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Paisaje urbano con figura La invención de una tradición Benjamín Casadiego

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Paisaje urbano con f igura La invención de una tradición Benjamín Casadiego

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Capítulo 1 La salida al mundo La ciudad es un trazo inconcluso, hecho de memorias y de olvidos, más de olvidos quizás, pero sobre todo, de invenciones. Los seres que la habitan se la inventan día a día. Algunos de ellos son la suma de tales invenciones y asoman al paisaje urbano su figura. Telas, lentejuelas y encajes se desparraman por bolsas y cajones: 200 metros de tela verde brillante, rollos y rollos de cintas de encaje, 200 metros de satín rojo brillante, lentejuelas para un batallón de reinas, trajes de baile, tela negra para los pantalones, tela blanca para las camisas de los bailarines, cintas de colores, carretes de hilos, arandelas de cobre, sombreros. “El objeto sirve al hombre –dice Barthes- para actuar sobre el mundo, para modificar el mundo, para estar en el mundo de una manera activa, el objeto es una especie de mediador entre la acción y el hombre”. Mario escoge una camisa azul que cuelga ordenadamente en el otro compartimiento del closet, abajo los zapatos, en la repisa entre la ropa y los zapatos, algunos libros: Gargantúa y Pantagruel, el Romancero Español, El Quijote; La Historia de la conquista de México de William Prescott, Los Héroes de Thomas Carlyle, Historia de las Civilizaciones de Allan Bullock y el de cabecera: Las mujeres en los tiempos de los conquistadores, que lee y relee con el placer que encarna el delicioso manual de un mecanismo inextricable (en uno de sus libros, Ocaña y las Ibáñez en la construcción de la República escribió: “Los episodios más importantes e interesantes de la historia de Colombia no se decidieron sobre doctorales escritorios sino entre las sábanas, a la luz de la pasión, de los celos, de los sueños y de las ambiciones humanas”). Siguen más objetos que tal vez lo acerquen a nuestra pregunta, sin tratar de explicarlo, ambos ejercicios inútiles: frascos de medicina natural, pastillas de ginseng para la concentración y la reducción de la fatiga: su horario de trabajo comienza a las 4 de la mañana y cierra cerca de las 10 de la noche. Termina de colocarse la camisa azul, se peina de afán y sale de la habitación del hotel con una carpeta. El hotel está en pleno parque principal; baja las gradas: movimientos ágiles de un antiguo deportista de élite; ahora parece un monje recién salido de alguna abadía ajena al tiempo humano: la cuidada barba gris, el rostro ascético, su andar por el mundo, su claustro. De joven debió parecerse al Hermano Hortensio de El Greco, esa media mirada, esa media sonrisa. Termina de bajar; el sol ilumina la blanca columna de los esclavos, brochazos de verde: las delicadas ramas de un corocolo; estamos a comienzos de abril y apenas se asoman algunos aguaceros: rayos de sol que atraviesan gotas de lluvia. Pudo ser también El joven inglés, de Ticiano, el rostro mundano, sabor de juergas caballerescas y bellas mujeres: los ojos inteligentes, el centro de ese óleo, ojos que nos perciben pero nos desconocen tranquilamente. Esa mirada que no nos mira. Busca la sombra del alero del Club Ocaña, elude las salientes de los viejos ventanales, motos y carros se espesan junto al semáforo, acelera el paso para cruzar la cebra, busca otra vez la sombra de la ceiba gorda y el caucho. Atraviesa un borde del parque, las voces de los vendedores de tiquetes intermunicipales se oyen lejanas, tropieza con el caballito de un fotógrafo de plaza, el hombre le dice sonriente “Buenos días Doctor Mario”; atrás, lejanas, las Testigos de Jehová, bellezas discretas, las desvaídas banderas de los cinco municipios de la provincia de Ocaña, los jubilados, los vendedores de tinto y aromática.

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La entrada. Mario nunca aceptará ese escudo de piedra que ahora luce en el frontis, ni lo mira, se sumerge en las sombras de la alcaldía, las hilera de columnas; pasa el primer patio precedido por el busto del poeta y político José Eusebio Caro, el puente interior de madera que enlaza con el siguiente patio, que se siluetea con las azules montañas de la cordillera al fondo, otro busto, esta vez del médico y filántropo Margario Quintero, la fuente inservible, el tercer patio: estamos en lo que antes era la cárcel municipal, donde Mario pasó cuatro noches hace casi 40 años; la oscura oficina de la asociación de Jubilados del municipio al fondo, su altar iluminado. Ha atravesado el interior de una cuadra, las fascinantes y oscuras entrañas de lo público, el espacio que hubiera querido recorrer como alcalde electo en 1999 cuando los cinco mil votos sólo le alcanzaron para medir la soledad de las traiciones políticas. Sube las gradas y llega a la sala de recibo de la oficina del alcalde. Huele a lavanda y café. Con una rápida mirada constata que la gente citada para la reunión está en su gran mayoría. Cuando lo ven llegar miran para otro lado o lo saludan sin ganas. No le extraña. Desde hace dos semanas comenzó a notar que bailarines, modistos, profesoras de baile, peluqueros y preparadores de reinas cambian de acera cuando lo ven venir o se detienen y se quedan mirando a otro lado, silbando, siguiéndolo de reojo mientras se aleja. Siente el desagrado y las murmuraciones a sus espaldas. “Ojalá les diera por hacer eso mismo a mis acreedores –dice Mario resignado-, que se cambien de acera, que me ignoren". Media hora después la secretaria anuncia que el alcalde espera para iniciar la sesión. Trinidad Pacheco, profesor de danza clásica dice en voz baja mientras vamos entrando: “Ha llegado la hora, vamos a darle la estocada final a ese baile inventado de la noche a la mañana, sin investigación, sin contexto, sin…”. Pero la reunión no deja de ser un juego de gaticos en una canasta con pelotas de hilo: una laberíntica, cuidadosa justificación esgrimida por Mario, frente unas débiles recomendaciones, de la contraparte, que no alcanzaron la fuerza de un argumento. Los opositores han llegado con carpetas llenas de periódicos amarillentos que traen fotografías de reinados viejos, en donde se registran presentaciones y premios recibidos por bailar el bambuco Ocañerita. El grupo profetiza el fracaso rotundo del Bambuco Caribe y su ilegalidad, por no estar registrado en las oficinas oficiales pertinentes. Se siente en el aire que se quedaron por decir las cosas fundamentales, si es que habrá el tiempo y el estudio para un alegato serio en contra de un baile y un reinado nacional folclórico que Mario Javier Pacheco se acaba de inventar con un sonoro nombre que hace retorcer las tripas de los cultores de la danza local: Bambuco Caribe o Fanduco (de la fusión Fandango y Bambuco). “Ocaña está en la zona andina –dijeron esa mañana los que no estaban de acuerdo con el nuevo baile típico -, por lo tanto el ritmo nuestro es el bambuco. Cada región tiene su baile: la Guajira, Huila, Magdalena, Cesar, Nariño, Meta. Nosotros tenemos nuestro baile, que es La Ocañerita, constituido como tal y con estudio desde hace más de 30 años. ¿Cómo vamos, de un día para otro, a cambiar ese ritmo por otro que salió de la nada?”. Para Mario no es exacto eso de que salió de la nada, en realidad –dice- todo nació hace meses en el Banco, Magdalena, donde fue invitado como jurado al festival de la cumbia y se dio cuenta de que el baile que llevó la representación de Ocaña era La Machetilla, un baile de ritmos ásperos al golpe de una machetilla que es rastrillada violentamente, como en son de pelea. “Sentí vergüenza de ese baile después de haber visto a las otras delegaciones”. Mario nos mira a todos, conecta su voz y sus ojos con los cercanos y lejanos, acerca la silla, la aleja suavemente para acercarse con el gesto a los extremos de la mesa; relativiza las dudas, con una voz afable, acostumbrada a ser escuchada: “Me dije, cómo es posible que esa violencia con cara de baile nos represente ante el país. Esa noche comencé a pensar en un baile regional que interpretara eso que somos, una fusión geográfica entre el Caribe y los Andes”. El alcalde interviene para airear malos entendidos. Jesús Antonio Sánchez es un hombre joven y desenvuelto, de expresiones enérgicas; amigos y enemigos lo califican de temerario: acude personalmente a resolver conatos de revueltas con motopiratas y pimpineros, los reta a gritos, con

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escasa escolta. “Nos quedamos atrás en el desarrollo –dice, su voz es ronca, aguda, parece insegura pero no: es una voz con poder-. No es posible que con nuestra maravillosa tradición musical no tengamos un concurso nacional que convoque al país como sí lo tienen en Neiva, Ibagué, Riohacha, Sincelejo. La idea no es cambiar nuestro baile local, es hacer una propuesta musical que convoque otras expresiones. El baile Ocañerita, se quedó en un espacio estrecho, no salió de nuestra ciudad, se estancó en detalles locales, en celos profesionales y nosotros necesitamos hacernos conocer a nivel nacional, necesitamos interactuar al mismo nivel desde un ritmo que conjugue la tradición con el sentido regional, la geografía que llevamos inscrita en nuestro espíritu. En Bogotá nos dicen costeños, en la costa nos dicen cachacos. Entonces, ¿qué somos? –sus ojos saltones nos miran uno a uno, no en el orden pausado como el momento lo ameritaba, no: atropelladamente- ¡Hombre, somos ocañeros! –y remata con los brazos en alto-: ¡Somos la suma de dos regiones y eso es lo que debemos dejar claro en nuestro Reinado Nacional del Fanduco!”. Las posiciones han quedado zanjadas y los contradictores apenas alcanzan a murmurar que si es así se debería fortalecer la danza local en lugar de inventarse otra. Mario Javier es el primero en comprometerse en hacer la gestión, en llevar la documentación ante el Ministerio de Cultura para que el baile Ocañerita entre por fin al escenario del folclor nacional. Pero por ahora hay que ponerle todas las energías a su reinado pensado para finales de junio. El alcalde se disculpa, tiene otra reunión, agradece, sale; la secretaria llega con un paquete de cedés y entrega a cada uno de los participantes la versión oficial del Fanduco, en la carátula se ve a una pareja bailando debajo de una corona. La reunión ha concluido, quedan los corrillos, los murmullos, lo que no se dijo, pero el reinado ya ha sido oficializado y tiene el visto bueno de la administración. Ocaña en abril es un cuenco constelado de luces bajo la lluvia, por la mañana hay brillo de hielo, en la tarde llegan las nieblas y los aguaceros. Los barbatuscos dejan caer sus flores naranjas en los caminos y la gente todavía prepara comida con esas flores. Las flores naranjas, casi rojas, las mañanas de hielo brillante, las lluvias en la tarde, la Semana Santa, el olor suave y refinado del incienso. Año tras año, eso es lo previsible, es la imagen inoculada; la memoria parece estar intacta, por siglos, la memoria olfativa, visual. A nadie se le ha ocurrido inventarse una tradición para ese mes. Charlot Izako Mustafá es el empresario de eventos y preparador de reinas (hasta el momento ha preparado 1126 reinas, según se lee en su sitio web) que se encargará de hacer el lobby con las gobernaciones para que cada departamento elija a la reina, nombre el equipo y se venga para Ocaña a participar en un nuevo reinado nacional. Charlot, como se le conoce en el medio, será el responsable de que El Tiempo, El Espectador, Cromos, el Canal Caracol y RCN, estén aquí cubriendo el evento durante los tres días previstos. Para el reinado, Charlot tiene acceso directo a los Comités de Belleza de todas las gobernaciones, que son las encargadas de decidir el calendario de concursos de belleza y folclóricos que tiene previsto cada departamento. Una vez comienza el lobby en cada Oficina de Belleza que hay en el país, se despliega un equipo de recepción, prensa, prestigio, glamour, paseo, diversión. De la nada se va pasando a los hechos cuando el gobernador da el visto bueno, porque la mayoría de veces es él quien decide estos asuntos en su despacho, rodeado de su equipo de asesores en belleza. Uno tras uno, gobernador tras gobernador, van sumando el número de reinas y haciendo realidad el sueño.

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Sin Charlot sería imposible inventarse una tradición de estas características. Mario lo supo y los contactó desde finales del año pasado. Cobra 6 millones de pesos, muy poco, para todo lo que significa un reinado nacional. Hará unas 4 décadas. A Mario lo dejaron encerrado una semana en la cárcel municipal. Tiempo para el olvido que no se olvida. Conoció a un electricista, muy educado y decente, que tenía cargos por varios asesinatos a sangre fría, tuvo tiempo para escribir tres capítulos de un libro que venía trabajando desde hacía un año, “El fin del imperio Latinoamericano” y atendió dos visitas ilustres que le trajeron documentos para su investigación: el político conservador Lucio Pabón Núñez y el obispo antioqueño Horacio Gómez Aristizabal. “Me quedé en la enfermería, me llevaron hojas de papel, me facilitaron un pupitre para que trabajara en mi libro”. Cuando quedó libre, Mario esperó impaciente las sombras de la noche y corrió a Bellas Artes. Trepó el muro de piedra ayudado por un familiar; alcanzó el patio lateral, corrió hacia la puerta de vidrio que estaba abierta y de una patada abrió el cuartico donde dormía el celador, se abalanzó sobre él, lo desarmó y lo llevó a empujones hasta su magnifica oficina ubicada en el tercer piso, con el rostro de Beethoven presidiendo el escritorio gris. Allí revisó algunas cosas, comprobó con pavor que muchos manuscritos originales habían desaparecido y salió por la puerta delantera, no sin antes quitarle las balas al revolver del celador, un Smith & Wesson, tirarlo en la fosa del teatro junto con la cuchilla que había encontrado en la pretina del celador que dormía apaciblemente. Era más de media noche, la luna era una uña de plata en el cielo despejado: la vida de Mario acababa de darle un giro de 180 grados. Al otro día fue denunciado por lesiones personales, intentó de homicidio, hurto a mano armada, violación de domicilio. Se expidió una boleta de captura, que Mario no vio porque se fue bien temprano para Bogotá, en un Renault cuatro recién comprado con un préstamo de su suegro. Allá se inició como programador de la televisión en blanco y negro.

¿Qué ocurrió para que un director de Bellas Artes, llegado allí con el visto bueno de una baronesa de la cultura en Colombia como Gloria Zea de Uribe, tuviera que entrar a su oficina como un ladrón y no por la puerta delantera? Muchas capas de descontento se fueron tejiendo a lo largo de tres años. Los enemigos lo acusaron de robo, peculado y de querer convertir la Escuela en su casa de habitación. Los cargos en su contra se reavivan en la memoria colectiva de tiempo en tiempo, historias que a la distancia de los años rozan el folletín. Una de ellas, tal vez la más extravagante, tiene que ver con la programación cultural diaria que Mario impuso año tras año entre recitales, obras de teatro, sesiones solemnes, programas de danzas, conferencias, exposiciones de pintura: consiguió que las audiencias públicas se realizaran en el teatro de Bellas Artes, pues a su entender aquellos eran verdaderos dramas teatrales con reos de verdad, abogados circunspectos desarrollando sus diatribas; el jurado deliberando, en el centro el juez pensativo. Le pedí que me contara lo que en realidad había ocurrido. “Estuve en la cárcel por defender de manera violenta los principios que consideré que había que defender. Los políticos me exigieron nombramientos, me opuse a todo eso, y fue como firmar mi renuncia pues allí estaba el poder político detrás de esas decisiones. Mi error fue actuar de manera violenta, y me arrepiento. Nunca acepté las protestas que se orquestaron en mi contra. Me equivoqué: esos jóvenes que hacían la protesta, aunque equivocados, tenían sus derechos”. Suena increíble todo eso, le digo.

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“Mi existencia tiene que ver con los cuentos, se habla mucho de mi vida, mujeres, robos, asaltos.” ¿Qué piensas de todo eso después de tantos años? “Era inocente de todos los cargos, demostré que en la compra de equipos obré bajo la autorización de la Contraloría. Años después el juez que me metió a la cárcel confesaría, en una feria del libro, y entre amigos, que todo aquello estaba orquestado por el senador liberal Fernando Carvajalino Cabrales.” El 20 de mayo de 2013 le llega a Mario un correo de Charlot Izako Mustafá: Don Mario autoríceme las cinco preguntas a las finalistas: ¿Crees que existe el destino o todo es cuestión de suerte? ¿En qué etapa de tu vida te considerarías una mujer realizada? ¿Cuál consideras que son los valores más importantes para mantener unida a una familia? ¿Qué piensa usted de la frase… “al hombre que maltrata a la mujer se le deben cerrar todas las puertas”? ¿Qué haría UD. para cambiar la mala imagen que tienen algunos colombianos acerca de las reinas? ¿Qué consejo le darías a las niñas que quieren ser reinas y dejan de comer para estar delgadas? En tu opinión, ¿qué características debe tener un líder? ¿Y cual de ellas tienes tú? Como mujer, ¿cuáles son los retos a los que te enfrentas en la sociedad actual y cómo los puedes superar? ¿Qué mensaje le enviarías a las mujeres que se sienten físicamente feas y te están viendo ahora? Qué es más importante… ¿amar o ser amado? Me urge conocer nombres de los presentadores para: Coctel, baño, fantasía… ¿Quiénes son las 12 personas que van hacer la imposición de bandas? ¿Quiénes van hacer los doce bailarines que acompañan a las reinas en el baile del bambuco caribe? Un día de hace más de 20 años, Mario tomó una decisión de la que se arrepentiría por el resto de su vida: “Compré el Diario de la Frontera en un momento en que, sin saberlo, estaba en quiebra”. Además de su vena poética que él califica de ingenua, de dramaturgo con vagas menciones honoríficas, Mario tiene un genuino olfato para los negocios. En los años previos a la catástrofe del Diario de la Frontera, se dedicó con éxito al negocio de tierras y de urbanizaciones. Le iba bien, era un hombre acomodado que editaba cada año un libro de su autoría por puro placer y era diestro en topografía, planos arquitectónicos y proyecciones de mercadeo. Tenía el mundo en sus manos, era joven, 35 años. Construyó una elegante casa en Bogotá, con muchos metros cuadrados de espacio, con 6 salas, repleta de obras de arte a donde acudía la clase política de Ocaña. Viéndolo ahora en acción cuando está con sus proyectos urbanísticos actuales uno descubre sus habilidades en arquitectura, topografía, ingeniería y derecho. Sabe cómo hacer dinero, tiene el conocimiento para eso. ¿Qué ocurre entonces?

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El Diario de la Frontera, además de una buena oportunidad económica, traía fascinantes hechicerías que se ajustaban a los sueños de Mario. Por una parte la oportunidad de escribir en un diario propio, y por el otro el poder político que significaba dirigir un periódico conservador en Norte de Santander, un departamento de antigua raigambre conservadora: “Por la puerta del diario entraron los políticos, uno tras otros, enloquecidos por el poder de la prensa. El simple hecho de ser el dueño de un periódico conservador me otorgaba asiento en las convenciones nacionales del partido. Al comprar el periódico entraba por la puerta grande al partido conservador; sin ser soldado pasé a ser general a nivel nacional”. Cayó en una fina trampa urdida por avezados políticos que traspasaban la frontera de la ilegalidad cotidiana en una ciudad de frontera. Desde el primer mes Mario se dio cuenta de que el negocio lo iba a llevar a la quiebra, desde el primer día comenzaron las pérdidas. “Perdí mis lotes, mi casa, mi carro por estar pagando las nóminas en el periódico”. En ese remolino mortal duró atrapado por 6 años. “Paradójicamente ese fue el momento en el que más escribí, porque las dificultades económicas me hicieron salir de muchos periodistas”. Comenzaron los cortes de luz porque no había plata para pagar recibos. No había ni para comer, escribía todo el día: lo que era su gran aspiración terminó convirtiéndose en una maldición: escribía la mayoría de páginas él solo. Llegó hasta hincharse de los nervios cuando era la semana de pago al personal; de los 80 trabajadores iniciales terminó con unos cuantos, tres o cuatro periodistas. “Días agotadores, perdidos, absolutamente estresantes. Los 10 mil ejemplares se redujeron a 3 mil. Yo pensé que me iba a morir de un infarto porque no te imaginas lo que es ver llegar el mes y no tener para pagar a los periodistas; iniciaron las demandas, yo comencé a despedir empleados, terminamos haciendo el periódico tres personas; recibía insultos y burlas de toda clase de gente en todas partes: los problemas de plata hacen que la gente te pierda el respeto. Ya no iba a la casa, pasaba las 24 horas en el periódico, me alimentaba a punta de hamburguesas”. Se fue una tarde, refugiado en la soledad de un domingo cualquiera de Cúcuta. En un día y medio desarmó la rotativa, la mula que contrató llegó a las cinco de la mañana, a las cuatro de la tarde ya la mula estaba cargada, y arrancaron hacia Bogotá con la carga que más pesaba: la tristeza. Cuando salió de Cúcuta no quería que nadie le viera, no quería que nadie supiera que se iba. Al cumplir los 50 años comenzó de cero, al mes ya había montado la rotativa en Bogotá, recibió ayuda de los mismos políticos avergonzados que antes le habían hecho el tumbe, luego vendió la rotativa al Pilón de Valledupar. A partir de allí su vida cambió dramáticamente. “Salí a flote el año de la muerte de mi hijo”. La única vez que Mario ha llorado en su vida fue el día en que le avisaron que su hijo había muerto en un accidente automovilístico. El joven iba dentro de un Peugeot que unos primos estaban estrenando. Todos quedaron vivos, él murió. Juan Carlos tenía 24 años y ese año se recibiría de abogado con honores: un brillante porvenir lo esperaba. Era un joven alto y apuesto de ojos verdes que escribía poesía, amaba a las mujeres ocañeras, y aceptaba con admiración la rocambolesca empresa de su padre en el Diario de la Frontera. “Lloré, jamás pensé que algo así pudiera ocurrirme, pensaba que un hombre no podía sentir eso. Ahora, en la soledad de mi hotel lo llamo a gritos o en mis frecuentes y largos viajes a Bogotá, cuando lo invito al asiento de copiloto y le cuento todo lo que me ocurre. Es un dolor íntimo. No me gusta que la gente lo mencione en mi presencia porque me apuñalan, aunque yo nada exprese, ni nada diga. Mi dolor es mío, como es el infinito dolor de Nhora y el infinito dolor de Mario Javier, y el infinito dolor de Andrea. Todos los días está aquí, en algún lugar de mi vida. A veces me levanto normal y entonces lo recuerdo, luego pasa, me acostumbro, sigo la vida. A veces despierto de una pesadilla a mitad de la noche –me dice-, todos los días está aquí, con migo”.

