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r Teresa de Lisieux, Patrona Universal de las Misiones EMILIO MARTÍNEZ, OCD Salamanca INTRODUCCIÓN 1 A pesar de los años transcunidos desde su canonización y de lo mucho que sobrc clla se ha escrito, Teresa de Lisieux sigue siendo un personaje desconocido y de santidad sorprendente en muchos ambientes católicos. A menudo se tiene de ella una imagen desfigu- rada por ideas preconcebidas que se limitan a quedarse con la envol- tura que su ambiente familiar y social le proporcionó, eludiendo una confrontación más rigurosa con su vida y escritos. Para algunos puede constituir aún un motivo de sorpresa que el papa Pío XI la asociara sucesivamente a muchas de sus iniciativas misioneras, hasta hacerla Patrona Universal de las Misiones 2. 1 Para los escritos de la Santa, hemos manejado la edición de la Editorial Monte Carmelo, Burgos, 61984, a cargo de EMETERIO GARCíA SETIÉN. Hemos seguido las abreviaturas de dicha edición, de modo que, cuando citamos los Manuscritos Autobiográficos lo hacemos colocando, tras la sigla Ms, la letra del manuscrito (A, B o C) y el número y cara del folio (i.e. recto -ro- o vuelto -VO_). Las Ultimas Conversaciones se citan con la sigla U.C., seguidas del día y mes en que fueron recogidas. Por fin, para las cartas, consignamos destinatario y fecha. En todos los casos hemos incluido, tras la cita, el número de la página en que se encuentra en la edición con la que trabajamos. 2 El Decreto puede verse en AAS 20 (1928), 1478 Y ss. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (55) (1996), 475-505

Teresa de Lisieux, Patrona Universal de las Misiones · en Oriente y Africa; la Iglesia, por su parte, asocia su trabajo apos tólico a la expansión imperialista. En segundo lugar,

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Teresa de Lisieux, Patrona Universal de las Misiones

EMILIO MARTÍNEZ, OCD Salamanca

INTRODUCCIÓN 1

A pesar de los años transcunidos desde su canonización y de lo mucho que sobrc clla se ha escrito, Teresa de Lisieux sigue siendo un personaje desconocido y de santidad sorprendente en muchos ambientes católicos. A menudo se tiene de ella una imagen desfigu­rada por ideas preconcebidas que se limitan a quedarse con la envol­tura que su ambiente familiar y social le proporcionó, eludiendo una confrontación más rigurosa con su vida y escritos.

Para algunos puede constituir aún un motivo de sorpresa que el papa Pío XI la asociara sucesivamente a muchas de sus iniciativas misioneras, hasta hacerla Patrona Universal de las Misiones 2.

1 Para los escritos de la Santa, hemos manejado la edición de la Editorial Monte Carmelo, Burgos, 61984, a cargo de EMETERIO GARCíA SETIÉN. Hemos seguido las abreviaturas de dicha edición, de modo que, cuando citamos los Manuscritos Autobiográficos lo hacemos colocando, tras la sigla Ms, la letra del manuscrito (A, B o C) y el número y cara del folio (i.e. recto -ro- o vuelto -VO_). Las Ultimas Conversaciones se citan con la sigla U.C., seguidas del día y mes en que fueron recogidas. Por fin, para las cartas, consignamos destinatario y fecha. En todos los casos hemos incluido, tras la cita, el número de la página en que se encuentra en la edición con la que trabajamos.

2 El Decreto puede verse en AAS 20 (1928), 1478 Y ss.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (55) (1996), 475-505

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El presente trabajo no pretende ser justificación del patronazgo de la santa de Lisieux sobre las misiones. Tampoco tiene pretensión complexiva; es evidente que no vamos a agotar el tema en unas pocas páginas. Simplemente queremos presentar la faceta misionera de Teresa de Lisieux, con el deseo de que, al final del artículo, aparez­can más claras las razones por las que su vida de carmelita de clau­sura fue asociada a las misiones.

Comenzaremos nuestra exposición con una breve descripción del panorama histórico en el que vive Teresa Martin respecto a las mi­siones. Estamos en plena época colonialista: Francia ve caer la estre­lla de Napoleón rn, pero sigue conservando una notable influencia en Oriente y Africa; la Iglesia, por su parte, asocia su trabajo apos­tólico a la expansión imperialista.

En segundo lugar, afrontaremos una descripción de la espiritua­lidad misionera de Teresa de Lisieux, recurriendo a sus escritos y a las declaraciones de los procesos 3, abarcando tres campos: su infan­cia y juventud, la vida en el Carmelo y su espiritualidad misionera «activa» .

Por fin, en una tercera parte, intentaremos justificar la validez del Patronazgo de la Santa en un 'mundo misionero tan distinto al que se vivía en Francia a finales del siglo XIX. ¿Tiene Teresa del Niño Jesús alguna palabra para la Misión, hoy? Esta será la pregunta que trata­remos de responder en la última parte del artículo.

Los padres de Teresa, Luis Martin y Celia Guerin, habían desea­do fervientemente tener un hijo misionero. Albergaban la esperanza, antes de nacerles una niña, de que aquel último embarazo era la respuesta a sus plegarias 4. En palabras de Celina, Teresa «resolvió no decepcionarles» 5. Este artículo quiere ser homenaje al empeño que la Santa de Lisieux puso para ser, desde la clausura carmelitana, misionera.

3 Hemos manejado la edición publicada en Roma por el Teresianum (1976): Proces de Béatification et Canonisation de Sainte Thérese de I'Enfant-Jésus et de la Sainte Face, 1 (Pro ces informatif ordinaire) y n (Proces apostolique et petit proces pour la recherche des écrits de la sainte). Citaremos siempre Proc, segui­do del tomo y el número de la página.

4 Carta al P. Roulland, 9-5-1897 (629). 5 Proc, n, 263.

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l. CONTEXTO HISTÓRICO: EL SIGLO DE LAS MISIONES

A comienzos del siglo XIX la situación de las misiones católicas podía calificarse de «catastrófica». La recesión de la Iglesia durante el siglo XVIII se reflejaba claramente en el mundo misional, que había acusado de modo particular la disolución de la compañía de Jesús y las incautaciones de bienes eclesiásticos que siguieron a la Revolu­ción Francesa 6. Incluso Propaganda Fide resultó afectada por la invasión napoleónica de Italia, lo que supuso el traslado de sus archi", vos a París por los ejércitos del emperador. Napoleón pretendía cen­tralizar, también, la acción misionera de la Iglesia en la capital fran­cesa.

El fin del siglo contemplaba, sin embargo, un esplendor misione­ro hasta entonces desconocido, tanto por los efectivos empleados en la difusión del Evangelio como por las sociedades y medios econó­micos puestos al servicio de los misioneros 7. Este auge era conse­cuencia de dos tipos de factores, unos internos a la propia Iglesia y otros, externos a la misma.

1. Factores externos: las misiones a la sombra del colonialismo

1.1. Maridaje política-religión. Cualquier manual de historia de la Iglesia 8 que analice de modo crítico la expansión misionera habrá de reconocer que ella estuvo íntimamente asociada al movimiento histórico del colonialismo, que caracteriza la segunda mitad del siglo XIX.

6 Así, por ejemplo, el Instituto de Misiones Extranjeras de París vio reduci­dos sus efectivos y sus fondos económicos durante los treinta años que siguieron a la Revolución.

7 MONTALBÁN afirma con triunfalismo al referirse a ese período histórico: «Ya no hay tierras propiamente ignotas. Roma, con la antorcha de la fe en la mano, puede alumbrar a todo el mundo» (LLORCA, B.-VILLOSLADA, R. -dirs.-, Histo­ria de la Iglesia católica, IV, Madrid, 1951, 685).

8 Pueden consultarse: JEDIN, H. (dir.), Manual de Historia de la Iglesia, VIII, Barcelona, 1978; ROGIER, L. J.; AUBERT, R., KNOWLES, H. D., Nueva Historia de la Iglesia, V, Madrid, 1977; LENZENWEGER, J., Historia de la Iglesia Católica, Barcelona, 1989.

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La extensión de las misiones COlTe paralela al descubrimiento y colonización de nuevas tielTas por las grandes potencias europeas en Africa, así como a los movimientos intervencionistas de InglatelTa, Francia o Alemania en la vida de los estados asiáticos, que, o bien son ocupados por las potencias (India, los reinos de Indochina ... ), o deben plegarse a sus exigencias políticas y comerciales (China y Japón).

No se trata simplemente de aprovechar la penetración militar o política de las potencias, más aún, «los misioneros estaban en todas partes encuadrados en el sistema imperialista o incluso le estaban subordinados» 9.

