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Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10) Vida, solidaridad y esperanza. Carta Pastoral de los Obispos de Chile Fecha: Martes 23 de Octubre de 2001 Referencia: 451/2001 Pais: Chile Ciudad: Santiago Autor: Comité Permanente Santiago, 23 de octubre de 2001 En tiempos en que cunde entre nosotros el desaliento y se debilita la confianza, los Obispos hemos querido responder a esta actitud ofreciendo un documento de reflexión que ayude a acrecentar el aprecio al gran don de la vida, suscitar mayor solidaridad y dar las grandes razones para una firme esperanza. El gran impacto que ha producido en los ánimos de todos el cruel atentado cometido en los Estados Unidos, nos da nuevas razones para invitarles a escuchar la voz de Dios, que nos llama a reconocer a la vida su valor trascendente, y a vivirla en una comunión que transmita a las generaciones venideras un estilo fraterno y solidario, como garantía de futura prosperidad nacional y anuncio de vida eterna. I. El don de la vida 1. Tenemos la alegría de vivir en un país hermoso, y esa belleza, que es un reflejo de Dios, nos estimula a vivir en plenitud. Nuestro mar sobrecoge y extiende el horizonte. La cordillera nos eleva y dignifica. Los desiertos abren nuestra interioridad y nos invitan a la contemplación. Miles de ríos se llevan las sequedades y las penas. El campo chileno es acogedor y benigno. La nuestra es una tierra de viñedos y poesía, una tierra plena de vida. 2. Pero más que la variedad de los paisajes, lo que nos alegra y conmueve es la vida de nuestro pueblo, que día a día se renueva. Cada niño que nace, cualquiera sea su condición, es un pequeño milagro. Los padres y las madres transmiten una vida que supera sus mejores sueños; con cariño y abnegación le enseñan a andar y a encontrar caminos. Apropiándose de ella, probando y creando, los jóvenes heredan la cultura y la vuelven a recrear. Todo se parece, pero nada se repite. Trabajamos duro. Queremos ser mejores. Buscamos más bienestar para las generaciones jóvenes. De los pobres aprendemos a compartir, a confiar, a orar y a celebrar con poco. ¡Y tenemos tanto que celebrar 3. Más que nada celebramos la fe en Cristo, patrimonio de la mayoría de nuestro pueblo. Ella es la que, profesada y vivida por generaciones, le ha dado a nuestra patria su sello cultural. Con su confianza en la Providencia divina, su amor a la Virgen María, su inclinación a la generosidad, a la acogida, al perdón y a la misericordia. 4. Éstas y muchas otras razones de alegría nos revelan que la vida es un regalo del amor de Dios. Por provenir de sus manos, este regalo no se reclama, ni mucho menos se usa sólo como una herramienta, simplemente se recibe con gratitud y responsabilidad. Frente a un don semejante, no queda sino acogerlo, cuidarlo, ayudarlo a crecer, y luchar para que todos lo puedan alcanzar y disfrutar. 5. Sin embargo, la vida recibida se abre paso entre amenazas de muerte. En décadas recientes el país pasó por el escándalo de los atropellos a la integridad y dignidad de la persona humana. La muerte de miles de inocentes en Norteamérica el 11 de septiembre de este año 2001 nos estremece. Sentimos con fuerza el llamado de Dios para que demos a la vida humana su valor sagrado. Pero, no es tan evidente que el país entero reconozca este valor. Hubo

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Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10)

Vida, solidaridad y esperanza. Carta Pastoral de los Obispos de Chile

Fecha: Martes 23 de Octubre de 2001Referencia: 451/2001Pais: ChileCiudad: SantiagoAutor: Comité Permanente

Santiago, 23 de octubre de 2001

En tiempos en que cunde entre nosotros el desaliento y se debilita la confianza, los Obispos hemos querido responder a esta actitud ofreciendo un documento de reflexión que ayude a acrecentar el aprecio al gran don de la vida, suscitar mayor solidaridad y dar las grandes razones para una firme esperanza.

