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CAPÍTULO 7 FIGURA, SENTIDO Y PENSAMIENTO 2.1. Nosotros nos hacemos figura de los hechos. 2.12. La figura es un modelo de la realidad. 2.181. Toda figura es también una figura lógica. 2.202. La figura presenta un estado de cosas posible en el espacio lógico. 2.222. Lo que la figura representa es su sentido. 3. La figura lógica de los hechos es el pensamiento”. (Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico – Philosophicus). En este capítulo se pasará del mundo a la capacidad representativa del pensamiento. Para Wittgenstein pensar es hacerse figuras de los hechos. De acuerdo a esta caracterización, el pensamiento está ligado al mundo. Las figuras son acerca de los hechos del mundo. Por su capacidad figurativa, el pensamiento, al igual que el lenguaje, posee 131

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CAPÍTULO 7

FIGURA, SENTIDO Y PENSAMIENTO

2.1. Nosotros nos hacemos figura de los hechos.

2.12. La figura es un modelo de la realidad.

2.181. Toda figura es también una figura lógica.

2.202. La figura presenta un estado de cosas posible en el espacio lógico.

2.222. Lo que la figura representa es su sentido.

3. La figura lógica de los hechos es el pensamiento”.

(Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico – Philosophicus).

En este capítulo se pasará del mundo a la capacidad representativa del

pensamiento. Para Wittgenstein pensar es hacerse figuras de los hechos. De

acuerdo a esta caracterización, el pensamiento está ligado al mundo. Las figuras

son acerca de los hechos del mundo. Por su capacidad figurativa, el pensamiento,

al igual que el lenguaje, posee intencionalidad. Por intencionalidad se entiende

aquí esa capacidad de los pensamientos o de las figuras de ser acerca de algo

distinto de ellas mismas. De este modo, la intencionalidad de las figuras lógicas

cae bajo la esfera más general de la semántica. La posibilidad de que las figuras

sean acerca de los hechos del mundo radica en que tienen sentido. Así, el

examen de la noción de figura supone la consideración de las nociones de

pensamiento y sentido. En este capítulo, consideraré preferentemente la noción de

figura, que es propia del ámbito del pensamiento y solo en forma introductoria la

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noción de sentido. En la medida en que el sentido es una propiedad que entrelaza

al pensamiento con el lenguaje, será objeto de un tratamiento detallado en el

próximo capítulo.

7.1 Comúnmente las observaciones que dicen relación con la teoría de la figura se

examinan conjuntamente con los correspondientes a las proposiciones, dando así

origen a lo que los comentaristas llaman la ‘teoría figurativa del significado’. Dicho

tratamiento de los textos wittgensteinianos no es en absoluto inconsistente con la

filosofía del Tractatus, especialmente con las observaciones que se hacen acerca

de la semántica de las proposiciones. No obstante, en este capítulo no se

analizará en detalle la noción de figura en conexión con la de proposición, cosa

que se hará en el próximo. La razón de esto es puramente metodológica. Dada la

naturaleza introductoria de este libro, he considerado que separar el tratamiento

de los dos temas contribuye a una mejor comprensión de la filosofía del primer

Wittgenstein. Por otra parte, y siguiendo la metáfora del propio Wittgenstein, el

Tractatus puede ser visto como una escalera cuyo ascenso nos lleva hacia la

esfera de lo indecible. Si es así, entonces cada uno de los tramos de la escalera

debe ser cuidadosamente examinado con el objeto de comprender

adecuadamente hacia dónde nos lleva su ascenso por ella. Lo que se expone en

el presente capítulo corresponde al segundo tramo. Desde el mundo y sus

componentes, que era el primer tramo, se pasa al pensamiento y a la capacidad

de éste para representar al mundo. El análisis del pensamiento se relaciona

estrechamente con la semántica de las proposiciones, pero, teniendo en cuenta la

modalidad de exposición antes expuesta, ambos temas se examinarán en forma

separada al menos inicialmente. En este capítulo y se establecerán las relaciones

que resulten aclaratorias.

Para Frege los pensamientos son contenidos abstractos independientes de

las operaciones mentales que permiten aprehenderlos. Pese a que se requiere un

sujeto que ejecute operaciones mentales para aprehender los pensamientos y

articular juicios, la constitución de los pensamientos no depende ni de la mente de

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los sujetos ni de las operaciones que esa mente lleva a cabo. De acuerdo a lo

anterior, los pensamientos no habitan, por decirlo así, en las mentes de los

sujetos. Para Frege, el que un sujeto tenga un pensamiento no significa que ese

pensamiento está dentro de la cabeza de ese sujeto. Más bien significa que el

sujeto fue capaz de asir ese pensamiento y mediante ciertas operaciones llegar a

establecer un juicio. En la medida en que los pensamientos no están dentro de la

cabeza de los sujetos, no son producto del ejercicio de las capacidades cognitivas

de una mente.

