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7/30/2019 Ratzinger, Joseph, El Catecismo de la Iglesia catlica est a la altura de la poca
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Ratzinger, Joseph, El Catecismo de la Iglesia catlica est a la altura de la poca? Reflexiones diez aos despus
de su publicacin, en dem, Caminos de Jesucristo, Madrid, Ed. Cristiandad, 2004, pp. 139-160.
El Catecismo de la Iglesia Catlica est a la altura de la
poca?
Meditaciones diez aos despus de su promulgacin*
El Catecismo de la Iglesia catlica que el Papa Juan Pablo IIentreg a la cristiandad el 11 de
octubre de 1992, junto con la Constitucin Apostlica Fidei depositum, por un lado responda a una
expectativa que lata en todos los miembros de la Iglesia, y por otro lado choc contra un muro de
escepticismo e incluso de rechazo por parte de intelectuales catlicos del mundo occidental.
Despus de la decisiva transformacin epocal del Concilio Vaticano II, los recursos catequticos
utilizados hasta entonces aparecen como insuficientes, ya que se consideraba que no estaban a la
altura de la conciencia de fe, tal como se haba expresado en el Concilio. Por eso, se dio comienzo a
una gran cantidad de experimentos, en forma similar a lo que ocurri en la liturgia. Pero en todo
elemento vlido que poda llegar a manifestarse en particular faltaba la visin de conjunto. Ahora
bien, despus de la gran transformacin mencionada, pareca que era problemtico saber qu eravlido todava y qu haba dejado de serlo. Por eso, pastores y fieles esperaban un nuevo texto con
el que se pudiera orientar la catequesis y en el cual se hiciese visible la sntesis del catolicismo,
segn las lneas trazadas por el Concilio. Algunos telogos y especialistas en catequesis se
opusieron a esto, segn su comprensible deseo intelectual de poder experimentar lo ms
ampliamente posible, ya que para ellos la certeza de fe apareca como lo opuesto a la libertad y a la
naturalidad de la reflexin siempre profunda. Pero la fe no es primariamente materia prima para
experimentos intelectuales, sino el slido fundamento sobre el cual basamos la vida y la muerte -la
Hypostasis-, como dice la Carta a los hebreos (11,1). Y como la ciencia no es estorbada por las
certezas obtenidas, sino que precisamente las certezas obtenidas constituyen la condicin que haceposible su progreso, de la misma manera las certezas que la fe nos concede tambin abren siempre
nuevos horizontes, mientras que el perpetuo movimiento en s circular de la reflexin experimental,
en definitiva aburre.
En esta situacin, por un lado hubo un gran agradecimiento por el Catecismo, para cuya
publicacin haban colaborado todas las Iglesias particulares, obispos, sacerdotes y laicos; por otro
lado tambin hubo un rechazo hostil que recoga siempre nuevos motivos. Fue criticada la
* Traduccin del original LehmaBige Aktualitat des Katechismus der katholischen KirchezehnJahre nachseiner Veroffentlichung, en L'Osservatore Romano, edicin semanal en alemn (n. 46, 15 noviembre de2002), 9-11.
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pretendida manera centralizadora de preparacin, lo que simplemente estaba en contradiccin con la
verdad histrica. Se descalific el contenido mismo por ser esttico, dogmtico, preconciliar.
Se dijo que el Catecismo no ha tomado en cuenta el desarrollo teolgico del ltimo siglo, en
particular el desarrollo de la exgesis; que no era ecumnico, que no era dialgico sino apodctico y
afirmativo. En consecuencia, no se podra hablar de la actualidad de su doctrina, ni en ese momento
-diez aos atrs-, y naturalmente menos hoy en da.
1.SIGNIFICADO Y LMITES DE UN CATECISMO
Qu es lo que hay que aceptar de tales opiniones? Para evaluarlas correctamente y llegar a
un dilogo con quienes las formulan -en la medida en que ellos estn dispuestos a hacerlo-, hay que
pensar ante todo qu es un Catecismo y cul es su gnero especfico. El Catecismo no es un libro de
teologa, sino un libro de fe, es decir, un texto para la enseanza de la fe. Con frecuencia, estadiferencia fundamental no est suficientemente presente en la conciencia teolgica actual. La
teologa no inventa lo que se puede creer o no, a travs de la senda de una reflexin intelectual, ya
que en este caso la fe cristiana sera enteramente un producto de nuestro propio pensamiento y no se
diferenciara de la filosofa de la religin. Correctamente entendida, la teologa es ms bien el
esfuerzo de comprender un don que precede al conocimiento. En este contexto, el Catecismo cita la
conocida frase de san Agustn, en la cual se sintetiza en forma clsica la esencia del esfuerzo
teolgico: creo para comprender, comprendo para creer mejor ( 158; Sermo 43, 7, 9). A la
teologa pertenece constitutivamente la relacin entre lo dado previamente (lo que Dios nos ofrece
en la fe de la Iglesia) y nuestro esfuerzo de apropiarnos de esto dado mediante la comprensin
racional.
El Catecismo est all precisamente para presentar esto dado que nos precede, la
formulacin doctrinal de la fe desarrollada en la Iglesia. El Catecismo es proclamacin de fe, no es
teologa, aun cuando naturalmente la reflexin intelectual forma parte de una exposicin adecuada
de la enseanza de la fe de la Iglesia. En este sentido, la fe est abierta a la comprensin y a la
teologa, sin que ello signifique que se elimina la diferencia entre la proclamacin o el testimonio,
por un lado, y la reflexin teolgica por otro lado.
