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Pueblo de nº 429 · año 36 · Semana de Oración 2010 Semana de Oración 2010

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Revista Adventista - Septiembre 2010

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Pueblo de esperanza

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Recuerdo con placer la primera semana de oración que viví en la Iglesia de Pasaau cuando era un joven estudiante. Durante

aquellas diarias reuniones vespertinas, orábamos en grupo y también unos por otros. Allí aprendí que la oración no es sólo el camino para encontrarse con Dios; es también la oportunidad de vivir una experiencia de comunión y solidaridad con nuestros hermanos y hermanas en la fe, así como con la iglesia mundial. Cuando compartimos cómo nos hemos encontrado personalmente con Dios de un modo especial durante el año pasado, la adoración se hace realidad a través de su iglesia. Esta experiencia personal de la gracia y el amor divinos es el marco en el cual adoramos a Dios también a través de nuestros medios financieros. He quedado profundamente impresionado al ver los sacrificios económicos que los hermanos y las hermanas están dispuestos a realizar. ¿A qué sacrificios estamos listos hoy para “predicar esperanza al mundo”?

Deseo ahora daros las gracias por con-tribuir, a través de vuestras ofrendas de la Semana de Oración, a la financiación de los múltiples proyectos enmarcados en Misión Global.

Unos 2.500 misioneros pioneros bien preparados se encuentran trabajando ac-tualmente en el programa misionero de Misión Global, más de la mitad de ellos en territorios no cristianos, la llamada

“Ventana 10/40”, comprendida entre los paralelos 10 y 40. El coste de esos proyec-tos asciende anualmente a unos 10 mi-llones de euros (o 15 millones de francos suizos). He aquí varios breves informes sobre este trabajo:

IndiaRajah era un activo predicador laico

que predicaba todos los domingos por la mañana en una iglesia rural de trescientos miembros. Pero un día conoció a tres mi-sioneros pioneros de Misión Global y em-pezó a estudiar la Biblia con ellos. Durante su estudio, sintió que debía compartir la buena nueva del sábado con los miembros de su iglesia. Después de unas semanas de estudio bíblico intensivo y oración, esta iglesia optó por el sábado. Sin embargo, en la región no todo el mundo era feliz con la creciente influencia de la Iglesia Adventis-ta del Séptimo Día. Un día, una turba de hombres airados apareció en el pueblo de Rajah, armados con palos y espadas. Le atraparon, le encerraron en su propia casa y amenazaron con quemarla. Rajah, lleno de miedo, cayó sobre sus rodillas y oró; pidió a Dios que le liberase como había liberado a Daniel en el foso de los leones. Súbitamente, oyó cómo se abría la puer-ta. Rajah tenía demasiado miedo como para haberla abierto él mismo. Entonces oyó que alguien hablaba y la multitud se callaba. «Este hombre no ha hecho nada malo. Sólo habla de su fe. Nadie os obliga

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Norbert ZeNsTesorero de la División Euroafricana (Berna, Suiza)

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a escucharle; no tenéis derecho a amena-zarle». Quien hablaba era uno de los diri-gentes del pueblo. Entró en la casa, dejó salir a Rajah, le acompañó a través de la multitud y le llevó a un lugar seguro. Rajah todavía tenía mucho miedo y quería dejar su pueblo, pero los misioneros pioneros le animaron a quedarse. Más tarde, algunos de los hombres que habían amenazado a Rajah se unieron a su iglesia.

EtiopíaTolessa creció en una familia que ado-

raba ídolos. Cierto día, un misionero cristiano vino a su pueblo. Tolessa aco-gió al misionero en su casa y empezó a estudiar la Biblia con él. Comenzó a leer la Escritura por sí mismo y descubrió la verdad del sábado. Formulaba preguntas al misionero, que era incapaz de darle respuestas satisfactorias basadas en la Biblia. A pesar de ello, Tolessa le ofreció construir una capilla en un terreno de su propiedad. La única condición era que la iglesia celebrase el culto en sábado. Pero el misionero rehusó. Tolessa quedó muy decepcionado, pero se aferró a la esperanza de que, algún día en el futuro, construiría en su terreno una capilla en la que los miembros seguirían todas las enseñanzas de la Biblia. Después de bus-car durante mucho tiempo, descubrió, en una ciudad cercana, una iglesia adventista del séptimo día. No le llevó muchos es-tudios bíblicos convencerse de que había

dado con la iglesia verdadera. Empezó a compartir con sus vecinos lo que estaba aprendiendo en sus estudios. Poco des-pués, se bautizó. La Iglesia Adventista de Etiopía reconoció el potencial de Toles-sa y le ofreció trabajar en su propio país como misionero pionero, concediéndole una beca. Hoy se puede ver en su terreno una capilla adventista, cuya construcción fue financiada por él mismo y que cuenta ya con ochenta miembros.

Kiribati (Océano Pacífico)Hace cuatro años, la Iglesia Adventista

del Séptimo Día en Kiribati decidió em-prender un proyecto para llegar a las islas que aún no tenían presencia de nuestra iglesia, y siguiendo procedimientos adap-tados a la cultura local. Para este fin, or-ganizó clubs de pescadores con medios suministrados por Misión Global. Empezó por la isla de Nikunau. Hoy, unas cuantas familias estudian la Biblia juntas y los pri-meros bautismos tuvieron lugar en 2008. Desde entonces, un segundo club de pes-cadores ha sido organizado en otra isla. Se ofrecen programas de salud y educativos. Se ha adquirido un terreno para edificar una capilla.

Nuestra misión común es predicar la esperanza al mundo: la esperanza de que nuestro Señor y nuestro Dios, Jesucristo, vuelve pronto para llevarnos al fin a ca-sa. Oremos y trabajemos juntos con este propósito.

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2 EDITORIALPredicando esperanza al mundo

4 INTRODUCCIÓNMensaje del presidente

5 PRIMER SÁBADO Un pueblo que vive a la expectativa

8 DOMINGOUn pueblo feliz que vive en paz

10 LUNESUn pueblo que confía en las promesas de Dios

12 MARTESUn pueblo con el poder del Espíritu Santo

14 MIÉRCOLESUn pueblo santo y sin mácula

17 JUEVES Un pueblo que ha entregado todo a Jesús

19 VIERNESUn pueblo llamado a perseverar

21 SEGUNDO SÁBADO“Aceptos en el Amado”

23LECTURAS PARA LOS NIÑOSNiños con esperanza

Revista adventista: Órgano oficial de la Iglesia Adventista

del Séptimo Día de España

nº 429 · año 36 Semana de Oración 2010

Texto e imágenes cedidos por ACES

Director de la Revista, Jesús Calvo

Coordinación editorial, Esther Amigó

Editor, Daniel MorenoRedacción, Raquel Carmona

Diseño y maquetación, Javier Zanuy, Esther Amigó

Procesos informáticos, Javier ZanuyProducción, Martín González

Envíos, Juan José RetaSuscripciones, Martín González

Impresión: IBERGRAPHI 2002 Mar Tirreno, 7, 28830

San Fernando de Henares (Madrid) Depósito Legal: M-32.993-1974

Pradillo, 6 - Pol. Ind. La Mina · E-28770 Colmenar Viejo, Madrid (España)

tel. [+34] 91 845 98 77fax [+34] 91 845 98 65

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Apreciados hermanos, creyentes en la esperanza del Adveni-miento:

Ninguna promesa es más preciosa para el pueblo remanente de Dios que la declaración de Jesús: «Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14: 3). Durante más de 160 años, los lectores de la Revista Adventista y millones de cre-yentes alrededor del mundo se han rego-cijado en la “esperanza bienaventurada”. Por definición, los adventistas organizan su vida y su misión alrededor de la pro-mesa del Salvador de regresar. Su confian-za en la realidad de la Segunda Venida cambia la forma de su experiencia diaria: toman decisiones, establecen relaciones, desarrollan su profesión; todo con los ojos dirigidos hacia el oriente.

Los sermones de la Semana de Oración de este año están organizados alrededor del tema “Un pueblo de esperanza”, y es-tán construidos sobre el texto del apóstol Pedro que alienta al remanente de Dios a «andar en santa y piadosa manera de vi-vir», para «ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz» (2 Ped. 3: 10-14).

Escritores de diferentes partes del mundo han preparado cuidadosamen-te estos sermones y materiales, orando en todo momento para que quienes los lean o escuchen sean fortalecidos en su fe e inspirados a vivir esa vida práctica de santidad que Jesús practicó y enseñó; todo esto será posible gracias a su po-der santificador. El mundo necesita –y merece– escuchar el mensaje de Cristo de parte de un pueblo que se asemeja a él. Cuando seamos transformados por su gracia, predicaremos, enseñaremos y testificaremos de una manera humilde, amante y atractiva.

Al centrarse en este mismo pasaje de 2 Pedro 3, Elena White nos recuerda: «Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfecta-mente reproducido en su pueblo, enton-ces vendrá él para reclamarlos como su-yos. Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si to-dos los que profesan el nombre de Cristo llevaran fruto para su gloria, cuán pron-tamente se sembraría en todo el mundo la semilla del evangelio. Rápidamente

maduraría la gran cosecha final, y Cristo vendría para recoger el precioso grano» (Palabras de vida del gran Maestro, págs. 47, 48).

En los lugares donde este mensaje del pronto regreso de Cristo ha sido predica-do con poder y convicción, el pueblo de Dios ha experimentado tanto un reavi-vamiento como una reforma; ¡y sucederá otra vez! Las mentes son transformadas; las relaciones, restablecidas, los corazones tibios arden de amor por los demás y las congregaciones avanzan sin dudar hacia la misión que Jesús le ha dado a su pue-blo, de “contarle al mundo”.

Estoy orando para que abrais vuestro corazón al Espíritu de Dios al suplicar por el reavivamiento y la reforma que conducirá a la lluvia tardía del Espíritu Santo y al regreso de Cristo. Estoy oran-do para que seáis espiritualmente reno-vados por las lecturas de la Semana de Oración de este año. Estoy orando para que lleguen a tus familiares, a tu iglesia y a tu comunidad con la maravillosa y transformadora noticia de que “¡Jesús viene pronto!”

Sinceramente tuyo en “la esperanza bienaventurada”.

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ted WilsoNPresidente mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día

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Mensaje del Presidente

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Qué significa esperar al Señor.

Al desafiar a sus hermanos cris-tianos a reencender su pasión por la segunda venida de Jesús, Pedro señaló: «Puesto que todas

estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa ma-nera de vivir [...]!» (2 Ped. 3: 11, 12). Estas son palabras vitales y alentadoras para nosotros, como siervos del Señor en los últimos días de la historia de la tierra, a medida que el Gran Conflicto llega a su clímax. Este pasaje de 2 Pedro contiene una pregunta, una respuesta y nuestra esperanza. Juntas, determinan y definen la cualidad y la perspectiva de la vida del creyente en esta tierra. Pensemos juntos en lo que estos versículos significan para los adventistas del siglo XXI, mientras es-peramos y aceleramos el regreso del Señor.

¿Qué clase de pueblo?La pregunta de Pedro implica que hay

diferentes clases de personas, y que son identificables sobre la base de su com-promiso y de la cualidad de su vida. Está particularmente interesado en los segui-dores del Mesías, el Cristo, que son sus hermanos creyentes. Hay un pueblo entre muchos otros, que proviene de diferentes culturas y áreas geográficas, pero que ha sido reunido por el poder del Señor vi-viente en una iglesia. Tiene un perfil muy específico y singular, que debería distin-guir a todos, con el objetivo de ser la clase de personas que deben ser.

La pregunta que Pedro lanza es impor-tante, y puede ser abordada por todos no-sotros. ¿Cuál es mi perfil como creyente? ¿Cómo debería ser un cristiano? Esta pre-

gunta quizá no sea muy popular, particu-larmente en el mundo occidental, donde un énfasis desmedido en el individualis-mo representa una seria amenaza para la identidad de la comunidad de creyentes. Un creyente no debería sostener que la identidad es una cuestión personal. Per-tenecemos a un pueblo: el pueblo rema-nente. Guiados por el Espíritu del Señor y sustentados en la Palabra revelada de Dios, hemos sido escogidos para unirnos a una comunidad mundial, a un pueblo singular. Por lo tanto, es apropiado, e in-cluso indispensable, hacernos la pregunta: “¿Qué clase de pueblo debemos ser?”

Sé que la pregunta podría ser escucha-da, potencialmente, como si se hiciera eco de un estilo de vida legalista. Pero Pedro no está promoviendo el legalismo. Está

Un pueblo que vive a la expectativa

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ted WilsoNPresidente mundial

de la Iglesia Adventista del Séptimo Día

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interesado en el impacto de la gracia sal-vífica de Cristo en la vida de una comu-nidad de fe que está esperando la venida del Señor. La espera hace necesario que él haga esta pregunta. La esperanza cristiana todavía no se ha convertido en una reali-dad concreta. Todavía somos peregrinos en camino; luchamos con la realidad de la espera. La pregunta se merece, también, una respuesta muy personal: ¿qué es lo que significa para ti esperar la venida del Señor? La pregunta no se refiere al compo-nente psicológico de la espera –¿Debería tener miedo? ¿Debería sentir incertidum-bre? ¿Debería estar gozoso?–, sino a cómo la espera determina la cualidad de nuestra vida como seguidores de Jesús.

Hay una singularidad en la identidad de la iglesia que debemos enfatizar cons-tantemente, y que es inseparable de su mensaje y de su misión. Está relacionada con el concepto bíblico de verdad y, por lo tanto, directamente conectada con la persona de Jesús, que sin pedir disculpas afirmó ser la verdad (Juan 14: 6). Su singu-laridad ha transformado la vida de millo-nes de cristianos a lo largo de la historia, y transformará el cosmos mismo. A los que siguen a Cristo, Pedro les hace esta osada pregunta: “¿Qué clase de persona deberían ser?” La pregunta asume la necesidad de expresar y preservar la identidad de un creyente en un mundo en el que somos constantemente confrontados con estilos de vida y compromisos, incluso falsos, que nos distancien.

¡Cómo no debéis andar...!La pregunta de Pedro no es retórica (las

que se dejan sin una respuesta explícita) porque asume que los lectores serán capa-ces de responderla. La pregunta se merece una clara respuesta; y Pedro la provee. La pregunta implica singularidad, y la res-puesta la señala explícitamente: «¿No deberían vivir ustedes como Dios manda, si-guiendo una conducta intachable?» (2 Ped. 3: 11, NVI).

¡Así es! ¡Claro y sencillo! Esperar el glo-rioso regreso del Señor significa llevar una vida santa y piadosa, una vida abierta al reavivamiento de la verdadera piedad por el que suplica el Espíritu de Profecía, al decir: «La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reaviva-miento de la verdadera piedad en nues-

tro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra. [...] Sólo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento» (Mensajes selectos, t. 1, pág. 141). Esto no es tanto un desafío como un magnífico don que se nos otorga por medio de Cristo y en él.

La santidad no es natural en los seres humanos ni en la creación. De hecho, lo santo es esencialmente único y absoluta-mente distinto de lo que ha sido creado. Sólo Dios es santo en sí mismo. Es santo porque es el Creador y el Redentor. No hay nadie como él en el cosmos; ¡es el Santo de Israel!

