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VI PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. Juan Carlos González Gago pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 26 de marzo de 1988 Sábado de Pasión

VI PREGÓN DEL CARGADOR

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 26 de marzo de 1988 Sábado de Pasión D. Juan Carlos González Gago a cargo de

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VI PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. Juan Carlos González Gago

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

26 de marzo de 1988 Sábado de Pasión

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A la Semana Santa de San Fernando Juan Carlos González Gago

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PRESENTACIÓN DEL PREGONERO a cargo de

D. Rafael Marín Gálvez

Buenas tardes. Presentar a un gran amigo ante un público que se distingue por compartir

mayoritariamente dicha amistad es una labor, si no innecesaria y estéril, que resulta cuando menos ociosa y protocolaria. En consecuencia, trataré de no prolongar en exceso vuestra expectación siendo breve y centrando mi intervención en rasgos de nuestro personaje protagonista, que ofrezcan perfiles relacionados directamente con su condición de Joven Cargador Cofrade.

En cualquier caso, como deferencia hacia aquellos que aún no tengan el placer de conocerle, es obligado decir que el cargador que este año se ha hecho pregonero para mayor gloria de nuestra Semana Santa, es D. Juan Carlos González Gago, de profesión marino, como corresponde a un isleño arraigado, orgulloso de su tierra, y abanderado de la misma por los confines oceánicos, y al que en adelante denominaremos “el Carlos”.

Cuando yo tenía seis años, y abandonando las maternales faldas, empecé a ir al

colegio, comencé también a admirar (a envidiar, tal vez) a aquellos niños de la clase que, como un extraño privilegio, eran llamados por su nombre por los demás alumnos y profesores, mientras los demás (la mayoría) quedábamos confinados a nuestros apellidos, despojados de nuestra personal propiedad apelativa. Siempre he pensado que este detalle era reflejo de la gestación de una fuerte personalidad.

El caso de “el Carlos” desborda los límites temporales de la infancia y el ámbito

escolar, alcanzando la calle, los amigos, las cuadrillas de cargadores, el mundo cofrade, la prensa y, a veces, incluso superando las encorsetadas normas de tratamiento de la Armada Española.

El Carlos ha rebautizado, bajo los Pasos y fuera de ellos, a mucha gente, haciéndolo siempre sin ofender, con la gracia de laque está dotado, y con la fuerza que, emanando de su persona, hace que perdure cuanto él crea. Quien recibe un apodo del Carlos, puede dar por hecho que tiene mote para largo. En alguna ocasión se ha intentado cazar al cazador, e imponerle al Carlos un nombre de guerra. Todos los esfuerzos han devenido infructíferos, y ningún intento ha arrojado resultado positivo alguno.

EL CARLOS ES EL CARLOS. En su nombre propio queda definido y ello demuestra su gran personalidad. Abundar desde aquí, ahora, en las virtudes que le adornan, solapando los defectos que ha base de buscar podrían encontrársele, no creo que sea la misión que se me ha encomendado. Dejemos, pues, las adulaciones personales para los velatorios, las instancias, y otros foros en los que parece que son tradicionales, y pasemos como se ha prometido, a perfilar al Cargador Cofrade.

Cuando el Carlos me pidió que me dirigiese hoy a ustedes para presentarle, me

hizo una única observación: “Di de mí lo que quieras, pero que quede muy claro que soy

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Hermano del Huerto”. No podía ser de otra manera. Quien se ha criado en le barrio de La Pastora, factoría cofradiera de La Isla, quiere que, ante todo, quede clara su condición de Hermano del Huerto.

En el almacén de la calle Carraca puso sus cimientos cofrades, y bajo el manto

de María Santísima de Gracia y Esperanza abonó su formación cristiana; con su trabajo dentro y fuera de la Junta de Gobierno engrandeció su Hermandad, y en todas las posiciones imaginables en un cortejo procesional ha dado culto externo a sus Titulares. El Carlos es un hombre sensible y vitalista, por lo que no pudo menos que sentirse atraído por la más vital de las artes que se dan cita en la Semana Santa: el arte de la carga. Si a ello le sumamos la inquietud que en su espíritu se producía por el estado en que se hallaba el mundo de los cargadores hace diez años, nos lo encontraremos en 1.978 poniendo la semilla de la J.C.C. bajo el Cristo del Silencio, gestando la creación de la misma bajo un árbol (como su Cristo del Huerto) frente al almacén de Afligidos, y formando parte como vicepresidente de la primera Junta Rectora de los Jóvenes Cargadores Cofrades, tras la Asamblea Constituyente de diciembre de aquel año. Por todo ello, cuando el Carlos habla, los demás cargadores nos callamos, y lo escuchamos con respeto y admiración.

