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246 Cristianismo primitivo y patrística F. M. STR.ATMANN, O. p" Die Heiligen und der St4ot, 1: Jesu! Christus, Frankfurt a. M" 1949. (Hay trad. francesa, jésus-Christ el l'Etal, por P. Lorsan, S. J.. Tour- nai, 1952.) Los Ap6stoles. San Pablo 1. GIORDANI, Il messiggio sociale di Gesu, JI: Gli Apostoli, Milán, 1938. F. M. Die Heiligen und de, SttJiJt, n, Petrus, Pauius, die Miirtyrer, Helena, Frankfu[t a. M" 1949. P. BLAE!lER. Das Geselt be; Paulus, MünsterjWestf., 1941. J. M. BOVER, S. J., Teología de San Pablo. Reimpresión, Madrid, 1952. L. CERFAUX, La ' théologie de l'Eglise sUlvant saint Paul, 2," ed., París, 1948. W. KOESTER, S. J ., Die Idee deT Kirche beim Apostel Paulu!, Münster/ Westt ., 1928. E. PRAT, S. J.: La théologie de saint Paul, 2 vals., 6." ed., París, 1924. ]. QUIRMBACH, Die Lehre des hl. Paulus VDn der natürliehen Gotteserkenntnis und dem natürliehen Sittengeselz, Friburgo de Br ., 1906 . W. D. STACEY, The Pauline View 01 Man , Londres, 1956. L. TONDELLI, Il pensiero di San Paolo, Milán, 1928. E. NOBlLE, «11 disdegno della legge Del pensiero di Paolo di Tarso», en R.l .F.D., XV (1935), 92-10!. G. QUADRI, «Il fondamento del diritto di purure nel pensiero di S. PaolQ}), en KI.F.D., XIV (1934), 367 ss . W. A. SCHULZE, «Romer 13 und das Widerstandsrecht», A.R.u.S. Ph :. XLII fl956t 555-566. BIBLIOGRAFIA ADICIONAL Nuevo Testamento. La Biblia interconlesional, Madrid, 1978. /1Ii! vy O L. Y .4 _ / t. J.-t.. 1"'- ,id 7 &i-&/ e1fr.do (/)/ ,4(.-4M¡o. f4..'lMh-d4.¡/. n. Ift'·.in -ÜI. Capitulo 2 LA PATRISTICA HASTA SAN AGUSTIN , , Ieh war heimlich in den Tempeln ihrer Gottu, ieh war dunkel in den Sprüchen aller ihrer Weisen. (Yo estaba secretamente en los .templos de sus dioses; oscuramente estaba en las sentencias de todos sus sabios.) (GERTRUD VON LE FORT, Hymnen an die Kirche.) 1. Los Padres de la Iglesia. LOS FUNDAMENTOS DEL ruSNATURALISMO PATRlSnCO EN LOS APOLOGISTAS GRIEGOS DEL SIGLO U. 2. San Justino.- 3. San Ireneo.-4. La Epístola a Diogneto. DERECHO NATURAL Y PODER POLITICO EN LOS GRANDES PADRES GRIEGOS Y LATINOS POSTERIORES. 5. Clemente de Alejandría y Orígenes.--6. Tertuliano .-7. Lactancio.-8. San Ambrosio.- 9. Otros Padres. FAMILIA, ESCLAVITUD Y PROPIEDAD 10. Doctrinas de los Padres de la Iglesia sobre la familia, la esclavitud y la propiedad. IMPERIO ROMANO Y CRISTIANISMO 11. De la hostilidad a una valoración posítiva.-12 . Apologías cristianas del im- perialismo romano. Prudencio. L Puede decirse que no hay en los Padres de la Iglesia distinción formal alguna entre y teología. Por una parte, persiguen una clara formulación del dogma cristiano frente a una serie de herejías, algunas muy grB.¡ves, como el gnosticismo, el maniqueísmo, el arrianismo. Por otra, se imponía un contraste de las propias doctrinas con las del judaísmo y de las religiones y filosofías de la Antigüedad grecorromana, principalmen- te con fines polémicos y apologéticos . entonces el problema de la 247 TRUYOL Y SERRA, A., Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado (I), ALianza Universidad, Madrid 1982, pp. 247-262.

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246 Cristianismo primitivo y patrística

F. M. STR.ATMANN, O. p" Die Heiligen und der St4ot, 1: Jesu! Christus, Frankfurt a. M" 1949. (Hay trad. francesa, jésus-Christ el l'Etal, por P. Lorsan, S. J.. Tour­nai, 1952.)

Los Ap6stoles. San Pablo

1. GIORDANI, Il messiggio sociale di Gesu, JI: Gli Apostoli, Milán, 1938. F. M. STRATMM~N, Die Heiligen und de, SttJiJt, n, Petrus, Pauius, die Miirtyrer,

Helena, Frankfu[t a. M" 1949.

P. BLAE!lER. Das Geselt be; Paulus, MünsterjWestf., 1941. J. M. BOVER, S. J., Teología de San Pablo. Reimpresión, Madrid, 1952. L. CERFAUX, La ' théologie de l'Eglise sUlvant saint Paul, 2," ed., París, 1948. W. KOESTER, S. J., Die Idee deT Kirche beim Apostel Paulu!, Münster/ Westt., 1928. E. PRAT, S. J.: La théologie de saint Paul, 2 vals., 6." ed., París, 1924. ]. QUIRMBACH, Die Lehre des hl. Paulus VDn der natürliehen Gotteserkenntnis und

dem natürliehen Sittengeselz, Friburgo de Br ., 1906. W . D. STACEY, The Pauline View 01 Man, Londres, 1956. L. TONDELLI, Il pensiero di San Paolo, Milán, 1928.