Por parte de las grandes naciones europeas, a pesar de algunos momentos de tirantez con Roma, existía una disposición favorable -no desinteresada- a que los misioneros penetren en las regiones recién descubiertas para evangelizarlas. Así, en el Congreso de Ber­lín o Conferencia del Congo en Berlín (1884-1885), en el que los países europeos se reparten Africa, se asume explícitamente el com­proIniso de proteger a las misiones cristianas 10. De este modo, los vastos telTitorios que pasan a depender de la administración directa de una metrópoli europea, integrarán en su régimen colonial a las misiones cristianas, del mismo modo que los países plegados a las potencias tendrán que aceptar, entre otras exigencias, la tolerancia y respeto -cuando no la protección- a dichas misiones.

Las misiones se asociaron, de hecho, en muchas ocasiones, con el régimen colonial de tumo, y esa era la imagen que recibían los pueblos ocupados o sometidos de la religión cristiana. Una imagen ambigüa, que en ningún modo favorecía la expansión del Evangelio. Como en los tiempos del Patronato de las misiones por portugueses y españoles, la cruz aparecía, desafortunadamente, ligada en demasía a la espada.

1.2. Maridaje de ideas. Además de un matrimonio político, los Inisioneros eran portadores de un sustrato cultural que encajaba per-

9 LENZENWEGER, O.C., 735. El autor matiza a continuación su postura, afirman­do que dicho encuadre no significaba «que los misioneros fueran auxiliares voluntarios de estos sistemas políticos y económicos» (ib.).

10 Ya Inglaterra, tras ser coronada Victoria como emperatriz de la India en detrimento de la Compañía de las Indias (1857), había declarado públicamente su firme voluntad de defender el cristianismo.

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fectamente en los esquemas imperialistas de las potencias coloniales. Así León XIII «sostenía que, si bien la Iglesia y el Estado son dos poderes distintos, no es posible edificar una sociedad armónica sin la aportación de la Iglesia, guardiana del Evangelio» 11.

El misionero se presentaba también como representante de una civilización superior, la europea. Como todos los habitantes del con­tinente durante el siglo XIX, tenían conciencia de «enviados», no sólo por la Iglesia, sino también por su propia nación 12. Comunicaban a los nativos un cristianismo eminentemente europeo, ajeno a cual­quier tipo de inculturación. Ello es especialmente perceptible en el problema del clero indígena.

«La mentalidad imperante en la Europa de la época de la expan­sión colonial incitaba a los misioneros a responsabilizarse de la suer­te espiritual de los pueblos no cristianos con gran generosidad, pero también con un sentimiento de seguridad indiscutible» 13. Ello lleva consigo, entre otras cosas, la desconfianza frente a las posibilidades del clero indígena. La espiritualidad presente en el misionero impli­caba una idea individualista de la salvación, una vida espiritual cen­trada en las devociones y un olvido de la dimensión comunitaria de la vida cristiana 14. Así, bastaba con hacer llegar a cada convertido los sacramentos disponiendo, para ello, de un número suficiente de sa­cerdotes. Carecía de interés la creación de iglesias indígenas comple­tas, con su propia jerarquía 15. «Es evidente que en el siglo XIX la mayoría de los misioneros tenían por cierto que estaban allí para siempre [ ... ]. Fueron sumamente lentos para reconocer los talentos de los cristianos indígenas, quienes, incluso después de ordenados para

II ROGlER, L. J., O.C., 376-7. 12 Cfr. LENZENWEGER, O.C., 616 y ss. 13 ROGlER, L. J., O.C., 379. 14 Para una comprobación in silu de estas notas, puede consultarse la obra de

J. B. P¡OLET, Les missions catholiques frant;aises au XIX' siecle, París, 1902. Esta forma de ver las cosas no era patrimonio exclusivo de los misioneros católicos: «Los primeros misioneros protestantes apenas tenían conciencia de suscitar una célula nueva y viva de la iglesia mundial. Se sentían responsables ante todo de la salvación de las almas» (LAMon, Revolulion in Missions, New York, 1954,25).

15 Los gobiernos coloniales favorecían esta forma de ver las cosas. Admitir una jerarquía indígena era como permitir la creación de una élite autóctona.

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el ministerio, seguían siendo considerados como simples ayudantes del misionero» 16. La imagen colonial resultaba entonces inseparable de la Iglesia.

1.3. Un ejemplo: Francia y la misión. Una prospección -por más que superficial- en el caso francés, nos permitirá hacemos una idea más concreta del doble maridaje -político e ideológico- del que hablamos arriba. Francia nos interesa, además, como contexto vital de Teresa de Lisieux, a la hora de conocer el modo como ella contemplaba la misión.

Napoleón I1I, que detentó el poder en Francia entre 1852 y 1870, encama de modo claro el ideal imperialista que preside Europa du-­rante el siglo XIX. En un intento de competir con la potencia hege­mónica entonces, el Imperio británico, el emperador francés condu­cirá a su país a una serie de empresas de suerte diversa: Indochina, China, Africa, México, son los principales focos de irradiación de su política.

Para lo que interesa a nuestro tema, diremos que, durante el rei­nado de Napoleón III, la construcción-por su impulso- del Canal de Suez, favorece las comunicaciones marítimas entre Europa y el Extremo Oriente, de lo que se beneficia grandemente la misión cris­tiana 17.

Por lo que se refiere a la progresiva actitud tolerante de los reinos del sudeste asiático hacia el cristianismo, podemos concluir que no fue espontánea. A las persecuciones en los reinos vietnamitas (Anam, Tonkín, Cochinchina, etc ... ) 18 sigue la intervención de cuerpos mili­tares franceses (con alguna aportación de España, tras la decapitación de un obispo español). Tras estas intervenciones, Indochina quedaba sometida. Francia ejercería desde entonces un protectorado sobre las misiones que difería bien poco del Patronato que los reyes de Portu­gal y España ejercieron sobre sus colonias durante los siglos XVI­

xvrn. Protectorado que se extiende a China tras el Tratado de Tiensín (1859), en cuyo artículo 8.0 se asegura la protección que el estado

16 NEILL, S., A History of Christian Missions, Harmondsworth, 1965, 258. 17 Por voluntad expresa del emperador, los misioneros franceses gozaban de

pase gratuito en los transportes marítimos. 18 Especialmente cruentas fueron las del año 1842.

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francés ejercería sobre todo misionero portador de un pasaporte ex­pedido por la legación de Francia en Pekín. Allá donde las tropas o los diplomáticos franceses no llegaban, eran las autoridades rusas las que hacían valer los derechos de aquel país 19.

No pensemos, sin embargo, que Francia actuaba de esta manera para favorecer la expansión misionera de modo desinteresado. Las persecuciones eran un pretexto para invadir países soberanos e impo­ner, junto a condiciones comerciales y políticas abusivas, los princi­pios del Evangelio. Así, por ejemplo, «la protección de los misione­ros sirvió de motivo o pretexto para infligir graves ataques a la soberanía china» 20,

La Iglesia resultaba aparentemente favorecida por esta protec­ción, de modo que muchos autores y misioneros de la época se en­orgullecían del servicio realizado al esplendor y grandeza de Francia mediante la expansión del Evangelio. F. Brunetiére, al comentar la obra del P. Piolet que citábamos más arriba, alababa que el autor hubiera tenido el acierto de subtitularla La France au dehors -Francia hacia el exterior- y estimulaba a las autoridades republi­canas, por entonces hostiles al catolicismo, a mantener el tono cola­borador, puesto que «ayudar y sostener a la acción católica más allá de los mares es trabajar por extender, aumentar y consolidar la in­fluencia francesa» 21.

No todo, sin embargo, eran beneficios. León Xli, que en una carta pastoral al pueblo de Francia había reconocido el servicio pa­triótico que los misioneros franceses llevaban a cabo a la par que expandían el Evangelio, hubo de sufrir una y otra vez las intromisio­nes del gobierno galo a su intención de establecer relaciones diplo­máticas directas con el Imperio chino. Al fin, la alianza entre el colonialismo y la misión, que hizo vivir a ésta un período extraordi­nariamente fructífero durante los años 1870 a 1914, se revelaba con­traria al espíritu universalista de la Iglesia.

1.4. En busca de la independencia. El papado, por fortuna, comprendió que el mejor coto al intervencionismo de las metrópolis

19 Cfr. DE VAUX, B., Las misiones: su historia, Andorra, 1962, 116 Y ss. 20 ROGIER, L. J., a.c., 390. 21 Citado en ib., 389.