El Carlos habla. Acabamos de tocar el punto en el que su actuación como cargador se sublima: la voz.

Señoras y señores, pueden ustedes sentirse dichosos. En esta metafórica trepá, primera de nuestra Semana Mayor, ustedes están presentes como testigos de excepción, y el Carlos va a llevar la voz. Podrán contárselo a sus nietos; podrán decir: yo estaba allí.

Cualquiera que se haya encontrado con el Carlos tras las caídas de un Paso, no puede tener más dudas: EL CARLOS ES LA VOZ DE LA ISLA. Está claro: es el mejor. No hay más.

Fue él quien asumió la responsabilidad de llevar la voz en la primera salida

procesional de la J.C.C. el Domingo de Ramos de 1.979, con el Cristo de Medinaceli. Quienes allí estuvimos no podremos olvidarlo nunca.

Cuando el Carlos entra en le Paso, saluda, pregunta como van los palos, da la

bienvenida a los cargadores nuevos, dirige una oración, cuento los toques del llamador, pregunta a la cola, ordena la levantá, lanza un ¡ole! Al recibir el Paso, y manda con temple: ¡vámonos!, ya se ha metido la cuadrilla en el bolsillo. Cuando suene la música será el delirio. Cuando ordene: ¡quieto el Paso ahí!, y en la cola lo vean aparecer gateando entre las piernas de los cargadores, en busca del reloj que se le ha caído, habrá provocado la anécdota. Siempre, desde el ensayo hasta el traslado de vuelta, habrá ido haciendo cuadrilla. Nadie quiere que le cambien un Paso en el que el Carlos lleve la voz.

El Carlos, generosamente, me ha cedido la voz hoy para que le ponga este “Paso” en carrera. Ahora, ya en el umbral de salida, cuando la banda (¡Oído, señores!) anuncia el Himno, agradecido y emocionado, le convoco:

“¡CARLOS, VAMOS A ESCUCHARLA ENTERA. ES TUYA!”

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VI PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

D. Juan Carlos González Gago

Hay veces que uno se siente plenamente satisfecho y parece que todo lo que le

rodea estuviera de más; mas aún, parece que las personas también estuvieran de más. Pero hay otras veces en las que las personas no solo no están de mas, sino se les echan en falta.

No hace mucho tiempo, me encontraba en casa observando la caída del Sol

sobre el pueblo de al lado, y empecé a recordar a todos aquellos que a lo largo de nuestra existencia como J.C.C. habíamos tenido a nuestro lado. De entre todos voy a destacar a uno al que ya me unía una gran amistad. es a él, a Manolo, al que quiero recordar en esta día y me gustaría que desde donde esté, allá en lo alto, en algún momento de esta “trepá” le saliese del corazón: ¡QUE BONITA VA!

QUERIDOS AMIGOS: Es para mi un honor estar hoy aquí y ser por este año el que se ha dado en

llamar Cargador-Pregonero de esta nuestra Semana Santa.

Ante todo quiero hacer un agradecimiento; bueno, mas bien dos: El primero a la Junta Rectora de los Jóvenes Cargadores Cofrades por haber depositado en mi la confianza que supone el que sea yo quién os hable de la Semana Mayor. Y el segundo a todos vosotros, que a pesar de saber de antemano que era yo el que iba a estar aquí, habéis venido.

A todos: Muchas gracias. Quizá, hace mucho tiempo, hubo alguien que pensó que Jesús y María al ser

presentados al pueblo, debían tener vida propia, debía ser diferentes a como se les presentaba en los altares –lugares abiertos al público, aunque cerrados al exterior. Era necesario entremeter en la vida de cada Pueblo el culto a Cristo y a su Madre a través de las sensaciones, la sorpresa. De la admiración en definitiva.