Los pensamientos tampoco pertenecen al ámbito de los objetos del mundo.

Ellos son portadores de la verdad o de la falsedad y es su carácter verdadero o

falso el que depende del mundo. Más aún, para Frege lo verdadero y lo falso son

objetos nombrados por las oraciones que expresan pensamientos. Si los

pensamientos no forman parte del mundo de los objetos, deben residir, según

Frege, en un tercer ámbito metafísico y abstracto que no es ni la mente ni el

mundo. La existencia de los pensamientos, entendidos como contenidos

abstractos, en este tercer ámbito es lo que garantiza su universalidad y

comunicabilidad.

En Frege está presente también la estrecha relación que hay entre el

lenguaje y el pensamiento. El lenguaje sirve el propósito de expresar los

pensamientos. Para hacer ciencia se requiere que esos pensamientos sean

expresados en forma inequívoca y sin ambigüedades. Sin embargo, no todos los

lenguajes sirven siempre adecuadamente para el propósito de expresar de

manera inequívoca los pensamientos. Solamente un lenguaje expresado en una

notación que elimine cualquier ambigüedad en relación a los pensamientos

expresados haría posible alcanzar el ideal de la claridad.

Para Frege, el pensamiento aparece indisolublemente ligado al lenguaje.

Esta relación estrecha entre pensamiento y lenguaje también está presente en el

Prólogo del Tractatus donde Wittgenstein presenta los propósitos centrales de su

libro. El libro intenta mostrar que los problemas de la filosofía descansan en una

mala comprensión de la lógica de nuestro lenguaje. Para ello propone poner

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límites a lo que se puede pensar. Pero como para poner límites al pensamiento

habría que pensar lo que no puede pensarse, Wittgenstein propone establecer

estos límites a la expresión de los pensamientos a través del análisis del lenguaje.

Poner límites a lo que puede decirse significa poner límites al pensar desde

dentro, sin caer en el sinsentido de pretender pensar lo impensable. Si los límites

del lenguaje son los mismos que los de aquello que puede pensarse, entonces

hay algo esencial que es común al lenguaje y al pensamiento que hace posible

esta identidad en cuanto a sus límites.

Según Wittgenstein los pensamientos son acerca de hechos del mundo o,

si se quiere, significan o representan hechos. Si es así, debe haber algo esencial

en la constitución de los pensamientos que hace posible que éstos sean acerca

de, signifiquen o representen, hechos del mundo. Así como la ontología del

Tractatus pone de manifiesto la determinación de la forma lógica como la

condición que determina la constitución del mundo de modo tal que pueda ser

representado, así también la forma lógica determina la constitución del

pensamiento para que éste represente al mundo. A diferencia de las concepciones

de Frege, para Wittgenstein el pensamiento no es un ámbito separado del mundo,

sino que comparte con éste la forma lógica. Es más los pensamientos en virtud de

esta comunión de forma y, en virtud de ello, de estructura, son también hechos. Si

los pensamientos, en virtud de la determinación de la forma son también hechos y

forman parte del mundo, no tiene gran relevancia plantearse si están o no

determinados por operaciones mentales. Lo esencial a su constitución es la forma

lógica y no las operaciones de la mente. No es necesario, entonces, sacar los

pensamientos del mundo y ubicarlos en un ámbito metafísico especial para

aislarlos de la determinación de las operaciones psicológicas subjetivas.

El carácter representacional del pensamiento es caracterizado de forma

más específica en la proposición 3 del Tractatus:

La figura lógica de los hechos es el pensamiento. (TLP: 3)

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Para comprender adecuadamente esta observación es necesario saber en qué

consiste una figura de los hechos y por qué dicha figura debe ser lógica. Las

secciones que siguen intentarán contestar estas preguntas.

7.2. En la proposición 2.1. Wittgenstein parece constatar como algo de suyo

evidente que “nosotros nos hacemos figuras de los hechos”. Esta observación

parece contradecir el carácter antipsicologista que más arriba se atribuía a su

concepción del pensamiento en el Tractatus, ya que parece poner a los

pensamientos en una relación de dependencia con algún tipo de operación o acto

mental. Pese a las discusiones de los comentaristas respecto de si un

pensamiento es dependiente o no de la satisfacción de una condición epistémica o

psicológica, como podría serlo el que nos hacemos figuras de los hechos, hay que

decir que en general las observaciones del Tractatus que dicen relación con

condiciones epistémicas o psicológicas tienen escasa relevancia. Una muestra

clara de ello es el análisis que hace Wittgenstein de las oraciones de actitud

proposicional como ‘A cree que p’ o ‘A piensa p’ (cf. TLP: 5.541, 5.542 y 5.5421).

