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Historia de los egritos en hvca

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Por: Félix V. Miranda Riveros

BREVE HISTORIA DEL NIÑO PERDIDO Y LOS NEGRITOS DE HUANCAVELICA

Cuenta la tradición que, las últimas décadas de los años mil ochocientos, llegaron al templo de Santo Domingo las imágenes de dos niños muy hermosos y semejantes entre sí que fueron

ubicados al extremo izquierdo de la nave central. Las denominaciones que el Párroco del templo recibió de los remitentes fueron: NIÑO DULCE NOMBRE DE JESÚS y el de la otra imagen el de: NIÑO FAJARDO. A pesar de que las devotas encargadas de mantener limpio y ordenado el templo los apreciaban con mucho fervor, entre los fieles que no visitaban el templo a diario sino solo cada fin de semana, pasaron casi desapercibidos durante varios meses, entre las tantas otras imágenes que el templo albergaba como los más venerados.

Un día de esos, y cuando las devotas hacían la limpieza de rutina del templo, al dirigir la mirada de costumbre a los Niños, se dieron con la sorpresa de que la imagen del niño denominado Dulce Nombre de Jesús no estaba en su lugar, se sorprendieron sobre manera y de inmediato fueron a la sacristía donde ya se encontraba el párroco, para informarle al respecto. El sacerdote fue con ellas de prisa al templo para verificar el hecho, solicitando a las devotas y al sacristán que había ingresado también, verificar en todas las urnas y más por si alguien lo hubiera movido el día anterior.

Luego de una búsqueda minuciosa sin ubicar al Niño en ningún lado, además de las explicaciones que el sacristán repetía reiteradas veces asegurando haber visto a los dos Niños la noche anterior antes de asegurar las puertas del templo, no cabía la menor duda de que la imagen había desaparecido misteriosamente. Al Párroco no le quedó más remedio que informar al Monseñor del hecho a fin de solicitar apoyo de la policía para investigar el caso, con la recomendación de no hacer mucho escándalo para no generar comentarios malintencionados en la feligresía.

Durante las investigaciones por varios días, no encontraron ningún vestigio de robo sacrílego ni mucho menos de una pista que diera con el paradero de la imagen. En la parroquia y también ya en la ciudad, se comentaba con insistencia la desaparición del Niño.

EL NIÑO PERDIDO

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–¡Quizá alguien que se encariñó con el Niño se lo llevó! –comentaban algunos.–¡Quizá se escapó porque no le prestaron ninguna atención! –decían los más creyentes.

Mientras esto sucedía en la Ciudad del Mercurio, por esos días, unos jornaleros negros de un viñedo de Chincha que apuraban la carga de los pesados canastos repletos de uvas, avistaron por los alrededores a un niño de apariencia extraña que ingresaba a la plantación y que luego salía corriendo rápidamente, para esconderse como jugueteando con ellos. Como quiera que este entrar y salir del pequeño al viñedo se repetía tantas veces, los morenos, cansados de la insistente rutina del pequeño forastero, optaron por informar el curioso hecho al caporal que inicialmente no les creyó hasta que luego de algunos minutos, una vez más el niño se apareció por otro lugar repitiendo la misma picardía ante la sorprendida mirada de todos.

El caporal, que no salía del asombro ante la insistente jugarreta del pequeño, que a esa hora de la jornada distraía de sobremanera a los trabajadores, ordenó a tres hombres para capturar al escurridizo niño y entregarlo a las autoridades, pues estaba claro que no era del lugar. Sin embargo, pese al esfuerzo de sus perseguidores, el pequeño se les escapaba reiteradas veces entre las plantaciones para luego desaparecer sin dejar huellas. Lo sucedido aquel día, fue motivo de diversos comentarios en la hacienda al extremo que el caporal insistió, con amenazas a los negros jornaleros, para capturar al escurridizo pequeño a como diera lugar.

El siguiente día, cuando todos esperaban la aparición del pequeño forastero entre las plantaciones para capturarlo de inmediato, él no se apareció para nada. Las labores en el viñedo continuaron sin las inusuales interrupciones, pero sí con la insistente curiosidad de todos por saber qué habría sucedido con el pequeño visitante.

