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El rostro y la máscara A propósito de la última novela de Feliciano Padilla, Ezequiel el profeta que encendió la pradera. Walter Paz Quispe Santos I Entre sus experiencias editoriales de la novela, Feliciano Padilla; esta vez regresa con una nueva criatura. Sacada del polvo del olvido, retrotraído de los anaqueles de un archivo gamonal revive en estas páginas Ezequiel Urviola. Aquel mestizo convertido en un demonio, glorificado por los aimaras y quechuas como su máximo redentor mesiánico, esté parricida de sus propios ancestros es ensalzado con una prosa de alta densidad poética. Es que Padilla, recurre al poderoso carácter documental para ser un decisivo analista de los tiempos borrascosos. De aquellas épocas de los sueños imposibles, del mito del eterno retorno y en los fulgurantes desengaños para trastocarlo en una ficción escrita con puro fuego. Se trata, por supuesto de una narrativa predominantemente sociológica con una caracterización psicológica de su personaje. Ezequiel Urviola quien transitó casi treinta años por el polvo y el barro de los caminos de la vocación social y la misión revolucionaria, es un agitador loco, un incendiario épico y un alegórico viajero cuya terquedad es inmolada por otros con pasión como en los sucesos de Wancho Lima. II La novela histórica, que es una mezcla de la crónica histórica y la ficción novelesca. Es el género elegido por Padilla. En ella, apoya su relato ficticio en los andamiajes

Novela f Padilla Walter Paz

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El rostro y la máscara

A propósito de la última novela de Feliciano Padilla, Ezequiel el profeta que encendió la pradera.

Walter Paz Quispe Santos

I

Entre sus experiencias editoriales de la novela, Feliciano Padilla; esta vez regresa con una nueva criatura. Sacada del polvo del olvido, retrotraído de los anaqueles de un archivo gamonal revive en estas páginas Ezequiel Urviola. Aquel mestizo convertido en un demonio, glorificado por los aimaras y quechuas como su máximo redentor mesiánico, esté parricida de sus propios ancestros es ensalzado con una prosa de alta densidad poética. Es que Padilla, recurre al poderoso carácter documental para ser un decisivo analista de los tiempos borrascosos. De aquellas épocas de los sueños imposibles, del mito del eterno retorno y en los fulgurantes desengaños para trastocarlo en una ficción escrita con puro fuego. Se trata, por supuesto de una narrativa predominantemente sociológica con una caracterización psicológica de su personaje. Ezequiel Urviola quien transitó casi treinta años por el polvo y el barro de los caminos de la vocación social y la misión revolucionaria, es un agitador loco, un incendiario épico y un alegórico viajero cuya terquedad es inmolada por otros con pasión como en los sucesos de Wancho Lima.

II

La novela histórica, que es una mezcla de la crónica histórica y la ficción novelesca. Es el género elegido por Padilla. En ella, apoya su relato ficticio en los andamiajes de la historia. Así inventa voces y rescata ecos, por lo que transforma un personaje histórico como Ezequiel Urviola para convertirlo en una figura mítica. En tiempos llamados modernos y posmodernos como el nuestro, en general desdeñosos con el pasado, la ficción aporta nuevos fantasmas al imaginario colectivo y refuerza con ella la memoria del pasado. Los historiadores sitúan entre 1920 y 1923 la acción más enérgica de Urviola en el altiplano. Las permanentes denuncias de los abusos gamonales, las formas de agitación indigenista y también de organización campesina son las que se refrescan con una dosis notable de fantasía. Hay en la vocación popular de Feliciano Padilla, la idea de exigir al lector una conciencia de la condición histórica de nuestros pueblos y personajes. Esta fabulación de la crónica popular, está matizada por cierta nostalgia por el pasado y los personajes que pertenecen a una época distinta a la que vivimos. Toda la trama de personajes del libro, como Rita Puma, Antonio Luque, Mariano Paqo,

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Carlos Condorena, Mariano Larico, es narrada y evocada con una libertad superior a la de un historiador. Es que, desde la perspectiva de la novela, el historiador asume una posición de testigo y crítico imparcial, de observador omnisciente, mientras que el novelista disfruta de una libertad para brindarle una nueva polifonía de voces a uno u otro personaje. En la novela, Padilla, empieza a narrar en tercera persona y pasa a la primera persona. Así le da a los explotados y marginados la palabra para que suministren otra versión de los hechos históricos: La dicción del vencido.

