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Ser editor: Hermes 2.0 Por Xitlalitl Rodríguez Mendoza

Ser editor: Hermes 2.0

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Mi informe de actividades profesionales de la licenciatura en Letras de la Universidad de Guadalajara. (No incluye monitos).

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Ser editor: Hermes 2.0

Por Xitlalitl Rodríguez Mendoza

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A mi mamá, mi primera editora.

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Agradecimientos

Mi agradecimiento infinito a todas aquellas personas que han estado a mi lado y

que me han introducido poco a poco al mundo del periodismo y la edición. Gracias

particularmente, a mis profesores José Reyes González Flores y Cuauhtémoc Vite.

A Gabriel Barrón y Mauricio Salvador. A mis editores Jorge Orendáin, Carlos López

de Alba, Carmina Estrada y Víctor Cabrera. A mis editores en jefe Jorge Souza,

Mónica Nepote, Irene Selser, Rodrigo Castillo y Verónica Flores. A Corina Valadez

Solís por su amistad y sus observaciones a este trabajo. A Diego Aguirre, mi

diseñador de cabecera.

A Mamá Nena, a mis padres, a mi hermano y a Atah por su amor, apoyo y

confianza: gracias.

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Humanismo es telecomunicación fundadora

de amistades que se realiza en el medio

del lenguaje escrito.

Peter Sloterdijk, Normas para el parque humano

Fasten your seatbelts.

It's gonna be a bumpy ride.

Jesse Eisenberg como Colombus en Zombieland

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Introducción

En el año 2000 abandoné la carrera de medicina. Para entonces, aún no había

carros que volaban ni corbatas transparentes como Steven Spielberg había

prometido. Cuando vi un cuerpo sin vida, ennegrecido por el tiempo y el formol,

suturado una y otra vez por los estudiantes de medicina, supe que toda esa

vocación pregonada desde la infancia había sido una fantasía de batas blancas y

niños felices.

Para el año 2000 todavía quería cambiar el mundo, sin suponer que sería

más interesante que el mundo me cambiara a mí. Tal vez no ése cuya mayor

realización era operar en Houston y salvar a hijos de republicanos de extrañas

enfermedades que el nuevo siglo traería consigo, sino uno alterno. El de la

literatura.

Atrincherada en mi cobardía ante la rigurosa nemotecnia que implicaba el

estudio de la anatomía y fisiología humana, ingresé a la licenciatura en Letras

Hispánicas. Entonces, me acompañó advertencia que ha perseguido al humanismo

desde sus inicios: “¿de qué vas a vivir?” A esta inquietud se aunó la embestida de

mis primeros profesores en la carrera: “en esta escuela no van a aprender a

escribir”. Y claro, a los veinte años, uno tiene respuestas para todo. No escribiría, ni

viviría de mis publicaciones (¿quién lo hace en México?), pero podía vincular textos

con sus lectores. Sería una especie de médium. Me dedicaría a la edición de textos.

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Después de cuatro años de haber terminado la licenciatura, no tengo un

trabajo fijo ni prestaciones de ley, y de nuevo: ¿quién tiene un trabajo así en

México? Sin embargo, hace un lustro que no he vuelto a trabajar como mucama de

un hostal o repartidora de baguettes, empleos en los que estuve brevemente y que

sin duda, también me dejaron varias enseñanzas, como la importancia de no

transportar caldos en bicicleta.

Primero fue en Tierra Adentro y Milenio Diario, luego Tusquets y, ahora, el

freelance… De alguna manera, mi única fuente de trabajo y pequeñas satisfacciones

ha venido de las letras. Ya sea de escribir, transcribir o editar. Pero sobre todo he

ganado lo único que puede escapar a una realidad bárbara, en un país bárbaro

como en el que los jóvenes de ahora yacemos en escampado: interrogantes y la

búsqueda de nuevos caminos.

A diferencia de cuando empecé a trabajar en el mundo editorial, ahora tengo

más preguntas que nunca. Es en este momento, que he puesto en tela de juicio la

importancia o la necesidad de los editores en una época donde la realidad virtual

ha coronado a la autopublicación como a uno de sus dioses. Cada vez existen

menos intermediarios.

¿Cuál es la tarea de Hermes en la era del Twitter? ¿Qué pasa con tanta gente

hablando sola mediante el código binario? La literatura sigue sus rumbos y por sus

medios: el lenguaje. Y sus deudos siguen rindiendo cuentas. Según Heidegger los

poetas, filósofos y todos los pensadores son guardianes del lenguaje (Steiner, 2007,

p. 21). Y alguien tiene que mediar entre los guardianes y los supuestos saqueadores.

¿Qué sería del mundo sin la suspicacia de una posible pérdida? “Ahora bien, las

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Sirenas poseen un arma más terrible aún que su canto, y es su silencio”, advierte

Kafka. Supongo que si partimos de esa posibilidad, el trabajo del editor como

mediador está asegurado.

Para ahondar más en estas premisas, se realizarán varios apartados a lo

largo de este informe, que buscarán los siguientes objetivos:

• Hacer un recuento de las actividades que realicé en el ámbito editorial

y periodístico (tanto de nota dura como el periodismo cultural y de

opinión). Aquí abordaré las diferentes habilidades necesarias para

hacer libros, desde la parte de creación hasta su lectura, disfrute y

permanencia, que es en última instancia, a lo que aspira la literatura.

En contraparte, se hará una comparación con la rapidez, precisión y

vida efímera de los contenidos periodísticos.

• Realizar observaciones puntuales sobre los insumos aprendidos

durante la licenciatura en Letras Hispánicas, y sobre algunos

mecanismos de evaluación.

• Disertar sobre los nuevos rumbos de la edición y el papel que

ocuparán los editores en un mundo donde las nuevas tecnologías son

parte indispensable del mercado. Esta misma inquietud también será

abordada desde ciertas terminales referentes a la lectura.

• Esta memoria se trabajará como un producto editorial para consulta

de futuros estudiantes y público en general interesado en el tema. Su

consulta será gratuita y estará disponible en el sitio sisicleta.com.

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También podrá ser descargado como ebook para Kindle, iPad,

Sonyreader y otros.

Ante todo, este informe está pensado como una revisión a los cimientos de

una carrera que apenas comienza. La meta final es tener las mejores herramientas

para la edición de libros impresos y digitales, y de esta manera intentar mejorar, en

lo posible, la salud de la lectura en nuestro país. De igual manera, este documento

está pensado para ser leído por un público de varias edades e intereses. En algunos

casos, tal vez este trabajo pueda servir para dar ideas a los jóvenes egresados de la

licenciatura de Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara. En otros casos,

tengo la esperanza de que sea leído sólo por diversión.

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Lectura y edición

La primera errata que descubrí en mi vida venía en mi nombre. Tendría unos siete

u ocho años. Obviamente yo no era conciente ni del error ni de su gravedad hasta

que mi maestra de primaria lo hizo notar. El error consistía en lo siguiente: desde

que aprendí a escribir mi nombre lo hacía como “Xitlalilt”. Incorrecciones

etimológicas aparte, mi maestra dijo que lo correcto era “Xitlalitl”. La t antes de la l

porque aludía a la terminación náhuatl.

Mis padres pudieron haber alegado una falacia de autoridad y decir que “los

nombres propios no respetan las reglas ortográficas”. Pero aceptaron cabalmente la

observación de la educadora, en primer lugar –supongo yo- por quitarse de

problemas, y en segundo, porque en mi acta de nacimiento mi nombre viene escrito

de ambas maneras. A la fecha, todavía reviso con el cursor letra por letra cada que

tengo que escribir mi nombre. Este pequeño error me ha acompañado y le he

tomado cierto cariño porque despertó en mí una primera alerta.

Después de este error vinieron otros, por ejemplo, cuando, en lugar de

titular una nota con “El verdugo de Baltasar Garzón” puse “El vergudo de Baltasar

Garzón”. Afortunadamente ésa no se imprimió y no pasó de burlas hiperbólicas

contra mí. Alfonso Reyes decía, a propósito de las erratas:

A la errata se la busca con la lupa, se la caza a punta de pluma, se la aísla y se la sitia con

cordón sanitario… y a última hora, entre las formas ya compuestas, cuando ruedan los

cilindros sobre los moldes entintados, ¡hela que aparece, venida no se sabe de dónde, como

si fuera una lepra connatural del plomo! (1983, pp. 172-173).

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A pesar de que tengo un miedo un tanto patológico a las erratas, creo siempre me

recuerdan que el libro ejerce sobre nosotros una especie de hipnosis que, de alguna

manera, busca esconder los errores humanos hasta que haya un incauto y le

brinque, como pastelazo a la cara. Las erratas hacen sentir al editor como una

especie de Prometeo cuyo martirio no tiene fin. Pero, a pesar de su sino trágico,

siempre vienen con un dejo de caridad hacia nosotros. Tal vez el recuerdo de que

seguimos siendo humanos y no máquinas de perfeccionamiento obsesivo, es un

poco de la gratitud que muestran estas malditas.