Partiendo de esta premisa, cada ciudad, cada sitio, va representando la Pasión de Jesús en la misma forma y manera en que ellos viven día a día sus quehaceres. Así, a medida que vamos descendiendo hacia el sur geográfico, vamos pasando de la austeridad del silencio, roto únicamente por tambores de oscuro sonar y por el roce de unos pasos acompasados que van dejando atrás el cansancio que supone una Estación de Penitencia, a la espontaneidad, a ofrecer la Pasión como algo nuestro, de cosecha propia.

Por eso, los pasos se engalanan de flores, con palios bordados, con respiraderos

barrocos de mil y una filigranas, para que el Pueblo andaluz, que necesita mas que nadie que las cosas le entren por los ojos, sienta y comprenda que Cristo murió por nosotros.

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Por eso, a Jesús se le borda con hilo de oro su túnica sagrada y a veces hasta su corona de espinas se le transforma en otra dorada, en lo que pudiera ser un intento de que el dolor que le producía le disminuyera.

Pero aún hay más. Todo esto que hasta ahora son características estáticas de la Semana Santa andaluza, se aumenta con el arte de llevar un paso en la calle. Es aquí donde quizá, haya mas matices entre los distintos pueblos, pues cada uno tiene su forma particular de hacerlo.

Aquí, en La Isla, tenemos nuestra manera de cargar: Esa que tanto distinguió a nuestros queridos cargadores de antaño y que aún se conserva como piedra preciosa entre nosotros.

Pero además existe un lenguaje muy particular cuando se realiza el oficio de la carga. Son palabras concretas que se pronuncian en el momento justo, ni antes ni después, ya que de no hacerlo así, la armonía entre el paso y la música se pierde y el descontrol reina entre los cargadores.

En La Isla hay muy buena gente llevando la voz en un Paso. Son de todos

conocidos y no quiero nombrar a ninguno, porque el mero hecho de olvidarme de alguno de ellos, haría que esa mención fuese injusta. Pero de lo que si voy a hablar, es de eso que se llama: Llevar la voz.

¿Que es llevar la voz? Oficialmente, podríamos decir que llevar la voz es tener la responsabilidad de

hacer que se cumplan las órdenes del capataz, mantener las reglas establecidas dentro del paso y, además, darle movimiento al mismo una vez que los tres toques de martillo han sido dados.

Pero yo, que no en vano he llevado la voz en algún paso, os puedo decir que efectivamente, aparte de todo lo anteriormente dicho, llevar la voz es conocer a los cargadores de la cuadrilla, es echarles piropos, es mimarlos en las “trepás”, es ser capaz de transformar los sones de una marcha de Semana Santa, en algo tan bonito y a la vez tan personal, como es mecer un paso con sentimiento, llegando a los corazones, y hacer que no se regatee ningún esfuerzo por parte de los demás para conseguirlo. Es agradecerles continuamente su trabajo aunque sea a base de quebrarte la voz, porque de todo ocurre.

Pero os aseguro que después de escuchar una marcha y cuando las fuerzas parecen acabadas, no hay nada que se agradezca mas que, al oír el primer toque de llamador para hacer fondo, alguien de la cuadrilla, con no mas fuerza que tu, diga con voz cansada: NO VAN NINGUNA, CARLITOS, VAMOS A ESCUCHARLA OTRA VEZ.

Os aseguro que en ese momento, donde había cansancio surge una fuerza

extraordinaria que levanta el ánimo bajo los palos. Lo que parecía el final de una “trepá”, se convierte en el principio de otra, en la que después de un ¡QUIETO AHÍ! del que lleva la voz, volverán a escucharse piropos, el ambiente se tornará enfebrecido y a continuación, la Banda de Música que sabe y entiende cómo se llevan los pasos en La Isla, volverá a interpretar la Marcha de Procesión.

Todo esto amigos, que ocurre cada año en la Semana Santa, es de todos conocidos, aunque no por eso, no deba ser nombrado para que se escuche a los cuatro

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vientos. He aquí la importancia de llevar bien la voz. He aquí la importancia de ser el director de una orquesta en la que únicamente se utiliza un instrumento: la almohada para cargar. Y así, entre quietos y vámonos del que lleva la voz, se realiza el oficio de la carga. Ese oficio que se ejerce una vez al año y que consigue que un grupo de jóvenes que normalmente desarrollan sus vidas en planos diferentes, aúnen sus esfuerzos y ayuden a hacer realidad ese apostolado que llevan a cabo las Cofradías en la calle.