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lo pondría la transformación de las misiones extranjeras en iglesias locales. Además, los gobiernos europeos fomentaban enfrentamien­tos entre misioneros protestantes y católicos que no cuadraban con el ideal de tolerancia propuesto en la Conferencia del Congo en Berlín. El rey Leopoldo de Bélgica ayudaba a los misioneros católicos bel­gas del actual Zaü'e, mientras rechazaba a protestantes o católicos franceses. La corona británica expulsaba de sus posesiones a los portugueses argumentando que los misioneros católicos hostigaban a las misiones anglicanas, y así, un largo etcétera de conflictos que hicieron ver a Roma la necesidad de fortalecer el clero indígena para que las misiones -ya como iglesias locales----- fueran independizán­dose de las polencias.

Al afrontar esta refonna, Roma no sólo chocaría con los intereses de los gobiernos europeos, sino también con las ideas impregnadas de colonialismo de muchos misioneros, que consideraban imposible el que un indígena tomase puestos de responsabilidad dentro de su propia iglesia local.

La reflexión teológica -en la que los protestantes van en la cabeza- sobre el mundo misionero, intentará crear el caldo de cul­tivo necesario para la superación de esta fusión entre colonialismo y misión. En este sentido, la Maximum /l/ud, publicada por Benedicto XV el 30-11-1919, supone la ruptura oficial entre el co­lonialismo y la misión. En ella recogía el papa la doctrina de un pionero de la independencia del clero autóctono, el controvertido padre Lebbe 22, quien pagaría cara su apuesta por la misión como iglesia local: entre 1920 y 1926 fue apartado de China, si bien al regresar lo hizo ya bajo la autOlidad de un obispo de aquella nación.

Tanto Maximum /llud como las instrucciones de la Congregación de Propaganda Quo e.f.ficacius, son documentos enonnemente progre­sistas por lo que se refiere a su exigencia de fonnar indígenas capa­ces de asumir un día la dirección de su pueblo. Denuncia además a los misioneros que piensan «más en la patria terrestre que en la celestial» y confunden los intereses de la misión con los de su propio país, haciendo así al cristianismo sospechoso de una alianza con los

22 Sobre LEBBE pueden verse: LECLERCQ, J., Vie du Pere Lebbe, Paás, 51961; LEVAUX, J., Le Pere Lebbe, Apotre de la Chine moderne, Bruselas, 1948.

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poderes extranjeros. La religión cristiana no podía aparecer como una pieza más de la maquinaria colonial, que los naturales de cada país repudiaban.

La encíclica pretende destenar de la misión cualquier atisbo de superioridad, animando a la colaboración con los indígenas y entre los institutos misioneros, si es que se quiere ser fiel a la nota de catolicidad que señala de modo específico a la iglesia. Por lo que se refiere a las instrucciones concretas, éstas exigían a los misioneros «una estricta neutralidad en asuntos políticos y además se les veda tratar de introducir en tienas extranjeras leyes y usanzas de su pa­tria» 23.

Tales ideas no habían penetrado totalmente en el clero misionero cuando Pío XI publicó Rerum Ecclesíae (28-2-1926), de donde ex­traemos este párrafo: «Hay otra razón por la que no debéis tolerar que los sacerdotes indígenas sean considerados en cierto modo como de inferior categoría y dedicados únicamente a los ministerios más humildes. ¿No están revestidos del mismo sacerdocio que vuestros misioneros y no participan de un apostolado absolutamente idéntico? ¿No debéis ver en ellos a los que un día regirán las comunidades y las iglesias que vosotros hayáis fundado con vuestras penas y fati­gas? Que no haya, pues, ninguna diferencia entre los misioneros europeos y los indígenas, y que no exista entre ellos ninguna distan­cia, sino que estén unidos mutuamente por un respeto común y una común caridad» 24.

El camino hasta la separación total, sin embargo, fue muy largo. Todavía en diciembre de 1926, la Santa Sede había de regular con Francia los «honores litúrgicos debidos durante las ceremonias del culto católico a los representantes de Francia en reconocimiento del protectorado religioso francés en los países del Oriente donde este protectorado existe» 25. No es extraño que para muchos nativos el cristianismo no fuera sino un elemento más del dominio europeo. Las consecuencias, que ya preveía Benedicto XV en Maximum íllud, se harán palpables cuando, tras la segunda guena mundial, el entero

23 JEDIN, H., O.C., 772. Para este paso pueden consultarse las pp. 769 Y ss. 24 AAS 18 (1926) 80. 25 AAS 19 (1927) 9.

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edificio del colonialismo se venga abajo, arrastrando en su caída nmcho de lo plantado por las misiones cristianas 26.

2. Factores internos: la vitalidad de la nueva Iglesia

Sería injusto, no obstante todo lo dicho, no reconocer que el impulso misionero de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XIX se debe también a factores intemos a la propia comunidad cristiana, sin la presencia de los cuales no hubiera podido aprovechar la Misión las excelentes condiciones políticas que se presentaron en esta época histórica. Así, por ejemplo, el papa misionero por excelencia, Mauro Capellani, muerto en 1846, había sido prefecto de Propaganda Fide antes de ocupar la cátedra de Pedro con el nombre de Gregorio XVI.

A principios de siglo, las órdenes religiosas habían afrontado un proceso de renovación que comienza a dar sus frutos hacia 1850. La Compañía de Jesús, restablecida por Pío VII en 1814, dedicaba sólo quince años después el 19 por 100 de unos efectivos todavía exiguos a la obra misional.

Muchos institutos y congregaciones se reforman para adaptarse a las exigencias misioneras de la nueva época, al tiempo que son fun­dados otros muchos. La mujer, además, se une activamente a la labor del apostolado, como reseña Louvet 27

• La presencia de las congrega­ciones misioneras femeninas supondrá un apoyo fundamental para el sacerdote tanto en la catequesis como en el cuidado de los enfermos y en la educación más elemental.

En esta época, además, nacen un gran número de instituciones misioneras apoyadas por el pontificado, como la Obra de la Santa Infancia. El conjunto del pueblo cristiano ejerce un poderoso influjo

26 Así, por ejemplo, el1íder indio M. K. GANDID, al cuestionar las misiones cristianas, 10 hará desde el convencimiento de que el misionero viene amparado por el poder temporal y comparte con él una actitud paternalista frente a lOs nativos: «al asumir la actitud del que va a dar sus bienes espirituales, el misio­nero se califica a sí mismo como perteneciente a una clase distinta y más elevada que los demás» (GANDID, M. K., «Misiones cristianas», en Las grandes religio­nes enjuician al cristianismo, Bilbao, 1971, 116).

27 LOUVET, P., Les missions catholiques au XIX' siecle, Lille, 1898,412. Ver también NEILL, S., O.c., 256.

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en las misiones, al acoger con generosidad cualquier petición econó­mica venida de estas obras pontificias. Cada creyente se sentía com­prometido con la obra misionera, pues las publicaciones sobre el tema contribuían a crear en todo el mundo un interés real y verdadero por la misión 28.

La propaganda en favor de las misiones era febril. Sólo en Fran­cia existen, en 1868, cuatro boletines distintos encargados de infor­mar de la obra de los misioneros: «Annales de la Propagation de la foi» (1822); «Annales de la Sainte-Enfance» (1846); «L'Oeuvre des écoles d'Orient» (1857); «Missions catholiques» (1868)29 -aparte de los numerosos anales publicados por las distintas congregacio nes-. A través de ellos, la población católica francesa podía hacer­se una idea de las glorias y penmlas que sus compatriotas misio­neros pasaban a causa de la predicación del reino 30. Las noticias de martirios y persecuciones movían los corazones de muchos jóvenes a colaborar con su vida en el empeño misionero, al tiempo que ge­neraban un ambiente favorable a la intervención de los ejércitos eu­ropeos en favor de quienes sufrían y ponían su vida en peligro por llevar la religión cristiana a aquellas tierras: «¿Cuál era el ambiente de la época en Francia [ ... ]. Un mtículo de L' ami du clergé et du roi -El amigo del clero y del rey-, del 3 de febrero de 1842, nos infonna de que acababa de comenzar la guerra del opio y que dos misioneros habían sido detenidos en Tonkín; ¿qué decía esta revis­ta?: "Francia tiene unos cuantos barcos instalados en los mares de China, demasiado escasos para entrar en combate con una potencia organizada, pero que serían suficientes para hacer conocer nuestro nombre a los bárbaros y salvar la vida de aquellos franceses que fueron a la vanguardia de la civilización... Y cuando Asia resuena con el ruido del cañón británico, ¿acaso no sería digno de Francia hacer saber a los 400.000 cristianos de aquellas nuevas misiones que han hallado una protectora?" ¿Merecían los misioneros menos con­sideraciones que los comerciantes británicos vendedores de la dro-

28 ARENS, B., Manuel des missions catholiques, Lovaina, 1925, 298 Y ss. 29 Para más datos, puede consultarse el Dictionaire de Théologie Catholique,

X, col. 1964 y ss. 30 En 1900, dos de cada tres misioneros eran franceses (ROGillR, L. J., a.c.,

375).

