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1 Julio Alonso Ampuero Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico Fundación Gratis Date Pamplona 2004 Año litúrgico Ciclo A Adviento y Navidad Domingo I de Adviento El monte santo Is 2,1-5 En el pórtico del Adviento nos encontra- mos con el texto de Isaías. Es la primera lectura que la Iglesia nos proclama en este Adviento. Más aún, es el primer texto que escuchamos en el nuevo año litúrgico que hoy empezamos. Y ello nos indica el cali- bre de la esperanza con que hemos de vivir esta nueva etapa. La visión no puede ser más grandiosa: pueblos innumerables que con- fluyen hacia la casa de Dios. La Iglesia es el monte santo, la casa del Señor, la ciudad puesta en lo alto de un monte, la lámpara colocada en el cande- lero para que ilumine a todos los que es- tán en este mundo (Mt 5,14-16). De esta nueva Jerusalén sale la Palabra del Señor. Ella da a los hombres lo más grande que tiene y lo mejor que los hombres pueden recibir: da la Palabra de Dios, la voluntad de su Señor. Más aún, da a Cristo mismo, que es la Palabra personal del Padre. Y con Cristo da la paz y la hermandad entre todos los que le aceptan como Señor de sus vi- das. Frente a todo planteamiento individualis- ta, esta visión debe dilatar nuestra mirada. Frente a toda desesperanza porque no ve- mos aún que de hecho esto sea así, Dios quiere infundir en nosotros la certeza de que será realidad porque Él lo promete. Más aún, a ello se compromete. Por eso la se- gunda lectura y el evangelio nos sacuden para que reaccionemos: «Daos cuenta del momento en que vivís». En esta etapa de la historia de la salvación estamos llamados a experimentar las maravillas de Dios, la con- versión de multitudes al Dios vivo. Más aún, se nos llama a ser colaboradores activos y protagonistas de esta historia. Pero ello requiere antes nuestra propia conversión: «Es hora de espabilarse... dejemos las acti- vidades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz, caminemos a la luz del Señor». Domingo II de Adviento El deseado de los pueblos Is 11,1-10 Isaías es el profeta del Adviento. Él nos conduce de la mano hacia el Mesías que esperamos. Hoy nos lo presenta como Ungido por el Espíritu. «Sobre Él reposa- rá el Espíritu del Señor». El mismo nom- bre de Mesías o Cristo significa precisa- mente ungido, aquel que está totalmente impregnado del Espíritu de Dios y lo de- rrama en los demás. El Cristo que espe- ramos en este Adviento viene a inundar- nos con su Espíritu, a bautizar «con Es- píritu Santo y fuego» (evangelio). Ser cris- Ciclo A – Adviento-Navidad-Epifanía

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Julio Alonso AmpueroMeditaciones bíblicassobre el Año litúrgicoFundación Gratis DatePamplona 2004

Año litúrgicoCiclo A

Adviento y Navidad

Domingo I de Adviento

El monte santoIs 2,1-5

En el pórtico del Adviento nos encontra-mos con el texto de Isaías. Es la primeralectura que la Iglesia nos proclama en esteAdviento. Más aún, es el primer texto queescuchamos en el nuevo año litúrgico quehoy empezamos. Y ello nos indica el cali-bre de la esperanza con que hemos de viviresta nueva etapa. La visión no puede ser másgrandiosa: pueblos innumerables que con-fluyen hacia la casa de Dios.

La Iglesia es el monte santo, la casa delSeñor, la ciudad puesta en lo alto de unmonte, la lámpara colocada en el cande-lero para que ilumine a todos los que es-tán en este mundo (Mt 5,14-16). De estanueva Jerusalén sale la Palabra del Señor.Ella da a los hombres lo más grande que

tiene y lo mejor que los hombres puedenrecibir: da la Palabra de Dios, la voluntadde su Señor. Más aún, da a Cristo mismo,que es la Palabra personal del Padre. Y conCristo da la paz y la hermandad entre todoslos que le aceptan como Señor de sus vi-das.

Frente a todo planteamiento individualis-ta, esta visión debe dilatar nuestra mirada.Frente a toda desesperanza porque no ve-mos aún que de hecho esto sea así, Diosquiere infundir en nosotros la certeza deque será realidad porque Él lo promete. Másaún, a ello se compromete. Por eso la se-gunda lectura y el evangelio nos sacudenpara que reaccionemos: «Daos cuenta delmomento en que vivís». En esta etapa de lahistoria de la salvación estamos llamados aexperimentar las maravillas de Dios, la con-versión de multitudes al Dios vivo. Más aún,se nos llama a ser colaboradores activos yprotagonistas de esta historia. Pero ellorequiere antes nuestra propia conversión:«Es hora de espabilarse... dejemos las acti-vidades de las tinieblas y pertrechémonoscon las armas de la luz, caminemos a la luzdel Señor».

Domingo II de Adviento

El deseado de los pueblosIs 11,1-10

Isaías es el profeta del Adviento. Él nosconduce de la mano hacia el Mesías queesperamos. Hoy nos lo presenta comoUngido por el Espíritu. «Sobre Él reposa-rá el Espíritu del Señor». El mismo nom-bre de Mesías o Cristo significa precisa-mente ungido, aquel que está totalmenteimpregnado del Espíritu de Dios y lo de-rrama en los demás. El Cristo que espe-ramos en este Adviento viene a inundar-nos con su Espíritu, a bautizar «con Es-píritu Santo y fuego» (evangelio). Ser cris-

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2 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

tiano es estar empapado del Espíritu deCristo. No se puede ser verdaderamentecristiano sin estar lleno del Espíritu San-to.

Este Cristo a quien esperamos se nos pre-senta también como «estandarte de los pue-blos», como aquel «a quien busca el mun-do entero». Cristo es «el Deseado de to-dos los pueblos». Aún sin saberlo, todos lebuscan, todos le necesitan, pues todos he-mos sido creados para Él y solo en Él seencuentra la salvación (He 4,12). Esta es laesperanza del Adviento: que todo hombreencuentre a Cristo. Clamamos «Ven, SeñorJesús» para que Él se manifieste a todohombre. Nuestra misión es levantar bienalto este estandarte, esta en-seña: presen-tar a Cristo a los hombres con nuestras pa-labras y con nuestras obras.

El profeta nos dibuja también como ob-jeto de nuestra esperanza un auténtico pa-raíso, donde reine la paz y la armonía en-tre todos los vivientes. Los frutos de lavenida de Cristo –si realmente le recibi-mos– superan enormemente nuestras ex-pectativas en todos los órdenes. Pero elprofeta nos recuerda que esta paz tan de-seada será sólo una consecuencia de otrohecho: que la tierra esté llena del conoci-miento y del amor del Señor «como lasaguas colman el mar».

Domingo III de Adviento

El desierto floreceráIs 35, 1-6a. 10

«El desierto florecerá». He aquí la in-tensidad de la esperanza que la Iglesiaquiere infundir en nosotros mediante laspalabras del profeta. Nosotros solemosesperar aquello que nos parece al alcancede nuestra mano. Sin embargo, la verda-dera esperanza es la que espera aquelloque humanamente es imposible. Debemos

esperar milagros: que el desierto de loshombres sin Dios florezca en una vidanueva, que el desierto de nuestra socie-dad secularizada y materialista reverdez-ca con la presencia del Salvador.

Estos son los signos que Dios quieredarnos y que debemos esperar: que seabran a la fe los ojos de los que por notenerla son ciegos, que se abran a escu-char la palabra de Dios los oídos endure-cidos, que corra por la senda de la salva-ción el que estaba paralizado por sus pe-cados, que prorrumpa en cantos de ala-banza a Dios la lengua que blasfemaba...Si esperamos estos signos, ciertamentese producirán, y todo el mundo los verá,y a través de ellos se manifestará la gloriadel Señor, y los hombres creerán en Cris-to, y no tendrán que preguntar más: «¿Erestú el que ha de venir o tenemos que espe-rar a otro?» (evangelio).

El que tiene esta esperanza se sientefuerte y sus rodillas dejan de temblar. Peroel secreto para tenerla es mirar al Señor.La palabra de Dios quiere clavar nuestramirada en el Señor que viene y dejarla fijaen su potencia salvadora: «¡Animo! Notemáis. Mirad a vuestro Dios que viene...Él vendrá y os salvará». Dejar la miradafija en las dificultades arruina la esperan-za; fijarla en el Señor y desde Él ver lasdificultades acrecienta la esperanza.

Domingo IV de Adviento

La señal de Dios.Con ella cambió la historia

Is 7,10-14«El Señor por su cuenta os dará una

señal». En la inminencia ya de la Navi-dad, la Iglesia quiere centrar más y másnuestra mirada y nuestro deseo en Cristoque viene. Con las palabras del profetanos recuerda que Cristo es el signo que

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Dios nos ha dado. Esperamos signos de queel mundo cambia, de que las cosas mejo-ran. Pero Dios nos da un único signo: Cris-to Salvador. Él es la respuesta a todos losinterrogantes, la solución a todos los pro-blemas. Cristo nos basta. Sólo hace faltaque le acojamos sin condiciones. Si cree-mos firmemente en Él y le dejamos entraren nuestra vida, Él hará lo demás, «Él sal-vará a su pueblo de los pecados» (evange-lio).

«La Virgen está encinta y da a luz a unhijo». María está en el centro de la liturgiade este domingo. Cristo nos es dado através de ella. Gracias a ella tenemos alEmmanuel, al «Dios-con-nosotros».

Para darlo al mundo, primero lo ha re-cibido. La vida de la Virgen no es llamati-va en actividades exteriores. Al contrario,su vida fue totalmente sencilla. Y, sin em-bargo, ella está en el centro de la historia.Con ella la historia ha cambiado de rum-bo. Al recibir a Cristo y darlo al mundo,todo ha cambiado.

Nuestra vida está llamada a ser tan sen-cilla y a la vez tan grande como la de Ma-ría. No hemos de discurrir grandes pla-nes complicados. Basta que recibamos deltodo a Cristo y nos entreguemos plena-mente a Él. Entonces podremos dar a luza Cristo para los demás y el mundo ten-drá salvación.

Natividad del Señor

Hemos visto su gloriaMt 1,1-25; Lc 2,1-14.15-20; Jn 1,1-18

Grande es la riqueza de la liturgia deNavidad, con cuatro misas diferentes. Heaquí una pincelada de cada uno de loscuatro evangelios.

«Jacob engendró a José, el esposo deMaría». La misa vespertina de la vigiliarecoge la larga genealogía de Jesús. El Hijo

de Dios ha asumido la historia de Israel y,en ella, la historia entera de la humanidad.En ella hay de todo, desde hombres pia-dosos hasta grandes pecadores. Así, Cris-to ha redimido esta historia desde dentro,haciéndola suya.

«La gran alegría». La misa de mediano-che está marcada por ese estallido de jú-bilo: ha nacido el Salvador. Un año más laIglesia acoge con gozo esa «buena noti-cia» de labios de los ángeles, se deja sor-prender y entusiasmar por ella y, de esemodo, se capacita para ser ella mismamensajera de esa gran alegría para todoslos hombres.

«Fueron corriendo». La misa de la au-rora está marcada por las prisas de lospastores para ver lo que el ángel anunció.Es la reacción ante la maravillosa noticia:nadie puede quedar indiferente. Menos aúndespués de ver a Jesús: «Se volvierondando gloria y alabanza a Dios».

«Hemos contemplado su gloria». Trasla reacción inicial, la actitud contemplativadel evangelista Juan. Se trata de acoger laluz que irradia de la carne del Verbo. Y deacoger toda la abundancia de vida que deÉl brota: «de su plenitud todos hemos re-cibido», «da poder para ser hijos deDios»...

La Sagrada Familia(domingo después de Navidad)

Iglesia domésticaCol 3,12-21

El Concilio Vaticano II presenta a la fa-milia cristiana como «Iglesia doméstica»(LG 11; GS 48; AA 11). La comunidadfamiliar formada por los padres y los hi-jos es una comunidad eclesial. Es unacomunidad de bautizados que viven congozo su condición de hijos de Dios y sucondición de miembros de la Iglesia, uni-

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dos en la misma fe y en el mismo Espíritu(Ef 4,4-6). La segunda lectura de hoy nospresenta algunos rasgos que definen estaiglesia doméstica:

«Cantad a Dios, dadle gracias de cora-zón, con salmos, himnos y cánticos ins-pirados». La familia es el lugar natural don-de se ora, donde se alaba a Dios. Con lamisma naturalidad con que se enseña al niñoa leer o se le da de comer, se le debe ense-ñar a orar orando con él. La familia es unacomunidad orante. Es necesario recuperarla alegría de la oración en familia, dejandode lado timideces y falsos pudores.

«Enseñaos unos a otros con toda sabidu-ría, exhortaos mutuamente». Cada uno debeayudar al otro con el testimonio, pero tam-bién con la palabra. Cada uno ha recibido eldon de la palabra para ponerlo al serviciode los demás; una palabra que ilumina, quealienta, que estimula, que consuela, quecorrige, que abre los ojos, que da vida...

«El Señor os ha perdonado, haced voso-tros lo mismo». La convivencia de cada díarequiere mucha paciencia, mucha capaci-dad de perdón, mucha capacidad de ceder...Cristo nos ofrece no sólo el modelo, sinola fuerza para perdonar una y otra vez. Apo-yados en el perdón que de Él hemos recibi-do, también nosotros somos capaces deperdonar siempre.

Domingo II después de Navidad

El mayor regaloJn 1,1-18

«Se hizo carne». Estos días son para de-jarnos saturar por el realismo de este acon-tecimiento. El Hijo de Dios, eterno, infi-nito, se hizo hombre de verdad. «Se hizocarne» significa «se hizo hombre», peroresaltando la dimensión corporal y, sobretodo, las limitaciones propias de todo serhumano. De hecho, los evangelios se en-

cargarán de indicarnos que Jesús se cansa,siente hambre, es vencido por el sueño...¡Hombre verdadero! En todo igual a noso-tros menos en el pecado y sus consecuen-cias (Hb 2,15). Y sin dejar de ser Dios,omnipotente, infinito... No podríamos pen-sar un Dios más cercano. ¿Cómo sentir-nos solos, incomprendidos o abandonados?

«A cuantos le recibieron les da poder parser hijos de Dios». Cristo viene para reali-zar este «maravilloso intercambio». Así esel amor de Cristo: se abaja Él para levan-tarnos a nosotros. Este es el gran regalo deCristo en su nacimiento, que no sólo nosllamamos hijos de Dios, sino que realmentelo somos (1 Jn 3,1). ¿Cabía regalo mayor?No sólo se hace hombre para ser nuestrocompañero de camino, sino que nos elevaa su misma dignidad, nos infunde su mis-ma vida. ¡Somos partícipes de la naturale-za divina! (2 Pe 1,4).

«De su plenitud todos hemos recibido».Si contemplamos la grandeza de Cristo,entenderemos que en Él lo tenemos todo.Él mismo nos dice: «El que tenga sed,que venga a mí y beba» (Jn 7,37). Esinútil, absurdo y nocivo pretender saciarnuestra sed en otras personas, cosas omedios que antes o después se revelancisternas agrietadas que no pueden sa-ciar (Jer 2,13). «Señor, ¿a quién vamos aacudir? Sólo tú tienes palabras de vidaeterna» (Jn 6,68).

Epifanía del Señor

Rendirse ante DiosMt 2,1-12

El primer detalle que el evangelio de hoysugiere es el enorme atractivo de Jesu-cristo. Apenas ha nacido y unos magosde países lejanos vienen a adorarlo. Yadesde el principio, sin haber hecho nada,Jesús comienza a brillar y a atraer. Es lo

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que después ocurrirá en su vida pública con-tinuamente: «¿Quién es este?» (Mc 4,41).«Nunca hemos visto cosa igual» (Mc 2,12).¿Me siento yo atraído por Cristo? ¿Me fas-cina su grandeza y su poder? ¿Me deslum-bra la hermosura de aquel que es «el másbello de los hombres» (Sal 45,3)?

Además, toda la escena gira en torno a laadoración. Los Magos se rinden ante Cris-to y le adoran, reconociéndole como Rey–el oro– y como Dios –el incienso– ypreanunciando el misterio de su muerte yresurrección –la mirra–. La adoración bro-ta espontánea precisamente al reconocer lagrandeza de Cristo y su soberanía, sobretodo, al descubrir su misterio insondable.En medio de un mundo que no sólo no ado-ra a Cristo, sino que es indiferente ante Ély le rechaza, los cristianos estamos llama-dos más que nunca a vivir este sentido deadoración, de reverencia y admiración, estaactitud profundamente religiosa de quien serinde ante el misterio de Dios.

Y, finalmente, aparece el símbolo de laluz. La estrella que conduce a los Magoshasta Cristo expresa de una manera grá-fica lo que ha de ser la vida de todo cris-tiano: una luz que brillando en medio delas tinieblas de nuestro mundo ilumine «alos que viven en tinieblas y en sombra demuerte» (Lc 1,79), les conduzca a Cristopara que experimenten su atractivo y leadoren, y les muestre «una razón para vi-vir» (Fil 2,15-16).

Bautismo del Señor(domingo después de Epifanía)

Ceder a CristoMt 3,13-17

«Juan trataba de impedírselo». Con todasu buena voluntad, Juan intenta evitar queel Hijo de Dios pase a los ojos de los hom-bres como un pecador. Él tenía su lógica,

pero según unos criterios que no coinci-dían con los de Dios. Si hubiera logradoimpedírselo, nos habríamos quedado sinesta grandiosa revelación que el evange-lio de hoy nos ofrece, no se habrían abiertolos cielos y en definitiva habría impedidoa Jesús manifestarse como Hijo del Padrey Ungido por el Espíritu Santo.

Del mismo modo, también nosotros¡cuántas veces entorpecemos los planesde Dios porque no se ajustan a nuestrasideas! Olvidamos que los pensamientosde Dios no coinciden con los nuestros yque sus planes superan infinitamente losnuestros (Is 55, 8-9). Deberíamos al me-nos tener la humildad de Juan para cedera los deseos de Cristo aunque no los en-tendamos, pues ellos le llevan a manifes-tar su gloria, mientras los nuestros la os-curecen. Deberíamos hacer caso a la pa-labra de Dios: «Confía en el Señor contoda el alma y no te fíes de tu propia inte-ligencia» (Prov 3,5).

«Conviene que cumplamos todo lo queDios quiere». Son las primeras palabrasde Jesús que el evangelio de san Mateonos refiere. Ellas constituyen una consig-na, un programa de vida para el Hijo deDios. Toda su vida va a estar marcadapor esta decisión de «cumplir», de llevarhasta el final lo que es justo a los ojos deDios, lo que es voluntad del Padre. Asícomienza su vida pública junto al Jordány así terminará en Getsemaní.

También para nosotros, nuestra reali-dad de hijos de Dios debe manifestarseen esta adhesión incondicional a la volun-tad de Dios. No como una carga que unoarrastra pesadamente, con resignación,sino como la expresión infinitamente amo-rosa de lo que Dios quiera para nuestrobien, que se abraza con gozo y se vivecon entrega y fidelidad.

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Cuaresma

Domingo I de Cuaresma

Conversión posible y necesariaRom 5,12-19

«Todos pecaron». Al inicio mismo de laCuaresma la Iglesia pone ante nuestrosojos este hecho triste y desgraciado. Lahistoria de Adán y Eva es nuestra propiahistoria: la historia de un fracaso y de unafrustración como consecuencia del peca-do. Por el pecado entró en el mundo lamuerte. En el fondo, todos los males pro-vienen del pecado, del querer ser comodioses, del deseo de construir un mundosin Dios, al margen de Dios.

Por eso la conversión es necesaria. Es-tamos tocados por el pecado, mancha-dos, contaminados... No podemos seguirviviendo como hasta ahora. Se hace ne-cesario un cambio radical de mente, decorazón y de obras. La conversión es ne-cesaria. O convertirse o morir. Y eso nosólo cada uno como individuo; tambiénnuestras comunidades, nuestras parro-quias, nuestras instituciones, la diócesis,la Iglesia entera... que han de ser conti-nuamente reformadas para adaptarse alplan de Dios, para ser fieles al evangelio.«Si no os convertís, todos pereceréis dela misma manera». (Lc 13,5).

La conversión es necesaria. Esta es labuena noticia que nos da la Iglesia, quequiere sacarnos de nuestros pecados, dela mentira, de la muerte. Pero además nosanuncia que donde Adán fracasó Cristoha vencido (evangelio). También Él hasido tentado, pero el pecado no ha podidocon Él: Satanás y el pecado han sido de-rrotados. Más aún, la victoria de Cristo

es también la nuestra (segunda lectura). Laconversión es posible. El pecado ya no esirremediable. No podemos seguir excusán-donos diciendo que somos débiles y peca-dores. La gracia de Cristo es más fuerteque el pecado. El pecado ya no debe domi-nar en nosotros. Entramos en la Cuaresmapara luchar y para vencer; y no sólo nues-tro pecado, sino también el de los demás;pero no con nuestras solas fuerzas, sinocon la fuerza y las armas de Cristo.

Domingo II de Cuaresma

Sal de tu tierraGén 12,1-4a; 2Tim 1,8b-10; Mt 17,1-9

La llamada a la conversión que la Iglesianos ha dirigido en el primer domingo, aho-ra se precisa más. La conversión sólo esposible mirando a Cristo, dejándonos cau-tivar por su infinito atractivo: «Señor, ¡quéhermoso es estar aquí!». Contemplando aCristo también nosotros vamos siendotransfigurados; recibiendo su luz vamossiendo transformados en una imagen cadavez más perfecta del Señor (2 Cor 3,18).

«Nos salvó y nos llamó a una vida santa»(segunda lectura). La conversión no es po-ner algún parche o remiendo a los defec-tos más gruesos. Cristo quiere hacernossantos. Y la conversión está en función deesta vida santa a la que nos llama. Él no seconforma con menos. La conversión escontinua, hasta que quede perfectamenterestaurada en nosotros la imagen de Dios,hasta que Cristo sea plenamente formadoen nosotros (Gal 4,19). Dejar de lado laconversión es olvidar que hemos sido lla-mados a una vida santa y es despreciar aCristo que nos llama a ella.

«Sal de la tierra» (primera lectura). Tam-bién a nosotros se nos dirige esta llamada,como a Abraham. Conversión significa sa-lir de nosotros mismos, romper con nues-tra instalación y nuestras seguridades, de-

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jar nuestros egoísmos y comodidades...Llamada a la santidad significa ponernos encamino hacia la tierra que el Señor nosmostrará, con entera disponibilidad a suvoluntad, a los planes que nos irá manifes-tando, para que nos lleve a donde Él quiera,cuando y como Él quiera.