Esas calles cañaíllas que se convierten en templos de cal y sal, con almenas blancas que entre dejan ver un paisaje salinero de fresco aroma.

El cierro andaluz se hará altar improvisado cuando la imagen de Cristo o de su Madre se refleje en el; mientras en otro, quizá sin que la veamos siquiera, haya personas que recen en torno a un Crucifijo y se alegren al ver un año mas a sus imágenes por el barrio.

Esta es la Semana Santa de nuestra tierra. Estos son los detalles que la hacen diferente de las demás. Es así como queremos que se celebre la Pasión de Cristo. Porque en La Isla, los pasos salen cortitos y a las bandas, acunando a la Señora y entre saetas de oración que serán quejidos en la noche.

Lástima que no toda las Isla pueda ser Camino del Calvario. Solo algunas de sus calles son escogidas para ello: son las calles cofradieras. Las únicas que serán testigo de tanta hermosura.

Y si hablamos de calles cofradieras, no cabe duda que entre todas algunas sobresalen:

La calle Cervantes, la que nos obliga a recorrerla en dos “trepás”, es el lugar idóneo para embriagarse escuchando saetas que parece que se dibujan entre el incienso y el humo de las velas.

La gente, concentrada en gramo sumo, se aprieta mas y mas para ver ese

derroche de mecíos con los que se nos presenta al Cautivo y Recatado y a María Santísima de la Trinidad.

“Jesús de Medinaceli, vas cabizbajo y entregado ¿Que va a ser de Tí, ahora que te han atado? No sé que hacer, Señor Para poder estar a tu lado. Me voy a hacer cargador Y me meteré bajo los palos”

La calle Ancha, cofradiera por excelencia, se hace estrecha para arropar con sus

naranjos en flor y entre aromas de azahares a los santos Señores. ¿Quién no ha visto el paso del Huerto por la calle Ancha?, si hay alguno que no,

yo le invito a que se deleite con el buen hacer de unos cargadores, entre tanta hermosura de fachadas cañaíllas repletas de aroma salinero, que con el levante sube para mezclarse con la fragancia del azahar de unos naranjos generosos, que como si quisieran alargar por siempre la noche, van recortando el paso a la Virgen del Huerto, que no menos generosa, se nos antoja esa noche mas bonita que nunca. Deslumbrante

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cual lucero divino y por si todo fuera poco, al compás de la Isla, que le imponen los cargadores en esa noche clara y estrellada.

“Virgen del Huerto, Madre de la Gracia, Cuanto daría en este momento Por ser naranjo en la calle Ancha, Para custodiar todo el tiempo El camino hasta tu casa. Virgen del Huerto, Madre de la Esperanza, Quisiera ser azahar Cada año en la calle ancha, Y así poder perfumar Tu rostro de Virgen Santa.”

Y puestos a recordar lugares en donde la Semana Santa Isleña cobra su máximo

esplendor, no puedo olvidar a una plazuela: la del barrio de la Casería. Allí donde el viento huele a sapina, donde la mar de la bahía serena, está mostrando su pena por no llegar hasta arriba. Allí cada tarde del Jueves Santo se plasma de una forma perfecta la Crucifixión de Cristo. Es esta quizá la imagen mas singular de la Pasión en la Isla.

Está cayendo la tarde y por la pequeña puerta de la parroquia de la Inmaculada, es portado a hombros el Santísimo Cristo del Perdón. Con cuidado sale hacia la plaza, donde le espera un paso sobrio, apenas adornado. Ese Paso que se transforma en Monte Calvario para Jesús y en el que hará su Estación de Penitencia por las calles de San Fernando.

“El Sol cae por el horizonte, avergonzado por tanta crueldad. En su lugar surge la noche Y comienza tu caminar. Jesús que perdón derramas, Que triste y callado vas; Solo unas pocas palabras Las justas para perdonar.”

