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Sólo un europeo descorazonado podía asumir tan íntimamente la lucha por la libertad de los pueblos de África Dossier de Prensa

Nadie muere en Zanzíbar. Dossier de prensa

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Sólo un europeo descorazonado podía asumir tan íntimamente la lucha por la libertad de los pueblos de África

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Cuando Fernando García Calderón se tropezó con los diarios africanos de Juan Ángel Santacruz de Colle, ocultos durante años en un arca de filigrana, no sólo halló la autobiografía de un hombre increíble a fuer de excepcional, sino también una prodigiosa aventura para todos sus lectores.

Nacido en la Sevilla de 1900, experto en libros antiguos y fundador de la logia de los Calígrafos, Santacruz llegó hasta el sultanato de Zanzíbar perseguido por espías nazis, tras participar en innumerables estafas y encontrarse fugazmente con Walter Benjamin. Allí aprendió un nuevo concepto de civilización, adoptó dos personalidades opuestas —el Gibraltareño John Cross y el árabe Jamshid A. bin Said— y se convirtió en un altruista de ideas estrafalarias que causaba admiración por donde pasaba. Su vida se debatió entre dos territorios y dos mujeres: la intrépida Anna Wyatt y la abnegada Aisha. Colaborador en la sombra de Julius Nyerere, fue apreciado tanto por los brujos isleños como por los intelectuales de la nueva Tanganica. Suyo fue el plan que revolucionó la historia de Zanzíbar.

Fernando García Calderón (Sevilla, 1959) es escritor e ingeniero de Caminos afincado en Madrid. Ha sido reconocido, entre otros muchos premios, con el Max Aub, y el Ateneo-Ciudad de Valladolid con El hombre más perseguido. Ha publicado las novelas El vuelo de los halcones en la noche, Lo que sé de ti, La noticia, La judía más hermosa, La resonancia de un disparo y Yo también fui Jack el Destripador y los libros de cuentos El mal de tu ausencia, Sedimentos en un pantano, Diario de ausencias y acomodos.

www.fernandogarciacalderon.com

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ENTREVISTA ¿Por qué Zanzíbar?

Zanzíbar es un compromiso. Lo fue para el protagonista de la novela, Juan Ángel Santacruz de Colle, y lo ha sido para mí. A él lo llevaron hasta allí los vientos de la Segunda Guerra Mundial. A mí, una promesa in articulo mortis, cumpliendo con la voluntad de una tía abuela que no deseaba que Juan Ángel cayese en el eterno olvido.

¿Por qué Nadie muere en Zanzíbar?

Zanzíbar representa, para Juan Ángel Santacruz, la ilusión que implica la segunda oportunidad. En un punto de su larga aventura africana, él tuvo su epifanía moral. El título de la novela pretende aunar dos ideas. La suya, idílica, supone bregar por la consecución de un espacio único, un archipiélago convertido en el dhow de blancas velas que navegaría por la corriente cálida de la prosperidad, maravillando con su hermosa interpretación de la cultura y el progreso. La mía, más modesta, enlaza con el propósito de que Santacruz alcance nuestra memoria y perviva en ella. Pero también es un guiño a los amigos que hice durante mis indagaciones. Un viejo dicho que expresa su hospitalidad viene a decir que Zanzíbar es el paraíso donde no se muere.

¿Cómo se desarrolla una investigación de estas características, transcurrido tanto tiempo desde la desaparición de Santacruz de Colle?

El libro no es el exponente de una investigación al uso. Todo comienza con el relato de mi tía Luisa, anciana y enferma pero con una mente ágil para el recuerdo. Ella me habló de la visita de un señor africano que le trajo una historia y un arca de madera labrada, confirmando lo que los cuchicheos familiares habían convertido en leyenda. La historia contaba la azarosa vida de Juan Ángel, el que fuera novio de una de sus hermanas, dado por muerto durante la Guerra Civil; el arca contenía un conjunto de diarios, escritos por éste, que no abarcaban toda su biografía. Faltaba una parte, la última parte. Y, lo que es más relevante para mí, faltaba comprobar que aquella vida, a todas luces novelesca, no fuese la fantasía de alguien trastornado por el exilio. Algunos de los datos de sus andanzas en Europa pudieron ser contrastados. Logré contactar con Ferdinand Okello, el señor africano, y éste me aseguró que había más cuadernos de Juan Ángel y que debían concluir en el preludio de su muerte, ofreciéndome una pista que me llevaría a Zanzíbar. Lo demás vino rodado.

¿Dirías que el grueso libro resultante, de más de quinientas páginas, es una biografía o una biografía novelada?

No, en absoluto, es y debe ser una novela en toda la extensión y rigor del término. No me dedico a la investigación ni al periodismo. En todo caso, documento mis obras. No hubiera consumido largos periodos de trabajo, durante diez años, simplemente para transcribir los detallados cuadernos de Juan Ángel. Además, siempre tuve la percepción de que sólo a través de una novela, con sus dosis de intriga, sus puntos álgidos y su carga sentimental, el personaje alcanzaría el eco que mi tía deseaba. Ojalá el acierto culmine mi propuesta literaria.

