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Océanos de sangre · Libro Segundo · Tempestad

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Continuación Océanos de sangre

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AdvertenciaEsta historia contiene escenas de violencia y sexo explicito, y lenguaje adulto que puede ser ofensivo para algunas personas. No se recomienda para menores de edad.

2014, Ocanos de sangre.

2014, Nut

2014, Portada: Neith

Beta reader: Hermione Drake

Esta historia es ficcin. Personajes, ambientacin y hechos narrados, son el fruto de la imaginacin de la autora. Cualquier semejanza con la realidad o personas reales, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No est permitida la reproduccin parcial o total de esta obra sin el correspondiente permiso de la autora, con la que se puede contactar en este correo [email protected]

o en su blog: http://medianocheeneljardin.blogspot.com.es/

Ocanos de sangre

Nut

Libro Segundo.

Tempestad.Es ms de medioda cuando el viga subido a la cofa del palo de mesana da la voz de alarma.

Hace apenas un da y medio que el Dragn de sangre sali precipitadamente de Astillero, deberan encontrarse mucho ms al sur, pero los daos en el velamen y en las jarcias, la verga y los obenques del trinquete no han sido reparados an y ello les ha obligado navegar por debajo de los seis nudos. Tampoco la meteorologa ha sido favorable. Desde la noche tratan de rodear sin xito una tempestad que se les aproxima por el oeste y que crece desmesuradamente, amenazando con engullirlos. Para esquivarla han tenido que navegar sin barlovento.

El Capitn se halla en la cubierta inferior, pasando revista a la batera de caones de babor, y un marinero, que ha volado ms que corrido para llegar hasta l, le informa de la presencia de un galen mayanta en las cercanas y aproximndose.

Una vez en la cubierta superior, el Capitn, azotado por los fuertes vientos, sigue impasible la derrota del galen a travs del catalejo. Le cuesta no perderlo de vista porque el mar est picado y hace cabecear al barco. Pregunta al primero de a bordo de cunto tiempo disponen antes de que el navo les de alcance. En realidad no necesita hacer la pregunta, sabe con certeza que en poco ms de una hora tendrn que vrselas con sus enemigos.

No siente temor ni nerviosismo. Vive, existe para momentos as, para la confrontacin y la batalla, para la espada y la muerte. Tan solo nota un familiar cosquilleo de excitacin serpenteando bajo la piel, un incipiente calor en las entraas y ese bombeo gil, constante, frreo, del corazn, que le ayuda a mantener el pulso firme y la mente despejada.

En otras circunstancias evitara el enfrentamiento. El galen mayanta cuenta con dos lneas de batera, ms los caones de cubierta, lo que le convierte en un oponente poderoso y muy daino; pero precisamente ese potente armamento y su gran envergadura hacen de l un navo pesado y de lenta maniobrabilidad, por lo que, si efectivamente las circunstancias fueran otras y el Dragn de Sangre pudiera desplegar todo su velamen, en poco tiempo podra sacarle una considerable ventaja y desaparecer de su punto de mira. Pero esa opcin es inviable y cuando el primero corrobora que el tiempo del que disponen es de aproximadamente una hora, el Capitn da las rdenes oportunas para que la tripulacin se apreste a la batalla.

Es entonces cuando un coordinado caos se apodera de toda la fragata. Cada hombre sabe bien cul es su cometido y lo emprende sin dilacin. Los artilleros revisan por ensima vez las herramientas: bragueros, palanquines, motones; preparan la municin. Los marineros se pertrechaban con espadas de abordaje, chuzos, garfios y frascos de fuego, levantan el empalletado en las batayolas con sus hamacas. El mdico y sus ayudantes habilitan un rincn del sollado destinado a los heridos. Carpinteros y herreros tiran serrn en cubierta para no resbalar con la sangre que ser derramada, preparan las bombas manuales para achicar agua. Mientras, el Capitn establece con el primero, el piloto y el contramaestre la estrategia a seguir. No van a huir, de poco servira intentarlo, tampoco les van a permitir dar el primer golpe. Planean poner en prctica el viejo truco de fingir una avera en el timn, algo que ante el estado que exhibe el trinquete resultar creble, y que posiblemente lleve a sus enemigos a confiarse y hacer una aproximacin menos prudente. En ese momento, aprovechando que el alcance de los caones del Dragn es mayor y su maniobrabilidad, a pesar de los daos en el velamen, mejor; virar para recibir al galen de estribor y soltar toda una andanada a sus mstiles y bajo la lnea de flotacin. No contemplan ninguna otra posibilidad, si el galen no pica en el engao, solo quedar improvisar.