La santidad nos llega gracias a la pre-sencia de Dios entre nosotros y en nues-tra vida. Ser santo es pertenecer a él. Con respecto a Jesús, Gabriel le dijo a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti [...] por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Luc. 1: 35). La san-tidad de Dios se había manifestado en el Santuario israelita, pero ahora se encarna-ba en Jesús, que «fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Juan 1: 14). Nos llegó en el don del Niño y, por medio de su santidad, es accesible a los hombres. Es a este don divino que Pedro está señalando cuando responde a la pregunta: “¿Qué clase de personas deberíamos ser?” Su respuesta es: “En un mundo caracterizado por lo profano y la impiedad, dejen que el San-to nuevamente se encarne en sus vidas, como personas y como pueblo”.

El plan divino es tener un pueblo san-to, que espere la venida del Señor. Este pueblo, inevitablemente, será visible y constituirá una bendición para la raza humana. Por medio de Jesús, el Santo, ha llegado a ser propiedad de Dios. No-ta que la respuesta a la pregunta no es una lista de cosas. Una lista establecería límites o circunscribiría el potencial de la vida cristiana por medio de la obra del

Espíritu. El llamado a la santidad cala más profundamente –y más alto– que eso, al señalar las posibilidades ilimitadas del desarrollo del carácter. Tal como nos lo recuerda tan bellamente el Espíritu de Profecía, «El ideal que Dios tiene para sus hijos está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano. La meta a alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios» (La educación, pág. 18). Cada uno de no-sotros es llamado a hacer un compromiso de corazón con el Señor Jesús cada día. ¡La santidad divina es transferible por medio del Hijo de Dios! Demanda de nosotros un contacto diario y permanente con él.

La iglesia, como pueblo global de Dios, debe mostrar al mundo y al universo la gloriosa santidad de Dios. «El Señor desea que su iglesia transmita al mundo la be-lleza de la santidad. Ella ha de demostrar el poder de la religión cristiana. El cielo ha de ser reflejado en el carácter del cris-tiano» (Un llamado al evangelismo médico, pág. 33). Esta santidad no es sólo una vi-da piadosa caracterizada por la devoción diaria a Dios. Forma parte de ello. Pero va más allá: es una vida de integridad moral y espiritual fundamentada en el amor de Dios.

No deberíamos ignorar la dimensión moral de la santidad. Esto es posterior-mente enfatizado por el término “piado-sa”, que se refiere al respeto cristiano por la voluntad de Dios y la sumisión a Su voluntad, y la vida moral. La aplastante corrupción moral en un mundo que no le presta atención a la Ley de Dios hace in-dispensable que llevemos una vida santa y piadosa. Nuestra vida debe ser un testigo poderoso en favor de la superioridad de una vida que es puesta al servicio de Dios y de los demás.

El mensaje de la iglesia, construido so-bre las enseñanzas de la Biblia, nos ayuda a entender la naturaleza de una vida santa y piadosa. «Ninguna iglesia puede avanzar en santidad, a menos que sus miembros busquen fervientemente la verdad como a un tesoro escondido» (¡Maranatha: El Señor viene!, pág. 132). Cuando esa ver-dad es incorporada en la vida de la iglesia, nos otorga nuestra verdadera identidad. Debemos proclamar esa verdad en el cum-plimiento de nuestra misión, pero, sobre todo, debemos manifestarla en una vida santa y piadosa. Con seguridad, ésta es

Preguntas para reflexionar y compartir

1. La santidad ¿es un desaf ío o un don?

2. ¿Qué es lo que hace diferente al pueblo de Dios en el mundo mo-derno?

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una de las más urgentes necesidades de la iglesia, mientras espera activamente la gloriosa aparición de nuestro Señor.

Mientras esperan...La vida santa y piadosa es manifestada

por el pueblo de Dios durante el tiempo de espera. El pueblo que vive de esta ma-nera está orientado hacia el futuro. No deberíamos permitir que nuestro pasado nuble nuestra mente y nutra nuestros sentimientos de culpa. No deberíamos dejar que defina ni determine la calidad de nuestra vida en el presente. Somos completamente incapaces de hacer algo con nuestro pasado; no podemos corregir las experiencias vividas. Pero Dios puede y, en verdad, lo ha hecho. Nuestro pasado fue solucionado merced a la gracia perdo-nadora de Dios en la muerte sacrificial de Jesús. En él, Dios borró nuestro pasado para siempre e hizo provisión para noso-tros de una vida transformada que puede darle gloria. Por esta razón, el poder de la santidad de Dios debe ser manifestado en la vida que llevamos ahora. Debemos llevar a Dios las cargas del pasado y vivir en el presente una vida santa, una vida de servicio a los demás. Nuestra expectativa –nuestra vida futura con Jesús– cambia la forma en que vivimos nuestra vida diaria. Tenemos esperanza en el futuro por causa de Jesús: lo que ha hecho por nosotros en la cruz y lo que está haciendo por noso-tros en el Lugar Santísimo del Santuario celestial como nuestro Sumo Sacerdote intercesor y como Rey que viene pronto.

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La cruz nos abrió la po-sibilidad de un futuro libre

del poder esclavizante y de la presencia del pecado, así como

del mal. La natualeza de ese fu-turo es sugerida por la respuesta

que Pedro da a su pregunta: “¿Qué clase de personas deberíamos ser?”

Mientras esperamos fervientemente nuestro futuro de vida eterna, Pedro

nos recuerda: “Debemos llevar una vi-da santa y piadosa ahora”. La parábola

de Jesús de las diez vírgenes nos recuer-da que el mero paso del tiempo no nos

prepara, necesariamente, para su venida. Sólo los que esperan con determinación, con sus “lámparas arregladas y listas”, provistas diariamente con el aceite del Espíritu Santo, están creciendo en la san-tidad que nos prepara para encontrarnos con él con paz y gozo. Sólo un pueblo que ora continuamente por el reavivamiento y la reforma experimentará las vidas cam-biadas y la influencia transformadora que hace creíble la predicación de las buenas nuevas a millones de hombres y mujeres perdidos. Esperar realmente a Jesús y vivir una vida santa es una y la misma cosa. Debemos anhelar constantemente el día de Dios.

Todavía resta la pregunta: ¿Qué clase de pueblo deberíamos ser? La respuesta continúa desafiándonos: Deben llevar una vida santa y piadosa, una vi-da reactivada, una vida reformada, una vida lle-na del poder del Espíritu Santo.

Mientras esperas la venida del Señor, «en-comienda a Jehová tu ca-mino, y confía en él; y él hará» (Sal. 37: 5). Cuan-do nos comprometamos

con el Señor, y supliquemos en oración el reavivamiento y la reforma en nuestra vida personal y en la iglesia como un to-do, el Espíritu Santo trabajará en nuestra vida, preparándonos para la lluvia tardía y para la inminente segunda venida del Señor. Cuando el Espíritu Santo more en nuestro corazón, la santidad de Jesús se verá cada vez más en la vida del pueblo de Dios, y las personas de todas partes serán atraídas a esta iglesia remanente, a medida que vean el fruto del Espíritu en la vida de los que están esperando su pronta venida.

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La verdadera felicidad es más que un sentimiento fugaz de placer. Es un sen-timiento duradero de satisfacción y de alegría, sabiendo que nuestro destino eterno está enraizado en Alguien mejor que nosotros. Confiamos en Jesús, «el au-tor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospre-ciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios» (Heb. 12: 2).

Un pueblo en pazAl igual que la felicidad, la paz se ha

perseguido a través de los siglos, aunque con poco éxito. Un estudio realizado años atrás reveló que de «3.530 años de histo-ria documentada, solo 286 vieron la paz. En más, se firmaron más de 8.000 tratados de paz que después se rompieron».1 Esta ausencia de paz en el ámbito mundial se refleja, también, en familias de todas las culturas y en la vida de cada persona. Si consideramos las alarmantes estadísticas de elevados índices de divorcio, abuso, pobreza, delincuencia, depresión y sui-cidio, nos preguntamos si alguien puede estar en paz.

“Paz”, según el Diccionario de la Real Academia, es la «tranquilidad y quietud de los estados, en contraposición a la guerra o a la turbulencia». Con toda cer-teza, tranquilidad y quietud era lo que buscaban los discípulos una noche en el mar de Galilea. Al principio, pensaron que podrían manejar la situación por sí mismos: eran pescadores experimentados. Asiendo con decisión los remos, aquellos hombres fuertes lucharon contra el viento y las olas... hasta que se dieron cuenta de que no había esperanza. En sus esfuer-

Un pueblo feliz que vive en paz

está en Jehová su Dios [...]. Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos» (Sal. 146: 5-8).

Pero, ¿qué ocurre cuando la desdicha llama a nuestra puerta y la de-sesperanza intenta entrar en nuestro corazón? Aun-que pasar por pruebas puede resultar muy doloroso, el libro de Job nos recuerda que la felicidad puede devenir incluso a tra-vés del sufrimiento. «Bienaventurado es el hombre a quien Dios corrige; por tanto, no desprecies la reprensión del Todopoderoso. Porque él es quien hace la herida, pero él la venda; él golpea, pero sus manos curan» (Job 5: 17, 18).

Para muchas personas, la búsque-da de la felicidad dura toda la vida. Algunos encuentran peda-citos de aquélla a lo largo del ca-

mino, pero al final nos damos cuenta de que la verdadera felicidad –la clase de feli-cidad profunda y que dura para siempre– no puede hallarse en las cosas materiales, ni en las circunstancias; ni tan siquiera en las personas. Esto se debe a que los objetos envejecen y se rompen, las cir-cunstancias cambian y, en ocasiones, las personas nos decepcionan y finalmente nos abandonan (por su propia elección, por las circunstancias o por causa de la muerte).

Un pueblo felizComo pueblo de esperanza, reconoce-

mos que nuestra felicidad debe cimentar-se en Alguien mejor que nosotros, en un Ser que es el mismo «ayer, hoy y por los siglos» (Heb. 13: 8).

Las Escrituras nos recuerdan que la fe-licidad no consiste en centrarnos en nues-tros propios deseos, sino en mirar hacia afuera y en ayudar a los demás. «Perma-nezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad [...]. Acordaos de los presos [...] y de los maltratados [...]. Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla [...]. Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo: “No te desampararé ni te dejaré”» (Heb. 13: 1-5).

La Biblia sobreabunda en promesas que nos recuerdan que la felicidad du-radera consiste en tener fe en Dios y en seguir su plan. «Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza

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GiNa WahleNEscritora independiente que vive en Silver Spring(Maryland, EE.UU.).

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metió que estaría con ellos: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo» (Juan 14: 27).

“Paz” era una palabra que estaba con-tinuamente en los labios de Jesús. Detuvo tormentas, sanó enfermedades, perdonó pecados, echó fuera demonios. Invitó al pueblo a «ir en paz».

La Biblia, en sí misma, contiene más de cuatrocientas promesas, bendiciones y deseos de paz. «Jehová bendecirá a su pue-blo con paz», asegura Salmo 29: 11. Aun así, ¿por qué a veces no experimentamos la paz que Dios desea dar? ¿Es posible que nos falte confianza en el Único a quien no podemos ver en la tormenta?

«Muchos de los que profesan seguir a Cristo se sienten angustiados, porque temen confiarse a Dios. No se han entre-gado por completo a él, y retroceden ante las consecuencias que semejante entrega podría implicar. Pero, a menos que se en-treguen así a Dios, no podrán hallar paz».2

Cuando nosotros, al igual que los dis-cípulos, nos demos cuenta de cuán inútil resulta intentar alcanzar la paz por nues-tros propios esfuerzos, de forma agrade-cida entregaremos todo a Jesús y le per-mitiremos que nos bendiga con su paz.

Un pueblo que alaba a Dios

Hubo una vez un hombre que había estado lisiado durante más de cuarenta años. Y así lo encontramos sentado, con semblante triste, junto a la puerta del

zos por salvar sus vidas se olvidaron de Jesús, y su miedo puso en evidencia su falta de fe. La oscuridad los rodeaba y el agua inundaba la barca con rapidez. Parecía que en pocos minutos todo esta-ría perdido. Finalmente, se acordaron de Jesús y lo encontraron durmiendo. ¿No le preocupaba que estuvieran a punto de morir? Percatándose de su desamparo, los discípulos gritaron: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mat. 8: 25). Al instante, Jesús se levantó y, elevando su mano, ordenó: «¡Calla, enmudece!» (Mar. 4: 39).

Jesús da pazJesús es quien nos da paz. Él es el «Prín-

cipe de paz» (Isa. 9: 6). Sin embargo, con demasiada frecuencia, como aquéllos que vivían en tiempos de Jesús, rechazamos o malinterpretamos la paz que nos da. Durante siglos, el pueblo judío había mantenido la esperanza de que el Mesías traería nuevamente riqueza y honor a su nación, como lo había hecho en las épo-cas de David y de Salomón.

Aunque el segundo Templo no era tan hermoso como el de Salomón, los judíos se aferraron a la promesa dada a través del profeta Hageo, según la cual «la gloria de esta segunda casa será mayor que la de la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejér-citos» (Hag. 2: 9). Pero cuando el Príncipe de paz llegó, no lo reconocieron porque su mensaje era diferente de aquél que es-peraban y querían oír. En lugar de con-quistar al enemigo, Jesús les dijo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mat. 5: 44).

En lugar de incitar a la grandeza, Jesús enseñó: «Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos» (Mar. 9: 35). En lugar de intentar enri-quecerse, Jesús les advirtió: «Vended lo que poseéis y dad limosna» (Luc. 12: 33).

Jesús sabía que el mundo ofrece una paz falsa, una esperanza falsa, que se construye sobre nosotros mismos o sobre los demás, sobre cosas o circunstancias. Jesús sabía que el mundo promete «paz y seguridad», pero que en su lugar viene «destrucción» (1 Tes. 5: 3).

Jesús no prometió a sus seguidores que nunca tendrían problemas, sino que pro-

Templo, cuando Pedro y Juan fueron allí a orar. Llamando su atención, el hombre mendigó una moneda o dos. Sin embar-go, iba a recibir mucho más de lo que nunca había pedido o siquiera pensado (Efe. 3: 20).

Tomando al hombre por la mano de-recha, Pedro le ordenó: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (Hech. 3: 6). «Entonces lo tomó por la mano derecha y lo levantó. Al instante se le afirma-ron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, saltando y alabando a Dios» (vers. 7, 8). Como el hombre lisiado, también nosotros somos incapaces de andar solos. Necesitamos del poder sanador de Jesús en nuestras vidas.

Un pueblo de esperanza debería carac-terizarse por la felicidad (un sentimiento permanente de satisfacción en Cristo) y la paz (estar completamente seguros de que nuestro futuro está en manos de Dios); una paz que sólo Dios puede dar. De he-cho, la paz y la felicidad son la marca de esperanza en nuestro ser, y resultarán en una vida llena de alegría y cantos, alaban-zas a Dios quien «ha hecho grandes cosas con nosotros» (Sal. 126: 3), y hará todavía mejores cosas por su pueblo.

