View
222
Download
5
Embed Size (px)
DESCRIPTION
Â
Citation preview
LIBROS Y NOMBRES
DE CASTILLA-LA MANCHA
SEPTUAGÉSIMOQUINTA ENTREGA
75. Año III/ 27 de junio de 2012
Alfonso Botti
España y la crisis modernista.
Cultura, sociedad civil y religiosa
entre los siglos XIX y XX
Centro de Estudios de Castilla-La
Mancha (UCLM); Ciudad Real, 2012,
328 pags. 20 €
Traducción: Elena E. Marcello
Alfonso Botti está considerado como
uno de los grandes hispanistas de la
actualidad. Es uno de los principales
investigadores del nacionalcatolicismo
español Su libro Cielo y dinero: El
nacionalcatolicismo en España
(Alianza ed., 1992) marcó un hito en los
estudios de este ámbito.
En una tema tan controvertido como el
de las conexiones entre Religión y
Política, Iglesia y Estado, o fe e
ideología, tal vez es bueno que sean
ojos ajenos a nosotros mismos (en este
caso un italiano) los que analicen esta
intrincada maraña de relaciones,
conexiones y conflictos entre ambas
instancias.
La tesis central de Botti es que la
historia de España es muy distinta a la
de otros países europeos porque aquí la
Religión tuvo un papel fundamental en
la construcción del Estado y dicho papel
no fue cuestionado nunca
posteriormente (como sí lo fue en
Francia, Gran Bretaña, Alemania o
Italia, si bien en cada uno de ellos de
forma diferente).
Otro punto de partida importante de la
obra de Botti es que los laicos pueden y
deben analizar la historia de la Iglesia, y
no dejar este ámbito exclusivamente a
los religiosos: “La mayoría de estudios
sobre las relaciones entre Iglesia y
Estado provienen de estamentos ligados
al mundo eclesiástico, y es necesaria
una aproximación laica al tema. Si los
economistas no necesitan ser
millonarios para hablar de dinero, ni los
que hacen estudios sobre el campo,
agricultores, por qué sólo tienen que ser
religiosos los que hablen de ello”, dijo
Botti en una conferencia. Este ensayo
de Alfonso Botti, que se publicó en
Italia en 1987 y que aparece ahora en
castellano gracias al esfuerzo del Centro
de Estudios de Castilla-La Mancha (de
la UCLM), indaga en las conexiones
entre el mundo católico y el
Modernismo. Las ideas de partidarios y
adversarios de la „modernidad‟ ofrecen
un sorprendente cuadro de la España de
finales del siglo XIX y principio del
XX. Junto a conocidos exponentes de la
cultura y la literatura -como Ramiro de
Maeztu, Unamuno, Azorín, etc.-,
aparecen estudiadas en el libro las
posturas de muchos miembros de la
Iglesia: los dominicos García y
Arintero; los agustinos Vélez y
Martínez; los franciscanos D´Esplugues
y Manresa; así como dos figuras muy
curiosas de lo que Botti denomina
„anticlericalismo clerical‟: J. Ferrándiz,
y S. Pey Ordeix, etc.- que contribuyeron
a la reflexión sobre el Modernismo y
promovieron, o intentaron llevar a cabo,
una reforma profunda en el ámbito
clerical y en el social. Especial interés
reviste el detallado estudio sobre
Unamuno, en el que desmonta
interpretaciones anteriores, sesgadas o
simplistas a su juicio. El escritor
bilbaíno-salmantino encarna plenamente
el espíritu del Modernismo ya que
“entre dudas (de fe) y bandazos,
contradicciones e incongruencias, nunca
renuncia a salvaguardar el valor de la
ciencia y de la racionalidad humana”.
Completa este trabajo, el análisis de la
recepción que tuvieron en España
algunos textos „modernistas‟ y su
proyección pública a través de las
revistas de principio de siglo, donde,
aliado de las tajantes condenas, tienen
también cabida algunas opiniones más
moderadas o conciliadoras.
El Modernismo es para Botti, más una
tendencia o una actitud “que se
caracteriza por la fe en lo moderno” y
que en el ámbito de lo religioso sienta
las bases para “la conciliación del
dogma con la ciencia”. En ese sentido
Botti analiza con especial interés el
movimiento krausista, el que daría lugar
a la Institución Libre de Enseñanza, ya
que en él -nos dice- “se sustentan tanto
el modernismo artístico como cierto
reformismo religioso”.
Otro reciente libro de Botti Clero e
guerre spagnole, 1808-1939, es una
recopilación de trabajos historiográficos
en torno al papel del clero español en
las guerras “fratricidas” de nuestro país.
Ha sido presentado en febrero de este
año en la Fundación Ortega-Marañón,
aunque no está todavía traducido al
castellano. Alfonso González-Calero
Manuel Cortijo
Rodríguez Memoria de lo usado
Diputación de Albacete, 2012
Memoria de lo usado es un libro que se
mueve entre la nostalgia por el paso del
tiempo y la necesidad de recuperar “lo
que ya se fue”, en una tarea que
adquiere una dimensión salvadora.
Tarea de reconstrucción que para el
poeta es también una búsqueda de sí
mismo, realizada desde la perspectiva
crepuscular de quien, desde un “tiempo
ya de bajada”, se detiene a realizar su
personal examen de conciencia y a
hacer balance de lo vivido o, tal vez, a
hacer recuento de lo perdido. En un
tono abiertamente confesional, la voz
del sujeto lírico aparece impregnada de
autenticidad, traspasada de “esa
emoción que salva lo mirado”. Voz
contenida, meditativa y serena, que se
tiñe a menudo de acentos elegíacos, o se
desnuda estremecidamente para mirarse
ante el espejo interior de su memoria.
Voz que se reviste de inquietud y
desconsuelo para dar cuenta de las
desposesiones y los desengaños del
presente, o bien para enfrentarse a las
sombras acechantes del.futuro. En
cualquier caso, con una actitud
finalmente esperanzada, el poeta
proclama su fe en la verdad de la
palabra poética, última forma posible de
salvación. Enmarcado entre dos poemas
que actúan como puntos de partida y de
llegada, y concebido alegóricamente
como un viaje interior, el libro presenta
una equilibrada estructura dividida en
tres partes, que ya desde los reveladores
adverbios de sus títulos (antes, ahora y
después), nos sumergen en el ámbito de
la temporalidad, un ámbito que viene a
ser el soporte de la indagación
introspectiva que lleva a cabo el poeta.