Tras la rpida reunin, el Capitn sube al castillo de popa y desde all supervisa las maniobras de navegacin y el nervioso y rpido ir y venir de los hombres. Observa los densos nubarrones sobre sus cabezas; crecen y se dilatan, fugazmente iluminados por los relmpagos que bullen en su interior. A pocas millas hacia el oeste puede ver algunos rayos quebrados y fulgurantes partir en dos el cielo y caer al mar; le parece escuchar su lejano y amortiguado retumbar. El viento arrecia, las rfagas son cada vez ms intensas y continuadas y las olas rompen bravas contra el casco. Frunce el ceo y escupe una maldicin; calcula que la tormenta estallar justo en pleno abordaje.

El viga del mayor grita desde la cofa. Todos los ojos lo buscan. Seala hacia el sudoeste, en direccin contraria a la posicin del galen mayanta. El Capitn baja del castillo y corre por el pasamano de babor hasta la proa, desde all, sin necesidad de catalejo, avista dos navos, una fragata y un galen indudablemente mayanta, que navegan parejos, directos hacia ellos. En el Dragn de Sangre se hace un profundo silencio. Todos los que se hallan en cubierta comprenden lo que significa tener en la proa esas naves. Aunque logren hundir el galen que se les aproxima desde el norte, quedarn tan maltrechos que estos dos nuevos navos mayanta no tendrn que esforzarse para darles caza y hundirlos.

El Capitn tuerce la boca en una cnica sonrisa. Han sido muchos aos esquivando a la muerte, disfrutando de una suerte inslita, por no decir inconcebible; pero la suerte es una zorra voluble que siempre acaba por volver la espalda. Su vida prestada est cercana a concluir. Solo lamenta el no haber tenido la oportunidad de dar muerte a ms Malditos. Recuerda lo que le dijo al loveriano:

Y qu te hace pensar que quiero terminar con esta guerra?.Te vas a salir con la tuya, piensa, tranquilo. El final de la guerra ha llegado.

Se vuelve hacia sus hombres, examina sus tensos rostros de ojos muy abiertos y labios apretados; en algunos hay terror, en otros frustracin. Se sube a la borda agarrado al obenque del mayor y desde all los arenga a gritos:

Qu os pasa? Os asusta la muerte? Temis a esa puta? Es que acaso mi tripulacin es una piara de cobardes? Desde cundo? Subisteis a este barco para morir; para dar vuestra vida matando Malditos. Pues este es el momento!

Los hombres rugen, golpean el suelo con los pies, maldicen a la muerte y a los Malditos.

Que esta ltima sea la mejor de nuestras batallas! proclama el Capitn, imponiendo su voz al bramido del viento. Que esos perros no puedan olvidarnos nunca! Tiamos este mar de rojo con su hedionda sangre! Que ni uno solo de nosotros muera sin haberle arrancado la vida a un Maldito!

Los gritos excitados de la tripulacin hacen vibrar el aire. Sus expresiones fnebres se tornan salvajes, inhumanas, sus gestos agresivos y furiosos. Parece que, de repente, la impaciencia por encontrarse con la muerte les quema por dentro. El viga del palo mayor vuelve a gritar, pero la bataola de voces aullando y clamando venganza no deja or su voz. El contramaestre llega corriendo, esquivando marineros que se abrazan y empujan, que se exhortan a la batalla gritando blasfemias y obscenidades. Lleva consigo un catalejo que entrega con premura al Capitn, que ha bajado de la borda, y apunta con el brazo hacia el sudeste.

El Capitn, sin hacer preguntas, barre el horizonte a travs del catalejo y suelta un juramento al descubrir una reconocible vela recortada contra el cielo que en aquella direccin an est despejado.

El Reina del Abismo! exclama; aparta el catalejo, como si dudara de la veracidad de lo que le muestra, y tras escudriar el mar con los ojos entrecerrados, vuelve a mirar a travs de l. Por Baala y toda su corte de engendros! Es el Reina del Abismo!

Est a unas veinte millas. No llegar a tiempo, seor. El contramaestre sacude rabioso la cabeza. Para cuando nos alcance, esos dos navos...

Ya nos habrn enviado al fondo del ocano concluye el Capitn.