Referencias1 The Personnel Journal, como se cita en Today in the

Word, pág. 33, Moody Bible Institute, junio de 1988.2 Elena White, El ministerio de curación, California:

Publicaciones Interamericanas, 1975, pág. 381.

Un pueblo de esperanza debería caracterizarse

por la felicidad y la paz...

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Por qué ninguna persona o cosa pueden brindarnos felicidad duradera?2. ¿Por qué en ocasiones no experimentamos la paz que Jesús nos otorga?

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Las mejores promesas que alguna vez se hicieron a los seres humanos provienen de nuestro Creador y Redentor. Como pueblo de Dios y pueblo de esperanza, confiamos en sus promesas según nos han sido reveladas. Examinemos las razones que tenemos para confiar en sus promesas.

La vida de Abrahán es un ejemplo de la forma en que Dios cumple sus promesas. Abrahán fue llamado por Dios para que llegara a ser padre de una gran nación (Gén. 12: 2, 3). En un segundo encuentro, Abrahán recibió la seguridad de que tendría un heredero. Él pensó que esto se haría realidad por medio de su siervo Eliezer, pero el Señor le dijo: «No te heredará éste, sino que un hijo tuyo será el que te herede». Entonces lo llevó fuera y le dijo: «“Mira ahora los cielos y cuenta las estrellas, si es que las puedes contar”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abrahán creyó a Jehová y le fue contado por justicia» (Gén. 15: 4-6).

El Señor se le apareció por tercera vez cuando Abrahán tenía 99 años, y parecía imposible que él y Sara tuviesen un hijo. Pero el Señor le prometió: «Yo haré un pacto contigo y te multiplicaré en gran manera» (Gén. 17: 2). En este encuentro, Dios le aseguró que sería padre de una gran nación, y que sus descendientes tendrían la posesión eterna de la tierra de Canaán (Gén. 17: 6-8). Después de 25 años de espera, finalmente «hizo Jehová con Sara como le había prometido» (Gén. 21: 1).

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MiGuel luNaSecretario ministerial de la División Asiática del Pacífico Norte, cuya sede central se encuentra en Corea del Sur

L E C T U R A S PA R A L A S E M A N A D E O R A C I Ó N

Un pueblo que confía en las promesas de Dios

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La certeza de las promesasUna de las más destacadas promesas

de las Escrituras tiene que ver con la ve-nida del Mesías. Los discípulos de Juan el Bautista vinieron a Jesús y le pregun-taron: «¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?» Jesús les reveló su identidad diciéndoles: «Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio» (Mat. 11: 3-5). Cristo les dio una des-tacada interpretación del ministerio de Juan. «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre vio-lencia, y los violentos lo arrebatan. Todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan» (Mat. 11: 12, 13). Jesús señaló a Juan el Bautista como el precursor de su misión como el Mesías prometido. Dijo él: «Y si queréis recibirlo, él es aquél Elías que había de venir» (Mat. 11: 14).

En la interpretación de Jesús, Juan el Bautista es el que se menciona en el libro de Malaquías; aquél que habría de proclamar la llegada del Mesías para la consumación final de la salvación (Mal. 4: 5). Existe una línea continua, en la historia de la salvación, que alcanza su punto culminante en la venida de Jesús. Decía: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!» (Mar. 1: 15). Éste fue el más extraordinario cumplimiento de las promesas de Dios. Jesucristo llegó a este mundo según estaba establecido en el ca-lendario divino (Dan. 9: 25-27; Gál. 4: 4).

Jesús también cumplió los tipos y las predicciones del Antiguo Testamento. Fe-lipe dijo a Natanael: «Hemos encontrado a aquél de quien escribieron Moisés, en la ley, y también los profetas: a Jesús hijo de José, de Nazaret» (Juan 1: 45). Jesús fue el “profe-ta” que Moisés había predicho (Deut. 18: 15). Al dirigirse a los líderes judíos, Jesús mencionó: «Porque si creyerais a Moisés,

me creeríais a mí, porque de mí escribió él» (Juan 5: 46; cf. Juan 7: 40). Después de su resurrección, Cristo dijo a sus discípulos: «Éstas son las palabras que os hablé estan-do aún con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Luc. 24: 44). La llegada de Jesús nos confirma la confiabilidad y la certeza de las promesas divinas.

Esperanza y promesasLa vida y el ministerio de Jesús in-

auguraron el Reino de Dios. Él ha dado inicio a su reino de gracia, y pronto con-sumará la historia de la salvación con el reino de gloria. En su oración en camino al Getsemaní, Cristo dijo: «Y ésta es la vida eterna» (Juan 17: 3); porque ahora nos encontramos en el tiempo del Reino de Dios.

Cristo hizo la siguiente promesa a sus discípulos, y también a nosotros: «Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis» (Juan 14: 3). Por ello, su mensaje es un mensaje de esperanza para aquéllos que creen. «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5: 24, 25).

Esa resurrección también ha sido pro-fetizada. «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y con-fusión perpetua» (Dan. 12: 2). Es el mismo mensaje que transmite el profeta Isaías cuando anticipó: «Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán» (Isa. 26: 19).

Usted y yo estamos aguardando «la es-peranza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Je-sucristo» (Tito 2: 13). Podemos realmente tener confianza en sus promesas.

En el pasado, Dios ha cumplido sus promesas. Por lo tanto, podemos tener la seguridad de que será fiel a aquéllas que aún no se han cumplido.

Dios le prometió a Abrahán la tierra de Canaán como la posesión futura de sus descendientes después de cuatrocien-tos años de opresión. «Entonces Jehová le dijo: “Ten por cierto que tu descenden-cia habitará en tierra ajena, será esclava allí y será oprimida cuatrocientos años”» (Gén. 15: 13). Esta promesa se cumplió. En el momento del Éxodo, Moisés dejó registrado lo siguiente: «El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue de cuatrocientos treinta años. El mismo día en que se cumplían los cuatrocientos treinta años, todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto» (Éxo. 12: 40, 41; cf. Hech. 7: 5-7).

Con Israel ya en la Tierra Prome- tida, Josué declaró: «Reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado ni una sola de todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os ha-bía dicho; todas se os han cumplido, no ha faltado ninguna de ellas» (Jos. 23: 14). Es interesante que Josué también mencionó qué sucedería si violaban el pacto (Jos. 23: 15, 16).

A causa de la desobediencia, los israe-litas experimentaron las maldiciones del pacto, y Judá sufrió el exilio a manos de los babilonios. Según Jeremías, Judá estu-vo en cautividad durante setenta años. El profeta envió una carta a los exiliados en Babilonia: «Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pen-samientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis» (Jer. 29: 10, 11). Cuan-do pasaron setenta años, el rey Ciro de Persia emitió un edicto autorizando al pueblo a regresar, y reconstruir el Templo y los muros de Jerusalén, «para que se cumpliera la palabra de Jehová, dada por boca de Jeremías» (2 Crón. 36: 22; ver también el vers. 23).

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Cuál es la promesa de la Biblia que más te impresiona? ¿Por qué?2. ¿Qué relación existe entre la esperanza y las promesas de Dios?

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Un pueblo con el poder del Espíritu Santo

Dios nos llamó para que sea-mos sus testigos, con el fin de que llevemos esperanza al mundo, le mostremos que su

amor abarca a cada ser humano y procla-memos su pronto regreso. Ésta es nuestra gloriosa misión. Sin embargo, cuando nos ponemos a pensar en la magnitud de la tarea, la primera palabra que se nos viene a la mente es “¡imposible!”.

Analicemos por un momento lo que constituye tan sólo una pequeña parte de nuestro desafío, a saber, la tarea de alcan-zar a algunas de las mayores ciudades del mundo. La ciudad de San Pablo (Brasil), donde viven 18,8 millones de personas, tiene solamente 68.000 adventistas. En Tokio (Japón), donde viven 35,6 millones de personas, hay sólo 2.820 adventistas. Nueva York tiene 19 millones de habitan-tes, de los cuales 37.897 son adventistas. En Ciudad de México hay 23,5 millones de habitantes, pero únicamente 53.093

adventistas. La ciudad de Bombay (India), cuenta con 18,9 millones de habitantes, y solamente con unos diez mil adventistas.

Y la lista podría seguir.¡Enfrentamos desafíos tremendos! Si

analizamos las cifras mundiales, la situa-ción se vuelve aún más preocupante. La población del mundo es de alrededor de 6.800 millones de personas, de los cuales sólo unos 16 millones son adventistas.

La pregunta es clara: ¿Cómo podemos alcanzar a tantos con tan pocos miembros?

Nuestra única certeza proviene del he-cho de que Dios puede hacer lo que nos resulta humanamente imposible. Si nos limitamos a dejarlo en nuestras manos, la tarea se vuelve completamente imposible. Aun así, somos llamados a llevarla a cabo. Pero ¿cómo? Veamos qué hizo la iglesia cristiana primitiva al respecto.

En sus comienzos, la iglesia estaba compuesta por un grupo muy pequeño, bajo el liderazgo de doce apóstoles. El de-

safío de este grupo era alcanzar a más de 200 millones de habitantes. En sólo cin-cuenta años, el cristianismo llegó a esta-blecerse en el mundo conocido, y lo hizo de una manera tan impresionante que el Imperio Romano ya no pudo ignorarlo.

El secreto del éxitoEl secreto del éxito de estos primeros

cristianos se encuentra registrado en He-chos 1: 8: «Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra». Los que eran impotentes e insignificantes recibieron el poder divino por medio de su Santo Espíritu, a fin de lograr lo que humanamente era imposible. Es por ello que «no tiene límite la utilidad de quien, poniendo el yo a un lado, da lugar a la obra del Espíritu Santo en su corazón y lleva una vida dedicada por completo a Dios».1 El Espíritu Santo se encontraba en

¿Puede suceder en nuestros días?

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ertoN KöhlerPresidente de la División Sudamericana, cuya sede central se encuentra en Brasilia (Brasil).

L E C T U R A S PA R A L A S E M A N A D E O R A C I Ó N

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En el Pentecostés, ciento veinte personas clamaron por el poder del Espíritu Santo. Cuando el Espíritu llegó, tres mil personas aceptaron a Jesús. A partir de ese momen-to, los números siguieron incrementán-dose (ver Hech. 5: 14; 6: 7; 9: 31; 12: 24). ¿Qué puede hacer el Espíritu Santo por la iglesia actual?

Cuando alguien preguntó a Moody, el gran evangelista del siglo XIX, por qué necesitaba constantemente del Espíritu Santo, respondió: «Porque sufro una pér-dida». Éste es el secreto: recibimos con el propósito de dar. Deberíamos dar más de nosotros en beneficio de los que tienen necesidad de salvación; y, como resulta-do, recibiremos una porción más intensa del Espíritu.

Una buena ilustración de este punto se encuentra en el símbolo del fuego que acompañó la venida del Espíritu Santo durante el Pentecostés. El fuego purifica, ilumina, da brillo, calienta y se esparce. Dios quiere hacernos espiritualmente “combustibles”. Esta es la respuesta di-vina a la frialdad del mundo. Alguien preguntó a John Wesley de qué manera podía un predicador llegar a persuadir a una persona a que viniera y escuchara el evangelio. Wesley respondió sin rodeos: «Si el ministro está ardiendo, otros se acercarán a mirar el fuego».

Cuando llega el fuegoElena White describió con precisión el

resultado de este fuego en el corazón de la iglesia: «En visiones de la noche pasó delante de mí un gran movimiento de re-forma en el seno del pueblo de Dios. Mu-chos alababan a Dios. Los enfermos eran sanados y se efectuaban otros milagros. Se advertía un espíritu de adoración como lo hubo antes del gran día del Pentecostés. Se veían a centenares y miles de personas visitando las familias y explicándoles la Palabra de Dios. Los corazones eran con-vencidos por el poder del Espíritu Santo, y se manifestaba un espíritu de sincera conversión. En todas partes las puertas se abrían de par en par para la proclamación de la verdad. El mundo parecía iluminado por la influencia divina».3

El desafío se encuentra ante nosotros. Ha llegado el momento de anunciar nues-tra esperanza con poder. Se encuentran a nuestra disposición la promesa del Espíritu Santo y la realidad de la lluvia tardía. Aferrémonos a estas promesas y avancemos decididamente en el nombre del Señor.

Referencias1 Elena White, El ministerio de curación, pág. 116.2 Elena White, Mensajes para los jóvenes, pág. 92.3 Elena White, Consejos sobre la salud, pág. 582.

el centro mismo de la vida y la misión de la iglesia, mientras ésta crecía y se exten-día. La iglesia estaba interesada en testifi-car acerca del poder del Espíritu antes que en especular sobre él. Para los hombres y las mujeres del Nuevo Testamento, el Es-píritu Santo no era una doctrina sino una experiencia. El mensaje que proclama-ban no era para que las personas creyeran en el Espíritu Santo sino, por el contrario, para que lo experimentaran.

Necesitamos buscar y recibir este mis-mo Poder con el fin de que nos asista en nuestra tarea de proclamar al mundo la venida del Reino de Dios, en el regreso glorioso de nuestro Salvador en las nubes de los cielos (Mat. 24: 14). Somos tan in-capaces de cumplir la tarea que se presenta ante nosotros como lo eran los primeros discípulos. Pero sabemos, también, que podemos recibir el poder y la capacidad del mismo Espíritu para cumplir la tarea asignada. Lo único que se espera de noso-tros es que establezcamos un compromiso permanente y pleno con el Señor. Elena White expresa: «Nada hay que Satanás te-ma tanto como que el pueblo de Dios lim-pie el camino de todo obstáculo, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu».2

Esto se llevará a cabo por medio de la confesión de nuestros pecados y una participación directa en la misión de la iglesia. Necesitamos dejar de quejarnos de cuán difícil es la tarea y de la indife-rencia humana al evangelio. ¡Salgamos a cumplir nuestra misión!

¿Cree usted que el derramamiento del Espíritu Santo puede llegar a producirse en nuestros días? Solemos referirnos a es-te evento como si fuera algo que ha de su-ceder en un futuro indefinido. La verdad es que en la corrupción social y moral que nos rodea, en la violencia y la confusión religiosa, Dios nos está expresando que él está listo para revelar entre nosotros los frutos de la lluvia tardía. Miles de ad-ventistas están siendo usados con poder por el Espíritu Santo en diversos lugares del mundo. Cosas increíbles se están ha-ciendo realidad en la vida de miembros que salen decididos a cumplir su misión. Este Poder ya se encuentra activo, y está disponible para todo aquél que desee par-ticipar en la misión de esperanza.

Veremos, entonces, que lo que parecía imposible puede llegar a hacerse realidad.

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Es posible estar lleno del Espíritu Santo en el presente o tenemos que esperar a que llegue la lluvia tardía?

2. ¿Qué significa estar lleno del Espíritu Santo? ¿Qué es lo que sucederá con nues-tra vida?

3. ¿Cuál le parece que es actualmente la necesidad más grande que tiene la iglesia?

El desafío se encuentra ante nosotros. Ha llegado el momento de anunciar

nuestra esperanza con poder.

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Un pueblo santo y sin mácula

Creados para reflejar a Cristo.

