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Retamar, Fernando: Para una Teoría Literaria Hispanoamericana

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  • PUBLICACIONES DEL INSTI11JTO CARO Y CUERVO

    XCII

    ROBERTO FERNANDEZ RETAMAR

    PARA UNA TEORA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA

    PRIMERA EDICIN COMPLETA

    SANT AF DE BOGOT 1995

  • ES PROPIEDAD

    IMPllENTA PATRI6TICA DEL INSTITUTO CARO Y CUERVO, YERBABUENA.

  • PRLOGO A ESTA PRIMERA EDICiN COMPLETA

    As como el Cntico de Jorge Guilln, tras publicaciones en distintos pases en las que iba creciendo, alcanz6 al fin, a veintitrs aos de la salida inicial, su "primera edici6n completa", quiero que veinte aos despus de nacido el presente libro, renacido luego con nuevas pginas en varias oportunidades, esta del Instituto Caro y Cuervo sea considerada su primera edici6n completa (la segunda, de las cinco de que consta hasta ahora, haba aparecido ya en Colombia, en 1976, gracias al bondadoso lsaas Pea Gutirrez). Por lo dems, salvo en coyunturas externas, es claro que no pretendo comparar estos papeles despeinados con el volumen diamantino de Guilln.

    Los trabajos aqu reunidos aparecieron originalmente por sepa-rado (de ah las repeticiones de citas e ideas, as como la evoluci6n de algunas de estas), pero con el prop6sito comn de subrayar que nuestra literatura (como nuestra cultura, como nuestra historia toda) tiene que ser considerada con absoluto respeto para su especificidad: lo que de ninguna manera debe confundirse con un criterio aisla-cionista, segn creyeron algunos equivocados, tomando el rbano por las hojas. Fue un autor nuestro de complicado horizonte mundial, Jorge Luis Borges, quien hace cerca de setenta aos, refirindose a "los que creen que el sol y la luna estn en Europa", escribi6: "Tierra de desterrados natos es esta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorcelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma" 1 Por similares razones, adelant al frente de la primera edici6n, y reitero ahora, que se trata de un libro discutidor, emparentado en este sentido con otros ttulos mos,

    1 JoRGE Lms BoRGEs: El tamao de mi esperanza, Buenos Aires, 1926, pg. 5.

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    de dos de los cuales tambin existen ya ediciones colombianas: Calibn y Acerca de Espaa. Contra la Leyenda Negra. De todos ellos, y en general de los que he publicado a partir de mis veintiocho aos, cuando dej de ser un universitario al uso (que ya era respon-sable de dos ttulos orgnicos ?2), puedo afirmar lo que Jos Carlos Maritegui estamp en 1928 al frente de sus Siete ensayos de inter-pretaci6n de la realidad peruana:

    no es este [ ... ] un libro orgnico. Mejor as. Mi trabajo se desenvuelve segn el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contrado a la produccin intencional, deliberada, de un libro, sino a aqul cuyos pensamientos forma-ban un libro espontnea e inadvertidamente. Muchos proyectos de libros vi-sitan mi vigilia. Pero s que slo realizar los que un imperioso mandato vital me ordene. Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un nico proceso. Y si algn mrito espero y reclamo que me sea reconocido es el de - tambin conforme a un principio de Nietzsche- meter toda mi sangre en mis ideas.

    Ese cambio no se debi en m fundamentalmente a razones in-trnsecas a la vida intelectual, aunque ellas no dejaran de existir. Se debi sobre todo a la inmensa posibilidad de reconstruccin hu-mana abierta en Cuba en 1959, y a mi decisin moral de contribuir en la medida de mis fuerzas a esa ardua, arriesgada y necesaria tarea. Ello implic permanecer en mi pas, declinando el honroso compromiso que tena de ensear a partir de aquel ao en la Uni-versidad de Columbia, Nueva York, como ya lo haba hecho durante el curso de 1957-1958 en la Universidad de Yale. E implic tambin la asuncin de mltiples responsabilidades que me impidieron pro-seguir como hasta el momento la carrera filolgica recin iniciada. Por otra parte, mi formacin humanista (as la llamaba sonriente mi maestra de latn y vida, Vicentina Antua) no me pona en contradiccin alguna con la profunda experiencia que entre incon-tables amenazas, agresiones y calumnias, y tambin errores nuestros, ha estado viviendo mi pas. Pues debo aquella formacin a seres como Jos Mart, en primersimo lugar (y ni la obra de aquel "supre-

    La po~sla conkmpornea en Cuba. 1927-1953, La Habana, 1954; e Idea d~ la ~stilstica, Universidad Central de Las Villas, 1958.

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    mo var6n literario", segn lo llam Reyes 8, ni su vida de servicio requieren glosas), como Unamuno, como Shaw (su Ev~rybody's Political W hat' s W hat me hizo en 1946, a mis diecisis aos, un socialista romntico), como Machado, como los utopistas Pedro Henrquez Urea, al que no llegu a conocer personalmente, y Al-fonso Reyes, con quien mantuve larga correspondencia.

    En Cuba, adems de Mart, me atraan figuras como Julin del Casa~ exquisito, doliente y rebelde modernista, y Rubn Mar-tnez Villena (quien naci6 el mismo ao que Borges), cuya escasa y preciosa obra potica abandon para entregarse de lleno a las luchas sociales, y que muri6 consumido a principios de 1934. Mi primer cuaderno de versos, que en 1950 me imprimi en su casa Toms Gutirrez Alea, estuvo dedicado a su memoria. Y en lo in-mediato, cuando mi generacin an no se haba configurado de modo suficiente, el grupo donde me: senta ms a gusto era el de los poetas reunidos en torno a la revista Orgmes, donde empec a colaborar en 1951 y que dejara huella perdurable en m. Es enorme lo que debo a amigos como Jos Lezama Lima, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina Garca Marruz o el heterodoxo Samuel Feijoo. He dicho en otra ocasin que, para utilizar trminos taurinos, en

    Orlgm~s se me dio y recib la alternativa literaria. Aunque entonces a muchos hubiera podido parecer extrao, la honda espiritualidad de buena parte de aquel grupo acabara fundindose con las ansias renovadoras de la transformaci6n poltica y social iniciada en Cuba en 1959. Pero la extraeza hubiera sido menor o inexistente de haberse comprendido que el autor intelectual de aquella (esta) trans-formacin revolucionaria era y es de veras Jos Mart, el ser humano ms rico y complejo que ha tenido nuestro Continente, de quien derivan tanto Julio Antonio Mella y el 26 de Julio como el alma de nuestra poesa. Esto s lo entendi y desarroll el gran Ezequiel Martnez Estrada, a quien invit a venir a Cuba, donde, en prenda de identificacin, vivi aos intensos, los de la invasin de 1961 y la Crisis de Octubre que hace algo ms de tres dcadas llev a la hu-

    1 ALFoNso RI!YBs: El deslind~. Proleg6mfflos a la teona literaria, Mxico, 1944, pg. 213. Se recogi6 en el tomo XV de sus Obras completas, "Nota pre. liminar" de Ernesto Meja Snchez, Mxico, 1963.

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    manidad al borde del exterminio. Simblicamente, cas1 sm darme cuenta y sin renegar un pice de nadie ni de nada (no reniego, por ejemplo, de ninguno de los textos que he publicado), pas de consi-derar al mexicano Alfonso Reyes como mi mayor maestro no cubano vivo, a considerar tal, muerto Reyes a finales de 1959, al argentino Marnez Estrada.

    He mencionado lo anterior para situar este libro en su verda-dera familia. Esa familia, como es lgico, es la de la teora literaria, la de la literatura en general. Soy un escritor: no puedo ni quiero pretender otra cosa. Pero un escritor que sabe que hay una jerarqua de valores: algo que tambin supieron (de seres como ellos lo aprend) criaturas de la envergadura de Mart, Unamuno, Machado, Sann Cano, Reyes, Gabriela, Vallejo, Maritegui, Martnez Estrada, Henrquez Urea. Este ltimo estaba radicado en la Argentina cuando dio a conocer "Patria de la justicia". "El ideal de justicia", dijo all Henrquez Urea, "est antes que el ideal de cultura: es superior el hombre apasionado de justicia al que slo aspira a su propia perfeccin intelectual" 4 Conjuntamente, y con similar orien-tacin, public en 1925 "La utopa de Amrica". Alguien tan exigen-te como Rafael Gutirrez Girardot escribi: "Pedro Henrquez Urea, hijo de Santo Domingo y de Cuba, sembr sus semillas ut-picas en Argentina [y] Ernesto Che Guevara las entreg a Cuba" 5

    Este libro, sin renunciar al ideal de cultura, naci sobre todo por amor al ideal de justicia. Justicia para nuestras letras, ciertamente. Y en especial justicia para nuestros pueblos. Siento en lo hondo las palabras con que Brecht, uno de mis autores ms amados, peda que nos apiadramos de la cultura, pero que ante todo nos apiadramos del ser humano. Se sabe que ambos ideales han estado y estn sepa-rados (y hasta divorciados) en no pocas faenas intelectuales.

    Precisamente en relacin con nuestros estudios, si bien refirin-dose al mundo angloamericano, escribi hace poco Aijaz Ahmad:

    ' PEoRo HENRQUEZ UREA: "Patria de la justicia", La utopa d~ Amrica. Prlogo de Rafael Gutirrez Girardot. Compilacin y cronologa de Angel Rama y R. G. G., Caracas, 1978, pg. 11.

    1 RAFAEL GuTIRREZ GIRARDOT: "La historiografa literaria de Pedro Henrlquez Urea: promesa y desafo", Casa d~ las Amricas, nm. 144, mayG-junio de 1984, pg. 14.

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    Los tericos literarios ms jvenes en Inglaterra y Norteamrica que hablan salido de los movimientos estudiantiles de finales de los aos 60 y principios de los 70, e iniciaron sus carreras acadmicas ms o menos despus de comenzado el enfriamiento de los Estados Unidos con el segundo trmino presidencial de Nixon y cuando Inglaterra empez a deslizarse de las va-riantes laboristas propias de [ Harold J Wilson hacia la franca reaccin de [Margaret] Thatcher, encontraron su radicalismo trabado en una serie de con-tradicciones. La situaci6n internacional que enmarcara mucho de su radica-lismo habla sido intensamente revolucionaria: la Guerra de Vietnam, la Revolucin Cultural China, las guerras de liberacin en las colonias portu-guesas, las figuras inmensamente poderosas de Fidel y el Che Guevara, la victoria de la Unidad Popular en Chile, los levantamientos estudiantiles desde la Ciudad de Mxico hasta Parls y Lahore. Su entrenamiento acadmico, mientras tanto, habla sido un asunto de optar entre la "New Criticism" por una parte, Frye y Bloom y Paul de Man por la otra. Pocos hablan recorrido para la poca el camino de Lukcs; Gramsci era entonces casi enteramente desconocido en el mundo de lengua inglesa, y mucho de lo mejor de Raymond Williarns estaba an por venir. La brecha entre lo que los movla polticamente y lo que ellos hacan acadmicamente era bastante grande e.