E. NOBlLE, «11 disdegno della legge Del pensiero di Paolo di Tarso», en R.l.F.D., XV (1935), 92-10!.

G. QUADRI, «Il fondamento del diritto di purure nel pensiero di S. PaolQ}), en KI.F.D., XIV (1934), 367 ss .

W . A. SCHULZE, «Romer 13 und das Widerstandsrecht», A.R.u.S.Ph:. XLII fl956t 555-566.

BIBLIOGRAFIA ADICIONAL

Nuevo Testamento. La Biblia interconlesional, Madrid, 1978.

/1Ii! vy O L. Y .reJe.~A, .4 _ / )t~ ~ t. J.-t.. 1"'-,id /)e<.¿~ 7 &i-&/ e1fr.do (/)/ ,4(.-4M¡o. f4..'lMh-d4.¡/. ~t:lnL

lí n. Ift'·.in -ÜI.

Capitulo 2

LA PATRISTICA HASTA SAN AGUSTIN

, ,

Ieh war heimlich in den Tempeln ihrer Gottu, ieh war dunkel in den Sprüchen aller ihrer Weisen.

(Yo estaba secretamente en los . templos de sus dioses; oscuramente estaba en las sentencias de todos sus sabios.)

(GERTRUD VON LE FORT, Hymnen an die Kirche.)

1. Los Padres de la Iglesia.

LOS FUNDAMENTOS DEL ruSNATURALISMO PATRlSnCO EN LOS APOLOGISTAS GRIEGOS

DEL SIGLO U. 2. San Justino.- 3. San Ireneo.-4. La Epístola a Diogneto.

DERECHO NATURAL Y PODER POLITICO EN LOS GRANDES PADRES GRIEGOS Y LATINOS

POSTERIORES.

5. Clemente de Alejandría y Orígenes.--6. Tertuliano.-7. Lactancio.-8. San Ambrosio.- 9. Otros Padres.

FAMILIA, ESCLAVITUD Y PROPIEDAD

10. Doctrinas de los Padres de la Iglesia sobre la familia, la esclavitud y la propiedad.

IMPERIO ROMANO Y CRISTIANISMO

11. De la hostilidad a una valoración posítiva.-12. Apologías cristianas del im-perialismo romano. Prudencio.

L Puede decirse que no hay en los Padres de la Iglesia distinción formal alguna entre filosofí~ y teología. Por una parte, persiguen una clara formulación del dogma cristiano frente a una serie de herejías, algunas muy grB.¡ves, como el gnosticismo, el maniqueísmo, el arrianismo. Por otra, se imponía un contraste de las propias doctrinas con las del judaísmo y de las religiones y filosofías de la Antigüedad grecorromana, principalmen­te con fines polémicos y apologéticos. Sur~e entonces el problema de la

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TRUYOL Y SERRA, A., Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado (I), ALianza Universidad, Madrid 1982, pp. 247-262.

jvalabe
Cuadro de texto

248 Crislianismo primitivo y patrística

actitud a adoptar ante la filosofía helénica, que suministraba un. valioso instrumental lógico y conceptual susceptible de ser aprovechable para la aprehensión intelectual de las verdades reveladas.

Ante este problema eran posibles dos actitudes, que fueron simultá­neamente mantenidas: de repulsa o de recepción. Sostuvieron la primera, principalmente, Tadano y Tertuliano, conversos ambos y buenos conoce­dores de las letras paganas. Pero se impuso la segunda con San Justino mártir, Atenágoras, los maestros de la Escuela catequética de Alejandría (Clemente y Orígenes) y después la generalidad de los Padres, con más o menos convicción, según su temperamento y formación prevía. Es de ad­vertir que la actitud receptiva podía apoyarse en la célebre predicación de San Pablo en Atenas ante un auditorio filosófico pagano (Act. Apost., XVII,

17 ). Había también un gran precursor en el judío Filón de Alejandría (aprox. 25 a. de J. C.-50 d. J. C.), cuyo pensamiento representa una sín­tesis del platonismo y la teología del Antiguo Testamento. San Agustín la afianzará con su recepción del neoplatonismo. En última instancia, la repudiación pura y ~imple de la cultura filosófica era prueba de una in­seguridad intelectual, y es significativo que tanto Taciano como Tertu­liano acabasen incurriendo en herejía.

Por la lengua en que escribieron, los Padres se dividen en Padres y escritores cristianos griegos, también llamados «orientales» (San Justino, S. Ireneo, Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio de Cesárea, los tres «Padres de Capadocia» -S. Gregario de Nazianzo, S. Basilio y su hermano S. Gregario de Nissa-, S. Juan Crisóstomo, Teodoreto de Ciro), y los Padres y autores cristianos latinos u «occidentales» (Tertuliano, S. Cipria­no, Lactancia, S. Ambrosio, S. Jerónimo, S. Agustín). Los primeros, gene­ralmente nutridos de cultura griega, son más especulativos, ocupándose de preferencia de las cuestiones más elevadas y arduas de la teología. Los se­gundos, familiarizados con el derecho romano, sienten una mayor indina­ción por las cuestiones prácticas, políticas y sociales. Las dos tendencias se conciliarán en San Agustín.

En todo caso, no hemos de buscar en los Padres de la Iglesia una doc­trina sistemáticamente desarrollada acerca del derecho y I~ sociedad. Los Padres se refirieron a problemas particulares, incidentalmente, en el curso de sus escritos. Las fórmulas de San Pablo, por otra parte, ejercen una in­fluencia decisiva sobre su pensamiento. Puede afirmarse que en materia jurídica, política y social, la doctrina de los Padres de Ja Iglesia es como una exégesis de los textos paulinos, a los que se une en los Padres occi­dentales la influencia de Cicerón y de Séneca. En consecuencia, ocupan el centro de su interés el tema del derecho natural, y el del origen y funda­mento del poder político.

, 2. La patrística hasta San Agustín 249

Los fundamentos del iusnaturalismo patrístico en los apologistas griegos del siglo II

2. Los grandes apologistas del siglo II esbozaron en genial atisbo los rasgos fundamentales del pensamiento jurídico y político de los Padres posteriores.

