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Textos Sedientos I

Len Febres-Cordero

TEXTOS SEDIENTOS

Flassaders, Barcelona, 2002

A Juan Antonio Gonzlez Iglesias ancient amongst the ancients

Ellos te preguntarn, con sagaz discernimiento,por qu investigas las tinieblas del Hades sombro.Di: Hijo de la Tierra soy y del Cielo estrellado;de sed estoy seco y me muero.Dadme, pues, enseguida a beber agua frescade la laguna de Mnemsine.

Laminilla de Hiponio, 400 a.C

Prefacio

Debo decirle al lector que los textos que sostiene entre sus manos no los he escrito yo. No son, por consiguiente, el resultado de tramas o argumentos que fueron forjndose en mi mente producto de mi imaginacin, o de mi fantasa.

No s lo que son estos textos. No s qu quieren decir, si es que quieren decir algo, ni cul es su sentido oculto, si es que tienen alguno. Ellos se me fueron apareciendo uno a uno, da tras da, dicindoseme serenamente, y mi esfuerzo, que no poda sino ser nfimo, se limit a escucharlos con atencin y a transcribirlos con fidelidad.

Aunque algunos tienen un cierto ritmo, una velada msica, lo que pareciera prevalecer en ellos es el trato que propician con lo desconocido, de donde intuyo que oscuramente provienen.

L.F.C.Flassaders, septiembre de 2002

Instinto de curacin

Sentado en un banco en el Parque de la Ciudadela se me acerca una nia y empieza a dar vueltas alrededor de una palmera. En eso se sienta en la otra punta del banco y me pregunta:---Ests malito?---S.---Qu te duele?---La pancita.---A m me dola mucho la pancita cuando era pequea. En casa crean que me mora. Pero luego un da se me quit y no me ha vuelto a dar.---Y qu remedio te dio tu madre para curarte?---La mat.

Flassaders, 23 de julio de 2002

Opera Prima

El escultor estaba dando los ltimos toques a su ms reciente creacin. Llevaba trabajando muchos aos en ella, parando durante largos perodos en los que meditaba seriamente en destruirla, para pasar luego a retomarla de nuevo. Finalmente la haba terminado. No le gustaba nada. El rostro pareca un puo y le haba roto un ojo en su terco empeo de corregirle la torva mirada. La boca estaba a punto de soltar una sarta de improperios y maldiciones. Un codo era ms alto que el otro y las piernas parecan las de una mueca. Eres horrorosa, le dijo, pero eres real.

Flassaders, 24 de julio de 2002

Perfecto Error

--A quin toca cortarle hoy la cabeza?, pregunt ansioso el Monarca.--A Ud. Majestad, le contest solcito el ministro.--Y quin ha dado semejante orden?--Ud. mismo, Seor. Y las rdenes del rey son ley en este reino.--Para qu hora ha sido fijada la ejecucin?--Para las doce del medioda y corre ya el ltimo minuto.--Puedo decir algunas palabras antes de morir?--No, Majestad.--Y quin me priv de ese privilegio?--Ud. mismo, Seor, en previsin de que una nueva orden revocara la anterior.--Son aquellos el verdugo y el patbulo?--S, Majestad.--Entonces callar para siempre.--Y vuestro pueblo os lo agradecer para siempre.

Flassaders, 27 de julio de 2002

Fugaz Desencuentro

Cuando la nia lleg, algo cansada, a los altos portones polvorientos del Palacio, comenzaba a amanecer. Toc la puerta y enseguida le abrieron.---A quin buscas?, le preguntaron.---Busco al rey.---En este Palacio no habita un rey desde hace veintisis mil millones de aos.---Pero eso no puede ser, replic la nia. Me han dicho que esta noche la pas el rey aqu, en su Palacio.---S, esta noche la pas aqu. Pero eso fue hace veintisis mil millones de aos.

