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REVISTA EUROPEA. 185 9 DE SETIKMBRE DE 1877. AÑO IV. ESTUDIOS SOBRE EL HOMBRE PRIMITIVO. EL CULTO DE LOS ANIMALES (1). M. Me. Lennan, en recientes estudios sobre el culto de los animales y de las plantas, ha hecho mucho para el esclarecimiento de un asunto tan os- curo. Ha seguido en esta cuestión un método ver- daderamente científico: comparar los fenómenos que se presentan en las razas no civilizadas de hoy con los que se presentaban primitivamente, según las tradiciones, en las razas hoy civilizadas; y de este modo ha hecho á unos y otros mas comprensi- bles de lo que antes eran. Nos parece, sin embargo, que hay vaguedad en la contestación que da M. Me. Lennan á la pregunta esencial. ¿Cómo ha nacido el culto de los animales y de las plantas? En realidad deja expresamente sin solución este problema. Su hipótesis, dice, «está destinada, téngase presento, no á explicar el origen del fetiquismo, sino á dar cuenta del culto do los animales y de las plantas en los pueblos antiguos.» ¿Por qué las tribus salvajes han adoptado gene- ralmente por ídolos, animales, plantas y otros ob- jetos? ¿Qué ha podido inducir á tal ó cual tribu á elegir, para revestirle de un carácter sagrado especial, un ser determinado, y á tal otra tribu otro ser distinto? Además, cada tribu se considera descendiente del ser que es objeto de su culto; y es preciso descu- brir cómo se ha producido tan extraña idea. Si no se hubiera observado más que una vez, po- dríamos ver en ella un capricho ó un accidento ilu- sorio. Pero puesto que en realidad aparecía, bajo diversas formas, en las diversas razas no civiliza- das, en diferentes partes del mundo; puesto que ha dejado huellas no menos numerosas en las supers- ticiones de las razas civilizadas que se han extin- guido, no nos podemos contentar con una razón es- pecial ó excepcional. Además, la razón general de estos hechos, cualquiera que ella sea, no d-jbe re- pugnar á una inteligencia primitiva, que sea para lo esencial, parecida á la nuestra. El estudio de las creencias grotescas de los sal- vajes nos inclina á suponer que su razón no es como (1) Este estudio forma parte de un libro titulado Ensa- yos sobre el progreso, que en breve se publicará, y en el cual aparecerán coleccionados notables trabajos del ilus- tre filósofo inglés Herbert-Spencer. TOMO X. la nuestra; pero esta suposición no puede sostener- se. Dada la suma ie conocimientos que poseen los hombres primitivos y la imperfección de los signos hablados de que se sirven para conversar ó refle- xionar, las conclusiones á que habitualmento llegan son, sin duda alguna, las más razonables. Esta pro- posición será nuestra base; y, hallada esta base, va- mos á ver cómo los hombres han llegado gene i al - mente, por no decir de un modo tan universal, á creerse descendientes de ciertos animales, plantas ó cuerpos brutos. A esto creemos que se puede con- testar de una manera satisfactoria. Toda religión en el estado rudimentario es un método para hacernos propicios los ascendientes muertos, á los que se les sigue atribuyendo la exis- tencia con el poder de hacer bien ó mal á sus des- cendientes. Hemos prestado mucha atención á los modos do pensar que se usan en las sociedades hu- manas sencillas, y pruebas de todas clases, recogi- das entre todas las especies de hombres no civiliza- dos, nos han impuesto una conclusión semejante á la que hace poco tiempo daba M. Huxley: que el salvaje, al considerar un cue-po como abandonado por la fuerza personal que en él residía, considera también á aquella persona activa como existente aún, y los sentimientos y las ideas que él tiene res- pecto á dicho ser constituyen todo el fundamento de sus supersticiones. En todo país hallamos la creencia, expresa ó tácita, do que en cada persona hay un doble ser; cuando un hombre muere, su otro yo (sea que por otra parte ese yo permanezca al alcance ó se aleje) puede volver á aparecer, y conserva la facultad de maltratar á sus enemigos y socorrer á sus amigos. Pero ¿cómo del deseo de hacerse propicia esa segunda personalidad del difunto (las palabras «som- bra» ó «espíritu» tienen algo de engañador: para el salvaje, la segunda personalidad reaparecía con una forma no menos tangible que la primera), cómo ha nacido el culto de los animales, de las plantas y de los objetos inanimados? De una manera muy senci- lla. Los salvajes tienen la costumbre de designar á los individuos por nombres que ó recuerdan direc- tamente un rasgo de su carácter ó un hecho de su vida, ó señalan una semejanza notoria con algún objeto muy conocido. Inevitablemente la creación de estos nombres individuales debe preceder á la aparición de los nombres de familia: este era el mo- vimiento de la naturaleza, por más que, aun hoy,

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REVISTA EUROPEA.185 9 DE SETIKMBRE DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

ESTUDIOS SOBRE EL HOMBRE PRIMITIVO.

EL CULTO DE LOS ANIMALES (1).

M. Me. Lennan, en recientes estudios sobre elculto de los animales y de las plantas, ha hechomucho para el esclarecimiento de un asunto tan os-curo. Ha seguido en esta cuestión un método ver-daderamente científico: comparar los fenómenosque se presentan en las razas no civilizadas de hoycon los que se presentaban primitivamente, segúnlas tradiciones, en las razas hoy civilizadas; y deeste modo ha hecho á unos y otros mas comprensi-bles de lo que antes eran.

Nos parece, sin embargo, que hay vaguedad enla contestación que da M. Me. Lennan á la preguntaesencial. ¿Cómo ha nacido el culto de los animalesy de las plantas? En realidad deja expresamente sinsolución este problema. Su hipótesis, dice, «estádestinada, téngase presento, no á explicar el origendel fetiquismo, sino á dar cuenta del culto do losanimales y de las plantas en los pueblos antiguos.»

¿Por qué las tribus salvajes han adoptado gene-ralmente por ídolos, animales, plantas y otros ob-jetos?

¿Qué ha podido inducir á tal ó cual tribu á elegir,para revestirle de un carácter sagrado especial, unser determinado, y á tal otra tribu otro ser distinto?Además, cada tribu se considera descendiente delser que es objeto de su culto; y es preciso descu-brir cómo se ha producido tan extraña idea.

Si no se hubiera observado más que una vez, po-dríamos ver en ella un capricho ó un accidento ilu-sorio. Pero puesto que en realidad aparecía, bajodiversas formas, en las diversas razas no civiliza-das, en diferentes partes del mundo; puesto que hadejado huellas no menos numerosas en las supers-ticiones de las razas civilizadas que se han extin-guido, no nos podemos contentar con una razón es-pecial ó excepcional. Además, la razón general deestos hechos, cualquiera que ella sea, no d-jbe re-pugnar á una inteligencia primitiva, que sea para loesencial, parecida á la nuestra.

El estudio de las creencias grotescas de los sal-vajes nos inclina á suponer que su razón no es como

(1) Este estudio forma parte de un libro titulado Ensa-yos sobre el progreso, que en breve se publicará, y en elcual aparecerán coleccionados notables trabajos del ilus-tre filósofo inglés Herbert-Spencer.

TOMO X.

la nuestra; pero esta suposición no puede sostener-se. Dada la suma ie conocimientos que poseen loshombres primitivos y la imperfección de los signoshablados de que se sirven para conversar ó refle-xionar, las conclusiones á que habitualmento lleganson, sin duda alguna, las más razonables. Esta pro-posición será nuestra base; y, hallada esta base, va-mos á ver cómo los hombres han llegado gene i al -mente, por no decir de un modo tan universal, ácreerse descendientes de ciertos animales, plantasó cuerpos brutos. A esto creemos que se puede con-testar de una manera satisfactoria.

Toda religión en el estado rudimentario es unmétodo para hacernos propicios los ascendientesmuertos, á los que se les sigue atribuyendo la exis-tencia con el poder de hacer bien ó mal á sus des-cendientes. Hemos prestado mucha atención á losmodos do pensar que se usan en las sociedades hu-manas sencillas, y pruebas de todas clases, recogi-das entre todas las especies de hombres no civiliza-dos, nos han impuesto una conclusión semejante ála que hace poco tiempo daba M. Huxley: que elsalvaje, al considerar un cue-po como abandonadopor la fuerza personal que en él residía, consideratambién á aquella persona activa como existenteaún, y los sentimientos y las ideas que él tiene res-pecto á dicho ser constituyen todo el fundamentode sus supersticiones. En todo país hallamos lacreencia, expresa ó tácita, do que en cada personahay un doble ser; cuando un hombre muere, suotro yo (sea que por otra parte ese yo permanezcaal alcance ó se aleje) puede volver á aparecer, yconserva la facultad de maltratar á sus enemigos ysocorrer á sus amigos.

Pero ¿cómo del deseo de hacerse propicia esasegunda personalidad del difunto (las palabras «som-bra» ó «espíritu» tienen algo de engañador: para elsalvaje, la segunda personalidad reaparecía con unaforma no menos tangible que la primera), cómo hanacido el culto de los animales, de las plantas y delos objetos inanimados? De una manera muy senci-lla. Los salvajes tienen la costumbre de designar álos individuos por nombres que ó recuerdan direc-tamente un rasgo de su carácter ó un hecho de suvida, ó señalan una semejanza notoria con algúnobjeto muy conocido. Inevitablemente la creaciónde estos nombres individuales debe preceder á laaparición de los nombres de familia: este era el mo-vimiento de la naturaleza, por más que, aun hoy,

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no dejándose sentir ya la necesidad, siguen las co-sas del mismo modo. No hemos hecho alusión á esehecho significativo únicamente respecto á ciertospuntos de Inglaterra—como los distritos donde sehacen los clavos—en los que cada uno tiene suapodo, y apenas se conserva recuerdo de los nom-bres de familia; nos referimos al uso constante, lomismo de los hombres que de los niños. Una perso-na gruesa se llama comunmente «el oso;» un sujetoastuto é intrigante, es un viejo «zorro;» el hipócri-ta, un «cocodrilo.» Se emplean también los nom-bres de las plantas, por ejemplo: á un muchacho decabellos rojos se le califica de «zanahoria» por suscompañeros de escuela. Tampoco faltan motes sa-cados de objetos y de agentes inorgánicos, como elque M. Carlyle ha dado á Sterling el mayor, el «ca-pitán Torbellino.» Pues bien: en el estado del másprimitivo salvajismo, esos nombres dados por me-táfora se renovarán en la mayor parte de los casosen cada generación; será muy conveniente hastaque se establezcan algunas especies de nombres defamilia. Decimos en la mayor parte de los casos,porque es preciso hacer una excepción para loshombres que se hayan distinguido. Si «el lobo» hahecho sus pruebas en la guerra, llega á ser el ter-ror de las tribus vecinas y domina la suya; sus hi-j is, orgullosos de su origen, no dejarán olvidar quedescienden del Lobo; no lo olvidará tampoco elresto de la tribu que ha visto en «el Lobo» un obje-to de espanto y no puede menos de temer á los hi-jos. Cuanto más poderoso é ilustre haya sido elLobo, más los sentimientos de orgullo y de temorcontribuirán á sostener vivo entre sus nietos y sussubditos el recuerdo de que su abuelo era el Lobo.Y si, como puede suceder, la familia dominante lle-ga á ser la base de una nueva tribu, los miembrosde esta se llamarán ó serán llamados «los Lobos.»

No nos vemos reducidos á añadir por inducciónque los apodos deben trasmitirse: hé aquí una prue-ba de que se trasmiten efectivamente. Lo mismoque persiste entre nosotros la costumbre de con-vertir en apodos los nombres de los animales, delas plantas y de otros objetos, así continúan tras-mitiéndose los sobrenombres. Un ejemplo hemosconocido en casa de unos amigos que tienen unapropiedad en el Oeste de las Tierras-Altas (1), dondecon frecuencia tengo el placer de pasar en su com-pañía algunas semanas del otoño. «Llevaos á unode los jóvenes Croshek,» ¡ne había contestado másde una vez el dueño de la casa cuando yo le. pre-guntaba quién me acompañaría á la pesca del sal-món. Yo conocía bien á Croshek el mayor, y creiaque el nombre que llevaban él y todos sus parien-tes era el nombre de familia. Dos años tardé en

(1) Les Highlands, ea Escocia.

saber que su verdadero nombre era Cameron, queel padre habia sido llamado Croshek, por el nom-bre de su granja, para distinguirlo de los otros Ca-meron que se empleaban en las tierras, y que eluso habia hecho conocer á sus hijos con aquelnombre. En este caso, como sucede casi siempreen Escocia, el apodo se sacaba del nombre de laresidencia; pero aunque hubiese sido tomado delde un animal, lo mismo hubiera resultado: la tras-misión se hubiera realizado tan naturalmente. Porotra parte, ni aun para este eslabón en la cadenade nuestro razonamiento, nos vemos reducidos áuna inducción; tenemos un hecho en que apoyarnos.M. Bates, en Un naturalista en el Amazonas, alhacer la descripción de tres mestizos que le acom-pañaban en una partida de caza, dice: «De los tres,dos eran hermanos, á saber, Juan y Ceferino Jabuti.Jabuli, ó la Tortuga, era un apodo que su padrehabia adquirido por su calma, y que, según la cos-tumbre del país, se habia convertido en nombre defamilia.» Añadiremos una observación de M. Wa-llace, relativa al mismo país: «Una de las tribus delrio Isanna lleva el nombre de Juruparí (los dia-blos); otra el de Perros de aguas; una tercera sellama Las Estrellas, y una cuarta El Yuca (1).»Uniendo estas dos observaciones, ¿queda algunaduda respecto al origen de esos nombres de tribus?Que la Tortuga se distinga convenientemente (noesnecesario que sea en bien; una inferioridad mar-cada puede bastar), y el recuerdo de ella, conser-vado por el orgullo de los mismos descendientes,si los enaltece, ó por el desprecio de sus vecinos silos rebaja, puede engendrar un nombre de tribu.

Dada la creencia en el doble ser del ascendientemuerto, que sobrevive, y al que es necesario tenerpropicio; dado que el nombro que se le aplicó pormetáfora se trasmite á sus nietos, biznietos, etc.,¿qué sucederá bien pronto? El carácter del nombre,que suele ser una metáfora, caerá en el olvido. Sien la tradición se pierde de vista que el ascendienteera un hombre llamado el Lobo; si se adopta lacostumbre de hablar de él con el nombre del Lobo,como se hacía en vida, entonces, de la inclinaciónnatural á tomar las palabras al pié de la letra resul-tará primero la idea de que se desciende de unverdadero lobo; segundo, la costumbre de conside-rar al lobo de modo á propósito para tenerlo propi-cio, como conviene respecto al que bien,puede serel segundo yo del ascendiente muerto ó uno de susparientes, y, por consecuencia, su amigo.

Semejante confusión es. muy natural: esto salta ála vista si se tiene en cuenta lo indefinido que es ellenguaje primitivo. Las lenguas de las razas infe-riores de hoy no tienen palabras para marcar la

(1) Arbusto americano de cuya raíz se hace pan.

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diferencia entre lo propio y lo figurado, y no expre-san más que los objetos concretos y las acciones;los Australianos tienen un nombre para cada especiede árbol y no ¡o tienen para el árbol en general.Y aunque, según ciertos testimonios, su vocabulariono se halle completamente desprovisto de nombresgenéricos, es muy pobre en este punto; sobre estono cabe duda. Lo mismo sucede respecto á losTasmanianos: el Dr. Mitigan dice «que habian ad-quirido una facultad de abstraer y de generalizarmuy limitada. No tenían palabras para las ideasabstractas. Para cada especie de árbol de goma óde arbolillo, etc., tenían un nombre, pero ningúnequivalente á nuestra expresión «un árbol»; nosabían expresar mejor las cualidades abstractas,como duro, dulce, caliento, fuerte, largo, corto,redondo, etc.; en lugar de grande, decían «de lar-gas piernas»; en vez de redondo, «como una bola»ó «como la luna», y así por el estilo, uniendo deordinario el gesto á la palabra é indicando por unsigno el sentido en que se debia tomar la frase.Ahora bien, rebajando la parte de exageración (locual parece necesario, porque la palabra largo, dolaque se acaba de decir que es intraducibie comodemasiado abstracta, se empica en seguida paracalificar un término concreto en la expresión «lar-

' gas piernas»), es bastante claro que un lenguaje tanimperfecto no podría dar idea del nombre en sí, encuanto fuera distinto de la cosa. Así, en las tribusde imperfecto lenguaje debe ser imposible, cuandose trasmite el recuerdo de un ascendiente llamadoel Lobo, distinguirle del lobo verdadero. Los hijosy los nietos, que lo han conocido, no se equivoca-rán; pero en las generaciones siguientes «descen-der» del Lobo significará infaliblemente descenderdel animal llamado lobo. Y so aplicarán á la especielobo las ideas que, como hemos indicado, van unidasá la creencia de que los parientes sobreviven ypueden proteger á sus descendientes, si se les logratener propicios.

Antes de seguir desarrollando esta idea general,debemos hacer notar que no sólo da cuenta delculto de los animales, sino también de la creencia,que bajo tantas formas se manifiesta en las antiguasleyendas, de que los animales pueden hablar, pensary obrar como los hombres. Las mitologías estánllenas de historias de bestias, pájaros y peces quehan desempeñado el papel de seres inteligentes enlos asuntos humanos, ayudando á los particularescon loa indicios que les daban, guiándoles y pres-tándolos socorro, ó bien engañándoles con sus pa-labras ó de otro modo. Estas tradiciones y las delas bestias que roban á las mujeres y que educan álos niños, encuentran lugar en la teoría: estas sonlas consecuencias del contrasentido ordinario A quehemos hecho referencia.

La hipótesis parecerá más probable todavía si setiene en cuenta con qué facilidad se aplica al cultode las otras clases de objetos. Creerse descendientede un animal sería entre nosotros muy extraño; nopor esto es menos natural en las ideas do un salva-je que no analiza lo que ve; porque entre los ani-males y los vegetales encuentra muchas metamor-fosis que tienen en la apariencia el mismo carácter.¿Pero en qué puede fundarse la idea grotesca detomar por ascendiente de su tribu al sol, la luna, ótal ó cual estrella? Esto resulta de la trasmisión delos apodos y del error accidental que les hace to-marlos en el sentido propio. Los nombres de loscuerpos celestes, tomados metafóricamente, sumi-nistran á los salvajes muchos nombres de hombres.Entre nosotros mismos, ¿no se llama á una cantanteó una actriz distinguida una estrella? En la poesía,¿no vemos con frecuencia á hombres y mujeres com-parados al sol y á la luna? ¿Qué sentimientos debe-ría excitar entre los de su tribu el guerrero triun-fante, á su regreso, al disipar las nubes de la ansie-dad é iluminar con un rayo de alegría todos lossemblantes? Al calcular cuáles podrían ser, nadamás natural que admitir le comparasen con el sol;y on una lengua primitiva no hay mas que un mediode compararlo: el de llamarle «Sol». Sucederá,pues, que por una confusión del sentido metafóricocon el sentido propio de la palabra, sus descen-dientes, después de algunas generaciones, se consi-derarán y serán considerados como los Hijos del Sol.Y si heredan el carácter atribuido al ascendiente,gracias también á la tradición que perpetúa las ha-zañas de éste, la raza de los Hijos del Sol llegaránaturalmente á ser considerada como una raza su-perior.

Del mismo .ssodo se explica el origen de los demásídolos, que es tan extraño si no más, y que no puedeexplicarse por otra hipótesis. Uno de los jefes, enNueva-Zelanda, se jactaba de tenor por ascendienteá una gran montaña vecina, el Tongariro. Esta idea,que parecerá una extravagancia, se comprende pen-sando con qué facilidad ha pedido nacer de unapodo. Entre nosotros, al hablar de un hombre muygrueso, redondo como una. bola, ¿no solemos decir:«Una montaña de carne»? Luego en un pueblo obli-gado á emplear palabras aún más concretas, puedesuceder que un jefe, notable por su talla, recibapor mote el nombre de la más alta montaña que sedivise, porque domina á los dumas hombres como lamontaña á los montes de alrededor. Esto no sólo esposible, sino probable. Y á partir de aquí, la con-fusión de la metáfora con la cosa propia será el orí-gen de tan sorprendente genealogía. Otra idea exis-te tal vez más irregular todavía, que se interpretaasí de una manera satisfactoria. ¿Qué es lo que pue-de haber hecho creer á un hombre que ha nacido

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de la aurora? Aun suponiendo desde luego en él unaextrema credulidad y la más loca fantasía, es pre-ciso que el ascendiente sea considerado como unaentidad: la idea de la aurora carece por completo deesa claridad de contornos y de esa constancia rela-tiva que entran en la idea de un ser. Pero tengamospresente que «La Aurora» es un nombre que se danaturalmente, á guisa de cumplimiento, á una bellajoven que llega á la edad de mujer; y la formaciónde la idea, conforme á nuestra hipótesis, se reveladesde luego.

Según nuestro punto de vista, el fetiquismo esun hecho, no primitivo, sino secundario. Lo queprecede basta para demostrarlo. Sigamos, sin em-bargo, paso á paso la formación. Respecto a losTasmanianos, dice el Dr. Miligan: «Los nombresde hombres y mujeres los tomaban de los objetos yde los sucesos ó actos de la naturaleza: por ejem-plo, del cangarú, del árbol de goma, de la nieve,del granizo, de la tempestad, del viento, de las flo-res de los árboles, etc.»