El tercer día, cuando la jornada se hacía muy pesada para los trabajadores, el pequeño volvió a ingresar a los viñedos jugueteando y casi danzando. Como quiera que los hombres ya tenían orden de capturarlo, de inmediato optaron por perseguirlo obligando al niño esta vez a huir hacia la ladera de los montículos que dan a las partes altas; sin embargo una vez más el pequeño se les volvió a escapar alejándose cada vez más de las plantaciones. Hasta que, por orden del mismo hacendado, finalmente, el grupo con más hombres, encabezado por el mismo caporal, iniciaron la persecución hasta donde fuera posible. Fueron muchas las oportunidades para atraparlo, pero de manera por demás increíble, el pequeño se les escabullía de las manos en cuanto más se le acercaban, por lo que decidieron retornar a la hacienda para organizarse mejor con el fin de cumplir con más contundencia las órdenes del amo, que ya había ordenado dotar de caballos al grupo.

Para este última jornada, el caporal preparó al grupo adecuadamente, ordenando llevar consigo comida no perecible, agua y cachina en cantimploras y, frutas secas para continuar la búsqueda esta vez entre la serranía. Al instante de la aparición del pequeño a vista de todos, se inició la persecución al todo o nada y, con mucho cuidado para esta vez no perderle la vista. Como ya lo había hecho antes, el niño estaba siempre delante de ellos como induciéndolos a seguirle a pesar del cansancio de los caballos y el soroche que se incrementaba debido a la altura que todos tuvieron que soportar para conseguir su objetivo, bebiendo cachina de rato en rato para amainar estos efectos.

Luego de varios días de camino sin poder alcanzar al misterioso infante, y estando ya por Callqui, el niño se les perdió de vista al voltear una ladera del camino, por lo que el caporal obedeciendo su intuición ordenó continuar cabalgando hasta llegar a la ciudad de Huancavelica un día viernes por la tarde para descansar. Los pobladores que visitaban el cementerio a esas horas se sorprendieron de ver tantos negros y un caporal blanco arribando al parecer de la costa

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vistiendo monillos multicolores y, sin razón alguna. Las sorprendidas personas no sabían que los monillos les habían sido obsequiados leguas atrás por varias mujeres que se compadecieron de verlos tiritando de frío camino a la ciudad.

Antes que alguno de ellos preguntase respecto a la extraña presencia de aquel peculiar grupo, el caporal se les adelantó preguntando respecto a un pequeño a quien buscaban afanosamente desde hacía días y que les llevaba la delantera hasta la ladera anterior. Nadie supo responder al respecto y, por el contrario, todos quedaron sorprendidos por aquella cabalgata que ingresaba a la ciudad con tan curiosa noticia; pues tampoco sabían que ellos siempre estuvieron pidiendo información a toda cuanta gente se les cruzaba en el camino, acerca de un niño de rasgos bien definidos.

Al ingresar a la ciudad por la calle principal hasta la plazoleta de Yananaco, decidieron descansar y asentarse en este lugar para guarecerse de la llovizna que había empezado a caer nuevamente; con la consigna de continuar con su tarea a la mañana siguiente. Los habitantes del barrio que fueron acercándose discretamente a ellos, sobre todo las buenas vecinas, notando que las macoras que llevaban se habían mojado, decidieron donarles sus sombreros de paja, a excepción del caporal que decidió usar su propia macora de repuesto, todos los negros se los cambiaron entre risas y bromas. En tanto, otras personas que pasaban por la calle, observaban a los recién llegados sorprendidos de ver a los negros curiosamente vestidos con monillos multicolores y sombreros de paja típicos de la ciudad. En horas de la noche, los del barrio los apoyaron con pullos, ponchos y frazadas de lana para pasar la noche recibiendo de ellos , en gratitud, un pocillo de cachina a condición de beberlo de inmediato.

El día sábado, desde tempranas horas continuaron con su tarea de ir preguntando a cuanta persona encontraban camino al cercado; pero lastimosamente nadie les daba razón, retornando por lo mismo en horas de la tarde desanimados a su improvisado campamento de la plazoleta para reposar.