A lo largo de ese itinerario interior,
vemos al poeta, cargado con su equipaje
de incertidumbres, entonando una
canción de despedida mientras“echa
cuentas/ de cuanto pudo y no ha vivido,/
de la obra que deja sin hacer”, pero
con la última certeza de que “la vida
escrita/ es todo lo que deja”.Un tríptico
temporal en cuyas tres láminas, a través
del poder redentor de la escritura,
quisieran atraparse las sombras de la
memoria, los fantasmas de la propia
identidad, el paso del tiempo, el peso de
la vida. Pedro A. González Moreno
(De la solapa del libro)
La esfera de nácar
Carlos Ortega y Celedonio
Perellón
A pesar de ser 16 de junio, y no estar
inmersos en un idus de buenos augurios,
este sábado es el Bloomsday, un día para
contar la exposición y la presentación
erótica, artística y poética protagonizada
por Celedonio Perellón (el dibujante),
César Ortega (el poeta) y Eliseo de
Pablos (el celestino), que juntos han
logrado editar un fantástico libro dado a
conocer en la no menos alucinante
galería de arte Nave, un espacio escénico
perdido y hallado en el polígono
industrial "Nicomedes García", de
Valverde del Majano, a escasos diez
minutos de la ciudad de Segovia. Fue
una velada apasionante por muchos
motivos. Primero por ver al maestro
cargado de años como el titán que carga
con un gin tonic fresco, con los cubitos
lavados, con una ginebra premium y con
la burbuja de la tónica rebotando por el
copón en un frenesí botánico eterno.
Segundo por tener de cerca de un
Odiseo, a un hombre frontera como
Celedonio, dueño y señor del cuerpo
femenino, que ha escalado el Monte de
Venus en cientos y cientos de dibujos y
pinturas, sin que todavía haya pubis que
se resista a sus pinceles, lápiz o rotring
de tinta china, acompañado por un
Telémaco como César Ortega, enorme
periodista y poeta "al alba era malva sus
labios viajeros. Maduros de pasión,
dignos, serenos", poema con el que
arranca esta Odisea literaria, o comic
poético y erótico.
Decía que hoy es el Bloomsday, ya
saben, ese día en el que los amantes de
Ulises, del escritor irlandés James Joyce,
celebramos la publicación del libro,
porque mientras César Ortega iba
desgranando sus poemas sentí un cierto
paralelismo entre las palabras del
periodista y las breves y posteriores del
que sin lugar a dudas es el
pintor/dibujante erótico más importante
de España. Digo que sentí una
proximidad extraordinaria entre los
personas de Ulises y los autores de "La
esfera de nácar", que así es como se
titula el libro.
Tanto es así, que en César quise ver al
joven Stephen Dedalus, enamorado de su
profesión y atormentado por las
metáforas que brotan constantemente por
sus neuronas, para posteriormente ser
ordenadas por las Musas, esas Musas que
no siempre llegan a tiempo para
construir el poema. Frente a Dedalus
(Ortega) estaba la experiencia, el
maduro, que no viejo, Leopold Bloom,
encarnado por Celedonio Perellón. Y
Molly Bloom, ¿dónde estaba la señora
Bloom? En cada uno de los monólogos
poéticos de César y en cada uno de los
dibujos de Celedonio, dueño y señor de
la línea, de esas líneas paralelas que
sabes que tarde o temprano se
encontrarán en el infinito de la belleza
pictórica. En fin, que por estar, estuvo
hasta Buck Mulligan, personaje
animador y bullicioso con el que James
Joyce arranca el Ulises desde la torre
Martello; ese no era otro que Eliseo de
Pablos, editor de esta "Esfera de nácar"
de tan aconsejable lectura como de
obligada visualización. Aun es más, yo
no dudaría en acercarme por Valverde
del Majano para ver la exposición de
Celedonio y ya de paso comprar el libro.
Carlos Iserte www.DIARIO DE CLM
16/06/2012
La papelera de Pessoa /La luz
sobre el almendro
Jesus Aparicio Gonzalez
Ed. Libros del aire, 2012
La papelera de Pessoa y La luz sobre el
almendro (Libros del aire, Madrid 2012)
Dos poemarios de Jesús Aparicio
González que se publican juntos aunque
están escritos el primero entre 2001 y 2002
y el segundo en 2009. La papelera de
Pessoa es un poemario introspectivo.
Palabras de vigilia donde el dubitativo
sujeto poético va en busca de la verdad o de
su verdad y lo hace contemplándose en el
espejo más íntimo y más sincero, el de la
soledad. La luz sobre el almendro me
recuerda un paisaje sensorial y
mediterráneo al tiempo que evocador de
una voz reflexiva cuando nos habla de la
fugacidad y lo hace con palabras luminosas,
con imaginación y sueño.
Poesía, la de Jesús Aparicio González,
donde la metafísica se entrelaza con la
contemplación y, al menos así me lo parece
a mí, con la metapoesía.
En su papelera particular, el tiempo se
sucede, a través de sus ciclos vitales,
cargado de esperanza y decepción, de
certezas y de dudas, de vida viva y de
tiempo que se marcha mientras deja sus
huellas, no sólo por la piel, en la mirada, en
el sentir… enfrentado al espejo de sí
mismo. Y enfrentado a esa realidad de su
reflejo nos confiesa que: No sabe nada,
cree / que es un hombre olvidado de los
otros hombres / y a quien le faltan dedos de
sabia mentirosa / altanera, egoísta y
agresiva / para ser de este mundo.
La poesía de Jesús Aparicio, al menos
aquí, es intimista y serena. Una poesía
escrita desde la sencillez, desde lo cotidiano
de un mundo natural, forma su cosmovisión
espiritual y reflexiva (de ahí que me
recuerde a Unamuno y Machado) con
poemas breves, formalmente medidos,
llenos de ritmo y ausentes de rima. Una
poesía, en fin, sin pirotecnias verbales, con
honda voz de pensamiento y sentimiento
(como lo hicieron los poetas citados, repito,
y como lo hizo el Pessoa que fingía una
verdad para hacernos creer que era ficción y
no lo era porque en el sueño de soñar (y de
escribir) está la realidad de la vida:
Dormiste bajo sombras del azar / hijas
nacidas de tus vanos sueños.