«Sal de tu tierra» significa también «to-ma parte en los duros trabajos del evan-gelio según las fuerzas que Dios te dé»(segunda lectura), es decir, colabora contodas tus energías para que muchos otrosreciban la buena noticia de que puedenconvertirse y ser santos. He ahí el pro-fundo sentido apostólico, evangelizador ymisionero de la Cuaresma. El Señor nosofrece, como a Abraham: «De ti haré ungran pueblo». El Señor desea que demosfruto abundante (Jn 15,16). Pero una vidamediocre es una vida estéril. De nuestraconversión y santidad depende que nues-tra vida sea fecunda.

Domingo III de CuaresmaDiálogo de salvación

Jn 4,5-42

«Dame de beber». Con sorpresa de losdiscípulos y de ella misma, Cristo iniciael diálogo con la samaritana. Él toma lainiciativa. No tiene inconveniente en men-digar de ella un poco de agua para entraren diálogo. Cristo desea ardientemente es-tablecer este diálogo con cada uno de no-sotros. El pecado rompe este diálogo. Elpecado no consiste ante todo en hacer elmal, sino en romper este diálogo, dejarque se enfríe esta amistad. Por eso, elprimer fruto de la Cuaresma debe ser undiálogo renovado con Cristo, una oraciónmás viva, más consciente y personal, másabundante; un diálogo que impregne todanuestra vida.

«Si conocieras el don de Dios...» Es ad-

mirable como Jesús va conduciendo el diá-logo con esta mujer pecadora, suscitandoen ella el atractivo por lo bello, por lo gran-de, por lo eterno. El que ha empezado pi-diendo se revela en seguida como el queofrece y es capaz de dar lo infinito, lo divi-no. Poco a poco se va dando a conocer aella, para que al final termine aceptándolecomo «el Salvador del mundo». El diálogocon Cristo –también para nosotros– es siem-pre un diálogo de salvación, un diálogo quenos dignifica y nos hace descubrir el senti-do de nuestra vida, los horizontes sin fin deuna vocación eterna.

«En aquel pueblo, muchos creyeron enÉl por el testimonio que había dado lamujer». El que nota que Cristo ha entradoen su vida y experimenta el gozo de susalvación, él mismo hace que continúepara otros este diálogo de salvación. Eslo que hace la samaritana: «Venid a ver...me ha dicho todo lo que he hecho...» Sutestimonio suscita en otros el atractivo porCristo y hace que entren en la órbita deCristo. De esa manera acaban tambiénellos experimentando la salvación: «Ya nocreemos por lo que tú dices, pues noso-tros mismos hemos oído y sabemos...»¿Será tan difícil que cada uno de noso-tros dé testimonio de lo que Cristo ha he-cho en su vida?

Domingo IV de Cuaresma

Era ciego y ahora veoJn 9,1-41

En nuestro camino cuaresmal la pala-bra de Dios nos hace entender hoy queese ciego del evangelio somos cada unode nosotros. Ciegos de nacimiento. E in-capaces de curarnos nuestra propia ce-guera. Hemos entrado en la Cuaresma paraser iluminados por Cristo, para que Él sanenuestra ceguera. ¡Qué poquito conoce-

Ciclo A – Cuaresma-Semana Santa

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8 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

mos a Dios! ¡Qué poco entendemos susplanes! De Dios es más lo que no sabe-mos que lo que sabemos. Somos incapa-ces de reconocer a Cristo, que se acercaa nosotros bajo tantos disfraces. Nuestrafe es demasiado corta. Pero Cristo quiereiluminarnos. El mejor fruto de Cuaresmaes que salgamos de ella con una fe acre-centada, más lúcida, más potente, más ensintonía con el misterio de Dios y con susplanes, más capaz de discernir la volun-tad de Dios. Dios quiere «arrancarnos deldominio de las tinieblas» (Col 1,13) paraque vivamos en la luz de Cristo, ilumina-dos por su presencia.

Para ello, la primera condición es reco-nocer que somos ciegos y dejar entrarplenamente en nuestra vida a Cristo, quees «la luz del mundo». El hombre ciegoreconoce su ceguera y además de la vistafísica recibe la fe. Los fariseos, en cam-bio, se creen lúcidos «nosotros sabemos»y rechazan a Jesús, se cierran a la luz dela fe y quedan ciegos. La soberbia es elmayor obstáculo para acoger a Cristo yser iluminados. Por eso insiste la Escritu-ra: «Hijo mío, no te fíes de tu propia inte-ligencia... no te tengas por sabio» (Prov3, 5-7).

Esta sanación es un testimonio potentedel paso de Cristo por la vida de este cie-go. Él no sabe dar explicaciones de quiénes Jesús cuando le preguntan los fariseos.Simplemente confiesa: «sólo sé que eraciego y ahora veo». Pero con ello estáproclamando que Cristo es la luz del mun-do. No se trata de ideas, sino de un acon-tecimiento: estaba muerto y he vuelto a lavida, era esclavo del pecado y he sido li-berado. Esto ha de ser nuestra Cuaresmay nuestra Pascua: el acontecimiento deCristo que pasa por nuestra vida sanan-do, iluminando, resucitando, comunicandovida nueva.

Domingo V de Cuaresma

Ver la gloria de DiosJn 11,1-45

«Señor, si hubieras estado aquí, no ha-bría muerto mi hermano». Idénticas pa-labras repiten las dos hermanas, cada unapor su cuenta. Palabras que son expre-sión de fe en Jesús, pero una fe muy li-mitada, muy condicionada, muy a la me-dida humana. Creen que Jesús puede cu-rar un enfermo, pero no creen que puederesucitar un muerto. ¿No es así tambiénnuestra fe? Creemos «hasta cierto pun-to». Y esta poca fe se manifiesta en ex-presiones de este tipo: «si las circunstan-cias fueran favorables», «si el ambientefuera mejor», «si hubiese aprovechadoaquella oportunidad». Ponemos condicio-nes al poder del Señor. Y sin embargo supoder es incondicionado. «Para Dios nadahay imposible» (Lc 1,37).

«Si crees verás la gloria de Dios».Frente a esta fe tan recortada, el evange-lio de hoy nos impulsa a una fe «a la me-dida de Dios». Él quiere manifestar sugrandeza divina, su poder infinito, su glo-ria. Deliberadamente, Jesús tarda en acu-dir a la llamada de Marta y Maria. Permi-te que Lázaro muera para resucitarle ymanifestar de manera más potente su glo-ria: «Esta enfermedad... servirá para lagloria de Dios, para que el Hijo de Diossea glorificado por ella». No hay situa-ción que no tenga remedio. Más aún,cuanto más difícil, más facilita que Cris-to «se luzca».

«Yo soy la resurrección y la vida». Nosólo «da» la resurrección, sino que Élmismo es la resurrección. Incluso si per-mite el mal es para que más se manifiestelo que Él es y lo que es capaz de realizar:«Lázaro ha muerto, y me alegro por voso-tros... para que creáis». Esta cuaresma tie-

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ne que significar para nosotros y para mu-cha gente una auténtica resurrección a unavida nueva. Cristo es la resurrección, y lotípico de su acción es hacer surgir la vidadonde sólo había muerte. Cristo puede yquiere resucitar al que está muerto por elpecado o por la carencia de fe. Lo suyo eshacer cosas grandes, maravillas divinas. Ynosotros no podemos conformarnos conmenos. No tenemos derecho a dar a nadiepor perdido.

Domingo de Ramos

La Pasión «por dentro»Mt 27,11-54

Al entrar en la Semana Santa la Iglesianos proclama la Pasión de Jesucristo.Pero al escucharla o al leerla por nuestracuenta hemos de evitar un peligro. Tene-mos el riesgo de asistir a ella como es-pectadores que contemplan unos hechossólo desde fuera. Porque lo que el Espíri-tu Santo pretende es hacernos conocercómo Cristo ha vivido la Pasión «por den-tro». Se trata de dejarnos iluminar esa in-terioridad de Cristo. Lo que nos salva noson los simples sufrimientos de Cristo,sino el amor con que los ha vivido, unamor que le ha llevado a dar la vida libre-mente por nosotros.

De hecho, en la oración colecta del do-mingo pasado pedíamos a Dios Padre que«vivamos siempre de aquel mismo amorque llevó al Hijo a entregarse a la muertepor la salvación del mundo». La liturgiano es una representación teatral. Nos in-troduce en el misterio. Y al introducirnosen él no sólo nos hace capaces de con-templarlo en toda su riqueza, sino que elcontacto con el misterio de Cristo nostransforma, pues Cristo mismo nos conta-gia su vida, sus actitudes y sentimientos. Nopodemos entrar en la Semana Santa ni

vivirla con provecho si no estamos dispues-tos a subir con Cristo a la cruz.

El relato de la Pasión según san Mateosubraya además cómo en ella se cumplenlas Escrituras. Todo estaba predicho. Na-da ocurre por casualidad. El plan del Pa-dre se cumple. Y Cristo vive la Pasión enperfecta obediencia a la voluntad del Pa-dre, «para mostrar al género humano elejemplo de una vida sumisa a su volun-tad» (oración colecta). Cristo puede de-cir con las palabras del profeta: «El señorDios me ha abierto el oído y yo no me herebelado ni me he echado atrás» (primeralectura). Adán desobedeció la voluntad deDios y nos trajo la ruina; Cristo obedece«hasta la muerte y muerte de cruz» y nossalva (segunda lectura). En su obedienciaal Padre y en su amor a los hombres estánuestra salvación. Y esta salvación segui-rá haciéndose presente hoy si nosotrosprolongamos la entrega de Cristo, su obe-diencia al Padre y su amor a los hombres.

Jueves SantoHasta el extremo

Ex 12,1-14; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15«Los amó hasta el extremo». Estas pa-

labras son la clave para entender el triduopascual, la pasión y muerte de Jesús, laeucaristía... Todo ello es expresión y rea-lización de ese amor hasta el extremo quelo ha dado todo sin reservarse nada, quese ha hecho esclavo por nosotros. Es eseamor el que está presente en cada misa yen cada sagrario: ¿cómo es posible la ru-tina o el aburrimiento?, ¿cómo permane-cer indiferente ante ese amor que sobre-pasa toda medida?

«Es la Pascua, el Paso del Señor». Encada misa es Cristo mismo quien pasa jun-to a nosotros, quien desea entrar –si le de-jamos– para quedarse con nosotros. Pasa

Ciclo A – Cuaresma-Semana Santa

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10 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Cristo para hacernos pasar con Él de estemundo al Padre. Si la vivo bien, cada misame introduce más en Dios, en su seno y ensu corazón. La misa me introduce en el cie-lo, aunque siga viviendo aún sobre la tierra.

«Haced esto en memoria». Estas palabrasson el encargo de perpetuar la eucaristía enel tiempo y el espacio. Pero no sólo. In-cluyen el mandato de vivir la misa, de ha-cer presente en nuestra vida todo lo que ellaes y significa: «Os he dado ejemplo paraque lo que yo he hecho con vosotros, vo-sotros también lo hagáis». La misa nos haceesclavos de nuestros hermanos y nos im-pulsa a amarlos hasta el extremo. «Él dio lavida por nosotros: también nosotros debe-mos dar la vida por los hermanos» (1Jn3,16).

Viernes Santo

Mirar al CrucificadoJn 18-19

«Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos».Todo el relato de la pasión según san Juan–especialmente el prendimiento y el diá-logo con Pilatos– manifiesta la soberaníay majestad de este Jesús que había dicho:«Nadie me quita la vida, yo la doy volunta-riamente» (Jn 10,18). Verdaderamente Je-sús reina desde la cruz. Ahora se cumple loque Él mismo había anunciado: «Yo cuan-do sea levantado de la tierra atraeré a todoshacia mí» (Jn 12,32). La multitud inmensade los redimidos es fruto de esta eficazatracción del Crucificado.

«Está cumplido». Jesús ha llevado a caboperfectamente la obra que el Padre le en-comendó (Jn 17,4). Ha realizado el plan delpadre, ha cumplido las Escrituras, nada haquedado a medias. La redención es un he-cho consumado y sólo falta que cada hom-bre acepte dejarse bañar por su sangre yacuda a beber el agua que brota de su costa-

do abierto. En Cristo estamos salvados.«Mirarán al que atravesaron». Si los que

miraban la serpiente de bronce en el de-sierto quedaban curados (Nm 21,4-9),¡cuánto más los que miran con fe al Hijode Dios crucificado! (Jn 3,14-15). SanJuan nos invita a esa mirada contemplativallena de fe. Esta mirada de fe permite quese desencadene sobre nosotros el infinitoamor salvador que se encuentra encerra-do en el corazón del Redentor traspasadopor nuestros pecados.

Vigilia Pascual

Ha resucitadoRm 6,3-11; Sal 117; Mt 28,1-10; Mc 16,1-8;

Lc 24,1-12«HA RESUCITADO». Así, con mayús-

culas, aparece en el Leccionario. Estapalabra es común a los tres sinópticos yaparece por tanto en los tres ciclos. Es lanoticia. La Iglesia vive de ella. Millonesde cristianos a lo largo de veinte sigloshan vivido de ella. Es la noticia que hacambiado la historia: el Crucificado vive,ha vencido la muerte y el mal. Es el gritoque inunda esta noche santa como unaluz potente que rasga las tinieblas. ¿Enqué medida vivo yo de este anuncio? ¿Enqué medida soy portavoz de esta noticiapara los que aún no la conocen?

«Consideraos muertos al pecado y vi-vos para Dios». La resurrección de Cris-to es también la nuestra. Él no sólo hadestruido la muerte, sino también el pe-cado, que es la verdadera muerte y causade ella. La resurrección de Cristo es capazde levantarnos para hacernos llevar una vidade resucitados. Ya no somos esclavos delpecado. Podemos vivir desde ahora en lapertenencia a Dios, como Cristo. Podemoscaminar en novedad de vida.

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«La piedra que desecharon los arquitec-tos es ahora la piedra angular». Las lectu-ras del A.T. son una síntesis de la historiade la salvación, que culmina en Cristo. ElResucitado es la clave de todo. Todo se ilu-mina desde Él. Sin Él, todo permanece con-fuso y sin sentido. ¿Le permito yo que ilu-mine mi vida? ¿Soy capaz de acoger la pre-sencia del Resucitado para entender todami vida como historia de salvación?

Domingo de Resurrección

¡Ha resucitado!Jn 20,1-9

«¡Ha resucitado!»: Es la noticia que hoynos es gritada, proclamada. Esta es lanoticia. Es la certeza que se nos da a co-nocer. La gran certeza, la que sostiene todanuestra vida, la que le da sentido y valor.¡Ha resucitado! No podemos seguir vi-viendo como si Cristo no hubiese resuci-tado, como si no estuviese vivo. No po-demos seguir viviendo como si no le hu-biera sido sometido todo. No podemosseguir viviendo como si Cristo no fuerael Señor, mi Señor. No podemos seguirviviendo «como si». Sólo cabe buscar conansia al Resucitado, como María Magda-lena o los apóstoles; o mejor, dejarse bus-car y encontrar por Él.

«¡Ha resucitado!». También nosotrospodemos ver, oír, tocar al Resucitado (1 Jn1,1). No, no es un fantasma (cfr Lc 24,37-43). Es real, muy real. Cristo vive,quiere entrar en tu vida. Quiere transfor-marla. No, nuestra fe no se basa en sim-ples palabras o doctrinas, por hermosas quesean. Se basa en un hecho, un acontecimien-to. Sí, verdaderamente ha resucitado el Se-ñor. Para ti, para mí, para cada uno de todoslos hombres. Hoy puede ser decisivo parati. Él quiere irrumpir en tu vida con su pre-sencia iluminadora y omnipotente. Es a Él,

el mismo que salió del sepulcro, a quienencuentras en la Eucaristía.

«¡Ha resucitado!». La noticia que hemosrecibido hemos de gritarla a otros. Si deverdad hemos tocado a Cristo, tampoconosotros podemos callar «lo que hemosvisto y oído» (He 4,20). No somos sóloreceptores. Cristo resucitado nos consti-tuye en heraldos, pregoneros de esta noti-cia. Una noticia que es para todos. Una no-ticia que afecta a todos. Una noticia quepuede cambiar cualquier vida: «Cristo haresucitado, está vivo, para ti, te busca, túeres importante para Él, ha muerto por ti,ha destruido la muerte, te infunde su vidadivina, te abre las puertas del paraíso, tusproblemas tienen solución, tu vida tienesentido».

Tiempo Pascual

Domingo II de Pascua

Continúa actuandoHch 2,42-47; Sal 117; 1Pe 1,3-9

«Vivían todos unidos». En medio de laalegría pascual la liturgia proyecta nues-tra mirada a la primera comunidad cris-tiana. «Todo el mundo estaba impresio-nado...» «Tenían todo en común». «Díatras día el Señor iba agregando al grupolos que se iban salvando». La Iglesia esfruto de la Pascua. La comunidad cristia-na es posible porque Cristo ha resucita-do. Toda esa belleza tan atrayente brota dela victoria de Cristo sobre el pecado. LaIglesia no es nada sin la presencia y la fuer-za del Resucitado. Pero este tampoco sehace visible sin hombres y mujeres que sedejen transformar por su poder.

«Este es el día en que actuó el Señor».No sólo actuó en el pasado. Este es el día

Ciclo A – Tiempo Pascual

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12 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

en que el Señor continúa actuando. Esta-mos en el día de la resurrección, en eltiempo en que Cristo, a quien «ha sidodado todo poder», desea seguir mostran-do sus maravillas. El tiempo de Pascua esel tiempo por excelencia de las obras gran-des del Resucitado. Si lo creemos y lodeseamos, si nos ponemos a acogerlo,seguiremos experimentando que «es elSeñor quien lo ha hecho, ha sido un mila-gro patente».

«Nos ha hecho nacer de nuevo». Por laresurrección de Cristo somos ya criatu-ras nuevas. La vida del Resucitado nosinunda ya ahora. Hemos nacido de nue-vo. Y, sin embargo, lo mejor está por lle-gar. Hay «una herencia incorruptible, pura,imperecedera, que os está reservada en elcielo». ¿Hay acaso motivo para la triste-za, la desilusión o el desencanto?

Domingo III de Pascua

Camina con nosotrosLc 24,13-45

«Jesús en persona se acercó y se pusoa caminar con ellos. Pero sus ojos no erancapaces de reconocerlo...». Después delgrito exultante del día de Pascua, la Igle-sia nos regala cincuenta días para «reco-nocer» serena y pausadamente al Resuci-tado, que camina con nosotros. Esa esnuestra tarea de toda la vida. El Cristo enquien creemos, el único que existe actual-mente, es el Resucitado, el Viviente, elSeñor glorioso. Él está siempre con no-sotros, camina con nosotros. Y nuestratragedia consiste en no ser capaces de re-conocerle. Pidamos ansiosamente que eneste tiempo de Pascua aumente nuestra fepara saber descubrir espontáneamente aCristo siempre y en todo.

«Les explicó lo que había sobre Él en to-das las Escrituras». Es lo primero que haceCristo Resucitado: iluminar a sus discípu-

los el sentido de las Escrituras, oculto asus mentes. También a nosotros nos quie-re explicar las Escrituras. Leer y entenderla Biblia no es sólo ni principalmente ta-rea y esfuerzo nuestro. Se trata de pedir aCristo Resucitado, vivo y presente, que nosilumine para poder entender. ¡Cuánto másprovecho sacaríamos de la lectura de laPalabra de Dios si nos pusiéramos a escu-char a Cristo y le dejásemos que nos ex-plicase las Escrituras!

«Le reconocieron en la fracción del pan».Además de las Escrituras, Cristo Resuci-tado se nos da a conocer en la Eucaristía.El tiempo de Pascua es especialmente pro-picio para una experiencia gozosa y abun-dante, sosegada, de Cristo Resucitado, quesale a nuestro encuentro principalmente ensu presencia eucarística. Se ha quedadopara nosotros, para cada uno. Ahí nos es-pera para una intimidad inimaginable. Paracontagiarnos su amor, para que tambiénnuestro corazón se caldee y arda, como elde los de Emaús. Para que tengamos expe-riencia viva de Él «en persona», de Cristovivo. Para que también nosotros podamosgritar con certeza : «¡Es verdad! ¡Ha resu-citado el Señor!».

Domingo IV de Pascua

Mi buen PastorHch 2,14.36-41; 1Pe 2,20-25; Jn 10,1-

10«El Señor es mi pastor». Cristo es el

Buen Pastor. Pero lo es de cada uno. Larelación con Cristo es personalísima. Y eltiempo pascual ha de afianzar esta relación.Ha de afianzar la certeza y la experienciade que «el Señor es mi pastor». Esta es laúnica seguridad, incluso en medio de lasoscuridades: «Nada temo, porque tú vasconmigo». ¿Cómo vivo mi relación conCristo? ¿Mi fe se traduce en confianza?

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13

¿Experimento el gozo de saberme cuida-do?

«Andabais descarriados... pero ahora ha-béis vuelto al pastor y guardián de vuestrasvidas». La Pascua es la celebración gozosade haber sido encontrados por Cristo. Per-didos como estábamos, Cristo ha salido abuscarnos por los caminos del mundo y enesa búsqueda se ha dejado la piel: «Sus he-ridas os han curado». En su búsqueda denosotros nos ha amado «hasta el extremo»(Jn 13,1). De ahí que también nosotros de-bamos imitar su ejemplo y seguir sus hue-llas, estando dispuestos a dejar nuestra pielpor buscar a los hombres que permanecendescarriados y perdidos.

«Yo soy la puerta: quien entre por mí sesalvará». Cristo es la puerta. Él es el úni-co mediador. «No se nos ha dado otronombre en quien podamos salvarnos» (He4, 12). Es a través de esta humanidad deCristo como llegamos al Padre y recibi-mos el Espíritu. La humanidad que fuetraspasada en la cruz y que ahora perma-nece eternamente glorificada como la úni-ca puerta de salvación. Sólo a través deella recibimos vida, y vida abundante. Deahí la llamada a convertirnos y a acogerplenamente a Cristo en nuestra vida.

Domingo V de PascuaExperiencia del Resucitado

Hch 6,1-7; 1Pe 2,4-9; Jn 14,1-12La segunda lectura nos recuerda que los

cristianos somos un pueblo que Dios haelegido «para proclamar las hazañas del quenos llamó a salir de la tiniebla y a entrar ensu luz maravillosa». La Iglesia no vive derecuerdos. A Cristo no le conocemos sólopor lo que hizo, sino sobre todo por lo quehace. Cada generación cristiana y cada cris-tiano están llamados a experimentar en pri-mera persona la presencia, la vida y la fuer-za del Resucitado.