El domingo, desde muy temprano, en su avance casa por casa y de oeste a este, reiniciaron con sus indagaciones respecto al niño a toda persona que transitaba por Virrey Toledo; llegando así finalmente a la plazoleta de Santo Domingo cuyo templo abría sus puertas para la misa dominical. El caporal, ordenó al grupo ingresar al templo para participar del santo oficio y, como quiera que todavía no era la hora propicia para el inicio de la ceremonia y observando que también los fieles recién ingresaban pausadamente al segundo repique de campanas, decidieron observar el interior del templo calmadamente.

Mientras el grupo caminaba lentamente contemplando los recintos que cada imagen tenía asignado, escucharon que una feligresa decía en voz alta y muy emocionada: --¡El Niño ha vuelto! ¡Aquí está en su urna!Los presentes, alertados por lo dicho, se agolparon delante de la urna del Niño para verificar si era verdad lo que decía la señora. Todos constataron que efectivamente se trataba del Niño que estaba misteriosamente perdido hacía varios días.El grupo de negros y el caporal que estaban al frente de los extasiados fieles, optaron por acercarse lentamente para cerciorarse de lo que acontecía.El negro más maduro del grupo, que en la hacienda era el que siempre lo había observado de cerca, se sorprendió sobremanera al contemplar el rostro de la imagen y gritó emocionado diciendo:

¡Es él! ¡Es el niño que estuvo allá en el viñedo! ¡Es el mismo rostro que vi! –lo dijo con su

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acento muy peculiar–¡Finalmente lo encontramos! –dijo otro muy emocionado que también se había acercado un poco más para contemplarlo, con el mismo acento.

En tanto, el caporal que igualmente se había aproximado para verificar lo mencionado por sus trabajadores, comprobó que en efecto era el mismo rostro del pequeño que les había hecho perder tantas horas de jornada en el viñedo que finalmente estaba ahí sonriendo complacido. Los negros, el caporal y todos los fieles presentes, se arrodillaron ante la imagen para agradecer su retorno orando a una sola voz por aquel milagro.

Cuando el sacerdote ingresó para iniciar la misa, observando el barullo de los fieles, optó por acercarse al grupo para saber lo que ocurría y pudo comprobar que efectivamente la imagen que había desaparecido estaba en su lugar como si nada hubiera sucedido. Mas, para calmar a los presentes, les rogó tomar su ubicación para iniciar la misa a pesar de estar sorprendido por el acontecimiento. La misa se desarrolló en un ambiente muy especial colmado de emoción y satisfacción entre los presentes.Luego de finalizado el oficio, el sacerdote reunió nuevamente a los visitantes y demás fieles, para indagar exactamente lo sucedido, sin embargo, pese a las explicaciones que dieron los visitantes, el párroco, con cierto aire de incredulidad les dijo que seguramente aquel que se lo había llevado había optado por devolverlo para tranquilidad de todos.

Pese a lo dicho por el sacerdote, los visitantes y muchos files más, permanecieron en la plazoleta comentando consternados todavía por el suceso. Luego del medio día, a solicitud del caporal, el negro mayor inicialmente y luego el resto, iniciaron una ronda de danzas afro negroides como señal de alegría por haber encontrado felizmente al Niño Perdido alegrando a los presentes que los acompañaban con las palmas o algún objeto sonoro en tanto duraba el baile.

Al siguiente día, el peculiar grupo que durante los tres días había conmocionado la tranquilidad de la Villa de Oropesa, inició el retorno a Chincha por el mismo camino, rogando al Niño acompañarlos esta vez en espíritu. Los curiosos que estaban observándolos cada día desde que llegaron, los despidieron muy emocionados.