III

Hay una retórica de la autobiografía presente en las páginas de la novela padillana. La prosopopeya (prosopon poein), consiste en resucitar a los ausentes, los muertos, enterrados, asesinados, desterrados, terratenientes y originarios. Consiste también en hacerlos hablar, actuar y responder; en tomarlos como testigos, garantes, acusadores, vengadores o jueces. Se trata de una figura de la retórica clásica usada estratégicamente por el autor. Hay en las maneras de presentar a los personajes, siempre dos clases distintas de seres, dos tiempos, dos espacios, dos entidades animadas o inanimadas. Ese contraste, es otra operación retórica muy usada en la novela histórica. En este proceso de la invocación y el invocado surgen diversos tipos de liaison, es decir, la transición, el rechazo, la digresión y la revocación. Por decir una contraposición entre el rostro y la máscara. El ser humano histórico y el personaje. La autobiografía de Ezequiel es monumental en la voz y su nombre. Hay una combinación de la voz dialogante y el rostro por medio del lenguaje. El discurso autobiográfico y metaléptico tiene sus concomitancias lingüísticas, lógicas y referenciales. La transición de partida hacia la llegada: es la construcción de un nuevo yo a través de la ficción novelesca.

IV

El memorial, documento nacido para el reclamo y la denuncia, la reivindicación y el cambio social. Es el instrumento, muy utilizado en los sucesos de la novela. Desde la perspectiva semiológica y retórica, el memorial explica la operatividad de un discurso de reivindicación indigenista en orden a la operatividad del discurso oficial gamonal. Es decir, pone énfasis en la identificación de la naturaleza, los mecanismos de producción de significados y características de la palabra hablada. El memorial configura identidades e imaginarios individuales y colectivos. Su presencia en el tiempo y el espacio explica la pervivencia de grupos y culturas, y sustancialmente la dicencia y presencia de la oralidad en los andes. Es el signo subalterno en busca del signo dominante, o más propiamente el símbolo en busca de otro símbolo. Este comportamiento semiótico de la textualidad de la novela

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permite a Ezequiel orientarse en una determinada situación y, en ese sentido, el memorial como signo ofrece al lector huellas, ristras y demandas sobre el abuso gamonal. Es la contraposición de un discurso parasitario contra el discurso oficial gamonal. Su función es revertirlo. Texto y contratexto. Los memoriales de Ezequiel son patológicos para la sociedad gamonal, son redundantes en su función de operatividad y competitivos cuando son contratexto, alternativos para reemplazar la textualidad imperante. Sin duda la subversión es su condición y las condiciones para cambiar la textualidad dominante dependen más de la debilidad de la textualidad propia que de las fortalezas del discurso competitivo. Si hacemos referencialidad histórica, el 12 de octubre de 1922 existe un famoso memorial fechado en Lima solicitándose garantías para los indígenas de Puno. Allí de sus páginas saltan demandas de escuelas rurales, un punto final para las falsas escrituras de apropiación ilícita de terrenos de comuneros, y un final a los abusos de gamonales.

V

Ezequiel, el profeta que incendió la pradera, es de algún modo el epónimo del personaje, porque provee el título a la obra. Además atribuye como aquello que designa la obra y la anuncia. La función del título epónimo es catafórica porque proyecta la importancia de Ezequiel Urviola y programa todos sus actos históricos y novelescos para nuestra lectura. Es decir, pone en perspectiva narrativa al personaje. Es que el nombre es el imperativo categórico del personaje. Por otro lado, la novela en su estructura asume la vieja relación clásica y dialéctica del amo y esclavo. Ambos son parte de una planificación, estricta, maniaca que sólo Feliciano Padilla sabe hacer con maestría y mucho talento porque cuando ficciona nos transporta por sus universos narrativos hasta descendernos a sus abismos más rebuscados.

Puno, octubre de 2013.