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Aíll'o - II MÉXICO, JULIO DE 1899 NÚM. 7 REVdST ,A MODERNA ARTE Y CIENCIA. DE Ll!lANDRO IZAGU lRRE.

Aíll'o-II MÉXICO, JULIO DE REVdST,A MODERNA · 2018. 2. 2. · aíll'o-ii mÉxico, julio de 1899 nÚm. 7 revdst,a moderna arte y ciencia. de ll!landro izagulrre

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  • Aíll'o -II MÉXICO, JULIO DE 1899 NÚM. 7

    REVdST,A MODERNA ARTE Y CIENCIA.

    DE Ll!lANDRO IZAGUlRRE.

  • 191 REVISTA MODER~A.

    LAUSDEO.*

    Al fin de este libro murmuro Laus Deo, y entre lils penumbras de mi alma veo

    Fl'ailes inclin,ados sobre sus misales y cruces encima de las catedrales ...

    Vuelvo de la sombra, de la Misa Negra, Pero una alborada mi espidtu alegra!

    Sangró allá en el sabat el ensueño mio, Bajo las pezuñas del/ macho cabrio .. . .

    Viví enloquecido po(locó beleño Cuando los sucubos violaron mi sueño ....

    Sufri á las estrigias y á los tenebriones Que beben la sangre de los corazones . . . .

    En las Misas Negras ví mujeres blancas, Como altar impuro tendiendo sus ancas . . ,

    Vi las hostias negras y las rojas lunas, . y he aqui que ultrajado por ojeras brunas ...

    El riñon sangrando bajo el vil cilicio, \ y aun ebrio del vino de aquel sacrificio,

    Me rozan las alas de nívea paloma, Inunda mis sienes un bíblico aroma .. ..

    y un sér-era un ángel?-me baña de luz Abriendo los brazos en forma de cruz!

    Viví sin amores y hoy amo y deseo, . A Dios no miraba y hoy oro y hoy creo.

    N o tuve bandera y hoy tengo un trofeo y al fin de este libro murmuro:

    LAUS DEO!

    * LAUS DEO.-Ls. poesía asi titulada termina la colección de verSOS -El Flol·ilegio •• de nuestro compañero José Juan Ta-blada. Próximauíimte aparecerá en la -Revista. un juicio so-bre dicho )ibro. asi como las opiniones que sobre él han for-mulado hasta ahora vados po¡,tas y escritores.

  • REVISTA MODERKA.

    UNA CAItTA INEDlTA DEL NIGIt0M¡\NTE.

    Sr. D. Wence!!lao Iberl"i.

    México, Marzo 10 de 1874.

    Mi muy estimado amigo.

    Tengo el gusto de contestal' á Vd. una carta que hace cabalmente un año se sirvió escribirme; toda-via será tiempo, si Vd. no se ha marchado al otro mundo: graves cuidados de familia me impusieron tan largo silencío.

    Entrando, PU~8, la cuestión que Vd. me propo-ne, la consideraré bajo dos puntos de vista: 10 Hay propiedad gramatical en la frase, deme Vd. su di-rección, por deme Vd. las señas de su casa.~ Y,2° Se puede ya considerar aquella frase neológica co-mo castiza? Ambos aspectos han sido fijados por los puristas que dan á Vd. tanta guerra.

    Los franceses dicen: donner une adresse.-Dar las señas.

    Adresser, etimológicamente significa endere~ar, encaminar, aderezar. Mon adres se, el camino de mi morada; Son adres se, las señas de su \!asa. Confor-me á: la fuerza original de la palabra encaminar, no seria propio, en castellano, decir á una perso· na que quisiese llevarnos ó mandarnos á su casa: encam{neme Vd.; y si ella observaba que nos des-viavamos de la dirección, bien pudiéramos supli-carle: enderécenos Vd.; y si al separarse dos perso-nas se preguntaban mutuamente por su camino, entonces se entendería el rumbo por no estar pre-parada la frase en que encaminar significa, donde vive Vd. El lenguaje vulgar, en todos los idiomas, se compone de frases donde se extraiían muchas palabras intermediarias; el amor á la brevedad pro' duce esos idiotismos, el uso los hace claros y la bella literatura los busca como un tesoro de elegancia. El secreto de ese 'trabajo lingüistico se descubre por lo común en los tropos; así tenemos, dónde vive Vd? por, dónde mora? Y, todo esto es preguntar á uno por l~s señas de la casa que habita.

    Cuanto llevamos expuesto 'Se puede aplicar á la palabra direction de los ingleses; y es conveniente agregar que dirección significa no solamente el ca-mino, sino el término del mismo camino y también el punto de partida. Un cuerpo generalmente se pone por el hoihbre' en movimiento para que llegue ;í un punto determinado; y todas las reglas de la dil~ección se encaminan á un blanco. Pero dirigir eS regh', es mover, lo cual no puede verificarse sino separando lo movido del lugar donde la dirección comienza; de aqui proviene que en dirigir obrara el principio, el fin y el medio de la dirección; sin du-da por eso, en castellano, se prefiere esta palabra IÍ. la de adresse; por otra parte direction se tl'aduce fácilmente por dirección;- ' y no son muy usados enderezamiento y encaminamiento para traducÍl' adresse;

    Hasta aqui, la. frase deme Vd, BU dirección pOI'

    dígame dónde vive, nada contiene que pueda con-siderarse contrario á las leyes etimológicas, ni al mecanismo de nuestra lengua; lejos de eso la gra-mática comparada autoriza á los hispano-america-nos para adoptar las combinaciones de palabras que por diversos caminos están introduciendo en el ha, bla vulgar los ingleses y los franceses .

    Pero, en fin, el disputado neologismo, puede con-siderarse como castizo? Castizo, lo que es de buena raza ó linaje, puro, propio, sin mezcla de voces, ni frases extrañas, hablando del lenguaje. Tal es la acepción comun del adjetivo castizo; y, según ella, equivale á lo que en la bella literatura suele llamar-se lenguaje clásico, porque se compone de las pa-

    , labl'as.y frases usadas por los clásicos, ó, á lo me-nos, por cualquiera de los antiguos escritores. En este sentido con dificultad se encontrará hoy, en la misma España, un solo escritor enteramente castizo; el neologismo, invadiendo toda la literatura, vivífi-ca las dos terceras partes en el idioma de Castilla; y florece del mismo modo en la elocuencia y en la poesía. Ya esa raza de castizos, de que nos hablan los gramáticos, es antediluviana, Los puristas ac-tuales no reconocen sino un legislador: el uso.

    Nueva disputa: dónde está el uso? En la genera- , liuad de los escrito'res? En la generalidad de los hombres que hablan una lengua? Lll rJ1'amático-maníd, aunque derrotada en sus pretensiones de obligarnos á hablar y á escl"ióir con el vocabulario y frases de Fray Luis de Granada y ' de Santa Te-resa, insiste en que no son buenas ,las palabras ni las construcciones mientras no aparecen autoriza-das por el text;o de algun escritor reromendable; y no reconoce el titulo de modelos sino en 'los poetas y oradores de la madre España. , Contra esa opi: uión se levantan los mismos españoles que llevan un siglo de predicar la necesidad de estudiar los re-franes y las voces y frases familiares como un te-soro de propiedad, de energla y de gracia; y contra esa opinión combate también el ejemplo de sus me-jores escritores que ora tímidos, ora audaces, reco-rren diariamente todos los.senderos del ,neologismo.

    Suponiendo, por un momento, incuestionable la doctrina explicada, claro.es que ella no podría apli-cal'se sino á los escritores, porque, en verdad, sólo los literatos pueden seguIr paso á paso la moda adoptada por otros literatos, y, sobre todo, cuando éstos publican sus obras en una nación extranjera. Es una consecuencia también de ese sistema que un literato mexicano se habrá expresado con exac-titud cuando sus frases sean aprobadas por algun regHsta de España. As! es que la autoridad de Ba-ralt es sobrada para que yo diga deme Vd. su di-rección no sólo de palabra, sino por escrito, sino aun en una obra impresa, llevando la seguridad de que esa fl'ase puede ya considerárse como propia y castiza. ¡La ha aprobado el intolerante Baraltl

  • J96 REvtSTA MODERNA.

    En confirmación de todo lo expuesto vienen aho-ra dos circunstancias peculiares del presente litigio; se trata de una frase farÍliliar; y no debe olvidarse que se ha servido 'de ella una señora en una con-versación familiar y en un lugar donde esa fl'ase se ha vulgarizado. El lenguaje familiar no es inven-ción de los escritores; éstos lo adoptan; y, á veces, adornan sus escritos con ~sas galas que les presta el vulgo; algunos autores se han hecho clásico!', co-mo los cómicos, los epistolares y otros por la fideli· dad con que han reflejado la riqueza y hermosura que en esa producción espontAnea ostenta, como enteras, sus obras, la naturaleza.

    Las locuciones familiares, antiguas ú mode1'l1as, suelen tener el carácter de provincialismos; y aun asi son respetables. La locución . de que me ocupo, bajo la doble influencia de los francese:¡ y de los in-g'es ~ s, e, tA invadiendo simultáneamente la Espaiía, las colonias espaiíolas y las repúblicas hi~pano-amc-

    ricana~; en Mexico esai nfluencía se hace notable por todos los Estados fronterizos, y entre las perso-nas que han viajado por algun tiempo. ¿Todavia habrá quien niegue que la tal frase no se ha acli-matado por lo menos en ese campo donde florece el lenguaje común? En tal concepto, hay algo de pe· dantel'Ía cuando á una señora se le censura una frase familiar; y es una ligereza exigirle la justifi-cación del uso por medio de un expediente donde atestigüen muchos literatos. La dama asi ofendida se ha apadrinado con Baralt; no es fácil que el adus-to censo l', en cada una de sus ffalses, pueda citar una autoridad tan competente.

    Deme Vd. su d irección por cierne las seitas de su casa, es una frase extranjera, ¡lace t:empo familiar en la lengua española; y por ser familiar es castiza.

    P0l')gnorar la dirección de Vd. pongo e,ta carta en manos de nuestra amiga. Suyo aff'onc>.

    I (l X .l e IO RAMIREZ.

    MAPA MUNDI.

    EL NORTE.

    Como delgado alambrr, un aura fría Por el aire de vicll'Ío cruza A rato~; La luna hunde entre escomb~'os insensatos, Tras los maí'es de mármol, su agonia.

    En constl'Ícción de enormes pugilatos Raya los lurtes acerada estríll" Cllajando largas venas de agua umbda Inyectadas de lívidos sulfatos.

    Un gran reno lapón, hacia el aprisco Vuelve sus belfos húmedos y tiernos, y erizado de amor su pelo arisco,

    Brama en el corazón de los inviernos A la luna glacial, en cuyo disco Inscribe el tosco ramo de sus cuernos.

    EL ORIENTE.

    Con irritados cobres se colora La extensión de los densos arenales, y un humo de oro, en rizos irreales, Flol.a, sobre la brasa de la aurora.

    Sus aguas zafirinas evapora El día. La palmera en los eriales Desgreña sobre ciegos manantiales Lacios cabellos de mujer que llora.

    Blandiendo el áspid bajo el mustio cardo Cual pistilo de púrpura su dardo, Sueña en saciar suvenrnosa gula,

    Sobre magnificentes almohadas, Con la sangre mirifica que azula El seno de las reinas destl'onadas.

    EL SUR.

    Silencio yagua enorme. En la lejana Perspectiva, dibuja el. mal' severo Una sutil horizontal de acero Sobl'e la transparencia meridiana.

    Como vedija de fluida lana Flotante en el añil del tintorero, Surca la ova un cálido reguero Que en efllsiones de turquesa emana.

    Deja el monzón en el sedoso ambiente Un ligero perfume de canela. La onda maternal, serenamente

    Palpita, llena ele emoción confusa, Yen su leche de ópalo congela El copo de cristal de la medusa.