Esas oraciones no expresan que un objeto especial ―en este caso un sujeto o

una mente que tiene un pensamiento o una creencia― tiene algún tipo de

conexión con un hecho. Se trata más bien de la “coordinación de hechos mediante

sus objetos” (TLP: 5.542). Como dice Wittgenstein en esa misma observación,

oraciones del tipo ‘A cree p’ tienen la forma “‘p’ dice p”, lo cual significa que si

alguien tiene el pensamiento o la figura lógica ‘p’, ello quiere decir que p es el

caso. La figura es un hecho cuyos elementos se coordinan con los objetos del

hecho por ella figurado. Esto no significa otra cosa sino que, para tener un

pensamiento, no es esencial apelar a las operaciones de una mente o a la mente

que tenga ese pensamiento; solamente hay que recurrir a aquello que es

constitutivo de ese pensamiento. Y aquello que es constitutivo de un pensamiento

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es la forma lógica que hace posible que la figura se coordine con aquello que

representa.1

En 2.12 Wittgenstein definirá la figura como un modelo de la realidad. Esto

último da una pista para entender qué quiere decir el autor con el término ‘figura’.

De acuerdo a esta observación, la figura no es una representación de la realidad

tal como ésta es, sino más bien un modelo de la misma, del mismo modo en que

el diseño del modelo no es una fotografía del mismo o la visión que de él se tiene.

En términos generales, un modelo consta de los elementos que están por las

cosas de la situación que modela. Dichos elementos están en determinadas

relaciones que reflejan la estructura de la situación que se intenta modelar. La

estructura está determinada por una forma de modelación. Es en virtud de esta

forma de modelación que el modelo representa la situación en ciertos respectos.

Para ejemplificar, supongamos que alguien hace un dibujo para representar

a su interlocutor la manera en que se distribuyeron en la mesa los asistentes a una

comida la noche anterior. Dibuja la mesa, las sillas y sobre cada silla dibuja a los

cuatro asistentes a la comida empleando solamente círculos para representar la

cabeza de los asistentes y líneas para representar el torso y las extremidades. El

que construye el modelo escribe al lado de cada dibujo de los comensales el

nombre de la persona que hizo uso de una posición espacial determinada en la

mesa. La persona que construye el modelo intenta informar a su interlocutor

acerca de posición de cada uno de los comensales en la mesa. Para tal propósito

el dibujo modela la situación bajo ese respecto. La presencia en el dibujo de

platos, vasos y botellas es irrelevante, ya que, aun cuando hayan sido objetos que

1 Esta interpretación difiere en algunos respectos, que no estoy seguro de que sean del todo relevantes, de la asumida por Valdés Villanueva en su comentario a las observaciones 5.542 y 5.5421. Creo que las diferencias no son muy relevantes, porque Valdés Villanueva, siguiendo a Mounce, busca establecer si ‘A cree (piensa, dice) p’ es o no equivalente a ‘ “p” dice p’. Él establece correctamente que no lo son, pero, al mismo tiempo, piensa que ‘ “p” dice p’ da la clave para entender ‘A cree que p’. Su explicación me parece plausible; pero creo que lo que es relevante para Wittgenstein es lo que el mismo Valdés Villanueva señala como fundamental en su comentario; a saber que ‘ “p” dice p’ expresa la comunidad entre el pensamiento/proposición y el hecho significado. En este sentido, lo esencial para tener un contenido proposicional (figura lógica) es que éste esté determinado por la forma lógica. Las condiciones de posesión ―para expresarlo, en el léxico neofregeano― son inesenciales y, para el caso bajo análisis, irrelevantes.

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formaron parte de la situación real, no son esenciales para responder a la

pregunta de cómo estaban distribuidos los comensales en la mesa. En este símil

la petición de esa información acerca de la distribución espacial es análogo a la

forma de modelación ―que Wittgenstein en el Tractatus denominará forma de

figuración. De este modo, el dibujo representa la estructura de la situación que es

modelada en ese respecto que es el que ha determinado la forma.

La aclaración que antecede, pese a su sencillez, es necesaria, pues la

traducción de la palabra alemana Bild al español figura no es al parecer muy

afortunada por la cantidad de asociaciones de todo tipo que este último término

suscita. Los traductores ingleses del Tractatus2 no fueron por su parte muy

acertados pues consideraron que el equivalente inglés de Bild era picture. Muchos

comentaristas de habla inglesa del Tractatus han usado esa traducción del término

en sus estudios y exposiciones. La traducción castellana de algunos de esos

comentarios se ha hecho tan literalmente que ha originado un segundo término

equivalente a Bild, a saber: pintura3. El término pintura puede asociarse fácilmente

a una imagen o a algo similar; pero la imagen, a no ser que se hagan las

estipulaciones de uso correspondientes, difícilmente se asocia al carácter

modélico de la Bild4 como la he caracterizado en el párrafo anterior. La traducción

más apropiada de Bild, aunque con la especificación de su carácter modélico,

puede ser figura, que es la que se ha empleado en este trabajo y que puede

encontrarse en gran parte de las traducciones al castellano del Tractatus.

