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Realismo, miedo y relativismo. Notas sobre la filosofía política de Bernard Williams 1 Pablo Badillo O’Farrell Universidad de Sevilla SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN.— II. MORALISMO Y REALISMO POLÍTICOS.— III. LIBERALISMO DEL MIEDO.— IV. RELATIVISMO Y DERECHOS HUMANOS I. INTRODUCCIÓN La figura de Bernard Williams ocupa lugar muy desta- cado en la historia del pensamiento del pasado siglo y los primeros años del presente. Si nos fijamos con un cierto detenimiento en su producción bibliográfica, nos podemos percatar cómo los intereses esenciales que ocuparon su atención fueron la filosofía en general, y una muy especial atención a la filosofía moral. No obstante, en los últimos años de su vida, ya muy de- teriorada por los efectos de la enfermedad, y que acabó con ella en 2003, dedicó una atención especial a publicar una colección de volúmenes, tres en concreto, en los que nos ofreció un profundo y perspicaz análisis, como todos los suyos, de una serie de asuntos que van desde ensayos so- Anuario de Derechos Humanos. Nueva Época. Vol. 12. 2011 (13-42) Anuario de Derechos Humanos. Nueva Época. Vol. 12. 2011 (13-42) 1 El presente trabajo es un avance de una monografía sobre la filosofía polí- tica de Bernard Williams. Por ello, en él se realiza simplemente un análisis fun- damentalmente descriptivo de algunas de sus perspectivas en relación a la cues- tión desarrollada en tres monografías esenciales. Queda para el trabajo ulterior el estudio de su visión global de la filosofía política, en especial relación con la corriente analítica. http://dx.doi.org/10.5209/rev_ANDH.2011.v12.38101

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Realismo, miedo y relativismo.Notas sobre la filosofía política de Bernard Williams1

Pablo Badillo O’FarrellUniversidad de Sevilla

SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN.— II. MORALISMO Y REALISMO POLÍTICOS.— III. LIBERALISMO DEL MIEDO.— IV. RELATIVISMO Y DERECHOS

HUMANOS

I. INTRODUCCIÓN

La figura de Bernard Williams ocupa lugar muy desta-cado en la historia del pensamiento del pasado siglo y losprimeros años del presente. Si nos fijamos con un ciertodetenimiento en su producción bibliográfica, nos podemospercatar cómo los intereses esenciales que ocuparon suatención fueron la filosofía en general, y una muy especialatención a la filosofía moral.

No obstante, en los últimos años de su vida, ya muy de-teriorada por los efectos de la enfermedad, y que acabó conella en 2003, dedicó una atención especial a publicar unacolección de volúmenes, tres en concreto, en los que nosofreció un profundo y perspicaz análisis, como todos lossuyos, de una serie de asuntos que van desde ensayos so-

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1 El presente trabajo es un avance de una monografía sobre la filosofía polí-tica de Bernard Williams. Por ello, en él se realiza simplemente un análisis fun-damentalmente descriptivo de algunas de sus perspectivas en relación a la cues-tión desarrollada en tres monografías esenciales. Queda para el trabajo ulteriorel estudio de su visión global de la filosofía política, en especial relación con lacorriente analítica.

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bre historia de la filosofía, hasta la consideración de ellacomo disciplina humanística, pasando por el intento deacercamiento y elaboración de una filosofía política, que esla que nos va a ocupar, desarrollada en el volumen In theBeginning was the Deed, publicado en 20052, sin perjuiciode que también dedicara una especial atención a aquellaen el artículo “Political Philosophy and the Analitical Tra-dition”, incluido en el volumen Philosophy as a Humanis-tic Discipline, publicado en 20063.

Como he referido, la figura de Williams resulta funda-mental si se desea conocer un cierto desarrollo de la éticaen el siglo XX, de manera muy especial en su acercamien-to al utilitarismo, pues se percató de que en los últimoscompases del siglo pasado existían una serie de asuntospor los que no se podía pasar sin detenerse y fijar en ellossu atención. Y éstos eran de suma importancia para la fi-losofía política. En este trabajo nos vamos a detener entratar algunos, que, aparentemente, pueden parecer noplenamente conexos, pero que resultan como piezas de unrompecabezas, si se quiere inacabado por su pronta desa-parición, pero que son muy ilustrativos de los rasgos quepara él eran esenciales en la manera de entender la filo-sofía política en este momento histórico concreto.

Así, de los asuntos tratados en el referido libro en pri-mer lugar las cuestiones en las que vamos a incidir aquí,dejando de lado otros aspectos desarrollados por él que secentran en aspectos más particulares y concretos, seránesencialmente aquellos que se centran en los principios enlos que se sustenta la filosofía política del presente, a sa-ber el liberalismo del miedo y su visión sobre los derechoshumanos en relación con el relativismo4.

14 PABLO BADILLO O’FARRELL

2 WILLIAMS, Bernard, In the Beginning was the Deed, Princeton UniversityPress, Princeton y Londres, 2005.

3 WILLIAMS, Bernard, Philosophy as a Humanistic Discipline, Princeton Uni-versity Press, Princeton y Londres, 2006.

4 Se puede encontrar un análisis bastante panorámico de la filosofía políticaWilliams en el artículo de SLEAT, Matt, “Making Sense of Our Political Lives. Onthe Political Thought of Bernard Williams”, Critical Review of International So-cial ad Political Philosophy, Vol. 9, 1, March 2006, pp. 389-398.

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II. MORALISMO Y REALISMO POLÍTICOS

Quizás el punto de partida del planteamiento de Wi-lliams sobre la filosofía política parte de la contraposicióninevitable entre moralismo y realismo, asumidos como dosgrandes modelos de entender y desarrollar la teoría políti-ca en el momento presente. Para acercarnos a lo que él en-tiende por moralismo político debemos contemplar dos mo-delos de analizar la relación de la moralidad con la prácti-ca política. Y así habla de un primero, o modelo derepresentación (enacment), en el que la teoría política5 for-mula principios, conceptos, ideales y valores, mientras quela política, busca expresar éstos en la acción política, através de la persuasión, el poder, y otros elementos simila-res. Esto, continúa Williams, no supone necesariamenteuna distinción entre personas. Hay una actividad interme-dia que puede ser compartida por ambas partes: esto mo-dela concepciones particulares de los principios y valores ala luz de las circunstancias, y proyecta programas quepueden expresar estas concepciones. Para él el paradigmade una teoría que implica el modelo de representación esel utilitarismo6. Ello contrasta con el segundo modelo o es-tructural, en el que la teoría depone las condiciones mora-les de coexistencia ante el poder, condiciones en las queéste puede ser ejercido justamente. Para nuestro autor elparadigma de dicha teoría se encuentra en John Rawls.En el pensamiento del autor americano podemos apreciarcómo en la Teoría de la Justicia la teoría implica una cier-ta representación sobre los fines de la acción política, acausa de las implicaciones derivadas de aplicar el Princi-pio de Diferencia. En cambio, en Liberalismo Político y enlos escritos posteriores dicho aspecto resulta menos llama-tivo. Tal es así porque buscó producir un hueco más pro-fundo que el que la Teoría de la Justicia permitía entredos concepciones distintas, cuales son el de una sociedad

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5 Para esta cuestión nuestro autor parte de una plena y asumida sinonimiaentre teoría y filosofía políticas.

6 WILLIAMS, Bernard, In the Beginning was the Deed, ob. cit., p. 1.

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en la que el poder es ejercido correctamente, y otra queafronta las aspiraciones de los liberales respecto a la justi-cia social7.