Y si la plaza de San Juan está orgullosa de poseer la mejor estampa de las que

se pueden observar durante la Semana Santa, la de la Pastora lo está por ser la mas cofradiera. La que mas gente cobija bajo su manto blanco de cal.

Allí donde unos jóvenes naranjos se esfuerzan cada primavera por superar con su perfume de azahar al olor a incienso concentrado durante toda la semana.

Allí se escucharán saetas desde las azoteas que estarán ocupadas al completo.

Allí la Banda de Música, mezclada con el Pueblo, elevará al cielo los sones de marchas procesionales para que los cargadores se esfuercen por hacer realidad ese encuentro de Cristo con su Madre.

Y así, a la voz de un solo capataz y al toque de un solo golpe de martillo, se mecerán los Pasos en la noche de la Pastora Isleña. Mientras desde otra azotea, desde otro balcón o desde la misma acera, otra persona con voz de oración volverá a cantar otra saeta.

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Noche cofradiera en la plaza de la Pastora, la de la Cruz que florece en el mes de mayo y la que huele de nuevo a incienso en agosto, cuando haga su salida procesional la Divina Pastora de la Isla.

Y de la Pastora, a la calle Comedias, donde entre el olor de los caños, la retama y los esteros, se hará realidad cada año, la majestuosa subida del Paso de Nuestra Señora de la Caridad.

Es ya madrugada del Miércoles Santo. La calle Comedias, esa calle empinada,

aguarda la llegada de la Reina, la Señora, de la que lleva a Cristo en su regazo, de la Virgen de la Caridad.

No cabe ni un alma; allí se encuentran todos, y entre todos, están unos señores

que parecen que entienden de la carga. Ellos jalean a los cargadores, y los piropean, y los miman; y hasta meterse dentro se meterían si pudiesen para echar una “trepá”.

Ellos también la cargaron, y pararon el paso, y le dieron “p’atrás” y se hartaron de

mecerlo. Y es que la calle Comedias es de la Caridad la noche del Martes Santo y el Miércoles de madrugá.

Poco a poco, entre, marchas, quietos, vámonos cortitos, y saetas, va llegando el

paso a la parte alta de la calle. Donde el olor a estero se transforma en aroma del freidor. Y así, va ganando terreno, así va llegando hasta la calle real, desde la cual, y una vez girado el paso, los cargadores, con una reverencia, mostrarán su agradecimiento a esa calle Comedias.

“Desde los esteros de plata de la calle San Marcos Hasta las almenas blancas de la calle Real, Vienes Tú, con Jesús en tus brazos, María Santísima de la Caridad. La llena tu cara ilumina Mientras en las esquinas, La gente te canta, Saetas en la noche santa.”

Y mientras todo esto ocurre alrededor del paso, un grupo de mujeres anda de acá

para allá. De calle en calle. Son las que un día llamé verónicas pero que la gente conoce como las novias de los cargadores. Cada año, elles, al igual que las cuadrillas, tienen su lugar de encuentro, desde el cual irán a uno u otro paso para darle el refrigerio a su novio que va cargando.

¡AHÍ ESTÁN LAS NOVIAS DE LOS CARGADORES! Se oye desde los palos cuando, alrededor del lugar designado para la “conviá”, se agolpan unas con otras y se desviven nerviosas para darles ese bocadillo, ese “puñao” de pasteles o ese taco de salchichón, pues sobre gustos no hay nada escrito. Allí como siempre están ellas y eso el cargador lo agradece. Pero no solo el que tiene novia, sino también el que no la tiene, puesto que no sería la primera vez que a alguno el refrigerio le llegase de manos de una verónica comprometida con otro. Y es que en Semana Santa todo es posible.

Cuando comentaba con alguno de vosotros sobre de que iba a hablaros desde aquí, antes de hacer el pregón, me animabais diciendo que con los diez años que llevo en la Asociación, seguro que solo contando anécdotas, ya me llegaría y me sobraría

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para quedar bien. Os tengo que confesar que no ha sido esa mi intención, puesto que no quería convertir un canto a la Semana Santa en algo parecido a mi biografía.

Pero a pesar de todo, creo que hay momentos que deben ser recordados en un

día tan sobresaliente como el de hoy.