    EL PO~TENTE.

    Espéjanse en la ciénaga tranquila Juncos Í1werosimiles y cañas Anémicas, cual lúgubres pestaiías Que velan una liquida pupila.

    La fúneb¡:e humedad de las campañas En desabridos hálitos se ahíla, y desde el mar distante, un vaho lila Inciensa lentamente las montañas.

    Compungida en hierática postura, Sobre el pantano en cuya quieta hOndura Palpitan hipos de cristal sonoro,

    Sueña la garza solitarios duelos, Mientras· el sol,en los aguados cielos, Pone una larga pincelada de oro:

    LEOPOLDO LUGONES.

  • REVISTA MODERNA. H17

    EL MANUSCRITO MEXICANO DEL PALAClO BORBON. (TRA PVCCIÓ N DE LA "R¡,;YISTA MODERNA.")

    Se tI'ata esta vez de un l'onalamatl que M¡;. Ha-my acaba de publicar. l N o enseñaré nada nuevo á nadie' recordando que un Tonalamatl es, propia-mente hab)ando, uno de !)SOS librós en que los sa-cerdotes mexicanos,anteriores á Cortés, descifl'aban la suerte de los niños, recién nacidos. Los misione-l'OS católicos, como buenos monjes, desconfiaban de ese género de literatura, olfateaban la obra del de-monio y cada vez que uno de esos g'l'im01'ios caía entre sus manos lo arrojaban al fuego devotamen-te. A fuerza de quemarlos se redujo tanto su núme-

    . 1'0 que apenas si se conoce una media docena ahora. Este, después de haber errado á través del mundo durante dos siglos, acabó por llegar, en 1826, á la Biblioteca del Palacio Borbón y ahí ha permane-cido. Es un manuscrito bastante largo, doblado co-mo biombo, de manera que forma treinta y seis gran-des hojas cubiertas de miniaturas delicadamente ejecutadas. Las veinte primeras contienen el Tona-lamatl mismo; el resto trata de asuntos cuya natura-leza facilita la interpretación de los oráculos pronun-ciados. Muchos de los Españoles que lo poseyeron juzgaron á propósito insertar aquí y aUá comenta-rios en su idioma á nn de indicar el sentido de las figuras má's obscuras; pero estas notas p:'ueban en su mayoría que no comprendían gran cosa de los misterios que pretendlan esclarecer. Era siempre un pecado consultar esos libros fatidicos durante los aftos que siguieron á la conquista española y á ,'eces crimen castigado con muerte ó con prisión.

    ·l Codex BOl'bonicIls. manuscrito mexicano del Palacio Bol'· bón (Libro adivinatorio y ritua.\ figurado), publicado en fac-slmlle por T. Hamy.--'ParÍs. Leroux. 1809

    Los que lolelan corrientemente no lo ostentaban y hadan pocos prosélitos; la inteligencia se perdió pronto entre la masa de los indígenas y aun ahi don-de no se perdió enteramente no se conservó sino imperfecta en los detalles.

    "Hay que volver á sorprender ahora todos los sen-tidos olvidados y la tarea no es fácil. Es maravillo-so ver cómo MI'. Hamy logra seguir las pistas más ligeras y obliga á cada imagen á decirle lo que era: reconstruye muy ing~niosamente el mecanismo as-tronómico que ponía en movimiento esa especie de adivinación y p'or ahí nos enseña cómo se procedía cada día del- año durante los períodos bastante tor-pemente concebidos de que se servlan los mexica-nos para el cómputo del tiempo. Las primeras pá-ginas están redactada!; sobre un modelo que es en

    . todas partes el mismo y componen otros tantos cua-dros que recrean la vista por la variedad de los tipos

    .y por el brillo de los tonos; se distingue al principio en el ángulo superior de la izquierda una escena compleja donde pequeños monstruos fuertemente coloridos ejecutan actos diversos.

    Es, por ejemplo, un músico que canta un himno á la gloria del dios, arrodillado delante de él. Los em-blemas repartidos á su alrededor son los de la divi-nidad ínvocada y permiten identificarla cuando se está familiarizado con las religiones de México; pe-

    . 1'0 yo me atrevo apenas á declarar que responde al nombre barroco de Huehuecoyotljestápor otra par· te ilumi'nado con esas tintas bruscas que amaban los pintores, y la. extrañeza de los ornamentos con

    "que está re\restida impide á menudo discernir la. dis' tribución de las lineas de su cuerpo.

  • 198 REVI~TA MODERNA.

    Alreded.or y simuland.o un marc.o, trece compar-timientos rectangulares abrigan á un dios cada uno, un dios tlac.o á quien un pájar.o acompaña; lueg.o una segunda hilera presenta á nuestra admiración trece figuras que parecen presidir á .otr.os tant.os días. Sería necesario repr.oducir en viñeta una, al menos, de esas páginas, si se quisiera {}.ar la idea exacta de la .obra, dibuj.os, matices y pers.onajes.

    A primera vista s.ol.o la barbarie se percibe: las cabezas tienen una gr.otesca silueta; l.os rasgos ges-ticulan expresamente, el busto está contrahech.o, nu-d.osa la pierna, en.orme el pié y l.os ad.orn.os que s.o-brecargan á es.os I1.mables maniquíes; plumas de águila; capas ó mant.os de plumas; brazeletes y c.o-llares; cinturones, armas, instrument.os, afectan tan extravagantes c.ont.orn.os que tiene un.o que quedar as.ombrad.o. Y sin embargo, cuando se ve de más cerca, n.o tarda uno en persuadirse de que el arte que l.os ha cread.o nada tenia de despreciable. Esos seres c.onstruidos caprichosamente dejan la ímpre-sión de la vida y n.o se explica un.o cómo pueden m.o-verse c.on m~br.os tan mal c.ol.ocad.os y c.on acce, sori.os tan ¡J;.olest.os; per.o andan y gesticulan, el juego de sus fis.on.omlas hace que se adivine casi 1.0 que dicen y cuand.o c.orren ó se atacan es c.on tal impuls.o que se percibe la sensación de una verda-dera lucha. Si tras de es.o se rememr¡ran las descrip-ci.ones que nos fuer.on legadas por l.os c.ompañe-

    'r.os de C.ortés y se les s.obrep.one á las pinturas de nuestr.o manuscrit.o, el discurso c.oincide tan exaé' tamente c.on la imagen que ésta recibe una más grande realidad. Vése un.o obligado á c.onfesar que el artista mexican.o veia y ejecutaba frlo, per.o veía y hacía 1.0 exacto, y cuando llega uno á ac.ostumbrar-se á es.os convenci.onalismos algo ingenu.os de que se servlan, se experimenta ciert.o placer al hacer c.onstar la verl:¡a y la habilidad que más de una vez han c.omprobad.o. '

    Pero hay que c.onfesarl.o, ese placer dura p.oco y un sentimiento de horror lo arr.oja tan lueg.o com.o ¡¡,e adivina el sentido de algunos de los episodi.os trazados con deleite. Una diosa, sumamente absor-ta por sus funciones maternales, lleva una veste de corte singular, una funda plegada adaptada al cuer-p.o de manera alg.o lacia y terminada en las mangas p.or una especie de guante cUy.os dedos caen vací.os sobre el puño, y Qe hecho es una piel humana, la piel de una víctima deg.ollada un día de fiesta y que aún sangrienta)e .c.onvierte en un vestido! , ' . , ,

    Ciertos di.oses y ciertas diosas á quienes ésta se asemeja, se encarnaban cada año en un hombre vi, viente que sus sacerdotes escogian entre l.os esclav.os ó entre el pueblo por medio de sign.os m,isterios.os. A penas lo habian designado cuand.o g.ozaba de t.o-d.os los privilegi.os y tpd.os los honores debidos al sér cuy.o delegad.o era él en la tierra; tenía él su pala-cio, su c.orte, sus mujeres, sus ministros que 1.0 ins-truían sobre aquello que le era necesari.o para des-empeñar dignamente su papel y solo de él dependia creer que era en verdad 1.0 que representaba. '

    Cuando se cumplía la ép.oca, se le ll~vaba en triun-f.o al templ.o de su tip.o inmortal y ahi, tras de ha-berle conferido una postrera iniciación, se le des-tripaba s.olemnemente. Despojábase-su cadáver; el sacerdote revestía la piel caliente aún y la conser-

    vaba hasta que una nu ~va Yict~m'\ le pr.oporci.ona¡'a con qué substituida.

    Uno de los grandes cuadros que ocupan las últi-mas f.ojas n.os muestra los episodios principales de la n.oche del nuev.o fuego. Se celebraba sobre la cúspide de un m.ontículo situado á d.os leguas á pe· nas de Méxic.o. Produclase la flama p.or el rápido ft'.otamiento de un leño puntiagud.o sobre .otro peda-zo de madera bien seco, y mientras que no brillaba, el pucblo esperaba lleno de ansiedad y si no habí!l estallado al alba, crela el pueblo que las hembras en cinta se c.onvertirian en ' bestias feroces y de'vora' rlan á l.os h.ombres. T.odos los detillles de la .opel'a-ción están minuciosamente indicados; las maderas rituales, los sacerd.otes, el estrado s.obre el cual se c.onstruyó el sagrad.o hogar, los fieles inquietos . .. .

    Grup.os de campesinos ó de ciudadanos miranse ahi, en sus casas, cubierto el rostro con verdes más-caras hechas de pencas de maguey, la lama en la man.o, para luchar, si necesario fuere, contra los ma-los espíritus de la Noche,

    AlIado de ell.os las mujeres sacuden á sus hijos y les gritan al .oíd.o para impedir que se duerman, pues si sucumbieran al sueñ.o,' serían al instante me-tam.orf.oseados en rat.ones.

    Bajo un portal alslad.o una inmensa olla de barro se levanta, en el fond.o de la cual una mujer preña-da está en cuclillas con aspecto desconcertado, un s.oldado armado de la espad:l de made~a guarneci-da de obsidiana, monta la guardia alIado, dispuesto abs.olutamente á matarla en caso de que, no encen-diéndose el fuego, ella se tnansformara en pantera. El artista se ha divertid.o {lon la ridícula postura en que la desgl'aciada se encuentra y le ha dado una fison.omia desolada que provoca la risa. N o ha agre. gad.o, porque eso se s.obreentiende, la representa-ción delsacrificio humano p.or medio del cual ,se lo daban gracias á la divinidad por haber suscita-do una vez más la flama sagrada; pero algunas ho-jas más lejos reaparece la horrorosa escena: una mujer, vivo emblema de la di.osa Toci, se adelanta rodeada de su servidumbre, luego se eclipsa deh'ás de una estera, y más a!Já, el sacerdote que acaba de deg.ollarla reaparece revestido c.on la piel sangrien-ta. Cuando el hijo habla nacido, exigia la costum-bre que se le dijera su h.orósc.opo. Usábase el diri-girse á hechiceros c.ompetentes en su géner.o, y éstos c],lculaban por medio del Tonalamatlla~ probabi-lidades de felicidad ó de info¡'tunio que resultaban para el pequeñosé¡' de las influencias en júego en el m.omento en que entraba al mund.o.

    Cada mes tenia su destino al cual nadie escapa· bao Un mnchacho nacido bajo el signo del segundo mes era un. valiente: su valor n.o era menos si apa, 'recia bajo el signo del sext.o; per.o no tendrla f.ortu-na y nunca lograda hacer un prisionero, mientras que debla de estar seguro de morir en el combate, si nacía baj.oel signo {}.el undécimo mes. El sexto mes predisp.onía á la.. riqueza, el séptim.o á la em-briaguez, el duodécim.o a. la mentira, el décimo-séptim.o á la pobreza. Esa era una indicación ge-neral cuya vaguedad se restringla poco á po~o por les ' datos que resultaban del día, de la hora; de las circunstancias accidentales que se .observaban durante la 1'edención (?). E,I destino se ap.oderaba

    ..