Aun con las notables diferencias existentes entre lasdos perspectivas nos encontramos a su vez con que tienenen común algo muy importante, y es que en ambas seaprecia la prioridad de la moral sobre lo político. Y ello esasí, porque mientras en el modelo de representación lapolítica es el instrumento de la moral, en el modelo estruc-tural la moralidad ofrece restricciones sobre lo que la polí-tica puede hacer correctamente. Así, y por los rasgos refe-ridos, es por lo que Williams denomina a las corrientesque priman lo moral sobre lo político moralismo político.

El moralismo político no implica gran cosa y de formainmediata en el estilo en el que los actores políticos debenpensar, pero, en cambio, tiende a producir la consecuenciade que ellos deben pensar, no sólo en términos morales,sino también en los términos morales que pertenecen a lateoría política misma. Es asimismo cierto que el moralis-mo político puede buscar fundamentar el liberalismo dediversas formas, pero a esto Williams opondrá una pers-pectiva que concede una mayor autonomía al pensamientopolítico, y a eso es a lo que nuestro autor denominará rea-lismo político8. Esta es la visión del realismo político, porel que en buena manera tomará partido Williams, la quepermitirá encuadrar su acercamiento al liberalismo, en elque el miedo ocupa lugar importante y que lo emparen-tará claramente con la visión de Judith Shklar, acuñadoraprecisamente de la idea de “liberalismo del miedo”9.

Williams se plantea como primera cuestión política, si-guiendo la senda abierta por Hobbes, la relativa a asegu-

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7 WILLIAMS, Bernard, ibídem.8 En una línea similar cabe situar la obra de GEUSS, Raymond, Philosophy

and Real Politics, Princeton University Press, Princeton y Londres, 2008, asícomo las aportaciones de GALSTON, William, “Realism in Political Theory”, Euro-pean Journal of Political Theory, 2010, (9), pp. 385-411 y STEARS, Marc, “Libera-lism and the Politics of Compulsion”, British Journal of Political Science, 2007(37), pp. 533-553, entre otras y de las más recientes.

9 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 3.

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rar el orden, la seguridad, la confianza y a establecer lascondiciones de cooperación para que la sociedad funcioneadecuadamente. Pero cuando se plantea la resolución deesta primera cuestión, sostiene que es importante hacerloasí, ya que solventarla es la condición para solucionarotras muchas. Y es básicamente importante, porque la sa-lida a este asunto, que es requerido continuamente, estáafectado por circunstancias históricas. Su visión radica enque la cuestión no es llegar sin más a una solución respec-to al primer asunto, o sea de la teoría del estado de natu-raleza y, a partir de ahí, avanzar en la solución de los res-tantes. Para Williams es una condición necesaria de legiti-mación que el Estado solvente el primer aspecto, pero deello no se sigue que sea una condición suficiente. Aunquees cierto que Hobbes hizo pensar, de forma muy profunda,que las circunstancias para solventar el primer problemaeran tan exigentes que resultaban suficientes para deter-minar el resto de las cuestiones políticas siguientes. Deello se deduce con claridad que la condición necesaria dela legitimación era además suficiente para ello.

Ahora bien, Hobbes se plantea, como es bien sabido,que un Estado legitimado puede llegar en un momentodado a ser idéntico a un reino de terror, la única diferenciaentre ambos será salvar al pueblo del mismo. Y así poruna parte Williams establece que lo esencial para su cons-trucción era que el Estado, que además resultaba en sí lasolución, nunca llegara a ser parte del problema. Con estaperspectiva abre las puertas a la cuestión, que trataremoscon posterioridad, del liberalismo del miedo. Por otra par-te, es conocido cómo para bastantes autores Hobbes enconcreto no logró pasar esta prueba en relación con el pa-pel y la proyección del Estado. Esta última cuestión es laque conduce a Williams a establecer un principio, para élbásico, que es el denominado demanda de legitimación bá-sica. Establece que éste puede servirnos como elemento decontraste para diferenciar un Estado legítimo de otroilegítimo, y de esta manera encuentra que este principiode legitimación básica resulta equiparable con la existen-cia de una solución aceptable para el primer principio bá-

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sico al que antes hicimos mención. Esta solución la reflejaWilliams al afirmar que la idea de hallar la demanda delegitimación básica supone establecer una situación en laque el Estado tiene que ofrecer una justificación de su po-der a cada sujeto. De todo ello se deriva asimismo que nosencontramos con una serie de elementos que hay que ana-lizar en conjunto, y que son en primer lugar que el Estadotiene un poder con el que puede ejercer una coerción co-rrecta a través de sus leyes e instituciones, lo que no sig-nifica que siempre y de forma invariable sea aceptable, ensegundo lugar que dicha capacidad coactiva puede produ-cir miedo a muchos de los sujetos pasivos del mismo, y entercer lugar que existe indefectiblemente un grupo quesiempre se encontrará en desventaja en relación con loselementos coactivos del Estado10.

Así si nos situamos ante grupos que se encuentran ensituaciones límites, nos hallamos ante elementos queestán en una posición de clara desventaja con respecto aotros, que en determinados casos carecen prácticamentede protección alguna y a los que, incluso, podía situárse-les en un plano de igualdad con los enemigos del Estadomismo.

Ante estas circunstancias extremas hay que cuestionar-se si el principio de la demanda de legitimación básica esen sí mismo un principio moral. Si es así, según Williams,ello no representa una moralidad anterior a la política,sino una pretensión que se puede considerar en sí comopolítica en particular, porque es inherente a que existaprimero una cuestión política. Así, el ejemplo de la situa-ción de un grupo de gente aterrorizando a otro grupo nu-meroso de personas no es en sí misma una situación políti-ca, sino más bien la situación en la que se supone que lopolítico debe estar siempre en primera línea y de formadestacada para aliviarla o para cambiarla.

Ahora bien, si nos situamos ante las diferentes posibili-dades de legitimación nos encontraremos con que existenvariantes, algunas de las cuales no resultarán admisibles

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10 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 4.

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o satisfactorias para el liberalismo. Es así, porque el libe-ralismo lo primero que busca es establecer pautas paradeterminar qué personas se encuentran en situación dedesventaja. A la vista de ello los liberales desarrollaránlos pasos pertinentes que hay que tiene que dar el Estadopara intentar paliar estas diferencias. Otros movimientosque tendrán que llevar adelante los liberales, y lo haránporque están en una posición que los obliga a adoptarlos,serán los referidos a una racionalización de las desventa-jas existentes, de tal forma que aquellas derivadas de lascircunstancias de género y raza sean inválidas, así como elque las estructuras jerárquicas que generan también si-tuaciones de desventaja no se autolegitimen. Por ello afir-ma con razón Williams que el liberalismo impone condicio-nes más estrictas de legitimación que los Estados no-libe-rales, que en general no encuentran la demanda delegitimación básica.

A la vista de lo referido Williams sintetiza los rasgos ti-pificadores de la demanda de legitimación básica, quepara él se pueden enumerar así:

1. Rechaza el moralismo político, lo que significa laprioridad de lo moral sobre lo político. Este rechazose refiere a la relación básica de la moralidad con lopolítico, ya se ponga ello de manifiesto a través delmodelo de representación o del modelo estructural.

2. En un nivel básico, la respuesta a la primera cues-tión comprende un principio, que no es otro que el dela demanda de legitimación básica. La aproximacióna esta cuestión se diferencia de la llevada a cabo porel moralismo político por el dato de que este princi-pio, que deriva de lo que se podía considerar comorespuesta a la demanda de justificación del poder co-ercitivo, si es que ésta genuinamente existe, estáimplícita en la verdadera idea de un Estado legíti-mo, y por eso resulta inherente a cualquier política.La satisfacción de esta demanda de legitimación bá-sica no siempre ha tomado, históricamente, una for-ma liberal.