Los más antiguos del lugar recordareis aquel primer día en que de una forma oficial ejercimos de cargadores. Fue aquel Jueves Santo de 1.978, cuando, con mas voluntad que acierto, nos dispusimos a demostrar que queríamos ser cargadores. Recuerdo que el camino desde nuestra casa hasta el almacén de la Hermandad de la Expiración, lo hicimos por aquel en que se nos viera menos, aunque fuese el mas largo. No podíamos presumir de pertenecer a ese grupo de personas que, cuando llega Semana Santa, amarra su almohada bajo los pasos. No se podía tener afán de protagonismo. Pero a pesar de cumplir con todos estos requisitos, lo que estaba claro era que nos sentíamos orgullosos de formar parte de aquella cuadrilla. No podíamos disimular la alegría que llevábamos dentro al saber que durante unas horas, y nada menos que debajo del Cristo del Silencio, íbamos a ser los titulares de una cuadrilla que se tenía que medir con lo que por entonces eran las otras cuadrillas, y además no defraudar a nadie.

Parece que fue ayer cuando, una vez puesto el Paso en carrera, se oyeron los toques de atención para que la gente se incorporara a su sitio. Allí estábamos todos, con nervios eso si, pero con muchas ganas de hacerlos bien. Ya se habían dado dos toques de martillo y el capataz, ese que llaman “el pelao”, se acercó al respiradero y con su típica voz crónicamente desgarrada nos dijo: OIDO QUE VAN DOS; en ese momento sabíamos que, cuando se volviera a hacer fondo, ya estaríamos en la cale. Era nuestra primera “levantá” en una salida procesional. Después de preguntarle a la cola, se le dió el consabido ¡TOCA! Al mayordomo y el Paso quedó sobre los hombros de 24 chavales, 24 pinos de Puerto Real, 24 corazones deseosos de llevar a Jesús por las calles de la Isla aquella noche de Jueves Santo.

Aquel, sin duda, fue el día que originó el nacimiento de los Jóvenes Cargadores

Cofrades.

Y si esto ocurría en los comienzos de la J.C.C., voy a intentar describiros ahora algo que sucedió en la pasada Semana Santa.

Era tarde de Lunes Santo y me encontraba bajo el paso de Medinaceli; puesto que al decidirme sobre en que cuadrilla seguir cuando esta Hermandad cambió su salida procesional, lo hice precisamente por ella; lo que suponía dejar de cargar en la que hasta entonces cargaba en ese día: la cuadrilla de Afligidos. Pero a pesar de no pertenecer a ella, no podía olvidarme de los buenos momentos pasados bajo los palos. Así que, cuando me llegó la hora de ceder mi sitio al refresco, aproveché la ocasión para acercarme hasta el barroco y dorado paso de Jesús de los Afligidos. Estaba la cofradía al final de la calle Ancha y se disponía a recorrer la de Manuel Roldán. Abriéndome camino entre la mucha gente que allí se encontraba, logré colocarme junto al paso. Un solo gesto bastó para que el capataz, el mejor capataz de la J.C.C., se diera cuenta de que mis intenciones eran “echar una trepá”. Apretado como estaba en su obligada indumentaria de traje chaqueta, se acercó al respiradero y preguntó si alguno me cedía su sitio para ocuparlo durante algunos momentos. Casi instantáneamente me miró y me dijo que entrara en el tercer palo. Al momento allí me encontraba, en el centro de ese

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palo que años antes había sido mi lugar designado apara ese día. Casi sin darme cuenta me vi envuelto en ese aire hermosamente enrarecido que allí se respiraba.

El recibimiento no pudo ser mejor. Todos me acogieron de buen agrado. Hasta

en la cola, con lo chicos que son, se dieron cuenta que yo estaba en el palo. Y cual no fue mi sorpresa cuando una vez levantado el paso, me dieron la voz. Nunca he tenido mejor regalo. No puedo describir con palabras la sensación que produce llevar la voz en el único paso que enseña a cargar a los cargadores. Poco a poco íbamos adentrándonos en la calle y, entre un vaivén de banditas, sonó la llamada de atención que anunciaba el comienzo de una marcha. Momento clave que me permitió la oportunidad de recrearme con la maestría de aquellos cargadores. Ellos eran capaces, no solo de mecer el paso, sino también de hacerlo acompañando el mecío al tono de la voz, dándole vida propia a cada momento de la “trepá”. Bastaba decir un quieto seco y acortado, para que el paso suavemente se quedara en el sitio; y después con un vámonos alargado voluntariamente, hicieran que surgiera con vida nacida de sus mismas vidas, el mecío a las bandas perfectamente armonizado con los sones de la música.