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ga? ¡Hubiera sido bueno que el opio entrase y el Evangelio fuera rechazado! Aquél era el pensamiento de los medios católicos» 31.

Este era el ambiente eclesial en la segunda mitad del siglo XIX:

una Iglesia que se sentía vigorosa después de la crisis del XVIII, se asociaba ahora de alguna manera con la expansión colonial llevando la fuerza del Evangelio a los cinco continentes. Protagonista privile­giada de aquella empresa fue la hija predilecta de la Iglesia católica: Francia, país donde, por aquellas fechas, nace una niña que está llamada a ser, de un modo extraño, protagonista activa de la historia de las misiones: Teresa Martín.

n. TERESA DE LISIEUX y LAS MISIONES

1. Infancia y juventud

La Francia conservadora, pues, a finales del siglo XIX, vivía la empresa de la misión católica en un ambiente apasionado: era un empeño eclesial tanto como nacional.

La familia Martin-Guerin, de una religiosidad pietista extrema, acogía de modo excelente las inquietudes de la Iglesia en su tiempo:

«Toda la vida de la familia se desenvolvió al dictado de la Providencia. Su voluntad era ley sin comentario ni apelación. La guarda del domingo, la observancia de la abstinencia y de los ayunos eclesiásticos son observados escrupulosamente» 32.

«Lo que el señor Martin prefería a la Hora Santa era la acción de gracias, en la que saciaba su sed de alabar a Dios. En todas partes veía el dedo de su Providencia. Ante las ma­ravillas del Creador su alma cantaba, admirábase, caía en éx­tasis. Quería hacer a toda la tierra voz de su cántico. Por esta razón deseó tanto tener un hijo misionero. De este deseo frus­trado se consolaba, ofreciendo todos los años una buena limos­na para la Propagación de la Fe» 33.

31 DE VAUX, B., a.c., 122. 32 PIAT, E. J., Historia de una familia, Burgos, 1950, 192. 33 lb., 205. En un tono más crítico, puede consultarse: SIX, J. F., La verda­

dera infancia de Teresa de Lisieux. Neurosis y santidad, Madrid, 1976.

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Teresa creció en este ambiente católico 34 y nacionalista en extre­mo, y no pudo por menos que empaparse de él hasta la médula 35.

Francia vivía, por aquellos años, una época tumultuosa: de un lado, los republicanos abogaban por la separación nítida entre la Iglesia y el Estado, e incluso solicitaban la exclaustración de los religiosos y la expropiación de sus bienes. Los católicos contempla­ban con temor el auge de la masonería, al tiempo que vivían una religiosidad marcadamente jansenista. La guerra con Prusia y la so­nora derrota de los ejércitos de Napoleón ID era contemplada por los ultranacionalistas como un castigo divino por los pecados de Francia, y los ojos de todos los católicos se volvían a la antigua salvadora de la patria: Juana de Arco 36.

En este contexto, una de las prácticas más queridas por la familia Martin era el propio sacrificio y la oración por la conversión de los pecadores. Para cualquier cristiano de aquel tiempo era evidente que la condenación eterna era el único destino posible para quien no vi­viera de acuerdo con los postulados de la Iglesia, y en aquel tiempo eran muchos los hombres y mujeres que vivían a espaldas de la reli­gión.

Así:

«Cuando un pecador obstinado se mostraba recalcitrante a toda gestión, toda la familia se enardecía para obtener aquella

34 Como decía Paulina en el Proceso: «Nuestros padres tenían la reputación de ser muy religiosos; nuestra madre,

a pesar de las fatigas de su vida, acudía todos los días, con nuestro padre, a la misa de cinco. Ambos recibían la comunión, cuatro o cinco veces por semana. Cerca del final de su vida, mi padre comulgaba todos los días» (Proc, 1, 135).

35 Algunos testimonios de la propia Teresa resultan estremecedores si sabe­mos leer entre líneas. Así, cuando transcribe una carta de su madre:

«Teresita me preguntaba el otro día si ella iría al cielo. Le contesté que sí, a condición de que fuese muy buena. Me contestó: Sí, pero si no fuese buenecita iría al infierno» (Ms A, F. 5vo; 43).

O nos cuenta la pmeba de humildad que ella misma le exige: «Un día me dijo mamá: Teresita mía, si besas el suelo, te doy cinco cénti­

mos» (Ms A, F. 8ro; 50). Es conocido también el profundo deseo de la madre de que todas sus hijas

fueran religiosas (puede verse el testimonio de Paulina en Proc, 1, 135). 36 Teresa confiesa que, bien niña, <<leyendo las hazañas patrióticas de las

heroínas francesas, en particular de la venerable Juana de Arco, tenía gran deseo de imitarlas. Me parecía sentir en mí el mismo ardor que las animaba a ellas, la misma inspiración celestial» (Ms A, F. 32ro; 98).

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difícil conquista. Se requería a San José, mediante una novena, para que interpusiera su mediación [ ... ]. Hasta persistían en aplicar sufragios por los impíos cuya impenitencia final les había hecho perder su esperanza» 37.

Teresita fue impregnada también, desde una edad bien temprana de esta pasión por la conversión de los pecadores, lo que marcará de un modo definitivo su espú-itu con una vocación «misionera».

Fue su «madrecita», Paulina, quien le enseñó bien pronto a im­ponerse sacrificios en vistas a la conversión de los pecadores:

«Siendo niña, yo le enseñé la práctica de imponerse sacri­ficios por la conversión de los pecadores. Ella adoptó esta práctica con fervor» 38.

Este ardor lo hará palpable Teresa ofreciendo cientos de peque­ñas pruebas, por propia iniciativa o por indicación de sus hermanas:

«Una tarde de verano -habla Paulina (Madre Inés) en los procesos-, volviendo de un paseo, ella me dijo que tenía bastante sed; yo le aconsejé que ofreciera su sed al buen Dios por la conversión de un pecador, mortificación que ella aceptó con gozo. Cuando se acostó, le llevé de beber. "Has hecho el sacrificio -le dije-, seguro que el pecador está salvado, bebe ahora". Pero ella dudaba, temiendo perder su pecador y mirán­dome a los ojos para ver si yo decía la verdad. Tendlia enton­ces cinco o seis años» 39.

Además de los sacrificios y oraciones, la pequeña Teresa se en­trega a una auténtica acción apostólica, «misionera», en favor de aquéllos que la rodean. Todo su afán de niña es «convertir» a com­pañeras de clase, obreros, pobres ... 40

37 PIAT, E. J., O.C., 203. 38 Proc, l, 162; cfr. Proc, n, 41. 39 Habla Paulina, en Proc, n, 175. 40 Cfr. Ms A, FF. 151'° (64-5). 33ro (101-2); Proc, n, 236. 282 Y ss. Antes de

entrar en el Carmelo, atenderá en su casas a dos pequeñas, hijas de una mujer pobre gravemente enferma (cfr. Ms A, F. 52vo; 143).

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Como si se tratase de un signo distintivo de este afán lleva, en el internado 4\ una llamativa cruz:

«Me gustaría muchísimo asistir con las religiosas a todos los oficios. Llamaba la atención entre mis compañeras por un gran crucifijo que Leonia me había regalado, y que llevaba atravesado en el cinturón, como lo llevan los misioneros» 42.

Sin embargo, comprende pronto que su impulso apostólico no se plasmará en gestos materiales de caridad, sino en una forma de «ca­ridad interior», que le permitirá -intuye- llegar más lejos. Habla Celina:

«Al no estar suficientemente a su alcance este género de caridad material para con los pobres, a causa de su juventud, ella se aplicó sobre todo a la caridad interior, donde el campo es tan grande» 43.

2. Misionera interior

Ya hemos visto más arriba cómo la mujer participaba de un modo activo en los años en que vivió Teresa, en el campo de la misión. Al contrario de lo que le sucedió a Santa Teresa de Jesús 44, Teresa Martin podía haber encauzado su afán misionero en un instituto de vida activa. Sin embargo se decidió por el Carmelo, y la razón de esta decisión es su convencimiento de que cumpliría más plenamente su vocación precisamente en clausura. El testimonio de Celina es muy esclarecedor:

41 Una abadía de benedictinas donde Teresa compartía su formación con sus hermanas Celina y Leonia (cfl'. Ms A, F. 31ro y ss.; 79 y ss.; Proc, 1, 136-7).