La teoría paulína del derecho natural debe el primer desarrollo de que tengamos noticia a San Justino mártir (t hacia el 165). Hijo de padres griegos instalados en la colonia de Flavia Neápolis (en el lugar de la anti­gua Sichem, en Palestina), procedía Flavio Justino del paganismo, cuyas fil?sofías no lograron satisfacerle. Sus dos Apologías, escritas sin duda poco después de mediado el siglo n, abren generosamente la vía para la inte­g'~ación de la filosofía griega en la sabiduría cristiana y, en consecuencia, también de la moralidad natural en la moralidad evangélica. Si el Logos, como proclamara San Juan, ilumina a todo hombre que viene a este mun­do, hay una revelaci6n universal que preludia a la revelación del Lo­gos hecho carne en la persona de Jesucristo. Afirma San Justino. según la fórmula estoica, la existencia de un Logos spermatikos, de una <Hazón semina!», de cuyos gérmenes divinos la humanidad toda participa en mayor o menor grado, y que culmina en la revelación cristiana. EIlo per­mite a San Justino considerar que toda verdad, dondequiera que haya sur­gido históricamente, es cristiana, y que el cristianismo, en consecuencia, es la verdadera filosofía, prepatada y vislumbrada por los mejores pensadores de la gentilidad. Esta grandiosa concepción de la acción del Verbo divino en la historia contiene en germen la doctrina tomista de la relación entre la razón y la fe, la filosoffa y la teología.

3. Si San J ustino subrayaba así la continuidad histórica y ontoló­gica entre el saber natural y el sobrenatural, San Ireneo (t hacia el 200) insistiría en cambio en los efectos del pecado sobre la naturaleza humana y las instituciones en ésta fundadas. Era el «padre de la dogmática católi· ca» (como se le ha llamado) oriundo también del Asia Menor; pero su nombre va unido esencialmente al de la ciudad gala de Lyon, donde fue obispo. Su obra principal, dirigida contra los gn6sticos, s610 ha llegado Ín­tegra a nosotros en una traducción latina, conocida comúnmente bajo el tí-tulo de Adversus haereses. A la manera de Séneca, opone Ireneo el estado actual de la sociedad humana a un estado primitivo de inocencia . Las insti­tuciones actuales) y entre ellas la realeza, están fundadas, todas ellas, en la coacción. Corresponden a una naturaleza caída, y Dios las estableció para contener mediante el temor el desenfreno anárquico de las pasiones. Con esta doctrina, San Ireneo iniciaba la corriente que podríamos llamar «pesi-

250 Cristianismo primitivo y patrística

mista» del iusnaturalismo patrístico, que distingue un derecho natural pri­mario, anterior a la caída (la cual, en IIeneo, no es tanto la caída en el peca­do original como la posterior, que describe la Sagrada Escritura, cuando se generalizaron los cultos idolátricos y toda clase de vicios) y un derecho na­tural secundario, posterior al pecado y enderezado a corregir y atenuar sus consecuencias sociales. La huella de esta concepción aparecerá principalmen­te en San Gregario de Nazianzo, San Juan Cris6stomo y Teodoreto de Ciro entre los orientales; Lactancio y San Ambrosio entre los occidentales.

4. Se atribuía generalmente también al circulo de la apologética grie­ga del siglo II la llamada Epístola a Diogneto, de autor desconocido, que tiene el mérito de fijar en términos precisos y sugestivos el nuevo etbos social del cristianismo. Desde los trabajos de P. Andriessen (1946) es ra­zonable ver en este elocuente discurso la Apología de Cuadrato, que se daba por perdida. De ser ello así, tratarÍase del primer escrito de esa índole en la literatura cristiana. Lo más notable, para nosotros, es la idea, clara~ mente expuesta, de que el reino de Dios se compagina con la variedad de las patrias terrenales , integrándoselas sin confundirse con ellas ni suprí· mirlas. Habitan los cristianos sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranje· ros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. En otras palabras, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. Así como el alma está esparcida por todos los miembros del cuer· po, están esparcidos los cristianos por todas las ciudades del mundo. Ahora bien, como el alma está en el cuerpo sin ser del cuerpo, así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. A fórmulas parecidas recu· . rrirá más tarde San Agustín para caracterizar la posición del cristiano en la ciudad.

Derecho natural y poder político en los grandes Padres griegos y latinos posteriores

5. A la tendencia positiva de San Justino se adhirí6, en un esfuerzo especulativo de altos vuelos, la Escuela catequética de Alejandría con Cle· mente y Orígenes.

Tito Flavio Clemente (t antes de! 215), de origen griego (acaso ate­niense) y pagano, dirigió la Escuela después de un período de viajes que hizo, siendo ya cristiano, y recuerdan los que Platón emprendiera a raíz de la muerte de Sócrates. Sus obras más importantes son la Exhortaci6n

2. La patrística hasta San Agustín 251

(Protreptikos) a los Griegos, e! Pedagogo (Paidagogos, un tratado de moral práctica) y las Misceláneas, o Alfombras (Stromatás, Stromata) .

El Logos, que como en San Juan y en San Justino se identifica con Jesucristo, es el pedagogo que conduce a la salvación y se propone corno modelo a imitar por los hombres, a quienes infundió el sentido del orden. El mismo Logos que se manifestó en el Decálogo de Moisés, «ley vivien· te), dio a la razón humana los principios de la moralidad natural; en con· secuencia, la decta razóm) (arthos lagos) vislumbra lo que la revelación luego precisa, dándose una coincidencia fundamental entre la ley natural y la ley divina. En cuanto al gobierno humano, debe fundarse en la sabi­dury., práctica y e! imperio de la ley, que implica libertad en la obediencia

de.Jos súbditos. Lo doctrina de Clemente de Alejandría sobre el derecho natural se

enmarca, pues, en una doctrina general acerca de la relación entre la sa­biduría humana (griega) y la revelación cristiana, que no es sino un des­arrollo de las fórmulas de San Justino. Hay, según Clemente, dos Antiguos Testamentos Y uno Nuevo: la Ley de los judíos y la Filosofía de los griegos preparan, ambas a su manera, la fe cristiana, y en ella se integran.