Con esto ya hemos mencionado tambin el gnero literario del Catecismo, el cual se deriva
de su finalidad. Bsicamente, su forma literaria no es la disputa, es decir, la quaestio disputata
como expresin clsica de la labor teolgica, sino ms bien el testimonio, la proclamacin que
proviene de la certeza interior de la fe. Tambin aqu hay matices, ya que de igual forma el
testimonio se dirige a los otros, razn por la cual toma en cuenta su horizonte intelectual; tambin
lleva en s la aceptacin inteligente de la Palabra recibida, pero siempre en una forma tal que se
diferencia particularmente del lenguaje de la razn que investiga cientficamente. En el caso del
Catecismode la Iglesia catlica se agrega todava otro factor: el receptor de este libro, de quiendepende cada forma del dilogo, es muy numeroso y heterogneo. En el cuarto punto de la
Constitucin Apostlica antes citada, el Papa detalla a quines est destinado el texto del
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Catecismo: en primer lugar a los pastores y fieles, en particular a aquellos miembros de la Iglesia
comprometidos con la catequesis; luego, a todos los creyentes, con lo cual incluye una dimensin
ecumnica, y finalmente -as afirma el Papa- este libro es ofrecido a todo hombre que nos pida
razn de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pe 3,15) y que quiera conocer lo que cree la Iglesia
catlica. Si se tiene en cuenta que con esto no slo son mencionados muy diferentes niveles deinstruccin, sino todos los continentes y las diversas situaciones culturales, entonces es claro que
este libro no puede constituir el punto final en un camino de mediaciones, sino que debe colocar
otras mediaciones, ms cercanas a las diferentes situaciones.
Si se hace directamente dialgico para un crculo determinado (por ejemplo, para los
intelectuales de Occidente) y se adecua a su estilo, para todos los dems se convierte en
inabordable.
Por eso su estilo tuvo que mantenerse por encima de los contextos culturales especficos ytuvo que intentar dirigirse a los hombres como tales, pero dejando en manos de las respectivas
Iglesias locales otras mediaciones culturales.
El hecho de que el Catecismo haya sido recibido positivamente en pases y medios sociales
completamente diferentes demuestra que el esfuerzo por hacerlo comprensible, ms all de las
diferencias de formacin y de cultura, ha sido sorprendentemente exitoso y bueno. No debera
discutirse que tiene que ser posible expresar en palabras lo que nosotros creemos, en una forma que
sea accesible para todos, y entonces redactar un libro tal, pues si esto no ocurre, la unidad de la
Iglesia, la unidad de la fe y la unidad de la humanidad sera una ficcin.
Pero si prescindimos de estos problemas formales, qu significa esto ahora, en relacin con
la actual relevancia del contenido doctrinal del Catecismo? Si se quiere responder en forma
apropiada, habra que recorrer la serie de sus secciones en forma individual, una despus de otra,
desde el comienzo hasta el fin. As se podran descubrir una gran cantidad de cosas valiosas y se
podra ver cun profundamente est impregnado el Catecismo de los impulsos del concilio Vaticano
Segundo. Incluso se puede percibir cuntos estmulos ofrece el Catecismo para la labor teolgica,
precisamente en la sobriedad que presenta desde el punto de vista de la teologa especializada. Sera
instructiva una mirada transversal sobre varios temas, por ejemplo, el ecumenismo, la relacin entreIsrael y la Iglesia, la relacin entre la fe y el mundo de las religiones, fe y creacin, smbolos y
signos, etc. No es posible indagar todo esto aqu. Me gustara limitarme a algunos aspectos
ejemplares que han desempeado un papel particular en el debate pblico.
2.EL USO DE LA ESCRITURA EN EL CATECISMO
Particularmente intensos fueron los ataques dirigidos contra el uso de la Escritura en el
Catecismo. Ya hicimos mencin de la crtica que sostena que el Catecismo no ha tenido en cuenta
todo un siglo de labor exegtica. Por ejemplo, ha sido suficientemente ingenuo como para citar del
evangelio de san Juan al hablar de la figura histrica de Jess, razn por la cual se podra decir que
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est impregnado de una fe modelada literalmente, la cual se podra calificar de fundamentalista, etc.
En realidad, dentro de la tarea especfica ya mencionada del Catecismo, habra que elaborar una
reflexin muy precisa respecto al modo en que este libro tiene que hacer uso de la exgesis
histrico-crtica. En una obra en la que hay que exponer la fe -no varias hiptesis- y que durante un
tiempo significativamente largo debe ser un texto de referencia seguro y autntico para laenseanza de la doctrina catlica (como el Papa sostiene en la Constitucin apostlica, n. 4),
habra que tener presente con cunta rapidez cambian las hiptesis exegticas y cun grande es en
verdad el disenso entre los especialistas respecto a muchas tesis. Por eso el Catecismo ha dedicado
un artculo especial -los Nm. 101-104 del libro- a la reflexin temtica sobre el trato correcto con la
Escritura en el testimonio de la fe. Esta seccin ha sido elogiada por importantes exgetas como una
lograda summa metodolgica, la cual no se plantea la pregunta respecto a la naturaleza meramente
histrica de una interpretacin de la Escritura, sino respecto a una autntica interpretacin teolgica.