La figura es un modelo del hecho atómico que figura. El hecho atómico

figurado es un hecho atómico posible:

2 Las traducciones inglesas del Tractatus son dos. La primera de ellas, publicada en 1922 y reimpresa en 1933 con escasas correcciones por Routledge and Kegan Paul, fue efectuada por C.K. Ogden. La segunda de ellas fue elaborada por D.F. Pears y B.F. Mc Guiness y publicada en 1961 por la misma casa editorial.3 Cf., por ejemplo, la traducción del lógico español Alfredo Deaño del libro de Anthony Kenny, Wittgenstein. (Madrid, Alianza 1982).4 Sobre el carácter modélico de la figura y sus motivaciones histórico-culturales véase Janik y Toulmin, 1974, Cap. 6.

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La figura presenta los estados de cosas en el espacio lógico, la existencia y

no existencia de los hechos atómicos. (TLP: 2.11)

En primera instancia, la figura lo es de los hechos atómicos en el espacio lógico.

Establecer si la figura corresponde a un hecho atómico existente y corresponde a

un pensamiento verdadero concierne a una instancia posterior. La representación

del hecho mediante la figura es lógicamente previa al establecimiento de la verdad

o de la falsedad de esa figura.

A los elementos de la figura corresponden los objetos en el hecho atómico.

Al igual que los objetos en este último, los elementos de la figura están

combinados de una manera determinada. De este modo, la figura representa la

configuración de los objetos en el hecho atómico. La manera en que los elementos

de la figura se combinan entre sí, Wittgenstein la denomina estructura de la figura.

Lo que hace que la figura sea tal es algo que le es inherente y que el autor

del Tractatus denomina la relación figurativa. En virtud de esta relación los

elementos de la figura se coordinan con los objetos del hecho atómico; vale decir,

gracias a la relación figurativa la figura toca la realidad.

La figura caracterizada como una concatenación estructurada de elementos

es también un hecho. La relación figurativa permite que los elementos de la figura

se coordinen con los objetos de un hecho atómico en el espacio lógico. Pero la

relación figurativa no asegura el carácter representativo de la figura de manera

esencial. Para que la figura, entendida como hecho, pueda representar otro hecho

en el espacio lógico debe tener algo en común con este último y que hace posible

que se establezca la relación figurativa. Lo que es común a ambos es lo que

Wittgenstein denomina la forma de figuración. La forma de figuración consiste en

“la posibilidad de que las cosas se combinen unas respecto de otras como los

elementos de la figura” (TLP: 2.151). Así caracterizada, una figura presenta o

exhibe su forma de figuración y lo que la figura exhibe o presenta es una mera

posibilidad de combinación de objetos, i.e., un hecho atómico en el espacio lógico.

De este modo, la forma de figuración es la forma de un hecho atómico en el

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espacio lógico que la figura exhibe. Así, la figura queda ligada a una realidad

posible porque exhibe la forma que tiene en común con esa realidad posible que

es el hecho atómico en el espacio lógico.

La figura exhibe su forma de figuración, pero no puede a su vez figurarla o

representarla. El ejemplo del dibujo que servía de modelo para representar la

ubicación en una mesa de los participantes en una comida puede servir para

ilustrar la afirmación anterior. El dibujo que sirve de modelo muestra cuál era la

ubicación espacial en la mesa de los asistentes a la comida. La forma de

figuración aquí es aquello que el modelo muestra o exhibe de la situación. Sin

embargo, figurar la forma de figuración requeriría que el dibujo fuera ahora la

situación a modelar, pues lo que se intenta rescatar es su forma de figuración.

Para modelar la forma de figuración del dibujo se requeriría un modelo que tuviese

una forma de figuración distinta, ya que si no fuera así, sería simplemente una

reproducción del dibujo inicial. Si este nuevo modelo solamente exhibe o muestra

su forma de figuración y no la representa, entonces para poder representarla se

requeriría de un tercer modelo para rescatar la forma de figuración del segundo y

así sucesivamente. Esta potencial regresión de nuevos modelos que surgirían del

intento de figurar la forma de figuración del modelo inicial nunca podría

representar la forma de figuración del modelo original. Ante esta potencial

regresión que no tendrá resultados positivos, es menos contraintuitivo plantear

que el dibujo que cumple la función de modelo muestra que las cosas están de tal

y cual manera en concordancia con la forma de figuración. Pero la forma de

figuración como tal no puede figurarse; solamente se muestra en el modelo.

