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320 DIC 11 ESQ 321 FOTO: EFE SOMALIA EL AFGANISTÁN AFRICANO LA RECIENTE INTERVENCIóN ARMADA DE KENIA EN SOMALIA, CON FINES QUE AúN NO ESTáN CLAROS, PUEDE CONVERTIRSE EN UNA PESADILLA SIN FIN. SE TRATA DE UN TERRITORIO TAN INDOMABLE COMO EL DE LAS MONTAñAS CENTROASIáTICAS, SUMIDO EN EL CAOS Y EL EXTREMISMO RELIGIOSO, PERO CON HABITANTES DISPUESTOS A UNIRSE CONTRA LOS INVASORES Y QUE YA HAN DERROTADO A POTENCIAS EXTRANJERAS COMO ESTADOS UNIDOS. POR TÉMORIS GRECKO / KENIA Soldados de la Unión Africana en misión con- junta con la ONU para combatir a los insurgen- tes; Mogadishu, noviembre de 2011.

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11 ESQ 321 La reciente intervención armada de Kenia en SomaLia, con fineS que aún no eStán cLaroS, puede convertirSe en una peSadiLLa Sin fin. Se trata de un territorio tan indomabLe como eL de LaS montañaS centroaSiáticaS, Sumido en eL caoS y eL extremiSmo reLigioSo, pero con habitanteS diSpueStoS a unirSe contra LoS invaSoreS y que ya han derrotado a potenciaS extranjeraS como eStadoS unidoS. por tÉmoriS grecKo / Kenia 320 dic foto: efe

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SOMALIAEL AFGANISTÁN AFRICANO

La reciente intervención armada de Kenia en SomaLia, con fineS que aún no eStán cLaroS,

puede convertirSe en una peSadiLLa Sin fin. Se trata de un territorio tan indomabLe como eL de LaS montañaS centroaSiáticaS, Sumido en eL

caoS y eL extremiSmo reLigioSo, pero con habitanteS diSpueStoS a unirSe contra LoS

invaSoreS y que ya han derrotado a potenciaS extranjeraS como eStadoS unidoS.

por tÉmoriS grecKo / Kenia

Soldados de la Unión Africana en misión con-junta con la onu para combatir a los insurgen-tes; Mogadishu, noviembre de 2011.

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l activista somalí Jamal Riyale hubiera preferido tomarse una cerveza conmigo esa noche de principios de noviembre en South C, su barrio de la capital de Kenia, Nairobi. Pero ahora tiene que ser pruden-te e ir a casa temprano: hace tres semanas que su país ha sido invadido por los kenia-nos y todos los miembros de su comunidad son sospechosos de terrorismo. La policía detiene a cualquiera que esté en la calle tras el ocaso. Y, sobre todo, Riyale no se sentiría seguro si estuviera conmigo, un mzungu —un blanco—, entre sus compa-triotas: “Lo de menos sería que nos arroja-ran una granada”, admite. Ya ha ocurrido dos veces recientemente en el centro de la ciudad, con saldo de dos muertos y veinte heridos. Por eso nos hemos reunido a be-ber té al mediodía en el cercano South B.

Mi interlocutor se siente entre la espada y la pared. Riyale se ha dado a la tarea de mejorar la integración de los somalíes en Kenia, y para eso debe combatir la imagen de violencia y fanatismo religioso que les atribuye esta sociedad. La persecución que sufren en estos tiempos de guerra, sin embargo, lo fuerza a encabezar la oposi-ción a los abusos, aunque de una manera que no sea percibida por la opinión pú-blica como ofensiva o contestataria. Por su liderazgo social, creado a partir de un esfuerzo por facilitar el acceso al trabajo y la educación, debe hacer lo posible por

impedir que de entre sus propias filas salgan más ataques destinados a ate-rrorizar a la población local. Pero al mismo tiem-po, tiene la obligación de denunciar lo que conside-ra una agresión injusta de Kenia contra Somalia.

Nada de esto parece ser comprendido en Nairobi, pues para una mayoría de kenianos (87 por cien-to, según una encuesta de la radio Capital fm) no hay duda: la intervención de su ejército en Somalia, haya sido o no motivada por un pretexto, era nece-saria para terminar con la expansión del caos somalí hacia su territorio, con un enorme impacto sobre la

economía y la estabilidad social. Al Shabab (la milicia islamista ligada a Al Qaeda que tiene contra las cuerdas al Gobierno Fede-ral de Transición, gft, que es la autoridad de Somalia reconocida por la onu) es el enemigo identificado contra el que van los tanques, los aviones y los navíos kenianos.