Allí se quebró mas mi quebrada voz, que lo único que hacía era nombrar con

palabras lo que los demás realizaban por el mero hecho de que la música sonaba. Finalizaba la marcha y sabía que mi estancia allí estaba a punto de acabar. Ese

era el trato: dar solo una “trepá”. El paso hizo fondo y agradecí a todos el detalle que habían tenido.

Nuca olvidaré aquella “trepá” de los Afligidos. Nunca olvidaré aquella lección del

oficio que gratuitamente me dieron los componentes de lo que yo llamo cuadrilla del arte.

Por eso, mientras me lo permita la ocasión, iré cada Lunes Santo a aprender

durante una “trepá” lo mucho que tiene que enseñar esa cuadrilla. Solo se me ocurren tres palabras para resumir lo que allí me se vivió. Cuadrilla

del arte: OLE MIS NIÑOS. No cabe duda de que cada uno de nosotros tendrá sus recuerdos personales de

todos y cada uno de los años en los que ha cargado. Por esa misma razón anécdotas como la que acabo habrán sucedido en multitud de ocasiones. Pero, sin embargo, hay otras que solo ocurren una vez y hay que estar en el sitio para vivirlas. Como la que ocurrió, también el año pasado, bajo el aso de Nuestra Señora de la Soledad.

Íbamos casi de recogida, por la calle San Servando, y los cuerpos empezaban a padecer el esfuerzo realizado. Ya era el momento de pedir “una de alivio” y , efectivamente, empezaron a entrar los refrescos.

El paso había hecho fondo y la Virgen, hermosamente engalanada con la maestría con que solo aquí se adornan los pasos, parecía aguardar pacientemente a que los cargadores realizaran esos cambios, necesarios para que la próxima “trepá” no se viera mermada debida al cansancio físico. Todo estaba dispuesto para levantar el paso, cuando de pronto surgió una anciana voz que, dulcemente desafinada, le cantaba a la Virgen. A un solo toque se levantó el paso y con la voz a media voz, se iba acompasando el mecío a aquella saeta desgastada por el tiempo, aunque no por eso

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menos deseada. Fueron momentos indescriptibles que crearon un ambiente de Semana Santa Isleña. Fueron, quizá los que propiciaron que a continuación, un cargador del segundo palo, sin olvidarse de ayudar con su esfuerzo físico, comenzara a rezar cantando. Fue de nuevo la saeta la que nos ayudó y nos sirvió de alivio. Fue, sin duda, el alivio mismo el que se hizo cargador.

Como veis son muchas las ocasiones que podríamos recordar en las que se recogen verdaderas razones para estar orgulloso de ser cargador. Lo que en nuestro caso significa estar orgulloso de pertenecer a una asociación que nació bajo la bandera de la humildad y el respeto entre las personas. Una asociación que ahora, cuando se cumplen diez años de su existencia sigue queriendo demostrar que las razones que la llevaron a crearse están presentes todavía.

Y como supongo que estaréis ansiosos por escuchar a nuestra querida banda de la Cruz Roja, quiero terminar. Pero no sin antes encomendarme de nuevo a ese Cristo que al principio nos acogió a todos bajo su paso. A ese en el que la expiración fue su último aliento. A ese que resucitó al tercer día según las escrituras:

“Quiero pedirte Señor, Que cada año en Semana Santa, Me permitas ser cargador Para llevarte sobre las andas. Quiero llevar tu luz En la noche más oscura; Y así, con tu cara reflejada en la Luna, Mostrarles a todos que Tu Eres la Verdad pura. De tí me despido padre Y se acaba este humilde pregón Que fue hecho con el corazón De un Joven Cargador Cofrade.”

Real Isla de León, 26 de marzo de 1.988, Sábado de Pasión

Juan Carlos González Gago (Joven Cargador Cofrade)