Análoga en sus grandes líneas es la concepción de Orígenes (aprox. 185· 254). que se caracteriza por la audacia especulativa y el más riguroso es· puitu sistemático. Orígenes, que es indiscutiblemente el pensador más poderoso de la Iglesia griega, había nacido en Egipto, acaso en la misma Alejandría. de padre cristiano. Su carrera fue agitada, como consecuencia de su temperamento apasionado y su inflexibilidad doctrinal en algunas tesis suyas que, por influencia del gnosticismo, se alejaron de la ortodoxia. Después de varias vicisitudes fundó escuela propia en Cesárea. De su in· mensa producción literaria no queda sino una pequeña parte, destacándose en ella su apología Contra Celso, el tratado De los principios) que sólo se ha conservado íntegro en versión latina (De príncipiis), y un Comentario a la Epístola a los Romanos.

Contrapone Orígenes a la ley política o civil, de origen humano, la ley natural, cuyo autor es Dios. Sólo la segunda tiene valor absoluto para e! cristiano, por lo que carecerá de validez cualquier ley civil que a ella se oponga (por ejemplo, una ley que ordene la idolatría). También para Orígenes coincide materialmente la ley natural con la ley de Dios (Decá· logo). Con la reserva de que respeten las exigencias de la ley natural y di~ vina, las .leyes humanas., qu~ varían según los pueblos, obligan al cristiano como a los demás ciudadanos.

Con '~llo reafirma Orígenes, siguiendo a San Pablo, el rundamento na­tural de la sociedad política y su gobierno. Pero, sometiendo a un impar·

252 Cristi!tnismo primitivo y patrística

t,ante análisis la fórmula paulina, pone de manifiesto las distintas posibi­lIdades en ella latentes. ¿No cabrá deducir de las palabras del Apóstol que tambIén el ~oder del impío es de Dios? Orígenes hace observar que para Pablo 10$ pnnClpes no son para temor de los que obran lo bueno sino lo malo, y Dios los juzgará por el uso que hicieren de su autoridad.' De este uso de~ende propiamente su 1egitimidad. La censura del Apóstol para guie­~es resIsten a la autoridad se entiende referida a la que ejerce el poder Justamente, no a la que se desvía de su misión peculiar y pretende coaccio­nar las conciencias, por cuanto la propia tradición apostólica (por boca de San Pedro, según indicamos ya en anterior capítulo) ordena obedecer a Dios ao:es ~ue a los hombres . El pensamiento cristiano posterior hallará en esta exegesls l una y otra vez, su punto de partida y de apoyo al enfrentarse con el problema en cuestión, tan agobiante como permanente.

6. El temperamento de Quinto Septimío Floreme Tertuliano (apron­n:a.damente 160-aprox. 240) recuerda el de Orígenes por su inquietud y ngldcz. Per~ a diferencia de Orígenes, Tertuliano, abogado, nacido en Car­raga y de OrIgen pagano, sintió después de su conversión una creciente hos­tilidad hacia la filosofía griega, y en especial hacia la cultura toda de la gen­tilIdad. Su poderoso ingenio se despliega plenamente en el famoso y con­tundente Apologético (ApologeticumJ. Pero un rigorismo moral parecido al de Orígenes ]; hizo adherirse después a la secta montanista, de la que luego se separarla para fundar una propia. En sus argumentaciones, bien trabadas , se hace patente una sólida formación jurídica. Uníase a ésta un excep,cional dominio del latín, que gracias a él fue adaptándose a lus nuevas necesld~des de la especulación cristiana en competición con el griego hasta con;erurse en .segunda l~ngua eclesiástica, llamada a imponerse luego con caracter exclUSIVO y ofiCIal en la cristiandad occidental.

Afirma TertuHano la existencia de un ius naturae grabado en «tablas naturales». La naturaleza es para el alma 10 que la maestra para su discí­pula, primera fuente del conocimiento de lo honesto. Sus enseñanzas no son otras que las del Decálogo, y han de inspirar las leyes humanas. Lo que confiere a éstas valor de tales, no es el número de años de vigencia que IIeven, ni la ~ignjdad de quienes las promulgaron, sino única y exclusiva­mente la eqUIdad (sed aequitas sola), y si carecen de ella se convierten en tiránicas. No deja de ser curioso encontrar bajo la pluma de este adversario de la razón la afirmación, de sabor ciceroniano, de que la razón es de esencia de la ley (in ralione lex constaOJ o la de que el alma es naturalmente cris­tiana, justamente famosa.

C?mrasta, en efecto, con este humanismo jurídico y moral la actitud negatIva ante la sociedad civil y sus tareas, que ya en el Apologético se tras-

2. La patrística hasta San Agustín 253

luce, pero que se hizo más intransigente en los escritos posteriores a su adhesión al montanismo, como De corona militis y De idolatria. Declara entonces Tertuliano el servicio militar incompatible con la condición de cris~ tiano, dando con ello argumentos al pacifismo radical que a través de nume­rosas sectas llegará hasta Tolstoy y los modernos objetores de conciencia. Proh.fbe también el adusto africano a los cristianos otros oficios, como el comercio, y la lectura de los poetas antiguos, a diferencia de un San Basilio o Wl San Gregario de Nazianzo, que enseñaban a la juventud cristiana a sa­borearlos y utilizar sus enseñanzas sin peligro.