Después que los objetos que les rodeaban habiandado origen á los nombres de personas, y muchasveces eran confundidos con los ascendientes sus ho-mónimos, se concluía por considerarlos como ador-nados de ciertas cualidades parecidas á las del hom-bre. El que, según las tradiciones de su familia,tiene por ascendiente «El Cangrejo» imaginará enel cangrejo una facultad oculta parecida á las suyaspropias; al creerse descendiente de «La Palmera»se sentirá inclinado á suponer en la palmera unaconciencia. Por consecuencia, á medida que se au-mente el número de los animales, plantas y objetosó agentes inanimados que dan sus nombres á laspersonas (es decir, á medida que vaya siendo másnumerosa la tribu y más considerable el número delos que entre ellos se trata de distinguir), se iránrevistiendo por la imaginación una multitud de co-sas de las que les rodean, con el carácter de perso-nas. Sucederá entonces lo que M. Me. Ljfnnan cuen-ta de los Fidjianos: «Los vegetales y las piedras,más aún, los instrumentos y las armas, los vasos,las canoas, tienen almas inmortales que, semejantesalas de los hombres, irán finalmente á Mbulu, man-sión délos espíritus ausentes.» Luego dada la creen-cia en la persistencia del ascendiente muerto, pode-mos, merced á esa causa general de error que en-contramos en los hombres primitivos, comprenderel origen de la fe en los ídolos; y henos aquí en es-tado de ver cómo esa fe tiende á aplicarse á muchascosas, si no á todas.

Del mismo modo dejan de ser extraños otroshechos que parecen inexplicables. Nos referimos ála fe y al culto que se concede á los monstruoscomplejos, seres híbridos, imposibles, seres de for-mas semi-humanas, semi-bestiales. Convenimos en

que el hombre propende por naturaleza á dar unaespecie de personalidad á todo agente físico; con-venimos también en que de esto puede nacer unculto de los animales, de las plantas y aun de losobjetos inanimados; pero el culto así creado, ¡DOdebería limitarse á las cosas que se ven ó que sehan visto?

En una palabra, ¿cómo llega á imaginar el salvajeuna combinación de un pájaro con un mamífero, ymás que esto, á adorarle como una divinidad? Aunadmitiendo que cierta ilusión haga nacer la idea deun ser mitad hombre, mitad pez, no podemos ex-plicarnos por qué prevalecen en Oriente los ídolosde hombres de cabeza de pájaro, de hombres conpatas de gallo ó de cabeza de elefante.

Cuando la tradición guarda el recuerdo de dosramas de ascendientes, cuando un jefe apellidadoel Lobo roba á una tribu vecina una mujer que, enlos relatos, es conocida ya bajo el nombre de unabestia propia de su tribu, ya como una mujer,siocurre que uno de sus hijos se distingue, se le re-cordará como al hijo de un lobo y de otro animal,ó de un lobo y una mujer. Este contrasentido harácreer que ha habido un ser que posea los atributosde los dos; y si la tribu se convierte en una socie-dad, la imagen de semejante ser será un objeto deculto. Se puede citar como ejemplo uno de los he-chos referidos por M. Me. Lennan: la historia quecuentan los Kirghiz Dikokamenni, según la cualdescienden de un galgo rojo y de una reina con suscuarenta damas de honor. Si «el galgo rojo» era elapodo de un hombre extremadamente ágil (comoesel que se ha dado entre nosotros á corredores céle-bres), esa historia no tiene nada de particular; y sise ha confundido el sentido metafórico de la pala-bra con el sentido propio, el ídolo de la tribu serlaun ser de naturaleza compuesta, en relación con elcuento que se refiere. Ño hay, pues, por qué asom-brarse do encontraren Egipto á la diosa Pachtbajola forma de una mujer con cabeza de león, y al diosMonth de hombre con cabeza de halcón. Los diosesbabilónicos, uno de los cuales es un hombre concola de águila, y otro un busto de hombre sobre uncuerpo de pescado, no parecen ya fantasías tan in-explicables. Entrevemos además explicaciones plau-sibles para las esculturas que representan las esfin-ges, los toros alados con cabeza de hombre, etc.;como también para las historias de centauros, sáti-ros y demás.

Los mitos antiguos, en general, tienen, segúnesto, sentidos muy diferentes de los que en ellosencuentran los autores de mitologías comparadas.Sus interpretaciones pueden ser exactas en parte;pero si el razonamiento precedente es valedero, noes de creer que lo sean para las grandes líneas. Sitomásemos las cosas en sentido contrario, completa-

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mente al revés, considerando como secundarios ysobreañadidos los elementos que se llaman primiti-vos, y como primitivos aquellos en que se ven lasmás recientes adiciones, creemos que estaríamosmás cerca de la verdad.

La teoría corriente acerca de los mitos es que hannacido de la costumbre de designar los agentes ylas operaciones de la naturaleza por palabras crea-das para la persona y las acciones del hombre.Pero puede notarse desde luego que si este proce-dimiento es bastante común en los pueblos civiliza-dos, no lo es entre los salvajes. Entre estos hoyexiste la costumbre de servirse de los objetos queles rodean, de sus movimientos y cambios, paraexpresar las ideas que hacen nacer las relacionesde los hombres: preciso es que este sea un hábitotambién frecuente de expresar, por medio de actoshumanos, la marcha de los hechos físicos. Leed eldiscurso de un jefe indio: veréis que los hombresprimitivos, del mismo modo que se nombran entresi empleando metáforas sacadas de los objetos queles rodean, describen los actos de los demás comosi se tratase de actos realizados por objetos mate-riales.

Debemos añadir que el cambio en el sentido delas palabras, del que so quiere sacar el mito, no esel que prevalece en las lenguas cuando éstas sehallan en sus primeros desarrollos. Según M. MaxMüller, hay «dialectos, hablados hoy, que no tienennombres abstractos, y cuanto más nos remontamosen la historia de las lenguas, tanto más raro será elaso de las palabras»; ó, como el mismo autor deciamás recientemente: «Las palabras y las ideas (lasdos van juntas) no han llegado todavía á ese puntode abstracción en que, por ejemplo, los poderesactivos, ya naturales, ya sobrenaturales, no puedenser representados más que bajo la forma de perso-nas ó de hombres.» Aquí lo concreto se declaraprimitivo, y lo abstracto derivado. En el mismomomento, sin embargo, habiendo presentadoM. MaxMüller como ejemplo de nombres abstractos dia ynoche, primavera é invierno, aurora y crepúsculo, sefunda en esto para afirmar: «Por más que se pensóen las palabras que se empleaba, fue completamenteimposible hablar de mañana y de tarde, de prima-vera y de invierno, sin dar á estas cosas algúncarácter de un ser individual, activo, que tuvieraun sexo, en fin, de una persona.» Aquí lo concretoes derivado de lo abstracto: después de concebirlas cosas como cosas, es cuando se las concibecomo personas; y por esta trasformacion de lo queera impersonal en realidad personal, es como, segúnM. Max Müller, nacieron los antiguos mitos. ¿Cómoadmitir estas proposiciones? Una do dos: si primiti-vamente no existia ninguno de esos nombres abs-tractos para expresar la marcha cuotidiana de los

hechos naturales, deberían servirse de términosconcretos, y las expresiones impersonales que sonsus equivalentes vinieron después. Si no, habrá quecreer que hasta la aparición de esos nombres abstractos, no había medio alguno corriente para reco-nocer los objetos y los cambios más notables queofrecen el cielo y la tierra; y que los nombres abs-tractos formados de una manera ó de otra y em-pleados sin significación antropomórflea, han tomadoen seguida esta significación: procedimiento inversodel que caracteriza á la primera edad de las len-guas.

A propósito de palabras como cielo y tierra,roclo y lluvia, rio y montaña, lo mismo que delos nombres abstractos citados más arriba, diceM.Max Müller:

«En las lenguas antiguas, cada una de estas pala-bras tenía necesariamente una terminación paraexpresar el género; lo cual hacia nacer en e! espí-ritu la idea correspondiente de sexos, por más quedichos nombres no sólo expresaban la individuali-dad, sino también el sexo. No había sustantivo queno fuese masculino ó femenino; los neutros se hanformado más tarde.» Y esta necesidad do introdu-cir el sexo en los nombres, es una de las razonespor que los nombres abstractos y los colectivos hantomado un sentido antropormóríico. Pero, ¿no de-bería demostrarnos una buena teoría de los prime-ros progresos de la inteligencia y del lenguaje,cómo adquirieron los hombres la costumbre, tanextraña en la apariencia, de dar un sexo á la pala-bra con que designaban el cielo, la tierra, el rocío,la lluvia, etc.? Si hombres y mujeres tienen ordina-riamente apodos, y si los vicios del lenguaje indu-cen á sus descendientes á creerse oriundos de losobjetos que han suministrado sus nombres á losantepasados^seguu que éstos fueren hombres ómujeres, á los objetos de que hayan tomado susnombres se les dará el género masculino ó el feme-nino. Si una bella joven, conocida por el nombremetafórico de «la Aurora» llega á ser madre de unjefe distinguido por el nombre de «Viento delNorte», resultará que cuando por efecto del tiempose les tome por la verdadera Aurora y el verdaderoviento del Norte, estas dos cosas serán considera-das la primera como hembra y el segundo comomacho.

Lo que se encuentra de más inexplicable en apa-riencia, en los antiguos mitos en general, es la si-guiente mezcla, que es muy común: los seres quepertenecen á la humanidad por su origen y susaventuras, son revestidos á la vez de caracterespropios á los objetos celestes ó terrestres y de atri-butos muy extraños á la humanidad. Esta extraor-dinaria rareza, que, lejos de ser una excepción, esla regla, no la podría explicar la teoría corriente.

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326 REVISTA EUROPEA. 9 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.° 183

Aunque se concediese que los objetos y las fuerzasnotables del cielo y de la tierra están naturalmentepersonificados, no se deduciría de esto que cadauno de ellos debe tener una biografía particularcomo la que sería necesaria para un hombre. Decirque tal ó cual astro nació de este rey ó de aquelhéroe, en tal país, y que andando el tiempo robó á lamujer de un jefe de la vecindad, sería multiplicarsin necesidad las rarezas, que son ya bien numero-sas! Y no bastaría, para explicar este hecho, hablarde la necesidad de personificar los nombres abstrac-tos y colectivos. Desde el punto de vista en que noscolocamos, nada más natural que esas tradiciones;nada, tampoco, más necesario que su aparición.Cuando un apodóse convierte en nombre de tribu,solo por esto pierde e! derecho de designar á unindividuo; y, como ya hemos dicho, la creación delos apodos sigue su marcha. Esto se renueva encada generación; el apodo de cada hijo es á la vezun nombre de individuo y un nombre de tribu, quellegará á ser efectivamente el nombre de una tribusi el individuo adquiere suficiente nombradía. Hay,pues, dos medios usuales de designar á un indivi-duo: el primero, distinguirle por el nombre de suascendiente; y el segundo, por un nombre que re-cuerde alguno de sus rasgos particulares, como he-mos visto que se practica en los clanes escoceses.Ved ahora el resultado.

El individuo será conocido como el hijo de unollamado tal ó cual cosa y de una mujer llamada deeste ó del otro modo, y además será el Cangrejo,el Oso, el Torbellino, ó cualquiera olra cosa, segúnsu apodo. Este empleo simultáneo de los motes yde los nombres de nacimiento se ve por todaspartes.

Evidentemente entre el estado primitivo, en elque los ascendientes eran identificados con los ob-jetos de que habían tomado sus apodos, y la épocaen que hay nombres propios que han perdido susentido metafórico, hace falta, para la transición, unestado en el que no fijándose más que en parte losnombres propios, puedan perderse ó conservarse, yen el que los nuevos apodos sean todavía tomadospor los nombres verdaderos. Reunidas estas condi-ciones, se producirá (sobre todo si se trata de unhombre distinguido) la combinación, imposible enapariencia, de un ser de raza humana con los atri-butos contrarios ó superiores á la humana naturale-za y que son los de la cosa de que se ha tomado elapodo. Otra rareza desaparecería al mismo tiempo.El guerrero puede tener, y con frecuencia tiene, uncrecido número de sobrenombres honoríficos: «elPoderoso.» «el Destructor,» etc. Supongamos quesu mote principal haya sido «el Sol;» en este caso,puesto que la tradición le ha confundido con el Sol,se conferirá á éste todos los títulos que pertenecían

al hombre: el Rápido, el León, el Lobo, títulos queconvienen al guerrero, pero que no son adecuadospara el Sol.

De aquí se desprende un nuevo medio de expli-car la última singularidad de esos mitos. Una ve!confundidos decididamente los personajes notables,de uno ó de otro sexo, con los notables agentesnaturales, se llegará, en buena lógica, á hablar delos actos de estos en un lenguaje antropomórfico.Supongamos, por ejemplo, que Endimion y Selena,después de haber sido llamados por compara-ción, el uno sol poniente, y la otra luna, han perdidosu naturaleza humana, confundiéndose con la lunay el sol, merced á una falsa interpretación de lametáfora; ¿qué sucederá? Habiendo sido acomo-dada la leyenda de sus amores á sus aparicionesy movimientos en el cielo, se hablará de los últimoscomo si fuesen inspirados por el sentimiento ylavoluntad: así, cuando el sol desciende al Occidente,yla luna, en medio del cielo todavía, sigue su ca-mino, se expresará esto diciendo: «Selena amaáEndimion; le vigila.» De aquí obtenemos una inter-pretación del mito, sin torturarle y sin ver en élficciones gratuitas. Podemos aceptar de eso la parlebiográfica, sino como verdadera al pié de la letra,al menos porque ofrece un hecho para punto departida. De igual modo vamos á ver cómo, por uncontrasentido inevitable, de una tradición más ómenos verdadera ha nacido esa confusión extrañade los personajes que ella relacionaba con objetosy poderes, difiriendo del hombre en su mismo as-pecto. Y esto nos demuestra cómo, tratando deconciliar en su imaginación estos elementos contradictorios del mito, han adquirido los hombréalacostumbre de atribuir los actos de objetos no hu-manos á los humanos motivos.

Otra prueba puede deducirse de los hechos quese oponen á la teoría contraria. Esos objetos y po-deres celestes y terrestres que más imperiosamentellaman la atención dtl hombre, ó, al menos, algunosde ellos, llevan muchos nombres, que son tambiénlos de diferentes individuos nacidos en diferentespaíses, teniendo cada uno su historia particular. Asítenemos al sol, que tan pronto se le llama Apolo,como Endimion, Helios, Tithonos> etc., y todosestos personajes tienen genealogías inconciliables.M. Max Müller parece atribuir tales anomalías á lainfidelidad de las tradiciones. Pero si el mito haseguido la marcha que acabamos de indicar, ya nehay tales anomalías; la diversidad de genealogíasviene á ser una parte de la demostración. Porque(aquí abundan las pruebas) los mismos objetos pro-veen, por vía de metáfora, de nombres de hombreá diferentes tribus: hay tribus de Añades en Austra-lia, en las dos Américas. El águila es todavía unídolo entre los americanos del Norte, lo mismo que,

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A. BRAVO Y TÜDELA. ESTUDIOS SOBRE CICERÓN. 327

á creer las razones alegadas por M. Me. Lennan, lofue entre los egipcios, los judíos y los romanos.Era natural, en la infancia de los pueblos, que unade las más comunes alabanzas á los héroes fuese lade compararlos al sol. ¿Qué resultaba de eslo? Quedando el sol su nombre á los jefes particulares y álos primeros fundadores de diversas tribus, y siendoestos hombres confundidos repetidas veces, en lastradiciones locales, con el sol, al llegar las tribus,por vía de extensión, de propagación, de conquis-ta ó por otra causa cualquiera á una unión par-cial, dieron origen á una mitología combinada, todallena necesariamente de relatos contradictorios,tanto respecto al dios-sol, como á los demás perso-najes principales de que se componía. Si las tribusde la América del Norte, muchas de las cuales tie-nen en sus tradiciones un dios-sol, hubieran creadouna civilización fundiéndose unas en otras, lo mis-mo se hubiese formado entre ellas una mitología enla que el sol se hallara provisto de diversos nom •bres y de diversas genealogías.

En pocas palabras fijamos los hechos que hacenprobable esta hipótesis.

El verdadero medio de comprender los procedi-mientos, orgánicos ó no, puestos en uso antigua-mente por la naturaleza, es el de relacionarlos á lascausas aún activas. Asi se hace en geología, en bio-logía y en filología. La creación de los apodos, sutrasmisión, y, hasta cierto punto, los contrasentidossobre ellos, continúan entre nosotros; sin los nom-bres de familia, con una lengua imperfecta y cono-cimientos tan rudimentarios como en otro tiempo,es indudable que las cosas sucederían aún comoentonces.

Otro signo de una buena explicación es que esta.nosólo da cuenta del grupo particular de hechos quese propone, sino también de otros grupos. Esto eslo que hace la nuestra. Explica también el culto delos animales, de las plantas, de las montañas, de losvientos y de los cuerpos celestes, como esas apa-riencias que son demasiado vagas para considerar-las entidades. Ofrece un génesis inteligible de lasideas feliquistas en general; da alguna razón de lacostumbre, inexplicable de otro modo, de dar á losnombres de objetos inanimados un carácter mas-culino ó femenino; hace ver como muy natural laadoración de los animales compuestos, de los mons-truos semi-hombres, semi bestias, y demuestra, enfin, cómo viene después el culto de divinidades pu-ramente antropomórficas, cuando el lenguaje sehalla formado ya lo suficiente para que en la nuevatradición se pueda conservar la distinción entre losverdaderos nombres y los apodos.

Lo que más justifica esta teoría ó mejor hace versu exactitud, es que se halla de acuerdo con la leygeneral de evolución: de una creencia primitiva,

simple, vaga en su forma, hace nacer á nuestrosojos, por diferenciaciones continuas, las numerosasy heterogéneas formas de creencia que han existidoy existen. El deseo de tener propicio al segundo yodel ascendiente muerto, deseo que se observa entrelas tribus salvajes, que es un hecho capital en lasantiguas razas históricas, los peruanos y los meji-canos, y hoy entre los chinos y hasta en muy altogrado entre nosotros (porque ¿qué otra cosa es eldeseo de cumplir las últimas voluntades, tal comonos son conocidas, de un pariente que acaba demorir?), ha sido por todas partes la primera forma dela fe religiosa: de ahí han nacido las numerosas ydiferentes formas que acabamos de citar.

Añadiremos otra razón en favor de esta teoría: lade que disminuye considerablemente la distanciaque parece separar de los nuestros los primitivosmodos de pensar. Indudablemente, el hombre pri-mitivo difiere mucho de nosotros por la inteligenciay el corazón; pero una teoría que nos permite echarun puente sobre ese abismo, encuentra en esto unmotivo más de verosimilitud.

La hipótesis que hemos bosquejado, no sólo nosdemuestra que las ideas primitivas no son tan gra-tuitamente absurdas como nos figuramos, sino querehabilita además los antiguos mitos, explicándolos.

HEHBERT SPENCER.

CICERÓN.ARTÍCULO PRIMERO.

(1)

Cicerón.— GStacepto altísimo que nos merece. —Juicioscomparativos entre Demóstenes y Cicerón.—Parcialidadque les distingue.—Datos biográficos.

I.

Cuando hicimos el elogio del primero de los ora-dores de la Grecia (2), dejamos correr libre la plu-ma á impulsos de! entusiasmo y la admiración, y alpresente, como qus nos sentimos inclinados á revi-sar lo que ya dijimos ó á calcar por entero sobre loescrito, lo que en alabanza de Cicerón estamos obli-gados á consignar.

Coronas de inestimable valor ciñen el busto de

(1) El presente estudio sobre el orador romano formaraparte del libro II de la obra que con el título de La Tribu-na, -I Foro y la Cátedra Sagrada, está publicando su au-tor el Sr. D. A. Bravo y Tudela, distinguido colaboradorde esta REVISTA. La mejor manera de dar á conocer y elo-giar libro tan importante, es la que hemos escogido. Lassuscriciones pueden hacerse dirigiéndose á esta adminis-tración.

(2) Ya publicado.

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REVISTA EUROPEA.—9 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.°185Demóstenes, pero no son en menor número ni demenos estima las esparcidas en torno de la tumbadel orador romano.

Y es que ambos representan en su concepto máselevado la palabra humana.

Por fortuna para nosotros, ni puede comparárse-los sin ofenderlos, ni cabe igualarlos sin injus-ticia.

Son únicos entre todos, y únicos entre sí.No admiten rivalidad ni competencia; no admiten

parangón ni semejanza.Brillan en los extensos y magníficos horizontes de

la elocuencia antigua como faros de una misma in-tensidad de luz, pero de colores distintos y cam-biantes diversas.

Los que los han contemplado aisladamente hanpodido ofuscarse y otorgar la palma á uno con men-gua y daño del otro, sin reparar en que, siendo di-versas las manifestaciones del pensamiento, es dableuna estimación idéntica en el concepto crítico y li-terario para los que en distintos géneros han sidolos maestros, los guias, los dechados de la huma-nidad (1).

De tal manera considerados el orador griego y elorador romano, no hay para qué torturar la imagi-nación buscando fórmulas con que conciliar su alte-za y sublimidad en la historia.

El nombre del uno no perjudica ni oscurece el delotro, antes bien, habiendo de recordarlos á un tiem-po mismo, se ve que son la síntesis más acabada decuanto de grande nos ofrece la oratoria antigua.

Tienen puntos de contacto, ¿cómo no?... Pero fue-ra de que uno y otro nacen para ser oradores, deque uno y otro asombran de igual manera á suscontemporáneos y dejan huellas imperecederas paraser la admiración de los siglos, es evidente que sugenio, producto de diversos tiempos y épocas dis-tintas, no se nos ofrece ni se nos manifiesta de igualmanera.

