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letras libros revistas
DAVID FIGUEROA
iscursos Patrióticos *. De la vieja generación de
liberales del Siglo XIX, llega esta escueta pero
exquisita obra de don Joaquín Baranda, quien
fuera Gobernador de Campeche y Ministro de Justicia e
Instrucción Pública.
En la mencionada obra, Joaquín Baranda y Quijano,
nos muestra la sutileza de una pluma amorosa hacia lo
patriótico, ejemplo de ello, el discurso pronunciado el 5
de mayo de 1863 cuya memoria a los caídos, realzó el pro-
fundo sentir por los victoriosos soldados encabezados
por Ignacio Zaragoza.
Orador indiscutible, pronunció su primer discurso un
16 de septiembre de 1859, justo durante las fiestas pa-
trias, en él, hace alusión a los grandes héroes que no sólo
brindaron una oportunidad por la libertad, sino que fue-
ron pieza clave para comenzar a forjar una nueva Patria.
En cada uno de sus discursos, el amor a México es
sin duda alguna, como todos los hombres del Siglo XIX,
una constante; para Baranda, el patriotismo arraigó fuer-
temente en su corazón y en sus escritos.
El haber sido servidor público, lo alentó aún más
para creer en que cualquier esfuerzo en aras del país, era
a favor del futuro. Hombre culto, dedicado, excelente ora-
dor, fue apodado sin más: “el Padre de la Patria”.
Testigo fiel de los grandes hombres de la época, dedi-
ca gran parte de su prefacio a José María Iglesias, Eze-
quiel Montes, Benito Juárez, Sebastián y Miguel Lerdo de
Tejada, Manuel María de Zamacona, Joaquín Alcalde, Fran-
cisco Zarco, León Guzmán, Guillermo Prieto, José Rosas
Moreno… los más grandes hombres que ha dado México.
Sin embargo, su gran respeto a don Porfirio Díaz es
elocuente en el mismo discurso pronunciado a don
Manuel González en el momento de su muerte; “El Manco
de Tecoac”, un presidente que gozó de fama cuestionable,
nunca ocultó su amistad y solidaridad con el dictador
pero del que Baranda rescata las raíces y reconocimiento
militar con palabras exactas.
Con su literatura fue algo más que prolífico; de la
estirpe de Justo y Santiago Sierra, Francisco Bulnes, Emilio
Ordaz y Manuel Martínez de Castro, Joaquín Baranda es
parte importante de la creación de la Sociedad de Libres
Pensadores, en la que cada uno de los integrantes, cimen-
tó para los últimos años del Porfiriato, su pensamiento
plasmado en los grandes esfuerzos nacionales por la edu-
cación.
Sin embargo y no menos, son el resto de discursos a los
que hace alusión en la obra que comentamos. Importante,
el que dedica a Melchor Ocampo en el aniversario de
su muerte y el dedicado a Francisco Zarco que, en ambos
casos, habla en nombre de la representación nacional.
Sus palabras recordarán siempre lo majestuoso de la
escritura exacta y bien empleada, del pensamiento pa-
triótico, de la vida misma: “He vivido de recuerdos ojalá
que los evocados al vuelo tonifiquen mi organismo y
levanten mi espíritu para seguir luchando en las postri-
merías de la vida, no por mí ni para mí, que me rendiría
sin pena á discreción, sino por los que de mí dependen y
á mí están estrechamente unidos con los lazos indisolu-
bles de la sangre y del amor”.
Político y orador olvidado a no ser que los tiempos
actuales le deben la creación del Ministerio Público Fe-
deral (hoy PGR) así como de la Escuela Normal.
* Discursos Patrióticos. Joaquín Baranda. Talleres de la Escuela Nac. deArtes y Oficios para Hombres. 1899, 87 pp.
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IGNACIO TREJO FUENTES
Al maestro con cariño:René Avilés Fabila
or fortuna, México está poblado de artistas. Los escri-
tores son prueba de ello, y tengo el gusto de referirme
a uno de los prominentes: René Avilés Fabila.
René fue mi director de tesis de licenciatura en la Facultad
de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional
Autónoma de México, donde convivíamos Arturo Trejo Vi-
llafuerte, Ángeles Mastretta, David Martín del Campo, José
Buil, Sergio Monsalvo, Hortensia Moreno, Salvador Men-
diola, Víctor M. Navarro, Gustavo García, Andrés de Luna,
Emiliano Pérez Cruz y muchos más que se dedicaron al
periodismo, a la literatura y a la docencia de tiempo com-
pleto y tienen obra más que reconocida.
Eran tiempos en que en la Facultad enseñaban los me-
jores maestros: Miguel Ángel Granados Chapa, Fernando
Benítez, Gustavo Sáinz, Ignacio Solares, Manuel Buendía,
Julio Scherer García, Hugo Gutiérrez Vega, Alberto Dallal,
Gabriel Careaga, Jorge Medina Viedas, Fausto Burgueño... y
una pléyade de sudamericanos que encontraron refugio en
la UNAM debido a su salida obligatoria e injusta de sus res-
pectivos países. Eran principios de los años setenta.
Varios de los mencionados eran periodistas de Excél-
sior, considerado entonces entre los mejores periódicos del
mundo, y eso nos llenaba de admiración porque predicaban
con el ejemplo: enseñaban periodismo haciéndolo. Gustavo,
Hugo y René, por su parte, publicaban novelas y poemarios,
¿Se podía pedir algo más?
Más tarde los alumnos nos incorporamos al trabajo
periodístico y literario (José Buil se hizo director de cine), y
cuando René Avilés Fabila fue director de El Búho, suple-
mento de Excélsior, nos invitó a colaborar (yo lo hacía en las
páginas culturales de El Periódico de la Vida Nacional, bajo
la conducción de Edmundo Valadés), y desde entonces el
veneno del periodismo y de la literatura se nos metieron en la
sangre, en el alma. Agradecemos todos a René y a Gustavo.
Para quitar solemnidad a este justo homenaje, repetiré
lo que he contado en otras ocasiones: René Avilés Fabila era
considerado el más simpático. Recuérdese que la simpatía es
uno de las cualidades más importantes, sobre todo si está al
lado de la inteligencia y la generosidad. Y si hay alguien que
reúna esas características es René.
Aparte de ser su colaborador, me enorgullezco de ser su
amigo. Hemos coincidido en universidades de varios países
en cursos y conferencias, y el trato constante ha afincado
nuestra amistad. Pero puedo señalar que René es admirado
no sólo en México, sino donde se para. El fallecido John S.
Brushwood, quien era dean de la Universidad de Kansas en
Laurence invitaba con frecuencia a René y lo consideraba
uno de los mayores escritores latinoamericanos, lo que no es
cosa fácil.
Con la debida modestia, me uno al juicio del doctor
Brushwood, porque he leído y releído la obra de René con
absoluto regocijo. Y regocijo es otro sustantivo aplicable al
autor de Los juegos, porque así se trate de los asuntos más
dolorosos el autor no tiene empacho en desatar su magnífi-
co humor: se ríe de lo que (y quien) le da la gana. No puedo
soslayar el hecho de que haya publicado El gran solitario de
Palacio, centrada en los acontecimientos de Tlatelolco 68, la
primera en su especie –en esos tiempos afrontar al presiden-
te de la República era un acto suicida– en el extranjero
(Argentina).
Pero debo decir que el periodismo practicado por René
era inaudito: llamaba pan al vino y vino al pan (no estoy
haciendo juegos de palabras de corte político), lo que tam-
bién era suicida. Él (y Gonzalo Martré) se atrevía a decir sus
verdades a los presidentes y argumentaba de maneta incon-
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trovertible. Hoy –también lo he apuntado– cualquier pobre
diablo descalifica a quien sea. Pero cuando René lo hacía eso
era punto menos que impensable.
René Avilés Fabila inició su carrera literaria como cuen-
tista, y aunque ha dicho que es el género mayor, se aplicó asi-
mismo a la novela. Ya mencioné El gran solitario..., pero no
se pueden olvidar Tantadel, La canción de Odette, Réquiem
por un suicida y El reino vencido, a mi parecer su mejor nove-
la, porque se desnuda a sí mismo, a una generación impor-
tante de mexicanos y al país entero.
Conviene recordar lo que dijo en una entrevista con
Mempo Giardinelli: prefiere el cuento. Intervengo para afir-
mar que hay temas que necesitan más espació: los textos
breves de René son espléndidos, mas ¿cómo contar en lí-
neas breves lo acaecido en Tlátelolco 68 o la derrota de un
hombre como en Réquiem...?