¿Una novela de aventuras, entonces?

Una novela de aventuras con trasfondo.

Háblame de Juan Ángel Santacruz, ¿qué es lo que más te fascina de él?

Juan Ángel, huérfano de madre, vive una infancia tan reglamentada por su padre que pronto siente la inquietud de volar. Muestra erudición en su profesión de lingüista y, sin embargo, se inclina por la estafa en el negocio de los libros antiguos. Hace fortuna y llega a relacionarse con nazis influyentes en su afán por ir más lejos. Cuando todo se le complica, huye con rumbo a África. Allí da rienda suelta a sus ansias de aventura adoptando dos personalidades, en una doble vida que lo llevará a Kenia, Tanganica y Zanzíbar; territorios gobernados por el Imperio británico. Hasta que toma conciencia de la situación de los pueblos de la costa swahili. Su compromiso será

entonces incondicional. Siempre destacó por su inteligencia y disciplina a la hora de lograr sus propósitos, pero lo más sobresaliente en él es el cambio moral. Su mutación de hombre a ser humano. Y es al abrazar esos nuevos valores cuando su anterior equilibro existencial se descompensa. Pierde objetividad y gana empatía, adquiriendo las cualidades de un líder sin precisar de premios y honores. Se convierte, en definitiva, en el mejor defensor de la utopía de la libertad.

Y, en la vorágine de los movimientos independentistas de los años 50 y 60, será capaz de intimar con dos mujeres que representan los dos mundos en confrontación, el inglés y el africano.

Sin proponérselo. El verdadero amor de Juan Ángel es su novia sevillana, la tía abuela que no conocí. La abnegación y el deseo, a partes iguales, lo acercan a Aisha y a Anna Wyatt. Aisha es la hija de uno de los patriarcas de una aldea zanzibarí, una joven rara para los suyos, cargada de ilusiones y de ganas de conocer mundo. Anna es una viuda de Dar es Salaam, con poder y ansias de venganza. Ambas constituyen, sin saberlo, las dos caras de la extraña moneda de la civilización en la costa swahili.

Hablas de la doble vida de Santacruz, de dos mujeres, de dos mundos. ¿Cómo se las ingenia un español de aquella época para abrirse camino en tales circunstancias?

El aprendizaje como embaucador en su periplo europeo le resulta de utilidad al principio. Se presenta en los círculos ingleses de Kenia y Zanzíbar como el gibraltareño John Cross. Y como John Cross crea un peculiar servicio de cartería entre las islas y el continente. Más adelante, usará la figura de Jamshid A. bin Said, propietario de una plantación de clavo que será la admiración del archipiélago. Su reducido grupo de colaboradores le enseñará a disfrazarse de árabe y gobernar un negocio que esconde un objetivo superior. En estos secundarios maravillosos de la novela se halla la clave de sus progresos. En su fidelidad sin reservas, en la fe que profesan a este visionario. No será hasta los últimos años de su vida cuando desvele su procedencia.

¿Qué huella de él destacarías en la Zanzíbar que has conocido?

La Zanzíbar que he conocido es una amalgama de etnias y de culturas, con actitud para el aprendizaje. Justo lo que Juan Ángel pretendió sin alardear de sus intenciones. Hay un pequeño monumento, anónimo, donde deben reposar sus restos, que hasta en eso se aplicó la discreción. Aún es recordado por algunos de los niños que recibieron de él educación, hoy herederos de sus ideas. Incluso se habla el español en puntos determinados. En la novela se explica el curioso proceso por el que se llega al uso de nuestra lengua.

Por último, una cuestión sobre tu quehacer literario. Has publicado en poco más de un año tres libros de corte muy diferente. ¿Cómo se compaginan creaciones tan dispares?

Se compaginan trabajando con mucho orden y el menor desconcierto posible. Pero no exageremos. Tras la actividad frenética que supuso sacar adelante La noticia, La judía más hermosa y La resonancia de un disparo en apenas tres años, estuve alejado del ruido del libro desde finales de 2008 hasta mediados de 2014. Un lapso suficientemente largo como para que las editoriales y los lectores se olviden de uno. Por fortuna no ha sido así. No dejé de escribir, aunque a otro ritmo, forzado por la enfermedad y por la convicción. El fruto de esa labor ha visto la luz en los últimos meses. Este año presentamos el volumen de relatos desarrollado con mi amigo Laboa y ahora tengo la satisfacción de ofrecer a los lectores Nadie muere en Zanzíbar.

Por lo tanto, ¿deber cumplido?

El objetivo no era escribir el libro. Era y sigue siendo que Juan Ángel Santacruz de Colle perviva en la memoria de sus compatriotas. La novela lleva en circulación desde el día 5 de este mes de mayo, de modo que no puede decirse que el deber esté cumplido. Veremos si alcanza el eco que esta persona, y personaje, merece.

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Nadie muere en Zanzíbar es una novela de aventuras personales y colectivas, un relato sobre la epifanía salvadora

de un europeo descorazonado y las ansias de libertad de los pueblos de África.

Una historia de segundas oportunidades, donde la pasión, la dignidad

y la justicia cobran toda la ambigüedad de la que es capaz el ser humano.