Las consideraciones anteriores sugieren que puede haber varios tipos de

formas de figuración. El dibujo que actúa como modelo de la ubicación de cada

uno de los comensales en una mesa está estructurado en virtud de una forma de

figuración espacial. Un muestrario de colores impreso que representa los colores

de las telas que hay disponibles en una tienda tiene una forma de figuración

coloreada y así sucesivamente (cf. TLP: 2.271). Pero “toda figura es también una

figura lógica. (En cambio no toda es, por ejemplo, una figura espacial.)” (TLP:

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2.182) Lo que Wittgenstein busca es aquella forma de figuración que

esencialmente confiere poderes representativos a cualquier pensamiento. Esta

solamente puede ser la forma lógica de figuración.

La imposibilidad de representar la forma lógica de figuración tendrá

importantes consecuencias cuando se ascienda al ámbito del lenguaje y del

simbolismo, pues relegará al plano del sinsentido cualquier intento de decir algo

acerca de la forma lógica. Como he insistido varias veces en este libro, el

planteamiento fundamental de Wittgenstein es que los distintos aspectos de la

forma lógica se muestran en nuestro uso del lenguaje, mas no puede decirse nada

con sentido acerca de ellos. La forma lógica llena el mundo y el lenguaje y para

poder representarla habría que ir más allá no solamente del lenguaje, sino también

de lo que puede pensarse y decirse. La lógica al igual que la ética, adquiere el

rango de trascendental. Como se dijo en el capítulo 4, el ámbito de lo

trascendental está en el límite o más allá del límite de lo que hay, de lo que puede

pensarse y de lo que puede decirse: Lo que está en el límite o más allá de él, en

consecuencia es inefable, aunque se muestra en el uso del lenguaje. Este es un

tema recurrente en el Tractatus. No obstante, en los capítulos finales se hará una

síntesis abarcadora de las observaciones que al respecto he hecho en cada

capítulo.

La forma lógica es la que determina la constitución de los hechos atómicos

existentes y no existentes en el espacio lógico ―lo que en la ontología del

Tractatus Wittgenstein denomina la realidad total―. La forma lógica de figuración

en el ámbito del pensamiento es la que hace posible no solamente que nos

hagamos figuras lógicas de los hechos, sino que también hace posible que entre

la figura y el hecho por ella figurado se establezca una relación de figuración en

virtud de la cual los elementos de la figura se coordinan con los objetos que

constituyen el hecho atómico en el espacio lógico. Sin la forma de figuración lógica

un pensamiento no podría ser tal y, si un pensamiento no es tal, los elementos de

esta pseudofigura no logran tocar la realidad y no se coordinan con ella. La forma

lógica común a ambas es la que posibilita la coordinación entre los elementos de

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la figura y los objetos del hecho atómico. Las consideraciones anteriores están

contenidas en la siguiente observación de Wittgenstein:

Lo que cada figura, de cualquier forma, debe tener en común con la realidad

para poderla figurar por completo —justa o falsamente— es la forma lógica,

esto es, la forma de la realidad. (TLP: 2.18)

Los poderes representativos de los pensamientos radican esencialmente en su

forma lógica de figuración, que estos comparten con los hechos atómicos en el

espacio lógico. Lo que se ha examinado hasta ahora permitirá una mejor

comprensión de la noción de sentido en el Tractatus y distinguir entre el sentido,

como propiedad semántica de los pensamientos o figuras lógicas, y la verdad o

falsedad de esas figuras lógicas. Verdad y falsedad son también propiedades

semánticas que esos pensamientos pueden adquirir, pero solamente si se

satisface la condición lógica previa de que tengan sentido.

7.3. En esta sección se abordará, en una primera aproximación, la noción de

sentido. Lo que se exponga acerca del sentido en esta sección será retomado y

desarrollado con mayor extensión en el próximo capítulo que trata sobre lenguaje,

proposiciones y sentido. Comenzaré esta sección con una breve reseña de los

aspectos fundamentales de la noción de sentido en Frege, de modo tal que se

haga más comprensible el trasfondo teórico contra el cual los planteamientos de

Wittgenstein adquieren importancia. El tratamiento que haré de la concepción de

sentido de Frege no pretende ser exhaustivo, ya que mi propósito es solamente

esbozar un aspecto importante del contexto de discusión que, el menos en mi

opinión, Wittgenstein habría tenido a la vista para proponer su concepción del

sentido de los pensamientos.

