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The Grim Reapers Natalia C. Gallego 1

The Grim Reapers

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Page 1: The Grim Reapers

The Grim Reapers Natalia C. Gallego

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Capítulo 1El camaleón.

En el confinamiento eterno de su celda, el niño sella una promesa con sangre: << esta celda no se convertirá en el último hogar de mis huesos >>.

En la calle Malaya Morskaya, entre la calle Nevski Prospeky y la plaza de San Issac, hay un pequeño bar que pasa desapercibido ante los ojos de la gente. El bullicio lo oculta tras una frase lapidaria a la que ningún establecimiento sobrevive: << eso es un tugurio >>.

Debido a esto, el tuguro —el cual, en ocasiones, alcanza la categoría de pocilga— ha llegado al status de << local de clientela selecta >>, como así le gusta llamar a su dueño, Mijaíl Korsakov, a sus variopintos clientes. Porque, otra cosa no, pero todos los que allí acuden tienen una misma cosa en común:

No quieren ser descubiertos.Da igual los planes que hayan maquinado; todas las conversaciones en susurros que allí

suceden tienen el mismo tinte de clandestinidad. Es algo a lo que el dueño del bar se ha acostumbrado y que incluso fomenta dándoles el espacio que necesitan. Lo llama << la especialidad de la casa >> entre sus escasos empleados. Como si fuera él fuera un chef de renombre y la discreción su mejor plato. Después de todo, eso es lo que le ha dado de comer desde hace años, ¿por qué no atribuírselo como uno de los puntos fuertes del bar?

Por ello tiene aleccionada a su gente en el antiguo arte del << mirar, pero no ver. Escuchar, pero no oír >>. A Mijaíl no le interesan las consecuencias que los planes que allí se trazan puedan acarrear, mientras, claro está, dichas consecuencias no salpiquen los alrededores de su local.

—Que otros limpien la sangre. —Es lo que siempre dice.Ese mantra ha sido su mejor compañero durante años, por ello cuando ve entrar a Cheslav

Vorobiov, acompañado por un hombre escuálido del que no consigue recordar el nombre, no se preocupa. Continúa detrás de la barra, colocando las botellas como si no pasara nada. Como si fuera normal que esos dos aparecieran solos por su bar cargando con una nevera portátil.

<< Da igual la normalidad, lo que importa es el dinero >>.Es justo ese ansia de dinero lo que hace que les salude con la cabeza y deje lo que está

haciendo para preparar sus bebidas. Ante todo, él siempre piensa en la comodidad de sus clientes.

Cheslav se dirige hacia una de las viejas mesas que hay al final del local, deja la nevera sobre la mesa, y se sienta, con pesadez, en una de sus sillas.

Levanta la mirada e inspecciona el lugar. El sitio está casi vacío, las únicas sillas que están ocupadas son un par en la barra donde descansan un anciano —que cabecea peligrosamente cerca de su copa— y una mujer con un abrigo de pieles que ha visto días mejores. Ninguno de los dos son quien está buscando.

Nervioso, tamborilea la desvencijada madera de la mesa que tiene ante él. Sus dedos crean un rítmico, y constante, movimiento —índice, anular, corazón. Índice, anular, corazón— que su pie derecho no tarda en seguir. Intenta revestir su exterior con una capa de confianza, como si la valentía fuera una camisa nueva que planchó con esmero a primera hora de la mañana. Oh, pero por desgracia no lo es. No, el valor lo tiene que sacar uno de dentro; crearlo de la desesperación y el

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miedo. Ése es el mejor valor, el que se consigue en los momentos críticos y que hace que una persona se sienta invencible.

Ése es el valor que Cheslav intenta domar y hacer suyo. El mismo que le evita y le deja desnudo, en mitad de ese bar de mala muerte a la espera de que, por lo menos, la suerte esté de su lado.

<<Estás haciendo lo correcto>> se dice, tamborileando los dedos con desesperación —índice, anular, corazón. Índice, anular, corazón—. Si el tiempo se lo permite, encontrará la forma de quebrar la madera.

—Quizás sería mejor dejarlo ahora que aún podemos...La voz de Pavlik es un susurro quejumbroso; un murmullo enfermizo que pega a la

perfección con su aspecto frágil. ¡Cómo habría deseado Cheslav no tener a ese despojo huesudo a su lado! Le mira con ese odio que sólo se alcanza tras años de secreta acumulación y se pregunta, no por primera vez, cómo podrá ayudarle Pavlik si las cosas se tuercen. ¿Intentará echarle una mano, aunque esta no le sirva de mucho, o se dará la vuelta y echará a correr como la rata que es? Casi puede afirmar cuál será su decisión —la ve escrita en la forma en que salta ante cada sonido brusco, o en su manera calculadora de observar la puerta. ¿Habría contado ya los pasos que le separan de ella o el tiempo que tardaría en recorrerlos? —. Y aún así él, y solo él, accedió a acompañarle en su alocada misión.

Todos los demás, estúpidos cobardes, lo único que hicieron fue reírse en su cara. Carcajadas llenas de saliva y alcohol, esa fue la respuesta que le dieron. Eso y malos augurios.

—¿Es que acaso no sabes que nadie le roba al Sin rostro? ¡Retractate de tus palabras, majadero, antes de que las sombras te delaten!

Pero no lo hizo.No, su resolución aumentó y se llevó a la única persona que, gracias al alcohol y las drogas,

estaba lo bastante ida como para seguirlo.—No hasta que nos hayamos deshecho de esto. —Señala la nevera que descansa sobre la

mesa.Pavlik se remueve en su asiento, emitiendo un sonido rasgado que se mezcla con la música

que crean los dedos, y pie, de Cheslav. ¡Pero qué asustado está! Cheslav se alimenta un poco del miedo de su compañero y, por un momento, se siente más fuerte. Él todavía no está tan asustado. Es más fuerte; más listo y atrevido. Sí, quizás el valor no se encuentra esta noche de su lado, pero el terror de Pavlik puede esconder el suyo.

—Deja de temblar. — Le escupe con desdén—. Demuestra un poco de entereza, para variar, y no te mees encima sólo por unas exageradas habladurías.

Pavlik se mece, un par de veces, como si ese movimiento le sirviera para poner en orden sus pensamientos. Se detiene de improviso, apoya los codos sobre la mesa, y susurra en tono conspirador.

—¿Cómo sabes que no está aquí?—¿Quién?—Él.Un simple pronombre, es todo lo que tiene que usar ese despreciable despojo para que a

Cheslav le recorra un escalofrío por la columna y su cuerpo se quede tieso, deteniendo, por fin, el ritmo que sus dedos llevan minutos dando forma. Mira hacia todos lados, y le busca; busca al hombre de los múltiples nombres; al de rostro esquivo y facciones moldeables como el barro. Busca al Sin rostro, a La Sombra, o, como a él tanto le gusta que le llamen, El camaleón.

Sergey Vòlkov. Un sólo hombre, un millón de identidades.—No seas estúpido. Es imposible que esté aquí.<< ¿De verdad lo es? >> se pregunta, con las palmas cubiertas con un sudor frío

<<¿entonces por qué te sientes observado? ¿Por qué miras dos y tres veces los rostros de los deplorables clientes? ¿Acaso esperas encontrar un hilo colgando de alguno de ellos?>>

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Absurdo. Todo lo que rodea al camaleón es absurdo.—Puede haberle robado el rostro a alguien. —Pavlik mira a su alrededor catalogando a la

poca clientela con, lo que él cree, es ojo crítico—. Podría haberse enterado que planeas vender estos órganos a la familia Záitsev y haber venido a impedírtelo. Ya sabes lo que puede hacer...

Por supuesto que lo sabe. Toda Rusia conoce las capacidades del camaleón; ese don casi inhumano que le permite convertirse en cualquier persona. ¿Cómo lo hace? Bueno, ahí Cheslav ha escuchado miles de historias diferentes, eso sí, todas ellas igual de macabras. Aunque la que más le caló fue una que le contó, hace unos años, un hombre en una taberna, igual de mugrienta que en la que se encuentra en esos momentos, mientras compartían una botella de vodka.

—¿Sabe por qué le llaman El camaleón?La pregunta hace reír a Cheslav. ¡Todo el mundo sabe de dónde proviene ese mote!El hombre debe adivinar sus pensamientos porque levanta la mano para impedir que diga

nada.—No hablo del motivo superfluo, ese de “puede disfrazarse y hacerse pasar por cualquiera”.

No, hablo del real. Del que sólo unos pocos conocen, y muchos menos se atreven a decir en voz alta.

Cheslav se encoge de hombros y se sirve otro vaso de vodka. Le es indiferente la historia que está tratando de tejer ese hombre a su alrededor, y aún así no tiene las fuerzas suficientes como para hacerle callar. El alcohol le está serenando y llevando a un pequeño paraíso relajado en el que el mundo que le rodea no es más que una molestia lejana.

Al no recibir respuesta, el hombre sigue, ansioso por introducirle en sus redes. Se acerca a Cheslav, hasta casi posar sus labios sobre la oreja del otro, y le susurra:

—Porque no posee un rostro propio.Cheslav se aparta, pillado por sorpresa tanto por la cercanía como por las palabras.—¡¿Qué demonios hace?!El hombre vuelve a colocarse recto en el taburete y a centrar toda su atención en su vaso

medio vacío. No se asusta, ni se preocupa por dar una explicación, simplemente continua con su historia.

—Tiene carne, por supuesto. Y hueso. Con un entramado de músculos que podrían igualar a los suyos o al mío, pero, ay, no poseen una forma real. Es un mar de indeterminación que no consigue decidir qué forma coordina con cuál.

>>Por eso se apropia de los rostros ajenos. Por eso los recrea, los moldea y transforma como le gustaría hacer con el suyo. Y después, los cose a su carne, uno encima de otro, con hilos transparentes. Toda esa colección de pieles ajenas que le ayudan a mimetizarse con el entorno, que le permiten ocultar lo que no posee.

—Está loco —susurra Cheslav, ahora ya sí cautivado por lo que escucha.—¿Y sabe qué es lo peor de todo? Que él siempre se queda con algo de cada rostro que roba.

Como si además de arrebatar una cara, unos gestos y una actitud, también se llevara la misma esencia de la persona con cada puntada que da. —El hombre se gira y posa sus ojos acuosos en los de Cheslav—. Y ahora dígame, ¿cree que él ya tiene una cara como la suya entre su repertorio? Puede que la use a sus espaldas; que cree lazos con personas a las que usted no desea unirse o que desgarre los que, con tanto ahínco, le ha costado sembrar.

Cheslav niega con la cabeza en un intento por deshacerse de esos recuerdos y de la certeza de que las cosas no saldrán tan bien como unas horas antes creyó. Ahora no hay alcohol en su cuerpo; su sangre ya no bulle por sus venas movida por la adrenalina que precede al introducirse en lo prohibido. Ahora está calmado y sobrio, y sabe que robar a los Vólkov es un error que puede pagar muy caro.

¿Qué le harán cuando se den cuenta que en lugar de llevar los órganos a su lugar de destino

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está en un bar esperando a Lorak, su contacto, para vender una mercancía que no es suya? No quiere ni imaginárselo, pero prevee que no será nada agradable. Nadie roba a la familia Vólkov por un motivo muy sencillo: todos están locos.

—¿Por qué todavía no ha venido, Lorak? —pregunta Pavlik, frotándose las manos con nerviosismo.