Flassaders, 30 de julio de 2002

Despedida

Los soldados haban pasado toda la noche a punto de rozarse con el can de sus armas. Amaneca, pero en el aire la espesa tinta se iba diluyendo tan lentamente que a veces pareca que estaba oscureciendo. Agotados y perplejos los soldados se atrevieron a estirar sus brazos y tocarse el rostro con las manos. A su alrededor la vastedad de la desolacin les hizo sentir que aquellos rostros que palpaban eran los nicos, los ltimos que quedaban sobre la tierra. Al despuntar el primer rayo del alba, cada uno haba lavado ya el rostro del otro, como si fuera el de un hijo enfermo. Luego, conforme la dbil luz del sol atravesaba los nubarrones de bronce, los dos soldados se prestaron auxilio. Uno, que era mdico, le cur una herida en la espalda al otro a travs de la cual se entrevea un trozo de pulmn palpitando entre las costillas rotas. El otro, que era poeta, le aplic unas hierbas en el cuello y la espalda que tena paralizadas, y en una pierna que arrastraba. Hacia la tarde compartieron lo poco que les quedaba de comida. Recordaron su infancia, sin alharacas, ms bien como si la estuvieran viviendo. Recordaron el primer muerto que hubo en sus familias, la desesperanza que caus la horrenda noticia, los funerales; y agradecieron la tristeza que entonces los embarg. El sol pareca haber carbonizado el horizonte cuando ambos sacaron de sus morrales un libro. Este libro es la constitucin de los sagrados derechos del hombre. Tmalo, yo te lo ofrezco, le dijo uno al otro. El soldado lo acept y dndole a su vez el suyo le dijo: Este libro es la revelacin de los sagrados atributos del Dios. Tmalo, yo tambin te lo ofrezco. Ambos hombres saban que no llegaran a entender una sola palabra de lo que estaba escrito en aquellos libros, pero los recibieron como quien recibe un talismn. Tras la breve ceremonia, se apostaron nuevamente en sus trincheras. Apenas huy el ltimo vestigio de luz entre el agrietado cielo, se escucharon al unsono los dos disparos certeros.

Flassaders, 1 de agosto de 2002

Sometimiento

Amenazante, la polvareda en el horizonte anunciaba que el vasto ejrcito enemigo haba dado la orden de ataque. Esperndolo sentado sobre un ara estaba el dios, que era un nio. El ejrcito avanzaba con estrpito como las avalanchas, como las tormentas, como los incendios, mientras el dios se distraa jugando con unos frascos sobre el ara. Llenaba un frasco de arena y lo vaciaba en el otro. Y rea. Faltando poco para que el ejrcito alcanzara al dios, empezaron a caer fulminados los guerreros. Fila tras fila, jerarqua tras jerarqua, arqueros y hoplitas iban cayendo y dejando una alfombra de despojos. Un ltimo guerrero tuvo las fuerzas suficientes para arrastrarse hasta los pies del dios. Llevaba en la mano una pesada espada de bronce que ofreci al nio diciendo: Acepta la espada con la que nuestro rey, que yace entre los despojos de sus valientes, someti a tantos y tan feroces ejrcitos. El dios, mientras marcaba una lnea horizontal sobre la arena, le contest: No necesitamos espadas los dioses para someter. Lo hacemos sin el esfuerzo del bronce.