No se trata de recuerdos pasados, sinode realidad presente. Lo mismo que losisraelitas experimentaron «en propia car-ne» la liberación de la esclavitud de Egip-to, lo mismo que los apóstoles «comie-ron y bebieron» con el Resucitado, asínosotros conocemos a Cristo por esas ha-zañas que realiza al sacarnos de las tinie-blas de la muerte y del pecado. Cristianoes el que conoce a Cristo por experien-cia, porque experimenta «la fuerza de suresurrección y la comunión en sus pade-cimientos» (Fil 3,10), porque es tocadopor la eficacia de la fuerza poderosa queDios despliega en Cristo Resucitado (Ef1,19-20).

El que realmente experimenta en su vidaesta acción del Resucitado necesita pro-clamar las hazañas que el Señor ha reali-zado en él. El verdadero cristiano es ne-cesariamente testigo, y por eso «no pue-de callar lo que ha visto y oído» (He 4,20).

Desde ahí se entiende el Evangelio: «Elque cree en mí hará las obras que yo hago yaún mayores». Lo mismo que Cristo hacecosas grandes porque está unido al Padre,porque el Padre y Él son una sola cosa, por-que el Padre permaneciendo en Él hace lasobras, así también ocurre entre el cristianoy Cristo. Cristo Resucitado se une a noso-tros, vive en nosotros. El que está unido aCristo, el que deja que Cristo viva en él,realiza las obras de Cristo. La condición esestar unido a Él por la fe: «el que crea enmí». Si no suceden «obras mayores» esporque nos falta fe. «Si tuvierais fe comoun granito de mostaza...».

Ciclo A – Tiempo Pascual

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14 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Domingo VI de Pascua

Nos da el EspírituJn 14,15-21

«Pediré al Padre que os dé otro Defen-sor que esté siempre con vosotros». Eltiempo pascual está flechado hacia Pente-costés. Cristo glorificado ha sido consti-tuido «Espíritu vivificante» (1 Cor 15, 45),donador permanente del Espíritu que da lavida. Por eso hemos de desear cre-cientemente el gran Don de Cristo Resu-citado, acercándonos a Él sedientos (Jn7,37).

«Vosotros lo conocéis, porque vive convosotros y está con vosotros». Espera-mos una acción más abundante del Espí-ritu Santo en nosotros, pero ya está ennosotros; más aún, está «siempre». Porello podemos tener experiencia de su ac-ción en nosotros. ¿Quién dijo que es difí-cil la relación con el Espíritu Santo? Po-demos relacionarnos con Él y experimen-tar su acción. Es Defensor. Nos defiendedel pecado y del Maligno. Por eso no tie-ne sentido «estar a la defensiva». Se tratamás bien de abandonarse a su acción, deentregarse dócilmente al impulso omni-potente del Espíritu: «Si vivimos por elEspíritu, marchemos tras el Espíritu» (Gal5,25), pues «si vivís según el Espíritu nodaréis satisfacción a las apetencias de lacarne» (Gal 5,16).

Es también Espíritu de la verdad, por-que nos revela a Cristo, que es la Verdad,nos ilumina para conocerle, nos mueve aamarle, a seguirle, a cumplir sus manda-tos, a dar la vida por Él. Nos libra delerror de nuestra ceguera natural y de nues-tro pecado y nos conduce a la verdad ple-na, no fragmentaria y parcial, sino total.

«Al que me ama... yo también lo amaré yme revelaré a él». Es cierto que Cristo esel primero en amarnos y que nos ama demanera incondicional. Pero también es

cierto que Cristo se da más plenamente alque va respondiendo a su amor, es decir, alque le busca intensamente, al que deseaagradarle en todo, al que cumple su volun-tad, al que se entrega sin reservas. A éste,Cristo se le da a conocer, le abre su intimi-dad, le comunica sus secretos, acrecientala comunión con él de manera insospecha-da.

Ascensión del Señor(suele celebrarse en VII dom. Pascua)El Señorío de Cristo

Hch 1,1-11; Ef 1,17-23; Mt 28,16-20«Se me ha dado pleno poder en el cielo y

en la tierra». El misterio de la Ascensióncelebra el triunfo total, perfecto y defini-tivo de Cristo. No sólo ha resucitado, sinoque es el Señor. En Él Dios Padre ha des-plegado su poder infinito. A san Pablo lefaltan palabras para describir «la eficaciade la fuerza poderosa de Dios» por la queel crucificado, el despreciado de todos lospueblos, ha sido glorificado en su humani-dad y en su cuerpo y ha sido constituidoSeñor absoluto de todo lo que existe. Todoha sido puesto bajo sus pies, bajo su domi-nio soberano. La Ascensión es la fiesta deCristo glorificado, exaltado sobre todo, en-tronizado a la derecha del Padre. Por tan-to, fiesta de adoración de esta majestad in-finita de Cristo.

Pero la Ascensión es también la fiestade la Iglesia. Aparentemente su Esposo leha sido arrebatado. Y sin embargo la se-gunda lectura nos dice que precisamentepor su Ascensión Cristo ha sido dado a laIglesia. Libre ya de los condicio-namientos de tiempo y espacio, Cristo esCabeza de la Iglesia, la llena con su pre-sencia totalizante, la vivifica, la plenifica.La Iglesia vive de Cristo. Más aún, es ple-nitud de Cristo, es Cuerpo de Cristo, esCristo mismo. La Iglesia no está añadida o

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sobrepuesta a Cristo. Es una sola cosa conÉl, es Cristo mismo viviendo en ella. Ahíestá la grandeza y la belleza de la Iglesia:«Yo estaré con vosotros todos los días».

«Id y haced discípulos de todos los pue-blos». La Ascensión es también fiesta ycompromiso de evangelización. Pero en-tendiendo este mandato de Jesús desdelas otras dos frases que Él mismo dice –«se me ha dado pleno poder» – «yo esta-ré con vosotros». Evangelizar, hacer apos-tolado no es tampoco añadir algo a Cris-to, sino sencillamente ser instrumento deun Cristo presente y todopoderoso quequiere servirse de nosotros para extendersu señorío en el mundo. El que actúa esÉl y la eficacia es suya (Mc 16,20); de locontrario, no hay eficacia alguna.

Domingo de Pentecostés

Llenos del EspírituHch 2,1-11; 1Cor 12,3-7.12-13; Jn 20,19-23«Se llenaron todos de Espíritu Santo».

He aquí la característica principal de laIglesia primitiva tal como los Hechos delos Apóstoles nos la presentan. Es el Es-píritu Santo quien pone en marcha a laIglesia. Es su alma y su motor. Sin Él, laIglesia es un grupo de hombres más, sinfuerza, sin entusiasmo, sin vida. He aquíel secreto de la Iglesia: no con «algo» deEspíritu Santo, sino «llenos» de Él; y lle-nos no alguno, sino «todos».

Aquí radican también todos los malesde la Iglesia: En la falta de Espíritu. Poreso, la solución a los problemas y dificul-tades de la Iglesia no consisten en unamejor organización o en un cambio de mé-todos, sino en volver a sus orígenes, a suidentidad más profunda: Que cada uno desus miembros acepte dejarse llenar deEspíritu Santo. Sin esta vida en el Espíri-tu todo lo demás será completamente es-

téril.Este es el pecado de la Iglesia de nues-

tros días, nuestro pecado: intentar com-batir con las armas de este mundo, conarmas humanas, que son impotentes e in-útiles, dejando de lado la fuerza infinita yomnipotente del Espíritu Santo. Una Igle-sia o un cristiano que olvidan al EspírituSanto son una Iglesia o un cristiano que re-niegan de su identidad, de lo que les cons-tituye como tales. Una Iglesia o un cristia-no que olvidan al Espíritu Santo son comoun cuerpo sin alma: está muerto, no tienevida, no da fruto ni puede darlo.

«Recibid el Espíritu Santo». Cristo da asu Esposa la Iglesia el don del Espíritu, elúnico que la hace fecunda. Pentecostésfunda y edifica la Iglesia. Para esto hamuerto Cristo, para darnos el Espíritu quebrota de su costado abierto. Cristo quierea su Esposa, en este final del segundomilenio, llena de hermosura, santa, fecun-da. Para eso le da su Espíritu, el Espírituque viene no sólo a santificar a cada uno,sino a santificar y a acrecentar la Iglesia,y, a través de ella, a renovar la faz de latierra.

Domingo de la Santísima Trinidad

(Domingo después de Pentecostés)

Intimidad con DiosEx 34, 4-6.89; 2Cor 13,11-13; Jn 3,16-18

La fiesta de hoy nos sitúa ante el miste-rio fontal de nuestra fe. Pero misterio nosignifica algo oscuro e inaccesible. Diosnos ha revelado su misterio para sumer-girnos en él y vivir en él y desde él. Unacosa es que no podamos comprender a Diosy otra muy distinta que no podamos viviren íntima comunión con Él. Si se nos hadado a conocer es para que disfrutemos deÉl a pleno pulmón. En Él vivimos, nos mo-

Ciclo A – Tiempo Pascual

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16 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

vemos y existimos. No debemos retraer-nos de Él, que interiormente nos iluminapara conocerle y nos atrae para unirnosconsigo.

Hemos de pedir mucha luz al EspírituSanto para que podamos conocer –no conmuchas ideas, sino de modo íntimo y ex-perimental– el misterio de Dios Trinidad.Así lo han conocido los santos y muchoscristianos a través de los siglos medianteese contacto directo y ese trato que da laoración iluminada por la fe y el amor.

Un Padre que es Fuente absoluta, Prin-cipio sin principio, Origen eterno, que en-gendra eternamente un Hijo igual a Él: Dioscomo Él, infinito, eterno, omnipotente. UnHijo cuyo ser consiste en recibir; se reci-be a sí mismo eternamente, proviniendodel Padre, en dependencia total y absolu-ta de Él y volviendo a Él eternamente enun retorno de donación amorosa y com-pleta. Y un Espíritu Santo que procede deambos como vínculo perfecto, infinito yeterno de amor.

Esta es la fe cristiana que profesamosen el credo, y no podemos vivir al mar-gen de ella, relacionándonos con Dios demanera genérica e impersonal. Hemossido bautizados «en el nombre del Padre,del Hijo y del Espíritu Santo». El bautis-mo nos ha puesto en una relación perso-nal con cada una de las Personas Divi-nas, nos ha configurado con Cristo comohijos del Padre y templos del Espíritu, yvivir de otra manera nos desnaturaliza ynos despersonaliza. Sólo podemos vivirauténticamente si mantenemos y acrecen-tamos nuestra unión con Cristo por la fe,si vivimos «instalados» en Él como hijosen el Hijo, recibiéndolo todo del Padre enobediencia absoluta a su voluntad, dócilesal impulso del Espíritu Santo.

Corpus Christi(Jueves después de Domingo de la Sma. Trinidad)

El pan de vidaDeut 8,2-3.14-16; Cor 10,16-17; Jn

6,51-59

«El pan que yo daré es mi carne para lavida del mundo». La Eucaristía es Cristovivo entregándose, Cristo que se da, quese ofrece del todo, voluntariamente, libre-mente, por amor... ¡si descubriéramoscuánto amor hay en cada misa y en cadaSagrario no podríamos permanecer indi-ferentes!

«Si no coméis la carne del Hijo del Hom-bre, no tenéis vida en vosotros». Cristoen la Eucaristía es la fuente de toda vidacristiana. De Él se nos comunica la gra-cia, la santidad, la caridad y todas las vir-tudes. De Él brota para nosotros la vidaeterna y la resurrección corporal. Si nosfalta vida es porque no comulgamos oporque comulgamos poco, o porque co-mulgamos mal.

«El que come mi carne habita en mí yyo en él». Este es el fruto principal de lacomunión. Si Cristo nos da vida no esfuera de Él. Nos da vida uniéndonos con-sigo mismo. Al comer su carne permane-cemos unidos a Él y al permanecer en Éltenemos la vida eterna, es decir, su mis-ma vida, la que Él recibe a su vez del Pa-dre. Si comulgamos bien seremos cadavez más cristianos y más hijos de Dios,viviremos más en la Trinidad.

«Formamos un sólo cuerpo porque co-memos todos del mismo pan». Otra ma-ravilla de la Eucaristía: al unirnos a Cristonos une también entre nosotros. Al tenertodos la vida de Cristo somos hermanos«de carne y sangre», con una unión in-comparablemente más fuerte y profundaque los lazos naturales. La Eucaristía es

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la única fuente real de unidad. Por eso, sino comulgamos con la Iglesia y con loshermanos estamos rechazando al Cristo dela Eucaristía.

Sagrado Corazón de Jesús

Hemos conocido el amorDeut 7,6-11; Sal. 102; 1Jn 4,7-16;

Mt 11,25-30Después de recorrer todos los misterios

del año litúrgico, de Navidad a Pentecos-tés, la solemnidad del Corazón de Jesús noshace contemplarlos en conjunto desde suclave profunda: el amor de Dios.

«Por puro amor vuestro». La primera lec-tura destaca que Dios no eligió a Israel porsus méritos y cualidades –era el pueblo máspequeño e insignificante–, sino por puroamor. Dios no nos ama por lo que somos otenemos, sino que al amarnos nos regala ynos bendice. Es un amor gratuito y miseri-cordioso, que toma la iniciativa constante-mente.

«Venid a mí los que estáis cansados».Frente a los fariseos, que cargaban fardospesados e insoportables sobre la gente,obligándoles a cumplir meticulosamente laLey, Jesús afirma que su yugo es llevaderoy ligero. Acoger a Cristo es recibir su amor,que lo hace todo fácil. Por eso seguir a Je-sús no es una carga pesada, sino encontraren Él nuestro descanso. Él toma nuestrocansancio y alivia nuestros agobios porqueen la cruz ha tomado el peso del pecado quenos destruía.

«Hemos conocido el amor». Esto es loque define al cristiano: alguien que se ex-perimenta amado por Dios de manera ab-soluta e incondicional y decide construirtoda su vida sobre ese amor. El que ha pal-pado ese amor en su propia carne, libre ygozosamente acepta ser propiedad de Dios

(1ª lectura) y le ofrenda su propia vida en-tregándose a amar a los demás con el mis-mo amor que él recibe gratuitamente deDios (2ª lectura).

Tiempo Ordinario

Domingo II del Tiempo Ordinario

Iglesia de Dios1Cor 1,1-3

A partir de hoy, durante los próximos do-mingos, leeremos la primera carta a loscorintios. Intentaremos recoger algunasde las indicaciones que San Pablo hace aesta joven comunidad, llena de vitalidad,pero también con problemas y dificulta-des de crecimiento. Esas indicaciones, elEspíritu Santo nos las hace también a no-sotros hoy.

«Llamado a ser apóstol de Cristo Jesúspor voluntad de Dios». Llama la atenciónla profunda conciencia que San Pablo tie-ne de haber sido llamado personalmenteal apostolado. Si ha recibido esta misiónno es por iniciativa suya, sino por volun-tad de Dios. Por eso la realiza en nombrede Cristo, con la autoridad del mismoCristo, como embajador suyo (2 Cor 5,20). También nosotros hemos de consi-derarnos así. Cada uno ha recibido unallamada de Cristo y una misión dentro dela Iglesia para contribuir al crecimientode la Iglesia. Debe sentirse apóstol deCristo Jesús, colaborador suyo, instru-mento suyo (1 Cor 3,9).

«A la Iglesia de Dios». Cualquier co-munidad, por pequeña que sea, es Iglesiade Dios. Así debe considerarse a sí misma.Esta es nuestra identidad y a la vez la fuen-te única de nuestra seguridad: somos Igle-sia de Dios, a Él pertenecemos, somos obra

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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18 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

suya, construcción suya (1 Cor 3,9). Nosomos una simple asociación humana.

«A los santificados en Cristo Jesús, lla-mados a ser santos». Es casi una definiciónde lo que significa ser Iglesia de Dios: Lossantificados llamados a ser santos. Por elbautismo hemos sido santificados, consa-grados; pertenecemos a Dios, hemos entra-do en el ámbito de lo divino, formamos partede la casa de Dios. Pero este don conllevael impulso, la llamada y la exigencia a«completar nuestra consagración», a «sersantos en toda nuestra conducta». Esta esla voluntad de Dios (1 Tes 4,3). La Iglesiaes santa. La santidad es una nota esencial eirrenunciable de la Iglesia. Si nosotros nosomos santos, estamos destruyéndonos anosotros mismos... y estamos destruyendola Iglesia.

Domingo III del Tiempo Ordinario

Desgarrar a Cristo1Cor 1,10-13.17

«Os conjuro por el nombre de nuestroSeñor Jesucristo... que no haya entre vo-sotros divisiones». San Pablo arremete contodas sus energías contra las divisionesen la Iglesia. El evitar las divisiones no esalgo simplemente «deseable». Si la Iglesiaes una y la unidad es una nota tan esencialcomo la santidad, cualquier división –porpequeña que parezca– desfigura el rostrode la Iglesia, destruye la Iglesia.

«Yo soy de Pablo, yo de Apolo...» To-das las divisiones nacen de una conside-ración puramente humana. Mientras nosquedemos en los hombres estaremosechando todo a perder. Los hombres so-mos sólo instrumentos, siervos inútiles:«yo planté, Apolo regó, pero es Dios quiendio el crecimiento» (1 Cor 3,6). Quedar-se en los hombres es una idolatría, y todoprotagonismo es una forma de robar la

gloria que sólo a Dios corresponde. Poreso San Pablo responde con absoluta con-tundencia: «¿Acaso fue Pablo crucifica-do por vosotros? ¿O habéis sido bautiza-dos en el nombre de Pablo?» Es comodecir: No hay más salvador que CristoJesús. El instrumento debe permaneceren su lugar. Lo demás es mentir y desfi-gurar la realidad.

«¿Está dividido Cristo?» Puesto que laIglesia es el Cuerpo de Cristo (1 Cor12,12), toda división en la Iglesia es enrealidad desgarrar al mismo Cristo. La faltade unidad en nuestros criterios, en nues-tras actuaciones, en nuestras relaciones...tiene el efecto horrible de presentar unCristo en pedazos. En consecuencia, sehace imposible que la gente crea.

Por eso San Pablo se muestra tan in-transigente en este punto y apela a la ne-cesidad absoluta de estar todos «unidosen un mismo pensar y en un mismo sen-tir». Lo cual viene a significar no pensarni actuar desde un punto de vista huma-no, sino siempre y en todo desde la fe,que es la que da realmente consistencia yunidad: «poniendo empeño en conservarla unidad del Espíritu... Un sólo cuerpo yun sólo Espíritu... Un sólo Señor, una solafe, un sólo bautismo, un sólo Dios y Pa-dre de todos» (Ef 4,3-6).

Domingo IV del Tiempo Ordinario

Gloriarse en el Señor1Cor 1,26-31

«Dios ha elegido lo necio del mundo, ...lo débil del mundo... lo plebeyo y despre-ciable del mundo, lo que no es». CuandoSan Pablo escribe estas palabras a loscorintios no sólo está poniendo de relieveuna situación de hecho –la inmensa ma-yoría de los cristianos eran gente pobre,sencilla, inculta, que no contaba a los ojos

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del mundo, despreciable para los que secreían algo–, sino que está enunciando unprincipio, un criterio de la acción de Dios,que elige con preferencia lo humanamen-te inútil para manifestar que Él y sólo Éles el Salvador.

«Para que nadie pueda gloriarse en pre-sencia de Dios». Tenemos que estar muyatentos para ver si nuestros criterios ymodos de actuar son los del evangelio. Elmayor pecado es el gloriarnos en presen-cia de Dios, el enorgullecernos pensandoque somos algo o podemos algo por no-sotros mismos. El Señor nos dice tajan-temente: «Sin mí no podéis hacer nada».No dice que sin Él no podemos mucho osólo una parte, sino «nada». Cuando nosapoyamos –en la vida personal o apostó-lica– en la sabiduría humana, estamos per-didos. Cuando confiamos en el prestigiohumano o en el poder, el resultado es elfracaso total, la esterilidad más absoluta.

«El que se gloríe, que se gloríe en elSeñor». En Él y sólo en Él vale la penaapoyarse. «En cuanto a mí –dirá San Pa-blo– me glorío en mis debilidades» (2 Cor12,9). Gozarnos en ser nada, en saber-nos inútiles e incapaces, para apoyarnossólo en Él, que nos dice: «Te basta migracia». Apoyarnos en los hombres no sóloconduce al fracaso, sino que es reprodu-cir el primer pecado, el querer «ser comodioses», el prescindir de Dios.

Esto es tan serio, que San Pablo excla-mará con vehemencia: «Dios me libre degloriarme si no es en la cruz de nuestroSeñor Jesucristo» (Gal 6,14). Sólo Cris-to crucificado y humillado salva, pues Éles «fuerza de Dios y sabiduría de Dios»(1 Cor 1,23-24). Él es para nosotros «sa-biduría, justicia, santificación y reden-ción». Fuera de Él no hay santidad, nohay salvación, no hay sabiduría.

Domingo V del Tiempo Ordinario

Sólo Cristo

1Cor 2,1-5

«No fui con el prestigio de la palabra ode la sabiduría a anunciaros el misterio deDios». Los medios no deben entorpecerla acción de Dios. Dar demasiada impor-tancia a los medios es sustituir a Cristo.Apoyarse en los medios es una idolatría,además de una insensatez. Toda sabidu-ría que no viene de Cristo y no conduce aÉl es un estorbo. «¡Mire cada cuál cómoconstruye!» (1 Cor 3,10).

«No quise saber sino a Jesucristo, y éstecrucificado». ¿Cuándo nos convencere-mos de que Cristo basta? No se trata detener a Cristo y «además» otras cosas,otros medios, etc. En Cristo tenemos todo.Él es para nosotros «sabiduría, justicia,santificación y redención» (1 Cor 1,30).La santidad viene sólo del costado abiertode Cristo crucificado. Sólo Él redime, sóloÉl convierte. Quedarnos en los medios esquedarnos sin la gracia que sólo de Élprocede.

Más aún, es Cristo lo único que tene-mos que dar al mundo. Como Iglesia,hemos de sentirnos dichosos de no tenerotra cosa que ofrecer. ¡Ojalá nuestra Igle-sia pudiera decir con toda verdad comolos apóstoles: «No tengo oro ni plata, tedoy lo que tengo: en nombre de Jesús Na-zareno echa a andar!» (He 3,6). No tengonada más que a Cristo –¡y nada menos!–Cuando la Iglesia es verdaderamente po-bre, entonces es cuando brilla con fuerzasu auténtica riqueza: Cristo, con todo supoder salvador.