Le gustaría tener una respuesta convincente, no sólo para silenciarle sino para tranquilizarse a sí mismo. Porque eso es lo peor de todo, ese flacucho mequetrefe está siendo el reflejo de todos sus miedos y su compañía, en lugar de proporcionarle un cierto apoyo, lo que está haciendo es desquiciarle. Por unos instantes Cheslav se imagina dejándolo allí; echándose atrás y volviendo al piso de reunión como si nada hubiera pasado.

—Me golpeó y arrebató las llaves del coche —diría con los ojos exaltados como si estuviera en shock.

Dibujaría una mentira de colores vivos y trazos firmes, la cual le permitiría salir indemne de ese lío. Aunque para ello necesitaría que el estúpido de Pavlik no se fuera de la lengua, algo imposible. Por mucho que quisiera huir de las consecuencias de su decisión, estas le esperan, con las garras afiladas y los colmillos expuestos, listas para arrancarle la piel hasta dejarlo en los huesos.

No quiere reconocer su error, al menos no en voz alta, ya que eso llevaría a que el miedo le doblegara y le dejara como una marioneta rota, desmadejada al no tener a nadie que mueva sus hilos. Por soberbia, y no por valentía, permanece sentado en esa silla a la espera de que llegue su contacto.

Tiene que transcurrir casi otra media hora más para que Lorak abra la puerta y se adentre en el bar con su paso desacompasado. Lorak no es un hombre que a primera vista inspire confianza; bajo, de aspecto desaliñado y cojo, no es lo que nadie definiría como una buena compañía. Si a eso se le suma su vicio a las cartas y a las prostitutas, se puede afirmar que es una persona que se ha echado a perder y con la que sería mejor no hacer negocios. Quizá por eso resulta más sorprendente que un hombre como él sea la mano derecha de Rishim Záitsev, el cabeza de familia de la segunda mafia más importante de Rusia.

Lorak les saluda con un movimiento de cabeza y se dirige hacia ellos con presteza —toda la que sus piernas le permiten—. Se sienta en la silla contigua a Cheslav y se pasa una mano por la frente antes de emitir un leve eructo. No, Cheslav es incapaz de comprender cómo es posible que Rishim confíe en este hombre.

<< Tal vez por el mismo motivo por el que has confiado tú >>.—Amigo mío, parece que por fin le has echado un par de huevos a la vida, ¿eh? —le dice,

sin apartar la mirada de la nevera que descansa sobre la mesa—. Nunca pensé que diría esto, pero me has sorprendido.

Cheslav ignora los velados insultos en un intento por acabar con todo cuanto antes. Hace casi cinco horas desde que robó la mercancía y habló con Lorak por primera vez. No hay que ser demasiado listo para saber que los Vólkov ya se habrían enterado de lo ocurrido y le estarían buscando como locos. Es cuestión de tiempo que den con él y castiguen su traición. Si quiere llegar vivo a mañana necesita de la protección de los Záitsev y para ello debe ganarse el apoyo de Lorak.

Aunque eso signifique que deba controlar sus ganas de estampar el puño contra su horrenda cara.

—Todo el mundo aspiramos a algo mejor, ¿no?—¡Por supuesto, por supuesto! —contesta, dándole un par de palmadas en la espalda que

hacen que sus vertebras se resientan por el golpe. — Y en tu caso, amigo, te puedo asegurar que el futuro que te espera es muy prometedor. —Le sonríe, mostrando unos dientes amarillos y un tanto torcidos—. Pero antes de centrarnos en lo que está por venir, qué tal si les pedimos que nos traigan una buena botella de vodka y nos calentamos un poco el cuerpo, ¿eh?

Pavlik, por supuesto, va a decir que sí. Ignorante de él no se da cuenta del peligro que supone permanecer allí durante más tiempo sin tener una mínima seguridad de que tendrán la

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protección que necesitan. Por eso Cheslav se adelanta, y usa su tono más autoritario, ese que práctica cuando cree que nadie le ve.

—Eso lo podemos dejar para luego, ahora centrémonos en los negocios.—Pero cualquier negociación es siempre más fluida con una botella de alcohol entre los

dedos, amigo.—Deja las botellas para cuando ya esté todo cerrado y nos dediquemos a las celebraciones.Lorak no responde, sólo fija la mirada en los ojos de Cheslav y le estudia con frialdad.

Sopesando cuál será su siguiente movimiento y si merece la pena continuar con la conversación. No es un hombre que acepte que le lleven la contraria —a no ser que quien lo haga sea alguien que considere superior—, pero en esta ocasión acepta la falta de respeto de Cheslav por el cómo y el qué.

¿Cómo un hombre tan asustadizo como él ha tenido el valor de robar a los Vólkov? ¿Y qué espera lograr con ello?

—Está bien, por hoy te complaceré e iremos directos al grano. Enséñame qué me has traído.Cheslav coge la nevera portátil y la coloca justo en frente de Lorak. No le dice nada, sólo

hace un movimiento de mano con el que pretende darle a entender que la abra para saber qué es lo que guarda. El aludido no espera a más, extiende las manos y eleva la tapa con cuidado. Lentamente vislumbra los cubos de hielo que llegan un poco más abajo del borde; en el centro, colocados con sumo cuidado, se encuentran una mano y un riñón —el cual está precintado dentro de una bolsa hermética—.

—No está mal.Y lo dice en serio. No parece de tan buena calidad como le gustaría, pero les servirá para

crear unos trescientos amuletos, lo cual, según lo faltos que están de material, es algo a tener en cuenta. Por supuesto, no deja entrever su interés. Lorak está acostumbrado a los regateos y sabe que siempre pierde el que está más desesperado.

Cierra la tapadera y se gira para mirar cara a cara a Cheslav.—¿Cómo lo has conseguido?La pregunta pilla por sorpresa a Cheslav que frunce el ceño y se remueve un poco en el

asiento.—Ahora eso no importa.—Yo soy quien decide qué importa y qué no.Permanecen en silencio unos segundos, midiendo la fuerza del otro y sopesando cuál de los

dos será quien dé su brazo a torcer. No es ninguno de ellos, sino Pavlok quien, después de haber estado observándoles con ojos vidriosos, decide que ha llegado el momento de participar.

—Robamos el camión.Como movido por un resorte, Lorak centra su atención en su nuevo interlocutor, mientras

que, al mismo tiempo, Cheslav maldice a su compañero.—¿Cómo lo hicisteis? No debió de resultaros sencillo.Pavlik se encoge de hombros, quitando merito al asunto.—Somos transportistas, sólo tuvimos que cambiar de dirección en el último momento y no

llevar la nevera a su destino.Lorak sonríe como lo haría un tiburón, todo hostilidad y dientes. —¿Ah sí? ¿Y cuántas neveras soléis llevar en el camión?Intenta darle un tono de inocente curiosidad a la pregunta, como si en realidad su corazón no

hubiera empezado a latir a toda velocidad, ni sus manos estuvieran sudando por pura impaciencia; como si todo su cuerpo no esperara la respuesta en tensión.

—Habitualmente unas veinticinco, aunque hay veces que podemos llevar hasta treinta y cinco.

Cheslav casi puede asegurar que Lorak está haciendo uso de todo su autocontrol para no frotarse las manos. Tendría que sentirse contento porque esto es un indicativo de que el intercambio

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llegará a buen puerto, pero lo que experimenta en esos momentos es todo menos alegría. La codicia que se enreda alrededor de Lorak le perturba. Las preguntas de ese hombre responden a un interés mayor; a un ansia de más que subyace en cada paso que da.

Los miedos de Cheslav se transforman en algo real, y casi tangible, en cuanto Lorak vuelve a abrir la boca.

—¿Y por qué me habéis traído sólo esto? —inquiere con un velado desprecio. Atrás quedó la satisfacción que le cosquilleó los miembros nada más abrir esa tapadera. Ahora sólo queda la codicia y el: <<¿por qué voy a conformarme con esto?>>

Esa nevera tenía que ser la semilla que germinara entre ellos. Por eso, tras un largo día en el que había rumiado el plan durante horas —y en el que había buscado ayuda hasta ver en Pavlik su único aliado—, ni tan siquiera se planteó que llevar sólo una nevera fuera algo que pudiera traerle problemas. Después de todo, lo que le estaba tendiendo era dinero fresco, algo que, con el control acérrimo que tienen los Vólkov en Rusia, Lorak no sería tan estúpido como para rechazar. Pero ahí está, no ya rechazando lo que a él tantos quebraderos de cabeza le va a provocar, sino exigiendo más.

Como si estuviera en su derecho de hacerlo.—Porque era lo mejor que llevábamos y ya sabes lo que dicen sobre si lo bueno breve, ¿no?—Dudo que en el mercado de los órganos y miembros eso sea aplicable. Además, yo, como

comprador, sería quien tendría que haber decidido si lo que me ofrecías merecía la pena o no. Esto es muy poco para poder opinar.

<< Se está escapando. Si sigue así se marchará de aquí y no habré conseguido nada >>.—Esto viene directamente de los Vólkov, está claro que es de buena calidad. —Debe

terminar con toda esta chachara cuanto antes o corre el riesgo de acabar con las manos vacías—. Es hora de hablar sobre qué deberás darme para conseguir esa nevera.

Lorak se echa hacia atrás en la silla, recostándose sobre ella como si estuviera en el sofá de su casa y se dispusiera a ver la televisión. No da la impresión de ser un hombre que esté preocupado por lo que vayan a pedirle, sino uno al que, más bien, no le importa nada de lo que vayan a decirle.

—No, creo que no hablaremos de eso.Cheslav cierra las manos en dos tensos puños, los cuales le gustaría repartir entre las

mandíbulas de esos dos hombres que parecen dispuestos a destrozarle los nervios. —¿Por qué?—Porque no voy a darte nada.Si las palabras pudieran matar, esa frase habría sido el cuchillo que sesgaría la garganta de

Cheslav. Quiere pensar que es una broma; una de esas tácticas para meter miedo y así alcanzar su objetivo. Pero esta no es una de esas ocasiones. No hay ningún farol en sus gestos, ni en la determinación de su voz, sólo la tranquilidad de alguien que sabe que tiene la sartén por el mango.

—No puedes estar hablando en serio...Eso es lo único que se le ocurre decir y es una respuesta tan pobre que siente vergüenza de sí

mismo.—Por supuesto que lo hago, amigo. —Posa las manos sobre la nevera, agarrándola con ansia

—. Quieres que le hable bien de ti a mi jefe, ¿verdad? —No espera a que Cheslav diga que sí, continúa hablando como si llevarse bien con los Záitsev fuera algo que todo el mundo deseara—. Pues lo mejor para que Rishim Záitsev te valore es darle esta nevera como regalo. Él verá tu infinita generosidad y después yo le hablaré de tu gran valía y como tú, y tu amigo, podéis conseguir más neveras como estas para él.

—¡Yo nunca te he dicho que vaya a conseguiros más!Lorak enarca una ceja, fingiendo confusión.—¿Es que acaso no era esa tu intención desde el principio? ¿O es que acaso pensabas que

quedaríamos satisfechos sólo con esto cuando a tu alcance hay mucho más? No, amigo, soy ambicioso. Los mejores lo somos, ¿no? Y por eso no voy a volver ante mi jefe con esta miseria si sé

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que puedo ofrecerle mucho más.Agarra el asa de la nevera con fuerza, pero antes de que pueda levantarse Cheslav le coge

del brazo en un desesperado intento por evitar que escape de allí y le deje sin nada.—¡No puedes irte así! —le grita, ya sin importarle que sea consciente de que su vida

depende de lo que allí ocurra—. ¡¿Qué pasará conmigo, eh?! ¿Qué crees que me harán los Vólkov cuando vuelva? ¡Me matarán! No esperarán a que les dé explicaciones, sólo apretarán el gatillo y seguirán con sus vidas.