En este sentido, es necesario responder por anticipado a la pregunta: qu es exactamente la
Sagrada Escritura? Qu es lo que hace que esta coleccin literaria, en cierto sentido heterognea,cuyo perodo de formacin abarca alrededor de mil aos, sea un libro, un libro sagrado que se
interpreta como tal? Si se analiza a fondo esta pregunta, se torna evidente toda la especificidad de la
fe cristiana y su comprensin de la Revelacin.
La fe cristiana tiene su especificidad, ante todo en el hecho de que se refiere a
acontecimientos histricos, o mejor dicho, a una historia coherente que aconteci realmente como
historia. En este sentido, es esencial a la fe cristiana la pregunta respecto al hecho, respecto al
acontecimiento real, y por eso tiene que admitir el mtodo histrico. Pero estos acontecimientos
histricos son significativos para la fe slo porque es cierto que en ellos Dios mismo ha obrado enuna forma especfica y porque los acontecimientos contienen un resto que sobrepasa la mera
facticidad histrica, el cual proviene de cualquier parte y les proporciona a esos acontecimientos un
sentido para todas las pocas y para todos los hombres. No hay que separar este resto de los hechos,
no es un sentido que desde afuera es agregado posteriormente a ellos, sino que est presente en el
acontecimiento mismo, aunque trasciende la mera facticidad. En esta trascendencia justamente
inherente al hecho subyace el significado de toda la historia bblica.
Esta estructura especfica de la historia bblica se condensa en los libros bblicos, ya que por
un lado stos son expresin de la experiencia histrica de este pueblo, pero dado que la historia
misma es algo ms que la accin y pasin del pueblo, en estos libros no solamente habla el pueblo
sino el Dios que obra en l y por l. En consecuencia, la figura del autor -tan importante para la
investigacin histrica- est articulada sobre tres niveles. En primer lugar, el autor individual est
sostenido por el pueblo como un todo, lo cual se puede visualizar precisamente en las adiciones y
modificaciones siempre nuevas de los libros. Aqu la crtica de las fuentes (a pesar de la gran
cantidad de exageraciones e hiptesis no probadas) nos ha proporcionado conocimientos valiosos.
En definitiva, no es simplemente un autor individual el que habla, sino que los textos se forman en
un proceso reflexivo y cultural, en un proceso de una nueva comprensin que sobrepasa a cadaautor individual. Pero justamente en este proceso de traspasos que relativiza a todos los autores
individuales se opera una profunda trascendencia: en este proceso de traspasos, de purificaciones y
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de desarrollo est obrando el Espritu que inspira, quien con la Palabra gua los hechos y
acontecimientos y quien en los acontecimientos y hechos impulsa nuevamente hacia la Palabra.
Todo aqul que reflexiona sobre este proceso dramtico de la transformacin de la Palabra
bblica en Escritura, aqu slo mencionado en forma totalmente sinttica, ve sin ms que su
interpretacin tiene que ser extremadamente compleja, incluso si se prescinde de los modos de ver
propios del creyente.
Pero quien vive en la fe de este mismo pueblo y se encuentra dentro de este proceso, en su
interpretacin debe tomar en cuenta la realidad ltima que l sabe que est operando all.
Slo entonces se puede hablar de interpretacin teolgica, la cual en efecto no elimina lo
histrico sino que lo abre a una nueva dimensin. Basado en tales consideraciones, el Catecismo ha
descrito la doble dimensin de la correcta exgesis bblica, a la cual pertenecen por un lado los
itinerarios tpicos de la interpretacin histrica, pero por otro lado -si se considera esta literaturacomo un nico libro, y ciertamente como un libro sagrado- deben introducirse otras forma
metodolgicas. En los nmeros 109 y 110 del Catecismo, con referencia a laDei Verbum, n. 12, se
mencionan las exigencias histricas esenciales: hay que prestar atencin a la intencin expositiva
del autor, a las condiciones de su tiempo y de su cultura, a la vez que hay que tener presente las
formas en ese entonces habituales de pensar, de hablar y de relatar (Nm. 110). Pero para hacer esto
tenemos que compartir esos elementos metodolgicos que derivan de la comprensin de los libros
como un libro nico y como el fundamento vital del pueblo de Dios en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento: hay que prestar atencin al contenido y a la unidad de toda la Escritura; hay que leer laEscritura en la Tradicin viva de toda la Iglesia, y hay que prestar atencin a la analoga de la fe
(Nm. 112-114). Al menos me gustara citar el hermoso texto con el cual el Catecismo presenta el
significado de la unidad de la Escritura, ilustrndolo con una cita de santo Toms de Aquino: El
corazn de Cristo (cf. Sal 22,15) designa la Sagrada Escritura que hace conocer el corazn de
Cristo. Este corazn estaba cerrado antes de la Pasin porque la Escritura era oscura. Pero la
Escritura fue abierta despus de la Pasin, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella
consideran y disciernen de qu manera deben ser interpretadas las profecas (santo Toms de
Aquino, Psalm 21,11) (Nm. 112).