Hay en la voz de Jesús Aparicio
meditación que, en este volumen doble, La
papelera de Pessoa y La luz sobre el
almendro, nos deja ver su madurez, su
pensamiento y su sentimiento en una poesía
que toca la metapoesía al tiempo que una
suerte de realidad y sueño va mostrando las
cosas que desvelan y revelan su interior, las
que nos enseñan, las que nos hacen crecer
como personas, como poetas, las cosas que
nos permiten abrir los sentidos para
contemplar y ver y sentir, a través de las
páginas, convertidas ya en poemas, que son
como destellos, relámpagos a la búsqueda
de la luz. Una voz, ésta, singular que
alumbra, que canta, que sugiere…como
sugiere una personal poética este texto de
Jesús Aparicio que he encontrado en la
red: No se dejan cazar las mariposas. Se
insinúan detrás del aligustre, revolotean
sobre los romeros, derraman sus sonrisas
en los ojos felizmente abiertos de la
caléndula, llevan agua a las piedras y color
a las cenizas de un antiguo fuego, se posan
tras la oreja de ese niño que quisiera
aprehenderlas y no puede. No puede
porque no sabe usar la red, porque le cansa
golpear el aire con tercos e insistentes
manotazos repitiendo una vida sin sentido,
porque ya se ha olvidado de creer eterno el
polvo de las mariposas. Le esquivan como
versos a un poeta que no acierta a nombrar
qué le da vida: la sal que está en sus labios
desde siempre. No se dejan cazar las
mariposas.
Jesús Aparicio González (Brihuega,
Guadalajara, Julio de 1961), es licenciado
en Psicología. Ha colaborado en distintas
revistas literarias y recibido varios premios
de poesía y relatos breves. Ha publicados
los libros de poemas: Poemas como pasos.
Finalista Premio Internacional de Poesía
Rosa de Oro Bilbao (1.981), Sendas del
Corazón. Premio VIII Certamen Nacional
de Poesía Acción Getafense, (1988), Como
trago de agua fresca (1.991). Las caras del
espejo Mención Honorífica en el I Premio
Ciudad de Miranda (1996), La casa del
siervo (1999), Con distinta agua. Premio
de Poesía Villa de Aranda, de Aranda de
Duero (Burgos, 2003), El sueño del león
(2.005), y Las cuartillas de un náufrago
(Ediciones Vitruvio, Madrid, 2008).
Del blog de Manuel López Azorín
Alfredo Villaverde y otros
Universo narrativo
Asociación de Escritores de Castilla-La
Mancha y Ediciones Dulcinea. Madrid,
2012; 192 pags.
La Asociación de Escritores de Castilla-La
Mancha fue fundada en 1999 por un grupo
escritores de diferentes áreas, y desde
entonces viene trabajando por difundir ls
creaciones de sus propios socios y la cultura
castellano-manchega en general. A su
frente están Alfredo Villaverde, Nicolás del
Hierro y otro nutrido grupo de escritores
(poetas, narradores, ensayistas e
investigadores).
Ahora han decidido reunir en este volumen,
heterogéneo, trabajos de una treintena de
ellos bajo la rúbrica general de Universo
narrativo. En el libro se recogen poemas
(de Jesus Aparicio, Carmina Casala,
Natividad Cepeda, Fernando Delgado,
Enrique Domínguez Millán, Daniel
Escribano, Emiliano G Peces, Alfredo
Garcia Huetos, José Maria Gómez, Mª
Dolores Grao, Mariano Lizcano, Pedro J
Moreno, Concha Pelayo, Juan Ruiz de
Torres, Francisco de la Torre y los ya
mencionados Nicolás del Hierro y Alfredo
Villaverde.
La segunda parte del libro acoge dos
géneros Narrativa y Ensayo. En el primero
de ellos se recogen relatos de Luis Auñón
Muelas, Natividad Cepeda, Miguel Ángel
Fanega, Nicolás del Hierro, Concha Pelayo,
Juan Ruiz de Torres, Jesús Sevilla Lozano
y Alfredo Villaverde.
En cuanto al capítulo de ensayos, artículos e
investigaciones podemos encontrarnos con
los de: Mª Ángeles Baños (sobre Mencía de
Mendoza); Fernando Delgado Mesonero
(sobre Alonso Díaz de Montalvo); de José
Mª Gómez Gómez (sobre Fernando de
Rojas); de Antonio Herrera Casado (sobre
viajes y literatura de viajes); de José J
Labrador Herráiz (sobre la Inquisición y
algunos delitos de alcarreños perseguidos
por aquella en el s XVI); de Luis F. Leal
(sobre el champiñón y Casasimarro); de
Ricardo López Seseña (sobre La mujer de
El Toboso en la historia); de Faustino
Merchán Gabaldón (sobre Guadalajara
como cuna de la aviación española); de
Alfredo Pastor Ugena (sobre relaciones
históricas entre España e Hispanoamérica);
de Roberto Pelta (que recrea una entrevista
de Azorín a Santiago Ramón y Cajal); y de
Miguel Romero Saiz (sobre la huella árabe
en la literatura popular).
En conjunto un interesante y variado
conjunto de trabajos, de creación y de
investigación, que nos ofrecen un cierto
panorama sobre el estado actual de las
letras en nuestra región en el momento
actual. AGC
Victorino Carrión: El empuje de
un manchego
Francisca Carrión Nieto
Edita Diputación de Ciudad Real; Imprenta
provincial, 152 pags. Edición no venal
Victorino Carrión aparece en este libro,
subtitulado con gran acierto “El empuje de
un manchego”, como una estampa,
afortunadamente viva, de la memoria
histórica del último siglo español. Hoy, con
sus 92 años a las espaldas y todas las
vicisitudes y avatares que conlleva tan
dilatada existencia, tiene la suerte de ver
escritos en estas páginas que hoy
presentamos una buena parte de los
acontecimientos que configuran su
trayectoria vital, su aventura personal: sus
buenos y sus malos tiempos, los alegres y
los tristes, los gozosos y los amargos, que
para todo ha habido algún espacio en esta
obra biográfica merced a su prodigiosa
lucidez y buena memoria y, por supuesto, al
empeño y la tenacidad de su autora, la
segunda de sus cinco hijas, Francisca,
escritora ocasional y espontánea biógrafa de
su padre.