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La Biblia nos dice que, en el Edén, Adán y Eva fueron creados a imagen de Dios (Gén. 1: 27). No fueron creados como seres estáticos; por el contrario, tenían que crecer y desarrollarse de variadas maneras. Como cuidadores de la tierra, se esperaba que exploraran el maravilloso y equilibrado mundo que Dios había

creado. La relación entre Adán y Eva, y la de ellos con Dios, debía continuar creciendo.Sin embargo, llegó el pecado. Adán y Eva tomaron una decisión muy equivocada,

y de consecuencias terribles. A partir del momento en que probaron del fruto prohi-bido, el crecimiento cesó. Dejaron de existir el desarrollo mutuo y la relación con la divinidad. En su lugar, comenzaron a morir (Gén. 2: 17). Habían quebrantado la Ley de Dios, que les permitía ser libres para seguir creciendo y descubriendo su potencial. Se encontraron entonces en una caída libre sin fin; en un estado de desesperanza.

En consecuencia, a partir de allí, todo niño que nació ya no pudo experimentar el potencial único de la imagen de Dios reflejada en él. Ahora eran esclavos de su dege-nerado egoísmo, de sus malvados impulsos y, finalmente, de la muerte.

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ChaNtal KliNGbeilEscritora, editora, maestra en su hogar y oradora. Vive en Silver Spring (Maryland, EE.UU.).

L E C T U R A S PA R A L A S E M A N A D E O R A C I Ó N

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Llamados a ser santos¿Qué hacemos ahora que somos libres?

Los hijos de Israel también experimen-taron la libertad. Después de cientos de años de esclavitud en Egipto, fueron li-berados por Dios. Cuando los israelitas vieron que el ejército egipcio era tragado por el mar, comenzaron a darse cuenta de que eran libres de la esclavitud en la que habían nacido, y de que la vida como esclavos era la única que habían conoci-do. ¿Qué harían, entonces, con su liber-tad? Ahora eran libres de seguir la nube hasta el Sinaí, donde Dios se les revelaría mostrándoles la gran Ley de amor, que sustenta el universo. Los israelitas eran el pueblo especial de Dios, y habían sido rescatados de Egipto. Habían sido llama-dos a ser santos.

Seguramente, “santo” sea una palabra extraña que relacionamos con grandes y coloridas vidrieras y con seres sombríos que viven existencias solitarias y monóto-nas, completamente alejados del mundo real. Pero nada podría estar más alejado del significado bíblico de “santo”. En hebreo, la palabra “santo” significa “ser separado para un propósito especial”, en otras palabras, Dios estaba llamando a su pueblo para que fuera especial y único. En nuestro mundo moderno, de produccio-nes masivas y entretenimiento masivo, y donde todo se fabrica masivamente, ¿no resulta interesante pensar en que es posi-ble ser único y especial?

Dios deseaba que los israelitas redescu-brieran el propósito especial que tenían como nación, y también como indivi-duos. Quería impulsarlos de regreso al plan original del Edén. No obstante, des-pués de generaciones de esclavitud, los israelitas no tenían idea de lo que Dios esperaba de ellos. Él tuvo que mostrarles lo que quería, de manera que recorda-ran para qué habían sido creados y con qué objetivo eran llamados. Dios llevó a cabo esta tarea por medio de las reglas y los preceptos que les dio en el monte Sinaí. Todo lo relacionado con las leyes que Dios dio al pueblo tenía el propósito de enseñarle lo que significa ser santo, especial, único y pleno.

La santidad de los israelitas estaba di-rectamente relacionada con la presencia del Tabernáculo en medio del campamen-to. La vida con un Dios santo no hacía

lo. El perdón y la vida eterna nos perte-necen como resultado de lo que Cristo ha hecho por nosotros. ¡Éstas son realmente buenas noticias!

Quizá muchos de nosotros no disfru-tamos de nuestra libertad en Cristo por-que no apreciamos debidamente el valor de su obsequio. Pero el hecho de que sea totalmente gratuito no hace que el don de Cristo cueste menos que la mayor ad-quisición del universo. «Pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Ped. 1: 18, 19).

Como afirma un viejo dicho: “La fa-miliaridad cultiva el descontento”. Dios entiende nuestra incapacidad de evaluar y entender verdaderamente el don que nos ha dado y, entre otras cosas, él ha hecho provisión para que combatamos nuestras tendencias a la familiaridad ex-cesiva con este costoso don de la salva-ción al llamarnos a ser santos. En Éxodo 22: 31 nos amonesta: «Me seréis hombres santos». Al ver el reflejo de quién es Dios cuando analizamos su Ley, puede ser que nos sintamos como el rey Josías, quien re-cuperó una parte de la Ley al ordenar una limpieza del Templo, y después de leerla rasgó sus vestiduras (2 Rey. 22: 11). No-sotros también vemos cuán lejos estamos del ideal que Dios tiene para nosotros. Cada día, comprendemos de nuevo cuán completamente indignos somos de me-recer el cielo y cuán agradecidos debería-mos sentirnos de que Jesús haya pagado el precio para llevarnos allí.

El rescateA pesar del pecado, «de tal manera amó

Dios al mundo, que ha dado a su Hijo uni-génito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). Nuestro amante y creativo Dios no permitiría que cayéramos en el olvido. Él envió a su Hijo a esta tierra en forma humana con la finalidad de que viviera y muriera por nosotros. Una vez más, al igual que Adán y Eva antes de que peca-ran, podemos tomar la decisión de estar en armonía con el universo. Cuando ele-gimos aceptar a Jesús como nuestro Sal-vador personal, podemos estar ante Dios como si jamás hubiésemos pecado.

La Biblia habla de este paso como de un nuevo nacimiento. Ésta es la verdadera aceptación de Jesús como nuestro Salva-dor personal, la cual nos hace estar en paz con Dios, nos califica para el cielo y llena nuestro corazón de renovada espe-ranza. La muerte de Jesús es el maravillo-so botón que dice: “Borrar”. Gracias a su sacrificio, somos libres de acceder al cielo, asociarnos con los seres santos y hablar directamente con Dios. Una persona de esperanza es aquélla que ha sido justifi-cada por la fe en Cristo.

Sin condicionesMuchos de nosotros hemos recibido,

en alguna ocasión, una carta en cuyo so-bre estaba escrita la palabra “GRATIS” en grandes caracteres. La carta nos aseguraba que habíamos ganado un millón de euros, o una suscripción gratuita. Sin embargo, al leer la letra pequeña, descubrimos que era “gratis” sólo después de que gastáramos cierta cantidad de dinero o hiciéramos al-go más que nos permitiera acceder al pre-mio. Si lo pensamos de manera cuidadosa, estas ofertas “gratuitas” siempre terminan por darnos menos de lo que en realidad tenemos que pagar. Esto, por supuesto, hace que por naturaleza sospechemos de la oferta que Dios nos hace para que acep-temos el regalo gratuito de la vida eterna. Pero esto no es un truco publicitario; la salvación es completa y absolutamente gratuita. Todo lo que tenemos que hacer es aceptar este gran intercambio.

Nosotros entregamos a Cristo nuestra vida pecaminosa y, a cambio, recibimos su vida perfecta. No necesitamos hacer nada con el propósito de ganarnos el cie-

Cada momento de cada día podemos aprender a practicar la santidad mientras vivimos en la

presencia de Dios.

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que la divinidad descendiera al nivel de los esclavos, sino que los esclavos ascen-dieran hasta llegar a ser hijos e hijas del poderoso Dios del universo.

Vidas santasY ahora, usted y yo somos libres. ¡El

pueblo de esperanza es un pueblo libre! En el Padrenuestro, leemos: «Venga tu Reino» (Mat. 6: 10). Es nuestro privilegio comenzar a promover el Reino al permi-tir que Dios refleje su imagen a través de nosotros. El proceso ha comenzado. Dios ha tomado la iniciativa al renovar nuestra relación con él, y ahora desea renovar las relaciones entre nosotros y en nuestras comunidades. Al tomar la determinación de vivir una vida de santidad, estaremos fuera de sintonía con el mundo que nos rodea. Como peregrinos de esperanza, trataremos de mostrar qué significa –aun en un mundo en rebelión– amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Satanás, por supuesto, está sumamente interesado en mantenernos alejados de la santidad. Por ello, seguirá utilizando cir-cunstancias y personas con la intención de tratar de impedir que seamos aquello para lo cual fuimos creados realmente. Mientras vivamos en este mundo, con-servaremos nuestra antigua naturaleza. Cada día tenemos que tomar la decisión de alimentar nuestra nueva naturaleza y abandonar nuestra antigua naturaleza pe-caminosa. Éste es un proceso constante. Las buenas nuevas son que la salvación es mucho más que guardar un determina-do grupo de reglas, como bien lo enseñó vez tras vez nuestro Señor Jesucristo. La santidad se relaciona con el crecimiento. Tiene que ver con la formación de nue-vas lealtades, nuevas maneras de pensar, nuevas maneras de hacer las cosas, nuevas

maneras de analizar nuestra vida y nuevas relaciones.

La santidad no es algo de una vez y para siempre. Para los israelitas, la ex-periencia del desierto significó aprender a practicar la santidad en todos los pe-queños detalles diarios de la vida en el campamento. De manera similar, cada momento de cada día podemos aprender a practicar la santidad mientras vivimos en la presencia de Dios.

La fuerza que motiva la santidad

Algunas personas piensan que en la vida cristiana la tarea está dividida: Jesús lleva a cabo el pago inicial y ellos son los responsables del mantenimiento. Estas personas confían en que Jesús murió por ellos, pero piensan que después de nacer de nuevo tienen que hacer su parte y así alcanzarán la perfección para llegar al cie-lo. Sin embargo, el apóstol Pablo no com-partía esta idea: «Por tanto, de la manera en que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él, arraigados y sobreedificados en él y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados» (Col. 2: 6, 7). Esa manera de recibir a Jesús, como bien destaca Pablo, nos asegura que somos santificados del mismo modo que hemos sido salvados: Dios efectuó la salvación, y el Espíritu de Dios llevará a cabo la transformación.

Nuestra parte consiste en mostrarnos dis-puestos y cooperadores.

¿Ha aceptado usted a Jesús como su Salvador? Si la respuesta es sí, entonces usted es libre, sus pecados han sido lava-dos y ha nacido de nuevo. Ahora es libre de ser aquello para lo cual fue creado. Us-ted y yo fuimos creados a imagen de Dios, y ahora somos libres de reflejar esa ima-gen; éste es nuestro destino. ¿Qué aspecto tendrá la imagen de Dios? «El ideal que Dios tiene para sus hijos está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano. La meta a alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios».1 Este es el destino último de un pueblo de esperanza. ¡Per-mitamos que comience esa obra!

Referencias1 Elena White, La educación, pág. 18.

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Es la santidad esencialmente negativa (es decir, que nos obliga a dejar de lado ciertas prácticas) o es positiva?

2. ¿Qué aspecto tendría una persona “santa” en el mundo actual? Sea específico.

3. ¿De qué manera se relaciona la santidad con la posibilidad de alcanzar el po-tencial dado por Dios?

La santidad se relaciona con el crecimiento. Tiene que ver con la formación de nuevas lealtades, nuevas maneras de pensar, nuevas maneras de hacer las cosas,

nuevas maneras de analizar nuestra vida y nuevas relaciones.

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En las postrimerías del siglo XIX, los médicos todavía trataban a los pacientes con métodos no científicos. Se practicaban sangrías a quienes tenían fiebre, y a los que sufrían problemas pulmonares se les recomendaba fumar.

Elena White escribió: «Conocí a una mujer cuyo médico le había acon-sejado que fumara como remedio para el asma. Según las apariencias, ella había sido una ferviente cristiana durante muchos años, pero llegó a ser tan adicta al tabaco que cuando se la instó a renunciar a ese hábito, por malsano y contaminante, se negó terminantemente a hacerlo. Dijo: “Cuando se me presente claramente el asunto de que debo renunciar a mi pipa o perder el cielo, entonces diré: ‘Adiós, cielo; no puedo abandonar mi pipa’”. Esta mujer sólo estaba expresando con palabras lo que muchos dicen con sus actos».1

La importancia de rendirseEl pueblo que espera en Dios se ha rendido a Jesús. ¿Qué significa esto? En el cen-

tro mismo de la historia de la salvación se ubica el tema del Gran Conflicto. Esto nos proporciona el marco más amplio.

Desde el día en que Adán y Eva fueron expulsados del Edén, todos los actos de Dios se han concentrado en su plan de restaurar a la humanidad. A causa de su amor ma-nifestado por nosotros, se nos anima a rendirnos a la sabiduría y la voluntad de Dios,

Un pueblo que ha entregado todo a Jesús

¿Cómo administremos las bendiciones de Dios?

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G. edWard reidDirector del Departamento de Mayordomía

de la División Norteamericana, con sede en Silver Spring (Maryland, EE.UU.).

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cuando ponderamos la calidad de nuestra vida actual y la esperanza de vida eterna.

La Biblia nos informa de que «Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra» (Gén. 1: 1, NVI). «Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir» (Juan 1: 3). Cuando entende-mos que Dios es el Creador/Propietario de todo, entonces comprendemos de forma cabal nuestro papel como administrado-res de los recursos de su Reino. Así, mi objetivo como cristiano comprometido consiste en usar esos recursos que Dios me ha dado y negociar con ellos hasta que él venga, a fin de añadir ganancia a su Reino.

Rendidos como el barroEl mensaje de los profetas es: “Obedece

y serás bendecido o desobedece a Dios y sufrirás”. No se trata de cómo obtener la salvación sino de la calidad de vida. Si somos bastante lúcidos para captar esto, entenderemos que el estilo de vida de Dios obra principalmente para nuestro propio bien, y no sólo en beneficio de la obra de Dios o de su iglesia.

La palabra “rendirse” no se utiliza con frecuencia en la Biblia, pero el concepto está ahí una y otra vez. Se nos dice que hemos de amar al Señor con todo nuestro corazón, mente y alma (ver Mat. 22: 37). La Biblia también usa la analogía del alfa-rero y la arcilla para ilustrar la rendición (ver Isa. 64: 8; Jer. 18: 4-6). Si queremos hacer algo bueno con nuestras vidas, de-bemos rendirnos al Alfarero divino.

El tesoro escondidoUn sólo versículo, Mateo 13: 44, capta

el corazón y el alma del discipulado: «El reino de los cielos es como un tesoro escon-dido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y com-pró ese campo».

En tiempos del Antiguo Testamento era común que los ricos escondieran sus tesoros en la tierra; los robos eran fre-cuentes. Además, siempre que ocurría un cambio en la esfera del poder se exigía que los ricos pagaran grandes sumas en impuestos. Los vecinos enemigos de Is-rael con frecuencia incursionaban en los campos, y se llevaban las cosechas y las riquezas. Pero, a menudo el lugar donde

el tesoro había sido escondido era olvida-do, o el dueño podía haber sido asesinado o hecho prisionero.