***

Mi primer contacto con la edición fue cuando entré a trabajar al diario Público en

2001, justo después de los atentados de las Torres Gemelas (en la semana que

redacto esto, se acaban de cumplir diez años). Por entonces, tomaba algunos cursos

de redacción y apreciación literaria en la SOGEM de Guadalajara. En aquel

momento, mi único propósito en la vida era leer y escribir poesía, lo cual era más o

menos catastrófico a ojos de mis padres.

Uno de los tutores del taller era el jefe de redacción de la sección

internacional del periódico Público. Al ver mi necedad por ingresar al mundo de las

letras, me invitó a trabajar ahí. La redacción del diario y el mundo en general eran

una zona de desastre. Estados Unidos invadía Afganistán. La premura reinaba

sobre toda acción y la velocidad a la que las guerras se redactan me dejó paralizada.

¿Quién? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Esas preguntas eran

una especie de paracaídas para lanzarme a la batalla. Yo tenía que hacer una tarea

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relativamente sencilla: hacer los breves, flashazos de información que jamás

llegarían a ocupar el espacio de una nota completa.

Palestinos asesinados por el ejército israelí, guerrilleros y civiles

desaparecidos en Colombia, catastróficos accidentes en India, terremotos con

menos de un millón de víctimas en China… Tantos muertos tenían que caber en

350 caracteres. Esta tarea me resultaba difícil y me costaba trabajo entender el

motivo de la compresión del mensaje: los espacios en los medios cuestan.

Durante ese año previo a entrar a la carrera de letras, descubrí el oficio de

corrector de estilo. Uno de mis compañeros de sección se paseaba constantemente

entre las impresoras con su pluma Pilot roja y hacía señalamientos en las planas.

La primera vez que me regresó una plana marcada por los costados con cruces y

signos que parecían runas, no supe cómo interpretar aquello. El rojo decía que algo

(todo, en ese caso) estaba mal, pero no sabía cómo repararlo.

Luego de una breve interpretación y al cabo de semanas, empecé a suprimir,

cambiar, sustituir y agregar letras y palabras a un ritmo industrial. Aunque esta

actividad no mermó la tristeza que causan las catástrofes mundiales, me permitió

continuar con mi trabajo como redactora durante un año, al cabo del cual conocí el

rigor de lo que las empresas llaman “recorte de personal”.

Este acercamiento al periodismo y al quehacer editorial multiplicó las

posibilidades de mi carrera. Cuando me preguntaban cuál sería mi sustento en el

futuro, respondía que sería periodista o editora sin tener la menor idea de lo que se

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trataba ser un verdadero periodista ni editor. Entonces no tenía noción de las

decisiones a tomar para que un texto llegue a sus lectores.

Además de la práctica, también me ayudaron a conocer estas áreas, muchas

lecturas lúdicas sobre el periodismo y la edición, al igual que varios amigos que ya

se desenvolvían en esos medios. Estos fueron, pues, mis primeros atisbos dentro

del mundo de la edición y el periodismo.

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Tierra Adentro: un comienzo que nunca termina

El Fondo Editorial Tierra Adentro (FETA) es parte del Programa Editorial Tierra

Adentro, y se dedica a publicar libros de escritores mexicanos menores de 35 años.

Los géneros que se consideran son novela, cuento, ensayo, teatro y poesía. De la

misma manera este programa auspiciado por el Consejo Nacional de la Cultura y

las Artes (CONACULTA) difunde, promueve y estimula la obra de artistas jóvenes.

A pesar de que Tierra Adentro era una publicación que conocía porque

algunos amigos habían sido publicados ahí, la recordaba como una revista “para

escritores” e, inconcientemente, “para viejitos”. Sin embargo, la época que me

recibió navegaba sobre nuevas corrientes. Primero, Fernando Fernández, luego,

Mónica Nepote y Rodrigo Castillo, irrumpieron con colores y obra joven las

portadas de la revista, y el fondo editorial cambió su uniforme por una divertida

pasarela de portadas.

Eso era en el exterior. En cuanto a los contenidos literarios, el programa se

empezó a usar para lo que había sido diseñado: invitar a jóvenes escritores.

Pequeñas plumas, buenas y malas, pero jóvenes y empeñosas empezaron a desfilar

por las páginas tanto de la revista como de los libros.

En 2007, año en el que ingresé como asistente de producción, el FETA

publicaba 25 libros al año. En esos libros se contaban los seis premios nacionales

para jóvenes que eran auspiciados por Tierra Adentro. En esta editorial fue el

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primer lugar donde apliqué los conocimientos que recibí en mis clases de edición.

Empecé a trabajar particularmente la marcación ortotipográfica y de formación.

Poco a poco, me fui familiarizando con el ritmo de la editorial y con el

lenguaje de corrección. En mis clases de edición había tenido la oportunidad de

conocer El libro y sus orillas (1991) de Roberto Zavala Ruiz el cual me funcionó

como un excelente compañero de escritorio. Sobre todo para quitarme el miedo de

acercarme a temas de los que jamás había escuchado hablar y con los que ahora

tenía que enfrentarme.

Uno de esos temas, por ejemplo, fue el conocimiento de los materiales

físicos de los libros. No sabía que el papel tenía cierto gramaje y que, dependiendo

de eso, absorbería la tinta de tal o cual forma. Quien me mostró con más cariño y

paciencia cómo se debía manejar y acariciar los grandes rollos de celulosa para

calcular su gramaje fue un viejito que trabajaba en los grandes almacenes de

CONACULTA. Cuando fui a visitarlo para hacer un primer inventario sobre el

material con el que contábamos para alguna emergencia, tomó uno de los pliegos

de bond y lo alzó, a contra luz. Como si estuviese leyendo un negativo, me dijo que

la cantidad de luz que atraviesa el papel me dirá cuál es el gramaje. Un noventa –

con el que imprimíamos libros y la revista- es luminoso.

Luego de bajar con dificultad de una pequeña escalera de tijera, el hombre

se perdió en los pasillos buscando otros papeles más oscuros, como el cuché y los

cartoncillos, que sirven para portadas. Sin embargo, me transmitió una riqueza

paisajística entre los rollos limpios o amarillentos, codiciados u olvidados, pero

siempre dispuestos para ser libros.

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Este primer acercamiento al libro como objeto (no me refiero a los libros

agradables a la vista solamente, sino a esa tecnología siempre adaptable a la palma

de la mano y a los bolsillos traseros de los pantalones), reconsideré mi postura

radical e ingenua de que sólo los libros electrónicos serían grandes embajadores de

la lectura en este siglo. Robert Darnton hace una apología del libro impreso en El

coloquio de los lectores: “Todo objeto impreso depende de un gran número de

elementos paratextuales, incluida la caja, la encuadernación, la tipografía y el papel

mismo”. (2003, p. 160) Esta defensa da pie a otra de las prácticas que empecé a

realizar en los libros del FETA: el cuidado de edición. El Fondo cuenta correctores

de estilo profesionales que hacen el trabajo y, antes de que tengan en sus manos un

original, un editor lee el libro y comenta algunas observaciones con el autor. Una

vez que se acuerda hacer o no ciertos cambios, las pruebas van a manos del

corrector de estilo.

Mi papel en este proceso venía después de que el diseñador añadiera las

marcas de corrección al archivo y lo volviera a imprimir. Mi labor consistía en

cotejar las marcas en las dos impresiones e intentar atrapar cualquier elemento

sospechoso de error. En este sentido, y volviendo a Darnton, descubrí que el

trabajo de edición también tiene una identidad objetual que sale del puro concepto.

Las cajas se ven, se distinguen; las erratas se siembran, se potencian según el

número de posibles lectores, y viven por siempre.

Hasta aquí, había podido manejar más o menos mi pánico escénico y me

reconfortaba pensar que un buen trabajo de edición “no se nota”. Y creo que esta

postura de la edición como un oficio invisible para el resto, casi alquímico que

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prevalece en la industria del libro sobrevive incluso, en los nuevos editores. Michael

Kandel, editor de la casa Harcourt, estima el trabajo del editor con la siguiente

imagen:

Un editor es un plomero verbal, el plomero del libro. Un manuscrito despelotado se puede

ignorar solo hasta cierto punto. Eventualmente, para funcionar, debemos recoger la basura

y organizar el cuarto. Necesitamos de alguien que tenga la paciencia y la disposición para

hacerse cargo de esta limpieza y organización, y que, además, no le importe ser un sirviente

invisible.

Pienso en el plomero que trabaja de noche en la oficina. Quizá la radio esté sonando

mientras él se ocupa de todo. A la mañana siguiente la gente entrará y dará por hecho que

todo está en su lugar, no prestarán atención a las horas de esfuerzo para poder tener todo en

orden. El plomero se habrá ido, y tan solo regresará después de que ellos se hayan ido a

casa. (Kandel, 2008, ∫ 35).

Si tomamos en cuenta la visión de Kandel, el trabajo del editor es un trabajo a veces

solitario, de responsabilidades sólo previstas en el mundo de las incorrecciones, de

lo que no debe existir. Sin embargo, durante mi estancia en Tierra Adentro,

también realicé otras actividades, sobre todo burocráticas, como licitaciones de

impresores y proveedores de papel. Eran tan complicadas que hasta el abogado que

las coordinaba afirmaba que era más fácil “licitar una plataforma de petróleo en el

Golfo”.