Victorino nace en la España inquieta y
convulsa del año 1920. Reinaba Alfonso
XIII, pero el modelo del bipartidismo
alternante de la Restauración, que había
dado una larga etapa de paz y estabilidad al
sistema político español durante su reinado,
estaba en sus estertores y prácticamente
agotado. Por una parte, los movimientos
regionalistas y de reivindicación obrera
eran la expresión de la crisis económica y
social que vivió nuestro país tras la
finalización de la I Guerra Mundial. Por
otra, la inestabilidad política y militar
ocasionada por el desastre de Annual
(1921) y las derrotas en Marruecos, son
augurios del grave deterioro que dará al
traste, en un par de años, con el sistema
constitucional español y, en unos cuantos
más, con la propia Monarquía Alfonsina,
desgastada por la excepcionalidad política
que representó la Dictadura del general
Miguel Primo de Rivera. Corrían malos
tiempos, por tanto, para una familia
manchega humilde, de Fernán Caballero,
como es la que lo recibe en su seno cuando
Victorino llegó a este mundo. Presidía el
gobierno por aquellos días un conservador
sin fuste, Sánchez de Toca, que había
sucedido a Antonio Maura hasta la
convocatoria de unas nuevas elecciones,
que se celebrarían en diciembre de ese
mismo año 1920, y cuyos resultados
elevaron a la presidencia a un efímero
Eduardo Dato, que sería asesinado en
marzo de 1921.
Y, por si fuera poco, la España que vio
nacer a Victorino aún lloraba la muerte de
Joselito El Gallo, quien, un mes antes, el 16
de mayo de 1920, fue corneado por el toro
Bailaor, de la Viuda de Ortega, en la plaza
de Talavera de la Reina, a no muchos
kilómetros de distancia de su pueblo natal;
y, aunque la desaparición de su rival
convierte a Juan Belmonte en el soberano
absoluto de aquella “Edad de Oro” del
toreo, lo deja huérfano y sin el estímulo y la
referencia de la rivalidad bipartidista con su
contrincante en los ruedos; orfandad que
representa algo así como un síntoma
premonitorio del cambio de tiempo
histórico que comenzará a vivirse en
España a partir de aquellos años.
Victorino, que había nacido en las
postrimerías de la vigencia de la
Constitución de 1876, vive su infancia bajo
la Dictadura del General Primo de Rivera.
Son tiempos de poca escuela para las gentes
de su rango, aunque bien aprovechada en su
caso gracias a la agudeza de su
entendimiento y a su gran inteligencia
natural; pero, sobre todo, es la época de su
temprano inicio en el trabajo del campo. No
será uno de aquellos “niños yunteros”, que
inspirarían los versos de Miguel Hernández
en su libro “Vientos del pueblo”, escrito
una década más tarde (1937); pero por
aquel entonces ya lo hubiéramos
encontrado en la era, sentado en un trillo,
dando vueltas a la parva de mies con una
yunta, quizá de burros, ayudando a su padre
en las faenas típicas del verano manchego.
El protagonista empieza a tener conciencia
real del tiempo que le ha tocado vivir
cuando, tras una muy corta infancia, inicia
su adolescencia coincidiendo con la
proclamación de la Segunda República.
Aquel 14 de abril de 1931 está próximo a
cumplir los once años; once años de los de
entonces; once años de obligada madurez
prematura, que fue adquiriendo en aquellas
largas jornadas, impropias para su edad,
desempeñando un trabajo ineludible bajo el
sol justiciero de La Mancha, que le devolvía
a su casa, ya anochecido, cubierto por un
envoltorio de polvo impregnado en sudor.
Su clara intuición y su natural sagacidad le
hacen observar con asombro y cautela los
cambios que el nuevo escenario político
produce en el ambiente social que le rodea.
No era más que un muchacho de poco más
de quince años cuando, a punto de
comenzar la Guerra Civil, contempla, y
retiene en su mente de manera imborrable,
las transformaciones en la propiedad agraria
y en el aprovechamiento de la tierra que se
van produciendo en las fincas y latifundios
de los alrededores de su pueblo; unas
transformaciones que alteran profunda y
súbitamente las relaciones de autoridad y
los equilibrios de poder secularmente
existentes, que parecían haber sido
establecidos por normas inmutables de
derecho natural.
Según puede intuirse de su relato, asiste a
estos acontecimientos con el sentido común
de un maduro observador incrédulo y
escéptico, como si percibiera que aquella
utópica historia no podía acabar así, más
que con el comprensible entusiasmo juvenil
de un emocionado adolescente, encandilado
por unos repentinos cambios tan profundos
y revolucionarios.
Estalla la Guerra, incivil y fratricida, y
España se adentra en un largo y oscuro
túnel de violencia y penalidades. No es
Victorino de aquellos que esperan
pasivamente con la cabeza bajo el ala a que
los acontecimientos le acaben llevando por
delante. Y, a la búsqueda de nuevos
horizontes y esperanzas para su vida y su
salud, se alista como voluntario en las filas
del Ejército leal a la República. Solo tiene
17 años y su madre, que no puede hacerle
desistir de su idea, no encuentra otro
consuelo para darle protección que coserle
en el interior del pantalón más nuevo que
lleva en el petate un escapulario con la
imagen del Cristo de Urda, que nuestro
protagonista conservará hasta que, casi al
final de la contienda, el uso continuo y los
zafarranchos de limpieza lo deterioren por
completo.
Yo, que, a finales de septiembre, tengo que
llevar cada año a mi madre a Urda, por la
festividad de su Cristo de la Veracruz,
siempre observo la gran lápida adosada a la
fachada principal de su Ermita, donde
figuran los nombres de varias decenas de
víctimas que, por haber pertenecido al
bando de los que cayeron “por Dios y por
España” en aquella guerra, gozan del
privilegio de ser públicamente recordados y
homenajeados en el mismo Santuario del
Cristo. Suelo entonces recordar a quienes,
como Victorino y tantos otros, aun sin ser
creyentes y militando en el otro bando,
también gozaron de la protección del Cristo
de Urda, de manera silenciosa y más
discreta, aunque en este caso mucho más
efectiva. Y es que, en estas cosas, lo
importante no son los grandes alardes
tipográficos en las plazas públicas o en los
muros de las basílicas, ni siquiera las
manifestaciones externas de las creencias
poseídas, sino la íntima necesidad de
encontrar un asidero sobrenatural cuando la
existencia misma se pone fea y la vida
pende de un hilo entre el fuego de los
morteros y la metralla de las bombas de la
aviación enemiga.
De los episodios bélicos de este tipo que
narra nuestro protagonista en este libro uno
puede sacar una segura conclusión:
Victorino pudo parecer un héroe, pero no lo
fue aunque alguna vez actuara como tal;
pudo parecer un aguerrido militante
izquierdista, pero no lo fue aunque alguna
vez lo aparentara; Victorino fue, ante todo y
sobre todo, un apasionado de la vida, un
superviviente solidario.