Entre tantos relatos desoladores, René se da tiempo
para contar historias de amor. ¿Será porque él es un enamo-
rado del amor? A veces tienen tintes dramáticos, ¿pero no es
el amor uno de los misterios más grandiosos? El autor elimi-
na la catástrofe urdiendo matices humorísticos que, como
dije, es una de sus cualidades más apreciables. La canción de
Odette es una tragedia, aunque desternille de la risa al lector.
Por último, señalo otra característica de René Avilés
Fabila su disciplina. Si bien –como lo declaró a: Mempo Giar-
dínelli– le divertirse, guarda un enorme respeto por su pri-
vacidad, y aparte de escribir su obra literaria dedica gran
tiempo al periodismo y a la cátedra. Lo leo en La crónica de
hoy, en Excélsior y en la revista Siempre! Además, dirige (con
Rosario) El búho, revista que se entrega sin costo a más de
cinco mil lectores. Por mucho tiempo fue profesor de la
Universidad Nacional Autónoma de México (donde fue titular
de Difusión Cultural), y ahora lo hace en la Universidad
Autónoma Metropolitana; además se hace de tiempo para
atender tesis de sus alumnos y a viajar dando conferencias. Y
no puedo dejar de lado el Museo del Escritor: es una de las
ideas más geniales que a alguien puede ocurrírsele. Se trata
de albergar documentos referidos a los escritores (cartas;
obras prístinas, objetos, retratos...) No hay algo parecido en
todo el mundo.
¿A qué horas, te pregunto, René, puedes hacer todo eso?
Es un orgullo ser tu amigo.
Rocco Almanza
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ELIZABETH ORTEL*
l deseo y el destino no siempre son compatibles.
Hay típicamente dos opciones para reaccionar
frente a este hecho. La primera es darse a los
deseos, construyendo a partir del ser dado por la naturale-
za y esforzándose de una manera persistente para alcanzar
objetivos vitales. La segunda es aceptar el ser recibido y
resignarse al destino determinado por el cuerpo y la socie-
dad donde éste existe, posiblemente teniendo que abando-
nar los sueños más queridos. En el poemario Avutardas**,
escrito por la poeta mexicana Patricia Medina, el conflicto
entre deseo y destino encuentra su campo de batalla en el
cuerpo de una avutarda que sufre un itinerario de tribula-
ciones frente a las circunstancias de no aceptar lo determi-
nado por las características físicas.
Lo que es más notable en la serie de 62 poemas con-
tenidos en Avutardas es que Medina haya elegido construir
su hablante lírico con la voz de un animal: la avutarda, un
ave cuyo peso físico y tipo de alas no le permiten volar
grandes distancias. ¿Qué mensaje trasmite un pájaro así?
No hay duda de que un ave pesada y sin mucha habilidad
para volar está signada desde su nacimiento con un desti-
no muy distinto a otros pájaros debido a las propiedades
naturales de su cuerpo. Nos hace pensar: ¿Son los seres hu-
manos comparables a los pájaros? ¿Es el destino de la
mujer inevitablemente diferente al del hombre, ¿es el des-
tino de alguien de piel clara distinto del que tiene la piel
morena? En suma, ¿cuáles son las consecuencias de tener
nuestros cuerpos y cómo reaccionamos frente a éstas?
Avutardas empieza con la conciencia clara de las res-
tricciones que el cuerpo le impone al desarrollo de la vida
personal. El primer poema comienza con el juego de pala-
bras “ave tarde / tardía / retardada” (1 v. 1-3), subrayando
con significantes, ritmo y forma visual de los versos la len-
titud que encarna la avutarda. Los dos primeros poemas
están escritos en la segunda y tercera persona e introducen
un tono de reproche hacia el animal. La tercera voz es im-
personal –tiene el efecto de imitar la perspectiva exterior y
común hacia el pájaro, y también refleja la distancia que el
hablante –el “yo” del poemario quien aparece por primera
vez en el tercer poema– siente hacia su cuerpo mismo y
sus alas impedidas. La voz desplazada de los dos primeros
E
Gustavo Buendía
poemas continúa al describir la avutarda como “gorda” (1 v. 4)
y “lenta” (1 v. 10), cuyas alas “de escasísimo plumaje” (2 v. 3),
“vienen cayendo lentas” (2 v. 16), “y quedan sobre el mundo”
(2 v. 18). El enfoque dado en las alas de la avutarda demuestra
que éstas no funcionan como alas “normales.” Dicha intro-
ducción, no tan halagüeña, prepara la entrada de la voz lírica
que domina el resto del libro –el “yo” de la avutarda misma.
Con voz íntima, la avutarda comienza a describirse con
un tono negativo, expresando su conciencia de la brecha
que existe entre sus habilidades dadas como avutarda y sus
deseos de volar y comunicar. Describe sus alas como “pla-
netas asidos a su sólo capricho” (4 v.5), y dice “no tengo
boca, ay / mi pico es mudo” (5 v. 1-2). Sus anhelos de volar
y de expresarse no se realizan: “no hay grito que me salve /
de este canto sin puertas” (5 v. 9-10). La única certeza es el
conocimiento de desear lo inalcanzable (9), y para ello tiene
“el corazón completo” (9 v. 11). Tal vez dentro de sí misma
–en lo más recóndito– se siente un ser más total, pero
su cuerpo es insuficiente para materializar las ansias de su
vida interna en el mundo exterior.
Como reacción a su situación desafortunada, al principio
ella trata de negar y superar las limitaciones de su cuerpo,
que compara con una “jaula” (15 v.1). “Ensayo: abrir el
pico” (13 v. 1), dice ella, reflejando la determinación que
tiene. Hay algunos logros: “y dije cielo / y no / nunca se
hacía // y dije vuelo / y vi / que me elevaba” (15 v. 11-16),
pero pronto aparecen los “predadores” que erradican esos
éxitos: “qué poco para tanto / decían mis predadores” (16 v.
10-11). Hay referencias a lo largo de los poemas a predado-
res y antepasados que llenan de obstáculos las tentativas de
la avutarda. Dice, “pongo ancestros en nidos / y nombres
como hebras / se enredan en mis patas / me ordenan silen-
ciarme” (19 v. 3-6). A la vez hay alusiones a un pasado pri-
mordial mítico descrito detalladamente en poema 14. Era
un “tiempo antes de mi cuerpo” en que “dicen que estuve
dios” (v. 1-3). Era un tiempo en que “vivía sin miedo / en
mitad de los hombres” (v. 12-13). El pasado y lo dicho por
sus predadores le pesan a la avutarda como su cuerpo
mismo, todo conspirando contra su anhelo de volar.
Pero a la llegada de su vejez, presentada en los poemas
34 y 35, la voz de la avutarda empieza a cambiar el tono que
tiene hacia su ser por uno de reflexiones sobre lo que ha
tenido que aceptar y aquello que le permite la superviven-
cia. Con referencia a las aves pequeñas que tienen la habi-
lidad de volar, la avutarda se manifiesta: “no las envidio”
(42, v. 10). Luego dice, “creció la sombra debajo de las flo-
res / y ya ninguno pudo / caminar con los ojos / fijos en el
desierto” (43 v. 11-14). La sombra debajo de las flores, junto
con otras imágenes de vejez que aparecen en la segunda
mitad del poemario, predice el fin de la existencia. Con la
conciencia de la muerte, límite de todos los seres, la avu-
tarda se da cuenta de que no puede más “caminar con los
ojos fijos en el desierto” – de que dicha aceptación ha esta-
do habitada por el disentimiento suyo. La resolución de
aceptarse a sí misma se concreta en el poema final. El reme-
dio para todas sus frustraciones no reside en cambiar sus
habilidades y cualidades somáticas originarias, sino en
cambiar su perspectiva hacia sí misma y oponerse, desde
su ser individual, a las normas construidas por la mayoría.
Al leer Avutardas, se puede observar que la voz lírica es
una voz femenina. “Un diez por ciento niña” (9 v. 1) dice la
avutarda al describirse. También hay un énfasis en lo feme-
nino por toda la obra. La avutarda dice específicamente en
poema 8 que quiere “algunas buenas aves por amigas” (v. 2)
y en poema 17 dice, “pero nunca estoy sola / noventa y
nueve hermanas / volamos al amor / por separado” (v. 11-
14). Ella se describe luego como “hermana de mi madre /
hija de mi hija… hoy puedo ser la nieta / de mi abuela nona-
ta,” unificando todos los seres femeninos de su familia en
la identidad suya (53 v. 1-2, 10-11). Relacionando la histo-
ria de una avutarda expresamente femenina con el mundo
de los seres humanos, no se puede dudar que tener el cuer-
po de mujer o de hombre tendrá un efecto en el “destino”
–un sino que ha sido construido con las posibilidades del
ser y lo que puede ser alcanzable o no en la vida. Es claro
que el género de un cuerpo, en sus modos de vivir y de
manifestarse, puede abrir o cerrar puertas en el mundo.