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3. Ahora y aquí, alrededor de esta demanda de legiti-mación básica, junto con las condiciones históricasoportunas, ella permite sólo una solución liberal, yaque otras formas de respuestas resultan insatisfacto-rias. Y esta insatisfacción, según Williams, es conse-cuencia en buena parte de la herencia ilustrada, enel sentido de que otras legitimaciones son en buenamanera consideradas como falsas y particularmenteideológicas.

4. Y por último, en tanto que el liberalismo tiene fun-damentos, éstos existen en cuanto poseen la capaci-dad de responder a la primera cuestión tal como lahemos visto, es decir, en cuanto que hay respuestasgarantizadas a la reiterada demanda de legitimaciónbásica de una manera aceptable11.

De todo lo referido, Williams llega a la conclusión deque es posible una identificación conceptual, en el sentidode que al acercarnos a la idea de legitimidad, nos encon-tramos con que ésta, entendida con una perspectiva esen-cialmente sociológica, en cuanto apropiada para un Esta-do moderno, pasa a estar relacionada de manera forzosacon la naturaleza de la modernidad entendida como elpensamiento social propio del pasado siglo, tal como We-ber la desarrolló. Esto, a su vez, nos conduce a la ecuacióndesarrollada por Williams, en el sentido de que legitimi-dad más modernidad resulta igual a liberalismo, lo que,por una parte, lleva a que las ambigüedades que el últimotérmino puede encerrar nos conducen a todo un abanicode opciones que le proporcionan sentido a lo político en elmundo moderno.

Por otra parte, hay que enfatizar el dato, en el que Wi-lliams insiste, de que su rechazo al moralismo político,aunque no en idénticos términos, comparte puntos de vis-ta con Habermas. Y así, enfatiza que, al igual que el au-tor alemán, rechaza la posibilidad de derivar la legitima-ción política de la propiedades formales de la ley moral, o

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11 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 8.

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de la narración kantiana de la persona moral, aun cuan-do Habermas, como nuestro autor se encarga de enfati-zar, se refiere más al concepto de autonomía, mientrasque Williams se va a centrar más en la idea de represen-tación12.

A la vista de lo dicho, parece evidente afirmar que lospuntos de vista habermasianos tienen unas implicacionesuniversalistas de las que carece la visión de Williams, loque obviamente lo lleva a intentar unas explicaciones so-bre el porqué de ella. Si aceptamos la ecuación antes men-cionada de que legitimidad más modernidad es igual a li-beralismo, nos encontramos con que tal planteamiento noproporciona realmente una base para decir que todos losEstados no liberales del pasado fueron ilegítimos.Además, es cierto, como subraya Williams, que el moralis-mo político tiene una clara tendencia universalista, quealienta a informar a las sociedades del pasado de los falloscometidos. Para Williams, no es que estos juicios carezcande sentido, pero lo que sí es obvio es que ellos no resultanútiles ni nos van a ayudar a entender la realidad.

Es cierto que podemos asumir que las condiciones queapoyan la idea de legitimidad son en escala y que la pare-ja conceptual legitimidad/ilegitimidad es realmente artifi-cial y sólo se necesita para ciertos propósitos. Para MattSleat es posible identificar en la tradición liberal una lí-nea común y familiar de lo que es la legitimidad, en cuan-to el poder es solamente legítimo si se usa de acuerdo conlos principios que son justificables para todos aquellos alos que va destinado13. Por ello para Williams la idea esque una estructura histórica puede considerarse como unejemplo de la capacidad humana para vivir bajo un ordeninteligible de autoridad. Ello es lo que da sentido a unadeterminada estructura14.

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12 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 9.13 SLEAT, Matt, “Bernard Williams and the possibility of a realist political

theory”, European Journal of Political Theory, 9 (4), 2010, pp. 485-503, cita a lap. 489.

14 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 10.

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Por lo mismo se puede entender que determinadas si-tuaciones de terror y de tiranía tengan un cierto sentido,porque ellas son desde el punto de vista humano entera-mente familiares, y lo que el tirano hace tiene sentido, opuede tenerlo, y lo que sus sujetos o víctimas hacen asi-mismo tiene sentido. La cuestión que se plantea Williamses si una estructura tiene sentido como ejemplo de un or-den autoritario. De todas maneras, Williams plantea, ycon mucha razón, que, al igual que él ha hecho, el tenersentido de determinadas situaciones es un concepto quese puede considerar como evaluativo, porque en verdadno es sencillamente fáctico o descriptivo. Pero, junto atodo ello, lo que queda también muy claro es que dichoconcepto no es normativo, en cuanto no pensamos que es-tas consideraciones pudieran guiar nuestro comporta-miento, así como tampoco no hay ningún punto en el quesostener que ellos debieran haber guiado el comporta-miento de otras personas, excepto en casos excepcionales,allí donde se produjera un choque de legitimidades, unade las cuales, a la luz de las circunstancias, tiene massentido que la otra. La idea de tener sentido es para Wi-lliams, como subraya Sleat, una categoría de entendi-miento histórico que gira en torno a nuestros conceptospolíticos, morales, sociales, interpretativos y otros tiposde conceptos en este caso particular, para demostrar sipodemos comprender un régimen político como un ejem-plo de orden de autoridad legítima o no15.

Esta idea de tener sentido de determinadas situacionescabe aplicarlo también a la cuestión de la legitimidad, yaque, cuando nosotros conocemos una determinada idea delegitimidad, aquí y ahora, es en realidad lo que, aquí yahora, tiene sentido como una legitimación del poder comoautoridad. Con ello lo que Williams pretende mostrarnoses que en buena parte del tiempo, en nuestra vida ordina-ria, nosotros no nos preocupamos de discutir si nuestrosconceptos tienen sentido, aunque de algunos en particular

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15 SLEAT, Matt, “Bernard Williams and the possibility of a realist politicaltheory”, ob. cit., p. 488.

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podemos hacerlo. De manera mayoritaria, que nosotrosusemos en concreto estos conceptos se deriva de que se nosmuestren con sentido16.

A la vista de todos estos rasgos, Williams se plantea fi-jar un determinado concepto de lo político. Su punto dearranque es intentar fijar una concepción realista del mis-mo, a la que llega, según su propia afirmación, como reac-ción al intenso moralismo que embarga la ciencia políticay la teoría legal, especialmente en Estados Unidos. Estemoralismo es emparejado previsiblemente con la concen-tración de la ciencia política americana en la coordinaciónde intereses privados o de grupos. A esta división, enfatizanuestro autor, replica institucionalmente la división entrela “política” del Congreso y los argumentos de principiosestablecidos por el Tribunal Supremo. Lo que quiere ma-nifestar con ello es cómo esta práctica de la política y laperspectiva habitualmente moralista de la teoría políticaestá hecha para que una se encuentre con la otra. Asimis-mo representarían una especie de dualidad maniquea,pero que, a su vez, la existencia de la una ayuda a explicarla otra y viceversa.

La visión de la política que Williams persigue es unaperspectiva más amplia, que no esté limitada simplemen-te a intereses, junto con una visión más realista de los po-deres, oportunidades y limitaciones de los actores políti-cos, donde todas las consideraciones que se realicen sobrela acción política conducen en buena manera a la idea oconcepto de decisión. Según Williams la ética relacionadacon esta perspectiva es la que Weber denominó ética de laresponsabilidad, y es la característica del político. Peronuestro autor no busca dar una definición de lo político,cosa que estima difícil e infructuosa, sino que lo que pre-tende más bien es proporcionarnos dos aplicaciones o ca-minos en los que moverse o pensar políticamente, como so-lución al moralismo político. El moralismo político, cuandose acerca a la elaboración de un pensamiento político con-flictivo en una sociedad, lo hace en base y en términos de

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16 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 11.