A partir de esta compleja naturaleza del gnero literario que es la Biblia, se deduce
tambin por s mismo que no se puede fijar el significado de sus textos individuales sobre la base de
la intencin histrica declarada del primer autor, la mayora de las veces determinada en una forma
hipottica. Todos los textos estn efectivamente en un proceso de reelaboraciones permanentes, en
las que su riqueza potencial de sentido se abre cada vez con ms amplitud, razn por la cual ningn
texto pertenece simplemente a un autor histrico en particular. Dado que el texto mismo tiene un
carcter expansivo, tampoco est permitido, en base a su propio carcter literario, vincularlo a un
momento histrico determinado y mantenerlo all aislado. Si ocurriese esto ltimo, el texto quedara
fijado al pasado, mientras que leer la Escritura como Biblia significa precisamente que en la palabrahistrica se encuentra el presente, a la vez que se abre el futuro. La doctrina de los mltiples
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significados de la Escritura, desarrollada por los Padres de la Iglesia y sistematizada en la Edad
Media, a partir de la naturaleza de esta formacin especfica del texto, es nuevamente reconocida
como cientficamente adecuada. En consecuencia, el Catecismo ilustra brevemente la comprensin
tradicional de los cuatro sentidos de la Escritura, aunque sera mejor decir de las cuatro dimensiones
del significado del texto. En primer lugar, se encuentra el llamado sentido literal, es decir, elsignificado histrico-literario que se intenta presentar como expresin del momento histrico del
origen del texto. En segundo lugar, est el llamado sentido alegrico. Por desgracia, este trmino
desacreditado nos impide comprender de qu se trata realmente: en la palabra de antao de una
constelacin histrica determinada se trasluce sin embargo un camino de fe, el cual inserta
debidamente este texto en el conjunto de la Biblia, lo sita ms all de ese tiempo de antao,
siempre desde Dios y orientado hacia l. Luego, en tercer lugar, est la dimensin moral, ya que la
Palabra de Dios tambin es siempre orientacin, y finalmente est la dimensin escatolgica, el
trnsito desde el aqu y ahora hacia lo definitivo, llamada por la Tradicin el sentido anaggico.
Esta visin dinmica de la Biblia en el contexto de la historia vivida y continuada del pueblo
de Dios conduce a una importante consideracin sobre la esencia del cristianismo: la fe no es una
"religin del libro", afirma concisamente el Catecismo (Nm. 108). sta es una afirmacin
extremadamente importante. La fe no se refiere simplemente a un libro, que como tal sera la nica
y definitiva instancia para el creyente. En el centro de la fe cristiana no hay un libro, sino una
persona, Jesucristo, el mismo que es la Palabra viva de Dios y que en cierto modo se expone en las
palabras de la Escritura, que a su vez slo pueden ser entendidas correctamente si se vive con l, es
decir, si se est en relacin vital con l. Y dado que Cristo ha edificado y edifica la Iglesia -el
Pueblo de Dios-, como Su organismo vivo, como Su cuerpo, para la relacin con l es esencial laparticipacin en el pueblo peregrino, quien es el autntico autor y propietario humano de la Biblia,
como ya hemos dicho. Si el Cristo vivo es el criterio autntico para la interpretacin de la Biblia,
significa entonces que comprendemos correctamente este libro slo en la comprensin comunitaria,
creyente, sincrnica y diacrnica de toda la Iglesia. Fuera de este contexto vital, la Biblia es
simplemente una coleccin literaria ms o menos heterognea, no la orientacin actual para nuestra
vida. Por eso no hay que separar la Escritura y la Tradicin. En forma incomparable, el gran telogo
de Tubinga, Johan Adam Mhler, ha presentado este vnculo necesario en su clsica obra Die
Einheit in der Kirche (La unidad en la Iglesia), cuya lectura no se puede dejar de recomendarefusivamente. El Catecismo enfatiza este vnculo , el cual incluye al mismo tiempo la autoridad
magisterial de la Iglesia, tal como afirma especficamente la Segunda carta de san Pedro: ante
todo, tened presente que ninguna prediccin de la Escritura est a merced de interpretaciones
personales [...] (2 Pe 1,20).
Afortunadamente, se puede conocer el Catecismo con esta visin de la interpretacin de la
Escritura, en coincidencia con tendencias esenciales de la exgesis ms reciente. La explicacin
cannica de la Escritura enfatiza la unidad de la Biblia como el principio interpretativo, mientras
que se reconocen las interpretaciones sincrnica y diacrnica como situadas al mismo nivel queaqulla. El vnculo esencial de la Escritura y de la Tradicin es enfatizado por los ms famosos
exgetas de todas las confesiones. Es claro que una exgesis separada de la vida de la Iglesia y de
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sus experiencias histricas no es vinculante y no puede ser otra cosa que una hiptesis, la cual
siempre tiene que tener en cuenta la trascendencia en todo tiempo de lo dicho en un momento dado.
ste es el motivo que lleva a revisar los juicios apresurados sobre el carcter simplista de la
interpretacin de la Escritura que tendra el Catecismo, como tambin a alegrarse por el hecho de
que el Catecismo lee serenamente la Escritura como palabra actual, razn por la cual puede dejarsemodelar en todas sus partes por la Escritura como fuente viva.
3.LA DOCTRINA DE LOS SACRAMENTOS EN EL CATECISMO
Permtanme ahora decir algo respecto a la actualidad de las partes segunda y tercera de
nuestro libro. Completamente determinada por el Concilio Vaticano II, la novedad de la segunda
parte que trata sobre los Sacramentos es inmediatamente visible en su ttulo: la celebracin del
misterio cristiano. Esto significa que, por un lado, los sacramentos son concebidos ntegramente en
trminos de la historia de la salvacin, a partir del misterio pascual la Pascua como centro de la
vida y obra de Cristo, como representacin del misterio pascual en el que estamos inmersos. Por
otro lado, significa que los sacramentos son explicados ntegramente en trminos litrgicos, es
decir, en trminos de la celebracin litrgica concreta. En esto, frente a la tradicional doctrina
neoescoltica sobre los sacramentos, el Catecismo ha dado un paso importante. Ya la teologa
medieval haba separado ampliamente la consideracin teolgica de los sacramentos de su
realizacin litrgica, y prescindiendo de esto ltimo, haba tratado las categoras de institucin,
signo, eficacia, ministro y receptor, en forma tal que slo las secciones sobre el signo efectuaban un
vnculo con la celebracin litrgica. Efectivamente, tampoco el signo era considerado por la formalitrgica viviente, ms bien era analizado de acuerdo a las categoras filosficas de materia y forma.
