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Trabajo de Investigación Celeste Catalano
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Trabajo sobre inmigración piemontesa a Santa Clara de Saguier
Nombre: María Celeste
Apellido: Catalano
Dirección: Av. Sarmiento Nº 159
Correo electrónico: [email protected]
Curso: Quinto
Autorizo la publicación de la obra
En la búsqueda…
¿Qué era más del dominio de la lontananza en el barco conductor de personas que por
distintos motivos emigraban de un país para llegar recibidos por otros como inmigrantes?
Aquella vista de una Italia que cuyos habitantes sufridos por guerras intrometidas en el
andar de sus vidas, escapar del servicio militar, la miseria consecutiva, el hambre, la falta,
la ilusión y la necesidad; buscaban encontrar otro lugar que les permitiese mejores vidas.
O aquella otra república que luego de guerras civiles y de echar a sobresalientes
dominantes, buscaba la formación y organización del país impulsando a la inmigración
para poblarlo. Tal vez el navío no formó dual vista al mismo tiempo de tales geografías tan
representativas para los inmigrantes, sino permitió ver más distante de ellos una Italia
cuando marchaban para buscar mejor fortuna de la que habían logrado, y a una Argentina
también distante cuando ya la descifraban al aproximarse a aquel lugar prometedor,
esperanzados de poder comenzar y continuar.
Y llegaron… y aquí también la desolación en medio de luchar para subsistir. La mayoría
de la trascendencia de aquel encontrar en un país ahora más cerca, una región fértil pero
difícil para el arado, se esparce en experiencias contadas y trascendidas en generaciones.
Los inmigrantes llegados a los suelos santaclarinos hallaron esas tierras desoladas, a las
que con la ayuda colaboradora de las familias que esperanzadas venían en su mayoría de
regiones piemontesas, pudieron transformar y lograr un hogar. Esto es sumamente
fundamental, personas que venían de otro continente formaron en éste, lugares.
Trabajando construyeron no sólo sus propias organizaciones de parcelas de tierra sino,
armaron a un pueblo. Santa Clara de Saguier les debe a esos inmigrantes historia,
existencia, relatos, vida, esencia, culturas, creencias.
En mi pensar y en mi opinión me parece muy importante memorar a seres que dieron lo
mejor de sí y que no sólo pensaron en sus propios futuros sino pensaron abiertamente.
Vieron la posibilidad y la necesidad de legado. El hombre en su naturaleza humana busca
la identidad y, ¿cómo no identificarnos en este país forjado por la inmigración? ¿Y cómo
dejar afuera al piamonte, si Santa Clara es hija de aquellas regiones italianas?
A partir del libro de Edmundo de Amicis, titulado EN EL OCEANO (donde se puede ver
como el autor expresa claramente como viajaban los inmigrantes, en tercera clase, todos
amontonados en condiciones de poca higiene y todas las expectativas que traían; datos
que concuerdan con lo contado por los descendientes de inmigrantes), y con relatos de
vivencias de inmigrantes, realicé una narración que concluye y sustancia este trabajo.
Tierra con raíces y tierra luego del agua
…rió tiernamente al interrogatorio de su nieto, preguntas compuestas por el
desconocimiento inocente de aquel que solo en una tierra ha vivido.
…y respondió, -hijo, ¿cómo no recordar? Aquellos baúles de madera, aquel baúl de chapa
repujada que habían pintado en verde, aquellos zapatos de suela de madera de aquel que
solo tenía un par y de aquel otro compañero de viaje que se convirtió sin trasfusiones en
mi misma sangre ya que ya compartíamos las mismas venas italianas. Aquellas miradas y
aquellos rostros en mil tonos, aquel andar apresurado de la gente que indecisa teme y se
confunde, espera y se agota, pero ilusionada sigue conducida por aquel sentir que le
prodigaba otro o un cambio en la suerte del destino. Miles de interrogantes más ilógicos
que cualquiera; ¿y cómo acusar a quienes descubríamos la falta cognitiva que nos
trababa, nos acusaba ella, nos hacía irascibles y, nos penetraba en aquella sensación de
sentirnos pequeños? Chiquitos en la magnitud colosal de un imperio húmedo, en medio de
la grandeza de una tierra abandonada que a pesar de las causas de la partida todavía nos
era propia; y aquella otra exuberancia de la que pocos en aquel barco conocían y otros,
en papeles dentro de papeles, hablaban y profesaban en demasía llegando a nuestro
razonamiento tal confusión al querer ordenar con las ideas ajenas y propias, expectativas.
Pero, ¿cómo no justificarnos? Si éramos personas que solo ansiábamos y no teníamos
más de lo que traíamos… y lo que habíamos dejado…
Llenos nosotros mismos, como metáforas de nuestros baúles, de nuestras propias
sensibilidades; de nuestro esperar hacer y ser allá. Expectantes de sueños, seguros de
querer llegar en el hastío del cansancio de solo flotar, valerosos de afrontar pero sabiendo
de la debilidad de añoranza, argumento que pesaba y nos quería llevar con manos
invisibles. Se vuelve, se volvía, las imágenes de aquellas calles de las que nos alejábamos,
de nuestros propios hogares, de nuestros paisajes, nada se evaporaba con el vapor.
Nuestro, nuestro, ¿qué nuestro, qué ya de otros? ¿Qué tomaba valor en tal desorbitación,
frenesí intenso, producto de los cambios que nos hacían extrovertidos con recién
conocidos con los que debíamos familiarizar y al mismo momento, introvertidos en aquel
aislado desierto? Nada de lo anterior se esfumaba sin embargo había que afrontar
proyectando nuestras elecciones derivadas de nuestras vidas. Íbamos en búsqueda con
esperanza, esperanza a la que calificábamos transfiguradamente, que pasaba de ser
tranquila a incómoda, hambrienta a una necesidad de embriaguez, de ser esperanza la
propia esperanza. Fe en un Dios, Fe en dos patrias, Fe en nosotros mismos y en quienes
nos acompañaban.