42 Ms A, F. 34ro (104). 43 Proc, TI, 286. 44 Como ella misma nos cuenta en el Libro de las Fundaciones, capítulo 1

(nn. 7-8 en la edición de Editorial de Espiritualidad, Madrid, 31984), la predi­cación de un franciscano acerca de las muchas almas que en las Indias se per­dían, le hizo suplicar al Señor le «diese medio como yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio». La respuesta de Dios, adecuada a la que ofertaban la sociedad y la Iglesia en aquel tiempo, fue impulsarla a la fundación de nuevas comunidades orantes al estilo de San José de Avila.

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«A los catorce años, habiendo leído algunas páginas de unos Anales de religiosas misioneras, interrumpió de pronto su lectura y me dijo: "No quiero saber más, tengo ya un deseo tan

. violento de ser misionera, ¡qué sería si lo avivase con el cua­dro de este apostolado! Quiero ser carmelita"» 45.

Teresita, criada, como quedó dicho, en un ambiente en el que se valoraba sobremanera la idea del sufrimiento vicario, tiene su primera intuición clara sobre la naturaleza de su vocación a raíz de la «gracia de Navidad» 46: durante algunos años, poco después de morir su madre, Teresa muestra una «extremada sensibilidad» 47,

que la lleva a llorar ante cualquier desaire, Sin embargo, el 24 de diciembre de 1886, al volver de la misa de medianoche, su entereza ante una desatención de su querido padre la hace sentir que ha recuperado «la fortaleza de su alma, perdida a los cuatro años y medio» 48, para conservarla ya por siempre. Es en ese momento cuando Teresa percibe con seguridad que ha llegado el tiempo de olvidarse definitivamente de sí misma para pensar únicamente en los otros:

«Más misericordioso todavía conmigo que con sus discípu­los, Jesús mismo cogió la red, la echó, y la sacó llena de peces ... Hizo de mí un pescador 49 de almas. Sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que nunca hasta entonces había sentido tan vivamente ... Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme de mí misma por complacer a los demás. ¡Desde entonces fui dichosa!» 50

45 Proc, n, 263. 46 «Es sobre todo el día de Navidad de 1886 cuando ella se sintió particular­

mente llamada a adoptar este ejercicio de caridad», nos dice Paulina (Proc, l, 162).

47 Ms A, F. 44vo (125). 48 Ms A, F. 44ro (127). 49 En francés pecheur. La santa parece querer jugar con las palabras pecador

(pécheur) y pescador. Quizá comprende que sólo el que ha pasado por la expe­riencia de ser rescatado del pecado puede consolar al pecador.

50 Ms A, F. 45vo (127).

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Inmediatamente, nana la visión del clUcificado, que Teresita aso­cia a su deseo de salvar almas. Para ella resulta estremecedor que la sangre de Jesucristo caiga al suelo sin que nadie la recoja. Resuelve entonces permanecer «en espíritu al pie de la cruz para recibir el di­vino rocío» 51. La concepción de la muerte de Cristo en la cruz como saclificio expiatOlio por nuestros pecados resulta esencial en este paso.

Para Teresita, Jesús ha muerto por cada hombre, por todos los hombres. Su sacrificio nos ha devuelto la vida, al caer bajo el peso del pecado nos ha liberado del pecado. Pero muchos viven todavía alejados de la salvación, no se benefician de la sangre de Cristo:

«El grito de Jesús en la cruz resonaba también continua" mente en mi corazón: "¡Tengo sed!" Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y vivísimo ... Deseaba dar de beber a mi Amado y yo misma me sentía devorada por la sed de almas ... No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores; ardía en deseos de anancárselas al fuego eterno» 52.

Para poner a prueba sus intuiciones, la pequeña Teresa comienza una auténtica batalla para convertir a un famoso criminal -Pranzi­ni- que había asesinado a una mujer y a su hija y cuyo proceso y condena a muerte se convirtieron en centro de atención de la opinión pública francesa durante el verano de 1887. En Ms A 45vo-46ro (128-9), nos nana su pasión por anancar a Pranzini «del fuego eterno» 53.

Cuando conoció que el criminal había pedido un crucifijo y besado las llagas del Salvador, justo antes de ser guillotinado, sintió que aquel gesto era la confÍImación de cuál habría de ser su misión en el futuro:

«Había, pues, obtenido "la señal" pedida, y aquella señal era la reproducción de las gracias que Jesús me había conce­dido para inducinne a rogar por los pecadores. ¿No había sido a la vista de las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre divina, cuando se había despertado en mi corazón la sed de almas? Yo deseaba darles a beber aquella sangre inmaculada que habría

51 lb. (128). 52 lb. 53 Cfr. también: Prac, 1, 162; 282-3; Prac, II, 175; 282.

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de purificar sus manchas, ¡ ¡ ¡y los labios de "mi primer hijo" fueron a unirse precisamente con las sagradas llagas!! l. .. ¡Qué respuesta tan inefablemente dulce!» 54

Es ahora cuando Teresa Martin descubre el modo de responder a su pasión misionera que plasmará de manera tan hermosa en su ofren­da al Amor Misericordioso 55. Como nos cuenta su hermana María:

«Ella leía ávidamente la vida de los misioneros, porque encontraba allí la expresión de sus propios deseos. Hubiera querido ser misionera, para dar a conocer en todas partes el amor del buen Dios»56.

Sin embargo, la experiencia de Pranzini terminó por convencerla de que calmaría de un modo más adecuado su deseo de ganar almas para Cristo si se identificaba con él, completando de este modo su pasión. Y el mejor modo que Teresita encontraba de hacerse una con el Salvador, era la vida del Carmelo. No se trata, pues, de que se sintiera incapaz de viajar a misiones o tuviera miedo a enfrentarse a las exigencias de una vida más activa:

«Llegué a ser la única confidente de Teresa -nos dice Celina-, por eso no me pudo esconder su deseo de entrar en el Carmelo. Su atracción por la vida religiosa se había mani­festado desde su más tierna infancia. No sólo repetía que que­ría ser religiosa, sino que soñaba con la vida eremítica [ ... ]. Después de lo que ella llama "su conversión", la vida religiosa se le apareció, sobre todo como un medio de salvar almas. Ella pensó, incluso, hacerse religiosa de las misiones extranjeras, pero la esperanza de salvar mayor número de almas mediante la mortificación y el sacrificio de sí misma la decidió a ence­rrarse en el Cm'melo» 57.

54 Ms A, F. 46vo (129). 55 Cfr. Ms B (225 Y ss.). 56 Proc, n, 231. 57 Proc, l, 269. El subrayado es nuestro. Teresa escogió los apellidos religio­

sos «del Niño Jesús y de la Santa Faz» al entrar definitivamente en la Vida Religiosa. Más allá de la espiritualidad «ñoña» que, aún hoy, muchos quieren ver

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Teresa vivía convencida de la eficacia misionera de una vida entregada por completo a Dios, de una vida encerrada que se hace fecunda por la oración y el propio sacrificio. Sobre su entrada en el Carrnelo, confiesa:

«Sí, el sufrimiento me tendió sus brazos y yo me arrojé a ellos con amor ... A los pies de Jesús Hostia, en el examen que precedió a mi profesión, declaré lo que venía a hacer en el Carmelo: "He venido a salvar almas y, sobre todo, para orar por los sacerdotes".

Cuando se desea un fin, hay que emplear los medios ne­res ario s para alcanzarlo. Jesús me hizo comprender que las almas me las quería dar por medio de la cruz. Y mi anhelo de sufrir creció a medida que el sufrimiento mismo aumen­taba» 58.

Podrá discutirse esta concepclOn de la vida carmelitana como «martirio» 59, pero lo cierto es que la santa de Lisieux llevó hasta sus últimas consecuencias este convencimiento, segura de que:

«Nuestra vocación no es ir a segar en los campos de las mieses maduras [ ... ]. Vosotras [dice Jesús a las carmelitas] sois mi Moisés orante en la montaña; pedidme obreros, y yo los enviaré [ ... ].

El apostolado de la oración ¿no es, por decirlo así, más elevado que el de la palabra? Nuestra misión, como cannelitas, es la de formar obreros evangélicos que salven a millones de almas, cuyas madres seremos nosotras ... » 60

en su devoción a la infancia de Jesús, parece que, uniendo estos dos títulos, Teresa quiere consagrarse al Señor teniendo muy presente el movimiento de kénosis -abajamiento- que el verbo asume cuando toma nuestra carne, kénosis que se hace dramáticamente palpable en el rostro infrahumano de Cristo en la pasión (Mt 26,67-68; Is 52,14 y ss.). Pueden consultarse U.e. 5.8 (532-3) Ms A, 71vo y ss. (186 y ss.), carta 56 (418 y nota 2) y «Consagración a la Santa Faz», p. 814-5 de la ed. manejada.