Al final de su vida, la avutarda anhela las palabras para
expresarlo todo: “tiempo dame palabras / para nutrir mi
pico / de un llanto inaugural” (60 v. 11-13). En verdad, la
avutarda llega a considerar la historia de su existencia total
como un gran gesto para mostrar el ser, y ella la compara
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con la palabra escrita. Dice, “mas nunca olvido / que fui lo
que he firmado / en mi eterno zigzag” (62 v. 3-5). El “zig-
zag” se refiere simultáneamente a la moción de la avutarda
cuando se mueve sobre la tierra y a las acciones y reaccio-
nes contra los obstáculos siempre cambiantes y poco pre-
decibles de la vida. Para ella, el cuerpo, y el proceso de vivir
con las particularidades del mismo, se transforma en la
firma, lo explícito de la identidad misma.
La estructura del libro con poemas sin título, numera-
dos y dispuestos uno por cada página, contribuye a la re-
presentación de la vida como un proceso. Separados, sin
relación con los otros, los poemas se sugieren como men-
sajes sumamente personales, como flujo directo desde la
consciencia. Cada poema funciona como una escena en
la vida de la avutarda, una foto, que unida a las otras nos va
conduciendo gradualmente hacia las declaraciones finales.
Dicha revelación gradual es metafórica de la vida misma,
hecha de experiencias y reflexiones siempre cambiantes, y
mediatizadas por las circunstancias angustiosas que los
individuos no pueden controlar del todo.
La vida del ave en Avutardas se convierte en expresión
poética de la discrepancia entre deseo individual y un des-
tino impuesto por las circunstancias de la existencia física y
espiritual –el diseño del cuerpo, las opiniones de la mayo-
ría, las categorías culturales, expectativas familiares, etcéte-
ra. El resultado de la experiencia de viaje y existencia de la
avutarda que ha dado voz lírica al texto es, a pesar de su
tono de aceptación, algo complejo y ambivalente. ¿Es justo
tener que abandonar sus deseos más queridos o es un
hecho de la vida que el cuerpo le imponga a un ser un des-
tino inevitable? Al final, la voz poética de la avutarda dice,
“conjuré la cárcel / y la herí con la luz” –una declaración de
libertad al asumir el fin de su ciclo vital (62 v. 19-20). Pero
esta manifestación nos parece más su aspiración vehemen-
te frente al trauma de la pérdida dramática de deseos y
esperanzas que ha tenido que sufrir.
*Florida State University**Patricia Medina, Avutardas. Oaxaca. Premio Internacional de Poesía
Benito Juárez 2006. Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca.Oaxaca, 2006. 72 pág.
Francisco Tejeda Jaramillo
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RAFAEL CARDONA trataba de los demás. Como él decía, de “lo rotundo de los
hombres ilustres”. Parte de su talento consistía en reírse de sí
mismo con la misma impía frecuencia como se burlaba de
otros.
Y he preguntado por los propietarios de un finado nada
más por una razón: por la cantidad de preguntas en el “oficia-
lismo” extraoficial surgido de sus homenajes tanto en el Mu-
seo de la Ciudad, el Palacio de Bellas Artes o el Museo del
Estanquillo.
–¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? pregunta en público
una dolorosa Elena Poniatowska. Pues ella no sé, pero el resto
de la humanidad seguirá haciendo su vida.
Algunos seguirán leyendo los libros de siempre; otros
los de moda; unos más escribirán sus memorias y los cantan-
tes elevarán sus voces; los traileros manejarán sus enormes
camiones y los choferes de las micros seguirán destazando la
ciudad a volantazos. Patearán balones los futbolistas y leerán
noticias los locutores; harán televisión quienes de eso saben y
pintarán cuadros y murales los artistas. Los pájaros cantarán
por las mañanas y recogerán sus plumajes por la tarde acu-
rrucados en la fronda de los árboles. .
Se hará pan en las tahonas y filosos cuchillos laminarán
filetes en las carnicerías; los médicos les meterán la mano en
las vísceras a sus pacientes y los toreros matarán al segundo
de la tarde; dibujarán los moneros y limpiarán manchas las
lavanderas. En las bardas habrá sol. ¿Qué vamos a hacer sin
Monsi? Pues lo mismo de siempre.
Pero si a la pregunta del incierto futuro del mundo no
acertáramos a responder después de este lamentable deceso,
n la novela El torero Caracho, Ramón Gómez de la
Serna describe una hilarante escena: el matador ha
muerto y en su velorio se encuentran la esposa y
la amante.
La primera echa a gritos a la segunda.
La increpa con un castizo “¡fuera, so puta!” y mientras
eso ocurre se forma ahí una rebambaramba; la cuadrilla se
pelea contra los visitantes, los familiares se miran con ojos de
extrañeza y la caja se viene al suelo con todo y el cadáver
lleno de velas y parafina del malogrado diestro.
En varios casos de la vida real he sido testigo de casos
como ése. No diré el nombre, pero a un amigo mío se le jun-
taron cinco viudas en la capilla ardiente. A otros, nada más
dos. A otro le apareció un “viudo”.
Y por esas razones me he preguntado siempre ¿de quién
es el muerto? La palabra cercana, deudo, nos la ofrece el dic-
cionario siempre con circunstancia de parentezco.
Pero cuando el difunto es persona pública, militante polí-
tico o fama ambulante, los deudos son los militantes de su
causa, a veces sus lectores, seguidores, admiradores o simples
“snobs” en busca de la efímera gloria de quince minutos de
publicidad doliente o no; sincera o no, sentida o no, o simple-
mente la inclusión accidental en la fotografía del diario de
mañana.
Todo esto me viene a la cabeza ahora cuando veo los
homenajes a Carlos Monsiváis, quien de seguro se burlaría
de ellos con la misma ironía y sarcasmo de siempre cuando se
E
Los muertos,¿de quién son?
El cristalazo
quizás debamos pensar un poco sobre el sentido de adjudica-
ción de los cadáveres. El secretario de Educación fue echado a
la calle (así no haya obedecido) por la dramaturga y teatrista
Jesusa Rodríguez, quien le dijo, “el representante de Elba Es-
ther Gordillo no tiene nada que hacer aquí”.
Pero donde Gordillo sí tuvo quehacer fue en la edición de
Las herencias ocultas del pensamiento liberal del siglo XIX, obra
de Monsiváis y parte de la colección “10 para los maestros”,
en la cual tomaron parte, además, Fernando Savater, Carlos
Fuentes, Federico Reyes Heroles y algunos más.
El texto de CM citado arriba fue patrocinado por el SNTE
y el Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América en
el año 2000. La edición puso a circular cien mil ejemplares con
motivo del “Día del maestro” en los albores del milenio.
Quizá en recuerdo de esa obra vastamente divulgada por
la editorial del SNTE, la maestra Gordillo envió para su publi-
cación al diario La Jornada (ignoro si a otros) la siguiente es-
quela digna de una nueva sección para los seguidores de
Monsiváis. Ya no se trata de Por mi madre, Bohemios. Ahora
es “En la madre, bohemios”.
“Hoy es un día triste para México, para las letras iberoa-
mericanas y para los maestros. La ausencia de Carlos Monsiváis
nos duele, me duele, nunca olvidaré su agudeza que no dejaba
títere con cabeza, su capacidad para acercarse, como nadie, a la
realidad de su entrañable ciudad y de su país, su generosidad
para dejar una de sus obras como legado para el magisterio.
¡Hasta siempre maestro! Elba Esther Gordillo.”
Lujambio respondió con una titubeante convocatoria a la
tolerancia, lo cual no fue de ninguna manera suficiente. El
féretro, a pesar de estar en el Palacio de Bellas Artes, no esta-
ba en terrenos oficiales sino en el “camposanto” de los amigos
de Monsiváis y bajo la protección del gobierno de la ciudad del
cual fue simpatizante y consentido.
En ese sentido es muy impresionante la fotografía de la
página seis de La Jornada del 21 de junio el dueño de la pompa
fúnebre es Andrés Manuel López O. Enhiesto, firme con José
María Pérez Gay y la ya mencionada Rodríguez.
No, no está Marcelo Ebrard.