  • REVISTA MODERNA. ]99

    del sér al primer soplo y no lo dejaba sino hasta el último,y sus operaciones estaban tan rigurosamen-te reglamentadas que. no podían pronosticarse sin error con tal de que en detalle se cifraran todas las fuerzas que él ponía en movimiento desde su punto de partida. Los Egipcios no procedían de otra manera; ni los éaldeos, ni los Griegos ó los Ro-manos de la edad clásica, y si se COriIparan sus mé-todos con los que sabemos de la práctica mexicana, la semejanza es notable entre ellos. Como en Mé-xico, la vida de los' dioses determinaba la vida de los hombres en Egipto, y de nacer en tal ó cual ho-ra, en vez dQ otra, sabiase con certeza y previamen-te, el ser pobre ó rico, dichoso en la guerra ó des-graciado, morir por la bebida ó por la mordedu-ra de una serpiente, dejar una postel'idad numer0-¡¡a ó np tener cerca de si ningún heredero ·para propagar la raza y continuar el culto de los ante-pasados.

    El mismo deseo de prever el porvenir ejercitán-dose á través de los tiempos y -la distancia sobre civilizaciones extrañas una á:otra, habia producido necesariamente los mismos efectos y las mismas teo-rías destinadas á explicar esos efectos, Puesto que aqui abajo nada pasa contra la voluntad de los dio-ses y que los menores incidentes de la existencia divina sobre los cuales la existencia humana se mo-dela, no faltaba más sino registral' la que habia en el cielo ó sobre la. tim'&a, antes de la aparición de un nuevo sér, para encontl'ar la suerte que le esta-ba reservada: el error en la predicción resultaba entonces no de la incertidumbre de la ciencia, sino de la torpeza del sabio que establecla mal su pro-blema ó que desdeñaba ciertos datos por inadver-tencia ó pl'esun~ión. La vida humana era como un tren lanzado sobre una linea llena de obstáculos y cruzada por una infinidad de lineas más, Una vez bien estudiado y bien establecido el horario, alcan-zaba 'su justo término en el instante señalado des-

    • J ournal des Debats.» Pa.rls. 1890.

    pués de haber cumplido su trayecto, estación por estación, según el itinerario prescripto y Pl'evisto, Un error de cálculo enla partida no cambiaba nad~ á su trayecto, sól9 que en vez de Ilegal' á su desti-no, con plena conciencia de lo que hacia, era al'l'as-trado á ciegas por caminos que no suponla y la pe-ripecia final lo sorprendía despl'evenido,

    N o todo es igualmente claro en esas pinturas, y se experimenta frente á muchas de ellas la misma irri-tación que siente el extranjero cuando se ve mez-clado á escenas populares sin un guía que se las explique, Esos Mexicanos de biombo van á sus ne-gocios con una seriedad y una aplicación que prue-banla importancia de ellos,ynos sospechamos quese trata, seguramente, de una ceremonia religiosa; pe-ro cuál es y qué quieren decir, qué significan los accesorios de que estún rodeados? Algunos nos son familiares ya y su valor es CiertQ; pero en manera alguna adivinamos la naturaleza de los otr_os, ni tampoco el uso á que están destinados . .

    1\11'. Hamy ha sabido determinar muchos, y para los restantes ha empleado el medio mejor para pro-curar la interpretación algún dia. Ha publicado el manuscrito original con tal fidelidad que se cree ca· si tenerlo á la vista,

    La tarea era éostosa y Hamy la hubiera abando-nado hace tiempo careciend..o de recursos para lle-varla á cabo, si el señor duque de Loubat no l~ hu-biera prestado su tradicional y gener_ ayuda,

    El manuscrito del Palacio Barbón estará de hoy en adelante al alcance de los curiosos en una forma menos espléndida que sus compañeros del Vaticano, pero bastante lujoso para figural' dignamente en una biblioteca cualquiera,

    Los sabios de todos los paises tienen hoy que to-mar por su cuenta el asunto y de arrancar al ma-nusct1to los secretos que aún guarda después del estudio de que acaba de ser objeto.

    G. MASPERO •

    -PAISAJE PE LUIS GALVÁN.

  • 200 REVISTA MODERNA,

    HIMNOS SALVAJES.

    A Baltasar Muñoz Lumbier,

    La sombra se disuelve en la alborada que resurge en el término remoto; gira riendo el aura perfumada en torno de la flOl' que abre su broch('; y la pálida luna, flor de loto, lo cierra entre las manos de la Noche,

    En lívidas guirnaldas las estrellas del Alba alfombran el veloz camino hundiéndose en el polvo de las huellas de la efímera diosa fugitiva; copia de la esperanza y del destino en lucha desigual y siempre viva,

    Vuelca su urna de alabastro y rosa en la dentada sierra de Occidente la festiva mañana ruborosa, y cae, desmenuzada en el vacio, una lluvia á la tierra sonriente, en átomos de luz. y de rocio,

    En el ámbito azul del flrmamento se sonroja el celaje y se deshace al tibio beso del callado viento; se oye un crujir de seda entre las hojas y el ave por los cármenes se place y de la zarza con las frutas rojas,

    La claridad creciente parpadea, el sol palpita en su dorada cuna bajo la nube que en la cima ondea; y en su marco de verdes carrizales la niebla tenue eriza la laguna entre el ebúrneo encaje de sus chales,

    Los pajarillos de alas de colores en el aire sutil, diáfano, puro, abanican fl'enéticos las fiores; y perfumada miel, enloquecidos, apuran en el pristino seguro, á los cálices de oro suspendidos,

    El arroyuelo mueve su corriente exigua dentro el cauce pedregoso, y" baja á ella su encornada frente la bronca res mirándose en el agua que se enturbia al1'esue110 poderoso " de su brutal · respiración de f¡'agua.

    Extiende el tt'ébol su tupida alfombl'a empapada en las lágrimas del cielo al pie de la arboleda que la asombra; y la"refleja en su mirada esquiva, que no levanta del amigo suelo, la rumiante vacada pensativa,

    Los tordos atraviesan en parvadas embu11angando la pradera sola y en caprichosas lineas desplegadas; alguno al lomo párase insolente del buey que lo fustiga eon la cola, en'corvos movimientos de serpiente,

    Ya se alzan de nuevo, ya se agitan en parda nube, ó en el manso viento, en enorme espit'al se precipitan

  • REVISTA MODERNA,

    sobre el maizal que en el barbecho medra, para huir con impetu violento de recia honda que lanzó una piedra.

    Trepa, bramando, la desnuda loma el monstruo del vapo)', el fuerte herraje resuena del convoy, y cuando doma la altura, estremeciendo las montañas, dl'ja en'el cielo ellmmeante encaje del fllego que'le abrasa las entraiías,

    Sacude el sol su cabellera rubia sobre los hombros blancos de la cumbr('j y en las vertientes la nocturna lluvia en cráteres ele roca detenida, se evapora á los ósculos de lumbre del padre de la luz y de la vida.

    Se perfilan los anchos horizontes y lejos, en el vallo de esmeralua que amurallan altisimos los montes, la ciudad desperézase en la bruma que se retiñe de ópalo y de gualda, y la distancia en el paisaje esfuma,

    Es el aliento del titán que flota sobre el belado mármol de su frente en nube á trechos por el viento rota; ¡ ay! cargada de lágrimas y penas, que mancha la pureza del ambiente y envenena la sangre de las venas,

    La plegaria sin alas, la esperanza asfixiada al nacer, el voto impio, la ambición que persigue y que no alcanza, el orgullo, el amor sin valladares, la envidia tOl'va de mirar sombrio y los ecos de báquicos cantares;

    todo se ha condensado en esa nube que oprime á la ciudad, la pecadora, sobre la cl!al el biblico querube esgrime ya la centeIlante espada; mientras el bueno en el silencio implora abatiendo la frente atribulada.

    ¡ Oh, transparente azul, divino ambiente del libre campo que al Ilegal' el día de vida esparces perdurable fuente: eres paz en el pecho dolorido; en la vivienda l'ústica, alegria; en' la campiña, flor; canto en el nido!

    ¡ Cuál se disipan en tu luz las p'enas y tus átomos ruedan misteriosos, rojos alentadores, por las vena's! ¡Qué hondo bienestar! ¡Qué dulce anhelo, del alma entre los rayos luminosos, de ser perfume y levantarse al cielo!

    Es tu fulgor la espléndida sonrisa de la eterna bondad, la "iva llama que se alimenta en la celeste brisa que las praderas misticas orea, la que mantiene vivo á lo que ama, á. lo que piensa, fmctilica o crea.

    ¡ Cómo se siente el ánimo suspenso -de 'la vida insaciable mariposa-de este aire azul en el cristal inmenso, cómo suena la gárrula espadaña, cómo se abí'e la temprana rosa, qué blanco clde la nieve en la montaña!

    En vano la ciudad alza en la esbelta, tallad á torre el" simbolo divino

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  • 202 REVISTA MODERNA,

    de la fe y la bondad; al viento suelta la maldad, los espiritus quebranta; la iniquidad se bebe como el vino, se enfanga amor y la blasfemia canta,

    AlIi de hinojos la ansiedad de 01'0 alzando al pie de su feral enseña sus torpes gritos en revuelto coro; aquí el amor en la quietud sil\-estrl', la fe que anima, la piedad risueña, entonando la albórbola campestro,

    i Oh, sol! así, de rayos coronado cual te levantas en la cumbre altiva, el Bien revivirá. No se ha apagado su diva luz en la conciencia humana , . , . ¡Ya !llh'aste á la noche fugiti,'a de la esplendente luz de esta mañana!

    JESÚ'¡ E. VALENZUELA.

    A\RTISTAS URUGUAYOS.

    nrOGENES HEQU-ET.

    HIPRESIONES.

    Este nombre encierra una bella esperanza para el arte americano; los resplandores hermosos son siempre presagios de fulguraciones venideras. Aca-so un astro, acaso un satélite eximio. .

    Hequet esjoveny siente el Arte;:lo sientey lo ama. Su villa es una consagración á él; estudia y traba-ja con esa buena vocación que asegura el triunfo cuando está asociada á un intenso anhelo de ser, y sin duda será un artista.

    Tiene en sus venas sangre de Francia.- i Oh! ma-dre Francia, que tienes el arpa y el clarín, dida Lugones - y ha estudiado algunos años en ese pais llonde todas las pupilas miran hacia el Norte, que es Azul, y hacia al Oriente, que es Rojo.

    Pero, sinceramente, en Paris no' cosechó virtudes ui apro\-echamientos; aquel rumOr solemne y ex-traordinario inhibió sus pinceles, y solamente apren-(lió á vivir en el Arte y para el Arte, de esa vida in-tensa y fecunda que es derrotero luminoso para es-calar la cumbre. Aprendió, además, que fuera de sus pinceles hay belleza; y sabe de Hugo, de Le-compte, ele Verlaine y de Zola. Es un causeur ad-mirable.

    Su primer cuadro de Illgún alitmto, Cristo sobre las aguas (1892), 'e,; un trabajo estimable; su au-tn tiene el mérito de haber saLido tratar de una manera original un tema viejo y gastado; alto mé-rito en esta América latina cuyo Arte, en todas sus manifestaei,olJ,.es, vive generalmente delmás ini-cuo despojo d,e los maestros europeos. La figura de Cristo es pequeña y aparece en el fondo del cuadro, estando en primer término la barca de los apósto-les; sin embargo, el autor ha obtenido que la figu-

    ra de aquel domine el cuadro por completo. El mar es 'mediocre y las figuras distan de ser impecables.