    Y tocante a estos das, y ampliando el rea de preocupaciones, aadi Edward W. Said:

    Tan omnipresente se ha vuelto la profesionalizacin de la vida intelectual, que el sentido de la vocacin, como Julien Benda la describiera para el inte-lectual, ha sido casi tragado. Intelectuales orientados segn la lnea oficial han interiorizado las normas del estado, el cual, cuando comprensiblemente los llama a la capital, se con vierte en efecto en su patrn. El sentido crf tico es arrojado por la borda. En cuanto a intelectuales cuya faena incluye valores y principios (especialistas en literatura, filosofa, historia), la universidad esta-dounidense, con su munificencia, su santuario utpico y su notable diversidad, los ha descolmillado. Jergas de un casi inimaginable rebuscamiento dominan sus estilos. Cultos como los del posmodernismo, el anlisis del discurso, el Nuevo Historicismo, la desconstruccin, el neopragmatismo los transportan al pals del azul; un asombroso sentido de levedad con respecto a la gravedad de la historia y a la responsabilidad individual hace desperdiciar su atencin por las cuestiones y el discurso pblicos. El resultado es una suerte de andar a tumbos, del cual es harto desalentador ser testigo, incluso cuando la sociedad en su conjunto va a la deriva sin direccin ni coherencia. Racismo, pobreza,

    .

    1 AIJAZ ARMAD: In th~ory: Class~s, Nations, Literatuu, Londres-Nueva York, 1992, pg. 66. Estas y las dems traducciones de las citas, si no se indica otra cosa, son de R. F. R.

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    devastacin ecolgica, enfermedad y una aterradora ignorancia generalizada: tales cosas son dejadas a los medios y a peculiares candidatos politicos durante su campaa electoral 7

    Aun sin el acento poltico que revelan estas citas, muchos otros autores han expresado su rechazo a las "jergas de un casi inimagina-ble rebuscamiento" que en tantas partes (y sin duda entre nosotros) han causado y causan todava estragos a nombre de un presunto rigor cientfico. As, en su conferencia "Lingstica y literatura", es-cribi Antonio Ala torre:

    Segn Flix Guattari, a quien ya cit en mi discurso anti-neoacadmico de 1981, la aceptacin de "modas tericas" de este tipo, "producto de las metrpolis" tomados "como si fueran dogmas religiosos", crea en sus acep-tadores una mentalidad parecida a la de los antiguos habitantes de colonias y est causando en los mbitos universitarios "ms mal que bien" 8

    Estas observaciones (y muchas ms que podra aducir) son lar-gamente posteriores a la primera edicin de mi libro, y no han hecho sino ratificarme en los criterios esenciales defendidos en l.

    Recurdese, adems, que si en las primeras dcadas de este siglo los aportes ms significativos a la teora literaria (con la excepcin de El d(?slind(?, de Reyes) no provenan de Hispanoamrica, tam-poco provenan de los pases centrales de Occidente: provenan de los formalistas rusos, del Crculo de Praga, del polaco Roman ln-garden; y tales contribuciones tardaran tiempo en difundirse en aquellos pases centrales, y ni qu decir en los nuestros. No hace mucho le al cabo el libro de Howard Mumford Jones Th(? Th(?ory of American Lit(?f"atur(? (Ithaca, Nueva York, 1948). Una obra con ese ttulo tena que interesarme. Pero sucede que no slo no es una teora d(? la lit(?f"atura am(?ricana (lase utadounidros(?), ni tampoco una t(?ora de la lit(?ratura en ningn sentido serio de la expresin: como se dice en su pgina inicial, se trata de un conjunto de "ensayos sobre historia literaria", lo que es cosa distinta. Entre las pginas

    ' EDWARD W. SAID: Culture and lmperialism, Nueva York, 1993, pg. 303. 1 ANTONIO ALATORRE: "Lingstica y literatura", Vuelta, nms. 133-134,

    diciembre de 1987 -enero de 1988, pg. 26.

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    9 y 13, el autor polemiza con Ren W ellek a propsito de "historia literaria", que Jones considera que "es un concepto an ms ne-buloso" que el de "literatura" (pg. 9). De esas supuestas nubes es de esperar que lo haya sacado la aparicin, al ao siguiente, del libro de Wellek y Austin Warren Theory of Lterature (Nueva York, 1949), que en aguda y temprana resea Jos Antonio Por-tuondo llamara "piedra miliaria en el camino hacia una definitiva y coherente Teora de la Literatura" 9 Sobre esa escandalosa piedra miliaria se construiran muchas cosas, de signo diverso. Aprovecho la ocasin para expresar mi gratitud hacia Wellek, quien tan gene-roso fue conmigo durante mi ao de Yale, y de cuyas obras (as{ fuera discutiendo con ellas) tanto aprend. Que yo haya querido seguir luego otros caminos, como en cierta forma tambin respecto a Reyes, no impide que los considere maestros. No proced contra ellos, sino a partir de ellos.

    Los trabajos reunidos en la primera edicin de este libro, adems de su propsito capital (contribuir a revelar la teora de nuestra literatura), quisieron tambin aliviar aquella brecha e im-pedir aquel viaje al pas del azul denunciado ms tarde por Ahmad y Said. Es verdad que los aos durante los cuales se escribieron esos trabajos no eran iguales en fervor a los que vivimos entre 1959 y 1967 (fecha esta ltima del asesinato del Che, que con el de Salvador Allende en 1973 vinieron a ser un verdadero parteaguas); pero, como en los versos de Antonio Machado, de revolver las cenizas, an nos quemaramos la mano. No obstante el entronizamiento de sangrientas dictaduras, apoyadas por el imperialismo, en muchos de nuestros pases, aun as la terca esperanza insista, como lo prob que en 1979 los sandinistas derrocaran en Nicaragua una de las peores de esas dictaduras. Lo que vino despus es harto conocido, y no es necesario insistir en ello. Baste recordar que si la del 80 ha sido considerada una "dcada perdida" para nuestra Amrica, la cual saldra de ella an ms endeudada y empobrecida, a escala planetaria ascendera a primer plano una derecha vocinglera y mediocre que se reaviv tras aquel parteaguas, en la estela del re-

    Josi ANTONIO PoJ.TUONoo: ''Teora de la literatura", Concepto tk Ll poellll [2' cd.], La Habana, 1972, pg. 196.

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    flujo hist6rico, con el concomitante reverdecimiento, entre otras deli-cias, de esa arma esencial para el ejercicio del colonialismo, en todas sus variantes, que es el racismo. Este, as como ayer visti6 el ropaje de la eugenesia tan caro al fascismo, y antes an el del darwinismo social, asume ahora entre varias las mscaras sicolgicas patentes en el libro de Charles Murray y Richard Herrnstein Th~ B~ll Curo~, aparecido este ao en los Estados Unidos. En todos los casos, se ha echado mano de aparatosas falsedades seudocientficas.

    El pensamiento de la actual derecha (he dicho muchas veces que llamarla "nueva derecha" es un oxmoron o una contradictio in

    t~rminis, ya que la derecha es vieja por definicin) ha decretado tantas muertes, que recuerda un campo de concentraci6n del Ho-locausto. Este singular contemporneo del sida ha decretado, por ejemplo, la muerte del hombre, del sujeto, de la esperanza, de las utopas, de la solidaridad, de los que considera (degradndolos) grandes relatos, de mil cosas ms. Entre esas tonteras no han faltado la de que se acab el imperialismo, la de que lleg a su fin la historia, y desde luego la de que el marxismo pas6 al museo como la rueca de hilar. Por eso, en una poca que ser olvidada o recordada por su proliferante grisura intelectual y moral, le con alivio, entre otras (como la citada de Ahmad), dos obras de 1993, debidas a relevantes autores: la mencionada de Edward W. Said Cultur~ and lmpmalism, y la de Jacques Derrida Sp~ctr~s d~ Marx. Ambos autores echan a un lado en sus libros respectivos la banalidad del fin de la historia postulada por el muy banal Fukuyama. Said, adems, no teme con-siderar la relaci6n entre cultura e impmalismo, trmino este vitando para los seoritos que con su silencio le prestan el servicio que los beneficiarios de la realidad (no) aludida esperan de aquellos; y Derrida escribe en su obra:

    Una "nueva Internacional" se busca a travs de esas crisis del derecho internacional, ella denuncia ya los lmites de un discurso sobre los derechos del hombre que seguir siendo inadecuado, a ratos hip6crita, en todo caso formal e inconsecuente consigo mismo mientras la ley del mercado, la "deuda externa", la desigualdad del desarrollo tecnocientfico, militar y econ6mico mantengan una desigualdad efectiva tan monstruosa como la que prevalece hoy, ms que nunca, en la historia de la humanidad. Pues hace falta gritarlo,

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    en el momento en que algunos osan neoevangelizar a nombre del ideal de una democracia liberal convertida al cabo en el ideal de la historia humana: jams la violencia, la desigualdad, la exclusin, el hambre y por tanto la opresin econmica han afectado a tantos seres humanos en la historia de la Tierra y de la humanidad. En vez de cantar el advenimiento del ideal de la democracia liberal y del mercado capitalista en la euforia del fin de la historia, en lugar de celebrar el "fin de las ideologas", y el fin de los grandes discursos emancipadores, no hagamos caso omiso de esta ctvidencia macros.. c6pica, hecha de innumerables sufrimientos individuales: ningn progreso permite ignorar que jams, en trminos absolutos, jams tantos hombres, mujeres y nios han sido esclavizados, hambreados o exterminados en la tierra 10.

    Y ms adelante: "Quiranlo o no,. spanlo o no, todos los hombres en la Tierra entera son hoy en cierta medida herederos de Marx y del marxismo" (pg. 149).

    Como es obvio, tales juicios tambin me reafirman en los puntos fundamentales defendidos en este libro que ahora aparece en edi-cin definitiva. Por otra parte, durante los aos transcurridos desde su primera publicaci6n, en cuanto a los temas abordados o deseados por l han aparecido numerosos y a menudo excelentes estudios que, al margen de discrepancias a veces no pequeas, tampoco me han hecho desdecirme del ncleo de lo aqu planteado, y son contri-buciones a la estimacin de nuestras letras realizadas con imprescin-dible conocimiento de lo que se sabe en el mundo. Adems de las citadas en trabajos recientes que ahora he includo en el libro, pienso, entre otras, en contribuciones (a veces polmicas) como las de Carlos Rincn en El cambio en la nocin de literatura (Bogot, 1978); ngel Rama en Transculturacin narrativa en Amrica Latina (Mxico, 1982); Antonio Cornejo Polar en Sobre literatura y crtica latinoamericanas (Caracas, 1982); Beatriz Pastor en Discurso narra-tivo de la conquista de Amrica: mitificacin y emergencia (La Habana, 1983); Alejandro Losada en La literatura en la sociedad de Amrica Latina. 2. Modelos tericos (Aarhus, 1984); varias en La sartn por el mango. Encuentro de Escritoras Latinoamericanas, edicin de Patricia Elena Gonzlez y Eliana Ortega (Ro Piedras,

    10 JAcQUES DERRIDA: Sp~ctru d~ Marx. L'ttat d~ la d~tk, z~ travail du d~uil ~t la nouv~ll~ lnkrnational~, Paris, 1993, pg. 141.

