta de que no tenía su manuscrito que contenía su teorema y su pruebapreciosa. El rollo de papel probablemente había caído de su mano cuando ellaintentaba empujar la puerta en el pequeño sótano donde se escondió.
Sofi quería correr a la iglesia a recuperar sus notas, pero sabía que seríademasiado peligroso el intentarlo. A la mañana siguiente, una turba de hombresintoxicados armados con picas, espadas y pistolas tocaron a las puertas a lo largode la calle StDenis. Con gritos ensordecedores pedían la muerte de los traidores.La palabra “traidor” se interpretaba libremente e indiscriminadamente, y los que sedeclaraban traidores eran considerados proscritos y se les cortaban las gargantas.Todas las familias en el barrio de Sofi retrocedían con temor, buscando refugio trassus puertas cerradas.
En la Église SaintLeu la turba enfurecida mutiló el sagrado edificio,eliminando toda evidencia de aristocracia o de feudalismo; desfiguraronmausoleos, quitaron los epitafios, flor de lis y escudos reales y quebraron doscampanas de la torre del campanario, simplemente porque las iglesias no se lespermitía tener más de una! Poco después, el Comité Revolucionario decidió cerrarSaintLeu, transformando la iglesia en almacenamiento de reservas de carne saladapara las carnicerías del barrio Lombardos.
Sofi se resignó a la pérdida de su prueba matemática. Ella tendría que volvera hacerlo, pero necesitaba la revelación deslumbrante de aquella noche gloriosaporque ahora, su musa matemática estaba muda. Cuando Sofi trató de nuevo, suanálisis la llevaba por oscuros laberintos, algunos impenetrables y otros queterminaban abruptamente sin llegar a su resultado inteligente.
A partir de ese día, Sofi continuó sus estudios sin la guía de Pierre Abbé,tomando sus lecciones de los libros que él le dio. El último libro que ella habíarecogido, escrito por un erudito parisiense, presentaba el campo de la teoría de los
números, abarcando desde la obra de Diofanto, Fermat y Euler. Contenía muchosproblemas sin resolver y muchas afirmaciones intrigantes. Como un sabio maestro,el autor pedía al lector que resolviera los problemas, insistiendo en el desarrollo depruebas rigurosas para determinar las verdades matemáticas. Y Sofi lo hizo. Todoslos días, ella seleccionaba uno de los problemas y buscaba su solución, siemprepreguntándose si padre Pierre aprobaría su análisis.
En la víspera de su 18 cumpleaños, Sofi se apresuró a su escritorio a escribiralgo que irrumpió en su cabeza. Según Fermat, “la ecuación zn = xn + yn no tienesoluciones con números enteros distintos de cero para x, y y z cuando n > 2. ”Padre Pierre insistió que, a pesar de su sencillez, esta afirmación no había sidoprobada. Sofi meditó en eso por un rato y luego ella observó que si n es un numeroprimo y si 2n + 1 es también primo, entonces zn = xn + yn implica que x, y o z esdivisible por n. Así, para demostrar la afirmación de Fermat para cualquier primon, debería ser suficiente para probar que xn + yn + zn = 0 es imposible, asumiendoque uno de los tres números x, y o z es divisible por n, porque el caso en el cualninguno es divisible, quedarían excluido. Ahora, ¿cómo lo haría Sofi?
Esa misma noche, mientras ella esperaba que sus ojos cerraban para dormir,una idea anterior reapareció en su mente, un pensamiento lúcido que la incitó alevantarse. En su escritorio, Sofi sumergió su pluma en el tintero y escribió contrazos audaces.
— Puedo obtener un número primo al doblar un primo conocido y agregar1.
Su formula era simple y elegante: G = 2p + 1.
Para verificar este descubrimiento, añadió:
— El más pequeño tal primo p es 2 porque 2 (2) + 1 = 5, que es primo. Elsiguiente era 3 ya que 2(3) + 1 = 7.
Y aunque a Sofi le gustaba el número 7 ella descubrió que su fórmula loexcluía porque 2(7) + 1 = 15, el cual no es primo. El siguiente primo era realmente11 ya que 2(11) + 1 = 23 y así sucesivamente. Estos números primos Soficonsideraba sus número sagrados. Todo lo que tenía que hacer era demostrar quepara cada primo p que existe, ella conseguiría G, también un primo!
Deseaba desesperadamente demostrar la afirmación de Fermat. Aunquetomara toda su vida, ella lo intentaría. En ese momento Sofi supo que su futuroestaría en el universo de matemáticas, un magnífico mundo desprovisto de
violencia. Era el mundo donde se sentía a gusto, feliz, sintiendo el abrazo de lossabios matemáticas del ayer. Los ideales de Sofi eran tan puros y hermosos comosus sagrados números primos escritos en sus manuscritos.