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DECADA 60´ DECADA 70´

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LA NEGRERÍA DE HUANCAVELICA

Al año siguiente, los fieles que nunca dejaron de comentar el hecho como milagroso y, teniendo en cuenta la historia contada por los visitantes, solicitaron al párroco recordar el

suceso con una misa muy especial para los Niños, en especial para el Niño Perdido, sin sospechar siquiera que el amo de los viñedos de Chincha había ordenado al caporal y los negros, retornar a la Villa de Oropesa en gratitud a la visita del Niño que había propiciado una inesperada producción de excelentes uvas, lo cual aceptaron jubilosos como muestra de fe para así conmemorar el primer año del acontecimiento que había sido permanentemente comentado en la hacienda.

La cabalgata arribó a la ciudad la tarde del día sábado encabezado por el mismo caporal del año anterior ante la sorpresa de la gente que salió de sus casas para felicitarlos, recibiendo en compensación abundante cachina y exquisitas uvas que los visitantes les ofrecían con mucha alegría a todo cuanto citadino se les acercaba hasta las cabalgaduras, mientras se desplazaban a paso pausado por las calles con destino al templo de Santo Domingo como su principal meta. A la hora que lograron llegar a la plazoleta, la gran puerta se encontraba a medio abrir, debido a las damas que se ocupaban en adornar las andas de cada uno de los Niños para la misa del día siguiente.Al ingresar, los visitantes acompañados por gran cantidad de curiosos, se dirigieron de inmediato

a la urna del Niño Dulce Nombre de Jesús, macoras en mano, para presentarle el saludo de cada uno de los negros y el caporal que se encargaba de guardar la compostura del grupo con improvisadas oraciones de halago y agradecimiento, siempre con aquel acento que iba quedando como un distintivo suyo.

Concluida la visita al templo, ya entrada la noche, se desplazaron al barrio de Yananaco, donde los vecinos habían optado por levantar una improvisada carpa, a iniciativa de los líderes del cercado de la plazoleta para descansar, luego de la agotadora jornada cabalgando.

Al día siguiente, luego de haber pactado el día anterior con los fieles que habían tomado la iniciativa de organizar la ceremonia exclusivamente para los Niños y, después de desayunar lo que los vecinos les convidaban de buena fe, se encaminaron vistiendo todos pantalones blancos y macoras de vuelo ancho en sus cabalgaduras con destino al templo, acompañados por algunas personas mayores y, sobre todo, adolescentes y jóvenes que no se cansaban de observarlos con curiosidad a los que iban sumándose otros más en todo el trayecto hasta llegar a la plazoleta del templo. Al ingresar al templo, fueron objeto de miradas felices de los files que colmaban ambos lados de la nave, desplazándose ellos por el centro guiados por el caporal que se detuvo a la altura de las primeras filas para participar plenamente del santo oficio.

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Al concluir la ceremonia, ellos salieron primero observando que los fieles les reservaban este acto de pie a los costados mientras los jovencitos salían apuradamente por los lados opuestos para esperarlos fuera del templo. Comprendiendo el caporal este sorpresivo gesto de los fieles, decidieron obsequiarles una ronda de baile Sandunguero en el atrio del templo solicitándoles respetuosamente hacer una ronda con el fin de dar espacio al grupo e iniciar el baile correspondiente.Jacarandosos por antonomasia, los negros sacaron de sus alforjas unas pequeñas campanillas mientras el más veterano alistaba su violín para animar la danza ante el asombro de los presentes que esperaban ansiosos el inicio de la ronda, el que se extendió por varias horas entre zapateos y desplazamientos rítmicos novedosos para todos, hasta que el caporal agradeció la presencia de los espectadores con el compromiso de retornar al siguiente año para continuar con la

veneración a los Niños, especialmente al Niño Perdido que el año anterior había sido protagonista de un hecho inexplicable llevando para la ciudad este peculiar grupo, que matizaba con sus danzas lo propio.

Por disposición del párroco del templo, todos pasaron a la sacristía del templo para tomar un almuerzo preparado por las devotas de los Niños que se habían incrementado notablemente. Luego de agradecer el ágape el caporal se comprometió con los anfitriones retornar al siguiente año para la misma fecha teniendo en cuenta la satisfacción del amo de los viñedos que había enviado una buena dotación de vino para el templo.