58 Ms A 69vo (183). 59 Cfr. Ms C 9ro (252), donde Teresita da a la vida religiosa ese nombre. 60 Carta a Celina, 15-8-1892 (489).

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En esta clave de entrega sacrifical, sufrimiento vicario, entenderá ella su enfermedad final, como el modo definitivo de ser una con Cristo en vistas a la continuación de su tarea de salvación. Poco antes de morir, afirmará:

«¡Nunca hubiera creído que fuese posible sufrir tanto! ¡Nunca! ¡Nunca! No puedo explicatme esto, a no ser por los deseos ardientes que he tenido de salvar almas» 61.

Son innumerables los testimonios paralelos a éste que aquí, por ser el último, recogemos. Pero el celo misionero de Teresa no se apaga con la muerte, su pasión por la conversión de las almas la lleva a esperat· que ésta será su tarea en la vida celeste:

«Quisiera salvar a las almas y olvidarme por ellas de mí misma, quisiera salvarlas aún después de mi muerte» 62.

Leyendo las «Ultimas conversaciones», que su hermana Paulina (Madre Inés de Jesús) recoge en los meses anteriores a su muerte, podemos percibir el deseo firme que Teresa tenía de continuar su apostolado, Por encima de discusiones acerca del carácter profético de estas palabras, nos parece más importante tomar conciencia del celo misionero que se encuentra tras ellas. Es el amor al Esposo Cristo el alimento de dicha pasión, de ese ardor que los testigos confirman en los procesos.

Más allá de las adherencias históricas que Teresa de Lisieux no puede, lógicamente, eludir, su vida se orienta a cumplir el mandato del Señor de hacer llegar el Evangelio a todos los pueblos. El motor del cumplimiento no es otro que el amor. El enamorado quiere gritar a los cuatro vientos las virtudes de su amado; y Teresita no encuentra mejor modo de gritar a Cristo que identificarse con él mediante la entrega y el autosacrificio que le impone la clausura.

Para responder a una pasión tan intensa, Teresa se siente llamada a ser sacerdote, apóstol, guerrero, doctor, mártir ... quisiera haber sido misionera «desde la creación del mundo y seguir siéndolo hasta la

61 U.C. 30.9 (996). 62 Carta al misionero P. Roulland, 19-Ill-1897 (617). Celina declarará: «Es

este espíritu de caridad hacia el prójimo la que le llevó a pedir a Dios la gracia de pasar su cielo haciendo el bien en la tierra» (di'. U.C. 17.7, 902-3).

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consumación de los siglos» 63, y la única manera de hennanar todos estos contrastes será para ella el amor:

«Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares ... En una palaora, ¡que el amor es etemo!

Entonces, en el exceso de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío! ... por fin he hallado mi vocación, ¡mi vocación es el amor!» 64

Un amor que sólo probará:

«Arrojando flores, es decir, no desperdiciando ningún sa­crificio, ninguna mirada, ninguna palabra, aprovechando las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor» 65.

Ha aprendido de su maestro San Juan de la Cruz, que «es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas» 66, y la tarea esencial de su vida será la búsqueda de ese «puro amor». Pero eso no la hace rechazar una vida misionera «activa», que ahora expondremos.

3. Teresa de Lisieux y los misioneros

Las carmelitas descalzas han vivido tradicionalmente su voca­ción, también, en dimensión misionera. Y ello no sólo con la presen­cia física de comunidades orantes teresianas en tierra de misión, sino también mediante la oración por los misioneros. Con frecuencia, esta oración se hace mucho más concreta, y la carmelita «acompaña» a un misionero determinado que se pone bajo su protección.

Teresa de Lisieux compartió durante sus años de vida religiosa carmelitana, la aventura misionera de dos sacerdotes franceses: Mau­ricio Barthélemy Belliere y Adolfo Roulland.

63 Ms B, F. 3ro (228). 64 lb., F. 3.Yo (230). 65 lb., 3yO-4rO (232). 66 Cántico Espiritual, redacción B, C 29, n. 2, según la edición de Editorial

de Espiritualidad, Madrid, 51993 (cfr. Ms B, F. r4°, 232).

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El padre Belliere, nacido ellO de junio de 1874 67, se encontraba

en su segundo año de fonnación en el Seminario Mayor de Sommer­vieu, cuando se dirigió a la Madre Inés de Jesús -a la sazón priora de Lisieux-, el 15 de octubre de 1895, para pedirle «en nombre de la gran Santa Teresa y en su fiesta», el madrinazgo de una hermana de la comunidad. Fue Teresita la encargada de mantener con el mi­sionero correspondencia durante dos años. Belliere marchó al novi­ciado de los Padres Blancos de Argel, el 29 de septiembre de 1897 y fue misionero en Africa hasta caer enfermo. De regreso a Francia, los médicos no supieron diagnosticarle la enfennedad del sueño, y Belliere murió, acompañado de los suyos, el 14 de julio de 1907 en Langrunes (Calvados, Francia).

Teresa había deseado fervientemente tener un hennano sacerdo­te 68, Y el madrinazgo de Belliere constituyó para ella una hermosa respuesta a sus sueños. Se le ofrecía la oportunidad de acompañar en su fonnación a un joven que se preparaba para la que entonces era considerada -como hemos visto en la primera parte del trabajo­labor excelente en favor de la Iglesia y de Francia. Y ello no sólo a través de la oración y el sacrificio, sino también mediante una tarea más activa: la correspondencia:

«Ciertamente, a los misioneros se les puede ayudar por medio de la oración y del sacrificio. Pero a veces, cuando Jesús tiene a bien, para su gloria, unir a dos almas en estrecho vínculo espiritual, permite que de vez en cuando puedan ellas comunicarse mutuamente sus íntimos pensamientos, excitán­dose así a un mayor amor de Dios» 69.

A pesar de alguna reticencia 70 y del silencio inicial de Belliere, quien, «después de haber escrito una encantadora carta llena de afec-

67 En la edición de obras completas que manejamos, cfr. p. 1105 Y 1108. También, SEVERlNO DE SANTA TERESA, Santa Teresa de Jesús por las misiones, Vitoria, 1959, 442 Y ss.

68 Ms e, F. 31vO (289). 69 Ms e, F. 32ro (291). 70 «Para eso [mantener correspondencia con el misionero 1 se requiere una

voluntad expresa de la autoridad, pues de lo contrario, tengo para mí que esta correspondencia epistolar haría más mal que bien, si no al misionero, al menos a la carmelita, llamada continuamente por su género de vida a replegarse dentro de sí misma» (lb., 32ro-33vo

; 291).

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to y de nobles sentimientos para dar las gracias a la Madre Inés de Jesús, no volvió a dar señales de vida hasta julio del año siguiente» 71,

Teresa se dio a su «hermanito» llena de alegría. Prueba de su celo, conservamos diez cartas escritas al abate Belliere.

Por lo que se refiere a Roulland, era miembro del SeminaIio de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París. Un mes antes de orde­narse, se dirigió a través de los premostratenses de Calvados a la comunidad de Lisieux, para solicitar las oraciones de una hermana de la comunidad. La Madre María de Gonzaga designó a Teresa del Niño Jesús. El padre Roulland embarcó para China en 1896, llevando a cabo su misión en la región de Su-Tchuén. Llamado a Francia en 1909, le fueron encargadas tareas de gobierno en la Sociedad de Misiones Extranjeras. Después de haber renunciado al obispado en 1917, acabó sus días como capellán de una comunidad religiosa del Mame, el 12 de mayo de 1934.

También recibió con emoción Teresa la noticia del «nacimiento» de este nuevo «hermanito». Ella misma nos cuenta que fue un día de mayo de 1896 cuando la madre Gonzaga la llamó a su celda para comunicarle su decisión 72, disipando sus temores acerca de la posi­bilidad de amadrinar a dos misioneros, toda vez que estaba ya com­prometida con la causa de Belliere. De su correspondencia con Rou­lland conservamos seis cartas, testimonios de la pasión misionera de Teresa. Con el tiempo, afirmará su deseo de proteger no sólo a estos dos misioneros, sino a todos, incluidos «los simples sacerdotes, cuya misión es a veces tan difícil de cumplir como la de los apóstoles que predican a los infieles» 73.

