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ROCKSTALGIA Boletín electrónico de literatura con No 2

Rockstalgia2

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ROCKSTALGIABoletín electrónico de literatura con temática rock

No 2 Marzo 2005

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EDITORIAL:

Aquí te va el segundo boletín dedicado a la literatura con temática rock. Al parecer la idea está cuajando, hasta el punto de que ya hay un montón de gente que desea recibir el boletín y otros que nos están pidiendo un correo electrónico donde contactarnos. Ya tenemos una dirección de e-mail. Apúntala: [email protected]. En este número te ofrecemos sendos cuentos rockstálgicos de José Ramón Fajardo y Sergio Cevedo, pioneros en Cuba de la narrativa rock, así como continuamos con la sección de poesía, esta

vez dedicada al movimiento beatnik y a dos de sus principales gestores: Jack Kerouac y Allen Ginsberg. También te ofrecemos la segunda parte del ensayo El rock, su reflejo en la narrativa y cerramos con la historia del heavy metal, dedicada esta vez a ese genio de la guitarra que fue Jimmi Hendrix.

Los editores

INDICE:

1. El tema prohibido (o casi): El Rock, su reflejo en la narrativa cubana

y mundial (Segunda parte) Por Raúl Aguiar y Yoss

2. Los pioneros. Aquella dura noche, por José Ramón Fajardo.

3. Poesía rock: Soledad mexicana, Jack Kerouac. América. Allen

Ginsberg

4. Sergio Cevedo: rockstalgia bohemia. Por Yoss

5. Rapsodia bohemia. Sergio Cevedo.

6. Historia del Heavy metal (Segunda parte). Raúl Aguiar

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EL TEMA PROHIBIDO (O CASI):

El rock: su reflejo en la narrativa cubana y mundial (segunda parte)

Por Raúl Aguiar & Yoss

(2)Rock, rock, rock around the clock (Bill Haley and The Comets)

O intento de crónica secuencial de un fenómeno proteico:

Origen y desarrollo de la literatura rock.

A finales de la década de los 40 surgen dos tipos fundamentales de narrativa, siempre en los Estados Unidos: la de los escritores realista-naturalistas y la de los que utilizan el humor negro y una fantasía basada en el absurdo para describir el horror tecnológico de la guerra. Una narrativa también signada por el vapor etílico: La llamada generación perdida. Los relatos de Scott Fitzgerald se codean con las narraciones de Hemingway, Norman Mailer, J.D. Salinger, Henry Miller, Steinbeck y algunas piezas dramáticas de Tennesse Williams… todavía, podría decirse, improvisando, probando caminos, con fondo de jazz. Estas se publican a la par de los autores más duros de la novela negra (Hammett, Chandler, Goodis o McCoy), más desoladoras, más desengañadas si cabe, o pudiera decirse, más bluseadas.

La literatura y el cine norteamericanos comienzan a poblar sus historias con una especie de rockeros avant la lettre: rebeldes sin causa, vagabundos, jóvenes violentos, pandillas... Johny, el cínico motorista forrado de cuero negro de Marlon Brando en El Salvaje y el inquieto James Dean de Rebelde sin causa se vuelven de la noche a la mañana los ídolos juveniles. El rock & roll tomará el relevo de esa mitología en la siguiente década, convirtiéndose en la banda sonora por excelencia de los outsiders.

Mientras, en la Europa de postguerra, triunfan los personajes existencialistas de boina y sweater. La época es de los Angry Young Men ingleses, de los héroes desorientados e insensibles de Sartre y Camus, los inconformes de Malraux o los

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desertores de Boris Vian, los mismos que se imbricarán más tarde en el corazón de toda la cultura de resistencia europea a la hegemonía sociocultural estadounidense de los 60.

Los beatniks estadounidenses de la quinta década fueron, en su gran mayoría y desde sus principios, un movimiento literario.

La aparición del largo poema Howl de Allen Ginsberg en 1956 vino a ser, aparte de su valor real como poema, la declaración de toda una generación. Jack Kerouac, en su novela On the road (1957), cuenta la historia del mítico (pero completamente real) Neal Cassidy y otros jóvenes beat que van de ciudad en ciudad, hablando, soñando, bebiendo, fumando cannabis, escribiendo la nueva poesía, viviendo una nueva libertad, lejos de la sociedad anquilosada y vacía de la posguerra y revelándose en contra de los valores de la misma. La marihuana reemplaza al alcohol y esto implica una diferencia con respecto a sus antecesores y al mismo tiempo una nueva religión, personal e intransferible. Pero andar de ciudad en ciudad tiene su razón. Han elegido estar fuera. Por propia voluntad, son parias de una sociedad que ya no pueden soportar.

En otra novela de 1958, Los vagabundos del Dharma, Kerouac aborda el tema del desarrollo personal a través del Budismo Zen. A esta siguieron Ángeles de desolación (1958), quizás su obra más intensa y Big Sur (1962), donde describe la retirada de un líder beat a la costa californiana en un intento de rehacer su vida.

De esta generación quedarían unos cuantos poemas y novelas excelentes de Ginsberg, Gregory Corso, Philip Lamentia, Michael McClure, el Doctor Sax de Jack Kerouac, Cain´s Book de Alexander Trocchi, Last exit to Brooklyn de Hubert Selby Jr., y las inquietantes Yonqui (1953) y Naked lunch (1959) de William Burroughs, ambas devenidas posteriormente Biblias de la subcultura underground de las drogas duras. Hubo mucha energía entre los beats; muchos de los beatniks mayores siguieron a lo largo de toda su vida un compromiso serio con el mundo: hasta el propio Señor Heroína, William Burroughs, poco antes de su muerte colaboraba con Laurie Anderson y otros grupos punks y de heavy metal. Allen Ginsberg llegaría a ocupar en los 60 la condición de sumo sacerdote (junto con Timothy Leary, el papá del LSD) de los hippies, ya en plena efervescencia del rock.