, 7. Era también en principio hostil a la filosofía L. Cecilio Firmiano L~ctancio (t hacia el 325), a pesar de la vasta erudición filosófica y literaria q'üe debía a su formación de retor y cuya huella es patente en la elegancia y regularidad del estilo de sus Instituciones divinas, por él mismo compen­diadas luego en el Epi/ame divinarum institutionum. El «Cicerón cristiano» (así le llamó San Jerónimo) era, como Terruliano, del norte de Alrica y converso. Pero le faltaba la fuerte dialéctica y en general la genialidad de aquél.

El iusnaturalismo de Lactancio entronca con el de Cicerón, de quien nos ha transmitido, según vimos, algún texto esencial. Pero el doctor afri­cano matiza certeramente su concepto de «naturaleza», diciendo que sólo en cuanto se incline al bien puede ser pauta de nuestros actos. La natura­leza no es, ¡mes, la condición empírica del hombre (que más bien se carac­teriza por su tendencia al mal), sino el ideal determinado por su fin tras­cenderite. El bien supremo por el que ha de moverse es la religión. Lactan­cia vincula así su concepción del derecho natural a la creencia en el Dios verdadero.

Lo mismo ocurre con su concepción de la justicia. Lactando dio al con­cepto de justicia una amplitud tal, que sólo en el cristianismo puede reali­zarse, quedando de esta suerte postergada su «naturalidad». La justicia abar­ca todas las virtudes, pero especialmente dos, que son inseparables de ella: la piedad y la equidad. Mientras la primera la suscita, la segunda le da su pauta. La piedad consiste en el conocimiemo de Dios, que mueve a adorarlo; la equidad, en cambio, en una capacidad para colocarse uno al mismo nivel que los demás, es decir, a lo que Lactancia, con Cicerón, llama. úequdlitas. De ahí que la justicia postule a la vez la unión con Dios, que constituye la religión, y la unión con el hombre, que recibe el nombre de «humanidad). La humanitas es así el vínculo de los hombres entre sí, y quien lo quebranta queda equiparado a un criminal o un parricida, siendo el hombre, por don misericordioso de Dios, un animal social. La justicia

254 Cristianismo primitivo y patrística

consta, de esta suerte, según Lactancio, de dos deberes fundamentales: re­conocer la exist.enda de Dios, temiéndole como a Señor y amándole como a Padre, y ver en todo prójimo a un hermano. Hay aquí el uso exclusivo del cO,ncepto bíb~co ~e ju~ticia como virtud que abarca los deberes para con DIOS. En u~ amblto mas general, la sabiduría va vinculada, para Lactancio, a la ace~ta~.6n del monoteísmo. Fuera del cristianismo, la justicia sólo remó en el

l

pr11ll1tlvo estado de inocencia de la humanidad, concebido a la manera de Seneea y San Ireneo.

8. La misma amplitud del concepto de justicia encontramos en San Ambrosio .(t 397), vástago de una familia patricia romana, nacido en tierras de Renama (probablemente en Tréveris) y obispo de Milán a partir del 386. San AmbroSIo es ante todo un moralista y un hombre de acción, y como Tertuliano y Lactancio, siente poca simpatía hacia los filósofos . S~ De olliciis ministrorum es un tratado de los deberes destinado prin­CIpalmente al clero y que, si se inspira en CiceróD, transforma sus COD­ceptos en el sentido de la espiritualidad cristiana.

La concepción ambrosiana del derecho natural se mueve en los cauces tradicionales de la patrística, con resonancias estoicas. Subraya el fun­d.am.ento natural de la sociedad civil, a la que aplica el símil organicista, slgu1endo entre otros a San Basilio. Coincide con Lactancia en su teoría de la justicia: la justicia implica el conocimiento del verdadero Dios. Su a~ción se conjuga con la de la caridad en el servicio del prójimo. Como Seneca y San lreneo, atribuye San Ambrosio el carácter coercitivo de las actuales orden~ciones. sociales al desenfreno de los apetitos, que puso fin ~l ~st~do de macenCla. En cuanto al poder político, el que haya sido mstttuldo por Dios no significa que lo sea cada gobernante en particular . . San Ambros.io tiene especial importancia para la filosofía política cris­

tlana parla clarl~ad y energia con que reivindicó la autonomfa de la Igle.sia e~ ~aterlas espltltuales frente al Imperio, cuando éste ya era oficialmente cns~ano. En .lo.qu.e :oca a la moral y la religión, el Emperador está so­metIdo .a la Jutlsdiccrón de la Iglesia, como los demás fieles: «está en la IglesIa, no sobre ella». Pero el obispo de Milán no admite un derecho de r~sistencia activa a las extralimitaciones del poder temporal, debiendo a~udltse en :ales casos a la súplica, la reconvención y otros medios espi­rItuales. SabIdo es que San Ambrosio hizo uso del derecho de reprensión ~~ entereza en ocasiones memorables, con respecto a Teodosio y Valen­ttruano.

9. No es preciso detenernos en las doctrinas de otros Padres sobre el derecho natural y el poder político, generalmente expuestas de modo

, J

2. La patrística basta San Agustín 255

incidental según el esquema paulina. Entre los griegos, los Padres de Capadocia se ocuparon principalmente de cuestiones de moral social, que má.s adelante consideraremos. Cabe por otra parte destacar a San Basi­lio (329.369). obispo de Cesárea, como la réplica oriental de San Am· brosio en el ámbito político-eclesiástico, aunque dentro de un contexto distinto, llamado a orientarse progresivamente hacia un cesaropapismo.