Luego empecé a redactar las cuartas de forros de los títulos del FETA. La

idea de que algo que yo escribiera convenciese a un lector (o a un cliente de una

librería, si se quiere ver en esos términos) de comprar o no un libro, me aterraba.

Pero era un trabajo que ya había realizado. Tendría un par de meses en la editorial

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cuando, cotejando las correcciones de la novela Una no habla de esto (2007) de la

autora Sylvia Alguilar Zéleny, me dieron incontrolables ganas de escribir sobre el

libro.

Jamás había escrito una crítica o reseña del libro, pero quería hacer la cuarta

de forros y mi editor de entonces me lo permitió. Generalmente en la escuela uno

redactaba grandes bloques ensayísticos en los que uno intentaba licuar la

comprensión de varios títulos o autores, pero casi nunca se reseñaba o criticaba

algún libro.

Una cuarta de forros es, por definición, un texto laudatorio, así que esto me

daba un poco de confianza porque la novela me había encantado. Escribí lo

siguiente:

Soliloquios, diálogos, epístolas, son el vehículo del lenguaje de Una no habla de esto. La

narrativa de Sylvia Aguilar Zéleny da testimonio del ejercicio diario de medir el tiempo a

través de las incidencias de sustancias químicas en el cuerpo, la compulsión de contar los

años que se envejece, la tendencia neurótica de la sociedad contemporánea al cambio. Se

trata de una novela que se construye en una ciudad transitada por millones pero sólo

habitada por el individuo.

Una no habla de esto explora los estratos poéticos de los textos urbanos –boletos de

avión, por ejemplo- y los acomoda en el rompecabezas de una tradición literaria que tiene lo

lozano de Óscar Wilde, Pablo Neruda y Banana Yoshimoto; mientras se tira a la cama a

escuchar a David Bowie, Pixies o Radiohead. Estas correspondencias, conversan con el

existencialismo precoz de Sylvia, el personaje de este divertido relato que transgrede la

monocromía de un género literario establecido, y que mezcla poema y relato; el acto de

hablar, con la práctica cotidiana del silencio.

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Aunque nunca hago alusión a la evidente tendencia autobiográfica de la novela y

uso lugares comunes como “divertido” y “lozano” entre otras muchas faltas, debo

decir, a mi favor que para mí significó mucho hacer un texto sobre un libro que me

había gustado tanto.

Ya un poco más familiarizada con todas las actividades del FETA muy

pronto empezaron las visitas a las imprentas y a entablar relación con los

impresores. Debo decir que la imprenta era el escenario más improbable en mis

sueños de infancia pero, sin lugar a dudas, esas máquinas que parecen un AT-AT

Walker de Star Wars producen un ritmo y calor tan suntuosos que me ufanaba de

caminar entre ellas.

Pruebas finas de interiores e impresión láser de forros, digitalización del

material gráfico, selección de color, número de ejemplares, sobrantes, solapas,

tamaño en centímetros (base y altura), pliegos, tantas tintas por tantas entradas,

pruebas daylux, forros, tantas tintas de selección de color, papel de interiores,

papel de forros, tipo, gramaje, tamaño, merma, tipo de encuadernación, tipo de

laminado: plastificado mate, encuadernación rústica, lomo cuadrado, cosido y

pegado. Este campo semántico cuyos sintagmas podrían pertenecer a un relato de

ciencia ficción, fue parte de la jerga cotidiana que me recibía cada día como a uno

de sus miembros.

A la par, veía a mis compañeros y editores trabajar con textos de escritores

mexicanos como José Emilio Pacheco, Gerardo Deniz o Carlos Monsiváis. Y los

grandes vueltos a la vida mediante sus jóvenes pupilos: López Velarde, Octavio Paz,

José Gorostiza, Alfonso Reyes, Jorge Ibargüengoitia, Elena Garro…

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Durante los dos años que estuve trabajando en Tierra Adentro, participé

activamente con textos solamente en dos ocasiones. Aunque no soy partidaria de la

autopublicación en una revista, mi editor inmediato me dijo que si quería

participar y el texto contaba con los criterios de calidad, entraba. Mis ganas por

escribir y publicar punzaban junto con mi recién llegada a la capital de México.

Además, desde que llegué ahí he creído que el DF da muchas ganas de

escribir, así que preparé dos textos: uno sobre Los días enmascarados de Carlos

Fuentes y otro, a seis manos, sobre el ’68. Los dos aparecieron publicados; uno

tuve que firmarlo con el pseudónimo de Claudia Medina. Ambos textos se pueden

ver en el anexo de este trabajo. Ambos microensayos, por llamarlos de alguna

manera, significaron mucho para mí primero, por tratarse de temas de

tradicionalmente relacionados con la ciudad de México y, luego (en el caso concreto

de 68 a seis manos), por trabajar con Rodrigo Castillo a quien admiro por su

trabajo como poeta y editor, y con el artista plástico José Jimenez Ortiz

Por cierto, luego de esa publicación me llegó el rumor de que cierto escritor

famosísimo había dicho en una fiesta: “Oye, qué malo es el texto de esa tal Xitlalitl

Rodríguez”. Nunca volví a publicar mientras trabajé ahí, hasta ahora. En el número

que circula (171) tuve el honor de ser invitada a inaugurar la sección “El recreo”

para la cual escribí un cuento sobre Twitter.

A la fecha, Tierra Adentro y el FETA han logrado llamar la atención del

público joven. Se ha sometido a un riguroso proceso de renovación bajo la intuitiva

y firme batuta de la directora editorial Mónica Nepote quien es, por cierto,

egresada de este Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara.

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A este proyecto y a mis compañeros de trabajo les debo el hecho de ver a la

edición como un espacio de creación responsable que de alguna manera te

pertenece y transforma, como una especie de primer poema. Hubert Nyssen

afirma: “Mediante el descubrimiento, el editor accede a una forma de creación que

le pertenece, la de su catálogo”. (2008: 21) De este modo, trabajos como el de la

renovación de la Revista Tierra Adentro, llevado a cabo por Mónica Nepote y su

equipo editorial, no es si no una manifestación creativa de los nuevos espacios para

la literatura en México.

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Milenio Diario: “rápido, bien y de buenas”

Habían pasado seis años desde que rompí mi promesa de nunca trabajar en un

periódico. Tenía un mes que había llegado a la ciudad de México y uno de mis ex

compañeros de sección del diario de Guadalajara Público Milenio, me dijo que

necesitaban gente en la misma sección (Internacional) en la que había trabajado.

Conocía a los editores sólo por teléfono. Llegué más o menos aterrada a la

entrevista porque, en tantos años, sólo había abierto el periódico un par de veces, y

me apenaba admitir que no era una lectora asidua de los diarios.

En las primeras semanas que estuve a prueba mi gran sorpresa fue darme

cuenta de que las noticias parecían ser las mismas desde entonces. Ingrid

Betancourt seguía secuestrada por la guerrilla de las Fuerzas Armadas

Revolucionarias de Colombia (FARC) y un gobierno derechista estaba parcelando

Colombia para levantar bases militares de Estados Unidos en la región.

En Oriente Medio, la barbarie y el poder del gobierno israelí seguía

aplastando con furor a Gaza. La Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN)

siempre atendiendo a guerras de ocupación, en este caso Afganistán e Irak. Barack

Obama fue elegido como el primer presidente negro de Estados Unidos el mismo

día que murió el Secretario de Gobernación de México, Juan Camilo Mouriño.

Aunque nunca me gustó el trabajo de a pie, andar entre el sol y la gente

(muerta o viva) a cualquier hora del día como les encanta hacer a muchos

reporteros, me frustraba no poder abanderar la doctrina de Kapuscinski y su

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intrépida ética profesional. A mí me gustaba mucho más por su forma de escribir

que por su forma de enseñar, pero aún así, ese imaginario que tenía alrededor del

oficio del reportero, creo que cumple la función de una poética indispensable:

El trabajo del reportero consiste en rescatar lo verdadero e interesante. En esa búsqueda

solitaria todo depende de la gente. Es un oficio que se emprende a solas, pero está a merced

de lo que hacen y dicen los demás. Los primeros quince minutos frente a personas

desconocidas y circunstancias nuevas son definitorios. Esos momentos son los que

determinan el futuro e incluso parte de la vida. Esa conciencia genera una extraña e intensa

sensación. En un ensayo, cierto autor señala que las relaciones se definen en los primeros

segundos. Tal impresión lo marca todo. El resto es una continuación de los contactos

iniciales. Por ello son tan importantes los primeros encuentros. (Kapuscinski, 2006, ∫ 7)

Por un lado procuré empaparme del género periodístico con periodistas que

actualmente están ganando con cada letra la confianza de la gente, como el

periodista regio Diego Enrique Osorno. Por el otro, estaba al mando de una de las

editoras y periodistas más ejemplares y experimentadas de América Latina en el

ámbito internacional: Irene Selser. Hija del también periodista y profesor

argentino Gregorio Selser, Irene edita –entre otros muchos- a genios de los que ya

pocos quedan en el mundo como el poeta y Premio Cervantes, Juan Gelman, y se

cartea con gente como Noam Chomsky. De ella, y de todo el equipo de Fronteras

confirmé, muy a regañadientes, lo que mi padre me decía de pequeña luego de que

le preguntara, angustiada, cuándo se iba a acabar el mundo. Su respuesta siempre

era: el mundo se acaba para el que se va muriendo.