    Un intervalo de cuatro años señala una lamenta-ble pasividad en la labor de Hequet. La lucha por la existencia, con todos los rigores que ofrece á los artistas este ambiente burgués en 'que solamente culmina la mediocridad política y bursátil, hizo pri-mar durante ese tiempo al profesional sobre el ar-tista. Los trabajos que en ese periodo hiciera se re-sienten de l~ influencia de esa eterna maldición que consagra la tiranía del billete de banco sobre cl Ideal.

    En 1896 comienza la nueva faz de su vida artís-tica. Sus pinceles no han descansado desde enton-ces un solo momento; una tela ha sucedido á otra, pudiendo notarse en cada una un desarrollo progre-sivo y real, tanto en la composición como en la eje-cución.

    El género histórico militar en el que Hequet se ha encarrilado con marcada tendencia á la especializa-ción, se presta, en verdad, m~s que otro ninguno, al apl~uso entusiasta de la multitud profana, en la que lllssentimientos puestos en juego por el asun-to tratado influencian notablemente el juicio de la tela con una favorable parcialidad.

    J. K. Huysmam, en L'Art Aloderne afirma que el patriotismo es una condición negativa en arte y que el verdadero ,pati'iotismo consiste en producir bue-nas obras. ti raro Boudelaire, en Curiosités Eshé-tiques', va más allá: . Odio esa pintura como odio el militarismo, la fuerza armada y todo lo que trae ~rmas estrepitosas á un sitio pacifico .• Este juicio exa- , gel'ado del sublime maestro de Fleurs du mal no

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    es justo ni siquiera lógico. Es cierto que)l arte de-be tener ' una elevada función social y que' el mili-tarismo y la guerra 'son manifestaciones de una ac-tividad antisocial. Pero eso no es suficiente para ne-gar el carácter de admirables á las batalla~ de Le-brun y Salvator Rosa y á los episodios de Van del' Meulen y Bourguignon. Lo que, sin duda es oierto, es que el arte consagrado al enaltecimiento de co-sas y hechos antisociales, tiene una función antiso-cial menos grande. Guyan ha demostrado que el fin superior del arte es producir una emoción estética de carácter social.

    La producción de Hequet, en estos dos últimos años, está casi exclusivamente representada por es-te género en que tan merecidos laureles han con· quistado Delá'croix, Nerville, Detaille y, sobre to-dos, el olimpico Meissonier que ha sabido, con su enorme elevacióI1'de espiritu y de pensamiento, en· cerrar en sus cuadros, de una orlginalisima compo-sición y de una ejecución fina y exquisita, toda 'la gran epopeya napoleónica.

    En estas fuentes 'pudo bebel' sabios preceptos el a¡·tista uruguayo; y es menester haberlo hecho pa-ra aspirar, más tarde á ser original hasta donde es posible serlo en este género. '

    Su obra más seria consiste en una ¡¡eríe, 'aún no terminada, de cinco grandes telas, ejecutadas para el .Centro de Guerreros de Paraguay,' en las que se reproducen otros tantos episodios del ejército uru-guayo en la memorable campaña.

    La primera de ellas (1896) presenta la Batalla de Yatay. Es un mal cuadro. Las, figuras son defec-tuosas; hay efectos de perspectiva imposibles é in·

    • comprensibles y cierta cacofonia de tonos que, agre-gada á la poca transparencia de la atmósfera, re-vela la falta de la memoria motriz y de la memoria v.isual, necesarias á la mano y á la pupila de todo artista, y que están ausentes en casi todos los que comienzan.

    Estero Bellaco es el segundo cuadro de la serie. Difícilmente se creería que éste ha sido hecho porel mismo autor de Yatay, con pocos meses de interva-lo. Aqui son figuras correctas, animadas, vivas; hay riqueza de colorido, de composición, de movimien-to; la acción se ve, se siente. La tela presenta al ba-tallón 24 de Abril formado en cuadro para ¡'esistir un ataque de las tropas paraguayas en desorden. El ángulo del cuadro está impregnado de vida; es de mucha in,tensidad como composición y color. Abun-dan las ~guras muy discretas de soldados muertos y heridos, y de otros que pelean aislados.

    Lo ,mismo podria decirse del tercer cuadro, Jll-"uti, que presenta una bateria rechazando una car-

    ga paraguaya. Como composición de conjunto, su mérito es menor que el de Estero Bellaco, pues se utiliza como recurso de efecto el escalonamiento de las piezas de artilleria; entre los detalles son nota-bles el grupo que custodia la bandera, el que sirve la primera pieza y algunas figuras sueltas muy co-rrectas. ,

    Revel¡t en el artista, más que todos los cuadros antedores, una, concienci,a y posesión de si mismo_ Hay. '''0.>

    Boquerón y Lomas Valentinas son los temas de las telas que faltan. El boceto de Boquerón prome-te mucho por su composición y porque el autor va perfeccionando diaÍ'Íamente las buenll.s dotes natu-l'ales que posee y que hacen esperar nuevos y ma-Yores éxitos para su produrci"1TI venidera.

    En el mismo género ha terminado dos buenas te-las: Explorador y Explorador Sorprenrlido, y tie· ne sobre el caballete una Guerrilla.

    Las tres son dignas de figurar entre sus mejores producciones, como asimismo un Estudio de inte-1'ior (1897 ) por la buena luz y la corrección de la perspectiva.

    Para la caricatura tiene buenas I).ptitudes y seria de lamentar que no abordara este género, en que hoy tiene el primado la escuela inglesa, gracias al talento de Rowlandson Cruikshank, James Gillray y otros.

    Su último trabajo es un hermoso pais de abanico, al acuarela, Una fiesta criolla. En un rancho estárl congregados paisanos y paisanas, algunos jugando á la taba, otros tomando mate ó preparando cintas para las carreras, mientras llegan en sus fletes un grupo de amigos recibidos por los de la casa .

    Son grupos originales y llenos de jovialidad, sao turados de un sabor criollo característico.

    Hequet tiene apenas treinta años. A esa edad y con su imaginación rica, acompañada por una eje-cución cada vez más fácil y más correcta, se pue-den teuer aspiraciones elevadas. Pintar, dice John Luskin, equivale á versificar, y para una y otra co· sa se requieren dos condiciones superiores. La una natural, y si no la da la naturaleza es inútil cual-quiCIO esfuerzo; artificial la otra y nace del estudio constante y del ejercicio, requisitos indispensables para determinar y desarrollar en el que versifica la memoria motriz del ritmo y la memoria acústica de la harmonia, y en el que pinta, la memoria visual de la imagen y la memoria motriz de la ejecución.

    En Arte todas las cumbres son elevadas y todas las cuestas ásperas. Pero cuanto dificil es llegar, más honrosa es la tarea, y para los pocos elegidos que llegan, más glorioso el 'triunfo.

    JOSÉ INGEGNIEROS.

  • 204 REVISTA MODERNA

    RECL UTA DE P .~G IOLLERI~ .

    GUY DE MAUPASSANT.

    Francamente, los llamada á todos! Trovadores rO -manceros y moralistasj autores de sátiras, juglares y viejos conteu1's de Galiaj los llamaría y los retaría! Que vengan y confiesen que su gaya ciencia va-le bien poco ante el arte sabio y fino de. nuestros con-teurs modernos! Que se confiesen vencidos por los Alfonso Daudet, los Paul Aréne y los Guy de Mau· passant!

    Llamaría antes que todo á los ministril es que en tiempo de la Reina Blanca iban de castillo en casti-llo, diciendo sus romances, como las grullas de que habla Dante en el ¡;exto canto del infierno. Ellos con-taban en versoj pero sus versos tenian menos gra-cia que la prosa de nuestl'O Juan de las Viñas.

    La medida y la rima no les serví an sino de agenda y de carti1l¡¡.. Las empleaban para recordar con ma-yor facilidad y recitar sin gran trabajo sus historie-tas. Siendo útil, no era preciso que fuese bello el verso.

    En el siglo trece, uno recitaba la División de la ca -pa, en donde se ve á su señor que arroja de su ca-sa á su ánciano padre, pobre y enfermo, y que lo lla-ma en seguida, por temor de sufl'ir, de parte de su

    hijo, un tra.to semejante.-Otro referia como el cam-bista Guillermo tuvo, no solamente cien libras del monje que trataba de engañar á su esposa., sino un lechón, además.

    En aquel tiempo, la forma era, entre los conteUl's, tan ruda como el fondo . A veces, sin embargo, apa-recían bellos romanceS, como el del pajarillo, en que se oye á un ruiseñor que enseña á cierto malvado los preceptos de la más pura"sabiduria, ó como el Graé-len, de Maria de F rance. Aun este mismo más sor-prende qu~ divierte. Ciertamente, los conteurs del siglo trece dicen l.as cosas con una sencillez incom-parable. Ejemplo de esto se encuentra en la céle· bre historia de Amís y Amiles:

    -

  • RtVISTA MODERNA. 205

    Nuestro Senor. Su mujer, que se llamaba Obias, lo detestó. Varias veces trató de estrangularlo .. .. »

    Ahi tenéis un narrador que no se admira de nada! Solamente á partil' del siglo quince encontramos,

    no ya cantores ambulantes, sino verdadel'os escrito-res, capaces de hacer un buen relato. Tal es el autor del Petit Jehan de Saintré. No le agradaban los monjes, disposicilÍn común de todos los viejos con-teursj pero sabia decir. Tales son también los hidal-gos del delfill' Luis, que compusieron en Genappe . (Brahante), de 1456 á 1461, la colección conocida con el nom bre de Cien nuevas nOll'velles del Rey Luis XI. La invención es un poco débil, pero el estilo es vivo, sobrio, nervioso. Sabe á vif'jo francés . Esos cuentos no ca l'ecen de espiritualidad; son cortos y hay de diez á ciento que aún hoy hac~n sonreh·. Por ejemplo, ¿no os parcce muy agradable las historia de aquel buen cura de aldea que amaba con ter-nura á su perro? Muerto el pobre animal; el buen hombre, sin ninguna mala intencióp, le dió sepul-tura en tierra santa, cn el mismo cementerio en donde los cristiano~del lugar esperaban en paz el

    ''juicio final y la resulTección de la carne. Desgra-ciadamente lo supo el obispo, que era un hombre avaro y rudo. Hizo lIamal' al enterrador y lo re-

    . prendió con dureza. Ya se preparaba á enviarlo á presidio, cuando el otro . habló en pl.ata,> cn estos té l'minos:

    -.En verdad, monseñor, si hubiéseis conocido á mi buen perro, á quien Dios'haya pérdonado, como lo he conocido yo, de. seguro que no censusarlais la. sepultura que le he dado! .

    y entonces comenzó el elogio del difunto. - e Y así como fué bueno en vida, lo fué más al

    morir; puesto quc hizo un bello testamento y, como conocia vuestras .necesidades y vuestra indigencia, ordenó se ós diesen cincuenta escudos de oro, los cuales tengo á yuestra disposición. >

    El obispo, agrega el conteurs, aprobó juntos el testamento y la sepultura.

    Esos recitadores, y sobre todo, los que lE( siguen, no son llamados pl)ra que confiesen su derrota; sino para que formen amable y glorioso cort!'jo á los recién llegados.

    En el siglo diez y seis florece la nouvellej trepa y se descoge por todo el campo literario; hinche múltiples compilaciones, se deslice entre las obras más doctas, entre las disertaciones más sabias, aun aquellas que pecan por cierta pedantería.

    Béroald de Ven-iIle, Guillaume Boucher, Henri, Estienne, Nocl du Fail, el más variado y fecundo de los . noyelistas . de entonces, cuentan á porfia. La reina de Navarra hizo en su Heptameron la co-lección de . todas las malas pasadas que las muje-res juegan á los pobres hombres. > No hablo de Ra-belais ni de Montaigne. Sin embargo, ambos han contado y acaso mejor que nadie.