* * *
Sí, Sofi probó que todos los números enteros pares mayores o iguales a 4 sonla suma de dos números primos. ¿Te preguntas qué pasó con su pruebamatemática? Pues bien, Sofi nunca la recuperó del escondido subterráneo en laiglesia del padre Pierre. Sin embargo, no me cabe duda que, después de doscientosveinte años, su manuscrito todavía está allí donde ella lo dejó, durmiendo entre elpolvo y telarañas bajo el piso de la biblioteca al lado de la sacristía.
Si alguna día visitas Église SaintLeu en París, reza, por supuesto, peromientras enciendes una vela por favor recuerda a Sofi, piensa en su prueba y sussagrados números primos. Quién sabe, quizá tu también un día encontrarás unagloriosa musa matemática para guiar tus pasos hacia la prueba de un eleganteteorema, una prueba tan profunda y hermosa que tu nombre será grabado parasiempre en los anales de matemáticas junto con el de esos gigantes de la cienciatales como Euler and Germain.
Adieu ma chère mathématicienne.
* * * * * * *
FIN
Mensaje de la Autora
La Princesa y la Matemática es mi tributo a todas las mujeres que siguencarreras en ciencias e ingeniería. Las cinco historias, aunque ficticias, cada unolleva dentro de sí ejemplos de participación de las mujeres en el estudio de lasmatemáticas y su contribución a las ciencias exactas. Algunas de las chicas en estoscuentos si existieron, mientras que otros personajes representan las mujeres cuyosnombres no se incluyeron en la historia de la ciencia, sólo porque la sociedad noestaba preparada para darles debido crédito.
En los años de 1760 a 1762, el matemático suizo Leonhard Euler (17071783)escribió más de doscientas Cartas a una princesa alemana sobre diversos temas de físicay filosofía. La princesa era un aristócrata de quince años de edad llamada FriederikeCharlotte von BrandenburgSchwedt (17451808). No es claro cómo Euler, elmatemático más famoso de su tiempo, llegó a ser asociado con la joven. En unreciente artículo (publicado en arxiv.org), exploro los acontecimientos históricosque llevó a Euler a escribir esas letras, y a través de mi investigación descubríquién era la princesa. Aparte de las letras, publicadas por Euler después que se fuede Berlín, donde residió durante 25 años, no existen registros históricos queexpliquen cómo la princesa utilizó el conocimiento que adquirió por medio de esaseruditas letras.
Basé La Chica que Amó a Newton en dos figuras históricas que nunca seconocieron pero que se relacionaron a través de su trabajo. La inspiración paraEmilia es GabrielleÉmilie Tonnelier, Marquise du Châtelet (17061749), una damafrancesa muy educada mejor conocida por su traducción de la Principia de Newton.En la vida real, du Châtelet no conoció a Isaac Newton (1643 – 1727) (ella teníaveintiún años cuando Newton murió), pero de adulta ella estudió la filosofíanewtoniana y las nuevas leyes que Newton había declarado. En un recienteartículo (publicado en arxiv.org), presenté hechos históricos para extraer un retratode Madame du Châtelet y encontré que su glamorosa vida fue llena de contrastes.Por un lado ella era muy inteligente y buscó tutoría de dos matemáticos francesespara entender los descubrimientos de Newton. Al mismo tiempo ella era frívola,
tuvo varios amantes y era una apostadora ávida. Madame du Châtelet fuepresentada a la Corte francesa y socializaba con la gente de más alto rango en lacorte de Versalles. También socializó con los eruditos. Afortunadamente paranosotros, Châtelet escribió extensas cartas que revelan gran parte de sutemperamento.
Es muy poco probable que Newton se hubiese asociado con una sofisticadamujer como Madame du Châtelet, incluso si se hubiesen conocido en persona.Además del encantador cuento (probablemente falso) sobre Newton siendogolpeado en la cabeza por una manzana que caía, nada sobre su vida personalparece particularmente fascinante. Él nunca se casó y no hay ningún episodioregistrado de que se haya relacionado con una dama. Newton era un hombredifícil, propenso a la depresión y era muy reservado, manteniendo en secreto susdescubrimientos científicos. A menudo estuvo involucrado en peleas amargas conotros eruditos.
Escribí Da'Lau, la Princesa Maya como un regalo para mis hijas Dasi yLauren. Mi intención era capturar en esta fantasía la esencia de su resplandecientebelleza, su inteligencia e independencia y para mostrarles cuánto los admiro. Laelección de una ficticia princesa Maya como el personaje principal fue deliberada.Mi inspiración nació al leer acerca de los antiguos astrónomos y matemáticosmayas que inventaron el concepto de cero.