Flassaders, 13 de agosto de 2002

Defecto de fbrica

El pasajero se acerc al mostrador de los cruceros e inquiri por los precios del que, sin duda, era el ms exclusivo, nuevo, lujoso y elegante de todos. Cuando estaba a punto de pagar el billete de primera clase con balcn, la azafata le hizo una aclaratoria.---Debo indicarle que el barco, an siendo, como todo el mundo sabe, el ms exclusivo, ms nuevo, ms lujoso y ms elegante que ha surcado los mares, tiene, no obstante, un desconcertante y enigmtico defecto de fbrica que, a pesar de la alta tecnologa que distingue a nuestra empresa, no hemos logrado detectar todava. El defecto consiste, en el caso del pasajero de cabina de primera clase, por ejemplo, en que ste va a tener la vvida sensacin, tras acostarse en su cama la noche inaugural, de que el barco se est hundiendo irremisiblemente. Esta sensacin ir acompaada de posibles alteraciones de la vista---no todos los pasajeros reaccionan igual---de manera que hemos llegado a saber de quienes han alucinado incendios en la biblioteca, olas gigantescas que cubren por completo las canchas de juego o peces de tamaos y formas repugnantes nadando en el aire. Todo esto, por supuesto, no est ocurriendo en realidad. El pasajero lo evoca, mientras el barco surca con serena majestad el ocano. He all lo enigmtico del defecto, que es del barco pero se manifiesta en el pasajero.--- Y en el caso del pasajero de turista?En el caso de turista la sensacin es que el crucero se hunde la noche inaugural y el pasajero se ahoga. Al llegar a su destino sentir que pas todo el viaje en el mundo de los muertos. ---Deme entonces ms bien una cabina de turista.---Magnfico. De los males el menor, verdad?---No. De las irrealidades, la menor.Flassaders, 13 de agosto de 2002Dnde?El hombre haba pasado los ltimos treinta aos de su vida trabajando para una de las ms famosas oficinas de ingeniera de la ciudad. Su curriculum era impecable. En treinta aos no haba faltado un slo da a su trabajo, y haba cumplido religiosamente con todas sus asignaciones. A veces parece ausente, era el nico comentario de carcter que podra empaar su hoja de servicio. Jams dijo que no a nada, jams contravino una orden, jams protagoniz un altercado. En la salita del caf lo adoraban porque l se encargaba personalmente de que se mantuviera la calidad, de manera que nunca se oa decir aquello de El caf est infame hoy. Pues bien, aquella maana soleada el hombre enrumb sus pasos a la oficina del Director General, que lo recibi de inmediato dado lo inslito de la visita. Seor Director, comenz diciendo, esta maana he descubierto que no soy un ingeniero. Que no he debido trazar un slo plano de una casa, menos an de un edificio, o de un puente en toda mi vida. Me aterra pensar que todas las construcciones en las que colabor no tienen, en lo que a m respecta, fundamento tcnico confiable alguno. Siento que le estara estafando si continuara realizando este trabajo. Pero le ruego tome en cuenta mi hoja de servicio y no me eche a la calle. Estoy seguro de que podr serle til desempeando pequeos trabajos, pequeos recados. A mi edad no lograr conseguir un trabajo digno. Le suplico que se apiade de m. El Director se puso de pie y apoyando las dos manos sobre el cristal del inmenso escritorio dijo: Y tiene Ud. el coraje de venir inopinadamente a mi despacho tras treinta aos trazando planos en esta compaa, para revelarme que en realidad de verdad no es Ud. un ingeniero y pedirme, adems, que me apiade de su circunstancia? Por consideracin a su trayectoria, que ha sido impoluta, no consultar con los abogados la conveniencia de iniciar algn procedimiento legal en su contra por habernos mantenido engaados todos estos aos. Sepa que por lo dems a m no me da de comer la piedad. A Ud. no, Seor Director, pero a su alma s, le contest plido el hombre. No meta ahora al alma en estos asuntos, y recoja de inmediato sus cosas. Maana a las 9:00 a.m. mi secretaria le tendr lista su liquidacin. El hombre dio media vuelta y muy respetuosamente abandon la oficina tras cerrar con sumo cuidado la pesada puerta. Al llegar a su despacho de toda la vida no lo reconoci y tuvo que entrar en otros antes de convencerse de que aquel era en efecto el suyo. He pasado treinta aos de mi vida en este despacho y no lo reconozco. Treinta aos. Por ms que lo intento, no puedo recordar nada de lo que aqu hice. El hombre recogi sus pocas pertenencias y sali por la puerta de emergencia para no ser visto. Al poner un pie en la calle, una fresca brisa de otoo le acarici el rostro. Dnde pas todos esos aos, Dios mo? Dnde?, se iba preguntando una y otra vez mientras caminaba por el lado del ro, siguiendo su manso curso.