El artículo de Frege “Sobre sentido y denotación”, publicado en 1898 es un

clásico de la filosofía del lenguaje y, en general, de la semántica filosófica. La

distinción que allí desarrolla Frege de estas dos propiedades semánticas del

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lenguaje ha dado forma al debate en la filosofía analítica sobre temas semánticos

y sigue siendo una referencia obligada para cualquier filósofo que se dedique a

reflexionar seriamente sobre estas cuestiones. En términos generales, Frege

plantea que hay dos dimensiones semánticas para cualquier expresión: el sentido

(Sinn) y la referencia o denotación (Bedeutung). Pese a que en ese artículo Frege

analiza oraciones de identidad, oraciones aseverativas, oraciones de creencia y

oraciones en discurso indirecto del tipo ‘A dice p’, me centraré en el modo en que

Frege concibió la distinción en la oración aseverativa y sus componentes, el

nombre y la expresión predicativa. La razón de esto es que son el tipo de

expresiones que más se acercan a los temas semánticos que Wittgenstein abordó

en el Tractatus. Las oraciones de identidad eran para el primer Wittgenstein

carentes de sentido y los contextos oracionales referencial y extensionalmente

opacos no revestían para él mayor relevancia (véase más arriba el análisis que

Wittgenstein hace de ‘A cree (piensa, dice) que p’ como ‘“p” dice p’).

En términos muy generales, para Frege las oraciones aseverativas

expresan un pensamiento que es su sentido y denotan un valor de verdad. Dichas

oraciones constan de dos expresiones: un nombre propio y un predicado. Tanto

nombres propios como predicados tienen también sentido y denotación como

propiedades semánticas. No obstante, tanto en la oración como en sus

componentes hay una primacía del sentido respecto de la denotación. La oración

determina el sentido y la denotación de sus componentes. Esto se expresa en el

principio fregeano del contexto: solo en el contexto de la oración sus

constituyentes tienen significado. Avanzar hacia el valor de verdad de la oración

requiere haber captado el pensamiento que es el sentido de la oración. En el caso

de los nombres propios, que actúan como sujetos en una oración aseverativa, una

vez captado su sentido puede determinarse el objeto denotado por ese nombre, si

es que lo hay. Si hubiera un objeto denotado, se avanza hacia el establecimiento

del valor de verdad de la oración. La semántica de los predicados es menos clara

que la de las oraciones aseverativas y los nombres propios. Un predicado denota

un concepto que tiene como una de sus propiedades la no-saturación. Esto

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significa que el predicado requiere ser saturado por un objeto. En el contexto de la

oración aseverativa, el concepto denotado por el predicado requiere ser saturado

por el objeto denotado por el nombre propio. No está muy claro, en mi opinión, qué

sea exactamente el sentido de una expresión predicativa. Puede decirse, no

obstante, que es el conjunto de rasgos, propiedades o marcas de los objetos que

eventualmente podrían saturar un concepto. Esta caracterización se funda en la

propiedad de la no saturación del concepto; propiedad que expresa la

dependencia funcional de éste respecto del o de los objetos que lo saturan. La

anterior es una caracterización más bien laxa porque, por una parte, no establece

el origen y la naturaleza de estas marcas ―pueden ser otros conceptos o son algo

distinto de los conceptos― ni se explica por qué estas marcas, en tanto sentidos,

tendrían que ser lógicamente previas a los conceptos, que son denotaciones de

los predicados. Pese a la tosquedad de la caracterización que he hecho del

sentido fregeano para las expresiones predicativas, resultará de todas maneras

útil para los propósitos de esta sección.

El sentido de una oración de este tipo es el pensamiento que ésta expresa

y su denotación es lo verdadero o lo falso. Es conveniente hacer notar que desde

el punto de vista de su denotación las oraciones son nombres de valores de

verdad. En el Tractatus las oraciones son signos proposicionales que expresan un

pensamiento, y en esto Wittgenstein concuerda en gran parte con Frege. Pero hay

varias diferencias con respecto a la concepción que Frege tiene del pensamiento y

del sentido. Como se dijo en la primera sección de este capítulo, para Wittgenstein

los pensamientos, en tanto figuras, son hechos del mundo y no habitan en un

tercer ámbito metafísico, como lo pensaba Frege. Al mismo tiempo que son

hechos, los pensamientos son representaciones de un hecho atómico en el

espacio lógico. Las figuras lógicas están en una relación figurativa con los hechos

atómicos; es decir, los elementos de la figura se coordinan con los objetos del

hecho atómico y, de este modo, el pensamiento toca la realidad. La relación

figurativa es posible porque tanto la figura como el hecho atómico tienen en común

la forma lógica. La relación figurativa posibilitada por la forma lógica que el

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pensamiento comparte con el mundo, es lo que confiere al primero su carácter

representativo. Para Frege en cambio los pensamientos no son esencialmente

representacionales. El carácter representativo es accidental a los pensamientos y

depende de los sujetos. En otras palabras, los sujetos pueden asir un

pensamiento y hacerse una representación del mismo; pero esta representación

es subjetiva y, en consecuencia, dada la independencia de los pensamientos de

las mentes de los sujetos, la representación del pensamiento no puede ser

idéntica al pensamiento mismo.