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elaboraciones opuestas respecto a un texto moral. Peroella no es realmente la naturaleza de la oposición entreoponentes políticos.

Es cierto que nosotros podemos reflejar en nuestras ac-ciones los reflejos de nuestra situación histórica, ya quesabemos que nuestras convicciones y las de los otros hansido en un alto grado producto de previas condicioneshistóricas y de una oscura mezcla de creencias —muchasde ellas incompatibles entre sí—, pasiones, intereses ydemás. Además, el conjunto de estos elementos ha hechoque en ocasiones los esquemas políticos tengan resultadosperversos17. A la vista de ello nos percatamos de cómo semueven estas convicciones y por qué funcionaban siexistían y no lo hacían en caso contrario, pero, como Wi-lliams enfatiza, seríamos muy inocentes si tomáramosnuestras convicciones y las de nuestros oponentes comosimples productos autónomos de la razón moral más quecomo otro producto de condiciones históricas. También hayque añadir el dato de que en muchas ocasiones puede su-ceder que determinadas concepciones minoritarias lleguena ser dominantes y viceversa a lo largo del tiempo, pero,además, cuando ello lo trasladamos al ámbito de las con-vicciones políticas, que determinan posiciones políticas,significa que nos percatamos de que éstas tienen en mu-chas ocasiones causas y efectos oscuros.

Asimismo, hay que enfatizar que, aunque no se mani-fieste de manera explícita, cuando hablamos de estas con-vicciones tomamos siempre ciertas perspectivas tanto denuestros aliados como de nuestros oponentes. Pero, subra-ya, que desde una posición democrática hay que haceralgo más, ya que, al recordar los aspectos relacionados conlas condiciones históricas, no deberíamos pensar que loúnico que debemos hacer es argumentar frente a los queestamos en desacuerdo. Aquí Williams introduce, a nues-tro entender, un elemento un poco provocativo, pues afir-ma que al tratarlo como oponentes se puede, de una formaextrañamente suficiente, mostrar así más respeto por

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17 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., pp. 12-13.

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ellos como actores políticos que como simples protagonis-tas de un determinado argumento, que está equivocado oque siguen un determinado camino a la busca de la ver-dad. Un motivo para pensar en los términos propios de lopolítico es que una decisión política, entendida como laconclusión o culminación de una determinada deliberacióna la que se han aportado todo tipo de consideraciones, esque ella no anuncia en sí que la otra parte esté moralmen-te equivocada, sino que lo que anuncia es que ha perdido.

Como bien subraya, lo que se muestra es que todos es-tos lugares comunes sobre la política conducen justamentea esto: la teoría política liberal modelaría su estimación desí misma más realistamente de lo que es la política llenade lugares comunes18.

También, se puede proyectar esta visión al ámbito de lalegitimidad, en cuanto es posible que reconozcamos comosociedades bien ordenadas algunas sociedades no libera-les, que tienen ciertas diferencias que son limitadas pordistintas formas particulares. Esto hay que ponerlo en re-lación con lo que ellas consideran como legitimidad o no.Al ser la idea de legitimidad un concepto normativo paraaplicarlo a nuestras propias sociedades, forzosamente tie-ne que serlo también para aquellas sociedades que coexis-ten con la nuestra, y con las que nosotros podemos tener ono tener diferentes formas de relación, ya que no se pue-den ser separar de nosotros por lo que conocemos como re-lativismo de distancia. Pero todos estos planteamientos ydesarrollos realizados por Williams concluyen para ocu-parse de la relación entre la idea de modernidad y la derepresentación política.

Partiendo de la verdad sostenida por Goethe en su céle-bre frase del Fausto, de que en el comienzo fue el acto —ImAnfang war die Tat, In the Beginning was the Deed, que datítulo a esta recopilación—, afirma la enorme importanciaque tiene para estos asuntos. Así lo aplica al tema de cuán-to, y hasta qué punto, pueden ser determinados por la te-oría social y política los Estados modernos, o lo que es

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18 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 13.

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igual, hasta dónde las concepciones idealizadas de las rela-ciones políticas pueden jugar un determinado papel. Y así,Williams concluye su perspectiva sobre ello y ve hasta quépunto cabe entender una aplicación particular de estacuestión al asunto de la representación política.

Vuelve a insistir en el paralelismo con la visión haber-masiana sobre las posibilidades del Estado moderno y quées lo puede contribuir a su legitimación. Al margen del pa-pel primordial del derecho como elemento aglutinador yesencial para el entendimiento del Estado moderno, res-pecto a lo cual Williams no se declara capaz de aportar no-vedad importante, lo que sí considera elemento central deeste trabajo suyo que estamos analizando es buscar de quémanera las condiciones de la modernidad demandan o im-ponen ciertas condiciones sobre la legitimidad. De estaforma muestra cómo unos determinados órdenes legales yno otros tienen sentido para nosotros.

En este plano concreto Williams, como se ha dicho, sealinea con la crítica de Habermas a Rawls, en el sentidode que éste no identifica proyecto alguno en relación al es-tablecimiento de una Constitución, en cuanto que éstasólo aparece para la preservación no violenta de las liber-tades básicas ya existentes. Frente a ello el alemán buscamostrar la existencia de una relación interna entre el Es-tado de derecho y la democracia deliberativa. Por eso ma-nifiesta que en algún tipo de democracia, la política parti-cipativa a cierto nivel, es una característica de la legitimi-dad para el mundo moderno. Por ello, podemos decir queel punto de la participación política democrática en rela-ción a nuestra concepción de la legitimidad es de una de-terminada forma, y se desarrolla en nuestras institucionesy prácticas de tal modo que tiene sentido en los términosen que éste ámbito lo tiene para nosotros19.

Como síntesis final, en este contorno que estamos ana-lizando, Williams llega a la conclusión de que la existenciade unos mínimos requerimientos de democracia participa-tiva como parte esencial de la moderna legitimidad se es-

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19 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., pp. 14-15. sobre coc.

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tablecen a un nivel bastante sencillo y virtualmente ins-trumental para evitar los daños y la indefensión que su-pondría el actuar sin ella.

III. LIBERALISMO DEL MIEDO

En perfecta unión con el contenido de esta monografíapuede situarse la conferencia dada por él en homenaje aIsaiah Berlin, y que lleva por título “The Liberalism ofFear”. En ella, tomando el título en préstamo de JudithShklar, que fue la que acuñó dicha expresión, Williamsparte inicialmente en su análisis de las relaciones entre fi-losofía política e historia, que se desarrolla según él en unposible doble sentido. Se puede considerar a la primera entérminos de un sentido del pasado y un sentido del pre-sente, puesto que éste último también comprende el delpasado. Otra manera de afrontar la relación sería distin-guir acerca de lo que hablamos (perspectiva de Berlin) y aquien estamos hablando (postura de Rawls).