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La herida se tomó su largo tiempo, al cabo las cosas comenzaron a sanarse. “El día que murió mi hijo yo no tenía ni un centavo en el bolsillo, ni minutos en el celular, estaba en una pobreza total, por primera vez en mi vida estaba pagando arriendo en un apartamento cuyo dueño era un hombre intransigente ante cualquier atraso, el día que murió Juan Carlos estaba amenazando con hacernos lanzamiento, porque le debía como dos meses; yo no estaba acostumbrado a esas cosas, siempre había vivido en casa propia”. Horas antes había estado buscando apartamentos con su hijo. “Soñábamos, con irnos a un sitio más amplio”; habían visto algo bonito al frente de una pequeña iglesia”. Pero lo cierto es que aquello flotaba en sueños y expectativas pues Mario estaba en Datacrédito y era imposible pensar en financiaciones por su parte. “Mi hijo muere en un accidente y a nosotros nos dan una indemnización de 7 millones. Yo traté de rechazar ese dinero, pero lo pensamos y no teníamos mucha elección. El día que nos entregan la plata subo a ver el apartamento soñado y digo a la dueña: mi hijo acaba de morir, lo que tengo es lo que me dieron por mi hijo. Me recibieron los 7 millones como cuota inicial y todo comenzó a cambiar: ese apartamento nos lo dio mi hijo, allí vive mi esposa Nora, es grande y bonito, en un cuarto piso, frente a una iglesia como siempre ella lo quiso”. Al final de ese año la Universidad entrega a los padres el titulo posmortem del hijo. Luego del cierre del Diario de la Frontera, a Mario le sonríe la fortuna de nuevo. Gana licitaciones millonarias en proyectos culturales a través de una fundación que se convierte en una de las más sólidas del departamento. Firma contratos con el gobernador de Norte de Santander, con el Gobernador de Santander, con los alcaldes de Florencia y el Doncello en el Caquetá, con el alcalde de Fusagasugá en Cundinamarca, con la alcaldesa de Tibasosa en Boyacá con los alcaldes de Río de Oro, Teorama, La Playa, Convención, El Carmen, Ábrego y Ocaña, en todas partes quieren incorporar en los pensum la cátedra Local. La Unión Europea a través de Acción social de la Presidencia de la República también lo respalda. Pensando en el futuro, invierte en apartamentos en Bogotá y Ocaña. “No los compré de contado, di cuotas iniciales”. Tres años en luna de miel con la gobernación y un día todo se desploma como un castillo de naipes: de un momento a otro se entera de que en ese año y en los siguientes el acceso a esos proyectos se ha cerrado definitivamente. Quedó descompuesto, imaginó la pesadez del largo año que se le venía encima. “Fue un golpe tremendo. Era una entrada grande y segura año tras año: me quedé sin ingresos, no pude seguir pagando las cuotas de los apartamentos; entonces comencé a pedir platas prestadas para poder sobrevivir, esto eclosionó hace 2 años cuando ya no podía pagar más, entonces tuve que vender lo que había comprado a crédito. Ahora vivo de pequeños proyectos con el Ministerio de Cultura”. Un día reunió a los acreedores y les dijo: no les pago más intereses, les he pagado dos veces lo que les busqué prestado, a partir de ahora voy a pagarles estrictamente lo que les debo, sin intereses. Uno puede suponer que el misterio del destino se resuelve al saber cómo juegan los niños. Qué

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ocurre en esos juegos iniciales, cómo se establecen las correlaciones de fuerza, los liderazgos, la complacencia, la carencia, lo incoercible: cómo se acepta la derrota y cómo se celebra la victoria; si el juego termina o puede durar indefinidamente. La felicidad parece ser la aceptación de lo finito. Ser fiel a la vida que ese juego de infancia decidió, una decisión que nadie tomó conscientemente, antes bien, permanencia genética, memoria incorporada, más que libre albedrío. “No es inevitable -dice D. W. Winnicott en Realidad y Juego- que nadie logre explicar alguna vez el impulso creador, y es improbable que alguien quiera hacerlo; pero resulta posible establecer un vínculo –y establecerlo en forma útil- entre el vivir creador y el vivir mismo, y se pueden estudiar las razones por las cuales existe la posibilidad de perder el primero y que desaparezca el sentimiento del individuo, de que la vida es real y significativa”. El 21 de mayo el noticiero de la televisión comunitaria Tv San Jorge entrevista al profesor de danza Juan Carlos Parra, allí él se pregunta: “¿Por qué de pronto aparece en Ocaña un nuevo ritmo y no se consulta a los trabajadores de la danza?” Mario responde en el mismo noticiero que él llamó por teléfono hace meses a varios profesores, incluyendo al entrevistado. En el noticiero se anuncia para el 1 de junio una reunión de todos los cultores de la danza folclórica para estudiar el caso y tomar determinaciones ejemplarizantes. Mario está algo inquieto por esta reunión pues teme que se decidan a sabotear el reinado. Luego se pregunta: ¿Pero al fin de cuentas qué pueden hacerle al reinado?” ¿Qué ocurre con las tradiciones inventadas cuando una sociedad, además de antigua, y por lo tanto apegada a la forma y al ritual, al disimulo y la ficción, tiene en la epidermis el llamado de lo moderno? En La invención de Tradiciones, de Erick Hobsbawm, se piensa en el contraste entre el mundo moderno, con sus innovaciones constantes, segundo a segundo, y el intento de estructurar algunos elementos de la vida social, inserta en la modernidad, dándole un carácter inmutable. Ocaña es una ciudad antigua que se inventa día a día; esa calidad de invención que la ciudad posee tiene que ver con el sentido de la colonización española, ese matiz de que las cosas parecen ser pero no son. Mientras en la experiencia poscolonial el emigrante intenta mimetizarse en las multitudes de un lugar desconocido, al tiempo que busca recuperar su nombre perdido y olvidado en los intersticios que va dejando su cambio de piel, lo colonial es la historia de la invención de la memoria, que es el cruce de lo que se dejó atrás con lo nuevo encontrado en tierra desconocida, de allí nace una arquitectura hecha de la simbiosis. Pero a diferencia del emigrante poscolonial, que es quien “regresa” a su antigua colonia, el guerrero colonial debe llegar a dominar un territorio y a inventarse desde él; tanto nativos como recién llegados mienten, unos desde el pasado, otros desde el presente para poder seguir viviendo. Los trazados de una ciudad colonial son simplemente eso, líneas en un papel arrugado, que sobre el territorio se vuelven empalizadas que delimitan las propiedades: el crecimiento de las ciudades coloniales era lento, la pobreza era esencial, cotidiana. Ocaña, al arrasar y perder su distinción de ciudad colonial, intenta reconstruir en el imaginario colectivo eso que fuimos, o eso que tal vez fuimos.

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Un restaurante de estilo moderno. Mesas de vidrio, sillas de acero inoxidable, paredes negras y grises, menú internacional, con vista al parque. Las paredes están adornadas con fotografías en sepia donde se ve la reconstrucción digital de lo que erael parque, de lo que era la vida: se ve el momento cuando se erige la Columna de los Esclavos, al fondo la casa Consistorial, con sus dos pisos, balcón y pasaje porticado: desde la terraza del restaurante vemos la vista actualizada: los cajones descoloridos del hotel Hacaritama. Cinco cuadras al sur, frente al antiguo convento de San Francisco, una casa convertida en centro comercial con restaurantes intenta mantener la huella falseada de un pasado, se preservaron algunas vigas originales y en sus grietas se ven pinturas que imitan la antigüedad, dando la sensación de un mural restaurado, oculto entre capas de cal: se dejan visibles detalles de “imperfección” que nos hablan de ese pasado perdido. Mientras en lo público inventamos el futuro con construcciones modernas, blancas por lo general, a precios exorbitantes, en las salas de los apartamentos inventamos el pasado. En uno de esos restaurantes del centro comercial Bavilé, cuando subimos al segundo piso nos encontramos con un enorme mural que muestra la imagen cálida y sonriente de Mario Javier Pacheco invitándonos a seguir. La imagen conmemora el baile de independencia de hace 200 años: Mario aparece rodeando el talle de una mujer, nos señala y mira con firme sonrisa: “Bienvenidos”, parece decirnos, “a la Fábrica de Tradiciones”. Conversamos una noche de domingo en el parque central; el cielo azul oscuro y las luces amarillas, el poco tráfico, el frío: encuentros con la agradable quietud. Se ve un pequeño grupo de muchachos en las bancas que hay sobre la calle 10, nosotros estamos en una banca del círculo interior, podemos ver sin ser vistos. Las puertas del Palacio Episcopal se abren y sale un grupo de seminaristas luciendo trajes negros y corbatas, cruzan en diagonal hacia donde están los taxis amarillos. Es una imagen sugestiva esa: un rabo de banderolas negras, rápidas, silenciosas, desenrollándose desde el rígido frontis republicano, color blanco y crema, extendiéndose en las brillantes lozas del parque. De pronto, desde el sitio donde están los jóvenes, un cabeza rapada ebrio, comienza a insultar al grupo que sigue la ruta con eficacia, sin desviarse, mientras uno o dos de ellos va respondiendo a las procacidades con perfección y refinamiento extraordinario, con la dignidad de su futuro oficio. Las respuestas dejan al agresor desconcertado e indefenso; el rabo de banderolas negras es engullido lentamente por cinco taxis, el solitario agresor salta y grita, reta a la soledad que se volvió a aposentar en la noche. El parque, origen de ésta ciudad, continuación simbólica de la ciudadanía, del encuentro y el debate. Allí estaba el parque, serpenteando, brincando. Diciendo. El centro de todo, de allí se va a todas partes; los encargados de su mantenimiento comienzan a cuidarlo amorosamente desde las cinco de la mañana, con chorros de agua, palmo a palmo: los prados, las cercas hechas con radicales, nombre raro para una planta de hojas verdes; los árboles; las palomas, el fluir de pasajeros a los pueblos, los gritos de los vendedores de pasajes mientras el sol se va deslizando por las baldosas y los jardines. Por las tardes el parque se llena de niños que juegan alrededor de la Columna de los Esclavos, la gente llega con perros, los ocupados pasan rápido, los paseantes se quedan en alguna banca, en los andenes interiores, fuman, hablan, miran, dejan que la tarde pase y aparezcan las luces, el trajín del regreso, los lentos buses, los lentos carros, un pueblo, una ciudad. “Es un parque que evidencia el problema del desempleo y la pobreza –dijo Mario esa noche-, aquí no hay turistas, aquí hay desocupados, está lleno del rebusque, se intercambian cosas de dos mil pesos, alquilan diábolos, prestan plata, es un parque lleno de ansiedades, de personas con

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necesidades, más que con sueños, con dolores, vejeces, la gente se reúne a beber, en la noche abundan los marihuaneros”. La estatua orante de Pedro I el Cruel (1334-1369), rey de Castilla y León, reposa en el Museo Arqueológico de Madrid: arrodillado, el manto ampuloso hasta el piso, las delicadas y largas manos, una cintilla en la cabeza pequeña, la mirada piadosa hacia un punto indeterminado: pareciera un niño aplicado en sus oraciones antes de irse a dormir, pero es una imagen fúnebre, a la usanza de las tumbas medievales. Es la única imagen que se le conoce a este rey que abandonó a su esposa, Blanca de Borbón, al saber que la dote pactada no podía ser pagada, la mandó poner presa y regresó con su antigua amante. A partir de estos sucesos se produce una revolución nobiliaria donde bastardos, maestres y príncipes luchan por el trono castellano, hechos que desembocaron en una sangrienta guerra civil para que Pedro selle con sangre el calificativo de Cruel. Los que lograron huir se refugiaron en Aragón, donde Pedro el Ceremonioso les ofreció su ayuda. La guerra entre Castilla y Aragón se extendería por 13 años, desde 1356 hasta 1369, año en que fue asesinado Pedro para que un bastardo ocupara el trono. La corona del Cruel, que después fue del Ceremonioso, permanece todavía en el escudo de Ocaña; no están los dos leones rampantes alrededor del torreón. Un historiador detallista y quisquilloso borró de un plumazo a los leones y la mesa.

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Capitulo 2 La invención Inventar el rostro a una tradición nunca ha sido fácil. Néstor García Canclini relata en su libro Culturas Híbridas un episodio relacionado con los efectos populares producidos por la modificación de una tradición. Un grupo de fanáticos religiosos entraron en los museos de arte de Ciudad de México en 1988 para impedir una exposición de pinturas relacionadas con la Virgen de Guadalupe, que según los enfurecidos manifestantes alteraban la imagen ortodoxa. Pidieron la expulsión del país del director del Museo de Arte Moderno y la reclusión en hospitales siquiátricos de los artistas que recrearon la imagen de la virgen. “Parecen desconocer –escribe Canclini- que las imágenes canónicas son producto de convenciones figurativas relativamente arbitrarias: los rostros de muchas vírgenes admitidas por la iglesia han sido modelados a partir de amantes de reyes, papas y de los propios artistas”. El libro de Canclini ahonda en esa pregunta por los cambios, sutiles o abruptos, en lo que suponemos inalterable: las tradiciones, el folclor, el arte popular, la música vernácula, la participación del progreso y los medios en esa invasión deimpurezas. “El problema no se reduce, entonces, a conservar y rescatar tradiciones supuestamente inalteradas –escribe-. Se trata de preguntarnos cómo se están transformando, cómo interactúan con las fuerzas de la modernidad”. Cuando el artista Yesid Manzano Carrascal, Kika, talló la imagen de la Virgen de Torcoroma jamás imaginó que esa imagen, salida de sus manos, iría a ser venerada con pasión por los fieles que pasan por la esquina del parque 29 de mayo, en el tronco que quedó de una ceiba centenaria. “Yo hice la talla –me dijo un día con una sonrisa incrédula, viendo a los transeúntes que se tomaban fotos y ponían arreglos florales al pie de la imagen venerada-, pero no pensé que la gente le fuera a rezar”. Le pregunté al restaurador José Miguel Navarro, ¿dentro de cuántos años esa talla podría ser motivo para que un restaurador intervenga en ella? “No hay tiempo, puede ser dentro de un año si se descubre que hay, por ejemplo, un hongo que la está atacando; la razón es que esa talla representa ya mismo un valor estético y religioso para la comunidad”. Conversé con el arquitecto Wilson Castro que ha intervenido varias casas emblemáticas de la ciudad y que ha intentado mantener la memoria fugaz de un tiempo en el cruce con el presente. “Yo no hago arquitectura tradicional, lo mío es moderno sobre lo antiguo; no restauro, remodelo con elementos modernos, acoplo un espacio antiguo al mundo que vivimos ahora”. Es un atardecer de junio visto desde el bar al aire libre del edificio Inacos. En el balcón de tubos amarillos vemos dos edificios diseñados por Wilson, al sur la silueta ladrillo quemado del edificio Cataluña que se recorta contra el cielo azul oscuro, casi malva; al norte la silueta blanca de City Gold, coronada con una comba de tejado sobre un bar de estilo moderno; las luces de la catedral, el tranquilo parpadeo del parque; el cielo de tinta que hace enclave con las frías montañas, el color de la alizarina en el arrebol agazapado. La brisa. Le digo, cuando el mesero pone jugos en la mesa: La gente habla de tus diseños, dice que dejas un rastro de cositas bonitas sobre una arquitectura colonial de gran valor.

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“Yo no puedo hacer una casa como las hacían hace 300 años –dice Wilson-. Hago parte de una época: no soy un hombre de 1570. Como arquitecto tengo que dejar una señal de lo que fue este momento, que es mi época. Debo cumplir con unos criterios modernos, satisfacer unas necesidades de personas del siglo XXI y aportar la creatividad. Desde allí he tratado de buscar una arquitectura ocañera. Yo me pregunto ¿cómo debe ser la arquitectura ocañera? ¿En qué momento se vuelve esa arquitectura de toda la comunidad? Cómo encontrarla. No se encuentra de la noche a la mañana, y yo no doy respuestas de la noche a la mañana. Por ejemplo, hablemos de la arquitectura colonial. No existe una arquitectura colonial como tal. ¿Es autóctona la teja de barro? No es ocañera pero hace parte de una historia presente en nosotros con la arquitectura colonial, son arquetipos que se pueden utilizar en la arquitectura. Nosotros adoptamos la teja de barro”. ¿Qué buscas cuando haces arquitectura? Encontrar el eslabón perdido entre la arquitectura colonial y la moderna. ¿Qué pasó con esa transición? No la hubo. Yo basé el diseño del edificio Cataluñacomo respuesta a ese eslabón perdido. Observé lo que rodeaba el sector, la casa de la Cultura, la iglesia de San Agustín y di respuesta a eso, al balcón, al alero, a la ventana arrodillada… ¿Cómo imaginás la silueta ideal de la ciudad? Me imagino todas las cubiertas en teja de barro, no importa que sean de dos o tres pisos, alegres, como nuestro carácter, sólidas, que no muestren desde un comienzo todo su interior sino que se vaya descubriendo poco a poco. A medida que uno va ingresando pueden irse descubriendo espacios, que hayan grandes vacíos, para disfrutar el cielo, que no se pierdan las zonas verdes, llámese solar, llámese antejardín; para mí cada casa debería tener, por lo menos, un árbol. Pienso que allí, con esos elementos estaríamos empezando a ver una arquitectura muy nuestra, que responda a nuestra topografía. Nosotros no tenemos andenes de un solo tamaño, los tenemos de medio metro hasta tres o cuatro metros, los tenemos de varias alturas , calles angostas, amplias, rincones, plazoletas, necesitamos luces románticas, flores, aleros para proteger la gente de la lluvia, balcones, nos gusta salir a ver la gente y que lo vean a uno, ventanas arrodilladas. ¿Vivís en una casa así? No, no con esas especificaciones. En mayo las lluvias han aumentado y arreciado, pero siguen siendo esporádicas. La ciudad está gris y fría. El alegre ritmo del Bambuco Caribe se escucha solitario en alguna emisora local. El Día del Trabajo los sindicatos se reunieron en el parque principal de Ocaña. Desde la habitación del hotel Mario escucha los estribillos, las arengas, el himno de Colombia y el himno de Ocaña. Mientras afuera suena el himno que él compuso hace 20 años, adentro cuenta 12.000 pesos. Se ríe a solas, pensando en esas imágenes: su himno, su pobreza actual, su creatividad. Días después la administración del hotel le informa que está atrasado en varios meses. Mario piensa irse a vivir en la sede de su fundación, ubicada en un sector bonito, en el marco de San Francisco, al lado del Colegio Caro. Preferiría no hacerlo, no irse: le molestan los recibos, el aseo y la lavada de la ropa.

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Para los niños de Ocaña Mario Javier es la referencia del himno de Ocaña, un nombre que deben saberse de memoria como parte de sus aprendizajes escolares. Mario cuenta que una vez lo abordó en la calle una señora con su hijo y le dijo: “Mirá, él es Mario Javier Pacheco, el creador del himno de Ocaña”. El niño lo mira: “Es mentira mamá, el inventor del himno es un viejito que está muerto desde hace 100 años”. Otra vez, mientras estaba en una reunión con su equipo de trabajo del reinado, un padre de familia llega con su pequeño hijo y le dice: “Él es el creador del himno, con él podés consultar la tarea”. El niño, de unos ocho años se queda mirándolo a Mario por un rato, luego le pregunta. “¿Entonces usted tiene más de cien años?” Hace unos años, cuando grabábamos un documental sobre la Convención de Ocaña, un retén de la policía nos hizo pare para cacheo y verificación de la cédula. Mario revisó la cartera, pero el documento no estaba allí. Un instante de silencio embarazoso, luego su voz clara, potente, educada. “Mi nombre es Mario Javier Pacheco –dijo a los policías-, soy el creador de una letra que ustedes cantan todos los días a las seis de la mañana, el himno de Ocaña”. Los agentes lo reconocieron con simpatía y le pidieron que por favor les firmara un autógrafo. Muchas cosas en Ocaña tienen su nombre, su huella, su imagen. Sus enemigos dicen que todo se debe a su insaciable vanidad y sus admiradores dicen que son merecimientos a su espléndida carrera como artista y líder cultural. Lo cierto es que muchas de esas cosas languidecen en el olvido, en la miseria o no están en uso. La biblioteca pública Mario Javier Pacheco, ubicada en un populoso barrio, está cerrada desde hace años; el centro cultural Mario Javier Pacheco, nos recibe con una impresionante placa de mármol, adentro: estanterías con libros, carteles de sus proyectos segregacionistas por el departamento Caro y fotos de pasados gobernadores. Hay un premio Leonelda a la cultura que él institucionalizó, donde la gente dice que premia a sus amigos; su biografía es estudiada en los colegios, madres de familia, admiradas o favorecidas por él, han bautizado a sus hijos Mario Javier. “Pienso que hay mucho en esto de continuar la vida después de la vida –dijo -, es algo que va más allá de cualquier otra cosa, yo reflexiono mucho en lo que viene después de la muerte. Para mí, a pesar de ser católico, el alma desaparece en el momento de la muerte. Por alguna razón, pienso en esa permanencia. Una tontería para una persona que no cree en la vida después de la vida. Pero sé que esa es la esencia de mi vida.” ¿No te produce algo en el estómago que una biblioteca lleve tu nombre o que la gente diga “la Mario Javier Pacheco”? Me da más bien pena. ¿Quieres decir que te obligaron a que una biblioteca llevara tu nombre? A mí me consultaron cuando era un hecho cumplido, sin embargo envié una carta solicitando que se pusiera el nombre de Cristóbal Navarro, cofundador de Santa Clara y fundador del acueducto comunal Adamiuay que hoy surte de agua un enorme sector de Ocaña. Fue un honor del cual nada gané yo, ni el barrio, ni la ciudad: la biblioteca heredó mis enemistades. ¿Qué cosas creés que le sobrevivirán? A mi me sobrevivirá el himno de Ocaña, aunque tengo claro que en cualquier momento de la historia un alcalde puede, mediante decreto, eliminar mi nombre de allí. Me van a recordar con un nombre simplemente, como una persona que vivió en una época; me van a sobrevivir mis 60 libros, que están dando vueltas por todas partes, me van a sobrevivir mis 140 canciones, que hoy pueden parecer insulsas y sin importancia, pero que en otro momento pueden adquirir otra luz cuando las descubran en los pueblos los niños.

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Dijo esa vez: “No dejo de escribir, es como una terapia: escribo de todo, desde basura hasta cosas que valen la pena. Tengo escritos unos dos mil poemas”. También dijo esa vez: “No me gusta montar en avión, viajo por lo general en mi carro, pero siempre que salgo pienso que esa será la última vez”. Le inquietaba en esos días la protección y perpetuidad de sus manuscritos inéditos: “Me preocupa morir y no dejar a salvo esos papeles, me duele que esos papeles se pierdan”. La ciudad huele a azucenas. Desde el camino al Agua de la Virgen parece acurrucarse en un estrecho valle espesado de nubes y niebla. Estamos a mediados de mayo. Mario, libre de sus compromisos de estudiante de literatura en la universidad, se ha metido de lleno en el reinado. Ha contratado, sin sueldo por ahora, a una comunicadora social de la Universidad Francisco de Paula Santander, que se encarga de montar un blog y de difundir comunicados a las listas de correo. El video ahora tiene 828 miradas (los comentarios a estas vistas van desde los insultos rastreros hasta los cálidos aplausos) y los correos han inundado la bandeja de entrada de un millón de direcciones enviadas desde las cuentas personales de Mario, más una nueva creada a fines de mayo: la de la Biblioteca Pública Mario Javier Pacheco. Mariana Garcés, la ministra de Cultura, ha enviado un efusivo correo a 90.000 personas promocionando el reinado con esta sentencia: “Se abre una nueva página en el folclor colombiano”. Ya están definidos los distritos y departamentos que concursarán: Bogotá, Bolívar, Caquetá, Casanare, Cesar, Guajira, Magdalena, Meta, Norte, Santa Marta, Santander, Tolima. Varios periódicos regionales (La Nación de Neiva, El Pilón de Valledupar, El Caqueteño de Florencia, La Opinión de Cúcuta) se dedican a informar de manera regular sobre los avances del reinado. El Canal regional del nororiente, TRO y Teleamiga difunden de manera gratuita spots promocionales. La Miss Mundo estará en el reinado. Amigos con poder político y económico hacen gestiones para fletar un vuelo que lleve a las reinas a Ocaña. El 20 de mayo Mario realiza una convocatoria abierta por los medios de comunicación para los que quieran hacer aportes, ideas y reflexiones en torno al reinado. Asisten más de 50 personas, la mayoría de ellos jóvenes estudiantes de comunicación social que dejan la hoja de vida y aspiran a ser los jefes de la oficina de prensa del reinado. Mario recibe las hojas de vida con reservas: les informa que por ahora no hay dinero para pensar en oficina de prensa. Sin embargo, la reunión sirve para conformar una burocracia que de convertirse en realidad sería inmanejable. Se crean en dos horas 27 comités de trabajo: comité central, desfile traje de baño, belleza, 3 comités de baile, recibimiento e imposición de bandas, desfile de carrozas, transporte, vestuario, alimentación, hospedaje, escenografía, edecanes, hoteles, festival de danzas, tesorería, sonido, puntualidad, premios, maquillaje, medios, sábados felices, jurados, impresos y publicidad, coronación, elección y coronación. “Mis primeros años trascurrieron en Tacaloa, en la casa de mi abuelo –dijo Mario-; nos dábamos pedradas con los muchachos de la Piñuela o de otros barrios. Quiñaba, hasta rajarlos en dos, los trompos de los demás niños. Robaba cocotas con mi hermano menor y estudié la primaria en el colegio de la Niña Merce Casadiego, que fue mi primara maestra. En el estudio fui muy serio y aplicado”. Además de jugar en la calle y de protagonizar combates callejeros a pedradas por quebradas y callejuelas, también iba a misa los domingos con toda la familia. Un recuerdo perfilado entre todos: los vestidos nuevos de semana santa, poniéndose las medias nuevas, sedosas, la camisa, el pantalón corto de dacrón, el ascenso hacia la plaza a ver las procesiones. Y en algún momento la mamá se dio cuenta que en el niño había algo más allá de un cumplimiento con el deber de ir a

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misa: había un genuino fervor religioso. No pasó mucho tiempo cuando confesó a sus padres que quería hacerse sacerdote. Ambos se miraron con una sonrisa discreta: en ese momento reaparecía ante ellos la línea de la herencia, eso que pasa, se pierde y regresa en el momento menos pensado. “La herencia de sacerdotes y escritores en la familia –dijo Mario- se remonta a los albores del siglo XVII cuando el vicario Antonio De Haro excomulgó a Francisco Antonio Pacheco, un sacerdote que escribía obras de teatro”. Eso parece ser el origen, o la continuación de una herencia. El papá del cura excomulgado fue mártir de la independencia, firmante del acta y fue muerto por los Colorados delante de su esposa y de sus hijos; uno de ellos, Manuel Benjamin Pacheco, logró irse a estudiar a Estados Unidos y a su regreso vino con la loca idea de sembrar una arboleda la plaza. Así lo expresó en el periódico La Probidad; eran los últimos años del siglo XIX: todavía hoy sobreviven tres de las ceibas que sembró. Años después cofundó el Colegio Caro. El tío Juan Manual Pacheco Ceballos, sacerdote jesuita, está considerado como uno de los grandes historiadores de la orden, precisamente el edificio del archivo histórico de la universidad Javeriana lleva su nombre, otros han sido alcaldes. Su tío, Jorge Pacheco Quintero fundó Bellas Artes.