Además, cualquier hipotética voluntad de entender a los somalíes que pudiera existir entre los kenianos está oculta bajo varios temores: el de quedarse estancados en una larga guerra que culmine en un fra-caso (como ya les ocurrió a Estados Unidos y a Etiopía); el de que la fragilidad finan-ciera del país provoque un terrible colap-so económico y, peor aún, que lo que hasta ahora han sido pequeños e improvisados atentados terroristas de represalia se con-viertan en lo que Al Shabab ha prometido: una campaña de ataques bien organiza-da que lleve hasta los hogares de Kenia el dolor inmenso que se ha asentado sobre Somalia por más de un siglo, desde la colo-nización de ingleses e italianos.

Riyale se muestra horrorizado ante esa perspectiva. Él ya sufrió eso en su natal Mo-gadishu, la capital somalí, y por eso escapó a Kenia en 2003. Aquí están sus esperanzas de construirse una vida como mediador so-cial y contribuir a mejorar las cosas en su país adoptivo. Pero no puede evitar hacer la denuncia: “Todos son culpables de la destrucción de Somalia, desde los ingleses

y los italianos hasta los etíopes y los kenia-nos. Y los estadounidenses, los ugandeses y los burundeses. Es el resultado del colonia-lismo. Todos han roído sus despojos”.

Serie de SecueStroSEl campo de refugiados de Dadaab, en Kenia, cerca de la frontera con Somalia, es un punto clave del conflicto y uno de los sitios más complicados del mundo. Fue creado hace 19 años para albergar a 90 mil personas, pero en julio de 2011 ya eran 465 mil y se estimaba que llegarían a medio millón a fin de año. Este campo tiene el mayor número de refugiados en el planeta.

Los que viven ahí son somalíes, víctimas de la guerra y del hambre. Desde 1991, cuan-do empezó la guerra civil, su país ha care-cido de un gobierno real y lo han sacudido innumerables enfrentamientos armados. En el último año, al parecer como conse-cuencia del cambio climático, lo afecta la peor sequía registrada en sesenta años en esta región, conocida como “el cuerno de la abundancia de África”. Con ella ha venido una escasez de alimentos sin precedente.

Coordinadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugia-dos (acnur), varias organizaciones huma-nitarias están presentes en Dadaab en un esfuerzo por atender las necesidades ur-gentes de esos cientos de miles de perso-nas. Una de ellas es Médicos sin Fronteras (msf), cuya responsable de comunicación me informó el 15 de octubre pasado que se cancelaba mi visita al campo, planeada para la semana siguiente. El gobierno ke-niano también suspendió la concesión de los permisos necesarios para ir a la zona.

Era fácil entender la razón: un par de días antes, el 13 de octubre, dos cooperan-tes de msf, las españolas Montserrat Serra y Blanca Thiebaut, fueron secuestradas en las cercanías de Dadaab en un ataque con-tra su vehículo que dejó a un keniano heri-do, su chofer. Aparentemente, la operación fue organizada desde Somalia.

También parece haber sido así en un par de casos recientes. El 12 de septiembre, un grupo armado intentó secuestrar a una pa-reja británica, mató al hombre que trató de resistir y se llevó a la mujer, de la que sólo se sabe que sigue viva. Esto ocurrió en un balneario de lujo en la costa norte de Kenia,

ESOMALIA, EL AFGANISTÁN AFRICANO

Arriba: Soldados so-malíes toman posicio-nes cerca del estadio de Mogadishu para com-batir contra insurgentes de Al Shabab, en agos-to pasado. derecha: ibrahim Aden (20 años), refugiado en dadaab, Kenia, a donde llegó con su familia escapan-do de la hambruna.

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cerca de la idílica isla de Lamu. En este últi-mo sitio, el 1 de octubre, un grupo armado raptó a una anciana francesa que vivía allí y cuya vida dependía de medicamentos que no pudo llevarse consigo.

El incidente de las cooperantes españo-las en Dadaab fue el tercero al hilo y acen-tuó la crisis humanitaria, pues msf se vio obligada a retirar a su personal extranjero, lo que dejó sin atención a unos 150 mil refu-giados, según cálculos de la organización.