Sin embargo, a despecho de sus antecesores beatniks, el movimiento hippie fue más light: eminentemente musical, su preocupación estética fue más bien gráfica, sonora o artesanal, psicoquímica o erótica, antes que literaria. Cuando más, llegó al comic, o comix, la irreverente historieta underground que nos dejara joyitas de neurastenia generacional como las páginas autobiográficas de Robert Crump y los incombustibles Freak Brothers. Leonard Cohen fue autor de varias novelas parcialmente autobiográficas, El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966) antes de conquistar la fama como compositor e intérprete de rock. Sus novelas tienen un estilo provocador y vanguardista, una mezcla de misticismo y realismo, pero aún impregnado de la estética de la generación Beat.

En 1967, una muchacha de diecisiete años llamada Susan E. Hinton publica Rebeldes (Outsiders), que inmediatamente se tradujo a varios idiomas y que el director Francis Ford Coppola llevó al cine en 1983. Al año de su publicación fue seleccionado por el New York Herald Tribune como “el mejor libro dirigido a jóvenes y libreros” de Estados Unidos. Ese año se vendieron más de nueve millones de

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ejemplares. Su segundo libro, Rumble Fish, (1968) corrió la misma suerte que el primero, incluida la versión cinematográfica de Coppola, que también la llevó al cine en 1983 con un inolvidable uso del blanco y negro y dos tremendas interpretaciones de Matt Dillon y Mickey Rourke, que así se convirtieron a su vez en ídolos generacionales, como ocurriera años antes con Brando y Dean.

La escritura de Susan E. Hinton se caracteriza por un realismo descarnado lleno de fuerza y desgarro para abordar los graves conflictos de los jóvenes inmersos en problemas personales y sociales que los superan y desbordan. La violencia, que llega hasta el crimen, preside la vida de unos muchachos abandonados a su suerte que conviven con la droga, el alcoholismo, el acoso y abuso sexual, la delincuencia familiar o personal y que, sin esperanza de futuro, se aferran al presente como lo más valioso que les puede ofrecer la vida. Otras de sus obras son: Esto ya es otra historia (1971) y Tex (1975).

Norman Mailer, ya famoso por Los desnudos y los muertos, estremecedora crítica sobre la II Guerra Mundial, publica en 1968 Los ejércitos de la noche, una descripción de la marcha hasta el Pentágono en protesta por la guerra de Vietnam. Tom Wolfe, uno de los creadores del Nuevo Periodismo, en su Gaseosa de ácido eléctrico (1968), hace un recuento de los viajes de Ken Kesey (el polémico autor de la inolvidable Alguien voló sobre el nido del Cuco) y un grupo de escritores, músicos y radicales conocido como The Merry Pranksters (Los Alegres Bromistas) predicando las bondades del LSD por todo el país. Hasta el escritor británico de ciencia-ficción Brian W. Aldiss en su A cabeza descalza (Barefoot in the head), de 1969, escribe sobre una Europa alucinada después de una guerra mundial en la que se utilizan bombas psicoquímicas alucinógenas en lugar de nucleares. En 1971 Don DeLillo, novelista estadounidense, publica Americana, un relato fantasmagórico de un viaje por carretera

que denota la influencia de John Dos Passos, Jack Kerouac y Thomas Pynchon. En 1973 aparece otra novela suya, Great Jones Street, en el que describe el mundo de la música rock, contrastando su aspecto empresarial con la carrera personal de un cantante llamado Bucky Wunderlick. Algunos autores ajenos al movimiento como Elia Kazán en Los asesinos o John Updike en El regreso de Conejo (1971), darían su punto de vista, si bien un tanto reaccionario, sobre lo que estaba sucediendo… mostrando de paso que no es preciso compartir los puntos de vista de un fenómeno ni estar de acuerdo con su desarrollo para saber

reflejarlo literariamente con maestría.

Claro que la contaminación funciona en ambos sentidos; también el rock se hace permeable a la literatura. Podrían considerarse como poemas excelentes algunas piezas de Bob Dylan, Lennon, Jim Morrison (autor de varios poemarios independientes de sus letras), Janis Joplin, David Bowie o los rockeros sinfónicos (Peter Gabriel, Rick Wakeman, Roger Waters, Ian Anderson), de los 70. Lou Reed, otra de las figuras legendarias de la música rock ha esgrimido a menudo su “oficio de escritor” para esclarecer un poco sus composiciones más herméticas como Berlín, New York o Rock&roll heart. En sus textos se ha enfrentado siempre con los aspectos más sórdidos de la existencia humana, como el suicidio, la incertidumbre sexual o la drogadicción.

Sería demasiado extenso para cualquier prólogo citar todas las obras europeas o norteamericanas que desde mediados los 70 a nuestros días, han abordado la subcultura

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del rock como tema central o indirecto para sus historias. De todas formas citaremos los que a nuestro entender son los más importantes: Libros ya clásicos de Robert Greenfield (Viajando con los Rolling Stones), relatos de Terry Southern, las novelas road movie de Barry Gidford, los personajes de Tama Janovitz, Handke, Julian Barnes en Metroland (1980), Bret Easton Ellis (American Psycho), Tomas Pynchon en Vineland (1990), Douglas Coupland con sus libros Shampoo Planet (1992), Generation X (1993), e Irving Welsh con Trainspotting (1994), entre muchos otros, han consolidado esa literatura que tiene en el rock, la droga, la alienación o por lo menos en la melancolía por los 60s, su centro de gravedad. A estos pueden agregárseles

