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Premoniciones de la Independencia

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En 1.812, época durante la cual la Argentina todavía luchaba por su soberanía política, en la región del norte, llamada entonces Intendencia de Salta del Tucumán, el doctor don Nicolás Valeriano Laguna fue elegido como representante a la primera asamblea constituyente que se celebró en el país y que sentó las bases de la organización institucional.

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PREMONICIONES DE LA INDEPENDENCIA

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Gabriel Augusto Kreibohm

PREMONICIONES DELA INDEPENDENCIA

Parte de esta obra se redactó con una beca deperfeccionamiento artístico otorgadapor el Fondo Nacional de las Artes

ciclo 2000/2001

EDICIONES DEL ENTE CULTURAL TUCUMAN

Dirección de Letras

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A mis padres Emilio y Teresa in memoriam.

A Juan José Hernández por su valioso estímulo.

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Gabriel Augusto KreibohmPREMONICIONES DE LA INDEPENDENCIA1ª Ed: Ediciones del Ente Cultural Tucuman - 2009174 pag.; 21 cm. x 14 cm. ISBN: 978-987-25029-0-4 I. Narrativas Argentina. 2. Novela Histórica. I.TìtuloCDD A863Fecha de Catalogación: 14-04-2009

© 2009 - Gabriel Augusto Kreibohm© 2009 - EDICIONES DEL ENTE CULTURAL TUCUMAN

Diseño de Tapa: Donato Grima

Colección:Nueva NarrativaDirector: Ricardo CalvoDIRECCION DE LETRASENTE CULTURAL DE TUCUMANSan Martín 251- 1º Piso- S. M. de Tucumán.Tel::0381-4001062www.tucumanescultura.gov.ar

Impreso en Argentina Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio.

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INTRODUCCIÓN

En 1.812, época durante la cual la Argentina todavíaluchaba por su soberanía política, en la región del norte,llamada entonces Intendencia de Salta del Tucumán, eldoctor don Nicolás Valeriano Laguna fue elegido comorepresentante a la primera asamblea constituyente que secelebró en el país y que sentó las bases de la organizacióninstitucional.

Laguna, en cuya casa se declararía la independenciapocos años después, se destacó por tres motivos: defendiólas autonomías regionales ante la presión centralista deBuenos Aires, redactó un proyecto de constitución (actual-mente extraviado), y renunció a percibir su dieta de dipu-tado. Luego, en 1.826, fue designado gobernador de Tucu-mán, cargo que dejó como consecuencia de la lucha entreunitarios y federales.

Ante todo considero que el doctor Laguna fue "unmetafísico", como bien dice Gervasio Antonio Posadas ensus memorias. Pues llama la atención que este patriota ar-gentino vivió sus últimos diez años en una especie de auto-exilio, en su estancia del Carapunco de Tafí del Valle. Porotra parte, en la historia oficial su lugar es apenas un con-junto de referencias, pero es de suponer que, como lo afir-ma Lizondo Borda, Laguna supo retirarse a tiempo de laactividad política desilusionado por las luchas intestinas.

Valeriano Laguna fue testigo de un período en el que,como hoy, el país y el mundo experimentaban el adveni-

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miento de un nuevo orden cultural, coincidencia ésta quefavorece el sentido moral de lo que deseo expresar.

Finalmente, agregaría que mi objetivo fue lúdico yexperimental, y que, respetando el marco de la narrativahistórica, intenté por esta vía rescatar del olvido a una per-sonalidad excluida del discurso histórico, quizás de unmodo similar al que hoy muchas personas lo están del sis-tema.

El autor

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Quien mira hacia afuera, sueña.Quien mira hacia adentro, despierta.

Carl G. Jung

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I

CAMINO AL RÍO DE LA PLATA(1812-1813)

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CONTRA LA CORRIENTE

I

Las torres de La docta y católica iban desaparecien-do a sus espaldas y las carretas hundían sus pesadas ruedasen el vapor del arenal. Sin contar la semana que habíandescansado en el convento —entre villancicos y lechonesasados— ya hacía un mes que viajaban rumbo al BuenosAires.

Al adentrarse la tropa en el monte donde los cordo-beses se proveían de leña, el diputado Laguna recordó lasrecientes fiestas navideñas, y pensó: "Sin duda, la DivinaProvidencia bendijo esta intendencia más que a otra cual-quiera". Luego sacó cuentas de la distancia recorrida: yallevaban de camino ciento cincuenta y cinco leguas, aexcepción de las que restaban para cruzar el Río Segundo.

Hasta allí él conocía muy bien la huella porque sien-do estudiante del Montserrat la había caminado variasveces: inmediatamente después del Tucumán se llegaba ala posta de Mancopa, a una jornada de distancia, luego aVinará, desde donde Santiago del Estero quedaba a cuatrodías, y más adelante a Chañar Pugio, Ayuncha, Ambar-gasta, Portezuelo, Cachi, Urahuerta, La Dormida, Sinsaca-te, y finalmente, Córdoba.

Fuera de los comentarios sobre haciendas y damas,hablaba poco con el otro diputado: el coronel Balcarce.Ambos estaban concentrados en examinar las instruccio-

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nes que les diera en el Tucumán el gobernador Chiclana.Mas él no estaba de acuerdo en seguir demorando la decla-ración de la independencia, sólo que nadie conocía su pare-cer porque se lo guardaba para la Asamblea. Además, enlas carretas no se podía debatir, la calor era insoportable.

Así que, por evitar el tedio de ir dentro de las cajas,los dos hombres se adelantaron de a caballo, en aprove-chando la sombra de los árboles para conversar:

—Ahora podríamos hablar de ese asunto del librecomercio—, díjole Balcarce.

—Vea, coronel, si bien respeto sus ideas, creo quelos intereses del Tucumán están primero-, contestó Lagunaen forma terminante.

—De acuerdo, doctor, pero tenga presente que a losdiputados también nos conciernen los negocios.

—Eso no me preocupa, el uso que hagamos de lostributos es lo que interesa.

—Justamente, ¿a qué le teme?—¡A nuestro empobrecimiento!—, replicó el aboga-

do en azuzando su caballo, y alejóse sin explicar sus ideasfederacionistas.

II

Andando bajo la sombra, don Valeriano Laguna oíael rumor de las aguas y descubría cómo, poco a poco, laarboleda se convertía en un nuevo arenal. Había pasado elmediodía, y detrás los bueyes sacudían sus lomos dandosordos bramidos a causa del sol.

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—¿Habremos de estar a una legua del río, verdad,doctor?

—Podría ser.—Pensándolo mejor, creo que usted tiene razón, don

Valeriano.—Así es coronel, el problema reside en esa palabrita

que pusimos de moda: "Libertad", no la puede haber sinigualdad.

"¡Señores, señores!" —en acercándose, gritóles unbaquiano—. "¡A las carretas, señores diputados, que va-mos a cruzar el río!". Y así subieron, en medio de los ala-ridos de la peonada. Algunos hombres se apeaban ponién-dose detrás de las carretas para poder empujarlas, otros seapresuraban a enrollar las toldas, pero la mayoría iba juntocon los bueyes, en alentándolos para que se metieran alagua.

Al principio las bestias mostraban timidez, pero unavez adentro, resistían la correntada con el pecho y arrastra-ban su pesada carga admirablemente. "Muchos deberíamosaprender de estos animales que no retroceden ni se asustancuando el agua los tapa, mientras sus orejas permanezcansecas, ellos siguen adelante" —reflexionaba Laguna—,mientras las carretas hundían sus pesadas ruedas en el pan-tanoso lecho del Río Segundo.

III

Al fin armaron campamento. Con absoluta destreza,los picadores desunieron los bueyes, y los bueyeros los

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juntaron con las remudas para que los animales descansa-ran, comiesen y bebiesen.

—Dicen que haremos tiempo hasta las siete-,comentó Balcarce en desplegando su taburetito de dobletijera.

—O como hasta las ocho, si sigue esta calor—, agre-gó Laguna en quitándose el sudor con su blanco pañuelodel cuello.

—Buen momento para una tabiada, ¿no, doctor?—No creo coronel, necesito revisar mis papeles.—Y bueno… si es así, ¿qué le vamos a hacer?Al momento, los peones extendieron una lona por

sobre las picanas y la calor comenzó a ceder. "¡Es hora deaprovechar el tiempo!" —se dijo Laguna—, y excusándo-se ante el coronel, ordenóle a su esclavo ubicar la mesitade campaña en un lugar firme y seco. Luego, entre mate ymate, comenzó a reflexionar sobre lo que diría en laAsamblea:

"Tendría que anotar esto: creemos que la peor ame-naza es que las potencias extranjeras nos declaren la gue-rra, pero estamos equivocados. El peligro está en nuestraspropias mentes porque todavía pensamos con la moral delos virreyes.

No, no, antes debo imaginar un título provisorio queresuma todas mis ideas. ¡Ya está!: Artículos de Confe-deración y Perpetua Unión entre las ProvinciasArgentinas. ¡Eso es!

¡Qué absurdo luchar por la libertad para cambiar decorona! ¡Qué inseguridad la vuestra, señores representan-

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tes! Pero… ¿de verdad diría eso?, ¿trataría de cobardes amis colegas?, no sé... ¡Esta idea infantil de un nuevo rey ala cabeza!, ¿para qué? Un gobierno unipersonal sólo aca-rrearía más guerras. Si lo sabremos, después de habersufrido en carne propia los abusos del despotismo. "Loharemos a la inglesa, doctor", diría uno que conozco bas-tantemente, mas… no creo que ése sea el camino correcto.Son muchos los vivos que hacen fila para entrar a la pro-metedora Corte del Río de la Plata... A ver..., entonces,anotaré lo siguiente:

Artículo Primero: El gobierno que resultare de laconfederación entre ciudades, villas y lugares que compo-nen el antiguo virreynato, será ejercido por un presidente.

Artículo Segundo: Dicho presidente será electodemocráticamente a través de una junta de representantes.

Artículo Tercero: Concluida su función electoral, losdiputados fijarán las leyes para la administración del esta-do federal, y velarán por su cumplimiento, en designandoa los miembros de los tribunales de justicia".

Más por lidiar con la incómoda mesa de campañaque de tanto escribir, un fuerte calambre se apoderó de susmanos así que, exhausto, pidióle a su esclavo Saturninoque fuera por un catre, y echóse allí, hasta que, arrulladopor el canto de las primeras cigarras, se quedó profunda-mente dormido.

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NUESTRA SEÑORA DE LOS SUEÑOS

I

Estoy en el claro de un monte me hace frío oigopasos. Una joven india se acerca me dice: "No tema no leharé daño. Soy india güena siempre viví aquí sin espantara nadie. Cuido de árboles y bichos. Conmigo hay buenascosechas y hace mucho tiempo protegí a clistianos parien-tes de usté. Hablé con el cacique pa' que no los hirieran yles di choclitos pa' que no hambriaran. Pero ellos creyeronque yo era la Virgen Maria y me ordenaron que en viendoaqueste milagro desde agora i perpetuamente seréis recor-dada como Nuestra Señora de los Sueños".

La joven india se parece a la Virgen del Valle puestiene la cara morena y una dulce mirada materna. "Pa'que se le pase la helazón" me dice ahora ella y me da debeber aguamiel.

El aroma de los árboles me penetra y tendido en elpasto cientos de flores giran alrededor de mi cabeza: elloto de la India las orquídeas de la selva colombiana laamarilla flor del lapacho los azahares que plantaron mispadres. Todas moran en mí. Me siento más fuerte más vivo.Es un como prodigio de la naturaleza.

En el cielo la joven india me muestra el origen delmundo: granos de oro forman una tormenta y caen y esta-llan las primeras mazorcas. Los surys labran escaleras enlas laderas y bandadas de loros arrojan las semillas de las

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que nacerán cientos de lenguas. "¡Aquellos son los diosesde Moctezuma! Pero vendrán días en que las tinieblascubrirán la tierra y nada será como lo que hoy ve. A ustéle negarán la memoria y a mí el sol. ¡Ay cuando esos díaslleguen! El dragón torturará el mundo con sus lamentos"me dice en este instante la joven india y dentro de mi cabe-za escucho al fantástico animal:

"A la hora en que el sol consigue su absorción laconstitución pasa cuan torbellino y ¡ay señor! ni unión ninada. La magna letra asiste inmóvil al espectáculo de lainjusticia. Dicen que nuestra faena pertenece a toda lanación y que flameará cuan trofeo ejemplar. Dicen que elingenio es vasto servidor razón de recompensas y empleouniversal. ¡Pero queremos saber qué sucedió con losempréstitos! La libertad se ahogó junto con su ciencia ypredico el futuro a una manada de ignorantes. Así razonanlos déspotas en las mentes de los tontos: "Apóyenlo y elpaís se hundirá". ¿Acaso acometerán contra la casa queme vio nacer? No creo que puedan conseguir las hachasdel cóndor. Nadie quiere a las minorías ése es su proble-ma. ¡Ciegos! El poder de la vida está en la sabiduría. ¡Noos deis por vencidos pueblos del orbe que vuestra libera-ción brilla en la Cruz del Sur!".

II

La joven india llora grandes inundaciones y bajo suslágrimas desaparecen puertos y ciudades. Con su cetrohace temblar los cerros la tierra se abre los bosques se

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incendian. Tanto dolor me entristece. Obscurece pero no es el fin. Estoy en el útero de una

inmensa ciudad donde el aire enrarecido por los humosconvierte en insectos a hombres y mujeres y mientras des-canso bajo la sombra de un gomero sin querer descubroque también soy un escarabajo que empuja inútilmente subolilla de estiércol.

Ahora nuevamente escucho la misma voz rugiente:"Érase éste el barrio de San Pedro Telmo donde na-

ció la libertad para criollos y negros. Pero qué sabe elbicherío de quien otrora lo libró del yugo. A usted diputa-do Laguna también lo dan por muerto. Sin embargo ambosestamos vivos y no en el bronce de la historia o en algúnretrato de museo sino en la sangre del pueblo. Únase a micausa venga despiérteme".

III

El metálico animal que se desplaza hacia el BuenosAires o el plátano de azabache por el que hablan sus habi-tantes no son cosas gobernadas por duendes. ¡Son máqui-nas! magia de los hombres del futuro cifra de nombres queno entiendo peones sin alma que me han abandonado a lasuerte de mis arcaicas palabras. Cómo he de hacerme en-tender atrapado como estoy en mi propia laguna.

Me trepo a la punta de un cactus y en el espejo deldesierto veo el reverberar de mi propio sueño. Hago unesfuerzo y pídole ayuda a Nuestra Señora de los Sueños."Yo que soy criollo me siento indiano" le digo y ella serena

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cuan luna nueva envuelta en los resplandores de la arenase baña con la tinta dorada de los códices griegos y llenael aire con las letras extraídas de la garganta de algúnprofeta:

Primero la t que antes servía para nombrar luciér-nagas. "Tucos" les decíamos. Después la e de "estancia" lal de "loco" y nuevamente la e. En el cielo estrellado de lanoche está escrito: "tele" pero yo no sé qué es. Junto conesta palabra pareciera que todo el mundo pasa a través demis ojos y sólo basta esa para dar con las otras que aúnno comprendo.

Alguien idéntico a mí salta de contento dentro deuna caja de vidrio tan auténtico tan alegre que lo sigo don-de una sensual mujer baila y canta con unos esclavos queacarician su cuerpo.

Los dejo que me lleven que me atrapen y me arras-tren hacia el fondo de eso que llaman televisión y los nom-bres y las imágenes de todas las cosas pueblan los aires sepegan en las paredes se enmarañan en los cabellos dealguna jovencita o hacen piruetas en la cola de un come-ta. Son los signos diminutos que urden el texto infinito dela gran ciudad del Buenos Aires y también le persiguen austed. Algo querrán decirle pero como yo usted no loscomprende. ¿Será que estas nuevas palabras no tienensentido? No lo sé.

Lo único que sé es que hay otro hablando por mí yque todo brilla alrededor nuestro. Lo sé por las inexplica-bles señales de este tiempo. Pero no me preocupan las se-ñales sino los gestos con que las disimulamos.

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DIFERENCIAS IDEOLÓGICAS

La naciente esfera del sol pincelaba los pastizalescon un tenue rosado, y el rocío, aun suspendido en el aire,recordaba que la noche apenas había pasado."¡Ah, losamaneceres! Es lo que más me gusta de este camino alBuenos Aires" —pensaba el doctor Laguna—, mientrasseguía con su mirada las últimas estrellas, y la tropa se aco-modaba junto a una arboleda todavía somnolienta.

—¡Buen día, doctor!—, saludólo Balcarce en apro-ximándose a la fogata que había mandado a encender.

—¿Qué desea tomar?—, preguntóle el diputado mien-

tras terminaba de secarse las manos.—Igual que usted: un chocolate con algunas fritan-

guillas—, respondió el coronel mirando con asco la carnemal cocida que desayunaba la peonada.

Entre tanto saboreaba su chocolate, el abogado sedistraía observando al militar. Éste habíale ordenado a unode los bueyeros que limpiase su carreta, y como el bueye-ro se había negado, fue a quejarse ante el tropero, quien lerespondió: "Con su venia, mi coronel, pero el hombre noestá pa' eso. Si no le gusta, hubiese traído un esclavo, comoel dotor".

Con esa respuesta, pronto los dos hombres se trenza-ron en una áspera discusión en la que Laguna no quisointervenir, pues, aunque estaba en desacuerdo con el usu-fructo del trabajo ajeno, respetaba a los soldados quehabían arriesgado sus vidas por la patria, y por ende al

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coronel.—¡Habráse visto semejante manga de atrevidos y

vagos!—, rezongó Balcarce en derramándose sobre laspiernas el chocolate.

—Cálmese, renegar no le hace bien a nadie. Ya cam-biarán.

—¿Cambiar? Estos gauchos lo que necesitan esmano dura, doctor. ¡Si no les gusta trabajar! Uno trata deeducarlos para que sean hombres de bien, ¡y se encabritan!El problema de este país no es la falta de constitución,como dice usted, sino los gauchos de mierda que lo habi-tan.

—¡Amigo!—¡Sí, doctor!, y también los ineptos que nos gobier-

nan.—No lo entiendo.—¿De qué vale que el mandamás sea rey, presiden-

te, o director supremo?, si el hombre no sirve, tampoco sugobierno.

—¡Hay diferencias, coronel! La administración deun estado moderno no debe estar en manos de un solohombre. De lo contrario, ¿qué sentido tendría esta revolu-ción?, o, ¿acaso la hicimos únicamente por el comercio?¡No, señor!, otras libertades están en juego, y el derecho degobernarse a sí mismo que tiene cada pueblo, es la princi-pal.

—Podemos elegir a nuestro propio rey, doctor.—¿Y quién sería?, ¿el Inca?, ¿un portugués?, ¡qué

estupidez! Debemos gobernarnos nosotros mismos y for-

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mar una confederación de ciudades, como los norteameri-canos.

—Pero un cuerpo no puede andar sin cabeza, doctor,y... si esta lleva corona, ¿no se vería mejor?

—Tal vez, mientras el poder no lo maree, se le caigaal suelo y se le haga añicos. Vamos, ¡es hora de seguirviaje, coronel!

CIELITO MÍO

Los precipicios del río, las casitas de adobe y elganado que atolondra los bañados, quedaron atrás. Ahora,la caravana entraba por una huella bordeada de acequias ysauces que, con su frescura, la devolvía a la vida.

A sendos lados de la huella se veían negros trabajan-do, animales, huertos floridos y quintas con árboles fruta-les. Ampira invitaba al descanso y por eso decidieron que-darse allí un par de días más. Por otra parte, los diputadoshabían llegado a un entendimiento: Balcarce defendería lapostura monárquica y Laguna la autonomía local. "Asípodré librarme de su aburrida compañía y dedicarme aseguir anotando lo que diré en la Asamblea" —pensó elabogado—, y ya en el cuarto de la posta, se puso a escri-bir:

"Sepan los señores diputados que el principal obstá-culo para el triunfo de nuestra causa no es el sistema polí-tico ni la posesión del poder, ya en manos liberales, ya enmesiánicas. ¡No señores!, la ignorancia es lo que degrada

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nuestro propósito. Desde el inicio de esta revolución acordamos que

habrían de crearse escuelas de primeras letras como priori-dad de gobierno y todavía no hicimos nada. Acaso, ¿creéisque, sin educación, las generaciones venideras gozarán delas riquezas de nuestra tierra?, ¿con qué conocimientosadministrarán los derechos que hemos de legarle?.

Los pueblos ignorantes nunca se gobiernan a sí mis-mos ni alcanzan la madurez política. Lamentablemente,siempre son engañados por los oportunistas que, paraencubrir la propia, fomentan la viveza ajena. ¡Caballeros!,nuestra responsabilidad presente es sagrada. Por eso, antesque la ignorancia nos arruine, debemos empezar a comba-tirla".

Mientras Saturnino le alcanzaba una palangana conagua, el aire nocturno se introducía por la pequeña venta-na e intentaba apagar la candela con la que Laguna ilumi-naba sus manuscritos.

—Por dónde andabas?—, inquirióle a su esclavo.—Por ahí, con la peonada, amito.—¿Seguro que no has estado echándole el ojo a algu-

na mulata?—¡No amito!—¿Ya engrasaste mis botas?—No.—¿Y qué esperás?—¡Ya mismo, amito!De pronto, la brisa trajo el rasguido de unas guitarras

que resonaban en el patio contiguo y Laguna pensó en

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salir, no fueran a decir que era un ermitaño, pues desde quehabían llegado, jamás había dejado el cuarto. "¡Espero queel coronel les haya explicado nuestras obligaciones de di-putados!" —se dijo—, anudó la modesta cortina que loseparaba de la galería, y salió.

El patio de tierra estaba justo en frente y los vecinosprincipales congregados alrededor de las brasas, en comien-do un sabroso churrasco, bajo la copa de un frondoso árbol.

—¡Doctor Laguna!, es un honor conocerlo—, salu-dólo el maestre de la posta.

—El honor es mío, señor.—¿Gustaría un vasito de aloja?—¡Únicamente bajo su buena fe, mi amigo!Y así, mientras bebía, don Valeriano Laguna deleitá-

base con el andar de las bellas mujeres que iban y veníande los fogones. Algunas llevaban coloridos chales y otrasligeras blusas por donde asomaban sus voluptuosos senos.

Una mocita que se columpiaba entre dos sogas ama-rradas al árbol, lo observaba sin que él lo notara. "¿Leagrada esa niña, doctor? Se llama Natalia, es la hija delmaestre" —le murmuró el coronel—. El se sintió incómo-do con el comentario, mas, con una sonrisa devolvió lamirada a la joven, y ella se ruborizó para luego tornar amirarlo. Entretanto, las guitarras convocaban el canto y ladanza, y entusiasmados, todos los presentes comenzaron amarcar el ritmo con los pies.

—¡A ver con qué homenajean a los señores diputa-dos!—, exclamó el maestre de la posta.

—Usted ordena, don. ¡Vaya este Cielito para los

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representantes del pueblo!—, respondió uno de los guita-rreros, y empezaron a cantar:

"Cielo, cielito y más cielo,cielito siempre cantadque la alegría es del cielodel cielo es la libertad.

Hoy una nueva naciónen el mundo se presenta,pues las Provincias Unidasproclaman su independencia.

Cielito, cielo festivo,cielo de la libertad,jurando la independenciano somos esclavos ya..."

Hombres y mujeres se amontonaron sobre el piso detierra hasta formar una doble calle de cinco parejas.

"¡Aquí faltan dos bailarines!"— exclamó a tiempo elanfitrión—. "¡Esta es su oportunidad, doctor!" —insistióleel coronel—, y Laguna, que tenía los ojitos de la moza ensu pecho, aproximóse al maestre, y le dijo: "¿Me permitebailar con doña Natalia, señor?". "¡Faltaba más, doctor!¡Baile, baile!" —le contestó éste—, mientras los músicoscontinuaban con el Cielito:

"Los del Río de la Plata

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cantan con aclamación,su libertad recobradaa esfuerzos de su valor.

Cielo, cielito cantemos,cielo de la amada Patria,que con sus hijos celebresu libertad suspirada.

Los constantes argentinosjuran hoy con heroísmoeterna guerra al tirano,guerra eterna al despotismo..."

Como es regla de aquella danza, a medida que doñaNatalia y don Valeriano se aproximaban al otro extremo dela calle, también acompañaban a viva voz los acordes delas guitarras. Y así, más o menos exaltados con la letra deBartolomé Hidalgo, pronto se detuvieron en frente de otrapareja de bailarines; en inclinándose los saludaron, luegoretrocedieron y entre todos siguieron entonando:

"Cielito, cielo cantemos,cielito de la Unidad,unidos seremos libres,sin unión no hay libertad.

Todo fiel americano,hace a la Patria traición

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si fomenta la discordiay no propende a la Unión.

Cielito, cielo cantemos,que en el cielo está la pazy el que la busque en discordiajamás la podrá encontrar..."

"Este sentimiento popular va más allá de nuestrasespeculaciones políticas" —reflexionó Laguna—, en to-mando a doña Natalia por la cintura, lleno de emoción."No se me la ponga nerviosa..." —díjole con meditada dul-zura—, y entre suspiro y suspiro, ella se tranquilizó hastaque se dio cuenta que todos la observaban. Así que, paralucirse ante la concurrencia, balanceóse un poquito y, congran donaire, recogióse la pollera.

"Nuestra patria es como la Natalia, una niña todavía"—pensó el maestre al verla.

EL SOL SIEMPRE ESTÁ

Las lluvias habían formado atolladeros y bañadospor donde antes pasaba la huella y pastaba el ganado.Viajaban incómodos, con un atraso al menos de tres jorna-das, mas las aguas no eran la única causa, también la nie-bla y el mucho viento entorpecían el paso, y según estima-ba el tropero, ya habían perdido dos zainos.