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    1984); varios en T~stimonio y literatura, edicin de Ren Jara y Hernn Vida! (Minneapolis, 1986) ; Beatriz Gonzlez Stephan en LA historiografia literaria d~lliberalismo hispanoam~ricano d~l siglo XIX (La Habana, 1987); varios en Modern lAtn Ammcan fiction. A Surv~y, edicin de John King (Londres, 1987); varios en 1492-1992. R~Jdiscovering colonial writing, edicin de Ren Jara y Nicols Spadaccini (Minneapolis, 1989); Gerald Martin en !ourn~ys through

    th~ labyrinth. LAtn American fiction in th~ Tw~nti~th Century (Londres, 1989); Julio Ramos en D~sencuentros d~ la modernidad ~n Amrica LAtina. I.it~ratura y politica ~n el siglo XIX (Mxico, D. F., 1989); Martin Lienhard en LA voz y su hu~lla. Escritura y conflicto tnico social en Amrica LAtina ( 1492-1988) (La Habana, 1990); Roberto Gonzlez Echevarra en Myth and archiv~: A th~ory of LAtn American na"ativ~ (Cambrige, 1990); Silvia Molloy en At Fac~ Valu~. Autobiographical writing in Spanish Am~rica (Cam-brige, 1991); Ral Bueno en Escribir ~n Hispanoamrica. Ensayos

    sobr~ teoria y critica literarias (Lima JPittsburgh, 1991); Jos David Saldvar en Th~ Dialectics of Our America. G~n~alogy, Cultural

    Critiqu~, and I.iterary History (Durham y Londres, 1991); Carlos Pacheco en LA comarca oral. LA ficcionalizaci6n d~ la oralidad cul-tural en la na"ativa latinoamericana contemporn~a (Caracas, 1992); Guillermo Mariaca lturri en El pod~r de la palabra: ensayos sobr~ la mod~rnidad de la crtica literaria hispanoammcana (La Paz, 1993); varios en Amrica LAtina: Palavra, literatura ~ cultura, orga-nizadora Ana Pizarra (Campinas, vol. 1 [ ... ], 1993; vol. 2 [ ... ], 1994). A esas obras hay que sumar muchas otras, varias de las cuales proponen una perspectiva que como ocurre en algunas de las men-tadas suele desbordar la literatura: pienso por ejemplo en contribu-ciones de Nstor Garca Canclini, Walter Mignolo, Mary Louise Pratt, Elizabeth Garrels, Nelly Richard, John Beverley, William Rowe y Vivian Schelling, Neil Larsen, Juan Flores, George Ydice. No pocas de esas obras (e incluso algunas referidas a un solo pas o a una sola comunidad, como las de Jean Franco y Francine Ma-siello sobre la mujer en Mxico y la Argentina respectivamente, Josefina Ludmer y Beatriz Sarlo sobre Argentina, David Jimnez Panesso sobre Colombia o distintos autores sobre los chicanos) estn modificando el mapa de nuestra literatura: y no slo de ella. No

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    me es posible, naturalmente, realizar ahora la apreciacin de con-junto que trabajos as requieren. Esa apreciacin supondra una ampliacin de este libro que acaso otro/otra har por su cuenta. Pero no puedo dejar de decir, al menos, que ellos nos enriquecen con una visin ms compleja y real de nuestra historia, y de la articulacin de nuestra cultura en ella. Pues si a varios nos fue menester subrayar la especificidad, las diferencias, con respecto a las metropolitanas, de nuestras expresiones verbales estticamente vlidas, en estudios recientes se han subrayado las diferencias en el seno de aquellas diferencias, para hacer or como lo merecen las voces en ocasiones habladas o cantadas del otro, de la otra: del mar-ginado, del indgena, de la mujer. La nomenclatura est demasiado connotada o es demasiado polmica como para valerme aqu a la ligera de oralidad, transculturacin, heterogeneidad, literatura alter-nativa, subalternidad, ginocrtica y otros trminos.

    En lo que superficialmente podra tenerse por una paradoja, esta atencin a lo distinto no slo no desmenuza el cuerpo de las producciones verbales que a falta de denominacin mejor voy a seguir llamando literatura hispanoamericana, sino que, por el con-trario, hace posible la comprensin de sus vnculos reales con otras entidades homlogas. Es lo que revelan, por ejemplo, los crecientes estudios sobre nuestra literatura al norte del Ro Bravo, para utilizar (y desbordar) la frmula martiana relativa a uno de los extremos geogrfico-culturales de nuestra Amrica.

    Se anuncian compilaciones, como las dirigidas para la Biblioteca Ayacucho por Nelson Osorio y Sal Sosnovski, que van a contribuir mucho a una apreciacin ms justa de los estudios en esta rea. Pero ya desde ahora puede decirse que es lamentable que en libro de la dimensin y seriedad general de Thc Johns Hopkins Guidc to terary Thcory and Criticism, editado por Michael Groden y Martn Kreiswirth (Baltimore y Londres, 1994), la entrada "Latn American Theory and Criticism" sea tan confusa y pobre, al extremo de no mencionar siquiera a Sann Cano, Reyes, Brenes Mesn, Maritegui, Portuondo, Arrom, Candido, Martnez Bonati, Gu-tirrez Girardot, Cornejo Polar, Rincn, Losada y tantos ms, amn de disminuir o caricaturizar a otros.

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    Aprovecho esta ocasin para explicar algunas cosas. De entrada, que si en el ttulo y en la primera parte de este libro (la de mayor voluntad terica) hablo de literatura hispanoamericana, se debe a que tal es la literatura de nuestra Amrica con la que estoy ms familiarizado. S que varias observaciones de aquella primera parte parecen aplicables a otras literaturas del Continente, como la brasile-a y las que en el Caribe se valen de lenguas distintas del espaol, pero no quise extrapolar aquellas observaciones (precisamente uno de los criterios bsicos de estas pginas implica el rechazo de ese proceder), pues carezco de los conocimientos suficientes que me autorizaran a ir, con slidos fundamentos, ms all de los lmites autoimpuestos.

    Sin embargo, no slo varios autores citados hablan de cuestiones latinoamericanas, sino que yo mismo lo hago sobre todo en tra-bajos de la segunda parte, que son estudios literarios concretos sobre temas de conjunto: casi siempre fueron exigencias de quienes me pidieron esos trabajos las que me llevaron a desbordar tales lmites 11 Pero como puede haber algunos granos en aquella paja, no he prescindido aqu, en general, de esos textos. Es ms: reintegr uno, de finales de los aos 60, al cuerpo del libro, donde siempre debi estar: el que ahora se llama "Intercomunicacin y nueva lite-ratura en nuestra Amrica". Prescind, s, de una "Entrevista sobre la poesa conversacional en la Amrica Latina", porque creo que no aade nada esencial a lo que a propsito del tema dije en texto anterior, recogido en este libro (en cambio, quiz podra conside-rarla para un prximo Entrevisto, similar al que publiqu en La Habana en 1982). Y por razones parecidas desist de incorporar unas palabras de ocasin en torno a la literatura hecha en Cuba a partir de 1959, ledas al final de un coloquio en 1981 12 Ms de diez aos antes ya haba abordado el tema, en un texto que desde la primera edicin form parte del libro: "Apuntes sobre revolucin y literatura

    11 En otras ocasiones tambin he considerado el rea toda de nuestra Amrica, y aun he ido ms all. Cf. Calibn y otros rosayos. Nuestra Amrica y el mundo, La Habana, 1979; y "Calibn quinientos aos ms tarde", Nuevo Texto Critico, nm. 11, ler. semestre de 1993.

    11 RoBERTO FERNNDEZ RETAMAR: "Al final del Coloquio sobre literatura cubana 1959-1981 ", Casa de las Amricas, nm. 131, marzo-abril de 1982.

  • PR6LOGO 27

    en Cuba". Pero la mencin de esos dos trabajos me permite aadir algunas observaciones. Si a ambos los une el hecho obvio de su asunto, tambin los une el propsito central conque los escrib. Para entender ese propsito, hay que tener en cuenta que a partir de finales de los aos 60, y durante un tiempo que an est por determinar, la Revolucin Cubana vivi su etapa menos creadora, sin dejar de realizar hazaas como la elevacin del nivel de vida del pueblo, la estructuracin de rganos gubernativos y admirables servicios internacionalistas. Fue a mediados de los aos 80 cuando se inici el "proceso de rectificacin de errores cometidos" cuya meta era terminar el mimetismo con respecto a medidas econmicas toma-das por pases europeos que se decan socialistas: medidas sobre cuya peligrosidad haba advertido el Che Guevara, y que tanto tendran que ver con el colapso ulterior de los ya lastimados experi-mentos socialistas de aquellos pases. El proceso de rectificacin se adelant en la esfera cultural en Cuba, pero durante aos tambin esa esfera sufri lo que se dara en llamar entre nosotros "copismo". Y aquello que algunos quisieron hacer copiar (afortunadamente en vano), eran variantes del nefasto "realismo socialista", no obstante el hecho de que los mejores escritores y artistas cubanos lo haban rechazado, y el Che lo haba atacado abiertamente en El socialismo y el hombre ro Cuba (1965). En relacin con ese peligro hice los dos trabajos mos a que ahora me refiero: uno, escrito cuando se iniciaba el intento copista; otro, cuando estaba en su tramonto, pero an era capaz de coletazos. Por eso los "Apuntes ... " comienzan evocando la siniestra pregunta "Dnde est el Mayacovski de la Revolucin Cubana?" (y exonerando al pobre y querido Maya-vovski); y por eso las palabras de "Al final del Coloquio ... ", per-geadas a toda prisa, para refutar criterios estrechadores que yo haba ledo o escuchado con alarma no slo en otros sitios sino en ese mismo Coloquio, defienden la afortunada diversidad de la lite-ratura hecha en Cuba. Ahora bien: desde hace tiempo se sabe que hay que ir ms lejos en algunos puntos, y sealadamente en dos. Por una parte, aunque ya existieran en zonas de nuestra literatura y de nuestro arte en general visiones autocrticas, ellas creceran consi-derablemente a partir de la dcada del 80: probablemente el ejemplo arquepico de esto sea la pelcula Fresa y chocolate. Por otra parte,

  • 28 ROBERTO PEilNNDEZ RETAMAR

    es menester contar con autores notables separados de la Revolucin, e incluso hostiles a ella, pero cuyas obras pertenecen sin duda a nuestra cultura. Tambin a partir de la dcada del 80 se incremen-tara este contar, el cual entre otras cosas implica la publicacin en Cuba de las obras aludidas. Cuando en 1990 apareci la primera edicin cubana de Mart, el Apstol, de Jorge Maach, escrib, en nota sobre el libro, que

    al margen del valor en s del primer ttulo de Maach impreso en Cuba desde 1959, la mera existencia de esta impresin tiene un sentido que mere

  • 29

    La tercera parte del libro y los "Apndices" se incorporan ahora a l por primera vez. Dicha parte recoge sendos estudios sobre escri-tores que inauguran nuestras letras actuales. En el caso de Mart, considero su faena literaria en conjunto; en el de Daro, sus vnculos con nuestras modernidades, de acuerdo con el tema del coloquio al que present el texto. Ambos son los trabajos ms recientes de la obra, y en consecuencia encarnan mejor que los dems lo que opino hoy. Los apndices complementan de alguna manera al libro, y ayu dan a entender mi "pensar literario", para valerme de una expresin de Ernesto Meja Snchez 14

    En todos los casos, aun tratndose de estudios que he retocado algo, mencion las primeras veces que aparecieron. Cuando los pu-blicaron una revista y un libro, opt por mencionar el ltimo. Aquellos retoques raras veces han supuesto actualizaciones, aunque s unos pocos aadidos bibliogrficos. Por ello ruego a quien lea que considere las edades de las lneas en cuestin.