La cuestión de la audiencia de la filosofía política tieneun gran interés, en cuanto hay que marcar a quién va di-rigida. Este asunto también tiene su importancia en la fi-losofía moral, pero, como subraya Williams, las perspecti-vas son totalmente diferentes. La audiencia de una obrade filosofía política es compleja, en la forma en que es muyrelevante para un entendimiento de lo que ésta puede yno puede lograr. Esta idea de la diversidad de entendi-miento de una determinada teoría filosófico-política puedeapreciarse por ejemplo con el liberalismo. Williams esescéptico, como estima Thomas Osborne, respecto de aque-llas variantes del liberalismo que se fundamentan sobreconsideraciones morales o éticas tales como una particularperspectiva de la persona o sobre conceptos abstractos, ta-les como los derechos humanos20. Plantea que hay una va-

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20 OSBORNE, Thomas, “Power, ethics, truth: Bernard Williams on political ar-gument”, History of the Human Sciences, vol. 21, nº 1, 2008, pp. 127-170. Cita ala p. 1.29

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riante muy peculiar, el llamado liberalismo del miedo, porla que toma partido. Como ya lo definió acertadamente laacuñadora de dicho concepto, Judith Shklar, para este li-beralismo las distintas unidades básicas de la vida políti-ca no son ni las personas discursivas y reflexivas, ni ami-gos y enemigos, sino los débiles y los poderosos. Como Sh-klar señaló el liberalismo del miedo se ocupa de los abusosde los poderes públicos en todos los regímenes con igualfuerza. Como subraya Williams el liberalismo del miedo esno utópico por completo, o como lo ha calificado Seyla Ben-habib es distópico21, y por ello difiere de otras formas de li-beralismo, como son los liberalismos que Shklar calificacomo liberalismo de los derechos naturales y liberalismodel desarrollo personal, los cuales quizás pueden ser en-carnados de manera arquetípica en las obras de John Loc-ke y John Stuart Mill respectivamente. Pero, según Wi-lliams, resulta chocante que ninguno de estos dos emble-mas del pensamiento liberal haya tenido una memoriahistórica muy desarrollada, mientras que el liberalismodel miedo la ha plasmado con mucha mayor fuerza.

Después de múltiples avatares históricos, guerras, con-flictos, etc., parecía que la tortura había sido eliminada delas prácticas de gobierno, pero determinadas circunstan-cias la han vuelto a traer a escena, y el liberalismo delmiedo es justamente una respuesta a estas innegables re-alidades actuales y se concentra esencialmente en el con-trol del daño que pueda producir22. El liberalismo del mie-do tiene sus grandes referentes teóricos en figuras comoMontaigne, Montesquieu o Constant. Quizás, como desta-ca con mucha razón Williams, el primero de ellos no puedeser considerado en sentido estricto como un liberal, pero

28 PABLO BADILLO O’FARRELL

21 BENHABIB, Seyla, “Judith Shklar’s Dystopic Liberalism”, Social Research,Vol. 61, nº 2, Summer 1994, pp. 477-488. Posteriormente recogido en YACK, Ber-nard (editor), Liberalism without Illusions. Essays on Liberal Theory and the Po-litical Vision of Judith N. Shklar, University of Chicago Press, Chicago & Lon-dres,1996, pp. 55-63.

22 SHKLAR, Judith, “The Liberalism of Fear”, en ROSENBLUM, Nancy L., Libe-ralism and the Moral Life, Harvard University Press, Cambridge, Mass. y Lon-dres, 1989, pp. 27-28.

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su escepticismo, su lucha contra el fanatismo y su sentidocontra la imposición de la crueldad lo colocan en esta lí-nea. Otro elemento esencial que hay que situar en el aná-lisis del liberalismo del miedo es que los derechos son, enprimera instancia, el elemento más destacable, ya queellos se convierten en la protección necesaria contra lasamenazas del poder. Pero es necesario afirmar que ello noes suficiente y se sigue de lo siguiente. Es negativa, subra-ya Williams, la vieja idea liberal de que el único enemigoes el Estado, puesto que o bien se dice que lo que se re-quiere puede ser aceptado como garantía, o, si no, resultaobvio que representa una base de mínimos.

La línea que Williams toma en relación con este asuntoes notablemente original, aunque mantiene un claro en-garce con la teoría marcada por Shklar, parte de la ideaprimera del papel fundamental que juega el lector, la au-diencia y el oyente. Porque, como afirma, hay muy distin-tos tipos de oyentes en relación a la filosofía política, yaque pueden ir desde el Príncipe, aunque la obra de este tí-tulo no sólo se dirige al gobernante, sino también puedeser interpretada como un análisis del poder, hasta aque-llas que buscan la audiencia en la ciudadanía, ejemploscaracterísticos de las que pueden ser la obra de ThomasPaine Common Sense, o el discurso a los electores de Bris-tol de Edmund Burke23. Asimismo Williams afirma que sinos referimos al tiempo actual y a lo que es la filosofíapolítica, y dejamos de lado una serie de ítems que puedenconsiderarse como ejercicios profesionales, se supone quela audiencia es amplia y perteneciente a más de un Esta-do. Esta trasmisión difusa a un público del mismo tenorpuede que no tenga, como afirmó Keynes, una aceptacióno absorción inmediata del discurso, pero en muchas oca-siones se produce con un efecto retardado. Es cierto, tam-bién, que en la mayoría de las ocasiones los escritos de fi-losofía política se dirigen a aquellos que tienen poder, convistas a que en el caso de aceptar las propuestas estableci-das en dicho escrito sirvan para mejorar y hacer más ar-

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23 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 56.

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moniosa la interpretación de un conjunto de valores quetanto el que escribe como el lector en cierta manera com-parten. Pero sucede, como destaca Williams, que en mu-chas ocasiones los filósofos políticos escriben para una au-diencia con amplios poderes, y que por tanto puede asumirlas ideas plasmadas en la obra de que se trate en sus ac-ciones públicas. Además de estos destinatarios, hay otrosque carecen de esta capacidad de poder, pero son asimis-mo posibles destinatarios de estas acciones.

Williams, con un claro escepticismo, o si se prefiere rea-lismo, afirma que en el momento actual se produce unaclara ausencia de filosofía política en relación a la acciónpolítica, pues muchos de los conceptos de la primera difí-cilmente son asumidos por la audiencia de una filosofíapolítica. Esta no asunción clara de conceptos como losacuerdos filosófico-políticos en base a ideales, o derechosnaturales, o virtudes supone un claro empobrecimiento dela proyección de los contenidos de la filosofía política sobrela acción política en concreto. Es evidente, como afirmaBonnie Honig, que hay excepciones y así en el mundo an-glosajón refiere los casos de Hampshire, que lo realiza através de Maquiavelo, Cavell, por medio de Emerson, Mi-chael Walzer, a través de Rousseau, Isaiah Berlin, a travésde John Stuart Mill, y Bernard Williams, a través deIsaiah Berlin24. Pero, al margen de estos datos y autoresreferidos, lo que resulta evidente es que el discurso de lafilosofía política se dirige esencialmente a grupos muy de-terminados de oyentes, a los que el liberalismo del miedodestaca como los oyentes tradicionales, es decir príncipes,ciudadanos, padres fundadores, por utilizar la termino-logía utilizada por Shklar, pero que tiene fácil traduccióna la realidad presente y cotidiana.

En cambio el liberalismo del miedo, para Williams, secaracteriza por tener un conjunto diferente y mucho másamplio de oyentes que los mencionados; en una palabra,está dirigido a todo el mundo. Este liberalismo habla a

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24 HONIG, Bonnie, Political Theory and the Displacement of Politics, CornellUniversity Press, Ithaca, 1993, p. 14.