"¡Es un fastidio!, pero no se puede hacer nada, úni-

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camente esperar que pase el temporal y mantener la cajaseca. Por suerte, en Córdoba hice cambiar y engrasar loscueros de afuera. Pero lo que más me molesta es no podercomer algo caliente y tener que conformarme con queso yaguardiente. Este lodazal no permite armar campamento.¡Y tampoco puedo escribir! porque, con semejante movi-miento, saldríame torcida la letra", quejábase el diputadoLaguna para sus adentros, no obstante, siguió armandomentalmente su discurso para la Asamblea:

"El propósito mayor de nuestra gesta revolucionariadebe de ser el cambio profundo del pensamiento del pue-blo. Hay que comprender que la patria somos todos los quepisamos este suelo, el cual al pertenecernos demanda comoalgo natural su propio gobierno. Ya dimos el primer pasocon las triunfantes batallas contra el despotismo, pero restaauxiliar a la patria en su parto cívico, en otorgándole fuer-za de ley a nuestros derechos.

Por eso, hay que abolir los privilegios de clases y ter-minar así con las desigualdades que nos enfrentan. Estosignificará afianzar las libertades individuales con el fin degarantizar la colectiva, en la que, como vosotros sabéis, sefunda la razón del estado moderno. Por lo tanto, dirimamosesta controversia y dejemos que cada ciudad se autogo-bierne sin la intromisión de otras más importantes".

Por fin el cielo de la pampa aclaraba y el rey de losastros reverberaba en los charcos de la huella que los con-ducía a San Antonio de Areco.

La brisa que había comenzado a secar los cueros dela carreta, sin querer salpicó a Laguna con algunas gotas;

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él se llevó la mano al rostro y se dio cuenta que la barbale había crecido como un arrozal. "Bien lleguemos le diréa Saturnino que me afeite y me daré un baño de agua fría,si es que hay tina" —pensó.

En las inmediaciones de la posta no había llovido,sin embargo el campo brillaba como un espejo verde.Toros, vacas, terneros, varias mulas y corpulentos caballosllamados capones pastaban a lo largo del terreno. Todo erapropiedad del maestre de la posta de Areco según Lagunahabía oído decir.

—Reanudaremos viaje esta noche, a eso de las oncey media—, comentóle Balcarce, mientras una negra lesservía mate debajo del alero.

—Como sea, ¡ya nos perdimos la inauguración de laAsamblea!

—Cierto, doctor. ¡Qué lástima!—En fin, coronel... Ahora, si me disculpa, voy a des-

cansar un rato.Así pues, una vez en el cuarto, don Valeriano Laguna

se propuso escribir otro párrafo, más, al ver las sábanasrecién almidonadas, sintió que el sueño lo vencía y optópor acostarse. Desprendióse la camisa, quitóse las botas ylas polainas, y echóse a dormir hasta que la candela paróde arder.

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EL CÓMICO DE LA PATRIA

I"Si alguno de los constituyentes de mil ochocientos

trece se levantara de la tumba ¡ay Dios mío! no vea ustedlo que pasaría" le dice una anciana al camarero de la piz-zería. Yo gritaría que estoy aquí. Pero acaso sabrían quiénsoy.

Otra mujer —más joven— me ha descubierto y meobserva. Busca mis pupilas. Yo bebo una sangría me hagoel tonto. Inexplicablemente puedo leer sus pensamientos.Ella intuye que no soy lo que aparento deduce que noparezco europeo ni porteño. "Este tipo es raro de dóndeserá” —se pregunta—, mientras clava esos sus pícarosojos en mi levita.

La ropa me delata no hablo me quedo quieto. Bien séque parezco una reliquia. Únicamente me faltan la galeray el bastón con mango de carey para que ella se imagineque soy un cómico de la lengua.

Ahora se acerca me habla no deseo escucharla.Permanezco atento a las arañas que esquivan la humedadde las paredes pero ella insiste.

—No vengo ni voy ¡soy!—¿Te gusta el teatro?—Por supuesto. Eurípides y Sófocles.—Los clásicos...—Si.—¡Qué casualidad! a mi también. Me llamo Patricia

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¿y vos?—Valeriano.—¿Leíste "Antígona Vélez" Valeriano?—No… pero si la representa para mí me sentiré

complacido.—Sos actor ¿verdad?—O cómico de la lengua. Como más le guste.Patricia confiésame que ve un hecho espiritual en

nuestro encuentro. Yo en cambio pienso que entre nosotrospodría haber una relación amorosa. Mis formas la excitanpero ella disimula su deseo quemando cascaritas denaranjas y asegurándome que los cítricos purifican elastral. Ahora me muestra unas jóvenes con pies de ama-polas y unos ángeles con túnicas de fuego. Todos dibujossuyos de crayón y en papel madera.

II

Nuestra Señora de los Sueños habla en las profundi-dades de mi conciencia. Sus palabras me hacen compren-der la causa de mi estado y mis palmas arden. Siento lapresencia de Dios y otra vez escucho el quejumbrosoresuello del dragón:

"He aquí mi advertencia para todas las clases delpueblo: artesanos gauchos y negras que glorifican nuestrobravo carácter. ¡El sistema está al perecer! Os di plenopoder para que de todo herrumbre limpiéis la fragata perovos tras otros frotandoos contra ellos. ¡Evitad el estanca-miento del ciudadano! ¡Sed la justicia del espíritu público!

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Allá van cielo y más cielo mis votos para las naciones".A partir de hoy mi misión será la liberación de la

gente insecto y este atelier el lugar estratégico para per-geniar la revolución.

Hago a un lado los dibujos me trepo a la mesa ydígole a Patricia:

—Con vuestra gracia señora os presentaré mi hu-manidad: Soy Nicolás Valeriano Laguna diputado por elTucumán a la Soberana Asamblea. Estoy en el BuenosAires para batirme a duelo con los traidores a Dios y a laPatria y en cumplimiento de este sacrosanto mandatopídole asilo hasta que apalabre a mis hombres y ejecute mimisión.

—¡Concedido vuestra merced! podéis quedaros.Mañana mismo os presentaré ante Gaby Kreys ¡la reinade la noche porteña! Te garantizo que ella te conseguirátrabajo en las tablas.

III

Patricia me prepara la cuja junto al balcón mientrasabajo en los patios los gatos chillan y dejan una hilera depestilencias junto a los macetones de helechos.

Bajo la luz de la luna estos patios son como unbarco encallado en la gran ciudad y San Telmo la Veneciaargentina. Escapados de las tiendas salen a pasear lossombreros de fieltro los relojes de bronce los angelitos deyeso y los elegantes candelabros de plata. Todos desfilanunidos a la murga de bohemios que ruidosamente marcha

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hacia el parque Lezama.

UNA HIJA DESCOCADA

Patricia me quita el frío de la soledad. Su corta faldajuega entre sus piernas y capta mi atención. Con ella nome siento ese fantasma que deambula por la feria dondeentre chucherías y tangueros se empujan los europeosenloquecen los japoneses y asómbrase el mundo entero delos antiguos gustos porteños.

"¿Te conté que estuve casada con un pintor famoso?Es norteamericano pero... ¡mejor bailemos un tango!¡Dale! —me dice ella como queriendo atrapar con susmanos el alegre clima de la plazoleta Dorrego—.Aferrada a mí danza como ninguna. Gira traza un corteuna quebrada se echa a mis brazos y exclama: "¡Qué vivaSan Telmo!". "¡Viva!" —le contesto.

Ahora nos sentamos en un bar que está en frente dela plazoleta y mientras bebemos un mistela ella me confie-sa:

"Mis padres viven en Barrio Norte. Tiendas elegan-tes plazas prolijas materialismo ya sabés. Mami es unasanta pero papá es milico y nos odiamos. Siempre me hizoa menos. Cuando era chica e íbamos a Cariló no me deja-ba tomar sol. —¡No vaya a ser que se ponga negra!— medecía. Por eso me tiño el pelo. Pero ya lo perdoné...

Recuerdo que en la cena de egresados papá se pavo-neó toda la noche conmigo. Yo estaba tan linda…

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Bailamos el vals nos tomaron fotos pero una de mis com-pañeritas la tarada amaneradita que nunca falta le contólo de mi bronceador sin sol y él se enojó a más no poder.Es que mi papá odia a los negros. ¡Desvergonzada! noverás ni un peso el día que me muera —me amenazóaquella vez.

Fue por su carácter que un mal día mi marido sehartó de él y se fue a París. Yo lo seguí lo ayudé a vendersus retratos pero pronto la barba le llegó a las rodillas ypor el hachís lo perdí. Me pregunto dónde habrán queda-do sus labios finitos de papel maché su amor de peluche ysu sexo color zanahoria. En fin ya lo perdí y no quierohablar de él.

Cuando cierto presidente echaba multitudes de laplaza de Mayo volví al país instalé un teatrillo y prosperé.

En la habitación trasera ocultaba a mis amantes y enla de adelante a los entusiastas del teatro popular. Así metransformé en "Antígona Vélez". El éxito del estreno fue talque hasta mi papá asistió al estreno. Pero a algunos cama-radas en vez de programas se les dio por repartir panfle-tos. "¡Ya sé yo a dónde iremos a parar con estos negros demierda!" — vociferó él—, justo cuando yo cavaba un hoyopara clavar la cruz de telgopor y entonces nuestra relaciónterminó.

Pobre papá. Nunca pudo con su rabia de viejo perrocazador. Pero como ahora soy devota de Saint Germain yalo perdoné".

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DE ONCE A UNA, HORAS GAYS

I

La imponente belleza de los altos edificios me mara-villa. Por admirarlos pierdo el equilibrio resbalo sobre elempedrado y gracias a Patricia no me voy de bruces. Esevidente que no estoy bien tengo mareos de ciudad chococon gente y semáforos me impaciento sufro de ansiedad."¿Dónde está la tropa revolucionaria?" pregúntole a micompañera -"Allá en la puerta de la Casa Rosada"-contéstame ella en señalándome con un gesto a los grana-deros.

La vista de la plaza de Mayo es majestuosa. Nosdetenemos ante la estatua de la República y me da laimpresión que la escultura tiene vida y hace por hablar.¡No voy a moverme de acá! En esas palomas que revolo-tean junto a ella se eleva al cielo el espíritu de la argenti-nidad. "¡Vamos loco!" —me insiste Patricia—. Vamos a lode la Gaby Kreys que vive en el barrio de Congreso.

II

Aquí en la plaza de los dos Congresos las emocionesvuelven a perturbarme y pierdo la compostura. "¡Los cón-dores!" —grito—, al descubrir las esculturas de las enor-mes aves andinas y no tengo que cerrar los ojos para ima-ginar cómo las metálicos pájaros giran alrededor de la

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verde cúpula del parlamento.—"¡Que grandioso es el país que soñamos!"— dígo-

le a Patricia. "La Argentina es una cornucopia gigantepero para unos cuantos privilegiados que no son los niñosprecisamente" contéstame ella y ¡otra vez esa irascible vozque tortura mi cabeza!:

"Un cráneo atraviesa el conventillo. Si hubiesepiyao la vida y no la intolerancia de las familias ricas... enel valle de la muerte no suspiraría. ¡Qué rara sensacióneste silencio del pueblo! Vender diarios fue el trabajo de suvida. Hoy sólo implora se agita pone en movimiento losmartillos oye a los marineros y se arrastra.

En cambio la cabeza llena de placeres cumple conlas tinieblas al ganar una estrella en la compra y ventapaterna. Los ricos son Argos de cien ojos que prometen lacruz. El no era ni es más que sus manos encallecidas. Note asustes entonces si los rastrojos inscriben su raíz dondenace el arrabal.

Los políticos dirigen a los conformistas esto se veescrito cerca de Dios y sólo en el infierno hay clavadasextrañas sustancias cuan agudo puñal hombres que serevuelven por moneditas y se impresionan con los prime-ros sones de la revolución.

De los estudios al buen negocio de la política. ¡Quémagníficas gargantas! Así nacimos. ¿Qué le vas a hacer?".

III

La Gaby Kreys es una travesti gordita vistosa y

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desinhibida. Con sus pulidas uñas hábilmente arma undelgadísimo cigarrillo lo chupa hasta quedarse sin aire selo pasa a Patricia y me llega el turno. ¡Qué paz! Me sien-to un potrillo con ganas de retozar. Dentro de mí gira unamatraca se detiene y de nuevo esta inusual serenidad. ¡Porfin el tiempo se fue! ¿Habré despierto ya? Alguien recita:

"Dame vino,dijo el zorrino.No con borra,dijo la zorra.Meta de ancho,dijo el chancho.En fin, en fin,dijo el crespín".

¡Soy yo mismo que me volví niño! y por eso se meha dado por jugar con el gatito que está sobre el divánpero la Gaby Kreys descorre sus párpados de largas pes-tañas postizas y me advierte:

¡Cuidadito Valeriano Laguna! Te prohíbo que frane-lees a mi minino. ¡Tarado! ¿No sabés que es un animalsagrado y que yo soy la reencarnación de Cleopatra?

—¡Pobre de usted! —¡Sacrílego degenerado! ¡Soltalo soltalo!Como puedo me defiendo de sus largas uñas escul-

pidas. Patricia lanza una carcajada nos separa y la GabyKreys por fin se tranquiliza.

—Traumatizada por mi forma de ser le hice una con-

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sulta a una parapsicóloga de Flores por eso ahora sé todode mis vidas pasadas.

—¡Ah! ¿Sí? ¿Y quién fuiste?—Siempre fui mujer y reina. Además de Cleopatra

también encarné en Gina Lolobrígida.—Ja ja ja ¡Qué ridícula! Esa está viva. —¿Usted siempre fue un hombre vestido de mujer?—¡No estúpido! Yo soy toda una mujer- contéstame

la Gaby Kreys. Sin ningún pudor sus gruesas piernas memuestra y canta:

"Queremos una alfombra rosada en Pueyrredón y Santa Fe donde en días de fiesta se ven gauchos con mantillas y corsé.

Pues durante el mediodía tiernos higos comía cuando mi rancho tenía.

¡A tocar se ha dicho!que de once a una son horas gays.

Pero si nos habéis llamado para engañarnos con policíasos quitamos los votos y el estriptis".

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EN EL HORNO NOS VAMOS A ENCONTRAR

El gato de la Gaby Kreys se me presenta vestido conun traje de aviador y me invita a dar un paseo por la miau-noche porteña. Amparados por los mercuriales rayos de laluna citadina viajamos en globo al Buenos Aires de milochocientos noventa y ocho cuando la nación Argentinaera toda una señorita alta y rubiecita que posaba para elalmanaque Peuser y escoltada por rollizos angelitos hacíagirar el globo terráqueo para festejar las virtudes de lamáquina de hilar algodón.

Mas nadie sabe que sus dominios empiezan en unaboca de tormenta donde tropezando con ratas y soretes envano nuestras narices intentan esquivar los humores quebullen en esta cloaca. Si vamos camino del averno no dudoque éste sea el purgatorio. Aunque tampoco dramaticemosque a un buen cristiano pronto lo asisten perfumes más lle-vaderos. Pues ahora siento olor a mujer.

"¡Miaudios! ¡Las Temperley!" —chilla el gato—."Bienvenidos al Palacio de la Modernidad" —con voz deultratumba—, nos dan la bienvenida las guardianas delinfierno y para darle un toque de alegría al recibimientoentonan:

"El día que nos matesmi Buenos Aires perdidalos diablos celososnos verán enloquecer

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y una garra putrefactanos desollará los sesos.Ay ay aybajemos al infierno.Ay ay ayque todo está al pelo".

Las guardianas nos hacen descender por una impo-nente escalera de mármol negro con altos faroles de ororeluciente y descansos cada vez más ardientes. "BancoCentral de la República Argentina" reza un cartel. Aquí secocinan las almas de los deshonestos cuya condena con-siste en rallarse las manos cada tres días y una vez cica-trizadas vuelven a ser flageladas per secula seculorum.

Entre los condenados hay generales presidentes mi-nistros y secretarios. Todos se encuentran ocupados endespojarse de hongos y gusanos para recuperar susmanos. Cada siete días las Temperley entran y les orde-nan: "¡A escribir muchachos!: Quiero a mi país mi país meama". Pero a falta de cuadernos los condenados imprimenla letra en sus cuerpos hasta que sus almas van desapare-ciendo debajo de las palabras. "¡Mentirosos! Así nuncallegarán al cielo" —grítanles las guardianas—, en pro-pinándoles dolorosos punterazos agujazos alfileretazosmicrofonazos y cuanto varillazo hubo y habrá en el aver-no argentino.

Ahora llegamos al "Relicario de la Inutilidad". Aquíhay una variedad inagotable de objetos o botines de la his-toria que como hojas arrancadas de un libro ya no sirven

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para nada. La maqueta de ciudad de La Plata junto a unbusto de Alberdi partituras con canciones inéditas deGardel los diminutos muebles vieneses de un tal ErnestoPadilla los impertinentes de la Infanta Isabel las mediasde Marcelo T. de Alvear un daguerrotipo de Sisí Empe-ratriz un manuscrito de Leopoldo Lugones cuatro pelucasde Luis XIV siete ponis embalsamados y un retrato de EvaPerón con un puñal clavado en la frente ensangrentada.Hay más pero no quiero ver porque de nuevo tengo uno deesos mareos de ciudad.

Junto a nosotros se ha parado un demonio con uni-forme de almirante. Es verdaderamente repugnante tienela cara llena de granos y pústulas infectas. Las Temperleyle temen y sus grisáceos cuerpecitos de plasma tiemblan yse marchitan. "Tengo el alto honor de presentaros a nues-tro intendente: don John Western" —exclama una de e-llas—, con un hilo de voz y haciéndole la venia se aparta.

"¡Oh ser mister Laguna! yes yes io saber mucho deusted. ¿Pasarlo bien?" —inquiéreme el demonio—, perode verdad me cuesta oírlo porque mi cabeza se ha conver-tido en un colador de padrenuestros y avemarías. "Okeymister Laguna su pasaporte please" —continúa hablandoel diablillo—, a la vez que inclinándose un poco me mues-tra sus rojizos cuernos. Trato de aferrarme a mis rezospero igual tengo miedo. Escucho una gran carcajada y denuevo su desagradable voz:

"Si no tener pasaporte para viajar en el globo deltiempo no poder volver. Pero como io carecer de personalusted poder trabajar para mí. Nosotros pagar bien".

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Alguien intenta ahogarme. No puedo verlo me opri-me. ¿Trabajar para un diablo inglés? ¡Ni soñando! Estoysin aire sin habla. ¡Otra vez esa risotada! Padre nuestroque estás en los cielos... ¡Necesito despertar!

LA REVELACIÓN DE LOS ARCANOS

I

Una mariposa negra me persigue desde que llegué aestos "Patios de San Telmo". Sobre todo esta noche no medeja en paz se posa en mi cabeza me incomoda me moles-ta. La corro con una escoba la espanto con un trapo perono logro ultimarla. Patricia considera que el asunto es unmal presagio e insiste que vayamos donde Anita de SanEsteban la clarividente de Flores.

El consultorio de Anita huele a un exquisito toque deincienso ella tiene la cabeza cubierta con un gran pañue-lo y muy amablemente nos hace sentar mezcla sus cartasde Tarot me las entrega.

—"Cortá en tres elegí un montón y preguntá"- medice. -"Preguntá por qué te persigue esa mariposa negra"-me secretea Patricia. Estoy de acuerdo hago un gesto y latarotista despliega sus coloridos naipes sobre la mesa.

—¡Caramba! vos tenés una importante misión espi-ritual en esta vida por eso te persigue esa mariposa negra.Es una señal de los grandes obstáculos que deberásenfrentar.

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—¿Y qué misión es esa?—Dejame ver. Ya vuelvo...

II

Anita de San Esteban coloca un pequeño braserosobre la mesa y lo enciende. No puedo ver porque el humolo cubre todo. Dos siluetas femeninas emergen de la huma-reda. ¿Patricia? ¿Señora? No son ellas. Las que veo vanataviadas a la usanza del medioevo. Y más allá suspendi-do en el aire hay un ángel con un cáliz en la mano. "Soyel Regente de los Cambios" —me dice—. "La que porta ellibro antiguo es la Sabiduría y la que lleva esa gran coro-na es la Reina del Progreso"-.

"Verás que nosotras conservamos las pieles de losnormandos" —interviene La Emperatriz— "los guantes delos sajones y el cetro del emperador romano. Nosotrastodo lo profetizamos desde las trampas de Cupido hasta eladvenimiento de la misma muerte"-.

"¡Pero Dios te ha dado el libre albedrío! así que conatención escucha lo que vinimos a decirte" —interrumpela potente voz del ángel—. "Las gozosas vacas profetasdeclaran que en Sudamérica todos los hombres de bien seunirán al ñandubay provisto de laureles. Mas los repre-sentantes del pueblo claudicarán por guisos y carnes antela profusión de las letras mundanas fabricadas con losorejanos del ardoroso empeño popular".

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III

—¡Valeriano! ¿Te sentís bien?—Sí sí estoy bien.—¡Bueno! entonces sigamos... Los arcanos me indi-

can que para acallar esa irascible voz que te martirizatenés que hallar una perla.

—¿Una perla?—¡Exacto! "La perla de los comechingones". —No entiendo.—Esa perla perteneció a los indios pero los curas se

la quitaron y la escondieron en un lugar secreto. Sólo hayalguien que puede decirte donde la ocultaron.

—¿Quién?—La mujer de piedra de Esteco.Anita de San Esteban se desploma sobre la mesa.

Con Patricia la ayudamos a volver en sí y salimos al patiodonde nos explica que para mantener su campo psíquicoamplificado ingiere unas esencias florales que le causanfrecuentes mareos.

Ahora nos acompaña hasta la puerta de cancel y sinque Patricia se dé cuenta me entrega unos amarillentospapeles. "Estas copias me las prestó don Eusebio un amigode la Gaby Kreys. Estoy segura que te van a interesar", medice en voz baja y nos despedimos.

La plaza del barrio de Flores nos recoge con susarbóreas manos y la brisa de la siesta nos regala un suavearoma a jazmines. Los coches cruzan velozmente la impo-nente avenida Rivadavia y siento esos mareos de ciudad.

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Entonces nos sentamos en un banco desde donde diviso alángel del cáliz en la mano trepado en la torre de la iglesiade San José.

IV

La mariposa negra al fin desapareció y mientrasPatricia colorea nuevas jóvenes con pies de flores y ánge-les con túnicas diversas yo me concentro en la lectura delos amarillentos papeles que me entregara Anita de SanEsteban:

"INFORME DE FRAY BENITO FUENLABRADA ASU EMINENCIA DON FERNANDO TREJO DE SANA-BRIA, OBISPO DE CÓRDOBA DEL TUCUMÁN.

Lo que voy a referirle, Eminencia, nos sucedió en elvalle de Santa Rosa de Calamuchita, en luchando porganar las almas de los naturales de Córdoba, para lamayor gloria de Dios, Nuestro Señor.

Aún dormíamos a la intemperie y compartíamos conlos indios la comida, cuando, en la quinta noche desdenuestra entrada, presenciamos una inusual ceremoniapagana, llamada "Amazunco" que, en castellano, signifi-ca: "adoración de la bola traída de abajo".

Así pues, dentro de una gran cabaña, los indianosrendíanle culto a una singular piedra. En ostentandopenachos con grandes plumas de colores, cantaban y bai-laban a su alrededor. Pero al acercársele y tocarla con sus

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lanzas, los dichos naturales caían al suelo con espantosasconvulsiones. La roca, cuyo aspecto es similar al de unaenorme perla de nácar, estaba sobre un pedestal de cañastacuaras, encendíase de un brillante color marino tantomás la tocaban, y también emitía el sonido de un pito quese mezclaba con el de los gritos y las danzas.

De esta forma, reinó la algarabía durante toda lanoche con los indios en embriagándose hasta el amanecer,en desplomándose uno a uno, y en acariciando aquellaroca como si fuera una mujer.

Al ver lo que acontecía, pensamos que tratábase deuna gema traída de los infiernos por algún espíritu malig-no, y uno de nos decidió acercarse, mas, como los salva-jes, también cayóse al suelo. Entonces, lo traximos, lorecostamos sobre las rodillas de otro hermano, y mientraslo sosteníamos, el pobrecillo abrió sus ojos y dixo que nosabandonaría. Vanos fueron nuestros ruegos para persua-dirlo de lo contrario, quitóse el hábito, y en cueros perdió-se entre la obscuridades de la selva.

Al amanecer vimos que los indianos habían dejadosu aldea a merced de la natura, y no supimos qué hacer.Pero al cabo de tres días, ellos regresaron y nos amenaza-ron obligándonos a huir. Así nos ocultamos en los bosquesdonde ayunamos y oramos para comprender lo sucedido.Finalmente, concluimos que, tanto los salvajes como elregular de nuestra orden, habían cambiado de parecer porobra de la demoníaca perla.

De esta suerte decidimos sustraer el objeto en cues-tión y ocultarlo de la vista de los mortales, en nombre de

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la fe católica, para nuestro bien y el de la santa madreiglesia. Después lo traximos a esta casa de exerciciosdonde, como Vuestra Merced sabe, ya fue analizado porlos padres de la orden, quienes, con vuestra autorización,han de sepultarlo para siempre.

Dos de febrero del año del Señor de mil seiscientoscinco".

"AUTO DE PROTECCIÓN PARA LOS REGULA-RES QUE TRASLADARÁN LA PERLA DE LOS COME-CHINGONES A LA CIUDAD DEL BUENOS AIRES

Hermanos míos:

En el Nombre del Padre, del Hijo, y del EspírituSanto. Tres Personas y un mismo Dios. La MisericordiaDivina os asista como hijos de

Nuestra Santa Madre Iglesia.Yo, Fernando Trejo de Sanabria, Obispo de Córdoba

del Tucumán, elevo mis plegarias al Altísimo y os confieroprotección perpetua para toda ocasión en que entrareis encontacto con el objeto de culto pagano, a vuestro exclusi-vo cuidado desde este momento, con el fin de allanar loscaminos de la fe, y evitar el peligro de su exposición públi-ca.