Demóstenes aspira á una libertad imposible parael pueblo griego en vísperas de su muerte; Cice-rón reclama para Roma un principio de autoridad,de poder y de fuerza que había perdido, porque seaproximaban también los últimos dias de su repú-blica tiránica y absorbente.

Ambos parece que hablan un mismo idioma; am-bos se inspiran en el amor á la patria; pero el unocanta ó delira, mientras el otro razona y piensa.

Hay de Demóstenes á Cicerón y de Cicerón á De-móstenes igual distancia que se manifiesta entre laimaginación y el pensamiento, entre el corazón y lacabeza, entre el sentimiento y la reflexión, cuando

(1) Quintiliano dice que la elocuencia admite variasformas, y fuera ridículo, añade, el preguntar cuál de ellasdebe preferir el orador, Plures sunt eloquenlia facies: sed*tuHixsimum eH quo>mre ad qno.m redurux se .ni orator.

imperan aislada é independientemente en las reso-luciones del hombre.

Demóstenes es la última nota, el suspiro postre-ro de un pueblo poeta, de un pueblo soñador, de unpueblo artista: Cicerón es la primera palabra deverdad; la última fórmula de vida para una sociedadque, estando á punto de realizar sus fines provi-denciales en la historia, debía regenerarse, cam-biarse, ó sucumbir.

Uno y otro aparecen en Grecia y Roma en un mo-mento análogo, en hora suprema para aquellos dosgrandes pueblos: el uno contribuye de buena fecon sus nobles y levantados delirios á la ruina desu patcia amada; el otro no logra tampoco con sussinceros acentos restaurar una república que, des-pués de revolcarse en el fango y la miseria, debíacaer en brazos del imperio, víctima de sus grandeserrores y extravíos.

Ambos necesitaban buscar para su obra un puntode apoyo, y ni uno ni otro tuvieron la fortuna deencontrarlo.

«Culpemos á los tiempos; pero no á tan insignesvarones.» Sus propósitos fueron igualmente pa-trióticos y laudables; hubo de faltarles una genera-ción capaz de comprenderlos y de seguir sus ins-piraciones.

La gran mayoría de los autores no han sabidoocuparse de Cicerón sin compararlo con Demdste-nes; procedimiento, en nuestro entender, censura-ble y poco á propósito para juzgar con acierto, confruto é imparcialidad al orador romano.

Diversas eran las corrientes que movieron á De-móstenes á combatir á Filipo de las que obligaron áCicerón á militar, ora en las huestes de Sila contraMario, ora en las de Pompeyo contra Catilina, y ávacilar más tarde entre unas y otras ante la gran-deza y la superioridad de César.

En el fondo, uno y otro defendían igualmente lalibertad de su patria; el uno contra la ambición deltirano macedónico, y el otro contra la destrucción,el envilecimiento y la anarquía.

Hay en el genio, á más de la parte divina, de loque es don precioso del cielo, elementos humanos,producto lógico, indeclinable y á veces fatal decircunstancias accidentales, de circunstancias va-riables, que se reúnen en un momento dado, quese personifican y encarnan en un individuo parabien de la civilización y del progreso; ley que serealiza en la historia de un modo visible, pero lentoy seguro, como se elaboran las ideas en el cerebro,'como se desarrollan en el hombre las facultadespara ostentarse en un período de la vida en toda sufuerza y vigor.

En este sentido, hombres como Demóstenes y Ci-cerón no pueden compararse; son igualmente res-petables como instrumentos de la Providencia

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N.° 185 A. BRAVO Y TUDELA.—ESTUDIO SOBRE CICERÓN. 329

cuyos destinos sublimes irradian de sus frentes yse manifiestan en sus actos, casi nunca idénticos,jamás iguales.

Grandes patriotas y liberales fueron Demóstenesy Cicerón, en la acepción más recta que debe darseá estas palabras; porque ambos se colocaron dellado más útil para su patria.

El orador griego y ej orador romano quisieron áGrecia y á Roma antes que á todo, y por esto el unopedia á los griegos que se armasen contra la tiraníade Filipo, mientras el otro aconsejaba á los roma-nos que se defendiesen de sí mismos, venciendo lademagogia y el crimen que destruía su poder y sufuerza, y cuyos jefes eran jóvenes de las primerascasas romanas; jóvenes degradados y envilecidos,como Clodio, Catilina, Creso, Cetego y César mismo,aduladores del populacho, ávidos de recuperar unafortuna perdida por el vicio, y de rehabilitar unnombre manchado por la perversión y la licencia desus costumbres.

Para algunos, la libertad está reñida con el prin-cipio'de autoridad, y de aquí que acusen sistemá-ticamente como enemigos de la libertad á cuantosabogan y defienden la autoridad. ¡Error funesto,cuyos males hemos deplorado millares de veces ennuestros dias, y que apenas concebimos se manten-ga con sinceridad y de buena fe!

En sentir de los que asi piensan ó aparentanpensar, ir contra la autoridad es siempre defenderla libertad; como si no fuesen tan sagrados, tanrespetables los derechos de la plebe como los delas clases conservadoras y los de las clases eleva-das, cuando ocupan unas y otras en la sociedad ellugar que las corresponde, y satisfacen la misiónque les está reservada.

¡Pueblo entregado á sí mismo, no lo decimosnosotros, abrid la historia y os convencereis de ello,pueblo perdido! ¡Pueblo en que imperan los celos,las enemistades, las envidias entre los legítimosrepresentantes de las categorías que constituyen lavariedad, y que lo mismo en lo físico que en lo mo-ral es base de orden y de armonía, pueblo perdido!

Adular á las muchedumbres, á las masas, en esosdias de vértigo, de delirio, que preceden á las gran-des caídas de los pueblos, es por lo común tareareservada á los ambiciosos y descreídos, y no po-cas veces á los miserables y á los traidores.

Decir en esas horas supremas de angustia y dedolor la verdad desnuda, y decirla con energía, sinmiedos pueriles, encendiendo el sentimiento queinspira la palabra en la llama purísima del amor alsuelo que nos vio nacer, es obra de los héroes, esobra de los inspirados, es obra de los escogidos,es obra de los santos y de los mártires.

Mártires de la libertad, mártires de la elocuencia,de la santa elocuencia, tal como la hemos definido

con San Agustín (1), tal como la definen los pensa-dores más ilustres, tal como venimos estudiándola,fueron Demóstenes y Cicerón; no de esa elocuen-cia, como dice Lamartine, «que es sólo arte de ha-blar á los hombres en la plaza pública, sino del don,del privilegio augusto de sentir mucho, de pensarrectamente y de saberlo todo; de imaginar con es-plendor, de expresar con poder y de comunicar porla palabra escrita ó hablada á los demás hombresla idea, el sentimiento, la convicción de la verdad,la admiración de lo grande, el gusto por lo hones-to, el entusiasmo por la virtud, el sacrificio del de-ber, el heroísmo de la patria y la fe en la inmorta-lidad; cosas todas que hacen el alma honrada, elcorazón sensible, el espíritu justo, la razón sana,la ciencia popular, la imaginación artista, el patrio-tismo ardiente, el ánimo viril, la libertad estimada,la filosofía y la religión conformes con la más altaidea do la divinidad; en una palabra, que hacen alindividuo bueno, al pueblo grande y á la humanidaddichosa y feliz, virtuosa y santa.»

11.

No es el paralelo, no es la comparación el mediomás acertado de dar á conocer ni de juzgar á unpersonaje histórico. Casi siempre significa ó con-duce, cuando monos, á una gran parcialidad y á muygrandes injusticias.

Si de esto pudiéramos abrigar alguna duda, nosbastaría para desvanecerla ver el resultado queofrecen los juicios comparativos, los juicios parale-los de Demúslenes y Cicerón.

Raro es el crítico, el historiador ó el literato queha sabido colocarse en un justo medio. Lo mismolos que conceden la primacía á Demóstenes, quelos que daji la preferencia á Cicerón, olvidan laépoca, el pueblo, las condiciones de lugar y detiempo en que uno y otro ejercieron sus facultadessus dones, igualmente superiores y privilegiados;cuando no los miden por el molde de las opinio-nes políticas, por sus preocupaciones de escuela yhasta por más extraños, más violentos y reprobadosfines.

Desde el griego Cecilio, que sin conocer el latín (2)se propuso desvirtuar y contradecir la fama y nom-bradía del orador romano; Plutarco, que después decriticar á Cecilio cayó en iguales defectos de par-cialidad y de injusticia hacia Cicerón (3); Quintilia •no (4) y Longino (5), que son los que se muestranmás justos y desapasionados, hasta los modernos

(1) «Eloquentia vero facultas dioendi est congruentsrexplicans quíe sentimus.>

(2) Así lo afirma Plutarco.(3) Vidas paralelas.(4) Hisl. oral. Litro X, cap. I,(5) XII.

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330 REVISTA EUROPEA. 9 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.° 185

Fenelon (1), Swift (2), Hume (3), Rapin (4), LaHarpe (5), Tirabosqui (6), Rousseau (7), La Fon-laine (8) y Villamain (9), todos casi adolecen delos mismos defectos, y á vuelta de elogios y ala-banzas merecidas, que recogeremos oportunamenterespecto de Cicerón como lo hicimos al tratar deDemóstenes, hay en ellos apreciaciones que no po-cas veces desdicen y parecen impropias del talentoque les destingue, de la vasta erudición que osten-tan y de sus elevadas dotes como escritores, comocríticos y literatos.

¡Tan peligroso es el sistema de la comparación ydel paralelo, que hace caer en el error á los hom-bres del más recto juicio y más elevada inteli-gencia!

Huyamos, pues, en estos estudios de toda compa-ración. Admiremos aisladamente á los héroes de lapalabra, procurando utilizar de todos y de cadauno lo que pueda servirnos y servir de guia y deejemplo á la juventud.

De esta suerte, nuestros trabajos llevarán el sellode la mejor buena fe y la más recta imparcialidad,únicos títulos con que llegarán á ser en todo casoquizá de algún provecho y merecer la bondad denuestros lectores.

111

Antes de ocuparnos de Cicerón como orador, co-mencemos por conocer al hombre, aprovechandolos datos que él mismo dejó consignados sobre suvida en muchas de sus obras, y los que debemosá sus biógrafos más ilustres.

De cuantas vidas se han escrito de Cicerón, nin-guna tan artística, tan interesante, tan dramáticani tan exacta como la de Plutarco, y de los tra-ductores de éste, ninguno tan elegante, tan poéticocomo A. Lamartine (10).

No son solo los atinados juicios y las oportuní-simas reflexiones lo que aquilata el mérito de unoy otro trabajo; es la forma con que nos presentan,con que nos ofrecen los menores incidentes relati-vos á la vida del orador romano.

Nació Cicerón, según la opinión más acreditada,en una modesta ciudad del país de los Wolscos,llamada Arpiño, de una familia de caballeros, el dia

(1) Lell. sur l'Elog.(2) Lell. X á Young clergyman.(3) Essai XIII of Elog.(4) Paral.(5) Cours de Litléralure.(6) Tom. I, part. 3 . ' , l ib . III, cap. II.(1) Emile, l ib. IV.(8) Lellre á Mgr. le Procureur imperial du Parlement.(9) Léttre á VAcademié francaise.(10) Cuyo trabajo traducido al castellano lia publicado

recientemente en Valencia el distinguido abogado D. Vi-cente Piño y Vilanova.

3 de Enero del año 646 de Roma, 106 antes deJ. C. (1).

Helvia, su madre, fue mujer superior por su va-lor y su virtud, como todas las madres, dice La-martine, en que se vacían los grandes hombres. Encuanto á su padre, todos son extremos, escribePlutarco (2); pues mientras unos afirman que se crióen un lavadero, no falta quien haga subir su origená Tulo Acio, que reinó gloriosamente sobre losWolscos.

No deja de ser curioso lo que se tiene por cosacierta respecto de la estima que Cicerón hacía de sunombre, pues se asegura que, aconsejándole susamigos cuando pretendió las magistraturas romanasque le sustituyera por otro, contestó:—Yo sabréhacerle más ilustre que el de los Escauros y Cátu-los.—Y se añade que siendo Cuestor en Sicilia hizoá los Dioses una ofrenda de plata en la cual mandógrabar sus dos primeros nombres, y en lugar deltercero dispuso que el artífice dibujara un garbaMt.

Pasaba también en su época como cosa averi-guada que su madre lo parió sin dolor y que ungenio, apareciéndose á su nodriza, la hizo saberque en la vida de aquel niño estribaba la salud deRoma. Pudo ser todo esto, dice Lamartine, efectode que su mirada y su fisonomía inspiraran en elcorazón de aquellas dos mujeres cierto presenti-miento de lo que habia de ser después.

Lo que hay de exacto en tales relaciones es que,escribiéndose la vida de los hombres ilustres des-pués de ser notoria su grandeza, no faltan nuncacuentos ó consejas más ó menos verosímiles conque alimentar la fantasía del pueblo y dar mayorrealce entre el vulgo á los que son ídolos de suaplauso y admiración.

No es preciso acudir hoy á este género de re-cursos para hacer respetable é interesante ante laposteridad el genio de Cicerón.

Helvia era evidentemente de una ilustre familia,y los abuelos y tios de Cicerón se habían señaladopor su capacidad para los cargos públicos y hastapor algunos rasgos inesperados de elocuencia enlas diputaciones que los Wolscos habían enviado áRoma en épocas diversas y anteriores. Vivían, [noobstante, á la sazón del nacimiento y aun durantela juventud de Cicerón, sin aspiraciones y consagra-dos al cultivo de su modesto patrimonio.

No es aventurada, antes bien, tiene mucho deexacta la observación hecha por Lamartine, de que,el genio no carece por lo común de abolengo, nise manifiesta aislado en una familia, mostrando

(1) Tácito, en su Diálogo sobre los oradores, dice que fueun año después.

(2) Téngase presente que hemos procurado utilizar loque de más notable se ha escrito acerca de la vida de Ci-cerón para redactar el presente capitulo.

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N.°185 A. BRAVO Y TÜDELA.—ESTUDIO SOBRE CICERÓN. 331sus gérmenes antes de llegar á ostentarse en un ifruto maduro y consumado. La naturaleza, añade,y en esto no estamos de acuerdo con el poeta ilus-tre, la naturaleza elabora largo tiempo sus obrasen la humanidad, como sucede en el reino mine-ral y vegetal, y el hombre viene á ser una entidadsucesiva que simboliza y acaso contiene en unasola alma las virtudes de las almas de cien genera-ciones (1).

Cicerón, según el retrato que de 61 nos hacensus contemporáneos, y él mismo reseña en susescritos, era alto, como conviene, dice Lamartine,al que ha de dirigirse á una multitud y dominarlacon su palabra. De fisonomía franca, noble, pura,correcta y expresiva, como iluminada por la supe-rioridad de su inteligencia. De frente ancha, na-riz aguileña y muy fina en su parte superior; demirada firme y reconcentrada unas veces, de or-dinario segura sin provocación; de labios delgadosy hendidos; de mejillas prominentes, macilentaspor la vigilia y el estudio, revelando en sus mo-vimientos la calma del filósofo y en ocasiones el ar-dimiento del tribuno.

Cuando se le veía avanzar hacia la tribuna, (ros-tres) y subir al sitio consagrado por los augures,la multitud callaba; un movimiento acentuadísimode curiosidad é interés era la señal inequívoca deque Cicerón iba á hablar. Ninguno obtuvo en Romaun privilegio semejante, ninguno1 fue saludado conmayor respeto y cariño que él, cuando seguido deun numeroso cortejo de retóricos griegos, de li-bertos, de clientes, de ciudadanos reconocidos á losfavores de su elocuencia, de discípulos y admirado-res, atravesaba las calles de aquella ciudad grave ysevera, monumental y artística, cuyas ruinas hemostenido la dicha de contemplar (2), fingiéndonos lafantasía ver cruzar á la luz de la luna por entre co-lumnas mutiladas y paredones derruidos la sombradesús grandes hombres.

No puede escribirse con plena exactitud acercade Roma sin haber visto á Roma; no puede estu-diarse por entero su civilización sin haber anteshecho un esfuerzo supremo, y sitio por sitio, lu-gar por lugar, haber reedificado con la menteaquellos restos colosales, aquellos restos sober-,

(1) Consignamos es ta observación por lo ext raña yperegrina enlloca de Lamar t ine .

(2) Debimos al Sr. D. (Jristino Martos, siendo minis t rode Estado, la honra de que nos nombrase para desempe-ñar una comisión del Gobierno español en Roma, y á ellael haber permanecido por espacio de seis meses en laCiudad E te rna . Jus to es que aprovechemos ocasión t anpropicia de consignar aquí nues t ro reconocimiento alministro y al amigo por u n a atención á que procuramoscorresponder con el mayor celo, y á la cua l se deben, enparte, resoluciones posteriores en bien de n u e s t r o s jóve-nes ar t is tas .

bios, leyendo en ellos tiempos que pasaron, tiem-pos que fueron.

El imperio material del mundo se explica fácil-mente siendo obra de un pueblo que construyó elPanteón, el Coliseo y las Termas; que á las líneasrectas de la arquitectura antigua supo añadir elarco, símbolo de unión y de enlace entre la simpli-cidad primitiva y el atrevimiento moderno; queechó los cimientos y trazó las vías, las plazas, lostemplos, los pórticos, los palacios, las maravillas,en íin, que á cada paso y de continuo brotan delsuelo de Roma no bien se le remueve con un findeterminado y consciente ó con un objeto cual-quiera (1).

Cuando en una tarde, sombría y triste por cier-to, llena el alma de recuerdos dolorosos, dirigimosnuestros pasos, solos, con un libro de memoriasen la mano y sintiendo todo el orgullo de nuestranoble profesión dentro del pecho, hacia el Fororomano, esperamos contemplar algo de la majestadde aquel augusto recinto en que habia resonado lainimitable elocuencia do Cicerón.

Conforme nos acercábamos al lugar objeto donuestra curiosidad y nuestro interés, sorprendía-nos la falta de indicios, de señales que nos reve-lasen su presencia, y temíamos no haber compren-dido bien el itinerario que se nos habia indicadopara encontrarlo.

Cuando llegamos á dominar desde el Tabulariwmla prisión Mamertina, el templo de la Concordia,el de Vespasiano, el pórtico de Dii consentes, elarco de Séptimo Severo, los Rostres, el templo deSaturno, la basílica Julia, el arco de Fabio, eltemplo de Antonio y de Faustina, la basílica Emi-liana, la de Paulo y los pequeños templos de Juno,aglomeración informe de monumentos de épocasdiversast>y preguntamos por el Foro romano,nuestra alma sintió una pesadumbre grandísima...el Foro romano ha desaparecido, el Foro romano noexiste.

El sitio donde resonó potente y majestuosa la vozde Cicerón ha sido durante muchos siglos lugar deescombros y de inmundicias, vertedero público dela ciudad; hoy es mercado de caballerías y bue-yes (2).

¡\h! ¡maldita, mil veces maldita la ceguedad y labarbarie humana!

¿Hasta cuándo las dóciles y fanáticas muchedum-bres, dirigidas por hombres sin corazón y sin con-ciencia, han de ser instrumentos de sangre, de ex-terminio y de muerte? ¿Hasta cuándo la obra delhombre no ha de ser sagrada para el hombre? ¿Has-

(1) Apenas se hace una excavación en Roma sin encon-trar restos de su antigua grandeza y esplendor.

(2) Campo Vaccino.

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ta cuándo lo que representa el trabajo, las fatigas,los adelantos y los progresos de los siglos no ha deser respetado?

En nombre de las cosas más santas se ha llevadola destrucción á todas partes; en nombre de la li-bertad, de la religión, en nombre de Dios mismo sehan llenado de escombros lugares donde reinara undia el arte, la alegría, la caridad y la virtud.

Roma está llena de ruinas, y esas ruinas repre-sentan en conjunto, la ceguedad de millares de ge-neraciones. La Europa moderna está llena de es-combros, y esos escombros representan de igualmanera la ignorancia, el rencor y la barbarie.

Los pueblos antiguos tenian disculpa; los pueblosiluminados por la luz del Evangelio no la tienen.

De gran número de monumentos romanos no que-da otra cosa que columnas y basamentos mutilados.Lo que la mano de los Papas no ha conservado órestaurado, lo que no ha arrancado á fuerza de oroá las entrañas de la tierra, no existe.

¿Los actuales señores de Roma encontrarán re-cursos para poder hacer, aunque quieran y lo de-seen, lo que sólo con el auxilio del orbe católico hapodido hacerse hasta hoy?

Dejemos al juicio de nuestros lectores la con-testación á esta pregunta, y prosigamos nuestratarea.

Según Lamartine, no pueden reprocharse á Cice-rón masque dos cosas: la vanagloria de sí mismo,y las indecisiones de los últimos dias de su vida ha-cia los tiranos de su patria.

El poeta francés, al apreciar tales cosas como de-fectos, obedecía seguramente á las exigencias deSUJ compromisos políticos, y olvidaba algo que de-bia saber: olvidaba que el amor propio es conse-cuencia necesaria del mérito personal y condicióninherente á la naturaleza humana.

Las grandes figuras históricas, los grandes perso-najes de las naciones, antes y después del cristia-nismo, no se diferencian un ápice en cuanto al amorde sí mismos. Por esto no hay ni puede haber com-paración posible entre los héroes de la religión y loshéroes de la tierra. Cicerón pertenece á estos últi-mos; la contemplación de sí mismo es, pues, unaconsecuencia natural de la índole, del carácter y dela naturaleza ,ie su celebridad.