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toda la humanidad y tiene derecho a actuar de esta forma,según nuestro autor, porque sus materiales son los únicosciertamente universales de la política: el poder, la inefica-cia, el miedo, la crueldad, un universalismo de capacida-des negativas. Lo que ofrece o sugiere en una determinadasituación depende de la misma, o mejor de la política dedicha situación. El liberalismo del miedo, una vez máscomo su contraparte natural para Williams, Il Principe, nodesplaza a la política, sino la entiende solamente en pre-sencia de ella y dirigiéndose a sus oyentes en presencia desu puesta en práctica. Por supuesto el liberalismo del mie-do ofrece un relato de la política, y desde que el poder polí-tico es en gran parte concebido en términos de Estado-na-ción, muchos de los asuntos referidos al liberalismo delmiedo en un tiempo determinado tendrán que permaneceren el ámbito doméstico de cada Estado. Pero, como subra-ya Willams en su artículo, “The Liberalism of Fear”, queaparece en el libro sin fecha exacta de redacción, ya queera trabajo inédito, pero calculo que escrito en torno a2000-2001 para una conferencia dada en Wolfson Collegeen homenaje a Isaiah Berlin, hay que hablar de una nue-va realidad cual es que la política actual se encuentra enun nivel menguante en los Estados-nación, ya que los cen-tros de decisión son en realidad los del poder económico yéste es internacional. Nos percatamos de qué manera y aqué velocidad esta tesis ha avanzado en los últimos diezaños, y aun más como los últimos acontecimientos lo po-nen de manifiesto25. Uno de los aspectos que el liberalismodel miedo tiene como rasgo más característico es el recor-dar a los ciudadanos aquello que han conseguido a lo largodel tiempo, y que puede perderse. Pero este liberalismo,para Williams, no debe quedarse en pronunciar llamadasde atención y recordatorios, porque si las libertades pri-marias se aseguran, y los miedos básicos se mitigan, en-tonces la atención del liberalismo del miedo se moverá ha-cia concepciones más sofisticadas de la libertad y otrasformas de miedo, otros modos en los que la asimetría del

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25 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 59.

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poder y la carencia del mismo trabajan siempre en des-ventaja del último. Williams afirma que el miedo en rela-ción con la libertad se manifiesta de manera básica en elsentido de que no eres libre, en cuanto estás bajo el poderde otro, y que en sentido básico ello implica que lo que túhaces está dirigido por las intenciones de otra persona, apesar de que tú no desees hacer dichas cosas. Williams su-braya que esta visión no coincide ni con el concepto negati-vo ni con el positivo de la libertad26. Pudiera decirse quecasa más bien, al menos a nuestro entender, con el concep-to de la tercera libertad trazada por Quentin Skinner27.

No obstante las cosas, que mucha gente razonablemen-te teme, son efectos colaterales, y no producto de accionesdirigidas directamente contra ellos, aunque pueden ser aveces más graves y dañinas que algunas dirigidas en con-creto contra una persona o grupo de ellas. Es verdad queeste problema no es necesario para el liberalismo del mie-do, a menos que se construya toda una doctrina políticacompleta para todas las cuestiones y circunstancias. Perono hay que pensar que la libertad, en particular la liber-tad definida estrictamente por la política, sea el único va-lor que importa.

Según Williams hay un espacio para una reflexión fi-losófica general sobre estos asuntos. Pero, como él muybien destaca, los argumentos en que se basan las políticasliberales en situaciones particulares no se deben desarro-llar desde un punto de vista práctico sino conceptual. Estaes la verdad del anti-universalismo, sobre el que han in-sistido algunos de los oponentes del liberalismo. El libera-lismo del miedo, destaca Williams, puede combinar estocon su propio universalismo, pues existe un constante re-cordatorio de la realidad de la política, en el sentido deque hay una política fuera de ahí28. Este liberalismo no

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26 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 61.27 Sobre este punto puede verse, BADILLO, Pablo, “Libertad y libertades en

Quentin Skinner”, en BOCARDO, Enrique (editor), El giro contextual. Cinco ensa-yos de Quentin Skinner y seis comentarios, Tecnos, Madrid, 2007, pp. 275-303.

28 Ibidem.

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pretende determinar en general que alguien tenga un de-recho a algo en determinadas circunstancias y aplicarlo enese momento, sino que considera los derechos que tiene lapersona tanto políticos como históricos, pero no filosóficos.Asimismo Williams, siguiendo a Shklar, se pregunta si esseguro lo que teóricamente está asegurado, porque es cons-ciente de que nada es seguro, y que la labor de asegurarlonunca tiene fin. En relación a Williams, y en este su para-lelismo con bastantes planteamientos de Shklar, y comocontinuación de su realismo político podemos afirmar, deacuerdo con Richard Flathman, que su liberalismo es tam-bién un liberalismo realista29. En este sentido es en el quese ve claramente el carácter no-utópico del planteamientode Shklar, lo que no quiere decir que la visión política sos-tenida por ella sea de pesimismo que no se ha colapsadoen una política de cinismo. En las palabras de Shklar, re-cordadas por Williams, lo que importa es la celebración dela memoria, que puede ser, en algunos buenos momentos,también la política de la esperanza.

IV. RELATIVISMO Y DERECHOS HUMANOS

El tercer campo que va a merecer nuestra atención esel dedicado a la relación entre Derechos humanos y relati-vismo.

Williams parte de una afirmación que resulta casi unaevidencia, que no es otra que todos tenemos una buenaopinión de lo que son los derechos humanos, y tambiénque el problema con el que nos encontramos no es el deidentificarlos sino el de conseguir que se cumplan. Es evi-dente que la negación de estos acarrea aspectos muy nega-tivos, como pueden ser la tortura, la pena de muerte, la vi-gilancia de la población, la censura política, etc.

Nuestro autor se plantea las violaciones de estos come-tidas por gobiernos o casi-gobiernos, entendidos éstos últi-

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29 FLATHMAN, Richard, “In and out of the ethical: The realist liberalism ofBernard Williams”, Contemporary Political Theory, 2010 (9), pp. 77-98.

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mos como aquellos movimientos que controlan parte de unterritorio. Es cierto que hay una línea fronteriza entre es-tos casos y otros en los que el gobierno ha perdido el con-trol de una zona y las infracciones son cometidas por ban-didos y señores de la guerra, por llamarlos de alguna for-ma. Realmente la línea fronteriza entre ambas situacionesresulta en muchas ocasiones muy difícil de establecer conclaridad. En realidad esto es así, porque el gobierno es enprimera instancia la aserción del poder contra otro poder.Es cierto que la primera cuestión política, siguiendo la es-tela de Hobbes, debe ser la de asegurar el orden, la protec-ción, la seguridad, la confianza y las condiciones de coope-ración. Y ésta es la primera cuestión política, porque sol-ventarla es la condición de solucionar cualquier otroaspecto de esta índole. Desde el punto y hora en que se es-tablece un orden político estable éste juega un papel im-portante en relación a la idea de legitimidad del poder,punto básico en la idea del filosofar sobre la política paraWilliams, como vimos con anterioridad, pero es que la ideade legitimación no sólo es básica para la política, sino tam-bién para la discusión sobre los derechos humanos. Si nosencontramos con una situación, como se recordaba al ha-blar de liberalismo del miedo, en el que una mayoría depersonas se encuentra aterrorizada por una minoría, po-demos decir que ello no es una realidad política en sí, sinoque lo político ha sido sustituido. Si ese dominio terriblede unos sobre otros se considera una posible solución a laprimera cuestión política, y no se considera en sí mismoparte del problema, entonces hay que decir algo sobre ladiferencia que existe entre el problema y la solución. Porello es por lo que para Williams no se puede separar bajoningún concepto la idea de derechos humanos y la de legi-timidad.