Con él, merece especial atención aquí San Juan Crisóstomo (347-407), patriarca de Constantinopla, cuyo celo reformador en lo social le valió un doble destierro. Su predilección por San Pablo (que le hizo consagrar homilias a todas sus Epístolas) tenía que conducirle más directamente al tema del derecho natural, quedando resumida su concepción en el famoso pasaj~ sobre el origen de los preceptos relativos a las distintas institucio­nes 'tmatrimonio, testamentos, depósitos) y acciones (homicidio. daños) : si los legisladores los han tomado de la tradición, ésta, a su vez, remite como fuente última a la conciencia y, por ende, a la ley dada por Dios al hombre al crearle. Ya hemos apuntado el pesimismo político de Juan «Boca de oro», que le hace considerar la sumisión al poder político como una variedad de la servidumbre y ver en él, a la vez, una consecuencia del pecado y un remedio providencial contra sus consecuencias tempo­rales. En uno y otro punto le sigue en lo fundamental su discípulo Tea­doreto de Cito (aprox. 396·458).

En la patrística latina hay que mencionar finalmente al autor desco­nocido del primer comentario occidental de conjunto de las Epístolas de San Pablo (menos la Epístola a los Hebreos). atribuido a San Ambrosio, y llamado desde el siglo XVI el AmbrosiastIo (Pseudo-Ambrosio). que escri· bió en la segunda mitad del siglo IV. Parecen suyas tan:¡bién unas Quaeslio· nes Veteris et Novi Testamenti pseudo-agustinianas. El Ambrosiastro, con gran sentido exegético e histórico, trata de mostrar una amplia coinciden­cia entre el derecho romano y el mosaico. Su concepción del rey como «vi­cario de Dios» e imagen suya se sitúa en la linea de las teorías de la mo­narquía helenfstica y (según veremos) de Eusebio de Cesárea. Influyó mucho sobre el pensamiento medieval.

Familia, esclavitud y propiedad

10. Dediquemos unas palabras a lo que (en términos quizá demasia· do técnicos) podríamos llamar las concepciones iusprivaústicas de los Pa­dres, cuya influencia ha sido decisiva sobre el pensamiento cristiano pos­

terior.

256 Cristianismo primitivo y patrística

Fuera de desviaciones que resultaban dI! un ascetismo exagerad9 ---como el de Taciano (aprox. 130-aprox. 176) y la secta por él fundada , con su prohibición -absoluta del matrimonio, o incIuso de Tertuliano, con su prohi. bición de las segundas nupcias-, los Padres dignificaron espiritualmente la familia como célula de la sociedad, y destacaron el papel del amor y el mutilo auxilio con un acento no conocido de las escuelas filosóficas anti­guas. El nuevo sentido del valor de la vida humana se puso de manifiesto en su total oposición al suicidio y al jnfanticidio en cualquiera de las for­mas en que los aceptara la gentilidad.

En cuanto a la esclavitud, que desconoce la esencial ígualdad de los hombres, ha de considerarse, según los Padres, como fruto del pecado. pues no aparece en la Sagrada Eserirura hasta el pecado de Cam. Las pri­mitivas relaciones de subordinación eran espontáneas y en provecho mu~ tuo. La posición de los Padres, como antes la de los estoicos, era difícil, dado el arraigo de la institución en el mundo antiguo. También ellos traen sobre todo una superación moral y espiritual de la misma, al afirmar la igualdad del amo y el esclavo ante Dios, que a cada uno pedirá cuentas en relación con su estado . Entre las impugnaciones de la esclavitud por los Padres merece destacarse la de San Gregario Nisseno (aprox. 335~des­pués de 394).

En materia de propiedad privada, subrayaron los Padres el papel que a la caridad y la fraternidad corresponde en su distribuci6n y uso. Sólo Dios, como ya se dijo en el Antiguo Testamento, es auténtico señor de las cosas¡ los hombres las poseen como e~ depósito, y más que propieta­rios, son administradores. De ahí la idea de una comunicación de las ri­quezas; de que los más afortunados deben hacer participar de sus bienes a los necesitados. ¿ Puede considerarse esta posición como una defensa de la comunidad de bienes? No hay en los Padres unidad de criterio en este punto. Por lo general admiten la propiedad privada como un hecho, con la reserva, antes señalada, del deber de socorrer a los que carecen de 10 imprescindible. La riqueza, en la medida en que no es condenable de suyo, es fuente de obligaciones muy estrictas. En determinados casos de necesi­dad .imperiosa, deberá el derecho a la propiedad ceder ante el derecho a la vida que el necesitado tiene: sobre esta base quedará justificado teóri­camente el hurto famélico por teólogos y moralistas, en los siglos medios. La fuente de los Padres en esta materia es ante todo la Sagrada Escritura.

De algunos puede decirse que consideraron la comunidad de bienes como el estado originario y natural de la. humanidad: San Gregario de Nazianzo (329-389), San Basilio, y con especial vehemencia San Juan Cri­sóstomo y San Ambrosio, influido éste por Séneca. San Basilio destacó

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2. La patrística hasta San Agustín

principalmente el peligro de las riquezas para la vida moral, por las tl taciones a que exponen; y subrayó en todo caso el deber de la limosna, traduciendo por otra parte sus postulados en medidas concretas de protec­ción social. San Ambrosio fustigó en sus Sermones la avaricia de los ricos con la misma independencia con que se opusiera a la ambición de los em~ peradores, y reivindicó la dignidad de la pobreza. Los bienes de este mundo son para el aprovechamiento común del linaje humano. El régimen de propiedad privada es, en último término, una desviación con respecto a la intención primera del Creador, y es consecuencia del pecado, del deseo inmoderado de lucro, del impulso de los vicios. No menos hincapié en eUo hizo San Juan Crisóstomo. Con un realismo realzado por su cálida i-generosa elocuencia y afanas?, como Basili.o, de r~f~r~as prá~ticas, as­piraba a restablecer en lo poslble la eomurudad pnmlt1va mediante una especie de contribución forzosa de los ricos, antici1J~ndose así a la fórmula de auxilio público a los necesitados, propuesta por Juan Luis Vives siglos más tarde. Por el contrario, Clemente de Alejandría (en la homilía ¿Qué rico podrá salvarse?) consideraba la propiedad privada como de derecho natural primario, haciéndose hábil defensor de sus ventajas para el indi­viduo y la sociedad. Según él, como según Lactancia (que sometió a dete­nida crítica la doctrina platónica de la comunidad de mujeres y bienes), la riqueza, es de suyo indiferente, e incluso un medio para realizar ciertas virtudes. Lo decisivo es el medio de su adquisición y el uso que de ella se haga. Lo mismo cabe decir de Orígenes. He aquí las dos tendencias entre las cuales se mueven las doctrinas de los Padres sobre la propie­dad, más atentas por lo general a una consideración de sus consecuencias morales que a una fundamentación teórica rigurosa.