muchos relatos de autores del mal llamado Realismo Sucio como Jayne Anne Phillips, Tobias Wolff, Richard Ford (en su segunda novela La última oportunidad, de 1981, relata la historia de un ex-combatiente de Vietnam complicado en México en un asunto de drogas), Bobbie Ann Mason y J. Carol Oates, por sólo citar algunos. Generación que creció fumando hierba, participando en manifestaciones de protesta y contemplando con ira la inacabable sangría de la guerra de Vietnam. Mención aparte merecen algunos relatos y novelas de los jóvenes del Movimiento Canibal, de Italia, representado entre otros por Aldo Nove (Superwoobinda), Niccoló Ammaniti (Branquias), Massimiliano Governi y Tiziano Scarpa, entre muchos más. Sus obras se caracterizan por estar bastante saturadas con sangre y sadismo, muy al estilo del American Psycho de Brian Easton Ellis, devenido velozmente un nuevo clásico. Y por supuesto, imposible olvidar al super icono underground de las últimas décadas, el Gran Desclasado Borracho, San Charles Bukowski.

(Continúa en el próximo boletín)

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PIONEROS DE LA NARRATIVA DE ROCK EN CUBA:

José Ramón Fajardo

Pepe, además de una excelente persona (y

bebedor de cuidado, lo que casi viene a ser

sinónimo de escritor por estas latitudes) es

un viejo rockero de corazón, de esos que

según el refrán nunca mueren, y a los que se

les escapa aún la lagrimita cuando se les

mencionan a grupos míticos de la escena

nacional como Los Almas Vertiginosas, Los

Kent o Electra. Y un irredento

beatlemaníaco, además. Cosa que, si ya no

quedara bien clara con el título de su cuento

aquí incluido, sería evidente en el del libro

del que fue tomado, su Premio David de

cuento de 1986: Nosotros vivimos en un

submarino amarillo. Como comentario, valga señalar que, si hoy alguno se permite

dudar de que un cuento sobre cómo aprender a bailar algo que parece más disco que otra

cosa tenga que ver con el tema del rock, es porque nunca vivió aquellas deliciosas

fiestecitas que de los 70 que siempre empezaban con coreografías de salón al ritmo de

los Bee Gees y los Boney M para luego subir de tono hacia la pura “perreta

limpiasuelos” con las guitarras distorsionadas de Led Zeppelin, Deep Purple y ¿por qué

no? los Cream con el furibundo Eric Clapton. Y que si no sabías bailar, hermano,

definitivamente eras un cheo, un cuadrado, estabas out y ninguna jevita te iba a mirar

¿está claro?

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AQUELLA DURA NOCHEJosé Ramón Fajardo

“Quiero escuchar el gritode la mariposa”

Jim Morrison

No estás en un palacio. Nada de cariátides adustas ni orlados capiteles. Basta con retorcerse; con que te retuerzas hasta soltar el alma. Sólo un frontón calcáreo a cuatro pisos de la calle, reflejando en los charcos de asfalto un escudo de visos tiznados por el humo de los ómnibus que asciende entre silbidos y frenazos y baja luego par de metros apenas y llega a la ventana de venecianas abiertas sobre ti.El vestido de la madre de Anita es color persiana y la cara de Ana tiene un tinte crema que les extienden fría en vasos diminutos y sudados, porque llegaron rápido, primero, qué temprano muchachos, a pesar de la llovizna y el hollín de los ómnibus que los hace estornudar echándoles la culpa cuando la bebida roza la garganta y desciende flamígera estómago abajo hacia la

calle por la escalera estrecha de mármol reluciente que subieron preguntándose la hora y tocaron apenados en la puerta olorosa a barniz, con tallados primorosos que tocan más alto cerca del escándalo y les abren despacio los brazos lánguidos pálidos de Anita con pañuelo de cabeza y la saya de la escuela todavía.Ya está oscuro. La llovizna se esfuma y los postes del teléfono están húmedos; sus hilos negros y tensos gotean atravesando las luces de la calle que comienzan a encenderse. Desde el balcón puedes palparlos con sólo estirar la mano mientras Octavio y Gil entresacan discos del montón y Rubén elogia a la madre de Ana unos horribles platos de pared, además del vestido, el espacio en la sala, la posición de la casa y abre a cada momento, no se moleste señora, también son del aula, a Mayra, Nubia, Orlando, Darío, que llegan sonriendo, estampándose besitos ruidosos, si un poco tarde se hizo por la lluvia, no importa.Ana sabe que esperas a Antonieta a quizás lo ignora en absoluto. Pero te agrada pensar que lo conoce, que también ella es un poco cómplice de armar este tinglado, como lo son Octavio, Gil, Rubén y por supuesto tú, ¿yo?, sí, tú, es la primera vez que vienes. Ana sonríe a tu lado. Con un dedo barres el agua depositada en la baranda. Te observa con su nariz afilada, entrecerrando los ojillos azules. Somos vecinos casi, finge lamentarse, y nunca habías subido. Bueno, la consuelas, nunca hiciste una fiesta. Ahora voy a hacer muchas, señala a la madre de reojo, se ha dado cuenta que no son terribles. Se ríe. Llegan Lilian y un grupo que parece demoler la sala. Ana se zambulle entre ellos; luego emerge y te mira. Bueno Franco sale del balcón, dicen que bailarás, vaya acontecimiento.