Para Wittgenstein una figura lógica o un pensamiento exhibe o muestra su

sentido, siendo el sentido su forma de figuración. El sentido muestra cómo están

organizados los objetos en el hecho atómico con el cual la figura mantiene una

relación de figuración. Para Frege, ebn cambio, una oración aseverativa expresa

su sentido y su sentido es un pensamiento. Pero no podría decirse que un

pensamiento a su vez tenga sentido del mismo modo en que una oración lo tiene,

ya que la propiedad de expresar un sentido es una propiedad semántica que se

adscribe a las oraciones. Es, además, una propiedad semántica relacional, ya que

sólo puede adscribirse tal propiedad a una oración si expresa un pensamiento.

Luego, es en virtud de la relación entre el pensamiento y la oración que lo expresa

que se puede afirmar que esa oración tiene sentido. Pero la relación que permite

identificar la propiedad de las oraciones de tener sentido no es simétrica. El hecho

de que un pensamiento sea expresable mediante una oración con sentido no

permite decir que ese pensamiento tenga sentido. Si bien no puede decirse que

los pensamientos tengan sentido, ellos son idénticos a los sentidos. A diferencia

de las oraciones que tienen esta propiedad sólo relacionalmente en la medida en

que expresan sentidos, los pensamientos son sentidos. Pero el que un

pensamiento sea un sentido no necesariamente lo vincula representativamente

con la realidad.5 En efecto, una oración significativa siempre expresa un sentido,

5 En otro contexto de discusión, esta interpretación de Frege ―i.e. los pensamientos son sentidos pero no tienen ningún poder representacional― parece dar la razón a Jerry Fodor (1998, cap. 1) quien plantea que un verdadero fregeano no plantearía que el sentido es una propiedad semántica propiamente tal. Más bien, habría que hablar de modos de presentación de hechos y propiedades. Las oraciones ‘Esto es agua’ y ‘Esto es H2O’ serian dos modos de presentación de la misma

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pero no siempre se avanza desde el pensamiento hacia el establecimiento del

valor de verdad. Para Wittgenstein, en cambio, lo que define el estatus de un

pensamiento es el sentido o forma de figuración que éste muestra o exhibe. En

consecuencia, y a diferencia de Frege, el sentido que la figura muestra es lo que

define el carácter esencialmente representacional del pensamiento.

La comparación de la noción de sentido en Frege y Wittgenstein

proporciona el contexto para comprender mejor la dimensión filosófica real de la

propuesta del último. Como se dijo en la sección anterior, para el filósofo de Viena

la figura representa un hecho atómico posible en el espacio lógico; lo que la figura

representa es, entonces, la posibilidad de existencia o de no existencia del hecho

atómico. Al compartir con el hecho atómico su condición de posibilidad, es decir,

su forma lógica, la figura misma contiene la posibilidad del hecho que figura. Lo

que la figura representa, junto a todas las implicancias adicionales que se han

señalado, es su sentido. De acuerdo a esto, el sentido que la figura representa es

independiente de la existencia o no existencia actual del hecho atómico figurado

por ella. Si el hecho atómico figurado existe, entonces la figura es verdadera; si no

existe, la figura es falsa. La no existencia del hecho figurado no significa que la

figura carezca de sentido, pues esta representa un hecho posible en el espacio

lógico y, por esto, su no existencia no implica su imposibilidad.

De acuerdo a lo anterior, la verdad o la falsedad de la figura depende de

que la figura presente su sentido. La verdad o la falsedad de una figura se

establece comparando su sentido con los hechos. Las figuras, aun cuando tengan

sentido, no son verdaderas a priori; para adquirir el rango de verdaderas deben

ser comparadas con la realidad. Si fueran verdaderas a priori, entonces su verdad

estaría condicionada por el hecho atómico en el espacio lógico que representan;

pero el hecho atómico en el espacio lógico puede acaecer o no acaecer en el

mundo considerado como actualidad y, por lo tanto, no puede determinar el valor

de verdad de una figura lógica. Si el valor de verdad de una figura lógica estuviera

condicionado por la posibilidad del hecho que representa, entonces no tendría un

referencia o denotación.

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valor de verdad determinado; en tanto representa el hecho en el espacio lógico, la

figura tiene la posibilidad de ser verdadera o falsa. Solo la existencia o no

existencia del hecho puede determinar su valor de verdad.