Tanto que, cuando intuyó que aquello de la
guerra se ponía muy mal; cuando, allá por
las sierras de Castellón, con el Gobierno
republicano acorralado en Valencia y su
ejército en desbandada supo que ya no
había nada que hacer; cuando, a pesar de la
presión y la propaganda de los comisarios
políticos de su propio bando, tuvo claro que
todo estaba perdido, entendió antes que
nadie, con la inteligencia de los
privilegiados, que una retirada a tiempo
siempre es una victoria.
Cuando el último parte de guerra ya estaba
redactado por el General Franco para ser
emitido a través de las antenas de la Radio
Nacional de España, Victorino, que ya
había visto irremisiblemente perdida la
guerra, decidió prepararse para ganar la paz.
Supo entonces que comenzaba para él una
larga carrera, con no pocos obstáculos, para
tratar de ganarse de nuevo la vida. En un
verdadero alarde de sentido común y
espíritu conciliador, no se fijó otro objetivo
que regresar a su pueblo natal y tratar de
sobrevivir en aquella “Nueva España” que,
aun prometiendo “patria, justicia y pan”,
volvería a imponer sus hábitos ancestrales
de vieja madrastra cruel para con muchos
de sus hijos más humildes, después de
abortar, otra vez violentamente, las
esperanzas que habían depositado en
aquella segunda experiencia republicana de
la historia de España.
Solo un superviviente con la garra y el
empuje de Victorino (“El empuje de un
manchego” como se subtitula este libro) es
capaz de afrontar los duros años de la
postguerra que le tocó vivir, con la
dificultad añadida de llevar aquella etiqueta
de “desafecto” que pusieron los vencedores
a sus adversarios menos beligerantes, pero a
los que cerraba todas las puertas a un
trabajo digno, a cualquier ayuda estatal o
empleo público y a la posibilidad de
emprender una nueva vida; a esa vida a la
que se aferraría Victorino para salir
adelante, adaptándose a su regreso como
pudo al ambiente hostil de su pueblo, del
servicio militar en el ejército contra el que
había luchado en la guerra, o de un mercado
de trabajo cerrado a cal y canto para los
que, como él, quedaron señalados por el
estigma de la derrota.
Sin embargo, mediante esas relaciones
informales y de amistad tan propias de los
países latinos, nuestro protagonista logró
que se fueran suavizando para él los rigores
de aquella España severa y gris, donde la
figura enjuta y adusta de Manolete se había
convertido en el ídolo incuestionable de los
ruedos taurinos, como paradigma de la
severidad de aquellos tiempos de plomo de
la Dictadura franquista.
Pasaron muchos años hasta que Victorino
pudiera comenzar a trabajar con plenos
derechos en la construcción, se casara,
formara una familia e intentara la aventura,
quizá felizmente frustrada, de la emigración
al extranjero. Logró salir, por fin, adelante
cuando la España de los planes de
desarrollo y del Seat 600, codo con codo
con los indocumentados turistas, celebraba
en las abarrotadas plazas las
excentricidades del con que El Cordobés
había frivolizado el toreo. Siempre
interesado por la política, aunque ésta
nunca formara parte de sus prioridades
vitales, nuestro brioso manchego celebró
con alegría el retorno a España de la
democracia. Desde aquella primera cita con
las urnas de junio de 1977, cuando tenía los
mismos años que tiene ahora esta hija suya
que ha escrito el libro sobre su vida, no ha
dejado de votar ni en una sola convocatoria
electoral; y lo ha hecho siempre con ilusión
y coherencia y siempre con fidelidad a sus
principios e ideales solidarios y de justicia
social. Por todo lo dicho, por todo lo que se
puede leer en este libro y por la vida intensa
que ha sabido vivir su protagonista en unos
tiempos tan azarosos y plomizos como los
que le tocaron en suerte, creo que en estas
páginas, en el fondo, lo que puede hallar el
lector no es sino un testimonio de la
memoria histórica de este país, de esta
España nuestra tan compleja y difícil, pero
tan querida e imprescindible a la vez.
Porque hubiera sido triste que todas esas
vicisitudes y empeños vitales que Victorino
nos ha legado en este libro, a través de su
hija, hubieran quedado en el olvido.
Muchas otras personas se han tenido que
conformar con rendir homenaje a la
memoria de sus mayores sacando sus restos
arrumbados de una fosa común perdida en
mitad de un descampado, y ofreciéndoles su
postrero testimonio de respeto y cariño
poniendo su nombre en la lápida de un
cementerio. Pero nosotros hemos tenido la
suerte de poder homenajear en vida a
Victorino, recogiendo e inmortalizando sus
memorias en las páginas de este libro, unas
memorias que él mismo ha relatado en
pleno ejercicio de su lucidez y que nos
dejan, ante todo, el testimonio vital de cerca
de un siglo apasionante de nuestra historia
española.
Voy a contar una anécdota que define
bastante bien la personalidad de Victorino,
con la que ya terminaré mi intervención:
cuando ya se instaló medianamente en la
vida se aficionó a la caza. Al cumplir algo
así como los 80 años, pensó que ya tenía
demasiada edad como para seguir con el
deporte cinegético y decidió personarse en
la Comandancia de la Guardia Civil de
Ciudad Real para dar de baja su escopeta.
Mientras el guardia responsable de hacer
los trámites estaba rellenando el
correspondiente impreso, le dijo Victorino:
“Mire usted, esta es la tercera vez en mi
vida que entrego las armas. La primera fue
en el ejército republicano cuando terminó la
Guerra Civil; la segunda cuando acabé el
servicio militar con Franco, y la tercera ésta
en que le traigo mi escopeta de caza, y que
ya será la última”.
En definitiva: tienen ustedes un libro que
recoge el testimonio de un auténtico
superviviente; el testimonio de alguien que
tuvo que luchar en una guerra porque a su
generación le tocó transitar por una fatídica
encrucijada de la historia de España; de
alguien que perdió aquella guerra pero que
supo ganar la paz y vivir sin rencor; de
alguien que siempre supo sobreponerse a
todas las adversidades que se le fueron
presentando en la vida con espíritu firme de
convivencia y reconciliación. Ese
superviviente se llama Victorino Carrión, y
ha enriquecido nuestra memoria histórica
con la lucidez de los relatos que se
contienen en el libro que hoy hemos venido
a presentar.