Mientras en el exterior, algunos curiosos que esperaban la salida de los negros, se sorprendieron de la inusual participación del sacerdote mostrando su regocijo por la fe de los presentes y, hasta haber ordenado aquel almuerzo. Recordaban igualmente la cantidad de gente agolpada en la plazoleta donde los negros habían danzado con mucho entusiasmo marcando variados ritmos hasta concluir con un zapateo al que llamaban zapatín, una especie de contrapunteo individual para que al final, el público eligiera al mejor con sus aplausos.

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El tercer año, la tan esperada visita tuvo una sorpresa muy comentada por todos. El caporal había llevado a su compañera, una negra a la que llamaba María Rosa que cabalgaba muy cerca de él, observando con la mirada a los curiosos que se habían agolpado para observarla de cerca, hasta que su consorte le dijo que obsequiara cachina y uvas como lo hacía el resto hasta llegar a la plazoleta del templo. Tal como el año anterior, ingresaron al templo para presentar su devoción al Niño Perdido hasta el último negro más joven. Esta vez, el párroco había dispuesto darles alojamiento en un ambiente previamente preparado a un costado del templo, donde descansaron hasta el día siguiente.A la salida de misa, el grupo bailó con mucha energía con el acompañamiento esta vez de tres violines y el sonoro tintineo de las campanillas, concluyendo siempre con el zapatín en contrapunto y de María Rosa que daba vueltas alrededor del ruedo graciosamente sonriendo. Al siguiente día retornaron a Chincha con la promesa de retornar; si los Niños así lo deseaban. La Villa de Oropesa se estaba acostumbrando a contar con la presencia de los negros, el caporal y esta vez de María Rosa que les gritaban: ¡Vuelvan siempre!, mientras ellos iniciaban la cabalgata de retorno por el mismo camino del cementerio.

El cuarto año, el grupo no llegó. Nadie supo de los acontecimientos generados en la hacienda debido a la presencia de plagas y problemas climáticos que habían ocasionado considerables pérdidas en la producción de los viñedos. El párroco, los fieles y la población en general extrañaron mucho a todos. La misa se ofició en medio de un entorno de cierta nostalgia y rezando por el retorno de los negros el siguiente año. Al salir del templo, muchos fieles se quedaron en el portal algunos momentos más recordando con nostalgia lo acontecido el año anterior, fue entonces que algunos jóvenes y adolescentes que habían tomado por costumbre estar muy cerca de ellos desde la llegada, para sorpresa de todos, optaron por pintarse el rostro con ceniza para emular a los visitantes y un caporal con una larga nariz improvisada con un cono de hilo conseguido no se sabe dónde y cómo tratando de imitarlo con algunas exageraciones que finalmente provocaban risas y comentarios de los asistentes a la plazoleta. En medio de la parodia, los muchachos hasta se pusieron a bailar con entusiasmo tratando siempre de imitar a los negritos lo cual fue muy celebrado por el nutrido público que se había incrementado por otros más y que permanecían inexplicablemente en la plazoleta como esperando algún evento que finalmente se daba de este modo.

Durante todo este inusual ajetreo, los actores fueron improvisando expresiones como: “son bailá” o “naramá” o también “ya trá” para comunicarse entre sí o con el público con el fin de emular a los negros cuyo acento tan peculiar había quedado en la memoria de los muchachos, aunque ellos exageraban los vocablos “son” que siempre lo anteponían a los verbos, así como decir “naramá” para expresar ´nada más’ y “ya trá” para ‘ya está’ entre otros más.