Al gobierno keniano le preocupó más el impacto en la industria turística, que representa 8 por ciento del pib del país. La isla de Lamu es uno de los puntos clave del sector. Ahí pude disfrutar de bellas playas y quedé encantado con el último rincón don-de se puede encontrar casi intacta la cultu-ra suajili (que empezó a formarse en el siglo x por el contacto de comerciantes persas y árabes con tribus del interior de África). Hoy, casi todos sus pequeños hoteles y res-taurantes están cerrados por la deserción masiva de turistas, a causa del temor. Esto afecta a toda Kenia, pues los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña han adver-tido a sus ciudadanos que no la visiten.

acuSacioneS y contradiccioneSLa operación militar se llama “Linda Nchi”, o “Proteger la nación” en el idio-ma suajili que es la lingua franca de África Oriental. Kenia ampara su intervención en Somalia bajo el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que reconoce el derecho de los Estados a responder a las agresiones militares extranjeras.

El gobierno keniano define a la serie de secuestros ocurridos en su territorio como agresión militar extranjera, y responsabi-liza a Al Shabab sin aportar pruebas. “El modus operandi indica que fueron ellos”, dijo el portavoz del ejército keniano, el ma-yor Emmanuel Chirchir, el 14 de octubre.

Para el grupo islamista, cualquiera de sus ataques que tenga éxito debe ser rei-vindicado y celebrarse públicamente. Esta vez, sin embargo, no parece estar involu-crado: “Al Shabab niega categóricamente todas las acusaciones relacionadas con el secuestro de turistas y cooperantes en Ke-nia”, respondió el mismo 14 un portavoz de la milicia, Ali Mohamed Rage. “Las acusa-ciones son, en el mejor de los casos, infun-dadas. Y además de ser meras conjeturas,

no están sustanciadas con ninguna prueba verificable”, añadió.

Varios analistas extranjeros mos-traron escepticismo ante la versión ke-niana. Al Shabab estaba combatiendo contra las tropas del Gobierno Fede-ral de Transición, que habían ocupado Mogadishu en agosto; contra las de la Unión Africana, formadas por soldados de Uganda y Burundi; y contra incursiones de fuerzas etíopes. También enfrentaba los ataques “quirúrgicos” que aviones te-ledirigidos estadounidenses lanzan sobre sus principales líderes. ¿Por qué les intere-saría irritar a Kenia y abrirse otro frente?

Existen otros posibles culpables, que ha-brían actuado aprovechando el caos pro-ducido por la guerra. El monzón, como se conoce a la temporada de tormentas que se mueve desde el sudeste de Asia hasta Áfri-ca entre el verano y el invierno boreales, había llegado a las aguas del Océano Índi-co en las que suelen operar los piratas de la región de Puntland, en el norte de Soma-lia, los mismos que han traído de cabeza a las fragatas de una decena de países que patrullan la zona para proteger lo mismo a yates que a buques tanque. Pero en vez de

hacerse a la mar durante los temporales del monzón, esos piratas podrían haber preferido buscar otras fuentes de ingresos secues-trando occidentales en tierra firme, la vecina Kenia, percibida en la zona como un paraíso de turistas repletos de euros.

Sin hacer más alegatos, los batallones del ejército keniano entra-ron en Somalia el 16 de octubre. Mientras los soldados se atascaban en las dunas de arena, enfangadas por las aguas del monzón, a los políticos les pasaba algo similar al hacer una serie de declaraciones que fueron desmentidas por sus supuestos aliados. Las autorida-des kenianas aseguraron que tenían el apoyo del Gobierno Federal de Transición y que la ofensiva se realizaba en coordinación con sus tropas, pero el presidente somalí, el jeque Sharif Ahmed, de-claró que “la intervención extranjera no puede ser bienvenida”; el mayor Chirchir dijo que Estados Unidos estaba brindando apoyo logístico y militar, y Washington replicó que la operación kenia-na “los tomó por sorpresa”; y cuando los kenianos afirmaron que barcos franceses estaban colaborando en los bombardeos contra el puerto de Kismayo (la base principal de Al Shabab), París lo negó (esto, a pesar de que sus ministros estaban indignados porque los secuestradores de su compatriota, la mujer que falleció por la falta de sus medicamentos, anunciaron que sólo devolverían el cadáver si les pagaban el dinero que habían pedido como rescate).

Tampoco ha quedado claro cuáles eran los objetivos de la ope-ración. ¿Liberar a los cautivos? ¿Castigar a Al Shabab? ¿Destruirlo?

LoS coStoS de La guerraSi Kenia quería llevar a cabo una guerra relámpago que le per-mitiera entrar en Somalia, darle un golpe mortal a Al Shabab y regresar a casa, fracasó de manera rotunda. El primer objetivo de los kenianos, el estratégico pueblo de Afmadhow, está a sólo 96 kilómetros de la frontera. Pero fue hasta el 31 de octubre, tras 15 días de avance de las fuerzas kenianas (de las que la prensa local se esforzaba en destacar su profesionalismo y superiori-dad), que se anunció que estaban por tomar esa población. Y, de todos modos, al momento de redactar este reportaje, todavía no iniciaban el asedio.