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De esta manera, después de contar muertos, restar a los desaparecidos,

sondear a los heridos, calibrar los intereses de las potencias y los hilillos negros que

encienden la pólvora; aprendí a volver a casa tranquila y agradecida.

***

La rutina de escribir a diario es algo que se logra con sangre. Un diario no se puede

dar el lujo de que sus redactores se tarden más de dos horas en armar una nota

cuyo esqueleto es un cable noticioso. Los errores de dedo y las faltas de ortografía

tienen que evitarse al máximo y la redacción tiene que ser clara, completa y, sobre

todo, no tiene que meter en problemas a nadie.

A diferencia de la literatura, en donde la ficción es un colchón en el que

realidad brinca y se dispara por los aires; el periodismo es una estructura de

ladrillos. Se trabaja con información y gente real y, si la estructura se cae, alguien

sale herido. Pero cuando uno ya trae la velocidad y el hábito de la redacción diaria,

cualquier detonante puede ser fuente de un texto periodístico.

La primera vez que escribí para el diario fue en Nueva York. Era el octavo

aniversario de la caída de las Torres Gemelas y la llamada Zona Cero, en el centro

de Manhattan, parecía panteón de Pátzcuaro en pleno 2 de noviembre. Era de

noche y los que rendían homenaje a las víctimas del 11 de septiembre formaban

más sombras de las que sus velitas podían proyectar.

La crónica era más o menos sencilla porque yo traía los datos duros en la

mente y el espectáculo antropológico era una fuente que emanaba material

suficiente para todos los que estábamos ahí. En realidad, yo había ido a Nueva York

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invitada por la revista literaria Reverso y por el festival Celebrate Mexico Now a

participar en una lectura de poesía. Como nunca pude hacer gala de mi buen ojo de

reportera, no perdí la oportunidad de cubrir esa rebanada de pastel que el destino

me ponía en bandeja de plata.

Visité el memorial y luego redacté la nota antes de la lectura. Leí junto con el

poeta Alí Calderón y nuestra anfitriona en Nueva York, la narradora Carmen

Boullosa. Ahora sólo dependía de una banda de internet caritativa que alguien me

hiciera el favor de regalar. Porque, créanlo o no, en la Gran Manzana no hay

internet gratuito en las calles. Vamos, ni siquiera en el Star Bucks al que me

acerqué. Entré a un pequeño hotel de puertorriqueños e intenté preguntarles –en

mi inglés del Parque Morelos- por un lugar donde pudiera conectarme. Ellos

contestaron amablemente en su naturalísimo español: “puede usar nuestra red”.

Quisiera contar más experiencias de este tipo pero en realidad ésta fue la

única. El redactor (sobre todo si de notas internacionales se trata) es un solitario de

escritorio. A pesar de que su trabajo depende -en gran medida- de personas sobre

el terreno; el redactor tiene que intuir, analizar y sintetizar la información que cada

vez se da a conocer con más inmediatez por medio de internet.

En mi caso, que ya estaba familiarizada con la historia de ciertos temas

recurrentes en la sección y que además contaba con asesoría de primera mano de

mis editores; uno de los mayores obstáculos que presentaba era ante mi déficit de

atención. La velocidad con la que se leen, redactan y editan las notas para un diario

es tanta que la premura se convierte en juez y parte, por lo que uno termina

cometiendo incorrecciones que van de graves a muy graves.

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25

Uno de los errores más atroces que cometí en Milenio Diario fue debido a

una distracción. Alguien más había hecho la nota principal de la sección (llamada

“apertura”) y yo tenía que agregar los paratextos: sumario, imagen y pie de foto. La

nota era la detención de un cabecilla de las FARC. Como aquél fue uno de esos

grandes días en que el diario recibía más publicidad de la prevista, la paginación

del diario aumentó y todas las imágenes destinadas a ciertas carpetas, bailaron el

incontrolable vals de la mala comunicación. Fotografías de cultura, ahora estaban

en el rubro de deportes; fotografías de espectáculos, en política y, claro, fotos de

violencia nacional en la carpeta de violencia internacional.

Las fotos que estaban en la carpeta de Fronteras eran varias, pero elegí sin

chistar, aquélla en la que aparecían dos policías de la AFI sometiendo a un hombre.

Además del error de haberme equivocado al elegir la imagen, ésta apareció

publicada por doble partida en la edición del día siguiente, haciendo la situación

aún más trágica.

A pesar de tanta muerte, destrucción, abuso de poder de las potencias, y

tanto canibalismo entre los mismos integrantes de un diario, no es posible evocar la

injusticia y el sufrimiento que apuntala al mundo, y cito, de nuevo a Kapuscinski:

“En nuestra profesión, más que volvernos cínicos o fríos, el tiempo nos hace más

sensibles y vulnerables por las tragedias testimoniadas”. (2006, ∫ 3) Así, con cada

acontecimiento desafortunado, cada día se remueve esa costra a mitad el pecho.

Palpita.

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26

Dealers que no me maten

Durante casi dos años escribí esa columna para el suplemento “Fin de Semana on

line” de Milenio. Aunque trataba temas de geopolítica, así como de música y

literatura, el hilo conductor de estos textos es que –lejos de aludir a alguna utilidad

informativa para el lector- escribía de esos espacios insólitos que nos asaltan

durante el día, esos lugares en donde el asombro se tira como sobre pasto a aspirar

todo el aire del mundo.

En otras ocasiones, las columnas fueron sobre acontecimientos históricos de

esos donde la violencia y la saña se lucen como si fuesen el trofeo de más precio,

por ejemplo, el aniversario de la matanza de Srebrenica o el derrame petrolero del

Golfo. También escribí sobre temas que para muchos podrían resultar aburridos o

incomprensibles.

Fue justamente en la elección de los tópicos que abordaría en la columna

semanal, donde encontré el mayor obstáculo para escribir “Dealers que no me

maten”. Al ser una columna no temática podía escribir de lo que fuera y eso me

aterraba. Era como un espejo que me hacía ver mi ignorancia.

Me atemorizaba la idea del alcance que esa columna tuviese y todos los

posibles lanzadores de tomates. Ese ejército se proyectaba sobre mí cada noche de

la semana, antes de entregar mi columna. Pero luego pensé en el lugar que ocupa la

escritura en mi vida: es irremplazable.

A pesar de lo que ya entonces disfrutaba escribir, tenía miedo. Tenía miedo

de aburrir a los lectores, y ahora sé que eso es una grosería ya que ningún lector

Page 27: Ser editor: Hermes 2.0

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permite que un libro lo enfade. Simplemente lo bota y busca algo mejor que leer.

Pero una vez en el diario, me di cuenta de toda la información a la que tenía acceso.

Y no porque otras personas no lo tengan (con internet todo se ha vertido en una

fortaleza transparente), sino porque ahora toda esa información, por absurda e

inverosímil que fuera, estaba junta y reclamaba un sentido.

A veces las noticias parecen historias de Kafka. Me gusta imaginar a David

Foster Wallace en un funeral de Tepito con banda y borrachos. Me sentí afortunada

por saber que un hombre de 114 años se ahorcó en su parcela, en Veracruz.

Hemingway decía que alguien que creía que escribir bien era extremadamente

difícil, debería salir y colgarse, y luego zafarse con algo de piedad y “forzarse a sí

mismo a escribir tan bien como pueda por el resto de su vida. Al menos tendrá la

historia del ahorcamiento para comenzar”.1 (1958, ∫ 27) Supongo que una de las

virtudes del periodista es saber qué contar. Qué es lo que se tiene que rescatar de

los hechos reales y tiene saberse, así como las necesidades de los lectores y sus

intereses.

Aunque la figura de los periódicos va dirigida a este punto: a ser un filtro de

la realidad para un público determinado; el espacio de los columnistas es mucho

más personal y reflexivo. Es un pequeño espacio en donde se dialoga con el lector y

donde se ponen a prueba las posturas más sólidas sobre algunos temas.

1 El original dice: “Let’s say that he should go out and hang himself because he finds that writing

well is impossibly difficult. Then he should be cut down without mercy and forced by his own self to

write as well as he can for the rest of his life. At least he will have the story of the hanging to

commence with.”

Page 28: Ser editor: Hermes 2.0

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Para mí, “Dealers que no me maten” era sobre todo un enfrentamiento con

mis convicciones (alguna vez juré que no escribiría nada que no fuese poesía) y con

una pequeña reciprocidad hacia lo que pasa afuera y que me atañe. Desde Juan

Rulfo hasta Irak, la tierra suena, cambia y enseña.

“Laberinto”, el suplemento

Escribí algunas notas para la sección “De culto” de este suplemento cultural de

Milenio Diario. La sección busca reseñar libros extraños o de autores

prácticamente desconocidos. Mi primer proyecto era reseñar los libros de los

compositores franceses Erik Satie y Serge Gainsbourg, y del músico inglés David

Byrne.