Cuando tuvo la edad, Mario dejó juegos, espantos, piedras y danzas de fuego para matricularse en el seminario de jesuitas El Mortiño, entre Zipaquirá y Nemocón. La familia toda se había ido a vivir a Bucaramanga donde al papá, Miguel Mario Pacheco Ceballos, le había salido un trabajo en el Banco de Colombia. La vida en el seminario lo transformó. “La opulencia e inmensidad del seminario: corredores gigantes, iglesias hermosas, el orden, la limpieza, las comidas, los libros que nos ponían a leer, los debates dentro del salón. Pistas de ciclismo, canchas de básquet, de fútbol, cuadra de caballo, pistas de equitación, senderos de montañismo, rutas, piscina. Verde total, montañas, llanos. Los del último año dormían en habitaciones especiales, nosotros dormíamos en camas individuales de cincuenta por habitación. El padre rezaba, nos apagaba la luz a las ocho de la noche y nos levantábamos al alba con el mismo padre rezando el Maitines y todos salíamos corriendo a meternos en las duchas frías. El de los más pequeños tenía agua fría, el de los más grandes tenía agua caliente. Estudiábamos en dos jornadas, hacíamos mucho deporte, al que le gustara la agricultura tenía su sembrado de peras, de hortalizas”. Los curas les provenían con billetes propios del seminario llamados pesos nazaretanos y el juego consistía en que los niños debían incrementar esos pesos para demostrar sus habilidades en el negocio. Con esos billetes podían comprar algo de ropa, comestibles, alquilar bicicletas. “Había un niño que nosotros le decíamos El Abuelo, era un gran negociante, nos ganaba la plata a todos, era un tahúr jugando a las cartas, nos vendía cosas a sobreprecio luego de haber almacenado mercancía, jugando a la especulación, o nos cambiaba plata colombiana por la plata nazaretana, jugando al mercado negro, trueque en el que él siempre salía ganando, luego me enteré de que había sido Ministro de Hacienda”. Mario alcanzó a estar tres años en el seminario: no sirvió para cura, la memoria del fuego y las calles de Ocaña lo devolvieron a su otra herencia: la sombra de su pariente excomulgado en el siglo XVII lo seguía a prudente distancia. “Comencé a estudiar derecho, dos años estuve allí, luego hice una licenciatura en artes escénicas, con especialidad en dirección teatral. Me casé, me vine para Ocaña, me metí en la dirección de Bellas Artes”. A los quince años había hecho teatro, a los 18 años participaba en Bogotá en las primeras muestras de teatro callejero, los escandalosos happenings desde la 13 hasta el parque de los

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hippies, desnudos. “Estuve en la fundación de La Mama, El Local, el Teatro Nacional, el Teatro Popular de Bogotá: lo natural de Stalinawski, frente al teatro pobre de Grotowski, que fue nuestro guía. Yo fui protagonista de esa historia revolucionaria del teatro desde 1967.” En 1972, a los 21 años, fundó un grupo de teatro en Ocaña, que alcanzó a tener en su historial unos 200 integrantes de las diferentes colonias del país. “Era todo un personaje –recuerda una amiga de juventud-, botas de cuero, pantalones de manga ancha, chaquetas de Jean, música de los Speakers; tenía una personalidad arrolladora, un hombre de mundo, a las mujeres nos tenía embobadas”. El último domingo de mayo, día de las madres en Ocaña, Mario envió un correo donde exterioriza su fortaleza que ha venido en aumento desde la última semana: “Para nuestros amigos y también para los que no lo son: Sobre el Reinado y Festival Nacional del Bambuco Caribe se han pronunciado más de tres mil personas por las redes sociales, con comentarios positivos y de entusiasmo, por lo que pienso que tendremos un evento espectacular durante la semana de la Fraternidad que organiza la administración del alcalde Jesús Antonio Sánchez Clavijo”. Mario ha logrado al fin, después de más de dos años de disputas enconadas, acercar al alcalde a sus proyectos. La noche en la que Jesús Antonio Sánchez Clavijo fue elegido alcalde de la ciudad, en medio del caos de los ganadores y del refugio solemne de los perdedores, Mario, que había hecho campaña a Leonel Rodríguez Pinzón, estuvo a punto de ser atropellado al cruzar la esquina del Banco de Bogotá por un carro que no hizo el pare del semáforo en rojo: de la ventanilla salió la cara enrojecida por el alcohol de un honorable ex concejal que le gritó con el puño cerrado: “¡Te ganamos!”. Mario, inalterable, saludó y sonrió con respeto a la caravana. Una hora después, estaba en la esquina de San Agustín, en las afueras de la cantina de Ramiro, asistiendo asombrado al enloquecido desfile de la victoria conformado en un 90% por una ola de motociclistas. Desde lo alto de una camioneta el flamante alcalde electo saludó amable y feliz a Mario con un gesto inequívoco de “tenemos que hablar”. Mario estaba exultante: había perdido las elecciones pero el ganador lo invitaba a conversar. Muy rápido, Mario entendió que ese gesto amistoso se lo había tragado el bullicio, el tumulto y el humo de las motos: Pecasno lo llamaría en todo ese año, antes bien, comenzó una revisión sistemática a todos sus proyectos culturales y, desde su secretario de Educación y Cultura, afiló un mortífero ataque ante todo lo que tuviera con ver con Mario, extendido a la Academia de Historia. Con astucia, Mario llevó la guerra hacia un terreno que conoce y domina a la perfección, las redes sociales, la escritura epigramática, el debate abrasador de un conocedor con tiempo y oficio. El muro se vino abajo y comenzaron los acercamientos entre Mario y la alcaldía: los proyectos, antes cuestionados, se reintegraron por fin a la vida civil. El colectivo de baile “Brisas de Torcoroma” trabaja en el último piso de un pequeño edificio blanco en la Popa, el piso está cubierto con un tapete de plástico color azul y rosado, de esos que tienen los niños al pie de sus camas. Desde sus ventanales se ven los tejados naranjas y la espadaña de la iglesia de San Agustín. El grupo tiene 10 años de antigüedad y todos los bailarines trabajan durante el día y en la noche practican danza.

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A pie descalzo los bailarines que oficialmente se encargarán de abrir el reinado, es decir el grupo que ya ha mostrado cómo se bailará el Bambuco Caribe, se reúnen alrededor de un computador portátil que ha llevado Mario para asistir a la première de su danza en youtube. Se miran sonrientes, están satisfechos. Luis Eduardo Pérez, su director, sugiere a Mario que el traje en la parte del pecho no lleve lentejuelas: eso terminaría por desmejorar la originalidad del vestido. ¡Es que las lentejuelas son usadas en todos los benditos reinados! Luego confiesa, de paso, que ha recibido ofensas verbales de otros colegas por haber aceptado el montaje de la danza. Hablé con una profesora de danzas, días después de la reunión en la alcaldía. “Nadie dio la batalla”, le dije y me respondió en medio del bullicio de un andén: “A pesar de todo lo que intenté decir, yo me sentía maniatada; tengo un contrato con la alcaldía”. En la reunión ella había felicitado a Mario por la canción y por el baile. Pero en la calle, bailarines y profesores hablan pestes de todo lo que es el Bambuco Caribe. A finales de marzo circuló por las redes sociales y por listas de correos un incisivo y detallado documento de autoría anónima donde se acusaba a Mario Javier Pacheco de usar varias empresas culturales para ganar sus proyectos, de maquillar cuentas y de acaparar los dineros públicos de la cultura para favorecer a su familia. Se le llamó allí el capo di tutti capo, el capo de la cultura. Siguiendo el estilo de las noticias relacionadas con el narcotráfico, a los proyectos exitosos en ese anónimo se les llamó “golpes” y las fundaciones que dirige fueron apodadas como “empresas fachadas”. El título de ese anónimo era tan llamativo como el de una telenovela en horario Triple A: Mario Javier: el capo de la cultura. Y en realidad acaparó la atención de los internautas locales durante una semana, tiempo en el cual, su familia anunció una demanda penal contra los fantasmas que habían reenviado los correos. Uno de ellos respondió, dando al asunto un sabor a Misión Imposible: un ciber ataque protagonizado por fuerzas oscuras, escribió, “una guerra cibernética más grave que la del terrorismo”. Y concluía con gravedad: “Hora bien [sic], lo que está ocurriendo hoy con los correos de los ocañeros al ser utilizados por los hackers nos pone en preaviso y nos obliga a tener siempre en mente que todo lo que se diga o escriba puede ser una gran mentira, un engaño y un abuso de un cobarde hacker”. La respuesta de Mario hacia la persona que se había dedicado a reenviar el correo a miles de sus contactos durante ese fin de semana fue en extremo discreta y diplomática, contentándose con lanzar al final, a ese inaprensible auditorio de internautas, una pregunta retórica: “¿Qué puede asustarles de un sencillo e insolvente ciudadano, cuyas únicas armas son las ideas y el entusiasmo para emprender acciones en beneficio de la ciudad? Algunos masoquistas, que se autosatisfacen en su propio sufrimiento, eligieron sufrir su vida escogiendo mi vida para hacerse daño y en su enfermiza obsesión enfermaron a otros”. En la posdata invitaba al reinado nacional del Bambuco Caribe. Llamé a Mario para comentar su respuesta. “Hay un gusto de sufrir que se aprende con los años –me respondió tranquilo-, no me trasnochan los insultos. No debato ni polemizo. No soy de pasiones fuertes a menos que sean en el amor, no he odiado, no pienso en las personas que me odian, tengo la cabeza ocupada en muchas cosas y como no tengo esa capacidad de odiar me acerco después a los enemigos e incluso llego a confiar en ellos. Jamás contesto una ofensa a menos que me la digan en la cara, o sean groseros conmigo. Si la gente se escuda tras anónimos es porque no tienen los calzones bien puestos”. Los noticieros locales registraron el hecho; un periodista de RCN radio, calificó el anónimo como producto de un gusano que nos carcome a los seres humanos, la envidia: “Es un ataque a la familia Pacheco y a Mario Javier en particular porque él presenta los proyectos y se los aprueban. ¿Cuál es el problema? Hombre, que aprendan a presentar proyectos en lugar de estar haciendo esos anónimos que nos están devolviendo a las épocas del terror medieval”. La gente en

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la calle comenta el “asunto del Capo”, sin reserva, sin asombro. “Mario es un hombre de teatro –dice un colega suyo en los tiempos de los grupos teatrales de los años 70-, es el mejor, Ocaña es su escenario”. Un periodista dijo: “Mario es un diplomático de carrera: toca cuando hay que hacerlo, retrocede en el justo momento”. Desde el anonimato de una silla en el parque algunos gestores culturales dicen que las acusaciones, si no son ciertas, siembran dudas, pero se preguntan de dónde sale ese calificativo deCapo. “Hombres, si se ve que no es un capo de nada. Además, el anónimo no menciona a los verdaderos capos”. ¿Quiénes son entonces los verdaderos “capos de la cultura” y por qué no se mencionan en el anónimo? Un abogado, asesor de proyectos para el desarrollo humano en el Catatumbo dijo: “Nadie se atreve a mencionar a un verdadero capo, sea el capo de lo que sea, y ya sabemos por qué, todo el mundo le debe algo a esa gente. El problema con estos capos, y sus beneficiarios en específico, es que devalúan el valor de los proyectos culturales porque todo comienza a girar en torno a la plata y no en los impactos regionales para los que fueron subvencionados. ¿Quién evalúa un proyecto cultural? ¿A quién le importa? ¿Quién revisa la idoneidad de los funcionarios culturales nuestros? Eso es la caja menor de los políticos”. “Mi papá fue un creador de bancos”, dijo Mario. Miguel Mario Pacheco comenzó como mensajero en la Caja Agraria cuando tenía 17 años, de allí lo ascendieron a cajero, después a secretario y finalmente a gerente de la Caja Agraria. De esa gerencia lo mandaban a los diferentes sitios del país, o a fundar sedes de la Caja Agraria o a fungir como gerente. Entonces estuvo en Salazar de las Palmas de gerente, en Convención, siendo muy muchacho, en San Juan de río Seco, en Bucaramanga. “Él hacía bancos. Compraba la casa, o la alquilaba en la sede prevista, nombraba el personal y dejaba todo andando”. En el año 1967 se va a Panamá con el antiguo dueño del Banco Nacional de la Sabana para crear allá el Banco Interoceánico, desde allí viaja por todo el mundo para fundar las sucursales en Islas Cayman, en Tokio, en las Bahamas, Singapur, Hong Kong. “Es maravilloso enterarse uno ahora de cómo mi papá estaba al tanto de todo en una época donde se carecía de la internet, sin estudios formales; un hombre de pura intuición, olfato para las oportunidades y el riesgo, meticuloso con los recursos, los propios y los del banco, capacidad organizativa innata: eso para mí sigue siendo increíble. Años después presentó un examen y recibió el título de contador público juramentado”. El papá de Mario se quedó en Panamá desde ese entonces, venía de visita en diciembre, allá hizo su capital hasta el punto de que un libro publicado hace tres años lo pone en la lista de los cien dueños de Panamá. “Jamás consideramos en la casa que papá se había separado de mi mamá, él se iba pero todo el tiempo había una comunicación: enviaba los recursos, llamaba, si había problemas papá era el que los resolvía”. El cinco de junio Mario no tiene los pesos que se necesitan para comprar la cinta para los vestidos que deben estar para esta semana según los cálculos. “Hay días que amanezco frustrado y desanimado. En plena recta final del reinado y yo sin un peso, ¡es increíble!”, dice. De hecho ese día se suman varios reveses: Ningún club en Ocaña se ha mostrado dispuesto a colaborar. El presidente de la junta directiva de uno de ellos ni siquiera le pasa al teléfono. Mario le ha ayudado en la investigación y redacción de un trabajo suyo en la universidad (se encerró una tarde para leer y analizar un ensayo de Néstor García Canclini) y luego de habérselo entregado le cerró las puertas en las narices. Mario decide enviarle un mensaje de texto, reprochándole el trato incumplido. Silencio.

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El grupo que montó el Bambuco Caribe, Brisas de Torcoroma, se retira misteriosa y definitivamente del proyecto; el profesor Trinidad Pacheco invita a Mario a la sede de su colectivo de danza y le ofrece montar el baile. Mario Javier queda satisfecho. “Es una mezcla de fandango con ballet clásico, con lo cual la expresión queda realzada”. Mario ha comparado lo presentado por los bailarines de Trinidad al nivel de Europa. “Este baile puede triunfar en Europa, sin problemas”, dice Mario entusiasmado.

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Capítulo 3 La tragedia de los inventores Junio comienza con un sabor agridulce para Mario. Recibe un golpe dirigido a la estructura de su reinado, un manotazo que a él le llega al alma: un amigo de infancia, de juegos de vecindario y con quien compartió sus sueños de teatrero en Ocaña, el médico Fernando Torrado de la Rosa, ha enviado una carta al alcalde. “Yo no entiendo por qué –dice en la carta- la Administración le concede una ayuda económica al señor Mario Javier Pacheco García apoyándolo en la realización de un capricho febril de su mente arrebatada de delirios de grandeza, ahora resulta que también es músico y folclorólogo, que se sepa él no sabe tocar un instrumento, no sabe leer partituras no posee formación académica ni empírica en ninguna de estas artes”. Mario luego de leer esta carta se pregunta abatido: “Si somos tan amigos por qué no me abordó personalmente y me dijo todas sus quejas, a mí, por qué esa carta, que además de floja carece de una fundamentación de peso, más allá de lo meramente pasional. Él es el que queda mal ante la opinión pública”. (Sólo hasta octubre logran limarse las asperezas entre los dos amigos: con motivo de los 100 años del nacimiento del líder conservador Lucio Pabón Núñez, Mario como orador ha visto al médico y le ha saludado públicamente: “A Fernando Torrado, mi enemigo folclórico número uno”. A la salida del acto se saludaron muertos de la risa). Dos semanas antes, Alfonso Carrascal Claro (reconocido artista ocañero, creador en 1959, junto con Carmito Quintero, del Desfile de los Genitores, director de Carnavalito, un popular programa decembrino de hace tres décadas), había colgado un comentario en facebook: Como de las proezas de Mario en busca de "GUACAS" nada me sorprende, y él es capaz de sacarle pelos a la calavera de don ANTÓN, me di a la tarea de buscar en su página en FACEBOOK su anunciado GRUPO folclórico y con las excusas anticipadas a los bailarines, tengo que manifestarles que la impresión fue frustrante y aun no salgo de mi asombro cómo un coreógrafo y más, una creadora de imagen, ponga a bailar a un grupo de danzas con calzonarias que ya ni las abuelas usan. Por Dios Mario, cuándo te cansarás en tu búsqueda de notoriedad cuando careces de formación ACTORAL que no viene en los genes. Lo que me intriga y asombra es la confianza puesta en ti por quién sabe quién en el Ministerio de la Cultura para que te permitan hacer la historia a tu antojo.

“La lucha por el reconocimiento” es el título de la Tercera Parte de El Fin de la Historia y el último hombrede Francis Fukuyama. La larga cita de las dos que encabezan el capitulo 13 es de Alexadre Kojève, un filósofo franco-ruso que hacia 1930 dirigió una serie de influyentes seminarios en la Escuela de Altos Estudios de París. “Todo deseo humano –el deseo que genera la conciencia de sí mismo, la realidad humana-, es, finalmente, una función del deseo de ‘reconocimiento’. Y el riesgo de la vida por el cual la realidad humana ‘sale a la luz’ es un riesgo que se toma por causa de este deseo. Por consiguiente, hablar del ‘origen’ de la conciencia de sí mismo es necesariamente hablar de un combate a muerte por el ‘reconocimiento’.” Hegel llama Primer hombre, al que comparte con los animales ciertos deseos naturales básicos, comer, beber, dormir y la conservación de la vida. Hasta allí se parecen. Comienza a ser radicalmente distinto en el hecho de que el hombre desea no solo objetos reales. “Por encima de todo desea el deseo de otros hombres –dice Fukuyama-, es decir, que otros lo deseen y loreconozcan.” Para Hegel, un individuo no puede tener conciencia de sí mismo, es decir, darse cuenta de que existe como un ser humano separado, si no lo reconocen otros seres humanos. Todos los seres humanos para permanecer en el mundo hemos experimentado la necesidad de reconocimiento social, en un plano que supera lo meramente instintivo de los animales y que tiene

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que ver con lo simbólico, que bordea los límites de la vida más allá de la vida. Es algo natural. “Solo el hombre – continúa Fukuyama citando esta vez a Kojève- puede desear ‘un objeto perfectamente inútil desde el punto de vista biológico (como una condecoración o la bandera del enemigo)’; desea esos objetos no por sí mismos, sino porque los desean otros seres humanos”. Luis Eduardo Paéz García, director del Museo Antón García de Bonilla, tercia en el debate, considera que “armar un escándalo porque se va a llevar a cabo un Reinado del Bambuco Caribe es la cosa más tonta que uno puede ver, sobre todo cuando quienes protagonizan este tipo de polémicas inocuas nada explican coherentemente sobre las tradiciones populares o el folclor de los ocañeros”. El 3 de junio escribía en su cuenta de facebook: El bambuco "Ocañerita" [letra de Miguel Ángel Quintero y música de Rafael Contreras] ha sido una de las composiciones musicales que ha obtenido el favoritismo de las gentes […] Ello ha sido el producto de más de 40 años de apropiación hecha por la comunidad. En estas cosas de los factores de identidad hay que entender que nunca operan por imposición de nadie, sino que se van generando como parte de las predilecciones populares hasta que se vuelven parte del acervo cultural de un pueblo. A fines de mayo Mario escribe un documento dirigido a dos amigos que le pedían sus argumentos teóricos con los que fundamentó el ritmo que se acababa de inventar: “Cuando me refiero a lo caribe es en relación a nuestra ascendencia prehispana, no al mar, ni a las islas, ni a los ritmos caribeños –escribió-… Tomé entonces el bambuco y el fandango con el entusiasmo propio de mi ignorancia musical…” Días después, publica en Kienyke un artículo donde perfecciona y difunde a públicos amplios el marco conceptual de su proyecto: La elegancia andina de los ocañeros se acopla a la cadencia del bambuco huilense, mientras su ancestro caribe se regodea en la exultación eufórica del fandango cordobés, aunque sus compases sean incompatibles en acento ¾. Comprenderlo significó el primer paso para elaborar el nuevo ritmo. La estructura del fandango es de pregunta/respuesta, su ritmo fiestero contrasta con la candencia del bambuco, y mezclarlos no era fácil porque se debía fundir musicalmente una región serena y elegante con otra alegre y parrandera, sin sacrificar el color de ninguna. Uno de los aportes más importantes de la fusión es la forma de interpretar los instrumentos tradicionales de los dos ritmos. La guitarra bambuquera que se toca rasgada, realiza ahora arpegios y adornos. El tiple andino, que es acompañante, hace aquí la voz de un instrumento de viento en formato de fandango y torna luego a su característica de bambuco. El clarinete hace el intro, la percusión de banda es de fandango y los platillos son fandangueros. En la improvisación e intros se utilizan redoblantes, y el registro lo llevan los vientos, dándose las voces con cada instrumento... La canción que ha creado para el baile es interpretado por una mujer; la voz es cálida, la letra se sella en la memoria. Parece de otro tiempo. Letra, música y coreografía suman ingenuidad y delicadeza, una imagen bucólica ideal que Mario intenta recobrar en sus poemas y canciones. Le pregunto sobre el papel de la mujer en sus proyectos.