No era a causa de la resistencia de Al Shabab, que prefirió con-centrar sus tropas en sus plazas fuertes. Sólo hasta ese día 31 se informó de la primera baja keniana, un integrante de una patrulla que había sido objeto de una emboscada, en la que, según Nairo-bi, habían matado a nueve milicianos (Al Shabab dijo lo contrario: diez muertos kenianos, ninguno propio). Las Fuerzas de Defensa de Kenia eran incapaces de vencer al fango.

La prensa extranjera tenía una actitud escéptica. Kenia es el país más destacado del este de África por su empuje económico —aunque sea frágil— y pretende conquistar también un lideraz-go político. Pero es el único de sus vecinos que no había tenido un choque militar desde la independencia, en 1962, y las capacidades

de su ejército están en tela de juicio: fue creado para enfrentar una guerra regular, no una de guerrillas, y sus enemigos ya han he-cho fracasar las intervenciones de Estados Unidos, en 1992, y de Etiopía, en 2006; además, ahora resisten la presión de ocho mil soldados ugandeses y burundeses de la fuerza de paz de la Unión Africana. Los dos mil kenianos enviados por Nairobi, sin experien-cia y cuya disciplina está por verse, tienen una tarea complicada.

“No le será fácil a Kenia estabilizar esa parte de Somalia, mu-cho menos echar a Al Shabab”, dice Rashid Abdi, investigador del International Crisis Group. “Los kenianos están metidos en una intervención larga y enredada”.

Al día siguiente del inicio de la operación Linda Nchi, políticos y medios kenianos se entusiasmaron con los tambores de guerra. El diario The Standard afirmó en su editorial que ir a la guerra “es una decisión valiente que parece inevitable si Kenia va a defender su integridad territorial”. Su rival, The Nation, tituló el suyo: “Hora de confrontar a la milicia Al Shabab”, a la que describe como “la ma-yor amenaza externa a la estabilidad de Kenia” y como “criminales que se esconden bajo el manto de la religión”. Matthew Buyu, de la Universidad Internacional Estados Unidos-África, declaró que “Al Shabab se acostumbró a pellizcar el trasero de una cabra (el go-bierno somalí) y ahora que ha pellizcado el de un león (Kenia), que es más fiero y mejor preparado, se ha metido en problemas”.

para 87 por ciento de LoS KenianoS, La intervención de Su ejÉrcito en SomaLia era

neceSaria para terminar con La expanSión deL caoS SomaLí hacia Su territorio.

SOMALIA, EL AFGANISTÁN AFRICANO

Somalíes desplaza-dos por la hambruna y la guerra en el inmen-

so campo de refugiados dadaab, en Kenia.

imagen tomada en agosto de 2011.

El sospechoso Elgiva Bwire Oliacha —que di-jo ser miembro de Al Shabab— enfrenta car-gos relacionados con el atentado con granadas que tuvo lugar en Nairo-bi, en octubre pasado.

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y g a r c í a

Sólo pasaron unos días antes de que comenzaran a aparecer las inquietudes; por ejemplo: ¿cómo podrá enfrentar una guerra pro-longada un país cuya moneda ha perdido un cuarto de su valor en un año, con un 20 por ciento de inflación y cuyo banco central acaba de aumentar del 11 al 16.5 por ciento la tasa de interés de referencia?

“Una de las razones de la caída de la economía de Estados Unidos fueron las guerras de Afganistán e Irak”, afirma Irungu Kangata, un abogado keniano que se ha opuesto públicamente a la interven-ción en Somalia. “En contraste, China invirtió su dinero en infra-estructura y ahora está destinada a superar a Estados Unidos”.