Flassaders, 14 de agosto de 2002

Restauracin

El reloj de la plaza estaba a punto de marcar el inicio de la corrida y los penachos de los alguacilillos se agitaban alegres en el aire, cuando ocurri el macabro e inslito suceso. No se sabe de dnde el toro fue lanzado sobre el albero con las patas traseras mutiladas como si fueran crudas pechugas de pollo y la espada clavada en todo lo alto. Era un toro enorme, con trapo, negro zaino. Los espectadores y los toreros se quedaron atnitos. El podero de la imagen los haba espantado. El primer torero de la terna, el ms antiguo, sali del burladero y se acerc al toro. Con mucho cuidado coloc su capote sobre la mitad del cuerpo del toro, cubrindole la profunda herida. Luego sac con delicadeza la espada. Comenz a brotar la sangre. Entonces tom un poco de sangre caliente y la bebi, y con otro poco hizo una pasta con arena del albero y se la coloc en la frente y en el morro al toro. Luego se hinc de rodillas y levant suplicante los brazos al cielo, como si de una antigua diosa cretense se tratase. Los otros toreros y sus cuadrillas salieron al albero y se arrodillaron en un semicrculo ante el burladero. Los espectadores bajaron las cabezas. El cielo se cubri de una pesada nube de bronce que comenz a bajar y bajar sobre la plaza, como la tapa de una gigantesca olla. Lleg un momento en que no se vea nada a travs de la espesa neblina cobriza. As transcurri un tiempo que no contaron los relojes. Suavemente se empez a sentir que soplaban al unsono sobre la plaza los cuatro vientos, y fue despejndose la neblina. El toro comenz a mover sus patas traseras tratando de incorporarse sobre el albero, y mientras se alzaba, atolondrado, majestuoso, agit los pitones hacia la izquierda primero y hacia la derecha despus. El torero se puso de pie y recogiendo su hermoso capote violeta hizo al cielo una vernica y corri a refugiarse tras el burladero. Entonces, mientras el toro haca gala de su casta erguido en el centro del ruedo, los alguacilillos, los toreros, sus cuadrillas y la plaza entera se puso de pie y prorrumpi en llanto.

Flassaders, 15 de agosto de 2002

La DudaAl abrir los ojos por la maana, la duda me pasa su hmeda mano por la frente y se me queda mirando con esos ojos de perro que tiene y una media sonrisa de complicidad, como si fuera la abuela preguntndome por lo que me apetece para el desayuno. Le miro el rostro y me asomo al balcn a respirar el olor del mar, que a esas horas a veces el viento despistado trae hasta el barrio. Al girarme, ella sigue sentada sobre el borde de mi cama, recordndome algo, una obsesin, algo que pude haber hecho y no hice, y entonces al tenderme sobre la cama de nuevo por un instante, ella me ausculta como una enfermera. Hace sonar sus dedos sobre mi estmago, hunde sus manos en mi vientre, me toma el pulso. Si me pongo de pie me sigue escrutando. Y yo miro lo que me mira. Hasta que se pone a tejer recorriendo con su punzante mirada mi espalda, y ah puede conmigo porque no puedo verme la espalda. Y me entra como un vrtigo en el cuerpo. Pasa en casa todo el da, callada pero presente. A veces preferira que hablara, que me dijera algo, entonces cuando la increpo se pone de pie y parece que se rejuvenece y es ntima amiga ma, y empieza a elaborar unas teoras que al comienzo me entusiasman y espantan viejos temores pero que terminan siendo fatigosas. Entonces se calma y se va a dar una ducha. He pasado das sin notar que est all pues cambia de aspecto con facilidad, adelgaza y se vuelve hirsuta, muy estirada, como una aristcrata aburrida con su taza de t en la mano que se ha quedado como ida. Otros no para de dar vueltas a mi alrededor argumentando razones, repitiendo viejos discursos, dorando pldoras, hacindose la buena, la necesaria, la edificante. Nadie me ense a vivir con ella. En el colegio lo primero era la certeza, el ejercicio acabado a la primera, sin borrones incluso, sin tener que pasarlo a limpio. Pero luego la vida est hecha de borrones, de pginas rotas, de cuadernos tirados a la basura. Y la duda, que no falta. Lo peor es cuando se viene a casa con su hija, la angustia, porque no ha encontrado a quin dejrsela para que se la cuide. La madre se est quieta, o est en movimiento, pero siempre apoyada sobre un argumento, un tema, vlido o trillado, pero la hija es insoportable; est todo el da a punto de estallar, comindose las uas, tirndose de los cabellos, con ese llanto perpetuo que les entra a veces a los nios en la plaza cuando quieren algo que no les dan. La angustia, con su grueso cintillo de terciopelo negro, mirando siempre hacia la nada, hacia el abismo, incapaz de sentarse, de cesar, de quedarse dormida un rato, termina invadindonos el alma. Y sin embargo ella guarda la llave de lo que viene, si atendemos a Esquilo cuando dice que sin angustia no existe solucin.