A la misma preocupación moral se debe la aversión de los Padres hacia la usura, especialmente vigorosa en San Basilio, San Gregario Nisseno y San Ambrosio. Tamhién ven poco favorablemente la actividad mercantil, por las ocasiones de fraude y engaño que encierra. Pero el trabajo es por ellos valorado positivamente, y quedó enaltecido socialmente al ser incor­porado a la vida monástica, tanto de Oriente como de Occidente, por San Basilio y San Benito de Nursia (t hacia 547) en sus respectivas Reglas, cuya significación histórico-social difícilmente puede sobrevalorarse.

Imperio romano y cristianismo

11. Aceptadas y confirmadas por el Nuevo Testamento las ordena­ciones naturales, la acútud de los cristianos ante el Imperio romano no

258 CristiafUsmo primitivo y patrística

podía ser uniforme, por cuanto éste presentaba aspectos diferentes y va­riables.

Si ya en el mundo helenístico, afín al romano religiosa y culturalmen­te, . comprobamos en ~ertos ambientes una resistencia espiritual al Im­perta, con mayor motIvo tenía que surgir idéntica actitud no s610 entre los judíos, sino también entre los cristianos perseguidos. Para unos y otros era inadmisible sobre todo el culto del emperador. Se destacan por la virulencIa de su anturomarusmo los Libros u Oráculos sibilinos de los circulas judea-alejandrinos y judeo-cristianos (que en sucesivas redaccio­nes se escalonan del siglo II a. de J. c. al II d. de J. C.) con vaticinios de de~trucción, atribui~os por ellos a las propias profetisas paganas. En estos libros, como tambIén en el Apocalipsis de San Juan, la Roma destruc­tora del Templo y perseguidora de los cristianos se convierte en la nueva Babilonia que, frente a Jerusalén, representa las fuerzas del mal. Se trata de una contraposición entre dos sociedades que encarnan realidades su­pratemporales diferenciadas por el amor que respectivamente las anima a saber, el de Dios y el del hombre: la «ciudad de Dios» y la «ciudad terrena», cuya lucha describirá San Agustin. Afin al de los Orácul()J sibilinos era el parecer de Comodiano, el cual, en una fecha indetermi­nada (probable,mente .. mediados o a fines del siglo 111), se alegraba de la e~perada calda del tmperio de irúquidad que con sus tributos enfla­queCla el orbe; de la ciudad orgullosa que jactándose de ser eteroa eternamente lloraría. ' ,

En otro ámbito de preocupaciones, ciertos apologistas hubieron de enfrentarse con la tesis pagana de que la grandeza de Roma se debía a la ~ro~ección, de sus dioses y era el premio de su religiosidad y espíritu de JUStlCIa. Facil les fue identificar a aquéllos con los demonios o con refe­rencia a Euh~mero, con hombres divinizados, y denunciar las c~ntradiccio­nes de una Interpretaci6n providencialista basada en el politeísmo. Tal fue ya el c~so del apologista africano Minucio Félix (siglo m) en su diá­logo Octavto: ;n ~I que, sobre estas premisas, atribuy6 la expansión de Ro~a a la VIOlenCIa y al robo sacrílegos. Con idéntico espíritu hizo Ter­tuliano el proceso del imperialismo romano en el Apologético. Pero al desligar la grandeza temporal de Roma de su religión nacional la conectó Tertuliano con la acción del Dios verdadero, pues El es quie~ regula las VICISItudes de los imperios y les asigna su tiempo en el transcurso de los siglos. Insertábase así el Imperio romano en el orden providencial del mundo, pudiend? reivindicar Tertuliano al Emperador para los cristia­nos de preferencIa a los paganos, pues del Dios de los cristianos recibió su poder.

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2. La patrística hasta San AgustÍn 259

El puente de esta suerte levantado entre el cristianismo y el Imperio se vio reforzado desde otra dirección. Considerado el Imperio romano, a la luz del libro de Daniel, como la última de las monarquías universales, no dejaba de ser la fuerza cuya permanencia retrasaba el fin del mundo, más o menos próximo, y en este sentido parece haber sido entendido por San Pablo. Ello implicaba un nuevo elemento positivo en la actitud cris­tiana ante el Imperio, que, ya explícito en el propio Tertuliano, fue des­arrollado por Lactando: Roma, heredera de los anteriores imperios, se derrumbará, como anunciaron oscuramente los profetas y las sibilas, por cuanto todo 10 creado por los hombres es mortal como ellos; pero su caída traerá consigo las calamidades que han de preludiar al fin de los tiempos.

12. Este proceso culminó en un magno iratento de conciliar la fe en la aeterna Roma, vigente en la gentilidad, y la fe cristiana, mediante la reinterpretación del providencialismo pagano desde una perspectiva cris­tiana. Se trata de una posición doctrinal que, habiéndose desarrollado es­pecialmente en la patrística griega, se difundió luego también entre los occidentales·.