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"Todas mis propuestas tienen como personaje central a la mujer –dijo-. La mujer nuestra se ha manifestado como hermosa e inteligente, de esa manera se ha destacado en el contexto nacional, verbigracia las Ibáñez; las leyendas de Ocaña están fundamentadas en personajes femeninos, empezando por Leonelda Hernández que se considera como la mujer que realizó la primera rebelión de indígenas sometidos en el continente americano, indígenas acristianados, esto ya marcaría un mito que le da el derecho de estar en las páginas de la literatura continental. En las Ibáñez nosotros encontramos unas figuras femeninas de un gran valor histórico que todavía siguen protagonizando la historia política colombiana." En el libro Las Ibáñez (1981), Jaime Duarte French ha intentado un retrato de Ocaña y del ocañero: “Esta ciudad de la antigua gobernación de Santa Marta, era asiento entonces de una clase social y política muy definida, que había proclamado la independencia sin entrar en consideraciones sobre los peligros que tal actitud podía acarrearle. El sentimiento republicano de que hacían alardes sus gentes, recibió notable estímulo cuando el joven Simón Bolívar se presentó en su plaza mayor al frente de sus victoriosos guerreros”. ¿Ese orgullo de haber asumido riesgos ante ideales inamovibles convirtieron al ocañero en un ser diferente? ¿Ese orgullo no terminó por encerrar a una sociedad pujante? Alfonso López, en el prólogo al libro, describe en pocas palabras el marco social y económico de la región y el país donde vivieron las Ibáñez: “El signo distintivo de la sociedad colombiana fue la pobreza”. Para López esa historia incluye la República y buena parte del siglo XX, es el relato de dos hermanas bellas, que podría resumirse en un pequeño folleto, “una historia triste”, escribe, no infrecuente a lo largo de la historia de Colombia: “Una familia patriota entre lo más connotado de Ocaña pierde, al mismo tiempo, al padre, jefe de la familia y la casi totalidad de su patrimonio. Los generales que han acampado en Ocaña, empezando por el propio Bolívar, han caído bajo el embrujo de las jóvenes provincianas, excepcionalmente bellas, que son el adorno de la comarca”. El 12 de junio la ciudad amanece radiante luego de una noche de carnaval que duró hasta el amanecer por cuenta de la victoria de la selección Colombia frente a Perú para las eliminatorias del campeonato del mundo en Brasil. Desde las cinco se presiente en las nubes rojizas y el cielo azul ese “sol justiciero” del verano que llega a pedazos como el invierno. Hay borrachos dormidos en las bancas del parque con la camiseta puesta, borrachos inusuales, para un miércoles, bolsas de basura en las puertas de bares y restaurantes. Pregunto a la gente que me encuentro en mi caminata si saben algo del Reinado Nacional del Fanduco. Me miran extrañados, no saben nada. Le dije al profesor Urón si tenía informada a su hija, estudiante en Brasil, sobre el reinado que se nos venía encima, dijo: “¿Un reinado, ni idea, cuando?”. Rigo, el vendedor de libros nuevos y usados, lector de cuatro mil quinientos libros, fundador en su casa de la biblioteca del barrio Cristo Rey, y cuyo centro de acción es el parque central dijo, desde el fondo de sus gruesas gafas: “No sé nada de ese reinado, ¿cuándo es para ver si vendo algo?”. Un fabricante de quesos especiales, con sabor a pimentón, comino, champiñones, y otras delicadezas al paladar, me dijo sin delicadezas: “¿Y esa maricada qué es?”. Mario me responde: “Por ahora esto lo maneja cierta clase social, pero el día que comience, todos se van a enterar, desde las clases populares hasta las altas, los conectados y los desconectados, los que viven en la luna y en la tierra”. Pero las emisoras no han hecho difusión de nada. Las 8 mil personas que según Mario han comentado el reinado son una cifra insignificante para una ciudad y más cuando la gran mayoría de ellas no vive en la ciudad y más si pensamos que la cifra puede ser fruto del deseo que de la

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realidad. El que riega las matas en el parque me dijo: “No sé nada de eso pero si es así, ojalá no lo hagan aquí porque siempre que hay eventos acaban con las matas, que se vayan para San Francisco, que allá no hay flores tan bonitas”. Le dije a Irene, la del cabello pintado de rubio que vende obleas y minutos cerca a la Columna de los Esclavos, si ya estaba preparada para el Reinado Nacional del Fanduco y me dijo que no sabía de ningún reinado. Le informé con precisión sobre las fechas del programa, le dije que preparara más dulce de piña, arequipe, fresas, leche condensada, moras y una buena cantidad de obleas. “Se le vende todo doña Irene, hágame caso”, me miró con una mueca. “Faltará ver si los de Espacio Público nos dejan trabajar para esos días que usted dice, pero yo no he oído nada, ¿será verdá?” Faltarán años para que una tradición naciente como esta, haga parte de la memoria colectiva y que toda una ciudad se prepare para recibir a sus reinas. Mientras en la red los debates se agrian, en las calles la vida es otra, la ciudad parece no enterarse: los ruidos de la ciudad son diferentes a los ruidos de la red. Falta tiempo también para que aquí el debate en las redes alcance la calle. “Hay que estar desocupado para estar en esas”, me dice una vendedora de pan que trabaja todo el día por 200 mil pesos al mes y que se quedó mirándome a punto de reírse cuando le mencioné lo del fanduco.

¿Pero hasta dónde puede ser “serio” un debate por las tradiciones y hasta dónde una ciudad puede permitirse cordura yausencia de pasiones cuando se trata de algo tan corporal, a la vez íntimo y extrovertido como una danza, algo cuyo debate está en la danza misma, que es encuentro feliz con el otro? Más allá de la pelea de los “entendidos”, es un tema del cuerpo, del más puro sentir corporal, donde las pasiones tienen, a la vez que la palabra, el gesto, fundamentalmente el gesto, algo que se hunde en las raíces mismas del ser humano, como diría el semiólogo y bailarín venezolano Víctor Fuenmayor, “la construcción de la humanidad en el cuerpo biológico, antes del dominio de la lengua que prepara su acceso a la palabra, en el punto corporal donde se unen todos los lenguajes”. ¿Podemos entonces hablar de geografía en estos casos? ¿De territorio? ¿Del llano, de la selva y la montaña para distinguir sonidos, sensaciones y marcar fronteras? El peso de estos días lo tiene desgastado: duerme a duras penas cuatro o cinco horas. Mientras vamos al Club del Comercio a cerrar detalles del desfile hacemos una parada en una droguería: gotas para los ojos, y una botella de Vive 100, un energizante para mantenerse despierto. Un muchacho de su equipo me dice alarmado mientras ve a Mario perderse en los mostradores: “No puede seguir así, en los días del reinado va a explotar”. Las llamadas no se detienen, jóvenes que, fascinadas por el glamour de los shows y la falta de dinero, ofrecen sus servicios al reinado. Mario nunca les dice que no, alegre y cariñoso, llena la conversación de delicados requiebres. Pero en esas llamadas se esconde otra forma de la pobreza, el desempleo con “glamour”: el perfil del 90% de la gente que se contacta con Mario desde hace dos meses tiene que ver con egresados y estudiantes de comunicación social. Jóvenes que enfocaron sus sueños en una vida detrás de las cámaras, bañados de reflectores y fama, se están chocando con la realidad: de los 100 egresados sólo 15 están empleados, realizando oficios que no tienen que ver exactamente con su profesión. “El sueldo promedio es de 100.000 pesos mensuales (unos 50 dólares), -dice Mario- y estamos hablando de una muchacha que conduce un noticiero radial, para completar debe vender 6 cupos de publicidad con lo que puede obtener 300.000 pesos. El mejor salario puede llegar a 500 mil pesos. Hasta allí llegan las ilusiones.” Según Mario, la universidad debe reconsiderar sus carreras. “Los muchachos creen en la seriedad de la oferta universitaria y se tiran cinco años persiguiendo el sueño que termina siendo estéril, un sueño falso, ese título no les sirve ni para manejar taxi a la mayoría de ellos”. En el Club del Comercio se entrevista con una joven que aspira a coordinar algunos asuntos de logística, asuntos que nadie tiene claro, una vacante del algo, ayudar en la decoración, colocar

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ramos de flores en las mesas de los jurados, en algunos de los cuatro eventos, nada en concreto. Ha venido con su mamá, una elegante señora que camina con garbo y que el centro de su interés parece ser el de promocionar a su hija con la gente de medios y pasarela: la joven quiere ser presentadora a nivel nacional. “¿Qué debo hacer?”, se dispone ante Mario que le dice: “Mira, es un reinado, necesitamos de todo, pero vamos a ver cómo organizamos tu agenda. La idea es que el lunes… ¿puedes venir el lunes?”. Ella parece estar aterrizando en algo que no entiende del todo. Mario le habla del Bambuco Caribe, ella lo mira: “¿Festival de qué?” “Del Bambuco Caribe” “¿Es el mismo de Neiva?”. La mamá la corrige asfixiada: “Hija, el reinado de Neiva es en Neiva, el de Ocaña es en Ocaña, son dos cosas muy distintas”. Cortés y veloz, Mario le explica la historia de este reinado, el del Bambuco Caribe, busca en google y le muestra la danza en el iPhone. Ella mira la pantalla extasiada sin decir palabra. Luego ella muestra varias fotos donde aparece con los presentadores de RCN Televisión. A una invitación de Mario, se levantan de sus sillas, caminan por las posibles rutas que recorrerán las reinas, revisan los baños, los espejos, la piscina con aire de conocedoras; deciden que las reinas girarán por la redonda y mínima piscina de los niños y luego voltearan hacia donde estarán los jurados (la mamá se contonea elegante por un imaginario y precario escenario), plantean posibles lugares donde estarán las cámaras, los espectadores y a ambas se les ocurren algunas ideas sobre la decoración. “Bombas de colores, tapetes rojos, atrás unos biombos, como en el Cartagena Hilton”, dice la mamá. La hija, mira, toma distancia, repasa con ojos de cámara (estudia comunicación social en Barranquilla), y acepta convencida, imaginándose el desfile: “Sí, como en el Cartagena Hilton, mamá”. Mario las sigue con una sonrisa congelada; elegante, diplomático, asiente pensativo. Mario escoge el menú más barato en el Club del Comercio para el almuerzo previo al desfile en ropa de baño alrededor de la piscina. Recomienda a Araceli, la cocinera, que la cena no sea muy abundante “para que no se les sople la barriga a las reinas”; la cocinera dice: “Las reinas no comen mucho, no se preocupe”.

A sus 62 años Mario se ve saludable. Ese día lucía jeans, camisa vaquera y sus zapatos deportivos color miel: se siente vigor en sus gestos, no hay cansancio, pero en un descuido me dice, sus ojos verdes saltones como dos canicas a punto de explotar: “El reinado me está comiendo vivo, o salgo bien o me jodo: suspendí todo lo de la Universidad, hace quince días que no leo nada ni escribo mi columna semanal en Kienyke, he puesto mi alma en el reinado, dinero de otros proyectos, mi familia me reclama tiempo con ellos”. Tiempo que en estos momentos son las llamadas telefónicas que cada vez, a medida que se acercan las fechas críticas, se hacen más veloces, cortas, de urgencia. David y Rufina tampoco saben nada del tal fanduco y es posible que las fiestas los agarren desprevenidos, como a mucha gente de la ciudad, cuando el tumulto de mirones detrás de las reinas invada su andén. La vida íntima para ellos es pública, la casa está más acá de las puertas y no puertas adentro. Los hemos visto muy temprano bañándose con el agua de la calle, apresurados, como malhechores, secando sus desparramados cuerpos detrás de los gruesos muros del Museo Antón García de Bonilla o del claustro de los Franciscanos. Alguna mañana los vimos hablando entretenidos con un pajarito que estaba cantando en las cuerdas de la luz. Cuando hablan con nosotros no están tan distendidos y plácidos. No miran de frente, las palabras son breves, casi hasta el fastidio. Hablar con los habitantes de la ciudad, es para ellos un trámite engorroso. Una miserable necesidad. Ese pajarito era la memoria recobrada de ese campo perdido hace 30 años en el paro Nororiental. En La modernización en Colombia el historiador James Henderson cuenta que a fines de siglo XIX el papá de Laureano Gómez, dueño de un próspero almacén en la esquina noroccidental del parque de Ocaña, en lo que se conoce, desde siempre, como la Rosa Blanca, encendió en cólera

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cuando se reconoció en una comparsa de carnaval llamada gigantes y cabezudos, unos enormes muñecos hechos con papel maché con los que se ridiculizaban los personajes de la vida nacional y local. El viejo, comerciante de filigranas de oro y plata fabricadas en Mompox, tomó, acorde con su orgullo y mal genio, una decisión que iría a incidir de manera definitiva en el curso de la historia nacional: empacó maletas y arrancó con una recua de mulas, atravesando los peligrosos riscos andinos hacia Bogotá adonde llegó un mes después. 100 años más tarde, a fines del siglo XX Mario Javier es ridiculizado en una de esas comparsas de carnaval, cuando el desfile de los Genitores se hacía el 3 de enero. Mario no se fue de la ciudad, al contrario siguió la comparsa a lo largo de las calles de la ciudad divertido ante ese muñeco que giraba el dedo índice a la altura de la sien y que en la mano llevaba un libro de icopor que decía “Departamento Caro”, la empresa política en la que andaba metido Mario en esos momentos y que aún persigue. Una mañana le pregunté en la oficina de su Centro Cultural: ¿Cómo es ese mapa que has venido construyendo a través de los años? “Nosotros en Ocaña somos un eje de tres regiones: la provincia de Ocaña, compuesta por 10 municipios, la provincia o la región histórica que comprende la ribera del Río Magdalena hasta la zona de Tamalameque, con 29 municipios; y la zona especial del Catatumbo que nos acerca a municipios con los cuales no tenemos nexos cultural y de afinidad étnica, como Tibú y Sardinata. En estos momentos promociono el Catatumbo por la coyuntura que vivimos, la zona es una reserva natural del mundo y tiene todas las posibilidades para hacerla gobernable, es una zona abandonada por el estado y ocupada por el narcotráfico, allí Ascamcat asumió en buena parte la defensa de las tierras y en mucho la gobernabilidad de la zona, serían los mejores interlocutores para un proyecto de esta naturaleza. Además el nombre Catatumbo, de catacumbari o relámpago continuo, es muy sonoro, es hermoso. Si en este instante fuera a hablar de un departamento nuevo muy seguramente escogería el nombre Catatumbo, El fenómeno de los rayos genera el 10% de la producción de ozono del planeta, esa es la raíz del término”. ¿Qué puede significar un baile en tu mapa regional? Es simplemente un factor de identidad, un elemento para jugar a acercamientos regionales. A nosotros nos quitaron nuestro entorno natural que era la región histórica con Ocaña como capital. Tuvimos una posición clara mientras duró la región histórica, tuvimos a un Guillermo Quintero Calderón peleando por proyectos de la zona, tuvimos exportaciones a nivel mundial. Tuvimos una preponderancia que viene desde 1849 hasta que nos desmiembran y esto se vuelve un desastre, perdemos los recursos. El Bambuco Caribe puede ser ese puntal de identidad que a nosotros nos marque y que no hemos logrado definir en simbologías. Por ejemplo, la Diócesis de Ocaña lo entiende mejor que cualquiera de nosotros, pues ella maneja la antigua región histórica; nosotros estamos amalgamados a esa región, más allá de los intentos de tipo administrativo, político y constitucional que nos han venido golpeando las fronteras legales. Esa identidad la une el mercado y la religión: somos abastecedores y ellos nos abastecen; a todos nos congrega la virgen de Torcoroma. ¿Qué va más allá del Bambuco-Caribe? Me interesa con el bambuco que nosotros entendamos que somos unas personas muy singulares y que pertenecemos a una región histórica que ha sido desmembrada para ser pegados, en el caso de Ocaña, a dos ciudades que nada tienen que ver con nosotros como el andino pamplonés y el maracucho cucuteño: nada tiene que ver con nosotros. El río Cauca y el Magdalena tienen más afinidad con nosotros que el Catatumbo. No pretendemos forjar unas identidades nuevas porque las identidades se van formando con los años, con las familias, con la gente. En un artículo que publicó en los días del reinado resume así su visión regional:

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Hasta 1857 la provincia de Ocaña fue un departamento con gobernador, constitución y presupuesto propios, conformada por 29 municipios que hoy pertenecen al sur del Cesar, sur de Bolívar y nororiente de Norte de Santander, entre los cuales subsisten afinidades étnicas y socioculturales e intereses económicos regionales. En 1910 la Provincia fue desmembrada, se le quita el Río Magdalena y se “pega” a Norte de Santander, junto a ciudades culturalmente distintas. Meses después, cuando ya el reinado había caído en el olvido, Mario tuvo la oportunidad en un evento público de espetarle al gobernador del Norte de Santander: “Nosotros fuimos una región de primera y ahora somos de segunda; lo peor es que debemos pedir permiso a ustedes para hacer las cosas. Cómo nos gustaría tener un gobernador propio, senadores propios, pero no: debemos tener el aval de ustedes los cucuteños. Ya no queremos más de eso, a partir de ahora he comenzado mi campaña para la segregación de la gran provincia de Ocaña”. El desprevenido y somnoliento gobernador, no respondió a las palabras de Mario. Dos días después, el diputado conservador, Manuel Salvador Alsina, un político de amables maneras y verbo engolado, lo invitó a cenar en Bavilé, le confesó que esa noche del discurso no había podido dormir pensando en eso. “Me llamó la atención eso que dijiste Mario, lo de la nueva provincia, ¿por qué no le jalamos a eso? Estoy dispuesto a ponerme al frente de ese movimiento desde ya, pero sin entrar en contradicciones con la gobernación”. Mario sabe que ambos están hablando de dos cosas diferentes, que parecen lo mismo: le da igual, acepta negociar. El lunes 17 de junio fue uno de los día más calurosos del año: Mario carga una bolsa de telas rojas satinadas y encajes; deja las telas en el SENA y los encajes los lleva al popular barrio de Cristo Rey, al oriente de la ciudad, en uno de sus cerros tutelares. De la casa sale una señora joven, que tiene una sonrisa que infunde tranquilidad: “Hoy empiezo con los vestidos”, dice revisando los encajes. “¿Cuántos metros?”. Siete metros, dice Mario. “Me acuerdo que le dije 11 metros”. Mario duda, cree estar seguro de siete, pero ella sin dejar de sonreír confirma: “Es que son 11 porque va en la parte de abajo y en las mangas”. Al fondo de la casa se ve un esencial cuarto que es la modistería, a la derecha un patio con una reja que impide que marranos y gallinas invadan la sala, en su penumbra se dejan ver el equipo de sonido y los muebles color vinotinto, fotos de niños, familia, almanaques, Divino Niño. Seis de los 12 vestidos que las reinas lucirán en la gala de coronación saldrán de esta humilde casa. Al final de la calle se adivina la ciudad metida en un valle quebrado. Bajamos en el Renault Logan negro último modelo que Mario ha intentado empeñar en estos días; lo detiene la posibilidad de acceder a recursos y evitarse la molestia del empeño: “Ahora este carro se me vuelve indispensable”. Revisa su estricta hoja de ruta y comprueba que a esa hora, medio día, ha cumplido con el cronograma previsto. Me lo muestra, son dos hojas tamaño carta que imprime cada día con las actividades que organiza antes de dormirse. Una columna indica la hora, otra la actividad y otra la suma de dinero que representa cada actividad. La agenda comienza con una palabra: madrugada y al frente: UNAB, que es la universidad donde estudia Literatura. Luego le siguen una lista de 28 contactos que se desglosa en agradecimientos, recursos en especie, acomodación, agradecimientos: todo esto va hasta las 6:30 de la mañana: posibles donantes, gestiones, entrevistas a los cuales hay que enviarles cartas o llamar. Desde las 6:30 la actividad se concentra en llamar a las emisoras locales. De las 8 a las 12 del medio día, vienen las actividades en exteriores; Bancos, donantes, reuniones, impresos, entrevistas. Lo acompañé dos horas en su recorrido, terminé agotado, él estaba tranquilo. Me ofrecí a ayudarle a llevar una bolsa, pero se negó cortésmente: “Siempre me ha dado afán poner a alguien a hacer algo que yo tengo que hacer”.

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El 18 de junio, a menos de 10 días del reinado nacional del Bambuco Caribe, ante alarmas por posibles casos del virus H1N1, y en medio de una guerra mediática por la pureza del folclor , la ciudad amanece cerrada en la vía que lleva a la costa atlántica, Bucaramanga y Bogotá. Unos dos mil campesinos llegados de Teorama, San Pablo, Hacarí, La Vega, La Playa y El Carmen se han plantado en la vía desde las 10 de la noche pasada, para impedir la entrada y la salida de vehículos. Las protestas vienen desarrollándose en la zona del Catatumbo. En Tibú hay unos 4000 campesinos levantados; las emisoras locales se preguntan si esa es una “marcha pura”, es decir si solo hay allí campesinos o si la guerrilla está detrás de los eventos: se han visto encapuchados armados con machetes, y las cámaras de seguridad han sido destruidas; la vía ha sido regada con aceite. Los tenderos dicen que la comida va a comenzar a escasear, que el mercado público está solo y los buses que viajan a los pueblos están a la espera. “Todos están encapuchados –dicen-, esa gente es de la guerrilla”.

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Capítulo 4 El regreso a casa Salvo por algunas señales, la vida de la ciudad parece normal la tarde del 18: los niños que ya están en vacaciones juegan en el parque, las bellas muchachas salen en grupos a disfrutar de la tarde, la gente hace sus diligencias; pero hay poco flujo automotor. Escuadrones antimotines custodian los edificios públicos, los bancos mantienen las puertas cerradas, los hoteles están a media marcha, las empresas de transportes están desiertas y una cafetería donde me reúno con Mario ha despachado una cantidad inusitada de comidas en cajas de icopor para la policía nacional. Un agente nos dice que es para alimentar a los uniformados que desde la tarde han llegado en helicópteros y en dos aviones Hércules de la Fuerza Aérea Colombiana. El mismo agente dice que los campesinos no han traído sus esposas, ni los niños, eso significa que están allí para aguantar el tiempo que sea necesario: “Los he visto sacar fajos de dinero para comprar lo que sea, compraron una vaca allí mismo y la mataron para el grupo”. Mario ha visto el día como un desastre para su empresa: “Si este paro continúa –dice con un hilo de voz-, el reinado fracasa; todo el dinero y el tiempo invertido está ahora en manos de esa gente que tiene la vía bloqueada”. Ese día tenía que terminar de pagar lo del transporte, pero ha detenido el pago a la espera de cómo evolucionan los acontecimientos. Es claro en denunciar que las FARC están detrás de las marchas y que la exigencia campesina de una zona de reserva en el Catatumbo no es otra cosa que la “consolidación de una republiqueta de las FARC, como la del Caguán”. En esa noche tensa y cálida se reúne con los Rotarios que lo han citado en el club del Comercio, se siente allí la inconformidad por todo lo que está pasando, los diálogos de paz en La Habana y la actitud del presidente Santos que “se arrodilla ante la guerrilla y no mira al país”. Pero el tema central no es la política ni el orden público, es el folclor, la cultura, es el bambuco Caribe. La idea, explican, es acercarse al proyecto, conocerlo y apoyarlo. Los miembros del club consideran que el evento dignifica la ciudad, pero tienen algunas dudas que quieren compartir. Han visto detenidamente el video y han escuchado la canción. Muchos de ellos han integrado grupos de danza y consideran que la danza no está acabada, que se ve cierta torpeza en los movimientos, les parece que el ritmo es más bambuco que fandango, no ven una innovación definitiva. Mario responde. En sus respuestas ha manejado tiempos, pausas retóricas, ha logrado captar la atención de todos, como un encantador de serpientes, ha deslizado nombres ilustres para darle peso a su investigación, con voz pausada: “Fuimos más caribes que chibchas según el antropólogo Reichel Dolmatoff… –y remarca con elegancia-: Gerardo Reichel Dolmatoff.” Dice que con el reinado quiere desmentir la creencia de que Ocaña está lejos de todo. Su tono va en crescendo, su cuerpo parece elevarse sobre la silla, suelta una frase que se ha vuelto reiterativa: “No pensé que este reinado fuera tan caro”. Habla de los grupos de danza, de sus guerras por nimiedades, del veto de esos grupos: “Son tan cerrados que cada cual tiene una coreografía, que es como un territorio que nadie puede violar, por eso se quedaron encerrados folclóricamente, no trascendieron lo local, se quedaron en chismes”. Detalla las actividades, ofrece las boletas y concluye: “Todo está listo y nos vemos en el reinado… -y al cabo de un par de segundos, añadió-: Si las FARC nos dejan”. Impasible, Mario apuró su copa de vino y se levantó sin haber respondido una pregunta que luego se fue perdiendo ante tantas digresiones: ¿Cómo explica que un socio del Club haya identificado cinco ritmos distintos en el mismo baile? Cuando salimos del club recorremos las calles desiertas de la ciudad, nos asomamos hasta donde están las barricadas de los campesinos: al fondo el grupo mira un carro que llega una cuadra antes, luego retrocede y coge rumbo al centro. Una ráfaga de viento nos trae olor a humo de llantas quemadas.