En cuanto íi sus vacilaciones con los tiranos de supatria, es ests. acusación inmerecida por lo que haceá Cicerón.

Cicerón no fue adulador dü la tiranía, ni vaciló,como se deduce de las palabras de Lamartine, entr.eella y la libertad; defendió esta última combatiendoá los enemigos más implacables que ha tenido ytendrá siempre; los que poniéndola falsamente enboca de continuo, no la rinden nunca culto dentrode su alma y su corazón.

La educación de Cicerón fue muy á propósito paradesarrollar sus múltiples y privilegiadas aptitudes.

Cuando en nuestros dias se da el caso de que unfilósofo se muestre hábil político, un magistradopoeta inspirado, un matemático autor dramático depoderoso ingenio, se protesta en todos los tonoscontra la osadía del que de tal manera traspasa loslimites de su facultad ó profesión.

En Grecia y Roma, al contrario de lo que sucedehoy, la enseñanza era un verdadero gimnasio en elque no se ponía límite alguno á las disposicionesintelectuales de la juventud. Se enseñaba gramáti-ca, retórica, poética, oratoria, filosofía, historia, le-gislación, bellas artes, ciencias naturales, medici-na... y abiertas las cátedras á cuantos concurrían áellas, á ninguno se le expedía certificado de aptitudni competencia.

Cada cual sobresalía en lo que constituía sus afi-ciones, y si alguno lo abarcaba todo con su privile-giado talento, esto no inquietaba ni mortificaba á losdemás.

No pedimos nosotros que se dé á la enseñanza hoyese carácter, ni4que se supriman las facultades nilos títulos académicos; pero consignamos un hechoque dio por resultado la grande altura á que se ele-varon algunos hombres en la antigüedad.

Fueron maestros de Cicerón los más afamados desu época (d); aprendió en las letras griegas, comonos sucede á nosotros hoy con los modelos latinos,lo tradicional del ingenio humano, y en las letraslatinas los elementos del genio romano; distinguién-dose tanto desde sus primeros años, afirma Plu-tarco, que sus condiscípulos le titulaban rey de losescolares.

Los primeros trabajos literarios que hizo públicosCicerón fueron algunos poemas muy celebrados ensu tiempo, y de los cuales sólo quedan algunosfragmentos.

«La poesía, dice Lamartine, esa flor del alma, esla primera muestra del talento de Cicerón. Sueñoprimaveral de las grandes existencias, contiene ensombras todas las realidades futuras de la vida;reasume en imágenes todas las cosas, antes de co-nocer las cosas mismas. La poesía es el preludio delos pensamientos y el presentimiento de la acción.Las naturalezas ricas, como César, Cicerón, Bruto,Solón, Platón, comienzan por la imaginación y lapoesía... Cicerón fue tan superior orador porquefue poeta...»

Plutarco asegura que su fama de poeta igualabaá la que tenía como orador. «Reasumiendo cuantohabia sido pensado, cantado ó dicho de más bello,añade Lamartine, antes que él en la tierra, logra

(1) Filón, de la secta de los académicos; Muoio, juris-consulto, Antonio y Hortensio principalmente.

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N."185 A. BRAYO Y TDDELA. ESTUDIOS SOBRE CICERÓN. 333

formarse un tesoro inagotable de verdades, deejemplos, de imágenes, de elocuencia, de perfec-ción moral y cívica, que supo acrecentar y apurardurante su vida, para gloria de su patria y para supropia gloria; inmortalidad terrena en que los hom-bres de entonces hacían consistir sus merecimien-tos y su virtud."

La primera defensa de que Cicerón se hizo cargodespués de haber tomado la toga viril, fue la deRoscio, hijo de un proscripto, á quien un liberto deSila compró sus bienes en una cantidad insigni-ficante, y habiéndolo así hecho entender pública-mente, Sila para vengarse le acusó de parricida. Eltriunfo más completo coronó su arrojo, y su palabradistinguióse, según Plutarco, por su voz do exce-lente timbre y por su decir elocuente y apasionado.

Fuese por temor á la venganza de Sila ó porqueel estudio y las fatigas del bufete quebrantasen susalud, hizo poco después un viaje á Grecia, dondefue recibido según merecía su fama. Aplicóse denuevo á la elocuencia, oyendo los consejos de An-tíoco Ascalonita y de otros célebres retóricos.

Muerto Sila, regrosó á Roma, habiendo antes visi-taio el Asia y á Rodas, donde escuchó con fruto áJenocles de Atramicio, á Dionisio de Magnesia, áMenipo de Caria, á Apolonio Molón y al filósofo Po-sidonio, -•

No pudo excusarse ni tuvo más remedio desdeentonces, á pesar suyo, que consagrarse á la pala-bra, movido por los ruegos de sus amigos y admi-radores, y muy luego pretender los cargos públicosy las magistraturas más elevadas. Publicó, entretanto, obras sobre la lengua, sobre la retórica y elarte oratorio, que muestran la universalidad de susconocimientos.

Elegido Cuestor, magistratura que daba ascensoal Senado, se le confió el gobierno de la Sicilia, endonde logró hacerse querer con delirio. En sus pro-vechosas y frecuentes excursiones científicas logróhallar la tumba de Arquímedes, haciendo restaurará su costa el monumento en que reposaban sus ce-nizas.

Cumplido el tiempo de la cuestura, casó con Te-rencia; compró casa cerca del Foro, que abria á todocuanto encerraba de notable la ciudad; y ofreciendogratuitamente su elocuencia á cuantos de ella ha-bían menester, enriqueciendo de continuo su yafamosa biblioteca y pasando largas temporadas ensu casa paterna, en Arpiño, en Cumes, en las poéti-cas orillas del mar de Ñapóles, en Túsculo y al piéde las colinas de Alba, Cicerón vio deslizarse losaños más felices de su existencia, «contando, añadecon su inimitable estilo Lamartine, sus horas comoun avaro cuenta su oro; dando unas á la elocuen-cia, otras á la poesía; estas á la filosofía, aquellasal entretenimiento con sus amigos; algunas al paseo

bajo los árboles que él había plantado y entre lasestatuas que él había recogido; otras á la comida,pocas al sueño, no perdiendo ninguna para el tra-bajo; acostándose con el sol, y levantándose antesdel alba para mejor recoger su pensamiento en todasu fuerza y vigor.»

Tenía por entonces Cicerón unos cuarenta y dosaños, y su salud se había restablecido por completo.

Seis años después fue elegido Edil por el pueblo,reunido en tribus, y contra la costumbre de losdemás, no adornó su casa con las estatuas de susantepasados. Fue este un rasgo de modestia ó denoble orgullo en quien no quería deber á otros loque tenía el convencimiento de conseguir por sí.

Durante esta época de la vida fue cuando compu-so sus famosas arengas contra Yerres.

Dos años más tarde solicitó y obtuvo la Pretura.Pompeyo fue dictador, y Cicerón su alma y su con-sejo.

Col&eados en la pendiente de la vida pública noes fácil retroceder. Cicerón, que no había habladohasta entonces mas que ante los tribunales y anteel Senado, vióse precisado, vióse arrastrado contrasu voluntad á subir á la tribuna de las arengas y áencargarse de patrocinar ante el pueblo los altosintereses de la república. La defensa de Pompeyofue el lema escogido para su primer discurso polí-tico, y esto le valió la enemistad de Antonio y la deCatilina, pretor á la sazón como él y ávido del con-sulado, cuyo cargo le disputa y alcanza Cicerón,trabándose desde entonces guerra á muerte' entrelos elementos más disolventes y revolucionarios deRoma y el célebre orador.

Cicerón tiene el valor de los héroes, y acepta sinvacilar los penosísimos deberes que le imponía lafama de su elocuencia y el influjo de su palabra, co-locándolati servicio de la patria.

«El consulado de Cicerón concluyó con el terrorde los facciosos y la estimación de los buenos ciu-dadanos;» confesión preciosa debida á Lamartine, yque consignamos en elogio del orador romano, por-que ella no puede parecer sospechosa á los que debuena fe no creen posible que la tiranía provengade los excesos de la libertad con tanta ó más facili-dad que de las arbitrariedades de la autoridad y delpoder.

Proclamóse por esta época da su vida á CicerónPadre de la patria, y se le levantaron estatuas enlas ciudades de Italia como si fuese un Dios.

En la cumbre de las grandezas de la tierra esdonde está el mayor peligro para los que las alcan-zan, aunque sea por su verdadero mérito y valor.

La envidia es el arma que esgrimen los misera-bles, y los emponzoñados dardos de la envidia en-cuentran eco bien pronto en los pueblos degra-dados.

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334 REVISTA EUROPEA. — 9 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . .° 1Í

Cuando contemplamos la situación de Roma en laépoca del apogeo de Cicerón, nos sentimos entris-tecer viendo las analogías que con nuestros díastienen aquellos días y muchos de sus hombres conotros á quienes sin duda debemos los males que nosafligen.

¿Sería posible hoy que una voz honrada como lade Cicerón acabara para siempre con ¡as desdichasde la patria? ¿No hemos oido más de una vez voceshonradas perdidas en el vacío, estériles é infecun-das para el bien, para la unión y la armonía, para lapaz y el sosiego de España?...

Tres partidos bastaron en Roma para la ruina dela libertad y con ella para la ruina de la república.¡Cuántos partidos fraccionan hoy á nuestros hom-bres públicos y tienen en división funesta las ciuda-des, las villas, los pueblos y las aldeas más pobresy miserables!

Pompeyo representaba el primero y más podero-so, querido del Senado y del ejército, y cuyo sos-ten eran Catón y Cicerón: Clodio capitaneaba elsegundo, halagando los peores instintos de la plebey la codicia de sus tribunos; y César el tercero,rival y émulo de Pompeyo, y cuyo objetivo único,bajo las apariencias más democráticas, era la dicta-dura del sable y la imposición absoluta de su vo-luntad (-1).

Véase, dice Lamartine, cuáles eran en Roma,en el momento en que Cicerón alcanzaba el poder,los fermentos y factores del disgusto, del trastornoy la perturbación. El jefe momentáneamente reco-nocido de todas facciones coaligadas para la ruinade la República, si es que la anarquía puede tenerun jefe, era Catilina.

Catilina, hombre de sangre ilustre, de temple va-ronil, de una audacia pertinaz que el pueblo tomacasi siempre por grandeza de alma; de una grancelebridad militar, única cualidad que no puede dis-putársele; de una de esas facundias depravadas quesaben hacer hervir los vicios en las fibras corrom-pidas del corazón humano; sospechoso, si no con-victo, de muerte de un hermano, de asesinatos enla vía Apia, da envenenamientos secretos, de licen-cias casi tan infames como los anteriores crímenes;

(1) «Hombre, dice Lamartine, que habiendo sido enri-quecido por la naturaleza y por la fortuna de todos losdones del nacimiento, del rango, de la riqueza, de la edu-cación, de la elocuencia, del valor y del genio, prostituyótodas estas cualidades; joven con ~us vicios, maduro consu gloria y su ambición. César, nacido de la sangre lamás ilustre de Roma, añade, tomó el partido de los dema-gogos, como Catilina, á fin de tener dos instrumentospara su elevación: cerca del Senado, su aristocracia, cercade la multitud, su popularidad. Tenía necesidad, además,para cubrir su mala fama de joven, de ese favor apasio-nado de la plebe, que no exige la estimación, con tal quese acaricien sus caprichos y sus anarquías.»

envanecido hasta la insolencia do su nacimiento;fuerte por su popularidad, pronto en la venganza, yen fin, escudado por medio de secretas coalicionescon César, Clodio, Creso y otros sonadores, lo es-taba también, para que un cierto crédito cubriesesu dudoso renombre, para que ninguno osase reproeharle en público los delitos de que muchos leacusaban en secreto. Catilina era también, segúndejamos dicho, pretor, y habia fijado su ambiciónen el consulado. Apenas se vio defraudado en suesperanza por el triunfo del grande orador, cuandomedita derribar lo que no había podido conquis-tar, asesinar al cónsul, proscribir una parte delSenado, llamar los soldad os licenciados, los prole-tarios, los esclavos al asalto de Roma, y hacernacer en esa conflagración de todas las cosas, unaocasión de desquite y una dictadura criminal paraél y para sus cómplices. Si el mismo César no es-tíiba con él, era al monos un confidente mudo yquizá impaciente del éxito de la conspiración.

Al ruido inmenso de una tan vasta conspiración,de la que sólo las cabezas estaban ocultas, pero cu-yos miembros descubrían en todas partes su exis-tencia, Cicerón reúne el Senado y requiere á Catili-na á confesar ó á negar su crimen.

—¡Mi crimen! responde insolente el faccioso. ¿Esacaso un crimen querer dar una cabeza al poderdecapitado de la multitud, cuando el Senado, quees la cabeza del gobierno, no tiene cuerpo y nopuede nada por la patria?

Pronunciadas estas arrogantes palabras, Catilinasale, y el Senado, asombrado de tanta audacia, seapresura á dar la dictadura temporal á Cicerón parasalvar á Roma.

Catilina no se duerme después de una tan francadeclaración de guerra á su patria. Envía á Manlio,uno de sus cómplices, quien mandaba un cuerpo deveteranos en Toscana, la orden de sublevar á sussoldados y de venir sobre Roma. A cada uno de losconjurados les señal i un barrio • de la ciudad y lesdesigna la hora en que deben reunir al pueblo y di-rigir el movimiento. Las armas, las antorchas estándispuestas, señalados los edificios, contadas lasvíctimas: Cicerón es la primera. En la sangre de suprimer ciudadano debían los malvados sepultar lasantiguas leyes de Roma. Una mujer ilustre, queridade uno de los jóvenes patricios asociados al com-plot, corre por la noche á advertir á Cicerón paraque cierre al dia siguiente su casa á los sicarios. Sepresentan, en efecto, armados al amanecer en lapuerta del cónsul, de quien tenían prometida la ca-beza; pero la encuentran guardada por un puñadode buenos ciudadanos. Viviendo Cicerón, la ciudadtiene un centro, las leyes una mano, la patria unavoz, el Senado un guía. La ejecución de la conju-ración es aplazada. Cicerón no cede en vigilancia.

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N.° 185 J . OLMEDILLA. LA ATMÓSFERA. 335

Convoca al Senado á la primera hora del dia en eltemplo fortificado de Júpiter Stator ó conservadorde Roma. Catilina osa presentarse allí, convencidode que la falta de pruebas contra él atestiguará suinocencia, ó que la audacia intimidará al cónsul. Asu entrada en el Senado, todos los senadores seseparan de Catilina, como para preservarse del con-tagio ó de sospecha de toda criminalidad. El horrorante la ley hace el vacío alrededor del conspira-dor. Cicerón, indignado, pero no intimidado, se le-vanta y dirige al enemigo público el terrible y elo-cuente apostrofe de todos conocido y admirado.

Nadie se atreve en Roma á defender á Catilina.La patria se salva de un fantasma, más bien que deun opresor, por Cicerón.

A. BRAVO Y TUDELA.

(Continuará).

LA ATMOSFERA.

i.

Es natural que exista en toda persona de regularcultura, aun cuando no se halle iniciado en losgrandes principios de la ciencia, el deseo de cono-cer el aire que le rodea, al cual debe su vida, deliodo incompatible con la falta, siquiera sea momen-tánea, de su benéfico influjo. Por ól se alza el árbolen el bosque, la flor en el jardín, el ave tiende suvuelo cerniéndose en las alturas, el agua riza susuperficie ó se encrespa bramadora y sepulta al na-vegante. Al aire se debe el céfiro que nos vivifica yel huracán impetuoso que nos aniquila; á él, en fin,son debidos el fuego del hogar que sostiene la vida,y el fermento que constantemente está cambiandola naturaleza orgánica, haciendo girar sin punto dereposo todo cuanto existe, para establecer el in*acabable círculo de la materia, donde tanto han es-tudiado, y les falta todavía no poco que aprender, elmédico, el químico, el legislador, el industrial y elfilósofo.

De aquí el ofrecer tanto interés, bajo el punto devista histórico, el estudio del aire. Filósofos, histo-riadores, literatos, naturalistas, médicos, farmacéu-ticos y químicos, se han ocupado de un asunto cuyaimportancia se halla fuera de toda duda. Nosotrosvamos únicamente á considerarle en cuanto tienerelación con la ciencia, que es á todas luces el másinteresante aspecto.

Desde la época del gran filósofo Tales de Mileto,fundador de la escuela denominada jónica, cuyoautor afirmaba que los animales estaban constitui-dos por el aire condensado, hasta los modernos es-

tudios químicos que han llegado á formar un exten-so y bien acabado cuerpo de doctrina, hay diversi-dad de conocimientos acerca del aire, más ó menospróximos á la exactitud y más ó menos conformescon las ideas hoy predominantes. Así es que Anaxi-manes suponía que el aire era el principio funda-mental de todas las cosas y el fin de las mismas,por lo que los seres vivientes, luego que había enellos terminado la vida, se transformaban en aire.

Heráclito, perteneciente á la escuela eléatica, afir-maba que el fuego se alimentaba á expensas de su-til principio del aire, lo cual, si despacio se medita,no es más que una explicación sintética de la com-bustión, tal como la define la ciencia.

Pero el que primeramente habló de los cuatroelementos, aire, fuego, tierra y agua, fue Empédo-cles, para que después Platón, y más tarde Aristó-teles, uno de los más portentosos genios que la hu-manidad registra en sus anales, admitiera esios mis-mos cuatro elementos, si bien adicionando el étheró espíritu sutil.

Necesitamos llegar á los principios del siglo XVIpara estudiar á Cardano, el cual llegó á decir queel fuego no era un elemento, sino que se sostenía áexpensas de otro cuerpo, por él denominado flato,cuya sustancia existía en el salitre ó nitro. JuanP«ey, en el siglo XVII, dijo que la causa de aumen-tar el metal estaño de peso al exponerle al fuego,procede de que el aire se espesa y fija en el metal;si bien antes que todos estos, el alquimista Geber,en el siglo IX, dijo que los metales aumentaban depeso al calcinarse por la fijación en los mismos dealgunas partículas aéreas.

El módico inglés Mayow, también pertenecienteá la decimasétima centuria, dijo que habia en elaire un espíritu vital ígneo que alimentaba el fuego,servía para 11 respiración, y era, en íin, muy á pro-pósito para determinar las descomposiciones or-gánicas que hoy conocemos con el nombre de fer-mentaciones.

Pero todo lo que se habia hasta entonces dicho,no era más que el resultado de hipótesis cuyo fun-damento no reconocía la sólida experimentación.Faltaba que un talento superior se apoderase detodo lo que hasta entonces se sabía, para darlevigoroso impulso y trasformar el panorama cientí-fico, derribando lo erróneo y alzando un magníficoó imperecedero edificio. ¿Quién era este genio? ¿Aquién estaba reservada tan inmensa gloria? ¿Cuál hasido el hombre destinado á no morir en la historiapor ir unido á uno de esos destellos de luz que niel tiempo ni el olvido apagan? Es Lavoisier, sí, elcreador de la química, el mártir del fanatismo, elgran coloso científico de últimos del pasado siglo,quien ha dado á conocer la verdadera composicióndel aire, manifestando que contiene principalmente

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336 REVISTA EUROPEA. 9 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.° 485

dos gases, oxígeno y nitrógeno, constituyendo elprimero próximamente la quinta parte de la totali-dad del fluido.

II.

¿Será indefinido el sitio que ocupe el aire, ó es-tará, por el contrario, limitado á extensión corta?¿Tendremos á nuestro planeta exclusivo poseedordel aeriforme fluido, ó existirá en oti'os cuerposque giran por el espacio el mismo gaseoso baño?La ciencia contesta á las dos preguntas de un modosatisfactorio, diciendo que la extensión es de nueveleguas y media geográficas, y que el sabio físicoWollaston, cuyos trabajos acerca de la electricidadson tan notables, ha demostrado que sólo la tierraestá rodeada por aire.

Establecido lo anterior, digamos algunas palabrasacerca de la determinación do los componentes dela atmósfera. Diferentes medios se emplean parapracticar el análisis del aire. Todos los cuerpos quepuedan apoderarse de uno de sus principales ele-mentos (el oxigeno), dejando en libertad lo res-tante, son aptos para resolver el problema pro-puesto. Por eso puede emplearse un fragmento defósforo introducido en un tubo graduado y sostenidoaquel por medio de un alambre dispuesto de ma-nera que el aparato se halle del todo incomunicadocon el aire exterior.

Análogo es el fundamento del método de Brunner,que consiste en un aparato compuesto de un tubodonde so coloca cal apagada y amianto impregnadode ácido sulfúrico, ambas cosas con objeto de pri-var al aire del ácido carbónico y del agua. A con-tinuación existe otro tubo de menor diámetro, ín-timamente unido con el primero, donde hay unfragmento de fósforo, y, por último, un globo devidrio con llave, lleno de aceite, el cual sirve deaparato aspirador. Para que funcione, se calientael fósforo suavemente, se abre la llave del globode vidrio; el aumento de peso del fósforo nos indi-cará el oxígeno absorbido, y el volumen del globo,ya previamente conocido, nos dirá el nitrógeno,que es otri de los gases que hay en el aire.

Existen además los procedimientos do Dumas yBoussingault y el de Volta, cuya descripción espropia y exclusiva de las obras de química, comoen varios de mis libros he descrito con alguna mi-nuciosidad.

Por todos estos medios pe ha llegado á determi-nar que el aire atmosférico es una mezcla de dosgases, á saber: oxígeno y nitrógeno, en la propor-ción de 21 del primero y 79 del segundo.