«Mi palabra... fue una demostración deEspíritu y de poder». Desde la debilidaddel apóstol y desde la pobreza de los me-dios se manifiesta la potencia infinita de

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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20 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Dios. Desde la carencia se pone de relieveque el milagro de la conversión, el cambiode los corazones, es absolutamente despro-porcionado a los medios humanos y portanto es obra de la acción omnipotente delEspíritu Santo. De esta manera se constru-ye con solidez para la vida eterna, pues lafe se apoya no en razones o conviccioneshumanas, sino en el poder de Dios.

Domingo VI del Tiempo Ordinario

Sabiduría divina1Cor 2,6-10

«Hablamos...una sabiduría divina, miste-riosa...» Uno de los grandes dones que Cris-to nos ha traído es esta sabiduría, este co-nocimiento de Dios y de sus planes. Es elmisterio de Cristo, mantenido en secretodurante siglos, que ahora, en esta etapa fi-nal de la historia, nos ha sido dado a cono-cer por beneplácito de Dios para nuestrasalvación (Ef 3,4-6; Rom 16,25-26). ¡Cuán-ta gratitud debería desbordar nuestro cora-zón! ¡Cómo deberíamos vivir a tono coneste misterio y con esta sabiduría revela-da! Por fin conocemos el sentido de la viday de la muerte, del sufrimiento y del traba-jo... Por fin sabemos el por qué y el paraqué... «¡Cuántos desearon ver lo que voso-tros veis y no lo vieron y oír lo que voso-tros oís y no lo oyeron!» (Mt 13,17).

«Dios nos lo ha revelado por su Espíri-tu». Necesitamos invocar continuamenteel Espíritu para que nos dé a conocer aCristo y al Padre. Sin Él somos ciegos,incapaces de ver y de entender (Mc 8,17-21). Sin Él no entendemos los planes deDios, sin Él no comprendemos las Escri-turas. Necesitamos pedir la acción de esteMaestro interior para que nos invada consu luz y Cristo no nos parezca un fantasma,un extraño. Sólo Él, que sondea lo profun-do de Dios, que conoce lo íntimo de Dios,

puede dárnoslo a conocer, y de maneraatractiva, de modo que ese conocimientonos haga amarle hasta dar la vida por Él.

«Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó ...»Nos equivocamos continuamente al va-lorar las cosas de Dios con nuestras ca-pacidades naturales. Lo que Él tiene pre-parado para nosotros es infinitamente másgrande, más bello, más rico de lo que ima-ginamos y pensamos. Y no sólo en el cie-lo; ya en este mundo Dios quiere colmar-nos de manera insospechada, quiere ha-cer cosas grandes en nosotros. Por esonecesitamos dejar que el Espíritu Santonos dilate la capacidad y el deseo de reci-bir estos dones.

Domingo VII del Tiempo Ordinario

Sois el templo de Dios1Cor 3,16-23

«Vosotros sois el templo de Dios». Heaquí una realidad fundamental de nuestroser de cristianos que por si sola es capazde transformar una vida. Somos lugarsanto donde Dios habita. Somos templode la gloria de Dios. Somos buscados,deseados, amados por las Personas Divi-nas, que hacen de nosotros su morada(Jn 14,23). Todo hombre en gracia es tem-plo de Dios. Saber esto y vivirlo es unainagotable fuente de alegría, pues tene-mos el cielo en la tierra. Somos algo sa-grado: ¡Cuánta gratitud, cuánto sentidode recogimiento y adoración, cuánto res-peto de nosotros mismos y de los demásdebe brotar de esta realidad!

«Ese templo sois vosotros». Antes quecada individuo, el templo es la Iglesia, lacomunidad cristiana en su conjunto. LaIglesia, la comunidad eclesial, es sagrada,es santuario que contiene la realidad máspreciosa: Dios mismo. Desde aquí se en-

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tiende lo que sigue: « Si alguno destruye eltemplo de Dios, Dios le destruirá a él». Noestamos para destruir, sino para construir.También nosotros hemos de escucharcomo San Francisco la llamada de Cristo:«Reedifica mi Iglesia». Eso es lo que sig-nifica la llamada insistente del Papa a cola-borar todos en la nueva evangelización.Debemos preguntarnos: ¿Construyo o des-truyo? ¿Embellezco la Iglesia con mi vidao la afeo? ¿Contribuyo a su crecimiento ennúmero y en santidad o la profano? No cabetérmino medio, pues « el templo de Dioses santo», y las manos profanas, carentesde santidad, en vez de construir destruyen.

«Todo es vuestro y vosotros de Cristo».Dios ha puesto todo en nuestras manos, lacreación entera nos pertenece, somos due-ños y señores de ella. Pero para dominarlade verdad es preciso que nosotros vivamosperteneciendo a Cristo. Cuando nos olvi-damos de que Cristo es el Señor, de quetodo le pertenece y de que nosotros mis-mos somos de Cristo, entonces en reali-dad esclavizamos y frustramos la creación(Rom 8,20) a la vez que nosotros nos ha-cemos esclavos de las cosas.

Domingo VIII del Tiempo Ordinario

Dios o el dinero

Mt 6,24-34«No podéis servir a Dios y al dinero». Ha

llegado a convertirse en un lugar común elhablar del dinero como ídolo. Sin embar-go, es una trágica realidad. Se sirve al dine-ro, se vive para él, se piensa constantemen-te en él, en él se busca la seguridad... No escasual que la Sagrada Escritura hable tantasveces del peligro de las riquezas. El apegoal dinero, el deseo de tener, enfría y debili-ta la fe y acaba por destruirla. «La raíz detodos los males es el afán de dinero» (1Tim6,10).

«Ya sabe vuestro Padre...» La actitud

opuesta a la codicia es la confianza. Jesúsexhorta una y otra vez a no preocuparnos.Lo mismo que el niño no se preocupa por-que cuenta con sus padres, el verdadero cre-yente no se deja dominar por las preocupa-ciones: es real que Dios es Padre, que sabelo que necesitamos, que se ocupa de noso-tros, que nos ama... Si de verdad creemos,contaremos con Dios para todo. Ni un solocabello de nuestra cabeza cae sin su permi-so. Si cuida de las flores y de los pajarillos,¡cuánto más de sus hijos queridos! En lamedida en que uno no confía, inevitable-mente se afana y se preocupa.

«Sobre todo buscad el Reino de Dios».Lo principal es lo que dejamos en segun-do plano para preocuparnos de lo secun-dario. Pero Jesús insiste: si buscamos aDios por encima de todo, también lo se-cundario nos será dado. Lo único absolu-to y necesario es dejar a Dios reinar ennuestra vida. Lo demás –que tanto nospreocupa– nos será regalado cuando ycomo Dios quiera, del modo mejor paranosotros. La experiencia de los santos yde multitud de cristianos durante XX si-glos lo atestigua sobradamente...

Domingo IX del Tiempo Ordinario

Construir sobre rocaMt 7,21-27

«No todo el que me dice ‘Señor, Se-ñor’». Es uno de los textos más durosdel evangelio. Nos advierte que puedehaber una oración falsa e inauténtica («Se-ñor, Señor»). Pero sorprende más quepuede haber personas que han profetiza-do y hecho milagros en nombre de Jesúsy sin embargo son definitivamente recha-zados («nunca os he conocido; alejaos demí, malvados»). No nos salvan las accio-nes y prácticas externas, aun buenas ysantas, sino la adhesión a la voluntad de

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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22 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Dios.«El que escucha... y pone en práctica...»

Lo único firme y estable, lo único queperdura es lo que se construye sobre roca.Lo que da firmeza a nuestra vida es escu-char la palabra de Cristo, hacerla propia,ponerla en práctica y adherirse a lo queDios quiere.

«Se hundió totalmente». Las dos casasson igualmente embestidas por los vien-tos y tempestades. En la vida de toda per-sona aparecen tormentas, antes o después.Y lo que se hunde demuestra que no esta-ba afianzado sobre roca. «¡Mire cada cualcómo construye!» (1Cor 3,10). Los za-randeos de la vida, las crisis diversas ayu-dan a comprobar lo que en nosotros notenía firmeza ni consistencia. La mayornecedad sería seguir construyendo en fal-so y no aprender cuando experimentamosun derrumbe. Cristo nos deja claro cómoconstruir con firmeza: tomar en serio supalabra, actuar según ella, plasmar nues-tra vida según la voluntad de Dios. Perosi persistimos en la ceguera nos amenazala ruina total y definitiva. Y esto vale tantopara los individuos como para las comu-nidades, parroquias, diócesis...

Domingo X del Tiempo Ordinario

Misericordia quieroMt 9,9-13

«Sígueme». Una vez más la voz de Je-sús resuena nítida y poderosa. Una vezmás Él se adelanta, toma la iniciativa. Y unavez más levanta al hombre de su postración.Mateo estaba «sentado al mostrador de susimpuestos»; pero estaba sobre todo hundi-do en su codicia, en su afán de poseer. «Élse levantó y lo siguió». Remite a otras es-cenas evangélicas; por ejemplo, la resurrec-ción de Lázaro: «Lázaro, sal fuera». Levan-tar a Mateo de la postración y de la corrup-

ción de su pecado no es menor milagro quehacer salir a Lázaro de la tumba cuando yaolía mal.

«Muchos pecadores... se sentaron conJesús». El Hijo de Dios se ha hecho hom-bre para eso, para compartir la mesa delos pecadores. No rechaza a nadie, no seescandaliza de nada. Sabe que todo hom-bre está enfermo, y ha venido precisa-mente como médico, para buscar a lospecadores, para sanar la enfermedad peory más terrible: el pecado que gangrena ydestruye en su raíz la vida y la felicidadde los hombres.

«Misericordia quiero». Una vez más,Jesús tiene que enfrentarse con la durezade corazón de los fariseos. En cambioMateo, pecador público, ha experimen-tado la misericordia de Jesús, su amorgratuito; y por eso se convierte en ins-trumento de ese amor y de esa miseri-cordia para muchos otros. Lo que él harecibido gratis lo ofrece –también gratui-tamente– a los demás. La conversión deMateo es ocasión de conversión paramuchos otros...

Domingo XI del Tiempo Ordinario

Con el poder de JesúsMt 9,35-10,8

Pedro, Andrés, Santiago... Esa lista abrela inmensa hilera de los seguidores deCristo, pero no acaba ahí. En esa listaestás tú también, llamado por Cristo; contu nombre y apellidos. ¡Tú junto a los após-toles de Cristo, junto a los mártires y a lossantos de todas las épocas! ¿ De veras alescuchar este evangelio sientes la alegríade ser cristiano? Tú has sido elegido per-sonalmente por Cristo, y no por tus méri-tos o cualidades, sino pura y simplementeporque Él lo ha querido.

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Y también tú como ellos has recibido losmismos poderes de Cristo para curar todaenfermedad y dolencia, para arrojar demo-nios, para resucitar muertos... Ante un mun-do que agoniza porque no conoce a Cristoo le ha rechazado, nosotros tenemos el re-medio, porque tenemos las armas de Cris-to. Y no podemos seguir lamentándonoscomo si las cosas no tuvieran solución.

La pregunta, más bien, es la siguiente:¿Sientes compasión de la gente que estáextenuada y abandonada como ovejas sinpastor? Es decir, ¿te importa la gente quesufre porque le falta Cristo, aunque apa-rente ser feliz? ¿Te duele la situación detanta gente hundida en su falta de fe, en-fangada en su pecado, destrozada por suspropios egoísmos? La compasión de Cris-to no es un sentimiento estéril. Tampocotú puedes quedar indiferente.

Domingo XII del Tiempo OrdinarioNo temáis...

Mt 10,26-33Ante evangelios como este uno se asusta

viendo lo poco cristianos que somos loscristianos. Jesús nos dice que no tenga-mos miedo a los que matan el cuerpo, ysin embargo todo son temores ante lamuerte, ante el sufrimiento, ante lo quelos hombres puedan hacernos, ante lo quepuedan decir de nosotros...

El verdadero cristiano –es decir, el hom-bre que tiene una fe viva– encuentra su se-guridad en el Padre. Si Dios cuida delos gorriones ¿cómo no va a cuidar desus hijos? Sabe que nada malo puede pa-sarle. Lo que ocurre es que a veces lla-mamos malo a lo que en realidad no esmalo. ¿Qué de malo puede tener que nosquiten la vida o nos arranquen la piel atiras si eso nos da la vida eterna? Ahí está

el testimonio de tantos mártires a lo largode la historia de la Iglesia, que han idogozosos y contentos al martirio en mediode terribles tormentos.

Este evangelio de hoy nos invita a miraral juicio –«nada hay escondido que no lle-gue a saberse»–. En ese momento se acla-rará todo. Y en esa perspectiva, ante loúnico que tenemos que temblar es ante laposibilidad de avergonzarnos de Cristo,pues en tal caso también Él se avergon-zará de nosotros ese día ante el Padre. Elúnico mal real que el hombre debe temeres el pecado, que le llevaría a una conde-nación eterna –«temed al que puede des-truir con el fuego alma y cuerpo»–. Anteeste evangelio, ¡cuántas maneras de pen-sar y de actuar tienen que cambiar ennuestra vida!.La gracia ha desbordado

Rom 5,12-15A partir de hoy, durante los próximos

domingos leeremos como segunda lectu-ra la carta a los Romanos, tan rica en ali-mento para nuestra vida cristiana.

«Todos pecaron». Debemos prestar unaatención mucho mayor al realismo de lapalabra de Dios, que no anda con eufe-mismos ni disimulos. Todos somos pe-cadores, sometidos a la ley inexorable delpecado que nos encadena (Rom 3,10ss.23). ¿Por qué seguir pensando y actuan-do como si la gente no fuera pecadora?Todo hombre es irremediablemente peca-dor; no puede salvarse por sí mismo ni pue-de ser bueno por sus solas fuerzas; necesi-ta de Cristo, el único que se nos ha dadocapaz de salvarnos (He 4,12; Rom 3,24ss).

«Por el pecado entró la muerte». Desdeel pecado de Adán, la tragedia del hombreconsiste no sólo en pecar de hecho, sinoen dejarse engañar por Satanás tomandolo malo por bueno y lo bueno por malo.

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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24 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Por eso, Dios que nos ama insiste en re-cordarnos que «el salario del pecado es lamuerte» (Rom 6,23). El pecado es siem-pre muerte y sólo muerte; es causa demuerte y destrucción; es fuente de todoslos males en este mundo y para la eterni-dad. El pecado es el único mal real.

«Gracias a un solo hombre, Jesucristo,la benevolencia y el don de Dios desbor-daron». La situación de pecado, humana-mente irremediable, ha sido transforma-da por Dios. La ley inexorable del pecadoha sido destruida por un amor más gran-de que el pecado. He aquí la grandeza deJesucristo, que hace que «no haya pro-porción entre la culpa y el don». Si Diosha permitido el pecado ha sido en vista deCristo. Y también nosotros hemos deaprender a ver el mundo y cada personadesde Cristo: no disimular o disculpar supecado, pero sí tener la certeza de que supecado tiene remedio, porque la gracia deCristo «ha desbordado».

Domingo XIII del Tiempo Ordinario

Injertados en CristoRom 6,3-4,8-11

«Así como Cristo ... también nosotros».He aquí la base de la novedad cristiana.Lo que Cristo es y vive estamos llamadosa serlo y vivirlo también nosotros. Perono como una imitación «desde fuera». Porel bautismo hemos sigo injertados a Cris-to y Él vive en nosotros (Gal 2,20). Todolo suyo es nuestro: sus virtudes, sus senti-mientos, sus actitudes... Por eso, para uncristiano lo más natural es vivir como Cris-to. No se nos pide nada extraño o imposi-ble: se trata sencillamente de dejar que sedesarrolle plenamente esa vida que ya estáen nosotros.

«Consideraos muertos al pecado...» La fenos hace vernos a nosotros mismos como

Dios nos ve. Por el bautismo hemos muertoal pecado, a quedado destruida «nuestrapersonalidad pecadora» y hemos cesado deser esclavos del pecado (Rom 6,6). Se tra-ta de tomar conciencia de este don recibi-do. ¿Por qué seguir pensando y actuandocomo si el pecado fuera insuperable? Elpecado no tiene por qué esclavizarnos, puesCristo nos ha liberado y la fuerza del peca-do ha quedado radicalmente neutralizada.Hemos muerto al pecado: vivamos comotales muertos. «Los que hemos muerto alpecado, ¿cómo seguir viviendo en él?(Rom 6,2).

«...Y vivos para Dios en Cristo Jesús».La muerte al pecado es sólo la cara nega-tiva. Lo más importante es la vida nuevaque ha sido depositada en nuestra alma.Y esta vida nueva es esencialmente posi-tiva: consiste en vivir –lo mismo que Cris-to– para Dios, en la pertenencia total yexclusiva a Dios, dedicados a Él en almay cuerpo. Esta es la riqueza y la eficaciade nuestro bautismo. Se trata sencillamen-te de cobrar conciencia de ello y dejarque aflore en nuestra vida lo que ya so-mos. ¡Reconoce, cristiano tu dignidad!¡Sé lo que eres!Un gran negocio

Mt 10,37-42Ante evangelios como este, hemos ad-

quirido el hábito de no darnos por aludi-dos, como si fueran dirigidos sólo a lasmonjas de clausura. Y, sin embargo, es-tas palabras de Jesús van dirigidas a todos(cfr. Lc 14,25-26), para indicar que nin-gún lazo familiar, incluso bueno y legíti-mo, debe ser estorbo para seguirle a Él; yen el caso de que se plantease conflictoentre un lazo familiar y el seguir a Jesús,habría que elegir seguir a Jesús. Lo contra-rio significa no ser dignos de Él.

Se necesita la lógica de la fe y la luz delEspíritu para entender que lo que parece

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perder la vida es ganarla y lo que parecemuerte es en realidad vida. Porque se tra-ta de preferir a Cristo no solo por encimade los cariños familiares, sino incluso an-tes que la propia vida, antes que la propiacomodidad, antes que la propia fama...estando dispuestos a ser despreciados yperseguidos por Cristo, a perderlo todopor Él, a sacrificarlo todo por Él. Perder-lo todo por Cristo: en realidad este evan-gelio nos está proponiendo un gran nego-cio, pues se trata de ganar a Cristo, cuyoamor vale infinitamente más que todo lodemás. Deberíamos mirar más a Cristopara dejarnos embelesar por Él. Es infini-tamente más lo que recibimos que lo quedamos.

Además, el evangelio de hoy nos pro-pone otro «negocio» continuo. Un simplevaso de agua dado a un pobrecillo cual-quiera, sólo porque es discípulo de Je-sús, no perderá su paga. ¿Cuántas pagasperdemos cada día?

Domingo XIV del Tiempo Ordinario

Dóciles al EspírituRom 8,9.11-13

«Vosotros no estáis en la carne, sino enel Espíritu». San Pablo quiere inculcar-nos la certeza de esta nueva vida que hasido depositada en nuestra alma por el bau-tismo. No estamos en la carne, es decir,no estamos abandonados a nuestras fuer-zas naturales y a nuestra debilidad pecami-nosa. Por tanto, no tiene sentido seguir la-mentándonos y apelando a nuestra debili-dad cuando estamos en el Espíritu, cuandotenemos en nosotros la fuerza del Espírituque nos hace capaces de una vida santa.«Estamos en deuda, pero no con la carnepara vivir carnalmente».

«El Espíritu de Dios habita en vosotros».Somos templo del Espíritu Santo. Estamos

consagrados. Somos lugar donde Dios moray donde ha de ser glorificado. Pero el Es-píritu Santo no está en nosotros inmóvil.Permanece en nosotros como Ley nueva,como impulso de vida. Su acción omnipo-tente se vuelca sobre nosotros para hacer-nos santos, para vivir según Cristo. Ser santoni es imposible ni es difícil. Se trata de aco-ger dócilmente la acción del Espíritu, se-cundando su impulso poderoso, dandomuerte con la fuerza del Espíritu a las obrasde la carne para que se manifieste en noso-tros el fruto del Espíritu (Gal 5,22-23).

«Vivificará también vuestros cuerposmortales por el mismo Espíritu». Hay una«primera resurrección»: cuando el hom-bre es arrancado del dominio del pecadoy comienza a caminar en novedad de vidapor la acción del Espíritu. Pero habrá una«segunda resurrección»: también nuestrocuerpo mortal se beneficiará de esta vidanueva suscitada por Dios en nosotros. ElEspíritu Santo tiene por característicapropia el ser Creador y desea vivificarnuestra persona entera, alma y cuerpo.Cristo, nuestro descanso

Mt 11,25-30Ante la humildad de Cristo, el cristiano

aprende también a ser humilde. El Hijo deDios no ha venido con triunfalismos, sinosumamente humilde y modesto, montadoen un asno. A Jesús le gusta la humildad.Es el estilo de Dios. Y el cristiano no tieneotro camino. Dios no se da a conocer a losque se creen sabios y entendidos, a los arro-gantes y autosufi-cientes, a los que creensaberlo todo, sino al que humildemente sepone ante Dios reconociendo su pequeñezy su ceguera.

Al que es humilde de veras, Dios le con-cede entrar en su intimidad y conocer losmisterios de su vida trinitaria, la relaciónentre el Padre y el Hijo en el Espíritu San-to. Esto no es sólo para algunos pocos

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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26 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

privilegiados, sino para todo bautizado, paratodo el que es «sencillo» y se deja condu-cir por Dios. Pues precisamente «esta esla vida eterna: que te conozcan a ti, el úni-co Dios verdadero, y al que tú has enviado,Jesucristo» (Jn 17,3). Y conocer no es sólosaber con la cabeza, sino tratar con Dioscon familiaridad. ¿Mi vida como cristianova dirigida a crecer en este trato familiarcon el Dios que vive en mí o me quedo enunas simples formas de comportamiento?

Cristo se nos presenta como nuestro des-canso. Frente a los cansancios y ago-biosque nos procuramos a nosotros mismos yfrente a las cargas inútiles e insoportablesque ponemos en nuestros hombros, Cristoes el verdadero descanso y su ley un alivio.El pecado cansa y agobia. El trato y la fa-miliaridad con Cristo descansan. ¿Me de-cido a fiarme de Cristo y de su palabra?

Domingo XV del Tiempo Ordinario

¿Por qué no hay fruto?Mt 13, 1-23

Cristo es el sembrador que siembra supalabra en nosotros. Y la semilla tiene fuer-za para dar fruto abundante –¡el cientopor uno! Por malo que venga el año, lasemilla da fruto..., a no ser que algo loimpida.