Flassaders, 17 de agosto de 2002 Unbeknown

Nunca conoceremos lo desconocido. Y sin embargo, su lento imn perseverante tira de nosotros a lo largo de nuestra vida hacia la oquedad de lo que no sabremos. Es muy curioso que aquello hacia lo que de continuo dirigimos nuestros pasos se interne en lo que no vemos y desaparezca del todo. Tras anotar estas observaciones en su cuaderno, el hombre se puso de pie y se asom al balcn. Mediaba el mes de agosto y el da haba sido desusadamente sofocante. Mitad del cielo se encrespaba con unos lejanos nubarrones negros que preludiaban tormenta, mientras la otra mitad era de un serensimo y desvado azul que pareca anhelar los tintes imprevistos y resplandecientes del inminente atardecer. Apoyado sobre la baranda se pregunt una vez ms de qu le haban servido sus estudios de biologa primero y de arqueologa despus. Empeado en penetrar en el origen de la vida, se le haba ido la suya sin haber sacado absolutamente nada en claro. Tras haberlo sacrificado todo por sus interminables investigaciones, termin dejndolo. Cada maana al mirarse al espejo no era capaz de precisar de dnde le vena ese rostro. Ello lo dejaba con una creciente sensacin de extravo que empezaba a afectar su vida cotidiana. No s qu hago en este cuerpo y con esta cara, se dijo, siguiendo el vuelo en el aire de una bandada de palomas que provoc tras golpear la persiana. Le tenan hecho un asco la persiana las infectas palomas. Una, que haba quedado rezagada, se asom tmidamente por un rinconcito del zcalo y al verla con el rabo del ojo la espant de inmediato. Entonces record que ltimamente, al mirarse con atencin en el espejo, haba entrevisto vagamente otro rostro asomndose tras el suyo. Un rostro que apenas estaba dibujado y que poda ser el de cualquiera, pero cuyos trazos tenan algo de la inquietante certeza del devenir. Sera acaso se su rostro desconocido, un rostro que lo estara aguardando ms all del rostro que con el paso del tiempo ira dejando de serle reconocible y familiar? Mir al cielo. Los lejanos nubarrones no se haban disipado, mientras el trozo de azul se tea de los ms variados y efusivos verdes, rojos y lila. Puede que lo desconocido sea el germen de toda transformacin, se dijo, y se fue a preparar la cena.