    En el siglo diez y siete, la nottvelle se viste á la española; lleva capa y espada y se hace tragi- có-mica.

    * * * Remo.; hecho á Guy de Maupassant un lujoso cor-

    tejo de conteurs antiguos y modernos. Era de jus-tÍcia. Maupassant, ' es ciertamente uno de los más francos conteurs de este pals en donde los ha habi·

    do tantos y tan buenos. Su lengua fuerte, simple' natural, tiene un gusto de terruño que nos la hace amar. Posee las tres grandes cualidades del es-critor francés: en primer lugar, la claridad, luego la claridad, y por último, la claridad. Tiene el es -piritu de medida y de orden, que es el de nuestra raza. Escribe como vive un buen propietario nor-mando: con placer y economia. Astuto, sagaz, bo-nachón, ingenuo, un poco majo, sin rubor por su amplia sencillez nativa, atento á ocultar lo que hay de exquisito' en su alma, lleno de firme y alta ra-zón, nada soñador, poco curioso de las cosas de ul-tra-tumba, no creyendo sino lo que ve, no tenien· do cuenta sino de lo que toca, él es nuestro: es un pais! Y á pesar de ese gusto normando, á despecho de ese aroma que se exhala de toda su obra, es el más variado en sus tipos, el más rico en sus temas de cuantos corÍteurs hemos tenido -en estos tiempos. No hay imbécil ni picaro que encuentre en' su ca-mino, que no le sirva para algo y que no meta, de paso, en sus alforjas. Es el gran pintor de la mue-ca humana. Pinta sin odio y sin amor, sin cólera y sin piedad.: los campesinos avaros, los mal'Íneros ebrios, las muchachas perdidas, los empleadillos embrutecidos por el escritorio, y á todos los humil-des en quienes está la humildad sin belleza y sin virtud. Todos los grotescos y todos los desdicha-

    . dos los exhibe tan claramente, que parece que los vemos y que SOn más reales que la realidad. Los hace vivir, pero no los juzga. No sabemos lo que piensa de esos pillos, de esos bribones, de esos tu-nantes que crea. Es un hábil artista que sabe todo lo que ha hecho cuando ha dado la vida. Su indi-ferencia es igual á la de la Naturaleza: confundf', irrita. Yo querrla saber lo que cree y lo que sien-te, en su interio)', ese hombre implacable, robusto y bueno. ¿Ama á los imbéciles por su estupidez? ¿Ama el mal por su fealdad? ¿Es alegre? ¿Es tris-te? ¿Se divierte di vertiéndonos? ¿Qué cree del hom-bre? ¿Qué piensa de la vida? ¿Qué piensa de los castos dolores de la. señorita perla, dei amor ridicu-

    . lo y mortal de miss Harl'iett y de las lágrimas que Rosa den'ama en la iglesia de Viryille, al recuerdo de su pl'imel'a comunión? Acaso se diga él, que después de todo, la vida es buena. A meros se muestra, aqui Y' allá, muy contento del modo como se nos concede. Quizá se diga que el mllnd& está bien hecho, porque está lleno de seres contrahechos y de malhechores que le ~irven para escribir mu-chos cuentos. Ello seria, después de todo, una ex· cel'ente filosoRa para un conteur. Sin embargo, po' demos pensar, en secreto, que Maupassant es tris· te y misericordioso, presa de una piedad profunda, y que llora interiormente las miserias que nos e~' hibe con soberbia tranquilidad.

    Me inclinarla á creer que su filosofia esta conte-nida toda ella en esta canción que cantan las no-driza.'s á sus crias y que resume á maravilla todo lo que sabemos del destino de los hombres sobre la tierl'a: .

    Les petites marionnettes Font, font, font

    Trois petits toura, . Et pouís s'en vont.

    ANATOLE FRANCE.

  • 206 REVISTA MODERNA,

    CARDUCCI.

    Giosué Carducci raya en los sesentay tres años. Dó estatura menos que mediana, cuerpo grueso y re-choncho, cabeza grande' sobre un cuello de toro, ca-bellos crespos y barba inculta, hendida en anchos hombros; la fisonomla de Carducci no dejarla de ser vulgar, si no fuera por dos ojos redondos y vi-vos, cuyo brillo movible ilumina su rostro, que tie-ne un sello de no sé qué d'e orgullo y de desdén. Es feo, p(ll~O con esa fealdad transparente y radiante que se notaba en Mirabeau. En ese cuerpo de sile-

    . no sJvina el alma de un Apolo, si se nos permi-te es rase anticuada de la Mitologla; pero para que el oeta se revele, es preciso oh'lo hablar de ar-te y de poesia. Entonces el ojo lanza rayos; la fren-te, naturalmente vasta, parece ensancharse más, y cn toda su actitud, en sus gestos, brilla el fuego in-terior que le llena y le consume. •

    Nacido cerca de Pisa en 1836, Carducci empezó lt conocerse en Florencia en los últimos años del régimen apacible y tolerante del 'gran duque de Toscana. A los veinte años de edad. tuvo Carducci necesidad de ganar el pan para él y su familia, y esc)'ibió prólogos para la pequeña biblioteca clásica del editor Barbera. Volviéndolos á leer hoy, se sor-prende uno de la suma enorme de la erudición pre-coz que encierran. En Carducci, la critica precedió y formó al poeta; comentaba en esos prologos las rimas de Cino da Pistoja, las sátiras de Salvador Rosa, las poesia!i de Lorenzo de Médicis y el Sello, tomado de Tasson\. Pl'ofundizaudo asi la obra de los trecentiste primero, y después de los cinquecen-tiste, Carducci afilaba y pulla su instrumento, hu- , medecia la lengua en las fuentes más vivas y más puras, y formaba asi ese estilo maravilloso, á la vez compuesto y personal, en que la suavidad y la de-licadeza de Petrarca, se unian a la entonación de acento y á la concisión escultural de Dante,

    La época en que apareció Carducci, fué aquella qutfprecadió á la conclusión del Risorgimento por las armas francesas, Mientras que en las esferas su-periores y directoras de la sociedad italiana se tra-taba ya, aprovechándose de la revolución, ,de apa-ciguar las tendencias y las consecuencias extremas, In juventud habia quedado imbuida en el espiritu de rebelión y no se juraba sino por Mazzini y Ga-ribald\. Hijo de un antiguo carbonarío, con el alma abierta á esos efluvios revolucionarios, que, desde hacia medio siglo, pasaban conmoviendo la penln-sula, Carducci empezó con escritos en donde elra-dicalismo politico más audaz campeaba con las ten-dencias irreligiosas más desenfrenadas. Es fácil descubrir dos clases de movimientos, dos cOl'l'ientes paralelas en elliisorgimento. La una, de Mazzini, de Silvio Pellico, de Máximo D'Azeglio, que no se-para el patriotismo de la fe y de la religión¡ la in> dependencia nacional y la unidad politica aparecen como el término histórico y providencial de los des-tinos de Italia. La otra, al contrario, procede diree,

    tamente del Renacimiento: es abiertamente antica-tólica, natul'alista, pagana, y tiende á obtener el triunfo de la demagogia.

    Toda la historia moderna de Italia es, por decir así, la lucha entre estas dos corrientes. Forl!lado en la escuela de los clásh:os de Roma y de Grecia, apa-sionado de la belleza. antigua y con un odio natu~ ral al catolicismo, á imitación de todos los revolu-cionarios italianos, Carducci comenzó por cantar, en sus Juvenilia, el paganismo y sus dioses, en un triple espíritu de rebelión y de reacción á la vez religiosa, política y literaria . . A los Ju venilia suce-dieron los Leda g/'avia y las Derennalia.

    . En los primeros, dice Carducci, soy todavia un teniente servil de los clásicos; en los segundos, ha-go mi velada de las armas, y en las terceras, des-pués de las primeras lanzadas inciertas y habitua-les, corro la aventura con riesgos y peligros,.

    Carducci, literariamente, procedla de todos los jefes de linea, como Parini, Alfieri; Fóscolo, Leo-pardi, y por ellos y con ellos se elevaba, renován-dola, á la pura y gl.oriosa tradición antigua,

    Pero las insuficiencias modernas son también muy visibles en la obra de Carducci, principalmente en los Giambi, los Epodi. Siente uno pasar sucesiva-mente la rudeza impetuosa de Barbieri; en los Yam-bos, la ironia mordaz de Heine y Ias audacias gran diosa~ de Hugo.

    Cuando en 1867 y 1672, publicó Carducc1 sus Giambi y sus Epocli, Italia atravesaba un periodo tempestuoso, durante el cual los partidos se ataca-ban violentamente. Hasta 1870, la cuestión de Roma, como capital, mantuvo á la peninsula en dos cam-pos bien definidos: el de los radicales que querian resolver el conflicto por medio de las armas y co-rrer sin demora al Capitolio; y el de los moderados gobiernistas, herederos de la poJitica de CavoUl', que trataban de espel'ar y contemporizar,

    Ese momento de la política italiana, ese periodo de crisis, de cóleras y de agitaciones, revivió con in-tensidad en los Giambi y los Epodi, Mazziniano, fo-goso, adversario declarado del papado y del cato-licismo, Carducci lanza las invectivas más apasio-,nadas contra los que quieren retardar el triunfo del ideal revolucionario.

    El éxito desgraciado de la campaña de Mentana, la muerte de los hermanos Cairoli, la ejecución en Roma de Monti y de Tignetti, todos esos episodio!! sucesivos llevaron al colmo la exaltación del poeta.

    No tiene bastantes rayos y anatemas para dirigir contra el Papa, los católicos, los moderados, la Ita-lia entera, .á quien trata de cobol'de, Para él, Gari-baldi y sus compañeros que, á despeého de las le-yes . y de los tratados, atacan al Agrorornano é in ten tan apoderarse de Roma por la fuerza ó por sorpresa, evocan la imagen de los más gloriosos héroes de la antigüedad, de Leonidas ó de los Fa-

  • REVISTA 1.\M)DERNA. 207

    bios. A Fl"ancia también le tocó su parte de inycc-tivas y de injurias.

    Esta parte de la obra de Carducci recuerda el verbo de indignación vehemente, exagerado y pue-ril, que dicto los Castigos. Una vez conquistada Roma, no quedó satisfeeho Carducci: se indigna contra la partida de aventureros y explotadores que se precipitan so~re la Ciudad Eterna, como una presa ofrecida á sus apetitos desenfrenados. Esa no era la gran Roma soñada por el poeta, y exclaJIla:

    .0,; hemos pedido á Roma, y nos habéis dado á Bizancio, ' y lanza estrofas desbordantes de amarga y feroz ironía.

    Fué en ese momento preciso cuando el partido radical revolucionario italiano rec!>noció y suludó en Carducci á su poeta. Volvía á encontrar en él al autor del himno A Satán, que es algo como la Balada cí la luna, de Musset. Es una de esas exa-geraciones é intemperancias de juventud que pa-recen hechas especialmente para «asustar al bur-gués .• Carducci se ha quedado, y se quedará siendo para muchos en Italia el autor del himno á Satán.' Esa poesía, que produjo tanto eséándalo, resume bien el primér período de su carrera, que es, como ya lo hemos dicho, un periodo de rebelión. El Sa-tán de Carducci no es absolutamente el «enemigo del género humano," que nos representa el dogma católico: es la encarnaci6n del espíritu de rebelión, de todas las rebeliones, de la razón cont'ra la fe, de la carne contra el ascetismo, de la ciencia cont1'a el dogma; es tllmbién el símbolo de todas las fu'erzas de la naturaleza: resume én él todo lo que hay aqul abajo de bello y de grande, El Satán de Carducci aparece como un dios degenerado del paganismo. :Ji Oarducci personificó en el nombre de Satán to-das sus aspiraciones y todas sus rebeldías, es sin duda por amor al escándalo, por ese instinto de ironía feroz y ese desdén pOI'las convicciones ajenas, que son uno de los rasgos de su temperamento. Ese pe-cado dé juventud es una flj.lta de tacto inexcusal:>le; dejamos á un lado las blasfemias que contiene con-tra las creencias religiosas de los italianos.