>> Tienes que llevarme contigo. Trabajaré para vosotros, puedo ser un buen recolector, sólo necesito que me deis cobijo.

Lorak suspira con hastío como si escucharle hablar le estuviera provocando una gran migraña.

—¿Entonces esto es lo único que podrás conseguir?—Sí, pero puedo hacer muchas otras cosas. Soy un hombre de grandes recursos que puede

seros de mucha ayuda. Te aseguro que Rishim no se arrepentirá de haberme contratado.Por un momento Cheslav cree que sus palabras han conseguido calar en su interlocutor. Por

una vez la suerte tiene que sonreírle, ¿no? Pero la suerte no se casa con nadie. Es alguien esquivo, pendenciero y manipulador. Un ser que te roza suavemente un segundo, otorgándote el poder de soñar que está de tu lado y que eres invencible, para darte la espalda al siguiente.

Lorak gira la cabeza y centra su atención en Pavlik. El que tendría que haber aprendido a guardar sus cartas y no hablar hasta que Cheslav se lo indicara; el que les mira con estupefacción y desprecio.

El mismo Pavlik al que a él le gustaría matar.—¿Te has dado cuenta que no ha utilizado el plural ni una sola vez? No parece demasiado

preocupado por ti. —El aludido asiente, abrazándose la cintura con esos brazos delgaduchos que no llegan a rellenar ni la mitad de las mangas—. Eso no habla demasiado bien de ti, Cheslav.

—Todos hacemos lo que sea necesario para sobrevivir.—Aunque eso signifique darle la espalda a un compañero, ¿no? —Lorak hace un

movimiento brusco con el brazo y se deshace del agarre de Cheslav—. Las credenciales que estás dando no son demasiado buenas. Has robado a tu jefe para pasarle mercancía a su competidor, después me has suplicado que te contratemos aunque para ello tengas que darle la espalda a tu amigo. —Se levanta antes de que Cheslav pueda reaccionar e impedir que se marche—. Apreciamos el regalo que nos has hecho, pero no queremos una rata en nuestras filas. Quién sabe cuándo llegará otro que te ofrezca algo mejor y por el que nos vendas.

Cheslav se incorpora, loco de pura angustia. Si se marcha de allí con la nevera, y sin darle nada a cambio, será como si cavara su propia tumba. La voz de la razón intenta traspasar la niebla del miedo que cubre su mente para gritarle que se ha equivocado. Ahora ya no hay nada que le impida lanzar su sermón y reprenderle por sus actos.

<< ¡¿Dónde estabas antes?! >> ansia gritarle. << ¿Por qué me abandonaste cuando más necesitaba de tu guía? >>.

En realidad da igual lo que le diga, ya que al final seguirá en el mismo sitio: al borde del precipicio.

—¡Esto no es en lo que quedamos!—Yo no quedé en nada contigo. —Hay tal tranquilidad en sus gestos y voz que sus palabras

resultan todavía más ofensivas—. Tú sólo me llamaste y me dijiste que tenías algo para mí y yo vine a verlo. Pero en ningún momento acordamos nada. Es más, si me hubieras dicho qué era lo que querías habría tenido que rechazar tu oferta. —Se coloca bien el abrigo y eleva un poco la nevera—. Por ello, me llevaré esto y lo tomaré como una muestra de tu profundo aprecio hacia mí.

Estupefacto, Cheslav ve como se dirige hacia la puerta y la abre. Si no hace algo pronto le perderá. Sin pensar, sólo dejándose llevar por el instinto de supervivencia, corre tras él. Le coge justo cuando ha puesto un pie en la calle; le sujeta por el abrigo con la intención de tirar de él e

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introducirle de nuevo en el bar y conseguir que claudique. Lo que no espera es que dos hombres con abrigos negros se dirijan hacia ellos con intenciones hostiles. A Cheslav no le hace falta preguntar, tiene claro que son sus guardaespaldas. Puede que su aspecto destartalado hable de una persona dejada y con pocos recursos, pero lo cierto es que su posición dentro de la familia Záitsev posee tal peso que sólo un puñado de personas están por encima de él.

—Suéltame antes de que ellos te rompan los dedos.—Por favor... no me hagas esto... —suplica, temblando como un niño al que acaban de dejar

solo en mitad de la nada.—¿Hacerte esto? Amigo, esto no son más que los frutos de las semillas que tú mismo has

plantado. No me culpes a mí de tu estupidez.Cheslav abre la mano y le deja marchar porque, ¿para qué quiere prolongar lo inevitable?

Nada de lo que haga, o diga, impedirá que ese hombre se marche con la nevera. En un silencio helado, le ve dirigirse calle abajo con su paso errático y la seguridad que solo un hombre con la vida resuelta puede tener.

Cuando ya le pierde de vista, Cheslav se da la vuelta y vuelve a sentarse frente a Pavlik. Ninguno de los dos dice nada; ¿qué más da ya echarse nada en cara? ¿De qué les servirá gritarse en busca del culpable cuando los dos correrán la misma suerte?

Pavlik posa las manos sobre la mesa; manos que sufren ligeros espasmos por el ansia ya sea de alcohol o de drogas, lo mismo les da. Cheslav las mira durante unos segundos y se pregunta si las cosas habrían salido mejor si hubiese ido solo. De poco le ha servido la ayuda de su compañero.

—Van a matarnos, lo sabes, ¿no?No le mira la cara, sino que continua con la vista fija en esas manos huesudas a la espera de

ver si el miedo puede hacer que se quiebren.—Lo sé —lo proclama casi con un tono chulesco—. ¿Nos tomamos la última copa?Es sólo entonces cuando Cheslav levanta la cabeza para ver si Pavlik habla en serio o no es

más que una broma de un adicto. Con sorpresa, es testigo de la seriedad del semblante de su compañero.

<< Oh, qué diablos, si vamos a morir al menos hagamoslo con el estomago caliente >>.—Mejor que sean dos.

Cuando Cheslav y Pavlik salen del bar una risa ebria cubre sus labios. El miedo diluido en un mar de whisky — << porque, Cheslav, ¿qué mejor ocasión hay para gastar el dinero que la de celebrar nuestras inminentes muertes? >>— y los miembros relajados; tanto que, en algunas ocasiones, están a punto de caer dormidos contra la acera.

Caminan en líneas zigzageantes que les hacen chocar y gruñir un: << ¡mira por dónde vas, borracho! >> a lo que el otro siempre responde con un << ¡pero si eres tú quien ha chocado conmigo! >>. Se ríen, se gritan y se pegan, para luego volver al punto de partida y reírse de nuevo.

No saben bien hacia dónde van, pero ninguno de los dos dice nada. La noche es suya, y si va a ser la última que tengan la disfrutarán hasta el final. Inconscientes giran en una esquina cercana al bar y se apoyan contra la pared como si en lugar de haber dado unos pocos pasos lo que hubiesen hecho fuera acabar un maratón.

—¿Dón-dónde vamos ahora? —inquiere Pavlik con la voz pastosa.—¡A cualquier parte! Pero ninguno de los dos se mueve, el suelo se tambalea demasiado para su gusto. Durante

unos instantes se mantienen callados, escuchando a los coches pasar. Relajados como están, no se preocupan por idear un plan de escape —o simplemente buscar un sitio donde esconderse—. Ése es el mejor con el que van a dar.

Pavlik gira la cabeza y, como si estuviera siguiendo con la cabeza el movimiento sinuoso de una serpiente, trata de fijar su atención en Cheslav. Cuando lo consigue, dos minutos después, le

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dice:—¿Sabes lo que sería gracioso? — Cheslav se encoge de hombros—. Que encontráramos un

par de órganos por ahí tirados. << Majadero >>, quiere gritarle. ¿Cómo van a encontrar lo que les han robado? ¡Ni que fuera una moneda! Lo malo de las

ideas absurdas es que dan lugar a otras todavía más peligrosas que las primeras. Y eso es lo que le pasa a Cheslav. De repente, el delirio de su compañero se convirtió en algo prodigioso.

<< ¿Y si en lugar de quedarnos sin hacer nada buscamos a algún incauto que pueda proporcionarnos lo que hemos perdido? >>.

La confianza empieza a hacerse fuerte dentro de Cheslav. Ya no hay resignación en él, sino pura determinación. No será tan difícil dar con una persona a la que su muerte no levante mucho revuelo. Quizás un vagabundo o un borracho...

Con disimulo, Cheslav mira a Pavlik y sopesa lo que le costaría golpearle —y dejarle inconsciente— y llevárselo a un sitio tranquilo donde pudiera quitarle los órganos. Por desgracia, pronto llega a la conclusión de que esa idea no dará buenos frutos. Puede que Pavlik esté borracho, pero no se dejará coger fácilmente. Además, si quiere extraer bien los órganos necesita de su ayuda.

—Tengo una idea...Esas tres palabras se convierten en el aire del que respira la locura en la que están a punto de

sumergirse. Pavlik escucha atentamente la idea de su compañero; la desmenuza y asiente porque, ¿qué otra opción tienen? Si van a morir de todas formas por qué no mantener la esperanza hasta el final.

—¿Y dónde encontraremos a alguien que nos sirva?—No necesitamos buscar mucho —le dice Cheslav, emocionado—. Cualquier vagabundo

nos sirve.—¿Y cómo lo haremos? No tenemos sitio ni materiales...—¡Eso ahora mismo no importa! Podemos hacerlo en la furgoneta, yo qué sé, lo que importa

ahora es conseguir a alguien.De nuevo Cheslav se encuentra frente a frente con la suerte cuando un anciano gira la

esquina. Va encorvado, apoyando gran parte del peso en el bastón y emitiendo un leve quejido según se acerca hacia ellos. Quizá si no tuviera tanto alcohol nadando por sus venas a Cheslav le habría resultado familiar la cara de ese anciano, pero sus sentidos no están despiertos.

Y además, ¿qué importa que un hombre que ha estado en el mismo bar que ellos se adentre en el callejón? << ¡Mala suerte para ti, anciano! >> habría pensado.

Mala suerte la que te hizo decidirte por ese camino y no otro.Cheslav le estudia con detenimiento a la vez que intenta despejarse lo más posible. A pesar

de andar encorvado, su altura es notable y eso le preocupa un poco. No da la impresión de tener demasiada agilidad, ni fuerza, pero Cheslav mentiría si dijera que no le habría gustado que tuviera unos cuantos centímetros menos. Aún así está seguro que pueden con él, lo único que requieren es una excusa. Algo que les permita acercarse a ese hombre sin que se asuste y monte una escena.

De nuevo, la suerte les tiende la mano.—¡Disculpen! —exclama con la voz enronquecida—, ¿podrían ayudarme?<< No, anciano, eres tú quien nos va a ayudar a nosotros >>.

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Capítulo 2La extracción.

<< Si para sobrevivir debo matar, entonces afila mi cuchillo y dime por quién debo empezar >>.

El corazón de Cheslav empieza a latir a toda velocidad, exultante por las posibilidades que se presentan ante él en forma de anciano. Por fin ve luz al final del túnel. Ahora sólo tiene que tomarse las cosas con calma y no despertar sospechas. Debe deshacerse de la niebla que representa el alcohol en su mente, y despertar a la lucidez.