Flassaders, 19 de agosto de 2002

Extraos

Durante aos, durante siglos, durante milenios, sin haber nacido an, formaba ya parte de un grupo de extraos. Sera intil haber intentado contar cuntos ramos, pues nos multiplicbamos continuamente. Tampoco podra describir en qu nos parecamos ya que carecamos de un rostro reconocible o de caractersticas propias, aglutinados por un gran rostro siams comn que funda al uno en el otro, desdibujando nuestros rasgos individuales pero hacindonos inconfundible como grupo. Se nos llamaba Familia. Nos ubicbamos como en estratos, unos encima de los otros. Sobre mi cabeza estaban los padres y sobre las suyas los abuelos y as sucesivamente se extenda una tambaleante torre de formas agusanadas y decrpitas que no llegaban a desentraarse unas de otras, y que ascendan hasta perderse entre la cobriza bruma del tiempo. A los lados estaban los hermanos, haca los ngulos superiores los tos y por debajo una hilera interminable y vertiginosa que se bifurcaba como giles patas de araa en hijos, sobrinos, nietos, biznietos, tataranietos. Esta gran mole no se mantena quieta nunca, sino que giraba sobre s misma; y no haba manera de salir de ella pues una fuerza centrpeta atraa a sus miembros y los succionaba a travs de un ubicuo ombligo cuando intentaban zafarse, mezclndolos de esa manera con miembros ms lejanos, lo cual aumentaba la indefinicin del fallido fugitivo haciendo a su vez ms inconfundible y definida la identidad del grupo. En uno de esos movimientos, que por cierto eran incontrolables, fui succionado con excesiva fuerza y por razones que ignoro, sal expelido con violencia del grupo har unos ochocientos aos. Durante ros de lunas y de soles continu viviendo sin caer en cuenta de que ya no formaba parte de aqul todo, pues se me haban quedado trozos de otros miembros adheridos a mi cuerpo que me hacan sentir que an ramos los mismos. As transcurrieron las dcadas, conmigo sintindome an parte de ellos. Luego, con los veranos de fuego y los inviernos de afilado granizo, fui comprendiendo, muy gradualmente, que ya no me encontraba all envuelto en aquella amalgama babosa y acogedora. Era tan slo un extrao que andaba a tientas. Sin embargo, har unas semanas comenc a sospechar que algo estaba ocurrindome. Mi rostro mostraba una expresin en el espejo que me era enteramente desconocida. An es una mole indiferenciada con siete u ocho ojos que no le pertenecen, bocas y narices que me siguen recordando a algn que otro viejo compaero de grupo, pero he notado algo, un gesto, quiz, en una de las sonrisas que me dice que ese rostro podra un da llegar a ser el mo.

Flassaders, 4 de septiembre de 2002

Cruzar

Tras haber estado vagando por encharcadas planicies, temeroso de caer en el lodo y mancillarme, arrib al fin a una primera encrucijada. Al ver cmo se bifurcaba en caminos contrarios a los que no atinaba a encontrar sentido y direccin, sent que me mareaba y que perda las pocas fuerzas que an me mantenan en pie. Entonces, cuando estaba a punto de caer de boca sobre el lodo oprobioso, record las palabras de Scrates en el Fedn que hacen referencia a las muchas ramificaciones y encrucijadas que tiene el camino al Hades. Esas palabras impidieron que terminara de caerme, pues aquello significaba que no haba perdido del todo la memoria que haba tenido en vida. Es cierto que el camino a la bien construida mansin es tortuoso y difcil de seguir, me dije y ello me anim. Me detuve a contemplar la que era mi primera encrucijada. Los caminos no seguan una lnea recta sino que se volvan sobre s mismos, como los largos tubos que me encontr apenas llegado a la planicie y que entrelazados se separaban para succionar la poca sangre que traamos las almas. Entonces observ hacia el lado de una de las bifurcaciones una agrietada gruta de barro cocido. Era una abertura informe, pero se me asemej a uno de esos templitos que a veces encontramos al borde de las carreteras. Quiz por eso me llam la atencin y me qued mirndola. De su interior surgi la imperiosa voz de una mujer que, como un canto, me orden: Cruza!, Cruza!. Era una voz rubia, ensortijada, sinuosa, fresca. Levant un pie y una mezcla de terror y de fatiga me lo detuvo en el aire. Cruza!, Cruza!, segua entonando la voz que provena del fondo de aquella tosca abertura. No puedo cruzar, dije en voz alta. An no me siento con las fuerzas suficientes para tomar uno de los tantos caminos. Entonces la voz me respondi: Cruza y vers que si tomas uno de los ms despejados, te llevar hacia bosques tupidos en los que te hundirs y de los que te costar desenmaraarte; y si tomas uno de los ms turbios, tras mucho andar te regresar a donde ests. Ciertamente no es fcil el camino al Hades puesto que sus vas son tortuosas, pero has de cruzar para empezar a perderte. Cuando escuch aquellas desalentadoras y desconcertantes palabras sent que no haba llegado hasta all para quedarme con el pie alzado, indefinidamente, privndome de mi ltimo destino. Y cruc.