    En los papeles que siguen esboc algunas hiptesis de trabajo. Incluso a veces rectifiqu opiniones de un estudio a otro, y dej a la luz los costurones. Ello se ve, por ejemplo, en la matizacin que la brusca, simtrica y difundida idea segn la cual "una teora de la literatura es la teora de una literatura" conoce al pasar de "Para una teora de la literatura hispanoamerican" a "Algunos problemas te6ricos de la literatura hispanoamericana". A propsito de este punto fui todava ms explcito en la nota que en 1979 puse al frente de la quinta edicin de este libro, la cual slo vino a ser publicada en 1984. Aad en esa nota que con posterioridad a la aparicin de los estudios mos que acabo de mencionar, le el ensayo de N. l. Konrad "Algunas cuestiones relativas a la historia de la literatura mundial", que de inmediato traduje e incorpor como material de consulta obligada en mis cursos universitarios de teora y crtica literarias. En dicho ensayo, Konrad defiende slidamente, sin ningn resabio colonizador, un criterio sobre la literatura mundial distinto al que, siguiendo a Goethe, se expuso en el Manifi~sto comunista (1848). Segn tal criterio, que cit entonces como vuelvo a citar ahora, Konrad considera a la "literatura mundial"

    " EllNBSTo MEJA SNCHEZ: "Nota preliminar" citada en nota 3, pg. 7.

  • 30 I.OBERTO PEllNNDEZ RETAMAR

    no en el sentido en que se aplica el trmino a la literatura del mundo mo-derno, sino como un fenmeno especfico que existiera en todos los tiempos [ ... ] hay una literatura tpica de la poca de las tribus, el perodo entre las tribus y las naciones, y la poca de las naciones [ ... ] en la historia de las lite-raturas que conocemos por separado hay rasgos peculiares a todas ellas; en su desarrollo identificamos los mismos procesos, los cuales adquieren la signifi-cacin de leyes definidas. El hecho de que un nmero de estos fenmenos de desarrollo tenga leyes comunes, prueba que por su naturaleza tales fenmenos son slo uno. Por eso la historia misma de las literaturas por separado confir-ma que, pese a todas sus distinciones individuales, ellas son un solo y mismo fenmeno: literatura. [ ... ] La existencia de las naciones por separado no excluye la existencia de una historia de la humanidad como fenmeno sui generis. Del mismo modo, la existencia de las literaturas por separado no excluye la existencia de una literatura mundial. Cada literatura por separado es un fenmeno completamente independiente, pero tambin lo es la literatura mundial, excepto que esta es de un orden ms elevado 1~.

    No obstante el carcter heurstico de ideas aqu expuestas, y el cambio de algunas de esas ideas, encontr en varios pases estudiosos que las comentaron o discutieron 18 A todos ellos, sin excepcin, incluso a quienes objetaron mis propuestas, les agradezco su inters, que me llev a repensadas. Ante la imposibilidad material de nom-brar a todos los que se han ocupado del libro, quiero verlos repre-sentados en algunos de los investigadores que a partir de 1988 se han venido reuniendo en Darmouth College para debatir sobre nuevas direcciones en teora y crtica literarias en nuestra Amrica. Las po-nencias all ledas y sus correspondientes debates han sido recogidos en varios nmeros de la Revista de Critica Literaria Latinoamericana, que dirige Antonio Cornejo Polar. Al presentar el primero de ellos (NQ 29, 1er. semestre de 1989), Beatriz Pastor y Ral Bueno tuvie-ron palabras particularmente amables para estos textos, lo que Bueno ratific en su propia ponencia. La segunda de esas entregas (NQ 33, 1er. semestre de 1991) recogi la ponencia de Walter Mignolo "Teori-

    15 N. I. KoNRAD: West-East. Inseparable Twain. Selected Articles, Mosc, 1967, pgs. 198-200.

    11 Esos comentarios y discusiones se iniciaron tan pronto present en Royaumont, en diciembre de 1972, la ponencia que da titulo al conjunto: cf. ldeologies, littrature et sociere en Amrique Latine [ ... ], Bruselas, 1975, esp. pgs. 140-158.

  • 31

    zar a travs de fronteras culturales", la cual, de acuerdo con sus palabras, "es un homenaje crtico a la obra terica y metaterica de Roberto Fernndez Retamar" (pg. 103). Y no slo eso, que ya es mucho: al replicar a alguien que ni siquiera repar en el carcter polmico de aquel homenaje, aadi Mignolo, con la autoridad que le da su notable faena y con gran generosidad:

    Me parece justo que tomemos a Fernndez Retamar como punto de referencia para discutir problemas que, varios aos ms tarde, van a retomar Said y Jameson. Tenemos una particular inclinacin (los latinoamericanos al menos) para reflexiones que surgen de otras experiencias e ignorar (y ms an para criticar) lo que surge de la nuestra (pg. 116).

    Puesto a agradecer, no me es posible dejar de expresar otros reconocimientos, que siempre me parecern pocos. A quienes en las Universidades de La Habana, durante muchos aos, y de Praga, en diciembre de 1973, me oyeron esbozar ideas que, estimuladas o rectificadas por ellos, fueron a parar a estas pginas. A las compaeras y los compaeros de la Casa de las Amricas, dentro y fuera de sus paredes, a quienes debo gran parte de lo que soy, de lo que somos, empeados como estamos en tareas comunes. A Alejo Carpentier, de quien recib mltiples enseanzas en aos intensos vividos en comn. A Octavio Paz y ngel Rama, por lo mejor de su apasionada lucidez. A Jos Antonio Portuondo, Jos Juan Arrom y Ant8nio Candido, ejemplos de sabidura y claridad de alma. A Mario Bene-detti, Csar Fernndez Moreno, David Vias, Antonio Cornejo Polar, Nelson Osorio, Jaime Meja Duque, Jean Franco (a quien adems debo el conocimiento personal de Gayatri Chakravorty Spivak y Said), Alejandro Losada, Franc:oise Prus, Hugo Achugar, lleana Rodrguez, Julio V a U e-Castillo, Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet, Luisa Campuzano, Guillermo Rodrguez Rivera, tantas y tantos ms, en recuerdo de numerosos intercambios de ideas sobre estos temas. A Desiderio Navarro, por sus voraces bsquedas y su generosidad intelectual. A Ana Pizarro, quien no slo asisti al alumbramiento en Royaumont del trabajo que da nombre a este libro, sino que aos despus quiso suavizar "el aspereza de mis males" mostrada en. razones innecesariamente rspidas. A Oldrich Tichy, OldHch Belic, Mtys Hornyi, Adalbert Dessau, Adrian

  • 32 ROBERTO FEJlNNDEZ llETAMAil

    Marino, Vera Kuteischikova, que me hicieron observaciones atinadas y me ayudaron a entender sus experiencias histricas. A los investi-gadores de Europa, los Estados Unidos y nuestra Amrica que, con-vocados por Hernn Loyola, participaron en noviembre de 1990, en la Universidad de Sassari, en el Simposio Internacional Calibn: por una redefinici6n de la imagen de nuestra Amrica, cuyos ma-teriales public Jorge Ruffinelli en el nmero 9j10, correspondiente a 1992, de su revista NuetJo Texto Crtico, como homenaje al autor de estas pginas, quien cumpla entonces sesenta aos. A los profe-sores que, invitados por No Jitrik y encabezados por la magistral Ana Mara Barrenechea, acudieron el 29 de junio de 1992 a la Fa-cultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, para orme leer, y enriquecer con sus comentarios, una versin ante-rior de este prlogo. A Jorge Lafforgue, el cual, en su doble condi-cin de crtico y editor a la vez riguroso y cordial, tuvo mucho que ver con el proyecto de esta edicin. A Ivan A. Schulmap, John Beverley, Robert Altmann, Juan Carlos V olnovich, N ora Gonzlez, Marc Zimmerman, Julio Rodrguez-Luis, Sandra Levinson, Goffredo Diana y dems amistades esparcidas por el planeta gracias a quienes, en las escaseces del que llaman en mi pas "perodo especial", logro mantener alguna informacin. A Ada Ferrer Durn, que una y otra vez copi estas pginas, a veces a partir de originales enmara-ados. Y, naturalmente, a Adelaida de Juan, mi compaera, que durante ms de cuarenta aos ha odo y ledo con infinita paciencia mis trabajos, y opinado agudamente sobre ellos; y a Ignacio Chaves Cuevas, Director del Instituto Caro y Cuervo, por acoger este volu-men entre sus prestigiosas publicaciones.

    Creo que todo lo sabemos entre todos, como alguien (Alfonso Reyes?) le oy decir a un sabio campesino analfabeto; y que adems todo lo hacemos entre todos, aunque a uno solo (en este caso volan-dero, a m) le corresponda cargar con sus manquedades y correr sus propios riesgos. Concluir citando otra sentencia de Nietzsche, que la revista argentina El Escarabajo de Oro asumi como divisa: "Di tu verdad, y rmpete".

    R. F. R.

    La Habana, noviembre de 1994.

  • I

  • LA CRTICA DE MARTf

    Eicrcicio del cnterio

    La crtica que realiz Jos Mart -y que l mismo llam ms de una vez, y desde muy temprano, "ejercicio del criterio" - fue, como toda crtica verdadera, manifestacin de un pensamiento. ltimamente se han destacado algunos hechos que contribuyen a la necesaria clarificacin de ese pen-samiento, como su ubicacin concreta dentro del mundo co-lonial, en relacin estrecha con la tarea que all desempeara Mart, y la existencia en l de etapas \ Tales sealamientos im-piden que tomemos el ideario de Mart como una taracea, nacida de no se sabe qu vago eclecticismo, y ayudan a que lo veamos, en cambio, como lo que es: hijo sucesivo y coherente de los problemas que Mart fue afrontando en su condicin de revo-lucionario del mundo colonial situado en una coyuntura pecu-liarmente compleja.

    A pesar de que no se expusiera en una obra orgnica, el de Mart es un pensamiento orgnico, riguroso, en el cual los distintos aspectos -sentido de la vida 2, de la historia, de la poltica, de la moral, de la esttica, por mencionar unos

    Prlogo al libro de Jos MARri Ensayos sobre arte y literatura, La Habana, 1972.

    1 Cf., por ejemplo, RoBE.R.TO FERNNDEZ RETAMAR: "Mart en su (tercer) mundo", Cuba Socialista, nm. 41, enero de 1965, trabajo publicado en nueva versin en /ntroducci6n a Jos Mart, La Habana, 1978; PEDRO PABLO RoDRf-GUEZ: "La idea de la liberacin nacional en Jos Mart", Pensamiento Critico, nms. 49-50, febrero-marzo de 1971; IsABEL MoNAL: "Jos Mart!: del libera-lismo al dcmocratismo antimperialista", Casa de las Amricas, nm. 76, enero-febrero de 1973.

    1 Mart mencion en varios apuntes y cartas que se propona escribir un libro con el trulq El sentido de la vida: propsito que, por desgracia, no lleg a realizar.

  • 36 TEORfA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA

    cuantos- no son sino eso: aspectos parciales de un mismo pensamiento, creciente pero unitario. Con su confianza en la armona del universo, en la perfectibilidad, gracias a la lucha, del hombre, de la sociedad, de la vida, podran ser suyas esas palabras de su amado Emerson que vienen de antiguo y que el propio Mart glosara con entusiasmo: "son una la verdad, que es la hermosura en el juicio; la bondad, que es la hermo-sura en los afectos, y la mera belleza, que es la hermosura en el arte".