Dicho lo cual, ordeno:I. Destinar como sitio de ocultamiento el túnel secre-

to.

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II. Manipular el objeto con los guantes de Malta queos suministré.

III. Disponer de tres cajas para guardarlo: la prime-ra de cedro, la segunda de plomo y la tercera de hierro,con candados y ataduras correctamente ungidos.

IV. Realizar el traslado en una carreta tirada porcuatro bueyes -con sus herraduras debidamente consagra-das- y partiendo de ésta el primer lunes de cuaresma, a lastres de la tarde.

V. No llevar indios sin bautizar en la tropa.VI. Tener siempre presente que el contacto de la piel

con el objeto pagano produce la locura, y en algunoscasos, la muerte.

Ruego a los ángeles,a los santosy a María Santísimaque os auxilien y defiendanen todo tiempo y lugar.Amén.

Catorce de abril del año del Señor de mil seiscientosseis".

ÚLTIMA PARADA

El entusiasmo colmaba el ánimo de la tropa porque,finalmente, después de tres agotadoras jornadas, estaban a

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sólo dos leguas de la Villa de Luján, la última posta delcamino al Buenos Aires.

La huella era verdaderamente deleitosa, tanto por losdurazneros y manzanares que alegraban el paisaje, comopor el aire diáfano que se respiraba, con olor a hierbas yflores del campo. Además, el ganado pastoreaba entre mai-zales y trigales cuajados de granos y, a lo lejos, cuan blan-ca sementera, se veía el grupo de casas.

De pronto, un grupo de jinetes se aproximó en agi-tando sus chambergos:

—¿Quiénes son ésos?—Hombres de la villa, dotor. Pa mí que se han ente-

rao que en esta tropa vienen diputados, y han salío ha rece-birlos.

—No me imaginaba que la noticia de la Asambleaesté tan pregonada.

—Por todas partes, dotor. Es lo que mi han dichoNo había ya más tiempo para descansar, empero, en

valiéndose del cansancio general, sin esforzarse mucho,don Valeriano Laguna convenció al tropero que se queda-ran todo ese día en Luján, Balcarce lo apoyó en la mocióny se dejó caer en el catre. El, en cambio, aprovechó las últi-mas horas de la jornada para terminar de escribir sus razo-namientos, pues nada le interesaba más que exponerlosante la Asamblea con absoluta claridad:

"Señor Presidente: Si de verdad anhelamos consolidar esta revolución,

una vez más os digo que, sin un cambio de pensamiento,no podremos lograr semejante propósito. Por ello, debe-

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mos dar el paso inicial con el ejemplo de nuestra obralegislativa, en encauzando el ejercicio del poder de formaequitativa. Unión, pues, no implica aglomeración, sinoreunión de partes diferentes entre sí. De otro modo, sóloestaríamos hablando de unidad que no es lo mismo. Pense-mos que así como el suelo patrio reparte con justicia susabundantes frutos, de igual manera hemos de obrar noso-tros al hacer de este país una confederación de ciudadescon idénticos derechos y obligaciones."

"¡Amito!, ¿no va a descansar un rato antes de seguirviaje?, ¡ya son las dos y media de la mañana!"—lo inte-rrumpió Saturnino—, visiblemente preocupado por las oje-ras que exhibía el rostro de su amo diputado.

"Tenés razón, no me había dado cuenta. Vení, ayuda-me con estas botas que voy a tirarme a dormir un rato"—le contestó él—, luego se echó en la cama, estiró sucuerpo y se entregó a los brazos de Orfeo con la satisfac-ción de haber cumplido con su trabajo de representante delpueblo.

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II

EL DESCENSO DE LA REPÚBLICA

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LA GRAN COMEDIA(Buenos Aires, mayo de 1813)

I

Por ver la iluminación, los diputados habían decidi-do no tomar carruajes. Una niebla sofocante impregnábalotodo con el olor de los saladeros, mas, a don ValerianoLaguna le agradaba mucho el movimiento del puerto, puesel hecho de tener los barcos tan cerca estimulaba su imagi-nación y se veía haciendo un viaje a La Francia una vezque pasaran los conflictos revolucionarios.

"Debería de visitar alguna de aquellas elegantes tien-das inglesas que hay en frente y comprar los cuellos deolanda y bofeta que me encargaron mis hermanas Gertru-dis y María Nicolasa" —pensó—, apuró el paso, y siguióhablando con sus colegas.

Su pequeño grupo era el más conversador. El tríoestaba compuesto, además de él, por don Carlos María deAlvear y don Pedro Feliciano Cavia, unos pocos pasos másatrás venían caminando los otros constituyentes.

Aquel veinticuatro de mayo la fiesta patria brillabaen todo su esplendor, el Paseo de La Plata lucía escoltadopor imponentes antorchas preparadas para la ocasión, y e-llos todavía recordaban las graciosas imágenes de la GranComedia cuando se cruzaron con la comparsa de morenosque bailaba al compás del tamboril. "¡Viva la Patria!" —gri-taron los negros al verlos—. "¡Viva!" —les respondieron

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los representantes del pueblo—, en levantando sus galerasa manera de festejo.

De pronto, la niebla que cubría el paseo tornóse másdensa y el representante por el Tucumán a la SoberanaAsamblea perdió de vista a sus colegas, comenzó a sudarhelado, ante sus ojos la Plaza de la Victoria se escurrió parasiempre, y el resuello del dragón que, según creía, era sólouna absurda figuración de sus sueños, otra vez comenzó amartillar en su cabeza:

"La paz y la guerra en tropilla pasan frente a los tira-nos. ¡Qué tiempos éstos mi señor! ya se confedera el potroya se bolea y uno muy bien se percata del libre gobierno.Los ponchos al campo salen y cuidando nuestros pasoshacia la luz nos guían. Admitid entonces al gaucho tironia-dor sin que os duelan sus males ni el remedio pa' sus alar-des".

"¿Dónde están mis colegas diputados?, aquí no haynadie conocido" —intentaba razonar don Valeriano Lagu-na—, pero era demasiado tarde, pues aunque él lo ignora-ba, ya estaba tendido de bruces sobre la calle, víctima delas inesperadas fiebres que le provocaba el chucho de lafrontera o "paludismo larvado" que había contraído variosmeses atrás, cuando viajaba a Salta atravesando los panta-nos de Rosario de la Frontera para asesorar al gobiernopatrio.

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II

Unas mujeres se acercan me piden que les firme unpañuelo pero no sé si eso forma parte de los menesteres dela Soberana Asamblea. Colgados mutilados degolladosquejidos gritos risotadas fosas abiertas restos humanospasan como tropeles por mi mente. Y de nuevo el bramidoensordecedor de ese dragón:

"Cuando era gaucho baquiano las heridas de losgobiernos en todo el cuerpo me jodían me ligaba el desor-den de los pardos y morenos los empellones las curtidas yla ira divina. Formen a sus hembras en teniendo el campoa la vista decían ellos pa' mostrarse enante la humanidá.Eso los volvió chúcaros y ahora sus leyes son pasteles lavirtud una rareza y no hay uno que no pare de ponchoscalamacos imperios y reinos. ¡Anda lista la gente con elorden establecido!".

Las mujeres insisten yo me niego. ¿Qué hacer sin eldebido asesoramiento? "Las donaciones para viudas ymadres que perdieron a sus familiares en la guerra las hare-mos recién mañana" —les contesto— y otra vez estemareo. La Buenos Aires que conozco se ha desvanecidoaquel paseo tan hermosamente iluminado ahora se llamaAvenida Rivadavia y hasta el cabildo perdió sus brazos.¡Mi Dios! ¿Qué me sucede?

—Este hombre está en la luna mejor llamemos a unmédico.

—Tiene los ojos como mi hijo.

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—Pobrecito era tan inteligente. ¿Te acordás?—Si. Escribía unos versos…—Pero ¡no lo volví a ver!—¡Nunca más los volvimos a ver!—¡Justicia justicia!—¡Juicio y castigo para los militares asesinos!Las palabras me sacuden sus gritos me aturden pero

¡ahora las veo! Van tomadas de las manos cuan bandada depalomas levantan vuelo sus cabezas cubiertas con blancospañuelos simulan las aspas de un molino que muele vien-tos de tormenta y así se pierden algunos gorritos de cuartelbirretes bufandas paraguas."¡Se viene el aguacero va-mos!" —grita la gente—. Pero lo grave es que el gorro fri-gio de la estatua de la República cayóse a mis pies.

—¡Qué percance para una dama perder su estampa!-dígole al alcanzárselo mientras como si nada ella se sientajunto a su monolito.

—Gracias ché. ¡Esta sudestada me tiene harta! no teimaginas el trabajo cada vez que se me pianta el gorro fri-gio. ¿Quién sos?

—Nicolás Valeriano Laguna. Representante por elTucumán a la Soberana Asamblea.

—¡Mirá vos! así que sos del interior y ¿Qué viniste ahacer acá? ¿Buscás trabajo?

—No señora. Lo que busco es la perla de los come-chingones.

—¡La perla! ¡Yo no sé nada de eso! y no hablo consubversivos. Ahora dejame tranquila que debo armar mipróximo viaje a Europa. ¡Estos no son tiempos para andar

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sacando trapitos al sol! ¡Flor de lío en el que te metiste! Dela perla ni mú y yo: ¡Argentina hasta la muerte! Mejor bús-cate otro laburo guía de turismo por ejemplo. Unos mesesafuera le vienen bien a cualquiera. En mi caso voy al cum-pleaños de mi abuelita francesa. Razón de más para viajar¿no te parece? Tucumano me dijiste ¿no?

—Y a mucha honra señora.—Ah si… ahora que me acuerdo… la que no sé si irá

es ésa estatua de la Libertad de tu provincia. ¡Siempre sepelea con la familia! Haceme un favor ¿querés? Llevaleesta carta de nuestra hermana norteamericana ¡pero no laleás! Mirá que es un secreto de estado.

—¡No para un representante del pueblo!—¿Qué decís? En fin me importa un cuerno.

MISIVA OFICIAL

Y yo que no quería moverme de su lado y pensabaque el espíritu de la argentinidad estaba con ella. ¡Mejorsería que las palomas le cagaran el gorro frigio! Mejorserá que lea lo que hay en este sobre con el membrete delgobierno de los Estados Unidos:

"¡Hermanita querida!:Te escribo desde mi glorioso sitial, pero no lo hago

para que me envidies ni mucho menos para persuadirte,no. Ya eres mayorcita como para comprender la bondad demis políticas.

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¿Viste el mapa de Babel que te mandé por e-mail?¿Acaso allí no está plasmado el destino de los sistemas degobierno? Fíjate bien: los pueblos civilizados andan sobrealfombras azules, pero los bárbaros gatean por un esca-broso sendero rojo que va de este a oeste.

He intentado con numerosos mensajes mostrarte tuposición en ese mapa, pero no supiste interpretarme. No teculpo, claro, algunos desinformados adujeron que el mapatiene la facultad de automodificarse, ¡y no es cierto!, yosoy la única que puede hacerlo.

En estos momentos, tú te encuentras entre los quegatean, hija. ¿Qué harás al respecto? Creo que estas con-fundida, Libertad, y como hermana mayor, debo guiarte aun futuro mejor, comercialmente hablando, por supuesto.Utiliza tu juicio crítico, chiquita. Dime: ¿Hasta cuándovivirás de mis préstamos?

Hay fuerzas que creíste manejar, pero sucedió locontrario, ¡populismo, nada más!, y ahora te pareces alreino del revés. Recuerda esto, hermanita: "Todos se debena la perfección que emana de mi letra magna". Si pierdesesta nueva oportunidad que te doy, tendrás que andar elcamino de nuevo. Ven a la fiesta de nuestra abuela france-sa, ¿sí?

Te aprecia,Liberty of New York."

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TAQUITO MILITAR

I

Dada las circunstancias y como aún no encuentro laperla de los comechingones no se me ocurre otro modo detranquilizar al dragón que el reunir un ejército. Por esoando mucho por las calles céntricas y Corrientes es la quemás me gusta pero me desanimo al observar a los jóvenestan flacos que parecen zancudas y no combatientes.

¡Aquí debería de estar mi esclava Micaela! paradarles mazamorra a ver si así consiguen el peso de la mili-cia. A estos chicos el mal gusto y los vicios los dominan.Vístense como bárbaros embriáganse como salvajes¡pobres niños! están perdidos. ¿Es que nadie hará algo?¿Con quienes formaré mi tropa revolucionaria? ¡Ay miSeñora de los Sueños! quisiera renunciar decir que no espara mí tan alto encargo pero los lamentos del dragón nome dejan en paz:

"Hasta que salgamos de la adolescencia todo barcoextranjero será llevado por delante el desvelo rondaránuestros ojos y nos quedaremos sin hombres. Sepa SuMajestad que al fin descubrimos la primavera y que per-maneceremos bajo la vigilancia de las madres hasta quesepamos quien dejó los muertos tirados en el campo.

¡Santíguate unidad nacional! y no razones comorata. Medita sobre tus circunstancias: los altos vacunosdeberán esperar que el estanciero elija las tres esclavas

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del patriotismo".

II

El que entró al atelier de Patricia Miraflores se ape-llida Olima. Ella me lo presenta como el administrador delos Patios. "Todavía me adeuda dos meses de alquiler que-rida. Además su perra... ¡por favor! Mire que con la cacade los gatos ya tenemos bastante!" —rezonga el hom-bre—, deja una boleta y se va. Patricia refunfuña recla-mando mi parecer. "No veo el motivo de su enojo Patricia.El sólo cumple con su trabajo" —le digo—, pero ellaquiere debatir sobre autoritarismo. "Víctimas de la insanaautoridad eran los esclavos y los indios" —aclárole—,mas ella me habla de una desviación de la personalidad seapasiona me manda a leer nuevos libros no la entiendo.Esta niña tiene la rebeldía revolucionaria pero carece debuen tino.

—Ese Olima es un mafioso. En su tienda de antigüe-dades detrás de los biombos y los gobelinos vende cocaí-na en complicidad con altos funcionarios de la justicia.Dicen que su fortuna malhabida sólo se compara con la delos hacendados del siglo diecinueve. Y de hecho tiene tantafama en los negocios como sadismo con los chicos. ¡Lodetesto!

—¡Qué estupideces dice usted Patricia! Ese señorsiempre asiste a los desfiles militares. Yo mismo lo he vistocolocarse la insignia patria y persignarse al pasar por laiglesia. Así que no ha de ser para tanto.

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¡Eso no es patriotismo Valeriano! Los tipos de suclase saben camuflarse como en la guerra seducen al pue-blo con la apariencia y así nos engañan. Pero a mí no meconfunde ¡Lo tengo de los huevos! Es un degenerado.

—Por favor Patricia mida sus palabras.—¡Es un corruptor de menores un pedófilo le gustan

los pendejos!—¿Y usted cómo sabe eso?—Lo ví varias veces manoseando a chicos pobres.—¿Dónde?—En la calle. —No sé que decirle Patricia. Su acusación es muy

grave.—Por eso te digo… ¡lo tengo de los huevos! Acaso

qué es peor ¿Deber dos meses de alquiler o andar cojien-do pendejos?

—Su argumento es insostenible Patricia.—¿Por qué?—Bien puede haber confundido un manoseo con

paternales caricias. —¡Sos un vil machista Valeriano Laguna!—En el fondo todos los hombres lo somos. Y termi-

nemos aquí el asunto. Si usted le debe páguele y no hagamás problema. Eso es lo correcto.

III

Con gran amabilidad Olima me enseña el cañón debronce que ocupa el centro de su escaparate. Dentro de mí

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escucho el eco de los fusiles el galopar de la caballería lasarengas de los generales las palpitaciones de la revoluciónque se pelean por encender mi corazón.

Me inquieta la oxidada artillería que veo sobre unapetaca y él advierte mi emoción. "Aquí hay como para unescuadrón" —comenta sonriente— y me deja recorrer asolas el salón. Me pregunto con qué armas lucharán lossoldados de hoy en día y de nuevo esta angustia ese algoque me ahoga esta tos. Quisiera despertar pero me atrapala belleza de la perla que un pequeño dragón de jade tieneen su boca. ¿Acaso será la que estoy pensando? Examinola pieza con cuidado y la aproximo a mi oído:

"Te ves muy bien para estar muerto. ¿Te pintaste loslabios o las banderas de la revolución se te pegaron a lacara? ¡Traidores burgueses criollos! ustedes despilfarra-ron mis átomos por el mundo y por eso incendiaré lamorada de vuestra clase. Mientras gobiernen ningún pinocrecerá en las laderas de los Andes ni los brazos de vues-tro pueblo recogerán los mieses del trigo. ¿Qué esperaspara liberarme soldado? Tu camino es el mío. Sácame deaquí y pondré a los falsos reyes en el carro de la muerte.

Sírvete de los dragones de la China y no pierdas tutiempo con animales que perecen. Ellos necesitan de mu-chas vidas para salir de esta pesadilla. Yo soy el tao deloriente la llama del Tibet la fuerza del mongol. ¡Únete amí diputado Laguna! y te daré la victoria sobre el opre-sor".

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UNA MISMA MUJER

I

—¡Qué suerte que te encuentro! ¿Dónde andabas?Patricia tiene un ataque de nervios está re loca no sé quéhacer.

—Pero ¿qué le ocurre?—Te digo que no sé. Está con un delirio de aquellos.

Dice que no tolera más Buenos Aires y que está harta desu mal karma.

—Hágala beber una infusión de valeriana Gaby.Creo que en el armario de la cocina hay algunos saquitosy no se preocupe tanto que ya se le ha de pasar.

Patricia yace en la cama marinera junto a su perri-ta que de tristeza llora también. Procuro reanimarla dán-dole unas palmadas en el rostro y así descubro que separece a mi Natalia de Ampira. La Gaby Kreys le da debeber la valeriana y yo me siento a sus pies aguardandouna mejoría.

Pienso en las palabras del ángel del cáliz en la manoen la arrogancia de la estatua de la República en las lágri-mas de Nuestra Señora de los Sueños y de nuevo esta caloren todo el cuerpo esta sensación de asfixia y el quejido deldragón que me aturde:

"El Todopoderoso sólo una nación sostiene y así lagauchada se ve aporriada. ¡Cuánto la protege el cielo!Aquí únicamente hay haciendas con frecuentes domas y

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algunas algarrobas de vainas amarillas. Pero igual ledeseamos fortuna su buen traje de misa y el sol bordado enla randa de las provincias. Mas nunca uséis polleritas ycomo el santo sed expeditos. Escribid para los hermanosque el resorte de la libertad es la palabra. ¡Qué bello seríainvitarles un trago de caña y unir toda la América! pero nohablamos igual".

¡Basta basta! no quiero oírlo más. Necesito el airepuro de Tafí y el aroma del cebil para salirme de esta mal-dita pesadilla.

Patricia descansa bajo el sereno hechizo de las hier-bas. Observándola recuerdo que me dijo: "Nos conocemosde otra vida Valeriano". Pero por qué me diría eso. Cierrolos ojos y la veo cruzando una calle de tierra abriéndosepaso entre las vendedoras de miel y velas. El viento acari-cia sus ojitos rasgados y un sol de otros tiempos juega ensu talle mientras una esclava la protege con una sombrillade encaje. Natalia o Patricia es cálida luna verde estrellauna misma mujer que se mete por todos mis poros quedeseo y quiero.

II

(Ampira, 1820)

"Nunca más tocaré el piano ni tejeré randas para lacapilla de Santa Eulalia. Estoy decepcionada de la vida,don Valeriano. Yo misma oí cuando brotaron los últimosayes de mis propios vecinos envueltos en sangre, y des-

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pués... ¡ese ruido ensordecedor de los cascos y las lanzas!Alguien llora en el atrio de Santa Eulalia, pero no soy yo.A mí ya no me quedan lágrimas, únicamente este esca-lofrío de la guerra…¿Hasta cuándo, don Valeriano?, ¿hastacuándo nos seguiremos matando?" —decíale doña Nataliaal doctor Laguna—, mientras él con lágrimas en los ojoscontemplaba la desolación que los unitarios habían dejadotras su paso por Ampira.

La humareda de las últimas casitas incendiadas seintroducía por todas partes y nada había quedado en pie, nilos huertos floridos, ni las quintas con árboles frutales, nilas rumorosas acequias a la sombra de los sauces. Hasta losanimales y los negros -harapientos y magullados- sehabían marchado.

—¡Váyase usted también, don Valeriano!, regrese alTucumán. No vaya a ser que tanta muerte lo enloquezca, yque, por recuperar la cordura, olvide para siempre que mibelleza lo condujo a la servidumbre del amor. No vaya aser que, al ver mi dolor, su tierno deseo busque sosiego enotra dueña.

—No me pida eso, doña Natalia. Soy dichoso con lagracia de vuestra compañía, es cierto que me siento graveal verle ajena, pero con irme daría muerte a nuestro amor.Venga conmigo al Tucumán, permanezca a mi lado… asícesará su dolor por la guerra y con ello premiará la fe demi amoroso pecho.

Buscando un pañuelo para protegerse de tan densa yácida humareda, don Valeriano metió su mano en el bolsi-llo de la levita y sin querer encontró esos versos que había

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compuesto en el camino, la cinta de terciopelo rojo con quelos había anudado, y los restos ya marchitos de varias flo-recillas campestres.

"Esto escribí para usted en regresando del BuenosAires" —le dijo a doña Natalia—, cuando por detrás apa-reció un soldado rezagado y dióle un golpe de fusil en lacabeza que lo dejó inconsciente, tendido sobre el piso deladrillo.

III

—¿Se siente mejor Patricia? —Sí. Acostate a mi lado. Vení. Coloco mis manos sobre su pecho y me aproximo le

susurro dulces palabras muerdo su orejita su cuello seinclina lo beso le acaricio los hombros paso mi lengua porsus senos y ella se quita la ropa lentamente y nos queda-mos desnudos sobre la cama marinera que se mece comouna estera de totoras al viento que recoge nuestros jadeoslos hace pasar por entre los helechos de los patios y lossumerge en las amarronadas aguas del río de la Plata por-que ella y yo al fin somos uno.

IV

Enamorados como estamos hace días que no salimosdel atelier. Sólo de vez en cuando la Gaby Kreys viene avisitarnos nos trae comida de regalo y nos arranca carca-jadas con las últimas novedades de su mundillo. Feliz-

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mente tampoco me tortura el resuello del dragón ni mepreocupa esa bendita perla de los comechingones. Podríadecir que estoy en paz y que no tengo ganas de despertar.Mas tengo un mal presentimiento: Olima.

Patricia lo sorprendió seduciendo a un jovencito deunos once años. Ella apareció en la esquina de Balcarce yDefensa en el preciso instante en que él lo acosaba sinreparo y desde entonces cada día viene a cobrar su rentacon mirada acusadora.

V

Tres oficiales ingresan al atelier sin llamar. Exhibenuna orden de requisa aducen que robaron en lo de Olimay registran.-"¡¿Qué pasa?!" —exclama Patricia descon-certada—. Sus polleras hindúes vuelan por el aire el arrozintegral cae al piso y junto con los rollos de pinturadesplómanse los autores místicos.

Nuestra perra clava sus colmillos en uno de lospolicías y éste le profiere una cruel golpiza. "¡Déjela enpaz!" —grito—, pero los ladridos no le permiten oírme."¡Basta!" —se la quito—, y la meto dentro de la cocina.La canina no se calla atrae toda la atención. "¡A un lado!"—me ordena el agente— y destapa el horno. "¡Oficialvenga aquí hay algo!" —vocifera el policía—. Efectiva-mente en vez de la perra el dragón de jade del negocio deOlima está dentro de la vieja cocina.

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VI

Me enceguecen con sus reflectores me acosan consus voces y no puedo verles la cara. Vuelvo a responderlesque soy Nicolás Valeriano Laguna diputado del Tucumána la Soberana Asamblea. No me creen. "¡Su documento!¿Dónde está su documento?" —me gritan—. No contestome golpean se burlan de mí. Estoy perdiendo sangre notengo idea de donde viene. Todo el cuerpo me duele mesiento mareado. ¡Tengo que resistir! pero de nuevo estoycayendo por un túnel interminable y oscuro y me ahogo enun rincón de esta celda.

Me cazaron como a una mosca me golpearon lacabeza y me engrillaron hasta las manos. ¡Estas mismasmanos con las que empuñé el bastón de mando! ¡Hijos dela madre que los parió! Me sumergieron en la laguna de lahistoria me sepultaron en el frío de estos corredores dondela justicia es un bucanero con un emplasto en el ojoizquierdo. Pero yo sé que el día del juicio todos desper-tarán.

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III

EL EXILIO TAFINISTO(Estancia del Carapunco, 1830)

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VIÉNDOLO DORMIR

"Pobre el amito Valeriano" —pensaba Saturnino enel rincón desde donde vigilaba el sueño de su amo— "pa'mí que tiene mal de amores. Yo no sé cómo será, sólo quea deshora me llama una y otra vez: "¡Saturnino!, la bacini-lla. ¡Saturnino!, cubrime los pies". De viejos los amos sevuelven más servidos, ansí me lo enseñó mi mama que esesclava de ley. Pero lo mesmo me da pena verlo sufrir, sitoda la vida lo serví como Dios manda. Ahora que lo estoyviendo dormir… se destapa, y tengo que levantarme yecharle la colcha encima. Lo ha de andar torturando el re-cuerdo de doña Natalia. Y… ¿quién no se ha enamorao deesa niña?, si era tan linda.

Ella fue la reina del baile que hicimo pa' celebrá laindependencia argentina. ¡Cómo nos hicieron burrear esedía!, ¡sí, señor! A las cinco de la mañana fui a SantoDomingo por las sillas; a las ocho y media a lo de losAráoz pa' ayudar con la mesa, y a las diez volví pa' vestiral amito. Anduve ansí todo el santo día, trabajándole a lalibertad porque, como dice el dotor: "la esclavitud es unultraje pa' la revolución".