Juan Gómez Castañeda En LANZA 4/6/2012
Una botella vacía de vino italiano
Javier García Herrero
Javier García presentó su primer libro
En un acogedor y original acto, al aire libre, en los
jardines de Casa Parada, en Tarancón, con una
asistencia numerosa de público, principalmente
familiares y amigos del autor, Javier Garcia Herrero
presentó su primer libro “Una botella vacía de vino
italiano”.
Con una metáfora sobre la “transformación
animal”, la “metamorfosis”, los cambios
entre “una pulga que se convierte en perro”,
de una forma muy dinámica y original,
García Herrero, despertó el interés de los
asistentes, en un acto en el que se mostró
cercano, familiar, divertido y distendido,
con los nervios lógicos de dar a conocer su
primer ensayo en su ciudad natal, ante su
gente. Justificó el porqué de este libro,
además siendo un hombre de ciencias,
recordaron sus allegados e incluso ex
compañeros de Instituto que “siempre fue
por ciencias, no era de letras”, pero
sorprendió a todos con su expresividad y
cercanía en este acto de presentación, La
concejala de Atención al Ciudadano, María
Jesús Grande, destaco el desarrollo del libro
“los cuentos y relatos” los definió “como
amenos e incluso divertidos y fáciles de
asimilar por ser relatos cortos”… Agradeció
a Javier que eligiera su ciudad natal para la
presentación de un libro que según Grande
“ha agotado una primera edición en
Aranjuez, pero aquí no lo conocíamos”. Y,
recogiendo una frase del propio autor en sus
relatos “Volvemos a nuestro lugar de
origen”, pidió que “el segundo libro y los
siguientes, vean la luz precisamente aquí en
tu lugar de origen”, a lo que Garcia Herrero,
confirmó que “así será…” La concejala
además aprovechó para invitar a los
asistentes, numerosos para que “visiten este
Museo de Emiliano Lozano en esta casa del
siglo XVI”.
El editor del libro, Herminio, que se
presento como “un escritor con la ilusión de
poder editar, sobre todo autores noveles y
desconocidos como es el caso de Javier”,
aseguró que se “cumple un sueño de editar
libros” destacó que a través de la “literatura
se descubren grandes personas y cosas”.
Para el editor además lo más importante de
esta obra y autor ha sido que “no conocí a
Javier hasta después de haber sido editado
el libro, estar impreso por lo que tienes
menos compromiso y te equivocas menos”.
Señaló que “como somos una editorial
modesta, la tirada fue modesta, pero está
agotada y hemos lanzado la 2ª edición.”
Javier García Herrero (marzo de 1970) es
natural de Tarancón, aunque desde hace
unos años reside en Aranjuez. Ejerce como
fisioterapeuta, escribe en sus ratos libres y
se considera biólogo frustrado. Ha plantado
algunos árboles, tiene dos hijos, y éste es su
primer libro de cuentos. Es, en definitiva,
un ser vivo. El diadigital.es17 junio
2012 Tarancón | J. Gabaldón 12:02
Porfirio Sanz Camañes
Atlas histórico de España en la
edad Moderna
Editorial Síntesis, 286 pags 29, 50 €
La finalidad principal de este Atlas
Histórico es ayudar a explicar y
comprender el pasado a través de una
interpretación unitaria de la Historia de
la España Moderna. Entendemos estos
tres siglos como los de un período
uniforme y diverso al mismo tiempo,
concibiendo su clara especificidad en el
marco de una historia europea y
universal. Se presenta una equilibrada
integración de la tridimensionalidad
histórica en una época especialmente
compleja, sin que se desvirtúen los
auténticos matices argumentales, que
constituyen las claves identificativas y
la adecuada articulación entre la historia
europea, la historia de España y la
historia de la América hispana.
En el marco de tales coordenadas hemos
incorporado, por una parte, una serie de
temas históricos que responden a los
horizontes y objetivos del atlas y, por
otra, una batería de mapas históricos y
cronologías con un criterio pedagógico,
dividiendo la Historia de España en la
Edad Moderna en tres centurias
clásicas, cada una de ellas con su bloque
temático.
Porfirio Sanz Camañes es profesor en
la Facultad de Letras de la UCLM en
Ciudad Real; Dpto. de Historia
Moderna
Pag. web de Marcial Pons
X Congreso de la Asociación de
Escritores de Castilla-La Mancha
Alcázar de san Juan, 30 Abril 2011, en
TESELA. Cuadernos mínimos, nº 45
(Alcázar de san Juan, Ayuntamiento de
Alcázar de san Juan/Patronato Municipal de
Cultura, 2011 (pero 2012), 60 pp.
No sabemos si este número de TESELA
recoge, como si de las Actas del X
Congreso de la Asociación de Escritores de
Castilla-La Mancha se tratara, todas las
comunicaciones presentadas en el mismo,
ya que en este “cuaderno mínimo” figuran
nueve, de las que hemos seleccionado dos,
firmadas por autores alcarreños, y otra más,
en la que se hace referencia a ese
polifacético y caleidoscópico personaje tan
relacionado con nuestra tierra que fue
Antonio Fernández Molina.
Son trabajos muy breves, como no podía
ser menos en una publicación de las
características y sobre todo la extensión del
cuaderno que las acoge.
La primera comunicación a que nos
referimos, está firmada por Alfredo
Villaverde, presidente de la Asociación
mencionada, que lleva por título “Turismo
y Literatura en Alcázar de san Juan”, abarca
las páginas 14 a 16.
En ella, tras analizar las constantes
transformaciones que ha venido sufriendo
el turismo en los últimos tiempos, gracias a
la evolución de las comunicaciones;
Villaverde resume brevemente los
elementos más destacados con que cuenta
Alcázar de san Juan, en lo que a oferta
turística se refiere, partiendo de su
privilegiada situación geográfica.
En concreto, sus ofertas más interesantes
serían las que se afectan al turismo cultural
y al medio natural en sus diferentes formas:
rural, agroturismo, ecoturismo, científico…
El cultural gracias a la existencia de un rico
patrimonio arqueológico que abarca desde
el Paleolítico hasta el arte cristiano,
pasando por la Edad del Bronce, el romano,
el visigodo y el islámico. También
contribuyen al mejor conocimiento de la
zona, la “Ruta Cervantina”, que ahora
cuenta con el Museo de la Casa del
Hidalgo, y los restos que todavía mantienen
viva la presencia de la Orden de san Juan,
como la Torre Prioral, sin olvidar con
conjunto urbano de la población donde
pueden contemplarse algunos buenos
ejemplares de arquitectura modernista.
Y si hemos hablado de museos no conviene
dejar a un lado ni el Municipal ni el de
Alfarería.