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Le pregunto allí si ya tiene un asesor para los jurados, un bailarín experto pues con Trinidad no pudo llegar a un acuerdo económico. Dice que ya ha hablado con alguien que hará parte del jurado con voz pero sin voto. En el tono de Mario uno entiende que ese tema todavía no está definido. Allí mismo me confiesa que por primera vez en su vida está tomando “café a la lata” para mantenerse despierto. En la madrugada del miércoles 19 la policía, que ha llegado en helicópteros y aviones Hércules, avanza sobre los amotinados que responden con piedras y bombas molotov. Los barrios aledaños, muchos de ellos de invasión, sienten desde muy temprano la violencia del encuentro, niños y ancianos huyen ahogados por los gases lacrimógenos hacia un enorme templo evangélico, mujeres embarazadas corren en medio de la carretera buscando entrar a la ciudad, un herido que ha perdido un brazo yace en una zanja esperando ayuda, en el frente de guerra las ambulancias y las máquinas del cuerpo de bomberos esperan para entrar, los gritos y los llantos de los vecinos son ahogados por el humo y el silencio de los que en esos momentos combaten. Los esfuerzos del Defensor Regional del Pueblo, de entidades de derechos humanos, de los mismos alcaldes de la región para evitar el enfrentamiento son infructuosos, la orden viene de la Presidencia: la toma de una carretera nacional atenta contra los intereses de la nación, por lo tanto no se puede hablar de una toma pacífica; el Estado debe retomar la carretera, como sea. El resultado de la retoma de la carretera nacional: seis heridos, tres de gravedad, uno pierde sus brazos en los enfrentamientos, otro una pierna, una empresa de transporte incendiada, una tractomula destruida; antes de las ocho de la mañana la carretera es reabierta. Los campesinos, unos 4000 según cifras de la prensa, se repliegan hacia Aguas Claras, el sector del aeropuerto y mantienen cerrada la carretera a Convención. En Teorama, la situación sigue siendo tensa, los comercios están cerrados y la gente no sale de sus casas a la espera de retaliaciones. Mientras esto ocurría, los alcaldes del Catatumbo, junto con el gobernador, intentan reunirse con los campesinos de Tibú en una mesa de diálogo con el Ministro de Agricultura, Francisco Estupiñán. Los alcaldes llevan a la mesa una petición de concertar con la gente de la región la erradicación de mantas de coca; antes de entrar los campesinos exigen que salga la policía de la mesa, el ministro no accede: “No habrá un palmo de tierra en este país donde la fuerza pública no pueda entrar”, dice. Los campesinos se mantienen en sus exigencias, salen de la sala, el ministro espera un tiempo y luego da por terminada y fracasada la reunión. A las cuatro sale hacia Bogotá, pero antes ha dicho a los periodistas: “El gobierno está comprometido con la solución a este problema y para que no crean que estamos hablando por hablar, anuncio que invertiremos 3000 millones, como inicio, en apoyo a cultivos de maíz, plátano, fríjol y cacao en tierras donde se ha comenzado la erradicación manual de cultivos ilícitos”. Ocaña, como ciudad –dijo el alcalde Jesús Antonio Sánchez- no está directamente implicada en el tema de los cultivos ilícitos, pero el conflicto la toca de manera colateral, al ser el sitio donde convergen campesinos, intermediarios, traficantes. En San Pablo, un corregimiento ubicado a una hora de Ocaña por una carretera estrecha y deplorable, los cultivos de coca se encuentran hasta en las huertas caseras, y los campesinos ya han perdido las huellas dactilares por la operación de recogida manual, según atestiguan funcionarios en sus diligencias. Yuca, plátano, pollo no se consigue, hay plata para comprar. Mucha gente de Ocaña que habitan en barrios marginales viven de raspar coca, estudiantes de esos colegios estudian hasta mitad de año porque a partir de allí emigran al campo a raspar. Hay más dinero, pero la calidad de vida no ha mejorado. Al día siguiente, algunos participantes en las marchas confesaron a las emisoras locales, que fueron obligados marchar, luego de reuniones en sus veredas donde se planeó todo. En la ciudad

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las opiniones, en cuanto a la participación de la guerrilla en los acontecimientos, son divididas. En el instante en que se desarrollaba la cruenta retoma de la carretera por la policía nacional, el periodista Geovany Torres, director de En profundidad, un programa de debate semanal en TV San Jorge, exigió el respeto a los derechos humanos de los participantes en el paro. El jueves 20, muy temprano, Mario Javier enviaba un mensaje en twitter: “Estoy contra violación derechos humanos, tanto en población urbana como rural, no justifico agresión rural a Ocaña”. Luego dice en otro mensaje: “Es hora de reconocer que falsa economía de Ocaña se desacelerará por erradicación de cultivos de coca”. A las 8:30 Geovany Torres responde: “La falsa economía se extiende en toda Colombia, el narcotráfico es una cadena interminable de cheques en blanco”. Luego dice: “El tema de las drogas ilícitas tiene marco internacional. El paro cocalero en Ocaña es una piedra en el mar”. En el tercer mensaje de la mañana dice: “No es bueno satanizar a unos y otros, la realidad es que la coca es combustible para legales e ilegales”. En la página de ASCAMCAT (Asociación de Campesinos del Catatumbo), alojada en el portal de Prensa Rural, hay un video de 16 minutos donde es posible tener una idea de la crudeza de los acontecimientos del sábado en la tarde: los campos cercanos al aeropuerto son escenarios de batalla, el humo por momentos oculta el movimiento de gente sin camisa y pañuelos en la boca, corriendo a campo traviesa, la policía tiene el control sobre las colinas cercanas, los uniformados avanzan por la pista y repelen la presencia de los campesinos que parecen intentar acercarse a un avión de la Fuerza Aérea; luego la huida, el repliegue de los campesinos. Otro plano nos muestra un hombre con una faja sangrante que rodea su cabeza, otro herido que se retuerce moribundo en el piso, los compañeros intentan subirlo a un carro de la Cruz Roja; otro, con un tiro a la altura del corazón apenas respira, los ojos perdidos, las voces que lo rodean son confusas, unos piden que lo dejen morir, otros intentan un último esfuerzo para salvarle la vida. Ambos mueren, son los dos que murieron ese día. La televisión local muestra la marcha de los dos ataúdes, un largo y sostenido aplauso, el resonar de los machetes en alto, los gritos de las viudas, el desfile silencioso de los campesinos frente a los ataúdes en medio del descampado, cerca de la carretera, el horizonte erosionado y luego el último viaje en un jeep. El historiador Philippe Ariès en El hombre ante la muerte, cita un ensayo del médico y sociólogo brasilero Josué de Castro: “En 1955, Joao Firmino, aparcero de un terreno llamado Galilea, fundaba la primera de las ligas campesinas en el Nordeste del Brasil. Su principal objetivo no era, como muchos creían, mejorar las condiciones de vida de los campesinos (…) ni defender los intereses de ese residuo humano aplastado por la rueda del destino como la caña es aplastada por la rueda de los molinos. Al principio las ligas tenían por objeto defender los intereses de los muertos y no de los vivos, los intereses de los campesinos muertos de hambre y de miseria (…), darles derecho a disponer de siete pies de tierra para que allí descansaran sus huesos (…) y el derecho a bajar el cuerpo a su tumba en el interior de un ataúd de madera que les perteneciese, para pudrirse lentamente con él” [El ataúd era antes colectivo, explica Ariès, y servía solo para el traslado] “¿Por qué esa voluntad desesperada de poseer en propiedad un ataúd donde hacerse enterrar mientras que en vida, esos desheredados del destino no habían sido propietarios de nada?”. [La respuesta de J. de Castro, explica Ariès, vale igual para los pobres y humildes de Europa occidental del siglo XIX, y nosotros sabemos que para el campo empobrecido en Colombia]: “Para las regiones del Nordeste, es la muerte la que cuenta y no la vida, puesto que prácticamente la vida no les pertenece (...) La posesión de la muerte es su derecho a escapar un día del abrazo de la miseria y las injusticias de la vida. La muerte les devuelve su dignidad”.

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“No te acerques por allá, que de tu casa no hay nada, le metieron candela”. Corrió hacia donde debía estar su casa y encontró que todo eran un montón de cenizas: camas, cocina, el horno que era su fuente de trabajo con el que hacía pan y pandebonos, todo un montón de hierros retorcidos, el esfuerzo de su vida desde que llegó como desplazado: Se desmayó por el impacto. “Lo perdí todo, lo debo todo, tengo que responder por un crédito que no sé cómo pagar ahora, de nuestra casa no quedó ni una cuchara”. John Jairo apenas puede dormir: en un piso ajeno, con ropa ajena, piensa bocarriba. Los ruidos de las bombas y la sensación imborrable de un incendio, el picor en la nariz por los gases, el tumulto. Despertó aturdido por las bombas y los gases, entre el humo pudo distinguir a su hija herida, la mujer enloquecida, como pudo cargó con su familia para el hospital. Astutos políticos y concejales oportunistas, comienzan a llamar a la emisora a prometer ayudas sin especificar nada en concreto. El 20 de junio Mario respira aliviado: la carretera ha sido despejada, el reinado se ha salvado. Entonces se reanuda el ajetreo: el pago a los transportadores no se ha enviado en su totalidad y debe hacerse cuanto antes, la alcaldía emitirá el cheque de 10 millones un día antes que comience el reinado; faltan habitaciones, el canal TRO (Televisión Regional del Oriente) llegará con un equipo más grande de lo esperado y Mario debe alojarlos y alimentarlos. Ese día se da cuenta de que su jefe de prensa ha abandonado su puesto y se ha ido a Bucaramanga a buscar un futuro menos azaroso en un periódico santandereano. Hace quince días no se ven sus habituales mensajes en las redes sociales sobre el Bambuco Caribe y para las emisoras el reinado no existe. El 21 de junio pudo haber sido un día feliz si nos acogemos a cierta ecuación que aventuró un académico norteamericano por la emisora La W: sol radiante, fin de semana, comienzo de las vacaciones escolares de medio año, resultado: felicidad. Radio Sonar de Caracol comienza su noticiero de la mañana con una atronadora canción de Joe Arroyo y los oyentes tenemos la sensación, según va narrando el periodista, de que hay un baile al interior de la cabina: el equipo de periodistas baila: “Es que hoy es viernes cultural”, dice. Lo mismo ha ocurrido con la emisora Rumba Stéreo de RCN, que a las 5:30 de la mañana comienza su noticiero anunciando la próxima producción de un cantante. Pero es un precario libreto el que siguen. Poco a poco esa falsa atmósfera de fiesta y tranquilidad, “ese toquecito alegre” se va ajustando a la realidad cuando comienzan los titulares. El día anterior la marcha de campesinos intenta retomar la vía y durante cuatro horas hay enfrentamientos con fuerzas combinadas de la policía y el ejército; los campesinos se han replegado por las montañas vecinas y buscan otros barrios cercanos, las bombas han causado incendios forestales y los vecinos de los barrios populares como Colinas de la Esperanza siguen reportando niños y ancianos asfixiados por los gases lacrimógenos. El comandante de la policía ha reportado 32 civiles y 7 policías heridos. Al caer la noche comienza otra guerra mediática a través de las redes sociales: se difunde que la “turba” avanza hacia la ciudad y se la va a tomar, que han logrado “aplastar” a la fuerza pública y están metiendo candela a todo lo que encuentran a su paso; a las ocho de la noche la ciudad está desierta; se decreta ley seca y restricción de motos. Se confirma que pandillas juveniles de Santa Clara han aprovechado el momento para hacer saqueos, amenazar, asaltar: “Incendiaron dos carros, destruyeron casas, no son campesinos, son gente de aquí, nosotros los conocemos”, dice una vecina; otro oyente llama para quejarse de la manera como la policía ataca a la población civil que nada tiene que ver con el paro: “Vimos cuando cinco agentes atacaron a un ciudadano del barrio, a otro se lo llevaron y le pegaron porque tenía una cámara”. Uno ve las señales de un antiguo desastre, de un fracaso social: hace una semana vimos un desfile de carros celebrando a todo volumen el nuevo disco del cantante vallenato Silvestre Dangond vestido de paramilitar, la grosería aturdía; las motos se le

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lanzan al peatón en el andén, el único territorio que le quedaba al de a pie; cuando gana o pierde Colombia, esa turba ataca en serio y con alegría. Estamos aquí, somos nosotros. Vagos rumores hablan de que en la tarde pasaron grupos de personas cerrando negocios con la advertencia: “No respondemos por lo que pueda pasarles”. El líder campesino, Pablo Téllez habla con firmeza a los medios locales: “Nosotros no tenemos nada que ver con los daños a casas y vehículos, nosotros no estamos amenazando a nadie, nosotros necesitamos concertar con el gobierno, tenemos propuestas para el desarrollo en el Catatumbo, pero exigimos el respeto a los derechos humanos y el derecho al trabajo. Nos prometen y prometen y nos han quedado mal todas las veces”. Desde La Habana, en la mesa de negociación, los líderes de la guerrilla piden que cesen los atropellos de la policía contra los campesinos del Catatumbo: “Que le digan al Presidente Santos que la Fuerza Pública deje de presionar a los campesinos que protestan en el Catatumbo”. Ese llamado es entendido por el presidente Santos como la prueba reina de que el movimiento campesino está infiltrado por la guerrilla. “Qué torpeza, qué torpeza –ha dicho con acritud en la Escuela de Caballería-, con esa exigencia están demostrando que ellos están detrás de esas marchas”. El restaurante donde estamos reunidos con un periodista francés, se va desocupando discretamente, y él, con su joven pareja, que hace dos años se encontraban en un viaje de recreo por el Nilo cuando comenzaron las revueltas del Cairo que derrocarían al presidente Mubarak: esta vez, en un viaje de paseo por la región se encuentran perdidos en algo que todavía no dimensionan. Les sorprende a ellos, lo que no deja de sorprendernos a nosotros, la escasa información que a nivel nacional reciben estos graves acontecimientos: El noticiero de televisión RCN hace una breve nota al final: “Disturbios en el Catatumbo”, sin el contexto real de ciudad, región, provincia. El Catatumbo se ha transformado con los años en una etiqueta, un espacio geográfico cargado de conflicto, pero que al ser etiqueta, se aísla de su verdadero significado, se reduce su complejidad en una palabra clave, capítulo de un libro en la historia. Al otro día la ciudad amanece desierta, un periodista ha dicho que parece un 25 de diciembre o un viernes santo. Recorro la ciudad a esa hora: helicópteros sobrevuelan la ciudad, las empresas de transporte han cerrado en su totalidad, los vendedores callejeros de tiquetes no están, el mercado público está abierto pero los depósitos han cerrado, no hay transporte urbano, los descargadores de camiones permanecen en los andenes aledaños al mercado a la espera de algo, la gente está a la espera de que algo ocurra. Hay un agradable olor a cilantro y a tomillo fresco. El comandante de la policía del departamento anuncia que han vuelto a retomar la vía y que los vándalos no pertenecen a pandillas juveniles sino que hacen parte del grupo de campesinos. Al tiempo que el comandante habla, otra noticia se ha colado y es que al otro extremo de la ciudad, en la vía que conduce a Cúcuta, los campesinos, a la altura del municipio de La Playa, han incendiado un vehículo e impiden el tránsito. El comandante, al recibir esta información en el mismo noticiero, dice que “ya mismo se dirige hacia el lugar de los desórdenes un escuadrón de la policía”. Desde el día anterior los alcaldes de la región junto con el gobernador hacen esfuerzos por lograr una audiencia con el presidente de la república y plantearle la propuesta resumida en una: dialogar y concertar junto con la comunidad la erradicación manual de cultivos ilícitos. En la tarde los alcaldes de la región nororiental despacharán en Ocaña, como demostración de solidaridad y unión; la semana entrante lo harán el resto de alcaldes del departamento, los de la región occidental: se quiere dar a este gesto una idea de esfuerzo común, de que el problema es de todos y entre todos hay que solucionarlo. (Meses después ninguno de esos alcaldes se solidarizaría con la cuentas que le tocó pagar a la alcaldía de Ocaña por concepto de mantenimiento de policías, refugiados, damnificados, etcétera).

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En Bogotá, el ingeniero Ciro Rodríguez Pinzón, representante a la Cámara, habla ante sus colegas: “Pido que el país enfoque su mirada en lo que está ocurriendo en Ocaña; allá hay una movilización de cinco mil campesinos que vienen de un campo abandonado y a la deriva, sus condiciones de vida son paupérrimas y ellos están reclamando atención del gobierno. Es importante ahora sentarse a conversar con ellos sobre el tema de erradicación de cultivos de coca y la sustitución adecuada, no podemos tachar de guerrilleros a unos campesinos que siembran unas cuantas hectáreas; las cosas ahora han cambiado: esos campesinos no tienen que ver con los poderosos grupos de guerrilleros y paramilitares de hace unos años; estos que están en Ocaña y Tibú son campesinos pobres que reclaman la atención de nosotros como Estado”. Mientras tanto en la ciudad, las voces de la gente se dividen en los que dicen que esto es “un problema ajeno a nosotros” y los que asumen que estos disturbios hacen parte de nuestra gran región. Un abogado ha enviado un escrito a una emisora: “Quienes están detrás de las marchas no son campesinos nuestros, pues aquí habitan, lo podemos decir, los campesinos más buenos de Colombia”. El 22 de junio un periodista se quejaba de que el paro no detuvo a las cuadrillas de Centrales Eléctricas en el corte de luz a los deudores morosos: “Acaban de cortar la luz de mi casa”, decía melancólicamente. La gente ha estado llamando ese sábado a la emisora desde temprano a preguntar si la ley seca rige en el día o en la noche, si se puede beber licor desde por la mañana o si tienen que esperar hasta el próximo fin de semana. Una periodista comenta risueña que hay que entender a los oyentes: “Es fin de semana y todos queremos olvidar esta terrible semana”. La ciudad parece entrar a la normalidad, las dos vías han sido abiertas y el flujo automotor es normal en ambas entradas de la ciudad. Los campesinos han decidido esperar la reunión de los alcaldes con el presidente de la República el próximo lunes. Un periodista pide esa mañana que la policía no entre en los campamentos de los campesinos y malogre de nuevo las reuniones decisivas del lunes. El alcalde está al teléfono y responde sobre el decreto de ley seca, que parece ser lo que más duele a los ciudadanos: “Yo estaba de regreso de la reunión de Tibú –dijo el alcalde-, cuando comenzamos a recibir mensajes por las redes sociales en el sentido de que los campesinos se estaban tomando la ciudad; allí entramos en confusión, porque además de esos correos alarmistas enviaban fotos, que luego, viéndolas con calma, entendemos que fueron tomadas durante las fiestas de diciembre y carnavales en el parque” (la ciudad en carnavales parece en guerra). El alcalde considera que si alguien le hizo un enorme daño a la ciudad durante la crisis fueron esos terroristas de las redes sociales, “enemigos de la ciudad, enemigos de la administración”. Mario no ha escuchado emisoras, ha estado trabajando en los días del paro decidido a resolver los asuntos finales sin importarle, aparentemente, los cinco mil campesinos que esperan a la entrada de la ciudad. Pero, además de preocuparle el impacto mediático que pudieron haber tenido los acontecimientos de estos días en los posibles visitantes, hay dos nuevas dificultades: Las modistas del SENA salieron a vacaciones y dejaron, después de cuatro meses, los vestidos de las reinas a medio hacer; eso significa salir en carrera por los cortes y llegar donde la modista de Cristo Rey a que termine los vestidos. Por otro lado Mario necesita ya 20 millones de pesos para cubrir deudas del reinado. Todo lo que tiene que ver con publicidad se está haciendo a crédito: afiches, boletas, pasacalles. Está dispuesto a publicar las cifras del presupuesto. El domingo 23 Mario debe dedicarse a conseguir 22 edecanes pues la policía está en acuartelamiento de primer grado y el tema de elegir 22 de ellos, elegantes y simpáticos como lo requiere la ocasión, no está dentro de sus planes inmediatos. Mario está preocupado este día por dos cosas: deberá cancelar semestre en la universidad. “Debo poner los pies en la tierra, debo ser realista, en estos momentos no estoy para atender la universidad”. El otro problema es la

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incertidumbre que las marchas campesinas implican para el reinado. El sábado al medio día la situación volvió a tensionarse, las informaciones de fin de semana son precarias, no hay noticieros locales, por lo tanto todo lo que se sabe es confidencial y viene de la sede del Cuerpo de Bomberos, donde hay personal de la alcaldía, de socorro y de Derechos Humanos: dos campesinos muertos, dos policías heridos. La situación ha empeorado y el Presidente de la República solo concedió la audiencia para el martes entrante, aplazando la espera un día más. Para Mario el paro campesino es una contingencia mayor que nunca se le pasó por la cabeza, una tranca en la rueda de su evento: “Ellos pueden invadirnos y allí todo acabaría para nosotros; pero si no lo hicieran, hay otros problemas: si sigue la ley seca, esto fracasa, si las vías están cerradas, no se puede hacer nada. Pienso en el dinero que he invertido, en las platas que he gastado y que no tendría cómo justificarlas; sería un golpe económico y anímico para mí, después de tantos meses trasnochando”. Pero el paro no parece llegar a las soluciones esperadas por todos. Ya se habla de 7000 campesinos que avanzan, que están en veredas vecinas, intentando tomarse el aeropuerto para evitar la llegada de aviones y helicópteros. En la noche del sábado hubo una gran explosión en el barrio Sesquicentenario, la prensa dice que allí habitaban policías. El domingo, por primera vez los diarios nacionales hacen extensa mención a los disturbios. El Tiempo y El Espectador aluden al tema, entrevistan personajes; la revista Semana va más allá: publica un reportaje que titula: “Arde el Catatumbo”. En la tarde del domingo Mario Javier se dirige a almorzar cuando al pasar por el parque 29 de mayo es abordado por varios jóvenes de una organización humanitaria que le piden prestadas las oficinas de su Fundación para realizar allí una rueda de prensa que convoca la Comisión de Verificación. Están en ese salón periodistas de todos los noticieros locales, hay dos jóvenes periodistas de Prensa Rural, y un grupo de la ONG Peace Brigades International. En la mesa hay un representante de los campesinos y dos de la Comisión. El grupo esboza de nuevo los motivos del paro, las exigencias de los campesinos, la posición del gobierno a lo largo de los años. Los periodistas locales se quejan de la violencia, los insultos y las amenazas que los campesinos manifiestan hacia ellos cuando han llegado a realizar sus informes; la respuesta de la mesa es que los campesinos han sido muy maltratados por los medios, que los han estigmatizado, que han ocultado la realidad y los han invisibilizado. Las dos periodistas de Prensa Rural han dicho que ellas han tenido acceso todo el tiempo a los campamentos y que tienen allí material a su disposición para el medio que quiera usarlos. La gente de la mesa piden disculpas y se avergüenzan de ese trato, pero piden a la prensa que no abandone a los campesinos: “Ustedes pueden evitar, con su presencia, una masacre, que es lo que va a ocurrir a la entrada de la ciudad si no estamos allí, contando lo que está pasando”. A la salida de la rueda de prensa converso con dos jóvenes periodistas locales. Ellas han estado todos estos días metidas en el centro del conflicto y tienen, una semana después, una opinión de la rueda de prensa que acaba de ocurrir: “Todo lo que allí vio usted es una falsedad, ese grupo que estaba en la mesa hace parte de los campesinos, allí no hay una comisión de verificación, son uno solo; una muchacha que estaba ahora en la sala tomando fotos y grabando todo, la vimos armada con una pistola en los campamentos de campesinos; allí se habló de los campesinos heridos, cierto, pero no les conviene hablar de los policías heridos a bala: si es una marcha pacífica, ¿cómo se explican las armas de fuego? De eso no habla ninguno de ellos. Las dos muchachas esas que hacen parte de Prensa Rural dicen que ellas no han tenido inconveniente para entrar y entrevistar campesinos; ¿no es curioso?, si son prensa de ellos, si están pagos por ellos; cuando nosotros llegamos, una de ellas, la abogada, fue la que sirvió de enlace para contactar al líder de la marcha,