Si nosotros estamos recibiendo continua-mente la semilla de la palabra de Cristo, ¿aqué se debe que no demos fruto o que nodemos todo lo que teníamos que dar? Laculpa no es del sembrador –Cristo no pue-de fallar al sembrar–, ni de la semilla –quetiene poder de germinar–, sino de la tierraen que cae esa semilla. ¿Qué hay en noso-tros que nos impide dar fruto? Jesús mis-mo lo explica claramente. Es, en primerlugar, el no entender la Palabra, el no pa-rarnos a asimilarla, a meditarla, a orarla; lasuperficialidad hace que el Maligno se lle-

ve lo que ese tal ha recibido. Y este no te-ner raíces hondas hace también que cual-quier dificultad acabe con todo.

Otra causa de no dar fruto es el tenermiedo a los desprecios y burlas; el quebusca quedar bien ante todos y ser acep-tado por todos y no está dispuesto a serdespreciado por causa de Cristo y de suEvangelio, ese tal no puede agradar a Cris-to ni acoger su Palabra.

Y la otra causa son las preocupacionesy afanes de la vida y el apego a las cosasde este mundo; sin un mínimo de sosie-go para escuchar a Cristo y sin un míni-mo de desprendimiento, de austeridad yde pobreza, la palabra sembrada se aho-ga y queda estéril. El que no da fruto esel único culpable de su propia esterilidad.Al que no quiere escuchar porque endu-rece su corazón, Jesús no se molesta enexplicarle. Es inútil intentar aclarar al queno es dócil, pues oye sin entender: «Elque tenga oídos que oiga».Una tierra nueva

Rom 8,1-23«Los sufrimientos del tiempo presente

no pesan lo que la gloria que un día senos descubrirá». El creyente lo ve todo ala luz de la eternidad. De manera particu-lar las tribulaciones y sufrimientos de estavida, sobre todo los padecidos a causa deCristo y del Evangelio. Si a nivel humanovale la pena el esfuerzo para conseguir algoque nos importa, ¡cuánto más el sufrimien-to pasajero que nos reporta un caudal in-menso de gloria eterna! (2 Cor 4,17). Elsecreto está en una fe firme y robusta quetraspasa las apariencias para quedar fija enlo definitivo. «Nosotros no nos fijamos enlo que se ve, sino en lo que no se ve; pueslo que se ve es pasajero, pero lo que no seve es eterno» (2 Cor 4,18).

«La creación, expectante, está aguar-dan-do la plena manifestación de los hijos de

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Dios». En su plan creador, Dios somete alhombre toda la creación –Gén 1,28–, le cons-tituye dueño y señor de ella –Sal 8– para quea través del hombre –como criatura inteli-gente y libre– la creación pueda cumplir sufinalidad de glorificar a Dios. Pero el hom-bre, al pecar, frustra la creación, la esclavi-za, le impide realizar aquello para lo quefue creada; por culpa del hombre el sueloqueda maldito (Gén 3,17).

Por eso la creación está expectanteaguardando la plena manifestación de loshijos de Dios. Sólo el hombre nuevo, re-dimido del pecado por Cristo, puede lo-grar que la creación alcance su meta. Sóloel que es hijo de Dios y vive como hijosabe recibir toda la creación como donamoroso del Padre, la emplea según el plande Dios y la hace volver a Él en un himnode gratitud y alabanza. En las manos delhombre nuevo comienzan los cielos nue-vos y la tierra nueva. Entre las manos delhombre nuevo la creación glorifica porfin a su Creador.

Domingo XVI del Tiempo Ordinario

El maestro interiorRom 8,26-27

«Nosotros no sabemos pedir lo que nosconviene». No podemos presentarnosdelante de Dios a darle lecciones, a ense-ñarle lo que nos tiene que conceder. Es alrevés: no sabemos lo que realmente nosconviene y, en cambio, Dios sí lo sabe.Por tanto, no cabe otra postura que la deuna profunda humildad de quien no se fíade sí mismo ni de su propia inteligencia(Prov 3,5). Es absurdo «pedir cuentas aDios» (Job 42,1-6). El verdadero creyentese abandona confiadamente a Dios, a subondad, a su poder, a su sabiduría, aun-que no entienda... convencido de que nosabe lo que le conviene pero Dios sí losabe.

«El Espíritu viene en ayuda de nuestradebilidad». El Espíritu vive en nosotros yestá pronto para actuar en nuestro favor.Pero hace falta que le invoquemos. Sinuna invocación consciente e intensa delEspíritu Santo no hay verdadera oracióncristiana, pues sólo Él nos da el verdade-ro conocimiento de Cristo y del Padre.Sólo Él puede levantarnos de nuestra de-bilidad natural, de la oscuridad de nuestrojuicio, del egoísmo de nuestros deseos,de lo rastrero de nuestros planes...

«Su intercesión por los santos es segúnDios». Puesto que «nadie conoce lo ínti-mo de Dios sino el Espíritu de Dios» (1Cor 2,11), sólo su influjo en nosotros noshace capaces de pedir «según Dios», se-gún sus planes, según su sabiduría. Y lohace «con gemidos inefables», pues lavoluntad de Dios es misteriosa y a noso-tros se nos escapa. Por eso, nuestra ora-ción muchísimas veces consistirá en ad-herirnos a la voluntad de Dios, sea cualsea, y en desearla, aún sin conocerla ensus detalles particulares.¿Soy cizaña?

Mt 13,24-43¡En la Iglesia hay cizaña! En el campo

de Cristo también brota el mal. Sin em-bargo, eso no es para rasgarnos las vesti-duras. El amo del sembrado lo sabe, peroquiere dejarlo. No hemos de escandalizar-nos por los males que vemos en la Igle-sia. Eso no es obra de Cristo, sino delMaligno y de los que pertenecen al Malig-no aunque parezcan pertenecer a Cristo.Si Cristo lo permite es para que ante elmal reaccionemos con el bien con mu-cho mayor entusiasmo. Lo que tendre-mos que preguntarnos y examinar es sino estaremos siendo nosotros cizaña den-tro de la Iglesia en lugar de semilla buenaque da fruto.

Porque la semilla buena tiene fuerza para

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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28 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

crecer y desarrollarse ilimitadamentecomo el grano de mostaza o la masa quefermenta. ¿Creemos de verdad en la fuer-za de la Palabra de Dios y en la eficaciade la gracia de Cristo? Entonces, ¿por quénuestras comunidades no tienen esta vi-talidad que indica la parábola?, ¿por quéno crecen continuamente?, ¿acaso Cristono es el mismo ayer, hoy y siempre? En-tonces, ¿qué es lo que esteriliza la palabrade Cristo?

La parábola de la cizaña nos sitúa tam-bién ante el juicio. Es absurdo engañar-nos a nosotros mismos y pretender enga-ñar a los demás, porque a Dios no se leengaña. Al final todo se pondrá en claro yla cizaña será arrancada y echada al fue-go. ¡Cuántas cosas serían muy distintasen nuestra vida si viviésemos y actuáse-mos como si hubiéramos de ser juzgadosesta misma noche!

Domingo XVII del Tiempo Ordinario

El verdadero tesoroMt 13,44-52

Con el evangelio en la mano, no entien-do cómo se puede hablar de que ser cris-tiano es difícil y costoso. Es verdad quehay que dejar cosas –muchas más de lasque dejamos–, es verdad que hay quemorir al pecado que todavía reside en no-sotros, pero todo esto se hace con facili-dad, porque hemos encontrado un Tesoroque vale mucho más sin comparación. Másaún, las renuncias se realizan «con alegría»,como el hombre de la parábola, con la ale-gría de haber encontrado el tesoro, es de-cir, sin costar, sin esfuerzo, de buen humory con entusiasmo.

Si todavía vemos el cristianismo comouna carga, ¿no será que no hemos encon-trado aún el Tesoro? ¿No será que no noshemos dejado deslumbrar lo suficiente porla Persona de Cristo? ¿No será que le co-

nocemos poco, que le tratamos poco? ¿Noserá que no oramos bastante? El que amala salud hace cualquier sacrificio por cui-darla y el que ama a Cristo está dispuesto acualquier sacrificio por Él. Cristo de suyoes infinitamente atractivo, como para lle-nar nuestro corazón y hacernos fácil todarenuncia.

El mejor comentario a este evangelio sonlas palabras de san Pablo: «Todo eso quepara mí era ganancia, lo consideré pérdidacomparado con Cristo; más aún, todo loestimo pérdida comparado con la excelen-cia del conocimiento de Cristo Jesús miSeñor. Por Él lo perdí todo, y todo lo esti-mo basura con tal de ganar a Cristo» (Fil3,7-8). El que de verdad ha encontrado aCristo está dispuesto a perderlo todo porÉl, pues todo lo estima basura comparadocon la alegría de haber encontrado el ver-dadero Tesoro.

Domingo XVIIIdel Tiempo Ordinario

Creer en el AmorRom 8,35.37-39

«¿Quién podrá apartarnos del amor deCristo?». San Pablo lanza este grito de-safiante desde la atalaya de quien se sabeamado incondicionalmente por Cristo.Nuestra fe es un confianza total y absolutaen el amor de Dios. «Nosotros hemos co-nocido y creído el amor que Dios nos tie-ne» (1 Jn 4,16). San Pablo habla por expe-riencia. Sabe que este amor nunca falla,nunca defrauda. El amor de Cristo es laúnica seguridad estable y definitiva aunquetodo se hunda. Al que ha construido su vidasobre la roca del amor de Cristo ningunatempestad puede tamba-learle (Cfr. Mt7,25).

«En todo esto vencemos fácilmente por

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Aquel que nos ha amado». A veces quisié-ramos que el Señor eliminase las dificulta-des. Sin embargo, no suele actuar así. Másbien nos da la fuerza para vencerlas y supe-rarlas apoyados en su amor. Cristo lo habíadicho bien claro: «En el mundo tendréisluchas, pero tened valor: Yo he vencido almundo» (Jn 16,33). Y san Pablo lo sabía porexperiencia. De ahí su confianza desbor-dante y su gozo en medio de las pruebas ytribulaciones (2 Cor 7,4). «Esta es la vic-toria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn5,4).

«Estoy convencido...» No se trata de unaopinión, sino de una certeza absoluta. Lacerteza de estar afianzados en un amor másfuerte que el mal, más fuerte que la muer-te. Un amor que nos precede y nos acom-paña, que nunca nos abandona, que nos con-duce con su sabiduría y su poder infinitos.No queda lugar para la duda o para el te-mor, no tienen razón de ser la cobardía niel desaliento. «Aunque camine por cañadasoscuras, nada temo, porque tú vas conmi-go» (Sal 23,4). «Si un ejército acampa con-tra mí, mi corazón no tiembla, si me decla-ran la guerra me siento tranquilo» (Sal 27,3).«Sólo en Dios descansa mi alma..., sólo Éles mi roca y mi salvación, mi alcázar, novacilaré (Sal 62,2-3).

Dadles vosotros de comerMt 14,13-21

También a nosotros nos dice hoy Jesús:«Dadles vosotros de comer». Con cincopanes y dos peces dio de comer a la multi-tud. Pero ¿qué hubiera ocurrido si los dis-cípulos se hubieran guardado los cinco pa-nes y los dos peces? Probablemente, Jesúsno hubiera hecho el milagro y la multitudse hubiera quedado sin comer.

Lo mismo que a los discípulos, ni a ti nia mí nos pide Jesús que solucionemos to-dos los problemas ni que hagamos mila-

gros. Los milagros los hace Él. Pero sínos pide una cosa: que pongamos a sudisposición todo lo que tenemos; poco omucho, da igual, pero que sea todo lo quetienes. Ante el hambre de pan material yel hambre de la verdad de Cristo que tan-ta gente padece, ¿vas a negarle a Cristotus cinco panes y tus dos peces?

Si los discípulos no hubieran entregadoa Jesús lo poco que tenían alegando quelo necesitaban para ellos, varios miles sehubieran quedado sin comer y, sobre todo,se hubieran quedado sin conocer el poderde Cristo realizando tal milagro. Si tú leniegas tus panes y tus peces, eres res-ponsable de que Cristo hoy no siga ali-mentando a la gente y de que muchos nole conozcan al no darle la posibilidad dehacer milagros multiplicando tus pocospanes y peces.

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

Echar raíces en DiosMt 14,22-33

Son numerosas las ocasiones en que losevangelistas nos repiten que Jesús se re-tiraba a solas a orar. Un gesto vale másque mil palabras. Con ello nos enseña tam-bién a nosotros la necesidad que tenemosde esa oración silenciosa, de ese estar conel Padre a solas, sabiendo que nos ama ynos cuida. Sin una vida profunda de ora-ción, nuestra existencia será como esabarca zarandeada por las olas, alborotadapor cualquier dificultad, sin raíces, sinestabilidad.

El que ora de verdad va alimentando suvida de fe, va echando raíces en Dios. Laoración le da ojos para conocer a Jesús ydescubrirle en todo, incluso en medio delas dificultades, del sufrimiento y de laspruebas: «Verdaderamente eres Hijo deDios». La falta de oración, en cambio,

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hace que se sienta a Jesús como un «fan-tasma», como algo irreal; el que no ora esun hombre de poca fe, duda y hasta aca-ba perdiendo la fe.

El que trata de manera íntima y familiarcon Dios experimenta la seguridad de sa-berse acompañado, de saberse protegidopor un amor que es más fuerte que el dolory que la muerte. El que no ora se sientesolo. El que ora convive con Cristo y ex-perimenta la fuerza de sus palabras:«¡Ánimo! Soy yo, no temáis». Es nece-sario volver a descubrir entre los cristia-nos la dicha de la oración. Cristo no quie-re siervos, sino amigos que vivan en ínti-ma familiaridad con Él.

Domingo XX del Tiempo Ordinario

Todo es graciaMt 15,21-28

Impresiona ante todo de esta mujercananea su profunda humildad. Pide ayu-da a Jesús, pero reconoce que no tieneningún derecho a esta ayuda. Lo esperatodo y sólo de la benevolencia y de la mi-sericordia de Jesús. Todo es gracia. Yno hay otra manera válida de acercarnosa Dios –en la oración, en los sacramentos...– más que en la disposición del pobre quemendiga esta gracia. No podemos exigir nireclamar nada de Dios. «Como están losojos de los esclavos fijos en las manos desus señores, así están nuestros ojos en elSeñor esperando su misericordia».

Impresiona también su fe, que produceadmiración al mismo Jesús. A pesar de lasdificultades que Jesús le pone, con unaspalabras muy duras, ella sigue esperando elmilagro, sin desanimarse. ¿Tiene mi fe esamisma vitalidad y energía? ¿Tiene esa ca-pacidad de esperar contra toda esperanza?Las dificultades, ¿derrumban mi fe o, porel contrario, la hacen crecer?

Y, finalmente, impresiona el amor a suhija. Conoce la necesidad de su hija –«mihija tiene un demonio muy malo»– y estádispuesta a no marcharse hasta que con-siga el milagro. Insiste sin cansarse. Con-trasta con la postura de los discípulos quele piden a Jesús que se lo conceda paraquitársela de encima y para que deje demolestar. ¿Cómo es mi amor a los de-más? ¿Me importan? ¿Voy hasta el finalen la ayuda que puedo darles, incansa-blemente, a pesar de las dificultades? ¿Ocuando los ayudo es para conseguir queme dejen en paz?

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

El regalo más grandeMt 16,13-20

El evangelio de hoy tiene que hacernosexperimentar la maravilla de la fe. Confrecuencia, estamos demasiado «acos-tumbrados» a creer; hemos nacido en unafamilia cristiana y nos parece lo más na-tural del mundo. Sin embargo, hemos deadmirarnos del regalo de la fe, de que tam-bién nosotros podamos decir a Jesús: «Túeres el Hijo de Dios», pues eso no nos vie-ne de la carne ni de la sangre, sino que nosha sido revelado por el Padre que está enlos cielos. La fe es el regalo más grandeque hemos recibido; más grande incluso quela vida, pues la vida sin fe sería absurda yvacía.

Por ello hemos de agradecer al Señor eldon de la fe y hemos de sentirnos felicesde creer. ¿Siento la dicha de ser creyente,cristiano, católico? ¿O vivo mi fe como unpeso, una rutina, una costumbre? ¿Me pre-ocupo de cultivar mi fe y hacerla crecer,de formarme bien como cristiano? Lo mis-mo que la gente se equivocaba al decirquién era Jesús, también en nuestra mentehay errores, opiniones o ideas equivoca-das. ¿Procuro irlas desechando? Y la ale-

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gría de creer ¿me lleva a dar testimonio antelos demás, a manifestarme como creyen-te? ¿ O en cambio me avergüenzo de Cris-to?

Pedro sigue estando presente hoy en elPapa, que ha recibido la autoridad de Cris-to para atar o desatar. Debe escucharlecomo padre y pastor, seguir sus enseñan-zas. ¿Me apoyo en la firmeza de la rocade Pedro? ¿Estoy contento de ser hijo dela Iglesia?

Domingo XXII del Tiempo Ordinario

Piensas como los hombresMt 16,21-27

Cuando Jesús presenta el plan del Pa-dre sobre su propia vida –muchos pade-cimientos y muerte en cruz–, Pedro serebela y se pone a increpar a Jesús; seescandaliza de la manera como Dios ac-túa, y se pone a decir que eso no puedeser. ¿Acaso no es también esta nuestrapostura muchas veces cuando la cruz sepresenta en nuestra vida?

Pero fijémonos en la respuesta de Je-sús a Pedro: «¡Apártate de mi vista, Sata-nás!». La expresión es tremendamentedura, pues Jesús le llama a Pedro «Sata-nás». Y ¿por qué? Porque piensa comolos hombres y no como Dios. Pues bien,también nosotros tenemos que aprendera ver la cruz –nuestras cruces de cadadía: dolores, enfermedades, problemas, di-ficultades...– como Dios, es decir, con losojos de la fe. De esa manera no nos rebe-laremos contra Dios ni contra sus planes.

Vista la cruz con ojos de fe no es terri-ble. Primero, porque cruz tiene todo hom-bre, lo quiera o no, sea cristiano o no.Pero el cristiano la ve de manera distinta,la lleva con paz y serenidad. El cristianono se «resigna» ante la cruz; al contrario,

la toma con decisión, la abraza y la llevacon alegría. El que se ha dejado seducirpor el Señor y en su corazón lleva sem-brado el amor de Dios no ve la cruz comouna maldición. La cruz nos hace ganar lavida, no sólo la futura, sino también lapresente, en la medida en que la llevamoscon fe y amor.

Ofrenda permanente

Rom 12,1-2

«Os exhorto... a presentar vuestros cuer-pos como hostia viva». La vida del cristia-no es una ofrenda permanente de la pro-pia existencia a Dios. «Este es vuestroculto razonable». Sin esta ofrenda de lapropia vida el culto sería vacío, caería-mos en un mero ritualismo como el quetantas veces atacan los profetas. Cristose ha ofrecido de verdad. Su ofrenda alPadre ha sido tan real que ha quedadosellada por el sacrificio del Calvario. Vivirla misa, participar en ella, es ofrecerse conCristo al Padre; realmente, con toda nues-tra vida, con todo lo que somos y tene-mos. Y hacer que esta ofrenda se man-tenga durante todo el día, durante toda lavida.

«No os ajustéis a este mundo». Todanuestra vida y nuestra conducta ha deestar inspirada por la fe. Pero en el am-biente de la sociedad que nos rodea mu-chos criterios y muchas conductas no es-tán inspiradas en el evangelio o son posi-tivamente contrarias a él. Por eso no po-demos pensar, vivir y actuar «como todoel mundo». El criterio que nos guía nopuede ser ni lo que dice la televisión, ni loque la gente opina, sino siempre y sólo elevangelio.

«Transformáos por la renovación de lamente para que sepáis discernir la volun-tad de Dios». Hemos de vivir en conver-

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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sión continua. Pero no sólo de nuestrasobras, sino sobre todo de nuestros crite-rios. No basta actuar «con buena volun-tad». Si nuestra mentalidad y nuestroscriterios no son según el evangelio, cier-tamente no haremos lo que Dios quiere.Por eso hemos de leer mucho la Palabrade Dios, para impregnarnos de ella. He-mos de leer a los santos, que son los quemejor han entendido y vivido el evange-lio. Hemos de ayudarnos unos a otros a«respirar» según los criterios evangélicos.Y hemos de procurar ser coherentes alponerlos en practica, sin engañarnos anosotros mismos (St 1,22).

Domingo XXIIIdel Tiempo Ordinario

Deuda de amorRom 13,8-10

«A nadie le debáis nada, mas que amor».Tenemos para con los demás la «deuda»del amor. Cuando hemos realizado un actode caridad para con el prójimo, cuandohemos hecho el bien a alguien, quisiéra-mos que nos lo agradeciera, que todo elmundo nos lo reconociera y que Dios mis-mo nos lo pagase. Sin embargo, somos deu-dores de los demás. Les debemos amor. Nosólo les debemos lo que cae en el campode la estricta justicia. Si Cristo nos hubieratratado en estricta justicia, estaríamos con-denados. Sin embargo, nos amó, y no encualquier grado, sino «hasta el extremo» (Jn13,1). Igualmente nosotros: cuando nos ha-yamos entregado hasta el extremo, habre-mos de exclamar: «somos unos pobres sier-vos, hemos hecho lo que teníamos que ha-cer» (Lc. 17,10).

«El que ama tiene cumplido el resto dela Ley». San Pablo, siguiendo al propioCristo (Mt 22,34-40), nos recuerda quetoda la Ley se resume en el mandamiento

del amor. Lo cual no significa que todo lodemás no importe, sino que tenemos queprestar atención a esta fuente de la quetodo brota. Por eso san Agustín pudo pro-clamar: «Ama y haz lo que quieras». Elque de verdad ama no hace mal a su pró-jimo. El que de verdad ama hace el biensiempre y a todos. El que de verdad ama,supera la estricta justicia, cumple los man-damientos y los rebasa. Se trata de culti-var las actitudes profundas del corazón,pues «el árbol bueno da frutos buenos»(Mt 7,17). Si uno está lleno por dentrode caridad, no hay que preocuparse demás: se trata sencillamente de dejar quela caridad rebose hacia fuera. Por el con-trario, el que no ama, inútilmente se es-forzará en cumplir los mandamientos,pues «el árbol malo da frutos malos» (Mt7,17).

«Amar es cumplir la Ley entera». Porsi quedaba alguna duda, esta frase finalsubraya que el amor no es un puro senti-miento. El amor a Dios consiste en cum-plir su mandamientos (1 Jn 5,3). El amores delicado, cuidadoso, exigente, hasta enlos más mínimos detalles. En cambio, elque no cumple la Ley entera tendrá que re-conocer que su amor todavía deja muchoque desear.