El primero es un libro de rarísimos poemas que Satie escribió, incluso, sobre

partituras. La primera dificultad para reseñarlo fue la extensión en la página,

porque –a diferencia de mis columnas- este texto saldría impreso. Si ya de por sí

hablar de Satie como innovador en la música es un tema inagotable, presentar a los

lectores su breve paso por la literatura parecía una proeza. Una vez redactado el

conjunto, el problema fue cortarlo a contratiempo.

La reseña del cuento de Gainsbourg me suponía un problema de pudor: es

un libro que habla de pedos. Évgenie Sokolov es un acto radical donde el

atormentado autor busca descomponerse en la cara del lector. Escribir sobre eso en

un diario conservador me hacía sentir incómoda. Sin embargo, sólo intenté

apegarme a mi fanático entusiasmo hacia el autor de “Je t’aime moi non plus” y

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dejar que los lectores, seducidos por la extremada rareza del libro importado que

yo les presentaba, se acercaran por cuenta propia.

En cuanto a David Byrne la historia fue diferente. Su libro Bicycle Diaries

todavía no era publicado en español. Conseguí la edición en inglés y me llevó meses

leerlo. Cuando terminé de hacerlo y estaba lista para redactar la nota, la editorial

mexicana Sexto Piso ya lo había publicado en México y ahora traerían a Byrne a

una gira.

No habría momento más oportuno que ése para sacar la nota. Todavía no

entiendo el origen del descontento que causó la charla de Byrne entre urbanistas y

activistas para mejorar los medios de transporte en Guadalajara. Por el contrario, a

mí me gusta la idea de que el autor dialogue con habitantes de las ciudades en lugar

de entablar un discurso sobre su obra. Diario de bicicleta me parece un testimonio

honesto y, hasta cierto punto, inocente de alguien que no tendría ni la más mínima

necesidad de bajarse de un automóvil de lujo.

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La algarabía del desorden

Seguramente conocen o han escuchado hablar de la revista Algarabía. Se trata de

una publicación mensual que, según dice su eslogan, “genera adicción”. Sin duda es

una adicción muy menor si se compara con las publicaciones de gran tiraje en

México como son TV y Novelas, TV Notas o el Libro vaquero, que –según una cifra

de 2002, tiraban entre un millón 200 mil y un millón 800 mil ejemplares a la

semana-.2 Pero digamos, que entre las publicaciones que ofrecen contenidos

literarios, estéticos, y de divulgación histórica, filológica y científica, Algarabía se

ha consolidado en el gusto de sus lectores con un tiraje de 41 mil ejemplares

mensuales.

Esta publicación pertenece al grupo Aljamía, empresa dedicada a la edición

de la revista, varias colecciones de libros, publicidad y marketing. Este grupo

funciona como una empresa familiar: la directora general es Pilar Montes de Oca

Sicilia, su prima, Victoria García Jolly es la directora de arte, y todo un ejército de

hermanos y parientes conforma el consejo editorial.

Por lo que puede verse en sus redes sociales (Facebook sobre todo) y por mi

breve paso por esas oficinas, el grueso de los lectores de esta revista son de clase

media alta. La mayoría se dedica a la administración, contabilidad, abogacía,

medicina y otras carreras que, tradicionalmente, no se relacionan con la literatura;

2ChávezMéndez,MaríaGuadalupe.LalecturamasivaenMéxico:apuntesyreflexionessobrelasituaciónquepresentaestaprácticasocial.RevistaEstudiossobrelasculturascontemporáneas.Junio,año/vol.XI,número021,UniversidaddeColima.México,2005.

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sin embargo, son lectores que se interesan por “cultivarse”.3 Es gente que se

preocupa por escribir sin faltas de ortografía y que presume de un “don de charla”.

Esta postura pequeñoburguesa que algunos tienen obliga a exigir siempre

una virtud utilitaria de la lectura (no leen porque sea divertido o simplemente

porque les guste; sino porque creen que moralmente, el hecho de leer aumenta su

valía como personas). Así se ha formado un gran nicho de mercado, tal es el caso de

la revista Algarabía y todos sus productos y publicaciones. Estos compradores

potenciales son complacidos sobre todo con un elemento en particular: citas;

máximas de escritores famosos sobre temas cotidianos o hipertextos que veremos

más adelante.

A diferencia de otras publicaciones y editoriales, cuya materia prima son

escritores activos, quienes generarán los contenidos, o que bien, echan mano de

agencias noticiosas de las que se extraerá información fresca; Algarabía y en

particular, la Editorial Otras Inquisiciones se alimentan de fuentes específicas, que

no son necesariamente recientes, pero que son de acceso restringido a ciertos

lectores. Me explico. El ochenta por ciento de los contenidos que forman las más de

treinta secciones de la revista (esperen, ¿dije treinta secciones?) están tomados de

enciclopedias.

En la sala de juntas de Algarabía, a la que los sometidos y desgastados

trabajadores son solicitados una o dos veces al día, está abarrotada por los seis

volúmenes del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan

3ElDRAEdefine“cultivar”,ensuterceraacepción,como:“Desarrollar,ejercitareltalento,elingenio,lamemoria,etcétera.”

Page 32: Ser editor: Hermes 2.0

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Corominas y José A. & Pascual. O sea: relucientes doce mil pesos forrados en piel

detrás de un vidrio, bajo llave. A éste le siguen el Diccionario del uso del español de

María Moliner, la Enciclopedia Británica y decenas de series más que seguramente

incluirán palabras como “saber”, “mundo” y por supuesto “enciclopedia”. Yo sólo

me abstraía durante las largas juntas pensando en alguna palabra cuya historia

podría rastrear en ese aglomerado, tan codiciado por mí (alguna vez intenté

comprarlo en el FCE alegando que debido a un grave maltrato en las tapas me

tendrían que hacer un considerable descuento, y claro, fracasé).

Es en estos universos de papel, donde se extrae casi todos los contenidos de

la revista. También echan mano de internet como Wikipedia. Secciones como

“Palabrotas” o “¿De dónde viene…?”, sólo por mencionar un par, se alimentan de

estas fuentes.

En el caso de esta revista, el mérito editorial se reduce a la búsqueda

bibliográfica y a la paráfrasis. Es un ejercicio de reescritura, que no sería criticable

si tuviera otros fines más allá de la mera información acumulativa para analfabetas

funcionales que no tienen la capacidad ni la disposición de leer un texto de más de

media cuartilla. Aluden a un lector de diccionarios (extraordinariamente parodiado

por Ben Stiller en su película Dodgeball). Digamos que el hueso a encontrar, y por

el que escarban en libros y anecdotarios, es la oportunidad, la pertinencia. De esta

manera, dejan lectores vacíos con las resonancias de frases aprendidas de

memoria, mutiladas e inútiles. Una verdadera pena.

En cuanto a Otras Inquisiciones, una de las dificultades más notables que

experimenté –creo que al igual que todo el equipo de edición- fueron los constantes

Page 33: Ser editor: Hermes 2.0

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cambios en las decisiones tomadas por el cuerpo directivo. Por ejemplo: en una

junta se acordaba con la directora editorial un tema que se habría de desarrollar

para cierto libro. Durante la siguiente semana se hacía una investigación

documental sobre el tema, se redactaba; o bien, se editaban textos encargados

expresamente para el caso, y al cabo de todo el trabajo, gran parte de éste era

descartado por nuevos cambios, sin mayor explicación.

Personalmente lo que me frustraba más en esta situación, era que muchos

aspectos de mi labor en Otras Inquisiciones nada tenían que ver con el trabajo de

edición como yo lo conocía. El proceso de establecer criterios editoriales, desde la

selección del material, el tratamiento que habría que darle, hasta el público a quien

iba dirigido; quedaban desplazados imposiciones casi militarizadas.

Sin embargo, esta situación se hizo más incómoda cuando tuve que

enfrentarme por primera vez a ciertos problemas de derechos de autor. Mi postura

sobre el tema (que ampliaré más adelante) es sencilla: entre más insumos gratuitos

existan, estos llegarán a más lectores. Considero que los derechos de autor

alimentan una insaciable ambición por poseer “el conocimiento” o algo tan

intangible como eso. En cambio, creo en el crédito y las fuentes, en los pequeños

homenajes y agradecimientos que vienen implícitos en nuestro ejercicio de lectura

y escritura.

A pesar de eso, lo que hacen en Algarabía me parece un saqueo a los autores

y a sus editoriales ya que toman textos previamente publicados y los reproducen

para sus libros y revista. No conforme con copiar de manera indiscriminada

ensayos completos, también hay reproducción de imágenes de Google o de sitios

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gratuitos. Es evidente que el problema aquí es que Algarabía sí gana dinero por

esas reproducciones que violan el copyright.

Como ejemplo pondré el caso Chicas malas: reinas, locas y otras cosas

peligrosas en donde se incluye el texto “Nadie quiere a María Antonieta” de

Benedetta Craveri ya publicado por Siruela. Al advertir que se estaba irrumpiendo

en la ley de derechos de autor, el cuerpo directivo afirmó que no pasaba nada y se

me ordenó que sólo se hiciera la siguiente aclaración, en una nota al pie: “[Todas

las citas, excepto la 7 y la 14, son de la edición que se consultó de Benedetta Craveri,

María Antonieta y el escándalo del collar, Madrid: Siruela, 2007.]” A ese caso se le

aunaron otros como el del texto “El horror de los horrores: disertación sobre la

cruda” de Marco A. Almazán en su libro Cien años de humedad publicado por la

editorial mexicana Jus en 1974.