“Los contribuyentes están financiando la guerra”, continúa el investigador Rashid Abdi, “pero cuando la cuenta crezca demasia-do y las bolsas con cadáveres empiecen a llegar, el gobierno podría enfrentar una oposición masiva a toda la campaña (en Somalia) e incluso la prensa hiperpatriótica cambiará de actitud”.

ciudad deL temorMás allá del daño al turismo y la economía, para los kenianos lo peor es el miedo. Nairobi se ha llenado de policías y guardias privados que revisan bolsas, vehículos y personas. La gente ha perdido la tranquilidad con la que solía esperar el matatu

(microbús) en los puntos de conexión del centro, que siempre están congestionados de personas y smog; se olvidaron de su tradicional “hakuna matata, bwana” (“no hay problema, señor”), y pelean por subirse a cada vehículo, como si fuera el último. Los centros comerciales están vacíos, los bares semidesiertos, y los conductores de un sistema de taxis caro y disfuncional, lamen-tan la deserción de sus clientes: “Tengo menos de la mitad que hace unas semanas”, me dice John, mi cabbie (taxista) de cos-tumbre, “trabajo turnos de 24 horas, en los que paso veinte de ellas parado en una esquina”.

También para esto hay razones. El 18 de octubre, el jeque Hassan Abdullah Hersi, uno de los líderes de Al Shabab, prometió que realizarían ataques terroristas dentro de Kenia: “El gobierno keniano va a perder mucha gente y bienes por su intervención”. En la madrugada del 24, alguien tocó la puerta de un bar del centro de Nairobi y lanzó una granada. A las ocho de la noche del mismo día, arrojaron otro explosivo en una de las principales paradas de auto-bús. El total de la jornada fue de dos muertos y veinte heridos.

En comparación con los antecedentes, parecía poca cosa. Nai-robi ya quedó marcada por el terror masivo de Al Qaeda: el 7 de agosto de 1998, una camioneta con 900 kilos de explosivos estalló frente a la embajada de Estados Unidos, que estaba ubicada en una

eL objetivo reaL deL ataque Keniano, temen muchoS, eS conSoLidar un territorio autónomo en eL Sur de

SomaLia que Le Sirva a Kenia como coLchón, de mane-ra que Se impida que La criminaLidad y eL caoS de La guerra civiL SomaLí Siga traSpaSando La frontera.

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Mogadishu

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zona controlada por el Gobierno

Federal de Transición

zona controlada por Al Shabab

Azania, el territorio colchón

para Kenia

SOMALIA, EL AFGANISTÁN AFRICANO

zona de alta concentración de peatones. Murieron 212 personas (entre ellas, doce estadounidenses) y hubo más de cuatro mil heridos (un ataque simultáneo en Dar es Salaam, Tanzania, dejó 11 víctimas fatales y 85 heridos). Fue una tragedia nacional.

Más frescos en la memoria están los atentados del año pasado en Kampala, capital de la vecina Uganda. Dos bombas explotaron en un par de lugares donde la gente veía la final del Mundial de Futbol de Sudáfrica, el 11 de julio de 2010. Mataron a 76 personas. Desde Mogadishu, Al Shabab reivindicó la autoría y dijo que había sido en castigo por la participación de tropas ugandesas en la fuerza de paz de la Unión Africana en Somalia.

“Tengo miedo de que nos ocurra algo como lo de Kampala”, me dijo Wembui Mudavadi, una profesora keniana de literatura, el 16 de octubre, cuando se anun-ció la intervención militar. Era un temor compartido por muchos nairobinos. Al día siguiente, un portavoz de Al Shabab, Ali Mohamed Rage, llamó a los kenianos a que “recuerden lo que pasó en Uganda”, pues “van a lamen-tar y sentir las consecuencias a domicilio”.

Las autoridades policíacas se apresuraron a tranqui-lizar a la población, anunciaron la puesta en marcha de medidas de seguridad y dijeron que cuentan con un ejér-cito de informantes activo en las calles de sus ciudades.

Pocos sintieron alivio, pues las deficiencias son bien co-nocidas. “Tenemos que preguntarnos si estamos hacién-dolo bien”, cuestiona Andrew Ata Asamoa, del Instituto de Estudios de Seguridad de Nairobi. “Los explosivos ya no son convencionales y están evolucionando. ¿Cuántos de los guardias que manejan los detectores saben qué apariencia tiene una granada? ¿Conocen los distintos lu-gares donde se pueden esconder en un coche?”.

un tuit aL deSiertoComo suele suceder, lo que se teme en las ciudades es lo normal en el campo. El sur de Somalia, rural como en la Edad Media, devastado por la guerra y el hambre, anegado por el monzón, vive con la ofensiva keniana una intensificación de los interminables conflictos. Los únicos reporteros que podían acercarse a la zona eran los pocos periodistas de la tv de Nairobi que acompañaban a unidades del ejército de su país, y que por lo mismo veían sólo lo que los oficiales querían.