¿Pero son estos dos cuerpos los únicos que hayen el aire? De ninguna manera. Existe también va-por acuoso, gas ácido carbónico, amoniaco, ozono,sustancias orgánicas producto de las incesantes

descomposiciones y metamorfosis que á toda horase verifican, y otros cuerpos de naturaleza varia,según sea el sitio en que se examine. No existiránlas mismas sustancias en el aire del campo que enel de las calles de ciudad populosa, ni tampoco enla sala de un hospital, en el salón de un teatro, enuna fábrica de productos químicos, en otra desti-nada á la obtención de tejidos, en las galerías de uncementerio, en las profundas cavidades de unamina ó en las habitaciones convenientemente ven-tiladas en que de ordinario vivimos.

La presencia del agua en la atmósfera se pone demanifiesto sin más que observar la facilidad con quese cubre de rocío un vaso que contenga una bebidahelada.

Fácil es, por consiguiente, hacer la determina-ción del agua que existe en la atmósfera, sin másque colocar hielo en un globo de vidrio y suspen-der éste en un sitio elevado de una habitación, éinmediatamente debajo un frasco que pueda servirde recipiente al agua condensada en la superficieexterior del globo. La cantidad de ésta será tantomayor, cuanto más vapor acuoso haya en el aire.

También hay otro gas que procede de la respira-ción y de la combustión entre otras varias causas,yes el llamado ácido carbónico. Este es ol que haceirrespirable el aire cuando se halla en mayor canti-dad que la mínima que puede tolerarse sin moles-tia. Para demostrar su existencia, basta exponer alaire el agua de barita ó de cal perfectamente íiltra-c'as, y no tarda en observarse su enturbiamiento,que será tanto mayor, cuanto más ácido carbónicohaya en el aire. Las obras de análisis química dan áconocer el procedimiento de Pettenkofer, que re-suelve este problema con admirable exactitud.

Hay también en el aire amoniaco, siquiera seaen cantidad pequeñísima, y cuya determinación sedebe á las sabias investigaciones de los eminentesquímicos Fresenius, Ville, Kcmp y Grasger, los cua-les han llegado á la apreciación de millonésimas,haciendo atravesar cantidades grandes de aire porácido clorhídrico puro dispuesto en aparato adecua-do, y tratando acto continuo el ácido indicado pormedio del cloruro platínico, cuyo cuerpo produce,en las circunstancias dichas, cloruro platínico-anió-nico, donde podemos por su peso determinar elamoniaco allí existente, haciendo aplicación de losgrandes principios filosóficos que nos da á conocerla química en el estudio de los equivalentes, debido.á la profundísima observación de los colosos de tanimportante ciencia.

El aire que no tiene las condiciones propias parallenar su alta misión fisiológica, á consecuencia dehaber sido viciado por la respiración de un númerocrecido de personas, recibe la denominación eleaire confinado.

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Pero aun en el estado normal contiene el aire unasustancia de que debemos ocupanios, por tenergrande importancia en su acción sobre el organis-mo. La sustancia á que nos referimos es el ozono.

III.

En el último tercio del siglo pasado se observópor Van Marums que, haciendo pasar una serie dechispas eléctricas por el gas oxígeno, adquiría unolor especial, y en 1840 Schoeinbein, profesor deBasüea, practicó más detenidos trabajos y denomi-nó á esa sustancia ozono, acerca de la cual se hanocupado la mayor parte de los químicos y no escasonúmero de médicos, habiendo convenido que no esotra cosa sino el gas oxígeno con alguna modifica-ción en sus propiedades, á lo cual llaman los quími-cos estado alotrópico. Es, pues, un estado alotró-pico del oxígeno. Pero un estado en el cual los ca-racteres del oxígeno se hallan exaltados, por loque tiene un olor especial, es un poderoso agentode oxidación y descompone diversidad de sustan-cias sobre las cuales es completamente inactivo eloxígeno cuando se halla en estado normal.

Así es que su presencia en el aire atmosférico seha considerado como influyente en el desarrollo dealgunas enfermedades, y su ausencia se ha reputadocomo causa de otras varias.

Las circunstancias que desde luego parecen te-ner grande influencia en la producción atmosféricadel ozono son: un descenso grande de temperatu-ra, los huracanes fuertes, la precipitación de! vaporacuoso, la nieve, la lluvia, y en general todos losfenómenos meteorológicos que van acompañados degran desprendimiento de electricidad. El cólera,ese terrible azote que siembra el luto por do quie-ra pase, se ha observado que comienza de ordina-rio en la época que hay menos cantidad de ozonoen la atmósfera y más temperatura, pero en su mar-cha no ejerce influencia el referido cuerpo, y hayobservadores que aseguran haber comenzado enalgunos puntos el cólera precisamente cuando elozonómetro acusaba mayores cantidades de ozonoen la atmósfera.

Hay diferentes casos en los que se origina elozono, tales son: la presencia del fósforo en el airecuando se halla el primero á medio sumergir en unbaño de agua; la descomposición en frió del cuerpodenominado sobreóxido bárieo por el ácido sul-fúrico; algunas esencias expuestas á la combinadaacción del aire y de la luz solar, etc., en cuyos de-talles no podemos entrar aquí por no permitirlo laíndole especial de este artículo.

Recientemente ha dado á conocer el eminente fí-sico Tyndall unos trabajos acerca de las partícu-las que flotan en el aire, los cuales tienen importancia suma, como acontece con todo lo que llevs

TOMO X.

mpreso el sello de la observación de una de laslumbreras científicas de nuestro siglo. Deseaba estesabio profesor inglés hacer desaparecer del airelas pequeñísimas partículas que flotan en e! mismo yperfectamente visibles cuando penetra un rayo douz solar en una estancia que se encuentra sumida;n la oscuridad. Para conseguirlo, hizo atravesarjlaire, con las debidas precauciones, por el vérticede la llama del alcohol en combustión, y desapare-aron por completo, lo cual parecía indicar que

era sustancia orgánica que se habia quemado. Colo-ó Tyndall una lámpara de alcohol encendida, en

un haz de rayos luminosos que iluminaba fuerte-mente el polvo del laboratorio. Veíanse en derredorde la llama unas bandas oscuras que levantabancolumnas de una especie de negro de humo, su-mamente visibles. Empleando en lugar de la llamadel alcohol la del hidrógeno, el efecto se observa-ba todavía mucho mayor.

La causa de este fenómeno era simplemente elennegrecimiento que resultaba de la ausencia en eltrayecto del radio de toda sustancia capaz de dis-persar su luz. Destruida la materia flotante de quehablamos, y habiendo desaparecido, por consi-guiente, la luz que en ella se reflejaba,era sustituidapor una perfecta oscuridad, que la ilusión ópticanos hace ver como inmensas mangas de humo den-sísimo que una materia en combustión estuvieseproduciendo.

Mas la sustancia que en el aire flota, de compo-sición variada y compleja, so halla a toda hora eninmediato contacto con nuestro organismo, pene-tra en los pulmones, en todas las cavidades, y pue-de en ocasiones dadas ser la causa inicial de algu-nas enfermedades, al modo que la levadura de cer-veza produce en una masa dispuesta conveniente-mente una fermentación extensísima, cuyos resul-tados son el completo cambio de la composiciónquímica anterior de aquel cuerpo. Es la gota deagua que hace salir la vasija ya completamente lle-na, la chispa que ocasiona la explosión de la masade pólvora. Hay también en el aire gérmenes deseres organizados, como han demostrado brillan-temente los trabajos de Pasteur respecto á las fer-mentaciones. Si se hace atravesar airo por tubosde porcelana previamente enrojecidos, observare-mos que se hace inhábil para producir fermentacio-nes, de igual manera que haciéndole pasar porpiroxilina.

No son infructuosos cuantos estudios se verifi-quen en este sentido, antes por el contrario, cree-mos que han de arrojar no escasa luz en el campode la patología y de la higiene, que bien lo han me-nester por io que se refiero á los conocimientosfísicos y químicos.

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IV.

Veamos algunas de las principales propiedadesdel aire.

No tiene colorexaminado en pequeñas masas, peroel conjunto tiene el color azul, de todos conocidoy por nadie imitado, constituyendo lo que recibeel nombre de cielo. Se disuelve en el agua en laproporción de 35 centímetros cúbicos de aire porlitro de aquel líquido, y no se ha conseguido hastaahora liquidar por medio alguno. Es el tipo al quelos físicos refieren las densidades de todos losgases.

El aire ejerce presión sobre todos los cuerpos, ynuestro organismo sufre, por consiguiente, el mis-mo efecto, dependiendo en ocasiones diferentes elestado de salud déla mayor ó menor presión queocasiona dicho fluido. Todo el mundo sabe el efec-to que se experimenta al subir á la cima de las al-tas montañas. El llamado mareo no es otra cosa queel efecto de un aire menos denso que, conteniendoen el mismo volumen menos cantidad de oxíge-no, obliga á la persona que en esas circunstan-cias se encuentra á verificar mayor número deinspiraciones. Por eso son más difíciles los movi-mientos, y hay gran fatiga, sed intensa y pulso ace-lerado, no tardando en presentarse flujos de san-gre por las fosas nasales y bronquios, intenso do-lor de cabeza y zumbido de oidos.

Así es que los individuos que habitan en sitiosmuy elevados, acaecen en ellos modificaciones fisio-lógicas que se hallan en completa armonía con elmedio en que viven. De igual modo, A medida quese profundiza en las entrañas de la tierra aumentala presión. Tabarió hizo el experimento de colocaren un aire comprimido a la presión de atmósfera ymedia á vanos individuos, los que no observaronsensación alguna digna de llamar la atención. Larespiración se hizo algo más lenta, y el pulso dis-minuyó en velocidad. Becquerel, en su obra de hi-giene que tuve la honra de traducir hace tres años,consigna que M. Triger con aparato destinado ála perforación de pozos, á la presión de dos atmós-feras experimentó fuertes dolores en los oidos,que desaparecían cuando la presión del aire conte-nido en el oido medio se equilibraba con el aireexterior. A tres atmósferas, la voz se hace nasal, larespiración es monos frecuente, los movimientosmás fáciles y enérgicos, la saliva y la orina se hacenabundantes, el cerebro se excita y el apetito seaumenta.

Una de las causas más frecuentes de enfermeda-des son los cambios bruscos de temperatura queexperimenta la atmósfera. No son de temer tanto elintenso frió y el excesivo calor, como esos repen-tinos tránsitos en el espacio de breves horas que

á veces se experimentan, y para los cuales no bas-tan cuantas precauciones puedan imaginarse. Sinembargo, un estudio especial de estas variaciones,la consulta previa del barómetro é higrómetros, noprecipitarse en hacer desaparecer nuestros abrigosen la estación primaveral, etc., todo podrá contri-buir á evitar en lo posible los efectos desastrososde las vicisitudes atmosféricas.

V.

Ya que acabamos de mencionar los higrómetros,digamos en lo que consisten esos aparatos para ex-poner más adelante algunos medios de purificaciónatmosférica, ó sean desinfectantes.

Los higrómetros son aparatos destinados á deter-minar la cantidad de vapor acuoso que contiene unvolumen de aire. Como generalmente la atmósferano se halla casi nunca saturada por completo dehumedad, las indicaciones de los higrómetros sonsiempre fracciones de este grado máximo de satu-ración.

Los físicos dividen los higrómetros en cuatro es-pecies, á saber: higrómetros químicos, de absor-ción, de condensación y los denominados psychró-metros. Consisten los primeros en hacer aplicaciónde algunas sustancias ávidas en extremo de la hu-medad, y cuyo aumento de peso nos indica desdeluego la cantidad de vapor acuoso existente en elvolumen de aire de que se trata. Los cuerpos cono-cidos con los nombres de eloruro calcico, ácido sul-fúrico y potasa cáustica, se hallan en esto caso.Disponiéndolos convenientemente, á fin de que pue-da verificarse el examen de su aumento de peso deun modo exacto, se consigue el resultado con bas-tante exactitud.

Pero los más usados son los higrómetros llama-dos de absorción, entre los que tenemos el de cabe-llo ó de Saussure, llamado así por el físico á quiense debe. Se compone de un cabello desengrasado,sujeto por la parte superior con un tornillo de pre-sión, y en la inferior arrollado á una polea, con unpequeño peso, á fin de que se mantenga el cabelloperfectamente tenso. En el eje de la polea hay unaaguja que se mueve sobre un cuadrante graduado.El aumento ó disminución de la longitud del cabellose halla en relación con el vapor acuoso que hay enla atmósfera, y el arco do círculo está de tal modograduado, que sus indicaciones son perfectamenteexactas. La dilatación ó contracción que puede ex--perimentar el cabello por los cambios de tempera-tura, se desprecia, puesto que se ha observado queuna diferencia de 33°, sólo puede hacer variar trescuartos de grado del higrómetro. Por lo demás, elcero indica el aire perfectamente seco, y el 100 elaire completamente saturado, y la invariabilidad deeste último demuestra que en el aire saturado el

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N.M8B 3. 0LMED1LLA. LA ATMÓSFERA. 339

cabello absorbe siempre la misma cantidad de agua,sean cuales fueren la temperatura y densidad delvapor.

Hay también los higrómetros do condensación deDaniel] y de Regnault, muy útiles para las indicacio-nes de la perfecta saturación del aire por el vaporacuoso, y cuya descripción es sólo pertinente enuna obra de física.

Existen asimismo otros aparatos de uso vulgarpara practicar idénticas determinaciones. Tales sonuna figura que representa un mágico que señala consu vara las diferentes variaciones atmosféricas, uncapuchino que se cubre la cabeza con su capuz, unermitaño que abre ó cierra las puertas de su celda,según el tiempo se halla más ó menos bonancible,6 un elegante con paraguas al brazo, que lo abrepara indicar la proximidad de la lluvia. E-tos apa-ratos tienen por fundamento una cuerda de guitar-ra, cuya longitud varía según el estado higromé-trico de la atmósfera; pero su exactitud es muy es-casa, porque tiene que vencer los obstáculos queopone la resistencia de las piezas que hay que mo-ver en la figura, y además hay también poca fijezaen la propiedad higroscópica de la cuerda. Por eso,más bien que aparatos científicos, son objetos de re-creo, cuyas indicaciones sólo pueden tomarse comoaproximaciones, nunca como datos fijos.• El estado eléctrico de la atmósfera tiene tambiénimportancia en ¡a salud. Gran número de fenóme-nos meteorológicos que tienen lugar, reconocenpor causa la electricidad atmosférica. El primero,que estableció un paralelo exacto catre el rayo y laelectricidad fue Franklin, célebre americano quedio á su nación tanta gloria, y mas tarde, guiadopor sus ideas, el físico francés Daübard continuócon fruto todos estos trabajos. Franklin, que habíadescubierto el poder que parala electricidad tienenlos cuerpos terminados en punta, ha sido el que hainmortalizado su nombre con el descubrimiento delaparato destinado á arrancar el rayo de las nubes,á encadenar, en una palabra, las tempestades.

La electricidad atmosférica se manifiesta, sjn em-bargo, en el tiempo sereno, y hay un electrómetrodado á conococer por Saussure, que se usa en estegénero de investigaciones, cuyos resultados sonmuy exactos. Cuando el cielo está enteramente des-pejado y sin nube alguna, se observa en la atmós-fera la electricidad positiva, pero de intensidad va-riable según las alturas en que se examina y lashoras del día en que tiene lugar el experimento. Enlos sitios más elevados y solitarios es donde se ob-serva el máximum de electricidad. En el interior dolas casas, en las calles de las ciudades, bajo lascopas de los árboles no se observa indicio algunode electricidad positiva. Al amanecer es muy pe-queño el exceso de electricidad positiva; aumenta

hacia las once, según las estaciones, para decrecerdespués, hasta momentos anteriores á la posturadel sol, y volver nuevamente á aumentar hasta quedecrece en las horas próximas á la madrugada.

Estos aumentos y disminuciones se observantanto mejor, cuanto más serena está la atmósfera.Las causas do la electricidad atmosférica son laevaporación constante de las aguas en la superficieterrestre y la multitud de reacciones químicas quese originan á toda hora en torno del aire. Todaslas nubes se hallan electrizadas, ya sea positiva ónegativamente, y el relámpago no es más que ladescarga eléctrica verificada entre dos nubes, asícomo el trueno es el resultado de la detonación queal brillo del relámpago sigue, y que son simultá-neas, por más que á nuestros sentidos llegue pri-mero el resplandor que el ruido, lo cual dependedéla velocidad mucho menor del sonido que dela luz.

Cuando la descarga eléctrica tiene lugar entreuna nube y el suelo, entonces se verifica el rayo,cuyos efectos son tan desastrosos, produciendo in-cendios de edificios y la muerte intantánea de laspersonas, ó la pérdida de su vista, ó desgracias deigual consideración.

Los efectos que la electricidad atmosférica ejer-ce en el organismo son la producción de pesadez,dificultad en el ejercicio de los trabajos intelectua-les y aumento de perniciosidad en los miasmas pa-lúdicos. Además, las personas atacadas de dolen-cias crónicas, observan aumento en las mismas,como acontece con los atacados de dolores reumá-ticos y de alecciones á las vías respiratorias: los in-dividuos nerviosos, impresionables y los escrofulo-sos y escorbúticos son los que más notan los efec-tos de la electiycidad atmosférica.

El mejor y más indiscutible de los medios paraevitar el rayo, es la construcción de pararayos,invento maravilloso con que inmortalizó Franklinsu nombre en 1753, y cuyo fundamento es la elec-tricidad por influencia y la acción que ejercen enlas corrientes eléctricas los cuerpos terminados enpunta.

La acumulación do seres orgánicos animales enun punto dado, favorece ¡a descarga del rayo, locual se debe á que su traspiración da origen á unacolumna ascendente de vapor, cuya columna tras-mite la electricidad mejor que el aire seco. Lostrajes tampoco son del todo indiferentes, pues losleji'los de seda son los que preservan mejor de laacción del rayo, mientras que los de algodón son,por el contrario, buenos conductores de la electri-cidad.

En otros artículos trataremos de las nubes, llu-via, nieve y escarcha, y sólo diremos ahora que elgranizo se ha supuesto formado por la acción eléc-

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340 REVISTA EUROPEA. 9 DE SETIEMBRE! DE 1 8 7 7 . N.MÍ

trica, á un cuando no se ha dado todavía una satis-factoria explicación acerca de la manera de for-marse.

Es grandísima imprudencia acogerse durante lastempestades en pisos altos, en iglesias ó edificioscon elevadas torres, si estíis no se hallan provistasde pararayos, ó acelerar la marcha en el caso dehallarnos en despoblado, pues la descarga eléctricatiene lugar en la dirección de las corrientes deaire.

vi.

En el aire existen lo que recibe el nombre demiasmas. Esta palabra es sumamente abstracta enatención al significado que tiene; pero puede defi-nirse diciendo que es la alteración producida en elaire por emanaciones orgánicas. La respiración, elsudor, los detritus orgánicos, en una palabra, danpor resultado la existencia en la atmósfera de unasustancia orgánica, acerca de cuya naturaleza haytodavía mucho que estudiar y á la que se debe elolor especial que se observa en los sitios donde haygran número de personas acumuladas, y los funes-tímos efectos de las epidemias que han invadidomuchas veces los establecimientos benéficos y pe-nitenciarios.

Si esto acontece con la reunión de individuos sa-nos, puede calcularse desde-luógo lo que sucederácon el conjunto de individuos enfermos. Por esa ra-zón, en los hospitales, casas de maternidad y desocorro, alcobas de enfermos, etc., se han de re-doblar las precauciones higiénicas y han de presi-dir siempre á su creación los dictámenes cientí-ficos.

El miasma se trasmite de diversas maneras: enunas ocasiones por el contacto; otras veces por me-dio de corrientes du aire, y otras por los trajes y di-ferentes objetos. Se ha observado que los miasmas,una vez producidos, se conservan largo tiempo sinser destruidos por la muerto del individuo produc-tor. Así es que se ha observado el caso de un sepul-turero que abrió en una ocasión el sepulcro de unhombre qae treinta años hacía se hallaba enterra-do, habiendo sido la causa de su muerte la viruela,y tuvo la desgracia el sepulturero de romper con elazadón la tapa del ataúd. No tardó en extendersepor el ambiente una fetidez extraordinaria, y entrelas varias personas que se encontraban presentes,muchas, y entre ellas el enterrador, fueron ataca-das de viruela, extendiéndose á los pocos dias laenfermedad á toda la comarca.

Los individuos que por su mal se hallan en elfoco de los miasmas, deben, para contrarestarlosenlo posible, observar de un modo rigoroso las pres-cripciones higiénicas; tener un método ejemplaren el uso de los alimentos, evitar los cambios brus-

cos de temperatura y los excesos en todo linagettrabajos. En semejantes casos, toca á los gobierno!?velar por el estado de la salud pública, y á los mn-jnicipios secundar las disposiciones del poder cen-tral, arbitrando por su parte medios que puedan:aliviar la suerte de los pueblos.

Los mejores desinfectantes son los siguientes.Entre los cuerpos gaseosos, el cloro, ácido sulfuro-so, ácido hiponítrico, ácido clorhídrico y los vapo-;

res de ácido nítrico. De cuerpos líquidos, las diso-luciones de potasa, cal y barita; las de los cloruroszíncico y férrico, de hiposulfito sódico y nitratoplúmbico, de hipoclorito calcico y sódico, de per-manganato potásico, de ácido fónico y aceites esen-ciales de algunas plantas aromáticas. Cuerpos sóli-dos, son desinfectantes el carbono y el yodo.