De este modo, el culto y la teologa se separaban cada vez ms uno de la otra. La dogmtica no
interpretaba el culto, sino su contenido teolgico abstracto, de tal modo que la liturgia tena que
aparecer casi como una coleccin de ceremonias, que cubra lo especfico materia y forma y que
por este motivo poda ser reemplazable. A su vez, la ciencia litrgica (en la medida que se la
puede llamar as) se convirti en una enseanza de las normas litrgicas vlidas, y as se acerc a
una especie de positivismo jurdico. El movimiento litrgico de los aos 20 ha intentado superar
esta peligrosa separacin y se ha esforzado en comprender la naturaleza de los sacramentos, a partir
de la forma litrgica, y as comprender la liturgia no simplemente como una coleccin deceremonias ms o menos casual, sino como la expresin del sacramento en la celebracin litrgica,
adecuada y desarrollada desde el interior del sacramento. La Constitucin sobre la Liturgia del
Concilio Vaticano II ha resaltado en forma impresionante esta sntesis de liturgia y dogmtica,
aunque en una forma muy limitada, y con esto ha planteado tanto a la teologa como a la catequesis
la tarea de comprender, en forma nueva y ms profunda y a partir de este vnculo, el culto de la
Iglesia y sus sacramentos. Lamentablemente, hasta ahora apenas se ha cumplido con este mandato,
ya que una vez ms la ciencia litrgica tiende a separarse de la dogmtica y a establecerse como una
especie de tcnica de la celebracin litrgica, y a su vez, la teologa dogmtica an no ha asumido ladimensin litrgica en una forma convincente. Una gran parte del celo reformista est equivocado,
ya que se basa en el hecho de que se sigue considerando la forma litrgica simplemente como una
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coleccin de ceremonias que pueden ser reemplazadas a voluntad, recurriendo a extravagancias.
Respecto a esto, se encuentran en el Catecismo esas palabras de oro, derivadas de la profunda
naturaleza de la verdadera comprensin litrgica: por eso ningn rito sacramental puede ser
modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la suprema autoridad
de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fey en el respeto religioso al misterio de la liturgia (Nm. 1125). Con su tratado sobre la liturgia, el
cual abre y da forma a la seccin sacramental, el Catecismo ha dado un gran paso adelante y, en
consecuencia, ha sido considerado elogiosamente por parte de liturgistas competentes, por ejemplo,
por el gran erudito de Trveris, Monseor Balthasar Fischer.
Sin entrar en detalles, me gustara mencionar en forma general algunos aspectos de la
enseanza del Catecismo sobre los sacramentos, en los cuales puede llegar a ser ejemplarmente
visible la actualidad de su doctrina. El propsito de explicar cada uno de los sacramentos a partir de
la forma en que se celebran litrgicamente se enfrent de entrada al hecho obvio de que, dado quela liturgia de la Iglesia consiste en una pluralidad de ritos, no existe una forma litrgica unitaria para
toda la Iglesia. Esto no constituira un problema para un Catecismo, redactado slo para la Iglesia
occidental (latina) o para una Iglesia particular. Pero un Catecismo que, como el nuestro, desea ser
catlico en el ms estricto sentido, y que en consecuencia se dirige a la nica Iglesia con su
pluralidad de ritos, no puede privilegiar exclusivamente un rito en particular.
Cmo hay que proceder entonces? El Catecismo cita antes que nada literalmente el ms
antiguo texto que describe la celebracin eucarstica cristiana, la que san Justino mrtir, alrededor
del ao 155 d. C., ha bosquejado en una Apologa del cristianismo dirigida al emperador paganoAntonino Po (138-161) (Nm 1345). A partir de este texto bsico de la Tradicin, el cual es anterior
a la formacin de ritos especficos, se puede determinar la estructura esencial de la celebracin
eucarstica que ha permanecido como elemento comn en todos los ritos y como la Misa de todos
los siglos. Recurrir a este texto permite al mismo tiempo comprender mejor cada uno de los ritos y
descubrir en ellos la estructura comn del sacramento cristiano principal, que en definitiva se
remonta a la poca de los apstoles y, en consecuencia, a su institucin por el mismo Jesucristo. La
solucin encontrada aqu es indicativa de la concepcin general del Catecismo, que nunca podra
ser solo occidental ni tampoco nicamente bizantino, en lo que se refiere a las Iglesias orientales,
sino que tiene que respetar la Tradicin en toda su amplitud. Constituye un aspecto valiossimo de
este libro la gran cantidad de textos de los Padres de la Iglesia y de los testigos de la fe de todos los
siglos hombres y mujeres que estn incluidos en l. Un repaso de la lista de nombres muestra
que se ha dado un gran espacio tanto a los Padres de Oriente como a los de Occidente, aunque las
voces de las mujeres santas tienen tambin una fuerte presencia, desde Juana de Arco, Juliana de
Norwich y Catalina de Siena hasta Rosa de Lima, Teresa de Lisieux y Teresa de vila. Solo este
tesoro de citas da al Catecismo valor, tanto para la meditacin personal como para el ministerio de
la predicacin.