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Si un mosaico de simétricas florituras, calculo rápido, tiene veinte por veinte, es claro, repito por lo bajo, cuatrocientos de área, cuatrocientos centímetros cuadrados. ¡No es nada! Entre ellos hay que sembrar un zapato y remover los cartílagos. No se puede contar más con ese pie, con el otro, apremia Gil, sigue el ritmo del bajo, es lo más importante. Trato de seguirlo pero el ritmo me esquiva, escamotea su fluido monocorde y vuelvo a abandonarme entre los mosaicos. Un elefante, me grita Rubén en la cara, baila mejor que tú. Es que ahora sí empiezo. Gil ladea la cabeza, sigue el ritmo del bajo, todo consiste en retorcer el cuerpo, basta con eso. Y de nuevo el disco lanza los gritos de costumbre, los que hasta ahora oía acomodado en el asiento. Puedes pasarte la vida sin bailar. Levanto la aguja, alzo los hombros y me tiendo en el piso. Ustedes tienen que enseñarme. Puedes no bailar nunca pero tampoco imagines que vas a conseguirte una mujer, y menos la que le gusta a él, agrega Gil sigue el ritmo del bajo. Los miro nuevamente y reparo que hablan de mí, que reprochan la carencia de estilo. Se hace demasiado tarde para estar en el piso olvidando y casi comprendiendo que hablan acerca de como no acierto un cabrón paso que me levanta decidido a buscarlo entre los cuatrocientos centímetros cuadrados del mosaico. Gil tuerce los dedos de su mano derecha. Juanito, Tico, Pepe, todos bailan como les da la gana, no es problema de reglas, míranos. Rubén vira, se agacha, agita los brazos, suda, míralo Franco, mírame, no te puedes cansar, tienes que colocarte un motor en el estómago y seguir el ritmo del bajo, eso es, pero más rápido, con esa pierna quieta, moviendo todo el lado, sincroniza los movimientos, imprímeles fuerza, vas aprendiendo que es fácil, verdad, voy aprendiendo que es terriblemente difícil, pero sigo machacando las filigranas del piso, zafándome las articulaciones, porque cuando Antonieta me vea no va a resistirse.Llegamos tarde, se lamenta Diosdado, y en efecto, la cola se convierte en un gentío espeso que huye del calor agrupándose bajo los portales polvorientos. Son más de las diez y opino que es mejor regresar. Todavía, me dice Luis, voy de excursión, y se pierde entre las bolsas playeras y los pañuelos multicolores. Una vieja cerca de nosotros masculla palabrotas contra los choferes. Luis regresa, nos llama desde la otra acera.Ya tenemos puesto: toda la escuela está delante. Vamos y es un grupo grande. Conozco a cinco o seis. Avanzamos media calle. Luis opina que nos salvamos y Diosdado le pone cara de gratitud a los tipos. Ahora estamos cerca del ómnibus y no son las once. Qué va, las diez y cuarto. ¿Qué hora tienen? La voz es conocida. Antonieta por poco te quedas. Mucho sueño de ayer, estoy rendida. El rubio y el flaco del collar le hacen espacio en la pared mugrienta. Nos vamos en la otra. Ella asiente y sonríe. Está abanicándose con un periódico. Se lo pido y así tal vez me salude. En efecto, ¿es de hoy?, eh miren a Franco, se está poniendo buena la playa, me dice y no sé qué decirle. Creo que los demás sonríen con disimulo. Estoy molesto, pero Antonieta me deja sin palabras. No puedo hablar como ella, hilvanando frases con la misma seguridad burlona que utiliza conmigo. No tengo más opción que enrojecer y repito que me preste el periódico. Enseguida compruebo que no puedo leer, las letras se arremolinan indóciles. Ella me trata así porque no fumo como el rubio, ni bailo como el flaco del collar, ni hablo como saben sus amigos. Apenas logro a veces un que hay si no me interrumpe antes con un chiste. Intento decirle algo agradable y llega Omar el fuerte. Antonieta se aparta y conversan. Me quedo, no voy, hasta luego. Tengo la impresión de que hablaban de mí, de como se divertirán en la playa con mis torpezas. Dice Luis que me quede. Diosdado trata de aguantarme, vamos anda, venimos temprano. Inútil, temprano voy para casa y el resto del domingo pensaré en Antonieta. Quiero figurarla como si hablara en serio, o mejor, besándonos. Cómo que se va Franco, no me hagan eso. Vuelvo a sonrojarme a distancia. Me llaman, me llama, Franco, Franco. No vuelvo la cabeza y camino más rápido.

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Prefiero la otra cara del disco. En la estridencia logro encontrar reposo. No recuerdo el inicio, pero ahora desarrollo más velocidad. Tengo los músculos torcidos. Rubén y Gil observan satisfechos mi desvencijamiento. Lo haces muy bien, pero no te arrepientas y sigue. Gil baila un poco para hacerme compañía. Parece cansado y se retuerce despacio. Rubén trepa por un butacón, cambia la música, pone algo lento. Gil me abraza. Ya la conquisté. Rubén suspira. Se acabó, no puedo más. Se ríen. Te falta por lo menos una hora. Hoy no bailo más. Es casi de noche y era de mediodía cuando comenzamos. Pienso en los vecinos y en mi hermana que llega de la escuela. El piso está sucio y frío. Restriego el pelo contra los mosaicos. Gil apaga el tocadiscos. Se despiden. Mañana es el último ensayo, sabes más que nosotros. No me levanto. Las botas de Rubén repercuten en mis oídos. Entra mi hermana. Adiós, ahí te lo dejamos medio muerto.