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Luis Garzón
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Por los papeles de Elena Garro
Una colección de papeles sueltos, to-
mados del baúl personal de Elena Ga-
rro: fragmentos de diarios, poemas in-
conclusos, apuntes de proyectos de
libros, fotografías antiguas, todo ello se
reúne en el libro Elena en la intimidad
editado por la Fundación Cultural Ga-
rro y Paz, animada por Helena Paz
Garro y sus familiares, que rescataron
estos papeles en los que se trasluce la
vida íntima de la gran escritora Elena
Garro. Reproduzco algunos versos, del
poema “O.” Dedicado a Octavio Paz y
fechado el 18 de enero de 1955: “Todo
el año es invierno junto a ti / Rey Mi-
das de la nieve”; de “Amor” dedicado a
Bioy Casares y fechado en París, 1950:
“Miro tu rostro / tu dorada geografía /
las pendientes / los minúsculos ríos /
navego sin parar por ellos […] Voy de
viaje hermana / voy al país abierto
navegable/ del rostro de mi amado”. El
libro se presentó en la Galería Torre
del Reloj, de la colonia Polanco, con la
presencia de la poeta Helena Paz Ga-
rro, hija de la escritora. Hablaron René
Avilés Fabila, Marco Aurelio Carballo y
Marcela Magdaleno. Pilar Pellicer leyó
algunos poemas de la escritora y contó
su experiencia como directora y actriz
en el cortometraje basado en el cuento
¿Qué hora es?
De José Saramago
Algunas frases de José Saramago (1922-
2010) que aparecen en el libro José
P A T R I C I A Z A M A
Manuel Miranda
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Saramago en sus palabras (Alfaguara),
recopiladas por Fernando Gómez Agui-
lera: “El único valor que considero re-
volucionario es la bondad... Nunca es-
peré nada de la vida, por eso lo tengo
todo... Comprender no es perdonar...
Nunca he tenido la risa fácil. Incluso la
sonrisa es algo que me cuesta traba-
jo... Ni el arte ni la literatura tienen
que darnos lecciones de moral. Somos
nosotros los que tenemos que salvar-
nos... La esencia humana es un inter-
medio entre la nada y la nada. La nada
porque antes de nacer lo que había es
la nada y después también es la nada...
Yo soy una persona pacífica, sin dema-
gogia ni estrategia... Nadie podrá decir
nunca que la he engañado. La gente
tiene necesidad de que le hablen con
honestidad... La literatura no transfor-
ma socialmente al mundo, el mundo
es el que va transformando, y no sólo
socialmente, a la literatura... La lite-
ratura actúa como un reflejo más o
menos inmediato del estado de las so-
ciedades y de sus sucesivas transfor-
maciones...”
A propósito de Monsi
Sobre la muerte de Carlos Monsiváis
(1933-2010) opinaron José Emilio Pa-
checo: “Estuvo siempre con las mino-
rías y los oprimidos. Esto lo saben to-
dos. Menos apreciada es su labor de
crítico literario y, en particular, de poe-
sía”...; Sergio Pitol: “Era un polígrafo
en perpetua expansión, un sindicato
de escritores, una legión de heteróni-
mos que por excentricidad firma con el
mismo nombre”...; Herman Belling-
hausen: “El problema con Monsi es
que no hay manera de exportarlo y
difícil de traducir, aunque no faltan es-
forzados gringos que lo estudian y
antologan en inglés”...
Tiempo de fut
“La televisión y los anunciantes hacen
lo posible por inflar la importancia de
la Selección Mexicana de Futbol”,
declaró Juan Villoro, aficionado al fut.
“Su verdadero objetivo es ganar dinero
y vender galletas, cervezas y coches…
en un país donde los diputados legis-
lan para subirse el sueldo, los juga-
dores cobran para fallar penaltis”. En
cuanto a entusiasmar a la gente que
no ve futbol para que se haga aficiona-
do, Juan Villoro dijo que el futbol se
acredita o desacredita solo. “Como las
manitas de puerco en vinagre, es un
placer especial que no tiene por qué
gustarle a todo el mundo”. Explicó
que se trata de un fenómeno neumáti-
co que ocurre cada cuatro años y que
una vez que la selección se desinfla se
olvidan las reivindicaciones “esencia-
listas”. Vaticinó que como siempre el
Tri pasará a la siguiente ronda pero sin
llegar al quinto partido. Lo entrevis-
taron para el Reforma.
El minero de las salinas chilenas
Hernán Rivera Letelier (59 años), el
escritor chileno que ganó el XIII Pre-
mio Alfaguara de Novela contó que a
pesar de que llegó a los tres meses de
nacido al pueblo de Algorta y “éramos
pobres como ratas y andábamos a pa-
tadas con los piojos”, tuvo la infancia
más feliz del mundo, porque el de-
sierto era “mi patio de juego”, donde
mataba lagartijas y perseguía remoli-
nos. De su trabajo de 30 años en las
minas de salitre salió su novela El arte
de la resurrección. Se trata de la histo-
ria de un iluminado que se creía Cristo
resucitado y que se encontró a su Ma-
ría Magdalena, una prostituta que apo-
yaba a los mineros en huelga. Antes de
recibir el Premio en Madrid, unos dos
millones de pesos, Hernán Rivera Le-
telier se preguntó: “¿Para qué escribir
si no es para hacer una obra maestra?”
Nadie más podría haber escrito esa
historia, dijo, porque llevaba en los
genes el tono para contarla, ya que su
padre era predicador y él dormía con
una Biblia bajo la almohada. También
recordó que al publicar La reina Isabel
cantaba rancheras, en 1995, quemó
sus naves y se dedicó a escribir.
Editoriales en crisis:
reducen novedades y tirajes
En un análisis de la situación del libro,
los editores opinaron: Pilar Reyes, de
Alfaguara: “Lo que noto es que las devo-
luciones son más rápidas, el canal es
más impaciente... Lo que se ha dado
un batacazo es la no ficción (los en-
sayos)”; Joaquín Palau, de RBA: “No-
sotros que somos un grupo de seis
editoriales hemos pasado de 400 no-
vedades a 280 del 2008 al 2009... Los
editores estarán preparados para lle-
var sus contenidos al libro electrónico;
Jorge Herralde, de Anagrama: “Noso-
tros publicamos 70 novedades y 35 de
bolsillo por año... Se han terminado
las falsas euforias... Lo más penaliza-
do es el ensayo serio... El libro elec-
trónico tiene tres por ciento del mer-
cado en EE.UU... No sabemos que
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pasará con los llamados nativos digi-
tales”; Jaume Valicorba, de Acantilado:
“Siempre me he movido en tiradas ba-
jas de cuatro mil ejemplares... Publi-
camos menos de 60 títulos al año... Lo
que uno lee en la pantalla se olvida
con mayor facilidad” (encuesta de El
País). Quizá se debiera adoptar el cri-
terio del gobierno de Noruega para
alentar la lectura, según lo reveló la
escritora de ese país, Herbjorg Wass-
mo, autora de la novela La casa del
mirador ciego (Nórdica): compra mil
ejemplares de todos los libros nuevos
y los distribuye por la red de bibliotecas
públicas. “No vale la pena defender a
un gobierno que no protege su cultura”.
Los próximos Cortázar y Laforet
En Cartas a los Jonquieres, correspon-
dencia de Julio Cortázar, el autor de
Rayuela cuenta de sus días de po-
breza, pero felices, en París y de cómo
escribía aquella novela, entre 1950 y
1956. El libro lo publicará Alfaguara
y aparecerá primero en Argentina. Los
Jonquieres era una pareja con la que
Cortázar se escribía... Para obtener el
divorcio, la escritora Carmen Laforet
(1921-2004) tuvo que firmar ante no-
tario, que no escribiría ni una línea de
su matrimonio de 24 años con Manuel
Cerezales, con quien tuvo cinco hijos,
se cuenta en su biografía Carmen La-
foret. Una mujer en fuga (RBA), de
Anna Caballé e Israel Rolón. Ella obtu-
vo el I Premio Nadal con su novela
Nada en 1945.
Novedades en la mesa
El poeta José Vicente Anaya publica
140 cuentos en el libro Largueza del
cuento corto chino en la editorial Al-
madía, después de diez años de traba-
jo compilándolos.
Miguel Ángel Toledo
44
El
Bú
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ELSA CANO
illiam Faulkner nació en New Albany, Missi-
ssippi en 1897 y murió en Oxford, Mississippi
en 1962. Sus novelas más conocidas son
Mientras agonizo (1929), Sartoris (1929), El sonido y la fu-
ria (1929), Absalón, Absalón (1936) y Las palmeras salvajes
(1939). En 1949 obtuvo el Premio Nobel de Literatura y en
1955 el Premio Pulitzer.