El gran impacto que ha producido en los ánimos de todos el cruel atentado cometido en los Estados Unidos, nos da nuevas razones para invitarles a escuchar la voz de Dios, que nos llama a reconocer a la vida su valor trascendente, y a vivirla en una comunión que transmita a las generaciones venideras un estilo fraterno y solidario, como garantía de futura prosperidad nacional y anuncio de vida eterna.

I. El don de la vida

1. Tenemos la alegría de vivir en un país hermoso, y esa belleza, que es un reflejo de Dios, nos estimula a vivir en plenitud. Nuestro mar sobrecoge y extiende el horizonte. La cordillera nos eleva y dignifica. Los desiertos abren nuestra interioridad y nos invitan a la contemplación. Miles de ríos se llevan las sequedades y las penas. El campo chileno es acogedor y benigno. La nuestra es una tierra de viñedos y poesía, una tierra plena de vida.

2. Pero más que la variedad de los paisajes, lo que nos alegra y conmueve es la vida de nuestro pueblo, que día a día se renueva. Cada niño que nace, cualquiera sea su condición, es un pequeño milagro. Los padres y las madres transmiten una vida que supera sus mejores sueños; con cariño y abnegación le enseñan a andar y a encontrar caminos. Apropiándose de ella, probando y creando, los jóvenes heredan la cultura y la vuelven a recrear. Todo se parece, pero nada se repite. Trabajamos duro. Queremos ser mejores. Buscamos más bienestar para las generaciones jóvenes. De los pobres aprendemos a compartir, a confiar, a orar y a celebrar con poco. ¡Y tenemos tanto que celebrar

3. Más que nada celebramos la fe en Cristo, patrimonio de la mayoría de nuestro pueblo. Ella es la que, profesada y vivida por generaciones, le ha dado a nuestra patria su sello cultural. Con su confianza en la Providencia divina, su amor a la Virgen María, su inclinación a la generosidad, a la acogida, al perdón y a la misericordia.

4. Éstas y muchas otras razones de alegría nos revelan que la vida es un regalo del amor de Dios. Por provenir de sus manos, este regalo no se reclama, ni mucho menos se usa sólo como una herramienta, simplemente se recibe con gratitud y responsabilidad. Frente a un don semejante, no queda sino acogerlo, cuidarlo, ayudarlo a crecer, y luchar para que todos lo puedan alcanzar y disfrutar.

5. Sin embargo, la vida recibida se abre paso entre amenazas de muerte. En décadas recientes el país pasó por el escándalo de los atropellos a la integridad y dignidad de la persona humana. La muerte de miles de inocentes en Norteamérica el 11 de septiembre de este año 2001 nos estremece. Sentimos con fuerza el llamado de Dios para que demos a la vida humana su valor sagrado. Pero, no es tan evidente que el país entero reconozca este valor. Hubo

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dificultades para abolir la pena de muerte. Siguen ocurriendo homicidios y suicidios. La delincuencia muestra un grado de violencia y desprecio de la vida ajena que creíamos extraño al carácter chileno. Son numerosos quienes, aceptando criterios que prevalecieron en otros países, no reconocen el valor de la vida humana desde la concepción y exigen el aborto disimulado o el aborto evidente, concuerdan con otras intervenciones lamentables contrarias a la vida y aún sostienen que existe el derecho a la eutanasia. El amor verdadero por toda vida humana no ha calado suficientemente hondo entre nosotros.

6. Quien recibe la existencia como un don de Dios, sabe que ella clama no sólo por respeto, sino también por un esfuerzo y unas condiciones favorables a su desarrollo, de modo que la calidad de vida corresponda a la nobleza del don recibido. Porque por un designio de su amor, hemos sido llamados a vivir como familiares de Dios: ya en esta tierra, y más tarde, con plenitud y para siempre, en la Casa del Padre, en el cielo.