Sus vidas dependen de ello.El anciano se detiene a un par de metros de ellos, respirando con dificultad. Ese nimio

esfuerzo parece haberlo agotado, lo cual Cheslav asume que es otra muestra de caridad por parte de la suerte. Lo único malo es que la cercanía de ese hombre le impide comunicarle a Pavlik su plan. No le queda más remedio que esperar a que, cuando todo empiece, su compañero sea capaz de echarle una mano.

Cheslav pone la mejor de sus sonrisas —o la mejor que el whisky le permite—, y le pregunta:

—¿Qué es lo que necesita?Por supuesto, el hombre no se percata de la chispa de necesidad que cubre la mirada de

Cheslav o de cómo inclina el cuerpo hacia él, como si quisiera impedir que se alejara de ellos. Ese anciano es como un cordero perdido que ha llamado a la puerta de una manada de lobos.

El hombre levanta la cabeza para mirarle a los ojos y Cheslav es testigo de lo reconfortado que se siente de haberles encontrado. Se cree seguro; aunque, siendo sinceros, también ve cierta malicia. Pero no le da importancia; en San Petersburgo hasta los recién nacidos tienen malicia, ya que sin ella nadie es capaz de sobrevivir un solo día.

—Pues... he perdido la cartera... —apunta, buscando con la mano libre entre los bolsillos del pantalón— y ahora no tengo dinero para coger el metro. Si pudieran darme algo para poder volver a casa...

<< Di más bien que tu dinero ha volado entre botellas >>, piensa Cheslav.En realidad no le importa qué necesite, lo único que quiere es sembrar la confianza

suficiente como para que puedan llevárselo a un lugar más tranquilo. Abre la boca para decirle que sí, pero Pavlik se le adelanta.

—¡No haberte gastado todo tu dinero en lo que no debías, viejo! —le escupe, tambaleándose a pesar de estar apoyado contra la pared—. Vete por donde has venido, nos estás molestando.

Cheslav siempre ha tenido claro que Pavlik no era un hombre inteligente —en realidad pocos de ellos lo son, ya que ninguno tuvieron el dinero suficiente como para estudiar—, pero su compañero tiene un problema adicional: le falta la picardía que da la calle. No sabe si es consecuencia de las drogas o el alcohol, pero lo cierto es que el cerebro de Pavlik es un guisante.

Enfadado, pero sin poder dar rienda suelta a su ira, Cheslav trata de arreglar la situación como puede.

—No haga caso a mi amigo —dice, con una sonrisa tirante que no engaña a nadie—. Está demasiado borracho como para saber lo que dice.

El anciano asiente, pero no deja de mirar a Pavlik con desprecio. No parece muy convencido con la excusa que le acaban de dar.

—No se preocupe, yo me encargaré de que llegue a su casa.

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Espera una muestra de agradecimiento por parte de ese hombre, o al menos que dejara de centrar su atención en Pavlik y volviera a fijarla en él, pero no hace nada de eso. Sólo continúa mirando a Pavlik como si no pudiera apartar los ojos de él.

—No eres más que un perdedor.Cheslav ve como los labios del anciano forman las palabras y las liberan con desprecio, pero

su tono de voz ha cambiado tanto que tiene que parpadear un par de veces para asegurarse que sus ojos no le engañan. Hay algo de esta situación que se le escapa, como un chiste al que llegas a la mitad y no eres capaz de descifrar.

<< Da la impresión de que le está provocando... >>.No le da tiempo a esta idea a enraizar en su mente cuando Pavlik se aparta de la pared y le

señala con lo que intenta ser un gesto intimidatorio.—¡¿A quién coño llamas perdedor?!Cheslav no espera a la respuesta del anciano, coge a su compañero por el brazo e intenta

echarle a un lado.—¡Cálmate! —le increpa con desprecio, antes de acercar su boca hasta la oreja de su

compañero para susurrarle:—. ¿Es que no te das cuenta que este hombre puede ser la clave para nuestra supervivencia?

Para su desgracia, Pavlik parece estar lejos de todo raciocinio. Le da un empujón a Cheslav; le da igual lo que le diga, lo único que le importa en esos momentos es que ese condenado anciano se ha atrevido a insultarle.

—Eres un despojo humano. Un desperdicio amamantado por nuestra madre patria y el cual, si pudiéramos, barreríamos debajo de la alfombra.

<< Este hombre debe estar loco >>.Ese es el único pensamiento que se forja en la mente de Cheslav antes que todo cambie a

una velocidad vertiginosa.Ninguno de los dos ladrones está preparado para el giro de acontecimientos. En un segundo

Pavlik y el anciano se están increpando, y al siguiente el hombre ha soltado el bastón. Por un momento Cheslav está tentado de dar un paso adelante para coger del brazo al anciano, pero ni aunque hubiese querido habría podido. De repente los años parecen evaporarse del cuerpo de ese hombre. Las arrugas continúan en su lugar, ni desaparecen ni se atenúan, pero ya no permanece encorvado sino que se yergue como si en ningún momento la artrosis hubiera sacudido sus huesos. Una vez recto, agarra por el brazo a Pavlik, con una facilidad pasmosa le hace girar, para que le dé la espalda, y le parte el cuello en un movimiento seguro.

El cuerpo de Pavlik se desploma contra el suelo emitiendo un sonoro << ¡plom! >> que se convierte en su última, y más elocuente, despedida. Cheslav, aterrado, da un par de pasos hacia atrás hasta que se golpea contra la pared. Su cerebro bulle con preguntas para las que el terror le impide dar con una respuesta coherente sobre qué está pasando. Ese anciano tendría que ser quien les salvara. Su cuerpo, y no otro, debería estar inerte en el suelo.

El hombre se sacude una mota invisible del abrigo, como si la cercanía del cuerpo de Pavlik le hubiera manchado, y recoge el bastón para volver a apoyarse en él. No ya de una manera que hablara de necesidad, sino más bien con chulería. Es entonces cuando Cheslav es consciente de su error; es en ese momento cuando escucha como la suerte se ríe de él mientras le señala con el dedo.

<< Ahí está el último incauto que creyó en mí >>, cree escucharla decir. Y nota como las mejillas se le enrojecen de la rabia. Ese hombre no apareció de la nada por

casualidad, sino que les siguió. Por eso se acercó a ellos, para acabar con sus vidas. Cheslav da un par de pasos hacia atrás en un intento por ganar algo de tiempo. Está claro

que ese hombre —ya no puede llamarle anciano cuando está claro que las arrugas no son más que una acumulación de horas de maquillaje— no le permitirá escapar. Es más, está seguro que si empieza a correr será derribado en menos de un minuto. Ahora sólo tiene una última opción: llevárselo a su terreno.

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Es posible que haciéndole una buena oferta cambie de bando y acepte dejarle con vida. El hombre levanta la cabeza y le mira fijamente; Cheslav traga saliva, asustado por el futuro que le aguarda.

—Hablemos un momento, ¿de acuerdo?—No me han pagado para estar de chachara contigo, sino para deshacerme de los ladrones.Al igual que sus gestos y pose, la voz de ese hombre ha perdido parte de esa ronquera con la

que trató de hacerla parecer más vieja. Cheslav comienza a respirar con cierta dificultad. Si no le da la oportunidad de convencerlo con su red de mentiras, entonces lo único que le quedará será enfrentarse a él cuerpo a cuerpo y no necesita librar esa batalla para saber que ya la tiene perdida.

—¡Te daré el doble de lo que los Vólkov te han prometido!<< ¿Y cómo lo conseguirás? >>. No tiene ni idea, y quizá ése sea el primer síntoma de

locura, pero ya no puede retractarse. Las palabras ya han escapado de la prisión de su boca, condenándole a recorrer un camino cuyas consecuencias están sedientas de sangre.

El desconocido ladea la cabeza, casi como si estuviera considerando seriamente la oferta.—Si tienes tanto dinero como para pagar más que los Vólkov, ¿para qué les robas? O mejor,

¿para qué trabajas para ellos? —Se calla durante unos segundos y después entrecierra los ojos de forma calculadora—. No estarás tratando de timarme, ¿verdad?

—¡No! ¡Por supuesto que no! —El hombre no habla, ni tan siquiera se mueve, sólo continúa ahí, quieto y con la vista fija en Cheslav, retándole a que prosiga con la mentira—. Está bien, es cierto que ahora mismo no tengo mucho dinero, ¡pero sé cómo conseguirlo! ¡Te juro que te pagaría en menos de una semana!

A pesar del frío nocturno, el cuerpo de Cheslav no puede parar de sudar. El miedo ha hecho que su piel comience a transpirar y que sea incapaz de permanecer quieto. Pasa el peso de su cuerpo de una pierna a otra, balanceándose, ya no sólo por el alcohol que todavía hace estragos en su interior, sino por lo indefenso que ese hombre le hace sentir.

Puede que los Vólkov no tengan un buen ojo para elegir a sus transportistas —o al menos con él y con Pavlik así lo han demostrado—, pero sí que saben dar con buen material para sus asesinos. Y es que puede que ese hombre lleve el disfraz de un anciano, y sus ropas estén ajadas y descoloridas, pero su manera certera y fría de matar no deja lugar a dudas: es un experto en su trabajo.

—¿Y para qué voy a querer esperar una semana para conseguir mi dinero cuando los Vólkov me lo darán mañana?

—¡Porque yo te daré más, ya te lo he dicho! —le grita, desesperado. —Eso no son más que palabras vacías. Dime, ¿de dónde vas a conseguir el dinero? —

inquiere interesado—. ¿Acaso has llegado a un trato con Lorak?—¿Cómo...?—¿Cómo sé que has estado hablando con él? —completa el desconocido— Porque he

estado en el bar desde el principio. No habéis sido muy inteligentes buscando ayuda entre vuestros compañeros; varios de ellos no han dudado en irse de la lengua para así quedar bien con los Vólkov.

De eso le sonaba. Eso es lo que su mente trató de decirle y lo que él no pudo comprender, aunque haberlo entendido desde un principio no le hubiera salvado. Cheslav estuvo condenado desde que puso un pie en ese condenado bar.

—No he llegado a ningún acuerdo, más bien ha sido todo lo contrario: me ha robado —admite a regañadientes.

El hombre se ríe con ganas, como si el fracaso de los demás fuera de lo más gracioso. Cheslav muerde su orgullo y le pide mentalmente a su mal carácter que se aplaque. << Necesito convencerlo para que no me mate >>, le recuerda cuando la risa de ese desconocido se convierte en un pitido en su cabeza que le recuerda todos sus fallos.

—¡Pero no le necesito! Toda mi inversión está justo aquí mismo.—¿En un callejón?

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—Sí, justo a tus pies.Cheslav señala sin pudor al cadáver de Pavlik. ¿Qué más da un muerto que otro? ¡Todos son

lo mismo! Órganos y miembros todavía frescos a la espera de que alguien se haga con ellos. El desconocido baja la vista hacia Pavlik y no necesita que le digan nada más, comprende al instante qué camino están tomando las intenciones de Cheslav. Y parece que la idea es bien recibida.

—Has despertado mi curiosidad. —Admite, volviendo a mirar a Cheslav a los ojos—. Nos llevamos a tu amigo y lo desmenuzamos como a un cerdo, pero, ¿a quién se lo vendemos? Porque después de robarles los Vólkov no harán tratos contigo y los Záitsev tratarán de engañarte de nuevo. Lo tenemos un poco complicado, ¿no crees?

Cheslav no expresa con claridad lo que piensa, sino que sólo se deja llevar por la esperanza de que ya casi le ha convencido. Sólo necesita darle un empujón más; hundirle en su plan hasta que esté tan pringado que no pueda escapar.