Las palmeras salvajes está dividida en dos partes: Las
palmeras y El viejo; ofrece dos acciones simultáneas:
a) La de un prisionero condenado que huye de la cár-
cel y que finalmente regresa a ella y
b) La vida de una mujer que abandona su hogar (Ma-
rido e hijos) para unirse con su amante.
Asistimos a la vida de los personajes a través de la
fragmentación. Ellos están en una situación límite de su
existencia (que son los capítulos titulados palmeras); y los
capítulos titulados el viejo se refieren al tiempo presente. El
lector debe estar muy atento porque la novela es una espe-
cie de rompecabeza que debe ser resuelto. Hay elipsis y jue-
gos temporales arbitrarios.
El personaje Harry parece pusilánime y tonto, pero no
lo es y cuando hace reflexiones tiene una concepción del
tiempo en todas sus posibilidades: Presente, pasado, futu-
ro, mítico, cronológico. El tiempo de la novela es caótico,
no lineal.
Faulkner hace una crítica despiadada a la hipocresía de
la sociedad de los Estados Unidos. Hace parodias y se burla.
Por ello con gran ironía narra que el marido de Carlota es
capaz de entregar personalmente a su esposa con su aman-
te y además darles dinero. Carlota manipula a su antojo a
su amante Harry.
Encontramos cientos de posibilidades y sugerencias
que el lector debe atrapar porque el libro tiene humor ne-
gro, fuerte y descarado.
El otro personaje masculino, el condenado, el penado,
que es muy delgado, salva a una mujer embarazada, pero
lo que más desea es deshacerse de ella y no volverla a ver.
Entonces tenemos dos hombres: Harry y el penado y dos
mujeres, Carlota y la embarazada. Las dos mujeres son las
causantes de todo lo malo que les sucede a los dos hom-
bres. La historia del penado es vida, la historia de Carlota
es muerte.
Tanto las palmeras como el Viejo (que se refiere al río
Mississippi The Old Man River) tienen características hu-
manas. Las palmeras están relacionadas con la furia del
viento y con las manos temblorosas de Harry; palmera y
palma de las manos.
Las dos historias se funden en el desenlace porque son
una representación simbólica del fluir del tiempo y de la
vida. La fuga del presidiario es una especie de fondo y
la realidad es la historia del amor de Harry y Carlota.
Hay también una especie de “cámara ojo” que cede su
lugar al narrador. Faulkner sigue a Joyce, Woolf y a Proust;
tiene algo de la corriente del naturalismo y también algo del
impresionismo, pero Faulkner otorga su sello personal. En
esta historia el amor es muy importante, pero no se trata
del amor ideal o de una situación romántica, sino que Las
palmeras salvajes es una novela negra porque Harry y Car-
lota son como los amantes malditos.
La mirada es un aspecto muy importante en este texto,
porque los personajes ven, observan, vigilan y espían y el
lector es un voyerista que contempla las cuatro vidas. ¿Por
qué Faulkner hace una exploración exhaustiva del compor-
tamiento humano en dos historias simultáneas? Porque la
realidad es múltiple y simultánea; la vida es así, por lo tanto
así debe ser la literatura. Los personajes trascienden una
tragedia, pero sin redención.
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45
LEONARDO COMPAÑ JASSO
ste ensayo deriva de una de muchas lecturas
gozosas, no morfosintácticas ni mucho menos
lingüísticas, de Primero Sueño de Sor Juana Inés
de la Cruz.
Fueron realizadas durante la noche y bien las pudo
insuflar la flama de la vela si no fuera porque ya existe la luz
eléctrica. En una de tantas lecturas brotó la impresión de
que Primero Sueño es un manuscrito alquímico.
Posiblemente cabría aducirlo a la influencia de Kircher
en Sor Juana, tal y como confirma el ensayo de Elías Tra-
bulse “El Hermetismo de Sor Juana Inés de la Cruz”, donde
es factible relacionar el hermetismo con la alquimia. Em-
pero, no es suficiente para relacionar a Sor Juana con toda
la alquimia.
La hipótesis de Trabulse resulta, sin embargo, lo sufi-
cientemente sólida y bien fundamentada como para partir
de ella, antes de retomar la relectura de la Silva. Entre otras
cosas, sostiene que para “Sor Juana,…, el papel del ‘cientí-
fico’ era el de sintonizar con el mensaje del universo, o sea
del cosmos, cuajado de maravillas por obra de ese gran
mago que era Dios, verdadero arquitecto del mundo”. Y
ubica la orientación dentro “del conocimiento científico, tal
cual concebían los filósofos herméticos de los siglos XVI y
XVII, adscritos a lo que actualmente se conoce como ‘tradi-
ción mágica’”.
Bajo el supuesto de que “ciencia” fuera sinónimo de
“hermetismo” y, dentro, de “alquimia”, ¿cómo fue que Sor
Juana no cayó en manos de la Inquisición?
De que la poeta leyó a Kircher no existe duda, pues lo
cita, aun cuando no se ha esclarecido a cuál de sus obras
tuvo acceso. Varios autores, entre ellos Vossler, las citan
con seguridad pese a que no se les ha ocurrido hacer un
estudio comparativo.
Bajo la premisa de que Primero Sueño resultare de tras-
ladar la visión kircheriana del mundo; asimismo, de que la
monja jerónima conociera la obra del jesuita alemán y de que,
teniendo inclinación a la alquimia, la Santa Inquisición no la
condenara a la hoguera ¿cómo logró exponer sus ideas y con
qué objetivo?
Quizás el conceptualismo barroco responda a la primer
interrogante; su manejo genial le permitió disfrazar el mensa-
je, con belleza y coquetería, propias de mujer. Recurso perso-
nal y original para conservar la tradición alquímica y herméti-
ca de esconder al lego lo reservado al iniciado. Así, se burló de
la Inquisición.
No tanto para alcanzar un conocimiento “científico” ni
para difundirlo, sino para un ámbito específico de las huma-
nidades, la ética, aún cuando le hayan atraído temas vincula-
dos a las matemáticas, las máquinas, o la geometría, y lo haya
aseverado en un pasaje de su “Respuesta a Sor Filotea”.
Tanto Don Victoriano Salado Álvarez como Don Alfonso
Méndez Plancarte nos dan cuenta de un tratado sobre cues-
tiones morales -al parecer en la biblioteca de Austin, Texas-
del que todavía se desconoce su paradero exacto.
Si albergó, o no, la idea de un proyecto ético es relevante
para la comprensión de algunos pasajes; incluso, del motivo
inicial del poema.
No hay que olvidar que Sor Juana estuvo ligada a la Corte
Virreinal desde temprana edad, lo que establece la presunción
de ideas éticas, con tonalidades y coloraciones políticas.
Es necesario precisar que la poeta no era política ni pre-
tendía serlo. Sus ideas adquirieron tales relieves, pero no esta-
ba en sus expectativas. No cabe excluir la posibilidad de que
hayan producido efectos en la sociedad novohispana.
El llamado “misterio” de Sor Juana, muestra extrañas
coincidencias con el año y el régimen virreinal que la rodeó
a partir del Conde de Galve.
Sus días de mayor esplendor, en las Cortes Novohis-
panas, terminaron cuando el Marqués de la Laguna dejó el
E
y la alquimia lingüística
cargo. Algo semejante se observa con Don Carlos de Sigüenza
y Góngora.
¿Por qué motivo, quienes trazaron los símbolos y ale-
gorías representados en los arcos triunfales de la Ciudad de
México y de la Catedral Metropolitana, con los que fue reci-
bido el Marqués de la Laguna, dejan de escribir después de
1692? ¿Casualidad? ¿Qué nexo hay entre esta “casualidad”,
la Corte Virreinal del Marqués de la Laguna y el tumulto de
1692, al que bien podría llamársele “rebelión del pulque”
con base en la relación hecha por el mismo Sigüenza y
Góngora?
El Doctor José Pascual Buxo opina que Sor Juana se
abandonó a su repentina y sorpresiva fiebre mística, por la
cual se deshizo de su biblioteca y demás maravillas, como
resultado de la intriga eclesiástica surgida alrededor de la
“Carta Athenagórica”, donde refuta un sermón del Padre
Vieyra, entre el obispo de Puebla, Fernández de Santa Cruz,
oculto bajo el seudónimo de Sor Filotea, y el arzobispo je-
suita Aguiar y Seijas, de proverbial misoginia.