Te pediré cuentas

Mt 18,15-20

El evangelio de hoy nos presenta un as-pecto que en la mayoría de las comunida-des cristianas está sin estrenar. Jesús dice: «Situ hermano peca, repréndelo». La lógica esmuy sencilla: si a cualquier madre le im-porta su hijo y le duele lo que es malo parasu hijo y le reprende porque le quiere ydesea que no tenga defectos, con mayorrazón al cristiano le debe importar todohombre, sencillamente por que es su her-

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mano. ¿Me duele cuando alguien peca?La lectura de Ezequiel es incluso más

fuerte en esto : «Si tú no hablas poniendoen guardia al malvado para que cambie deconducta, a ti te pediré cuenta de su san-gre». Somos responsables de los herma-nos. Si viéramos a alguien que va a caeren un precipicio, le gritaríamos una y milveces. Pues bien, da escalofrío la indife-rencia con que vemos alejarse personasde Cristo y de la Iglesia y vivir en el peca-do y no les decimos ni palabra. «Si tu her-mano peca, repréndelo». «Si no le ponesen guardia, te pediré cuenta de su san-gre». ¿Me siento responsable? Recorde-mos que fue Caín el que dijo: «¿Acasosoy yo guardián de mi hermano?»

Por lo demás, está claro que se trata dereprender por amor y con amor. No confastidio y rabia o porque a uno le moleste.Es una necesidad del amor. El amor a loshermanos lleva a luchar para que no sedestruyan a sí mismos. Tenemos con ellosuna deuda de amor que nos impide callar,precisamente para su bien. Todo menosla indiferencia.

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

Somos del SeñorRom 14,7-9

«Ninguno de nosotros vive para sí mis-mo». Uno de los males más tristes de nues-tro mundo es esa situación de egocen-trismo absoluto en que cada uno sólo vivepara sí mismo, sólo piensa en sí mismo,está centrado exclusivamente en sus pro-pios intereses. Frente a esto, san Pablopuede gritar con fuerza que entre noso-tros los cristianos «ninguno vive para símismo». Puesto a liberarnos, Cristo nos

arranca ante todo de la cárcel de nuestroegocentrismo, nos despoja de la esclavi-tud del culto al propio yo. Debemos pre-guntarnos: de hecho ¿es así en mi caso?

«Si vivimos, vivimos para el Señor». Elegocentrismo sólo se rompe en la medidaen que vivimos para Cristo. Si la vida valela pena vivirse es perteneciendo al Señor.Si no vivimos para nosotros mismos esporque «no nos pertenecemos» (1 Cor6,19). Pertenecemos a Cristo y esta esnuestra identidad. Pertenecer a Cristo esen realidad la única manera de ser verda-deramente libres.

«Si morimos, morimos para el Señor».Cristo ha venido a «liberar a los que pormiedo a la muerte pasaban la vida comoesclavos» (Hb 2,15). Para un cristiano lamuerte no es motivo de temor. Cristo estambién señor de la muerte, que será elúltimo enemigo aniquilado (1 Cor 15,26).Para un cristiano la muerte es un acto deentrega al Señor, el acto de la entrega de-finitiva y total a Cristo. El cristiano muerepara Cristo.

«Somos del Señor». Esta es nuestra cer-teza, nuestra seguridad, nuestro gozo. Estees nuestro punto de referencia. Pertenece-mos a Cristo. Esta es nuestra identidad. Elque vive como posesión de Cristo tampo-co tiene miedo a los hombres, ni al mundo.La pertenencia a Cristo nos libera del ser-vilismo. Es a Él a quien hemos de dar cuen-tas de nuestra vida.

Contradicción brutal

Mt 18,21-36

Nuestro Dios es el Dios del perdón y lamisericordia. Perdona siempre a aquel quese arrepiente de verdad. Y nosotros, comohijos suyos, nos parecemos a Él. «Sedmisericordiosos como vuestro Padre esmisericordioso». No puede ser de otra

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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34 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

manera. Por eso Jesús dice que hemos deperdonar «hasta setenta veces siete», esdecir, siempre.

La parábola expresa la contradicción bru-tal en ese hombre a quien le ha sido perdo-nada una deuda inmensa, pero que no per-dona a su compañero una cantidad insigni-ficante, llegando incluso a meterle en lacárcel. Ahí estamos dibujados todos noso-tros cada vez que nos negamos a perdonar.En el fondo, las dificultades para perdonara los demás vienen de no ser conscientesde lo que se nos ha dado y de lo que se nosha perdonado. El que sabe que le ha sidoperdonada la vida es más propenso a per-donar a los demás.

El perdón de Dios es gratuito: basta queuno se arrepienta de verdad. También elnuestro ha de ser gratuito. Pero prestemosatención a la parábola: ¿con qué derechopuede acercarse a solicitar el perdón deDios quien no está dispuesto a perdonar asu hermano? El que no quiere perdonar alhermano ha dejado de vivir como hijo; elque no está dispuesto a perdonar al otro estácerrado y es incapaz de recibir el perdónde Dios.

Domingo XXV del Tiempo Ordinario

La vida es CristoFil 1,20.24-27

Seguimos de la mano de san Pablo. De-jada la carta a los Romanos, la liturgia nospresentará durante varios domingos textosde la carta a los Filipenses.

«Para mí la vida es Cristo». Hermosa con-fidencia de san Pablo, que saca a la luz elsecreto de su existencia. Su vida es Cristo,de tal manera que sin Él la vida ya no esvida, y más parece muerte que vida. ¿Puedodecir yo lo mismo? ¿Puedo decir de ver-dad que mi vida es Cristo, de la misma ma-

nera que se dice de una persona que su vidason sus negocios o que su vida es el depor-te? ¿Realmente mi vida es Cristo?; ¿en-cuentro en Él mi fuerza, mi alegría, mi des-canso...? ¿Soy incapaz de vivir sin Él? ¿O,por el contrario, Él ocupa sólo una partecitade mi vida? ¿Me acuerdo de Él con frecuen-cia? ¿Todos mis pensamientos, palabras yobras brotan de Él? ¿Los que me conocenbarruntan que mi vida es Cristo?

«Deseo partir para estar con Cristo, quees con mucho lo mejor». Así han encara-do todos los santos la muerte, deseándo-la. No porque deseasen morir, sino por-que deseaban estar con Cristo, para locual es necesario pasar por la muerte.Para el verdadero creyente la muerte noes algo temido, sino algo deseado, por-que «es una ganancia el morir». Aunqueno sepamos con detalle cómo será la vidaeterna, sí tenemos una certeza: «Estare-mos siempre con el Señor» (1 Tes 4,17),con aquel que ya ahora es nuestra vida ylo será plenamente por toda la eternidad.

«Cristo será glorificado en mi cuerpo,sea por mi vida o por mi muerte». Otroprecioso rasgo del alma del apóstol. Aquíse ve que su deseo de morir no es una eva-sión egoísta ni una huída de este mundo.Está dispuesto a quedarse todo el tiempoque haga falta si el Señor quiere servirsede él para bien de los fieles. Completamen-te olvidado de sí mismo, Pablo sólo deseauna cosa: que Cristo sea glorificado. Ar-diendo de amor a Cristo y a los cristianos,le da igual luchar y sufrir que ir a descan-sar y a gozar de Cristo; sólo desea servir alSeñor y a los hermanos.Otra lógica

Mt 20,1-16Lo primero que subraya el evangelio de

hoy es que Dios rompe nuestros esquemas.Con cuánta frecuencia queremos meter a

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Dios en nuestra lógica, pero la «lógica» deDios es distinta. Como dice Isaías: «Misplanes no son vuestros planes, vuestros ca-minos no son mis caminos». Hace faltamucha humildad para intentar sintonizar conDios en lugar de pretender que Dios sinto-nice con nuestra mente tan estrecha. ElReino de Dios trastoca muchos valores delos hombres: los que los hombres consi-deran primeros serán últimos y los que loshombres consideran últimos serán prime-ros. Sin duda, en el cielo nos llevaremosmuchas sorpresas.

Además, Jesús nos enseña la gratuidad:Dios nos lo ha dado todo gratuitamente.¿Qué tenemos que no hayamos recibido?Pretendemos –como los jornaleros de laparábola– negociar con Dios, con unamentalidad de justicia que no es la delReino, sino la de este mundo. El que hasido llamado antes ha de sentirse dichosopor ello y el que ha trabajado más debedar más gracias, porque el trabajar porDios y su Reino es ya una gracia inmen-sa: es Dios mismo el que nos concedepoder trabajar.

Nos avisa el evangelio que no hemos demirar lo que trabajan los demás o lo quereciben, sino trabajar con todo entusias-mo lo que se nos confía en la viña. Notrabajamos para nosotros, sino para elSeñor y para su Reino. La paga será lagloria, una felicidad inmensa y eterna, to-talmente desproporcionada y sobreabun-dante.

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Se humillóFil 2,1-11

«Tened entre vosotros los sentimientospropios de una vida en Cristo Jesús». SanPablo va siempre a la raíz de las cosas. Nose trata de imitar a Cristo «por fuera». Por

el bautismo hemos sido «injertados» enCristo, hemos sido hechos «una mismacosa» con Él (Rom 6,5) y tenemos en no-sotros la misma vida de Cristo. Por tanto,ya no se trata de imitar o copiar a Cristopor fuera, sino de dejar que esa vida quellevamos dentro aflore a toda nuestra con-ducta, de modo que nuestros pensamientosy deseos, sentimientos, palabras y accio-nes, sean los de Cristo. Se trata de que ennosotros llegue a cumplirse con toda ver-dad lo que san Pablo dice de sí mismo:«Vivo, pero ya no soy yo, es Cristo quienvive en mí» (Gál 2,20).

«Se despojó de su rango y tomó la con-dición de esclavo». Está claro que paravivir las actitudes de Cristo hace falta so-bre todo mirarle a Él. Para un cristiano elpunto de referencia continuo es Cristo;no el ambiente, ni las modas, ni los líde-res humanos, sino Cristo; siempre Cristoy, en la medida en que corresponde, losque siguen e imitan de cerca a Cristo. Poreso, hay que mirar mucho a Cristo en laoración, en la lectura de la Biblia, en lossantos... para aprender de Él.

Para aprender sobre todo estas actitu-des fundamentales de obediencia, humil-dad y abajamiento. Por la desobediencia,soberbia y orgullo de Adán nos vinierontodos los males; por la obediencia y hu-millación de Cristo, todos los bienes (Rom5,19). ¿De qué lado nos ponemos? Pode-mos seguir propagando males en la Igle-sia y en el mundo. O podemos prolongarla acción redentora y salvífica de Cristo:la condición es que nos revistamos de lossentimientos de Cristo, despojándonos,tomando actitud de esclavo, humillándo-nos, obedeciendo hasta la muerte...El peligro de creerse bueno

Mt 21,28-32Como tantas veces, también hoy Jesús

arremete contra los fariseos, contra ese

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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36 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

fariseo que hay dentro de cada uno de no-sotros, para quienes se proclama el evan-gelio: «Los publicanos y las prostitutas osllevan la delantera en el camino del Reinode Dios».

Los fariseos no se convirtieron ante lapredicación de Jesús porque se creíanbuenos, porque «cumplían» con la Ley;por eso no necesitaban de Jesucristo.También es ese nuestro peligro: creernosbuenos, sentirnos satisfechos de nosotrosmismos, cuando la realidad es que esta-mos muy lejos de ser lo que Dios quiereque seamos. Hemos de huir como de lapeste de pensar que ya hemos hecho bas-tante. El amor de Dios y de los hermanosno conoce límites y el que ha entrado porlos caminos del Reino reconoce que tieneun horizonte inmenso por recorrer, tanamplio como la inmensidad de Dios.

Lo que Jesús alaba en los publicanos yprostitutas no es su pecado, sino que hansabido reconocer su pecado y cambiarpara entregarse del todo a Dios. En cam-bio, el fariseo al creerse bueno, se quedaencerrado en su mezquindad sin recibir aCristo. Todos tenemos el peligro de que-darnos en las buenas palabras –como el se-gundo hijo de la parábola–, sin entregarnosen realidad al amor del Padre y a su volun-tad y rechazando en el fondo a Cristo.

Domingo XXVIIdel Tiempo Ordinario

Imitadores de CristoFil 4,6-9

«En toda ocasión, en la oración y súplicacon acción de gracias, vuestras peticionessean presentadas a Dios». El pecado rom-pe la relación y el diálogo familiar conDios. Adán y Eva, creados para este trato ypara esta intimidad con Dios, huyen de Élcuando han pecado (Gén 3,8); más aún, se

produce –como consecuencia del pecado–un distanciamiento y una imposibilidad dediálogo con Dios (Gén 3,23-24). Por elcontrario, en la medida en que somos arran-cados del dominio del pecado, surge denuevo la posibilidad y el deseo del diálogocon Dios en la oración. Una oración desúplica y petición, porque somos criaturasindigentes y necesitadas. Una oración deacción de gracias, porque «todo don per-fecto viene de arriba» (St 1,17). Una ora-ción «en toda ocasión», pues no debe re-ducirse a algunos tiempos y lugares, sinoque el diálogo con Dios tiende a impreg-narlo todo.

«Todo lo que es verdadero, noble, justo,puro, amable... tenedlo en cuenta». El cris-tiano no es alguien retraído frente a losvalores que descubre en el mundo. Por elcontrario, si alguien sabe apreciarlos deverdad es él, pues reconoce que todo lobueno, todo lo verdadero, todo lo bello,todo lo realmente valioso, procede delCreador. Es cierto que no debe ser inge-nuo, sino practicar un sano discernimien-to: «Examinadlo todo y quedáos con lobueno» (1 Tes 5,21). Pero tampoco debecerrarse por principio, despreciando lacreación buena de Dios. Debe «tener encuenta» todo lo bueno para juzgar con sa-biduría sobrenatural y elegir lo que es vo-luntad de Dios.

«Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteisy visteis en mí, ponedlo por obra». A pri-mera vista parecería arrogante esta indica-ción de san Pablo. Sin embargo, él es per-fecto maestro y perfecto modelo, porquees perfecto discípulo y perfecto aprendiz:«Sed imitadores míos como yo lo soy deCristo» (1 Cor 11,1). Su autoridad le vienede su sumisión a Cristo.

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¿Qué más pude hacer por ti?Mt 21,33-42

El acento de la parábola –sobre todo a laluz de la canción de la viña que leemos enla primera lectura– está puesto en el amorde Dios por su viña: la cavó, le quitó laspiedras, la planta de cepa exquisita, la ro-deo de una cerca... Todas ellas son expre-siones que indican el cuidado delicado yamoroso que Dios ha tenido para con supueblo y para con cada uno de nosotros.Para darnos cuenta de ello hace falta parar-nos a contemplar la historia de la salvaciónentera y la historia de la vida de cada uno:cómo Dios se ha volcado incluso con mimode manera sobreabun-dante. De ahí el gritodolido del corazón de Dios: «¿Qué máspude hacer por mi viña que no haya hecho?»

Ante tanto cuidado y tanto amor se en-tiende mejor la gravedad de esa falta derespuesta. Dios ha «arrendado» la viña,la ha puesto en nuestras manos haciendoalianza con nosotros. Y he aquí lo absur-do del pecado: esa viña tan cuidada porparte de Dios no da el fruto que le corres-pondía.

Pero lo peor, lo que es realmente mons-truoso, es que los viñadores se toman la viñapor suya, despreciando al dueño. Esto es loque ocurre en todo pecado: en vez de vivircomo hijo, recibiendo todo de Dios, endependencia de Él, el que peca se sientedueño, disponiendo de los dones de Dios asu antojo, hasta el punto de ponerse a símismo en lugar de Dios. He aquí la atroci-dad de todo pecado. Por eso también a no-sotros se dirige la amenaza de Jesús de qui-tarnos la viña y entregarla a otros que denfruto.

Domingo XXVIIIdel Tiempo Ordinario

Dar con generosidadFil 4,12-14.19-20

«Todo lo puedo en Aquel que me confor-ta». Admirable grito de confianza de Pablo.Y tanto más admirable en cuanto que no tie-ne nada de ingenuidad infantil. El contextonos lo dice: es una confianza en medio dela pobreza, del hambre y de la privación.Porque es ahí sobre todo donde se mani-fiesta la confianza. Mientras todo va bien yhay abundancia de medios y de ayudas, esfácil confiar en Dios. La confianza se prue-ba sobre todo en medio de las dificultades,de las carencias y de todo tipo de proble-mas. Es entonces, cuando no hay ningúnotro apoyo o agarradero, cuando se puededecir con plena verdad: «Todo lo puedo enAquel que me conforta», «sé de quién mehe fiado» (2 Tim 1,12).

«En todo caso, hicísteis bien en compar-tir mi tribulación». San Pablo agradece losdonativos recibidos. Pero no tanto por elfavor que le hacen a él –que ha aprendido avivir en pobreza y está preparado para todo–, sino por el favor que se hacen a sí mis-mos. En efecto dice en el versículo 17: «Noes que yo busque el don; lo que busco esque los intereses se acumulen en vuestracuenta». San Pablo no instrumentaliza anadie. En su caridad y desinterés, se alegra,más que por la ayuda recibida, porque des-cubre el amor y la generosidad que hay enel corazón de los filipenses. Efectivamen-te, el dar a los demás es una inmensa graciaque Dios concede (2 Cor 8,1-5).

«Mi Dios proveerá a todas vuestras ne-cesidades con magnificencia». Desde lue-go que Dios no es tacaño. El que hace elbien y da a los demás es porque confía enDios. Y Dios no permitirá que falte lo ne-cesario al que da con generosidad y con-

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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fianza, pues proveerá a sus necesidades ma-teriales y aumentará en él los frutos espiri-tuales de una vida santa (2 Cor 9,8-10); porel contrario, «el que siembra tacañamente,tacañamente cosechará» (2 Cor 9,6).La gravedad de la repulsa

Mt 22, 1-14La parábola de hoy –lo mismo que las de

los dos domingos anteriores– subraya lagravedad de la repulsa de Jesús. Más aúnque en la parábola de los viñadores homi-cidas, se subraya la ternura de Dios. Él esel Rey que invita a los hombres a las bodasde su Hijo. Jesús aparece como el Esposoque va a desposarse con la humanidad y todohombre –se llama a todos los que se en-cuentren en los cruces de los caminos– esinvitado a este festín nupcial, a esta intimi-dad gozosa.

Las fuertes expresiones de la parábola –el rey que monta en cólera, manda sus tro-pas y destruye la ciudad– indican las tre-mendas consecuencias del rechazo de Cris-to. Nosotros, que somos tan sensibles a lasrelaciones sociales humanas, ¿nos damoscuenta de verdad de lo que significa recha-zar las invitaciones de Dios? El hecho deque a Dios no le veamos con los ojos o deque Él no «proteste» cuando le decimos«no», no quiere decir que el rechazo de susinvitaciones no sea un desprecio bochor-noso. Las excusas –el campo, los nego-cios...– no son más que excusas y en reali-dad significan no querer responder.

También puede parecernos dura la últimaparte de la parábola –el invitado que es arro-jado fuera porque no lleva vestido de bo-das–. Dios invita a todos, no hace distin-ciones, la entrada en la Iglesia es gratuita,pero no hemos de olvidar que se trata de laIglesia del Rey. El vestido de bodas, es de-cir, una vida según el evangelio, es necesa-rio. La gracia es exigente. Con Dios no sejuega y no podemos juntar a Cristo y a Sa-

tanás.

Domingo XXIXdel Tiempo Ordinario

El milagro de la Gracia1Tes 1,1-5

Después de la carta a los filipenses, laIglesia nos presenta durante los próximosdomingos la primera carta a los tesalo-nicenses, que es el primer escrito de sanPablo y de todo el Nuevo Testamento.Asistimos en ella a los primeros pasos dela comunidad cristiana de Tesalónica.

«Siempre damos gracias a Dios por to-dos vosotros y os tenemos presentes ennuestras oraciones». Como en las demáscartas, la oración empapa las palabras desan Pablo. Ha asistido al milagro de la gra-cia que supone la conversión de un buennúmero de paganos. La Iglesia ha echa-do raíces en Tesalónica. Más aún, se man-tienen fieles en medio de dificultades ypersecuciones. Y el alma de Pablo des-borda de gratitud a Dios. Sabe que es unmilagro de la gracia. Pero un milagro queha de mantenerse cada día. Y por eso siguepidiendo, en la certeza de que Dios quierecontinuar el milagro de la gracia. ¿Cómono vivir nosotros la misma admiración y lamisma gratitud por la acción de Dios?¿Cómo no implorar cada día humilde y con-fiadamente, el milagro de la gracia, la úni-ca que puede mover y cambiar los corazo-nes?

«Recordamos sin cesar la actividad devuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor yel aguante de vuestra esperanza». Motivoespecial de gratitud es que el don de Diosno ha quedado vacío. La fe recibida por lostesalonicenses se ha traducido en obras, suamor se ha prolongado en entrega esfor-zada por el Señor y por los hermanos, suesperanza se ha manifestado en la tenaci-

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dad y el aguante. ¿Y en nosotros?«Cuando se proclamó el evangelio entre

vosotros no hubo sólo palabras, sino ade-más fuerza del Espíritu Santo y convicciónprofunda». Aquí está el secreto: no son lassimples palabras las que convierten, porbien dichas que estén, sino la acción po-tente del Espíritu Santo en el interior decada hombre. Y esta acción ha de ser supli-cada en la oración y testimoniada con fuer-za mediante la convicción y el entusiasmo.A Dios lo que es de Dios

Mt 22, 15-21Este episodio del evangelio nos pone de

relieve en primer lugar la admirable sabi-duría de Jesús. Como en otras ocasio-nes, intentan meterle en un callejón sinsalida: o dice que hay que pagar y enton-ces se gana la antipatía de los judíos queno podían soportar la opresión de los ro-manos; o dice que no hay que pagar yentonces se gana las iras de los romanosque le verán como un revolucionario. PeroJesús sale de este dilema remontándose aun nivel superior.

No sólo escapa de la trampa, sino queademás les hace ver a sus interlocutoressu mala voluntad. «Dad al César lo que esdel César y a Dios lo que es de Dios»; lamoneda lleva la imagen del emperador ypor eso le pertenece a él; pues bien, elhombre es imagen de Dios y por eso lepertenece a Dios, que es su Creador, suDueño y Señor. Es como decir: vosotrospertenecéis a Dios; obedecedle, someteosa Él y a su voluntad.