—De los Vólkov y los Záitsev me encargo yo. Ninguno de los dos es tan estúpido como para desaprovechar una oportunidad como esta. Es más, estoy seguro que los Vólkov me recibirán con los brazos abiertos cuando les lleve todo este material, es posible que hasta me pidan que vuelva.

—¿De verdad crees eso?No lo hacía, o al menos no del todo, pero sus intentos por convencer a ese desconocido para

que no le mate están haciendo que su lengua vaya por libre y diga cosas descabelladas. ¿Quién en su sano juicio creería que confiarían de nuevo en él después de haberles robado? Nadie. Pero aún así intenta darle seguridad a sus palabras y así convencer a ese hombre de lo imposible.

—Por supuesto.El hombre niega con la cabeza y suspira, y de repente todo signo de diversión desaparece de

su rostro. El puente que Cheslav ha intentado crear entre ellos, ese que le permitiría salvar su vida, se ha desintegrado en un único segundo, dejando todas sus esperanzas en ruinas.

—Eres muy gracioso, pero ha llegado el momento de ponernos serios.Da un par de pasos hacia Cheslav con una lentitud premeditada que habla de un ataque

inminente. Las mentiras no han surtido ningún efecto y el tiempo de Cheslav está a punto de agotarse. Aceptando que tendrá que luchar por su vida, y que la victoria no está de su lado, Cheslav mira hacia atrás por encima de su hombro. Nunca ha sido un buen corredor, el ejercicio no es cosa suya, pero hoy empeñaría sus pulmones si con eso lograra vivir un día más.

—Vas a desaprovechar una oportunidad increíble de hacerte rico.—¿Y quién te dice que no lo soy ya? Cheslav da un par de pasos hacia atrás y niega con la cabeza. Al parecer él no es el único

loco al que se le ha ido la mano con el alcohol.—Si lo fueras no trabajarías para los Vólkov. Estarías tumbado en tu mansión, bebiendo

distraído mientras alguna mujer enrosca sus brazos en tu cuello.El hombre le sonríe con desenfado, casi como si se tratara de un viejo amigo el cual está a

punto de contarle la última andanza que ha vivido. Cheslav experimenta un fuerte escalofrío con el que su cuerpo parece querer avisarle de que las cosas todavía pueden empeorar más.

—Hay otra posibilidad que pareces no haberte planteado: que te haya mentido. Que no haya venido a hacer este trabajo sucio no porque me paguen, sino porque sea uno de los Vólkov.

Se escuchan unas risas de fondo, quizás provenientes de algún grupo de transeúntes que se creen los reyes de la noche, y Cheslav se las apropia. Es de él de quien se ríen; a quien ridiculizan por no ser lo bastante inteligente ni precavido. Por creer que podría alcanzar una vida mejor de la que tenía.

Todo falsas aspiraciones que le habían cegado en el peor momento.Las piernas le empiezan a temblar solo con pensar que las palabras de ese desconocido sean

ciertas. Sólo hay un hombre dentro de la familia de los Vólkov que utiliza el disfraz como si fuera su segunda piel. Uno de quien nadie conoce su verdadero rostro y que es el príncipe de decenas de leyendas de bares. << Reza por no cruzarte en su camino; implora que todas las personas que

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conozcas sean verdaderas y no el traje de un monstruo bien adiestrado >>.Cheslav ya no tiene dios a quien rezar, ni suplica con la que rasgar el silencio, cuando el

demonio ha decidido mostrarle una de sus muchas caras.—El camaleón...—En carne y hueso —responde, con una leve inclinación de cabeza.Las lágrimas empiezan a descender por las mejillas de Cheslav; frías e imparables, son una

muestra más de su absoluta debilidad y de la certeza de que la muerte ya está sobre él. Intenta pronunciar un por favor roto, que bien sabe que no le llevará a ninguna parte, pero incluso antes de haber terminado de pronunciar el << por... >>, el Camaleón le golpea el estomago con el bastón, obligándolo a doblarse por el dolor. No se hace esperar y con la misma velocidad que demostró con Pavlik, se coloca detrás de él, le pasa un brazo por el cuello y comienza a apretar con saña. Cheslav se remueve en busca de un oxigeno que le alude; trata de golpear a su agresor, pero contra menos aire inspira más débil se siente. Boquea una y otra vez, mientras su visión se vuelve borrosa a gran velocidad.

Hasta que ya no le quedan fuerzas para luchar; hasta que la muerte abre sus brazos y le engulle en ellos como un hambriento.

Sergey siente en qué momento Cheslav muere entre sus brazos —nota como ese cuerpo pierde toda su fuerza y deja de luchar—, pero no se aparta. Permanece durante un par de minutos más ahogándole, asegurándose de que expulsa cualquier resto de vida. No es la primera vez que mata —ni será la última— y sabe que el peor error es el de alejarse sin haberse cerciorado de que su víctima está realmente muerta.

A él no le pasará eso.Una vez seguro de haberle matado, le arrastra para dejarle al lado de su amigo. Les mira

fijamente y niega con la cabeza; ¡vaya par de estúpidos! Una noche perdida porque dos idiotas se han creído más listos que su familia. Sergey está acostumbrado a los intentos de robo; a que alguno de sus socios crea que puede hacer negocios con otros sin que ellos se enteren. Eso es normal, después de todo están tratando con escoria —sí, de ropa cara y coches bonitos, pero podrida hasta el tuétano— y la palabra lealtad es algo que no reconocen a no ser que esté escrita en sangre. Pero a lo que todavía no está acostumbrado es a que intenten engañarles de una forma tan burda.

Siendo sincero, cuando recibió la noticia de que uno de los transportistas no había entregado la mercancía, y no daba señales de vida, tuvo claro que les habían robado. Por supuesto no pensó que se trataba de un arrebato de locura de dos imbéciles, sino de un plan elaborado en el que había intereses de otras personas de por medio.

No necesitó más que hacer un par de llamadas para darse cuenta de su error. Después de eso todo fue demasiado sencillo. Esos dos idiotas no tuvieron cuidado, y el resto

de sus compañeros fueron lo bastante listos como para contarle todos los detalles que recordaban con tal de que no desplegara su ira contra ellos. Tras obtener toda la información que necesitaba sólo tuvo que crear un nuevo disfraz, ir al bar y esperar. Un trabajo que sólo se había complicado al ver a Lorak llevándose su mercancía y no poder hacer nada para detenerle.

Y ahora, con el trabajo ya terminado, sólo le queda decidir qué hacer con esos dos cadáveres. Antes de hablar con Cheslav su intención sólo era la de matarlos y mandar un claro mensaje al resto de sus empleados: todo aquel que robe a un Vólkov acabará muerto. Sencillo y contundente. Pero ese despojo humano le hizo darse cuenta de que esos muertos podrían servirle para mucho más.

Saca el móvil del bolsillo interior del abrigo, en busca de ayuda para hacerse cargo de esos dos muertos. No tarda más que un par de segundos en localizar al hombre correcto para ese trabajo: su primo, Matysh Vólkov.

Tarda tres tonos en contestar y cuando lo hace su voz está tan enronquecida que Sergey duda

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si es recomendable preguntarle qué andaba haciendo.—¿Qué coño quieres a estas horas?—¿Acaso estabas durmiendo? —inquiere, dudoso. Rara es la noche en la que el insomnio no

le haga una visita a su primo.—No, gilipollas, pero estaba ocupado con algo importante.—No sigas por ese camino. No quiero que me revuelvas las tripas con las perversiones que

te traes con tus ordenadores.Matysh tiene un don para los ordenadores. Da igual lo que le pidan, él lo consigue con una

facilidad pasmosa —y con una decena de quejas —. Es una de las pocas cualidades que posee; una que, como le ocurre a Sergey, fue la que le dio forma e incluso le definía como persona ante el resto del mundo.

Su primo le responde con una palabrota, la cual sólo consigue que Sergey se ría con ganas. A pesar de su endiablado genio le cae bien, o por lo menos todo lo bien que una persona puede llegar a caerle.

—Si sólo me has llamado para molestar, ya puedes colgar e ir a joder a otro.—En realidad tengo una misión para el gran Big data. —Su primo resopla ante la mención

de su mote. A diferencia de Sergey, él no está demasiado contento con ese sobrenombre—. Quiero que avises a los limpiadores, tengo un par de cadáveres que quiero que lleven a nuestra morgue.

—¿Y no puedes llamarles tú?—Estoy en mitad de un callejón y no tengo su teléfono en el móvil. Y antes que lo sugieras,

no voy a ir a casa y dejarlos aquí para que cualquiera pueda encontrarlos.Matysh gruñe al otro lado de la línea y a pesar de todos los improperios que salen de sus

labios, Sergey sabe que va a hacer lo que le pide.—Dame la dirección y una descripción de tu disfraz y les diré a quién deben buscar.En cuanto Sergey le da las indicaciones que necesita, Matysh cuelga sin despedirse. El

Camaleón emite una corta risa, acostumbrado a la forma de ser arisca de su primo. Devuelve el móvil a la protección del bolsillo interno de su abrigo y se agacha ante los cadáveres.

—¿Y qué hago yo con vosotros hasta que lleguen? —les pregunta como si alguno de ellos fuera a volver de entre los muertos para responder a su pregunta.

Como un niño travieso, y un tanto macabro, sienta a los cuerpos contra la pared, como si sólo se hubieran detenido a hacer un descanso, se coloca entre ellos, les pasa los brazos por encima de los hombros y empieza a contarle anécdotas de su día a día.

Fascinado por lo bien que escuchan aquellos que ya jamás podrán volver a hablar.

Irina cierra el grifo del lavabo, se estruja el pelo para que no gotee y levanta la cabeza. El pequeño espejo del servicio del cuarto de baño de Slavik tiene tanta suciedad que le cuesta ver bien su reflejo. Por un momento no se reconoce. Y no se trata sólo del cambio de color de pelo; un tinte no es motivo suficiente como para que alguien no tome conciencia de sí mismo. Ese desapego nace más bien del hecho de verse inmersa de nuevo en la casilla de salida. Cuando huyó de Rusia, a sus dieciséis años, siempre tuvo la esperanza de que jamás volvería. Mientras agrandaba la lista de trabajos ruinosos a los que se había dedicado, o se pasaba horas tratando de aprender inglés para así desaparecer por completo de Europa, siempre quiso creer que todo ese esfuerzo que estaba desplegando le permitiría alejarse por completo de los horrores que vivió.

Pero todo no fue más que una inmensa ilusión. Sí, consiguió alejarse de todo esto durante doce años, pero nada más. Ni un minuto más de descanso le sería regalado.

Se pasa las manos por la cara y ahoga un suspiro entre sus palmas. Las cosas no han comenzado como a ella le hubiera gustado. Haber asesinado a un guardia será un lastre que se interpondrá en su camino y que ralentizará sus planes, pero... ¿qué otra opción tenía? Ninguna —o al menos eso es lo que le repite su cerebro una y otra vez—. Ahora sólo le queda confiar en haber

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acabado con sus planes antes de que la policía dé con alguna prueba que pueda incriminarla.Sus pasos van contra reloj. Adiós a la calma con la que en un principio creyó que podría

trabajar. Ahora tendría que ser certera y segura, sin lugar a ninguna equivocación más, ya que esa sería la última.