Pero junto a estos aspectos turísticos
mencionados hay otros que también
coadyuvan a su desarrollo como son las
rutas que podríamos denominar “literarias”,
aunque enfocadas desde el punto de vista
del investigador y que hacen de Alcázar de
san Juan el “Corazón literario de La
Mancha”, a través del recuerdo a Rafael
Mazuecos, autor de Hombres, lugares y
cosas de La Mancha y a Ángel Ligero,
autor de La Mancha de don Quijote, que
siguen a Blas Nasarre en lo que concierne al
lugar de nacimiento de Cervantes (que,
según Villaverde, encontró en 1748 la
partida de bautismo de un Cervantes
alcazareño) y a Luis Miguel Román, autor
de Mi vecino Alonso, en cuanto al punto de
partida del mítico hidalgo.
La segunda comunicación a que me he
referido de debe a la pluma del cronista
oficial de la provincia de Guadalajara,
Antonio Herrera Casado, “Fortalezas
sanjuanistas en la Historia”, ocupa desde la
página 17 a la 26, y tras ofrecer algunos
datos introductorios acerca del origen y
fundación de la Orden de San Juan de
Jerusalén, así como sus divisiones en
lenguas, bailías y encomiendas, pasa a
centrarse en el establecimiento de dicha
Orden en La Mancha, gracias a recibir, en
1183, el señorío de Consuegra y su tierra.
Más tarde, ya a finales del siglo XV,
Consuegra y El Viso recibirían el título de
villazgo, lo mismo que sucedió a otros
lugares que fueron eximiéndose de esa
tierra a propuesta del prior de la Orden y
con autorización real; desmembración que
será progresiva, especialmente en el XIX -
Herrera casado, las va desgranando
cronológicamente desde 1499-1530 hasta
1841-. Un apartado dedicado a los
monumentos sanjuanistas de Consuegra -el
castillo, construido en el siglo XIII sobre
otro musulmán del que apenas quedan
restos- y Alcázar de san Juan -el Torreón
del Gran Prior, en realidad una torre
almohade perteneciente a la primitiva
alcazaba-, da paso a lo que nuestro Cronista
Provincial escribe acerca de la historia de
esta Orden en Guadalajara, hasta el
momento apenas estudiada, dado que desde
siempre se ha tratado de pequeños focos,
como los lugares de Alhóndiga y Peñalver,
en las tierras alcarreñas, y Peñalén y La
Yunta, en las molinesas, de las que ofrece
los datos más destacados.
Y algo más: El escritor y poeta Nicolás del
Hierro dedica un puñado de páginas a dos
alcazareños: “José Corredor Matheos y
Antonio Fernández Molina”.
De Fernández Molina, alcarreño de
adopción, así como por su matrimonio y
creación artística, ofrece una amplia
biografía, matizada por aquellos años
vividos en la Guadalajara de Doña Endrina,
revista en la que dejó sus huellas postistas.
Como el lector habrá entendido, no hemos
querido dejar pasar por alto las
colaboraciones comentadas por el mero
hecho de haberse publicado en una revista
más o menos local, de corta tirada y escasa
difusión, porque quienes hacemos nuestros
“pinitos” en el mundo de la investigación
histórica, artística y etnográfica sabemos
que muchas noticias, por ejemplo sobre la
obra de un escritor concreto, puede
encontrarse en las publicaciones más
dispersas e inimaginables; donde menos se
pensaba encontrar sus colaboraciones.
En fin, ni que decir tiene, que estos
“Cuadernos mínimos” de TESELA
contribuyen eficazmente a que pequeñas
obras, aunque no carentes de interés, vean
la luz y al mismo tiempo se constituyan en
focos que iluminen nuevos trabajos o los
completen.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
“La aportación de Giner de los
Ríos debería ser mucho más
recordada”
Jesús Payo de Lucas presentó en la Biblioteca
de Castilla-La Mancha su trabajo sobre el
creador de la Institución Libre de Enseñanza
Los herederos de la Institución Libre de
Enseñanza, fundamentalmente la
Residencia de Estudiantes de Madrid,
mantienen viva la aportación
fundamental de Francisco Giner de los
Ríos, uno de los pensadores españoles
más importantes de los dos últimos
siglos. Pronto se cumplirá el primer
centenario de su muerte, un
acontecimiento que probablemente
pasará inadvertido para muchas
instituciones, «a pesar de que su legado
contribuyó enormemente a la
transformación cultural de España».
Jesús Payo de Lucas acaba de publicar
La antropología de Francisco Giner de
los Ríos: En busca de la libertad
democrática (Dykinson), un ensayo
integral en donde ha repasado la labor
que realizó el pensador andaluz y la
aportación de la Institución Libre de
Enseñanza, vertebrada hasta la Guerra
Civil a través de organizaciones
educativas y culturales como el Museo
Pedagógico Nacional, la Junta para la
Ampliación de Estudios y la Residencia
de Estudiantes. «Fue una época
espléndida, durante la que visitaron
España figuras como Einstein y Marie
Curie. Pero antes, no lo olvidemos, el
krausismo trajo consigo la llegada de las
teorías de Darwin, por no hablar de un
importante caldo de cultivo sobre el que
pronto surgirá la Edad de Plata de la
cultura española».
Esta transformación, en palabras del
autor del libro, «cayó en el olvido tras la
Guerra Civil debido a la persecución
atroz contra el liberalismo. Sus
representantes fueron perseguidos,
perecieron durante la contienda o
tuvieron que emigrar. Obviamente, su
legado permanece vivo, pero posee
mucha menos influencia de la que tuvo
en su momento, algo que se debería
recuperar».
La antropología de Francisco Giner de
los Ríos ha procurado abarcar todo el
pensamiento de su autor, desde la
metafísica hasta la religión, desde el
derecho hasta la ciencia y la moral.
Jesús Payo de Lucas ha subrayado el
contacto de Giner de los Ríos con
corrientes de pensamiento como el
marxismo, el socialismo y el
anarquismo, incluidas aportaciones
procedentes de Alemania, Francia y
Reino Unido que desmontan por
completo todos los tópicos sobre el
intelectual ensimismado del siglo XIX.
«Hay quien ha considerado a la
Institución una fundación elitista, lo
mismo que la Residencia de
Estudiantes, cuando el pensamiento de
Giner de los Ríos fue claramente todo lo
contrario». Fue uno de los españoles
interesados en realidades sociales como
el feminismo y los derechos del niño,
siempre desde la base de «un
regeneracionismo que pretendía sacar a
España del atraso educativo y cultural
en el que se encontraba».