Un trabajador común había arrendado la tierra de otra familia. Mientras araba con sus bueyes, desenterró algo. Puede usted imaginar al hombre deteniendo la yunta y arrodillándose para hurgar con sus manos. Y sigue escarbando, hasta que descubre que ha encontrado un gran teso-ro. Su primer pensamiento es que el terra-teniente probablemente no tiene idea de que ese tesoro esté allí. Ese tesoro no va a ser reclamado, y cualquiera que posea esa tierra lo hará suyo. El tesoro lo cautiva; se convierte en el objeto de sus sueños, y decide hacer algo. Va a comprar el campo sin importar el costo, y, de hecho, le cues-ta todo lo que tiene. El hombre ha experi-mentado un cambio en sus esquemas. ¡Lo llamamos conversión! Su vida ha tomado una nueva perspectiva. Ahora tiene una visión diferente. Quizás algunos de sus parientes y sus amigos piensan que ha perdido la razón. Pero el hombre sabe lo que hace. El campo y el tesoro ¡le cuestan todo su dinero! Él no tiene nada más de lo que al principio poseía, pero lo que el campo le cuesta palidece en comparación con el valor de lo que ha obtenido: el mayor tesoro.

El tesoro es Jesús y su plan de salva-ción. La inversión de nuestros tesoros te-rrenales en el Reino de Dios es un asunto de costo-beneficio. Por supuesto, hay un costo; pero las ventajas lo sobrepasan en mucho. Por lo tanto, no hay mayor gozo que el gozo de dar. La palabra clave en este versículo es “alegría”. «Lleno de ale-gría», el hombre vendió todo lo que tenía. Éste fue un hombre ¡poseído por el gozo!

El propósito de Cristo al usar esta ilus-tración “es comunicar a nuestra mente el valor de las cosas espirituales. Para ob-tener el tesoro del mundo, ese hombre sacrificaría todo. Cuánto más deberíamos dar por el inestimable tesoro divino”.2

¿Es realmente un sacrificio?

¿Habrá algo tan valioso, tan digno, co-mo para intercambiarlo por el cielo y la vida eterna? Se nos ha dicho que «Jesús no requiere del hombre ningún verdadero sacrificio, porque lo único que se nos pide que abandonemos son las cosas que nos harían mejor si no las tuviésemos».3

La rendición y el sacrificio no son misterios. Son un estilo de vida. He aquí un sencillo plan de acción: «Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: “Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pon-go todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi obra hecha en ti”. Este es un asunto diario. Cada mañana conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia».4

Aquéllos que por el poder de Jesús han sido amoldados para el cielo, tienen es-peranza, y lo demuestran en la manera en que administran las muchas bendicio-nes que él constantemente les brinda. Su andar en la esperanza se caracteriza por el uso equilibrado de los dones que han recibido de Dios.

Referencias1 Elena White, La temperancia, pág. 56. 2 Elena White, A fin de conocerle, pág. 60. 3 Elena White, Consejos sobre mayordomía cristiana,

pág. 314. 4 Elena White, El camino a Cristo, págs. 69, 70.

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Qué significa rendirse a Jesús?

2. El hombre que encontró el tesoro escondido vendió todo que tenía, y aun así permaneció feliz. ¿Cómo pudo ser posible?

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David Horton sabe lo que es resistir. En 1991 corrió 3.505 kilómetros en la ruta de los Apalaches, en el Este de los

Estados Unidos, en un periodo de 52 días. Horton recorrió 64 kilómetros al día, un ritmo que muchos de nosotros no podría-mos mantener siquiera un día. Pero, in-cluso a Horton se le dificulta mantener su resistencia en tanto que envejece (de 60 años de edad). Recientemente tuvo que abandonar una carrera de 781 kilómetros cuando los brazos, las manos y los pies comenzaron a hinchársele.

Aunque, probablemente, no podría-mos igualar la marca de Horton, muchos de nosotros sabemos lo que significa per-der la resistencia a medida que envejece-mos. Pero la edad no es el único enemigo, ni la pista el único desafío a la resistencia. Sabemos lo difícil que es resistir hasta el final. Ya sea que estemos confeccionando un vestido, arando un campo, preparan-do un discurso o escribiendo un infor-me, al final nos vamos agotando. Se nos dificulta mantener el nivel de calidad y compromiso con el que comenzamos.

Durante 147 años los adventistas del séptimo día hemos esperado el adveni-miento de Cristo. ¿Cómo podemos man-

tener nuestro entusiasmo y el compromi-so en la proclamación de la buena noticia de que Jesús viene otra vez? ¿Cómo po-demos ser un pueblo perseverante? Una de las características del pueblo de Dios de los últimos días es que tiene la pacien-cia/perseverancia de los santos (Apoc. 14: 12). En sus jornadas, su fe será probada, pero al final prevalecerá. Hebreos 12: 1 nos recuerda que mientras corremos la carrera de la fe no estamos solos: «estamos rodeados de una multitud tan grande de tes-tigos», hombres y mujeres cuya fe en las promesas de Dios puede inspirarnos hoy.

Joy Chen proviene de una familia que aprecia la sabiduría. Su padre y su abuelo eran eruditos. Ella misma recibió una edu-cación refinada y aquilatada. En el elogio durante el funeral de su hijo Tony, ella recordó cómo enseñó a sus hijos y sus nietos a valorar su herencia de cinco mil años de historia china. Quería que la his-toria de su familia inspirara a sus hijos a persistir en sus estudios y a transmitir sus valores y sus conocimientos a otros.

En Hebreos 11, descubrimos que la historia de nuestra familia de la fe se ex-tiende más de seis mil años atrás. Incluye no sólo a héroes como Abel, Enoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob y Moisés, sino tam-

Un pueblo llamado a

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Jesús es el Autor y Consumador de nuestra fe.

Durante 147 años hemos esperado el advenimiento de Cristo. ¿Cómo podemos mantener nuestro entusiasmo al continuar proclamando la buena noticia de que Jesús viene otra vez?

douGlas JaCobsProfesor de Homilética y Ministerios

de la Iglesia en la Universidad Adventista del Sur, en Collegedale (Tennessee, EE.UU.).

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bién a hombres y mujeres comunes como Rahab, Gedeón y Barac. Su ejemplo de fe perseverante nos inspira a correr «con perseverancia la carrera que tenemos por de-lante» (Heb. 12: 1).

Pero ¿qué hicieron los héroes de nues-tra familia de la fe para completar su ca-rrera? ¿Cómo podemos nosotros comple-tar nuestra carrera y convertirnos, junto con ellos, en un pueblo perseverante? Hebreos 12: 1 y 2 nos dice que la perse-verancia cristiana es el producto de dos factores: abandonar y mirar.

Para correr la carrera de la fe con per-severancia debemos: uno, abandonar los obstáculos y pecados, y dos, mirar a Jesús. «Por tanto, también nosotros, que esta-mos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseveran-cia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe».1

Los corredores se despojan de la ro-pa excesiva, con el fin de reducir su peso corporal; se quitan aquello que podría im-pedirles ganar la carrera. Independiente-mente de lo que sea que nos sobrecarga espiritualmente, ya sea que nos parezca bueno o malo, debe ser desechado si he-mos de completar nuestra carrera de fe.

Nuestros antepasados en la fe tuvieron que abandonar los obstáculos y los peca-dos que les estorbaban. Noé nunca ha-bía visto llover cuando Dios le pidió que creyera en un diluvio universal. Abrahán dejó una de las ciudades más sofisticadas de su tiempo, Ur de los caldeos, y «salió sin saber a dónde iba» (Heb. 11: 8). Como faraón, Moisés podría haber sido adorado como un rey-dios, y disfrutado de rique-zas y un poder sin igual para su tiempo; pero él «prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa» (Heb. 11: 25, 26).

Moisés pudo dejar lo mejor que este mundo podría ofrecer porque miraba hacia adelante, a una mejor recompensa. La misma recompensa nos espera cuando contemplamos a Jesús: «Fijemos la mira-da en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba,

soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (Heb. 12: 2).

Ésta es la clave para convertirnos en un pueblo perseverante. Los corredores saben del peligro de apartarse de su objetivo. Durante la carrera de cien metros lisos en los Juegos Olímpicos de 2008, el corredor Usain Bolt estuvo a punto de perder el récord mundial porque miró alrededor, en señal de triunfo, antes de cruzar la lí-nea de meta.

Sólo cuando nuestros ojos se fijan en Jesús, “las cosas terrenales se debilitarán”.

Las nuevas investigaciones sobre el cerebro confirman que dejar atrás los obstáculos y contemplar a Jesús puede reformar físicamente nuestro cerebro. En 1998, los científicos descubrieron que el cerebro del adulto humano puede produ-cir nuevas neuronas. El cerebro “fertiliza” las células que usamos y mata, o elimina, las células que no usamos. Según el doc-tor John J. Ratey, «lo que ahora sabemos es que el cerebro es flexible [...], es un ór-gano adaptable que puede ser moldeado por el ejercicio más o menos de la misma manera en que un músculo puede ser es-culpido por el levantamiento de pesas. Mientras más se usa, más fuerte y más flexible se torna».2

Lo que pensamos y hacemos en cada dimensión de la vida está “esculpiendo” en nuestro cerebro la imagen de Jesús o cualquier otra imagen. Para perseverar en la carrera de la fe, necesitamos reforzar nuestra fijación en Jesús y debilitar nues-tra atención en los pecados y los obstácu-los que nos estorban. Pero, no pensemos que nuestras decisiones producen estos cambios. Hebreos nos recuerda que Jesús es el autor y el consumador de nuestra fe. Cuando dejamos los obstáculos y los pecados y contemplamos a Jesús, “cam-biamos la compañía de cable”. Pedimos

a Jesús que sea nuestro proveedor desde el principio hasta el fin de nuestro viaje de fe.

¿Por qué es Jesús el autor y consuma-dor de nuestra fe? Porque su vida perfecta constituye nuestro ejemplo. Su muerte en la cruz y su resurrección garantizan nues-tra salvación; y porque él está sentado “a la mano derecha del trono de Dios” tiene todo el poder del universo para ayudarnos a concluir nuestra carrera.

¿Por qué hizo Jesús todo esto? Hebreos 12: 2 dice: «Por el gozo que le esperaba, so-portó la cruz, menospreciando la vergüenza». Esa alegría era la dicha de verlo a usted y a mí en el cielo, con él. La agonía de Jesús en el huerto de los olivos, el dolor insoportable de la cruz, la angustia de la separación de su Padre, todo lo soportó porque visualizó el gran gozo de darnos la bienvenida a casa.

Hebreos 12: 3 concluye: «Consideren a aquél que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo». Fue su visión de Jesús lo que dio a Esteban la fortaleza para morir rogando por quienes lo ape-dreaban (Hech. 7: 55-60); y es nuestra vi-sión de Jesús lo que nos fortalecerá a fin de correr con paciencia la carrera que se nos asignó. Ni siquiera la muerte puede impedirnos de completar nuestra carrera, pues Jesús nos prometió: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apoc. 2: 10).

Referencias1 Los textos bíblicos han sido tomados de la Nueva

Versión Internacional ©Copyright 2000. Usada con

permiso. Todos los derechos reservados.2 John J. Ratey, Spark: The Revolutionary New Science

of Exercise and the Brain (La chispa: La nueva cien-

cia revolucionaria del ejercicio y el cerebro), Nueva

York: Little, Brown and Company, 2008, págs. 35, 36.

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿En qué maneras es la vida cristiana como correr una carrera?

2. ¿Cómo puede el sábado ayudarnos a desarrollar la perseverancia en la vida cristiana?

3. ¿Podrían aun las cosas buenas sobrecargarnos? ¿Cuáles podrían ser algunas de ellas?

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“Aceptos en el amado”Una meditación sobre Efesios 1: 1 al 6.

eleNa White (1827-1915)Uno de los pioneros de la Iglesia Adventista

del Séptimo Día. Los adventistas creemos que ella ejerció el don profético durante más

de setenta años de ministerio público.

L E C T U R A S PA R A L A S E M A N A D E O R A C I Ó N

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«Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están

en Éfeso: Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz» (Efe. 1: 1, 2).1 “Les concedan gracia”. Debemos todo a la gracia gratuita de Dios. La gracia es el pacto que ordenó nuestra adopción. La gracia en el Salvador realiza nuestra redención, nuestra regeneración, y nues-tra exaltación a la herencia con Cristo. No porque nosotros lo amamos primero a él, es que Dios nos amó «cuando toda-vía éramos pecadores» (Rom. 5: 8), Cristo murió por nosotros, e hizo una completa y abundante provisión para nuestra re-dención.

Gracia para los indignosNo habríamos aprendido el significado

de la palabra “gracia”, si no hubiéramos caído. Dios ama a los ángeles inmacula-dos, que lo sirven y obedecen sus Manda-mientos, pero a ellos no les concedió su gracia. Esos seres celestiales nada saben de su gracia; nunca la han necesitado porque nunca han pecado. La gracia es un atributo de Dios manifestado a los indignos seres humanos. Nosotros no la buscamos, sino que fue enviada a buscarnos a nosotros.

Dios se regocija en conferirles su gracia a todos los que tienen hambre de ella, no porque sean dignos, sino porque son completamente indignos. Nuestra necesi-dad es el requisito que nos da la seguridad

de que recibiremos este don. “Paz, de Dios nuestro Padre, y de su Hijo Jesucristo”. Cada experiencia del hombre confirma la veracidad de las palabras de las Escrituras: «Los malvados son como el mar agitado, que no puede calmarse [...]. No hay paz para los malvados» (Isa. 57: 20, 21). El pecado ha destruido nuestra paz. Mientras el yo no sea subyugado, no podremos encontrar paz. No hay control humano para las pa-siones dominantes del corazón. Estamos tan indefensos aquí como los discípulos en medio de la furiosa tormenta.

La gracia trae liberaciónEl que pacificó las olas en Galilea ha

hablado palabras de paz a cada alma. Aunque se hallen en medio de una fu-riosa tempestad, aquéllos que vuelven su rostro hacia Jesús clamando: “Señor, sál-vanos”, hallarán liberación. Su gracia, la cual reconcilia el alma con Dios, aquieta las luchas de las pasiones humanas, y en su amor el corazón halla reposo. «Cambió la tempestad en suave brisa: se sosegaron las olas del mar. Ante esa calma se alegraron, y Dios los llevó al puerto anhelado» (Sal. 107: 29, 30). «Ya que hemos sido justifica-dos mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5: 1). «El producto de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto» (Isa. 32: 17).

Quienquiera que consiente en renun-ciar al pecado, y abre su corazón al amor de Cristo, se hace partícipe de esta divina

paz. No hay ninguna otra clase de paz si-no ésta. La gracia de Cristo, recibida en el corazón, somete la enemistad, disipa las contiendas y llena el alma de amor. El que está en paz con Dios y con sus prójimos no puede sentirse miserable. La envidia no anidará en su corazón; las malignas suspicacias no encontrarán lugar allí; el odio no podrá existir. El corazón que está en armonía con Dios es portador de la paz del cielo, y esparcirá en derredor su divina influencia. El espíritu de paz reposará so-bre los corazones cargados y atribulados con las luchas mundanales.