Permaneces sentado en un extremo de la sala. Las piezas cada vez te resultan más largas porque ella no aparece y en su lugar observas como la gente se revuelve brincando, como se entremezclan los perfumes, como se demora. Un rato antes la fiesta había adquirido un sentido distinto al que tú esperabas. Te llevaron hasta el centro del baile, todos reían y Octavio te guiñaba un ojo y señalaba un disco manoseado. Bailaste. Restriegas los zapatos contra el piso y bailas, bailaste con Cecilia, con Norma, con Lucrecia y ya, terminas molesto por la broma y el claro expectante abierto alrededor y sales al balcón donde nadie pueda circundar tu pena y el enfado se disipa al fresco de la noche. Si no lo hiciste mal, murmura Anita y su madre dice mira que son estos muchachos; cuando adquieres conciencia de haber hecho algo grande, te sientes aferrado a la sala, obtienes una paridad desconocida y quieres entonces agradecerle a Rubén las lecciones, a Gil sigue el ritmo del bajo el impulso reciente que recorre tu cuerpo y endurece tu cuello para cuando ella entre partir a su encuentro sin rodeos. Pero aún no aparece y entras al baile donde nadie se ríe de ti ahora, ni te aplauden ni te ven más que abriéndote paso fugaz entre el grupo que salta y pone cara de angustia aparejada a la cintura que desciende espasmódica hasta el suelo y se incorporan lentos, triturando el aire con las manos que suben y bajan y suben y se quedan arriba, todas en alto, hasta que alzas las tuyas, se acaba la canción y llegas a un extremo donde esperarás que la puerta deje de abrirse en vano y Antonieta entre para demostrarle en el tumulto que aprendiste bien las florituras del piso de tu casa a cada contracción en que ella deje de reírse y al fin te mire seria, envuelta por el susto que le has proporcionado de repente como el beso que sueñas poder darle quizás en la escalera, tal vez en el balcón todavía húmedo.La música retumba, resuena, se estira reptando, evade los pies que atisbas con fijeza y entre ellos Antonieta llega y no puedes continuar sentado tomándote el ponche tan tranquilo como un momento atrás. La buscas y se asombra de verse arrastrada repentinamente por ti hacia uno de los márgenes desprovistos de muebles. No dice mira a Franco, no se ríe; tiene un vestido negro y muy corto y la cara sudada, roja de creyón. Huele bien. Así la has imaginado siempre, menos alta, sin esos tacones que martillean constantes, lanzados a cada flexión de las rodillas contra el espacio que tus pies ocupan solapadamente rápidos. Se limita a bailar, no hace comentarios, responde a tu reclamo sin preguntar con quien has aprendido, se interesa sólo por electrizar aún más la constricción que recorre su cuerpo por instantes y transmite a tus piernas la energía de los pequeños saltos que das en el lugar como se debe y ahora sí sonríe, pero es para decirte que lo haces muy bien y arreciar el ritmo que devora dos, tres, cuatro canciones hasta que descansan al fresco y ella mira a la calle con aire preocupado y tú en silencio atinas preguntar si espera a alguien para recibir un vaho de tristeza junto a la negativa.

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No sabes que decirle porque nunca la has visto retraída, absteniéndose de prenderte una carcajada en las mejillas. Ya Gil te lo decía, bailando bien todo se arregla y además de Pepe, de Lino, de Vicente, también manejas a tu antojo, como quieres, los resortes de la noche, pero no sabes empezar y la ves silenciosa y crees que has comenzado a doblegarla suavemente como esa melodía lenta que los lleva de nuevo hacia la sala. Tienes las manos en sus hombros, giran moviéndose apenas y aprietas su cintura; la atraes y suspira; basta con una palabra en el oído, una frase pequeña, susurrante, que habrá de continuar al ¿qué te pasa? Sin respuesta y otro suspiro breve, entrecortado. La miras y sus ojos se pierden encima de tu cabeza. No tengo nada. Pero sigue mirando hacia otro sitio, deja de suspirar y sólo mira para congelarte la palabra que falta, la única, la que no le dirás al menos esta noche y seguro que nunca, porque sus ojos no caminan hacia ti que te apartas un poco y vuelves las manos a sus hombros mientras su vista acaricia el afiche que se alza en la pared únicamente para reflejar el destello de sus pupilas con la fulguración metálica de la guitarra que Eric Clapton empuña furibundo.

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POESÍA BEATNIKJACK KEROUAC Y ALLEN GINSBERG

Soledad mexicanaJack Kerouac

Y soy un extraño sin felicidadcaminando las calles de Méxicorecordando_Mis amigos, se me han muerto,mis amantes desaparecieron,mis putas fueron proscriptas,mi cama apedreada y sacudidapor los terremotos__ y no tengohierba santa para volarme a la luzde las velas y soñar__ humo de autobusessolo eso, tormentas de polvo, y las mucamasque me espían furtivamente a través de un agujeroen la puerta, taladrado secretamente para observarlas almohadas con que hacen el amor los masturbadores__Yo soy la gárgolade Nuestra Señorasoñando en el espaciosueños grises -brumosos_Mi rostro apunta hacia Napoleón_______no tengo forma______La libreta en la que anota las direcciones postalesestá plagada de "Que en paz descanse"No creo en el valor del vacío,me siento cómodo sin honor__Mi único amigo es un viejo maricaque no posee una máquina de escribirQue, si fuera mi amigo, Intentaría sodomizarme.Queda algo de mayonesa,una no deseada botella de aceite,campesinos lavando el tragaluz, un loco con quien comparto el mismo cielorraso hace gárgaras en el baño contiguo unas cien veces por día__

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Si me emborracho tengo sed _si camino mi pie se rompe_ _si sonrió mi máscara es una farsa_ _si lloro sólo soy un niño_ _si recuerdo miento_ _si escribo, ya todo fue escrito_ _si muero, la muerte llega a su fin _si vivo, la muerte recién comienza_ _si espero, la espera es más prolongada_ _si parto, la partida ya no existe_Si me duermo la dicha suprema es pesadala dicha pesa sobre mis párpados__si voy a cines baratos me comen las chinchesNo tengo dinero para cines lujosos___Si no hago nada nada lo hace

AméricaAllen Ginsberg

Me dirijo a ti.¿Vas a permitir que Time Magazine ordene tu vida emotiva?Me obsesiona Time MagazineLo leo cada semana.Sus portadas me miran fijamente cada vez que paso por la confitería de la esquina.Lo leo en los sótanos de la Biblioteca Pública de Berkeley.Me habla siempre de la responsabilidad. Los hombres de negocios son serios. Los productores de cine son serios. Todo el mundo es serio, excepto yo.Se me ocurre que yo soy América.De nuevo hablo conmigo mismo.Asia se rebela contra mí.No tengo ni la sombra de una posibilidad.