Flassaders, 6 de septiembre de 2002

Solo

Y yo que me pens que haba llegado a saber lo que era estar solo mientras goc de vida! Qu presuncin! Qu fatua vanidad! En vida no se est solo nunca. La luz del sol, el ruido del viento, el vuelo rasante de las palomas sobre mi balcn, sus sonidos guturales insoportables, los cros en la plaza chillando el da entero, la clida meloda de un lejano saxofn, el pan, el agua fra cuando despertamos sedientos de madrugada, el movimiento sereno y pomposo de las nubes sobre el cielo, el ladrido de los perros, el constante batir de las olas que aunque no se escuchen desde aqu se las sabe cayendo unas sobre las otras, los temores, el dolor que sbitamente nos trae al cuerpo, los sueos, el silencio... no, ahora caigo en cuenta de que jams estuve solo mientras tuve vida. Ahora que estoy muerto y que muero de sed en busca de la fuente de la muerte absoluta, es que he empezado a tener siquiera un pregusto de la verdadera soledad. S que he de atravesar incontables y engaosas encrucijadas para llegar al Hades, pero al andar no siento que avanzo ni en una direccin ni en otra, sino que persevero en una secreta y sagrada exigencia, como quien cumple fielmente con un ritual que no llegar a entender jams. S que mi destino ltimo est ms all de unos guardianes que se aproximarn para hacerme una pregunta que decidir mi suerte, pero no siento ni que voy en su bsqueda ni que ellos vienen hacia m sino que nos vamos alejando de lo inesencial, depurndonos al despojarnos de toda certeza y de toda perplejidad. Y as, poco a poco, he ido sintiendo lo que es no ya estar solo, que es un eufemismo, sino ser lo solo. Lo solo ntegro, sin otro apoyo que una dbil memoria que se va apagando como la mortecina luz de una parpadeante velita. Paradjicamente, sin embargo, aproximarse a lo solo en su mxima plenitud es, tambin, llegar a percibir muy de cerca la serena compaa del dios. Ello lo supe al empezar a caer en cuenta de estas cosas, cuando como un torrente se precipit sobre m el inmenso caudal de una emocin que no hallaba cmo recibir, pues careca de cuerpo con qu hacerlo. Entonces record el encuentro entre Agamenn y Menelao en la tragedia Ifigenia, cuando ambos hermanos, tras acusarse mutuamente de sus infortunios, se abrazan llorando al comprender que el infortunio era precisamente lo que los una; y sent una lstima tan grande que cre echarme a llorar, cuando lo que me haba era vuelto un ro de llanto desbordado que anegaba las borrosas encrucijadas. En lo que ces el torrente que me impela, se me hizo patente la serena y mayesttica presencia del dios, de Dionisos. Escuch que me decan: Esa emocin que en vida te transmiti Eurpides, ese llanto arrollador en que aqu te has vuelto, es Dionisos. Dionisos, que tambin es Hades. En ese momento me encontr de bruces con lo solo. No debo estar tan lejos de la bien construida mansin si me acompaa su seor, me dije, y continu perdindome.