Se toca el pelo de forma apreciativa; nunca ha trabajado como peluquera, pero la escasez de dinero —y el miedo a que la estuvieran buscando— ha hecho que tenga una cierta experiencia. No se lo piensa dos veces, coge las tijeras que le ha prestado Slavik —unas viejas y que él debe usar para todo— y comienza a cortar con tesón. No es una tarea sencilla cortarse el pelo a uno mismo, aunque no se queja. Esto le permite tener algo de tiempo para sí misma y una cierta intimidad.

Los pedazos de cabello desechados comienzan a caer sin control sobre el lavabo y el suelo, hasta que la melena de Irina ha dejado de descender por su espalda para rozarle solo los hombros. Escucha como las bisagras de la puerta crujen por el movimiento y sabe que Slavik está ahí. Nota como sus ojos la recorren, catalogándola, analizándola y, sobre todo, ansiándola. Hay cosas que cambian con el paso del tiempo, actitudes que se olvidan y madurez que se absorbe, pero existen otras que permanecen ancladas en la misma esencia de uno mismo como motas de polvo a las que es imposible erradicar. Irina ha visto una de esas motas en Slavik cuando fue a recogerla. Sólo tuvieron que intercambiar una mirada para que Irina fuera testigo de ese fuego que tan bien conoció cuando fue una cría.

Slavik todavía está obsesionado con ella. Aun la observa con ese anhelo desnudo que ella tanto despreció en su momento. No es que

ahora haya aprendido a tolerarlo, ni mucho menos, lo que ocurre es que sabe esconderlo mejor que cuando era pequeña. Gira la cabeza y le encara con una mirada fría. Slavik es un hombre grande; con sus treinta y siete años su cuerpo es una isla solida con la que sólo un inconsciente se metería.

—¿Qué te parece?—Has hecho un buen trabajo. —Por su tono Irina deduce que podría haberse rapado que su

respuesta seguiría siendo la misma.Vuelve a mirarse en el ruinoso espejo —del igualmente ruinoso baño— y acepta que esa es

la nueva versión de sí misma. Una más para la larga lista que forman su pasado. Deja las tijeras sobre el lavabo y echa un vistazo al suelo.

—Déjame una escoba para que recoja esto.Slavik niega con la cabeza, despreocupado.—Déjalo, luego lo haremos. Vamos a hablar.A Irina la idea de mantener una conversación no le hace ninguna gracia, pero supone que no

le queda más remedio después de lo que Slavik está haciendo por ella. No es tonta y sabe que, tarde o temprano, pagará con creces el haberle cogido como aliado.

Sin decir nada, se acerca hacia él y ambos dejan atrás el servicio para acercarse al único sofá que hay en el salón. La casa de Slavik es pequeña y vieja; el último piso de un edificio que nunca llegó a ver días mejores. Al igual que el resto de viviendas de cyborgs, se caracteriza por la falta de muebles y el haber sabido aprovechar el espacio para crear un salón que al mismo tiempo sea cocina —e incluso en algunas ocasiones hasta habitación—. Da igual que Slavik tenga una posición superior; todo eso es secundario, él tiene la misma marca que comparten todos los cyborgs: dos círculos, uno dentro de otro, cortados por una ancha línea horizontal.

Todos los que han vendido alguna parte de su cuerpo tienen una a un lado de su cuello —un lugar que los policías pueden ver con facilidad y que no pueden vender sin perder la vida—.

Todos excepto ella. Esa es una de las pocas cosas que debe agradecer a los Vólkov, ellos le quitaron su brazo, sí,

pero no la marcaron como una res. O al menos no lo hicieron de la forma que al resto de cyborg.Los dos se sientan en el sofá y es Slavik quien rompe el hielo pidiéndole que le explique lo

que ha pasado. Irina le relata lo ocurrido con todo lujo de detalles, retándole con la mirada a que encuentre una solución mejor. El hombre le escucha en silencio, asintiendo de vez en cuando, a la

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espera de que termine para dar su veredicto.—¿Estás segura que ninguno de los otros guardias vio tus papeles ni escuchó tu nombre?—Solo él leyó los papeles, eso te lo puedo asegurar. En cuanto a que le escucharan... creo

que nadie lo hizo; había demasiada gente en la estación y todo era un caos de voces y preguntas.—Esperemos que estés en lo cierto o mañana mismo la policía echará esa puerta abajo

pidiéndome explicaciones. —¿Y por qué a ti si se puede saber?—Porque vas a trabajar para mí. —Chasquea la lengua con desgana—. Ya son muchas las

veces que han venido a mí en busca de el paradero de algún cyborg que se ha saltado la ley. Al parecer yo soy su niñera —escupe con visible desagrado.

Irina no le dice que eso no pasará en su caso porque sabe que es absurdo prometerlo, solo asiente y acepta que deberán prepararse para lo peor.

—Entonces tendremos que construir un lugar en el que pueda ocultarme en caso de emergencia...

—Creo que tengo el sitio perfecto.—Espera a que Slavik diga algo más, pero en lugar de responder a su pregunta silenciosa, el hombre cambia de tema como si nada—. ¿Qué es lo que vas a hacer a partir de ahora?

—Está claro: golpear a los Vólkov antes de que ellos vuelvan a intentar golpearme a mí.—Estás loca si crees que serás capaz de hacerlo; son intocables.Irina se ríe con una de esas risas rotas que sale de uno mismo cuando el humor es un

sentimiento ya olvidado. —Pero esos son los que mejor caen, Slavik. Aquellos cegados por su poder, alzados en un

altar invisible que les impide ver el daño que causan, son los que su caída produce el mejor sonido de todos.

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Capítulo 3La morgue.

<< Escribió decenas de cartas con lágrimas y suplicas, hasta que un día descubrió que las que mejor perduran son aquellas en cuyas comas se ha vertido sangre >>.

Pashenka Vorobiov maldice entre dientes por décima vez en esa larga noche. Es más de la una de la madrugada y lo último que quiere es pasar la noche en la morgue junto a dos de los jóvenes Vólkov. Pero ahí está, con ellos pegados a sus costados y atentos a cada movimiento de sus manos.

<< Te están examinando >>, se dice, << y por sus miradas está claro que no vas a aprobar >>.

Se pasa una mano por la frente, para secar el sudor que ya ha empezado a perlar su piel —da igual el frío que haga allí, él no hace otra cosa más que sudar y sudar—, y le manda una orden directa a su mano derecha:

¡No tiembles!Los temblores son una muestra de debilidad; es una prueba viviente del miedo que ruge por

sus entrañas. Y contra más miedo vean sus hostiles examinadores, más lo alimentarán; más le pincharán para llevarle hasta el límite y verle quebrarse. Disfrutan hundiendo a la gente en la miseria y recreándose en el dolor que producen.

—¿Vas a comenzar a cortar o tendremos que esperar a que amanezca, tío?Pocas veces su sobrino le dedica la palabra << tío >>, es algo que guarda con fervor para los

peores momentos. Algo así como un reconocimiento de sus vínculos sanguíneos sólo cuando se equivoca. Es su forma de decirle: <<¿ves? Nunca llegarás lejos en esta familia. No eres más que un extraño, así que deja de esforzarte. No te servirá de nada >>. Al menos eso es lo que entiende Pashenka.

Empieza a sudar de nuevo.—Estoy buscando el lugar adecuado, Vadim. Quiero hacerlo bien.Su sobrino pone los ojos en blanco y se desabrocha el botón de la chaqueta del traje. Si no

fuera por el muerto que tienen ante ellos, Pashenka creería que Vadim está a punto de acudir a alguna fiesta, o reunión importante. Pero no, su aspecto pulcro y elegante es una de las características que definen a su sobrino. Da igual dónde se encuentre, ni qué esté haciendo, él siempre aparecerá de punta en blanco.

—Pues no lo parece.<< Cuenta hasta veinte, Pashenka, no le muestres que sus palabras te afectan >>.Un par de golpecitos sobre la mesa metálica en donde descansa el cadáver, rompen la

cuenta. Si Vadim es un miembro de esa condenada familia con el que es mejor no cruzarse, peor es el que tiene al otro lado. Alik Vólkov, El Mudo como así le llamaba todo el mundo. ¿Cómo se puede tener tanto pavor a alguien que ni tan siquiera puede amenazarte? Sencillo, sabiendo que lo importante son los actos y Pashenka es consciente de que El Mudo es capaz de erradicar a cualquiera que considere una amenaza. En eso ha salido igual a su hermano.

—Ya voy, ya voy —exclama, clavando sus ojos en el muerto. Ese hombre es su puerto seguro; él no levantará una de sus manos y la cerrará sobre su cuello.

Traga saliva y acerca el bisturí hacia el brazo del cadáver. << No tiembles, no tiembles >> se dice, mientras trata de mantener el pulso firme. Trata de concentrarse y recordar todo lo que Vadim le ha enseñado durante las últimas tres horas.

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<< —Lo importante no es sólo dónde cortas, sino cómo. Debe ser un corte decidido y seguro, que demuestre tu poder. Porque, aunque no lo creas, eso luego se imprimirá en el amuleto. Si tú dudas, después su poder se verá mermado y no surtirá el efecto que queremos >>.

Es fácil decirlo, o al menos eso piensa Pashenka, pero no tan sencillo hacerlo. Tener la decisión suficiente como para cortar a un ser humano —aunque este esté muerto—es algo que caracteriza a dos tipos claros de personas: los médicos y los asesinos. Y en esa sala no hay ningún médico.

<< Déjate de tonterías. Ya está muerto; el daño ya lo ha sufrido, ¿qué más le dará irse a la tumba algo más vacío de lo que ya está >>.

Los flexos parpadean casi como si se rieran de él. << Eres un perdedor >> —parpadeo—; << ni tan siquiera eres capaz de partir a un muerto >> —parpadeo—, << ¿cómo lo harás con un vivo? >>. Malditos flexos que le ponen nervioso y hacen que tenga que tragar saliva en busca de algo de calma. Sin pensárselo más, se lanza y comienza a marcar con el bisturí sobre la línea de puntos que, momentos antes, Vadim dibujó en el brazo del difunto. Intenta convencerse que es como cortar un trozo de papel —o quizás un cerdo, el cual desmenuzan para convertirlo en filetes—, pero su cerebro le traiciona. O quizás sean sus ojos —o los dos juntos en una alianza que espera derrotarlo—. Sea como fuere, las consecuencias son las mismas y Pashenka sólo puede hacer un par de cortes superfluos antes de tener que apartarse porque está a punto de vomitarle encima.

<< Soy un gilipollas >>, se recrimina mientras trata de ahogar las arcadas lo mejor que puede.

—Eres un inútil —le dice Vadim, cogiéndole del hombro y arrebatándole el bisturí de muy malos modos.

Pashenka no le responde; no le recuerda que es su tío y que debería tenerle más respeto —ya sea porque son familia o porque le dobla la edad—, porque hoy se siente justo así. Como un inútil estúpido que intenta lograr algo para lo que no está cualificado. Sin decir nada más, Vadim le da la espalda y se encomienda a la tarea que su antecesor no supo realizar. No hay ni un mínimo atisbo de indecisión en él, ni una sombra de duda que pueda enturbiar su trabajo. Se siente a gusto con lo que hace y todos sus movimientos hablan de la experiencia que carga sobre sus hombros.

<< Por algo le llaman Bisturí, porque nadie lo usa mejor que él >>.Pashenka se coloca al lado de Vadim, tratando de recuperar un poco de la dignidad perdida,

para ver, no sin cierto desagrado, como su sobrino va cortando pedazo a pedazo. Se fija en los guantes negros que lleva, en como estos esconden unas manos que deberían causar pavor. Y se pregunta qué clase de ser ha poseído a la humanidad para que acepte que la gente venda una parte de sí mismos para crear unos amuletos. Para que algunas personas sean consideradas mera carne. A su mente viene la imagen de una de las muchas campañas publicitarias de amuletos que ha visto anunciada en la televisión.