A través de las cartas dirigidas a uno y a otro podemos contem­plar la faceta activa de Teresa: anima, consuela, estimula a sus dos hermanos, a la vez que les instruye en su camino de infancia espiri­tual. No se limita, pues, a repetir lo ya sabido, a llenar su correspon­dencia de las fórmulas acostumbradas. A medida que crece su enfer­medad, una profunda libertad interior la invita a convertirse en evangelizadora de aquellos dos apóstoles. Aunque en sus cartas se

71 lb., 32ro (290). n Cfr. lb., F. 33rO-33yo (292 y ss.). 73 lb., F. 33yo (293).

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percibe que sentía más afecto por Roulland, se ocupa especialmente de Belliere, seguramente, por parecerle más necesitado.

Para Teresa, en el misionero se cumple de un modo privilegiado el pasaje de Isaías que el Señor se aplicó en la sinagoga de Nazaret:

«¿No podéis también vos exclamar -le dice a Roulland­: "El espíritu del Señor reposó sobre mí, me llenó de su un­ción. Me envió a anunciar su palabra, a sanar a los que tienen el corazón herido, a devolver la libertad a los que están entre cadenas y a consolar a los que lloran ... ?"» 74

Junto a él, la cmmelita se convierte también en misionera a través de las armas que ya conocemos: amor y sufrinriento. Estos son los poderes de Teresa, que ella coloca en paralelo con las espadas del misionero, palabra y trabajo apostólico:

«Porque mis únicas armas son el amor y el sufrimiento, y vuestra espada son la palabra y los trabajos apostólicos» 75.

Actúa así -la carmelita- como Moisés, orando en el monte, mientras su pueblo -el apóstol- mantiene la lucha directa en el valle 76. Es Jesús mismo el que sostiene los brazos de la carmelita, así no desfallece en la oración 77.

Teresa siente que trabaja alIado de sus hermanos misioneros:

«Me sentiré verdaderamente dichosa trabajando con vos en la salvación de las almas, para eso me hice carmelita; no pu­diendo ser misionera por la acción, quise serlo por el amor y por la penitencia, como Santa Teresa, mi seráfica Madre» 78.

y como parte de ese trabajo acepta gozosa el madrinazgo de los niños bautizados por Roulland:

74 Carta al P. Roulland, 30-7-1896 (583). Ver también DESCOUVEMONT, P.-NIKLOOSE, H., Teresa y Lisiet/x, Madrid, 1996, 267.

75 lb. (584). Cfr. cta. 613 (613 Y ss.). 76 Cfr. Ex 17,8 Y ss. 77 Cfr. Carta al P. Roulland, 1-11-1896 (597). 78 Carta al P. Roulland, 23-6-1896 (573).

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«Me pedís, hermano mío, que escoja entre los dos nom­bres, María y Teresa, para una de las niñitas que bauticéis; puesto que los chinos no quieren dos protectoras, sino una, hay que darles la más poderosa: es, pues, la Santísima Virgen la que le conviene. Más tarde, cuando bauticéis a muchos niños, causaréis un gran placer a mi hermana (carmelita como yo) llamando a dos hermanitas Celina y Teresa [ ... ], por medio de vos, Celina y Teresa revivirán en China» 79.

El amor y el cuidado de Teresa por sus hermanos misioneros no se reduce al aspecto meramente «espiritual». En un hermoso rasgo de humanidad, compadece a la familia de Roulland, que siente el dolor por la separación de un hijo que marcha a una misión ciertamente peligrosa 80. Así, cuando el futuro misionero le comunica su alegría por su próxima marcha a China, Teresita le contesta:

«Entiendo que esa alegría es totalmente espiritual; es im­posible abandonar a su padre, a su madre, a su patria, sin sentir todos los desganos de la separación ... [ ... ], con vos ofrezco vuestro gran sacrificio, y suplico a Jesús que dename sus abun­dantes consolaciones sobre vuestros queridos padres» 81.

A través de todos estos sufrimientos es el misionero el que puede asociarse a la carmelita, salvando almas, también, a través de la penitencia y el amor:

«Jesús os trata como a privilegiado. Quiere que empecéis ya vuestra misión, y que por el sufrimiento salvéis a las almas. ¿No fue sufriendo, mmiendo, como él mismo redimió al mun­do? Sé que aspiráis a la dicha de sacrificar vuestra vida por el divino Maestro, pero el martilio del corazón no es menos fe­cundo que el denamamiento de sangre, y desde ahora éste es vuestro martirio» 82.

79 Carta a Roulland, 19-3-1897 (617). Belliere también prometió a Teresa el madrinazgo del primer niño que bautizara (carta 24-2-1897; 611).

80 Uno de los compañeros de ordenación de Roulland fue muerto por los bandidos al poco de llegar a China.

81 Carta a Roulland, 30-7-1896 (582). 82 Carta a Belliere, 26-12-1896 (604).

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Las cartas a Roulland y Belliere están llenas de pequeños detalles que hacen patente el espíritu misionero de Teresa, el amor que sentía por todos aquellos que entregaban su vida en un apostolado tan glo­rioso para su patria y su Iglesia.

Digamos, no obstante, que este aprecio por las misiones encuen­tra, también, una base en la intensa tensión apostólica vivida en el Carmelo de Lisieux 83: En 1846 había ingresado allí como carmelita Filomena de la Inmaculada Concepción, prima de monseñor Lefebre, Vicario Apostólico en la Cochinchina. Al enterarse de la noticia -mientras esperaba el martirio, del que finalmente logró esca­par-, rogó a su prima que trabajara por la fundación de un Carmelo en Indochina. En 1861, coincidiendo con el punto álgido de la expan­sión colonial francesa, las carmelitas de Lisieux pudieron cumplir el sueño de Lefebre al fundar en Saigón el primer Carmelo de Extremo Oriente.

La misma Teresa tuvo oportunidad de viajar allí cuando las car­melitas de Saigón -que mantenían excelentes relaciones con sus hermanas de la metrópoli- 84 decidieron fundar una nueva comuni­dad en Hanoi. En Ms C, FF. 9vo-lOro (253-4), nos informa de los proyectos de la comunidad de Lisieux de enviar religiosas a Saigón para reforzar este Carmelo.

Se barajaron los nombres de Paulina y Celina, pero parecía Te­resa la más adecuada para viajar allí:

«Me dijisteis también [se refiere a María de Gonzaga] que yo tenía esta vocación, y que el único obstáculo era mi falta de salud» 85.

Parece que, efectivamente, fue su salud quebradiza lo que impi­dió que Teresa viajara a Indochina. Pero que fue una posibilidad real es algo que no ofrece dudas, como podemos deducir de la nota que envió a su hermana Celina el verano de 1896 86

83 Cfr. SEVERlNO DE SANTA TERESA, O.C., 361 y ss. 84 Como certifica la carta de Teresa a sor Ana del Sagrado Corazón, carme­

lita del monasterio de Saigón, el 2-5-1897 (624 Y ss.). 85 Ms C, F. lOro (254). 86 Un pequeño billete no fechado que puede verse en la edición de obras

completas manejada, p. 484s. También comunicó a Roulland su posible partida:

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Todavía en su enfennedad final, las hennanas comentaban con ella esta fallida posibilidad, más en un intento de animarla y conso­larla que por pensar que Teresa tenía alguna posibilidad de recupe­rarse y viajar a Hanoi:

«Voy a morir pronto, pero, ¿cuándo? [ ... ]. En el fondo estoy totalmente resignada a vivir, a morir, a recobrar la salud, y a ir a Cochinchina, si Dios quiere» 87.

Lo cierto es que la muerte truncó su vocación misionera. Teresa había ofrecido su vida a cambio de la de los misioneros que carecían de remedios para curarse 88, Y habrá de esperar a perderla para poder cumplir, del modo misterioso que ella había intuido en vida, su sueño mIsIOnero:

«No conozco el futuro, pero si Jesús realiza mis presenti­mientos, os prometo seguir siendo vuestra hennanita allá arri­ba. Nuestra unión, lejos de romperse, se hará más íntima; allí ya no habrá ni clausura ni rejas, y mi alma podrá volar con vos a las lejanas misiones» 89.

lIT. TERESA DE LrsIEux, PATRONA DE LAS MISIONES, ¿HOY?

Cuando Pío XI proclamó a Santa Teresita patrona de las misio­nes, lo hacía teniendo en consideración el celo por la conversión de las almas por ella mostrado, su deseo de entregarse completamente al Amor para conseguir de ese modo que el Evangelio se expandiera con más fuerza.