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SERGIO CEVEDO: ROCKSTALGIA BOHEMIA

Sergio Cevedo Sosa (1956) Ingeniero químico,

hombre culto, simpático, afable, de innato talento

musical (capaz, por ejemplo, de tocar pasablemente

varios instrumentos sin nunca haber estudiado

ninguno, y de hacer versiones de Clarence

Clearwater que no asquearían a un músico

profesional ) Sergito empezó escribiendo... ciencia

ficción (¡!), en el Taller Literario Oscar Hurtado,

bajo la égida de Daína Chaviano. Pero ya en el 87 ganó el Premio David con su libro de

cuentos La noche de un día difícil (otro título de clarísima inspiración beatlera) al cual

pertenece el texto que incluimos aquí. Vencedor en el 89 (compartido entre varios) del

Premio Caimán Barbudo con su noveleta La costa, el “Padre Sergio” se convirtió casi

en figura tutelar para los jóvenes e iconoclastas (valga la redundancia... y ojalá valiera

siempre) narradores del Establo. Si bien luego su producción narrativa ha sido

esporádica y escasa, nunca ha dejado de ser sólida y sobre todo original. Por ejemplo,

baste citar el divertidísimo relato Anglóstica, ganador del concurso Fernando Gónzalez

en 1996, un magistral pastiche ¿anglófilo o anglófobo? de las lecturas del Ivanhoe de

Walter Scott y el Robin Hood de Roger Lancelyn Green, que sin embargo, no deja de

hincar en la problemática clasista cubana (y cuyos protagonistas caen presos en un

concierto del bardo Charlie Var-ela, que no será rock puro, pero casi, que conste) Glosa

a los inmortales Queen, verdadera declaración generacional de derechos, Rapsodia

bohemia es uno de esos cuentos que a uno le dan ganas de haber vivido: como el filme

Hair, de Milos Forman, una de esas extremas, ultraidealistas utopías adolescentes que,

si nunca te pasó siquiera por la cabeza cometer a los 18 ¿estás seguro de que estuviste

vivo, bróder?

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RAPSODIA BOHEMIASergio Cevedo Sosa

Galileo, Galileo, Galileo, GalileoGalileo, fígaro –magnífico-

but I´m just a poor boy –nobody loves me-from a poor familyBohemian Rapsody

Queen

Poco después llegaron Dioni, Puig y El Yuma. El Yuma con sus sandalias cochambrosas. Parecía un grillo caminando sobre los arrecifes.

El día transcurrió de lo más bueno. Al principio no tanto. Yo sin deseos de hacer nada. Dioni sacó dinero y nos compramos malta. Entonces pude darme cuenta de qué hambre. Dioni es un tipo espléndido: nos las pagó a los cuatro. Para comprar la malta tuvimos que movernos porque lo que es en esta playa del Tritón no venden nada. A veces, por agosto, cuando la gente está de vacaciones y en la costa no cabe nadie más, plantan dos o tres quioscos y dale. Una malta, en verdad, no es casi nada; pero no había más dinero. Qué le ibamos hacer, señaló el Yuma, vámonos. Puig se quedó un poco atrás sorteando los bolsillos; una

peseta. ¡La vida misma, nos salvamos!, aunque a decir verdad, una malta entre cuatro... Vimos que Puig se empinó el vaso, y en menos tiempo del que tardamos en creerlo se la había echado entera. Miré al Yuma y a Dioni: tremendas caras. A mí no me hace gracia la gente casasola, tan individualista, pero no dije nada porque en definitiva el Yuma y Dioni lo conocían de antes y debían ser ellos quienes abrieran fuego. No le dijeron nada. Por mí el tal Puig tenía una cruz.

Cuando volvíamos, tropezamos con Belkis y Sandralee, Gatillo y otro a quien yo no conocía. Bueno, acababa de llegar. Sandralee se quejaba porque yo no traía la guitarra y así la cosa no valía. Me besó a flor de labios y después besó al Yuma, corrido, hacia el mentón, porque en ese momento el Yuma se desentendía mirando para el cielo ¡Dios!, recordó entonces Dioni, vámonos al Castillo antes de que a otra gente se le antoje.

Vamos.

Ese es nuestro lugar en esta playa. También en 110 o en 34 o en la playita 16 solemos agruparnos en sitios fijos. Aquí son esas rocas levantadas en forma de columnas: las torres del castillo. Hacia el centro se asientan otras rocas cada vez más pequeñas entre o sobre las cuales nos acotejamos.

Lo primero es quitarnos todo el trapo. Nos quedamos en trusa. No es nada aconsejable dejar los pies descalzos, esto es puro arrecife, dienteperro, y anda sato el erizo desde el mismo momento de penetrar al agua. Me baño con los tenis. El Yuma no es un grillo

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sino un tipo genial con sus sandalias. Los pies que Puig extrae de adentro de sus botas son callosos y recios; a él que va a importarle si pisa vidrio o un pedazo de lata o el afilado dienteperro. Sandralee le hace burla de sus pies que parecen tractores y yo no sé por qué se los envidio y ahora deseo tenerlos yo también. Alguien prende un cigarro. Fuma un poco y lo pasa. Casi siempre es el Dioni. Esta vez por variar, correspondió al desconocido (desconocido para mí) inaugurar el fumadero. Se llamaba Juan Luis y los demás lo conocían. A juzgar por su aspecto no coge mucha playa.