Al margen de aquellos derechos humanos más básicos ygenerales, de los que nuestro autor dice que hay que apli-carles los rasgos de quod semper, quod ubique, quod abomnibus creditum est, nos encontramos sin embargo conotros muchos derechos en los que se plantea un desacuer-do sobre si tales o cuales personas deben recibir o tener tal

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o cual derecho, o si el contenido del derecho de que se tra-te debe considerarse un bien o no.

A diferencia de estos, hay otros en los que no existe lamenor duda de que es un derecho que todos tenemos, por-que hay acuerdo unánime sobre el contenido del mismo;esto es lo que podemos relacionar con los llamados dere-chos positivos, como por ejemplo el derecho al trabajo.Pero aquí y en este tipo de derechos aparece un problemaesencial, cual es el de a quien o contra quien se puede re-clamar ese derecho. Hay múltiples ocasiones en las queante la quiebra de este derecho, los poderes públicos o losgobiernos se encuentran incapaces de dar respuesta, yesto alienta la idea de que los derechos humanos son esen-cialmente aspiraciones, que señalan bienes y oportunida-des que, como asunto de urgencia, deben ser proporciona-dos si es posible. Pero ésta no es la configuración de un de-recho. Si alguien tiene un derecho a algo, se equivocaquien se lo niega30.

La perspectiva del universalismo liberal sostiene que siciertos derechos humanos existen, siempre han existido, ysi las sociedades del pasado no los reconocieron fue o por-que los que tenían los cargos fueron malvados, o porque lasociedad que fuera, por alguna razón, no entendió la exis-tencia de estos derechos. Más aún, se puede sostener quela teoría liberal típicamente supone que el universalismosimplemente se sigue por tomarse seriamente los derechoshumanos.

En la perspectiva de Nagel, traída a colación por Wi-lliams, se plantea la comparación que hay que establecercon que si uno no piensa de la moralidad propia como uni-versalmente aplicable a todo el mundo, tampoco puedeaplicarla de forma confiada a donde uno debe hacerlo,como es a las cuestiones del propio tiempo y lugar. Algu-nos parecen pensar que si el liberalismo es una idea re-ciente y la gente en el pasado no fue liberal, entonces ellosmismos perderían la confianza en el liberalismo. Estopara Nagel es un error. Pero por qué el escrupuloso liberal

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30 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 64.

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comete este error. Williams piensa que ello es precisamen-te porque está de acuerdo con el universalismo de Nagel:piensa que si una moralidad es correcta, debe aplicarse atodos. De esta manera, y siguiendo con el razonamiento ló-gico, si el liberalismo es correcto, debe aplicarse a todosaquellos pueblos del pasado que no lo fueron: según Nagel,ellos debían haber sido liberales, y desde el momento queno lo fueron, es que se comportaron mal o estúpidamente.Esta postura está aún bajo la sombra del universalismo:sugiere que no puedes realmente creer en el liberalismo amenos que lo consideres como una verdad, lo que significaque se aplique a todos31.

De todas maneras, a pesar de la referencia a Nagel, Wi-lliams manifiesta expresamente su acuerdo con la pers-pectiva expresada por Collingwood de que la cuestión de sies preferible vivir en el pasado o no porque fue mejor, nopuede estimarse, porque la elección no puede hacerse, yaque nosotros no podemos considerar al pasado mejor opeor que al presente, puesto que no estamos capacitadospara elegirlo o rechazarlo, aprobarlo o condenarlo, sinosimplemente aceptarlo. Nuestro autor manifiesta suacuerdo con Collingwood en sentido amplio, aun cuandono está de acuerdo en que no haya juicios que se puedanhacer sobre el pasado. Ello puede significar que a uno nose le impone el extender todas las opiniones morales deuno, y, sobre todo, significa que si uno no las extiende, unono tiene derecho a ellas en conjunto, como si fueran apli-cadas al mundo actual.

¿Es esto relativismo?, se pregunta Williams. Denominaa esta perspectiva de echar la mirada hacia atrás en estecampo ético-político relativismo de distancia. Su primeresfuerzo al acuñar este término, es dejar muy claro quedebe diferenciarse del relativismo en sentido general. Ésteúltimo se caracteriza porque le indica a la gente qué jui-cios hacer, mientras que el relativismo de distancia les in-dica que determinados juicios no se necesitan realizar.Pero, de manera aún más ilustrativa, mientras que el re-

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31 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 67.

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lativismo convencional o estándar se aplica a cualquierasunto que se presente, el relativismo de distancia carececompletamente de sentido en cualquier cuestión que nosea lejana en el tiempo.

Williams sostiene que el relativismo convencional pue-de decirse que surge en la Grecia clásica, en torno al sigloV a.C., al producirse relaciones entre los pueblos griegos yotros pueblos. De la misma manera puede sostenerse queel relativismo moderno tiene unas relaciones muy comple-jas y profundas con el colonialismo, desde el punto y horaen que al producirse profundos desencuentros entre laperspectiva europea de interpretar el mundo y la de lospueblos colonizados, hubo quienes abogaron por intentarreconducir éstas a las primeras y otros que defendieron sumantenimiento, y además hubo anticolonialistas que pen-saron que lo mejor era que los poderes europeos debíandejar a todos con su visión de la realidad. Pero, para Wi-lliams, todas estas tesis trascienden la perspectiva del re-lativismo estándar, incluso la última, porque decir que esmejor para los pueblos colonizados abandonarla no es lomismo que decir que lo que ellos piensan es correcto paraellos y lo que nosotros pensamos es correcto para nosotros.

Después del colonialismo tenemos que evaluar nuestrasrelaciones con diversas sociedades y el relativismo están-dar no puede ayudarnos. Confrontados con una sociedadjerárquica en el mundo actual, no podemos considerarlos aellos como a ellos y a nosotros como a nosotros, ya que hayrazones para considerar a sus miembros como algo de “no-sotros”. Se puede decir que para el relativismo estándar essiempre demasiado pronto o demasiado tarde, lo primerosucede cuando las partes no han tenido contacto con elotro, por lo que no se puede pensar de sí mismo como de“nosotros” y de los otros como de “ellos”, y es demasiadotarde, cuando ellos han encontrado al otro, y en el momen-to que lo han hecho ya hay un nuevo “nosotros” para sernegociado32.

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32 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., pp. 68-69.

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Para llegar al porqué los derechos humanos interesanen el mundo actual, el relativismo estándar resulta irrele-vante en cualquier lugar, mientras que el relativismo dedistancia, por su parte, en muchos aunque no en todos susaspectos, resulta una actitud a tener en cuenta. Se aplicaal pasado por la razón antes mencionada como implícitapor Collingwood, porque el pasado no está a nuestro al-cance de forma casual. Para poder ver cómo los derechoshumanos interesan, es necesario conocer qué representanen nuestro mundo, en el momento actual.

No obstante esto, Williams sostiene que hay juicios quepodemos hacer sobre el pasado, que al margen de los jui-cios sobre la condición de determinados protagonistas dela historia, hay otro sobre el que merece la pena poner uncierto énfasis, como es el referido a lo esencial de la políti-ca, que no es otra cosa que la cuestión del orden y el peli-gro relativo a dicho asunto. Ello es así porque, como resul-ta evidente, las categorías de sociedades ordenadas o de-sordenadas son aplicables en cualquier tiempo y lugar, y asu vez aquí habrá que buscar que la sociedad ordenada loesté sobre la base de un orden político legítimo. Esto últi-mo significa que hay concepciones aplicables en cualquierlugar y que han llegado a ser la solución para el problema,es decir, respecto de un orden supuestamente legítimopara aproximarlo a su vez a un poder coactivo inmediato.