<< ¿Problemas en el trabajo o los estudios? ¿Quieres darle un empujón a tu relación o simplemente reunir el valor necesario para declararte a la persona que amas? ¡Este es el momento! ¡Dos por uno en amuletos de toda clase en nuestras tiendas! Y, además, hasta final de mes tendrás un 10% de descuento para tu próximas compras. ¿A qué estás esperando? >>.

Una de las cosas que siempre ha impactado a Pashenka es el saber que dentro de esos frasquitos pequeños, que parecen inofensivos, lo que se esconde es el trozo de una persona. Mezclado con otras elementos, sí, pero aún así es una parte que no hace mucho estuvo unida a un ser vivo. Pero eso no es algo que parezca preocupar a la gente y, si es sincero, a él tampoco. O al menos no demasiado. Porque si lo hiciera no estaría ahí, observando cómo se hacen, luchando para formar parte activa de la organización y así demostrar su valía dentro de la familia Vólkov. Ser uno de sus miembros y ser uno tan importante como a aquellos que les une la sangre.

Durante un buen rato lo único que se escucha en esa fría sala es cómo el bisturí se desliza por la piel y deja camino para que después la sierra corte el hueso. Poco a poco Pashenka ve como el hombre es troceado despacito, con un mimo que nadie esperaría de alguien que podría sacarse un

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doctorado en mutilación.De repente se escuchan unos pasos y los tres levantan la cabeza. No esperan a nadie. Es

demasiado tarde y la mayoría de gente que suele deambular por esa torre durante el día, ya hace mucho que se fueron a sus casas. Tanto Vadim como Alik cuadran los hombros, preparados para lo que quiera que vaya a entrar por esa puerta. Los pasos perduran durante un par de segundos más, el pomo se gira y la puerta se abre con una lentitud que desagrada a Pashenka. En su cabeza decenas de posibilidades se empujan entre sí, pero ninguna se hace realidad. Para su sorpresa lo que aparece por la puerta no es más que un anciano, doblado sobre un bastón con el que trata de andar con cierta normalidad, que les mira con el rostro desencajado por el miedo.

—Gracias a Dios que encuentro a alguien... —exclama, acercándose a ellos con lo que, para él, deben ser grandes zancadas—. No sé quién me ha traído aquí y no sé cómo volver a casa...

Pashenka siente un nudo en el estomago. Si no es capaz de hacer su trabajo con los cadáveres, menos puede hacerlo con las personas. No sabe quién es este hombre, pero no hay que ser demasiado listo como para saber que si está aquí es porque los Vólkov quieren usarlo para sus amuletos.

<< Tranquilo, tú no tendrás que hacer nada, Vadim se ocupará de todo >>.Pero el anciano no deja de mirarle, como si hubiera depositado todas sus esperanzas en él y

Pashenka no sabe qué hacer para que aparte sus ojos de él y le libre de esa presión a la que le está sometiendo. Busca ayuda en su sobrino y en Alik, y los encuentra manteniendo una conversación a través de gestos. Vadim enarca una ceja y la comisura de la boca de Alik se eleva ligeramente. Tras esto, se cierra la comunicación y vuelven a mirar al nuevo visitante.

—Deja las bromas absurdas para otro momento, Sergey. Ahora estoy ocupado —le recrimina Vadim antes de volver a centrarse en su trabajo.

—Eres un aguafiestas —exclama el anciano, poniéndose recto y dejando que el bastón caiga al suelo.

¡El Camaleón! Pashenka tiene deseos de golpearse la cabeza por no haber sido capaz de suponer quién podría encontrarse detrás de ese desconocido, pero se controla. Ese gesto sólo significaría otra derrota más.

—Nadie se había creído tu actuación —le dice, empezando a cortar los dedos uno a uno.—Yo no estaría tan seguro, ¿verdad Pashenka?Odia a esta familia. Odia que sólo tengan que echarle un vistazo para saber lo que pasa por

su mente; para discernir todos los defectos que anidan en su interior y que le impiden ser como ellos. Vadim levanta la cabeza y le mira durante unos segundos y Pashenka siente todo el desprecio que su sobrino guarda para él. No dice nada, pero no es necesario, ya queda patente que para él lo que piense su tío le es indiferente.

—¿Has conseguido dar con los ladrones?Sergey se acerca hasta su hermano Alik y echa un vistazo al cuaderno que sujeta y en el que

lleva horas escribiendo sin control. Pashenka intenta descubrir hasta qué punto esos dos pueden parecerse físicamente. Siendo mellizos, Alik es el único referente que el mundo tiene de cómo ha podido crecer Sergey. Detrás de todas esas pelucas, lentillas y caretas, ¿el Camaleón también tendrá el pelo castaño y los ojos pardos? Lo más posible es que no, pero dentro del desconcierto más absoluto que representa el enfrentarse a una persona sin un rostro propio, Pashenka le asocia con el de Alik.

Es su forma de proteger su mente.—Por supuesto. En realidad, ha sido una misión demasiado sencilla. Los ladrones no eran

más que dos idiotas que creían que podrían tener una oportunidad de escapar.Pashenka abre los ojos, sorprendido. Ha pasado todo el día en la torre y aquí las noticias del

exterior no llegan —o al menos no lo hacen a aquellos que no ostentan un puesto relevante—, pero a pesar de la ignorancia sobre lo sucedido debe darle la razón a Sergey: sólo los estúpidos roban a los Vólkov. Esa familia tiene tantos tentáculos que es imposible que nadie pueda escapar de su

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férreo agarre.—Te los he traído aquí —continúa Sergey, a la vez que empieza a hablar por la lengua de

signos con su hermano.<< Te están dejando fuera >>.Y es que puede que Vadim no parezca prestar demasiada atención a la conversación interna

de los dos hermanos, pero Pashenka no es tonto y ve como los ojos de su sobrino van hacia las manos de sus amigos siempre que pueden. Él es el único que no entiende nada, y el motivo principal por el que hayan decidido hablar así.

—¿Qué quieres que haga yo con ellos? —inquiere Bisturí.—Justo lo que estás haciendo con ese hombre.Vadim chasquea la lengua, para nada contento con el nuevo trabajo que le espera.—Por si no te has dado cuenta, estoy en caridad de profesor y paciente observador, no como

trabajador. —Se señala el traje con gesto elocuente.—Pues lo que estás haciendo ahora mismo dice lo contrario.—Eso se debe a la ineptitud de mi estudiante.Todos los ojos se fijan en Pashenka y puede escuchar cómo le juzgan con saña. Casi puede

leer sus pensamientos: << tan mayor y ni tan siquiera puede hacer un trabajo tan sencillo como este >>. Es otro insulto más de los muchos que tiene que escuchar a lo largo del día. El poco orgullo que todavía le queda intacto, se revela y busca el respeto que considera que merece.

—Todavía no estoy acostumbrado a trocear un cadáver, como a vosotros tanto os gusta decir. Pero eso no quiere decir que, con tiempo, no seré capaz de hacerlo igual de bien que vosotros.

Sergey se cruza de brazos y hace una mueca desdeñosa con la boca que crea una decena de arrugas nuevas por su rostro.

—Yo sólo creo en lo que veo, y de lo que ahora están siendo testigo mis ojos es de como Vadim se ocupa de partir el material.

—¡Tan solo necesito un poco de práctica! ¿O es que acaso vosotros nacisteis sabiendo?Los tres se detienen y por un momento el desprecio se convierte en un puñal con el que

intentan acabar con él.—No, Pashenka, no nacimos sabiendo. A nosotros nos enseñaron como a las bestias: con

salvajismo.El hombre no responde, se queda callado y baja la cabeza avergonzado. Puede que sólo

estén hablando y que no exista ningún peligro real de que vayan a hacerle nada, pero eso no quiere decir que no se sienta intimidado por su presencia. Porque no es así. Siente unos terribles deseos de correr hacia la puerta y alejarse de allí lo antes posible. Está rodeado de dementes que no dudarían ni dos segundos en quebrarlo.

De repente la risa de Sergey se eleva en el aire y Pashenka espera a que llegue el comentario hiriente que supone que está a punto de lanzar.

—Eres demasiado débil como para poder llevar a cabo este trabajo.Sus palabras son una afirmación tajante que le azota con la fuerza de una tormenta. No deja

lugar a suposiciones o a discusiones; no hay espacio para un quizás entre ninguna de sus comas. Y eso es lo que más enerva a Pashenka: que sepan ya a ciencia cierta que nunca llegará a nada dentro de la familia.

El orgullo es un sentimiento extraño, uno que hace estragos en el ser humano y que le obliga a hacer locuras. La voz de la razón le pide a Pashenka que deje pasar el comentario —<< ¿qué daño te puede hacer lo que piense Sergey? ¿Acaso crees que cambiará de opinión si intentas demostrar tu valía? >>—; no, lo más seguro es que no le serviría de nada. Pero ahí es donde entra el orgullo. Se asoma por una ventana, avisándole de su existencia; de que, aunque nunca antes lo haya experimentado, vive dentro de él como un diminuto parásito que busca alimentarse de su portador.

Ese pequeño ser, le susurra al oído y le exige que se haga valorar. Tiene decenas de argumentos — <<Eres mayor que todos ellos, déjales claro que deben respetarte >> o << ¿vas a

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quedarte ahí como un pasmarote mientras dudan de tu fortaleza? >>— y a cada cual más convincente. Y ya da igual lo que la voz de la razón le diga, o lo mucho que le suplique para que no se adentre en el camino que empieza a abrirse frente a él, porque Pashenka no hará caso a nada.

—Puedo hacerlo y os lo demostraré.Se siente orgulloso de la firmeza de su voz y de la seguridad que demuestra —una que tal

vez sus manos no sean capaces de emular—, y espera a que le den una segunda oportunidad. —¿Por qué no lo dejas y te marchas? Ya es muy tarde y ya has llegado a tu límite —le dice

Vadim, dejando las herramientas que ha utilizado sobre la mesa.—Lo que ha pasado no ha sido más que una bajada de tensión. Llevo todo el día sin salir de

esta torre y mi cuerpo se ha resentido, pero ya estoy bien.—Tal vez deberíamos llamar a alguien para que venga a buscarte...—No necesito que nadie venga a por mí, no soy ningún crío —responde, ofendido por la

sugerencia de su sobrino.—Podríamos avisar a ese primo suyo... —Sergey chasquea los dedos un par de veces, en

busca de un nombre que parece no acudir a su mente —. Sé que su nombre terminaba en “-lav”.—Cheslav Vorobiov —apunta Pashenka a pesar de la forma tan descarada en la que le están

ignorando—. Pero repito que estoy bien y nadie tiene por qué venir a buscarme.Sergey vuelve a centrar su atención en él, con una sonrisa de oreja a oreja, y le señala con

fervor.—¡Ése es! —Hace una breve pausa con la que parece disfrutar prolongando esa ofensiva

conversación—. Pues bien, ¿nos das su número o tenemos que ir a buscarlo en otra parte?Pashenka se pasa las manos por la cara, desesperado. Su vida no ha sido un campo de flores,

pero en pocas ocasiones se ha sentido tan impotente como en esta. Ya no sólo le están ofendiendo sino que, además, le están ridiculizando sin ningún miramiento. Con el orgullo clamando por respeto, golpea la camilla con los puños. El metal sobre el que descansan los pedazos del cadáver se queja y un par de bisturíes saltan emitiendo un tintineo al volver a chocar contra el metal.