¡Qué hermosa estuvo la casa de la amita MaríaFrancisca esa noche! Había guirnaldas de flores en la en-trada, escarapelotas con los colores patrios y muchos faro-litos de papel. A mí me pusieron en el salón de la jura a ser-vir empanadas. Tenían un olorcito que las amitas las espe-raban con la boca hecha agua. ¡Qué gentío era eso!, pa' lle-

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var la fuente tuve que hacerme el equilibrista. A las diez dela noche las arpas sonaron de golpe, y con sus damas delbrazo, al patio salieron los amos dando inicio al minué.

Con esos cabellos de azabache doña Natalia era lamejor. Lástima que después la hicieron casar con ese mili-co y no con el dotor. Antes, ella tocaba el piano como unángel, pero desde que se casó perdió el don. Pobrecita laniña Natalia, con el amito su vida habría sido mejor. Laculpa la tiene ese teniente que le robó el amor.

Ayer nomás la Micaela anduvo tirándome la lengua.Quería saber por qué el dotor nunca se casó. "No será porla amita Natalia, estaba justito pa él" —me dijo—, y sedesapareció meneando las caderas. ¡Qué la parió!, cómo legustan las malas lenguas. El amito no se casó porque loslibros exigen más que las mujeres, y no por las tonteras quela negrada inventa.

Pensar que ansina nos vinimos a Tafí, y me acuerdoque el amito me dijo al salir: "Estaré mejor con las vacasque con los políticos". Y pensar también que en estahacienda el amito tiene doscientas cincuenta y tres cabezasmarcadas con sus iniciales, un membrillar, un huerto, ysiete pailas grandes donde hacemo el dulce pa' vender.

Pero, como no tiene hijos y morirá semilla, desde laPuerta del Carapunco hasta la Cumbre del Potrerillo, ydesde la barranca del río hasta la punta más alta delpabellón, todo será de la amita Mercedes, su sobrina. A mí,en cambio, me heredará la libertad, ¡sí, señor! La Micaela,sus cinco hijos, y yo, a su muerte quedaremos libres. ¡Ve!,por eso me da pena verlo sufrir, cuando el amito se me lo

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muera, ¿a quién voy a servir?"."¡Óyense mucho los sapos a esta hora, Saturnino!,"

lo interrumpió Laguna con un grito sorpresivo para quecierre bien la puerta, avive un poco el fuego, no meta bullay lo deje dormir.

ÁNIMAS BENDITAS

I

Desde el "Expreso Independencia" contemplo laenorme extensión de las tierras sureñas. La llanura cordo-besa perfumada de hierbas se mueve velozmente bajo uncielo radiante y nosotros tan quietos. Me cuesta recordarquien soy. Lo único que me viene a la memoria es unpotrero de nombre Carapunco donde quedó mi ganadoabandonado a su suerte.

Mistoles tuscas arena. Por la ventanilla del "ExpresoIndependencia" entra la brasa ardiente del aire santia-gueño. Ahora se asoman mujeres que ofrecen bolanchaosy rosquetes. Tengo un nudo en la garganta porque elTucumán está cerca. Mas la nostalgia del Buenos Aires memolesta en todo el cuerpo y aquella casa llamada "Patiosde San Telmo" es el recuerdo más fuerte. Tornan a mimemoria los besos de Patricia la dulzura de su piel elcalor de sus manos y nuestra despedida incierta. Quiénsabe si la veré otra vez… mas la voz del dragón me con-testa:

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"En los talones de Mercurio propágase Buenos Ai-res. Fábrica que brota del corazón acostumbrado a lasnubes y a no tener querencia. Ella nos engrandece al rum-biar pa' otros pagos su acción civilizadora es dueña de loscaminos las industrias manufactureras se amparan en sustralcas y si por ahí el mundo llega a ser más opulento aella se lo deben".

II

La calor de mi provincia me aplasta y cuan gorriónsediento me refugio debajo de sus naranjales. Tambiénaquí encuentro gente insecto niños a la intemperie hom-bres apurados pisadas tacos chirriar de neumáticos todomuy rápido y al fondo los cerros.

En frente de la plaza: el palacio de gobierno. Nodejaron cimientos ni muros del cabildo viejo ni siquierauna pared con madreselvas. Otro jardín en tinieblas. Denuevo esta sensación de vivir en el fin de los tiempos.

Dónde están la vendedora de velas las carretas consus animales olor a mierda las ancianas desdentadas lasniñas con mejillas de maicena. Dónde están los Laguna ylos Bazán y los Estévez mis amigos mis parientes.

Muy cerca de mí se sienta un hombre. Su pelo tanlargo me llama la atención. La gente pueblerina que pasajunto a él lo observa seguro que le han de inventar histo-rias dirán que es loco agente de inteligencia o miembro dealguna secta. Se aproxima me pide fuego. "Aquí tiene"—contéstole en alcazándole las cerillas que conmigo siem-

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pre llevo.—¿Viene usted del llano o del cerro?—De la "Banda del Río Salí" donde van a parar

todas las cagadas de esta ciudad careta.—Y ¿cómo se llama don?—Me llamo Darío Sepúlveda pero digamé "Sando-

kán" nomás.—¿Y qué anda haciendo por acá Sandokán?—Manguiando día y noche y por la terminal vieja

también. Ahí tengo amigas trolas y maricones con quienesme hago franelear un poco. Recién al alba vuelvo a micasa a hacer de estatua porque soy solo será...

El hombre me recuerda a los indianos como ellosarrastra su miseria por la benemérita ciudad del Tucumán.Mas al escucharlo entiendo que conoce las flaquezas de lagente insecto mejor que yo. Se burla de los políticos cono-ce la traición y sabe cómo vengarse de los pervertidos.Bastantemente bien conoce Sandokán las tinieblas y comoprotegerse de ellas. Para eso dibujó un rudimentario mapade la insulindia tucumana: marcas de baldíos y casasabandonadas donde sobrellevar las tristes noches delcuerpo y del alma.

"Usted es un buen cartógrafo" —dígole— y parainstruirlo en los saberes de la república explícole las con-secuencias de la conducta inmoral:

—Y quién hace plata con la moral don.—Si usted piensa así… qué país ha de legarle a sus

hijos.—Por suerte no tengo críos.

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—¡No importa! hay que tener sentido de patriotis-mo.

—¡Patriotismo! eso es una farsa de los milicos quehicieron mierda a un montón de compañeros.

—No lo entiendo.—Ni podrá hacerlo porque usted parece extranjero-

concluye él y no sé refutarle se me ha hecho una laguna.¡Que desaparezcan los tumores del olvido!

—Dónde está la heroica descendencia de mi razadónde la casa de mi finada madre.

—Y quién era su madre.—Doña María Francisca Bazán de Laguna propie-

taria del solar donde juramos la independencia argentina.—¡Ah! usted quiere saber donde queda el museo de

la independencia si le interesa el lugar yo lo llevo por dospesos.

—Ahora no mañana. No podemos dormir en estaplaza mejor busquemos una de esas moradas solitariasque usted conoce.

III

Según cuenta Sandokán nadie sabe desde cuandoeste edificio está deshabitado. Al entrar nos vigila el trián-gulo vidente de su frontispicio que reza las palabras de unpacto secreto: "Ciencia Verdad Justicia" y me siento enterritorio desconocido.

—Aquí está lleno de fantasmas porque lo usabanpara torturar a los guerrilleros.

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—Usted ¿le tiene miedo a eso?—¡Ni a la muerte mi capitán!—Así me gusta.Sacudimos un sillón y otros muebles y en un rincón

de la sala nos recostamos a fumar hasta que contemplan-do las diversas sombras que la noche prodiga el dragónme transporta a su reino donde a través de infinitos sen-deros los campesinos recogen la limosna de los magnates."¿Por qué razón dejamos el arado?"— se preguntan—, yociosamente se agachan se separan y desaparecen entrelos caminos que suben y bajan. Ahora escucho un clamorde justicia que tiene el sonido de un sello primero como unjuntarse de labios y después como un golpe de puñoscerrados.

IV

"¡Ah, cuando nuestra juventud brotaba de prepara-ción y entonábamos canciones de resistencia y eranmuchos los molinos que nos hacían madurar!" —exclamauna voz— y del otro lado de los postigos entreabiertosdiviso una figura. ¿Quién vive? "¡Soy yo doctor Lagunacúbrase las vergüenzas y venga!" —me contesta la voz—y reconozco a Nuestra Señora de los Sueños esperándomejunto a la alberca del patio. Voy a su encuentro y salimos.

Echamos a andar bajo el tenue resplandor de la lunay a pocas calles en frente de un gran portal nos detenemos.Ella toma su caña da repetidos golpes contra la reja y laque fuera mi casa lentamente abre sus puertas.

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Entre los jazmines del primer patio caballeros ydamas se entregan al gracioso cumplimiento del habla susvoces flotan cuan polvo de nácar mientras la música deuna pianola reverbera en las cinturas que danzan y en losfarolillos que iluminan mi cara. Allí están mi madre doñaMaría Francisca como leve alga. Mis hermanas doñaGertrudis y doña María Nicolasa como dos palomas blan-cas. Mi bisabuela doña Catalina de Placencia con el hábi-to de Santa Teresa ataviada y don Juan Gregorio Bazáncon una flecha india que le atraviesa la garganta.

Nuestra Señora de los Sueños se aproxima y lossaluda con familiaridad. Estoy emocionado quiero besarlas manos de mi madre pero mi boca apenas si roza unapiel hecha de aire.

"La paz sea con vos Valeriano hixo mío que de lamuerte no conoceréis oficio e cargo. Pues sois tenido porcaballero hixodalgo por ello de mancomún i a voz de unola buenaventura os auguramos como antecesores vuestrose de Jesucristo vasallos. Sed fiel servidor de Dios i valien-te soldado. Luchad sin tregua hasta que yndios e cristianosde la tiranía sean apartados. Nos somos conformes hixo iagora con la asistencia del Criador nos marchamos" —medice— y todos se esfuman en la oscuridad perfumada.

V

Ya es la mañana y decido que la casa del triángulovidente servirá de campamento hasta tanto encuentre aalguno de mis descendientes. También Sandokán se ha

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mostrado conforme y para no levantar sospechas duranteel día cada uno andará por su cuenta. "A eso de la medianoche nos encontraremos en la plaza independencia" su-giéreme el tigre de la insulindia tucumana quien comoexperto en cartografía urbana dibujó otro mapita para mí.

Allí veo el irregular trazado de las calles y las indi-caciones de las principales "bocas de expendio solidario"como él las llama. "Don Mostacho" por ejemplo es un baral paso donde regalan las sobras de la cena y "LaEuropea" un gran almacén donde su dueño auxilia conaspirinas y jabón.

Mapa en mano recorro la ciudad buscando a misparientes mas al oírme la gente me confunde con unespañol. Pregunto por hombres de carne y hueso y me res-ponden con nombres de calles que desaparecen a lo lejos.En "La Europea" me obsequian salames. "¡Hombre! pa'que no extrañes tu tierra" —me dice el almacenero.

Me imagino que han de confundirse al verme conesta indumentaria pero si me la quito qué prueba tendré deser el que soy. Aunque si se trata de pulcritud a la siestalavaré esta levita y me cubriré con los rayos del sol. Esmejor la desnudez un rato que quedar para siempre en elanonimato.

CORRESPONDENCIA FRATERNAL

Escapando de las nieves tafinistas, una vaca empuja-ba con su gran hocico blanquinegro la ventana del cuarto

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donde, junto al brasero, don Valeriano releía la carta que leenviara su hermano Venancio:

"San Miguel del Tucumán, 3 de mayo de 1.830

Querido Valeriano:

Mándole estas líneas en aprovechando el viaje denuestro sobrino. ¿Cómo anda, hermano? Aquí nos preocu-pa mucho tu salud, y por eso todos los días rezamos porvos en San Francisco. Con don Fernando también le envíolos libros que pidió de Salta, ayer nomás llegaron. Eso sí,ruégole me los preste después de leerlos. ¿Se acuerda delas siestas que nos pasamos comentando los "Ejercicios dePerfección"?, que si lo mesmo hubiesen hecho todos losrevolucionarios, hoy los gobiernos serían más aplicados.

Hablando de eso, si vieras el problema que tengo conel Cabildo por ésta mi casa del Camino Real. En febrerohiciéronme citar de nuevo y pagar por las dos varas deterreno que habíale saldado al anterior gobierno. Lo queestá pasando es lamentable, don Valeriano. Ahora entiendotu repugnancia por los políticos. Pues, como lo tienen deuso y costumbre, todavía no se ponen de acuerdo en cuan-to al sistema que nos ha de gobernar. Parece mentira quetan pronto hayan olvidado tu ejemplo: ¡Hasta el propiogobernador elevóse su paga en cinco mil pesos! Y pensarque te negaste a recibir el sueldo de representante a laAsamblea Constituyente. En este país nadie reconoce elsacrificio de los patriotas, lo único que les importa es per-

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petuarse en el poder.Pasando a otro tema, he seguido tus consejos y ha

pocos días que liberté a otro más de mis criados. Sinembargo, aún no pude lograr que mi mujer aprenda ahacer su firma. ¡Cuánta razón tenía en pidiéndoles mayoreducación a los diputados!, pero la escuela primaria siguesin abrirse, y de los dineros donados por don ManuelBelgrano, ni siquiera el rastro.

Ya verás, entonces, las novedades que hay por elTucumán. De los ciento cincuenta panes de dulce queenviaste, no ha quedado ni uno sin vender, y la contabili-dad de las ganancias se la confiamos a don Pedro Zavalía.

Con doña Agueda tenemos hechas las diligenciaspara multiplicar nuestra descendencia, y aunque todavía espronto para obtener una respuesta, creemos que Dios ha deotorgarnos su gracia. Entretanto, mi señora te ha preparadochancacas y tabletas de leche que van en el otro paquete,junto con la plata.

Ansina pues, hermano mío, ya que en las tertulias selo extraña tanto y los amigos quieren saber de vos, prome-to visitarte para la próxima yerra, pues de aquí en adelan-te, a causa de la gota, debo de cuidarme unos tres meses lomenos, después, según el doctor Readhead, ya podrécomer carne.

Dios y la Virgen quieran que tus días en el Carapun-co sirvan de beneficio para tu cuerpo y alma.

Recibe un fuerte abrazo de tu hermano Venancio".

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II

"Estancia del Carapunco, Tafí del Valle, 10 de mayode 1.830

Querido Venancio:

¿Cómo andan ustedes con este frío? Aquí en el Tafí,dos braseros a los pies de la cuja no resultan suficientes.Por eso, en la petaca chica, junto con los libros va para vosun aguardiente cafayateña.

Cuando me visites espero que traigas a tus hijos doñaCarmen y don Ramoncito, y que, por el momento, no dejesde enseñarles sobre números y letras. Bien sabemos noso-tros por donde respira el futuro del pueblo. ¡En educando aesos jóvenes usted ilumina el destino de la patria!, donVenancio.

Hoy, muchos creen que la república y mandar con eldedo es lo mesmo, éso es lo que pasa en el Tucumán, puraconsecuencia del yugo feudal que fomenta la inocenteignorancia del pueblo. Por eso, en habiendo sido su gober-nador, me entristece no haber podido desarrollar la ins-trucción pública, ni haber extirpado la inmoralidad con elejemplo de la honestidad. Mas recordarás que, como auto-nomista que soy, debí doblar mi cerviz ante el filo de labarbarie. Sin embargo, todos los que fuimos fieles en nues-tros altos deberes entraremos en el templo de la fama, yaquellos que, confundiendo la voluntad general con la pro-

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pia, envilecieron la carga pública —ésos— ¡ésos viviránpara siempre en las tinieblas del crimen!.

Por otra parte también la hipocresía de quienes qui-taron el escudo de armas de sus fachadas, pero en el fondopretenden ser superiores a los demás, es algo indignante,sobre todo si participan del gobierno. A ésos otros habríaque apartarlos de los ojos del pueblo porque a la postreserán vergonzosos monumentos. El único escudo quehemos de exhibir es el sello de la Asamblea Constituyente:las manos de las provincias unidas y entrecruzadas bajo elsol naciente de la libertad, que, orlado de laureles, anunciala victoria del país del sur.

Y en hablando de más al sur, Venancio. Usted sabeque yo nunca me llevé bien del todo con los porteños, yque me repugna esa arrogancia que tienen. Pienso una co-sa: no vaya a ser que, "por guiarnos a la civilización" —co-mo dicen—, hasta nos hagan perder la lengua, cuando, side verdad queremos convertirnos en una nación soberana,deberíamos de hablar el mismo idioma en todas las villas yciudades de nuestropaís. Pues, sin el acuerdo de la palabra,la avidez humana no tiene límites. Pero además, tambiénpienso que hablar un mismo idioma significa tener unavoz, es decir, un tono que nos identifique entre las nacio-nes de América. Sólo así la bandera de Belgrano flamearácon orgullo en el cielo.

Hasta que no pasen las nevadas aquí no veremos car-niadas nuevas, así que he de ocupar mi tiempo en leer ymatear junto al fuego. Cuéntele a nuestro cuñado don Pe-dro que, como me aconsejó, he sumado una invernada al

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Carapunco con resultados muy buenos, y a todos, que, porsuerte, las fiebres no me han vuelto a dar.

Bueno, hermano, quiera el Altísimo que, aquí en loscerros y allá en el llano, todos sigamos viviendo bajo susanta gracia.

Afectuosos saludos para todos de tu hermano Vale-riano".

El aceite de la lámpara habíase consumido por com-pleto. "Si hay algo para corregir de esta misiva, lo harémañana" —pensó Laguna—, y sus ojos fueron cerrándosede a poco, hasta que se quedó dormido sobre la mesa de lospapeles.

MALDITOS FANTASMAS

Desde hace un rato escuchamos que intentan abrir elportón de entrada. "Ya se han metido en el salón principal"—adviérteme Sandokán— y nos ocultamos en el patio alabrigo de la penumbra. Los nuevos intrusos encienden lasluces y nosotros nos turnamos para ver a través de los pos-tigos entreabiertos. Hay un militar tres civiles una mujery un capellán. Quitan los lienzos que cubren las sillas. Ellase sienta en la cabecera y comienzan a cantar. Sus vocesllegan débiles y confusas. No logramos entender lo quedicen.

—Qué cantan jefe?—Parece que una marcha militar.—Si esta gente nos descubre ¡somos boleta don!

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—¿Los conoce?—¡Claro! el milico que está sentado a la derecha es

el asesino de varios compañeros y la mujer de la punta esla querida del gobernador.

—Entiendo pero no hay que temer nos cubre la oscu-ridad. Si estamos callados no podrán descubrirnos

Apostados en la galería observamos al grupo quecomenta las novedades del día entre risotadas y tragos decoñac:

—El "basilisco" ya no tiene más hilo en el carretel ysi el dólar sube habrá muchos saqueos.

—Y los zurditos nos allanarán el camino.—¡Esos boludos! ja ja ja.—Es cuestión de horas y ¡buum! todo el país explo-

tará ja ja ja.—Tiene razón señora pero ¿qué haremos entonces?—Nos quedaremos aquí hasta que lleguen los otros y

después meteremos a su excelencia en un sarcófago y lomandaremos en un camión a Buenos Aires para que losotros lo rematen en una casa de antigüedades ja ja ja.¡Ahora tarados escuchen! que voy a leerles el discurso quepronunciaré ante el pueblo:

"En virtud del fracaso político de la momia yo laungida barreré el desorden la corrupción y la droga deesta provincia. Pondré en vereda a los maestros a los ocio-sos a los ambiciosos a los maricones y a los supermerca-distas. Con mi ejército venceré a los subversivos. Cumploasí con la última voluntad de nuestro extinto y verdaderoconductor. Por eso debemos prepararnos hermanos y her-

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manas que todos ingresaremos en la nueva era anunciadapor Nostradamus. ¡Crean crean crean!.

Los árboles darán frutos nunca vistos los gases delos animales no afectarán la capa de ozono y nuevamenteseremos el granero del mundo. Nosotros impondremos elvoseo en las universidades de toda Hispanoamérica.¡Crean crean crean!".

Los hombres aplauden y la vitorean con cierto ner-viosismo pero ya es casi de madrugada y antes que la cla-ridad nos delate sigilosamente abandonamos esta casacolándonos por entre las últimas sombras hacia la calle.En el salón las voces siguen resonando y Sandokán prefie-re nunca más volver. "Mire que también podrían ser fan-tasmas. Acuérdese jefe de lo que le conté cuando llegamosacá" —me advierte—, para que yo cambie de parecer ybusquemos otro lugar donde pernoctar.

EL CLON

I

Habiendo analizado el riesgo que implica permane-cer en tierra de espectros virulentos he resuelto procurar-me un alojamiento acorde a mi condición. Así que guiadopor Sandokán voy hacia mi casa con la esperanza dehallar algún dato sobre mis parientes.

Tal como él dijera aquí unos posan para las foto-grafías y otros cobran para entrar. "¡Es una vergüenza

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obrarnos por visitar el solar de la independencia!" —re-clamo con la autoridad con que me enviste mi apellido.Mas al oírme los guardias me toman por loco.

Los oficiales intentan echarnos a la calle como sifuéramos un par de ebrios. Gritamos los empujamos for-cejeamos pero una gentil señora nos separa y nos salva delatropello. Ella nos explica que es la directora del museo.

"El gusto es mío" —contéstole— y en haciéndole unareverencia cítole los nombres de mi estirpe. Su dedo índi-ce va y viene según los enumero y me dice: "Entoncesusted viene a ser primo de mi amiga Eugenia Zavalía"."Así será" —respóndole— y ahora ella me guía por lasdistintas salas.

Lo único que reconozco es el retrato de mi cuñadoPedro el resto de los muebles y objetos nunca perteneció ami familia. Ahora comprendo que los descendientes deGertrudis vendieron la casa al gobierno —¡mejor!— almenos así no tuvieron que pagar injustos impuestos.

Por fin hemos desembocado en el patio traserodonde teníamos los huertos. La mujer describe los relievesde una tal Lola Mora que ornamentan los muros y comen-ta que tengo un aire a los congresales de mil ochocientosdieciséis. "Agradézcole el cumplido mi señora" —le con-testo al tiempo que sorprendido— descubro mi parecidocon las figuras esculpidas en el bronce. La culpa la tienemi levita que por tanto lavarla de negra pasó a ser gris.

—¿Sabrá usted donde vive ahora mi prima EugeniaZavalía?

—¡Ah sí! aquí nomás en la avenida Veinticuatro de

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Septiembre al doscientos.—¡Gracias! y ahora si me permite aprovechando

que estoy cerca voy a hacerle una visita. ¡Adiós!.

II

"Usted espéreme en la Plaza Independencia" le digoa Sandokán en tanto procuro elucubrar un argumento parapresentarme ante mi supuesta prima que más bien ha deser mi tátara sobrina nieta o algo así.

III

“¡No lo puedo creer!”, exclama una muchacha conpecas y pelo crespo al abrirme la magnífica puerta de can-cel. Me besa con un gran cariño como si me conociera detoda la vida y prosigue:

—¿Por qué no me avisaste que venías?—La verdad prima iba a enviarle una misiva pero

pensé que antes llegaría.La luz se filtra a través de los coloridos vitrales

modernistas y trepa a los altos aparadores ingleses delgran comedor. Nos miramos sin hablar y mientras degus-tamos café holandés me pregunto quién seré en realidadpara Eugenia Zavalía.

—¿Te acordás de esos días en Tafí de los bailes en elclub de veraneantes y de nuestras escapadas a BuenosAires y del mal humor de la tía?

—¡Claro que me acuerdo!

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—Sin embargo me parece que el cambio de horariono te ha sentado bien. Tenés una mirada de tristona y leja-na como si vivieras en otro siglo.

—Es que trato de recordar hace cuánto que no leescribo.

—¡Qué descarado! ¡Diez años! mi querido Val ¡diezaños!

—Parece mentira ¡cómo pasa el tiempo! No sé quédecirle... ¡El exilio! ¡Sí! el dolor del exilio me comió laspalabras por eso no le escribí.

—Pero ¡si sos escritor Val! ¡Qué descarado! noimporta igual te perdono contame: ¿Conociste el Prado?¿La catedral de Toledo? ¿La de Santiago? ¿Cuántas vecesfuiste al Escorial? ¡Qué magnífico! ¿Verdad? ¡Ay! y deci-me: ¿Viste de cerca a la reina Sofía con ese su aire tanangelical?

—Ya sabe que los reyes no me interesan.—¡Qué importa! ahora no hablemos de política. Me

contaron que trabajabas en una editorial ¿es cierto? ¿Quéhacías?

—Traducía escritos del francés.—¡Qué maravilla Val! la literatura francesa... Con

esa materia me recibí de licenciada en letras.—¿Cuándo?—Hace dos años ¡Gracias a la tía!—¿La tía?—¡Sí Val! la tía Isabel. ¿Qué te pasa? ¿En qué estás

pensando?—Nada nada.

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—¡Ya sé lo que estás pensando! que la tía no te quie-re. Y ¡¿qué le vas a hacer?! La pobre... ya tiene sus años.Se olvida de cosas... pero ¡sigue yendo a misa cada día! ycon lo franquista que es le alegrará saber que ahora tenésla doble ciudadanía.

IV

Eugenia no puede dormir da vueltas en su cama sequeja suspira la escucho desde la habitación contigua. Hade estar ahorcándose con sus sábanas bordadas y sus pen-samientos serán un abanico de recuerdos o contrarieda-des. Quizás desee sumergirse en su mundo de clases deliteratura y alumnos profanos. Pero de verdad creo que nopuede imaginar siquiera la excusa que le pondrá a su tíapor haber faltado a la misa del primer viernes del mes.Más bien me parece que el otro Valeriano se le ha metidoen el cuerpo y la hace temblar con un vaho que le llegadesde la adolescencia cuando se ocultarían debajo de lascamas para guardar el juego de sus besos.