Otro rasgo importante sobre el cual me gustara llamar la atencin, en la teologa del culto
del Catecismo, es el nfasis sobre la dimensin pneumatolgica de la liturgia, en la que
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precisamente la pneumatologa, es decir, la doctrina sobre el Espritu Santo, es un tema que obliga a
leer el Catecismo atravesando las secciones, para conocer su fisonoma particular. La seccin sobre
el Espritu Santo es fundamental en el marco de la interpretacin de la Profesin de fe (Nm. 683-
747). Ante todo, el libro enfatiza el vnculo ntimo de la cristologa y de la pneumatologa, que ya se
hace visible, por ejemplo, en el nombre Massiah Cristo el Ungido, pues por ungimiento laTradicin entiende que Cristo es traspasado por el Espritu Santo, el ungento vivo.
Especialmente importante y conveniente encuentro los prrafos sobre los smbolos del Espritu
Santo (Nm. 694-701), en el que tambin sale a la luz un aspecto tpico del Catecismo, como es la
atencin que presta a imgenes y smbolos. Aqu no se reflexiona solo a partir de conceptos
abstractos, sino que justamente se resaltan los smbolos que nos dan una visin interior, muestran la
transparencia del cosmos en el misterio de Dios y al mismo tiempo abren la relacin con el mundo
de las religiones. Con el acento puesto sobre la imagen y el smbolo estamos entonces nuevamente
en el mbito de la teologa litrgica, dado que la celebracin litrgica vive esencialmente de los
smbolos. El tema del Espritu Santo retorna luego en la enseanza de la Iglesia (Nm. 797-810), eneste caso como un aspecto de una visin esencialmente trinitaria de la Iglesia. Y luego lo volvemos
a encontrar presentado en forma detallada en la parte dedicada a los sacramentos (Nm. 1091-1112),
tambin como parte de una definicin trinitaria de la liturgia. La consideracin pneumatolgica de
la liturgia ayuda una vez mas a entender correctamente la Escritura como obra del Espritu Santo,
ya que durante el ao litrgico la Iglesia recorre toda la historia de la salvacin y experimenta el
hoy de esta historia, al leer la Escritura en forma espiritual, es decir, basado en el autor que la
inspira: el Espritu Santo. Desde aqu, desde el origen de toda la Escritura a partir del nico Espritu,
tambin se torna comprensible la unidad interior de la Antigua y de la Nueva Alianza. Al mismotiempo, este es para el Catecismo el punto que permite referirse a la profunda relacin que hay entre
las liturgias juda y cristiana (Nm. 1096) (Aqu se puede observar que el tema de la Iglesia e Israel
atraviesa todas las secciones, recorre la obra entera y no puede ser juzgado en virtud de un simple
prrafo). Es obvio que el fuerte nfasis sobre la pneumatologa conecta al Catecismo con las
Iglesias de oriente.
Por ultimo, el Catecismo ha prestado la atencin que corresponda al tema del culto y de la
cultura. De la inculturacin solo puede hablarse en forma sensata, si la dimensin de la cultura es
esencial al culto como tal. Y a su vez, un encuentro intercultural puede ser algo mas que unaexteriorizacin puesta artificialmente, solo si en las formas rituales desarrolladas del culto cristiano
se produce previamente un contacto ntimo con otras formas de culto y con otras formas culturales.
Por estemotivo, el Catecismo ha resaltado claramente la dimensin csmica de la liturgia cristiana,
la cual es esencial para la eleccin y la explicacin de los smbolos. En este contexto, afirma que
las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma impresionante, este sentido
csmico y simblico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica
elementos de la creacin y de la cultura humana confirindoles la dignidad de signos de la gracia,
de la creacin nueva en Jesucristo (Nm. 1149). Lamentablemente, en ciertos sectores de la Iglesia
se concibe la reforma litrgica de una manera unilateralmente intelectual, como una forma deinstruccin religiosa, y con ello a menudo ha sido empobrecida culturalmente en una forma
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preocupante, tanto en el mbito de las imgenes y de la msica como en la configuracin del
espacio litrgico y de la celebracin. Con una interpretacin unilateralmente dirigida a la
comunidad, la cual slo querra contemplar las necesidades del presente, el gran aliento csmico de
la liturgia y, en consecuencia, su profundidad y dinmica han sido lastimosamente reducidos de
diversas maneras. Contra tales formas errneas de la reforma litrgica, el Catecismo ofrece losinstrumentos auxiliares necesarios que la nueva generacin espera.
4.LA ENSEANZA DE LA MORAL CRISTIANA EN EL CATECISMO
Finalmente, echemos una mirada a la tercera parte del Catecismo, la vida en Cristo, que
trata sobre la enseanza de la moral cristiana. En el borrador de este libro sta fue ciertamente la
parte ms difcil, por un lado, en virtud de todas las desavenencias que hay respecto a los principios
estructurales de la moral cristiana, y por otro lado en virtud de los problemas difciles que se
plantean en el mbito de la tica poltica, de la tica social y de la biotica -problemas que se
encuentran en un proceso continuo de evolucin a causa de nuevos hechos que surgen-, como
tambin en el mbito de la antropologa, porque aqu est en plena ebullicin el debate sobre el
matrimonio y la familia por un lado, y sobre la tica de la sexualidad por el otro. El Catecismo no
reivindica el derecho de ofrecer la nica forma sistemticamente posible de teologa moral o
solamente la mejor forma, ya que sta no era su tarea. El Catecismo explicita los vnculos
antropolgicos y teolgicos esenciales que son constitutivos del obrar moral de los hombres.