Entramos en el agua. No es prolongado el chapuzón aunque el agua está fría, como se necesita. Cuando volvemos, empieza Belkis con el lío de su asqueroso dorador. El dorador mejor del mundo. Mejor que el de las tiendas, los de afuera, mejor, mucho mejor. Desde que la conozco le vengo oyendo el cuento: me la tiene pelada. Amiel, un salvavidas de allá de Varadero le había enseñado a prepararlo. Oigan la fórmula. A dos dedos de aceite mineral se le agregan dos más de aceite de coco y unas goticas de petróleo (puede ser gasolina de aviación). Luego se añade la mitad de un frasquito de yodo y se agita y se agita: esa es la base. En otro pomo tenemos agua oxigenada con esquirlitas de jabón (el de baño es mejor, puede sustituirse por champú): ese es el catalizador. Luego se mezcla de ambos pomos sobre la palma de la mano en el momento de emplearse y ya. Si alguien quiere probarlo...

Ella es la única que lo usa a pesar de sus muelas de loca propaganda y ni siquiera Puig se presta. “Belkis par de pomitos”, nos burlamos y sonríe. Tengo entendido que al principio montaba unos berrinches del carajo. Después nos colocamos sobre lugares más o menos pasablemente planos, para broncearnos con el sol. De frente o bocabajo, cambiándonos de posición de cuando en cuando. Yo me acomodo junto a Sandralee, aunque hoy no me ha hecho mucho caso ¡Qué diferente de aquella vez en la Playita Dieciséis cuando me decidí a llevar a Erika la primera vez! Ahora la extraño. A Erika. No es que sienta deseos de tocar, no. Gatillo inicia la conversación. Anoche vi en El Atelier a Ariel y al Pluma, ¿se recuerdan? ¡Qué par de tipos esos! Ahora se mueven en una onda extraña... No, no me explicaron bien. Dicen que andar friqueando es comer mierda. Tenían dinero y estaban con un par de niñas...

Se conversa de todo, de todo lo que pueda imaginarse, de lo que nadie se imagina, o por lo menos yo no había imaginado. A veces me entra miedo de escucharlos y no sé si están locos, si de verdad piensan así o hablan sólo para impresionar. Parece que los más camados son Gatillo y Barbosa, uno que no ha venido hoy, del cual los otros hablan siempre con respeto, pero no sé, no sé, no acabo de pasarlo. Desde que lo conozco ha sido igual. Ahora hablamos de rock. Ahí es donde Puig y el Yuma se ripean, llegan a acalorarse con opiniones encontradas y no se acaban de poner de acuerdo. Hay que mandarlos a callar. Sandralee se ha virado y me ha dado la espalda. Puig se echa sobre Belkis que se broncea bocabajo y comienza a frotar, trusa con trusa, a calentarse sobre las ancas de ella. Se la meto, la saco, la meto, se la saco. Sandralee tuerce el cuello y Puig mira pacá, mira que grande se me ha puesto. Yo enseguida aprovecho para pegarme a Sandralee que está diciendo alarde, lo tuyo es sólo alarde, y que por dárselas recula, ni que tú fueras tan caliente. ¿Tú tienes dudas?, salta Puig, ¿dudas yo?, oye, que va, perro que ladra...

Y nos sorprende el Dioni parado ¿qué volá?, en lo alto de una piedra y fueteando una camisa. ¿Ustedes en el candeleo y nosotros las pajas?, el Yuma y el Gatillo también con fuetes de camisa, ¡o acaban la candela o los enfriamos a fuetazos! Chaquea de Puig la espalda, ¡coño duele!, otro fuetazo, ¡ay! Dioni, el Yuma, el Gatillo levántense, ¡despeguen!, fuetazo en mis costillas, ¡ay!, los calentones para el agua, fuetazos ¡ay!, a ver si se les baja la temperatura.

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Tremenda jodedera la que armamos cuando volvimos para el agua. Me banqueteé con Sandralee. Belkis cogió lo suyo. El Dioni y el muchacho que se llama Juan Luis rompieron a nadar para allá afuera. Quedamos cuatro para dos. Puig estrujaba a Belkis y yo con Sandralee. El Gatillo busca a ver, un chance, un chance socios, coño, un chancesito. ¡Echate para allá! El Yuma no participaba, sólo miraba, nos miraba de una manera un poco extraña como con un recelo. Sandralee se escapó, se me fue de las manos por culpa del Gatillo con su cochina pegadera y se aproximó al Yuma. El se quedó ahí tieso. Justo cuando ella lo alcanzaba, se sumergió y vino a salir bastante lejos. Luego empezó a nadar siguiendo al Dioni y a Juan Luis. Sandralee regresó, me daba lástima, y continuó avanzando hasta la orilla eludiendo mi abrazo. Soltó unas palabrotas al Gatillo cuando este la bloqueó a ver si la agarraba. Salió del agua y se sentó sobre una piedra. No creo fuera llanto. ¿Y a esta qué le dio?, gruñó el Gatillo, ¿qué le dio? ¿se las va a dar de santa ahora? Me zambullí y eché a nadar hacia Dioni y los otros, que entonces regresaban.

Después que pasó un rato dimos un recorrido por la playa. Vi a algunos de la escuela. Yo no los saludé y ellos tampoco saludaron. Para no estar de vacaciones, bastante gente viene aquí: veamos si conozco a alguien.

Belkis y Sandralee son quienes más conocen. Puig pone mala cara cada vez que saludan o conversan. Machos, siempre varones, las señala, que cohetones son las dos. Dioni y el Yuma van delante, también saludan mucho. Claro, viven aquí en el propio Miramar. Yo no vivo tan lejos, puedo venir a pie. Y los demás proceden de otros barrios más o menos lejanos. Sin embargo, conocen, por lo menos a cuatro o cinco tipos. Yo no conozco a nadie. Hasta ahora sólo he visto a una vecina, viejuca ella, y me hice el desentendido.

Belkis, Puig y el Gatillo se marcharon en cuanto comenzó a ponerse el sol. El Yuma y Sandralee habían cogido por su lado tan misteriosamente que ni siquiera lo notamos. Quedamos sólo Dioni, el tal Juan Luis y yo.