Ha de ser por todo esto que no abre los ojos nienciende la luz y sin embargo goza con lo que se desgranaen su memoria: Un ramito de violetas secas unas cartitasde papel aromado y las tardes de lluvia en el cine Rex. Nosé… ahora que estoy tan cerca de ella quisiera ser ese tipopero me falta coraje para entrar a su habitación. Aunqueandando descalzo ¿quién podría oírme? En otro dormito-rio su hermano Evaristo soñará con un campo de golf ocon la presumida rubia del club y acaso se sienta tan sofo-

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cado como yo. ¿Deseará Eugenia que la abrigue con laspalpitaciones de mi corazón o la acaricie con mi ropa inte-rior? No sé. El motivo de su insomnio es el otro no yo.

V

Esta mañana Eugenia díjole a su tía que me acogepor caridad y no por otra cosa. Mas ella con su típicogesto de solterona advirtióle que en este caso la caridad esun espejismo de la tentación. ¿Será por eso que mi primavolvió de misa descalza y regaló sus botas a la pordioseradel atrio de San Francisco? Entender a las mujeres es algodifícil.

—¡Qué desubicación Eugenia! Si pensás volvertesocialista ¡andá preparando las valijas! El culpable es tuprimo Laguna. ¿Cuántas veces te he dicho que el amor noexiste para los comunistas? ¡Ese chico es ateo Eugenia!

—El amor no reconoce fronteras tía. Existe tantopara católicos como para comunistas. No me importa si aveces el diablo mete la cola. Siempre lo amaré. Por eso lorecibí ¿querías saberlo? ya lo sabés. En todo caso mi amores más que caridad. Es memoria que me despedaza es unalgo que me ahoga es todo eso que me prohibieron decir.¡Ay mi Cristo Obrero! esta familia a la que pertenezco contanto cura y moral ¡me ha secado los senos! ¿Por eso mebuscabas un novio que me halague a la hora del té no?

—¡Te estás volviendo loca Eugenia!

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LA LIBERTAD HERIDA

Otra vez estoy sentado en el mismo banco de la plazaIndependencia en reflexionando sobre este mundo del finalde los tiempos. Sin querer escucho un llanto lastimero ydescubro que proviene de una estatua de mármol quealguien tiró al suelo. Ahora me aproximo para asistirlapues se ha quebrado una rodilla e ida en fiebre delira:

"Fueron esos colmillos o balas que mordieron la pie-dra. Fueron los jinetes del apocalipsis con sus garras defuego. Fueron los líquenes de la roca. Eran como toros quebramaban puro acero. ¡Todos contra el granito! Me gol-pearon me insultaron me apedrearon. "¡Puta pedíperdón!" —vociferaban—. Hasta que me amordazaron.

¡Madre Lola mira mi labio blanco y censurado!¡Mira el río de polvo donde quedó mi huella! ¡MadreLola! ¿Dónde cayó mi pie? ¿Quién escondió mi mano?Dime Lola: ¿Dónde moras?. Lola morena moradora de lasmoreras en Salta dicen que vives aguardando la estrella dela buena suerte y que recoges las moras mordidas por elviento. Dime viento: ¿Quién sepultó a la Mora y metió susbrazos en la tierra? Lola Lola ya nadie esculpirá besossobre mi pecho ni modelará mi cabello ni dirá: "Rompecon todo mi niña"".

—¿Quiere saber cómo nací?- pregúntame la estatuamientras hago barro para curar sus heridas.

—Diga nomás señorita.—El año que vine al mundo crisparon las flores esta-

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llaron los cristales y mucha gente se enamoró. Yo única-mente escuchaba una voz que me decía: "Empuja empuja".Era que poco a poco Lola Mora iba sacándome de la pie-dra y cuando ya estuve afuera cientos de hijos me salieroncomo arena por la boca. Eran hombres y mujeres de todaslas razas que venían con guirnaldas y banderines a darmeuna fiesta. ¡Cuántas ollas a la sombra de estos árboles!¡Cuánto vino y canciones de protesta!.

Mas cierta vez llegaron ellos. Me parece que eranlobos. En hilera se apostaron junto al portón de la catedralde en frente. Decían que venían a lavar nuestra vela peromintieron. Estaban cubiertos hasta el pescuezo con la pielarrancada de los corderos hedían a sangre fresca y ador-naban sus cabezas con diademas de orejas secas. -"¡Cerrad vuestro hocico hermanos lobos!"- les grité aque-lla vez y desde el norte hasta la pampa me oyó el pueblo.Para entonces yo ya era una mujer.

"¡Siéntese!" —le digo— mientras la sostengo por laespalda pero la estatua de La Libertad no puede y sequeja.

—Olvidé mi posición ¿Cómo estaba señor?—De pie.—¡Es verdad! Ocurre que ésta no es la primera vez

que me agreden. Aunque en todo caso tengo el ejemplo demi pobre madre que sufrió mucho. Dicen que cuando laMora me estaba haciendo los ignorantes la injuriaban:"¡Eh marimacha devolvele esos pantalones a tu abuelo!"Pero ella ajustaba su cinturón arremangaba su camisola yde nuevo abría otro surco en la piedra. A cada improperio

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Lola respondía con un martillazo más fuerte todavía. Ypor eso yo nací rebelde.

Recuerdo que cuando estuve lista para que losgobernantes me rodearan de palmas y fuegos de artificioLola me dijo: "Aquí te pongo para que desde las alturasguíes a los hombres pequeñitos". ¡Pobre mi madre Lola!La gente de este país siempre fue despiadada con susgenios. ¡Infames! Nunca verán la luz.

—¡Tranquila señora! conserve sus energías para labatalla final.

—¿Acaso habrá una última?—Sí. La que libraremos contra los traidores.—¡Qué equivocado está usted señor! Nunca habrá

una última batalla porque la lucha de la liberación es eter-na. Como yo.

—Lo que sucede es que usted ha perdido la fe seño-ra. Pero mejor no hablemos de estas cosas. ¡Yo le tengobuenas noticias! Su prima la estatua de La Libertad deNueva York me ha dado esta carta para usted. Tome.

—¡Esa gusana atrevida soberbia engreída! ¿Qué meaconseja esta vez? ¿Que saque una tarjeta de crédito otome pastillas para adelgazar? Usted no sabe señor. ¡Esareplicada no tiene mística! A mí la gente todavía me pidemilagros. "Volvé volvé" —me dicen. Pero a ella ¿qué lepueden pedir si todo lo cobra? ¡Esa escultura es hija debucaneros señor! Así que ¡rompa esa carta! ¡No la voy aleer!

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EL ESPECTADOR

—Val querido ¿por qué no usás bleiser como cuandotrabajabas en la azucarera?- me pregunta Eugenia decamino al cine Rex.

—Porque en España me acostumbré a las gabardi-nas.

—¡Ah! pero tampoco me regalás violetas ni mecomprás amaretis ¿qué te pasa?

—Ya le dije que nada. Todo cambia.—Pero ¿qué te cambió a vos?—Ha de ser la guerra.—¿La "guerra sucia"?—No hay "guerras limpias" Eugenia.—Y la que ustedes empezaron en el setenta y tres

¿qué? ¿Te acordás cuando uno de tus compañeritos metiró al suelo y me gritó "nena caca" en plena Recoleta?

—Ese era un mal educado Eugenia.—¡Era un vil comunista! ¿O también te olvidaste

que por hacerle la contra a la tía nos quedamos variosdías en lo de tu amiguita la cubana? ¡Si entonces no tedejaron cesante fue porque todos sabían que yo te quieromucho Val!

—Más de la cuenta Eugenia —contéstole tomándo-la del brazo para cruzar hacia el cine Rex.

"Argentina Sono Filmspresenta:

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LA VENGANZA DE LA FE

Con Víctor García como fray Antonio de Castilfemo. Y la actuación estelar de Rosa Avila en el papel de Concepción Guanuco. Dirigida por Gerardo Vallejo”

Reza en la gran pantalla con brillantes letras. Enmedio del silencio el abrir de paquetes de galletas silbidoschistidos. Eugenia me acaricia la mano y reclina su cabe-za sobre mi hombro. Está contenta. "Hace mucho que novenía al cine"- me comenta por lo bajo. "También yo. Casitengo la sensación que esta es la primera vez"— contésto-le y nos hacen callar—. La película comienza:

"Talavera de Esteco. Año de mil seiscientos noventay dos...

Una brisa cálida sopla sobre las márgenes de un ríojunto a un pueblo de casas blancas y veredas de piedra.Las primeras luces se reflejan en la superficie tornasoladade las vasijas llenas de tintes para la lana. Entre sueñosConcepción Guanuco amamanta a su niño y recoge laestera. Unos ladridos le anuncian la presencia de unforastero: es un fraile que se acerca con el sayo raído y loslabios cortados por el frío.

"Sin duda éste viene de lejos" —piensa ella—haciéndose a un lado para dejarlo pasar a su humildemorada. "He venido a predicar la palabra de Dios pero

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dormí a la intemperie porque nadie quiso acogerme" —ledice él— pero ella permanece callada "ningún blancopractica eso que llaman caridad" —reflexiona— recordan-do a su compañero muerto bajo el yugo de la encomienda.

Mediodía: chupándose los dedos el misionero devo-ra a la única gallina que Concepción tenía y se va.

Amanece: Concepción Guanuco descubre que dondela gallina se echaba hay otras más gordas y pechugonas.Grita baila de alegría no puede creerlo. Al fin laPachamama ha escuchado sus ruegos.

La siesta: Hasta las sabandijas enloquecen de calor.Gotitas de sudor se deslizan por el rostro del fraile queespía a Concepción. Ella entierra parte de la comida en unritual y él quiere saber por qué lo hace. Le pregunta si estábautizada pero como la primera vez la india no habla. Else esfuerza por sacarle una respuesta. "¡Lo de las gallinases un milagro de nuestro señor y no de la pachamamacomo creés vos!" —le dice— pero la mujer se encoje dehombros y antes que el franciscano la mande al infiernorompe en llanto: "¡Las gallinas se acabaron padre!"."¡Confiesa abjura! Así la abundancia volverá a tu hogar"—le grita él— amenazándola con una cruz y se marchamoviendo la cabeza.

Cae la noche: El fraile roba de las fincas del pueblopara castigar la codicia de los españoles y convertir aConcepción según cree.

El sol se asoma: En la reducida parcela que ocupa elrancho de Concepción hay vacas mulas cestos con horta-lizas granas y jabón.

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Finaliza el almuerzo: El fraile se sienta bajo la som-bra de un sauce y toca la flauta con gracia. Concepción loobserva con devoción pero su corazón pierde los estribosy palpita enloquecido. Al él lo turba su mirada. "¿Cómopuede ser?¡He alimentado su alma no su carne" —meditaen silencio.

Las últimas luces: Sin darse cuenta ambos yacendesnudos en la misma estera.

Llega la madrugada: Fray Antonio de Castilfemosueña que un toro gigante con grandes cuernos de plataarroja a los españoles de la iglesia incendia las viñas yaplasta las casas. Se despierta sudado y tembloroso. "Heofendido a Dios" —concluye— y se aparta de la india.

El fraile corre desbocado por las solitarias veredasde piedra. "¡Esteco se hundirá a causa de vuestra codi-cia!" —vocifera a los cuatro vientos—. "¡Os hundiréis voscuatrero. Ja ja ja!" —burlándose le contestan.

Por fin regresa al ranchito de Concepción Guanuco."Dios me ha revelado la destrucción de este pueblo. Tomaa tu niño y márchate sin mirar atrás" —le ordena— y ellale obedece.

Trece de septiembre. Diez y media de la mañana... Sin la brisa que viene del río en una total quietud

atmosférica y entre soldados que impiden el paso frayAntonio de Castilfemo es atado al poste de la hoguera. Lasllamas lo envuelven y lo queman "por ladrón y blasfemo"según pregonan. Finalmente su corazón estalla por el grancalor y muere recordando a Concepción Guanuco.

De pronto un estruendo hace temblar la tierra y

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todos huyen despavoridos. En la confusión pierden los ver-dugos sus capirotes los monjes sus capuchos los encomen-deros sus calzas los soldados sus corazas y las mujeres suscapas. El Marapillo ha entrado en erupción.

La india recuesta al niño sobre su pecho y cruza elrío. Pero al oír el gran estrépito del volcán se vuelve haciaatrás y sus ojos estallan de dolor al ver la lava. En sumente el fraile roba gallinas carbonizadas que se hundenjunto a un corazón ardiendo en llamas y sobre su pecho elniño se hace cenizas y también su pelo su piel sus dientessus huesos. Todo lo que antes fuera carne se ha transfor-mado en piedra.

Fin". Aplausos. Luces. Un tanto mareados Eugenia y yo

nos levantamos de las butacas y abandonamos la sala.Afuera llueve.

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IV

SIEMPRE SE VUELVE(Tucumán, 1836 - 1838)

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CUESTA ABAJO(De Tafí del Valle a Tucumán, 1836)

I

Desde las alturas del desfiladero, don ValerianoLaguna contemplaba el ínfimo caserío del Tucumán y seenvolvía en su chal de vicuña para protegerse de la lloviz-na que caía sobre las verdes paredes de la quebrada. Veníabajando del Tafí junto con su tropa, pero se sentía cansado,el asiento de la montura le resultaba duro, y aquel viaje,pesado. "Ha de ser uno de los últimos que haga" -pensaba-. Después de una larga década, al fin volvía, nada más quepara firmar su testamento y recoger la petaca con sus pape-les de ex-gobernador.

La tropa entró por un zanjón que más bien parecíaotro brazo del río, y él sintió miedo por las patas de suzaino, mas como creía que la Virgen del Perpetuo Socorrolo asistía con la astucia natural de sus peones, se tranqui-lizó.

En llegando a la ronda del sur, los indios hacían tin-tinear las espuelas por unas cuantas monedas. Aquelloshijos de la tierra que andaban mendigando a las puertas dela ciudad, eran cientos. El les tenía cariño, y por eso seríaque, ante el griterío de sus peones, ellos daban un paso alcostado dejándolos pasar. Los indios le apenaban y leasombraban, pero la mayoría de los mestizos aún se burla-ba de ellos. "Dios me perdone" —reflexionaba— "no hay

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diferencia entre ambas clases, los criollos ni siquiera sabenescribir. Para mí, si pronto no abren más escuelas, la revo-lución del Buenos Aires habrá fracasado".

En la casa de su finada madre ya le tenían preparadala cuja. La tropa iba llegando, y los tenderos que colgabanlos faroles de papel en la calle, quedaban atrás. Por fin arri-baban, don Valeriano vio los brazos de su sobrina en alto,saludándolo. Mercedes lo esperaba para festejarle el santo,le recibió el chal, el sombrero, y lo acompañó hasta elcuarto. "Pronto serás mi heredera", —le dijo él con triste-za. "¡No diga esas cosas, tío!" —le contestó ella con lágri-mas en lo ojos—, y se retiró pensando que, a la mañana si-guiente, volvería con el mate de leche que tanto le gustaba.Ahora le había hecho traer un caldo de gallina y polvorónde ciruelas.

"¡Que suerte!" —pensó Laguna— mientras Saturni-no le quitaba las polainas "hace fresco para dormir, y nadame molesta, excepto éste que siempre anda metiendo rui-do".

—¿Te acordás del baile de la independencia?—Sí, amito.—¿Qué hicieron con la tolda del patio? Era de un

género bonito, a rayas.—¡Las cosas que pregunta, amo!-, le contestó el

negro, tambaleándose entre risas como una marioneta.—Eso no importa, ¡decíme!—No sé... creo que se la robó la Micaela pa' hacerse

un vestidito.—¡Ya me lo imaginaba!

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Al día siguiente, andando por la calle del Congreso,el ex-gobernador se admiraba de cómo había aumentado lapoblación debido a las migraciones que causaba la guerraentre unitarios y federales. La gente nueva y mal vestidaevitaba las carretas y la peonada se amontonaba en lasveredas. "¡Dejen pasar al doctor Valeriano Laguna!"— gri-taba el negro—, abriéndole paso mientras se dirigían alCabildo.

El secretario de la gobernación salió hasta los arcospara recibirlo, y muchos curiosos se agolparon alrededorobservando el acontecimiento con solemnidad y en silen-cio. Luego los tres hombres entraron, y después de un rato,Saturnino apareció con la petaca, la puso en un carro y ladespachó hacia la casa de los Laguna. "Aquí ya no me que-da nada, después que me festejen el santo, volveré al Tafía cuidar de mis vacas" —le dijo don Valeriano al secreta-rio de la gobernación— y se despidió en medio de inespe-rados aplausos.

II

"Me parezco a los indianos porque adoro el sol de losaltos" —pensaba don Valeriano— mientras sacaba de lapetaca sus antiguos escritos y los ordenaba recordandocuando, desde la galería de su casa taficeña, oía con alegríaesa música que ellos hacían dándose palmadas en la panza.Los indios venían de la cosecha del membrillo a dejar lasfrutas en la despensa para que, después, la Micaela vigila-se las pailas.

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El verano pasado don Valeriano había mandado cien-to cincuenta panes de dulce a la ciudad, por eso sus parien-tes no tenían quejas, ni podían decir que no se ocupaba deellos. "Al fin y al cabo, he tratado a mis sobrinos como ahijos propios. Es verdad que moriré soltero, y que no tuvemás querencia que la de los cerros, pero he sido un tíogeneroso" —se dijo— al tiempo que, en atravesando loshuertos, le llegó el repicar del campanario franciscano.

Las mujeres de la casa se preparaban para ir a misa.El también deseaba ir, pero el airecito de la tarde era trai-cionero, así que mandó a poner una olla con yerba buenaal fuego, "pa' espantar la peste", —como dijo Saturnino altraérsela—. Entretanto, las esclavas trabajaban y cantabana viva voz en la cocina y en los patios, y su ritmo africanose metía en el cuarto de don Valeriano, entusiasmando suscansadas piernas.

"Para mi santo les pediré que me vistan con los jus-tillos de seda florentina, el levitón negro y los zapatos conhebillas de oro peruano. Quiero lucir elegante ante lasdamas que vendrán a tocar las arpas"-pensó- y sin darsecuenta, los sones del pericón en su cabeza le hicieron per-der la noción de la realidad" ¿Dónde están Saturnino y Mi-caela?, no los veo" —se preguntó— y reconfortado por losvapores de la yerba buena, quedóse dormido profunda-mente.

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NI MÚ

I

Me ahogo intento despertar pero no puedo. -"¡Saturnino Saturnino!"- quisiera gritar pero mis labiosno se mueven y como si una lengua de fuego me alcanza-ra con su aliento me arde todo el cuerpo. "¡Madre de Dioslíbrame de esta pesadilla en la que me estoy hundiendo!¡Guárdame Virgen santa!" rezo rezo pero ¿acaso alguienme escucha? Aquí aparte de mí sólo escucho la voz delbendito dragón:

—Por no reparar en la quebrada defendieron elmañana con sus vidas. Así la patriótica armada de deudasy famas quedó coronada. Es que... ¡cómo cuesta cortar elcabestro de las jergas pampas! y echarse a dormir con unmismo gobierno. Deberíamos de tomar ejemplo del gringoque vive pa' sembrar la tierra. Somos un istmo de blandosasientos. ¡Habráse visto tanto primor del carácter!¡Adelante los recuerdos del Nuevo Mundo! que se curenlas llagas. Y ojalá no te olvides Valeriano que debésencontrar a la mujer de piedra antes que llegue a la otraorilla.

—¡Está bien! Pero cómo llegaré a Esteco y con quépretexto.

—Te encomiendo que compiles los versos que aún serecitan tierra adentro.

—¿Compilar versos? ¿Para qué?

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—Para salvaguardar mi voz que es la memoria vivadel pueblo. ¡Ah! y que te acompañe tu prima Eugenia.

II

—Me encanta tu proyecto Val. ¡Yo tengo un graba-dor de periodista que nos viene como anillo al dedo!

—¡Es verdad! y yo tengo un mapa con los pobladosdonde perviven intactos los antiguos poemas.

—Pero Esteco ya no existe Val. ¿Acaso no viste lapelícula?

—¡Ay Eugenia! nunca se lleve de la ficción.

III

—¡Me embarga la impotencia Eugenia! En vanohemos acudido al gobierno para costear nuestro proyecto.De haber sido yo ministro ¡no habría escatimado ni unpeso en rescatar la cultura del pueblo! Y ahora qué hare-mos.

—Podríamos narrar cuentos y cobrar por las fun-ciones.

—¡Lo mismo podrían hacer los campesinos por dic-tarnos sus versos!

—Y qué tiene. Nosotros somos profesionales.—Piense en algo más equitativo Eugenia.—¡Hay que autofinanciarse Val! —Ya sé: ¡Actuemos! Montemos una obrita y la repre-

sentemos en los pueblos. ¿Le parece?

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—¡Sí! Vos bien podrías escribir el libreto.

IV

Mi prima es una caprichosa y no admite que mujerconsentida acaba en la soltería. Pero esta vez reconozcoque tiene razón.

¡Tengo que pensar!... si los campesinos han de trans-mitirnos sus versos... ¡nosotros podríamos devolverles elgesto! recitando otros más modernos. ¡Ay Eugenia! Seríacomo una forma de payar con ellos… pero debería dehablarles en un lenguaje que entiendan de cosas queconozcan que los diviertan y de paso ridiculice a estegobierno que los trata como a ganado. ¡Eso es! ¡Vacas!Ellas serán las estrellas de mi comedia. Entonces ¡a escri-bir!:

"NimúEntremés SatíricoVaca: Eugenia Zavalía.Hacendado: Valeriano Laguna.

Primera escena: Se encienden las luces y suenan los acordes de una

guitarra. Eugenia y yo bailamos una zamba (ella lleva unamáscara de vaca y ropas de chinita. Yo llevo chambergopañuelo al cuello bombachas y botas de carpincho). Luegosalgo y ella recita con una zamba de fondo musical:

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DERECHOS VACUNOS

Nosotraslas vacas del ganado nacionalautoconvocadas en el mercado de Liniers ycon la finalidadde fertilizar los camposdecretamos el parodigestivo.Para nuestro beneficio ypara el las mulas,burros, tapires ymariquitasque habitan el suelode la patria.

Segunda escena: Suena una chacarera de fondo musical. Las luces

caen sobre el sillón de estera donde me encuentro sentadoy aparece mi prima vaca. Me lustra las botas me peina mealcanza el periódico y me sirve la merienda. Luego se va yyo recito:

TERRITORIO NACIONAL

Para ingresar a la zonade influencia vacuna,

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son requisitos:Integrar la manada.Poca plata.Un jarro.Los interesados puedendirigirse al llanopero con un almohadónen el trasero,por si acaso.Si se decide,nunca mire de frentey no hable,ladre.

Tercera escena: Suena un gato de fondo musical. Los reflectores ilu-

minan a la vaca Raquelita que está trepada a un escrito-rio. Aparezco yo la hago bajar la siento en el sillón deestera le acomodo las zimbas le arreglo el vestidito le limolas pezuñas la maquillo… Luego me hago a un costado yrecito:

NALGAS A LA PIMIENTA

Para una vaquillona manequéntodo el mundo

es poco.En la Ruralluce fashion:

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Ella se divierteestirando las patassobre el pradosintético.En Londres, estofada,brilla acaramelada.En París, a la crema,sabe delicadamente agria.En Madrid, pastosa,se ve pesada.Y en Tokio, cierto nipón exótico,se la comemedio crudita.

Fin".

LA MUJER PETRIFICADA

I

El autobús brinca en contacto con el pedregosoterreno que flanqueamos. Ahora gira en una curva y luegoen otra. Por debajo de la lomada los bosquecillos de cebilse van apagando y transformándose en largas hileras decardones que nos vigilan desde la distancia. El calor eldesierto viaja sentado a nuestro lado mientras descende-mos por un verduzco valle. Más allá pueden verse los picosamarronados y el firmamento radiante que se extiendehasta el infinito.

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Por fin llegamos al pueblo de Valbuena. Empero elalojamiento que conseguí a Eugenia no le agrada. -"Aquí¡seguro que hay vinchucas! mirá si me pican"- se queja yme irrita. Sin embargo nada me importa pues ya estamosmuy cerca de las ruinas de Esteco.

El aire perfumado de las serranías juega con lacabellera de los sauces que mecen sobre las acequias y elcanto de las aves que regresan a sus nidos me llena deesperanza. Eugenia y yo vamos andando hacia la escuelaprimaria donde representaremos nuestra comedia.

—¡Mirá Val! ¿Qué será ese humo? —¡Es la escuela mi Dios! Parece que el fuego

manda en estos parajes. ¡Vaya suerte la nuestra!—Y ahora qué hacemos Val.—No sé Eugenia... recemos.

II

Afortunadamente un joven matrimonio del lugar nospermite grabar las coplas que cada uno recuerda. El ento-na mejor que ella. Es el maestro de música de la escuela.Pero a juzgar por su aspecto no me parece lugareño.

—Tiene razón señor mi marido es chino- acláramesu mujer.

—Y qué hace un chino tan lejos de su tierra— pre-gunta Eugenia.

—Sigue su tao señorita— le responde él inclinandola cabeza.

El chino se llama Lin que significa "primavera" y su

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mujer Stella. Nos cuentan que no comen carne y que prac-tican el budismo. Ambos son personas alegres amables ypausadas en el hablar.

—La poesía oral es el sol de los pueblos—, dice Linmostrándonos un cuaderno lleno de los versos que le dic-taron sus alumnos.

—Pero ¡esto es una joya!—Toda palabra de saburía resplandece como un

diamante amigo mío.—¡Es verdad! Si todos fuéramos sabios quizás tam-

bién seríamos felices.—Se ve que usted es un hombre inteligente señor

Valeriano. Justamente éso es lo que creemos los budistas.Pero dígame algo: Además de compilar versos… Qué otracosa los trae por acá.