    Leda a esa luz su crtica, no slo se aprecia mejor la im-: portancia que este revolucionario poltico otorg a la belleza, sino tambin la misin que en distintos momentos de su vida asign al arte- al cual vio como "el modo ms corto de llegar al triunfo de la verdad, y de ponerla a la vez, de manera que perdure y centellee, en las mentes y en los corazones" 3 -, misin que en algunos casos no vari, por encarnar constantes de su pensamiento; pero en otros casos s, a medida que se radi-calizaba su concepcin de la tarea histrica que tena por delante. Esto se ve con sobrada claridad en este pequeo con-junto de trabajos suyos que he llamado Ensayos sobre arte y literatura 4 ; conjunto donde, en primer lugar, se hace evidente

    1 Jos MARTf: "Desde el Hudson" (23 de febrero de 1890), Obras com-pl~tas, t. XIII, pg. 395. El subrayado, en esta como en otras citas de Martf, es mo. Mart contina: "Los que desdean el arte son hombres de Estado a medias". Los prrafos de Mart que aparecen en este trabajo slo remitirn a sus Obras completas (La Habana, 1963-1973) cuando no se ofrezcan datos suficientes sobre su ubicacin.

    ' En general, de acuerdo con un criterio moderno, estos trabajos son ensayos, aunque Mart no les dio el nombre de este gnero. Por otra parte, Mart no slo escribi sobre literatura y artes plsticas, sino tambin sobre teatro y msica, pero sin duda son ms importantes sus trabajos sobre las dos primeras artes. ~1 mismo lo reconoci as al sugerir que se recogieran sus textos de esta ndole en un libro con el ttulo Letras, educaci6n y pintura. La naturaleza de la coleccin en que aparece esta antologa hace prescindir de la segunda, sobre la cual, adems, hay una valiosa seleccin cubana: Jos MART: Ideario p~dag6gico (seleccin e introduccin de) H(ERMINio) AL-MENDROS, La Habana, 1961. Por ltimo, el lector observar que estos trabajos no slo son de crtica literaria y artstica, sino tambin de uora, sobre todo literaria. Entiendo que ambas disciplinas deben verse en estrecha relacin, como aqu ocurre.

  • LA CJTICA DE MARTI 37

    el altsimo rango de Mart como crtico. Juan Marinello no ha vacilado en proclamarlo "el ms alto enjuiciador del mundo hispnico" 11

    Pero Mart no fue slo un pensador -un pensador que, como tantos otros, expres su pensamiento tambin al ~njuiciar, al criticar obras literarias y artsticas-, sino a la vez un escritor sencillamente deslumbrante, dueo del idioma como no se lo ha-ba sido desde los siglos de oro. Este hecho felicsimo, al mismo tiempo que enriqueci incluso sus ms arduos textos polticos, que de su mano salan como ganancias de la lengua, ha pro-vocado algunas confusiones respecto a su tarea crtica.

    Indudablemente Mart, como escritor, comparti, al igual que otros modernistas, ciertos caracteres del llamado impresio-nismo, trmino con que se calific en 1874 la famosa escuela pictrica francesa -vase el trabajo de Man "Nueva exhibi-cin de los pintores impresionistas" (1886), ejemplo l mismo de impresionismo literario-, y en 1879 Ferdinand Brunetiere (1849-1906), a propsito de Alphonse Daudet (1840-1897), aplic por primera vez a la literatura. Para Brunetiere, el im-presionismo literario era "una transposicin sistemtica de los medios de expresin de un arte, que es el arte de pintar, al dominio de otro arte, que es el arte de escribir" 6 En "El ca-rcter de la Revista Venezolana", publicado dos aos despus, dir Mart: "el escritor ha de pintar, como el pintor". Pero el

    1 JuAN MARINELLO: "Entrada", Jos MAttT. Critica literaria, La Habana, 1960, pg. 8. Martf aparece situado y estudiado en relacin con otros crticos cubanos en la notable antologia La crftica literaria y esttica en el siglo XIX cubano, prlogo y seleccin de CINTIO VITIER, tomo II, La Habana, 1970. No creo que exista una obra equivalente para el rea hispanoamericana, y menos hispnica. Espero que Martl sea considerado en el quinto y ltimo tomo de la obra de REN WELLEK A History of Modern Criticism, 1750-1950, de la que han aparecido ya los cuatro primeros volmenes (New Haven y Londres, 1955-1965).

    1 Citado en: AMADO ALONSO y RAIMVNOO LmA: "El concepto lingstico de impresionismo", CHARLES BALLY y otros: El impresionismo en el lenguaje, 2' ed., Buenos Aires, 1942, pg. 158. A la definicin de Brunetiere la apos-tillan razonablemente Alonso Lida: "Se entiende que el pensamiento de Brunetiere se refiere al arte 'impresionista' de pintar", pues "esta transposici6n es mucho ms vieja" y "puede ser expresi6n de temperamentos y de tenden-cias artsticas ajenas al impresionismo". 1 bid.

  • 38 TEORA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA

    trmino impresionismo estaba destinado a ms ajetreada vida an: un riguroso coetneo de Marti, el francs Jules Lemahre (1853-1914), llev6 el vocablo a la crtica literaria, aduciendo que el crtico debe "definir la impresi6n que provoca en nosotros, en un momento dado, tal obra de arte, en la que el propio escri-tor ha anotado la impresi6n que recibi6 del mundo a una determinada hora" 7 Nos encontramos as con lo que el ingls Osear Wilde (1854-1900), cultivador y te6rico de esta tendencia, llam6 tambin "el crtico como artista", y otros prefieren con-siderar "crtico creador": el que recrea la obra de arte, literaria, plstica o musical, en sus palabras. El ejemplo clsico de esta "crtica" impresionista es la prosa del maestro de Wilde, Walter Pater (1839-1894), sobre la Mona Lisa, en su libro El Renaci-miento (1873). Ante hechos semejantes, y habida cuenta de que en una re-creaci6n de este tipo no hay ms criterio -es decir, ms crtica- que el que pueda haber en una creaci6n directa -de hecho, aquella no es sino una creaci6n como cualquier otra, s6lo que a partir de un determinado objeto cultural-, Alfonso Reyes concede: "puede ser que la crtica impresionista no sea tal crtica, en el sentido riguroso de la palabra, y conserve por s misma un alto valor poemtico" 8 Para que esto ltimo ocurra es menester, desde luego, que el escritor lo sea de veras. Y siendo este, en grado eminente, el caso de Mart, no es extrao que nos dejara pginas de "alto valor poemtico" sobre objetos culturales -cuadros, poemas, piezas musicales-, que, aunque ratifiquen su soberana

    1 Citado en REN WELLEK: Op. cit., t. 4, Th~ Latu Nin~kroth Crotury, pg. 22. Aunque la teora y el procedimiento crtico martianos tengan algn parentesco con los de Lemaltre o Wilde, me parecen ms cercanos a los de otros autores de ms edad, como Whitman; e incluso a los de crticos que Wellek estudia en el tomo anterior de su obra (Th~ Ag~ of Transition), especialmente Emerson, desde luego. En general, aqu como en literatura -de lo que es ejemplo arquetpico nuestro modernismo-, erraramos si adscribiramos la labor de Mart a una lnea europea o norteamericana, olvidndonos de nuestra diversidad de problemas, nuestra necesaria genuinidad y nuestro frecuente sincretismo.

    1 ALFONSO REYEs: "Aristarco o anatoma de la crtica", Ensayos, seleccin y prlogo de RoBERTO FERNNDF.Z RETAMAR, La Habana, 1968, pg. 235.

  • LA CRTICA DE MAilTI 39

    calidad literaria, no constituyen necesariamente, sin embargo, sus mejores ejemplos de crtica como "ejercicio del criterio".

    Pero en Mart la crtica verdadera no est nunca sofocada, o siquiera estorbada, por el brillo impresionista. Como despus volver a decir, no hay crtica suya donde no ejerza su criterio, llegando a menudo, despus de valerse relampagueantemente de lo que Alfonso Reyes llama los mtodos de "la exgesis" -los necesarios conocimientos hist6ricos, sicol6gicos y formales -, al juicio, que para el maestro mexicano es "el ltimo grado de la escala [ ... ], aquella crtica de ltima instancia que defi-nitivamente sita la obra en el saldo de las adquisiciones huma-nas". Y a continuaci6n, y en lo que parece precisamente una descripci6n del proceder crtico martiano, aade Reyes:

    Ni extraa al amor, en que se funda ["amar: he ah la crtica", haba dicho Mart], ni ajena a las tcnicas de la exgesis, porque anda y aun vuela por s sola y ha soltado ya las andaderas del mtodo, es la corona de la crtica. Adquiere trascendencia tica y opera como direccin del espritu. No se ensea, no se aprende. Le acomoda la denominacin romntica heroica: es acto del genio. No todos la alcanzan. Ni todo es impresionismo, ni todo es mtodo 9

    Refirindose concretamente a la crtica literaria martiana (y la observaci6n es igualmente vlida para su crtica de otras artes), y teniendo en cuenta la presencia constante de los cri-terios revolucionarios de Mart animando a su luminosa palabra, escribi6 con acierto Jos Antonio Portuondo:

    Fue su actitud de revolucionario, hecho a abordar de frente la realidad y a luchar por transformarla en beneficio de todos, la que salv6 a los juicios de Mart de la caduca y bella intrascendencia crtica del impre-sionismo modernista, y los puso, por encima de su tiempo, que l saba de transici6n, muy cerca de lo actual y, en sus momentos ms felices, de lo perenne. Y fue, de este modo, su inquebrantable voluntad de servir quien ha dado eternidad a su hablar 10

    ALFONSO REYES: Op. cit., pg. 236. 10 Jos ANTONIO PoarooNoo: Jos! MartJ, critico literario, Washington

    (ca. 1953), pg. 106.

  • 40 TEORfA DE L:\ LITERATURA HISPANOAMERICANA

    Nuestras repblicas y el mundo

    Entre las constantes de la crtica marciana, debe destacarse, como es natural en un dirigente revolucionario del mundo colonial, su prdica en favor de un arte y una literatura ge-nuinas, propias de nuestro especfico mbito histrico. Hay que recordar que Mart no slo postul, sino vivi6 la americanidad: este hroe de Cuba se sinti como en su hogar en Mxico, en Guatemala, en Venezuela, pases en los que su presencia fue una'ferza animadora; represent luego a la prensa de Buenos Aires en los Estados Unidos y Canad, y lleg a ser cnsul en Nueva York de la Argentina, Paraguay y el Uruguay, el cual lo nombr incluso su delegado en la Conferencia monetaria americana celebrada en Washington en 1891. Fue pues, como han sido siempre los mejores latinoamericanos, un ciudadano de nuestra Amrica, y en calidad de tal aconsej y defendi desde sus primeros trabajos crticos la creacin de un arte ver-daderamente nuestro, con lo que continu, radicalizndolo, el "deseo de independencia intelectual" manifestado en Hispano-amrica a raz de la secesin poltica del continente; deseo que, para Pedro Henrquez Urea, "se hace explcito por primera vez en la 'Alocucin a la Poesa' (1823) de Andrs Bello (1781-1865)" n.

    As, al dirigirse en 1875 -a sus veintids aos- a los pintores mexicanos, Mart les recomienda: "copien la luz en el Xinantecatl y el dolor en el rostro de Cuauhtemotzn [ ... ] Hay grandeza y originalidad en nuestra historia: haya vida original y potente en nuestra escuela de pintura". Y tres aos despus, comentando un libro del cubano-guatemalteco Jos Joaqun Palma (1844-1911), aade: Dormir sobre Musset; apegarse a las alas de Vctor Hugo; herirse con el cilicio de Gustavo Bcquer; arrojarse en las simas de Manfredo; abra-zarse a las ninfas del Danubio; ser propio y querer ser ajeno; desdear

    11 PEoRo HENRfQuEZ UaEA: Las corri~tes /it~arias ~ /t1 Ambica !Jis-pnica, traducci6n de J. DIEZ-CANEoo, Mxico, 1949, pg. 103.