Hoy, cuando las inquietudes de los misioneros van mucho más allá de la salvación de las almas, cuando la religión católica ya no tiene la pretensión de presentarse como la única verdad, cuando los habitantes de los países de misión no son contemplados como infie-

«Si Jesús no viene pronto a buscarme para el Carmelo del cielo, partiré un día para el de Hanoi, pues ahora hay un Carmelo en esa ciudad, fundado recien­temente por el de Saigón» (carta del 19-3-1897; 615 y ss.).

87 U.C., 21/26.5.2 (853). 88 En lb., 854. 89 Carta a Mauricio Belliere, 24-2-1897 (612).

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les y se reconoce a sus religiones su verdadero valor, ¿puede Santa Teresa de Lisieux seguir siendo una luz para las misiones?

Recientemente tuve ocasión de viajar al fecundo Carmelo francés de Mazille (Cluny), cerca de Taizé. Preguntada la priora acerca de las ocupaciones materiales de la comunidad, contestó que las carmelitas eran allí campesinas. Rodeadas de trabajadores del campo, ni su oración ni su vida comunitaria tendrían sentido para ellos si no com­partieran con sus vecinos las tareas que les ocupan.

En Africa, y en otras zonas de misión, los cannelos son también centros espirituales a los que las gentes se dirigen porque encuentran en ellos mujeres que viven las mismas preocupaciones y angustias del pueblo que les rodea. Son un factor de autenticidad y paz en países gobernados muchas veces por regímenes conuptos y someti­dos a la violencia.

En una palabra, las carmelitas no viven hoy su vocación exclu­sivamente «de puertas para adentro». Junto a los misioneros y misio­neras carmelitas de vida activa, procuran vivir su vocación específica al servicio de la Iglesia y de los pueblos con los que con-viven, en el sentido más amplio del término. No preocupa ya tanto el alma, sino la persona comprendida de un modo integral y en sociedad 90, a la que hay que ayudar a salir a flote de un modo total: social y político además de religioso.

Convivir implica rechazar cualquier pretensión de superioridad frente a la persona a la que nos acercamos. El misionero ya no contempla al nativo como infiel, inferior, como aquél a quien hay que redimir. Es simplemente un hombre o una mujer, imagen de Dios, a quien debo restituir los derechos mínimos que le hayan sido conculcados: higiene, vivienda, alimentación ... Y todo ello por amor a Cristo, a quien descubro presente en el rostro del hermano desam­parado.

90 «El Carmelo, queriendo vivir de manera particular la unión con Dios, la fraternidad, la vida mariana y la profecía apostólica, desea a toda costa realizar en sí y en tomo a sí una vida humana digna de Dios; el Carmelo Teresiano, esencialmente misionero, quiere ir a las raíces del hombre». Así se expresaba FLAVIO CALOI, vicario general de los Carmelitas Descalzos, en el Congreso Mun­dial de las Misiones Carmelitas (Servitium Informativum Carmelitanum), 27 (1994) 47.

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Dibujado apenas este panorama misionero, ¿tiene Teresa de Li­sieux alguna palabra que aportar al mismo? Decididamente, hemos de contestar que sí.

En primer lugar, Teresa participa de un modo activo de la inquie­tud que pone en marcha al misionero y le encamina a compartiI la vida del helmano pobre y desamparado. Muchas personas se unen hoya misiones de solidaridad en países necesitados, pero el misio­nero cristiano marcha allí empujado por el amor a Cristo Jesús. Todos los religiosos, religiosas, sacerdotes y seglares cristianos que trabajan en tierras lejanas, que asumen -hasta entregar la propia-la vida de los hombres y mujeres a los que se les quiere robar la condición de tales, luchan impulsados por la fuerza del Espíritu, seguros de que su servicio a los demás es servicio que iInita al Cristo pobre y humilde que quiso poner su tienda entre nosotros. Tratan así de pagar el gran amor con que Jesús nos ha amado. Con ellos puede exclamar Teresa:

«¡Oh, Jesús! Sé que el amor sólo con amor se paga. Por eso, he buscado, he hallado el modo de desahogar mi corazón devolviéndote amor por amor» 91.

La misión, como la Iglesia, nace en la entrega de Cristo en la cruz. De ahí que Teresa quiera ser misionera desde su propia forma de comprender el Misterio Pascual como redención del pecado por el sacrificio del Señor. Hoy existen nuevas comprensiones de la muerte de Cristo y Teresa nos invita a hacer de la Teología vida. A encamar con actitudes concretas estas nuevas interpretaciones que la razón nos va descubriendo 92.

Por otra parte, para el misionero o misionera cristianos sigue siendo esencial la presencia orante de hermanos y hermanas que le acompañen y estimulen en el cumpliIniento de su misión.

Pero es que, además, no es ajena a Teresa la idea de que sólo es capaz de convertiI el que es capaz de compartiI la propia vida. Re-

91 Ms B, F. 4ro (230). 92 Así, por ejemplo, hoyes comprendida la cruz de Cristo como misterio de

la salvación por la no-violencia, entrega de la propia vida en favor de los débiles y transformación del corazón del adversario por el autosacrificio. Desde aquí es posible articular toda una «Teología de la misión».

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cordamos ahora ese juego de palabras pecheur (pescador) pécheur (pecador) 93: Sólo el que ha pasado por la experiencia de la pequeñez y el pecado, de la pobreza humana, y se ha sentido salvado por Cristo, puede dirigirse a los demás, sin superioridad alguna, con pretensión de enseñarles un camino de salvación. El testimonio que nace de la propia vida transformada es el que puede cambiar el co­razón de los otros 94.

Por eso Teresa se emociona cuando el P. Roulland la comunica que ha decidido adoptar la indumentaria y las costumbres de las gentes de la región de Su-Tchuén:

«Al pensar que habéis adoptado las maneras de vestir de los chinos pienso, naturalmente, en el Salvador revistiéndose de nuestra pobre humanidad y haciéndose semejante a uno de nosotros 95 a fin de rescatar a nuestras almas para la eternidad» 96.

Pero la pequeña Teresa no habla sólo de oídas. Ella ha compren­dido en su corazón y en su carne que incluso la vida más escondida no puede ser entendida en cristiano si no supone un intento de com­partir la existencia de los contemporáneos. En la Francia de fin de siglo, campo de batalla entre el ultranacionalismo católico y el repu­blicanismo ateo, una religiosa anónima en un anónimo Carmelo de Normandía quiere hacer de su vida un reflejo de la de los osados misioneros que juegan -y a veces pierden- su vida en las nuevas colonias. Pero eso no es todo. En los momentos más duros de su vida espiritual, cuando la noche de la fe la cerca, y duda incluso de lo que supone el fundamento de su vida, Teresa sabe hacer de la prueba un modo privilegiado de comprender y amar a los más lejanos: a los pecadores que niegan a Dios:

«Señor, vuestra hija ha comprendido vuestra divina luz. Os pide perdón para sus hermanos. Se resigna a comer, por el

93 Cfr. supra nota 49. 94 «Cuando Jesús llama a un alma a dirigir, a salvar multitud de otras almas,

es muy necesario que le haya hecho experimentar las tentaciones y las pruebas de la vida» (carta a Belliere, 21-10-1896; 592).

95 Cfr. Flp 2,6-11. 96 Carta del 1-11-1896 (595).

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tiempo que vos lo tengáis a bien, el pan del dolor, y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta que llegue el día por vos señalado ... Pero, ¿acaso no puede ella también decir en su nombre, en nombre de sus hermanos: Tened piedad de nosotros, Señor, porque somos unos pobres pecadores? 97... i Oh, Señor, despe­didnos justificados! ... Que todos esos que no están iluminados por la antorcha de la fe la vean, por fin, brillar» 98.

Ninguna pretensión de superioridad, ningún rastro de fanatismo o integrismo, ningún convencimiento irracional. Teresa Martín sólo quiere interceder por sus hermanos desde la seguridad que le da el saber que está viviendo su propia vida. Por ello, para aquéllos que, dejándolo todo, se revisten de la pobreza de los necesitados, imitando así al Cristo pobre que no retuvo su condición de Dios, sino que tomó la de esclavo, pasando por uno de tantos, Santa Teresita del Niño Jesús sigue siendo, también hoy, PATRONA UNIVERSAL DE LAS MISIONES.

97 Cfr. Lc 18,13. 98 Ms C, F. 6ro (247). Paulina declarará: «Cuando la acosaban de modo más fuerte sus tentaciones contra la fe, ella

me dijo: ofrezco estas grandes penas para obtener la luz de la fe a los pobres incrédulos y por todos aquellos que se alejan de las creencias de la Iglesia» (Proc, n, 151).