No obstante, de la lectura de la referida “Carta” cabe
desprender una postura feminista, que dudosamente pudie-
ron abrazar los supuestos contendientes.
Por lo mismo, es factible conjeturar que el motivo que
la llevó a esa decisión puede hallarse en el esquema de pen-
samiento subyacente en Primero Sueño como texto alquí-
mico.
Esquema, por cierto, vinculado tanto al Neptuno Ale-
górico y a los Villancicos como al Theatro de las Virtudes
Políticas de Don Carlos de Sigüenza y Góngora.
El Neptuno Alegórico explica el arco triunfal, colocado
en la Catedral Metropolitana, mientras que el Teatro… de
Sigüenza y Góngora el arco erigido en la iglesia de Santo
Domingo, cuando se hizo el recibimiento respectivo al Mar-
qués de la Laguna como Virrey.
La prosa y poesía de Sor Juana, cuyo centro no se ubica
tanto en su Carta Athenagórica como en sus Ejercicios
Devotos para los Nueve Días antes de la Purísima Encar-
nación.
Otras lecturas de Primero Sueño revelan que la silva
cuenta con una estructura interna semejante a los villanci-
cos y deriva de un método. Ahora bien, entre ello destaca la
figura a que alude en los primeros versos y que es posible
situar en un contexto medieval, que remite al orden mani-
queo del mundo trazado por San Agustín.
Dicha figura es la Diosa tres veces hermosa, que se
relaciona con Venus si se tiene en cuenta la obra de Edgar
Wind, titulada Los Misterios Paganos del Renacimiento.
Para Lugo Usodemar y para Don Alfonso Méndez
Plancarte la referida “Diosa” es la Luna y no Venus. Los argu-
mentos del ilustre sorjuanista son contundentes al respecto.
Sustentado en Virgilio, el Doctor Méndez Plancarte ase-
vera que es la Luna como Sémele, Diana y Hécate, papeles
que desempeña en el cielo, en la tierra y en los infiernos, res-
pectivamente.
Sin embargo, el tono alquímico del poema traslada el
pasaje inicial a De Natura Rerum de Lucrecio, donde invoca
a Venus; y a ciertos fragmentos de Las Metamorfosis de Apu-
leyo, después tituladas por San Agustín El Asno de Oro.
Resulta difícil asegurar que Sor Juana haya leído a es-
tos autores, como sí puede aseverarse acerca de Virgilio u
Ovidio, que menciona. Pero no hay duda que leyó a San
Agustín.
Este Padre de la Iglesia, en los capítulos XV y XVI del
Libro VII de la Ciudad de Dios, asigna a la Luna las diosas
Venus, Diana y Minerva.
En diversos villancicos, predominantemente dedicados a
la Virgen María, Sor Juana la viste con los nombres de estas
diosas grecolatinas al vincularla con la Luna.
Uno, ejemplificativo, aparece como el II del Primer Noc-
turno de los dedicados a la Asunción, en 1686, cantado en la
Catedral Metropolitana.
El villancico VII, que se encuentra en el Tercero Noc-
turno, posee gran similitud temática con las primeras estro-
fas de Primero Sueño.
Para que no haya duda es menester la trascripción de
la segunda estrofa del romance correspondiente que, a la
letra, dice: “Suba la que a sus entrañas/ a todo un Dios arras-
tró,/sublimándose a Divina/ cuando tanto humana a Dios”.
Para el ascenso, porque lleva en el vientre a un Dios, Ve-
nus o el Amor; para la sublimación o divinización, o su ser
Diosa, Minerva o la Luz del Puro Conocimiento y; para su
ser humana frente a Dios, Diana o la Virginidad, con todo lo
que este término significa.
Ahora bien, de lo expuesto puede desprenderse que,
dentro del esquema neoplatónico de Marsilio Ficino, Ve-
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El
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nus desempeña una función determinante para la transfor-
mación, o purificación, del alma.
Es decir, para que suceda la remeatio a que alude Edgar
Wind, el amor, de origen divino, vence la contradicción y la
apariencia.
Este movimiento o proceso es de índole alquímica.
Existe una transmutación o transformación del alma mate-
rial, o humana, en alma divina.
El nexo con el hermetismo, en consecuencia, es eviden-
te, pues el traductor es el mismo Ficino. El Doctor José
Pascual Buxo concluye, después de un largo y serio trabajo,
que no es factible explicar el Primero Sueño desde el Poie-
mander o el Asclepius, pues la poeta llegó a tener noticias
suyas a través de Kircher o Ficino. El poema muestra una
profunda influencia de Ficino. Contribuiría, quizá, su amistad
con Don Carlos de Sigüenza y Góngora, que cita al jefe de la
academia renacentista en su Theatro de Virtudes Políticas.
A lo anterior se agrega que, según Don Edmundo
O´Gorman, en un Boletín Bibliográfico del Archivo General
de la Nación, se introdujo en la Nueva España un ejem-
plar de Marsilio Ficino, desde el siglo XVI. No resulta aventu-
rado asegurar que pudo haber más obras de este pensador.
El Doctor José Pascual Buxo ha realizado penetrantes
análisis de Primero Sueño apoyado en León Hebreo, conti-
nuador, o seguidor, de Marsilio Ficino.
Modelo de mundo –si pretendemos basarnos en
Karl Popper– que se encuentra bajo Primero Sueño, igual
que en posturas alquímicas como las de Paracelso, Ficino y
Pico Della Mirandola, de talante medieval.
El poema de Sor Juana, cuenta con grandes semejanzas
con el agustino. Merced a que existe una línea divisoria
entre el Reino de la Luz y el de las Tinieblas es factible la
purificación o transmutación de la materia.
Cabría aseverar que por esa división estática del Cos-
mos, donde el movimiento perfecto e inalterable está repre-
sentado por el círculo y la armonía celestes, de corte pita-
górico, retomado en el sistema ptolemaico, es dable incrustar
un principio dinámico de transformación de lo finito, im-
perfecto y material a lo infinito, perfecto y etéreo. Dicho
principio dinámico se halla representado, en el poema de la
monja jerónima comentado, por las imágenes de “la som-
bra piramidal” y del sueño, pero bajo la connotación deriva-
da de la concepción agustiniana.
Dentro de una concepción medieval del mundo, donde es
posible situar una Ars Magna Luliana, el método kircheriano,
aplicado por Sor Juana, la conduce a fundir distintas mentali-
dades de la Nueva España en una alquimia lingüística, cuyo
producto se extrae de la sublimación de diversas almas –espa-
ñola, negra, mestiza y demás– al eliminar impurezas, o parti-
cularidades, de cada una. Esta hipótesis deriva tanto de las
jácaras como del tema central de El Divino Narciso.
Así, el Primero Sueño se erige en utopía alquímica no
sólo de conocimiento, sino de saber, derivado de la fusión
lingüística. Cae en el “orden” a que alude Foucault, en Las
Palabras y las Cosas, donde una reja cubre a otra para gene-
rar una nueva. Si acaso, dentro de esta línea, estuvo Don
Ignacio Ramírez “El Nigromante”, cuando participó en el
Congreso Constituyente de 1857. Sor Juana Inés de la Cruz,
empero, se adelanta, con su poema y, desde el sueño, pro-
pone una alquimia lingüística, capaz de amestizar el pensa-
miento mexicano; de otorgarle la “x” a que aludía Don
Alfonso Reyes, frente a Don Ramón del Valle-Inclán.
Iris Aldegani
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El
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RENÉ AVILÉS FABILA
a nueva novela de Javier Duhart, Rogelio y Otilia,
está construida utilizando muchos de los recur-
sos de la novela moderna. Aunque para muchos
críticos la novela adquiere sus plenas características con el
Quijote de Cervantes, no es sino hasta principios del siglo
XX que sufre alteraciones formales y estilísticas que la ac-
tualizan luego de pasar por diversas etapas más temáticas
o intencionales que formales. Al cuento le ocurre algo pare-
cido. Sin duda es el primer género literario que aparece. Las
pequeñas historias son con las que el hombre arranca su
deslumbrante camino literario. Es evidente que inician de
manera oral, es alguien que narra una historia breve, algu-
na anécdota o explicación de un fenómeno sobrenatural, al-
go que le llama la atención a la colectividad primitiva. Con
el surgimiento de un lenguaje escrito, en posesión de un
alfabeto, las imágenes pasan al papel o a la piedra, mucho
después de que las artes plásticas y la música han aparecido.
Con el tiempo, el cuento no está más solo, lo acompañan la
poesía, la novela y el teatro. Es posible que sea la poesía
la que mayores esfuerzos le haya creado al ser humano a
causa de su complejidad formal y la simbología que exige.