6.1. Es cierto, celebramos la reducción de la pobreza. Cuántos países quisieran mostrar nuestras cifras. Sin embargo, la pobreza dura no cede. Y quienes se hallan más marginados reciben todavía un nivel de educación que no les permitirá salir de su indigencia. Demasiados entre nosotros, tanto padres como niños, sobreviven de cualquier manera y en medio de un gran desamparo, que favorece la violencia.

6.2. La deprimida vida laboral, con un sindicalismo que no se desarrolla con la fortaleza que se requiere para nuestro tiempo, con salarios muy desiguales, jornadas excesivas y sin respeto del descanso dominical, expresa algún alivio con las reformas legales recientemente aprobadas. Persiste el temor de perder el empleo, situación que impide a los trabajadores reclamar los legítimos derechos. La desocupación, aún elevada, arruina a personas y familias.

No desconocemos las dificultades y las angustias de pequeñas y medianas empresas por mejorar su productividad y por sobrevivir en un mercado sumamente competitivo y exigente. Esperamos que las reformas legales contribuyan a que la empresa sea un lugar de colaboración entre empresarios y trabajadores, donde resulten asociados en los beneficios, como lo están en los esfuerzos.

6.3. Los chilenos anhelan la vida de hogar. Pero la familia está amenazada por el desempleo, el exceso de trabajo, aún en domingos, especialmente por la ausencia de las madres, impidiendo así el encuentro de toda la familia. La carencia de vivienda digna conspira contra la unidad y la paz familiar, lo mismo que la mentalidad irresponsable que se expresa en la vida sexual desordenada, en el mal uso del dinero, los abandonos del hogar y la creciente mentalidad divorcista.

6. 4. El país recuperó la democracia. Pero ella no ha sido asumida en plenitud en la mentalidad de los chilenos. Falta participación de la sociedad civil y es muy impresionante la marginación de los jóvenes. Contribuyen a tal situación la falta de transparencia en los procedimientos políticos, la lenta tramitación legislativa, la dependencia no sólo de empresas transnacionales, sino de organismos internacionales que exigen decisiones en temas fundamentales, que a veces afectan el alma de la cultura chilena, y acerca de las cuales no se ha dado participación. El país y la Iglesia aprecian el trabajo de las políticas encaminadas al bien común. Pero espera que la vocación política sea dignificada por la autoridad moral y credibilidad de quienes la ejercen.

6.5. Las carencias y amenazas señaladas no deben abatirnos. Los cristianos sabemos que la muerte no es la última palabra de la historia humana. A la luz de la Encarnación, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, podemos hacer el camino de la vida con Él, siguiendo los criterios del Evangelio. Así se torna hermoso, aunque también exigente, porque es vivir el verdadero amor a Dios y a los hombres.

II. La vida solidariamente compartida.

1. Lo que sucede con nuestra vida en Chile no es ajeno a lo que acontece en el resto del mundo. Experimentamos enormes progresos, hallazgos, avances técnicos e informáticos, como asimismo modificaciones del modo de vivir, de pensar y de actuar, y brotes aterradores de odio y de violencia internacional. Aún no conocemos las características que tendrá la nueva era que comienza. "Estamos muy conscientes de que se trata de un cambio de época que todavía no termina y que probablemente nos introducirá en un tiempo de la historia en que lo normal será vivir en situaciones

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cambiantes" (Orientaciones Pastorales de la Conferencia Episcopal de Chile 2001 2005, Nº53).

2. Pero hay rasgos substanciales que sí conocemos. Sabemos que el hombre ha sido creado por amor y para amar, porque fue creado por Dios, que es Amor, a su imagen y semejanza. El resplandor del amor de Dios en el ser humano, es signo de paz y felicidad. Dijo Jesús: "Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos". (Jn. 15,13).

3. La enorme desigualdad en bienes y oportunidades que separan a los chilenos, tienen su origen en el pecado. Si Dios confió a todos este mundo, y sus bienes, su apropiación en pocas manos, ante la miseria de multitudes, atenta contra la voluntad amorosa de Dios. La codicia y la opulencia dañan, a veces mortalmente, al que acapara y consume, pero también, gravemente, a los pobres.