La gracia trae pazLos seguidores de Cristo son enviados

al mundo con un mensaje de paz. Quien-quiera que por la serena e inconsciente influencia de una vida santa, revele el amor de Cristo, ya sea por medio de la palabra o de las obras, conduzca a otros a renunciar al pecado y a rendir su corazón a Dios, es un pacificador. Y «dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llama-dos hijos de Dios» (Mat. 5: 9). El espíritu de paz es evidencia de su conexión con el cielo. El dulce sabor de Cristo los en-vuelve. La fragancia de su vida, la belleza de su carácter, revela al mundo el hecho de que son hijos de Dios. Los hombres se dan cuenta de que ellos han estado con Jesús. «Todo el que ama ha nacido de él y lo conoce» (1 Juan 4: 7). «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom. 8: 14). «Alabado sea Dios, Pa-

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dre de nuestro Señor Jesucristo», continúa el apóstol, «que nos ha bendecido en las regio-nes celestiales con toda bendición espiritual en Cristo» (Efe. 1: 3).

¿Qué podríamos pedir, que no esté in-cluido en esta misericordiosa y abundante provisión? Por medio de los méritos de Cristo somos bendecidos con toda ben-dición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Es nuestro privilegio acudir a Dios, para respirar la atmósfera de su pre-sencia. Si nos mantenemos en estrecha unión con las cosas comunes, vulgares y sensuales de esta tierra, Satanás interpon-drá su sombra, para que fallemos en dis-cernir las bendiciones de las promesas y certezas de Dios, y así fallemos en ser for-talecidos para lograr una elevada norma espiritual. Nada nos traerá paz, libertad, valor y poder, como permanecer cerca de la presencia de Dios.

Gracia para la santidad«Dios nos escogió en él antes de la crea-

ción del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor [...]» (Efe. 1: 4). A menos que haya una cegue-ra voluntaria, esto no puede malinterpre-tarse. Vamos a ser santos y sin mancha delante de él en amor. La condición por la cual recibimos un incremento de su gracia es que la perfeccionemos sobre la luz que ya tenemos. Si la encontramos, debemos seguir buscándola continua-mente; si la recibimos, debemos pedirla; si queremos que se abra la puerta, debe-mos llamar.

«Desde el principio Dios los escogió para ser salvos, mediante la obra santificadora del Espíritu y la fe que tienen en la verdad» (2 Tes. 2: 13). En este texto se revelan las dos agencias en la salvación de los hom-bres: la influencia divina y la fuerte fe vi-viente de los seguidores de Cristo. Es por medio de la santificación del Espíritu y la creencia en la verdad, como nos conver-timos en obreros juntamente con Dios. Dios aguarda la cooperación de su iglesia. Él no planea añadir un nuevo elemento de eficiencia a su Palabra; ha hecho su gran obra al dar su inspiración a la Pala-bra. La sangre de Jesús, el Espíritu Santo, la divina Palabra, son nuestros. Nosotros somos el objeto de todas estas provisiones del cielo, y depende de nosotros si vamos a descansar en las promesas que Dios nos

ha dado, y convertirnos en colaboradores juntamente con él.

La santificación es la obra, no de un día o un año, sino de toda la vida. La lucha por la conquista del yo, por la santidad y el cielo, es una lucha de toda la vida. Sin esfuerzo continuo y constante actividad, no puede haber avances en la vida divina, ni la obtención de la corona de victoria. La santificación de Pablo fue el resultado de un conflicto constante consigo mismo. Él dijo: «Cada día muero» (1 Cor. 15: 31). Su voluntad y sus deseos contendían cada día con el deber y la voluntad de Dios. En lugar de seguir la inclinación, él hizo la voluntad de Dios, crucificando su propia naturaleza.

Dios nos guía a la santidadDios guía a su pueblo paso a paso. La

vida cristiana es una batalla y una marcha. En esta guerra no hay descanso; el esfuerzo debe ser continuo y perseverante. Es por el esfuerzo incesante como conservamos la victoria sobre las tentaciones de Satanás. La integridad cristiana debe ser buscada con irresistible energía y mantenida con propósito resuelto. Hay una ciencia del cristianismo que debe ser perfeccionada; una ciencia mucho más profunda, más amplia, más alta que cualquier ciencia hu-mana, como los cielos son más altos que la tierra. La mente debe ser disciplinada, educada, entrenada, para que sirvamos a Dios en las formas que no armonicen con la inclinación natural. Hay tendencias al mal heredadas y cultivadas que deben ser vencidas. Nuestros corazones deben ser educados para convertirse a Dios. Hemos de formar hábitos de pensamiento que nos capacitarán para resistir la tentación. Los hijos de Dios sellarán su destino por una vida de esfuerzo santificado y de firme ad-herencia a la rectitud.

Aceptos en CristoDios «nos predestinó para ser adoptados

como hijos suyos por medio de Jesucristo, se-gún el buen propósito de su voluntad» (Efe. 1: 5, 6).

Las palabras dichas a Jesús a orillas del Jordán: «Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él», abarcan a toda la humanidad. Dios habló a Jesús como a nuestro representante. No obstante to-dos nuestros pecados y debilidades, no somos desechados como inútiles. Él “nos hizo aceptos en el Amado”. La gloria que descansó sobre Jesús es una prenda del amor de Dios hacia nosotros. Nos habla del poder de la oración, de cómo la voz humana puede llegar al oído de Dios, y ser aceptadas nuestras peticiones en los atrios celestiales. Por el pecado, la tierra quedó separada del cielo y enajenada de su comunión; pero Jesús la ha relacio-nado otra vez con la esfera de gloria. Su amor rodeó al hombre, y alcanzó el cielo más elevado. La luz que cayó por los por-tales abiertos sobre la cabeza de nuestro Salvador, caerá sobre nosotros mientras oremos para pedir ayuda para resistir la tentación. La voz que habló a Jesús dice a toda alma creyente: «Este es mi Hijo ama-do; estoy muy complacido con él».

Con él, como él«Queridos hermanos, ahora somos hijos

de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejan-tes a él, porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3: 2). Nuestro Redentor ha abierto el camino, para que el más pecador, el más necesitado, el más oprimido y ofen-dido, pueda hallar acceso al Padre. Todos pueden tener una casa en las mansiones que Jesús fue a preparar.

«Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir [...]. Ya sé que tus fuerzas son pocas, pero has obedecido mi palabra y no has renegado de mi nombre» (Apoc. 3: 7, 8).

(Este material fue originalmente pu-blicado en Review and Herald, el 15 de octubre de 1908.)

Referencias1 Los textos bíblicos han sido tomados de la Nueva

Versión Internacional .

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Cuáles ideas de esta lectura lo impresionaron más? ¿Por qué?

2. En esta lectura, Elena White se refiere a la “ciencia del cristianis-mo”. ¿Qué quiso decir con estas palabras?

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L E C T U R A S PA R A L O S N I Ñ O S

esperanzaN i ñ o s co n

* Todas las referencias en las lecturas para los niños se tomaron de la Nueva Versión Internacional, excepto cuando se indica lo contrario.

Viviendo como Dios desea mientras esperamos.

PRIMER SÁBADO

De vuelta a nuestro hogar

Versículo para memorizar«En el hogar de mi Padre hay muchas vi-

viendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14: 2, 3).

PreparaciónAyude a los niños de mayor edad a en-

contrar Sudán y Uganda en un mapa o en un globo terráqueo. Los habitantes de estos países llevan tiempo viviendo bajo la amenaza de la guerra. Necesitan deses-peradamente de algo que les dé esperanza. ¿Qué podría darte esperanza a ti, cuando llevas enfermo varios días? ¿Y cuando se te

pide que ordenes una habitación caótica? ¿Y cuando te has portado muy mal y están a punto de castigarte?

HistoriaSamuel se despertó con el sonido lejano

de los disparos. Se apoyó sobre un codo, y entrecerró los ojos para ver qué estaba ocurriendo en su aldea. Justo cuando iba a gritar, su hermano Daniel colocó su mano sobre la boca de Samuel.

–¡Shhhh! –le advirtió Daniel–. Y le hizo una señal para que se quedara agachado y lo siguiera.

Al arrastrarse sobre el suelo húme-do, la mente de Samuel regresaba a los acontecimientos que habían ocurrido aquel mismo día. Algunos hombres de una aldea vecina del sur de Sudán habían huido a su aldea y contaban que habían sido atacados por soldados rebeldes, quienes habían dejado muchos muertos a su paso.

–Huid rápido, antes de que ocurra aquí lo mismo –les advirtieron.

El padre de Samuel huiría con el resto de los hombres. Ellos distraerían a los sol-dados lejos de la aldea, de modo que las familias pudieran escapar sin peligro.

–No hagáis ruido; permanezced uni-dos y junto a la hierba alta –indicó a la familia–. Dirigíos al campo de refugio de la frontera con Uganda.

Mientras seguía a su madre y a su her-mano mayor a través de la hierba alta, Samuel sentía tanto miedo que quería llo-rar. Sin embargo, no se atrevió a hacerlo. ¡Era un niño de nueve años, y no un bebé llorón! Además, su padre necesitaba que Daniel y él fueran fuertes, por su madre y su hermana.

Para mantener su valentía, Samuel intentó recordar las últimas palabras de su padre: “Volveré y me encontraré con vosotros pronto. Y construiremos un nue-vo hogar donde podamos vivir en paz”. Samuel sabía que para mantenerse a sal-vo debía confiar en su padre y seguir sus instrucciones. Pero, era la idea de tener un nuevo hogar junto a su padre lo que

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JeaN KellNerEspecialista en Desarrollo de ‘Adventist World Radio’, con sede en Silver Spring (Maryland, EE.UU.).

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contenía sus lágrimas y lo que le daba esperanza.

LecciónJesús y sus discípulos se habían hecho

muy amigos. Los doce creían que Jesús era el Mesías prometido, que gobernaría a Israel y traería paz al mundo entero. Pero ahora, durante la fiesta de la Pascua, que debería haber sido una celebración, los discípulos estaban tristes y asustados. En lugar de estar planificando el restableci-miento del Reino de Dios, Jesús les habló de que las autoridades lo capturarían y lo llevarían a la muerte. ¡Aquello era ho-rrible!

Sin embargo, Jesús les estaba dejando una importante promesa. ¡Una promesa que también es para nosotros! Jesús asegu-ró: «En el hogar de mi Padre hay muchas vi-viendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14: 2, 3).

Cuando empezamos a conocer a Jesús y a amarlo, no podemos evitar esperar su Ve-nida. Tal vez, a veces nos impacientemos y nos preguntemos: “¿Por qué tarda tanto?”. Sin embargo, podéis estar seguros de que Jesús volverá a buscarnos. La promesa del regreso de Jesús es lo que llamamos “la bendita esperanza”.

AplicaciónNosotros, al igual que los discípulos de

Jesús y que Samuel, el niño de nuestra his-toria, no tenemos hogar. Este mundo no es nuestro hogar; nuestro hogar está con Jesús. Él volverá para llevarnos, a nosotros y a nuestras familias, a su hogar en el cielo. Aunque vengan problemas, encontrare-mos alegría esperando el cielo. Jesús nos da esa esperanza.

Debate1. Lee Juan 14: 1-3. ¿Qué dos cosas nos

dice Jesús que debemos hacer para afrontar nuestros problemas y encon-trar esperanza?

2. ¿Qué promesas nos hace Jesús en el ver-sículo 3?

3. ¿Por qué decimos que la promesa de Jesús es que regresará y nos llevará con él, al cielo?

ActividadColoque un mural en la pared y pida a

los niños que expresen, a través de pala-bras y de dibujos, cómo se imaginan que será el regreso de Jesús para recoger a su pueblo y llevarlo con él.

DOMINGO

Cuando tu barca está a punto de hundirse

Versículo para memorizar«Que el Dios de la esperanza los llene de

toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Rom. 15: 13).

PreparaciónLean juntos el versículo para memori-

zar y canten canciones de alabanza. Pida a dos voluntarios que oren.

HistoriaKelly y Justin estaban juntos en su

cuarto de juegos, mientras la lluvia caía con fuerza sobre los laterales y el tejado de su casa.

–No me gusta esta lluvia –dijo Justin–. ¡Lleva ya muchos días lloviendo!

–Bueno –contestó Kelly–, tal vez ahora mismo alguien necesite la lluvia más de lo que nosotros necesitamos estar secos.

–Aun así, no me gusta esta lluvia –repi-tió Justin–. Ya hemos tenido suficiente y durante demasiado tiempo.

Destellos de luz iluminaban el cielo os-curo. Un tremendo ruido de trueno hizo que Scooter, el gato, saltara de miedo. Los gritos de miedo de Kelly y de Justin hicie-ron que su madre entrara corriendo en la habitación.

–¿Por qué estáis asustados? –preguntó su madre–. Estáis a salvo dentro de esta casa. Además, vuestro padre y yo estamos aquí para protegeros.

Kelly y Justin intentaron explicarle que estaban cansados de aquella lluvia.

–No dejéis que la lluvia os arruine todo el día –los animó mamá–. ¿Recordáis aque-

lla vez que llovió durante nuestro viaje de campamento y nos metimos todos juntos dentro de la tienda y contamos historias, comimos palomitas de maíz y jugamos al Uno? ¿Por qué no montáis una tienda en vuestro cuarto de juegos? Yo haré palomi-tas. Vosotros pensad a qué vamos a jugar.

Más tarde, mientras toda la familia dis-frutaba unida, papá dirigió sus pensamien-tos hacia Jesús y sus íntimos amigos.

LecciónA menudo, los discípulos veían a Jesús

hacer milagros, y cuando les hablaba so-bre el amor y el cuidado de nuestro Padre Celestial sus corazones rebosaban de ale-gría. A pesar de ello, al igual que ocurrió con Kelly y Justin, un día los discípulos se vieron en medio de una tormenta.

Se encontraban en el mar de Galilea, tras un largo día en el que habían visto a Jesús sanar a los enfermos. Cansado, des-pués de haber ayudado a la gente durante todo el día, Jesús sólo quería ir con sus discípulos a un lugar tranquilo. Les pidió que lo llevaran en su barca por el mar de Galilea; pronto, se quedó dormido.

Pero, de repente, se desató una tormen-ta que asustó a aquellos hombres. El bar-co se estaba llenando de agua y estaba a punto de hundirse. Jesús habría dormido profundamente en aquella situación si no hubiera sido por sus gritos de terror:

«¡Señor –gritaron–, sálvanos, que nos va-mos a ahogar!» (Mat. 8: 25).

Jesús no tenía miedo: «Hombres de poca fe» –les contestó–, «¿por qué tienen tanto miedo? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó completa-mente tranquilo» (vers. 26).

Habían estado a salvo todo el tiempo, porque Jesús estaba allí.

Hoy, si conocemos a Jesús, si lo invita-mos a vivir en nosotros, también estare-mos a salvo en él. Tener a Jesús a nuestro lado nos llena de felicidad y de paz, no importa cuán fuerte sea nuestra tormenta.

AplicaciónHay un sabio dicho que puede ayudar-

nos en nuestras situaciones tormentosas: «No le cuentes a Dios cuán grande es tu tormenta, dile a la tormenta cuán gran-de es tu Dios». Narrar historias sobre el poder de Dios y sobre cómo se preocupa por nosotros nos llena de valor. Pida a los

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niños que compartan un relato sobre al-gún momento en el que se sintieron asus-tados y Dios hizo desaparecer su miedo. Rompa el hielo contando una historia desde su propia experiencia.