Encuentra su punto de partida en la presentacin de la dignidad de la persona humana, la cual
constituye su grandeza y al mismo tiempo el fundamento de su deber moral. Luego presenta laaspiracin humana a la felicidad como estmulo interior y gua de la accin moral, por cuanto el
impulso humano primordial, que nadie puede negar y al que en definitiva nadie se puede oponer, es
su deseo de felicidad, el deseo de una vida plena y completa. Para el Catecismo, en continuidad con
los Padres de la Iglesia, en especial con Agustn, la moralidad es la doctrina de la vida feliz, por as
decir, es el desarrollo de las reglas de juego que permiten alcanzar la felicidad. El libro conecta esta
concepcin humana originaria con las Bienaventuranzas de Jess, que liberan el concepto de
felicidad de toda banalidad, le dan su verdadera profundidad y, en consecuencia, permiten que se
haga visible la conexin con el bien en general, el bien en Persona -Dios- y la felicidad. Despus se
desarrollan los componentes fundamentales del obrar moral: la libertad, el objeto y la intencin delobrar, las pasiones, la conciencia, las virtudes, su distorsin por el pecado, el carcter social del ser
humano y, finalmente, la relacin entre la ley y la gracia. jams la teologa moral cristiana es una
tica de la ley, sobrepasa incluso el mbito de una tica de las virtudes, porque ella es una tica
dialgica, ya que el obrar moral del hombre se desarrolla a partir del encuentro con Dios. En
consecuencia, la tica no es nunca una accin en s misma, autrquica y autnoma, un puro logro
humano, sino una respuesta al don del amor y al acto de ser introducida en la dinmica del amor -de
Dios mismo-, la nica que libera verdaderamente al hombre y que lo lleva a su verdadera y suprema
dignidad. El obrar moral nunca es un logro propio, pero tampoco es slo algo injertado desdeafuera. La verdadera accin moral es don total, y sin embargo precisamente por eso es nuestra
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propia accin, porque justamente lo propio nuestro solamente se despliega en el don del amor, y
porque a su vez el don no priva de poder al hombre sino que lo recupera para s mismo.
Creo que es muy importante que el Catecismo haya asentado la doctrina de la justificacin
en el corazn de su tica, porque precisamente as hace comprensible el acoplamiento entre la
gracia y la libertad, el ser-por-otro (Sein-vom-Anderen her) como verdadero ser en s mismo y
orientado hacia el otro ser. En el debate sobre el consenso entre catlicos y protestantes con
respecto a la justificacin, la pregunta ha sido correctamente planteada una vez ms: cmo puede
tornarse nuevamente comprensible y significativa la doctrina de la justificacin para los hombres de
hoy. Creo que el Catecismo, con su presentacin del tema en el marco de la pregunta antropolgica
sobre el obrar recto del hombre, ha dado un gran paso para posibilitar una nueva comprensin de la
cuestin. Para mostrar con qu espritu se ha redactado en el Catecismo el tratado de la
justificacin, simplemente me gustara citar tres pasajes, recogidos por su parte de la gran tradicin
de los Padres y de los santos. San Agustn afirma que "la justificacin del impo es una obra msgrande que la creacin del cielo y de la tierra", porque "el cielo y la tierra pasarn, mientras la
salvacin y la justificacin de los elegidos permanecern" (In ev Jo., 72, 3). Dice incluso que la
justificacin de los pecadores supera a la creacin de los ngeles en la justicia porque manifiesta
una misericordia mayor (Nm. 1994). Aqu se puede traer otra cita de san Agustn, una oracin de
este santo en la cual dice a Dios: si t descansaste el da sptimo, al trmino de todas tus obras
muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que al trmino de nuestras obras, "que son muy
buenas" por el hecho de que eres t quien nos las ha dado, tambin nosotros en el sbado de la vida
eterna descansaremos en ti (Confesiones, 13,36,51) (Nm. 2002). Tambin la frase maravillosa de
santa Teresa de Lisieux: tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quieroamontonar mritos para el Cielo, quiero trabajar slo por vuestro amor... En el atardecer de esta
vida comparecer ante ti con las manos vacas, Seor, porque no te pido que cuentes mis obras.
Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso quiero revestirme de tu propia Justicia y
recibir de tu Amor la posesin eterna de ti mismo ... (Nm. 2011). Esta seccin sobre la
justificacin es una contribucin ecumnica esencial del Catecismo. Al mismo tiempo, demuestra
que no se puede encontrar plenamente la dimensin ecumnica del libro si slo se la busca de
acuerdo con citas de documentos ecumnicos o si se intenta hallarla en virtud del ndice de palabras
claves habituales. Por el contrario, slo se lograr encontrar su dimensin ecumnica si se lee ellibro en su totalidad, y as se podr ver cmo est modelado en su totalidad por la bsqueda de
aquello que une.