4. Compartir la vida hoy en Chile implica solidaridad, que es justicia social y bondad de corazón. Implica un intercambio interior. Solidaridad es dar, pero sobre todo darse. La Solidaridad cristiana se inspira en la generosidad de Jesús, su alma es la comunión. El Señor, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos. (Cf. 2 Cor. 8,9)

5. La solidaridad tuvo magníficas expresiones en el siglo XX. En las organizaciones obreras, más tarde en las organizaciones poblacionales. La realizada después por la Vicaría y los Comités de Solidaridad. Hoy se expresa, también, en múltiples actividades de "voluntariados" a favor de ancianos, niños, enfermos mentales, comunidades terapéuticas, con enfermos de Sida, etc.

6. Por lo tanto, la sociedad debiera solidarizar con los padres y las madres de familia en su tarea de engendrar, cuidar y educar nuevos niños, respaldándolos y sosteniéndolos con lo que sea necesario para ofrecer a sus niños un hogar cálido y acogedor, especialmente si éstos no gozarán de una familia constituida, tal como la inmensa mayoría de los chilenos ha soñado tener.

7. El acentuado individualismo actual, que exalta tan sólo los derechos, las aspiraciones y las exigencias particulares, sin importarle el bien del prójimo, socava en Chile la posibilidad de una sociedad fraterna y auténticamente democrática.

8. No hay mejor escuela de una sociedad solidaria que la familia. En ella, es posible conjugar libertad y fidelidad para siempre, igualdad en dignidad y complementariedad de funciones, justicia, equidad y generosidad en el trato, obediencia a la autoridad y apoyo a los menores, juego y trabajo, ternura y exigencia, sacrificio y compañía en el dolor. La familia es la cantera de donde un país extrae personas libres y fieles a la palabra empeñada, creativas y compasivas, honestas, justas y desprendidas, capaces de perdonar y pedir perdón, de alegrarse y de sufrir con los demás. La familia educa en la solidaridad, pues en ella se comparten prácticamente todas las circunstancias de la vida.

9. Es muy importante que la familia eduque en el sentido de la Justicia Social, para que las nuevas generaciones sean verdaderamente solidarias en el ámbito ciudadano, nacional e internacional. Y que la sociedad actual proteja y favorezca a la familia, escuela de solidaridad.

III. Una esperanza inquebrantable de vida

La esperanza que inspira nuestra solidaridad y nos anima a la acción, no se confunde con un entusiasmo pasajero. No proviene de logros del ingenio o del optimismo humano, sino de la fe en Dios, que en Cristo nos hace pasar de la muerte a la vida eterna. Por eso, no esperamos haber resuelto todos los problemas para comenzar a vivir felices; vivimos contentos, por la seguridad que nos da la esperanza de que no hay problema humano que no tenga solución.

La Iglesia mira esperanzada la historia humana, porque colabora con Cristo resucitado y descubre en los acontecimientos que su acción es un pasar de muerte a vida, realizando lo que Dios se ha propuesto en bien de la humanidad.

1. Es Cristo entonces quien nos sostiene con su Palabra: "Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás" (Jn 10, 28). Nuestra fe en Él despierta la confianza, y nuestra esperanza urge nuestro amor. Fija nuestra mirada en el rostro del Señor (NMI, 16). Como pastores de la Iglesia Católica en Chile, queremos expresar nuestra esperanza y señalar caminos

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que llevan a la vida.

2. Soñamos que Chile sea conocido por su respeto a la dignidad sagrada de cada persona humana desde su concepción; que en nuestra patria cualquiera pueda invocar el derecho a ser tratado con justicia, pueda ser educado con amor en la Verdad, vivir seguro en una sociedad respetuosa y solidaria.

3. Anhelamos que se comprenda la aspiración profunda de los chilenos a formar una familia, se respalden los sacrificios de padres y madres por educar a sus hijos y se fortalezca la unión de los esposos, respetando la indisolubilidad del matrimonio.