La musicalidad, el ritmo, las metáforas, la medición de fra-
ses, su especial modo de utilizar la puntuación, etcétera,
exigen más que posiblemente el trabajo de prosa.
Para los inicios del siglo XX la literatura está a punto de
entrar, como el resto de las artes en el campo de la experi-
mentación, de los ísmos. El siglo XIX se muere lentamente y
no es sino hasta luego de la Primera Guerra Mundial que
comienza impetuoso y brutal el nuevo siglo. La novela se
convulsiona dejando atrás el romanticismo y el naturalis-
mo. A los nombres ya clásicos de Flaubert, Tolstoi, Dos-
toyevski, Goethe, Pérez Galdós, Balzac, Stevenson y Kipling
se pueden añadir nombres que le darán un giro a la novela,
como Joyce, Proust, Kafka, Hemingway y Faulkner. Ya el
mundo de la narrativa es otro y muy diferente. Pero preva-
lecen algunas características fundamentales que simple-
mente van a desarrollarse tales como el monólogo interior,
el uso de los recursos cinematográficos (invención de fines
de siglo XIX) que le permiten al narrador ir y venir en el tiem-
po, retroceder, distorsionar el tiempo y otras posibilidades más
que acaban con la novela tradicional o al menos la despla-
zan. En otras palabras le permiten editar la historia lineal.
Con estas nuevas posibilidades, Javier Duhart se con-
centra en la novela. Rogelio y Otilia una obra que ya muestra
al autor más seguro y confiado en sus cualidades narrati-
vas. No es una novela de muchos personajes y la acción
se ubica en reducidos espacios. El tiempo real es limitado.
A cambio los diálogos son intensos, alocados, vertiginosos
y nos llevan por la historia entre amorosa y divertida de
Rogelio y Otilia y algunos otros personajes que sirven para
los fines de una historia de amor poco común.
Cuando uno observa la forma en que Javier edifica sus
novelas no deja de llamar la atención que se basa en los
diálogos, que construye sus historias con una mínima inter-
vención del narrador, en ocasiones es un simple enlace
entre un grupo y otro de parlamentos. Deja que los perso-
najes se enfrenten y entren en conflicto. A veces pareciera
como si tuviéramos enfrente una obra de teatro con esce-
narios cambiantes. O tal vez ante un filme, una película ver-
tiginosa que nos obliga a seguir la trama. Diré algo más
atrevido, sus personajes parecen estar dentro de un circo de
L
Javier Duhart,el arte de contar divirtiéndote
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tres o cuatro pistas y uno poco a poco va reuniéndolos
armándolos como si fuera un rompecabezas, poniéndolos
en una sola pista donde centramos la atención. Al fin, la his-
toria queda completa. La verdad es que desconozco a otros
autores que se atrevan a utilizar tal forma, la mayor parte se
ampara en el narrador omnímodo o en la primera persona
del singular que, en este caso, pronto sabremos es la voz de
Rogelio quien nos habla desenfadadamente de su familia,
de sus padres, de Cástulo y de Armando el último hombre de
Salustia. Los comentarios del narrador, su participación, equi-
valdría a las acotaciones que el autor de la pieza teatral utiliza
para que el lector no se pierda y tenga un hilo conductor.
Sí, los diálogos y una voz narrativa que usa un lengua-
je salpicado de frases populares, un lenguaje coloquial, son
recursos que Javier utiliza. Pero ojo, mucho ojo, prefiere
apoyarse abiertamente en los diálogos breves, punzantes, a
veces telegráficos, donde los personajes van mostrándose
poco a poco. La conversación un tanto cínica y audaz entre
Rogelio y Otilia, primos que van más allá de lo familiar es
básica para entender la trama. Pero no es posible dejar de
lado a los personajes que parecieran de relleno, como un
complemento para la historia, tal es el caso de la tía Sa-
lustia, de quien sabemos por el arranque, donde sí está el
narrador tradicional. Una mujer que imaginamos, nos
lo dicen desde el principio es “muy chingona, una mujer
de carácter”, rica y sin duda victimaria de maridos. Cás-
tulo le cede, gracias a la muerte, el lugar a Armando,
un pulgoso metido en el gimnasio. Y de este modo, Ro-
gelio se prepara para encontrar a una mujer que será
importante en la historia: Otilia, para lograr una amena
relación incestuosa.
No se trata de decirle al público que el asesino es el
mayordomo. La trama y hacia dónde van los personajes
de esta grata novela, la descubrirá cada lector. Pero sí vale
la pena señalar que en esta novela hay elementos novedo-
sos aparte de los ya señalados. La novela de Javier, insisto,
es cinematográfica, corre veloz de una escena pasamos a
otra y de pronto vemos a Otilia y a Rogelio haciendo planes
para dispersar su fortuna en distintos bancos y haciendo
proyectos fantásticos, como los divertidos encuentros amo-
rosos de Rogelio un buen ejemplo de hombre que intenta
desembarazarse del pecado original: el machismo. La ima-
gen final pareciera señalar que lo consigue. Yo tengo mis
dudas. El erotismo y el buen humor aparecen en cada pági-
na y eso nos lleva a buen puerto, hacia un final redentor:
Rogelio ha cambiado con tal de recuperar a Otilia. Y esto ya
no se los cuento porque no comprarán la novela. Cabe aña-
dir que la escena final se desarrolla en un campus universi-
tario, delante de un amplio público. Es un cuadro franca-
mente ameno y es posible imaginarlo por la capacidad del
narrador, del novelista, de Javier.
Pero quiero señalar algo más, mi querido amigo Javier
ha encontrado la manera de divertirse escribiendo, de eso
no hay duda. Puedo imaginarlo gozoso poniendo en la
computadora historias amorosas, riéndose con sus perso-
najes y sus invenciones, rehaciendo el pasado e imaginan-
do el futuro.
Peter Saxer
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El
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I. RAMÓN CÚELLAR MÁRQUEZ
El reino de las islas
ace algunos años Jorge Ruiz Dueñas vino a esta
ciudad a presentar una novela que a muchos de
nosotros nos interesó no sólo por el hallazgo
literario, sino por el contexto en que se desarrollaba: Baja
California Sur, específicamente en Santa Rosalía y Guerrero
Negro; un escritor que se aventuraba por las finas capas de
arena del desierto para mostrarnos una historia de desaso-
siego, nostalgia y redención.
El reino de las islas es una novela que abre las puertas
al sentido literario más allá de las costas regionales y nos
inserta con brillantez en el contexto nacional, tal como lo
hiciera Fernando Jordán hace más de cincuenta años. Jor-
ge Ruiz Dueñas nos presenta la historia de varias historias
entrelazadas en el tiempo, yendo de atrás hacia delante y
viceversa, recordando con nostalgia y viviendo el presente
con pasión, partiendo de su personaje principal, Sebastián
Lombardo, médico de cuerpos y de almas, descendiente de
una aristocracia en decadencia.
La forma en que Ruiz Dueñas principia la novela es de-
moledora, pues concibe en una sola línea el ambiente y el
clima de esta tierra: “Cuando Sebastián Lombardo baja el ferry
siente penetrar la lengua del diablo por su boca.” De esta
forma comienza el trayecto que habrá de llevarnos a través de
los últimos días del doctor que aglutina todas las vidas y todas
las historias. Esta idea del clima, el calor veraniego de Baja
California, se presenta en muchos de sus poemas más que co-
mo un recurso literario, una constante de vida.
Sebastián Lombardo arriba con Mariana, una mujer
que simboliza la búsqueda de la eterna juventud y también
la posibilidad de que el placer renazca como en los tiempos
de los primeros besos de la adolescencia. De esta forma
Mariana complementa sus relaciones con el mundo, dán-
dole fortalezas y presencia en los distintos sectores socia-
les. Poco a poco vamos conociendo a Mariana, su juventud
y su distancia con el entorno donde ha comenzado a vivir:
carga una soledad casi milenaria por su historia personal y
por la diferencia de edades con el hombrazo con quien
comparte su cuerpo, dejándolo entrar y salir a sus alcobas,
de donde la carne representa el edificio, el templo del amor
sensorio: una especie de religión carnal donde sus sacerdo-
H
Jorge Ruiz DueñasTextos sobre
Portada del libro El reino de las islas
tes y feligreses son ellos mismos: Sebastián y Mariana. De
esta forma, la novela es tan sensual que se puede decir que
funciona como un cuerpo que habla un lenguaje erótico.