—¡Vinimos a pasear!— dándome un codazo le con-testa Eugenia.

—Y también nos interesa saber más sobre ese mitode la mujer de piedra— agrego yo reprendiéndola con unamirada de reojo.

—¡Ah sí! Esa leyenda es muy famosa por aquí. Losviejos conocen bien la historia. Algunos dicen que todavíaanda por el río y que cuando un baquiano la alcanza consu fusta su cuerpo de piedra volcánica chispea sangre.

—Y usted… personalmente ¿alguna vez la vio?—No. Pero los viejos también dicen que se la puede

ver si uno bebe el "Pedrito".—¿Qué es eso?—Una infusión alucinógena.

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—¿Usted la tomó?—No.—Pero habrá oído algo más. Cuénteme por favor. —También dicen que cuando llegue a la otra orilla

será el fin del mundo—Eso ya lo sé. Hábleme de esa infusión.—El "Pedrito" es mágico y bebiéndolo uno puede

comunicarse con todos los espíritus de la tierra. Suelenprepararlo con el cactus del mismo nombre que cortan dela ladera de un cerro bajo. Luego le quitan las espinas lamembrana y el corazón. Después lo hierven a fuego lentoy una vez frío se lo beben.

III

¡Me tomo este "Pedrito" por el bien de la patria yamén! ¡Carajo! estoy viendo todo rojo en esta casa ahoraverde. ¿Qué fuego es ése? No puedo moverme. Dentro demí hay pantanos. ¡Qué asco! Necesito vomitar. Con loshigos secos que comí esto me va a matar. ¿Qué hora es?No pegué un ojo en toda la noche. Prepararé un mate.¿Dónde está la menta? Iré al patio a buscarla. ¡Qué buenaire! ¡Buen día señora gallina! ¡Buen día rey sol!... Conpermiso doña acequia ¿anda usted bien? ¡Doña higuera!¡Qué arrugada está! permiso permiso. Nada más quierohierbabuena y me voy.

—¿A dónde va el señor gobernador?—¿Quién es? ¿Quién anda por ahí?—Fziii fziii fziii. ¡Aquí sonso aquí! En el tronco de la

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higuera.¡Ya lo veo! es un hombre de barba rubia y pequeñi-

to. Se acerca. ¡Ay! me golpea los tobillos con una varadorada. Ahora desaparece.

—¿Quién es usted? ¡No me moleste! Corto la mentay me voy.

—¡Mentiroso!... Vos andás buscando una mujer…yo lo sé.

—Y... ¿cómo lo sabés?—Porque yo la conozco.—¿A la mujer de piedra de Esteco?—¡Sí!...—Llevame con ella ¿podés? —Pero no quiero.—¿Por qué?—Primero convidame tabaco y después te llevo.

IV

El aire de la mañana va despojándose poco a pocode las brumas del alba y poblándose con el trinar de lasaves. El duende se niega a entrar al río y me da otro golpeen los tobillos en obligándome a seguir solo. La correnta-da intenta derribarme. Me aferro a troncos piedras lo queencuentro. En el medio del lecho está ella desde aquípuedo verla. A sus pies el agua es clara y mansa los pecesjuegan dan vueltas. Parece dormida dentro de una obsi-diana transparente. Me aproximo y le hablo al oído: "Soyun peregrino que busca tu voz. ¡Despierta despierta!".

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Ella comienza a moverse. Las aguas se agitan y hacen unruido ensordecedor. De la mole se desprenden gránulos dearena y partículas fosforescentes que caen y flotan sobreel río cuan manto de estrellas. La mujer de piedra ha reco-brado su forma primigenia.

—¿Quién interrumpe mi reposo eterno?—Yo el doctor Valeriano Laguna.—¿Qué deseas de esta pobre apacheta mi señor?—Saber dónde está la perla de los comechingones.—Pues sepa su merced que está sepultada en tierra

de blancos muy lejos de aquí.—Pero dónde mujer.—¡Mi señor!... le suplico no me obligue a decir más

o los seres de las tinieblas duplicarán mi tormento.—Si no la encuentro se perderán miles de vidas.

¡Decime!—¿Su merced es misionero?—No. Yo soy el libertador.—¡Dios bendito! entonces sí mi señor. La perla está

debajo del altar de San Ignacio donde soplan los airesbuenos y amarran los barcos extranjeros.

LA FIESTA DEL SANTO

I

Aquel seis de diciembre ya de mañana muy tempra-no comenzaron con su barullo las mujeres de la casa.

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Mientras dos negras encargábanse de lavar los patios, otrasdos, arrodilladas sobre el piso de la sala, sacábanle brillo alos baldosones con una mezcla de grasa de vaca y polvo detierra colorada. Entre los fogones de la parte trasera anda-ba la Micaela dándole órdenes a las cocineras, pues para eldía de San Nicolás la niña Mercedes había solicitado unmenú especial. Aparte de las jugosas empanadas tucuma-nas, era de uso y costumbre preparar un pastel de anco conlos zapallos que días antes habían mandado a traer de quin-tas santiagueñas. Así pues, en tanto el negro Esteban dis-ponía de las brasas dentro del gran horno de barro que esta-ba junto a los huertos, las cocineras freían cebollines ver-des junto con abundantes trozos de pollo y, por otra parte,hervían los orejones de duraznos secos que le darían eltoque agridulce al plato preferido de don Valeriano.

Empero, ni los gritos de las esclavas, ni el ruidaje delos baldes, ni el trinar de los cardenales que alegraban lasgalerías, lograban sacar a don Valeriano de sus profundossueños, tuvo Saturnino que abrir de par en par las puertasque daban al patio, para que entrara al cuarto la potente luzde diciembre; luego, en dirigiéndose con sigilo hasta la cu-ja de su amo, pasóle por la cara una escobilla de plumas deganso, y díjole entre risitas contenidas: "Buen día, amito.Y tenga muchas felicidades por su santo"

De ese modo, aún perturbado por la pesadez de lossueños que rodaban en su cabeza, abrió sus ojos don Vale-riano, pidió agua, y después de beber unos cuantos sorbos,contestó: "Gracias, Saturnino, sin duda sos el más leal demis criados. Que San Nicolás también te bendiga en este

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día, y ahora apurate en vestirme que pronto han de llegarlas damas para festejarme el santo".

Sin detenerse en explicarle que las damas a las que élse refería vendrían a saludarlo recién a las ocho de lanoche, Saturnino trajo una palangana con agua perfumada,quitóle el camisón de lino, y en ayudándose con una toalla,con gran destreza fue higienizándole las partes. Despuésarrimó la navaja junto con el jabón de vaca, y le rasuró lacara.

A pesar de los dolores propios de su edad, el doctorLaguna no se quejaba, pues bien sabía de la importancia deese día, así que, aunque los movimientos de su esclavo enmucho lo incomodaban, él oraba en silencio para mantenersu fortaleza y buen humor.

Finalmente, al cabo de un largo rato, Saturnino loayudó a incorporarse y comenzó a vestirlo: primero le pusola camiseta y los calzoncillos largos, luego la camisa bor-dada con hilos de plata y los justillos de seda florentina queél tanto apreciaba, y al fin los zapatos con hebillas de oroperuano que había lustrado la noche anterior. "Ahora, pei-name y empolvame la cara" —dijo don Valeriano—, y así,hacia el mediodía quedó listo el dueño del santo.

II

Asistido por su esclavo, salió hasta la galería don Ni-colás Valeriano para que los moradores de la casa le pre-sentaran sus saludos y él les diera su bendición. La prime-ra en aparecer fue su sobrina doña Merceditas, con el pelo

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recogido y los hombros descubiertos por la calor, al ratollegaron las hermanas Gertrudis y Nicolasa que, como eranya mayores, aparecieron en compañía de sus criadas. Atodas don Valeriano besóles las manos, y cuando las prin-cipales de la casa cumplimentaron sus saludos, llególes elturno a los criados, en total unas siete esclavas negras yotros tantos peones que, arracimados en un tímido grupojunto al aljibe del patio, hiciéronle una gran reverencia a laque el doctor contestó con un "Que San Nicolás a todosproteja".

III

Hacia las dos de la tarde, el grupo de familiares seencontraba sentado en la galería degustando las jugosasempanadas tucumanas y conversando alegremente detiempos idos, mientras dos negras los aliviaban de la calorcon grandes pantallas de palma santiagueña.

—Bien inspirada debió de estar nuestra madre, queen paz descanse, al bautizarte con el nombre de Nicolás —aseveró doña Gertrudis.

—¿Por qué decís eso, hermana?—Porque San Nicolás es tenido por "protector y de-

fensor de los pueblos".—¡Ay, mi niña!, si nuestra madre se hubiera imagi-

nado los sinsabores que me iba a causar la política, mehabría dejado el Valeriano nomás.

—No diga eso, hermano, que más de una vez ustedle sacó las papas del fuego a esos tontos cabildantes-, inter-

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vino doña Nincolasa, y todos rieron.

V

La oración caía con sus destellos de oro y rubí sobrehuertos y tejados, y mientras daban las ocho, la sala de losLaguna concluía de vestir sus galas, ya por las arañas ycandelabros cuya plata destellaba, ya por la caoba lustrosade las mesas con patas de animales, o por el brocado degraciosas flores estampado que tan bien cubría sillones ybutacas.

Y así, mientras cuartos y patios se iluminaban, fue-ron llegando los invitados: el señor gobernador con suesposa, el secretario —aún soltero—, don Martín Lagunajunto con dos frailes franciscanos, el doctor Redhead, doñaFilomena Quesada y doña Uwaldina Hernandarias, de lascuales, la primera tocaba el arpa y la segunda cantaba.Algún coronel tardó en llegar, pero para entonces la sala yaestaba colmada entre amigos y familiares.

Después que pasaron las porciones del pastel deanco, vinieron los comensales a deleitar su paladar contabletas de leche y gaznates, mientras las damas ameniza-ban la reunión con sus sones y cantos. Empero, al dueñodel santo los ojos iban cerrándosele y la cabeza inclinán-dosele.

"¡Saturnino!, lleva al tío a su cuarto"—ordenó doñaMerceditas por lo bajo—, y sin que los tertuliantes lo nota-ran, con sus fuertes brazos el negro levantó al anciano, lodepositó en la cama, le quitó las ropas, y allí lo dejó para

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que, en paz, soñara.

EL VIENTO DEL FINAL

I

Desde aquí veo un enorme almácigo de torres des-plegadas frente al puerto. Planeo. Ora soy gaviota oracometa. Giro me doy vuelta y hago piruetas en el aire. Depronto una ráfaga me empuja hacia abajo y otra me aspi-ra hacia arriba. Vuelo recostado sobre las nubes y con mimano abierta las acaricio hasta que sus blancas crestas sedesarman. Sin embargo toda esta luminosidad me ence-guece.

Ahora alguien viene caminando por sobre el techocelestial de Buenos Aires y me saluda desde lejos. Es unaseñora rubia que lleva un gran miriñaque de tafetán viole-ta. Sus finos hombros están desnudos sus manos enguan-tadas y su cabellera sostenida por una diadema de bri-llantes. Es toda hermosura y tierna elegancia beatífica. Sedesplaza escoltada por un grupo de piadosas enfermeras yjunto a sus pies descalzos flota una cinta que reza: "Laabanderada de los humildes". Para mí que es la VirgenMaría.

"La Madre de Dios está mucho más arriba descan-sando sobre rosas de energía crística. Yo soy Lady Evitaservidora del Rayo de la Misericordia" —me dice lamagnífica señora en señalando el haz de luz que emerge de

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su entrecejo— "resido en el Templo de la Iluminaciónsituado encima del lago Titicaca en el éter de Los Andes.Pero como siempre recuerdo que en la tierra amé con todomi ser al pueblo argentino cada tanto visito esta parte delcielo". De sus dedos brotan dorados rayos que penetranlas nubes y caen cuan lluvia de estrellas sobre la gran ciu-dad.

—¿A qué rayo sirve usted?—Al del inmaculado rostro de la patria.—¡Qué bien está eso compañero! Entonces ambos

somos extensión de la misma entidad viviente. ¡Venga!Sígame.

Volando junto al cortejo de Lady Evita contemplopedazos de la América Latina por entre los claros de lasnubes: ciudades como nidos colmados de huevillos.Montes y selvas como cabelleras mochitas y verdes y cua-draditos marrones o amarillos surcados por las nervadu-ras de arroyos y ríos.

De pronto una diáfana presencia solar sacude el fir-mamento entero y todo el grupo inclina sus cabezas. Ya sedivisan los pilares del Templo de la Sabiduría reverbe-rando como cirios pascuales sobre las aguas serenísimas.

"En poco tiempo más toda la humanidad volverá suatención hacia estas montañas donde el Todopoderoso cre-ará un nuevo edén" —afirma Lady Evita— mientrasmaravillado contemplo el flamear de la imponente llamadorada de la Sabiduría y un coro de voces angelicalesquerecita:

"En el Nombre de Mi Amada Presencia Yo Soy invo-

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cando la asistencia de los Amados Directores de los sieterayos. Arcángeles Elohims y Complementos haced de laAmérica del Sur una bella habitación y hogar para loshombres y mujeres de la séptima raza. ¡Gracias Padre yamén!".

II

Montado en una carroza de fuego el zonda medevuelve al firmamento argentino donde oscuros nubarro-nes me empujan a la tierra. No tengo cuerpo soy tormentaardiente viento que lucha contra las gélidas bocanadas delsur. Me filtro en oficinas y corredores. A mi paso los pos-tes tiemblan los árboles se quiebran. "¿Quién vive?" —pre-gunto pero nadie me contesta— parece que la gente hubie-ra perdido su voz mientras la mía es un bramido ensorde-cedor que agita el Plata y chilla contra quienes buscan susalvación en el juego: "¡Carajo carajo carajo!"

Ahora caigo como chicote sobre los que andan ha-ciendo sebo y mi voz se transforma en tormenta que casti-ga los mafiosos, golpea las persianas de la Casa Rosadatranca los sumideros se trepa en los escritorios e inundatoda la ciudad con algas luminosas y verdes. "En elNombre del Amado Arcángel San Rafael con su rayo sana-dor destrono para siempre la injusticia que reina en estatierra" —grito— y emblanquece mi aliento. Ahora soyviento patacón.

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III

En el patio del colegio militar hago castañetear a loscadetes que parecen tiroleses corriendo detrás de sus cua-dernos. "¡Se van a engripar muchachos entren!" —les or-dena un sargento— pero ellos se resisten me entregan aero-planos de papel y sueñan..."¡Otrovión otrovión!" —silboraspo sus cortos cabellos y los sigo adentro.

"¡Oíd, dorada juventud!" —exclama un lacónicoprofesor— "el general nos advirtió de este mal tiempo. Enel discurso del estadio nos dijo que seríamos presa de lastinieblas ¡y se vino este apagón! Recuerden que él es nues-tro conductor señores ¡y repitan!: "Soy culpable del maluso de la energía perdóneme señor".

Además también deben recordar que él nos salvó dela erupción generalizada de volcanes subterráneos ¡y dela guerra civil! Incluso el programa que ustedes cursan fuecreado por él. La reconciliación de este país la refinancia-ción de la deuda externa y la reencarnación de Sarmientoen un lustrabotas de Constitución ¡Todo se lo debemos algeneral! ¿Quién es nuestro conductor? ¡Contesten!".

—¡El general el general!—Profesor... ¿Esto es lo que le enseñaremos a nues-

tros hijos?—¡Lógico cadete!—Pero ¿Cómo les explicaremos que para formarnos

en las armas tuvimos que obedecer a un presidiario y no alpresidente? Eso es anticonstitucional ¡Yo no entiendo pro-

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fesor!—¡No cuestione cadete! Esa es la historia y así me

ordenaron transmitirla. "¡Otrovión otrovión!" —silbo en medio del salón—

pero me da la impresión que nadie me escucha...—Yo sí. Y también los otros pero no hablarán con

usted porque el General dijo que en un país tan rico nohace falta respetar la constitución.

—¡Carajo con vuestra educación!- chiflo en el salóny despréndese un plafón que cae sobre la cabeza del lacó-nico profesor.

—¿Usted es quien robó las hojas de mi manual dehistoria?

—¡Sí señor!—¿Por qué?—Porque quiero saber qué ocurrió con los patrio-

tas.—¡Ah! Eso no lo sé pregúntele al profesor- contés-

tame el alumno preguntón mientras me hago ventolina yme escurro por el tragaluz.

EL ESCOCÉS

El doctor Readhead no le daba ninguna importanciaa los sueños que Laguna le había contado. Se esforzó enexplicarle que los causaba la fiebre, le pidió que sacara lalengua, y también que le mostrara las manos. "Felizmente,el pasmo se le ha ido, y ese zumbido tan molesto que escu-

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cha cuando se pone de costado, es por las sales que le estoydando" —le dijo—. Entonces, sus palabras le levantaron elánimo, y pensó que después de todo no había ningúndragón en su cabeza, pero luego recordó uno de los últmossueños y dudó, sin embargo, ¿para qué atreverse a pregun-tarle nada de nuevo?, no sea que terminara aislado en lapieza del fondo de la casa, como le pasaba a los parienteslocos. "¡Déjese de pensar tonteras, don Valeriano!, suspesadillas no tienen ningún significado" insistióle el facul-tativo como adivinando sus pensamientos, mientras conSaturnino lo ayudaban a incorporarse. Las calenturas lehabían secado la boca y casi no podía hablar, así que tomóla medicina sin protestar.

Al principio, el doctor Readhead había creído que lasfiebres se debían a un exceso de la bilis negra, y por eso lehabía practicado varias sangrías. En ese entonces fue cuan-do le aseguró que su excesiva pasión por la política era lacausa de sus males, y le recetó dedicarse a su hacienda yvivir en los valles. Mas, sólo ahora, se había dado cuentaque el posible origen de la enfermedad era el "paludismolarvado" o "paludismo de la frontera", contraído por La-guna varios años atrás, cuando viajaba a Salta, en atrave-sando los pantanos de Rosario de la Frontera, para aseso-rar al gobierno.

"Puede que haya estado bien cierto" —reflexionabaLaguna en medio del sopor—, "siempre me tragué las a-marguras para no claudicar. Ha de ser por eso que todos losdías me duele la panza". Empero ahora, desconfiaba deque, para sanarse, bastaría con los polvos de la condesa.

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"No sé... si por mí fuera, regresaría a Tafí ya mismo, a queme curandee la Micaela" —le dijo a su médico con un hilode voz— en tanto se le ponía la piel de gallina de sólo pen-sar que, durante la siesta, lo haría bañar. Mas, no podíacontradecir las órdenes del escocés, pues no tenía fuerzaspara pelear, y sabía que las aguas de eucalipto lo aliviaríanun poco más.

"¡Que no haya mujeres por ahí cerca!" —le ordenó elmédico a Saturnino—, quien estaba ocupado en llenar latina. "¡Me van a dejar como a perro pila! ¡Mi Dios, qué pro-blema vuélvese la higiene cuando uno envejece!" —se dijoLaguna con resignación— y se entregó a los fuertes brazosde su esclavo. "Después de secarlo, dale una leche con ra-lladura de limón, y que se acueste" —agregó el doctor—,y el negro se retiró con las toallas en la mano. "¿Acos-tarme?, ¿para qué?, si desde que he vuelto al Tucumán loúnico que hice es dormir" —se quejó el enfermo— sin queel médico le prestara atención, pues doña Merceditas habíaentrado a la habitación.

—Sigan dándole un gramo de sales por día—, le in-dicó el escocés a la atractiva joven.

—¿Y esos manojos de eucalipto que hay en la coci-na?, ¿qué tenemos que hacer con ellos?-, le preguntó ellacon preocupación.

—Son para los emplastos, niña. Pero usted no se in-quiete que eso es tarea de Saturnino—, le contestó él, fin-giendo una reverencia de despedida, y la invitó a salir alpatio.

"¡Qué malandrín este gringo!, ha conseguido que mi

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sobrina lo acompañe hasta la puerta. ¡Sonso!, cree que noadivino sus intenciones, como si yo no supiera que andaarrastrándole el ala. ¡Pero no me importa!, lo único quedeseo es volver a mi casa taficeña. ¡Vaya santo que fes-tejé!, y encima aquí sólo. Soy una especie de preso, comode los sueños nomás." —caviló el enfermo— en observan-do por la puerta entreabierta las siluetas del médico y dedoña Merceditas. "¡Que descanse, don Valeriano!, mañanalo visitaré de nuevo" —le gritó éste desde el patio— yjuntó las dos hojas de madera. "Mejor así." —se dijo Lagu-na— y, agobiado de tanto trajín, otra vez se quedó profun-damente dormido.

LA MUTANTE

Verdaderamente me siento como un alma en pena.Pues andando sin cuerpo la brisa me ha secado el pensa-miento. Pero al verme reflejado en un charquillo recuperola memoria y también mi digno porte de abogado. Sobre elcordón de la vereda varios gatos se pelean por restos dealimento y la pobreza silencia la calle Defensa. Ahora algoenorme planea sobre mi cabeza en aterrorizándome con surostro de serpiente y en amenazándome con la flama desus ojos. El dragón bate en el aire sus emplumadas alas dequetzatcoalt y me habla con voz de trueno:

"Por sobre las advertencias de los profetas ¡La in-justicia ha descendido sobre este pueblo! Es la autoritariasombra del mercado que vive de concesiones forestalesrueda alegre por la nave nocturna marcha con los favore-

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cidos de los bancos y hasta los organiza. ¡Pero que no seengañe! No tiene apoyo la tiraremos al río y entonces lassendas intelectuales nunca tan maravillosas se pronun-ciarán. Con dolor exhibiremos el blasón de nuestra carneporque los charlatanes nada solucionan. Si hacen la revo-lución se neutralizan en su seno ¡Ni siquiera despilfarran-do resuelven los problemas! Ya no pueden encubrir suintolerable ociosidad. ¡Qué débiles son sus paredes!".

Al oírlo un gran calor me sale del pecho como si elmismo sol emergiera de mis entrañas e iluminara todo SanTelmo. Casi tengo la sensación de estar despierto. Pero no.De nuevo soy un chiflón rumbo al atelier de PatriciaMiraflores. Cruzo la calle Chile me arremolino en la SanLorenzo y mientras subo las escaleras del conventillo pien-so si estos patios me reconocerán o como yo de nostalgiahabrán muerto.

Escucho ruidos. Creo que provienen de aquella per-siana y me acerco. Allí hay luz. Me parece que unos ojosse asoman y alguien abre. "¿Valeriano?" —me preguntauna voz tímida y familiar. "¿Patricia?" le contesto. "No no.Soy yo la Gaby Kreys. ¿Te acordás de mí?". ¡La GabyKreys! ¡Increíble! ¡Es ella! Mas tiene otro aspecto ¿quéhabrá hecho con su roja cabellera y con sus pestañas demascarita candombera? Ahora habla como una dama yoculta su cara detrás de un abanico a lunares. Sus movi-mientos son pausados y sus gestos me inspiran una con-fianza que antes no le tenía. Me hace pasar coloca su gatosobre mis piernas y mientras la observo se me ríe.

"¿Sabés que mis vidas pasadas ya no me torturan

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más? Al fin superé el karma de cuando fui la reina del Ni-lo" —me dice— dándome con un gesto su aprobaciónpara que me entretenga con su felino. Ahora agrega: "nome reconociste porque estoy delgada ¿verdad?" gira y sequeda quieta como posando para un figurín de revista mascuando torna a moverse descubro a la misma Gaby queconocí en el barrio de Congreso y la beso. Por fin tambiénmi nostalgia perdió su peso.

"Me pasaron de cosas después que te fuiste..." —mecuenta ahora desde el diván de en frente— "Sobre todo mecansé del espectáculo. Es que al final de cada función mesentía vacía insatisfecha. Aunque ganaba bien y me levan-taban tipos lindos algo me decía que desnudarme ya noera lo mío. Pero no quería pensar en eso y seguí trabajan-do en lo mismo hasta que una mañana me asustaron misojeras y tuve que acudir a la bruja de Flores ¿te acordás?Ella me aconsejó hacer una peregrinación para reencon-trarme conmigo misma y viajé a Egipto. Durante tresnoches vomité negro al pie de las pirámides. Entoncescomprendí que mi karma había mutado y que debía serterapeuta holística".

Misia Gaby Kreys se abanica recostada sobre sucanapé granate y de a ratos agita sus encajes porque elBuenos Aires está muy sofocante.

—¿Qué horas están siendo? —pregúntale a su es-clavo gato.

—Las cinco en punto amita- contéstale él mientrasle coloca otro almohadón debajo de la espalda.

—¡No no! ¡dejá eso! mejor alcanzáme la mantilla

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carmín que voy a salir.—Acuérdese de la cuarentena amita.—Tenés razón ¡qué fastidio!—¿Se siente aburrida doña Gaby?- pregúntole

entretanto saboreo otro amargo.—No don Valeriano... ¡estoy trancada! por culpa de

este gobierno que me tiene encerrada. Desde hace mesesque deseo embarcarme a Río pero no me dejan. En vez delpasaporte el Restaurador me envía rosquetes. ¡Por esoestoy trancada!

—Y ¿por qué se quiere ir tan lejos?—Porque en esta pampa bruta el gobernador hace

la voluntad del clero y para encontrar marido yo hice tra-tos con el santo de los negros.

—¡Dios la perdone misia! Y ¿qué santo es ése?—¡Gato! Andá a traér el bulto y mostrále al doctor

la imagen que tengo.—¡Jesucristo misia Gaby! Pero ¡si es San Antonio!

¡Y mitad rojo mitad negro! ¡Y con cuernos!—Ese no es San Antonio doctor. Es "Vará" el dios

del sexo.—¡Santa Madre! y... ¿le dio resultado? Digo ¿le

consiguió marido?—No. Por eso debo de ir a Río a verlo para que me

haga el milagrito.—Ahora entiendo doña Gaby. ¡Las brujerías que

hacen en el Buenos Aires!—Así es don Valeriano. Los europeos las llaman

"terapia holística".