Este evangelio no lleva a posturas revo-lucionarias. Jesús afirma claramente:«Dad al César lo que es del César», puestoda autoridad humana viene de Dios.Pero a la vez relativiza los poderes huma-nos: «Dad a Dios lo que es de Dios». Si laautoridad humana obedece a Dios es ins-

trumento de Dios, pero si desobedece aDios y pretende ponerse en el lugar deDios, entonces hay que obedecer a Diosantes que a los hombres.

Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Entusiasmados por Cristo1Tes 1,5-10

El texto de la segunda lectura de hoy escontinuación del proclamado el domingopasado.

«Acogisteis la Palabra entre tanta luchacon la alegría del Espíritu Santo». He aquíel milagro de la gracia que subrayábamosel día anterior. La fuerza del Espíritu San-to se manifestó en que acogieron la Pala-bra llenos de alegría a pesar de las con-tradicciones y persecuciones. Algo huma-namente inexplicable y que testimonia laacción de Dios: sin ventajas humanas, dis-puestos a perderlo todo, aceptan a Cristosin condiciones. Y es que nuestra fe no esfirme mientras no ha sido probada, mien-tras no hemos sufrido por Cristo y por elevangelio (cfr. Mt 13,20-21).

«Así llegasteis a ser un modelo para to-dos los creyentes...» Una comunidad noes ejemplo por lo que dice, ni siquiera porlo que hace, sino por lo que es y por loque vive. La conversión de los tesaloni-censes –todavía unos pocos centenarescuando escribe san Pablo– ha sido tan sig-nificativa que ha hecho que el evangeliose extienda por los alrededores: «Vuestrafe en Dios había corrido de boca en boca,de modo que nosotros no teníamos nece-sidad de explicar nada». Es el milagro dela gracia, no el esfuerzo o los medios hu-manos. Un puñado de hombres transfor-mados por Cristo, entusiasmados y locospor Él, gozosos de sufrir por Él: ese es elsigno necesario para que el evangelioprenda en muchos corazones y se propa-

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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40 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

gue por todas partes. El evangelio es unavida y sólo se difunde viviéndolo.

«Abandonando los ídolos, os volvisteisa Dios...» Los últimos versículos resu-men el milagro realizado en esta comuni-dad: Dar la espalda a los ídolos y volversea Dios para dedicarse a servirle. La vidade unos cristianos que viven entregadosal Señor, con gozo y sin complejos, esatrayente y contagiosa frente a un mundoque apenas ofrece valores que valgan lapena. Servir a Dios... y «vivir aguardan-do la vuelta de su Hijo Jesús»: también la«dichosa esperanza» del encuentro plenocon Cristo es en el fondo atractiva paraun mundo que no espera nada.

Amar con totalidadMt 22, 34-40

Hermosa ocasión para ver si realmenteestamos en el buen camino. Porque estedoble mandamiento es el principal: no sóloel más importante, sino el que está en labase de todo lo demás. El que lo cumple,también cumple –o acaba cumpliendo– elresto, pues todo brota del amor a Dios ydel amor al prójimo como de su fuente(Rom 13,8-10). Pero el que no vive esto,no ha hecho nada, aunque sea perfectamen-te cumplidor de los detalles –es el dramade los fariseos, «sepulcros blanqueados»–.

El amor a Dios está marcado por la tota-lidad. Siendo Dios el Único y el Absoluto,no se le puede amar más que con toda lapersona. El hombre entero, con todas suscapacidades, con todo su tiempo, con to-dos sus bienes... ha de emplearse en esteamor a Dios. No se trata de darle a Diosalgo de lo nuestro de vez en cuando. Comotodo es suyo, hay que darle todo y siempre.Pero ¡atención! El amor a Dios no es unsimple sentimiento: «En esto consiste elamor a Dios, en que guardemos sus manda-mientos» (1 Jn 5,3). Amar a Dios es hacer

su voluntad en cada instante.Y el segundo es «semejante» a este. El

punto de referencia es «como a mí mis-mo» ¿Cómo me amo a mí mismo? Pordes-gracia, el contraste entre las atencio-nes para con el prójimo y para con unomismo suele ser brutal. Porque amar alprójimo no es sólo no hacerle mal, sinohacerle todo el bien posible, como el buensamaritano (Lc 10,29-37). Y amar al pró-jimo como a uno mismo es todavía unmandamiento del Antiguo Testamento(Lev 19,18); Cristo va más allá: «Amaosunos a otros como yo os he amado» (Jn13,34), es decir, «hasta el extremo» (Jn13,1).

Domingo XXXIdel Tiempo Ordinario

Recibir y dar la Palabra1Tes 2,7-9.13

«Al recibir la Palabra de Dios que ospredicamos la acogisteis no como pala-bra de hombre...» El que acoge la Pala-bra de Dios con fe es transformado por ella.Pues esta Palabra «permanece operante»,es enérgica y activa, es «viva y eficaz» (Hb4,12). Pero sólo si se recibe con fe. La ra-zón del poco fruto que esta palabra –tantasveces escuchada– produce de hecho es lafalta de fe, que se refleja en falta de inte-rés, en rutina, en falta de docilidad, en que-darse en los hombres, en no recibirla conactitud de conversión, con auténtico deseode dejarse cambiar por ella... Si la predica-ción del evangelio produjo tales maravillasentre los tesalonicenses, ¿por qué no pue-de producirlas en nosotros? Basta que larecibamos con las mismas disposicionesque ellos.

«Os teníamos tanto cariño que deseába-mos entregaros no sólo el evangelio deDios, sino hasta nuestras propias personas».

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Además de acoger la Palabra de Dios esta-mos llamados también –todos– a transmi-tirla a otros. Este es el mayor acto de cari-dad que podemos realizar pues lo más gran-de que podemos dar es el evangelio de Je-sucristo, la Buena Noticia de que todo hom-bre es infinitamente amado por Dios y deque este amor lo ha manifestado entregan-do a su Hijo por él y por la salvación delmundo entero (Jn 3,16).

Pero es preciso subrayar que esta increí-ble noticia del amor personal de Dios a cadauno, sólo puede ser hecha creíble si el quetransmite el evangelio está lleno de amorhacia aquel a quien se lo transmite. El evan-gelio no se comunica a base de argumen-tos. Para que cada hombre pueda entenderque «Cristo me amó y se entregó por mí»(Gal 2,20), es necesario que el que le ha-ble de Cristo le ame de tal modo que estédispuesto a dar la vida por él. Y con un amorconcreto y personal, lleno de ternura y de-licadeza, «como una madre cuida de sushijos»; un amor que a san Pablo le llevó a«esfuerzos y fatigas», incluso a trabajar«día y noche para no ser gravoso a nadie»...

Vivir en la mentiraMt 23, 1-12

Las palabras de Jesús nos dan pie paraexaminar qué hay de fariseo dentro denosotros mismos. En primer lugar, el Se-ñor condena a los fariseos porque «nohacen lo que dicen». También nosotrospodemos caer en el engaño de hablar muybien, de tener muy buenas palabras, perono buscar y desear vivir aquello que deci-mos. Sin embargo, sólo agrada a Dios «elque hace la voluntad del Padre celestial»,pues sólo ese tal «entrará en el Reino delos cielos» (Mt 7,21).

En segundo lugar, Jesús les reprochaque «todo lo que hacen es para que losvea la gente». ¡Qué demoledor es estedeseo de quedar bien a los ojos de los

hombres! Incluso las mejores obras pue-den quedar totalmente contaminadas poreste deseo egoísta que lo estropea todo.Por eso san Pablo exclamará: «Si todavíatratara de agradar a los hombres, ya nosería siervo de Cristo» (Gal 1,10). El cris-tiano solo busca «agradar a Dios» (1 Tes4,1) en toda su conducta; le basta saberque «el Padre que ve lo secreto le recom-pensará» (Mt 6,4).

Y, finalmente, Jesús les echa en caraque buscan los honores humanos, las re-verencias de los hombres, la gloria mun-dana. También a nosotros fácilmente senos cuela esa búsqueda de gloria que enrealidad es sólo vanagloria, es decir, glo-ria vana, vacía. Los honores que los hom-bres consideran valiosos el cristiano losestima como basura (Fil 3,8), pues espe-ra la verdadera gloria, la que viene de Dios,«que nos ha llamada a su Reino y gloria»(1 Tes 2,12). En cambio, buscar la gloriaque viene de los hombres es un grave es-torbo para la fe (Jn 6,44).

Domingo XXXIIdel Tiempo Ordinario

Morir en el Señor1Tes 4,12-17

«No os aflijáis como los hombres sinesperanza». Hay un dolor por la muertede los seres queridos que es natural y to-talmente normal. Pero hay una tristeza queno tiene nada de cristiana y que sólo re-fleja una falta de fe y de esperanza. Elverdadero cristiano puede sentir pena ensu sensibilidad, pero en el fondo de sualma está lleno de confianza, porque Cristoha resucitado y los muertos resucitarán(1 Cor 15,20-21). Más aún, puede sentiruna profunda alegría, porque sabe que el«muerto» no está en realidad muerto, sino«dormido» (Lc 8,52), esperando ser des-

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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42 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

pertado por Cristo, y que mientras tanto ya«está con el Señor», gozando de su presen-cia, de su vida y de su felicidad.

«A los que han muerto en Jesús, Dios losllevará con Él». En esto se juega todo: en«morir en Jesús». La verdadera tristeza noconsiste en el hecho de morir, sino en mo-rir fuera de Jesús, porque esa sí que es ver-dadera muerte, la «muerte segunda» (Ap20,6), la muerte definitiva en los horroresdel infierno por toda la eternidad. En cam-bio, el que muere en Jesús no puede per-derse, pues Jesús no abandona a los suyos,sino que como Buen Pastor los conduce a«verdes praderas» para hacerlos descansar(Sal 23,2). El que muere en Jesús no pier-de ni siquiera su cuerpo. El que no muereen Jesús lo pierde todo, «se pierde a sí mis-mo» (Lc 9,25).

«Y así estaremos siempre con el Señor».Eso es el cielo: no un lugar, sino una per-sona. Es estar por toda la eternidad encompañía de Aquel «que nos ama y nos halavado con su sangre de nuestros pecados»(Ap 1,5), «que nos ha amado y nos ha dadogratuitamente una consolación eterna y unaesperanza dichosa» (2 Tes 2,16). Empeza-remos a entender –y a desear– el cielo enla medida en que ya en este mundo vaya-mos conociendo y tratando a Cristo, en lamedida en que vayamos calando «la anchu-ra y la longitud, la altura y la profundidad»del «amor de Cristo, que excede a todo co-nocimiento» (Ef 3,18-19).

Esperando al EsposoMt 25,1-13

En estas últimas semanas del año litúrgi-co la Iglesia quiere fijar nuestra mirada enla venida de Cristo al final de los tiempos.En esta venida aparecerá como Rey y comoJuez (evangelio de los dos próximos do-mingos); pero hoy se nos presenta comovenida del Esposo.

El título de Esposo, que se aplica aYahveh en el Antiguo Testamento (porejemplo Os 2,18), Jesús lo toma para sí(por ejemplo Mt 9,15; Jn 3,29). Sin en-trar en mayores explicaciones, este títulosubraya sobre todo la relación de profundaintimidad que Cristo establece con la Igle-sia, su Esposa, y en ella con cada hom-bre.

El cristiano –según esta parábola– es elque está esperando a Cristo Esposo conun gran deseo que brota del amor. Portanto, es una espera amorosa. Y no esuna espera de estar con los brazos cru-zados: el que espera de verdad prepara lalámpara, sale al encuentro... Precisamente,la parábola pone el acento en esta aten-ción vigilante a Cristo que viene, para es-tar preparado, con vestido de bodas (Mt22,11-14). Lejos de temer esta venida, elcristiano la desea, como la esposa deseala vuelta del marido que marchó de viaje.El cristiano no se entristece por la muerte«como los hombres sin esperanza» (1 Tes4,13). La muerte es sólo un «dormir» y elcristiano tiene la certeza de que será des-pertado y experimentará la dicha de «estarsiempre con el Señor» (1 Tes 4,17). Poreso, en lugar de vivir de espaldas a la muer-te, el verdadero creyente vive «aguardandola vuelta de Jesús desde el cielo» (1Tes1,10).

Domingo XXXIIIdel Tiempo Ordinario

Vivir en la Luz1Tes 5,1-6

«Sabéis perfectamente que el Día del Se-ñor llegará como un ladrón en la noche».Si el Señor nos avisa que en cualquier mo-mento puede venir a buscarnos, cuando de

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hecho venga no podemos decir que noscoge por sorpresa. En realidad no existemuerte repentina o inesperada. Si realmente«vivimos aguardando la vuelta de su HijoJesús desde el cielo» (1 Tes 1,10), ese Díano nos sorprende «como un ladrón». Alcontrario, le recibiremos como recibi-mos a alguien largamente esperado yamorosamente deseado.

«Así pues, no durmamos..., sino estemosvigilantes y vivamos sobriamente». Es lapostura de una sana vigilancia, tantas vecesrecomendada por el Nuevo Testamento ytan practicada por los cristianos de todaslas épocas. Los santos, por ejemplo, hanmeditado con mucha frecuencia en la muer-te. No se trata de una postura macabra, sinoprofundamente realista. En efecto, el quesabe que su vida es como hierba «que flo-rece y se renueva por la mañana, y por latarde la siegan y se seca» (Sal 89,6), y queha de rendir cuentas a Dios por lo que rea-lice en este mundo (2 Cor 5,10), ese es ver-daderamente sensato, se da cuenta, es cons-ciente del momento que vive (1 Cor 7,29).En cambio, el que se olvida de la muerte yvive de espaldas a ella es absolutamente in-sensato: «cuando están diciendo: Paz y se-guridad´, entonces, de improviso, les so-brevendrá la ruina... y no podrán escapar».

«Pero vosotros, hermanos... sois hijos dela luz e hijos del día». Ahí está el secreto yla forma de esta vigilancia. No se trata deestar esperando con miedo, como quien seteme algo horrible. Se trata de vivir en luz,es decir, unido al Señor, en su presencia,sometido a su influjo, en la obediencia a suvoluntad. El que así vive en la luz pasará congozo y sin sobresalto a la luz en plenitud.Sólo el que vive en tinieblas es sorprendi-do, denunciado y desbaratado completa-mente por la luz.

Ajustar cuentas con Dios

Mt 25,14-30Si ya la parábola de las diez vírgenes su-

brayaba la necesidad de estar preparadospara el encuentro con el Señor, con las lám-para a punto, la parábola de los talentosacentúa el hecho de que a su vuelta el Se-ñor «ajustará cuentas» con cada uno de sussiervos.

Lo que menos importa en la parábola esque uno haya recibido más o menos ta-lentos: Dios da a cada uno según quiere yal fin y al cabo todo lo que tenemos esrecibido de Él (1 Cor 4,7). De lo que setrata es de que hagamos fructificar lostalentos recibidos, pues de eso hemos dedar cuentas a Dios. Lo que en todo casoes rechazable es el limitarse a guardar eltalento. El que esconde su talento en tie-rra es condenado porque no ha produci-do el fruto que tenía que producir. El quese limita a no hacer mal, en realidad estáhaciendo mal, pues no realiza el bien quetenía que realizar.

Es posible que en otras épocas se hayainsistido desproporcionadamente o desen-focadamente en el juicio de Dios; en lanuestra me parece que lo tenemos dema-siado olvidado. El Dios Juez no se con-trapone al Dios Amor: son dos aspectosdel misterio de Dios que debemos acep-tar como es, sin reducirlo a nuestros es-quemas seleccionando los textos evangé-licos a nuestro capricho. Dios no es unDios bonachón que pasa de todo; Diostoma en serio al hombre y por eso le pidecuentas de su vida. Somos responsablesante Dios de todo lo que hagamos y diga-mos y de todo lo que dejemos de hacer yde decir. No se trata de tener miedo a Dios,pero sí de «trabajar con temor y temblorpor nuestra salvación» (Fil 2,12). El pen-sar en el juicio de Dios da seriedad a nues-tra vida.

Ciclo A – Tiempo Ordinario

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44 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Jesucristo Rey del universoRey, pastor y juez

Ez 34,11-12.15-17; 1Cor 14,20-26a.28;Mt 25, 31-46

«Cristo tiene que reinar hasta que Dioshaga de sus enemigos estrado de suspies». Esta fiesta de hoy nos sitúa ante unaspecto central de nuestra fe: Cristo esRey del universo, es Señor de todo. Estees el plan de Dios: someter todo bajo suspies, bajo su dominio. Así lo confesarony proclamaron los apóstoles desde el díamismo de Pentecostés: «Sepa, pues, concerteza toda la casa de Israel que Dios haconstituido Señor y Cristo a este Jesús aquien vosotros habéis crucificado» (He2,36). Toda la realidad ha de ser sometidaa este poder salvífico de Cristo el Señor.Su influjo poderoso va destruyendo elmal, el pecado, la muerte... hasta que seansometidos todos sus enemigos... que sontambién del hombre.

«Yo mismo apacentaré mis ovejas». To-das las imágenes humanas aplicadas a Cris-to se quedan cortas. Por eso, la imagen delRey es matizada en la primera lectura conla del pastor. Cristo reina pastoreando atodos y cada uno, cuidando con delicadezay amor de cada hombre, más aún, buscandoal perdido, sanando al pecador, haciendovolver al descarriado... Su dominio, su rea-leza, su señorío van dirigidos exclusivamen-te a la salvación y al bien del hombre. Y ade-más este dominio y señorío no son al modode los reyes humanos: es un influjo en elcorazón del hombre, que ha de ser acepta-do libremente. Él es Señor, pero cada unodebe reconocerle como Señor, como su Se-ñor (Rom 10,9; 1 Cor 12,3; Fil 2,10-11),dejándose gobernar por Él. Él apacienta,pero cada uno debe dejarse guiar y apacen-tar: «El Señor es mi pastor» (Salmoresponsorial).

Finalmente, el evangelio subraya otro as-

pecto de esta realeza de Cristo: Si ahoraejercita su señorío salvando, al final lo ejer-citará juzgando. Y juzgando acerca de lacaridad. Por tanto, si no queremos al finalser rechazados «al castigo eterno», es pre-ciso acoger ahora sin límites ni condicio-nes este señorío y esta realeza de Cristo.Si nos sometemos ahora a Él y le dejamosinfundir en nosotros su amor a todos losnecesitados, tendremos garantía de estartambién al final bajo su dominio e ir conÉl «a la vida eterna».

Juzgados en el amorMt 25,31-46

En continuidad con el evangelio del do-mingo pasado, Jesucristo es presentadohoy como Rey que viene a juzgar a «to-das las naciones». En esta venida de Cristoal final de la historia habrá un «discerni-miento» –separará a los unos de los otros–Ese será un juicio perfectamente justo ydefinitivo. Ese juicio de Dios quita impor-tancia a los juicios que los hombres hagande nosotros. El verdadero creyente sabeque no es mejor ni peor porque los hom-bres le tengan por tal; lo que de verdad so-mos es lo que somos a los ojos de Dios.En un mundo en que tantas veces triunfa lainjusticia y la incomprensión, consuela sa-ber que todo se pondrá en claro y para siem-pre y cada uno recibirá su me-recido.

Pero Cristo no es sólo el Juez; es tam-bién el centro y el punto de referencia porel que se juzga: «a mí me lo hicisteis»;«conmigo dejasteis de hacerlo». Él ha deser siempre el fin de todas nuestras accio-nes. Por lo demás, ¡qué fácil amar a cadapersona cuando en ella se ve a Cristo!

Este evangelio insiste en otro aspectoque ya aparecía en la parábola de los talen-tos. El siervo era condenado por guardarsu talento sin hacerlo fructificar. A los queson condenados no se les imputan asesina-

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tos, robos..., sino omisiones: no me distéisde comer, no me vestisteis... Se les conde-na porque han «dejado de hacer». No se tratasólo de no matar al hermano, sino de ayu-darle a vivir dando la vida por él (1 Jn 3,16).El que no da a su hermano lo que necesita,en realidad le mata (1 Jn 3,15-17). El textonos hace entender la enorme gravedad detodo pecado de omisión, que realmentemata, pues deja de producir la vida que de-bía producir y que el hermano necesitabapara vivir.

Año litúrgicoCiclo B

Adviento y Navidad

Sólo los dos primeros domingos de Ad-viento están tomados de Marcos. El ter-cero es de Juan (1,6-8.19-28: el Bautistacomo testigo de la luz) y el cuarto de Lu-cas (1,26-38: anunciación a María).

Domingo I de Adviento

Mc 13,33-37El primer domingo está tomado del fi-

nal del discurso escatológico. En conso-nancia con la orientación que tiene estedomingo en los demás ciclos, el texto cen-

tra nuestra atención en la segunda venidade Cristo. La perícopa de Marcos subrayala incertidumbre del cuándo –«no sabéiscuándo es el momento»–, ex-plicitada porla parábola del hombre que se ausenta. Laconsecuencia es la insistencia en la vigi-lancia –dos veces el imperativo «vigilad»«velad», al principio y al final del texto–,pues el Señor puede venir inesperadamen-te y encontrarnos dormidos. Finalmente, sesubraya el carácter universal de esta llama-da a la vigilancia: «lo digo a todos».

De mil manerasLlama la atención en estos breves

versículos el número de veces que se re-pite la palabra «velar», «vigilar». Esta vi-gilancia es base en que el Dueño de la casava a venir y no sabemos cuándo.

Cristo viene a nosotros continuamente,de mil maneras, «en cada hombre y encada acontecimiento» (Prefacio III de Ad-viento). El evangelio del domingo pasadonos subrayaba esta venida de Cristo encada hombre necesitado; Cristo mismosuplica que le demos de beber, le visite-mos... Estar vigilante significa tener la fedespierta para saber reconocer a este Cris-to que mendiga nuestra ayuda y tener lacaridad solícita y disponible para salir asu encuentro y atenderle en la persona delos pobres.

Además, Cristo viene en cada aconte-cimiento. Todo lo que nos sucede, agra-dable o desagradable, es una venida deCristo, pues «en todas las cosas intervie-ne Dios para bien de los que le aman»(Rom 8,28). Un rato agradable y un rega-lo recibido, pero también una enferme-dad y un desprecio, son venida de Cristo.En todo lo que nos sucede Cristo nos visi-ta. ¿Sabemos reconocerle con fe y recibir-le con amor?

Ciclo B – Adviento- Navidad-Epifanía

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46 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Pero la insistencia de Cristo en la vigi-lancia se refiere sobre todo a su últimavenida al final de los tiempos. Según eltexto evangélico, lo contrario de vigilares «estar dormido». El que espera a Cris-to y está pendiente de su venida, ese estádespierto, está en la realidad. En cambio,el que está de espaldas a esa última veni-da o vive olvidado de ella, ese está dormi-do, fuera de la realidad. Nadie más realis-ta que el verdadero creyente. ¿Vivo espe-rando a Jesucristo?