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Para los siguientes años, teniendo conocimiento de que los visitantes negros y su caporal no estarían más para recordar el aniversario del Niño; el párroco, por iniciativa propia, de los fieles y la población que deseaba recordar otro aniversario más del retorno del Niño Perdido al templo, decidieron organizar mejor al grupo de jóvenes del año anterior para representar el “Baile de los Negritos”, emulando una llegada por las calles de Yananaco la tarde del viernes. Para mejor proceder, convencieron también a los talabarteros de la ciudad, elaborar máscaras negras para representar con más realismo a los negros y la de María Rosa, además de otra de color claro con una nariz exageradamente alargada, para representar al caporal, adicionando también una vestimenta más estilizada a la usanza huancavelicana con algunos añadidos a lo de los negros de Chincha, especialmente en los pantalones blancos, los monillos multicolores y los sombreros huancavelicanos con los que llegaron puestos al templo, por gentileza de las mujeres, quedando de este modo como componente definitivo del disfraz.A partir de los siguientes años, el nuevo párroco de Santo Domingo, con el consentimiento de los fieles que deseaban fervientemente continuar con el festejo del Niño, deciden encargar la organización y conducción del grupo de bailantes al joven aún ISIDORO MIRANDA NEYRA, que había concluido sus estudios secundarios y se desempeñaba en la gendarmería luego de prestar el Servicio militar en la capital y que además, siempre había estado presente entre los jóvenes que bailaban sugiriendo mejoras en las coreografías que se ensayaban, así como en la musicalización de cada evento incorporando otros instrumentos de viento como el clarinete, la trompeta y un bombo para hacerlo más rítmico, situación que no había pasado desapercibido por el párroco ni los fieles más entusiastas para tomar esta histórica decisión, añadida la clásica chanza de relacionarlo con los negros visitantes por su piel morena.

Desde entonces don Isidoro, plenamente comprometido con llevar la ya denominada Negrería de Huancavelica, fue mejorando y añadiendo variantes más definidas para establecer coreografías específicas acompañados además de una musicalización también específica para cada caso, desde los ensayos, la llegada, la danza del día, la procesión de los Niños, el zapatín y el despacho. Del mismo modo resultó muy simpática la definitiva incorporación de un joven para personificar a María Rosa a la que luego la llamarían “Marica” para simplificar los dos nombres tratando en lo posible

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de confeccionar un traje a la usanza chinchana por entusiastas damas que habían tenido la natural curiosidad para observar la vestimenta de la verdadera María Rosa; pero con un sombrero y un monillo, eso sí, netamente huancavelicanos. A partir de entonces, cada año, fueron mejorándose los procedimientos para hacerla más perfecta, Don Isidoro, siempre en coordinación con el párroco y los fieles más comprometidos, establecieron definitivamente, encargar bajo compromiso de fe, la organización de la festividad con la debida anticipación a dos personas notables y muy responsables para llevarlo a efecto: Un Mayordomo para el Niño Dulce Nombre de jesús y un Autor para el Niño FAJARDO, el muy apreciado “Niño Perdido”. Ellos tuvieron que planificar sus actividades de acuerdo a las responsabilidades asignadas para cada caso. Inicialmente el acuerdo de todos los involucrados en esta labor fue la organización de una banda de músicos en la misma ciudad de Huancavelica para la ejecución de las coreografías de los negritos y luego en el acompañamiento de la procesión de los Niños, logrando reunir algo más de una docena de entusiastas músicos, a los que don Isidoro les fue enseñando cada tema entre silbidos y tarareos durante los largos ensayos. Esta tarea añadida a sus labores diarias le resultaba muy agotadora, pero su espíritu luchador y comprometido con El Niño, le exigía cumplir con su deber incondicionalmente. Con el correr de los años, la festividad de los Niños, en especial el de la Negrería de Huancavelica se hizo tradicional, con una coreografía siempre disciplinada e inimitable, impuesta por don Isidoro así como una musicalización muy bien definida y escrita años más tarde en coordinación con el profesor don Guillermo Cuba, quien se puso a disposición de las bandas de músicos, que cada vez eran más competentes de la ciudad de Huancayo o Jauja, para los ensayos correspondientes, así como el compromiso de los devotos de los Niños que asumían la responsabilidad por propia iniciativa tanto la Mayordomía como la Autoría respectivamente.