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la vimos correr, saltaba monte como una guerrillera. A nosotros nos maltratan allá. Nos insultan, nosotras decidimos no volver, corremos peligro. La función de la prensa es informar, no para tomar parte del conflicto. Todo eso está dominado por la guerrilla y en todo lo que dijeron uno ve mucha falsedad e hipocresía”. La conversación termina cuando una de ellas recibe un mensaje y enmudece: Fernando González Pacheco, figura legendaria de la televisión colombiana, acaba de morir. El siguiente mensaje desmiente la noticia: Acaba de dejar la clínica, vivo. A Mario lo entrevistan a la salida de la reunión, le preguntan por el reinado. “Todo está listo para recibir a las reinas –dice con tranquilidad-. Nosotros decimos no a la invasión que pretenden hacernos, nuestra protesta se hará realizando el reinado”. Con las mismas palabras Mario ha enviado un documento a los medios para que sea leído en la mañana del lunes, luego pide que no se lea: “Puede ser contraproducente, los líderes de la propuesta pueden tomar represalias contra las reinas, pueden retener el bus con las niñas; allí también viaja mi familia. Es un error opinar ahora, debo bajarle el tono a esa visibilidad que se me puede devolver en mi contra”. No dice que a la señorita Casanare sus padres le prohibieron venir a Ocaña hasta que todo vuelva a la normalidad. Hay tres twitter que inquietan a Mario, los envió en la mañana del domingo: “La cultura y el arte no se arrodillan ante la violencia. Nosotros seguiremos adelante con nuestros programas culturales”. Otro dice: “Los campesinos que se intentan tomar a Ocaña son carne de cañón de la guerrilla”. Y el tercero es una frase de Álvaro Uribe: “Yo no dejé un paraíso, pero sí estábamos mejor”. Todos los tres mensajes fueron respondidos de inmediato con el tumulto característico, la mayoría de ellos son a favor, algunos reviven algunas banderas de Mario: el Departamento Caro, la autonomía administrativa. Pero uno de ellos pide que dejen esos discursos colonialistas y aterricen en la realidad social que vivimos. Mario duda un poco del último twitter con la frase de Uribe, cada mención al expresidente genera odios y amores y ahora mismo no le conviene esa polarización: “Yo soy un uribista por convicción –dice-, porque en su gobierno vi el cambio para Colombia, pude desplazarme por los pueblos otrora más peligrosos del Caquetá y del Catatumbo en mi carro que parecía una camioneta militar. En la época preuribista la guerrilla mató en San Pablo a mi primo José Antonio, un muchacho sano y bueno y decenas de mis amigos fueron secuestrados, yo fui declarado objetivo militar en un par de ocasiones y fui amenazado de bombas en el Diario de la Frontera. Conozco personalmente al presidente Uribe y conversé con él una mañana en el aeropuerto Catam, junto con el general Raúl Torrado, pero ahora mismo Uribe es una papa caliente; despierta muchos odios y amores, odios que no me sirven en estos momentos para el éxito del reinado". Al otro día, en un programa del Canal History Channel, Colombia elige a Álvaro Uribe como el más representativo de sus personajes en 200 años de vida republicana. El noticiero Tv San Jorge muestra un bus escolar ardiendo; los campesinos explican que en medio de la indignación no se puede pensar y es fácil llegar a desmanes de este tipo. El bus, un viejo aparato modelo 70, fue regalado por el Colegio Fernández de Contreras hace años. Los estudiantes damnificados de Aguas Claras hablan ante las cámaras: “Hace dos años que este bus no servía para nada”, “Desde que estoy estudiando nunca hemos tenido transporte escolar, es mi papá el que me lleva al colegio”; “El bus estaba pudriéndose bajo el sol y la lluvia; necesitamos uno nuevo”. El periodista Bawdín Almanya Gandur resume la crisis de la ciudad en tres puntos álgidos: “el problema de los motopiratas se desbordó, el contrabando de gasolina es incontrolable y la crisis en el Catatumbo va para largo: no tiene que ver con nosotros, pero nosotros somos receptores”.

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La prensa local se queja de que no hay una oficina de prensa de la alcaldía que esté informando con boletines actualizados sobre los hechos, que el alcalde encargado no dice nada y que los funcionarios de la alcaldía, aprovechando las reuniones de emergencia del alcalde en Tibú, Cúcuta y Bogotá, abandonaron sus oficinas en los días críticos para abastecerse de alimentos en los supermercados. Una periodista del noticiero registró la frase lapidaria del alcalde en medio de las trifulcas: “Cuando el gato se va, los ratones hacen fiesta”. En los noticieros nacionales las noticias del Catatumbo se extienden por 15 minutos. La confusión geográfica es notable: en las oficinas de las cadenas radiales en Bogotá los noticieros hablan de Tibú, pero los relatos ocurren a 200 kilómetros de allí, en Ocaña. El martes hay un grupo de personas protestando frente al ministerio de Agricultura en Bogotá, una comisión de Derechos Humanos dice que al llegar a la zona de Aguas Claras el sábado fueron recibidos por un tiroteo que duró cinco horas: “La policía no respetó los protocolos”, dijo una abogada (la misma que estuvo en la rueda de prensa en las oficinas de Mario). “Tiraban gases desde los helicópteros, la gente gritaba, ¡nos van a matar!, las ambulancias no podían entrar, mientras que los heridos de la policía y el ejercito eran trasladados en helicópteros”. El día anterior Mario ha estado coordinando detalles que van quedando sueltos, los vestidos que dejó a medio hacer el SENA, los impresos, los pasacalles; a la una de la tarde cena con pastelitos gloria a la entrada de la Universidad. En la tarde se reúne con su equipo en una cafetería del Edificio Azul. Allí se revisa paso a paso la agenda, las cosas que faltan, las cuentas, se hace la inevitable pregunta: ¿Es factible continuar con el reinado? ¿Hay las condiciones en la ciudad para hacerlo? La mayoría del equipo está de acuerdo en seguir adelante, hay otros que no lo ven viable en estos momentos de crisis. Se analizan otras alternativas; hacer los eventos con las reinas sin los bailes en los pueblos que se tenían programados, con ley seca no sería posible hacer gran cosa, el reinado no tendría sentido. La reunión se extiende y llega la hora de los noticieros de las siete. A las 7:15 de la noche el moderado optimismo que había en el grupo se va al suelo: las imágenes que presenta el Canal Caracol son definitivas para que el país, que había venido siguiendo sin mucho interés los sucesos, se entere y entre en alarma. De inmediato Mario comienza a recibir llamadas alarmistas de todas partes del país, gente que ha planeado estar en el reinado, padres de las reinas que van a venir. La señorita Atlántico cancela su participación, la mamá de la señorita Casanare llama enfurecida: “¿Va a exponer usted a esas niñas a una tragedia por seguir adelante con su reinado?”. Un equipo de RCN intenta hacer una nota a las 6 de la mañana en el parque 29 de mayo en medio de la neblina; algunas fallas técnicas malogran una buena recepción de la nota en Bogotá: “La imagen está muy pixelada”, dice la periodista con cara de frustración, “vamos a otro sitio”. “Los medios no atienden las cosas cuando no hay muertos; a medida que aumentan los muertos aumenta el interés de los medios que va disminuyendo a medida que el número de víctimas decrece”. Esa noche en el programa Hora 20 de Caracol las manifestaciones de los Indignados en Brasil ponen a pensar a los panelistas en el Catatumbo. Analizan la manera como en Colombia se enfrentan las manifestaciones: “En el Catatumbo hemos visto ejército y policía –dice Fernando Cepeda Ulloa-, eso es llamativo, si sabemos que el ejército es incapaz de manejar las protestas ciudadanas. Ya hay 6 muertos. Lo otro es que en Colombia una protesta siempre lleva un cartelito: es la guerrilla quien organiza, se dice; y desde esta convicción, fundamentada o falsa, se enfrenta; pero no se conversa. Difícil que un gobierno reconozca que hay protesta legítima. Esto implica el debilitamiento de la legitimidad. En general yo veo que en Colombia no se tolera una marcha… ¿Saben ustedes que en París se presentan 3000 manifestaciones al año? Bueno, hay que aprender de la policía francesa en estas cosas”.

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En la ciudad circulan pasquines donde se invita a los dueños de depósitos y tiendas en el mercado público a cerrar sus negocios. Un carro cargado de gasolina de contrabando estalla en un parqueadero de Santa Clara que a su vez era una venta clandestina de combustible: 15 carros incendiados, 5 casas destruidas. Aunque parece ser un accidente aislado, todo está conectado. A las 5:30 de la mañana se lee en Rumba Stéreo un comunicado donde se urge la solución a los problemas del Catatumbo. Encabeza la heterogénea lista de firmantes el anterior defensor del pueblo, Volmar Pérez Ortiz, lo siguen una veintena de nombres de la sociedad civil nortesantandereana, entre los cuales está Mario Javier Pacheco. Los dos periodistas tienen diferentes percepciones del documento. Para Aliro Alfonso Angarita, allí hay un grupo de intelectuales y escritores de la provincia preocupados por los problemas de su región; para su colega, Bawdín Almanya, hay allí estructurada una plataforma política con miras a las próximas elecciones: el Catatumbo será entonces un tema ineludible para la sensibilidad local en la campaña electoral del próximo año. Hora 20 de Caracol Radio hace otro programa de análisis. Se siente en ese programa el desconocimiento del Catatumbo, los panelistas se han dedicado a soltar cifras y generalidades hasta que coinciden en que de la región se están enterando hasta ahora. “Incluso la gente del gobierno”, dice el Senador Cristo. “La gente cree que el Catatumbo es una ciudad, que Ocaña es el Catatumbo, que el Catatumbo está cundido de coca. Nada de eso, Ocaña no tiene nada que ver con el Catatumbo, ni geográfica, ni histórica, ni climáticamente. Allí no se cultiva coca, pero es una ciudad receptora de todos los problemas de la región. De los 9 municipios que hacen parte de la región, tres son productores de coca, el resto se mueve en apoyo a las marchas. El centro de las protestas aquí es el hambre y el gobierno debe dar subsidios de inmediato”. Uno queda pensando en que nadie sabe bien lo que es todo esto, que la gente en Ocaña está tan alejada de todo, igual que el resto de colombianos. Incluso, uno piensa, que para el mismo senador Cristo, que habló de Cúcuta como ciudad receptora de las marchas campesinas del 86, olvidando los tres meses que vivió Ocaña sitiada, sin alimentos, el parque como cloaca pública, y luego las muertes selectivas durante los meses posteriores de terror. Lo otro que nos pone a pensar en el debate es la propuesta del Senador Cristo de subsidiar de inmediato a los campesinos cocaleros: ¿Y luego qué?, se pregunta cualquiera. El Tiempo publica una entrevista de Yamit Amat al ministro del interior Fernando Carrillo con este título: 'Quieren incendiar el país y no lo vamos a permitir'. Pregunta Yamit: ¿Quién o quiénes quieren incendiar al país? “La extrema izquierda –responde Carrillo-, con la teoría de que el Presidente asume actitudes de violador de los derechos humanos, como se dijo frente a las primeras acciones de la Fuerza Pública en Catatumbo; y la extrema derecha, tratando de vender la imagen de que el Presidente es blando ante los violentos. Pretenden ubicarlo en los extremos, y eso indica que estamos en el justo medio. Para el Gobierno, propósitos son la justicia social, las víctimas y la paz, pero los extremos se están uniendo para tratar de deslegitimar la acción gubernamental y generar un caos generalizado en el orden público. Fracasarán en ese intento. Ya conocemos su estrategia, tenemos argumentos, instrumentos legales y herramientas sociales para impedirlo”. Luego Yamit habla: Usted dijo la semana pasada “desbogotanizar” el gabinete “Hay que meterle gabinete a las regiones y regiones al gabinete”, responde el Ministro.

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La percepción es la de que no hay una fogosa, activa, representación regional… “Sí, lo que supone que hay que romperle la vértebra al centralismo”. ¿Usted es partidario de que el Presidente revise la estructura de su gabinete? “Ya ha dado la orden de que los ministros tienen que estar, escuchar, viajar a las regiones. La representación de las regiones es fundamental”. ¿Usted de dónde es? “Soy bogotano”. Días antes El Tiempo había publicado una infografía donde aparecía un mapa de la región con estos datos: En la selva del Catatumbo se mueven desde el narcotráfico hasta el contrabando de gasolina. Las FARC cuentan con 500 hombres armados. El ELN con 300 hombres armados. Educación: La tasa de analfabetismo es del 30%, muy superior a la tasa nacional del 8,4 % 282.000 personas habitan la región. Energía eléctrica: De los 10 municipios, 6 tienen cobertura por debajo de la media nacional. Agua potable: Solo 6 de los 10 municipios cuentan con servicio de agua las 24 horas y la mayoría presenta problemas en la calidad del líquido. En el Catatumbo habita el pueblo indígena motilón Bari conformado por 23 comunidades que suman un total de 3129 personas. Hectáreas de coca cultivadas: 3.390 El 68 % de la red vial está por fuera del apoyo presupuestal de los entes nacionales. Hora 20 de Caracol Radio hace otro programa con el tema del Catatumbo. Allí se confirma que los 4 campesinos murieron por tiros de fusil. El problema de fondo: la transformación forzada de una economía. Para Fernando Cepeda Ulloa, un aparato estatal en las regiones nos pone a pensar en alcaldes, concejales, diputados, gobernadores, senadores, representantes. ¿Cuánto vale toda esa burocracia? ¿Qué hace al fin y al cabo? ¿Dónde están ahora? ¿Dónde estaban antes? ¿Cuál es la línea base del mínimo logro para empezar a hacer cuentas desde allí? Para los panelistas hay en todo eso una perversidad: Los responsables de la corrupción en el Catatumbo vienen del Estado como de los grupos ilegales, guerrilla y paramilitares, las conductas corruptas de estos tienen que ver con educación, salud, desmejoramiento de la calidad de vida. Ahora la guerrilla denuncia al Estado y viene a exigir soluciones a algo que ellos han propiciado.

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Dice Antonio Caballero en el mismo programa: El campesino no es limpio, no nos engañemos, es cocalero, está metido en los laboratorios de coca. Esa certeza hace imposible entender el conflicto: se produce allí el 5% de la coca del país, se produce una hectárea por familia, pero la coca no lo es todo, es un complemento de otras economías, es plata de caja. “En el Catatumbo –dice con humor sutil- no es que los campesinos estén infiltrados por las FARC, son las FARC las que están infiltradas por los campesinos del Catatumbo”. Luego extiende su idea: “Las guerrillas flotan en Colombia, hacen parte del aire, nacen de una realidad, es una tontería cuando el gobierno dice que las marchas están infiltradas por la guerrilla”. Fui responsable pedagógico de un proyecto de educación en el Catatumbo; dentro de mis responsabilidades estaba la de asesorar a docentes en la reinserción de niños y adolescentes víctimas de la guerra a la vida escolar. Un día, el presidente de la junta de padres de familia de una escuela en La Gabarra me llamó a Cúcuta para informarme que la guerrilla no estaba de acuerdo con el proyecto pues lo consideraba “asistencialista”. A partir de esos momentos nuestro equipo sería “objetivo militar” si nos asomábamos por allá. Le propuse una reunión con docentes y padres de familia para debatir el tema y buscar una solución: los niños estaban muy animados con el proyecto, le recordé, los avances se veían, la satisfacción era clara en las familias y los profesores. Acordamos un lugar intermedio, el colegio Caldas en Tibú. El debate duró toda la mañana y lo único que se logró, para no dejar tirado todo, fue pensar en que una facilitadora de La Gabarra hiciera el trabajo y se reuniera con nosotros en Tibú para evaluar y recibir asesoría. Eso generaba dudas en nuestro equipo. Entendíamos que la facilitadora sería acercada por los mismos docentes como una cuota laboral que ellos irían a administrar a partir de esos momentos. Nuestras dudas se centraban en cómo hacerle seguimiento a un proyecto a larga distancia, cómo comprobar si los informes eran ciertos, cómo avanzar en algo sabiendo que irían a moverse complicidades ajenas al mismo proyecto. Recuerdo que mientras debatían el nombre de la candidata entre ellos, me subí a una mesa para tomarles una foto: parecía una comunidad escolar, padres y maestros decidiendo el futuro de sus hijos y estudiantes. Los cruzaba, sin embargo, una velada, casi amable disputa territorial. Cuando salimos a almorzar me quedé atrás con el presidente de la Junta de Padres de Familia, un señor muy comprometido con la escuela, que siempre había estado atento a todo el proyecto, asistía a reuniones, participaba, e incluso había pedido inscribir a sus otros hijos en el programa. Nos habíamos hecho amigos. Alguna vez me había mostrado los baños de la escuela. “La historia de esos baños es para que la escuche”, me dijo. Estábamos sentados en unas bancas de madera en el patio de la escuela. Más allá quedaba el puente sobre el río Catatumbo, un retén del ejército y luego el pueblo, aplastado por la humedad y el calor, casas señaladas con cruces en puertas y paredes para recordar a los que se había tenido que ir huyendo de la violencia, el agua negra que salía de la pluma y un sacerdote joven aficionado a los perfumes que ponía música todo el día a todo volumen por los altoparlantes de la iglesia; en la noche las luces interminables, lejanas y mágicas del relámpago del Catatumbo. “Los alrededores de la escuela –me dijo esa tarde- fueron utilizados por los paramilitares como centro de reclusión y ajusticiamiento. Una mañana los niños entraron a la escuela y se encontraron con un hombre degollado, tirado a la entrada. Fui y conversé con el jefe de ellos y les dije: pueden hacer lo que quieran pero a los muertos no los dejen en la escuela, allí van niños que no tienen nada que ver con esto. Al jefe le llamó la atención mi valentía, como me lo dijo y terminó por aceptar mi reclamo con una risa, luego me preguntó: ¿en qué podemos colaborar con la escuela? Les dije que nos ayudaran a construir los baños y así lo hicieron. Esa es la historia de esos baños”. Ahora caminábamos por una calle de Tibú, por las antiguas casas de madera estilo norteamericano de los ingenieros gringos de la petrolera, rumbo a un restaurante. Le dije: “¿Es posible que yo hable con la guerrilla para llegar a un acuerdo? A nuestro equipo no le llama mucho la atención eso de dejar una encargada a larga distancia”. Me miró tranquilo y señaló con los ojos a los profesores que nos precedían hacia el almuerzo: “Hable con ellos”.

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Cuando terminamos de almorzar me retrasé con un profesor, un hombre de mediana edad que siempre había mostrado entusiasmo con los avances del proyecto. Le dije que buscáramos una salida, que había que hablar con la guerrilla, agotar las vías para poder continuar en La Gabarra. El profesor sonrió. “No creo que la guerrilla haya emitido esa circular –dijo-, a ellos esto les interesa, han visto resultados. Nosotros en la escuela estamos convencidos de que todo eso es idea de los paramilitares”. Le pedí que me explicara. “Hable con ellos, con la junta de padres de familia –me dijo con una sonrisa torcida señalando hacia adelante-, con su presidente, él le puede explicar; son ellos los que no quieren que el proyecto continúe en la zona”.

El lunes llega un correo enviado por Jorge Lemus Lanziano, presidente de la Asociación Caro, una ong cultural conformada por respetables miembros de la numerosa y poderosa colonia de ocañeros residentes en Bogotá, es un derecho de petición a Luis Alberto Hernández López, Viceministro de Infraestructura Vial en donde le solicita “atentamente se me informe si en el banco de proyectos de esa entidad o en otra dependencia de ese ministerio o de la dirección general de INVIAS existen proyectos para construcción de las siguientes vías que comuniquen a las regiones de ocaña y zona del catatumbo con la costa atlántica, lago de Maracaibo o Coquibacoa (Venezuela) u otros tramos viales que interconecten a estos mismos sectores con la red vial nacional o bien vías terciarias proyectadas en dicha región fronteriza”. La carta termina haciendo énfasis en algunas vías como la de La Playa, por sus posibilidades turísticas. “Estas son, entre otras, vías que demanda la región desde hace muchas décadas, para su desarrollo económico y cuya ejecución seria importante respuesta a la encrucijada y deterioro social que vive esta importante zona de frontera”.

Cruzamos este Derecho de Petición con la entrevista a Jerez en El Tiempo: “Las carreteras de los campesinos no están en los planes, sino las que van a sacar el corozo de la palma de aceite y el carbón. ¿Estamos cerrados? No, ellos no piensan en la gente.” Uno se pone a pensar si en Ocaña sabemos algo del Catatumbo. En el Seminario Binacional por la protección y conservación de la cuenca del Catatumbo, organizado por la Universidad Francisco de Paula Santander de Ocaña, el profesor Jesús Casanova destejió la historia del Catatumbo en el siglo XX. Desde las concesiones a los yacimientos petrolíferos del General Reyes en 1905 a los generales Barco y De Mares por 50 años, una concesión nacida al terminar la guerra de los Mil Días y que le permitía al Estado usufructuar sólo el 15% de las excavaciones, además de tener que proveer de energía eléctrica y la construcción de carreteras en la zona. Catorce años después esta concesión es vendida a Estados Unidos para pasar a llamarse Sudamerican Gulf Company (Sagoc). Corrían los años 30 y ya habían crecido nuevos “pueblos campamento” a la orilla de los yacimientos, pueblos arrancados a las comunidades Bari que estaban allí desde hacía siglos y que a partir de entonces cambiaron sus sonoros nombres por un impersonal número relacionado con el kilometraje de la carretera, historias que desaparecieron al cerrarse los yacimientos. Según el profesor Casanova, la compañía norteamericana organizaba safaris para exterminar indígenas que hacían resistencia a los petroleros. Cuando la explotación fue cerrada quedaron a la deriva pueblos enteros con los miles de colonos que llegaron a esas tierras en busca del oro negro.

Esos miles de colonos desocupados se metieron selva adentro, cruzaron la frontera agrícola y ocasionaron las matanzas a indígenas para posesionarse de sus territorios ancestrales.