Con un tono suave, descriptivo, evocatorio y dulce, El
reino de las islas nos conduce por unos personajes conec-
tados por el conocimiento, los viajes, las relaciones de po-
der y de sexo. El lenguaje nostálgico que nos presenta Ruiz
Dueñas tiende a ser un diario, un devenir de escenas que
hablan de la lentitud calurosa del territorio peninsular. Hay
un desnudamiento de las conductas sociales: la actitud
todavía discriminante de la aristocracia mexicana, vestigio y
rescoldo de la época de la Colonia, pero también negación
de su realidad actual: los indígenas y el mestizaje.
Asimismo, los cambios de voces le dan a El reino de las islas
la pausa para el monólogo y el diálogo, como un mo- do de
interactuar, de mezclar las emociones y de confirmar la
poesía en cada uno de los párrafos, tal como ocurre en el
capítulo tres, pues nos recuerda a Jorge Ruiz Dueñas como
el buen poeta que es, además de que recoge con delicadeza
los infortunios de la vida diaria.
Cada uno de los personajes marca sus propias fronte-
ras, sus propios alcances; cada uno de ellos es un símbolo
de algo, una metáfora de la vida, un resumen de la humani-
dad. Por ejemplo: hay la conciencia de un conocimiento
antiguo a través de Alida Riverol, desde las pinturas rupes-
tres hasta el uso de yerbas para sanación. O este otro: la
cacería como símbolo de unidad con el medio ambiente hos-
til a través de la muerte de un animal.
Las relaciones humanas en El reino de las islas son una
mirada silenciosa a lo que el desierto peninsular provoca: el
aislamiento, la lejanía entre poblados son el germen para
que las pasiones se desaten como caballos desbocados. Tal
vez por eso se explique la infidelidad como respuesta a la
soledad del desierto. Incluso la figura de Hermilo, el sacer-
dote, demuestra la difícil relación que tiene con la confi-
dencia, cuando alguien deposita en él la confianza de una
confesión sacramental: suelta la lengua cuando se trata de
un amigo a quien él ama.
Cada personaje por separado es la síntesis de un argu-
mento que nos anuncia la significación de la vida hacia el final
de un individuo. Sebastián Lombardo es el principio y el fin, el
centro del círculo donde todos convergen y dan sentido. Pipino
Canela, el mejor amigo de Lombardo, y quien se ve envuelto en
sucesos de orden judicial, casi una conjura internacional, es la
contraparte de Mariana, pues representa los viajes por el
mundo, el recuerdo de Occidente, de Grecia y sus mitos; en
esencia, el conocimiento de todo, su parte intelectual.
Esta tercera edición de El reino de las islas nos confir-
ma la importancia de un escritor que ha sabido recoger de
la cotidianidad sudcaliforniana una tragedia con dimensio-
nes dolorosas, pero también universales. Así mismo confir-
ma que Jorge Ruiz Dueñas reconoce y agradece su contac-
to con la península de Baja California y es capaz de hurgar
una historia en este desierto tan especial del Señor.
El tibio vaho corpulento de la ballena*
“Cada página es la isla que deseas”.“Mi voz es alcanzada por el pájaro de luz”
CHRISTOPHER AMADOR
Creo que en Sebastián Lombardo, personaje central de la
novela que nos reúne, en él se cumple aquello que su alter
ego, Jorge Ruiz Dueñas, dijera al finalizar su poema “Tierra
Final”, que da título al libro con el que, en 1980, obtuviera
el Premio Nacional de Poesía Ciudad de La Paz:
Volveré para sentirlo todo nuevamente;
para enraizar entre los mangles;
para cambiar los ojos por guijarros;
para secarme en los estiajes amarillos;
para encontrarme de nuevo con la muerte
y en el filo del silencio desnudar mi carne,
y en el meandro desgarrado de las aguas corroerme
y ser en la miseria de los guanos descompuestos,
y caer más y más en las grutas bocazas de mi infierno,
de mi tierra final, irredenta, inextinguible.
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stas
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II. RAÚL ANTONIO COTA
En el transcurso de esos treinta años que van desde
1980 a la fecha, he sido testigo de la constante filiación
de Jorge Ruiz Dueñas a las potencias simbólicas del mar
y del desierto, según lo testimonian sus libros entrañables.
En El reino de las islas, Sebastián Lombardo nos mues-
tra que el discurso del mar y del desierto no ha sido gastado
por la tradición, sino que abre perspectivas inéditas, que el ser
humano no sabe qué le depara el pasado, ni qué le alimenta el
falso futuro, que la Isla es una tierra final esférica. Allí se ense-
ñorea el universo de la indecisión, que la mujer, a través de
Mariana, otro personaje esencial, es emblema de una relación
erótica de momentos abisales y que la vida en pareja es un
territorio inédito, en donde el desengaño, el desencanto, la de-
silusión plantean nuevas formas de convivencia.
El mar impregna esta novela que puede leerse también
como una obra de aventuras, de principio a fin; mantiene un
rumor salino mientras la leemos. La ballena está presente
también con su gran corpulencia hecha de cálido aliento.
Estas dos entidades, el mar y el desierto, fundamentalmente,
confluyen y dan basamento en la celebración de la vida.
El doctor Lombardo nos sumerge en el sin fin de retos
que enfrentó durante su residencia en Sudcalifornia, desde
la atención a embarazos y partos, fracturas, cólicos, her-
nias, colitis, picaduras de serpientes, botulismo, hasta di-
verticulosis y así mismo en los tratamientos que aplicó con
puntual sabiduría.
Los estipendios de Lombardo fueron cubiertos por sus
pacientes, en especie: reparaciones mecánicas, informacio-
nes, relatos prodigiosos, coordenadas geográficas para co-
nocer los sitios exactos de los volcanes bajo el mar, la
cascada submarina de arena, el coral negro, la isla de los
pájaros, etcétera…
Con Alicia Riverol, el doctor Lombardo nutrió su cultu-
ra herbolaria y nos proporciona una amplia gama de nom-
bres de plantas y sus efectos curativos.
Estamos en presencia de una excelente novela escrita
con aliento poético, sin desatender las peculiaridades y exi-
gencias de la buena prosa, una prosa que en El reino de las
islas es fina, precisa, clara, fluida.
Jorge Ruiz Dueñas, en la ceremonia en que fue galardo-
nado con el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para
Escritores, el día 25 de febrero de 1998, en el Museo Rufino
Tamayo de la Ciudad de México, indicó que en ocasiones le
han pedido opinar sobre las diferencias entre poesía y narra-
tiva: “Ignoro por qué periódicamente esta cuestión nos ator-
menta, por qué se presenta con énfasis determinista. En el
escenario mutante, dialéctico de la gran literatura contempo-
ránea, la prosa se impregna de poesía como la poesía de
prosa (…) Avanzamos hacia nuevas propuestas que diluirán
las fronteras de los géneros y de las artes.”
Acerca de El reino de las islas, y de otras obras de Jorge
Ruiz Dueñas, una nómina espléndida de grandes autores
habla de ello. Fernando del Paso, se ocupa en esta edición
que hoy tenemos en las manos, de la presentación en la cuar-
ta de forros, en donde subraya que el pasaje de la novela refe-
rido al baño solitario de Mariana, es, a su juicio uno de los
episodios eróticos más bellos que ha leído en muchos años.
También han vertido su opinión: Álvaro Mutis, Ledo Ivo,
Gonzalo Rojas, Enrique Molina, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime
Labastida, Carlos Montemayor, Juan Bañuelos, Marco Antonio
Campos, Lisandro Otero, Alberto Ruy Sánchez, Jorge Esquinca,
Vicente Quirarte, Eugenio Aguirre, Federico Patán, Eraclio
Zepeda, etcétera…. Todos ellos lo han hecho entre el entu-
siasmo y la congratulación lúcida.
Entre otras lecturas que ofrece esta gran novela se encuen-
tra la del ocaso de la vida. Pocos autores en el mundo han abor-
dado el fenómeno de la vejez (Víctor Hugo, uno de ellos) con tan
inteligente eficacia. Nos conmina a aceptar la muerte con ma-
durez y valentía, a través de este amplio canto épico.
Lo que nos queda a nosotros es acercarnos a su lectu-
ra con la certeza de que encontraremos en ella renovados
motivos para considerar esta nueva joya en su merecido
sitio entre la ya vasta bibliografía literaria e historiográfica
sudcaliforniana.
* Textos leídos en el Patio de los Almendros, del I. S. C. en la presenta-ción de la tercera edición de la novela El reino de las islas, de Jorge RuizDueñas, I.S.C. el día 12 de mayo.
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