Además de que éste apareció publicado en un número de la revista y en otro

título de Otras Inquisiciones, también se quería agregar en el contenido de Chicas

malas… lo que me pareció una grosería hacia el lector y hacia el trabajo de los

editores de Jus. Cuando un lector encuentra una colección de libros que le gusta,

no para hasta tener todos los títulos. ¿Qué habría pensado el incauto de haber

encontrado el mismo texto en dos o más índices? Y en cuanto a Jus: ¿Saben para

quién trabajan? No lo sé.

Seguramente muchos de los escritores que “publican” en Algarabía andaban

sin un peso por la calle y murieron en una relativa miseria. Eso tampoco me consta.

De lo que estoy segura es que a mí me despidieron de ese sitio a los dos meses, por

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incompatibilidades horarias. Era la tercera editora en medio año. Sin embargo,

ahora veo –con gusto- que el texto de Almazán no aparece en el libro.

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Tusquets Editores México: el organismo de la novela

Un buen lector de novelas sólo lee “grandes novelas”. O al menos eso sentía yo que

siempre guardé una distancia prudente entre la novela y otros géneros literarios; y

eso que, como lectura, la prefiero sobre muchas opciones. A pesar de que ya me

había enfrentado a algunos de estos especímenes en esos pañalitos manoseados

llamados “pruebas”, nunca me había tenido que tratar con una novela desde su

editing.

Y claro, como en una película slasher, ésta era una tremenda, incontrolable

novela. Se trata de La prueba del ácido del escritor sinaloense Élmer Mendoza

(enlistada como mejor novela de 2010 por Sergio González Rodríguez). Como si

fuera poco, ésta era una secuela de Balas de plata, novela por demás galardonada y

bien aceptada entre la crítica.

El personaje más famoso Mendoza, el detective Zurdo Mendieta, volvía para

investigar el crimen de una joven. El autor, como arrendador que hizo bailar al

caballo más salvaje, escribió una gran historia y asestó un nuevo acierto a su ya

característico estilo literario, ubicado dentro de la narcoliteratura.

Aquí el problema era otro: los diálogos no venían marcados con guiones. A

primera vista parecía que el punto y seguido era un elemento que ocupaba una

función medular. Cada párrafo tenía varios, y estos enlazaban las frases –que

parecían cortas- dando la impresión de estar viendo un racimo de uvas. Pensé en

Page 37: Ser editor: Hermes 2.0

37

autores como Thomas Bernhard o Geoger Perec cuyos libros se conforman de un

solo párrafo.

La novela llegó a mis manos después de la lectura de la directora editorial de

Tusquets Editores México, Verónica Flores, quien tiene una asombrosa capacidad

de ver los huecos a reparar en una novela. Digamos que ella tiene esa característica

que todo editor debería poseer: ser una especie de lector ideal que todo novelista

busca.

Cuando empecé a leer la novela empecé a notar que la división de diálogos

se marcaba con los puntos y seguido, al igual que los pasajes descriptivos,

recuerdos y cavilaciones del personaje principal. Sin embargo, como todo gran

oficio logra hacer, se notaba la intención de cada enunciado. Por primera vez sentí

cómo el trabajo de edición se iba adaptando al trabajo de escritura. Parecía como si

al principio el autor corría medio asustado, presa de la nueva experiencia que la

página en blanco le iba develando. Frases cortas, agitadas, concisas, claras,

violentas es lo que da la bienvenida a la novela. Fue en ese primer marasmo, donde

hubo que aplicar un método más o menos cernido a la necesidad de la novela, y

que, afortunadamente, coincidió con lo que el autor desarrollaría más tarde.

Por medio de comas y sus derivados, fuimos dejando el lugar principal para

el punto y seguido como el catalizador de diálogo. Las cursivas que salen en

contadas ocasiones sirvieron para representar cierta voz que recuerda el personaje

principal.

Page 38: Ser editor: Hermes 2.0

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Con esta novela me quedó claro que, al igual que el escritor va adaptándose y

sintiéndose más cómodo, el editor, por su parte, usará las herramientas –

concientes o inconcientes- del autor para ponerlas en la mejor disposición posible

sin alterar en absoluto el sentido y el carácter de la obra. Finalmente esta obra

busca regular también, la respiración del lector y coincidir con él en una

experiencia simbiótica.

Tijuana: crimen y olvido del tijuanense Luis Humberto Crosthwaite fue

distinto. Sentí como supongo que se siente un historiador al trabajar con epístolas

del XIX. Sabía que era un trabajo que el autor había venido escribiendo,

reescribiendo y acomodando desde hacía muchos años y el sentía que el relato

palpitaba con cada marca de corrección.

Además, técnicamente esa novela es muy compleja. Usa grandes manchas de

negro en la caja de textos, como elemento narrativo, que había que vigilar muy bien

en la imprenta para que no se convirtiera en una mole que aplastara la tipografía.

Sin embargo, de nueva cuenta, el oficio de un escritor con trayectoria desafió ese

ADN que conforma el libro y al final el público quedó complacido. La novela fue

enlistada dentro de las diez mejores del año por el reconocido periodista Sergio

González Rodríguez.

La experiencia en Tusquets me enseñó la maquinaria de los buenos libros

que se venden. Aquéllos que nos están destinados a una vida en bodega. Este

complejo panorama que vemos desfilar cada año en la Feria Internacional del Libro

es, sin duda, una industria sofisticada semejante a la del cine, llena de glamour,

alfombras rojas y, claro, bambalinas.

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INBA y FIL: ser reportera es un deporte extremo

El trabajo que más evité, llegó de golpe. Luego de haber renunciado mi trabajo

anterior y tras una frenética sesión de búsqueda de personal que me llevó a Tijuana

y Ensenada, volví a la ciudad de México convencida de que encontraría trabajo.

Googleé la ubicación de las oficinas de la Dirección de Literatura del Instituto

Nacional de Bellas Artes (INBA) y fui resuelta a ofrecer mis servicios editoriales.

Llegué y le pregunté al guardia de seguridad por “el director de publicaciones” y me

mandó al segundo piso. Creo que me detuve en cada escritorio para intentar

explicar que buscaba a alguien que pudiera emplearme como correctora de estilo.

Por fin llegué al escritorio de Liliana Altamirano Gutiérrez quien entonces

era la Subdirectora de Difusión y Relaciones Públicas de la Dirección; me dijo que

estaba buscando reporteros para entrevistas a los escritores que ellos promovían.

Me habló del sueldo y me dijo que si estaba interesada volviera en un mes. Acepté y

la Ciudad de México me volvió a parecer un gran sombrero de mago.

El primer problema era que mi cerco de intimidad y anonimato que

mantenía con mi trabajo se vería invadido por la interacción directa con los

autores. El segundo era que, por más que adore la literatura, conozca la obra de

ciertos autores y yo misma conozca la experiencia de la escritura; nada de eso podía

ayudarme con el arte de la entrevista. Me parece que esa tarea involucra mucho

más la calidad humana de las personas.

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Hay que relacionarse con los escritores a quienes uno admira y a quienes

uno tiene como dioses, pero también son personas con cierto buen o mal humor a

las once de la mañana. Al principio sentía tanto miedo de hablar con gente como el

maestro Hernán Lara Zavala, por ejemplo, que sentía que tenía que ser hosca o

dura para que me tomara en serio. Mi gran sorpresa es que Lara Zavala, además de

un gran narrador e investigador mexicano es extremadamente amable y humilde.

Cuando empecé a hablar con él me hizo recordar que también es maestro y

comenzó a hablarme sobre la Novela de la Revolución como si hablara con alguno

de sus pupilos.

Definitivamente no tengo el don de la conversación, así que sufría al tener

que entrevistar a personas como Sergio Sarmiento que han hecho una carrera

importante a partir de las entrevistas. Pero, al igual que Lara Zavala, Sarmiento fue

atento y diligente en sus respuestas. Y así fue con todos los buenos escritores a los

que entrevisté: David Olguín, José Vicente Anaya, Mario Bellatín, Rosa Beltrán,

Mónica Lavín, Xavier Velasco, Armando González Torres, JM Servín, Mauricio

Bares, Andrés Acosta…

Todos ellos me sorprendieron con su humildad, su despreocupación por las

aparentes características de los “grandes maestros” y se limitan a compartir aquello

que escriben y a quienes leen. Como buenos escritores que son me ayudaron a

escuchar y me hicieron volver a la lección de Kapuscinski:

Hay mucha gente susceptible a la arrogancia. Y como reportero resulta imprescindible una

sincera humildad. Porque lo primero ha de ser el entendimiento frente al otro: el ser

humano con todas sus inquietudes y su propio mundo. Como entrevistador no es

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recomendable la dureza. Mejor crear una atmósfera de confianza. Y la primera señal para

encauzar la confianza está en la sonrisa. Lo ideal es abrirse al diálogo pese al tipo de gente.