Durante unos minutos vigila en silencio la derrota del Reina. A su lado, el contramaestre da consignas en todas direcciones, impone cierto orden a base de gritos y empellones. El primero repite sus directrices con un megfono de latn para lograr que su voz se imponga al barullo, al sordo batir de las olas que estallan contra el casco y salpican espuma en cubierta, y al rugido del viento que ha cobrado mayor vigor.

No viene hacia nosotros dice de repente el Capitn, y su tono es de sorpresa. Ha puesto rumbo hacia los navos de los Malditos.

El contramaestre no cree lo que dice, tiene que verlo con sus propios ojos.

Pretende interceptarlos?

Eso parece.

Es una temeridad se lamenta.

Intenta que ganemos algo de tiempo.

Lo conseguir? inquiere esperanzado.

Tal vez logre interponerse entre ellos y nosotros, pero entonces...

Calla. El contramaestre asiente con gesto lgubre y concluye la frase:

Estar a merced de sus caones.

El Capitn retiene el aire en los pulmones. Piensa en Pravian, en el Reina, en rabon, en toda la tripulacin, en lo que significan para l. Piensa en Pravian y vuelve a respirar, y el aire se le enreda en el puo apretado que tiene en la garganta.

De pronto, un violentsimo golpe de viento sacude las velas, las tensa, y los mstiles y los aparejos crujen lastimosamente. El navo escora de babor, los hombres se agarran a la borda y a cualquier estructura fija cuando una ola barre la cubierta. El piloto grita pidiendo ayuda para hacer girar el timn y contrarrestar el envite. Un relmpago culebrea sobre sus cabezas, el estruendo que provoca es ensordecedor. Al instante, una lluvia afilada y torrencial se precipita sin piedad sobre ellos. El Capitn alza enfurecido el rostro hacia el negro cielo; ha errado en sus clculos sobre el inicio de la tormenta y eso lo cambia todo.

Vuelve al castillo de popa zigzagueando y adaptando su paso a las oscilaciones del barco, protegindose el rostro con el antebrazo de las punzantes gotas de agua que el viento empuja de costado. Agarrado a la borda de estribor, observa con dificultad a travs de la cortina de agua, las maniobras del galen mayanta, que aunque tambin sufre las consecuencias de la tempestad, no parece dispuesto a cejar en su empeo. Emprender un abordaje en mitad de semejante tormenta es una autentica insensatez, pero el Capitn sabe que si los Mayanta han reconocido al Dragn de Sangre, ni un huracn, ni el mismsimo Baala surgiendo de las profundidades, les harn desistir. Pero ahora ya no es una batalla entre dos navos, el mar combate tambin, y lo hace contra ambos. Lo menos arriesgado sera huir, pero es imposible mantener un rumbo y una velocidad constante en esas circunstancias y ms con un palo inutilizado. El Capitn sabe que solo le queda esperar a ver cmo har su aproximacin el galen. Tal vez el temor a que un golpe de mar los lance contra el casco de la fragata les haga mantener al principio las distancias. En ese caso, con la potencia y el alcance de los caones del Dragn, contaran con cierta ventaja sobre los Mayanta.

Rodeando al piloto, que brega con la rueda del timn entre maldiciones, se encamina hacia babor. Limpia a manotazos el agua que le chorrea por la cara y que se le mete en los ojos y en la boca e intenta localizar con el catalejo a los dos barcos que se le aproximan desde el sur. No se ha olvidado de la amenaza que representan, pero se preocupar por ellos cuando llegue el momento, si es que sobreviven para poder enfrentrseles. Tarda en hallarlos; son dos formas que las encrespadas olas y la lluvia hacen difusas. Busca al Reina del Abismo, el galen sigue su marcha en pos de los navos mayanta, cabalgando las crestas de las olas. Aprieta los dientes. Si hubiera esperado un poco ms para levar anclas, un da ms para terminar las reparaciones... Golpea la borda con el puo una y otra vez, rabioso por albergar esos pensamientos. l no es hombre que se lamente de los errores, que pierda el tiempo elucubrando con arrepentimiento sobre lo que podra haber sido y no es. l enfrenta la adversidad de cara y sin preocuparse por lo que queda a sus espaldas.

En ese instante, la imagen del loveriano aparece en su mente, las ltimas palabras que le dirigi vuelven a resonarle en los odos:

Por favor, dime que me amas. Deja que me lleve eso al menos.

Y se pregunta, con una inslita sensacin de prdida que le acomete por sorpresa, qu habra importado decrselo.