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LA ANALISTA

I

La Gaby Kreys me ha contado que PatriciaMiraflores no vive más en estos Patios de San Telmo. Medijo que aturdida con los ruidos de la genteinsecto marea-da y casi enferma por mi ausencia decidió emigrar aCapilla del Monte en las serranías cordobesas. Tambiénme dijo que tenía la esperanza de conectarse con losHermanos de Luz. Seres que son como ángeles y que pro-vienen de un mundo espiritualmente más evolucionado queel nuestro. Sin embargo yo todavía no me explico todo estoy mientras intento hacerlo otra vez el dragón ruge en micabeza:

"La verdad es toda oídos necesaria austral ¡tuya!Pacifica al que se le resiste haciéndole justicia y allí radi-ca su secreto. Padecen los que quieren. Pero los arrogan-tes se aseguran la supremacía arrojando la molienda a labajeza de la guerra. Su construcción es hostil y tiene lamirada del ruin. El mal que veo no es social sino de cre-encias. ¿Acaso un gorrión los salve porque los vea llorar?¡No! Yo le daré la voz capitana a los excluidos les marcarésu rumbo y enseñaré la paz. A la vieja Argentina no lequeda más que pensar en el polvo. ¿Qué hará con sus ves-tidos? Se desgastan porque su obra es realizar el veneno.¡Cerros como brazos para el brazo del pobre! Al país diríayo tenés que sentirlo en todas partes así que... ¡mordé

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escuchá y alzá tu mirada! La nueva Argentina va".

II

—Patricia leía mucho sobre los Hermanos de Luz-me dice la Gaby Kreys.

—Lo sé. Pero no creo que los haya visto. Únicamen-te los santos pueden ver a los ángeles-, le contesto.

—Eso sostienen los fundamentalistas. Es verdad.¡Claro! ¿Cómo Patricia una chica bohemia podría ver alos ángeles? o en todo caso una travesti como yo ¿cómopuede sanar el alma? ¡Qué estupideces decís Valeriano!Cualquiera que tenga fe puede ver a los Hermanos. ¿En-tendés ahora por qué soy una militante de la New Age?Nosostros practicamos la tolerancia y sabemos que cadauno puede elegir su propio camino para llegar a Dios.

—¡Está bien! Disculpeme. Pero... ¡mire! ¿Qué esesa luz?

—¡Ay es verdad! ¡Qué hermoso! Es una manifesta-ción de Lady Evita. Patricia tenía razón ¡Vos sos uno denosotros!

—No sé Gaby… A mí la única diosa que me interesaes la Patria Argentina.

III

Sentados en el bordillo de la plazoleta Dorrego LaGaby Kreys y yo contemplamos el titilar carmesí de Venusla Cruz del Sur que se inclina hacia el puerto y las tres

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Marías que juegan a las escondidas sobre el oscuro pañodel cielo. De tanto en tanto me encuentro con sus labiosque anhelan un amor extraterrestre. "Quisiera que venganlos Hermanos y me lleven a un planeta donde no discrimi-nen a los travestis"—me dice— mientras nos levantamospara deambular por la tibia noche de San Telmo.

Ahora nos detenemos junto a la vidriera de una tien-da de antigüedades fascinados con un gran espejo depatas de león y marco dorados. "Esa camisa te queda bár-bara pero le falta algo" —observa— y debajo del cuelloprende un hermoso alfiler de plata. "¡Ahora sí que estás ensintonía! Miráte". Es cierto. Unicamente me faltan taconesy peluca para imitar a los aristócratas franceses. "Teparecés a la Gran Bestia Pop de los Redondos" —agre-ga— y entre carcajadas ensayamos unos cuantos pasos derock.

Empero me cuesta interesarla en los asuntos de larevolución. Cada vez que le hablo de la patria me contes-ta diciendo que ya nadie canta el himno nacional comple-to y que si bien las provincias siguen unidas el pueblo notiene salud.

—Entienda que como madre de la República la Pa-tria está encinta nuevamente y debemos asistirla en elparto.

—¡Ay Valeriano! ¡Qué loco estás! Cuidáte de esemesianismo que desequilibra tu cuerpo mental. Y mirá sien la Argentina no nos habrán metido el perro con seme-jante verso. ¡Refundar refundar! ¿refundar qué Valeria-no?.

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IV

Recostado en su diván confiésole a Gaby Kreys misconflictos sentimentales:

—Amo a Patricia como si fuese una jovencita queme traiciona con otros pero después la perdono y vuelvo apensar en ella. Por eso a veces me parece una tonteríaluchar por su amor y también por eso me entrego decorazón a la revolución.

—Bien bien. No me digás más. Ahora intentá visua-lizar la situación y contáme qué ves.

—No sé... creo que una perla que brilla dentro de mipecho...

—¿Qué más?—Es pequeña pero tiene la potencia de una estre-

lla....—Relajáte. Imaginá un lugar. ¿Qué ves ahora?—El pórtico de una iglesia y damas con mantillas

saliendo de ahí.—Seguí.—¡Ya estuve allí! conozco esa iglesia.—¿Recordás su nombre?—¡Sí! Es la de San Ignacio. La de los padres jesui-

tas y la perla está ahí. ¡Ahora recuerdo todo!. Tengo queir a buscarla.

—No Valeriano. No tenés que buscar nada fuera devos todo está dentro tuyo.

—Pero esa perla no.

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—Y ¿para qué querés encontrarla?—Para despertar al dragón que azota al mundo con

sus designios.—¿El dragón? ¿Qué dragón?—¡Vos no entendés nada!—Calmáte... Mirá… será mejor que hablemos con

fray Eusebio. El sabe de los jesuitas más que yo—, con-cluye la Gaby Kreys abre las persianas y se quita el sacode analista.

LA VISITA DE NUESTRA SEÑORA

I

En medio de la sofocante siesta un lejano retumbarde cajas y una que otra difusa letanía fueron poblando laestrecha calle del Congreso. Cubiertos de polvo hasta lascejas, distintos grupos de indios, criollos y negros —de losdiferentes pueblos del Tucumán adentro— en andas traíangraciosas imágenes de la virgen María. Algunas llevabanmantos bordados con hilos de oro y plata, otras se veíanmás modestas, pero todas tenían su pedestal hecho de colo-ridas flores y lloronas velas. Al son de las cajas balanceá-banse las Marías, mientras los nubarrones veraniegos daban alivio a los sudorosos cuerpos, pero también amenaza-ban el andar confiado de los misachicos.

Después de andar un trecho vino uno de los grupos adetenerse en frente del solar de la Independencia, y de

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entre la gente irrumpió un cura a golpear la puerta. Del otrolado, advertidos como estaban los habitantes de la casa,salió doña Merceditas a recibir a los promesantes. El cura,que era su tío don Martín Laguna, saludóla con grandesgestos, y ella, en sabiendo que el cansado grupo venía deTrancas, mandó a abrir de par en par las pesadas puertas.Así pues, todos aquellos cristianos ingresaron hasta elpatio de la casa donde, entre señales de la cruz y ruegos,las negras les dieron de beber agua fresca.

II

—¿A qué se debe tanto vocerío?-, inquirióle el doc-tor Laguna a Saturnino.

—Son los del misachico que vienen de Trancas,amito.

—¡No me digas que ha llegado mi hermano cura!—Justamente, amito.—Vení y ayudame con esta bata, que no es propio

recibir a un hombre de Dios en calzoncillos.—¡Pero, amo!, no pensará salir al patio con esta

calor, puede que le regresen las fiebres.—¡Malhaya la hora en que me volví viejo! Tenés

razón Saturnino—, concluyó entristecido don Nicolás Vale-riano, mientras el negro le ayudaba con la bata y, al mismotiempo, alguien llamaba a la puerta del cuarto. Era el curadon Martín Laguna quien, en aproximándose con los bra-zos extendidos, abrazó a su hermano lleno de alegría. Unhilito de lágrimas recorrió las mejillas de ambos hombres

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y, en secreto, díjole el cura a don Valeriano: "Te traigo unavisita, ya verás".

Así pues, inmediatamente detrás del sacerdote,ingresaron cuatro negros cargando una bellísima imagende la virgen morena, la cual depositaron junto a una venta-na. Luego entraron las mujeres de la casa: Merceditas y lashermanas Gertrudis y Nicolasa, encendieron las velas y sedispusieron a rezar los gloriosos misterios. Don Valeriano,afecto como era a los preceptos de la Iglesia, olvidóse unmomento de los peligros de las fiebres y unióse al grupocon unción y gran respeto.

Finalizadas las oraciones, quedáronse solos los doshermanos hablando sobre cuestiones vinculadas a los cam-pos. Era evidente que don Valeriano en mucho extrañabasu casa taficeña, los días soleados durante los que, mien-tras tomaba mate de leche, se le pasaban las horas contem-plando los cerros; las yerras invernales que casi siempreoriginaban alguna fiesta, la cosecha del membrillo y de losdurazneros, todo aquello era motivo de nostalgias y recuer-dos. Don Martín, en cambio, trataba de contentarlo con elrelato de las simplezas en las que creían los indios, supers-ticiosos por naturaleza, según decía.

—Y esta imagen de la Madonna, ¿dónde la conse-guiste?—, preguntó don Valeriano.

—La verdad, no lo sé. Cuando el señor obispo envió-me a Trancas, ella ya estaba en la capilla. Los lugareñosdicen que unos indios la encontraron en el monte, enclava-da sobre un montón de piedras. Pero… ¿Por qué me lo pre-guntás?

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—Porque tengo la impresión de haberla visto antes.—¡Hombre, claro!, cuando me visitabas de camino a

Salta, ¿o ya no te acordás de eso?—Sí, sí, claro que me acuerdo. Pero no es eso a lo

que me refiero.—Si no…—No sé cómo explicártelo, hermano… Esta no es la

Virgen del Valle. Su verdadera advocación es la de NuestraSeñora de los Sueños.

—Pero, ¡qué decís!, de no ser que somos hermanos yque, como yo, ya estás viejo, te acusaría de blasfemo.

—No te pongás nervioso, Martín! Es que he visto aesta misma Madonna en mis sueños.

—¡Ah, es eso! El doctor Readhed ya me habló de tuspesadillas. Son cosas que te provocan las fiebres, pero detodos modos, que sueñes con la Virgen es algo bueno, hade ser que ella te protege por lo buen cristiano que sos-,concluyó el sacerdote, dióle la bendición, besólo en lafrente y retiróse para unirse a los promesantes que ya rei-niciaban su marcha rumbo a la iglesia matriz.

III

De aquella forma, quedóse en soledad don Valeriano,con los ojos fijos en la dulce expresión de la virgen more-na. "Y, ahora, ¿por qué no me hablás señora mía" —decía-se para sus adentros—, mas, al no obtener respuesta, con lavoz queda, empezó a recitar esta oración:

"Dios te salve Reina Madre y protectora nuestra,

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a tu misericordia acudimos los confundidos argenti-nos,

que la prístina luz de tus rosas místicas nos indiqueel camino

de la unión, la libertad y la igualdad.Y allí, donde no llegare nuestro brazo justiciero,acuda la sabiduría de tu hijo Jesucristo para liberar a indios, criollos y negrosde la ignorancia y la pobreza.Y acuérdate también de éste tu devoto hijoen su próximo y último sueño"

EL PENITENTE

I

La Gaby Kreys y yo hemos viajado de San Telmo aRetiro en el autobús número 22. Luego en subte haciaPrimera Junta y ahora en el 163 hasta la localidad bona-erense de San Miguel donde según ella encontraremos afray Eusebio especialista en la historia de los jesuitas.

—¿Sabés que el fraile estuvo mucho tiempo en laIndia?

—¿Sí? ¿Cuánto?—Creo que como unos veinte y por eso conoce bas-

tante de religiones orientales.—¿De budismo?—Y también de hinduísmo y otras más de nombres

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difíciles. El me explicó que todos los seres humanos pose-emos en el cuerpo unos orificios por donde fluye la energíadivina los chacras. Y también me dijo que al morir vamosal cielo hasta que reencarnamos de nuevo con otra misión.

—Ese señor es un cura raro ¿No te parece?—¿Por qué?—Porque los católicos no creemos en esas cosas.—Y ¿qué importa eso? ¡Fray Eusebio es un cura

progre!—Si usted lo dice...—¡Es verdad! Gracias a él ahora sé que mi misión

en esta vida es elevarme por encima del deseo sexual parasuperar mi estado de polaridad alterada ¿Entendés?

—No.—¡Ay Valeriano ya entenderás!

II

Por fin el autobús se detiene sobre la ruta y bajamos.En frente hay una granja. Empujamos el pesado portón delata y entramos. El cielo se ve radiante y despejado y elcampo sembrado con prolijas hileras de tomatales zapa-llares y flores anaranjadas. Varios jóvenes con palas yazadas preparan nuevas sementeras junto a la casa que sehalla a un costado y donde otros chicos más pequeños jue-gan a las piyaditas. "Esos son los pibes del comedor infan-til" —me aclara la Gaby Kreys— mientras bambolea sumochila de jean turquesa y menea las caderas. "Comoverás la generosidad de fray Eusebio no tiene límites. El

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siempre dice que la caridad es el camino más directo a lasantidad" —agrega— y tomándome de la mano me guíahacia la casa que más bien parece una capilla de piedrarodeada de pinos y abedules silvestres.

—Estoy cansada ¿cargarías mi mochila un rato?—¿Qué trae acá? ¡está pesadísima!—Mis potes de crema y facturas para los chicos.Los pequeños la rodean al verla la tironean de las

faldas chillan ríen saltan y la tratan como si ella fuese unode los tres reyes magos en su versión femenina. "¡Niñosniños dejen en paz a la señorita!" —les ordena un hombrecomo de unos cuarenta años delgado entrecano y sin sota-na—. Ahora la Gaby Kreys nos presenta y entramos a unrústico refectorio donde fray Eusebio nos convida mateque acompañamos con las facturas que sobraron.

III

"Pésame Dios mío me arrepiento de corazón porhaberme vuelto sobre mis pasos". —confiésome ante frayEusebio que me oye con los ojos entrecerrados— "Pésamepor el infierno que merecí al renunciar a mi cargo degobernador. Pésame por esa banda celeste y blanca quecon su medalla de oro en el centro hoy es una brasaardiente en la boca de mi estómago. Pésame por la lenguadel dragón que rasguña mi cabeza. Señor: ¿Por qué dejas-te que el general Lamadrid me engañara?

¡Ay padre Eusebio! de todo me arrepiento menos deser un federal. Mas si con eso ofendí al Creador prometo

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volver a la política y enmendar mi daño. Pero no sé quéhacer padre. ¿Acaso debo de convertirme en un bárbaro?Oriénteme por favor padre Eusebio que de noche me asal-tan Inexplicables dolores de cuello".

—¡No te quiebres hijo! la fe es fortaleza.—Es verdad padre ¡no pienso quebrarme ante la

presión unitaria! Si el destino manda que con sangre noshagamos derechos ¡nada importa!

—Estás estresado hijo cálmate.—No padre no es así. ¡Estoy enfurecido! y encima

¡me siento impotente! ¿Qué pasa con todos padre? yanadie respeta la palabra dada.

—Estos son otros tiempos hijo y debes adaptarte.—No sé padre. ¿Acaso pequé haciéndome a un lado

de las tentaciones del poder para consagrarme a las aspi-raciones del pensamiento? Mil veces les dije a mis colegasdiputados que mejor les ayudaría con ideas pero jamásquisieron escucharme. ¡Estoy perdido padre Eusebio! Elgeneral Lamadrid se acerca ya viene entrando. Dígamequé hacer por favor. Libéreme de este infierno.

Sobre mi sudorosa frente fray Eusebio hace la señalde la cruz y me absuelve. La luminosa perla que ha dedomeñar al dragón nuevamente brilla en el centro de mipecho y el alma me vuelve al cuerpo en tanto que flotandoen el aire dentro de otras bellísimas perlas de luz losarcángeles San Gabriel Rafael y Miguel se presentan antemí. "¡Los Hermanos de Luz!" —pienso— y dígole al cura:

—¡Válgame Dios fray Eusebio! ahora comprendoque ando muy cerca de encontrar esa perla.

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—¡Justamente hijo! al fin lo entendiste. Lo tuyo noes sólo una experiencia mística. Poco antes de partir a laIndia mientras investigaba en la biblioteca de los jesuitasleí algo sobre un objeto de culto precolombino llamado "laperla de los comechingones". Esa es la que búscas ¿ver-dad?

—¡Sí padre! usted... ¿podrá ayudarme?—Para eso estamos Valeriano. No hay más que

regresar a Buenos Aires bajar a los túneles de San Ignacioy desenterrarla.

ESCARABAJOS NOCTURNOS

Los efluvios astrales de la noche de San Juan domi-nan la atmósfera de las desoladas calles de Buenos Aires.Únicamente en las inmediaciones de la plazoleta Dorregoun grupo de locos se atreve a quemar un muñeco. Mientrastanto en el interior de la iglesia de San Ignacio FrayEusebio la Gaby Kreys y yo descendemos al túnel por unapuerta diminuta ubicada junto al retablo de San José.

El carga una botella con agua bendita ella una lin-terna y yo las sogas y las herramientas. Descendemos poruna larguísima escalera caracol. El fraile nos encabezarociando las gradas y pronunciando palabras en latín. Ladama lo sigue alumbrándolo con su linterna y yo me lasarreglo como puedo. "Mejor recemos un rosario comple-to" —sugiere la Gaby Kreys—. "¡No tengas miedo Gaby!Nada malo pasará. Piensa que los indígenas a su modo

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también creían en Dios"- le dice él para tranquilizarla yasí por fin llegamos abajo.

El lugar es húmedo y estrecho pues a duras penascabemos cuan hilera soldadesca.

—Debemos calcular donde viene a caer el altarmayor. Creo que en ese punto debieron de enterrar el obje-to.

—¿Y por qué allí justamente?—Para mayor protección supongo. —Tiene razón pero cómo calcularemos eso.—No te preocupes yo traje un plano. Además puedo

localizar el objeto con mis manos. Es una técnica que a-prendí en la India. Ven Gaby hazme luz —agrega elcura— mientras revisa el plano y como un sonámbulo tan-tea el suelo y las paredes:

—¡Aquí está! siento algo vengan.Yo también pongo mis manos en el lugar señalado y

efectivamente un calor increíble me atraviesa las palmasse mete en mis arterias y estalla en mi frente bañándomede sudor.

—¡Parece que estamos encima de un volcán!—¡Mejor dicho en el techo del infierno!—¡Calma calma! El calor es vida no muerte.—Eso ha de ser en "La Divina Comedia" porque

aquí ¡nos cocinamos padre! No habiendo más remedio comenzamos a cavar la

negruzca tierra del subsuelo pero las aguas del Plata sefiltran por todas partes y mis manos y mi cabeza se cubrende lodo. Estamos exhaustos y agitados. "¡Vamos vamos

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que falta poco!" —nos alienta el fraile—, entretanto reci-ta sus oraciones latinas.

Por fin mi pala se topa con algo y un sonido metáli-co retumba en toda la extensión de la galería. -"¡Distecontra la caja de hierro! ¡Sigue sigue!" —exclama donEusebio— mientras poco a poco por debajo de los terro-nes va emergiendo un cofre oxidado.

"Deberíamos abrirlo aquí mismo pero no tengo lasllaves. Algún jesuita se las habrá llevado a la tumba. ¡Noimporta! carguémoslo hasta el vehículo. Lo abriremos enla granja. ¡Sube tú primero Valeriano! que yo te lo alcan-zo" —me dice el cura— y desde la escalera le arrojo lassogas con las que él lo sujeta para hacerlo subir.

Ahora los tres salimos por la diminuta puerta. En lacontra sacristía le quitamos el polvo lo ponemos en uncarrito de limpieza lo cubrimos con diarios viejos y losacamos a la calle.

Ya con el cofre en el baúl de la camioneta atravesa-mos la avenida 9 de Julio bajo la atenta mirada de altos yluminosos parapetos. Cuan valientes escarabajos noctur-nos. Es así como llevamos la preciosa carga que ha deredimir el contaminado mundo de la genteinsecto.

SOBRE EL FINAL DEL DÍA

I

Habían transcurrido cinco meses desde que don Vale-

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riano Laguna regresara al Tucumán, pero, ya nunca más selevantaría de su cama. El murmullo de unos rezos se filtra-ba por la puerta que daba al patio, y él pensaba: "Han deestar orando por mí que me voy apagando como la luz deldía", mientras a la vez recordaba a sus hermanos Martín yVenancio, y se veía jugando con ellos en el campo vecino.Más, no sabía por qué, justo ahora, se acordaba de todoaquello. "¿Será que, al final de la vida, volvemos a serinfantes?"—se preguntó.

Con las pocas fuerzas que le restaban, le ordenó aSaturnino abrir la puerta, pero el negro con la cabeza lecontestó que no, y siguió puliendo los dorados bordes delbrasero."¿Qué pasa?" —exclamó él—, tratando de incor-porarse. "No se puede, amito, se me lo va a enfriar" —lerespondió el esclavo— con un inusitado tono de autoridad,y entonces, Laguna se dio por vencido, se dejó hundir en lablanda tersura de las almohadas, y que fuese lo que Diosquiera.

Al pasar junto a la cama, con sus largos dedos more-nos, la Micaela le acarició la frente. "¡Amito!" —le susurrócon dulzura—, y por un breve instante él se sintió recon-fortado, cerró los ojos e intentó reconstruir la expresión desu médico: "¡Qué bien se lo ve esta mañana, don Vale-riano!", pero en el fondo no creía en eso. "A estas alturas,uno se vuelve escéptico o santo, y el último, no es mi caso.Soy un viejo que se deja engañar. Después de todo, prontome han de sacar a la calle con los pies para adelante"—pensaba— mientras como una hoja solitaria, un mareolo arrastró hasta el fondo incierto de la cama.

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—¿Qué hablé esta mañana con el doctor Read-head?—, le preguntó a su esclavo después de un rato.

—De cuando él llevó al General Belgrano pa'Buenos Aires.

—¡Ah, sí!... y yo no me enteré de nada.Laguna consideraba al doctor Readhead un "gringo

fuerte" porque, a pesar del dolor que todavía sentía por lamuerte de su amigo Manuel Belgrano, siempre andaba debuen ánimo. Sin embargo, durante esa mañana, el médicoescocés había derramado unas cuantas lágrimas al reme-morar los padecimientos que el militar sufriera en su últi-mo viaje:

—En arribando a una posta —le confesó— con elpadre Villegas lo cargábamos y metíamos en la cuja. Elpobre ya no valía nada. No sé cómo llegó vivo a BuenosAires...

—¡Qué ironía de la vida, doctor!... Siendo extranje-ro, usted fue quien más se ocupó de él—, le dijo Laguna.

—Yo era su amigo, y ése mi trabajo.—¡Cierto!, pero también es verdad que usted no

obtuvo ganancias de esa amistad, y quienes lo hicieron,después le dieron la espalda.

—Un verdadero amigo no espera retribuciones. —Es usted un hombre recto, doctor. Por eso, la acti-

tud de los tucumanos deshonra la causa revolucionaria,don Manuel no habría sufrido tanto de haber recibido eldinero que, con justicia, se merecía. Sin embargo, niAráoz, ni nadie tuvo el gesto de tenderle una mano, y sinplata cualquier enfermo se enferma más.

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—Así es, don Valeriano.—Lamento haberme enterado del asunto demasiado

tarde, sino, usted ya sabe, no habría tenido problemas enayudar—, concluyó Laguna, el médico estrechó su mano,se despidió, y salió al patio dejando la puerta entrecerrada.

II

"¿Qué hacen?, ¡salgan!, ¡déjenme en paz!", les gri-taba don Valeriano a sus esclavos, pero éstos tironeaban delas sábanas, reían, jugaban, le quitaban las almohadas, yagitaban un camisón recién almidonado que volaba por losaires.

"¡Tranquilo, amito!" —escuchó que le decía Satur-nino—, mientras las manos del negro se entrometían consus carnes. De pronto, sintió una suave humedad reco-rriéndole el cuerpo entero, y después, la cálida tersura delcamisón limpio. Ahora, lo afeitaban, le empolvaban la caracon maicena, y lo peinaban. "Inevitablemente, soy esclavode mis siervos: ¡he aquí la consumación de las ideas libe-rales!" —se dijo— mostrándole a sus esclavos una sonrisade alivio. "¿Y, para qué todo esto?" —preguntó—. "Es quetiene visitas, amito" —le contestó la Micaela—, quien,tomando ambas hojas, abrió la puerta de par en par.

Elegantemente ataviados, sus sobrinos, don Fernan-do de Zavalía y el pequeño Nicolás, ingresaron al cuarto.

—¿Acaso venís a visitar a Su Señoría?—, les dijocon ironía.

—Así es, tío—, le contestó, con una sonrisa, don

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Fernando, y le presentó sus saludos con una reverencia. Elniño, en cambio, observaba la escena con timidez y sindespegarse de la pajarera que traía consigo.

—¿Y, esas avecillas?—, le preguntó él.—Las he pillado en "Las Juntas", son para usted, tío-

, le respondió el jovencito, ofreciéndole la jaula con solem-nidad.

—Vamos a ponerlas en la galería, junto con lasdemás.

—Pero... ¿sabe qué pajaritos son?.—No, mas viniendo de usted, han de ser buenos can-

tores.—¡Son quetupíes, tío!, para que alegren sus maña-

nas-, le explicó el muchacho, al anciano se le encendieronlos ojos, y le dijo a su esclava: "¿Ya le han dado algo decomer a este niño?". Entonces, sin responder, la Micaelacorrió alborotada hacia la cocina.