Pero los que más se emplean con este objeto,son el gas cloro, el ácido hiponítrico, las fumiga-ciones de ácido nítrico (llamadas de Smith) y el rie-go con una disolución de hipoclorito calcico. Asilohemos ya consignado en varios trabajos anterioresrelativos á desinfectantes (i). Nada más fácil queobtener el gas cloro con el fin de desinfectar. Paraello, en una vasija de vidrio ó loza se colocan ymezclan dos sustancias llamadas bióxido de man-ganeso y ácido clorhídrico, elevando ligeramentela temperatura, y no tarda en comenzar á despren-derse un gas, peligroso si se respira, pero que tieneuna destructora acción sobre las sustancias mias-máticas. Más eficaz todavía es el denominado ácidohiponítrico, que se produce poniendo en una copafragmentos de cobre y ácido nítrico, y en el mo-mento se observan abundantes columnas de vapo-res rojos constituidos por el gas de que se trata.

Las fumigaciones de Smith se producen poniendonitrato potásico reducido á polvo en contacto conácido sulfúrico y aumentando ligeramente la tempe-ratura.

Todos estos desinfectantes se han de usar conprecaución, pues además de ser gases que atacanfuertemente á los órganos respiratorios, son tam-bién destructores de las materias colorantes, y deconsiguiente hay que evitar de un modo cuidadososu contacto.

Pueden y deben emplearse el cloro ó el ácido lii-ponítrico en la desinfección de las casas donde haocurrido un fallecimiento, en las salas de mi hospi-tal (previamente desalojadas de enfermos), en uncuartel, en los distintos aposentos de una cárcel,en un buque, en un lazareto, en los patios de UÍmatadero y en las galerías de un cementerio. Seráconvenientísimo no dar al olvido la circunstancia de

(1) Un folleto publicado en 1865 y una extensa Memoriapremiada en concurso público por la Real Academia deMedicina de Madrid en 1813, que ha visto también la luípública en la REVISTA EUROPEA.

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185 J. OLMEDILLA. LA ATMÓSFERA. 341desinfección, pues no hay duda alguna que seítfuyen de este modo las partículas miasmáticasle forman otros tantos gérmenes de mortales en-raiedades, las cuales producen aterradoras epi-imias. Para practicar esta purificación, debe pro-irarse que la acción del gas desinfectante se ex-onda á todas las regiones del espacio que nos•oponemos sanear, lo cual se conseguirá impi-endo que lleguen nuevas corrientes do aire mién-ás actúa el gas, y después procurar que una at-lósfera sana y despejada reemplace al maléficoTibíente antiguo, ya combinado con ol gas des-ifectador.

VII.

Está químicamente probado que el aire es unaaezcla de los dos gases ya citados y no una combi-lacion, lo cual bajo el punto de vista químico esnuy distinto, aunque aparezca en el lenguaje usual:asi sinónimo. Además de todo lo expuesto, influyeambien en la saiud la intensidad luminosa de laitmósfera. No ha sido raro observar la producciónle la gota serena (amaurosis) y otras enfermedades¡asi tan graves del aparato de la visión, en solda-ios que habían estado largo tiempo maniobrandojajo la influencia de un sol brillante ó en obrerosjue se habían ocupado en la extinción de un granincendio y habia sido su vista deslumbrada por losvivos destellos de inmensa llama.

Es, pues, conveniente evitar esta acción enérgicade la luz, modificándola con el uso de cristales ahu-mados ó azules; pues, délo contrario, hay gravespeligros de contraer enfermedades que nos privendel ejercicio de un órgano tan necesario para lavida y en ocasiones tan indispensable, que sin élmiraríamos la existencia como eterno páramo y tor-cedor sin fin de una pena cuyos límites sólo se en-cuentran en la tumba.

Después de lo que llevamos expuesto, puede fá-cilmente deducirse la importancia que bajo muy di-versos aspectos ha de presentar el estudio del airey lo interesante que es en todas ocasiones de lavida su mayor estado de pureza. Por ese motivo, elaire puro es hasta un medio de curación. Muchosmédicos militares le emplean en los casos de epide-mias de tifus que se desarrollan en el ejército. Haytambién gran número de operaciones quirúrgicasque sería la mayor de las imprudencias practicarlasen un aire sobrecargado de miasmas, y en muchoscasos las desastrosas consecuencias de multitud deoperaciones son debidas, no al operador cuya des-treza se halla fuera de toda duda, sino á las condi-ciones maléficas que al enfermo rodean, sin que enellas sea posible curación alguna. Hó aquí la razónde tener muy en cuenta siempre la pureza del aireen que I03 enfermos se encuentran sumergidos,

aunque, desgraciadamente, en muchos casos se daal olvido, por más que los resultados vienen á re-cordarlo con aterradoras voces.

La lluvia y las corrientes de aire son los mediosnaturales de purificación atmosférica, porque arras-tran y disuelven las emanaciones miasmáticas. Lainvención de los ventiladores responde al mismoprincipio, y así es que hay algunos fundados en larenovación de las capas de aire por su diferenteligereza y que hacen al propio tiempo el oficio dechimeneas y caloríferos, los cuales, al propio tiem-po que comunican agradable temperatura al am-biente, favorecen la salida de los miasmas con lafácil y pronta renovación de las capas de aire.

La atmósfera fria produce en el organismo efec-tos tónicos; pero es preciso que sea dentro de cier-tos límites, pues si éstos se traspasan, se predis-pone á congestiones sanguíneas ó inflamaciones delos órganos respiratorios, la piel se pone rugosa,se amortigua la sensibilidad de los órganos exte-riores y la traspiración se suprime.

El aire, obrando sobre la superficie de la piel,experimenta alteración en su constitución química,pierde una parte de su oxígeno y es reemplazada porácido carbónico.

Los vientos, ó sea las corrientes de aire ocasiona-das por los diferentes cambios de temperatura, ac-túan favoreciendo la evaporación de los líquido»que se hallan en la superficie de la piel y otras ve-ces por su temperatura ó la humedad. También esmuy digna do tenerse en cuenta la velocidad de losmismos, pues hay gran distancia de lo que se llamacéfiro al huracán furioso. La temperatura de losvientos ha hecho que se clasifiquen en cálidos yfríos. Entre los primeros hay el simoum ó vientoabrasador del desierto que arrastra nubes densísi-mas de arena, verdaderas montañas flotantes, bajolas cuales quedan sepultadas las caravanas queatraviesan aquellas inmensidades de áridos terre-nos; al paso que los vientos que vienen del Norte yhan atravesado los mares ó se han bañado en lacima de las cordilleras eternamente coronadas denieve, tienen opuestas condiciones.

Tal es lo que principalmente se ofrece á la con-sideración científica en el estudio del aire. Las ideasdiversas que sólo indicamos en varios párrafos deeste artículo, merecen desarrollarse en extensoslibros; pero lo enunciado es suficiente, á nuestromodo de ver, para darlas el merecido lugar en losanales de la higiene. Las diferentes ciencias en quetienen cabida, nos dicen desde luego la vasta com-plexidad de un estudio al que que no hay profe-sión, carrera, ni humana condición que pueda serleindiferente ó extraño.

JOAQUÍN OLMEDILLA Y Ptim.

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342 REVISTA EUROPEA.- - 9 DE SETIEMBRE DE 4 8 7 7 . 18S"!

LA HERMANA PEQUEÑA.

Eran tres hermanas: las tres bonitas, las tres dis-cretas y las tres pobres.

El padre se llamaba D. Ambrosio, y era cesantedesde el 29 de Setiembre.

Podia vivir con comodidad, porque habia ahor-rado un poco; pero las niñas no tenían dote.

Una niña sin dote os un punto negro do la socie-dad moderna, porque la sociedad moderna es posi-tivista.

Las tres niñas de D. Ambrosio esperaban, sin em-bargo, casarse con un millonario cada una.

La vida que haeian era, según ellas creían, lamás á propósito. Era una vida, sin embargo, que áD. Ambrosio le traía á mal traer, porque el pobrehombre no podia con el gasto que traía consigo.

Porque las niñas, ó, por mejor decir, dos de ellas,Luisa y Aurora, no perdonaban diversión ni turnopreferido en día do moda. Iban á paseo todos losdias, al teatro tedas las noches, de cuando en cuan-do á un té, de cuando en cuando á un baile.

Modesta, no.Modesta, que era la más pequeña y la más bonita,

parecía la más vieja de las tres por su carácter.—¿Pero te educas para monja?—le decían sus dos

hermanas.•-Dejarme estar, que yo sé lo que me hago.Y la dejaban y se marchaban todas las noches al

teatro Real, ó al Español, ó al de la Zarzuela. DonAmbrosio ¡es claro! hacia veces de mamá, porqueera viudo y las niñas no habían de ir solas. Tambiéniba con ellas Isidoro, un pobre chico, empleadocon diez mil reales en un ministerio y que soY.npe-r/arsfí, como se suelo decir, siempre que la familiatenía un palco ó un coche alquilado para pasco.

—Isidoro es un buen chico,—decia ü. Ambro-sio;—tiene porvenir...

— ¿Porvenir? — decia Luisa. — ¡Bonito porvenir!Diez mil reales y republicano, y ahora que va á ve-nir la monarquía...

—¿Porvenir?—añadía Aurora.—Ya le he visto ce-sante tres veces en cuatro años.

—En camhio,—observaba D. Isidoro,—tiene mu-chos oficios: porque, además de su sueldo, ganacinco mil reales como administrados' de una casade la calle de la Lechuga, y cuatro mil que viene ásacar de comisión vendiendo vinos de Jerez...¡qué! ¡si el Isidonto es una hormiga!

Y era verdad. Isidoro era una hormiguita. Nohabia medio de que convidase nunca á las niñas alcafé rii las comprara un cartucho de caramelos.

Cuando iba al teatro, acudía cuando se empezaba

el segundo acto, por no verse en el compromiso detomar las entradas.

Dejaba que D. Ambrosio comprase La Correspon-dencia para pedírsela prestada, y luego se quedabacon ella, y al cabo de tres meses las vendía al peso 'y se ganaba tres pesetillas.

Pues señor, como digo de mi cuento, las chicas.se ponían muy tiernas cuando las miraban los go-mosos, como dicen ahora. En la casa eran presen-tados muchos de ellos; las niñas se trataban con lomejor de la corte.

Y Modestita, siempre muy seria y siempre encasa.

Un dia, D. Ambrosio ganó sesenta duros á la lo-teria. Las chicas alborotaron la vecindad, y no pa-raron hasta conseguir que los sesenta duros fueranrepartidos á partes iguales.

Luisa con sus veinte duros se compró un vestidode sedalina morada, que adornado con unos tercio-pelitos negros y qué se yo qué, resultó elegantí-simo.

Aurora abonó tres butacas de mllejonen el teatrode la Zarzuela, como quien sabía dónde se coloca-ba. Modesta se guardó su dinero, y una noche,m.éntras las chicas, como decia ella, salieron alteatro, salió ella con la criada, una criada de treintaaños de servicios en la casa y á quien desde niña lla-maban la Chacha, y volvió al poco rato con dos ga-llegos, que traían una gran caja de madera, quellevaron al cuarto de MoJesta.

Las chicas volvieron del teatro á las doce y medía, tan contentas, tan satisfechas... el vestidode Luisa había hecho furor... habían dicho á todossus amigos y amigas que se habían abonado; donAmbrosio venía echando pestes de Salas y de laZarzuela.

—¿Qué tienes ahí?—dijo Luisa reparando en el ca-jón que había traído Modesta.

—Nada,—respondió la hermana pequeña tapán-dolo con el cuerpo.

—¿A ver, á ver que has comprado?—dijo Auro-rita.

—¡Nada! ¿Qué os importa?—¡Ay! qué hurón! Apuesto á que es alguna ton-

tería.—Serán libros viejos.—Algún retablo.—¿Es un organillo?—Vamos, no seas simple, enséñanos tu compra.Modesta se reía y no enseñaba lo que habia den-

tro de la caja. No hubo medio do descubrir el se-creto. D. Ambrosio aseguraba que sería algún re-galo para él, que cumplía sesenta y cinco años den-tro de pocos dias.

Las chicas, con sus trapos y sus proyectos para eldia siguiente, no volvieron á ocuparse del tapujo.

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í.* 185 E. BLASCO. LA HERMANA PEQUEÑA. 343

Se durmieron sonando con un batallón de novios,y se despertaron dispuestas á molestar á ia her-mana pequeña.

Porque, eso si, se reian de ella, la criticaban sureclusión voluntaria, pero la exigían que las peina-se, que las diera ol plan de un vestido, que las co-locara las flores en la cabeza ó en el pelo. Modestaera tan mañosa, que tocio se lo encontraba hecho.

Cn dia que fue Isidorito á verlas por la mañana,le dijo Luisa:

—¿No sabe usted que mi hermana ha hecho unacompra?.

—Ya lo sé,—dijo Isidoro.—¿Qué es lo que sabe usted?—dijo Modesta en-

cendida de cólera.—¡Ah!—dijo entonces Isidoro poniéndose mora-

do;—creí que me decían ustedes otra cosa.Luisa y Aurora se miraron.—Pues si, señor,—dijo Aurora,—ha comprado mi

hermana un bicho que está encerrado en un cajónde madera y no se puede ver.

—Debe ser un animalucho raro,—dijo Luisa.Y se reian como unas bobas.Isidoro cambió de conversación.—¿Saben ustedes que se casa el Vizconde?Aurorase puso pálida.—No puede ser,—exclamó.—¡Vaya si puede ser! Como que acabo de oir la

primera amonestación en la iglesia de San Luis.—¡Títere!—murmuró Aurora.Y se marchó á su cuarto.—La verdad es,—dijo Luisa entonces,—que no

tenía ninguna necesidad de haber hecho creer á mihermana Aurora que estaba enamorado de ella.

D. Ambrosio,que oiala conversación, «cA» unser-mon diciendo que sus dos hijas mayores eran unassimples, que se creían todo lo que les decían loshombres, y que...

En este momento entró la Chacha y dijo:—Ahí viene la criada del cuarto principal que

quiere hablar con ustedes.—¿Con nosotros?—dijo D. Ambrosio.—Eso dice.—Llame usted á mi hija Aurora y recibiremos to-

dos á esa criada.Vino Aurora llorando.—¿Qué tienes?—le dijo su padre.—Nada, que me he pinchado.—No será de coser,--^dijo Modesta sonriendo.—No, porque no soy tan cursi como tú.Entró la criada del principal y dijo:—Buenos días, ¿están ustés güznos?D. Ambrosio contestó por todos, y la criada dijo

en seguida.—Pues... dicen mis señores que á ver si hacen

ustés el favor de no armar «se ruido por las noches,

porque no lo puen aguantar, y á más que está miamo enfermo...

Todas las personas que habia en la sala se mi-raron.

—Ruido... ¿aquí?—dijo Luisa.—¡Si nosotras vamostodas las noches al teatro, y en cuanto venimos nosacostamos!

La Chacha y Modesta se habian puesto muy co-loradas.

—Diga usted á los señores,—exclamó Modestapor fin,—que está bien, que no habrá más ruido.

Apenas se hubo marchado la criada del principal,llovieron las preguntas sobre Modesta y la criadaantigua.

—¿Se puede saber qué pasa en mi casa por lasnoches?—gritó D. Ambrosio.

—¿Es decir que aquí hay jarana en cuanto nosvamos?—exclamó Aurora.

—¿Te pasas la noche bailando, hija mía?—pre-guntó Luisa.

Modesta se echó á llorar y se marchó corriendo.Ya iban á seguirla todos, cuando Isidoro dijo:—No es nada, D. Ambrosio; yo les diré á ustedes

lo que pasa; déjenla ustedes llorar... se ha asusta-do, pero... en fin, todo se arreglará... hasta otrorato!

II.

Desde aquel dia Modesta fue objeto de todo génoro de bromas, que se hubieran prolongado hastaconvertirse en insultos, si un suceso inesperado nohubiera venido á absorber toda la atención de la fa-milia.

Una noche al volver del teatro, D. Ambrosio sesintió malo; á la madrugada se sintió peor, y á lamañana siguiente dijo el médico que no duraría tresdias, porque»tenía nada menos que una pulmoníafulminante.

—Sí,—dijo D. Ambrosio, que enfermo y todo con-servaba su mal humor y su franqueza.—Se empe-ñaron ustedes en que con sesenta y cinco años sa-liese todas las noches al teatro, á los bailes, al de-monio, ¡y es natural, reventaré como una bomba!

Luisa y Aurora comprendieron tarde que el pobreviejo tenia razón, y lloraron desconsoladas.

Isidoro entró en la alcoba, y dijo:—I). Ambrosio, quisiera revelar á ustedes un se-

creto.—Dejadnos solos,—dijo el enfermo á sus tres

hijas.—No,—dijo Isidoro;—que se queden.Y habló de esta manera:—Yo, señor, hace mucho tiempo que tengo pen-

sado casarme con Modesta.El enfermo, Luisa y Aurora se quedaron estupe-

factos.

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344 REVISTA EUROPEA. 9 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 .

—Y como ella y yo somos pobres, — continuóIsidoro,—hace mucho tiempo que, contando con elpermiso de usted, estamos preparando la boda.

Luisa y Aurora, aunque parezca extraño, rechi-naban los dientes.

—¿Se acuerda usted de aquel cajón que tanto ex-citaba la curiosidad de estas señoritas?—preguntóIsidoro.

—Sí, sí, ¿qué era?—Pues era una máquina de coser que adquirió

Modesta á medias conmigo, y con ella y dos pie-zas de tela que teníamos compradas con nues-tros ahorros ha hecho Modesta en tres meses todoslos trapitos para nuestra casa y un equipo modestode novia. Mientras ustedes se divertían y gastabandinero , Modesta y yo ahorrábamos y hacíamosnuestra cuenta. Ese era el ruido que tanto moles-taba á los del principal. La máquina de coser, queparece una tormenta deshecha.

D. Ambrosio se incorporó en su lecho, extendiólos brazos y en ellos se arrojaron Modesta é Isido-ro, mientras la voz del padre decía:

—Hazla muy feliz, que es muy buena... ¡Lija mia!¡bendita seas!

Diez minutos después, espiraba sin haber dirigi-do una palabra á Luisa ni á Aurora.

* III.

De esto hace un año. Modesta y su marido sonlos esposos más felices del mundo. Modesta, sinembargo, tiene una pena. Su marido le ha prohibi-do todo trato con sus hermanas. Luisa y Aurora,sin padre, sin educación, sin recursos, han acabadopor ser dos aventureras... ¡Era natural!

En La, Correspondencia del otro dia se leia el si-guiente anuncio: «Se vende una máquina de cosercasi nueva; en la calle del Bonetillo, número 17,cuarto sotabanco.»

Modesta y su marido leyeron este anuncio y seles arrasaron los ojos de lágrimas.

—¡Es mi máquina!—dijo Modesta.—¡El secreto denuestra felicidad! No me la quisieron dar cuandome casé, y ahora la venden...

—Para ir al primer baile de máscaras de esteaño,—d jo Isidoro con desprecio.

—¡0 tal vez para comer mañana, Isidoro!—dijoModesta.—¡Vé y cómprala!

Isidoro la ha vuelto á comprar y ocupa el lugarpreferente del gabinete de su esposa. Luisa y Aurorano necesitaban venderla para comer, porque no lesfalta dinero. La vendieron porque la máquina e.n lacasa era un mueble ridiculo, inútil. ¡Porque es unamáquina de coser, y esas desventuradas... no saben!

EUSEBIO BLASCO.

PRECIPITADOS CELULARES.

(Conclusión.) «

NUCLÉOLO.—El nucléolo guarda con el núcleo las •mismas relaciones que éste conserva con la célula. "'

El nucléolo puede considerarse como procediendo ide un segundo desdoblamiento de materiales, ó Jmejor dicho, como un precipitado que se realiza ^dentro de otro precipitado; en una palabra, comoun núcleo del núcleo primero. Este es el sentido áque se va generalmente tendiendo.

Los distintos nucléolos presentan reacciones mi-croquímicas muy diversas. Hay algunos que parecenhallarse constituidos por principios igualmente pro-teicos: existen otros, en el mundo vegetal, que ma-nifiestan poseer todos los caracteres de los granosde almidón. La gran imperfección de nuestro cono-cimiento sobre ellos nos hace dar este nombrecomún á todas las formaciones que se apercibendentro del núcleo. Por lo anterior podrá ya com-prenderse que bajo tal denominación se incluyen,sin duda alguna, cosas muy distintas y muy pocoestudiadas todavía.

Dentro de cada núcleo pueden existir dos ó másnucléolos.

Como puede deducirse de todo lo anterior, suforma aparece en general más redondeada que la delos núcleos.

La generación de los nucléolos acompaña en unoscasos á la del núcleo, y en otros la sigue medianteun intervalo más ó menos largo de tiempo. Los nu-cléolos no se presentan nunca antes que los núcleos,conforme antes se creía, agregándose luego la ma-teria de los últimos alrededor de los primeros. Laadquisición de este dato, adquisición que ha sido elproducto de largas y pacientes observaciones, haservido para asentar el conocimiento de las verda-deras relaciones que existen entre uno y otro cor-púsculo, y para poder admitir sobre ellas la doctrinaque en toda esta sección venimos desarrollando.

No se poseen hoy por hoy más datos segurossobre la constitución de estos cuerpos.

VACUOLOS.—Respecto do los vacuolos hemos ha-blado ya, aunque ligeramente, en un trabajo ante-rior, al ocuparnos de la diferenciación protoplásmica.