Escuchar al entrevistado y poner de nuestra parte para entenderlo. (2006, ∫ 7)

Ya con este antecedente vine a Guadalajara a trabajar a la XXIV Feria Internacional

del Libro, en el equipo de prensa dirigido por Myriam Vidriales y también

ejecutado por Mariño González. Además de reportear tendría que hacerlo mucho

más rápido.

Como era del equipo de prensa de FIL mi nota tendría que ser la primera en

subirse a internet, antes incluso, que la de las agencias noticiosas que cubrían el

evento. Y claro, también tenía que ser la mejor: la casa invita. Definitivamente no

sé cómo solucionaban esto los reporteros de antaño pero yo me alegro de vivir en

una época donde mi fiel laptop me sigue a todas partes. Además de la grabación

que hacía, siempre estaba transcribiendo las declaraciones que consideraba más

importantes.

Sin embargo mi teclado recibía dramáticos e ininterrumpidos azotes cuando

estaba frente a escritores como Sergio Pitol, Antonio Gamoneda, Paco Ignacio

Taibo II o Margo Glantz. Frente a estas personas aprendí que a uno no le tiene que

dar pena llorar en público mientras siga atendiendo a superdotados de este tipo; o

que la literatura aplica las mismas armas en el papel escrito que en la tradición

oral. Para mí, escucharlos fue un síntoma de vida, así como tener la oportunidad de

compartirlo con otros amantes lectores.

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42

Sobre el futuro del editor

Recuerdo el libro que cantaba al contacto con los dedos, narrado por Ray Bradbury

en Crónicas marcianas. Cuando lo leí sentí que otra de esas visiones imposibles me

atravesaba, como Alicia atraviesa el espejo. Sin embargo, cuando vi el iPad no pude

hacer nada más que alegrarme de haber vivido en un tiempo donde un libro como

el del señor K era posible.

Ahora hay libros con una textualidad jamás vista. Michel Houellebecq utilizó

fragmentos de Wikipedia para su última novela. John Updike escribe sus libros con

ayuda de sus lectores a través del chat y otras redes sociales. Autores como ellos

han revolucionado no sólo la práctica de la escritura sino la historia de la lectura.

¡Ahora incluso es posible editar libros para gatos! Sin duda ése es un gran

nicho para los preocupados editores ante los ebooks. Me parece que el debate sobre

la desaparición o permanencia del libro está sobrevalorado, primero, porque se

habla del futuro del libro con la intervención de las nuevas tecnologías cuando este

formato ya es una realidad con sus ventajas cotidianas. Segundo, porque el libro no

desapareció con la imprenta y no tendría por qué desaparecer ahora.

Sin embargo, muchos jóvenes editores también están consternados por el

futuro de su labor. “¿Existe una profesión con un futuro más incierto que el de la

edición de libros?”, se pregunta Mauricio Salvador, editor de la revista electrónica

Hermanocerdo.com en su texto “Un libro es un lugar. Bob Stein y la lectura 2.0”

publicado en la revista Tierra Adentro No. 171. Agrega:

Page 43: Ser editor: Hermes 2.0

43

Y conocemos de sobra las discusiones: ¿el libro electrónico o el libro impreso?, ¿la

portabilidad del primero o a la palpabilidad del segundo? Una dicotomía que sólo restringe

una definición del libro más rica y con mirada al futuro. (2011, p. 8)

Pero no todos son tan optimistas como él. René López Villamar coeditor de

Hermanocerdo.com adopta, en el mismo número de Tierra Adentro, una postura

mucho más radical y generalizadora. Para él, el futuro del libro y de la lectura

podría encontrar una especie de clímax en la internet:

Autores y editores enfrentan la labor titánica de convertir siglos de cultura impresa a

contenidos digitales. Esto abre nuevas posibilidades, por ejemplo, a que la auto publicación

deje de ser un estigma para convertirse en una opción real, en la que el autor controle por

completo los derechos de sus libros. (2011, p. 12)

Ante esta titánica tarea que, según Darnton, beneficiaría sobre todo a las

bibliotecas de las universidad que no permitirse comprar libros físicos, sobre todo

de corte académico (Darnton, 2003: 358), los editores seguirían siendo una opción

para mediar con los posibles lectores. Sin embargo, quiero hacer hincapié en que el

editor debe relacionarse e involucrarse mucho más con los nuevos contenidos y de

esta manera hacer que lleguen a todos el público posible y para eso hay que tener

en cuenta para qué nos sirve la lectura.

En su libro Cómo leer y por qué, Harold Bloom intenta descifrar un poco esa

calidad inmaterial que se crea al leer a Shakespeare, por ejemplo:

La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es

imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y

puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y

todas las aflicciones de la vida familiar y pasional. (2007, p. 13)

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Me gustaría entonces aclarar que los libros electrónicos brindan la oportunidad de

hacer de la lectura un verdadero espacio compartido. Sirve en un primer paso para

liberar al libro de algunos vínculos a los que se ha atado, como el valor monetario,

la exclusividad y un destino clasista. Yo, como lectora y autora, hay tres situaciones

que he disfrutado enormemente: cuando un amigo me dijo que robó mi libro en la

FIL, cuando transcribí el incipit de la novela El bandido de Robert Walser

publicado Siruela en un sitio gratuito de internet, y el hecho de haber encontrado

Crítica a la razón cínica de Peter Sloterdijk (un libro que vale alrededor de

setecientos pesos) en la red.

No puedo justificar de ninguna manera esas acciones, sin embargo, pienso

en las experiencias de lectura que se gestaron después y es como si ese impulso se

abasteciera a sí mismo. De igual forma que un niño no puede explicar muchas

veces por qué hace tal o cual cosa, la lectura tiende sus propios caminos para nada

más que para su disfrute.

Es necesario alejar esa visión utilitaria de la lectura y hacer que ésta reclame

un lugar indispensable en tantos usuarios como sea posible. Mauricio Salvador se

pregunta:

La dicotomía libro electrónico vs. libro impreso no podía funcionar porque sólo analizaba la

parte superficial de lo que es un libro, un montón de hojas o un archivo electrónico. Lo que

Stein quería responder es: ¿qué es un libro si se piensa desde la perspectiva de su uso por

parte del lector? ¿Qué es un libro como experiencia? (2011, p. 13)

Sobre este aspecto, Harold Bloom también invita a despejar los tópicos y los

prejuicios con los que se moldean los lectores ordinarios:

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Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podemos

utilizar para sopesar y reflexionar. A leer profundamente, no para creer, no para

contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee. A

limpiarnos la mente de tópicos, no importa qué idealismo afirmen representar. Sólo se

puede leer para iluminarse a uno mismo: no es posible encender la vela que ilumine a nadie

más. (2007, p. 27)

El oficio de editor es una especie de médium. Es un heraldo que conecta al libro y a

su autor con el lector específico cuya mirada se rasará con la góndola negra del

renglón. Una vez que tengamos esto en claro será más fácil ir adaptando nuestra

tarea a los nuevos soportes del libro.

El libro ha sido un artículo indispensable en todas las épocas. El historiador

francés Robert Darnton confía en la larga vida del libro impreso:

Desde la invención del códice en los siglos III o IV de nuestra era, el libro ha demostrado

que es una máquina maravillosa: estupenda para almacenar información, fácil de hojear,

cómoda para arrellanarse con ella, magnífica como depósito y notablemente resistente al

deterioro. No necesita que la reemplace una versión más avanzada ni hay que bajarla del

sistema, no requiere de accesos especiales ni enlazarse a un circuito ni extraerla de las

redes. Su diseño convierte al libro en un deleite para la vista. Su forma hacer que sea

placentero sostener el libro entre las manos. Y su utilidad lo ha convertido en la

herramienta básica del aprendizaje durante miles de años, incluso antes de que se fundara

la biblioteca de Alejandría cuatro siglos antes de Cristo. (2003, p. 355)

Esta dicotomía también atañe a los que han vivido más de ochenta años con un

libro en la mano, como es el caso de George Steiner. A diferencia de Darnton,

Steiner teme que los libros impresos desaparezcan, y vaticina que ésta será una

especie extraña, excéntrica y lujosa:

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Pronto, unos nuevos quioscos electrónicos permitirán a los lectores cargar en sus

computadoras ligeras de pantalla flexible todo el material textual o gráfico de su elección.

Penguin pone en Microsoft un millar de clásicos. El “papel electrónico” que acaba de

anunciar Xerox puede ser reutilizado un millar de veces; es posible releerlo, en tanto que

“una varita mágica de búsqueda” permitirá consultar volúmenes enteros con una rapidez

increíble. “El arte de la fabricación del libro, proclama el MIT, estará tan superado en 2020

como lo está hoy el arte del herrero.” Desde luego el libro, tal como hoy lo conocemos, se

seguirá publicando, igual que se siguieron haciendo manuscritos cuatrocientos años

después de Gutemberg. Pero su dominio será cada vez más el de lo estético, el de lo

literario. (2007, p. 73)

Sin embargo, me gustaría atender de nuevo a Mauricio Salvador quien se pregunta:

“Después de esto, ¿debemos perder nuestro tiempo en la dicotomía libro

electrónico vs. libro impreso? ¿Por qué no disfrutar de las bondades de ambos?