Hay dos factores que posibilitan que la figura represente su sentido. El

primero de ellos es la forma lógica, que al ser lo común del mundo, entendido

como el conjunto de los hechos atómicos posibles en el espacio lógico, y de la

figura, posibilita que ésta figure al primero. El segundo es la relación figurativa que

coordina los objetos del hecho en el espacio lógico con los elementos de la figura.

7.4. Con los antecedentes que se han expuesto es posible comprender más

claramente la sección 3 del Tractatus: “La figura lógica de los hechos es el

pensamiento”. Lo primero que se pone de manifiesto es que solamente la figura

lógica de los hechos es el pensamiento. De este modo, el pensamiento comparte

con el mundo la forma lógica. Esta comunión de forma motiva que todo lo

pensable sea posible: un pensamiento contiene la posibilidad de un hecho en el

espacio lógico es un hecho posible en el mundo.

Otra consecuencia importante del aforismo más arriba citado es que el

pensamiento queda definitivamente constreñido a los límites que le impone la

lógica. Es imposible pensar algo que vaya más allá de sus límites:

Nosotros no podemos pensar nada ilógico, porque, de otro modo,

tendríamos que pensar ilógicamente. (TLP: 3.03)

No es posible para el pensamiento representarse un hecho atómico posible que

contradiga las leyes de la lógica. Los pensamientos ilógicos son simplemente

impensables: no se podrían articular.

El análisis que hace Wittgenstein del ámbito del pensamiento supera la

clásica dualidad entre pensamiento y mundo que tantos problemas ha creado a la

filosofía. La diferencia entre los dos ámbitos es sólo aparente. Podemos tener

pensamientos acerca del mundo, aun cuando los hechos que pensamos no

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existan. Aun así, esos hechos están contenidos como mera posibilidad en el

espacio lógico y por esta razón pueden tanto existir como no existir. Los

pensamientos están determinados por la forma lógica y también lo está la

constitución de los hechos en el espacio lógico. De este modo, el pensamiento

sólo puede representar el mundo y el mundo sólo puede ser representado por el

pensamiento. La comunidad de forma es esencial tanto al pensamiento como al

mundo. En consecuencia, no hay una oposición metafísica respecto a aquello que

es constitutivo de estos dos ámbitos antes mencionados. Así como no podemos

pensar algo ilógico, tampoco en el mundo acaecen hechos que estén más allá de

la lógica. En este sentido, todo hecho pensable es un hecho cuya existencia o no

existencia es posible en el mundo. Si el hecho pensado existe, el pensamiento es

verdadero; si no existe, el pensamiento es falso; pero la condición que debe

satisfacerse para que ese pensamiento sea verdadero o falso, es que sea un

figura de un hecho posible en el espacio lógico.

Como lo advertí en el capítulo anterior y en las dos primeras secciones de

este capítulo, la exposición de Wittgenstein tiene un alto grado de abstracción, ya

que intenta poner de manifiesto aquello que es constitutivo del mundo y del

pensamiento. Su exposición es metafísica. Sin embargo, no tiene aspiraciones de

constituirse en una doctrina o en una teoría filosófica. En otras palabras no puede

juzgarse como verdadera o falsa, ni resiste análisis alguno que conduzca a

establecer la posibilidad de su verdad. La forma del argumento que está a la base

de la exposición metafísica del Tractatus que hasta aquí se ha examinado es, si se

quiere, bastante simple y puede expresarse de la siguiente manera: la condición

que hace posible el carácter representacional del pensamiento y de aquello que es

susceptible de ser representado, no puede a su vez exhibir esas mismas

condiciones. El lenguaje que se usa para hacer esa exposición metafísica es por

esencia representacional. Pero las condiciones metafísicamente necesarias que

confieren al lenguaje su esencia representacional no pueden ser ellas mismas

representacionales. Luego, dicha exposición transgrede lo que esencial al

lenguaje expresando aquello que el lenguaje no puede decir y, por tanto, no puede

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representar. Si es así, la exposición metafísica es un sinsentido. La conclusión

tiene un aire de paradoja que ha desconcertado a los lectores y comentaristas de

Wittgenstein. Si bien a través de la exposición podemos visualizar aquello que es

constitutivo del mundo y del pensamiento, no podemos juzgar si esta es verdadera

o falsa. Y si no tenemos elemento alguno que nos permita pronunciarnos en torno

a su verdad o falsedad, entonces la exposición es un sinsentido.

La forma de este argumento recorre todo el Tractatus hasta la proposición

6.54, en la que el aspecto paradojal que asume el discurso metafísico tractatista

es finalmente revelado por Wittgenstein, culminando con la recomendación final de

la proposición 7 donde se recomienda al filósofo metafísico permanecer en

silencio. Lo que se diga en los capítulos que siguen deben ser leídos teniendo

presente esta advertencia.

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