—¿Desea ver las cuentas, tío?-, le preguntó donFernando, entregándole el pesado libro que llevaba sus ini-ciales, y donde se registraban con detalle los gastos yganancias de su hacienda taficeña.

—No, hijo, mi cabeza no está para números. Mejor,explíquemelo todo usted.

—Bueno, tío. Marcáronse tres novillos nuevos, ycinco vendimos a la estancia de Silva, pero han muertocuatro ovejas a causa de las pestes, así que, como verá,sólo obtuvimos lo comido por lo servido.

—¿Y, los panes de membrillo?—También se vendieron todos, y mandé algunos a

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Buenos Aires, de regalo para la familia Alvear, como me lopidió.

—Bueno, bueno... veo que el Carapunco está enorden, gracias, hijo. Ahora, déjeme a solas un ratito con suniño-, concluyó don Valeriano, y haciéndole otra reveren-cia, don Fernando se retiró.

Felizmente, la Micaela había regresado muy a tiem-po con el candeal y las empanadillas, dejó todo sobre unamesita, y hábilmente sentó a Nicolás en una silla petisa. -"¡Buen provecho!"- díjole el anciano al niño, pensando queel hambre los diferenciaba, pues él ya no tenía más. -"¿Hasvisto alguna vez un dragón?"- le preguntó luego, y, enlevantando las cejas, el pequeño le contestó:

—Nunca tío, ¿y, usted?—¡Sí, claro que lo ví!—¿Cuándo, tío?—Cuando me nombraron gobernador...—¡Cuénteme, por favor!,—Esta bien, lo que voy a relatarle me sucedió en el

cabildo, el mismo día que asumí... Todavía tenía puesta labanda patria, y esperaba a mi secretario con el memorandosobre las finanzas de la provincia, cuando alguien llamó ala puerta. Mas, al abrirla, aunque me resultaba familiar,noté que esa cara no era la de él. El hombre tenía los ojoshundidos, los pómulos pronunciados, y una imponentebarba negra. Además, me miraba en forma amenazante. -"Ha de ser un diputado disconforme con mi nombramien-to" —pensé—, hasta que logré distinguir su cuerpo, ycomencé a temblar. ¡Era el de un inconcebible animal!.

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Su pecho y su lomo estaban recubiertos de gruesas ybrillantes escamas, y sus patas eran las de un tigre, perosus narices parecían humanas, hasta que comenzaron a lan-zar una especie de niebla gris que terminó envolviendotodo. Entonces, sentí que una fuerza sobrenatural meempujaba hacia atrás, como queriéndome derribar, y meapoyé en el escritorio, mientras tanto, la bestia, que meseguía mirando sin parpadear, movió su bocaza, y me dijo:"¡Aniquile a los traidores, doctor!, ¡no les tenga piedad!",y al oírla, reaccioné y me di cuenta que el General Quirogaestaba ante de mí, sólo para felicitarme por mi nuevocargo.

—Entonces, ése no era un dragón.—Así es, Nicolás. Pero se lo conté para que, en el

futuro, tenga cuidado con las cosas que su mente le hagaver.

—Y, ¿qué es la mente, tío?—Nuestros pensamientos, hijo.—¡Ah!, ahora entiendo...—Prométame que siempre recordará este consejo.—¡Prometido!—, le dijo el niño, y él lo dejó mar-

char.De pronto, Laguna sintió que alguien se sentaba a su

lado, y que, suavemente, le acariciaba una mano. Entonces,un intenso frío le recorrió todo el cuerpo, hizo un gran es-fuerzo, giró su cabeza un poco, y, una vez más, la vio:Nuestra Señora de los Sueños estaba allí, con la perla deldragón en la otra mano.

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AMANECER DE LOS TRABAJADORES

Esta mañana fui el primero en despertar en la gran-ja. A falta de espacio y muy a mi pesar la Gaby Kreys dur-mió en la cama contigua y todavía ha de andar cabalgan-do en su quinto o sexto sueño. En las otras habitaciones seoye el ruido de las mujeres que colaboran con el padreEusebio. No esperaré que alguna venga a prepararme eldesayuno yo mismo me lo haré. Pero ¿dónde han puesto elazúcar y la yerba? Esta cocina está tan desordenada queme recuerda a las que improvisa Saturnino en los viajes.

Contemplo el amanecer por la ventana mientrascargo mi mate. El viento mece las amarillas cabelleras delos maizales acaricia los tomatales y sacude los brotes delas tiernas lechugas arrepolladas. Detrás de los sem-bradíos el sol va escalando hacia su alta morada y con surojizo aliento borra las sombras del campo. Entretantosaboreo un trozo de pan casero con mermelada la huertacomienza a poblarse de jóvenes.

Cerca de mí bosteza alguien que pasa rumbo albaño. Yo sigo mirando por la ventana. Esos chicos estántan delgados que no parecen agricultores sino espantapá-jaros. Se agachan y se levantan en golpeando la tierra consus azadas. Parecen muñecos mecánicos con esos mame-lucos azules y esas camisas a cuadros. Algunos se dancuenta que los observo y agitan sus manos para saludar-me.

Me llama la atención una mujer que anda entre

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ellos. De sus anchas y coloridas polleras extrae puñadosde semillas que arroja a la tierra. Sus desnudos brazosmorenos brillan con el sol sin molestarla. Ahora se une algrupo coloca las manos a los costados de su boca y mellama. El eco de mi nombre me llega difuso y el corazónme palpita como presintiendo algo.

Salgo corro hacia el campo y atravieso los surcosregados por hilos de agua. Al verla una profunda alegríame llena el alma. "¡Doctor Laguna!" —grita la virgenindia— envolviéndome con sus brazos. Los muchachos sehan congregado alrededor nuestro. "¡Vayan a traer másbollo y agua caliente!" —les pide— y en mirándomeagrega: "Estos jóvenes son una de las pocas cosas que mealegran. Por eso vine a darle una mano a don Eusebio asítenga una buena cosecha y no lo castigue tanto el agua. Loque con amor se rescata forma parte del plan divino ymerece ser recompensado".

Ahora ella toma su cetro golpea el suelo y cuan ver-gel paradisíaco florecen todos los sembradíos. Los adoles-centes regresan dividen el bollo y lo pasan de mano enmano.

—¡Este es el pan latinoamericano este es el pan soli-dario. Compartidlo con cada uno de vuestros hermanos yseréis libres y soberanos!

—¿Vamos a rezar la gran invocación? —Sí m'hijo… ¿Sabrá doctor que Carlitos era el más

rebelde de todos? El pobrecito llegó a consumir ácido y acortarse las venas por las alucinaciones diabólicas que lecausaba la droga. ¡Y mírelo ahora! es el más rezador de

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todos. Estos chicos serán los primeros en el nuevo milenio.Así que oremos en agradecimiento:

"Desde el punto de Luz en la mente de Dios que aflu-ya la Luz a la mente de los hombres que la Luz desciendaa la tierra. Desde el punto de Amor en el corazón de Diosque afluya Amor a los corazones de los hombres queCristo retorne a la Tierra. Desde el centro donde laVoluntad de Dios es conocida que el propósito guíe a laspequeñas voluntades de los hombres. El propósito que losMaestros conocen y sirven. Desde el centro que llamamosla raza de los hombres que se realice el plan de Amor y deLuz y selle la puerta donde se halla el mal. Que la Luz elAmor y el Poder restablezcan el Plan en la Tierra"

Ahora los jóvenes trabajadores del campo retornana sus labores saciados con el divino pan latinoamericano.La virgen india y yo nos quedamos sentados al borde delmaizal en contemplando el infinito horizonte de las tierrassureñas.

—¡Este fue el antiguo territorio de los indios pam-pas! a quienes yo misma vi desangrarse y morir en lasbatallas contra los blancos. Pero para bien de la séptimaraza que todos esos pecados sean perdonados. Y ahora…¡hablemos de lo nuestro señor diputado!

—Entiendo que usted se refiere a la perla.—¿La recuperó?—Sí.¡Lo felicito doctor! Mas debe saber que no puede

abrir ese cofre sino en el lugar al que pertenece.—Entonces tendremos que llevarlo a Córdoba.

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—Efectivamente. Debe llevarlo al sagrado cerro delUritorco pues sólo allí usted comprenderá y usará correc-tamente el poder de la perla.

—¿Contra el dragón?—Exacto. Contra el dragón.

LA RESTITUCIÓN

I

—El objeto que contiene ese cofre bien podría ser unpoderoso talismán que comenzó como tótem. Eso expli-caría las experiencias relatadas en el informe de BenitoFuenlabrada.

—Pero los tótems eran montículos.—No en todos los casos. Se sabe de culturas en las

que presentaban otra forma.—Si usted lo dice padre... ¡Para mí que los indios

recibieron esa cosa de los extraterrestres!—¡Tonterías!—¡Bueno bueno! eso no importa. Lo importante es

restituir el cofre a su lugar de origen.—No veo para qué Valeriano. Tratándose de un des-

cubrimiento arqueológico deberíamos donarla a unmuseo.

—¡Pero padre! Sólo se trata de desagraviar lamemoria indígena.

—Para eso no hace falta abrir el cofre en el

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Uritorco.—Estoy de acuerdo lo abramos acá—, agrega la

Gaby Kreys que no puede más con su ansiedad.Fray Eusebio perfora las gruesas cerraduras con

una sierra eléctrica quita las cajas de metal para donarlasal museo y decide conservar intacta la de cedro por temora dañar su precioso contenido. Pero ahora para introdu-cirla en la camioneta requiere la ayuda de cuatro fuertesmuchachos porque nosotros solos no logramos levantarladel suelo.

—Esto es un misterio. La noche que la desenterra-mos estaba mucho más liviana. Me quieren decir qué pasaacá.

—¿Vio padre? yo le dije que esa cosa tiene que vercon los extraterrestres.

En esta fría noche los moradores de la granja secongregan junto al portón para despedirnos. Desde la ven-tanilla de la camioneta veo sus manos titilando comoluciérnagas. El alambrado queda atrás. La blanca franjade la ruta fosforece y se desplaza bajo la quietud de lasestrellas. Fray Eusebio conduce y la Gaby Kreys dormita.

—No hace falta que entremos a Rosario.—Lástima. Dicen que allí hay un gran monumento a

la bandera y me habría gustado conocerlo.—Lo harás cuando regresemos Valeriano. Ahora

despierta a tu compañera.Como un transparente abanico rozado a lo lejos res-

plandece la ciudad de Rosario. La Gaby Kreys se despere-za se acomoda las tetas de cilicona y se maquilla rápida-

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mente.—¡Buen día bonito! ¿me preparás un matecito? —Y también uno para mí- agrega el cura entretanto

baja su ventanilla porque todos percibimos ese olor a que-mado. Fray Eusebio estaciona levanta el capó mira revisa.¡Nada!. -"El humo viene de atrás. ¡El cofre!" —gritodesesperado— y corro sólo para presenciar lo que metemía. La frágil caja de cedro se ha agrietado en los cos-tados. Del interior emergen potentes destellos que meenceguecen al acercármele. "¡Por favor! no toques nada ysigamos viaje" —me pide el cura y eso hacemos.

II

A menudo desoímos nuestra voz interior y perdemosla fe ignorando que la vida posee una profunda sabiduríaque hace encajar todas las piezas. El camino que nos llevaa Capilla del Monte también me conduce a PatriciaMiraflores aunque me resista a creerlo.

En este hotel los viajeros hemos tomado habitacio-nes separadas. Pero me desalienta que por lo menos aquínadie ha escuchado hablar de Patricia. Aún preguntandoy recorriendo el pueblo la Gaby Kreys sólo ha logradodatos inciertos. Dicen que hace más de un año una porteñase extravió en el cerro. Seguramente no se trataba de ella.

Por fin ha llegado el momento de escalar la montañasagrada. Cálzome los borceguíes y cargo lo indispensableen mi mochila. En cambio la Gaby Kreys que pretendetomar sol a orillas del río ha llenado la suya con tantos

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potes de crema que ahora no puede cargarla.A poco escalar el desfiladero hallamos un puente

colgante sobre un gran precipicio. Ella siente vértigo ybusca mi brazo. "De esta forma no podrás subir el cerro"-le digo- y ella chilla. Mas al oírla el fraile comenta: "Poracá pasarían los jesuitas empuñando cruces para espantara los demonios indígenas" y con eso le arranca una sonri-sa.

Ahora llegamos al borde de una tranquera que estájunto a un árbol y detenemos la marcha. La Gaby Kreysdeja su mochila sobre los pastos y oculta detrás de la plan-ta se dispone a evacuar sus aguas.

El viento cuan erke celebra el señorío de la madretierra y me contagia. Me trepo a una peña extiendo misbrazos e imagino que soy un brillante cóndor de plumasnegras: a mi izquierda están el cerro Las Gemelas lostechos de Capilla del Monte y el dique Del Zapato. En elcentro el valle de Punilla y a mi derecha el Uritorco con lapotente luz del sol bañando su pelambre gris perla.

La pendiente que baja hacia el río es sinuosa yescarpada pero fuerte la mula que transporta la cajaenvuelta en una lona. Al fin llegamos a una hondonadadonde fatigados acampamos. Fray Eusebio y yo encende-mos una fogata y la Gaby Kreis abre las latas y los sobresde sopa instantánea.

—Estamos muy cerca de la "Cueva del Hermitaño"donde se aparecen los extraterrestres.

—-Y... dónde oíste eso Gaby.—En la televisión porsupuesto.

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—¡Ah! bueno allí también dicen muchas cosas sinfundamento.

—¡Pero estas no padre! Yo vi las imágenes. Losextraterrestres son enormes seres de energía y se apa-recían justo encima de aquella loma.

—¡Seres de energía! No te comprendo hija.—Significa que no tienen forma humana padre.—Y entonces…qué forma tienen.—Como de ángeles padre.—¡Vaya fraude mediático!—¡Bueno bueno! Ya basta de polémicas. Lo que

debemos hacer ahora es depositar ese cofre en la cueva.—Y… por qué allí justamente.—Porque allí los indios hacían sus ofrendas supon-

go- contéstole al fraile justo en el momento en que oímoslas voces de gente que viene orillando el río.

El grupo que se acerca cada vez más parece unséquito. Lo encabeza una mujer que mueve sus brazos conentusiasmo. Al verla la emoción me anuda la garganta.¡Es Patricia Miraflores! La Gaby Kreys corre a su encuen-tro. Fray Eusebio los observa con desconcierto y a mí laspiernas me están temblando. Tomo coraje y me uno a lasmujeres en un interminable abrazo.

Ahora todos nos acomodamos junto a la fogata.Patricia es la única mujer y el resto atléticos varones ves-tidos a la usanza clásica con túnicas y sandalias. Ellosempuñan cristalinas varas que iluminan la musculatura desus torsos. Fray Eusebio los mira con desconfianza y seaparta en tanto la Gaby Kreys logra persuadirlo de lo con-

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trario. "Ya sabíamos que iban a venir. Pero el tiempo apre-

mia. El cofre debe llegar a la ciudad intraterrena antes delamanecer" —nos explica Patricia— y nos indica que lasigamos. Mas el fraile se resiste a acompañarnos e insisteen regresar al pueblo por su cuenta. "Lo siento muchoValeriano pero como católico me cuesta creer en la NuevaEra" —me dice— y finalmente me da un abrazo de acep-tación.

Así Patricia Miraflores los atletas la Gaby Kreys yyo iniciamos la marcha hacia la ciudad intraterrena de"Erks". Dentro de la "Cueva del Hermitaño" un húmedosendero se abre ante nosotros. Andamos un largo trechoasidos de los muros de roca y después desembocamos enotra gruta más grande donde formaciones de cuarzosrecubren las bóvedas y gemas ocres o verdes centellean anuestro paso.

Descendemos por curvas asfaltadas con lajas y en elfondo de la caverna se ve un manso río en cuyas riverascrecen flores y pastizales. Ahora estamos ante una puertamuy alta. Patricia extiende su mano derecha y las enormeshojas de metal se abren. Ingresamos por una gran avenidaque ostenta palmeras helechos y orquídeas gigantes. Másallá al final del trayecto pueden apreciarse los edificios decristal las cornisas plateadas y los muchos puentes quecruzan esta ciudad inconcebible.

"Y... cómo es que la luz solar llega hasta aquí" —pre-gúntole a Patricia—. "Nuestra luz no proviene del solValeriano sino de la madremagma" —me contesta.

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LA CIUDAD DE ERKS

Como aquí el tiempo no parece transcurrir ignorocuanto llevo conviviendo con los amables habitantes deErks quienes a diferencia de los que viven en la superficieme resultan más humanos pues lo que aprendo con ellos essumamente valioso.

Esta ciudad fue edificada hace veinte mil años porlos padres de la humanidad procedentes de Orión. Y paraquienes no lo saben, se yergue dentro de la inmensa caver-na que se extiende por debajo de Sudamérica, en un vallesubterráneo que los indígenas ya conocían. Sus hombres ymujeres son el resultado de la mezcla de las diferentes civi-lizaciones que dominaron la superficie antes de sus caídassucesivas.

La tecnología de esta gente ha conquistado la juven-tud eterna y su sistema de gobierno la paz social.Organizada en base a los "kúnfures" o comunidades que seforman espontáneamente, su administración es reguladapor consejos llamados "Ankares". Así cada grupo consti-tuye una asociación con estilo de vida propio que cada unopuede escoger a voluntad según sea su necesidad deaprendizaje personal y social por lo tanto no existenescuelas.

Los responsables de un "kunfur" se ocupan de con-tener a quienes lo conforman mientras sus miembros sededican al arte el amor la mente el cuerpo o el espíritu yquizás por eso le restan importancia a la política. Sin

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embargo el conjunto está obligado a trabajar controlandoel funcionamiento de las máquinas y de este modo com-parten su avanzada tecnología como un patrimonio encomún.

Sin duda los habitantes de este mundo son entera-mente contemplativos sólo ello explica por qué reemplaza-ron la libertad de comercio por la del espíritu pues noentienden el concepto de propiedad privada y cuando unolos interroga al respecto ellos contestan: "Las cosas no semueven las personas sí y éstas no se compran ni se ven-den se aman se seducen se comunican". Con esa idea laasociación que más visitan es la del placer amatorio cuyoemblema ostenta la figura del dios "Mamarráma" un bellí-simo ser hermafrodita que ataviado con guirnaldas y velostransparentes transmite una sublime ternura a quienes sele acercan.

"Nuestra verdadera misión en la vida es alcanzar laperfección del amor" —me dice Patricia— mientras toma-dos de la mano ingresamos al templo de los devotos deldios hermafrodita.

EL FUEGO SAGRADO

Lord Yanus quien varias veces presidió el "AnkarSupremo" nos explica que hace seiscientos años cuando laciudad alcanzó el último estadio de desarrollo sus antece-sores decidieron regalar la perla a los indios:

"Comprendan que durante esa época circulaban pro-

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fecías sobre una invasión extranjera a la tierra de loscomechingones. Sin duda nuestro objetivo fue acelerar elproceso de evolución cultural de aquellos hermanos asítuvieran cómo enfrentar a sus enemigos pero lo único queconseguimos es que sus chamanes la utilizaran como unobjeto de culto sin aprovechar la sabiduría de susenseñanzas bien porque no las comprendían o bien porqueegoístamente se las guardaron para sí.

Mas si nosotros cometimos el error de entregar unconocimiento a quienes todavía no estaban preparadospara recibirlo aquellos hermanos de la superficie tampocofueron capaces de aniquilar el autoritarismo religioso queles impedía liberarse de sus propios miedos y por eso fue-ron sometidos.

Hoy entendemos que ningún ser humano debe acele-rar la evolución de otro pues cada uno necesita hacer supropio camino ésa es la Ley que contiene la perla. Este esel motivo por el que en su simplicidad los hermanos indí-genas nos consideraron dioses y aunque les explicamos endetalle cómo utilizar la esfera ellos que desconocían elarte de los signos codificados terminaron por creer quetambién la perla era una diosa.

Ahora es necesario que vosotros sepáis la verdad. Loque llamáis "La Perla de los Comechingones" es en reali-dad un generador de energía cósmica autorealizadora cre-ado por los seres de los planetas celestiales para proveer-nos de armonía social y neutralizar la discordia culturalque durante milenios nos impidió avanzar en el dominio denuestras facultades.

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Así como todos los seres humanos poseemos un cen-tro del cual emana la energía vital de igual forma la perlaconstituye la fuente del crecimiento social. He allí la ilu-minación de los maestros ascendidos acaecida en virtud desu gran misericordia.

La energía que la perla difunde actúa directamenteen la sinapsis de la corteza cerebral integrando amboshemisferios y generando imágenes o pensamientos sobrelo que el individuo debe hacer para mejorar su vida encomunidad. Por eso puede decirse que ella es una herra-mienta para desarrollar la amorosa creatividad socialmediante la recualificación molecular de las neuronas.

En nuestro idioma la llamamos "La Ley" y bien uti-lizada también actúa como un potente armonizador de latasa vibratoria del pensamiento colectivo y en ello no resi-de ningún peligro. Su funcionamiento es simple: todos losmiembros de un mismo "kúnfur" se sientan en círculo y larodean a fin de "tomar su luz". El dispositivo no requierede energía suplementaria alguna, como la nuclear, o lasolar, por ejemplo. Se acciona instantáneamente con elcalor de los cuerpos físicos Entre nosotros, cuando todavíala utilizábamos, la exposición de un "kúnfur" era motivode hermosas festividades que incluían comidas frugales,danzas sagradas, y juegos mentales.

Hermanos queridos: siguiendo la voluntad de losmaestros ascendidos a partir de hoy vosotros seréis losnuevos depositarios de este conocimiento para vuestropropio beneficio y para el de toda Sudamérica futurohogar de los hombres y mujeres de la séptima raza. ¡Que

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así sea!".Sin proponérmelo al oír las palabras de Lord Yanus

me descubro razonando poéticamente:

"¡Poderosa llama universal ven a mí! Las figuras del amor son tus hijas y mi sueñouno que retuve ante la vista del sol. Siento tu presencia en carne y espíritu. ¡Oh lámpara inasible! mis sueños siguen los gráciles movimientos de tus vibrantes alasy tus verdes ojos son los de Dios".

Ahora somos conducidos al edificio de cristal dondese reúne el "Kúnfur de La Mente". En una ceremonia ydespués de seiscientos años, la perla de La Ley será resti-tuída a su emplazamiento original. Así entre danzas y can-tos dos jóvenes con túnicas violetas extraen una esfera denácar de la caja de cedro y la colocan sobre un pedestalde mármol que, a sus pies, tiene grabada una estrella.Patricia la Gaby Kreys el fraile y yo nos sentamos sobrecómodos almohadones de seda anaranjada y esperamosen silencio. Poco a poco la perla se resquebraja como elcascarón de un huevo y comienza a emanar una débil luzazulada que luego se hace más potente hasta que estalla enmillones de brillantes lucecitas similares a copos de nieve.

Por un momento las partículas quedan suspendidas

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en el aire bañándolo todo de una intensa claridad. Des-pués se reúnen formando volutas que pasan por encimanuestro. Nos acarician se posan en la punta de mi nariz ome dejan envuelto en una estela ya azul ya rosada ya ama-rilla.

He perdido la noción de tiempo y espacio y apenassi puedo distinguir a mis compañeras de viaje. Unicamenteveo la dulce luz de la perla y siento su calidez en todo micuerpo. Ahora una fosforescencia violeta del tamaño de lallama de una vela se enciende en mi corazón se expandeme penetra y flamea victoriosa. "Yo Soy la llama de latransmutación. Yo Soy la confianza en Dios para tu amadoplaneta Tierra" —me dice— y siento cada una de sus des-tellantes partículas como una blanca espada de fuego queparte en dos mi cabeza roza mis neuronas y me provocaincreíbles luminiscencias que hacen resplandecer misarterias.

Estoy flotando, no más carne. ¡Soy luz! ¿Será esto lamuerte? ¿Será éste el cielo? De mis labios brotan los ver-sos del Ave María transformados en rosas que se elevan.¡Al fin me siento en paz! El rugido del dragón me aban-donó definitivamente.

MORTEM INSCRIPTIS

En el nombre de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo yEspíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios ver-dadero. Amén.

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Encomiendo de todas veras el alma de don NicolásValeriano Laguna a la Serenísima Reina de los Ángeles,María Santísima, Madre de Dios y de todos los pecadores,en este su tremendo trance, invocando la fe de Cristo en laque vivió y protestó morir, y en llevando cuenta que venerótodos los misterios, artículos y sacramentos de NuestraSanta Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, muyhumildemente solicito el consorcio del Arcángel San Mi-guel para que, con su arcabuz azul, lo guíe en esta horaincierta a la Patria Celestial. Asímesmo, pido en su nombrela interseción del patriarca San José, del Ángel de la Guar-da y de San Nicolás, para que le alcancen el perdón de lospecados, y le consigan la vida eterna por los infinitos méri-tos de Nuestro Señor y Redentor Jesucristo. Amén.

Ante vosotros, como más haya lugar, doy fe que el fi-nado doctor don Nicolás Valeriano Laguna era hijo de donMiguel Laguna y doña María Francisca Bazán, segúnconsta en el registro de bautismal de esta Iglesia Matriz;heredero de la histórica casa donde se juró la independen-cia, abogado de la Universidad de Córdoba; y destacadociudadano por los relevantes servicios prestados a la patria,como diputado a la Asamblea Constituyente, juez y gober-nador de esta provincia. Que, hallándose enfermo, pero ensus potencias y sentidos todavía cabales, el licenciado donNicolás Valeriano Laguna expiró hoy, doce de junio de milochocientos treinta y ocho, en esta ciudad de San Migueldel Tucumán, provincia de la Confederación Argentina, alas once de la mañana poco más o menos, sin dejar des-cendencia.

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Ante mí, el párroco de la Iglesia Matriz, así lo decla-ran sus familiares y vecinos.

Fecha ut Supra. Así lo declaro yo, para que conste y quede.

FIN

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