¿Por qué seguir siendo lectores solitarios?” (2011, p. 11) Al igual que él, pienso

firmemente que tanto la literatura como la lectura saldarán su continuidad e

historia por sus propios medios. Sobrevivirán de la mano y el libro seguirá

acompañándonos en nuestras mañanas, en nuestros rincones y en nuestras camas

de hospital. De la misma forma, los editores seguiremos leyendo originales,

cazando erratas y revisando las fuentes.

En la semana en que redacto esto, la Universidad de Sevilla reconoció a

Umberto Eco con la distinción honoris causa. En la ceremonia, Eco hizo una

defensa al libro impreso y afirmó que éste es “el mejor modo de transmitir

información”. “El libro de papel es como una cuchara o un cuchillo, una vez

inventado ya no se puede prescindir de ellos”. (Eco, 2011) Una vez escuchado eso,

creo que los editores podemos estar tranquilos.

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Propuesta para el mejoramiento académico

En esta unidad propongo que los alumnos de las competencias editoriales de la

Licenciatura de Letras Hispánicas realicen actividades paralelas al quehacer

editorial. Actualmente, ya se cuenta con prácticas estudiantiles en el ámbito del

libro impreso, el ebook y el pop-up, entre otros.

Uno de los ejercicios que propongo es dar a escoger entre los alumnos que

hicieran un proyecto en sus cuentas de Twitter o Facebook, que establecieran sus

propios criterios editoriales y los cumplieran. De la misma forma, se puede sacar

partido de sitios como Tumblr en donde los estudiantes pueden subir sus propios

insumos y dar un resultado de calidad editorial al final del semestre.

Otra opción es darles una lista de revistas y sitios web de literatura en donde

existen criterios editoriales rigurosos y que, además, puede ser de gran ayuda para

los estudiantes. Ellos también pueden proponer algunas páginas que conozcan.

Una vez que todos los alumnos hayan elegido, podrían darse a la tarea de revisar

esas publicaciones periódicas en busca de erratas, inconsistencias editoriales y

contradicciones; para plantearlas en el aula. Entre estas páginas propongo revistas

on line como Hermano Cerdo, Letras Libres, Vice y los blogs A traquear al zorro,

Cetrería y todos los que los alumnos disfruten leer.

Mi propuesta también incluye la redacción de un ensayo no académico, en el

que se aborden temas como los nuevos soportes del libro, el futuro del libro o el

impacto de las nuevas tecnologías en la lectura. El texto debe ir dirigido a un grupo

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particular y el alumno deberá buscar la publicación de este texto fuera del ámbito

escolar. De esta manera, puede dirigirse a alguna publicación en particular cuyo

tono se empate con el de su ensayo. Para muchos alumnos, ver su texto publicado

“libre de erratas” servirá como una aliciente para continuar con su labor editorial.

Finalmente, propongo la confección de una revista. En grupos de cuatro o

cinco alumnos se deberá idear el nombre y el concepto de una revista que puede ser

editada en formato electrónico, y actualizada cada mes. En esta actividad se

fomentará la premura del ritmo editorial y la búsqueda de materiales novedosos y

que llamen al público lector.

Al igual que con los ejercicios que ya existen en estas competencias, estos

servirán para que los alumnos pierdan el miedo a la tarea de editar. Después de

todo deben aprender a remangarse la camisa para el trabajo sucio. Trabajar con

autores y a un ritmo precipitado son tareas que los futuros editores deben

aprender. Además, una vez que vivimos la experiencia de hacer libros es difícil

alejarse de ella.

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Conclusiones

El presente informe cubrió las labores que realicé como redactora periodística y

correctora de estilo desde 2007 a la fecha. A lo largo del mismo, tuve la

oportunidad de reflexionar sobre los errores cometidos y los obstáculos que

aparecieron a lo largo de mi desempeño laboral, y cómo las habilidades aprendidas

en la licenciatura de Letras Hispánicas de esta universidad, me ayudaron a llevar a

cabo mis labores profesionales.

Dentro de los insumos y herramientas que esta licenciatura me ofreció fue el

primer acercamiento al lenguaje de corrección ortotipográfica y a identificar

criterios editoriales según las necesidades que los textos que se van a editar.

También me proporcionó una visión global sobre todos los procesos de edición del

libro, desde su concepción hasta su manufactura.

Estas habilidades me han acompañado a lo largo de mi breve trayectoria y

han sido los fuertes cimientos de una carrera que apenas inicia. Esta pequeña

travesía incluye ámbitos tan diversos como la edición de textos periodísticos

impresos y virtuales; o la edición de libros y textos de cualquier índole en ambos

soportes.

Tierra Adentro, Milenio Diario, Algarabía, Tusquets Editores México, INBA

y FIL han sido, hasta ahora los medios que me dieron la oportunidad de aprender y

de equivocarme. En cada uno de ellos realicé actividades nuevas y arriesgadas,

algunas las llevé a buen fin; otras fueron un portazo en la cara. Sin embargo, estas

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instancias que trabajan con la palabra como materia primordial comparten algo en

común: creen en la edición, en el cuidado que los textos necesitan. Aquí se abordó

sobre esta necesidad del oficio en nuestro entorno actual.

En este trabajo también se abarcó una pequeña postal sobre el futuro del

oficio del editor, que ahora tendrá más campo de acción en cuanto que el libro es

ahora, un medio expandido, gracias a las nuevas tecnologías. Para ello, se hizo una

propuesta para el mejoramiento académico en donde se sugirieron varios ejercicios

para que los alumnos se relacionen con los nuevos ambientes editoriales.

Sobre todo, este informe ha servido para notar la nueva tendencia de los

profesionales de nuestro tiempo en México: un currículum que brinca de un lugar a

otro, de una labor a otra, lejos de prestaciones de ley, de seguros laborales pero

próximo y fiel al oficio. En este caso, al de la edición y la literatura.

Con un gusto inmejorable, este documento puede leerse, reproducirse y

copiarse completo desde el sitio sisicleta.com en donde también palpitan mis

pequeñas presas: transcripciones random, canciones, videos, fotografías y poemas.

Mi tumblr Fideo en madeja (bislexia.tumblr.com) vive por ahí también, alimentado

de letras y espacios en blanco donde el amor loco recuerda a Breton y tararea, de

vez en cuando, “la belleza será convulsiva o no será”.

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Bibliografía

Bloom, Harold. Cómo leer y por qué. Col. Quinteto. Editorial Anagrama. España, 2007.

Darnton, Robert. El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores

y lectores. Col. Espacios para la lectura. Fondo de Cultura Económica. México, 2003.

Nyssen, Hubert. La sabiduría del editor. Trama editorial. España, 2008.

Reyes, Alfonso. La experiencia literaria. Fondo de Cultura Económica. México, 1983.

Sloterdirjk, Peter. Normas para el parque humano. Col. Biblioteca de Ensayo. Ediciones

Siruela. España, 2006.

Steiner, George. Los logócratas. Col. Tezontle. Fondo de Cultura Económica y Siruela.

México, 2007.

Zavala Ruiz, Roberto. El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección

de estilo y de pruebas. Col. Biblioteca del editor. UNAM. México, 1991.

Artículos

Salvador, Mauricio. “Un libro es un lugar. Bob Stein y la lectura 2.0” en la revista Tierra

Adentro, No. 171, Agosto-Septiembre 2011, CONACULTA, México, pp. 15-19.

López Villamar, René. “¿Cómo será el libro del futuro?” en la revista Tierra Adentro, No.

171, Agosto-Septiembre 2011, CONACULTA, México, p. 7.

Links

• Umberto Eco: Internet es una parodia de la enciclopedia porque también incluye

información falsa. Tomado de ABCTecnología en la liga:

http://www.hoytecnologia.com/noticias/Umberto-Eco:-Internet-parodia/156897

• Ernest Hemingway, The Art of Fiction No. 21. Interviewed by George Plimpton.

Tomado de The Paris Review en la liga:

http://www.theparisreview.org/interviews/4825/the-art-of-fiction-no-21-ernest-

hemingway

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• Franz Kafka. El silencio de las sirenas. Tomado de

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/kafka/silencio.htm

• Michale Kandel. El oficio del editor. Tomado de la revista El Malpensante, en la

liga:

http://www.casa.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=413&

pag=3&size=n

• Ryszard Kapuscinski: El periodismo como pasión, entendimiento y aprendizaje.

Tomado de Infoamerica.org en la liga:

http://www.infoamerica.org/teoria_articulos/kapuscinski1.htm

Bibliografía de referencia

Breton, André. El amor loco. Siruela. España, 2001.

Diccionario de la Real Academia Española consultado en www.rae.es

Chávez Méndez, María Guadalupe. La lectura masiva en México: apuntes y reflexiones

sobre la situación que presenta esta práctica social. Revista Estudios sobre las culturas

contemporáneas. Junio, año/vol XI, número 021, Universidad de Colima. México, 2005.

Consultada en La hemeroteca científica en línea en ciencias sociales, en la liga:

http://redalyc.uaemex.mx/pdf/316/31602104.pdf