    Bien pl'ont¿, sin embal'go, se debía operar una transformación fecunda y pacífica en el talento y el mgdo de ser del poeta. Se calmaron poco á poco la exaltación politica y la vehemencia tribunicia que marcaron sus ensayos. Abandonó la arena de ios partidos, dominio de las luchas y de las agita-ciones contemporáneas, para consagrarse á una vi-sión más serena y á una representación más plás-tica de lo bello. Carducci, adoradór ferviente de los clásicos, trató de imitarlos hasta en la forma y en el molde mismo en que ellos habían vaciado sus ideas y sus imágenes: intentó hacer revivir en italia-no la métrica latina, abandonando el sistema de las rimas; y ese rué el origen de las Odas bárbaras, que pasan por su verdadera obra maestra.

    La lengua italiana se-::prestaba, además, á esta innovación que, en francés, no tendría sentidó. Car-ducci tuvo, en verdad, precus'ores: Tolomey, Chia· brera, Fantoni, Tummascuo, quienes también ba-bían ensayado aplicar al italiano las reglas de la prosodia latina, y que no alcanzaron sino á frios

    ejercicios de una técnica complicada, porque les hi-zo falta la chispa inspiradora y creadora. Carducci si logró, donde aquellos habían fracasado, porque á su conocimiento profundo de latin y de todos sus recursos, á la posesión incomparable del italiano, unia el genio de un gran poeta.

    ROTIsard y la pléyade se habian dedicado en el siglo XVI, como se sabe, á una tentativa análoga; pero contraria al genio de nuestra lengua, debiaú fracasar. Otros idiomas, tales como el alemán y el inglés, resisten muy bien la adaptación de la mé-trica antigua. La Evangelina de Longfellow está escÍ'ita en exámetros; Tennyson y Swinburn tradu-cen los poetas griegos y latinos, conservando el rit-mo original. El italiano, infinitamente más cerca del latín que el f¡'ancés, pudo perfectamente pres-tai'se á la tentativa atrevida de Carducci. Abolien-do la rima logr~ imitar la métrica de los latinos, por una mezcla feliz de los son'idos suaves y fuer· tes de la acentuación italiana. En suma, su innova-ción tuvo completo resultado. Hay algunas de sus piezas, por ejemplo Nella piazza di San Petronio, en que los exámetros italianos corresponden exac-tamente á los latino. Algunas de sus odas sáficas son perfectas. Pero, más que esta imitación mate-rial y adecuada de la prosodia latina, lo que dió éxi-to á las Odas bd1'baras, fué la grande influencia de poesía italiana que encierran; digo itálica, porque Carducc i revive en ellas el espíritu de los grandes poetas de la literatura 'latina, principalmente de Ho-racio. La oda á las fuentes de Clitumne es como un poema grandioso, en que al través de los esplendo-res verdeantes de Umbría, pasa una visión de too das las luchas y de todas las batallas que ensan-grentaron la Úerra latina.' El poeta comienza por describj¡' el paisaje, evocando las antiguas escenas rústicas de que fué teat¡:o tranquilo y magnifico ese lugar. Después, de repente, 'Se ven surgir y atravesar en torbellino esa tranquilidad idilica, los caballos' númidas de Anibal; se oye reper~utir el grito de las po blaciones itálicas, llamándose y exci-tándose á la comun defensa; es una magnifica evo· cación de las guerras púnicas.

    Las estrofas alcaicas de la Stazione son de un "realismo brillante y maravilloso. A los

  • 208 REVISTA MODERNA . • ci es el poco lugar que ocupa la mujer, Aparece alli solamente como una ev.ocaei~n puramente ar-tlstica, una simple máquina poética. La conserva sus nombres antiguos y.la' llaman Lidia ó L1ag, co-mo á Horacio: no es más que un Iigé~'o é impasible fantasma que atraviesa las visiones del póéta, para excitar sus sentidos ó paraprovocarle á .cantar, En UDa palabra, para Carducci la mujer no. es sino la mujer pagana, instrument'o de pJacer; desprovista ele ese atractivo. ideal, de esa sensibilidad tierna y profunda, que es el distintivo de la mujer Cristiana: podrfa decirse que es una de esas fdas estatu~s an-tiguas que sólo sirven para variar y decorar un paisaje artificial. Esnecesario, sin embargo, hacer una excepción para la lIfm;ia del idilio mll.rismico; es la única vez en que uno siente verdaderamente que se estremece el corazón del poeta; podda creer-se que esa llfal'ía existió realmen~e y que al cantar-la el poeta no hacia más que recordarla,

    Cal'ducci es y será evidentemente el poeta que haya producido Italia en el siglo XIX, de la talla de esos cantores ilustres, como el Dante, Petrarca, el Tasso, Alfieri, de que fué siempi'e tan fecundo el suc-Io de la Península, Como ID ha dicho. elllfel'cure de Prance: Cal'ducci es un genio, no cosmopolita, sino esencial y especificamente italiano; en él reyive el alma nacional esparcida al través de los si

  • REVISTA MODERNA,

    OLEO DE BOt'GUEREA1'.

    OTELO ANTE DIOS.

    Yo no sé como fué! La noche estaba silenciosa y sombl'ia;

    Arturo, rojo, en el zenit brillaba; por la ventana ¡¡.bierta penetraba inmensa paz. Desdémona dormia.

    Llegué como ladrón hasta su lecho, ahogando, al marchar eptl:e la sombra, mis violentos latidos en el pecho 'y mis trémulos pasos en la alfombra.

    Sentia est¡'echo nudo en la garganta, como ,si la oprimiera una serpiente; fulguraba una Iámpara ,muriente de la madona ante la imagen santa.

    209

  • 210 ' REVISTA MODERNA.

    Dióme enojo la luz: cómo en mi mente· anhelaba hallar sombra por doquiera. Del foco aquel á los fulgores rojos se estremeció mi mano justiciera y senti ansias de caer de hinojos.

    Mas velaba el puñal en mi cintura. Saltó impaciente y dijome:-Es la hol'll, pronto se va á acabar la noche obscura; despacha: tengo miedo de la aurora.-

    Yo contemplaba en tanto a~uel tesoro de hermosura: mágnificos y bellos calan destrenzados sus cabellos

    cual cascada de 01'0.

    Blanca estaba, muy blanca, sonreia, y á mi me pareció que entre sus labios los adúlteros besos palpitaban, y rugieron cual tigres los agravios que en mi pecho doliente se abrigaban.

    Asi el puñal . ... pero la mano inerme dejé caer sin fuerzas.~HíelTo infam

  • REVISTA MODERNA.

    Culpable, pero. más infortunado; verdugo, pero víctima· primero, más merece, Dios santo y justiciero, piedad que nó castigo mi pecado. Yo la amaba, Señor, y de improviso, pensando en su traición y en su falsía , del amOl' arrojado me sentia como Luzbel lo fué del Paraíso.

    Mas tú, Señor, que á la región obscura al arcángel rebel!Íe despeñaste, en tu justo rigor no imaginaste

    . tortura comparable á mi tortura.

    De la artera calumnia entre las redes, ¿por qué preso mi espíritu dejaste? tú solo la'verdad conocer puedes,

    Señor .. . . y tú callaste!

    Mucho amé, mucho amé: mi crimen mismo la inmensidad de mi pasión pregona. ¿Y cómo has de arojarme tú al abismo, si Desdémona misma me perdona?

    Aliado tuyo, en tu mansión serena encuentre al fin reposo el alma mia. ¿Acaso porque mucho amado había, Señor, no perdonaste á Magdalena?

    MANUEL PUGA Y ACAL.

    DIV AGACIONES. LAS ALDEAS.

    A CARLOS VEGA BELGRANO.

    211

    Marchábamos por el largo camino solitario, enme-dio de la noche azul, diciendo versos alegres. Yo la dí un heso en los labios y ella se enfadó. Luego ha-blamos:

    venes locos! Tú, niña hermosa, eres un sueño: no has existido nunca. Tú, caballero andante, eres un soñador: no triunfarás.

    -Ir. Revivís viejos amores en amOI'es nuevos, ' prolongáis un beso al través de la tumba .... ¿quién os empuja á. haceros daño, si no os queréis mal?

    -Un audaz ladrón te invoca, para perdonar su exceso.

    -¿Qué ha robado? -Sólo un beso. -¿Yen qué flores? -En tu boca. -Ese crimen da sonrojos ... , , '-'-¿No hay perdón? -Eso recelo . . . . --¿Dónde? -En el cielo .... Y la dí un beso en !os ojos. La luna, esa molendera del tiempo, con su enor-

    me cara enfarinada, se balanceaba al fin del cami-no, sobre la ruta, tocando casi la tierra, bajo el fo-llaje de los árboles. Sonreía, y con la lengua del viento, nos recitaba este discurso (que era un poe-ma de cosas incomprensibles):

    -I. Musó. y poeta, ideay palabra, llama y luz,jó-

    -III. Tú, niña, desciñe tus largos cabellos negros para entretejerlos de flores, pero guárdate de poner rojos claveles; porque la muerta, la que tanto amó , los claveles )'ojos, está en acecho. Te perdonará que le robes los besos, pero no el alma de su amado. - -IV. Tú, poeta tornadizo, viajero errante, no evi-

    tes los cementerios; porque á medida que avances, se extenderán para cerrarte el paso. El recuerdo no se deja de lado dando un rodeo. Esa tumba y esa cruz marchan delante de ti. Y recuerda que lo que está más lejos, es lo que está más cerca de nos-otros .. ,.

    - V. Niña y poeta, no escribáis poemas con 198 la-bios; porque en una tumba hay quijadas que rechi-nan, l'ecordando los V"I'SOS que escribieron. Los la-bios sólo hacen poesía cuando son vírgenes. óPor-

  • 212 REVISTA MODERNA.

    qué borrar las lindas estrofas pasadas, para escri-bir malos dlsticos?

    - VI. Musa,y poeta, idea y palabra, llama y luz, jóvenes locos!. ' . . ..

    Esto nos excitó. y seguimos marchando por el camino, con los ojos

    fijos en la luna, que pareela una enorme moneda de plata, colocada de canto sobre la tierra. Queriamos acercarnos á ella para humillarla.

    - -Oye!-le diriamos, empujándola con el cbdo-¿por qué mientes, vieja molendera?

    A lo lejos, tras una espesa columna de árboles frandosos, se ven brillar dos luces que se destacan sobre el horizonte obscui·o. Es una aldea, uno de tantos caserlos acurrucados en torno de una iglesia y aislados en medio de la llanura.

    La posada del lugar está escondida tras un viejo castillo, cuyas torres semiderruidas semejan gigan-tes maltrechos después de una batalla con la muer-te. N os alojan.

    Es una habitación angosta que mira aljardln. Un perro ladra á lo lejos. Se oye la disputa de dos beo-dos que juegan al billar en el piso bajo, y las voces del hostelero que intenta imponer silencio. La luz de la bujía tiembla sobre el velador. Hace frio. Mis viejos libros de estudio están sobre una mesa, jun-to á la ventana. ¿Para qué abrirlos, si nunca alcan-zarán á decirme lo quiero saber? Prefiero pensar. ¿En qué? En el otoño, en las hojas que caen, en las aves que emigran, en los sepulcros que se abren, en las lágrimas eternas , ....

    Junto á mi cama hay un reloj, un reloj enorme, que se lamenta, fatigado, como un obrero invisible que trabajara en la sombra.

    Dan las doce. Reina el silencio. ' Ya no se oye el ruido del billar, ni la disputa de los beodos.