Hay un punto, que el propio Williams califica como te-rreno resbaladizo, cual es el de que algunos Estados pue-den hacer uso de medidas excesivas e incluso crueles paramantener un orden legitimado. Pudiéramos encontrarnosen estos casos con situaciones extremas, las referidas ahechos subversivos o amenazas revolucionarias. Entonceshay que preguntarse si tales acciones pueden considerar-se violaciones de los derechos humanos, o si estas posi-bles violaciones pueden justificarse por la situación deemergencia.

Por supuesto cabe pensar en la posibilidad de argumen-tos válidos sobre estos casos, pero la cuestión aquí es másbien acerca del argumento. Cualquier Estado puede utili-zar métodos determinados en situaciones extremas, y es

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evidentemente cierto que estamos ante una cuestión dejuicio político. Los Estados liberales tienen, como subrayaWilliams, una virtud que no es otra que la de esperar tan-to cuanto sea posible antes de usar estas soluciones, yaque piensan que éstas pueden llegar a ser parte del pro-blema. Los Estados liberales son bien considerados justa-mente por ser capaces de hacer uso de esas restricciones,aunque ellos serían también menos considerados, comosucede por ejemplo en los escritos de Carl Schmitt, si ellosvolvieran esto a la creencia de que el único signo real desu virtud es esperar demasiado, sin tomar una decisión33.

De todas maneras el problema actualmente radica enotras variantes que afectan a la legitimidad de determi-nadas formas de poder y al tratamiento de algunas cues-tiones de primer orden, como puedan ser los referidos adeterminadas concepciones teocráticas de gobierno o aideas patriarcales sobre los derechos de las mujeres. Perola cuestión radica, en el fondo, de cara a la teoría relati-vista estándar en la idea manifiestamente confusa de queno podremos hablar de violaciones de derechos humanosen aquellos casos en que dichas prácticas deben conside-rarse como derechos para ellos, aunque no lo sean paranosotros.

Hay que preguntarse donde radica esta posible confu-sión, y nos percatamos que si no aceptamos la legitima-ción local, este rechazo puede depender de una determina-da perspectiva religiosa que rechazamos, en su totalidad,o quizás en la forma que se usa para legitimar ciertas for-mas de poder político. En una palabra, como sostiene Wi-lliams, está claro que nosotros rechazamos las formas depoder político de carácter teocrático, pero la pregunta ra-dica en si debemos también pensar sus acciones como vio-laciones de los derechos humanos. En base a una breve ar-gumentación cabría decir que sí, desde el punto y hora enque la legitimación no existe, las prácticas de dicho poderpolítico comprenderán coerción sin legitimación34.

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33 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., p. 70.34 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., pp. 70-71.

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Si analizamos en una perspectiva prima facie una vio-lación de los derechos humanos, nos damos cuenta de quesería aquella en que una coacción no mediata tuviera másfuerza que el propio derecho. Esto debe ir acompañado conla idea de que es un rasgo filosófico de buen sentido queno debe atribuirse de manera indiscriminada, por ejemploconsiderar como crímenes las acciones que nosotros pudié-ramos rechazar desde la perspectiva liberal, mientras queen su lugar puede ser estimado como supuestamente de-cente en otro momento para ser legitimado. Y ademásserá una cuestión de sentido político el analizar de quémanera se puede llevar a cabo la posible acusación.

La primera cuestión que realmente se plantea Williamses, y aquí vuelve a situarse en una perspectiva realistapolítica, como se refería al comienzo del trabajo, si la prác-tica de la violación de los derechos humanos debe conside-rarse filosóficamente, y si políticamente es aceptable, en-tonces no pueden entenderse como dos cuestiones separa-das. Porque, como afirma, la gran cuestión real aplantearse es ¿qué está sucediendo actualmente?, lo queincluye asimismo la cuestión de ¿cómo ha de ser interpre-tado? Y es de las respuestas que le demos a estas pregun-tas de lo que deben depender nuestros juicios, y no de undespliegue de categorías relativistas generales.

La segunda cuestión que se plantea es que si esto esasí, cómo podemos actuar. Lo que para Williams resultaobvio es que siempre debe ser considerada como una cues-tión política, y el término político en muchas de estas oca-siones tiende a ser asociado de forma simple a cuestionesde puro interés nacional o de política comercial o cosas si-milares. Pero es evidente que el término político no puedeser entendido de forma tan simple, ya que Williams, si-guiendo a Max Weber, tal como éste lo trató en Politik alsBeruf, afirma que hay diferencias entre la ética del com-promiso y la ética de la responsabilidad, y además esta úl-tima es mucho más que una ética.

El problema esencial para nuestro autor radica en quela coacción se produzca de forma inmediata, porque si noes así cabe la posibilidad de que las coacciones o violacio-

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nes de los derechos sean peores. Quizás en unos casospuede enmascararse la cuestión y en otros se da la posibi-lidad de que el Estado sea parte del problema, como se hareferido al ocuparnos del liberalismo del miedo. Y en rela-ción con estas violaciones encubiertas, que, en cambio, re-visten una enorme gravedad, Williams se refiere de mane-ra muy particular a la libertad de expresión y de informa-ción, porque aunque parezca poco significativa es de unaprofunda coacción. Williams subraya que junto a la impor-tancia básica de la libertad de expresión y de información,será también necesaria una teoría de la persona más am-biciosa que la invocada por él mismo en la descripción delos derechos humanos básicos, que no es otra que la teoríade la autonomía liberal. La importancia de los derechos deexpresión y de información son para él básicos de acuerdocon la interpretación y análisis de lo que es el mundo ac-tual, en el que no sólo es imprescindible la posibilidad decrítica a las actuaciones de los distintos poderes, públicosy privados, sino que también es básico como sistema de es-tablecimiento de redes de contacto y de acciones entre laspersonas. Pero se plantea también como una alentadoracaracterística del mundo presente que la libre expresióntiende a ser internacionalmente infecciosa. Por ello, lapregunta que se plantea es qué debemos hacer ante estascircunstancias, a lo que responde que estimular la infor-mación y denunciar la censura, para que puedan ser estosalcanzados de forma efectiva. Y en el momento actual esademás muy duro para los Estados quejarse de que otrosinsistan en informar sobre sus ciudadanos.

Por último asegura que la moderna tecnología de las co-municaciones puede contribuir negativamente a observarlos derechos humanos, porque al ser la vigilancia más pode-rosa, y también al reducirse la discusión sobre la política, secrea un serio alboroto con mucha palabrería hueca y nadacrítico o serio. Pero, junto a ello, también ve el lado positivoque no es otro que una clara aportación contra el secretis-mo, el control de información y la supresión de la crítica35.

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Anuario de Derechos Humanos. Nueva Época. Vol. 12. 2011 (13-42)

35 WILLIAMS, Bernard, ob. cit., pp. 73-74.

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Anuario de Derechos Humanos. Nueva Época. Vol. 12. 2011 (13-42)

Con esto ponemos punto final a estas breves notas so-bre las aportaciones de Williams a la filosofía política, enlas que combina una visión realista y escéptica sobre elhecho político, un claro temor a la puesta en práctica decierta variante del liberalismo, en la que el miedo puedeser causante de abusos de los más fuertes sobre los másdébiles y una perspectiva en la que los derechos humanoshan de ser considerados en el marco intercultural actual ydentro de la globalización con una perspectiva claramenterelativista, que por otra parte se sitúa en la línea de pen-samiento habitual de nuestro autor.

42 PABLO BADILLO O’FARRELL