  • LA CJTICA DE MART 41

    d sol patrio, y calentarse al viejo sol de Europa; trocar las palmas por los fresnos, los lirios del Cautillo por la amapola plida del Darro, vale tanto, oh, amigo mo!, tanto como apostatar. Apostasas en literatura, que preparan muy flojamente los nimos para las venideras y originales luchas de !a patria. As comprometen sus destinos, torcindola a ser copia de historia y pueblos extraos.

    En 1831, al frente del segundo (y ltimo) nmero de la Revista Venezolana, pregunta: "ser alimento bastante a un pueblo fuerte, digno de su alta cuna y magnficos destinos, la admiracin servil a extraos rimadores, la aplicacin cmoda y perniciosa de indagaciones de otros mundos [ ... ] ?"; y res-ponde de inmediato: "No: no es sta la obra". Mart comprende claramente que la carencia de un arte propio era manifestacin de una carencia mucho ms dramtica. Ese mismo ao, 1881, anot en uno de sus cuadernos de apuntes:

    No hay letras, que son expresi6n, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habr literatura hispanoamericana, hasta que no haya His-panoamrica. Estamos en tiempo de ebullici6n, no de condensaci6n; de mezcla de elementos, no de obra enrgica de elementos unidos [ . o o ] Lamentmonos ahora de que la gran obra nos falte, no porque nos falte ella, sino porque esa es seal de que nos falta an el pueblo magno

  • 42 TEORA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA

    Y sin embargo, esta constante de la crtica, del pensamiento marcianos debe conjugarse con otra, slo en apariencia parad-jica: la voraz asimilacin del mundo. Ningn latinoamericano ha incorporado a nuestra cultura tal caudal de creaciones ex-traas. Esta seleccin, que no es sino una muestra de su enorme tarea en este orden, nos lleva, en nuestro continente, del arte aborigen a los nuevos de su poca, que iban a ser llamados mo-dernistas -herederos en tantos aspectos parciales de Mart, y a quienes l vera, paternal, como "una familia en Amrica"-; pero ms all de nuestras fronteras, nos pone en relacin crtica con el arte y la liter3.tura de Espaa y Francia, los Estados Unidos y Rusia, Inglaterra y Hungra, e indirectamente con creaciones hindes, griegas, latinas o alemanas. Lo que Mart dijo del venezolano Cecilia Acosta (1818-1881) es aplicable sobre todo a l mismo: "hojear sus juicios es hojear los siglos". Esta apertura, que tan viva est tambin en la tradicin de "nuestra Amrica mestiza", Mart la realiz haciendo buenas sus palabras del trabajo sobre Wilde: "Conocer diversas litera-turas es el medio mejor de libertarse de la tirana de algunas de ellas"; y en especial las de "Nuestra Amrica": "Injrtese en nuestras repblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repblicas". No slo en aspectos literarios y arts-ticos, sino tambin en otros, nadie ha injertado tanto ni tan bien en nuestros pases como Mart, porque nadie robusteci como l el tronco de "nuestras dolorosas repblicas". Tomar slo uno de los polos de esta advertencia nos lleva, en un caso, al desarraigo colonial; en otro, al localismo tambin colonial. La forma en que Mart practic su propio postulado, en cambio, fue garanta de universalidad.

    Asimilar y estimular

    Junto a esta pareja de constantes dialcticamente enlazadas, debe mencionarse otra en la crtica marciana: su rigor general, y su aprecio con frecuencia estimulante del arte y la literatura hispanoamericanas. Una mirada ligera puede considerar la crti-ca de Mart como esencialmente benvola, cuando no como una

  • LA CRTICA DE MARTI 43

    creacin literaria hermosa a partir de realidades a veces grandes, a veces modestas, tomadas en general como meras excusas. Estos juicios olvidaran lo que es fundamental en la cr-tica, en el pensamiento de Mart: su funcin. Si prescindi-mos de este hecho central, no podemos entender debidamente lC's textos marcianos.

    Es cierto que Mart dijo ms de una vez que l prefera callar a censurar, y que se consider as mismo, como sin duda fue, un afirmativo. En carta a su fraterno amigo Manuel Mer-cado de 14 de septiembre de 1888, escribi:

    A m, por supuesto, me gusta ms alabar que censurar, no porque no censure tambin yo, que hallo en mi indignacin contra lo injusto y lo feo mi mayor fuerza, sino porque creo que la censura ms eficaz es la general, donde se censura el defecto en s y no en la persona que lo comete [ ... J La crtica no es censura ni alabanza, sino las dos, a menos que slo haya razn para la una o la otra.

    Pero en esta pequea teora ntima de su crtica, se observa que Mart no fue remiso a la censura ("no porque no censure tambin yo [ ... ] La crtica no es censura ni alabanza, sino las dos"): no poda ocurrir de otra manera siendo l crtico, es decir, ejerciendo el criterio, juzgando, valorando, incluso jerar-quizando: lo que no excluye sino culmina la esencial misin crtica de hacer comprender. Hay autores que lo ganan del todo y que, en consecuencia, no le merecen sino alabanzas: el ejemplo clsico es Emerson (1803-1882), cuya cercana con Mart es menester estudiar detalladamente. Pero incluso cuando habla de uno de sus poetas predilectos, Walt Whitman (1819-1892), y va a situarlo a la cabeza de la poesa de su poca, lo hace con cautela que es rigor: "si no es el poeta de mejor gusto, es el ms intrpido, abarcador y desembarazado de su tiempo". Y si, con igual voluntad jerarquizante, nos dir que "el primer poeta de Amrica es Heredia", y realizar un sealamiento memorable e insuperado de "lo herdico", no dejar de enu-merar casi minuciosamente los que considera defectos de su poesa. Vase tambin su tratamiento exigente de varios pin-tores mexicanos; y cmo, con delicadeza pero claramente, hace

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    observar las lintaciones de la poesa de Palma. Pero donde esta actitud adquiere mayor valor es en lo tocante a las grandes creaciones euronorteamericanas. All, frente a la habitual bea-tera boquiabierta del colonial que se deja pasar carretas y carretones cuando vienen prestigiados desde las metr6polis; y frente al gesto resentido, y no menos colonial, de quien por programa da la espalda a lo que ignora, Mart ofrece el ejemplo extraordinario de comprender y enjuiciar (es decir, llegado el caso alabar y censurar), desde una perspectiva enteramente nuestra 12, realizaciones contemporneas tan novedosas entonces como el esteticismo ingls encarnado en Wilde, el impresionis-mo pictrico francs, la pintura del hngaro Munkcsy ( 1844-1900) y la del ruso Vereschagin (1842-1904), la obra novelstica del francs Gustave Flaubert (1821-1880) y la del estadouni-dense Mark Twain (1835-1916), y, por supuesto, las tendencias de la lrica francesa finisecular, que a tantos jvenes latinoame-ticano:. de entonces -y de despus ... - iban a deslumbrar, y en las que Mart, que las conoc: y asimil perfectamente y antes que nadie en nuestra Amrica, vio al cabo - a prop6sito del cubano Julin del Casal (1863-1893), en 1893- "la poesa nula, y de desgano falso e innecesario, con que los orfices del verso parisiense entretuvieron estos aos ltimos el vaco ideal de su poca transitoria". Lejos de elaborar sus pginas tomando como excusa obras literarias y artsticas, Mart nos dej, pues -con la rapidez y la atencin a lo inmediato propias de su labor periodstica, pero tambin con la incesante curiosidad a que lo estimulaba tal labor-, una valoraci6n precisa de la literatura y el arte de su tiempo: una valoracin cuyo equiva-lente entre nosotros no hemos tenido en este siglo.

    Pero es indudable que el lcido rigor de Mart- ejercido en especial con los escritores y pintores ms creadores de su poca, lo que nos pernte asimilar crticamente sus obras, como aconsejara despus Lenin- est acompaado por una visin con frecuencia mdiorativa, sobre todo en sus ltimos aos, de

    11 Este no es el caso de las crticas que en 1880 public6 en ingl~ en The Hour y The Sun, exclusivamente para lectores estadounidenses.

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    las creaciones latinoamericanas y en especial cubanas. Y es que este segundo tratamiento no tiene por funci6n hacer asi-milables crticamente las obras comentadas, como en el caso de grandes creaciones extranjeras, sino estimular, con miras noblemente polticas, una producci6n todava incipiente, a la que -salvo en sus realizaciones plenamente logradas, de las que son ejemplo las del cubano Jos Mara Heredia (1803-1839), a quien como a todo gran artista de los pases "subdesarrollados", "le sobraron alientos y le falt6 mundo" - sera injusto y torpe medir ya con la misma vara con que se miden obras de socie-dades desarrolladas. Teorizando sobre esta otra manera de ejer-cer la crtica, y no limitndose a las creaciones artsticas, M:1rt escribi6 en 1892, en su prodigiosa pgina "Sobre los oficios de la alabanza": El elogio oportuno fomenta el mrito; y la falta de elogio oportuno lo desanima [ ... ] Y cuando a un pueblo se le niegan las condiciones d:: carcter que necesita para la conquista y el mantenimiento de la libertad, es obra poltica y de justicia la alabanza por donde se revelan, donde ms se las niega, o donde menos se las sospecha, sus condiciones de carcter.

    Es~ncia y forma Otro aspecto entre los muchos que pueden dest?carse en

    la crtica marciana es la relaci6n que vio, en la obra de arte, entre los elementos formales y los que algunos llaman de fondo o de contenido, y que Mart, con ms acierto, prefiri6 llamar "de esencia". De acuerdo con su concepci6n de la realidad, l no consider6 ambos elementos separados, sino estrechamente fundidos: "Toda rebeli6n de forma", dijo en 1886 al hablar de los pintores impresionistas, "arrastra una rebeli6n de esencia". Pero este punto de la crtica martiana, ms quiz que cualquier otro, debe verse relacionado con la evoluci6n de su pensamiento, y teniendo muy en cuenta la radicalizaci6n que este experi-menta, al ritmo de la acci6n poltica, en sus ltimos aos. Para precisar este hecho, nos es de la mayor importancia contar con ese deslinde de etapas en su pensamiento que ha sido intentado

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    con variable fortuna. De todas maneras, desde hace tiempo se sabe la relevancia que para el ideario de Mart tiene el ao 1887, en que l retoma los planes -temporalmente abando-nados en 1884- tendientes a la preparacin de la guerra re-volucionaria en Cuba. Ese ao, adems, Mart adquiere una visin ms justa de "la batalla social". Para comprobarlo, basta con leer los varios trabajos que escribiera sobre los sucesos de Chicago de mayo de 1886: si al principio Mart desaprueba la conducta violenta de los trabajadores, en la ltima crnica, que es la que se ha difundido ms - fechada el 13 de noviem-bre de 1887 -, ya toma abierto partido en su favor. Reciente-mente se ha hecho ver que tambin ese ao Mart profundiza su tratamiento de la cuestin negra, y en general del problema racial, en los Estados Unidos 18 Otros han sealado 1889, ao en que comienza la Conferencia Internacional Americana en Washington, como el momento en que se inicia la etapa mts radical de Mart. Y no faltan quienes sealan 1891-1892, con la preparacin y la fundacin del Partido Revolucionario Cu-bano, como comienzo de dicha etapa. Sin participar ahora en esa discusin, es dable aceptar que entre finales de la dcada del 80 y principios de la del 90, Mart alcanza su momento de absoluta madurez ideolgica, y que ello no slo se hace patente al enjuiciar al naciente imperialismo estadounidense, al procla-mar su identificacin plena con "los pobres de la tierra", al comprender la razn ltima de la discriminacin racial, al trazar la tarea que debe desempear el Partido Revolucionario Cubano, sino tambin al considerar la misin del arte en mo-mentos de lucha por la libertad como la que se dispone a encender l mismo. No es tanto que en este orden aparezcan en l nuevos criterios, como que se vigorizan algunos anteriores, especialmente aquel aprecio de la accin que le ha hecho repetir que la expresin es la hembra del acto.