    No puedo dormir. Fugitivos y desordenados, co-mo un ejército en derrota, pasan ante mi los recuer-dos-¡malos recuerdos!-diciendo sarcasmos bajo el crespón de sus lutos. Es un desfile interminable. Se empujan los unos á los otros y se desgarran. Todos van vestidos de negro y todos rien, con risas sinies-tras de sepultureros borrachos. Algunos se detie-nen ante mi y me saludan con una mueca. Luego, los que vienen detrás les obligan á seguir. Y vuel-ven á pasar y á pasar los extraños enlutados, como los rayos de una rueda que gira siempre. , El reloj continúa agotando tranquilamente los ho-

    ras con la lentilud de un viejo bebedor de cerveza. Son' las tres. El cortejo sigue pasando, con ímpe-

    tu, en rachas, en racimos, en pelotones, compacto, brutal, en un vértigo de ideas y una avalancha irre-sistible. Todos siguen, silenciosos, mudos, hablan-do con el gesto, riendo con la mueca, retorciéndose de regocijo y abriendo la boca enorme, en una car-cajada que no suena.

    Cuando les interrogo me hacen signos de inteii' gen cia. ¿Que á dónde van? Ye:> debo sabel;ló. Y me invitan á seguirles, á unirme á la. caravana, á ro' dar con su c/l.ida. Son brujaf! del Sabbat, gnomos desconocidos, sátiros fúnebres, que meditan una fiesta macabra, arrebujados en la noche, entre las

    cruces'de un cementerio. Van buscando el sitio som-brio, el palacio de tinieblas., para celebrar su con-greso horrendo y reir de la muerte,-ellos, la muer te misma!

    y pasan, pasan, espantosos, dantescos, con rumbo al pais de las tumbas. _ El reloj, ~mplacable, continúa emborrachándose de horas, terco, inconmovible,-¡es el beodo de los tiempos!-y la noche, interminable y honda, asistl.' al desfile de las brujas, canturreando sus silencios.

    . ... . Luego viene el dit, huyen los fantasmas an-te el brillo del so), y agotado, vencido, me pongo de codos sobre la ventana que mira al jardin, como un espectro que sueña en su vida ausente. Y el eco de la campana, que grita desde la tone, no alcanza á arrancar:tl alma la inquietud de su eterno insomnio.

    ¡Los cementerios! Quién pudi.e.l:a salvar el obstácu-lo de la tumba para profundizar en la muerte! Si todo el valor, si todo el desinterés, si toda una vida sacrificada, si todo un manojo de esperanzas rotas, bastaran para forzar la puerta del Misterio, ¡cuán· tos dominadores de mañana renunciarían á su pe-destal para franquear el limite!

    Aquel dia, mientras me paseaba por los alderre-dores de la aldea, sorprendi un cuadro:

    Cielo sin nubes. Arboles de otoño. Sol rojo. PI\-, jaros que huyen presintiendo el rigor de las lluvias. Viento que encorva las ramas y hace remolinos con las hojas secas. La campana del cementerio modu-la sonidos extraños; el sepulturero aguarda á la puerta, sacudiendo un manojo de llaves enmoheci-das; y por la avenida solitaria avanza un grupo de gente vestida de negro, llevando un pequeño cajón cubierto de rosas fr'escas. Detrás, entre dos hom-bres jóvenes, va un anciano desfalleciente. Ha aban-donado ellecbo y esfuerza sus últimas palpitacio-nes de agonizante p.ara seguir el convoy y acompa-ñar el cadáver del niño muerto. Lleva en las manos una corona de jazmines. Se lee en letras grandes, muy grandes: A MI HIJO. Y las hojas de los árbo-les, siguen cayendo, como nieve amarilla, sobre las cabezas descubiertas ....

    Esos paisajes tristes donde la naturaleza langui-dece, viendo morir su juventud; ese pesado ensi-mismamiento de las cosas, sobrecogidas ante el frio y angustiadas por la amenaza del invierno; ese mun-do de desventuras, evocadas, espeso y gris, como una ola de bruma, sacude todos los sepulcos inte-riores, resucita todos los't'ccuerdos muertos, y en el doloroso resurgir de las antiguas lágrimas, hace pal-pitar un grito ronco de rebelión contra la bestia ne-gra de lavida. '

    Y Ee acude al verso, al arma de los desesperados, al ariete de los vencidos, para sofocal' la duda fria, el grito sacrilego, el alarido salvaje.

    El poeta se sienta sobre una piedra y escribe . . . ¿Qué? Rachas entrecortadas, ecos perdidos, que no alcanzan la fuerza de lo que imagina y no realizan el vigor de lo que sueña:

    -Recuerdo que una vez bajo el fUrtivo Reflejo blanco de la luna llena, '

  • REVISTA MODERNA,

    Busqué una tumba y me senté en la arena Do está el amOr de mi niñez cautivo,»

    Lo que nació en Enero, siempre muere con el postrer crepúsculo del año,.

    213

    ¿Y luego? Luego se hunden los ojos en el hori-zonte ó se vuelven hacia adentro, abstraidos en la contemplación de si mismos, El arma no responde al vigor del brazo que la empuña, El verso, lejos de ser una ala, es una cadena,

    Y las hojas amarillas caen lentamente sobre los versos, diciendo letanias de olvido, , "

    «Todos ibamos antes, yo me acuerdo, con flores encarnadas á la cita , , , ,

    -¿Quién, en la escena tumultuosa y varia, _ fija atención en una tumba fria?, , , "

    ¡Hoy cada flor marchita es un recuerdo; cada recuerdo es una fior marchita!.

    Muere y se apaga la mejor plegaria, y . ... como los 'lirios, al morir el dia!" .

    .¡Cuántos amantes corazones! ¡cuántos!, guardar tu cultó sin cesar procuran! ' , , , Pero no existen los eternos llantos: sólo las piedras del sepu!cro duran,>

    Y Ja naturaleza, violada en su mutismo, se estl'e-mecej--(una racha de viento arrebata la hoja de papel, la estruja, la castiga y la arrastra en su tor-bellinoj haciéndola lanzal- bajo latigazos invisi-blesj)-Ios enlutados se dispersan al salir del ce-

    -En vano un noble sentimiento quiere guardar la sombra de su propio engaño . , , ,

    . menterio, y el soñador echa á andar, camino del caserío, lamentando no poder arrancarse un mano-jo de ideas, para meterlas en el hueco de su pipa,

    EL MOLINO DE VIENTO.

    ( LONGFELLOW),

    ¡Mirad! soy un gigante, De esta torre en la altura, donde mOl-O, Con mis pétreas mandibulas devoro Trigo, maiz, centeno; y al instante Los torno harina, que ávido atesoro,

    Miro al campo y presiento, En cada predio al ver nuevo plantío,

    • La rica miés del venidero estíoj y los brazos entonces lanzo al viento, Pues bíen sé yo que el fruto .será mio,

    Ya en las granjas se escucha . De la trilla el rumor: la espíga cruje De rados batidores al empujej Mi lona, en tanto, con el viento lucha, Que más y más enfurecido ruge,

    A su impetu creciente Firme resisto en mi murado abrigo;

    . Ni del viento los rumbos investigo, Giro en torno y contl'ástole de frente Bien como el bravo arrosh'a al enemigo,

    Y mientras pugno fuera, Mi dueño, el molinero, y guarda mio, Con sus manos me nutre á mi albedrío:

    MANUEL UGARTE,

    No olvida á aquel por qllien su haber prospera, No olvida al que le aporta señorío,

    Aunque á fatigas hecho, Soy del domingo austero tributario, Y al escuchar la voz del campanario, Los brazos doblo en cruz sobre mi pecho, y quedo en paz, y mudo, y solitario,·

    DIEGO F ALLÓN, :CCo!oq¡bjaflo),

  • 214. REVISTA MODERNA.

    EL JARDIN MUERTO.

    (~[ATINALES) .

    Son muy raras, pero exquisitas como todo lo ra-ro, las mañanas en que yo vivo. Generalmente, ín-curable noctámbulo, mis ojos se abren á la luz cuan-do ya el calor ahoga las estancias y el sol bruñe los pavimentos; sin embargo, tal vez porque las veo muy poco, soy un enamorado de las mañanas.

    ¡Las amo! las amo con mi pensamiento que, fresco, sin las preocupaciones ni las pesadeces del día, sién-tese lleno de ideas sanas y luminosas, claras como el cielo que azulado miro huir sobre mi. En el cam-po sobre todo, cuando los gallos cantan, y á lo le-jos, de la montaña caen como cortinajes trozos de bruma; J uando los árboles acabados de bañar, lim-pios, como si de nuevo nacieran, tuercen y sacuden sus ramas y como espléndidos señores prestan su perfume, algo de lo que respiran á las brisas que vienen hasta mi ventana. Mis poros se dilatan, mi cuerpo todo siente algo extraordinario, y en esas mañanas, cuando los bueyes pasan perezosos hacia la inmensa hostia dorada que es el sol, siento que en mi se remueve algo de bueno, algo con lo que no estoy familiarizado, y entonces ¡oh! sólo entonces amo la vida.

    La amo porque no pienso en nada, porque apar-to mi vista de las miserias d.e todo lo negruzco, de todo lo que humilla y de todo lo que mancha, de las vagas ansiedades y temores que en mi se agitan; olvido la hiel de la que mi pobre alma no es sino bolsa ampliamente repl!!ta para mÍl'ar cómo las nu-bes, inmensos pájaros caprichosos, vuelan, cómo los tonos del azul cambian y cómo la tierra bendice la luz soberana que la refresca, la colora y la ali-menta.

    ¡Ser asi como ella! Dormirse con pesado sueño en la noche, brillar con el alba, incendiarse ·con el me· dio dia. R ey de los ver'anos, es~uchar toques de an-gelus, pasos de trabajadores cuando el crepúsculo vacila y asl, siempre lo mismo, sin desear otra cosa hasta que los siglos rodando y rodando sobre ella la usen y la desmoronen. Ser así como la tielTa!

    Lentamente, con pesar casi cubro mi cuerpo con ligeras telas y bajando hasta el do me entrego al incomparable placer de sentir las caricias Mandas del agua que chapotea., cosquillea :" cubre mi cuer-po. El agua es juguetona, juguetona como mucha-cho travieso y vivaraz que tiene una madre buena, una madre sonriente que no lo riñe .y lo acaricia y lo besa. Salta sobre los pechos, corretea sobre el vientre, suele colarse dentro de los oídos ó bien, huyendo de la mano que golpea, salta fuera, sus pupilas, inmensas gotas, brillan un momento y lue-go cae con franca risa que canta y se repite al tiem-po que se aleja en coquetas ondulaciones.- Cuando sus juegos, sus carreras y SUs éantos me han can-sado, ahí mismo, en la orilla; bajo Un sauce que pa-rece paciente pescador, me abrigo. Sigo oyendo las

    pláticas y los retozos de los pájaros, sigo mirando los movimientos de la onda ó bien el paisaje refle-jado, el tejado de la casucha, los penachos de los árboles y los relámpagos del sol-porque sI agua ni auu al sol respeta, é impune quiebra y juguetea con sus rayos.

    Es dulce luego, después de cam.inar sobre la hier-ba un buen rato, deteniéndose ante alguna fior rara ó en algún rincón de complicadas matas, ir á la sombra, sentarse, apoy".,r la cabeza contra un tron-co y sin idea fija que trabaje, c on el pensamiento tranquilo, dejándolo ir á su antojo, festoneando ó esbozando mosaicos, cambiando y saltando como un pájaro, contemplar las lejanías, tratar de distin-

    . guir algo en la montaña ó simplemente 011' el zum-bido de las abejas y seguir en el espacio la curva que sin descanso trazan sus obesos cuerpos do-rados.