Flassaders, 8 de septiembre de 2002

Sed

Cruzadas ya incontables encrucijadas, atrs haban quedado las encharcadas planicies donde se amontonaban multitudes de almas enfangadas que chirriaban esperando la llegada del barquero Caronte. Todo ello parece ahora tan distante, tan improbable de que haya acontecido alguna vez. Las dificultades aqu han sido muchas, tantas y tan exigentes que s que slo las he podido sobrellevar gracias a la presencia del dios, pues es l quien con mi humillacin las vence. Y la sed, que me ha vuelto de finsimo papel el paladar y la boca. La abro y la cierro con sumo cuidado, temeroso de rasgarla para que llegado el momento de beber del agua fra no se filtre como en un colador y me prive de sus gotas. He perseverado sin saber si alcanzara o no la fuente, olvidndola por largos trechos en los que no cesaba de perseverar, hasta que aparecieron los guardianes. Apostados sobre una pequea colina, arquearon sus brillantes ojos hacia m y me hicieron la pregunta, la cual contest. Entonces me indicaron el camino hacia la derecha: Por esa senda llegars a la laguna de Mnemsine. Bebe de su agua muy lentamente, sin avidez. Que entre en tu alma ms despacio que entra la sangre en el cuerpo. Me atrev a preguntar a uno de ellos cmo no haba tropezado con otra alma en el largusimo y entreverado camino, y me dijo que Caronte ya no llevaba en su barca a las almas que se amontonaban del otro lado del Aqueronte. Son rdenes de la reina, que est hastiada de la imbecilidad de los hombres, contest. Pregunt al otro guardin si tras beber el agua de la fuente al fin morira absolutamente y me contest que eso estaba en manos de la diosa. Pens maravillado: La potestad est en la hija, en la arrebatada a su madre, en la que ya nunca volver a ser la misma! Quise hacer una tercera pregunta, pero se haban alejado ya de m. Dirig mis pasos en la direccin que me indicaron y llegu a la laguna del agua fra y comenc a beber con sumo cuidado. Me pareci haber estado bebiendo durante tanto tiempo como la mitad de mi viaje, pues no sorba a la fuerza el agua sino que dejaba que ella me penetrara serenamente, y no fue sino mucho tiempo despus de estar echado que sent sobre mis labios el frescor de las primeras gotas. Tras saciar mi sed, an de hinojos, dije en voz alta: No quiero volver a ser el que fui, ni volver a hacer las cosas que en vida hice, ni volver a amar a quienes am, ni volver a anhelar lo que una vez anhel. No quiero ser otro. Quiero morir enteramente. Fue entonces que sent su terrible presencia. Me alc y ante m se ergua colosal su alta sandalia. Estaba sentada y en sus manos sostena una granada de plata entreabierta, brillante los rojos granos. La reconoc de inmediato. Persfone, reina del inframundo, concdeme morir del todo, le rogu. Ella dirigi hacia un lado la cabeza, como si no fuera a hablar conmigo. De pronto me dijo: Has caminado hasta aqu en presencia de mi seor. Pdeselo a l. Record a Homero, y elevando suplicante el brazo derecho en direccin a su rodilla le volv a rogar: Slo t, seora, slo t, reina subterrnea, puedes concederme el favor que te pido. T, la hija, la arrebatada a su madre, la que nunca volver a ser la misma. Al decirle estas palabras torn el rostro y sonri. Luego comenz a rer de buena gana. Tom entonces unos granos de la granada que sostena entre sus manos y alcanzndomelos me dijo: Toma. Cmete estos granos y re tu tambin. Me los com uno por uno y estuvimos rindonos un largo rato. Y la risa hizo retumbar las paredes de la bien construida mansin del Hades.

Flassaders, 11 de septiembre de 2002 PAGE 26