    Es indudable que Mart prest siempre la mayor impor-tancia, en la obra artstica, a los elementos de "esencia": trmino

    13 JuLIElTE UILLON: "La discriminacin racial en los Estados Unidos vista por Jos Mart", Anuario Martiano, nm. 3, La Habana, 1971, espe-cialmente pg. 87.

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    con el que, ms que remitirse a la "asntica" -aunque no desdeara ese aspecto-, pareca indicar sobre todo la funcin social. Y a mencion su manera de vincular el arte con la verdad; ahora convendr recordar las palabras de su carta a Mercado del 11 de agosto de 1882: "Y o tengo horror a las obras que entristecen y acobardan. Fortalecer y agrandar vas es la tarea del que escribe". Es lgico que este criterio, central en la valo-racin de Mart, no hiciera sino acrecentarse en sus ltimos aos. Al escribir sobre Casal a raz de su muerte en 1893, dijo: Hay an poesa para mucho; todo es el valor moral con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida: mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, lH! libro sano y fuerte que leer, un rincn de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendr vigor el coraz6n sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia.

    Y comentando un cuadro del pintor cubano Jos Joaqun Tejada (1867-1943), dir en 1894: El mundo es pattico, y el artista mejor no es quien lo cuelga y recama, de modo que se le vea el raso y el oro, y pinta amable el pecado oneroso, y mueve a fe inmoral en el lujo y la dicha, sino quien usa el don de componer, con la palabra o los colores, de modo que se vea la pena del mundo, y quede el hombre movido a su remedio. Mientras haya un antro, no hay derecho al sol.

    Por otra parte, Mart fue siempre muy exigente en lo to-cante al alto valor formal que haba de tener la obra de arte. Vase lo que dice al respecto en "El carcter de la Revista Ve-nezolana", en 1881. Todava en 1890, en trabajo sobre Selln -indudablemente, como el anterior, una potica-, volver a exponer sus rigurosas y audaces ideas sobre el lenguaje reque-rido por la literatura, llegando a observaciones sorprendentes. Si en 1881, en su annima "Seccin constante" de LA Opini6n Nacional, de Caracas, haba dado entrada en espaol a la teorfa de la sinestesia 14 -la cual, por su remisin a un sensorio no

    te En dicha "Seccin constante", el 22 de diciembre de 18!:!1, public Mart su prrafo famoso: "Entre los colores y los sonidos hay una gran

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    diferenciado, tanto se aviene con su confianza en las correspon-dencias entre las zonas de la realidad, confianza quiz ms cercana a Emerson que a Charles Baudelaire (1821-1867); y a su abordaje sincrtico de la historia-, en 1890, al elogiar las traducciones que hiciera Selln del alemn al espaol, estimar que implican "faena recia, porque el alemn es rosado y azul, y el castellano amarillo y punz". Pero, naturalmente, jams incurri Mart en el culto de la forma en s -ni de la forma de la obra de arte, ni de la forma de la realidad-: "el arte no ha de dar la apariencia de las cosas", dijo al hablar de Veres-chagin en 1889, "sino su sentido". Y al ao siguiente, en su texto sobre Selln, censur a los franceses de "esta poca de trnsito", porque, carentes todava de un pensamiento nuevo, "pulen y rematan la forma [ ... ], o riman, por gala y entre-tenimiento, el pesimismo de puo de encaje que anda en moda". Por eso, porque se encontraba ante un caso ejemplar en que una rebelin de forma estaba unida a una rebelin de esencia, al comentar la poesa de Whitman, en el gozne de su propia maduracin, escribir esta apasionante defensa de la poesa:

    Quin es el ignorante que mantiene que la poesa no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cscara. La poesa, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es ms necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida.

    Y por esa confianza suma en la verdadera poesa - y en el arte verdadero en general-, pudo decir todava en 1888, al hablar de Heredia, que "a la poesa, que es arte, no vale dis-culparla con que es patritica o filosfica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana"; e incluso en 1890, en su imprescindible ensayo sobre Selln, afirm que no era

    relacin. El cornetn de pistn produce sonidos amarillos; la flauta suele tener sonidos azules y anaranjados; el fagot y el violn dan sonidos de color de castaa y azul prusia, y el silencio, que es la ausencia de sonidos, el color negro. El blanco lo produce el oboe".

  • LA CllfTICA DE MART 49

    poeta "el que pone en verso la poltica o la sociologa". Pero ya en 1889, ante las pinturas de V ereschagin, haba exclamado: "La justicia primero y el arte despus! [ ... ] Cuando no se dis-fruta de la libertad, la nica excusa del arte, y su nico derecho para existir, es ponerse al servicio de ella. Todo al fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera!" Y en el propio trabajo sobre Selln: "el nico modo de ser poeta de la patria oprimida es ser soldado". Es decir, que en su valoracin, como corres-ponde a un dirigente revolucionario, y ms en vsperas de la guerra de varios frentes que preparaba, la accin revolucionaria era la forma ms alta de la creacin humana. No escribir ms de setenta aos despus el Che Guevara, tan claro conti-nuador de Mart, que el revolucionario ocupa "el escaln ms alto de la especie humana"? De ah que al prologar Mart el libro Los poetas de la guerra en 1893 -el mismo ao de su admirable obituario a Casal-, dijera: JU literatura no eJtaba en lo que escriban, sino en lo que hadan. Rimaban mal a veces, pero s6lo pedantes y bribones se lo echarn en cara: x>rque moran bien. Las rimas eran all hombres: dos que caan juntos eran sublime dstico; el acento, cauto o arrebatado, estaba en los cascos de la caballera.

    Poco tiempo despus de escribir estas impresionantes pa-labras - donde las correspondencias de la realidad ya no se establecen sinestsicamente entre varios sentidos, sino entre la historia como un texto vivo y la obra de imaginacin- mora combatiendo en los campos de Cuba nuestro primer artista, nuestro primer pensador, nuestro primer hombre.

    El art~ por venir Esta evolucin visible y dramtica no puede hacer olvidar

    que, atravesando las etapas del pensamiento de Mart, hay en l una unidad de fuego nunca desmentida, y -en lo que atae al tema de este libro - una esttica. Por eso uno est especial-mente tentado de preguntarse cmo hubiera querido l que fuera el arte del futuro. Mart no hizo formulaciones al margen

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    del tiempo, porque supo claramente, y as lo dijo en su trabajo sobre Whitman, que "cada estado social trae su expresin a la literatura, de tal modo que por las diversas fases de ella pudiera contarse la historia de los pueblos, con ms verdad que por sus cronicones y dcadas". Enfrent sus aos, los que le toc vivir, y los juzg, a escala mundial, "de reenquiciamiento y remolde", como seal en su prlogo al venezolano J. A. Prez Bonalde (1846-1892) en 1882, y reiter luego llamndolos "de transi-cin". Se dio cuenta de que ante sus ojos profundos se iniciaba el fin de una era, en lo que Lenin llamara despus "ltima etapa del capitalismo". Estaban todava por alborear el mundo socialista, por levantarse definitivamente el mundo colonial, y no le sera dado a l -heraldo magno de ese levantamiento-contemplarlo. Hablando de su momento, dijo en aquel texto sobre Prez Bonalde:

    Y sta es la poca en que las colinas se estn encimando a las montaas; en que las cumbres se van deshaciendo en llanuras; poca ya cercana de la otra en que todas las llanuras sern cumbres. [ ... ] Asstese como a una descentralizacin de la inteligencia. [ ... ] El genio va pasando de individual a colectivo. El hombre pierde en beneficio de los hombres. Se diluyen, se expanden las cualidades de los privilegiados a la masa [ ... ]

    Pero aunque no incurri en el error de pretender disear las formas concretas que asumira el arte por venir, es indudable que, como ocurre a todo revolucionario, su tierra de eleccin fue el futuro, y a l se remitan necesariamente sus exigencias. Un comentarista de su tarea como enjuiciador de arte ha llegado a conjeturar: Mart buscaba, quera y peda, desde que se inici como crtico de arte, una pintura mayor, realista, pica, con pensamientos poderosos e ideas trascendentes [ ... ] para lograr lo que Man anhelaba justamente ( ... ] haba que esperar a la aparicin de la pintura mural mexicana del siglo xx, que hubiera llenado de gozo a Man, de haberla conocido. ( ... ] Quizs hubiera coincidido principalmente con la pintura de Orozco 111

    15 JusnNo FERNNDEZ: "Jos Man como crtico de arte", Anales del Ins-tituto de Investigaciones Estticas, Mxico, nm. 19, 1951, pgs. 44, 20-21 y 47.

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    Y, al hablarnos de su admirado Whitman, el propio Mart escribi sobre la literatura, sobre el mundo que deseaba:

    La literatura que anuncie y propague el concierto final y dichoso de las contradicciones aparentes; la literatura que, como espontneo consejo y enseanza de la naturaleza, promulgue la identidad en una paz supe-rior de los dogmas y pasiones rivales que en el estado elemental de los pueblos los dividen y ensangrientan; la literatura que inculque en el esp-ritu espantadiw de los hombres una conviccin tan arraigada de la juscia y belleza definitivas que las penurias y fealdades de la existencia no las descorawnen ni acibaren, no slo revelar un estado social ms cercano a la perfeccin que todos los conocidos, sino que, hermanando felizmente la razn y la gracia, proveer a la humanidad, ansiosa de maravilla y poesa, con la religin que confusamente aguarda desde que conoci la oquedad e insuficiencia de sus antiguos credos.

  • LECCIONES DE PORTUONDO

    En la dcada del 20 de este siglo, alentado por la Revolu-ci6n de Octubre y constituyendo la toma de conciencia de una clase obrera que se perfila como nueva fuerza en nuestra Amrica, aparece en ella el marxismo encarnado en las obras de vigorosos pensadores que por lo general eran a la vez grandes dirigentes. La perspectiva revolucionaria abierta entonces se can-celara por el momento, y simultneamente los mayores de aquellos hombres iban a perecer en plena juventud creadora: o por asesinato poltico (Julio Antonio Mella, 1903-1929), o por enfermedad a la que no fue ajena la entrega a la lucha (Jos Carlos Maritegui, 1894-1930; Rubn Martnez Villena, 1899-1934), o por accidente (Anbal Ponce, 1898-1938). Nunca po-dremos conocer en toda su amplitud lo que estos hechos con-tribuyeron a aminorar el crecimiento de un marxismo latino-americano que no dej6 sin embargo de desarrollarse, aun en condiciones adversas, y conocera un nuevo brote enrgico a partir del triunfo de la Revoluci6n Cubana en 1959, sobre todo en obras como las de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara.

    Por la poca en que desaparecan aquellos marxistas fun-dadores -los cuales en mayor o menor medida abordaron tambin cuestiones culturales-, escriba sus primeros trabajos Jos Antonio Portuondo, quien, nacido en Cuba en 1911, iba a convertirse acaso en el ms relevante estudioso hispanoameri-cano de literatura, con criterio marxista, en la hornada que sigui6 a la extraordinaria de Maritegui. La aparici6n reciente de una nueva edici6n de su libro Concepto de la poesa 1 es

    Publicado originalmente en Casa d~ las Amricas, nm. 75, noviembre-diciembre de 1972.