Sabemos que se ha dado este nombre á unos es-pacios de diversas especies y condiciones que estánllenos por una sustancia que es en general menosrefringente y más fluida que el resto del contenido;.sabemos igualmente que, prescindiendo de esto, sonmuy diferentes y muy" peco conocidas las demáspropiedades características de aquellos; y nos es

* Véase el número anterior, pág\ '49i,

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N.' 185 E. SERRANO. PRECIPITADOS CELULARES. 345

fácil deducir además, que en general se denominade esta manera á todo lo que hay do fluido y homo-géneo en la célula que no sea ni el protoplasma nilas demás formaciones de núcleo, gotas de gra-sa, etc., que éste encierra.

De la sustancia fundamental los separa efectiva-mente ante nuestra vista su coloración y refrin-gencia.

No se confunden con los núcleos, porque los pri-meros no se coagulan bajo ninguna influencia yparecen carecer de principios proteicos.

Prácticamente, y así como de una manera instin-tiva, no se titubea en general para afirmar lo quees un vacuolo y lo que no merece tal nombre;pero cuando se pretende fijar en términos precisosla noción de aquellos, no puede añadirse á lo queacabamos de decir más que el que poseen la mayorparte de ellos la propiedad de disminuir rápidamentede volumen cuando es sometida la célula á la acciónde materias desecantes, aumentando por el contra-rio sus dimensiones cuando se permite el ubreacceso del agua en el interior de los elementos his-tológicos. Esto nos da ya una primera idea sobre lanaturaleza, significación y valor de aquellos.

Examinemos más en detalle sus principales pro-piedades.

La forma de los vacuolos es generalmente esféri-ca. Si nosotros observamos aquellos que tienen unapequeña masa, y sobre todo los que son de recienteformación, notaremos que cualquiera que sea laposición en que se coloquen ante los ojos del ob-servador las células que los contienen, aquellosespacios aparecen limitados por un contorno cir-cular, y la geometría nos enseña que esta propiedadno es presentada sino por los cuerpos esféricos.Más adelante son alteradas estas condiciones: engeneral se nota que los contornos de los vacuolossufren una progresiva dilatación: en las células endonde existen dos ó más vacuolos que están en unprincipio relativamente alejados, llegan estos al con-tacto y se confunden. Estudiados á continuación datales acciones, se comprueba que su aspecto es de-primido, ofreciéndose ya como más ó monos elip-soidales. La continuación de este movimiento deexpansión llega á empujar al protoplasma, compri-miéndole contra la membrana celular: el vacuoloocupa entonces toda la cavidad celular y se acomodaá la forma interna que tiene la membrana guarnecidapor la citada capa de sustancia fundamental. Si nohay membrana, queda al fin rota la continuidad pro-toplásmica, y el vacuolo se vierte, confundiéndosecon los fluidos que rodean á aquel cuerpo.

- Todas las anteriores condiciones nos dicen que lasustancia de los vacuolos se halla en el estadoliquido y dotada de la suficiente fluidez para pre-sentar, primero la forma fundamental que presentan

todos los líquidos sometidos á las fuerzas mole-culares; ofrecer después aquella que correspondeá las modificaciones que introduce la influenciacreciente de la gravedad cuando el volumen y,juntamente, el peso de las gotas aumenta, y aco-modarse, por último, á la que poseen los vasos só-lidos que los encierran, vasos que se hallan repre-sentados aquí por las membranas consolidadas.

Continuemos ahora nuestro estudio, tratando dedarnos cuenta de mayores particularidades.

Si los vacuolos presentan una cierta coloración,es fácil apercibirse de que ésta se debe á cuerposdiferentes que se hallan disueltos en el agua. Tra-temos, efectivamente, por materias desecantes á lascélulas en que esto sucede, y notaremos de un modosimultáneo que los límites del vacuolo se circunscriben y que la intensidad de su coloración aumen-ta: pongámoslos, por el contrario, en condiciones depermitir el libro acceso del agua, é incrementaránsus dimensiones al mismo tiempo que se apaga cadavez más el brillo de sus tintas. La permanencia deaquellos matices, aun en períodos del mayor reposo,y estos alternados cambios de aumento y disminu-ción de cola, nos llevan directamente á comprobarlo que antes indicamos.

Ello nos indica de la misma manera que el va-cuolo es un centro de corrientes osmóticas.

De todo lo anterior podremos deducir, por lotanto, que lo que se llama un vacuolo es una masalíquida más ó menos considerable, constituida porun fluido que lleva diversas materias en disolución,y que merced á hallarse rodeado por el protoplas-ma, se constituye en centro de corrientes osmóti-cas. Debe añadirse, sin embargo, á lo que acabá-bamos de decir: 1.°, que nos son casi por completodesconocidas las razones de muchas de las particu-laridades A aquellas; 2.°, que no todos los vacuo-los que conocemos, ó mejor dicho, que no todos losespacios que reciben este nombre, se acomodan altipo descrito.

En anteriores trabajos hemos hablado ya de laexistencia de vacuolos gaseosos. Aquellos cuyaexistencia se ha comprobado alrededor de los nú-cleos do los glóbulos sanguíneos elípticos de losanfibios y reptiles, no serán probablemente los úni-cos que existan. Acerca de las condiciones de éstassólo podria decirse algo por analogía, extendiendoá ellas, relativamente á los gases que las forman,lo que se ha dicho de las otras respecto á sus líqui-dos constituyentes. Loque de este modo se esta-blezca tendrá sólo el valor de conjeturas más ó me-nos lógicas. La necesidad que las células tienen derecibir gases on su masa para el cumplimiento desus funciones, es el único dato que puede fortale-cernos y guiarnos con alguna seguridad en. la crea-ción de tales hipótesis.

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Mas aun prescindiendo de esto, quedan todavíadiferencias entre los diversos ejemplos de vacuolosque pueden observarse. Hay, en efecto, algunoscuyo desarrollo es, como hemos dicho, lento, gra-dual y progresivo. Existen otros que reciben elnombre de contráctiles, que aparecen y desaparecenalternativamente y repetidas veces.

Examinemos los diferentes datos que sobro unasy otras han podido recogerse.

A las primeras conviene aquí todo lo que anteshemos expuesto ya en general. Su desenvolvimientopuede observarse directamente en muchas ocasio-nes. Tomemos las masas protoplásmicas desnudasque proceden ya de las células madres de Pottia yPhascwm, ya de elementos histológicos cargados deCharaceas,ya de diversos órganos de Heléchos yfíguise laceas; arrojémoslas en el agua, y al pocode hallarse en estas condiciones veremos engen-drarse en su interior unos ^espacios redondeados,de distinta coloración y refringencia que la sustan-cia fundamental, y que presentan todos los caracte-res de los cuerpos que nos ocupan.

Al cabo de algún tiempo de hallarse aquellosconstituidos, aparecen limitados por una cutículaprotoplásmica, análoga á la que existe en la perife-ria de dichas masas, y separa al protoplasma delos líquidos que le rodean. Esto confirma, una vezmás, que tal formación se debe á la propiedad quetienen todas las gotas líquidas de presentar mayordensidad en aquellos puntos en que se hallan en con-tacto con un medio diferente.

Poco tendremos ya que añadir á lo que acabamosde exponer.

Si la célula se halla rodeada de agua, el vacuolova creciendo gradualmente; su forma cambia, y ámedida que cambia ésta y crece el volumen, ejercela primera una tensión cada vez más enérgica sobrela sustancia fundamental que la rodea.

A dos resultados distintos puede llegarse íne-diante esta serie de acciones, según que el proto-plasma se encuentre en uno ú otro de igual númerode casos. Estos resultados han sido ya indicadosantes de una manera rápida; pero, sin embargo,para fijar las ideas volveremos á ocuparnos de ellos.

Si la masa protoplásmica se encuentra desnuda, senota que su espesor disminuye rápidamente, y dis-minuye de una manera desigual. Hay un punto enque sus dimensiones, ó mejor dicho su espesor, esmenor que en todos los demás. Enfrente de él yopuesto diarnetralmente, se halla.otro en que suce-de todo lo contrario. Desde un extremo á otro varíael indicado espesor de una manera regular y crecien-te á medida que se pasa de las porciones más cer-canas al primero, á los que se hallan opuestamentepróximos al segundo de los citados. El aumento dela tensión del vacuolo determina, por íin, la ruptura:

el jugo celular, ó, lo que es lo mismo, el líquido de 'aquel, sale al exterior reuniéndose al circundante,

Cuando la célula posee una membrana! la sustan-cia fundamental es comprimida contra ella y llega áá formar, según fuó ya antes indicado, una verda-dera guarnición interna de aquella, quedando termi-nada desde este momento la dilatación del vacuolo. ,

Además, todos estos vacuolos tienen un desarro- -,lio lento y progresivo, que queda indicado en partepor lo que acabamos de decir.

Su generación es debida á un cambio de la capa-cidad acuosa del protoplasma. Cuando el protoplas-ma contiene en su masa mucha agua y disminuye enél la facultad de retenerla, es dejado en libertadparte de dicho líquido en unión de los principios deaquel que arrastra en disolución. Las porciones queso separan de la sustancia fundamental salen enparte al exterior, y en parte también se acumulan enmedio de su masa bajo el aspecto de las gotas re-dondeadas que constituyen á los vacuolos. Poste-riormente crecen éstos por la influencia de las cor-rientes endosmóticas; cambian de forma, según seha indicado ya antes, y experimentan los conocidoscambios que les hacen pasar desde este primer es-tado á aquel en que se ofrecen, por ejemplo, en lascélulas de las Characeas. Aquí no hay ya propia-mente vacuolo: la cavidad entera que forman lamembrana y el tabique protoplásmico se halla llenade jugo celular á la manera que pudiera estarlo unvaso cerrado de una materia sólida cualquiera.

Mas, como se ha afirmado ya, no es el anterior elúnico tipo que se manifiesta en tales formaciones.

Si nosotros nos fijamos en algunas plantas, talescomo la Ápiocyclis minor, la Cystopus cándidus, yla Conium pectorale, notaremos que aislados unasveces, y otras al lado do vacuolos como los ante-riores, se presentan formaciones de naturaleza muydiferente. Son estas espacios que aumentan y dis-minuyen de volumen alternativamente, hallándosesometidas durante períodos de tiempo más ó me-nos largos, á tales modificaciones.

Además, examinando con mayor atención estosmismos ejemplos, todavía distinguiremos en ellosdos nuevos subgrupos.

Unos de estos, tales como los de los Coniwm, porejemplo, aumentan y disminuyen del mismo modode una manera gradual. En la célula del géneroqueacabamos de citar se contempla el juego alternadode dos vacuolos. Uno de ellos va disminuyendo debrillo; al cabo de algún rato ha desaparecido com-pletamente, y al terminar cierto período, vuelve áaparecer, se dilata y llega á sus primitivas dimen-siones. Entonces emprende la misma serie de cam-bios el otro que habia permanecido antes inaltera-ble. Cuando éste termina su evolución, comienzaotra vez la del primero. Durante una media hora es

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posible estar observando tales oscilaciones. La du-ración de cada período completo es siempre igualpara las células de un mismo individuo. En el Co-nium peclorale se emplean en ella al monos diezsegundos. Para diversas células oscila dicho períodode 10 á 23 segundos.

Los otros ofrecen, por el contrario, diversas va-riaciones en la presentación de este mismo fenóme-no. Estos vacuolos aparecen en la célula y van au-mentando rápidamente de volumen hasta un ciertolímite: cuando dicho volumen es alcanzado, el va-cuolo desaparece de repente hasta que se vuelven árepetir ¡os mismos hechos.

¿A qué pueden ser debidas estas distintas apa-riencias?

La existencia de uno ó dos vacuolos contráctilesen una misma célula no puede tener influencia al-guna en tales fenómenos: se conocen efectivamentevacuolos contráctiles, que se hallan solos en un ele-mento, y cuyo movimiento rítmico se ajusta á aque-lias condiciones y leyes que hemos expuesto acercadel primer grupo. Tal hecho basta, á nuestro enten-der, para admitir lo que acabamos de indicar.

La diferencia de estado físico parece ser, por elcontrario, una causa más activa de estos efectos.

Los vacuolos del segundo tipo están en generalconstituidos por una sustancia mucho menos refrin-gento que la que poseen los del primero, y para de-cirlo de una vez, sus caracteres se aproximan bas-tante á los de la materia en estado gaseoso.

Estos datos de observación se corresponden tam-hien con aquellas condiciones que la teoría exige.

Es hecho bien conocido que el protoplasma seempapa de gases lo mismo que de agua; so sabe almismo tiempo que las membranas celulares y aunlas capas de aquella sustancia dejan pasar de pre-ferencia á los do una cierta naturaleza, oponiéndoseá que los crucen los de otras distintas; no dejaremosele reconocer que lo mismo que cambia la capaci-dad de absorción del contenido celular para los lí-quidos, puede variar para los domas fluidos, y todoesto nos indica que podrá haber momentos, deter-minados muy probablemente por las variaciones dopresión, en que deban ser abandonados en ciertaproporción los gases, acumulándose entóneos bajola forma de burbujas en una parte cualquiera de di-cho contenido del elemento histológico.

Tales fenómenos son, en nuestra opinión, los quedan origen á los vacuolos gaseosos.

Entre éstos deben colocarse, conforme ya hemosdicho, todo? aquellos de entre los llamados contrác-tiles, cuya desaparición se realiza de una manerainstantánea al llegar á un cierto límite. Su genera-ción ofrece iguales apariencias á la del nacimientode una burbuja gaseosa. Dentro del campo del mi-croscopio se presentan de la misma manera ambos

fenómenos. Su crecimiento descubre á la vez laacumulación de una materia y la fuerza do expansi-bilidad; su destrucción revela últimamente que estasegunda energía ha vencido la resistencia que ante-riormente le oponían las capas de sustancia funda-mental en que antes se hallaba encerrada, escapán-dose por un resquicio abierto en la porción menosespesa.

Un dato curioso debe además ser tenido muy encuenta. Los vacuolos gaseosos parecen formarse enmayor número cuando la célula sale de sus condi-ciones normales. En los glóbulos sanguíneos pare-cen aumentar al cabo de algún tiempo de hechas ¡aspreparaciones de aquellos. En el Conium pectoralepueden estudiarse durante una media hora" en elcampo del microscopio. Las alteraciones, en todoslos casos profundas, que tienen que experimentartales elementos histológicos al ser llevados á uncristal y sufrir la influencia de las manipulacionesque á esto acompañan, y el hallarse después de loanterior en más libre comunicación con la atmósfe-ra, hace decrecer en los principios proteicos y enel protoplasma tal capacidad para retener los flui-dos aeriformes. Esto os al menos lo que así á pri-mera vista parece poderse deducir del estudio yexamen de los untecitados hechos. Necesarios se-rán, sin embargo, nuevos descubrimientos experi-mentales y más detenidos estudios para que puedaasentarse sobre sólidas bases la doctrina que aca-bamos de exponer.

Si lo anterior fuera cierto, los tipos de vacuolospodrían reducirse á dos principales.

1." Vacuolos constituidos por diferentes líquidosque llevan en disolución variados principios proto-plásrnicos y colorantes.

2." Valuólos gaseosos sometidos por razón desu estado á cambios más bruscos que los anteriores.

Detallar más en esta materia es completamenteimposible. Casi podría decirse que los vacuolos dedistintas condiciones forman una verdadera seriecontinua, pasándose por tránsitos insensibles, tantoentre aquellos que pertenecen á un mismo grupo,como de los que se encuentran incluidos en unasección, á las que se hallan en otra de las dos ante-citadas. A las dudas que sobre tal cosa pudiera ha-ber, responden satisfactoriamente las consecuen-cias sobre los estados intermediarios entre el sólidoy el líquido, deducidas de los experimentos deLoir et Drion acerca de la liquefacción del ácidocarbónico, unidos al conocimiento de la forma enque se presentan en el campo del microscopio losgases sometidos únicamente á las fuerzas molecu-lares (1), y los descubrimientos de muy variadas

(1) Los gases sometidos á las fuerzas moleculares pre-sentan las mismas formas de equilibrio que los líquidosen iguales condiciones. Para alcanzar este resultado nos

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inclusiones fluidas en las rocas, y especialmente enel cuarzo (1), esclarecidas por las doctrinas que hoyimperan sobre tal materia.

Téngase en cuenta, además, que los vacuolos noson unas formaciones especiales de las células delas plantas. LieberMhn los ha visto constituirse enmuchas esponjitas, en los elementos del tejido con-drógeno de la cuerda dorsal, y en otros corpúsculosanimales, naciendo en ellos del mismo modo, y des-envolviéndose de una manera semejante á comonacen y se desenvuelven en los centros en dondese lashabia observado comunmente.

Antes de concluir, diremos aquí también que deljugo celular puede obtenerse por diversos mediosla cristalización do ciertos principios, sirviéndonosesto para adquirir algunos datos sobre la composi-ción de aquél. Sábese desde luego que los grandescristales de oxalato de cal que se hallan dentro delos granos de aleurona, se observan siempre en losvacuolos antes de la formación de dichos granos, yque en el período de agitación del contenido celularque precede al de la precipitación de sus membranas,puede vérselos ya constituidos. Colocando cortesdelgados de tubérculos de dália^n el alcohol duranteveinticuatro, treinta ó más horas, llegan á verse enaquellos, cuando son llevados al campo del micros-pio, unos esfero-cristales que se deshacen facilísi-inamente al comprimirse algo la preparación, y po-seen un tamaño bastante variable. La sustancia quelos forma ha recibido el nombre de inulina. Lahesperidina descubierta por Millardet en las naran-jas tiene todo el aspecto de poseer una significaciónhistológica análoga.

Hé aquí, como hemos dicho, el modo de conoceralgunas de las infinitas sustancias que encierran losjugos celulares.

Pasemos al estudio de otras formaciones que seencuentran en los elementos histológicos.

ENRIQUE SERRANO FATIGATI,

Profesor del Instituto de Ciudad-Real.

hemos ocupado en estudiar las burbujas de aquellos quepueden observarse en el campo del microscopio, obte-niéndolas en el estado naciente del cloro, ácidos carbóni-co é hiponítrieo, é hidrógeno. Las burbujas aumentabande masa reuniéndose unas á otras, cosa que conseguíamoshaciéndolas correr suavemente por el campo de la prepa-ración. Debemos los principales medios de que hemosdispuesto para ejecutar estas investigaciones, á nuestromuy querido amigo el ingeniero D. Enrique Calleja.

(1) foseemos una preparación de un granito, hechapor D. Francisco Quiroga y Rodríguez, á quien hemos ci-tado ya varias veces, en la cual se observan inclusionescon burbujas gaseosas. Dichas burbujas poseen todos losgrados posibles de movilidad, demostrándose allí cómopuede pasarse por una serie continua del estado de lasunas al de las otras.

VIAJE SOBRE UNA BALLENA.AVENTURAS DEL CAPITÁN ROBERTO KINCARDY.

CAPITULO XIII. '

PITCAIM.—EL MAR SOLITARIO.—LA ISLA DE PASCUAS.—

ABASTECIMIENTO. — DESAPARICIÓN DE PICOU.—UN

PRISIONERO.—EL RANO-KAN.—UNA ASAMBLEA DE SAL-

VAJES.—DANZA DESGREÑADA. — EL REINADO DE PI-

COU.—Su MAJESTAD PICOU I.

Observándolo y estudiándolo todo, instruyéndoselos unos á los otros, nuestros viajeros franquearonrápidamente el archipiélago de Pomontou y llega-ron á las islas de Gambier. Durante el trayecto,Ambrosio Guignar se restableció completamente, yprocuraba hacerse útil ayudando á Tarquín y Picouen sus ordinarias faenas. Tomó gran cariño á Picouy le defendía contra Tony Hogg cuando éste saluda-ba á aquél con algún epíteto poco atento. El arpo-nero, herido de esta conducta, comprendía en suanimosidad al náufrago, y le trataba de alfeñique,porque era pequeño y muy delgado; pero Guignardse contentaba por toda respuesta con sonreírse ydecirle:

—David era muy pequeño, y sin embargo no leasustó el gigante Goliath.

—Si no tuviera piedad de tí...—exclamaba Tony.Y así terminaban siempre sus pequeñas disiden-

cias.El 6 de Julio daban vista á la isla Piteaim. Esta

isla|tiene sólo de particular la manera como fuecolonizada. En 1790 ocho marineros de la suble-vada tripulación del navio inglés Bounty se re-fugiaron en Pitcaim con seis otaitianos y algunasotaitianas, y formaron una colonia bajo el mandodel piloto Christian, colonia que prosperó y se po-bló rápidamente. Se ignoraba la existencia de estarepública en miniatura, cuando en 1808, el capi-tán americano Folger, habiendo cruzado por aque-llos parajes, la reveló al mundo. Eu 1825 fuevisitada por el capitán Beechey, de la marina in-glesa, y se componía de setenta individuos, nota-bles por la belleza de sus formas físicas, su honra-dez y su amor al trabajo. La isla Pitcaim no tienemás que 20 kilómetros de circuito, y carece deaguas, sobre todo cuando no llueve con abundan-cia; así es que la vida se hace más difícil á medidaque aumenta la población. En 1830 los habitantesfueron trasportados á Ohahiti, bajo la salvaguardiadel gobierno inglés; pero ningún refrán más verda-dero que el que dice que la cabra tira siempre al

• Véanse los números 1T8, lid, 180, 182, 183 y 184; pági-nas 124, 155, 182, 250. 280 y 800,

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N.' 185 A. BROWN. VIAJE SOBRE UNA BALLENA. 349

monte. Los colonos expatriados echaban de menossu islote perdido en la inmensidad del Océano, éintentaron cuanto estuvo de su mano para volver áél, consiguiéndolo tan sólo algunos. En 1841 la po-blación de Pitcaim ascendía á ciento doce personas;en 1852 esta cifra habia doblado, y los recursos delsuelo comenzaban á faltar. La mayor parte de loscolonos se trasladaron entonces á la isla Norfolk,entre Nueva-Zelanda yNueva-Caledonia, más fértily provista de recursos. Han quedado algunos mora-dores que viven dichosos sin conocer las pasionesdesordenadas de la civilización. Byron ha cantadoeste acontecimiento en su poema titulado: ühris-tianand Ais companions.