    Después ue un rato, un libro bien escogido es buena compañia; ¡ah! ¡pero la selección es tan difi-cil! No un libro lóbrego ni un libro humano, no un libro que nos pinte la vida :v n '\s diga sabiamente sus desolaciones y sus crueldades, un libro .... ¡ay! casi se necesitaría un libro especial, algo sonriente ~; sano como la mañana, que no melancolizar~ ni filosofara, ni hiciera tornarse en grave el pCIlBa-miento: versos ligeros que fueran al compás dJ..la onda y de la abeja, fábulas bien compuestas áe dulces vidas, de amores en los que no hubiera en-gaños ni despedidas, libro del cual estuviera veda-da la tristeza,

    Los cuentos brill,ntes, los azules, los que hablan de hadas y de príncipes son demasiado caprichosos, traen demasiada pedreda y demasiado terciopelo para libremente pasear por los campos. Las histo-rias campestres amorosas , tienen todas algo de do-loroso; si leyel'a Pablo y Virginia ó Hermán y Do-r'otea me levantaría, si no preocupado, si al menos con esa vaga melancolia del que siente pasar el desconsuelo humano rozándole. Quisiera algo que hicieraamar la vida, que hiciera sentirla y desear-la, algo en su fin matinal.

    No he encontrado ese libro y al levantarme, al retirarme expulsado por la invasión del sol que re-clama la soledad para dar su ardiente beso á la tie-l'I'a, pienso en que algún día, tal vez, cuando de nuevo nazca esta tiel'l'a y un nuevo solla alumbre, cuando esté en su mañana, cuando aún · no haya maldad, ni envidia, ni ambición, cuando los hom· bres sean buenos y las mujerés francas, habrá al-gún poeta que ignon~ndo el dolor, ajeno á la queja y no teniendo nada amargo que enseñar, escribirá ese libro maternal para ser leído en las mañana~, cuando la luz c'elebre su apogeo y se sienta amor á la vida.

    BERNARDO COUTO CASTILLO,

  • REVISTA MODERNA.

    EL GRIFO.

    A JESÚS E. VALENZUELA.

    Parpadea.n las luces de la tarde de las altas vidrieras en la ojiva; el último fulgor temblando arde con una palidez desvanecida, y sobre el fondo flavo de Occidente recorta su silueta el campanario y al acabar el dia lentamente queda el templo en penumbra y solitario.

    Las sombras llenan las cerradas naves y en ·la torre, saliendo de su nido metálico y sonoro, en ondas graves, del Angelus que vuela d·olorido, se escapan como avrs con. sus alas de bronce y van liviana! cortando el aire con gallardo vuelo, las notas que naciendo en las campanas navegan en la sombra y van al cielo.

    De la torre por fin en la pirámide la noche tenebrosa

    cuelga un jirón de su enlutada clámide; la lechuza despierta y, cautelosa, saliendo de una grieta, los circulos de fuego de sus ojos dilata silenciosa; después avanza guietá, de un alto Capitel ~á la cornisa donde se hacinan huesos y despojos del nocturno festín que alU celebra; sonda el abismo, de placer se eriza, y el curvo vuelo 'enti'e los arcos quiebra.

    Bajo las altas cúpulas doradas se espesa más y más la opaca sombra; los dombos y las claves elevadas, cuya altitud asombra, en la tiniebla náufragas se pierden, y las t¡nt~s más negras y sombrias del arquitrabe las labores muerden y en la esbelta columna las estrías.

    Reina adentro el silen

  • ~18 REVI~TA MODERNA ,

    amenazante y fiero como hermoso, inmóvil, triste, mudo y que hubiera glorioso' -figurado con honra en el escudo de un medioeval guerrero victorioso.

    La noche avanza, y en su palio inmenso envueltas van las horas, y la lengua de bronce en la campana con un sonido intenso

    -yen vibraciones claras y sonoras, • de su voz sepulcral hace derroche

    cuando triste desgrana la balada de alllor de media noche.

    Uepercute en las bóvedas el eco y en una clarab(lya le hace dúo. un grito sordo, entrecortado, seco, la voz doliente del insomne büho.

    Se oye un desgarramiento crepitante de la nave en la sombra-negro piélago-y la cabeza alzando amenazante, del friso se desprende, agitando sus alas' de murciélago, el torvo grifo que _el camino emprende sobre el tallado cornísón obscuro tendido borde del macizo muro.

    y comienza una trágica carrera; al saliente de un arco se encamina, asalta un capitel y hace escalera de las gruesas labores de una tosca columna bizantina.

    Hunde las curvas uñas en la clave de los arcos ornados de ancha yedra en que resaltan gigantescas HOl"eS, se desliza á lo largo de la nave, y al mover la granítica membrana de sus alas de piedra, en la ojival ventana se estremecen los vidrios de colores! , Gira pausadamente sobre el ara,

    apagando la lámpara que á trechos su luz medrosa en la Hamilla alzara, revolotea después por los altares, sube vertiginoso por los techos, escala de los frontis los sillares, sacude las cortinas, y jadeante su caLTera pára del órgano callado en las bocinas.

    Repite afuera el viento de la noche la palabra maléfica de uu duende, y de improviso en el recinto obscuro l1aa danza macabra, como á infernal conjuro, vertiginosa emprende la multitud de seres imposibles que cinceló el artis~a en el granito: quimeras, trasgos, sátiros horribles, y sobre todos exhalando un grito, el grifo voltejea.

  • REVISTA MODERNA. 219

    Después se precipita de la altura hiriendo el aire que al pasa

  • , 220 REVISTA MODERNA.

    quiría vivacidad y lucidell. Lo que habia buscado vanamente, lo ancontraba desdtlluego. Le aparecia la solución de las cuestiones; los horillontes se abrían ante sus ideas. Hallaba en su espiritu Ulía claridad de percepción y un a~cance de que jamás habia te-nido conciencia. ~

    y no era únicamente á su espíritu, era además á su cuerpo al que daba aquella fiebre su fnerza. Su mano, como la de ciertos grabadores, afirmada con la embriaguez, nunca habla sido más segura, más delicada, más hábilmente atrevida en la operacio-Iles y curas qua se le encomendaban.

    '" .. '" Pero el hábito no tardó en apagar á Barniel' aquel

    feliz goce de la embriaguez. Lo que bebla no le substraía ya con bastante violencia á la pena y al fastidio. Ya no se sentla transportado fuera de si mismo, á un mundo de sensaciones que renovaran su sér. Ya no le subía á la cabeza mis que una hu-mareda de calor muy pronto disipada, excitación de un momento que casi le faltaba al punto y le abandonaba, como la ola abandona un cuel1l0.

    Fué preciso aumentar su ración de veneno. Cada (lia bebía un poco más; dobló, triplicó la dosis, l/e-l'ándola hasta esas cantidades en que el ajenjo pa-rece debe aniquilar en el acto . . . . y cada día se hundía más á fondo en aquel/a bl':ltiturl artifi cial,

    donde gustaba la suspensión de todos sus sentidos, el silencio de su corazón. Lo que pedia á aquellos excesos y lo que aquellos excesos le daban, ya no era la sobrexcitación que le encantara al princi-pio; era aquella atonla bienhadada que habia sido su fin y como la confusión de sus primeras embria.-gueces. Y siempre, con mayor dulzUl'a, y más vo-luptuoso aturdimiento, le volvía aquella blanda torpeza que parecía deslizar una á una sus volun-tades; aquel éxtasis mecido por fantasmas de ideas y de imágenes hormigueantes, aquel balanceo, se-mejante al de una hamaca, que hacia rodar deli-ciosamente su pensamiento en el vado.

    Bebiendo de ese modo, ya no comia. El hambre no le indicaba la hora de sus comidas. Su estómago parecia rechazar todo lo que ' no era el líquido que le abrasaba. Sus cama.radas le velan en la sala da gual'dia cortar suculentos trozos de carne, desme-nuzada con el tenedor y dejarla allí. En un princi. pi o, quise ron darle broma con esto; pero Barniel' habia contestado con tal violencia y brutalidad tan viva, que sus compañeros le dejaban hacel' y casi no le hablaban. Sin embargo, no adelgazaba, más bien engordaba; pero con esa grasa hinchada que proporcionan frecuentemente los excesos. Malívoire observó que adquiria la costumbre de tener el pul-gar doblado bajo los dedos, y se horrorizó al vel', entre los síntomas de la borrachera, ese signo de la muerte que había obsen-ado en tantos mori-bundos.

    E. y J. DE GONCOURT.

    BI)CETO.-G. V.

    PIEDAD. (LAHOR).

    A veces brota el llanto de mis ojos c.uando mudo te. amo y te contemplo; tiemblo cerca de ti: caigo de hinojos cual si me hallara en el umbral de un' templo.

    Tan serena y tan pura es tu belleza joh esplendorosa estatua! y es tanfri~!. .. . noches hay que á. tu lado en mi cabeza si~nto el vértigo atroz d~ la agonia.

    ,Cuánto desdeñarás el loco exceso mánnol divino . que ninguno toca! ' el rudo ultraje del profano beso qUe perturbe las lineas de tu boca!

    E, FEltNANDE2; GJ:t,ANADOS,

  • REVISTA MODERNA, 221

    SOLDADO DEL SIGLO XVI, DE PORCELLI.

    ¡BAJO LOS ARBOLES!." ~

    El idilio comenzó como todos los idilios campes-tI'es: á la sombra de los árboles.

    Era un dia en que la niña cantaba golpeando la ropa en el lavadero, á la sombra del viejo sauz, no lejos de la casa, cuando llegaron saltando y gritan-do los muchachos de la escuela, en confusa turba-mUlta, Como una cierva sorprendida se refugió en el ramaje, viendo con ojos a.sombrados la turbulen-ta tropa, que de piedra en piedra saltaba el arroyo, buscando hacia a1'l'iba un lugar aparente para el baño, Cuando cl'eyó que todos habian pasado, S11.-lió de entre el monte, Sobre la piedra más alta, en mitad del do, como un cachorro de león que bus-cara las huellas de sus compañeros, un muchacho de los más grandes de la escuela trataba de orien-tarse buscando por dónde habian tomado los oti'os, Al sentir ruido en la orilla, volvió su :cabeza altiva y su mh'ada atrevida se clavó en la niña, La lava-dora, avergonzada, bajó los ojos, Pl'eguntóle-el mo-zo por dónde habian seguido 10l! otros, ella apenas aee'rtó á extender su mano, señalando con el dedo el punto deseado, Un momento la contempló el mancebo; después, dando un salto de gato montés, ganó la ribera opuesta, y mientras su sombra se perdia en los recodos del monte, la niña como ale-lada miraba 'con sus grandes y tiranos ojos el pun-to 4e la visión desvanecida.

    Después doblo la cabeza y siguió cantando, tril!'

    te, muy triste, mientras á lo lejos se escuchaban los gritos de los muchachos, mezclados á los estrépitos del torrente y los vagos ruidos del campo, traídos por la brisa estival que acariciaba los inmensos tri-gales y jugueteaba en los árboles de la orilla ....

    Cuando pocos dias después, su madre le anunció que iba á llevarla al pueblo donde entrada como sirvienta á casa de las señoras L***, la niña tuvo un estremecimiento de alegria, y sin saber por qué, le pasó por la mente la imagen atrevida del mucha-cho aquel que habia visto allá sobre la piedra del río, entre las reverberaciones del sol, mientras se escuchaba lejos el estrépito del torrente, los vagos ruidos del campo, tl'aidos por la brisa estival que acariciaba los inmensos tl'igales y murmuraba en los árboles de la orilla,

    * '" * El idilio comenzado á la orilla del río, continuó á

    la sombra de los paternos muros. ¿La amaba él? Eso no lo averiguaba ella: le bastaba amarlo, El'a SU amo, su señor, y ella lo habia hecho su ido lo, Amor sencillo y salvaje, Toda su vida concentrada en esa pasión, en esos besos dados A hurtadillas, en