DebateReciten juntos Romanos 15: 13. ¿Có-

mo responde este versículo a las siguientes preguntas?: 1. ¿Por qué podemos sentirnos felices y

en paz incluso cuando la tormenta nos asusta?

2. ¿Por qué no deberían haber sentido miedo los discípulos durante la tor-menta?

3. ¿Qué recordarás cuando sientas temor o estés triste?

ActividadPida a los niños que dibujen marcado-

res de libro con el versículo para memo-rizar. Dígales que lo conserven, como re-cordatorio de la alegría y la paz que tienen en Cristo.

LUNES

Confiar en las promesas de Dios

Versículo para memorizar«De hecho, todo lo que se escribió en el

pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza» (Rom. 15: 4).

PreparaciónPida a los alumnos que

nombren a personas que conozcan en las que pue-den confiar. Elabore una lista de no más de cinco personas. Por ejemplo: profesores, padres, un policía, etcétera. Lea de uno en uno los nombres de la lista, de modo que

los niños puedan votar a aquella persona en la que más confían.

HistoriaEra sábado por la noche, en casa de los

García. Mamá había invitado a todo el Club de Exploradores. Después de cenar, todos los niños debían ir a la habitación contigua, con el papá.

–¡Escuchad! –les dijo–. Cuando llamen a la puerta, uno de vosotros debe ir a abrir montado en un avión muy especial.

Tras una corta espera, los niños oyeron a alguien que llamaba a la puerta, pero ninguno quería ser el primero en ir. Final-mente, Silvia García se decidió a hacerlo.

–Esta tabla que hay en el suelo será tu avión –le explicó mamá–. Súbete a ella y prepárate.

Mientras Silvia se subía sobre la ta-bla, su madre le cubrió los ojos con un pañuelo. De repente, Silvia notó que se tambaleaba.

–No te preocupes –le dijo su padre–. Pon la mano sobre mi cabeza. ¿Estás lista?

Cuando percibió a su padre cerca de ella, Silvia asintió. Lentamente sintió có-mo se elevaba sobre el suelo. La tabla se tambaleaba un poco bajo sus pies y estaba perdiendo el contacto con su padre. “De-bo estar muy alto”, pensó.

–Ten cuidado con el techo –le dijo su madre.

La cabeza de Silvia chocó contra algo duro en el momento en que su madre le gritó:

–¡Salta!, Silvia, ¡Salta!, yo te sos-tendré.

Silvia se quedó inmóvil. El techo estaba demasiado alto

como para saltar desde allí.–Confía en mí –gri-

tó su padre–: puedes saltar.

Tras una larga pausa Silvia saltó, y al instante se encontró de pie en el suelo. Ape-nas había estado

a treinta centíme-tros del suelo. Sus padres le habían hecho sentir que estaba mucho más alto al hacer tam-

balear la tabla, cuando su padre agachó la cabeza y cuando la señora García colocó un libro por encima de la cabeza de Silvia.

Al resto de los niños les costó saltar menos que a Silvia.

Más tarde, pensando en el juego del “avión”, todo el mundo estuvo de acuer-do: confiar en alguien es difícil. Sin em-bargo, Silvia pensó que a ella no le había resultado tan difícil porque sabía que po-día confiar en sus padres.

LecciónImagina por un momento que eres Sa-

drac, Mesac o Abed-nego (Dan. 3). Ellos estuvieron cautivos en un país extranje-ro, eran esclavos del rey de ese país y, por tanto, estaban sometidos a sus leyes. Pero, cuando ese rey decidió construir una ima-gen de oro de sí mismo para que todos sus súbditos se inclinasen a adorarla, estos tres jóvenes hebreos supieron que no po-drían hacerlo. También sabían que, si no lo hacían y eran descubiertos, se meterían en problemas graves. Aun así, decidieron confiar en Dios.

Así que respondieron al rey: «Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servi-mos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad. Pero aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua» (Dan. 3: 17, 18).

Mientras alimentaban las llamas del horno para quemarlos, todo cuanto po-dían hacer era confiar en las promesas de que Dios los salvaría. Era todo cuanto tenían para continuar. ¡Y era más que su-ficiente: Dios los salvó!

AplicaciónEl Antiguo Testamento está cargado de

promesas, que estos tres amigos conocían y en las que confiaban. Hagamos un ejer-cicio de espadas y encontremos algunas de ellas. [Los niños deben unirse en pa-rejas, los que sepan leer con los que no. A su señal: “¡Sacad vuestras espadas!”, los alumnos levantarán sus biblias y esperarán a que dé una referencia bíblica de la lista que consta a continuación. El primer niño que encuentre el versículo se levantará y lo leerá en alto. Repita lo mismo hasta que se hayan leído todos los textos.] 1 Sam. 14: 6 (ú.pág.); Sal. 71: 5; Sal. 118: 6, 7; Prov. 3: 26; Jer. 17: 7).

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Debate1. Lee Romanos 15: 4. ¿Estás de acuerdo

con este texto, después de haber leído los textos del ejercicio con las espadas?

2. ¿Qué texto del ejercicio con las espadas te da esperanza?

Una última palabraWilliam Booth, fundador del Ejército

de Salvación, comenzó este movimiento cristiano con la intención de llevar espe-ranza a los más necesitados de Londres. Comenzó su misión sin dinero y sin nin-guna expectativa de éxito. La gente para la que trabajaba era la más pobre de entre los pobres. Dios bendijo su misión, que hoy en día se conoce en todo el mundo.

En su lecho de muerte, William Booth dejó un mensaje que nos da esperanza: «Las promesas de Dios son verdaderas [...] Son verdaderas, únicamente si uno las cree». Sí, podemos confiar verdaderamente en las promesas de Dios.

MARTES

Guiados por el Espíritu Santo

Versículo para memorizar«Cuando venga el Espíritu Santo sobre us-

tedes, recibirán poder y serán mis testigos tan-to en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hech. 1: 8).

PreparaciónLa Biblia nos dice que una vez que so-

mos salvos, Dios nos da el poder de com-partir su amor con los demás. Hagamos una lista de todas las formas en las que podemos hablar a los demás sobre el amor de Jesús y su pronto regreso.

HistoriaMariana, una niña de cuatro años, en-

tró en el estudio de radio con sus padres después de comer. Cuando entraron, su mamá se agachó para recoger las cartas que habían echado por la rendija de la puerta y se acumulaban en el suelo. Mien-tras su madre revisaba el correo, dijo:

–Mira, Mariana, todo el correo de hoy es para ti.

–¿De verdad? ¿Quién me ha escrito? –preguntó Mariana.

Cuando Mariana tenía apenas tres años, se convirtió en la locutora de radio más joven de la Radio Mundial Adventista. Mariana y sus padres difundían el evan-gelio por radio al pueblo venezolano, en español.

–Mamá, léeme las cartas –le pidió Ma-riana a su mamá.

–Ésta es de una guardería de aquí, de Puerto Ordaz –dijo su madre–. Dicen que todos los días escuchan “La hora de los niños”. La profesora dice: “Nos encanta escucharlos cuando hablan sobre el amor de Jesús. Los niños lo esperan cada día”.

–¿Lo ves, Mariana? –dijo su padre–. El Espíritu Santo puede utilizarte, tengas la edad que tengas.

Lección¿Sabíais que no es necesario ser adulto

para compartir el amor de Dios con los demás? ¿Recuerdáis la historia de Samuel (1 Sam. 3)? Él era un gran profeta del Se-ñor. Samuel no esperó a hacerse mayor para servir al Dios. Trabajó en el Templo cuando era niño. ¡Y estaba durmiendo en el Templo cuando, una noche, Dios lo llamó!

¿Alguna vez habéis oído la historia de Naamán? Era un gran soldado de un ejército que luchó contra Israel. Pero se enfermó de lepra, que es una enfermedad horrible que te obliga a vivir solo, lejos de todo el mundo. Una vez que su ejército luchó contra Israel, se llevó cautiva a una joven, que se convirtió en sierva de la es-posa de Naamán. No sabemos el nombre de aquella jovencita, pero cuando supo lo enfermo que estaba Naamán, le aconsejó a su esposa que si visitaba al profeta Eliseo él oraría a Dios para que lo sanara. Naamán viajó a Israel para encontrarse con Eliseo. Gracias a que escuchó a la joven sirvienta y obedeció las instrucciones del profeta, ¡Dios lo sanó!

AplicaciónAyudar a los demás a que conozcan el

amor de Dios no significa únicamente que debamos ser capaces de hablar en la radio. Una pequeña niña llamada Donna llevaba su Biblia infantil al hospital en que trabaja-

ba su papá. Después del colegio, iba de silla en silla de la galería, contando historias de la Biblia a los mayores y compartiendo con ellos el amor de Dios. Y él habló a sus corazones por medio de Donna. Debate1. ¿Podéis nombrar a tres personas que os

hayan ayudado a conocer más a Dios? ¿Cómo lo hicieron?

2. ¿Podéis pensar en alguien que conozcáis que necesite saber más de Dios? ¿Cómo podéis ayudarlo?

3. Leed Hechos 1: 8. ¿Qué significa ser testigos? ¿A quién debemos orar, para pedir ayuda antes de hablar a otras per-sonas sobre Dios?

ActividadPiensa en alguien de tu iglesia que esté

enfermo o que viva solo. Pida a los niños que confeccionen tarjetas para dar ánimo a esa persona. Después, considere si pue-den repartir esas tarjetas juntos o enviarlas por correo.

MIÉRCOLES

Elegidos por Dios

Versículo para memorizar«¿No deberían vivir ustedes como Dios

manda, siguiendo una conducta intachable?» (2 Ped. 3: 11).

PreparaciónSeñale Vietnam en un mapa o en un

globo terráqueo. Que los niños sepan que, a lo largo y a lo ancho del mundo, Dios tiene hijos que quieren agradarlo y desean estar listos para el regreso de Cristo.

HistoriaNho era un muchacho de doce años

que vivía en la ciudad de Ho Chi Minh. Sus padres y él eran cristianos. Si bien Viet-nam no es un país cristiano, Nho aprendió acerca del amor de Jesús desde pequeño. Pronto, aceptó a Jesús como su Salvador. Nho estaba ansioso de aprender todo lo posible sobre de la Palabra de Dios, y real-mente quería agradar a Dios.

Cierto día, mientras Nho jugaba con la radio de onda corta de la familia, encontró

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por casualidad una estación de radio que jamás había escuchado antes. La radio ana-lizaba detenidamente textos de la Biblia y explicaba verdades que enseñaba ese libro.

Nho se sintió intrigado, por lo que co-menzó a escuchar esa emisora con regu-laridad. Él pensó que había sido un muy buen estudiante de la Palabra de Dios; le gustaba completar sus lecciones domini-cales, buscar los versículos de la Biblia y memorizarlos. Un día, el programa bíblico de la radio habló de algo que él jamás ha-bía escuchado antes.

Después de que terminó el programa, No se dirigió a la cocina, donde su madre estaba trabajando.

–Mamá –dijo–. ¿Has escuchado que Dios quiere que guardemos el séptimo día, el sábado, y no el domingo, que es el primer día de la semana?

–No, jamás escuché eso –le respondió su madre–. Pero ¿por qué te preocupas por un día? Somos salvos por lo que Jesús hizo por nosotros, no por lo que hagamos. Si el día de adoración fuera importante para Jesús, entonces, por supuesto, tendríamos que prestarle aten-ción. Lo amamos y queremos agradarlo. Pero recuerda, hijo, que no somos salvos por las obras religiosas que hagamos. ¡Je-sús nos salva! Eso es lo que hace que un cristiano sea diferente de un budista o de un hindú, o de cualquiera de las demás religiones.

–Sí, pero, cuando aprendemos más so-bre la voluntad divina, ¿no deberíamos, acaso, seguirla? –preguntó Nho–. Y ¿por

qué jamás escuchamos hablar de esto en nuestra iglesia?

–No sé, Nho –dijo la mamá–. ¿Por qué no miramos los versículos bíblicos que el maestro de la radio mencionó para apoyar

su enseñanza sobre el sábado? Podemos orar y pedir a Dios

que nos muestre qué hacer.

LecciónC u a n d o Jesús estu-vo en esta

tierra, quiso mucho a los

niñitos. Mu-chos de los diri-

gentes religiosos de esa época no tenían tiempo para ellos. Por eso, cuando las madres llevaron a sus hijitos hasta Jesús, los discípulos trataron de alejarlas para que no molestaran más al Maestro. Pero, cuando Jesús se dió cuenta, dijo a sus dis-cípulos: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él» (Mar. 10: 14, 15).

Entonces, un joven rico, al ver esto, cayó a los pies de Jesús y le preguntó qué podía hacer para alcanzar la vida eterna. Jesús le indicó que guardara los Man-damientos; pero el joven le dijo que lo había estado haciendo desde que era mu-chacho. Jesús sabía que esto era verdad, y sintió compasión de él. No obstante, Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven, y sígue-me» (Mat. 19: 21).

AplicaciónNho no era adventista cuando co-

menzó a escuchar la Radio Mundial Adventista; aún no guardaba el sábado. Pero, estaba viviendo una vida santa por-que había aceptado que Jesús ocupara el primer lugar en su vida. Era un hijo de Dios, y estaba tratando de seguir los caminos del Señor. Dios escoge a perso-nas como éstas como parte de su pueblo. Eso es lo que significa, precisamente, ser santo.

Debate1. ¿Qué es lo que tienen los niñitos que

llevó a Jesús a afirmar que el Reino de los cielos pertenece a personas que son como ellos? (Ellos lo aman y confían en él).

2. Jesús dijo que sólo Dios es bueno. En-tonces, ¿cómo podemos tú y yo tam-bién ser “buenos”? (Cuando somos es-cogidos por Dios como seres especiales, su bondad nos cubre).

3. ¿Es suficiente obedecer los Mandamien-tos de Dios? ¿Por qué no? ¿Qué otras cosas son importantes para Dios?

ActividadHaga un gran dibujo de un árbol, pero

omita las hojas y las flores. Recorte hojas y flores en forma separada, y distribúyalas entre los niños, junto con algunos marca-dores. Indiqueles que en cada hoja o flor hagan una lista en la que figure una de las características de la santidad. Enton-ces, pídales que vayan al árbol y agreguen las hojas o las flores a las ramas. Cuan-do todas las hojas y las flores hayan sido añadidas al árbol, explique que el árbol representa a Jesús, que es quien nos hace santos. Sin el árbol, ni las ramas, ni las hojas ni las flores existen. Jesús es como el árbol, que nos alimenta si permanecemos aferrados de él.

JUEVES

Entrega total a Jesús

Versículo para memorizar«Lleven una vida de amor, así como Cristo

nos amó y se entregó por nosotros como ofren-da y sacrificio fragante para Dios» (Efe. 5: 2).

PreparaciónPregunte a los niños si tienen algunas

monedas, o inclusive sus zapatos y medias, que quieran entregárselos en ese mismo instante. Hágales saber que ésta no es una entrega temporal, sino que es para siem-pre. ¿Quién acepta el pedido? Puede resul-tar fácil entregar algo, siempre y cuando no signifique demasiado para nosotros.