Los viajeros renovaron su provisión de agua; re-cibieron algunos víveres frescos de los habitantesde Pitcaim, y la ballena bogó hacia las islas de Pas-cuas; en lontananza divisaron las últimas islas delarchipiélago Gambier, y penetraron en el espacio demar llamada Región solitaria por el comandanteMaury. Allí no se encuentran los grandes cetáceosni los pescados que pueblan todos los mares. Lospájaros, aun el aibastro, que acompañan á los bu-ques durante semanas enteras, huyen al aproximar-se á tan siniestra región, que nada puede vivificar nianimar. Parece que es imposible la existencia denada que tenga vida en esa parte de mar.

Marchando hacia e! Este, Fanny no se sumergíasino de tarde en tarde. Además, nadaba vigorosa-mente, y parecía experimentar la satisfacción quela embargaba, cuando la tempestad estaba próximaá estallar.

—Vamos,—dijo tristemente Picou,—parece quevamos á tener mal tiempo.

—¿Por qué?—preguntó Roberto.—Porque Fanny marcha con una rapidez extraor-

dinaria, y con una alegría desusada. Siempre queva á cambiar el tiempo se pone así.

—Tranquilizaos. La ballena está contenta conhaber dejado las aguas templadas, á las que no estáacostumbrada, penetra en uno de los últimos brazosde la corriente polar antartica, y encuentra uua di-ferencia de temperatura que la agrada.

En efecto, los termómetros submarinos que des-de Sandwich se habían mantenido á -+- 25° comotérmino medio, descendieron hasta -+- 15". Fannyencontró abundantes bancos de moluscos que seapresuraba á tragar. Sea que sus fuerzas no seviesen enervadas por el calor, sea que el abundantealimento que encontraba aumentase su valor, avan-zaba noche y día descansando sólo un breve rato,después de haber recorrido más de 100 kilómetros.El 8 de Julio, hacia las nueve de la mañana, se dis-tinguió la isla de Pascuas, con sus escarpadas mon-tañas y sus apagados volcanes, coronados de ligerabruma.

La isla de Pascuas ó de Waihou, la más orientalde la Polynesia, está aislada en el Océano Pacífico.Fue descubierta en 1722 por Roggeween. Tiene 28kilómetros do circuito y no ofrece gran seguridadpara los buques de gran calado. Las chalupas pene-tran en algunas bahías cuajadas de peñas, princi-palmente la de Cook, que es la más profunda. Lo queha valido alguna reputación á la isla de Pascuas, noson ni sus habitantes de bella presencia y hermosaraza, ni sus cráteres apagados, de los qu» algunosmiden 3.700 metros de altura, ni sus casas cons-truidas en colinas de lava, sino algunos bustos dedimensiones colosales, de proporciones gigantes-cas, tallados sobre la misma roca y últimos vesti-gios de una civilización desconocida. Algunos tienenhasta 11 metros de altura y se diría que eran gi-gantes centinelas, titanes petrificados, desafiandocon su inmovilidad la cólera del mar y la rabia dede las tempestades.

Antes de ganar el continente americano, aleján-dose de la isla de Pascuas cerca de 3.500 kilóme-tros, Roberto Kinkardy pensó en hacer una fuerteprovisión de agua, y se dedicaron á buscarla enalguna isla, del archipiélago, pero casi todas denaturaleza volcánica, no proporcionaron el preciosolíquido. Por fin, Tarquín, Guignard, Tony Hogg yPicou, á bordo del Jolly-Boat, arribaron á una playaarenosa, dominada por terrenos que formaban unaespecie de anfiteatro. Acto continuo fueron escol-tados por algunos naturales, seres casi desnudos,bizarramente pintarrajados, de mirada altiva, y conla cabellera adornada de plumas y conchas. Estosindígenas estaban armados de lanzas de sílex y lle-vaban colgados al cuello, con cordones grosera-mente hechos, ídolos pequeños, fabricados de piedraó madera. Su aspecto no tenía nada de tranquiliza-dor, pero* no hacían ninguna demostración hostil.

Por medio de señas, Tonny preguntó dónde po-drían proveerse de agua; los salvajes comprendierony señalaron un sitio distante tan sólo algunos cen-tenares de metros de la orilla, y llevaron su galan-tería hasta cargar con los barrillos, y preceder á

| los viajeros en una senda estrecha, desigual y eri-zada de rocas á uno y otro lado. En lo alto de lacolina existía una fuente con abundante y cristalinaagua. Los barriles se llenaron inmedialamente. An-tes de bajar Tonny Hogg y sus compañeros, admi-raron el panorama que se descubría á sus pies,vieron los bustos de piedra que se levantaban portodas partes, y sobre todo en los puntos culminan-tes, y después una especie de Cromlech, vasta aglo-meración de rocas, parecida á los túmulos de losgalos. Satisfecha su curiosidad, se dispusieron avolver al Jolly-Boat.

—En marcha,—gritó Tony.Pero Picou faltaba.

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350 REVISTA EUROPEA. 9 DE SET1EMBBE DE 4 8 7 7 .

—No hace tres minutos que estada á mi lado,—dijo Guignard.

—Massa Picou no está lejos,—añadió Tarquín,—le he visto ir hacia aquella roca, detrás de esasyerbas altas.

Fueron en direceion al sitio indicado por el negro,pero nada hallaron.

— ¡Picou, Picou!—gritaron los viajeros muchasveces y con todas sus fuerzas.

El eco sólo respondió á aquellas voces.Entonces recorrieron todas las inmediaciones,

miraron, llamaron y esperaron durante más de uncuarto de hora. Hasta los naturales, inquietos porla súbita desaparición del hombre blanco, le busca-ron con actividad febril; pero Picou no pareció.

Fue preciso bajar y unirse á la ballena.Cuando Máximo Montgeron supo la fatal nueva,

quedó aterrado, y dos gruesas lágrimas corrieronpor sus mejillas.

—Mi leal servidor, mi amigo,—exclamaba sollo-zando;—ya no le veré más.

—Le veréis, Sr. Montgeron,—interrumpió Gui-gnard.

—Vuestras palabras son sólo de consuelo. Picouha muerto.

—¿No tenéis confianza en mí? He arribado algunasveces á estas islas, he pasado en ellas hasta quincedias, y conozco bastante la conducta do los indíge-nas para saber muy bien lo ocurrido á Picou.

—Ha desaparecido en algún precipicio y ha muer-to; no tratéis de consolarme.

—En fin,— exclamó Roberto Kincardy, — ¿pode-mos salvar á Picou si existe todavía?

—Sí, mi capitán; pero permitidme obrar á migusto y mandar en jefe durante veinticuatro horas.Mañana Picou estará con nosotros y continuaremosla marcha.

—Mandad y seréis obedecido.Ambrosio Guignard dirigió á Fanny hacia la bahía

de Cook. Acto continuo, la ballena se vio rodeadade piraguas, tripuladas por salvajes quo proponíancambiar ídolos y víveres, principalmente patatas yaves, por vestidos ó telas. Algunos se atrevieron ásubir al hydrostat, y entre ellos se distinguía unopor su gran estatura, sus especiales pinturas y poruna corona de plumas graciosamente colocada, elcual debía ser un jefe, ó al menos un personaje im-portante. Guignard lfi señaló á sus compañeros.

— Obrad de manera,—les, dijo,—de llevar á esehombre hacia el interior del hydrostat, y haced demodo que, sin que sea notada su falta, quede pri-sionero.

Roberto Kincardy le enseñó una colcha estampa-da de diversos colores y le invitó pasar á recogerla.La superchería tuvo un éxito completo. En el mo-mento, Guignard hizo andar á la ballena. En el acto,

los hombres que se encontraban sobre el hydrostatse lanzaron al mar en medio del mayor espanto, yprocuraron alcanzar sus piraguas, sin apercibirseda la faltata del jefe, que fue convenientemente su-jeto y atado por Tony Hogg, Tarquín y Roberto Kin-cardy. A fin de quitar toda sospecha, Guignard paróde nuevo la ballena, dejó aproximarse á los natura-les, los trató con gran cariño, les hizo diversos re-galos y les indicó por señas que iba á ganar el lago.Al cabo de dos horas las islas de Pascua desapare-cieron á la vista de los viajeros.

—Ahora que los naturales nos suponen lejos,—dijo Guignard,—ocupémonos del prisionero.

El pobre diablo, bien custodiado, temblaba y seespantaba, sobre todo cuando Tony Hogg le col-maba de los epítetos más escogidos de su vocabula-rio marino, ó le ponía la mano en la barba amena-zándole con aire feroz.

—No se conseguirá nada por malas,—dijo Gui-gnard;—es preciso tratar bien á este hombre sihemos de alcanzar quo nos sirva.

Le quitó él mismo las ligaduras; le obligó á acep-tar algunos víveres; le instó á comer; le dio algu-nos objetos que parecían gustarle mucho, y le in-terrogó valiéndose de signos y de algunas palabrasque había aprendido durante su estancia en las islasdo Pascua.

El salvaje se tranquilizó, y su alegría fue inmensacuando prometieron conducirle á su país natal. Hizocomprender que se encontraría á Picou, que cono-cía el lugar donde estaba encerrado, y que era pro-bable le salvasen antes de que su sangre fuese der-ramada en honor de los dioses de Waihou.

Así que la noche cubrió con su manto la infinidaddel mar, la ballena se dirigió hacia la isla de Pascua.Eran las diez de la noche cuando los viajeros, ex-cepto miss Victoria, Roberto Kincardy y Tony Hogg,'pusieron el pié en una pequeña y apartada playa.El silencio que reinaba en aquel sitio sólo se veiaturbado por la rompiente de las olas, y el vientoque soplaba á través de las breñas, las cañas deazúcar y los árboles. -

Guignard, Máximo Montgeron y Tarquín, armadoshasta los dientes, provistos de carabinas y revól-vers, siguieron al indígena, al que llevaban fuerte-mente atado por la cintura para que rio pudiese es-capárseles. Marchaban sobre una capa de yerbaespesísima que les llegaba hasta la rodilla y queembotaba sus pasos. Después llegaron á una llanura.sobre roca viva, llena de pirámides informes y esta-tuas rotas, percibiendo, por fin, una montaña deforma cónica, que era el Rano Kan, volcan apagado,altura sagrada en la que los salvajes cumplían lasprácticas misteriosas de su religión, y en la que sa-crificaban á las víctimas humanas, que devoraban enel acto.

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N.# 185 A. BROWN. VIAJE SOBRE UNA BALLENA. 351

Después de dos horas de marcha penosísima pormedio de rocas, de ruinas gigantescas destruidaspor la acción ígnea, y de ruinas cortadas á pico,los viajeros llegaron al cráter, allí fueron testigosde un espectáculo curioso y extraño. El cráter, douna formascircular perfecta, estaba rodeado de grancantidad de lava roja, formando columnas, pirámi-des y bustos groseros.

En medio de esta vasta depresión, doscientos ótrescientos indígenas, hombres y mujeres, do aspec-to feroz, con abigarrados trajes, estaban sentadossobre sus talones, y cantaban con voz ronca y pla-ñidera una melodía lúgubre y siniestra. Diferenteshaces de yerbas secas ardian y esparcían un humodenso y acre que se elevaba al cielo. Cuando elviento agitaba las hogueras, el fuego iluminaba álos cantores y daba á sus figuras una expresión sa-tánica, pareciendo un coro de demonios agrupadosala boca de un antro del infierno, esperándolasalmas de los reprobos para torturarlas; y sin em-bargo, el plácido Picou estaba en medio de ellos.

Cómodamente sentado sobro una roca cubiertadeverdui'a, adornada la cabeza eon una corona deplumas negras, las espaldas cubiertas con un man-to, aparecía con una nobleza y majestad imponente.Escuchaba los cantos con un gusto de aficionadoconsumado, y se dignaba aplaudir con continuadosmovimientos de cabeza.

De repente los hombres cogieron las lanzas y losescudos y prorumpieron en gritos estridentes. Mu-jeres vestidas con una túnica blanca, con los cabe-llos esparcidos y coronadas de follaje se adelanta-ron y derramaron agua alrededor del impasible Pi-cou. Cantaban con voz lánguida y triste, y, como siestuviesen inspiradas, se volvían hacia los bustosde piedra que ostentaban su inmensa talla en loscontornos dei cráter, y los invocaban. Los salvajesse entusiasmaban y empezó una danza infernal.Bailaron durante algunos minutos, saltaron, hicie-ron contorsiones, gritaron, se amenazaron con susarmas, y después se inclinaron con respeto delantede Picou. Por fin, el baile fantástico cesó y los na-turales, rendidos por sus movimientos desordena-dos, se dejaron caer desfallecidos y guardaron pro-fundo silencio.

—Hijos míos,—dijo Picou en buen francés,—es-toy altamente satisfecho de vosotros.

Como nadie le entendía no le contestaron.—¡Vive Dios que no creía á mi criado tan valic.R-

te!— dijo Montgeron.—¡Silencio!—exclamó Guignafd;—y preparémo-

nos para la lucha. Picou no sabe lo que le espera-,pues silo supiese no estaría tan tranquilo.

Tarquín, Máximo, Guignard y el prisionero avan-zaron arrastrándose hacia la asamblea y se oculta-ron detrás de las rocas.

Un jefe se aproximó á Pieou, le habló y se volvióá los salvajes para dirigirles un discurso.

Guignard espiaba la fisonomía del prisionero, ycomprendió que Picou iba á sor inmolado.

—¡Atención!—dijo á sus compañeros; —no os pre-sentéis, dejadme obrar y acudid cuando os llame.

El marinero avanzó hasta que su persona fuesebien vista, gracias al resplandor de las hogueras.Entonces, sobre un terreno algún tanto elevado yfirme, empezó á saltar como un condenado, y á eje-cutar algunos ejercicios coreográficos que hubiesendado fama al mejor bailarín. Brazos, piernas, cuer-po, cabeza, todo se movía eon una ligereza vertiginosa. Jamás baile alguno reunió tal arte y per-fección.

Admirados por aquella aparición brusca y extra-ña, los salvajes se levantaron y rodearon á Gui-gnard

—Presentarse y tirad al aire,—gritó éste.En el acto, Tarquín y Montgeron se hicieron visi-

bles y dispararon á un tiempo sus carabinas. Ater-rorizados por la doble detonación los naturales,huyeron lanzando grandes gritos de espanto. Picou,que había reconocido á su gente, no se movió.

—¡Vamos pronto, vivo! — le gritó Guignard; —salvémonos.

—¿Por qué tanta prisa?—replicó Picou con admi-rable flema;—habéis interrumpido la ceremonia domi coronación, pues es evidente que los salvajesquerían proclamarme rey.

—Lo que querían era comerte.—¡Diablo!Y Picou, arrojando precipitadamente la corona y

el manto, se precipitó más bien que bajó por las es-carpadas pendientes que conducían al cráter deRano-Kan. Se dio libertad al prisionero, el cual seretiró lentamente, demostrando su agradecimiento.Habiendo encontrado á un grupo de salvajes quequerían oponerse á la huida de los blancos, parecióparlamentar con ellos y contenerlos; y sin duda loconsiguió, porque Máximo, Tarquín, Guignard yPicou, bajaron á buen paso la ladera de la montañay llegaron orillas del mar sin ser inquietados. TonyHogg se aproximó con el Jollij-boal y les condujo áFanny.

Comenzaba el día á aparecer cuando la ballenaabandonó la bahía do Cook, hacia el tiste, vivamenteaguijoneada por Roberto Kincardy. Picou, preocu-pado fuertemente con la huida, no había pronuncia-do hasta entonces más que contadas palabras; perocuando se vio en el hydroslat, lágrimas de alegríacorrieron por sus ojos y se precipitó ea los brazosde su amo, dando gracias á sus compañeros con laexpresión del más sincero reconocimiento. Apretóla mano á Guignard, y elogió su valor y presenciade ánimo.

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1352 REVISTA EUROPEA. 9 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.°<I85

—No hablemos de eso,—dijo el marinero;—pagomi deuda, y nada más.

—¿Cómo habéis podido creer,—dijo miss Victo-ria,—que querían haceros rey, querido Picou?

—Muy sencillo; los salvajes me demostraban unrespeto y una admiración que se guardan sólo á laspersonas de alto rango.

—¿Y cómo se apoderaron de vos?—Después de haber llenado de agua los barriles,

examinábamos las estatuas diseminadas por el crá-ter. Me detuve algunos instantes para examinar unbusto colosal sobre el que habia algo escrito, y meesforzaba en traducir la inscripción, cuando depronto aparecieron tres indígenas. Antes de que hu-biese tenido tiempo de lanzar un grito, ni de llamaren mi socorro, me taparon la boca con un paño yme condujeron al tronco de un árbol, especie decueva, en la que me encerraron poniendo una piedrapara taparla entrada. Oí que me llamaban; pero lossalvajes me amenazaron con darme muerte si pro-nunciaba una sola palabra, y apoyaron sus lanzascontra mi pecho. Como la oscuridad era grande,comprendí lo que significaban aquellas agudas y he-ladas puntas colocadas sobre mi carne. Después demedia hora de angustia, fui sacado del árbol y mecondujeron á una aldea construida al pié del Rano-Kan. Todos los habitantes me rodearon y bailaron,cantando una melodía cuyos acentos me espantaban.Esperaba que de un momento á otro me hiciesencuartos. En esto, los jefes se aproximaron á mí ypronunciaron un discurso del que no entendí ni unasola palabra, y me demostraron un respeto que con-trastaba con las vejaciones de que hasta entonceshabia sido objeto. Se me alojó en la mejor casa de laaldea; pusieron á mis órdenes servidores atentos ámis menores deseos; me sirvieron patatas, aves yconejos asados, suplicándome que comiese; y excu-so decir que lo hice con magnífico apetito. Satisfe-chos de mi buen carácter los salvajes, lanzarongritos entusiastas y vinieron á saludarme de grangala. Después pusieron sobre mis espaldas un mantoy sobre mi cabeza una corona de plumas. En estemomento fue cuando pensé que me proclamabanrey, y en electo, me bastaba desear una cosa paraobtenerla, y mis órdenes eran ciegamente cumpli-das. Creo que si hubiese pedido el sol y la luna, missubditos se hubieran apresurado á arrancar esosastros del firmamento. Al llegarla noche, subimoslos escarpados flancos del Rano-Kan, pero mi sagra-da persona no tocaba la tierra. Era un gran perso-naje para hollar el suelo que penosamente pisabanlos demás mortales. Se me trasportó en una especiede grosero palanquín, y á mi alrededor cantaban ydanzaban.—Bueno, decia para mí, son las ceremo-nias de mi coronación que continúan.—Llegamos alcráter; allí, nuevos cantos y nuevos bailes; y pensa-

ba ya en el momento de retirarme á mi palacio,cuando llegaron mis libertadores.

—Y era tiempo, pues si tardamos un poco en so-correrte, ibas á ser muerto, hecho pedaeitos y ser-vido en bifteck á tus fieles y amados vasallos. Heoido decir que los antiguos coronaban de flores ásus víctimas antes de inmolarlas, y los salvajes deWaihou obran do la misma manera al parecer, sóloque comen en el acto y sin misericordia.

Picou se estremeció sólo al pensarlo.Yá partir de este momento,el señor Tony Hoggno

le llamó jamás sino «Su Majestad Antonio Picou I.»

A. BROWN.(Continuará.)

MISCELÁNEA.

Una ciudad subacuática.

Dos buzos que exploraban el fondo del lago Le-mand, cerca de la aldea suiza de Sü'nt-Pi-ex, con elobjeto de buscar la maleta de un viajero americano,cuyo bote habia naufragado, lograron no solamenteencontrarla, sino también recoger un vaso antiguo,de asa y de forma etrusca.

Declararon dichos buzos que habían caminadopor un terreno desigual, cayendo varias veces enanfractuosidades establecidas á distancias incalcu-ladas y dispuestas de una manera regular: su opi-nión era de que so encontraban bajo las aguas, enmedio de una aglomeración de verdaderas casas,construidas por la mano del hombre.

Las autoridades municipales de Morges y deSaint-Prex se trasladaron en algunas embarcacionesal lugar indicado, y con arreglo á lo que se practicaen casos análogos, esparcieron aceite encima de lasuperficie del agua.

Sabido es que los líquidos oleaginosos tienen lapropiedad de dar una notable trasparencia al aguasobre que se hallan.

En electo, cuando el aceite se hubo extendido ensuficiente cantidad para cubrir un espacio conside-rable, se reconoció que el fondo del lago se hallabaocupado por una población, bastante bien conser-vada, cuya construcción se remonta, según todaslas probabilidades, á varios siglos antes de laera cristiana.

El consejo del cantón de Vaud piensa construiruna gran escollera que rodeará á la ciudad sub-acuática, que de este modo podrá ponerse á seco yser unida á la costa.

La ciudad de que se trata se compone de másde 200 casas por lo menos. Es de forma oblonga yse extiendo desde Saint-Prex á Morges.

En el extremo Este se descubre una torre, cuyabase es un gran cuadrado, y cuyo vértice llega has-ta -18 metros bajo la superficie del lago: hasta ahorase había ereido que esta torre ora una roca.

Los buzos han extraído numerosas petrificacio-nes, y un enorme fragmento de mármol blanco,procedente sin duda de algún templo ó de algúnrico palacio.