—¡Se acabó ya la broma! — grita—. He dicho que puedo seguir trabajando, y puedo hacerlo. Así que trae esos cuerpos de los que quieres que nos ocupemos y dejémonos de tonterías.

Espera haber sido lo bastante convincente como para erradicar cualquier duda que tuvieran sobre él. Sergey y Vadim se miran durante unos segundos, sopesando si deben dar el paso o no. Alik por su parte, vuelve a centrarse en su cuaderno y a escribir de forma errática. Al parecer le es indiferente todo lo que ellos tengan que decirse. Pashenka respira de forma más lenta hasta que ve como Sergey suspira y les da la espalda para acercarse hasta la puerta.

—Espero que no hagas que me arrepienta de esto —le dice con desgana.—¡Por supuesto que no!Pashenka no puede creer que, por fin, Sergey haya dado su brazo a torcer. Es algo que si

alguien le hubiera dicho que ocurriría, no se lo habría creído. << Por fin podré dejar claro que valgo para este trabajo >>.Momentos después Sergey vuelve a entrar seguido de dos hombres vestidos de paramédicos

que empujan una camilla. Los dos muertos están tapados con una bolsa negra, lo cual impide que Pashenka pueda verles. A parte de la sensación de victoria que experimenta en esos momentos, siente curiosidad por saber quiénes se esconden ahí dentro y también, por qué no admitirlo, miedo por repetir de nuevo el mismo error.

—Pasadlos a una de las camillas vacías —les ordena Sergey.Los hombres lo hacen sin preguntar, primero cogiendo uno entre los dos y después el otro.

Cuando terminan, Sergey les palmea los hombros y les dice un << buen trabajo >> que a Pashenka le suena a algo sucio. El Camaleón no es un hombre que despliegue la amabilidad con sus trabajadores, y quizás esa es una de las cosas que tendría que haberle avisado de que ahí pasa algo. Eso y el que les hubiera hecho esperar en el pasillo.

<< ¿Por qué? >>.

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Tendría que haberle dado forma a esa pregunta; haberle obligado a crear otros afluentes hasta que, alguno de ellos, llegaran al mar y allí a la comprensión absoluta de qué ocurría. Pero no lo hace porque tiene otras cosas más importantes de las que preocuparse como evitar que su estomago le juegue una mala pasada.

—Quiero que saques todo el material que puedas de ambos cadáveres y que los clasifiques, ¿podrás hacerlo?

—Ya te he dicho que sí, ¿no? —responde con toda la seguridad que es capaz de reunir.—Pues adelante, empieza. —Se gira hacia Vadim y le urge con la mano—. Y tú date prisa,

que quiero hablar contigo y con mi hermano.—¿Y esas prisas? —inquiere Bisturí, comenzando a bajarse las mangas de la camisa.—¿Acaso quieres pasar el resto de la noche aquí?—No, lo cierto es que no —. Suspira con cansancio, como si la sola idea de permanecer un

sólo minuto más en compañía de su tío le resultara un calvario—. ¿Cuándo piensas empezar?Pashenka da un brinco ante el nuevo ataque. Se siente como un cervatillo al que no hacen

otra cosa más que perseguir, rodeándolo hasta llevarle a un lugar donde esté desprotegido y puedan atacarle.

—Estaba esperando a que te aparatas un poco de la mercancía.Vadim enarca una de sus finas cejas rubias —tan rubias que parecen blancas— y Pashenka

casi puede paladear su disconformidad. Aprieta los puños y traga saliva, ya que a pesar de que el cuerpo de Bisturí no sea el de un hombre musculoso, las atrocidades que pueden realizar sus largos dedos son motivos suficientes para que su cercanía produzca pavor.

—Empieza por los nuevos. Así podré ver si has aprendido algo o no. Y date prisa, tienes mucho que hacer.

Si Pashenka pudiera les mostraría quién manda; les haría morder el polvo hasta que reconocieran su poder, pero no puede. Por ello, en silencio y con la cabeza gacha, se acerca hasta la primera de las bolsas. Según va hacia ella siente una opresión en el pecho. Una extraña certeza se cierne sobre él: está a punto de someterse a una prueba. Espera tener la fuerza suficiente como para pasarla.

Extiende las manos para coger la cremallera y tira de ella con seguridad. No aparta la mirada de sus tres espectadores, diciéndoles: << no dejaré que me amedrentéis. No me asustáis >>. Por unos segundos la valentía toma las riendas de su cuerpo y se ve capaz de golpear las puertas del mismo infierno.

Toda esa seguridad se viene abajo justo cuando baja la vista y se encuentra con el rostro del primer muerto.

Una arcada se forma al final de su garganta. ¡Oh, Dios, Pavlik! El estúpido de Pavlik le saluda con la cara desencajada y Pashenka sabe que no podrá pasar esta noche entero. Se quebrará y, de nuevo, demostrará que este no es su mundo.

—¿Ocurre algo?El cinismo con el que Sergey pronuncia esa pregunta despierta la rabia y el miedo en

Pashenka. Se están riendo de él, lo están ridiculizando y martirizándolo, poniéndolo en el lugar que ellos creen que le corresponde. Justo bajo sus pies. Y a pesar de que le encantaría arrancarle a puñetazos la sonrisa al Camaleón, se contiene.

—Nada.Y sin más que decir se dirige hacia la otra bolsa. Porque sabe que eso es lo que quieren de él.

Están dejando el plato fuerte para el final, como colofón a su espectáculo macabro. Con pasos lentos, se acerca a la bolsa y reza en silencio para que su estomago no le juegue una mala pasada; para que al abrir la cremallera no se derrumbe. Las manos le tiemblan según se acercan al cierre y ese movimiento se va haciendo mayor según desliza la cremallera hacia abajo. La mueve con tanta lentitud que se convierte en un martirio. Aguanta la respiración y abre la bolsa por completo. Las tripas se le revuelven en cuanto ve el rostro de su primo Cheslav.

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Y por un momento no sabe qué es lo que le da más asco, si la idea de que tiene ante él al asesino de su primo —pero no puede tocarle—, o que él tendrá que ser quien destroce el cuerpo de Cheslav —miembro a miembro; hueso a hueso, tendrá que desmenuzarlo hasta que ya no quede nada de lo que una vez fue—. La impotencia se vuelve corrosiva en su interior; quiere gritar por la injusticia que tiene frente a sí, pero sabe que eso sólo servirá de divertimento para esos jóvenes Vólkov.

<< ¿Has visto cómo lloraba? >> diría uno de ellos con la risa colgando de la comisura de sus labios. Y el otro emitiría una carcajada, encantado por el dolor provocado y las secuelas que ya se habían grabado en la mente de Pashenka.

No les daría ese gusto. No les permitiría ver lo afectado que está o el terror que siente hacia ellos.

<< ¿Qué tipo de monstruos son? >> se pregunta con pánico. << ¿Qué clase de personas son capaces de jugar con la vida de los demás de esta forma? >>.

Trata de parecer tranquilo, como si el trabajo que le han encomendado no representara ningún problema para él, pero no consigue engañar a nadie. Los Vólkov se alimentan del terror; lo huelen de la misma forma que lo haría un depredaron experimentado. Saben cuándo una presa ha sido acorralada y tiene una herida de muerte; conocen qué teclas tocar para que alguien inspire por última vez. Por lo que da igual la entereza de la que Pashenka hace gala, ni lo mucho que aprieta los puños en un intento por infligirse dolor físico y así palear las nauseas. Todo no son más que intentos fallidos para ocultar una victoria que ellos ya están celebrando.

Sergey es el primero en despedirse de él con un << adiós >> que desprende demasiada felicidad para el gusto de Pashenka. Después se va Alik quien no ha apartado la vista de su cuaderno, como si esa horrible escena no tuviera nada que ver con él. Y, por último, quien le da la espalda es Vadim. Su sobrino es el más frío de todos; es el que esgrime no sólo la indiferencia, sino también un desprecio con el que parece decirle: esto es justo lo que te mereces.

Pashenka aguanta estoico hasta que escucha como se cierra la puerta. Cuando el sonido reverbera por las cuatro paredes, se deja llevar por la repugnancia y corre hasta la papelera más cercana. Se tira de rodillas al suelo y acerca la boca a la basura todo lo que puede. Llega justo a tiempo.

Encorvado y convulsionando según el vomito se va prolongando, Pashenka se pregunta cómo sobrevivirá a esta noche.

—Tienes una mente depravada, Sergey. El aludido se ríe, tomándose el comentario como un halago.—¿Acaso me lo estás recriminando, Vadim? —inquiere mientras que recorren uno de los

largos pasillos de la Torre, de camino a la salida.—Jamás. Solamente me ha sorprendido tu “jugada maestra”.—Bueno, necesitaba crear un poco de impacto. Puede que Pashenka no tuviera nada que ver

con el plan rocambolesco de su primo, pero él será el mejor comunicador que podamos tener. —Gira un segundo la cabeza hacia la izquierda para echar un vistazo al cuaderno de su hermano. La intrincada maraña de letras parece más un patrón de dibujo que algo con cierto sentido—. En cuanto la noticia de lo sucedido llegue a oídos de nuestros trabajadores, ninguno volverá a tratar de robarnos.

Vadim asiente. Le gusta la forma de pensar de Sergey, tan retorcida como las ramas de un árbol viejo; le gusta ver como sus ideas se bifurcan y crean otras, armando una telaraña de pensamientos que pueden llevarles a cualquier lugar.

De repente, Alik se detiene en seco, cierra el cuaderno y comienza a mover las manos con brusquedad.

—¿Y dónde está la mercancía que nos robaron? —inquieren sus manos.

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—No la tengo —admite Sergey de mala gana—. Se la llevó Lorak. El muy imbécil de Cheslav creía que podría hacer negocios con ellos.

Alik niega con la cabeza y vuelve a mover las manos, esta vez de una forma más lenta como si estuviera más calmado.

—Esto no le gustará al Patriarca.A su abuelo, Markov Vólkov, y jefe de los negocios, la idea de perder mercancía y que esta

esté en manos de la familia Záitsev es algo que no le hará ninguna gracia, pero a Sergey no le importa demasiado. No cuando las perdidas han sido reemplazadas con creces.

—Haremos que le guste, después de todo, con esos dos que le hemos traído podrá hacer amuletos de sobra. —Su hermano y su primo le observan con fijeza, expresándole con la mirada que, por mucho que quieran creer en él, la realidad no tiene más que un camino—. Y, sino, le convenceré. Ya sabéis que eso se me da muy bien...

En eso Alik y Vadim no pueden hacer otra cosa que darle la razón, después de todo ellos son pruebas vivientes del poder de convicción que tiene el Camaleón. De cómo es capaz de hacer que una persona deje todas sus creencias atrás y haga lo que él quiere. Ya lo ha hecho con ellos en dos ocasiones, ¿por qué no podría hacer lo mismo con su abuelo?

—Dejemos de preocuparnos por trivialidades, y volvamos a nuestras casas. Hoy ha sido un día muy largo.

Y sin más, los tres continúan su camino hacia la salida y el merecido descanso.

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Nota de la autora

Puede que esto sólo sea un pequeño pedazo de inmenso mundo que en algún momento formará esta novela; o que todavía necesite muchos horas y días de trabajo, pero espero que hayáis disfrutado la semilla de este mundo grotesco. Y, ante todo, que haya despertado vuestra curiosidad.

Gracias por leer.

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