Y en tal vivencia, ¿cómo no memorar a las personas conocidas que no nos habían
acompañado? Y era constante querer llevarnos todo lo que podíamos, aunque tan solo
fueran memorias en los interiores de nuestros pensares futuros, aunque fueran imágenes
distorsionadas de semblantes ya nunca más vistos. Hasta querer llevar en medidas de
peso real y en métodos de movilidad, querer llevarnos a la Italia misma a pesar de como
decían tenía mucho menos tamaño que el lugar a donde embarcados nos dirigíamos. Era
el suceso como desaparecer de un día al otro y en medio de vernos a nosotros mismos
cruzar aguas nunca antes avanzadas delante de aquellos que por vez primera vez las
cruzábamos, no saber que nos esperaba. Tanto desconocer o no haber visto antes nos
hacía reflexionar, pensar.
Habíamos dejado nuestra patria y teníamos que comenzar nuevas vidas o tal vez solo
distintas o tan solo era otro lugar. Pero a Italia no la abandonábamos. Un hombre sin
patria no es nadie, casi no existe. Y un hombre hijo de dos naciones, es un inmigrante. No
te confundas –seguía relatando-, no es aquel hijo pródigo que retoma alguna vez
arrepentido. Es aquel hijo que tuvo que dejar pero que logró conformar con dos pueblos
tal sinergia a la que nombró identidad. Y no vuelvas a la confusión, hay una fidelidad de
esas profundas, sencillas y sensatas que se tiene a los dos suelos como el cariño igual que
un hijo le tiene por naturaleza tanto al padre como a la madre. Es imposible preferir,
lógico amar y defender a aquella Italia y a aquella Argentina, ambas conocedoras del
andar de sus hijos… Y dar reconocimiento y valor, porque de todo este misterio o de toda
esta simple y compleja mutación de personas, lugares, acciones, vivencias… se dio a luz
parte de tal contemporaneidad, de las huellas nuestras podéis ustedes entender y ver
frutos y posibilidades. Repletar huecos…
Llenos nosotros mismos, como metáforas de nuestros baúles, de nuestras propias
sensibilidades, cargas que traíamos. Compuestos que nos permitieron ver disponibilidades,
esperanza y que nos hicieron lograr historia. Fuerza motora que junto a nuestras ideas de
progreso nos hicieron capaces de sacrificios y luchas para trabajar y colonizar la tierra
desolada en aquel entonces. Esfuerzo, aventura y trascendencia, honestidad y solidaridad.
Así crecimos, así vivimos y somos y seremos y éramos. Éramos personas que
emigrábamos de una tierra y que íbamos a otra que nos denominaba inmigrantes.
¿Sabés lo que me vino a mí recién? –Dijo a su nieto-. No –contestó aquel otro-. Las
lágrimas. Ver el rostro de aquella mujer de ojos vertiginosos aquel día. Sus lágrimas que la
enternecían y la convertían más entonadamente en actora de aquel teatro. Miraba
mientras cansada cargaba a su hijo en sus brazos, el hijo que tranquilo la abrazaba y que
curioso con sus tres o cuatro años veía la inmensidad de un navío, luego la potencia
andante del vapor y más luego la magnitud de un océano el que parecía nunca perecer y
nunca desahogar su contenido de agua. Las facciones alegres del rostro de esa mujer que
se descompaginaban tristes con la melancolía de tener que actuar en aquella obra, de
tener que subir la rampa al comenzar a marcar con el enrojecimiento de sus ojos la
distancia. Tal vez ya próxima, tal vez tan alejada. Ojos que preguntaban la locura mía de
venir al otro, nuevo mundo; ojos que miraban asustados y fatigados genuinamente en el
encierro y luego en la libertad. Pupilas de una mujer gentil que sin quejas acompañó y
que también lloró cuando se contentó por lo habíamos logrado. Ojos suyos que
desaparecieron sin lagrimas propias, sino todas mías y de sus hijos, cuando se la llevó
temprano otro barco, ese sí nefasto y morboso del que nadie quiere formar su tripulación.
Pero dejémonos de estos recuerdos que no son, no te creas, solo memorias, sino es vida.
Vida de otros, vida nuestra, vida de varios, de muchos, de tantos. Otro día mejor
continuación, e ahí mi más honorable promesa, ¿vamos a comer unas galletitas?
El nieto aceptó algo confundido por el giro extraño de aquel que había navegado ya
hacía setenta años entre vueltas de un vapor cuya denominación era una de las
pretensiones primaria del nieto. Aquel anciano sentado en el patio de flores lilas en las
masetas, patio en donde el aljibe estaba cubierto por una piedra pesada para no ver
caídas, piedra que a su vez estaba tapada por una enredadera sin flores. Patio en donde
en una pieza en donde el abuelo había colocado un letrero que según él anunciaba el
contenido, como lo hacía en el asador aquel que decía, arrímese al fuego así va
acostumbrándose al infierno. El cartel de la piecita decía: “raíces y tierra”. ¿Para qué el
abuelo guardaba tierra y raíces en aquella piecita y no las colocaba en el patio?
Ahora, el legado…
Como jóvenes debemos seguir transformando esta realidad sin olvidar a aquellos que bajo
las mismas ansias pero en un tiempo distinto, con fe, trabajo y sacrificio, comenzaron a
construir esta historia que debemos continuar en pos del futuro de nuestra comunidad.