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En ese cruce de tierras, minas y luchas internas hace aparición el ELN, en los 70, el EPL y las FARC en los 80. En los 80 aparece el MAS y a fines de los 90 las AUC. Las masacres a comienzos del siglo XXI en Tibú y la Gabarra han marcado hitos de horror en la historia de la guerra en Colombia. En 1987 ocurre el paro del Nororiente, cuando llegan a Ocaña 2000 campesinos y permanecen en la ciudad por 7 días. Las peticiones de los campesinos parecen calcadas a las de 30 años después: presencia del Estado, mejoramiento de vías, educación, salud. Los resultados; estigmatización de los promotores de la marcha, posterior asesinato a muchos de ellos por fuerzas del estado y paramilitares. En 2013 estallan las marchas del Catatumbo, cuando llegan a los bordes de Ocaña y en el área urbana de Tibú más de 10.000 campesinos. Las peticiones: las mismas. Los resultados: estigmatización de una marcha infiltrada por la guerrilla. Varios campesinos muertos. Conversaciones aplazadas. Desconfianza mutua. Según el profesor Casanova, cada relato de la historia lleva implícito su propia ideología; ninguna historia es inocente, al margen, neutra. Yamit Amat entrevista en El Tiempo a Todd Howland, representante en Colombia del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU. Le pregunta por los cuatro muertos. “Estos cuatro campesinos murieron por lesión de un rifle, un arma de alta velocidad”. ¿Confirmó Naciones Unidas que fueron disparos de la Fuerza Pública? ¿Hoy en día en Colombia quién tiene esa arma? –Se preguntó Todd-. La Fuerza Pública, las Farc, el Eln y las “bacrim”. Expresamos preocupación porque el ataque habría, repito, habría, podido ser de la Fuerza Pública. ¿Qué tipo de limitaciones debe tener el uso de la Fuerza Pública? Solamente puede usar la fuerza letal cuando, en una manifestación, policías o soldados se sienten amenazados de muerte. También hubo heridos graves en la Fuerza Pública… Hubo heridos por piedras, machetes y bombas explosivas, dijo Todd. Más adelante Yamit le pregunta por qué cree que persiste el problema. “Hay un problema más de lenguaje que de profundas diferencias. El gobierno ya mostró estar dispuesto a hacer una inversión muy grande en vías, apoyo a pequeños productores, mejoramiento de la calidad de vida de los campesinos. Y estos hablan de sus derechos económicos, servicio de salud, educación y una vida digna, donde se pueda producir y puedan vender sus productos. Las dos posiciones no son lejanas. El problema que surgió es el lenguaje. Por ejemplo, es claro que hay un malentendido sobre qué son las reservas campesinas… Me parece que unos sectores piensas que son zonas de despeje y eso es absurdo. Nada que ver. Están cambiando la definición de reserva campesina que está en la ley 169 del 94, sobre desarrollo rural. Es un asunto de terminología. ¿La situación del campesino sí tiene solución? No tiene solución fácil, pero sí tiene solución. Los campesinos protestan en razón de sus derechos, y el Gobierno reconoce que hay un problema de respeto a esos derechos de ellos. No están muy lejos; caminan en el mismo sentido. El problema es llegar pronto al diálogo… Hay que cambiar de

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terminología para ser menos polémico y llegar a una solución de transformación y mejoramiento de la vida de estas personas. En Ocaña el secretario de Hacienda se queja de que los costos de la llegada de los escuadrones de policía antidisturbios (alimentación, refrigerios, bolsas de agua) le costaron al municipio 180 millones de pesos, algo que ellos no tenían previsto y no saben de dónde sacarla. Le pidieron ayuda a los otros municipios involucrados pero cada alcalde dijo que eso era tema de la jurisdicción de Ocaña. Maria Isabel Rueda escribe en su columna dominical en El Tiempo: “Lo del Catatumbo es fruto de la corrupción y de la falta de visión de la clase política y de la mala gerencia de varios gobiernos acumulados. Lo que sí es pertinente preguntarle a este gobierno es cómo dejó que una protesta campesina moderada e inicialmente pacífica se convirtiera en un paro armado con una agenda orquestada desde La Habana. ¿Dónde estaba el ministro de la política mientras todo esto comenzaba? ¿Dónde el gobernador (¿quién será?) y todos los alcaldes?”. El número 6 del periódico local Marginales se burla del gobernador: “Dijo el gobernador Edgar Díaz sobre los diálogos con los campesinos del Catatumbo: ‘Esperamos que la contraparte nos pueda decir quiénes son sus interlocutores y podamos ver qué necesita esa zona del país “. ¿Y entonces éste de dónde es gobernador?” El domingo Uribe está en Ocaña, mientras Piedad Córdoba está en Tibú. Temprano, el ex presidente ha ido a la iglesia de la Torcoroma, media hora después sale caminando hacia la Cámara de Comercio seguido de una multitud; el recinto en esos momentos está abarrotado de un público expectante por escucharlo, tocarlo, saludarlo. Saluda, uno por uno a la gente del tumulto, hasta que llega a la mesa, seguido de 3 precandidatos y 2 ex gobernadores del Norte. En la mesa hay una canasta con cocotas, dice: “A mí me dejan al lado de las cocotas”. Eso emociona a la gente que rompe en aplausos. El discurso de bienvenida lo ha escrito Mario Javier Pacheco: “Uribe, amigo, Ocaña está contigo” y otras arengas por el estilo. Luego han llegado a la habitación del hotel buscando una estatuilla de la Leonelda, de las que no entregaron en diciembre, para regalársela. El día anterior recorro con Mario los lugares de las marchas campesinas: montes arrasados por las llamas, las cercas de seguridad del aeropuerto destruidas, la carretera es una piel llena de moretones. En la carretera hacia Aguachica se ve escrito en una casa de bahareque, al fondo el río Magdalena en el valle azul, regado de ciénagas: EPL / RASTROJOS. Señales que uno intenta interpretar. El 13 de julio escribe Salud Hernández en su columna de El Tiempo: “Las Farc sellaron recientemente un acuerdo con ‘los Rastrojos’ para secuestrar. Antes, las bandas criminales que trabajaban para ellos solo hacían el levante y se lo servían en bandeja monte adentro. Ahora les hacen el trabajo completo. Secuestran, vigilan, negocian, cobran y los esconden y torturan en territorio guerrillero. (…) La guerrilla cobra por el hospedaje y en Cuba toman ron felices porque sus huestes siguen engordando la caja para atentados terroristas y la jubilación de la cúpula. Y los despiadados ‘Rastrojos’ quedan aún más satisfechos contando el dinero”. ¿Será ese letrero la rúbrica de otro acuerdo multisectorial en la región?

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“Para los ocañeros el Catatumbo es una referencia lejana -así lo expresa el economista Orlando Carrascal Carvajalino-, nosotros hemos vivido siempre pendientes de la frontera hacia Cúcuta y hemos olvidado que el Catatumbo es la despensa nuestra que pude resolvernos nuestros problemas de seguridad alimentaria. Por otro lado es un peligro para la seguridad ciudadana, ya que ese lugar es apetecido por las multinacionales que van detrás de lo que guardan sus entrañas: carbón, agua y petróleo, además de una gran diversidad, especialmente en la zona boscosa. El río emblemático de la zona nace aquí cerquita, en el cerro de Jurisdicciones, en Ábrego y pasa por Ocaña con el nombre de Algodonal.” Un curioso mapa del Catatumbo aparece ahora en todas partes, sin ser mapa, solo una mancha apenas en medio de otros mapas, un punto oscuro nada más. Oscuro y cálido: la luz cuando se transitan las pesadas carreteras, fangosas, quebradas, se siente opaca, aplastada por el barro y el agua que no es transparente. ¿De qué manera nosotros estamos en ese mapa? Conversé con Emiro Cañizares Plata, director de la Asociación de Municipios de la provincia de Ocaña que tiene sus oficinas en la Calle de las Notarías, uno de los sectores de la ciudad que comenzó a modernizarse en los 70 y que todavía conserva esos amplios espacios de dos y tres pisos que antes eran de negocio-habitación y que poco a poco devinieron en oficinas para conformar un conjunto de dos cuadras que podemos llamar el corazón financiero y de servicios de la ciudad. Tenía media hora exacta para conversar: debía salir volando para Cúcuta a la visita del Presidente Santos el día siguiente. Le pregunto si cree que las conversaciones en el Catatumbo han incluido a todos los campesinos de la región, con su diversidad. Niega con la cabeza mientras sorbe un agua aromática que le han traído a su cubículo que hace las veces de oficina. “Las discusiones en el Catatumbo están dejando por fuera a 25.000 agricultores que son los que producen los cultivos que llenan nuestra canasta familiar. El gobierno se centra en Tibú y la Gabarra por el tema de cultivos ilícitos pero descuida el resto del territorio. Debió haber una inversión integral en todo el territorio. Hoy los ilícitos están dispersos por todas partes, no con grandes producciones, son pequeños agricultores, no se están enriqueciendo con eso, es un asunto de subsistencia. El gobierno debe crear una política íntegra que permita que ese agricultor que está haciendo las cosas bien, que no está metido en ilícitos sea atendido de tal manera que sea menos vulnerable. La agricultura aquí genera mucho trabajo”. ¿Ha cambiado el mapa agrícola en la región? El mapa productivo ha cambiando en menos de una década y está cambiando por la crisis, como ya no somos competitivos con cebolla, entonces la gente no deja la tierra sola, la gente ocupa sus suelos sembrando cualquier cultivo. Esto es un valor que no lo tiene cualquier región; es que aquí hay una cultura de producción. Cuando los visitantes que nosotros traemos y miran la región, cuando se dan cuenta al campesino preparando un lote totalmente árido, haciendo el suelo, si miramos vía a La Playa, con rendimientos en fríjol superiores al promedio nacional. Un agricultor que desde que se levanta es usando el riego, mientras uno encuentra agricultores en otras regiones del país que lo tienen todo pero no tienen la cultura de la producción. ¿Compran los ocañeros los productos que vienen del Catatumbo? El mercado que el ocañero hace es extraño: la papa es traída de Pasto o de Boyacá, no es de acá. La zanahoria y las frutas vienen de Santander, el pimentón viene de acá, pero la mayoría lo mandamos a la costa. Ahora la ciudad se ha llenado de mega-almacenes donde se venden verduras y frutas traídas de Santander. Habrá que mirar qué es lo que hay detrás de todas esas enormes tiendas, pues los precios son muy favorables para el usuario pero no para el agricultor local. ¿Por qué los productos de la región no se venden en almacenes de cadena?

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El campesino nuestro no tiene la cultura de poscosecha, que es el proceso que hace el agricultor desde que comienza la recolección hasta el empaque, eso significa una menor clasificación del producto. Significa calidad y transparencia: allí te venden un producto de primera y no te están metiendo algo de segunda. Eso nos falta: tenemos cultura de producción, pero carecemos de la cultura de poscosecha. Aquí todavía nos llega la panela mezclada con abejas y residuos vegetales. En la industria panelera no hemos mejorado en calidad, no hemos podido certificar nuestras fincas. ¿Cuál sería el peor escenario para el campo en Colombia? Que terminemos importando alimentos. El futuro está en la producción de alimentos, esa va a ser una de las grandes necesidades del mundo. Los países desarrollados tienen una política seria de protección al pequeño agricultor. La fortaleza que tiene Colombia es que aquí se produce de todo en todos los climas, en todos los pisos térmicos. Paradójicamente hemos descuidado ese potencial. ¡En estos momentos se trae yuca hasta de Tailandia! Antes que un tratado de libre comercio tenemos que fortalecer el campo y hacerlo competitivo. El campo se está quedando solo, las ciudades se están super poblando; el joven campesino se quiere ir a la ciudad, allá tiene mejores oportunidades. Semana dedica la portada a Megateo. El equipo investigador de la revista describe la zona: “Poco después de Ocaña, en Norte de Santander, y a medida que se empieza a subir las montañas no se percibe ninguna presencia del Estado. Por las estrechas vías se ven decenas de motos, en las que transitan gente de Megateo y milicianos de las Farc. Hombres vestidos de civil no hacen el menor esfuerzo por esconder las pistolas que llevan al cinto y decenas de ojos están atentos a registrar y notificar la presencia de cualquier extraño. Colgado de una ladera de una montaña está Hacarí. Con pocas casas y dos calles de concreto que lo atraviesan, este municipio se convirtió en un punto de referencia de la guerra en el Catatumbo. De ahí para adelante son horas y decenas de kilómetros de polvo, curvas y una vía cada vez más estrecha y solitaria. Extensos cultivos de coca se ven a lo largo de kilómetros y kilómetros. En las ramas se nota con claridad que hace pocas semanas los campesinos recogieron la más reciente cosecha”. Megateo dice allí que el campesino siembra la mata de coca “pero no porque quiere sino por necesidad y por el abandono del Estado en esta zona. Si el campesino tuviera otra manera de subsistir no se metía en ese problema”. Luego habla de su organización y el papel que juegan con la coca: “Nosotros tenemos un prestigio ganado aquí. En esta región somos tres organizaciones y nosotros no escondemos lo que hacemos. Aquí cobramos un impuesto por la droga. Es la manera de financiar la guerra. Cobramos 400.000 pesos por kilo de coca, pero no somos los que recogemos ni somos los dueños de las cocinas de procesamiento. Como organización cobramos el impuesto de guerra”. Semana le pregunta a Megateo: “¿Cree que el paro se solucione pronto?” [Las fotos muestran a un hombre de mediana edad, saludable y bien alimentado, la barba rala; su pequeña tropa luce armas nuevas, uniformes recién hechos; se percibe una mezcla de jactancia y timidez en cada uno de ellos. Sus respuestas son seguras, breves, elementales, llena de dichos de la región]: “No le veo salida –responde-. El presidente ha dicho que no se va a dejar imponer las reservas campesinas. El Estado tiene el Esmad para contrarrestar esto. Pero el campesino se va para sus casas sin solución a seguir arrancando la mata de coca”. Salud Hernández viaja hasta Filo Gringo y realiza un reportaje para El Tiempo: “’Aquí hay muchos intereses en juego y nadie los confiesa. El Gobierno quiere ayudar a los grandes palmeros y explotar carbón, oro, petróleo y otros minerales. El Eln, las Farc, los

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paramilitares, los mafiosos, políticos y hasta militares tienen grandes extensiones de tierras con testaferros’, opina un campesino con muchos lustros en la zona”. “’Los campesinos la tienen clara. No vamos a aflojar’, me dice uno. Sabe que muchos de sus amigos no se suman por la excesiva violencia que promueven los que persiguen intereses distintos a los colectivos, aunque los de Ascamcat han recorrido en estos días varias veredas intentando enganchar nuevos manifestantes”. “Por el contrario, la mayoría en el casco urbano de Tibú están en contra, porque se comieron sus pocos ahorros, y los que salen cada mañana a rebuscarse el diario no tienen con qué sobrevivir. ‘Tendríamos que enfrentarnos a ellos’, comenta una joven comerciante. ‘Nos tienen acorralados’”. Para Antonio Navarro Wolf decir Catatumbo es difícil, casi imposible, pero al final logra hacerlo a su manera y lo oyentes le entendemos, con una sonrisa, pues no sabemos si es él o su imitador del programa de humor La Luciérnaga de Caracol el que habla: “En el Tatatumbo –dice- al Estado le cogió la noche; no hay una inteligencia que anticipe nada: el Departamento Nacional de Planeación no existe en Colombia, es un cerebro desconectado”. Entonces, de un momento a otro, el gobierno decide negociar. Los comentaristas políticos no entienden cómo los negociadores del gobierno, después de haber subestimado y estigmatizado el paro, terminan plegándose a los puntos iniciales propuestos por los campesinos. “Si se iba a terminar conversando sobre las propuestas, ¿por qué no se actuó de inmediato? Se hubieran evitado muertes y pérdidas económicas”. ¿Una medición de pulsos? ¿Un reconocimiento de la fuerza del rival para comprobar hasta dónde podía llegar? Una representante de los campesinos dice desde Tibú: “Vamos a confiar por última vez en el gobierno”. El lunes a las seis de la mañana en Bogotá el periodista Edgar Artunduaga del noticiero Todelar le pregunta a Cesar Jerez: “¿Hay conexión directa Ocaña - La Habana?”. Desde la Convención de 1828, donde Ocaña fue destino y epicentro de una gran región de América, la ciudad no aparecía ligada a un debate internacional gracias a la tragedia del olvido. El alcalde Pecas ha hecho lobby por dos años para aparecer en “Sábados Felices” el popular programa de humor de Caracol Televisión. No lo logró ni lo lograría si no hubiera sido por Charlot Izako Mustafá, el promotor de reinados, que con solo chasquear los dedos, logró ese sueño esquivo. La historia se le atravesó en ese minuto al alcalde. Grabado un mes antes, nadie preveía lo que estaría pasando un mes después en Ocaña. Así que visto esa noche del sábado, el programa de humor que dura tres largas horas, se convirtió en una payasada cargada de humor negro y paradojas. Mario y el alcalde están en primera fila simulando risas y aplaudiendo, mirando el reloj con terror, pues tienen una cita crucial; una copa de vino en el Club de la Fuerza Aérea. En el tiempo real el alcalde está esa noche en Tibú intentando llegar a acuerdos con los campesinos que han exigido la salida de Lucho Garzón de la mesa de negociación; en la vida real el alcalde ha tenido en quince días la exposición mediática que jamás soñó tener. En tiempo real ha liderado y tomado la vocería de un hecho real y complejo que se puede convertir en un incendio. En ese otro tiempo abundante en luces azules y escenarios de una ficción cuidada, el alcalde nos dice a todos, con la seguridad de lo divino: “Me enorgullece informar al país que la Semana de la Fraternidad se está desarrollando con todo éxito en la muy hermosa

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ciudad de Ocaña y que mañana domingo será la coronación de la Primera Reina del Festival del Bambuco Caribe”. La verdad: un decreto de emergencia por 30 días, ley seca, la ciudad sitiada. Superponemos dos objetos inconexos entre sí y obtendremos una imagen surrealista. A media noche, cuando al fin habla en el miserable minuto de gloria que le dan, el alcalde de ahora está en cosas más serias y, quizás, está igual de somnoliento que nosotros, los pocos que nos trasnochamos para verlo: se sabe que los delegados del gobierno han regresado a Bogotá con el rabo entre las piernas y el Presidente, días antes tan arrogante, grosero y evasivo, comienza a proponer cercanías con los campesinos: incluso los ha invitado a un desayuno de trabajo en Bogotá, consciente de que todo puede ser peor. Nos vamos a dormir con las convincentes palabras del alcalde que nos suenan al oído como música folclórica: “Mañana domingo será la coronación de la Primera Reina del Festival Bambuco Caribe”. Muy temprano, Mario recibe una llamada del alcalde Pecas: “Lo invito a que revise la posibilidad de cancelar el reinado; nosotros no podemos darle garantías y si seguimos con esto vamos a quedar en un ridículo nacional: mientras los campesinos están protestando nosotros nos dedicamos a organizar un reinado. Es bueno pensar en eso: no hay garantías: si los campesinos retienen el bus de las reinas nos vamos a meter en un lío sin precedentes en la historia del país.” Mario queda sin voz, luego reacciona, le pide una hora para tomar una decisión. Llama de inmediato a Charlot Mustafá y le expone la situación. Al otro lado de la línea hay un silencio que lo interrumpe su fría respuesta: “Yo no tengo más tiempo para el reinado que este fin de mes; los otros días del año están copados con otros reinados”. Mario le pide media hora. Sabe, desde que tuvo la idea del reinado, que Charlot es la pieza clave de este engranaje: él es quien consiguió los premios, el aval de las gobernaciones, la elaboración de la agenda, el protocolo, la minucia, el detalle para la perfección. Sin él no haría nada, ni se hubiera metido en todo esto, lo sabe ahora que ve la magnitud de lo que una vez se imaginó en el Banco, Magdalena. Su familia lo respalda en cualquier decisión: si el reinado se hace se vienen de Bogotá en el bus de las reinas, si se cancela, no pasa nada: no lo van a discutir. Tiene minutos para tomar una decisión. Entonces resuelve esperar hasta el medio día para hacer las llamadas definitivas. Sale de la habitación con las faldas a medio hacer; se dirige hacia la humilde casa de Cristo Rey donde lo espera la modista. El historiador Philippe Ariès, en su monumental estudio El hombre ante la muerte, dice: “Todos los hombres de hoy han experimentado en un momento de su existencia el sentimiento más o menos fuerte, más o menos confesado o negado, de fracaso: fracaso familiar, fracaso profesional. La voluntad de promoción impone a todos y cada uno no detenerse nunca en una etapa, perseguir, siempre más allá, metas nuevas y más difíciles. El fracaso es tanto más frecuente y más sentido cuanto que el triunfo es deseado y nunca suficiente, siempre es transportado más allá. Llega un día, sin embargo, en que el hombre ya no puede sostener el ritmo de sus ambiciones progresivas, camina menos rápido que su deseo, cada vez menos rápido, hasta darse cuenta de que su modelo resulta inaccesible. Entonces siente que ha echado a perder su vida”. Ariès prosigue: “Un día el hombre se descubre como un fracasado: jamás se ve como un muerto. No asocia la amargura con la muerte. El hombre de la Edad Media, en cambio, sí”.