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Pero, entregar un objeto favorito se hace mucho más difícil.

HistoriaCarmen era una jovencita que tenía un

cabello largo y hermoso. Todas las demás niñas de la escuela lo admiraban. Varias habían dicho que les gustaría tener un cabello como el de ella.

Cierto día, sin embargo, Carmen tuvo que tomar una decisión. ¿Seguiría con ese cabello largo, o se lo cortaría y lo donaría para ayudar a otra niñita?

Amber, una de las amigas de Carmen, es-taba muy enferma y había perdido muchos días de clase. Carmen preguntó a su maes-tra, la señorita Pérez, qué sabía de Amber.

–Ayer hablé con su mamá –explicó la señorita Pérez–, y me dijo que va a seguir dándole clases a su hija en la casa, porque Amber está muy enferma en este momen-to como para regresar a la escuela.

–¿Qué le pasa? –quisieron saber los estudiantes.

Lo que pasaba es que Amber tenía un linfoma, que es un tipo de cáncer. Los médicos creían que Amber podría recu-perarse por completo; pero los medica-mentos que estaba tomando la hacían sentir demasiado débil como para volver a la escuela. Además, Amber estaba muy sensible, porque esos medicamentos le estaban produciendo la caída del cabello.

–Si le preocupa eso, podría ponerse una peluca, ¿no es así? –preguntó unos de los muchachos.

Esto los llevó a discutir qué difícil sería encontrar una peluca del tamaño exacto para una niña como Amber.

Carmen sabía que con su cabello sería posible hacerle una buena peluca. Todo lo que tenía que hacer era ir a cortarse el cabello, y entonces su larga y hermosa melena podría ser utilizada para ayudar a su amiguita.

Era una decisión muy difícil. Pero Car-men decidió seguir adelante con el plan porque sabía que las personas que aman a Jesús son personas dispuestas a entre-garle todo a él. Hasta deciden entregarse a sí mismos, para que Dios los use para ayudar a otros.

LecciónCierto día, mientras Jesús estaba en-

señando a las multitudes, comenzó a ex-

plicar cuán difícil era entrar en el Reino de Dios. En efecto, dijo, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos. Esto fue una gran sorpresa para los discí-pulos, porque todos sabían bien que los ricos podían conseguir cualquier cosa que quisieran.

Por ello, comenzaron a preguntarse unos a otros: “¿Quién podrá, entonces, entrar en el cielo?” Jesús les contestó que para un ser humano es imposible, pero que todas las cosas son posibles para Dios. Esto molestó a Pedro, que contestó apre-suradamente: “¡Pero nosotros lo hemos dejado todo para seguirte!”

Jesús dejó en claro a Pedro que Dios valoraba el sacrificio que ellos habían hecho. Le explicó que, en el Reino de los cielos, los doce apóstoles tendrían un lugar privilegiado. Y todas las personas -entre ellas, tú y yo- que hayan entregado todo al Maestro, en el cielo recibirán cien veces más de lo que tenían y, además de ello, la vida eterna.

AplicaciónEn ocasiones, como cristianos se nos pi-

de que hagamos mucho más que tan sólo cortarnos el cabello. Jesús nos pide que nos entreguemos por completo a él y que le confiemos nuestra vida. Las personas que se entregan por completo a Jesús no lo la-mentan, porque Jesús les da mucho más a cambio. Tenemos la esperanza de vivir para siempre en el lugar más maravilloso que alguna vez podríamos imaginar.

Debate1. ¿En qué consistió la entrega de Jesús por

nosotros? (Fil. 2: 5-11)2. ¿Qué tienes que podrías entregar a Dios,

para que se transforme en una bendi-ción para los que te rodean y para dar gloria a su nombre? (Aquí deberían mencionar los talentos y otros recur-sos que tengan, como, por ejemplo, el espíritu alegre, su tiempo, etc.).

3. ¿Qué otra cosa te podría pedir hoy Dios que le entregues?

ActividadPida a los niños que formen parejas y

que se coloquen uno detrás del otro (el más alto atrás, y los dos mirando hacia el frente). Una vez que estén todos en esa

posición, explique que el niño que está adelante tiene que dar un paso pequeño hacia adelante, quedarse inmóvil, y enton-ces dejarse caer cuando usted diga: “¿Pre-parados para tirarse? ¡Ya!” El niño que está atrás tiene que extender sus brazos y tomar al niño que tiene delante. Después de esta actividad, pida a los niños que comenten cómo se sintieron al realizar este ejercicio. Señale que es más fácil entregarnos cuan-do conocemos a la otra persona. Es por ello que es importante leer la Biblia y orar todos los días. Esto nos ayuda a que nues-tra entrega completa a Jesús sea constante.

VIERNES

Sigamos avanzando

Versículo para memorizar«Al que soporta las dificultades Dios lo

bendice. Porque cuando las supera, Dios le da el premio y el honor más grande que pue-de recibir: la vida eterna, que ha prometido a quienes lo aman» (Sant. 1: 12, BLS).*

PreparaciónPregunte a los niños si saben qué signi-

fica soportar, es decir, seguir adelante aun cuando el camino se pone difícil. ¿Qué es lo que han tenido que soportar en alguna visita al médico? ¿O en una competició deportiva? ¿O en la iglesia?

Historia–¿Cómo vamos a hacer para terminar

todo esto? –preguntó Jaime a Graciela, al mirar el manto de hojas secas que cubría el jardín de su casa–. La semana pasada jun-tamos todas las hojas, pero ahora el jardín se ha llenado nuevamente de hojas, y aun hay más que antes.

–Bueno –replicó Graciela–, alguien tie-ne que encargarse de mantener limpio el jardín.

Jaime suspiró. Su hermana tenía ra-zón. ¡Pero esto implicaba tanto trabajo!: rastrillar las hojas hasta amontonarlas en pilas y, después, juntarlas en bolsas. Jaime hubiese preferido estar jugando al fútbol con sus amigos.

–Si tan sólo tuviera superpoderes –sus-piró.

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–Bueno, pero no los tienes –replicó Gra-ciela–. Pero lo que sí tienes es un rastrillo. Así que, ¡comienza a usarlo! ¡Y continúa hasta que termines el trabajo!

LecciónCuando Jesús regresó al cielo para es-

tar con su Padre, sabía bien que Satanás trataría de deshacer su obra en la tierra. Sabía, también, que sus seguidores ten-drían necesidad de contar con la ayuda de Dios para enfrentar con éxito a Satanás, que anda por la tierra como león rugiente, buscando devorarnos.

Leamos Efesios 6: 13-18 y veamos qué nos dice el apóstol Pablo sobre qué pode-mos hacer para mantenernos firmes frente a los ataques de Satanás.

Notemos que no tenemos que salir a enfrentarlo y atacarlo con nuestras pro-pias fuerzas; tenemos que, por el contrario, colocarnos la armadura de Dios y perma-necer firmes. Y, de paso, ¿cómo podemos hacer para permanecer firmes? La Roca es Cristo Jesús. ¿Por qué la Roca nos da con-fianza? Porque, en la cruz, Jesús ya ganó la batalla contra Satanás. Y Jesús está de nuestro lado.

¿Qué armadura puede sernos de ayuda para permanecer firmes? El cinturón de la verdad, la coraza de justicia y el calzado, que es la disposición de proclamar el evan-gelio de paz. ¿Qué otras cosas se mencio-nan en los versículos 16 y 17 como parte de esa armadura?

Y una vez que nos colocamos esa arma-dura, observemos lo que nos dice el ver-sículo 18 que tenemos que hacer a continuación: orar, y perseverar en la oración.

AplicaciónRastrillar un jardín lleno de

hojas secas podría parecer fácil, en comparación con la tarea de per-manecer firmes ante Satanás. Al menos el t rabajo de jardín tiene un fin, se acaba, pe-ro la batalla en contra de Satanás

seguirá existiendo hasta que Cristo regre-se a buscarnos. Pero esto también tiene su lado positivo: no tenemos por qué luchar solos: Jesús está siempre a nuestro lado. Y Santiago 1: 12 (BLS) nos asegura: «Al que soporta las dificultades Dios lo bendice. Por-que cuando las supera, Dios le da el premio y el honor más grande que puede recibir: la vida eterna, que ha prometido a quienes lo aman».

Debate1. ¿Qué es lo que tenemos que hacer para

permanecer firmes?2. ¿Qué partes de la armadura de Dios

usamos?3. ¿Por qué tenemos la seguridad del triun-

fo?

ActividadPida a los niños que dibujen un escudo

gigante en una hoja de papel. Dentro del escudo, pídales que escriban el versículo para memorizar. Pueden colgar este escudo en su habitación, como un recordatorio de que Jesús los ayudará a permanecer fir-mes y a seguir adelante hasta alcanzar la victoria.

SEGUNDO SÁBADO

La persona favorita de Dios

Versículo para memorizar«Pero Dios demuestra su amor por

nosotros en esto: en que cuando to-davía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5: 8).

PreparaciónHace algunos años,

falleció una ancia-nita a la que to-

dos querían mucho. To-da la fami-

lia de la iglesia

se hi-z o pre-

s e n t e

en su funeral. Como la anciana siempre había asistido sola a la iglesia, los miem-bros pensaban que no tenía familia. Pero, en el funeral, se quedaron sumamente sorprendidos al descubrir que tenía varios nietos. Cada uno de ellos tuvo la oportuni-dad de expresar qué es lo que más les había gustado de su abuela. Esta anciana había demostrado tanto amor por cada uno de sus nietos, en forma individual, que cada uno de ellos pensaba que había sido el fa-vorito de la abuela.

HistoriaMateo y Esteban estaban en problemas,

y su situación parecía no tener solución. Mientras estaban jugando, Mateo le pegó a la pelota de béisbol con el bate, de tal manera que aquélla salió despedida del jardín de su casa y rompió el vidrio de la ventana del señor Fuentes.

“¡Ay!”, dijeron ambos muchachitos al unísono.

Su primer impulso fue salir corriendo antes de que el señor Fuentes saliera a ver qué había pasado. Pero era la pelota de Esteban, y ésta había caído en la sala de su vecino. ¡Él quería recuperarla! Además, no tenían adónde escapar, porque el señor Fuentes era el único que vivía al lado de su casa. Y sabía que tenían que ser buenos vecinos.

–Voy a ir a hablar con el señor Fuentes –resolvió valientemente Mateo.

–Te acompaño –dijo Esteban.No fue fácil tocar el timbre y esperar

a que el vecino fuera a atender. ¿Qué le dirían? Después de unos minutos, la se-ñora Fuentes abrió la puerta. Ella había estado trabajando en el jardín del fondo de la casa, y no sabía lo que había sucedi-do. Fue sorprendente que permaneciera muy tranquila mientras los muchachitos le pedían disculpas por haber roto el vidrio de la ventana.

–Es muy valiente de vuestra parte ad-mitir que habéis hecho algo malo –dijo la señor º a Fuentes–. ¿Por qué no pasáis un minuto?

Pronto, los muchachitos estuvieron en la cocina con la señora Fuentes, disfru-tando de las galletas caseras hechas por la dueña de la casa y de un vaso de leche.

–Sentimos mucho haber roto ese vidrio –se disculpó Esteban por tercera vez–. Por favor, perdónenos.

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–No os preocupéis –dijo la señora Fuen-tes–. Estábamos por reemplazar esa vieja ventana de la sala. Pero sería bueno, mu-chachitos, que encontréis otro lugar para jugar, ¿no os parece? ¡Oh!, y aquí tenéis la pelota.

Ese día, la señora Fuentes brindó una demostración de lo que significa la gracia, y los dos muchachitos, que pasaron a ser sus vecinos favoritos, jamás se olvidaron de ese día.

LecciónEn cierta ocasión, Jesús narró una his-

toria sobre un hijo que estaba disgustado con su padre (Luc. 15: 11-32). No quería una vida de pesados trabajos y responsa-bilidades en la granja; lo único que quería era huir de ahí. No podía esperar a recibir la herencia que le correspondería una vez que su padre muriera, tal cual era la cos- tumbre: é l q u e r í a su parte de la herencia ya, para salir y disfru-tarla con sus amigos.

El padre sabía que no tenía por qué darle a su hijo ni siquiera un centimo, pero de todas maneras le dio lo que pedía. Así es que el hijo salió de viaje y comenzó a participar en fiestas, donde gastó todo el dinero que tenía. Pero,

entonces llegaron algunos años de se-quía, que fueron seguidos por una gran hambruna. Los tiempos eran realmen-te difíciles. Los costos de los alimentos eran elevados, y el hijo insensato se quedó pronto sin dinero. Para comer, este muchacho judío tuvo que ponerse a cuidar cerdos. Tenía tanta hambre que estaba listo para comer los desperdicios que comían los cerdos. Fue entonces cuando entró en razón.

Recordó que en la granja de su padre aun los sirvientes más humildes disfru-taban de buena comida. Y entonces to-mó la decisión de regresar a su hogar, y de pedir perdón a su padre por lo que había hecho. Sabía que ya no merecía seguir siendo su hijo. Pero tenía la es-peranza de que su padre lo contratara como siervo.

Mientras el muchacho estaba aún le-jos, por el camino, su padre lo vio llegar ¡y salió corriendo a recibirlo!

El padre no aceptó de ninguna manera que su hijo pasara a ser su siervo; lo recibió una vez

más como hijo. Lo llenó de amor y lo restauró como heredero, aun-

que no lo merecía.Ese es el significado de la gracia:

Dios nos está dando lo que en rea-lidad no nos merecemos. Dios

nos ama como si cada uno de nosotros fuese su persona favorita. Dios jamás nos recuerda cuáles son nues-tros pecados, sino que nos

envuelve y nos cubre con sus

brazos de amor. ¡Eso es lo que hace la gracia!

Aplicación¿Estarías dispuesto a morir en lugar de

un pariente enfermo? Muy pocas personas estarían dispuestas a hacerlo. Pero, mien-tras éramos aún pecadores y ni siquiera co-nocíamos a Dios, Jesús murió por nosotros. Lo hizo porque cada uno de nosotros es su persona favorita. Él no quiere que suframos la muerte eterna por causa de nuestros pe-cados. Ahora, porque él murió en la cruz y regresó a la vida tenemos el perdón y la vida eterna, con él. ¡Eso es lo que significa la gracia! Somos un pueblo de gracia, que aguarda el regreso de Jesús.

Debate1. Si pecamos, ¿qué pasos podemos dar

para estar nuevamente bien con Dios?2. ¿Qué es la gracia? La gracia es la obra de

Dios que... (¿qué es lo que hace Dios?)3. Enumera tres maneras en las que Dios

te ha mostrado su gracia esta semana (menciona tres bendiciones inmereci-das).

ActividadAyude a que los niños escriban notas, a

las personas mayores de su iglesia, que les recuerden la importancia de la gracia divi-na. Las notas podrían incluir el versículo de Romanos 5: 8. Recoja las notas, y com-pártalas con toda la iglesia, por medio del boletín de iglesia, o léalas desde el frente. ____________

* BLS: La Biblia en Lenguaje Sencillo.

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