    1 Jos ANTONIO PollTUONDO: Conc~pto de la pocsla, La Habana, 1972.

  • LECCIONES DE PORTUONDO 53

    buena coyuntura para sealar este hecho y recordar, aunque someramente, su obra y su importancia.

    Esa obra ha contribudo a presentar orgnicamente, con mirada nueva, el conjunto de la cultura y en especial de la literatura cubana -Proceso de la cultura cubana, La Habana, 1938; El contenido social de la literatura cubana, Mxico, 1944; Bosquejo hist6rico de las letras cubanas, La Habana, 1960- y tambin se ha abierto hacia otras literaturas y hacia cuestiones tericas y crticas de diversa ndole -El herosmo intelectual, Mxico, 1955; La historia y las generaciones, Santiago deCuba, 1958; Esthica y Ret~oluci6n, La Habana, 1963; Crtica de la poca y otros ensayos, La Habana, 1965-. Una parte conside-rable de esta labor, con frecuencia dispersa en publicaciones peri6dicas, est consagrada a iluminar la creacin de Jos Mard, de lo que es ejemplo mayor Jos Marti, crtico literario, Washington [c. 1953]. En todos estos casos -la enumeracin dista mucho de ser completa-, Portuondo trata el tema con riguroso criterio marxista y amplia informacin sobre las dis-ciplinas cientficas idneas para la mejor realizaci6n de su tra-bajo, lo cual da a este una impronta distintiva en nuestro continente.

    Una muestra temprana y singular de ello es este libro que ahora se reedita, Concepto de la poesa, el cual surgi6 -como explica la copia mecanografiada que consult- 2 "destinado de manera primordial a servir de tesis para el doctorado en filosofa y letras de la Universidad de La Habana". Escrito entre septiembre de 1940 y septiembre de 1941, y presentado a la Universidad ese ao, llevaba entonces el subttulo Introduc-ci6n a la teora de la literatura. La "Advertencia" inicial deca tambin que el libro aspiraba "a iniciar en nuestro pas, y tal vez en nuestra lengua, de una manera ms o menos sistemtica, los estudios de teora de la literatura". Al aparecer publicada la tesis, cuatro aos despus (1945), por El Colegio de Mxico, prcticamente no sufri6 modificacin alguna, fuera de prescin-diese de un interesante captulo final, "Anlisis de la obra

    1 Me refiero a la copia de la tesis de grado original.

  • 54 TEORA DE LA LlTEllATUilA HlSPANOAMElllCANA

    potica", que constituye el primer estudio estilstico moderno de un texto literario (en este caso, el poema "Los dos prncipes", de Jos Mart) realizado en Cuba 3

    Pero la "Advertencia", en lo tocante a iniciar los estudios de teora literaria entre nosotros, proclamaba entonces que el libro de Alfonso Reyes El deslinde (que se haba publicado en el ao anterior, 1944), "lo ha hecho ya, en nuestra lengua, con plena autoridad, y ha dejado abiertas innumerables posibili-dades a los investigadores de la nueva disciplina, a la cual nuestro trabajo slo quiere ser una contribucin, sin pretensiones de originalidad, apoyada en la adopcin del materialismo his-trico como criterio cientfico rector". El trabajo, se dice luego, no se asoma a todos los problemas que plantea el fenmeno potico [entindase: el hecho literario] y que debe estudiar la teora de la lite-ratura, sino slo [ ... ] al inicial, referente a su gnesis, a su desarrollo, a su esencia. Los dems sern abordados sucesivamente en prximos estudios sobre la expresin potica, sobre la crtica y la historia literarias.

    El Concepto . .. de Portuondo, pues -su Introducci6n a la teora de la literatura-, aunque aparecido algo despus que El deslinde, es tres aos anterior a la publicacin de este libro, el cual, por otra parte, haba sido previamente "la base de un curso en el Colegio Nacional, Mxico, junio a agosto de 1943, y febrero a marzo de 1944" 4 : curso tambin posterior a la reali-zacin de la tesis de Portuondo, quien en consecuencia no pudo conocer en absoluto las valiosas contribuciones de Reyes en sus gigantescos y tantlicos Prolegmenos a una teorla de la lite-ratura; lo que no quiere decir, por supuesto, que no estuviera familiarizado con algunas ideas expuestas por Reyes con ante-rioridad a su gran libro. Este hecho obliga a que leamos la tesis de Portuvndo no como una obra en la estela de El deslinde -el cual sigue siendo, hoy, el ms hercleo y delicado esfuerzo

    No fue publicado hasta 1974, cuando apareci en Anuario Martitmo, La Habana, nm. 5.

    ALFONso REYEs: El deslinde. Proleg6menos a una teorla de la literatura, Mxico, 1944, pg. 9.

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    hecho en nuestras tierras por sentar las bases (los "proleg-menos") de una teora de la literatura-, sino como un libro anterior al del maestro mexicano, lo que por tanto no puede sino provocar sorprendida admiracin, cuando se piensa en ese joven estudioso, al filo de sus treinta aos, proponindose, en un medio tan precario como la Cuba de aquel tiempo, "iniciar en nuestro pas y tal t1ez en nuestra lengua, de una manera ms o menos sistemtica, los estudios de teora de la literatura"; y hacerlo, por aadidura, "apoyado en la adopcin del materia-lismo histrico como criterio cientfico rector". Para medir el valor del libro, es til compararlo con el que en el mismo ao de la aparicin del Concepto ... public en Londres George Thomson: Marxismo y poesa, el cual mereci hace poco (1969) ser traducido al espaol y publicado en Cuba. Con el criterio marxista que el ttulo anuncia, Thomson se propone estudiar en su libro "el origen y la evolucin de la poesa" (pg. 9); como Portuondo, en el suyo, la "gnesis" y "desarrollo" -y adems la "esencia"- de la poesa, es decir, de la literatura. Ambos, el ingls y el cubano, podan, como hizo este ltimo, haber sealado en sus respectivas obras "su carcter inoculta-blemente acadmico [se refiere a su condicin de tesis de grado] y su afn, un poco ingenuo si se quiere -escolar al fin-, de tomar las cosas desde su raz ms remota" (pg. 11), lo que, por ejemplo, los lleva a remitirse a las ms antiguas actividades humanas, y en especial a la magia, como origen de la poesa. Considero que el cotejo de ambos ensayos -similares por tantas razones - no hace desmerecer el de Portuondo, dentro de su comn aspiracin escolar. Una "Nota del editor" -segn creo, Federico lvarez- a la versin cubana del libro de Thomson, dice:

    Sera difcil medir la importancia de este ensayo sin tener en cuenta que fue escrito cuando la bibliografa marxista sobre el tema an no haba alcanzado la difusi6n y la coherencia que hoy tiene en todo el mundo. Es en los ltimos aos de la dcada del 30 y principios del 40 que la crtica marxista aborda la literatura y el arte en lo que tienen de especfico.

  • 56 TEORA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA

    Y ms adelante, afirma que Thomson, en este libro, "nos da un anlisis que en cierta forma inaugura la aplicacin cien-tfica del marxismo al estudio de la gnesis del arte. Por encima de sus limitaciones, al radica la vigencia de este ensayo" (pgs. 117-118). Es conveniente que tambin el lector actual de Concepto de la poesa tenga presentes estas observaciones. Lo que no quiere decir, desde luego, que ambos libros deban iden-tificarse. Los deslindes de Portuondo tocantes a la teora de la literatura y las ciencias de la cultura, y sus agudas observa-ciones sobre el desarrollo de la poesa moderna, por ejemplo, no tienen correspondencias en el libro de Thomson. Pero s es interesante - dirase ms: aleccionador - acercar ambas obras: si la del ingls fue vertida al espaol, la del cubano mereca haber sido llevada al ingls, especialmente en la poca en que se public por vez primera. Vendrn tiempos en que la corriente no se mueva casi en un solo sentido.

    Esta nueva edicin de Concepto de la poesa est enrique-cida con "cinco ensayos independientes, aunque correlacionados, aparecidos en publicaciones y aos diferentes, sobre otras tantas 'aproximaciones' a la teora de la literatura". Al Concepto ... inicial y a los otros cinco ensayos, "los junta ahora el propsito de ofrecer a los estudiantes de las Escuelas de Letras de las universidades cubanas una parte del material recogido sobre estos temas a lo largo de un cuarto de siglo, estudiados siempre a la luz de una concepcin del mundo marxista leninista" (pg. 7). Las "aproximaciones" lo son a estudios sobre teora de la literatura de Guillermo Dilthey, Fidelino de Figueiredo, Al-fonso Reyes, Ren Wellek y Austin Warrcn, e incluyen tambin un estudio sobre "La ciencia literaria en Cuba". Los tres prime-ros son excelentes resmenes crticos de los principales trabajos sobre el tema debidos al alemn Dilthey -fuente, en tantos as-pectos, de buena parte de la ulterior investigacin germnica de la literatura-, el portugus Figueiredo -tan influyente un tiempo en el Brasil e incluso en Hispanoamrica- y el mexi-cano Reyes. En todos los casos nos encontramos con introduc-ciones magistrales a las obras respectivas: introducciones que nuestros estudiosos de la materia no deben dejar de consultar.

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    Vase el trabajo sobre El deslinde: el mejor hilo de Ariadna que conozco para entrar en el arduo y delicioso laberinto del mexicano. Y otro tanto cabe decir de la nota "Teora de la lite-ratura", escrita con motivo de la primera aparicin (1949), en ingls, de la T eoria de la literatura del checo Ren W ellek y del norteamericano Austin Warren. Como en los estudios ante-riores, Portuondo, despus de situar acertadamente la obra en el contexto intelectual que le corresponde, expone sus ideas cen-trales y seala las que considera sus virtudes y limitaciones. Por ejemplo, a la graciosa declaracin de W ellek y W arren de que ellos no son "eclcticos como los alemanes ni doctrinales como los rusos", la apostilla as Portuondo:

    Sin embargo, al cabo de su lectura, el libro deja en el lector la impre-sin, un tanto eclctica, de un bien nutrido digesto de teoras literarias, y, por otra parte, domina en l el intento, ms o menos doctrinario, de conciliar la ontologa fenomenolgica de lngarden y el formalismo de Tomashevski. Todo lo cual determina su utilidad y su valor pedaggico como obra de introduccin, pero engendra tambin sus indudables debi-lidades [pg. 187].

    Habra sido de la mayor utilidad que el notable enJlllCla-miento de Portuondo sobre este libro de W ellek y W arren -libro que tendra despus tanta resonancia y sera objeto de tantas discusiones- hubiera acompaado, como prlogo o como eplogo, a la edicin cubana de esta obra (La Habana, 1969).

    La ltima de las "aproximaciones" me parece la menos afortunada de las cinco. Para empezar, no versa en rigor sobre "teora" sino sobre "ciencia literaria". Adems, aunque es com-prensible la decisin de Portuondo de reproducir los materiales sin alterarles la forma que tuvieron al aparecer por vez primera, bien pudo hacer una excepcin y prescindir de las pginas iniciales de este trabajo, las cuales repiten literalmente algunas que se acaban de leer momentos ames, sin que, por otra parte, debido a su carcter de generalidades, su presencia fuera exigida en un trabajo sobre Cuba. En cambio, hubiera sido deseable un mayor detenimiento en trabajos cubanos, como, en primer

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