Resulta importante destacar que con el correr de los años también, algunos inescrupulosos se hayan erogado la autoría de los temas que fueron mejorándose decenios de años atrás por don Isidoro Miranda hasta quedar totalmente definidos. Si bien es cierto que, como él mismo decía siempre, aún en su lecho de dolor a su hijo Zacarías, que los temas fueron haciéndose con el tiempo, con colaboración de los sacerdotes y el profesor Cuba con las sugerencias y afinaciones que sí le correspondían, en razón del cual el año 1963 la banda de músicos “Los Revolucionarios del Valle del Mantaro” en su álbum “Manifestación Andina” bajo la Dirección del señor Raúl Flores Camarena grabaron los temas de cada una de las coreografías y, muy caballero él, le atribuyó la autoría de cada uno de los temas en referencia a don Isidoro Miranda.Cabe también anotar que para cada año, don Isidoro Miranda se encargó de escribir a mano las declamaciones que cada negrito recitaba al Niño en el atrio del templo y en cada parada durante la procesión. Lo hacía con plena satisfacción como una responsabilidad ineludible.Como nota saltante, es importante recordar que el año 1959, por decisión del nuevo párroco del Templo de Santo Domingo, de origen polaco y de nombre Sebastián Cabalotto, quiso “desaparecer” la estampa de los Negritos de Huancavelica por considerarlo un baile obsceno y pagano, más si lo hacían durante la procesión de los Niños, lo cual generó desconcierto y el natural rechazo de los fieles y más todavía de la cuadrilla de negritos que aprovechando de los bandos que el caporal leía en cada esquina, fue declamando uno escrito para el siguiente día, a manera de una rima, por su hijo don Amador Miranda Munarriz, que entre otras líneas decía:“… El Padre Cabalote, Quería quitarnote, Nuestra fiestote, Tan grandote …”

Finalmente, como homenaje póstumo a su memoria, cabe destacar que Don Isidoro Miranda Neyra asumió la responsabilidad de la organización y conducción de la Festividad de los Niños Perdido y Fajardo y la del baile de los negritos por más de sesenta años, hasta 1973. Quien a pesar de las dolencias que le aquejaban por la enfermedad que padecía, terminó su período con toda la humildad que le caracterizaba, dejando de existir el tres de octubre de ese mismo año.

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RECONOCIMIENTO A DON ISIDORO MIRANDA NEYRA

DON ISIDORO MIRANDA NEYRA, cultor del folklore huancavelicano, nació en la ciudad de Lircay el 02 de Enero de 1895, siendo sus padres don José Miranda y doña Fabiana Neyra. La familia

se trasladó a Huancavelica, allí vivió y creció desde muy niño. Al terminar sus estudios secunda-rios, ingresó al ejército a los 18 años, logrando el grado de Sub Oficial de Primera de Infante-ría. Acabado su servicio militar, retorna a Huancavelica y se dedica a la sastrería.

Narran nuestros ancestros que el 6 de Enero de 1890 empiezan las celebraciones de la “Ado-ración del Niño Occe”, posiblemente junto con la fiesta del Niño Dulce Nombre de Jesús y la Negrería. Por 25 o 30 años, esta fiesta fue responsabilidad como mayordomo de un tal “Señor Jara” hasta el año 1910 en que se dejaron los festejos, celebrándose solamente Misas. Don Isidoro a la edad de 20 o 25 años inicia su participación en nuestras fiestas costumbristas, precisamente en el año 1916, en la mayordomía de don Florentino Alarcón esta solemnidad reli-giosa con el apoyo del joven Isidoro Miranda Neyra recobra su grandeza y se perenniza hasta la actualidad. Desde entonces “TAYTA ISIDORO”, se convierte en la persona que, ORGANIZA, COORDI-NA, ENSEÑA, CORRIGE Y PREPARA los papeles para los personajes que participan en cada una de las fiestas religiosas.

Han transcurrido 43 años desde la sentida partida de un hombre que con humildad y devoción dedicó aproximadamente 60 años de su vida a mantener y cultivar nuestra herencia folklórica, rescatándo la música y la danza de los NEGRITOS DE HUANCAVELICA; así como la redacción de los Salmos, la interpretación de un personaje histórico religioso, HERODES, en la Festividad del NIÑO OCCE.

Don Isidoro murió el 3 de Octubre de 1973, deján-donos el mas precioso legado de la continuidad de la Fiesta de los Niños Perdido y Fajardito.

Motivos suficientes para rendirle un merecido recono-cimiento a quien fomentó nuestra cultura folklórica.