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Ariès se pregunta a continuación si ese sentimiento de fracaso es un rasgo permanente de la condición humana. Mario, mientras entrega los vestidos a la modista, ha recibido una misteriosa llamada: “Allá usted, si decide ponerse a bailar sobre las tumbas de nuestros campesinos. Nosotros no respondemos”. Ese era el puntillazo. Todo queda cancelado de inmediato, esa frase fue definitiva para la terquedad, venía “de arriba”. Mario siente el peso de la derrota, se refugia en su habitación, en la tarde es citado por el Concejo Municipal para explicar su decisión. En la mañana del miércoles los noticieros leerán una noticia a la que siempre le tuvieron resquemor y que ahora puede convertirse en un agregado a la tragedia de una ciudad sitiada: ley seca, cancelados los conciertos de vacaciones, aplazado el primer reinado que pretendía tener la ciudad, adiós a la Semana de la Confraternidad. Mario, lleno de deudas y con dineros propios invertidos en el reinado, piensa en una salida de emergencia: Que las reinas lleguen por avión, pero el aeropuerto está bloqueado y solo llegan aviones militares. Realizarlo el 20 de julio. Se imagina las reinas desfilando en medio de la tradicional parada militar de esa fecha patria. “Habría que pensarlo”, dice con la cabeza a mil, imaginando soluciones. Por ahora, los hoteles están solitarios, los restaurantes ya no ofrecen todo el menú por carencia de los ingredientes, las tiendas ya no venden la diversidad de antes. Uno se imagina un reinado en esos escenarios: las solitarias reinas en hoteles solitarios, en piscinas desiertas, mientras en la frontera de la ciudad la policía y los campesinos avanzan y retroceden palmo a palmo en medio de la humareda de las bombas y los gritos de la gente. La ciudad se encierra. Pero Mario no es un hombre medieval. Para él, esta derrota no es la muerte: hay que revisar el calendario, volver a empezar. Es un hombre moderno. Un oscurecimiento repentino en un ojo, una mancha que apareció y le negó la luz. Si habría de morir ese era el momento, pensó, ciego no valía nada, no ahora, en las ideas del futuro que son el presente. “Un desprendimiento del vítreo, lo más grave hubiera sido el desprendimiento de retina, mi papá murió casi ciego, mi tía está ciega, Monseñor Manuel Benjamin Pacheco murió ciego, tengo dos primas ciegas: mi familia tiene una tradición de ceguera senil. Ciego no tengo nada más que hacer, es mi vida, es todo lo que hago. Unas gotas están tratando de diluir la mancha, y lo único que me queda es acostumbrarme a esa mancha”. Otra advertencia del tiempo le llegó meses atrás cuando sintió un dolor en el antebrazo al salir del hotel, luego una debilidad inédita. Llamó a su hermano médico y aquel le dijo que se fuera de inmediato a una clínica pues podría ser un preinfarto. Al rato recobró las energías y la vida continuó. “Al parecer tuve un preinfarto”, se encoje de hombros. Hace unos días Mario me llamó para confesarme que le asustaba la vejez y la muerte. “Miguel de Cervantes terminó la vida sin dientes y empobrecido –dijo -. Los artistas solo dejamos miseria, herencia de problemas es lo que queda a nuestros hijos, un lastre del que a ellos les cuesta desprenderse. Trabajamos toda una vida y quedamos sin nada -concluye desolado, sin rabia-. Este país no tiene leyes que protejan a los artistas”. Cervantes no alcanzó a ganarse ni el 1% de lo que Mario se ha ganado en vida como artista. Vive en el hotel prestigioso, tiene una oficina en la zona histórica, un buen carro, mantiene dos

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apartamentos en el norte de Bogotá, posee parte de un apartamento en Cartagena y propiedades en Panamá. Sus hijos estudiaron en las mejores universidades de Bogotá, se educaron en costosos colegios privados. Buen nivel de vida. ¿Cómo ponemos a Cervantes en estas miserias de la vida? Le digo que es injusta la comparación con Cervantes. Mario se acomoda en un asiento del parque, saluda, caballeroso y solemne, a un transeúnte que se ha acercado a expresarle su admiración. “Yo debo matarme diariamente para mantener este tren de vida, mis gastos, representan mucha plata mensual. Tengo buena capacidad de venta y afortunadamente logro los ingresos, pero si me llego a enfermar todo se derrumba, entonces mi familia no va a comer. Tengo muchos compromisos, no puedo vivir sólo de la literatura. Pienso mucho en mis hijos, Andrea y Mario Javier, los de Nora, que a pesar de ser profesionales exitosos siguen vinculados a mi vida; pienso en Juan Manuel, el menor de todos, que tuve con mi segunda esposa Leovanny: seres maravillosos que confían plenamente en mí. Siempre he tenido la tendencia a aportar en mi familia desde toda la vida y tal vez por eso no tengo nada, siempre está la familia esperando que haya un gran negocio. No tengo la posibilidad de ninguna pensión y he dedicado toda mi vida al arte. Yo me pregunto qué va a pasar con lo que hicimos. Pero también pienso que todo este pesimismo puede desaparecer dentro de un mes si yo logro un buen contrato”. Desde la ventana de su hotel se ve la piscina del Club Ocaña y la casona de los Marún Meyer, sus dos patios y la huerta con el cocoto, los tejados rojos, naranjas, marrones. La piscina esparce en su brevedad un azul estático, atrapado entre baldosas, luego un cerro erosionado y sus casas que parecen cuevas abiertas dentro del cerro de la Santa Cruz, asciende el azul de la cordillera, luego las nubes del cielo. En algún momento soñamos haber visto un cuadro de David Hockney. Después de la ventana, si giramos, porque nos hastió el breve paisaje mitad real, mitad inventado, vemos una pequeña nevera color crema llena de bolsas de agua, jarras de yogurt, pudines; en un rincón vemos cajas de libros de sus proyectos, vemos Las Ibáñez de Duarte French en edición de lujo con las acuarelas protegidas en papel araña, vemos El Decamerón de Boccaccio; también: carpetas AZ, papeles, números perdidos y amarillentos de Azagaya, la separata literaria de su periódico; ropa, otras revistas de turismo, y vemos el computador: su ojo azul despierto día y noche. Ese es el centro de la vida, por allí Mario escribe los proyectos, asiste a las clases virtuales de su universidad, participa en las redes sociales, tiene cuenta en twitter y en facebook, se entera de convocatorias para proyectos, envía sus artículos de opinión. Monitorea minuto a minuto los chismes que tienen que ver con su vida pública, por allí se entera del desprecio de medio mundo hacia él y de los amores del resto. Ha recibido ofensas y amenazas a altas horas de la noche y mensajes de apoyo al instante. Cuando no está en su habitación tiene su iPhone que maneja con discreta elegancia, con un ritmo táctil que pareciera una expresiva danza contemporánea, que de pronto plantea un deslizamiento y luego un aplazamiento, en ese instante los dedos responden a la velocidad del lince; lo que sea, pero responde. Su vida parece estar atrapada en esa fina red y en la trama del tiempo. “Soy un hombre solitario a pesar de estar rodeado de mucha gente. Pongo el despertador a las tres y media de la mañana, pues me parece que es la hora más productiva. Anteriormente me levantaba a las 4:30 para hacer ejercicios, a las cinco de la mañana salía, pero ahora tengo muchas cosas atrasadas y debo concentrarme en el trabajo; a las 8 de la mañana desayuno algo breve aquí mismo en la habitación del hotel, un yogurt casero, de melocotón, espeso, rico con una torta de soya, me doy una ducha, y si no tengo compromisos en la calle, cosa que evito, me pongo la piyama nuevamente y trabajo en el computador hasta el medio día. Ese es el ritmo ideal que he perseguido toda la vida, pero los compromisos sociales, las obligaciones económicas, los trabajos,

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me obligan a salir y cuando salgo pierdo el hilo de todo lo que estoy haciendo. Antes almorzaba aquí mismo en el hotel, me lo subían a la habitación, ahora camino hasta San Francisco y allá almuerzo. Mis gustos en temas culinarios son monotemáticos: duré años comiendo trucha en el hotel, ahora llevo años comiendo pechuga asada, regreso en seguida, me hace bien esa caminata, y me encierro de nuevo a trabajar. Me gusta estar en piyama mientras estoy en el hotel. A las seis en punto como y siempre lo mismo: arepa con tortilla de huevo. Aunque a veces salgo y compro para acompañar con el yogurt. A las nueve de la noche trato de acostarme y quedo profundo al instante. Duermo 6 horas, suficiente”. ¿Por qué decidiste vivir en un hotel? Por comodidad. Cuando intenté vivir en la casa del Tamaco, me di cuenta de dificultades que no estaba dispuesto a soportar: no había parqueadero, me levantaba pensando en el aseo, en la alimentación, en la tendida de la cama, en el recibo del agua y de la luz. No me sentía solo, disfruto la soledad. Pero me jartaba el hecho de estar pendiente de pagar recibos. El hotel está en todo el parque, es uno de los mejores, tengo salones para atender reuniones, invitados, hay teléfono, internet, recepción, independencia. Prefiero la vida de hotel a estar en una casa atendiendo todas las cosas”. ¿Qué hacés de las tres de la mañana a las 9 de la noche? Proyectos. El número de proyectos que elaboro al año son absolutamente incontables. Cuando es el Plan Nacional de Concertación del Ministerio de Cultura, tengo quince fundaciones que asesoro, cada una de dos proyectos diferentes, eso suma 30 proyectos en el transcurso de un mes. Normalmente estoy pendiente de las convocatorias de la Unión Europea y de la USAID y trabajo para esas convocatorias. Lo llaman pidiéndole una foto para una tarea, promete que en la noche deja en la recepción del hotel un cedé. El muchacho insiste en que la tarea es para mañana, pero Mario niega toda posibilidad; ahora estoy en una reunión, dice amablemente. “Mi agenda siempre anda atrasada –dice mirando el reloj, pensando en la hora de la cena-, por eso debo ser tan riguroso, pero los compromisos me exceden. Escribo un artículo para la revista digital Kienyke, al que dedico un día debido a que trato de ser perfeccionista; pero la semana pasada no pude escribir, no es fácil tener un tema cada semana, por eso estoy pidiendo que me dejen la columna a quince días.” ¿Alcanza lo que ganas para vivir? Quienes dedicamos la vida a vivir de las letras y abandonamos los negocios que son los que dan plata, estamos condenados a morirnos en la pobreza a menos de que nos ocurra un golpe de suerte. Escribo en revistas del orden nacional, me tienen por un muy buen periodista, uno de los más polémicos del país, en ocasiones recibo hasta 200 comentarios a favor y en contra, pero eso a mi no me genera dividendos, apenas alcanzo a los 600 mil pesos al mes. Tal vez si abandone la literatura y retorne a las urbanizaciones estaría todo el mundo más tranquilo, mi familia tendría más estabilidad y mis detractores dejarían de retorcerse.

Mario parece arrepentido de sus quejas, dice que la entrevista lo ha puesto a pensar en su vida, se pregunta de cuándo acá tanta amargura. “Yo me he caído muchas veces –dice pensativo-, pero hay una mentalidad muy optimista que me obliga a estar trabajando y trabajando, sin embargo hay una oleada de pesimismo que se manifiesta desde el mismo interior y ese pesimismo lo he notado en un par de ocasiones, siempre he considerado que he sido un hombre feliz, que he sido un hombre privilegiado en muchos aspectos especialmente por el hecho de que puedo llevar la vida que siempre he deseado vivir y hacer las cosas que siempre he querido hacer. A lo largo de toda

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mi vida he tenido ciclos de decadencia económica. Cuando salgo de las crisis económicas vuelvo a ser el de siempre, optimista, alegre y descomplicado. En la época del condominio en Melgar veía el porvenir asegurado y todo lo veía muy positivo. Luego vino la compra del Diario de la Frontera, una caída desde el primer día, un desastre que duró cuatro años y durante todo ese tiempo no fui feliz. En estos momentos he vuelto a caer, siento que hay cosas que no puedo dominar. Tengo conciencia ahora, más que nunca, que los años van pasando y allí está presente la incertidumbre de un futuro para el cual no estaba preparado: siento el peso de no tener pensión, como les pasa a un 80% de los colombianos y allí empiezo a pensar con temor en los compromisos que tengo todavía y que no he logrado cumplir, a pesar de todas las empresas en las que me he metido. Pero entonces me reanima pensar que sigo siendo un trabajador, que todos los días me levanto con un pensamiento nuevo, eso me pone optimista de nuevo”. Entonces me confiesa algo y su expresión se oscurece. Dice que se siente arrepentido de haber perdido el tiempo en la vida, de haber desperdiciado la juventud y la plata, en trago y mujeres: siente que despilfarró las oportunidades que la vida le sirvió en bandeja de plata. La otra vez me hablabas de Panamá, de un pequeño pueblo al frente del mar Caribe para terminar allí tus días. Uno nunca sabe dónde y cómo terminará sus días, porque generalmente los días se le terminan a uno en el momento y lugar más inesperado. Me gusta Ocaña en general, en una casita en la Ermita, junto al río Algodonal, desprovista de zancudos, pienso en Panamá a orillas del mar en la playa de Coronado, a una hora de la capital, un enclave militar de tiempos de la Conquista, por donde Colón accedió al territorio americano; la casa que he imaginado está en la cima de una montaña, a un kilómetro del mar, donde se ven las playas de arenas blancas y los vestigios de las fortificaciones; pienso en Bogotá, en una habitación con un ventanal grande, muchos libros y un espejo de agua a la vista. Siempre escribiendo, produciendo. No hay mucha diferencia entre un hombre del Renacimiento y el retrato medieval del solemne Matrimonio Arnolfini de Jan van Eyck. Johan Huizinga en El otoño de la Edad Media nos recuerda que esa transición entre una época y otra es más sutil de lo que nos imaginamos: “El amor a la gloria y la ambición del Renacimiento es, en su médula, la ambición caballeresca de las épocas anteriores […]. El deseo apasionado de ser apreciado por la posteridad es tan poco desconocido al caballero cortesano del siglo XII y al soldado mercenario y tosco, francés o alemán, del siglo XIV, como al pulido espíritu del Quattrocento”. Siglos después, lo encontramos transfigurado en un caballero que ha cambiado las elegantes monturas por otros objetos de distinción no menos sofisticados: un elegante gentleman, que lleva en sus alforjas la lejana esencia de su espíritu hecho de honor y aventura. “El caballero andante, como el templario, está libre de lazos terrenos y es pobre”, pero es también mentiroso para alcanzar sus metas, para poder vivir: “La mentira brota por todas las aberturas del traje de gala de los caballeros –dice Huizinga-. La realidad da un continuo mentís al ideal”. En el centro de todo está lo que no se nombra: la búsqueda del amor. Nada tiene sentido en ese ideal caballeresco, cargado de conciencia, ascetismo religioso y belicosidad masculina, “si el amor de las mujeres no hubiese sido el fuego ardiente que prestaba el calor de vida a aquel complejo de sentimientos e ideas”. En ese transcurrir de siglos el caballero andante se convierte en El Quijote, que es la broma a ese caballero medieval. El Quijote, según Harold Bloom, rehúye cualquier reconocimiento de sí mismo hasta su derrota, cuando abandona su personaje y abraza una muerte piadosa. Quijotescas se llaman las empresas inconclusas y extravagantes de los caballeros actuales. Tal vez esa sea el triste, y misericordioso, final ante la magnitud de lo imposible.

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Mario ha logrado realizar el reinado para las fiestas patrias y mira impaciente la procesión de su reloj. Las telas, lentejuelas y encajes, las cintas de colores, los carretes de hilos y las arandelas de cobre de hace cuatro meses se han convertido en blusas, camisas y trajes verdes festoneados de blanco que ahora se desparraman por la cama de Mario y explotan en el closet que ya no cierra. La habitación, esa mañana de reinas, parece el almacén de un sirio libanés en remate de feria. Su propia ropa ha terminado arrinconada, en un endeble orden. La víspera de la llegada de las reinas es la final del fútbol colombiano; la gente en Ocaña, que es hincha de todos los equipos del país, celebra el título del Nacional frente a Santafé, igual hubiera podido ocurrir al revés: una densa marea de motos se extiende por toda la ciudad hasta que la noche se traga esa lenta serpiente en algún momento de la madrugada cargada de smog. Hace unos días Mario ha tenido un desagradable encuentro verbal con Agustín McGregor, un veterano y popular hombre de radio, quien lo ha acusado de dárselas de pobre para no pagar las pautas publicitarias: se han manoteado y gritado, pero no han llegado a los puños; el dueño del baratillo La Locura Paisa lo ha hecho ir “arrastrado” a su mega-almacén tres veces con la promesa de un millón de pesos para al final evadírsele, “Hoy he tenido ganas de salir en carrera -dijo-, esconderme, que la tierra me trague”. En la víspera, la reina del Norte de Santander renuncia desde Cúcuta pues no le han dado los 2.5 millones que la gobernación le ha prometido; en ese descuido Mario pierde los 10 millones que valía la franquicia. No se arredra, a pesar del dolor: allí mismo nombra la reemplazo. La poca gente se acerca y mira a las reinas recién llegadas. “No son tan bonitas como esperábamos”, deciden sin contemplaciones, incluso se atreven a la burla zafia; faltará ver si en algún momento el ritmo termina por enganchar en la memoria del cuerpo. Por ahora no. “No son bonitas - bromean unos jóvenes a media noche en una emisora por FM-, pero en este reinado la belleza no es que cuente mucho, es la cultura, no las tetas. ¿Conversaste con ellas?, dice una muchacha. Sí, son muy inteligentes”. Se ríen. Es la única emisora, tal vez por su condición de independiente, que hace un quiebre en la asepsia de contenido y opinión de los medios al servicio de la Alcaldía. Las reinas salen de San Francisco en un desfile de doce jeep Willys; una impersonal papayera cierra el grupo: no se escucha pólvora, ni vivas ni hurras. Las reinas no pertenecen a nadie. Los trece selectos jurados se excusaron a última hora de asistir. Un muchacho bailará con todas las reinas durante tres días. El número indefinido de comités se reduce a lo esencial. Es el duro precio del comienzo. Anoche dos aviones de guerra cruzaron la noche a la velocidad del sonido. Juanes habla del Catatumbo, dice que con solo mirar la prensa siente dolor. En Venezuela, la información desde una oficina de refugiados, es que se acercan 5 mil desplazados por las protestas; en Cúcuta se informa que son 150 personas las que están “huyendo de la represión”. ¿Quién dice la verdad? Los campesinos en el Catatumbo pidieron un millón quinientos mil pesos mensuales para cada familia afectada, durante dos años; la implementación de un programa de sustitución de cultivos de coca; y seguridad alimentaría mientras se logra cambiar de cultivo: paradójicamente, según datos recientes, los cultivos de coca aumentaron en un 25% en cinco meses.El gobierno propuso la entrega de mercados, incentivos económicos que incluyeran empleos temporales en mantenimiento de vías por salarios mínimos y establecimiento de huertas de seguridad alimentaria. Cinco meses después los campesinos sienten que no se les ha cumplido, que los muertos ya se olvidaron y que sus muertes no valieron de nada. Dolor sobre dolor, piedra sobre piedra.

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El 17 de julio de 2013, a las 6:03 de la mañana, Mario envió su artículo a Kienyke: “El Catatumbo también puede incendiarse de alegría y las ciudades sitiadas clamar la paz por medio de la belleza, porque el conflicto social que hace prisioneros de temor y desesperanza a los habitantes de la exuberante región, en especial de Ocaña y su provincia, no los inhibe, ni más faltaba, de rendir culto a la hermosura proverbial de la mujer”. El artículo de Mario es nuevamente replicado por las redes sociales, reproducido en otros medios: “Ocaña es histórica, elegante, trabajadora, de tradición pacífica y en ella se disfruta del clima, de cielos intensamente azules y paisajes adornados por bellas mujeres, pero la ciudad fue escogida para ser victimizada, sitiada, con la complicidad mordaz de cierta prensa nacional que la estigmatizó como epicentro de violencia. Su imagen fue seriamente lesionada por el morboso amarillismo que se hizo con la protesta campesina del Catatumbo”. Para los tres eventos programados, es de rigor que los invitados luzcan corbatas, traje negro o guayabera blanca con pantalón blanco, las damas: vestidos largos, negros para “rescatar la elegancia del ocañero” –dijo Mario. “La noche inaugural, llamada Noche Blanca por los atuendos blancos requeridos, brindaremos con licores autóctonos en vasijas de barro –siguió explicando Mario-, las mesas estarán cubiertas con esteras para darle el toque del terruño”. Un poco kitsch todo eso le hubiéramos podido decir, pero en los tres días de reinado Mario estuvo levitando del cansancio. La noche de la coronación el Club del Comercio estaba de gala, tules naranjas y verdes colgaban del techo iluminados por proyectores que cambiaban de colores, la pasarela roja cubría toda la estancia, no había una silla disponible. El traje de fantasía y el alarde coreográfico se sumaban al estruendo musical, las reinas paseaban sus trajes de plumas y lentejuelas. Durante el desfile en traje de baño Mario se refugió en su automóvil y durmió por dos horas, la noche de coronación se quedó solo en la cafetería del club. Al final, cuando la señorita Magdalena fue coronada, se le acercaron los bailarines y profesores de danza que lo habían evitado durante meses y lo invitaron a una copa. “Queremos hacer parte de tu equipo de trabajo”, le dijeron. “Queremos estar en el próximo reinado”. Desde los camerinos llegaban los apagados rumores de una agria disputa entre reinas por la corona. Nada de eso le importó a Mario, aunque sí retuvo en su memoria deleitosa la plena atención de sus contradictores en primera fila, sus miradas aprobadoras, sus desvaídos gestos de envidia ante la cuidada decoración, sus muecas de borrachos lujuriosos cuando veían a las chicas, a los chicos de cuerpos firmes bailar y bailar toda la noche. Ese era su triunfo: sabía hacer un reinado y lo hizo, nadie se le pudo atravesar en el camino. No importaba que aquello hubiera sido, al fin de cuentas, una fiesta privada y discreta. El domingo no contestó llamadas: “No tenía nada qué decir”. El lunes, la sonrisa, los ánimos y las fuerzas recuperadas, anunció el segundo reinado. “Faltan 365 días”, dijo mostrándome la página oficial del evento a la que le acababa de instalar un implacable contador regresivo. “El año entrante será mejor”.

364-363-362… “Se entiende por tradición inventada –dice Erick Hobsbawm en el libro que he citado- el conjunto de prácticas normalmente regidas por reglas aceptadas en forma explícita o implícita y de naturaleza ritual o simbólica, que tienen por objeto inculcar determinados valores y normas de conducta a través de su reiteración, lo que automáticamente implica la continuidad con el pasado. De hecho, toda vez que ello es posible, normalmente tienden a establecer la continuidad con un

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adecuado pasado histórico… El pasado histórico en el cual se inserta la tradición no tiene por qué ser de larga data, remontándose a las supuestas brumas del tiempo”. Y más adelante: “El objeto y característica de las tradiciones, incluyendo aquellas productos de la invención, es la invariación. El pasado, ya sea real o inventado al que ellas se refieren, impone prácticas fijas (normalmente formalizadas) tales como la reiteración”. 350- 230… “¿Qué me sobrevivirá? Pienso que el Bambuco Caribe me va a sobrevivir porque en unos años va a andar solo: en cuanto yo me aleje de toda su estructura ese baile va a coger camino dentro de nuestra cultura. Sobrevivirá mi descendencia, mi familia. Pienso que lo que yo hago tiene la fuerza para sobrevivirme”. 110- 100 Si en la vida contemporánea el fracaso se esconde pudorosamente, como la muerte y la enfermedad, en Mario esa regla parece desconocerse: si se intenta tapar, reaparece con otras capas de color sobrepuestas. Su derrota está expuesta, tal vez porque íntimamente la sabe superada. Cuando creó el hoy reconocido “Condominio Hacaritama” en Melgar, 100 casas con dos piscinas, polideportivo y centro comercial, el maestro de obra (no tuvo arquitectos ni ingenieros, él fue el diseñador y director de obra) le dijo que revisara una toma de nivel; Mario miró apenas y aprobó; el maestro y los obreros se miraron sonrientes: el nivel estaba al revés. Cualquiera hubiera vaticinado un fracaso, todos menos un creativo insomne como él. 50- 5… Afuera explota el resplandor del sol en la calle. Mario salió con un encargo de su abuelo, el herrero, hacia el sacatín de Vargas: “Andá y me comprás una botella de chirrinche”. La penumbra de la herrería le fascinaba a los cinco años, los golpes al hierro para la forja, las chispas de fuego, la magia, la sensación de lo concreto, maleable, transformable. “Mi abuelo materno tenía un yunque mágico, mi abuelo era herrero, el herrero Ángel, le decían: un hombre fornido, acostumbrado a bajar y subir miles de veces durante el día al fuego una forja en donde fundía los diferentes metales para hacer barretones, palas barras, picos, era un mago del yunque. Lo miraba sacar estrellitas durante horas, estrellas de la noche que caían en la oscuridad de la fragua”. Por la calle pasaban burros que llevaban unos cajones en madera para transportar pan. Al paso del burro, la enjalma y los cajones brincaban y el pan saltaba, el olor del pan, ese sonido de los burros, la memoria. No había carros en las calles. La ventana de madera permitía filtrar una luz hacia la pared y los niños podían ver el reflejo en la pared del señor con el burro como si fuera cine. Había una fuente de agua que el abuelo utilizaba para enfriar el barretón al rojo vivo y provocar la fascinación en los pequeños: el rugido del agua y el fuego al chocar, el humo, las chispas, el combate de los elementos que cesaba al instante y luego el silencio. “Entonces mi abuela a esa fuente la rodeó de piedras y sobre esa fuente hizo un dibujo de una muchacha leyendo un libro”. Quién ha podido encontrar mejor lugar que ese para representar el oficio de leer: la forja, el encuentro.

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El viejo y adusto Vargas le entregó al pequeño Mario la botella “para el Maestro Ángel”, su abuelo, coronada con una tusa y regresó a la fiesta del fuego y los golpes del hierro sobre el hierro, el olor a bolaegancho. Tenía cinco años y hacía una semana casi muere asfixiado en una tubería de un alcantarillado que iba al río y la noche anterior, en la soledad de la gran casa había visto un espanto cuando iba al baño: un par de ojos y unas botas, luego un chillido que acuchilló la oscuridad, corrió a la cama, se arropó hasta la cabeza, no podía dormir. No dijo nada del suceso a nadie, no despertó a su mamá para contarle lo que había visto.

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes ese montón de espejos rotos. Cambridge, Jorge Luis Borges