4. Animamos a los jóvenes a seguir aunando esfuerzos por los caminos de la solidaridad y del amor a la vida, a mirar hacia el mañana con mucha esperanza, soñando una patria nueva que han de construir sin discriminaciones.

Nos debemos esforzar para que a ningún joven le falte la posibilidad de desarrollar sus talentos, de modo que todos puedan triunfar conforme a sus anhelos, pero sobre todo, cumpliendo la misión que Jesús les propone de amar sirviendo al prójimo.

5. Queremos que se reconozca el papel y la contribución de la mujer, se la respete en su dignidad, se la iguale en las oportunidades de desarrollo, reconociéndole en toda su enorme dimensión la verdad y dignidad de su ser y se la alivie de las cargas excesivas que suele soportar, ayudándola a desempeñar su labor de madre, cualquiera haya sido la ocasión de su maternidad.

6. Quisiéramos que la sociedad sostenga el esfuerzo de los pobres por salir adelante con su propio empeño, y que ellos contagien al país con su solidaridad, alegría y confianza en Dios.

7. Deseamos que la Doctrina Social de la Iglesia oriente y regule las relaciones entre empleados y empleadores; de modo que, trabajadores y empresarios construyan una comunidad fraterna de trabajo y de producción eficiente y competitiva.

8. Esperamos que nos duela el alma antes de despedir a alguien de su empleo, y que la sociedad entera agote su imaginación por crear nuevos trabajos, como también las condiciones para que ello ocurra.

9. Hermoso sería que en Chile nadie se avergüence de llegar a viejo, que a los ancianos se les reconozcan los méritos de toda una vida y la sociedad cuente con el aporte de su sabiduría acumulada.

10. Deseamos que las agrupaciones étnicas y culturales puedan levantar libre e informadamente sus demandas, expresadas sin violencia. Y que la sociedad, mejor informada de la verdad histórica de estos pueblos, cambie el modo de tratar los nuevos caminos de su desarrollo.

11. Anhelamos que los políticos y las autoridades se dediquen por entero al bien común, que hagan todo lo posible por ser eficientes y por buscar el uso óptimo de los recursos de la patria sin permitir abusos ni dilapidaciones. Que sirvan al pueblo con sus actos, con su dedicación activa y útil en la representación de los más débiles y con conciencia de la nobleza e importancia de la misión política.

12. Deseamos que haya pluralidad de medios de comunicación honestos, que no hagan de¡ escándalo su medio de subsistencia, que nos cuenten con rigor sólo la verdad, transmitan cuanto contribuye a vivir con esperanza, y tengan un gran respeto por la fama e intimidad de las personas.

13. Ansiamos un país libre de contaminación: en las ciudades, en los campos, en el mar, pero también en las mentes y los corazones. Esperamos que no se introduzcan en nuestras costumbres, la corrupción pública o privada como estilo de vida.

14. Queremos que se estrechen los vínculos con nuestros vecinos y los demás países latinoamericanos, y que se acoja a

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los inmigrantes con la misma sonrisa con que se recibe a los diplomáticos.

15. Miramos el futuro con esperanza porque en nuestra historia encontramos innumerables manifestaciones del amor de Dios hacia nuestra patria. Recordemos a nuestros santos y beatos: Teresa de los Andes, Alberto Hurtado, Laurita Vicuña. Fue el Señor quien enriqueció nuestra cultura y nuestra convivencia con grandes valores y personas eminentes. Fue él quien nos acercó a la persona de su propio Hijo, y sembró nuestros corazones de esperanza, regalándonos una tierra en que da gusto vivir y en la que no sobra nadie.

16. Cuando los cielos se nublan y nos inquietan, María es para nosotros hoy maestra en el arte de recibir la vida, abrigarla, educarla y ponerla en las manos de Dios. Por medio suyo agradecemos a Dios por la patria y sus dones. A ella, nosotros los pastores de su Hijo y el pueblo de Chile que la reconoce como Madre y la ama, encomendamos una vez más la esperanza de una vida mejor compartida.

El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile por encargo de la Asamblea Plenaria de los Obispos