Jesús Payo de Lucas, que ayer por la
tarde presentó el libro en la sala de
conferencias de la Biblioteca de
Castilla-La Mancha -donde estuvo
acompañado por el jefe de estudios del
IES Alfonso X el sabio, Antonio
Curado, y el catedrático de Filosofía
Ángel Valero Lumbreras-, destacó a
propósito la relación entre Giner y
Ortega: «La base de ambos fue el
pensamiento alemán. La filosofía
institucionista fue alemana y abrió
camino a muchísimos pensadores que,
hoy en día, deberíamos recordar más».
El autor destacó la edición realizada por
Dykinson, «una editorial que realiza una
buena labor por la filosofía y por las
aportaciones españolas, que nunca
deberíamos olvidar».
Adolfo de Mingo; La Tribuna de Toledo, 23
de junio de 2012
Hilario Barrero
Libro de Familia (2011-2011)
Institución cultural El Brocense
Cáceres, 2012; 96 pags
El pasado 27 de junio se presentó este
libro del poeta y profesor toledano
Hilario Barrero en la Biblioteca de
CLM
Por su temática y estructura Libro de
familia recuerda una obra que cambió el
rumbo de la poesía estadounidense: Life
Studies de Robert Lowell. Los poemas
de Hilario Barrero tienen mucho de
“estudios” en el sentido musical de la
palabra: ejercicios, intentos. Pues son
esfuerzos no definitivos por captar algo
tan huidizo y difícil de representar como
el sentido de la vida:
“Aunque se queda inmóvil, / la imagen
sale turbia”.
“Elijo el lápiz 7B para aclarar mi
imagen / y en una hoja de papel
prestada / enciendo las tinieblas”.
Escribir es exponerse al riesgo de
descubrir que la vida sólo tiene un
sentido relativo. Un sentido que no se
puede identificar ni localizar, pues está
hecho de alteraciones, incoherencias y
desencuentros:
“Éramos otros al volver a casa”.
Escribir lleva a reconocer que la verdad
de la vida es peligrosa. En ella la
sombra o las tinieblas no son el reverso
de una claridad inexistente, sino el
dominio de la confusión predominante.
El sentido ilumina la vida sólo
negativamente: la explora como una luz
turbia o una maraña de líneas quebradas
en la que es imposible reconocerse:
“Lo más difícil en el trazo de mi vida
siempre ha sido / que la sombra
parezca verdadera / no una mancha
adherida / al boceto de lo que fue
mi infancia”.
En última instancia la vida está hecha
de contradicciones en virtud de su
dispersión en el tiempo: “Desnudos nos
hacía decir una oración que hablaba de
pureza. / Ni la entendía entonces ni la
quise entender años más tarde”.
De ahí que su complejidad no se preste
a una explicación exhaustiva. El poeta
se inclina más bien a abordarla en las
huellas que va dejando. Como su título
indica, el texto adquiere el carácter de
uno de esos viejos libros de familia en
cuyas páginas discontinuas se
registraban, entre el nacimiento y la
muerte, los hechos más salientes de
unas vidas estrechamente relacionadas.
Pues el ámbito de la experiencia viene
dado para Hilario Barrero por las
personas que a lo largo de los años lo
han afectado.
Sus retratos, de una concisión muy
anglosajona (a menudo recuerdan los
epitafios de la Spoon River Anthology o
los mismos perfiles de los antepasados
de Robert Lowell), son fisiognómicos.
Es decir, no nos presentan a las
personas desde dentro, en tanto que
supuestamente conocidas por el poeta:
apropiadas. En estos retratos, por el
contrario, la mirada comprensiva y
amorosa del escritor observa a las
personas en lo que tienen de extrañas e
inapropiables: desconcertantes,
excesivas, de absurdas trayectorias
erráticas.
Como dice Auden, “para tener un
rostro uno no sólo debe gozar y sufrir,
sino también desear preservar la
memoria de hasta las experiencias más
humillantes y desagradables del
pasado”.
En este libro de familia las personas son
en gran medida producto del azar, de las
circunstancias: un conjunto de
posibilidades irrealizadas y de
realidades que parecen imposibles:
“Si el marido la viera y la reconociera
/seguro que se arrepentiría de haberla
abandonado / y de haberse llevado su
memoria”.
La ambigüedad de la vida se manifiesta
además en los objetos que acompañan a
las figuras humanas, en los que se
advierte una polaridad entre las
reliquias y, por otra parte, las
fotografías. En Libro de familia, como
en el Barroco, el deterioro físico de la
reliquia patentiza la caducidad
y avisa de la muerte: la reliquia es
aquello “que ahora contemplo como
quien mira a un muerto”.
Quizá sea la hipérbole la figura retórica
que mejor caracterice Libro de familia
en su conjunto: hay una verdadera
obsesión con la decadencia y la
decrepitud, con el final de todo y su
residuo en los objetos viejos (libros
ruinosos, “cartas olvidadas”, “frutas
podridas”): “Nada perdurará y tú lo
sabes. / Ni siquiera este amor”.
La hipérbole recurre a la exageración
para expresar una verdad que, a la vez,
en su parcialidad necesita ser rectificada
en contra del poeta mismo: el
pesimismo dominante de Libro de
familia es temperado por los poemas-
fotografía. Pues, si en las reliquias
queda inscrita la caducidad, la
consumación en el tiempo, la fotografía
las redime:
Que entre la destrucción al menos
queden tus ojos, la fecha y el nombre
que te di, que quede nuestro amor.
Las fotografías captan el instante en el
que surge el milagro de lo nuevo: la
promesa de la vida en toda su belleza
impura y dolorosa. Así en medio de la
muerte acumulada en un museo
sorprenden
“una barra de pan recién cocida”,
“tierna de claridad”; la mirada de un
joven guardián, “un sebastián vestido”;
o la intensidad del gesto de un
desconocido.
Por su carácter instantáneo, gran parte
de los poemas de Libro de familia son
implícitamente fotográficos. Con ello la
elegía desesperada del polvo, índice de
la aniquilación absoluta, deja paso al
cantar agridulce de “la espina de la
vida”, de esa dificultad de vivir
precariamente que inspiró a Rosalía de
Castro y a Antonio Machado:
En un vaso de plástico inseguro,
sostenido entre cables,
al lado de la máquina que cuenta sus
latidos, está la rosa.
José Muñoz Millanes. Del Prólogo del
libro