Pero las ong estaban ahí para dar cuenta de la huida de miles de personas que abandonaban sus aldeas: Al Shabab es una milicia extremista que lapida mujeres por supuestos delitos sexuales y que corta manos por robos menores, y que había expulsado a los cooperantes extranjeros por considerar que influían negativamente en la población. Sin embargo, la aplastante realidad de la hambruna la forzó a readmitir a algunos grupos que ofrecen ayuda médica y alimenticia. Entre ellos, msf, precisamente la ong cuyas empleadas españolas fueron secuestradas.

Así se reveló el primer escándalo de esta intervención. Mientras las fuer-zas terrestres invasoras transitaban penosamente por el desierto enfangado, los mandos kenianos sostenían el momentum de la ofensiva con bombardeos aéreos sobre lo que describieron como bases y campos de Al Shabab, y el 31 de octubre se atribuyeron la eliminación de once milicianos, “sin bajas civiles, ni niños ni mujeres”, dijo el mayor Chirchir. Trataba de desmentir así las denun-cias de los islamistas de que estaban matando a inocentes.

Esto habría acabado como un típico dime y direte entre enemigos si no fuera porque msf informó que cinco civiles murieron y 45 fueron heridos por metra-lla después de un ataque con bombas sobre un campo de desplazados internos. msf no identificó al autor de la agresión pero, titubeante, el primer ministro keniano Raila Odinga declaró en Nairobi el 1 de noviembre que investigarían lo ocurrido y que “si esto es cierto y fuimos los culpables, lo lamentaríamos”.

Para prevenir más “daños colaterales”, el ejército lanzó una advertencia al día siguiente: “Baidoa, Baadheere, Baydhabo, Dinsur, Afgooye, Bwale, Barawe, Jilib, Kismayo y Afmadhow estarán continuamente bajo ataque”, anunció Chirchir. “Las Fuerzas de Defensa de Kenia llaman a cualquiera con parientes y amigos en estas diez poblaciones a darles los consejos correspondientes”.

Chirchir escogió una forma curiosa de difundir su mensaje. Lo envió por Twitter, mediante su cuenta @MajorEChirchir, a un país en el que el exiguo 1.1 por ciento de la población que tiene acceso a Internet está concentrado en la capital, Mogadishu, y las ciudades del extremo norte; ambos lugares están muy lejos de la zona rural donde combaten las tropas kenianas.

La repartición deL paSteLAl reconocimiento tácito de ese error, siguió uno explícito sobre los mo-tivos de la guerra. El 26 de octubre, Kenia abandonó el argumento de que su ofensiva era una respuesta espontánea a los secuestros. Éstos fueron “una buena plataforma de lanzamiento”, dijo Alfred Mutua, portavoz del

Las cooperantes es-pañolas de Médicos sin Fronteras secues-tradas en dadaab, en octubre pasado. izquierda: Montse-rrat Serra. derecha: Blanca Thiebaut.

como rompecabezasSOMALiA ESTá divididO EN SOMALiLANd, pUNTLANd y SOMALiA prOpiAMEN-

TE dichA. EL diSTriTO dE LA FrONTErA NOrTE QUEdó EN MANOS dE KENiA, QUE AhOrA pOdríA ESTAr BUScANdO crEAr UN NUEvO TErriTOriO: AzANiA.

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gobierno. “Una operación de esta magnitud no se planea en una semana. Ha estado en espera desde hace tiempo”.

La pregunta es: ¿para qué?El rechazo a la intervención expresado por el mandatario soma-

lí, cuyo mayor enemigo es precisamente Al Shabab, tiene que ver con esta gran duda. El tamaño de la fuerza keniana de ataque no parece suficiente para infligirle a Al Shabab la derrota definitiva que nadie ha conseguido, ni Estados Unidos, ni Etiopía, ni la Unión Africana ni sus muchos enemigos locales, empezando por el Go-bierno Federal de Transición.

El objetivo real, temen el jeque Sharif Ahmed y muchos de sus compatriotas, es consolidar un territorio autónomo en el sur de So-malia que le sirva a Kenia como colchón, de manera que se impida que la criminalidad y el caos de la guerra civil somalí siga traspa-sando la frontera. Además, ese territorio serviría para quitarse de encima, precisamente, el supuesto detonador del conflicto: el cam-po de refugiados de Dadaab y su medio millón de desesperados, que serían reubicados del lado somalí.

Ese hipotético país artificial se llama Azania, fue “fundado” en agosto con el patrocinio financiero del gobierno de Nairobi, en una ceremonia en un hotel del turístico lago keniano de Naivasha, don-de un grupo de personas “eligió” a un presidente “azanio”, el profe-sor Mohamed Abdi Gandhi, miembro del parlamento de Somalia.