Juan Luis contaba de su beca de donde lo expulsaron porque le habían robado una camisa y él no se iba a quedar así. Cuando intentaba hacer lo mismo, lo cogieron. Luego a la Dirección y adiós, ya está. Lo londo es que en su escuela robaba todo el mundo pero se pone tan dichoso que es a él a quien parten; a él que hasta el momento no había robado un chícharo. Así sucede. No existe la justicia sino la buena o mala suerte. Porque Juan Luis no es un ladrón o por lo menos yo no lo considero como tal. Uno es o no las cosas en relación a los demás y si ocurría así, como él nos cuenta, ¿cómo querían que actuase? Y botarlo de allí fue una maraña y una injusticia y una mariconá, y una manera hija de puta de lavarse las manos y así ignorar todo el problema que no es el de un alumno robando una camisa, y continuar aparentando que no sucede nada: aquí todo tranquilo, quieto, requieto y ya.

Más o menos igual fue mi problema pero para qué hablar ahora de eso. Mejor hago como ellos, que han callado, Juan Luis, Dioni, cada uno dedicado a su silencio. No pensar, no pensar; así me digo siempre pero no logro nunca olvidar lo que quiero. No lo puedo evitar. Como si prohibírselo uno mismo fuera razón de más para que acudan a la mente las cosas con más fuerza. Debíamos tener en la cabeza algún botón como el de un radio para encenderse o apagarse a voluntad. Me pasaría el día desconectado. O tal vez no. Quiénsabe. Hay muchas cosas importantes, o por las cuales en definitiva vale la pena no escapar, aunque en este momento no se me ocurra alguna como ejemplo, pues no hablo ya de música, de socios ni de amigos ni de mujeres ni esas cosas, sino de algo que ahora no encuentro como definir porque algo falta o ha faltado o está y sencillamente no ha venido.

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Toda esa mierda iba pensando cuando Dioni tosió. Fue como si nos despertáramos.

Qué raro que no vino Yanheris – le dije a Dioni entonces sin el menor motivo. Fue que se me ocurrió.

No sé. No sé por qué. No tengo idea.

Lo dijo de algún modo que supe que había estado todo el tiempo pendiente de su ausencia. Luego quiso aclararnos y agregó:

Ella es normal.

¿Normal?

Juan Luis también se interesó:

Quiero decir... estudia.

Me dio por sonreir.

Nosotros somos anormales, ¿no?

Más o menos.

Juan Luis imitó a un mongo.

Vivan los anormales – dijo.

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LA HISTORIA DEL HEAVY METAL (SEGUNDA PARTE)

Los orígenes. Introducción

En nuestro capítulo anterior nos habíamos referido al grupo Cream, tres músicos llamados Ginger Baker, Eric Clapton y Jack Bruce, que hicieron la mprimera gran leyenda del rock duro. La vida de este grupo fue corta, pero intensa e imprescindible para comprender el rock de los años sesenta.

Y junto a los Cream, inevitablemente, la figura mágica, casi espectral de un genio llamado James Marshall Hendrix. Un músico nacido en los Estados Unidos, pero emigrado a Inglaterra en 1965, después de curtirse como músico acompañando artistas negros de soul y rythm and blues. En 1967 crea The Jimmi Hendrix Experience y edita “Are you Experienced”, la otra piedra angular del rock duro en sus comienzos.

También, al igual que en el caso de Cream, su fulgurante carrera finalizó con su trágica muerte en septiembre de 1970, es decir, apenas tres años. Pero en esos años creó escuela, lo que es por definición el sonido de la guitarra heavy, bien respaldado por Noel Redding al bajo y Mitch Mitchell a la batería. Hendrix era lo más salvaje, lo más bestial, tanto en su estudio como en vivo, haciendo arder la guitarra en pleno escenario, desplegando una intensidad sonora sin límites. Su fuerza, unida al torrente de creatividad, imaginación y progresión musical que Jimmi Hendrix desarrolló a lo largo de su carrera llegaron a ser la Biblia donde leerían los guitarristas de los 70 y los 80.

Solo con escuchar “Purple haze”, su eléctrica versión del “All along the Watchtower” de Bob Dylan, “Voodoo Child”, o “Foxy Lady”, se entiendse su influencia en toda la música, y muy especialmente en la guitarra eléctrica. Para la historia quedan sus recitales en Monterrey, Woodstock y Wight, los grandes festivales de rock de la década del 60.

Ya estamos en 1968. Es en este momento donde alcanzan su apogeo la histórica Jam Session de blues eléctrico, llevadas por músicos como Paul Butterfield, Al Kooper, Michael Blomfield, Nick Gravenites, que versionando clásicos del blues llegaron a grabar lp´s como aquel histórico “Supersession” de 1968, el antecedente más directo de aquellas interminables versiones en vivo que Led Zeppelin harían más directamente por el blues, como “Dazed and Confused.”

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Otro de los guitarristas del grupo Yardbirds, en 1968 monta junto a Rod Stewart el Jeff Beck Group, con una obra de debut llamada “Truth”, mientras que un exmúsico de John Mayall, Andy Fraser, está iniciando junto a un cantante llamado Paul Rodgers y un guitarrista llamado Paul Kosoff una historia que algún día se llamará Free. Y en 1968 también, los Yardbirds pierden como guitarrista a Jimmy Page, que ya te puedes imaginar lo que está tramando…

En definitiva. Al amparo del ciclón que supusieron Hendrix, Cream, y todo el blues progresivo, en Inglaterra el rock está gestando, ya cada vez más, lo que va a ser el heavy metal. Pero para que esta historia continúe, también es necesario analizar lo que fue esta época al otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos. Pero eso mejor te lo dejo para el próximo capítulo.