Fue su principal promotor Orígenes (Contra Celso), según el cual el Imperio romano había sido un instrumento de Dios para asegurar la ex­pansión más rápida y eficaz del cristianismo, gradas a la seguridad que por doquier instaurara y la facilidad consiguiente de los cambios y des­plazamientos entre las regiones más remotas. Por ello, añade Orígenes, eligió el Verbo el reinado de Augusto para encarnarse. Esta tesis fue reco­gida y desarrollada en repetidas ocasiones por Eusebio de Cesárea (Pa­lestiña, h. 260-339), especialmente en su Prep.,ación evangélica y su De­mostraci6n evangélica, con un claro propósito teológico-político. Uniendo con rigor la perspectiva histórica y la dogmática, ve Eusebio en el esta­blecimiento del Imperio romano una verdadera introducción histórica al monoteísmo. Cuando el Verbo divino enseñó a los hombres la monar­quía del Dios uno que todo lo gobierna, los liberó paralelamente del politeísmo y de la «poliarquía» de las distintas naciones (ethnarchiai). Eusebio estableció asimismo una conexión directa DO sólo entre el na­cimiento de Cristo y la fundación del Imperio romano, sino también entre ésta y la destrucción del Estado judío: dicha destrucción constituía el supuesto previo para la revelaci6n del Dios verdadero a todas las gentes, al amparo de la paz imperial. También San Ambrosio veía un designio providencial en la paz augústea, añadiendo igualmente que la conviven­cia bajo un poder temporal único enseñó además a los hombres a reco­nocer el gobierno de un solo Dios omnipotente.

260 Cristianismo primitivo y patdstica

No será éSt3 1 ni aquélla, la últirnll vez que ]a defensa de la monarquía como forma de gobierno terrenal se apoye doctrinalmente en el monoteís· mo. Tal defensa parece en realidad más en la línea del judaísmo y de las teorías helenísticas de la monarquía que del dogma cristiano de la Trinidad (y nos atenemos en este punto a la firme conclusión de E. Peterson). En todo caso, no prevalecerá en el pensamiento cristiano posterior en esta forma. Por lo que se refiere a Eusebio, la alcurnia helenística de su con­cepción política se advierte plenamente en su teoría de la realeza, referida a Constantino (De laudibus Constantini) , y en la que en términos que recuerdan a Ecfanto hace del emperador el lugarteniente y vicario de Dios, intérprete de su voluntad, por cuanto participa de su suprema sa­biduría por una efusión de su grada. Esta doctrina del derecho divino, que hace del emperador el adelantado del Reino de Dios en la tierra, hará sentir su huella en Bizancio. Aquí se alejan los caminos de Eusebio y de San Ambrosio en direcciones opuestas,

Poco después de San Ambrosio tuvo lugar en Occidente un empeño cristiano de justificación del Imperio romano que por su' índole literaria continuaba más directamente la tradición de los apologistas augústeos. Nos referimos • la del máximo poeta de la Antigüedad cristiana, Aurelio Prudencio Clemente (siglo IV-V), natural del norte de España (se lo dispu­tan entre otras ciudades Ca1ahorra y Zaragoza). Aunque muy apegado a su estirpe y su tierra, cuyas virtudes y cuyos defectos ya refleja, supo Prudencia .. en su Peristepbanon (Sobre las coronas de los mártires)J y con más amplitud en el poema Contra Símaco, enaltecer cálidamente la misión de Roma como crisol de culturas, cuya ley ecuménica hizo a todos iguales bajo el signo de la universal reconcili.ción- de vencedores y vencidos:

«Ius fecil commune pares et nomine eodcm nexuit et domitos fraterna in uinda redegit.»

Como Orígenes, Eusebio y San Ambrosio, incorpora Prudencia la misión de Roma a la economía cristiana de la redención. La grandeza de Roma no se debe a sus dioses nacionales, sino al Dios verdadero, que se sirvió de ella para preparar la venida de su Hijo y facilitar la difusión del Evan­gelio en un mundo unificado y pacifico. De esta suerte, el nacimiento de Cristo bajo la égida de la paz augústea da, como dará en Dante siglos después, su sentido último a la historia de Roma.

También desde esta perspectiva cristiana merecía, pues, Roma la pe­rennidad; y una vez convertida al cristianismo, arrepentida de su pasado, pareda ser su inconmovible baluarte temporal.

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2. La patrística hasta San Agustín 261

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Capítulo 3

SAN AGUSTI~

/ "

Dicen de ti, ciudad de Dios, cosas gloriosas.

(Salmos, 86, 3.)

1. Vida y obras de San Agustin.-2. La ley eterna y la ley natural.-J. Las leyes humanas.-4. Su pensamiento político: modernas interpretaciones del mismo.-5. La perspectiva filosófico-social y la teológico-histórica.--6. Civilas Dei y Civilas terrena.-7. Sociedad política y justicia.--8. La república cristiana: el agustinismo político.-9. Teoría de la guerra justa y de la convivencia entre los puehlas.-10. Propiedad, esclavitud, familia.

1. Por su padre, pagano, y su madre, cristiana, participaba San Agus­tín (354-430) de las dos tradiciones en lucha. Natural de Tagaste, en el norte de Mrica, recibió su primera educación en su ciudad natal y en Madauro. Estudió luego retórica en Cartago, en cuyo ambiente frívolo la lectura del hoy perdido Hortensia ciceroniano despierta en él una in-quietud espiritual que ya no se extinguirá. Su primer contacto con la Biblia no satisface sus ansias religiosas, que le hacen adherirse a la secta de los maniqueos. Parte para Roma, donde el escepticismo le atrae algún tiempo. Obtiene finalmente una cátedra en Milán. Allí conoce a San Ambrosio, cuya predicación, unida a la lectura de Plotino, logra en Agus­tín la superación del materialismo, preparando el camino que en agosto del 386 le conduce a la conversi6n. Desde entonces dedicará su vida y sus dotes intelectuales a la defensa de su fe contra el paganismo por un lado y las herejías por otro. Ordenado sacerdote, y poco después obispo de Hipana, muere en esta ciudad cuando estaba asediada por los vándalos.

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