La Reina Dido y sus Círculos Dorados se basa en la trágica historia de Dido, lalegendaria fundadora de Cartago en Túnez (África). Cómo ella estableció la ciudadtiene una historia literaria que se remonta a como veintiún siglos a Virgilio, elpoeta romano que capturó el espíritu de su historia en su famoso poema épico laEneida. Según Virgilio, Dido era una princesa fenicia de Tyre, una antigua ciudaden la costa del Líbano moderno. Ella utilizó un concepto de matemáticas paraelegir una parcela circular para maximizar el área donde estableció la ciudad.Ahora enseñamos el problema de Dido en los cursos de cálculo de variaciones.
Basé el personaje principal de Sofi y sus Números Sagrados en la matemáticafrancés Sophie Germain (1776 – 1831), que pertenece a una clase por sí misma entrelas mujeres matemáticas. Autodidacta y trabajando por su cuenta, Sophie Germainhizo contribuciones en matemáticas puras y aplicadas. Sophie Germain era elcontrario exacto de la Marquesa du Châtelet. Mientras que Émilie bailaba,apostaba y tenía muchas relaciones amorosas, Sophie estudiaba y desarrollaba susteoremas. El Teorema Sophie Germain y los números primos de Germain sonconceptos importantes en la teoría del número que ella concibió.
Hoy en día, mientras exploramos los cielos, concebimos y desarrollamos
nuevas ideas en cada disciplina científica, vemos que más y más mujeresparticipan en nuestra búsqueda para entender el universo. Más chicas se estánconvirtiendo en astronautas, astrónomas, astrofísicas, ingenieras aeronáuticas ymatemáticas. A ellas les dedico este libro.
La Autora
Dora Elia Musielak ha amado las matemáticas desde que era niña, ganandosu primer concurso de matemáticas a la edad de seis. Ahora imparte cursos enmétodos matemáticos para física, astronomía e ingeniería en la Universidad deTexas en Arlington. Dr. Dora Musielak es miembro de la Asociación Matemáticade América (MAA) y ha sido galardonada con dos premios de investigación de laNASA.
También por Dora Musielak
Libros:
Prime Mystery: The Life and Mathematics of Sofi Germain (2015). Publishedby AuthorHouse Books, ISBN 9781496965028, 9781496965011.
Una biografía completa, totalmente referenciada, de la matemática francesaSophie Germain, la primera y única mujer en la historia quien contribuyó al últimoteorema de Fermat. En este libro ofrezco una perspectiva única sobre el entornocientífico en Francia del siglo XIX.
Sophie’s Diary: A Mathematical Novel (2012), A Spectrum Book publishedby The Mathematical Association of America (MAA) ISBN 9780883855775,978161445104.
Esta es la segunda edición de un libro que escribí en 2004 en donde intentoponer en perspectiva la manera cómo una adolescente aprendió matemáticas por símisma y se convirtió en una de las matemáticas más grandes de la historia.Inspirada por Sophie Germain, esta novela matemática comienza en 1789, untiempo que coincide con el inicio de la revolución francesa.
Kuxan Suum: Path to the Center of the Universe, (2009). Published byAuthorHouse Books. ISBN 9781438952895,
Escribí este libro como una metáfora a nuestro anhelo para explorar elcosmos. Ahí presento un bosquejo de los vuelos espaciales tripulados, sostenidocon temas de Astronáutica y Astrofísica, incluyendo explicaciones del entornoespacial y una introducción a la ciencia del cohete.
Kuxan Suum: Camino al Centro del Universo (2010). Published byAuthorHouse Books. ISBN 9781452046921, 9781452046907, 9781452046914.
Esta es una traducción del libro anterior.
Artículos sobre la Historia de Matemáticas:
Euler: Genius Blind Astronomer Mathematician(2014), published inArxiv.org, ID: 1010541. Leonhard Euler, el matemático más prolífico de la historia,también fue un astrónomo. Este artículo explora las contribuciones de Euler a unamplio espectro de temas de mecánica celeste y sus observaciones en elObservatorio de San Petersburgo.
Euler and the German Princess (2014), published in Arxiv.org, ID: 1010612.En este artículo exploro los acontecimientos históricos que condujeron almatemático Leonhard Euler a escribir cartas a una princesa alemana sobre diversostemas de física y filosofía (1760). La princesa de quince años era FriederikeCharlotte von BrandenburgSchwedt, quien se convirtió en la última Princesaabadesa de la Abadía de Herford (Frauenstift Herford) en Westfalia, cerca deRavensberg (Alemania).
The Marquise du Châtelet: A Controversial Woman of Science (2014),published in Arxiv.org, ID: 1010553. En este artículo exploro los hechos históricospara extraer un retrato de una de las filosofas más intrigantes, consideradas porunos como la première femme de science que la France ait jamais comptée.