“Eso no es una solución que tenga en cuenta la justicia, ni las as-piraciones históricas del pueblo somalí”, dice Jamal Riyale mien-

tras tomamos té en South B. “Ni siquiera es una solución que pueda sostenerse en el mediano o largo plazo sin las tropas kenianas. Es un abuso sobre las tierras de Somalia, que sólo vendrá a complicar y perpetuar el conflicto”.

Somalia fue dibujada después de la segunda guerra mundial por Gran Bretaña, que sumó a la parte que dominaba desde fines del si-glo xix la que les arrebató a los derrotados italianos. Tiene la forma de un número 7 a lo largo de la costa del cuerno de África y, en los hechos, desde la implosión de su gobierno en 1991 está fragmentada en tres partes: en el noroeste (la barra superior del 7), Somaliland, la sección que era originalmente inglesa y que desde hace años funcio-na como un Estado que busca reconocimiento internacional; Punt-land, que sería la esquina derecha y es el sitio desde donde operan los piratas del Índico; y Somalia propiamente, la pata inferior. Esta última está fraccionada en segmentos que se disputan Al Shabab y el Gobierno Federal de Transición.

En total, cuatro pedazos. Que, con la posible consolidación de Azania, si Kenia lo logra, aumentarían a cinco: “¡Es una descarada repartición del pastel!”, denuncia Riyale, elevando la voz, aunque sin permitir que lo escuchen los kenianos que hay alrededor.

Y resulta todavía más complicado: en realidad, ese siete debe-ría ser algo parecido a un rectángulo que los ingleses recortaron

al poner la parte interior, llamada Ogadén, en manos de Etiopía (un país que está muy involucrado en el conflicto porque enfrenta grupos rebeldes somalíes, del clan ogadení, que tienen apoyo de Al Shabab); el extremo oeste de Somaliland quedó en la república de Yibuti; y la parte inferior, denominada Distrito de la Frontera Nor-te, se la entregaron a Kenia cuando ganó su independencia.

“Los kenianos olvidan que la bandera somalí tiene una estrella de cinco puntas en el centro”, me explica por correo electrónico el periodista Yusuf Dirir Ali desde Somaliland. “Cada pico represen-ta a cada uno de los territorios somalíes: Somalia (con Puntland), Somaliland, Yibuti, el Ogadén y el Distrito de la Frontera Norte. El que hayan iniciado una guerra podría conducir no a crear una república títere de Azania, sino a que los somalíes recuperemos el Distrito que por ahora controla Kenia”.

accioneS mayoreSLos kenianos se sienten vulnerables porque tienen al enemigo en casa: la población del Distrito de la Frontera Norte es somalí; los 465 mil refugiados del campo de Dadaab también lo son; y en las ciudades como Nairobi hay amplias comunidades de soma-líes que llegaron como exiliados por la guerra o inmigrantes por hambre. Entre kenianos de ascendencia somalí y los inmigran-tes llegados desde Somalia, suman dos millones y medio de los 40 millones de habitantes.

Además, un informe de la onu dado a conocer en julio pasado indica que la milicia somalí desarrolla numerosas actividades en

Kenia para financiarse. Joshua Orwa Ojode, ministro asistente de Seguridad Interna, lo planteó así: “Al Shabab es una víbora cuya cola está en Somalia; pero su cabeza está aquí, en Nairobi”.

De ahí que Riyale y muchos somalíes (o gente que lo parece) sean acosados por una policía torpe, sin preparación y profundamente corrupta: los detienen, los zarandean y los dejan ir si tienen algún dinero que entregar; si no, son sometidos a interrogatorios en los que los derechos humanos no son tomados en cuenta.

Otro factor que preocupa es que, según se ha constatado, en rea-lidad no hace falta que los atacantes vengan desde Somalia a aten-tar en Nairobi. Ni siquiera que sean somalíes musulmanes.

Elgiva Bwire Oliacha, alias Mohamed Saif, fue sujeto a un proce-so judicial exprés: el lunes 24 de octubre llevó a cabo los dos aten-tados con granadas; el martes fue detenido; el miércoles enfrentó juicio; el jueves fue condenado; y el viernes inició su cadena perpe-tua. Se trata de un keniano que creció en una familia católica. Clé-rigos radicales lo convencieron de convertirse al Islam y Al Shabab lo reclutó en la ciudad keniana de Isiolo. Tras ser detenido, confesó sus crímenes, aceptó su condena y con grandes sonrisas aseguró a los reporteros que estaba feliz. Es uno más de una serie de kenia-nos conversos involucrados en sangrientos ataques de Al Shabab dentro y fuera del país.