El Catecismo trata la moral, en cuanto a su contenido, basndose en el Declogo, ya que
interpreta a ste ltimo dialgicamente, tal como corresponde con lo que procede de la Biblia, es
decir, lo interpreta en el contexto de la Alianza. Junto con Orgenes, enfatiza que la primera palabra
del Declogo es libertad, que bajo la gua de Dios se convierte en acontecimiento: yo soy el Seor,
tu Dios, que te sac de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre (Nm. 2061). Por eso el obrar
moral aparece como respuesta a la iniciativa amorosa del Seor (Nm. 2062). Con Ireneo, elDeclogo es interpretado como preparacin para la amistad con Dios y para tener un solo corazn
con el prjimo (Nm. 2063). Si por un lado el Declogo es visto ntegramente en el contexto de la
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Alianza y de la historia de la salvacin, como un acontecimiento de palabra y respuesta, sin
embargo se manifiesta al mismo tiempo como una tica racional, como rememoracin de aquello
que la razn es realmente capaz de percibir. Citemos de nuevo a Ireneo: desde el comienzo, Dios
haba puesto en el corazn de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se content
con recordrselos. Esto fue el Declogo (Adv. Haeres, 4,15,1) (Nm. 2070). Es un rasgo importanteen la tica del Catecismo el hecho de que apela a la razn y a su capacidad de comprender. La
desarrollada a partir del Declogo es una moral racional, la cual vive efectivamente al sostenerse en
la razn que Dios nos da, en cuanto con su palabra l nos recuerda aquello que est inscripto en lo
ms profundo de nuestra alma.
Quizs pueda sorprender el papel relativamente reducido que desempea la cristologa en la
estructuracin de la tica del Catecismo. En los manuales preconciliares de teologa moral haba
predominado ampliamente la orientacin en virtud del pensamiento de la ley natural. El movimiento
renovador del perodo entre las dos guerras haba insistido en una configuracin teolgica de laenseanza moral y haba propuesto como su principio estructurante el seguimiento de Cristo o
simplemente el amor como el espacio omniabarcador de todo obrar moral. La Constitucin conciliar
sobre la Iglesia en el mundo moderno (Gaudium et spes) mantuvo este distanciamiento respecto al
pensamiento de la ley natural y enfatiz la cristologa, en particular el misterio pascual, como el
centro de la moral cristiana. Haba que desarrollar en definitiva una autntica moral bblica -ste era
el imperativo que se desprenda del Concilio, aun cuando en sus temas individualmente
considerados, la Constitucin mencionada hace un uso muy amplio de las formas de argumentacin
racional, por cuanto no quiso afirmarse en una moral basada exclusivamente en la Revelacin-, lo
cual no se produjo porque se llev a cabo un dilogo con el mundo moderno no-cristiano en torno atodos los valores esenciales comunes en ciernes. Si a pesar de ello se pueden caracterizar las lneas
fundamentales del Concilio como un retorno a una moral esencialmente interpretada en forma
bblica y cristocntrica, en el perodo postconciliar se consum muy pronto un repliegue radical. Se
deca que en general la Biblia no poda proporcionar una moral categorial, ya que los contenidos
de la moral siempre han tenido que ser determinados en una forma puramente racional, por cuanto
la importancia de la Biblia reside en el plano de la motivacin, no en el de los contenidos. Por eso,
respecto al contenido, la Biblia -y junto con ella la cristologa- desapareci de la teologa moral en
una forma todava ms radical que antes. La diferencia con el perodo preconciliar estaba en elhecho de que ahora, entre otras cosas, se rechaz tambin la idea del Derecho natural y de las leyes
morales naturales, idea que siempre haba sostenido la fe en la creacin como base de la teologa
moral. En lugar de esto, se produjo el retorno a una moral calculadora, que en ltimo trmino slo
poda admitir como criterio los efectos probables del acto, de tal forma que el principio de la
ponderacin mercantil se extendi a la totalidad del obrar moral. En esta difcil situacin, la
Encclica Veritatis splendorha ofrecido aclaraciones fundamentales sobre elproprium irrenunciable
de la moral cristiana, como tambin sobre la recta relacin entre la fe y la razn en la elaboracin de
las normas ticas. Sin exigencias sistemticas, el Catecismo ha preparado estas decisiones. El
principio cristolgico est presente, procedente tanto del tema de la felicidad (las Bienaventuranzas)como de la antropologa, del tema de ley y gracia y justamente tambin del Declogo, en cuanto la
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idea de la Alianza implica la materializacin definitiva de la Alianza en la persona de la Palabra
encarnada y en su nueva interpretacin del Declogo.
Pero el Catecismo no quiso formar un sistema cerrado a partir de esto. En la bsqueda de
una tica modelada cristolgicamente siempre hay que recordar que Cristo es el Logos encarnado,
que l quiere despertar nuestra razn para que despliegue todo su poder. La funcin originaria del
Declogo -recordarnos lo ms profundo de nuestra razn- no es abolida por el encuentro con Cristo,
sino que es conducida a su madurez plena. Una tica que tambin quiere ser verdaderamente
racional al escuchar la Revelacin responde as al encuentro con Cristo que nos da la nueva
Alianza.
Estar decepcionado aqul que busca un nuevo sistema teolgico en el Catecismo o quiere
descubrir nuevas hiptesis. Esta forma de actualizacin no es el tema del Catecismo. Inspirado por
el Concilio Vaticano II y
elaborado a partir de la Sagrada Escrituray
de la riqueza integral de laTradicin en sus mltiples formas, el Catecismo ofrece una visin orgnica de la totalidad de la fe
catlica, la cual es hermosa como totalidad, con una belleza en la que centellea el esplendor de la
verdad. La actualidad del Catecismo es la actualidad de la verdad nuevamente formulada y
nuevamente pensada. Esta actualidad sobrevivir siempre a las quejas de sus crticos.