Aunque Saif esté preso, hay más terro-ristas dispuestos a actuar. En el Distrito de la Frontera Norte tuvieron lugar varios ataques: uno con granadas autopropulsa-das (rpg) que dejó cuatro maestros muer-tos el 27 de octubre; otro con dos víctimas mortales (uno de ellos era un niño de sie-te años) en una iglesia cristiana, el 8 de noviembre; y un intento de secuestrar a turistas suizos, que fueron heridos de gra-vedad. Además, un convoy de la onu tuvo la suerte de que no explotara una mina anti-carro sobre la que pasó, cerca de Dadaab.

Lo anterior parece ser apenas el co-mienzo de acciones mayores. El mismo 27 de octubre, en una manifestación de Al Shabab en Mogadishu, el jeque Mukhtar Robow se dirigió a los seguidores del gru-po: “A los combatientes kenianos, entrena-dos por Osama (bin Laden) en Afganistán, les digo que dejen de arrojar granadas a los autobuses. Las granadas de mano los pue-den herir (a sus enemigos)… ¡pero quere-mos explosiones masivas!”

“No veo cómo los kenianos pueden salir bien librados de esta situación”, me dice Riyale. “La gente en Somalia está harta de Al Shabab, pero ningún somalí puede tolerar una intervención extranjera. Es-tamos dispuestos a morir por defender

Somalia. Cada vez que nos invaden, sean estadounidenses o etíopes o ugandeses o kenianos, los somalíes nos unimos a quien se opone a ellos, y esto va a terminar bene-ficiando a Al Shabab”.

El intercambio de correos electrónicos con el periodista Yusuf Dirir Ali confirmó este punto de vista. Él vive en Hargeisa, capital de Somaliland, la región que des-de 1991 busca reconocimiento como país para olvidarse del extremismo islámico y del caos que enfrenta el resto de Somalia. La invasión del suelo patrio, sin embargo, enciende los ánimos de todos sus habitan-tes, como explica en una descripción que recuerda a Afganistán:

“Les dijeron a los estadounidenses que no entraran en Somalia, que la guerra es lo mejor que sabemos hacer los somalíes, pero no hicieron caso y terminaron con su famo-so Black Hawk Down (la pérdida de un he-licóptero con la muerte de su tripulación, en 1991). Los etíopes no aprendieron esa lección y tuvieron que retirarse después de que los somalíes les dieron una lección de guerrilla urbana. Ahora, parece que los ke-nianos tampoco entienden. Quieren creer que pueden derrotar a los somalíes. Pero la verdad es que están jugando con un fuego inextinguible, el gran fuego somalí”.

“todoS Son cuLpabLeS de La deStrucción de SomaLia”, dice jamaL riyaLe. “eS eL reSuLtado deL coLoniaLiSmo.

todoS han roído SuS deSpojoS”.

SOMALIA, EL AFGANISTÁN AFRICANO

PAÍS INDOMABLE

al liderar una de las guerras de resistencia antico-lonial más largas en áfrica, contra los británicos,

desde fines del siglo xix y hasta su derrota en 1920, el jefe derviche Muhammad abdullah Hassan se

ganó un lugar privilegiado en la historia de soma-lia. el país fue dividido así entre tres poderes: los

británicos tomaron lo que hoy se conoce como so-maliland, yibuti y el Distrito de la frontera norte;

somalia quedó para los italianos de Benito Musso-lini; y el ogadén para etiopía, hasta que este último

país fue ocupado por italia en 1935.la derrota italiana en la segunda guerra Mundial dejó el control de todo el territorio somalí en ma-

nos de gran Bretaña. Durante el proceso de desco-lonización de 1949-60, sin embargo, los ingleses

entregaron fracciones de somalia a etiopía y Kenia, además de crear yibuti.

el deseo de reintegrar las tierras somalíes, la guerra fría y las divisiones internas generaron un proceso de desestabilización que desembocó en una guerra civil en 1991, que fragmentó aún más el territorio. sucesivas intervenciones extranje-

ras (estados unidos, 1992-93; onu, 1993-95; etiopía 2006-2008; y fuerzas de paz de la unión africana,

desde 2008) han fracasado en su intento de consolidar un gobierno nacional y de derrotar a

señores de la guerra y milicias islamistas.

El presidente de Somalia, Sheikh Sharif Ahmed, en una reunión de la Organización para la cooperación islámi-ca, en Turquía.