¡Ojalá bajases!Is 63, 16-17; 64,1.3-8

Isaías es el profeta del Adviento. En todoeste tiempo santo somos conducidos de sumano. Él es el profeta de la es-peranza.

«¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!» Nose trata de un deseo utópico nuestro. ElSeñor quiere bajar. Ha bajado ya y quiereseguir bajando. Quiere entrar en nuestravida. Él mismo pone en nuestros labios estasúplica. La única condición es que este de-seo nuestro sea real e intenso, un deseo tanardoroso que apague los demás deseos. Queel anhelo de la venida del Señor vuelva cre-pusculares todos los demás pensamientos.

«Señor, tú eres nuestro Padre, nosotrosla arcilla y tú el alfarero». Al inicio del Ad-viento, que es también el inicio de un nue-vo año litúrgico, no se nos podía dar unapalabra más vigorosa ni espe-ranzadora. ElSeñor puede y quiere rehacernos por com-pleto. A cada uno y a la Iglesia entera. Comoun alfarero rehace un cacharro estropeadoy lo convierte en uno totalmente nuevo, asíel Señor con nosotros (Jer 12,1-6). Perohacen falta dos condiciones por nuestraparte: que creamos sin límite en el poderde Dios y que nos dejemos hacer con abso-luta docilidad como barro en manos del alfa-

rero.«Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fue-

ra de ti, que hiciera tanto por el que esperaen él». El mayor pecado es no confiar y noesperar bastante del amor de Dios. Y elmayor reproche que Dios nos puede haceres el mismo que a Moisés por dudar delpoder y del amor de Dios: «¿Tan mezquinaes la mano de Yahveh?» (Núm 11,23). Anteel nuevo año litúrgico el mayor pecado esno esperar nada o muy poco de un Dios in-finitamente poderoso y amoroso que nospromete realizar maravillas. «Si tuvieraisfe como un granito de mostaza...»

Domingo II de Adviento

Mc 1,1-8El segundo domingo –también en con-

sonancia con los otros ciclos– se centraen la figura de Juan el Bautista (Mc 1,1-8).Marcos subraya fuertemente su carácter demensajero y precursor: es como una es-trella fugaz que desaparece rápidamente,pues está en función de otro –como subra-ya el inicio de la perícopa: «Evangelio deJesucristo»–. Su estilo recuerda al granprofeta Elías, que según la tradición judíadebía preceder inmediatamente al Mesías(cfr. Mc 9,11-13). En el contexto del ad-viento, este texto orienta enérgicamentehacia Cristo, hacia el Mesías que vienecomo el «más fuerte» y como el que «bau-tiza con Espíritu Santo». La respuestamultitudinaria con que es acogida la llama-da de Juan a la conversión es signo de cómotambién nosotros hemos de ponernos de-cididamente en camino para acoger a Cris-to con humildad y sin condiciones.

Conversión y austeridadJuan Bautista nos es presentado como

modelo de nuestro Adviento. Hoy siguehaciendo lo que hizo para preparar la pri-

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mera venida de Cristo. Ante todo, nos pideconversión. No podemos recibir a Cristosi no estamos dispuestos a que su venidacambie muchas cosas en nuestra vida. Esla única manera de recibir a Cristo. Si estaNavidad pasa por mí sin pena ni gloria, sino se nota una transformación en mi vida,es que habré rechazado a Cristo. Peropara ponerme en disposición de cambiarhe de darme cuenta de que necesito a Cris-to. En este nuevo Adviento, ¿siento necesi-dad de Cristo?

Juan Bautista se nos presenta como mo-delo de nuestro Adviento por su austeri-dad –vestido con piel de camello, alimen-tado de saltamontes...– Pues bien, pararecibir a Cristo es necesaria una buenadosis de austeridad (Rom 13, 13-14).Mientras uno esté ahogado por el con-sumismo no puede experimentar la dichade acoger a Cristo y su salvación. Es im-posible ser cristiano sin ser austero. Laabundancia y el lujo asfixian y matan todavida cristiana.

Cristo viene para bautizar con EspírituSanto. Esto quiere decir que el esperar aCristo nos lleva a esperar al Espíritu San-to que él viene a comunicarnos, pues «dael Espíritu sin medida» (Jn 3,34). Con elAdviento hemos inaugurado un caminoque sólo culmina en Pentecostés. ¿Tengoya desde ahora hambre y sed del EspírituSanto?

Aquí está vuestro Dios

Is 40, 1-5. 9-11

«Consolad, consolad a mi pueblo...» LaIglesia nos anuncia la venida de Cristo. YÉl viene para traer el consuelo, la paz, elgozo. Ese consuelo íntimo y profundo quesólo Él puede dar y que nada ni nadie pue-de quitar. El consuelo en medio del dolory del sufrimiento. Porque Jesús, el Hijode Dios, no ha venido a quitarnos la cruz,

sino a llevarla con nosotros, a sostenernosen el camino del Calvario, a infundirnos laalegría en medio del sufrimiento. ¡Y todoel mundo tiene tanta necesidad de este con-suelo! Este mundo que Dios tanto ama yque sufre sin sentido.

«En el desierto preparadle un camino alSeñor». Es preciso en este Adviento re-conocer nuestro desierto, nuestra sequía,nuestra pobreza radical. Y ahí prepararcamino al Señor. No disimular nuestramiseria. No consolarnos haciéndonoscreer a nosotros mismos que no vamosmal del todo. Es preciso entrar en estenuevo año litúrgico sintiendo necesidadde Dios, con hambre y sed de justicia.Sólo el que así desea al Salvador verá lagloria de Dios, la salvación del Señor. Poreso dijo Jesús: «Los publicanos y las pros-titutas os llevan la delantera en el caminodel Reino de Dios» (Mt 21,31).

«...Alza con fuerza la voz, álzala, no te-mas, di a las ciudades de Judá: aquí estávuestro Dios». La mejor señal de que re-cibimos al Salvador, es el deseo de gritara todos que «¡hemos encontrado al Me-sías!» (Jn 1,41). Si de veras acogemos aCristo y experimentamos la salvación queÉl trae, no podemos permanecer callados.Nos convertimos en heraldos, en mensa-jeros, en profetas, en apóstoles. Y no poruna obligación exterior, sino por necesi-dad interior: «No podemos dejar de ha-blar lo que hemos visto y oído» (He 4,20).

Domingo III de Adviento

La Buena Noticia

Is 61,1-2.10-11«Como el suelo echa sus brotes... así el

Señor hará brotar la justicia y los himnosante todos los pueblos». La palabra deDios escuchada como es y como se nos

Ciclo B – Adviento-Navidad-Epifanía

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48 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

da, saca del individualismo y de las expec-tativas reducidas. La acción de Dios se ase-meja a una tierra fértil que hace germinarcon vigor plantas de todo tipo. Así Diossuscita la santidad –«justicia»– y, en con-secuencia, provoca la alabanza gozosa yexultante –«los himnos»–. Y eso no paraunos pocos, sino para «todos los pueblos».Éstos son los horizontes en que nos intro-duce la esperanza del Adviento. Pues la ac-ción de Dios es fecunda e inagotable, ge-nera vida.

«Me ha enviado para dar la buena noticiaa los que sufren». Si prestamos atención alos textos, ellos nos dirán quiénes somoso cómo estamos y a la vez qué estamos lla-mados a ser. Nos encontramos desgarrados,cautivos, prisioneros... Nos encontramosllenos de sufrimientos porque todavía noconocemos ni vivimos lo suficiente la bue-na noticia, el Evangelio... Pero es a los queasí se encuentran a los que se les proclamala amnistía y la liberación de la esclavitud;se les anuncia la buena nueva y se les invitaa dejarse vendar los corazones desgarra-dos... ¿Lo creo de veras? ¿Lo espero?

«El Espíritu del Señor está sobre mí, por-que el Señor me ha ungido». Para todo estoviene Cristo, el Mesías, el Ungido. Noso-tros también hemos sido ungidos. Somoscristianos. Hemos recibido el mismo Es-píritu de Cristo. Y también somos enviadosa dar la buena noticia a los que sufren, avendar los corazones desgarrados... ademásde acoger la acción de Cristo en nosotros,a favor nuestro –o mejor, en la medida enque la acojamos–, prolongamos a Cristo ysu acción en el mundo y a favor del mundo,dejándole que tome nuestra mente, nues-tro corazón, nuestros labios, nuestras ma-nos..., y los use a su gusto.Testigo de la Luz

Jn 1,6-8.19-2Juan Bautista es testigo de la luz. Nos

ayuda a prepararnos a recibir a Cristo queviene como «luz del mundo» (Jn 9,5).Para acoger a Cristo hace falta muchahumildad, porque su luz va a hacernosdescubrir que en nuestra vida hay mu-chas tinieblas; más aún, Él viene comoluz para expulsar nuestras tinieblas. Si nossentimos indigentes y necesitados, Cris-to nos sana. Pero el que se cree ya bastantebueno y se encierra en su autosuficienciay en su pretendida bondad, no puede aco-ger a Cristo: «Para un juicio he venido aeste mundo: para que los que no ven, vean;y los que ven se vuelvan ciegos» (Jn 9,39).

Juan Bautista es testigo de la luz. Y biensabemos lo que le costó a él ser testigo dela luz y de la verdad. Pues bien, no pode-mos recibir a Cristo si no estamos dispues-tos a jugarnos todo por Él. Poner condi-ciones y cláusulas es en realidad rechazara Cristo, pues las condiciones las pone sóloÉl. Si queremos recibir a Cristo que vienecomo luz, hemos de estar dispuestos a con-vertirnos en testigos de la luz, hasta llegaral derramamiento de nuestra propia sangre,si es preciso, lo mismo que Juan. «Por todoaquel que se declare por mí ante los hom-bres, yo también me declararé por él antemi Padre que está en los cielos; pero aquien me niegue ante los hombres, le ne-garé yo también ante mi Padre que está enlos cielos» (Mt10, 32-33).

Juan Bautista es testigo de la luz. Peroconfiesa abiertamente que él no es la luz,que no es el Mesías. Él es pura referenciaa Cristo; no se queda en sí mismo ni per-mite que los demás se queden en él. ¡Quéfalta nos hace esta humildad de Juan, estedesaparecer delante de Cristo, para quesólo Cristo se manifieste! Ojalá podamosdecir con toda verdad, como Juan: «Es pre-ciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn3,30).

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Domingo IV de Adviento

Todo sucede en María2Sam 7,1-5.8-11.16; Lc1,26-38

«¿Eres tú quien me va a construir unacasa...?» Por medio del profeta Natán,Dios rechaza el deseo de David de cons-truirle una casa... Dios mismo se va a cons-truir su propia casa: «El Espíritu Santo ven-drá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cu-brirá con su sombra». Jesús será la verda-dera Casa de Dios, el Templo de Dios (Jn2,21), la Tienda del Encuentro de Dios conlos hombres. En la carne del Verbo los hom-bres podrán contemplar definitivamente lagloria de Dios (Jn 1,14) que los salva ydiviniza.

«Te daré una dinastía». A este David quequería construir una casa a Dios, Dios leanuncia que será Él más bien quien dé aDavid una casa, una dinastía. A este Da-vid que aspiraba a que un hijo suyo le su-cediera en el trono, Dios le promete quede su descendencia nacerá el Mesías: aJesús «Dios le dará el trono de David supadre, reinará... para siempre, y su reinono tendrá fin».

La iniciativa de Dios triunfa siempre.Dios desbarata los planes de los hombres.Y colma unas veces, desbarata otras ydesborda siempre las expectativas de loshombres. ¿Qué maravillas no podremosesperar ante la inaudita noticia de la en-carnación del Hijo de Dios?

«Hágase en mí según tu palabra». Todosucede en María. En ella se realiza la en-carnación. Por ella nos viene Cristo. Y estoes y será siempre así: por la acción delEspíritu Santo a través de la receptividady absoluta docilidad de María Virgen.

¿Se trata de que Cristo nazca, viva ycrezca en mí? Por obra del Espíritu en elseno de María. ¿Se trata de que Cristonazca en quien no le posee o no le cono-

ce? ¿Se trata de que Cristo sea de nuevoengendrado y dado a luz en este mundotan necesitado por Él? Por gracia del Es-píritu Santo a través de María Virgen. Esel camino que Él mismo ha querido y nohay otro.

Enteramente disponiblesLc 1,26-38

A las puertas mismas de la Navidad y des-pués de habérsenos presentado Juan Bau-tista, se nos propone a María como mode-lo para recibir a Cristo. Sobre todo, por sudisponibilidad. Ante el anuncio del ángel,María manifiesta la disponibilidad de laesclava, de quien se ofrece a Dios totalmen-te, sin poner condiciones, sometiéndoseperfectamente a sus planes. Si nosotrosqueremos recibir de veras a Cristo, no po-demos tener otra actitud distinta de la suya.Cristo viene como «el Señor» y hemos derecibirle en completa sumisión, aceptandoincondicionalmente su señorío sobre no-sotros mismos, sino que «somos del Se-ñor» (Rom 14,8).

Además, María acoge a Cristo por la fe.Frente a lo sorprendente de lo que se leanuncia, ella no duda; se fía de la palabraque se le dirige de parte de Dios: «para Diosnada hay imposible». Cree sin vacilar y enesto consiste su felicidad: «Dichosa tú quehas creído, porque lo que se te ha dicho departe del Señor se cumplirá» (Lc 1,45). Pararecibir a Cristo hace falta una fe viva quenos haga creer que es capaz de sacarnos denuestras debilidades y que puede y quieretransformar un mundo corrompido, ya que«ha venido a buscar y a salvar lo que estabaperdido» (Lc 19,10). No hay motivo parala duda, pues lo que está en juego es «elpoder del Altísimo».

Finalmente, lo primero que experimentaMaría es la alegría: «¡Alégrate!». Es la ale-gría de recibir al Salvador. También noso-

Ciclo B – Adviento-Navidad-Epifanía

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50 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

tros, si recibimos a Cristo, estamos llama-dos a experimentar esta alegría: una alegríaque no tiene nada que ver con la que ofreceel consumismo de estos días, pues es in-comparablemente más profunda, más dura-dera y más intensa.

Natividad del Señor(pág. 5)

Domingo de la Sagrada Familia

Pertenencia exclusiva de DiosLc 2,22-40

«Llevaron a Jesús a Jerusalén para pre-sentarlo al Señor». Jesús es ofrecido, con-sagrado a Dios. María y José saben que Je-sús es santo (Lc 1,35), que ha sido consa-grado por el Espíritu Santo. No necesita serconsagrado, pues ya está consagrado desdeel momento mismo de su concepción. Sinembargo, realizan este pacto para ratificarpúblicamente que Jesús pertenece a Dios,que es pertenencia exclusiva del Padre y porconsiguiente sólo a sus cosas se va a dedi-car (Lc 2,49).

También nosotros estamos consagradosa Él por el bautismo. No es cuestión de quenos consagremos a Dios, sino de tomarconciencia de que ya lo estamos y que cuan-do no vivimos así, estamos profanando ydegradando nuestra condición y nuestra dig-nidad de hijos de Dios.

«Éste está puesto para que muchos en Is-rael caigan y se levanten». Ya desde el ini-cio Jesús es signo de contradicción. Lo fuedurante toda su vida terrena y lo seguirásiendo hasta el fin de los tiempos. Tambiéndurante este año litúrgico. El Señor se nosirá revelando y conviene tener presente queexiste el peligro de que le rechacemoscuando sus planes y sus caminos no coin-

cidan con los nuestros, cuando sus exigen-cias nos parezcan excesivas, cuando la cruzse presente en nuestra vida... Para que norechacemos a Cristo necesitamos la acti-tud de Simón y de Ana, los pobres de Yahvehque lo esperan todo de Dios y que no leponen condiciones. «¡Dichoso aquel que nose sienta escandalizado por mí!» (Mt 11,6).

Por otra parte, si Cristo se presenta yadesde el principio como signo de contra-dicción –que llegará a su culmen en lacruz–, esto nos debe hacer examinar cómole manifestamos. No debe extrañarnos queel mundo nos odie por ser cristianos (Jn15,19-20). Más bien debería sorprender-nos que nuestra vida no choque ni provo-que reacciones en un mundo totalmentepagano. ¿No será que hemos dejado de serluz del mundo y sal de la tierra?

Modelo de toda familiaEn estos versículos del evangelio de la

infancia se nos presenta la familia de Na-zaret como modelo de toda familia cris-tiana. En primer lugar, todo el episodio estámarcado por el hecho de cumplir la ley delSeñor –cinco veces aparece la expresiónen estos pocos versículos–. San Lucas su-braya cómo María y José cumplen con tododetalle lo que manda la ley santa; lejos desentirse dispensados, se someten dócil-mente a ella. De igual modo, no puede ha-ber familia auténticamente cristiana si noestá modelada toda ella, en todos susplaneamientos y detalles, según la ley deDios, según sus mandamientos y su volun-tad.

Por otra parte, para los israelitas, presen-tar el hijo primogénito en el santuario erareconocer que pertenecía a Dios (Ex 13,2).Más que nadie, Jesús pertenece a Dios,pues es el Hijo del Altísimo (Lc 1,32). Estegesto es muy iluminador para toda familia,que ha de recibir cada nuevo hijo como undon precioso de Dios, que es el verdadero

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Padre (Mt 23,9), y ha de saber ofrecerle denuevo a Dios, sabiendo para toda la vida queen realidad ese hijo no les pertenece aellos, sino a Dios; por lo cual han de edu-carle según la voluntad del Señor, no la suyapropia, de manera que crezca en gracia ysabiduría.

En la vida de la familia de Nazaret tam-bién está presente la cruz. Jesús es signode contradicción y a María una espada letraspasa el alma. ¡Qué consolador parauna familia cristiana saber que José, Ma-ría y Jesús han sufrido antes que ellos ymás que ellos! También en esas situacio-nes de dificultad, de enfermedad, de per-secución por sus convicciones y conductacristiana, lo decisivo es saber que «la gra-cia de Dios les acompaña».

Domingo II después de Navidad

La luz verdaderaJn 1,1-18

«La Palabra era la luz verdadera quealumbra a todo hombre». Cristo, el Hijode Dios hecho hombre, es la Luz. «Enrealidad, el misterio del hombre sólo seesclarece en el misterio del Verbo encar-nado» (GS 22). Sólo en Cristo cobra sen-tido la vida de todo hombre. Pues bien,cuando vemos a nuestro alrededor tantoshombres y mujeres destruidos, ¿cómopermanecer tranquilos habiendo venido elRedentor? ¿Qué estamos haciendo con laluz de Cristo, la que el mundo necesita, laúnica que redime?

Juan «venía como testigo para dar tes-timonio de la luz». ¡Qué hermosa expre-sión del ser cristiano! «No era él la luz,sino testigo de la luz». La Luz es Cristo ysólo Él. Pero el mundo necesita testigosde la Luz para creer en la Luz. Y a noso-tros se nos ha dicho: «vosotros sois la luzdel mundo» (Mt 5,14). El mundo necesi-

ta la luz de Cristo y nos necesita a nosotroscomo testigos de la luz. Necesita nuestravida transfigurada por la luz de Cristo, lu-minosa con la luz que proviene de Él, re-flejándole a Él en cada palabra, en cada ges-to.

«Vino a su casa y los suyos no le recibie-ron». Ésta es la tragedia, la única tragedia:no recibir a Cristo, sofocar la luz. Una Na-vidad más los hombres pueden rechazar aCristo. También nosotros podemos recha-zarle. Si permanecemos en nuestra como-didad, si no nos arranca de nuestros esque-mas, habremos rechazado a Cristo. «Lossuyos no le recibieron». No le recibieronlos que oficialmente pertenecían al pueblode Dios, al Pueblo santo, al Pueblo de laspromesas. Y podemos no recibirle nosotrosque pertenecemos al nuevo pueblo de Dios,oficialmente cristianos. Es preciso reno-var ahora, más que nunca, la actitud de con-versión para que esta Navidad no pase nipena ni gloria, para que Cristo venga a suCasa y pueda disponerlo todo a su gusto

Epifanía del Señor(pág. 6)

Bautismo del Señor

Mc 1,6b-11En el tiempo de Navidad y Epifanía Mar-

cos está casi totalmente ausente. Sabidoes cómo –a diferencia de los otros evan-gelios – no contiene nada referente a losevangelios de la infancia. Sólo al final delCiclo de Navidad –fiesta del Bautismo delSeñor– volvemos a encontrar el evange-lio de Marcos.

El bautismo de Jesús (Mc 1,6b-11) ponede relieve que Él es efectivamente el Me-sías, el Ungido de Dios (cfr. Is 11,2; 42,1;63,11-19), como ya se indicaba en el tí-

Ciclo B – Adviento-Navidad-Epifanía

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52 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

tulo del Evangelio (Mc 1,1). Los cielos –tanto tiempo cerrados– ahora se rasgan:en Jesús se ha restablecido la comunica-ción de Dios con los hombres y de los hom-bres con Dios; con Jesús, siervo de Yahvehe Hijo muy amado de Dios comienza unaetapa nueva. Por lo demás, la perícopa in-cluye, además del relato del bautismo en sí–muy breve en Marcos–, el anuncio delBautista de que Él bautizará con EspírituSanto; con ello se pone de relieve que pre-cisamente por ser el Mesías y estar llenodel Espíritu, Jesús puede bautizar –es de-cir, sumergir– en Espíritu a todos los le queaceptan.

En la benevolencia del PadreEn el relato del bautismo, Jesús aparece

como el «Hijo amado» del Padre. Esta essu identidad y su misterio a la vez: estehombre es el Hijo único del Padre, Diosigual que Él. Toda la vida humana de Jesúses una vida filial; vive como Hijo y se sien-te amado por el Padre: «El Padre ama alHijo y lo ha puesto todo en sus manos» (Jn3,35). También nosotros somos hijos deDios por el bautismo. Pero nuestra vidacristiana no tendrá base sólida ni cobraráaltura si no vivimos en la benevolencia delPadre y no experimentamos la alegría deser hijos amados de Dios.

Jesús se manifiesta igualmente al iniciode su vida pública como ungido por el Es-píritu Santo. Toda su existencia va a serconducida por este Espíritu (Lc 4,1.4). Je-sús es totalmente dócil a la acción del Es-píritu Santo en Él y nos da su mismo Espí-ritu a nosotros. ¿Tengo conciencia de ser«templo del Espíritu Santo»? (1Cor 6,19)¿Conozco al Espíritu Santo o soy comoaquellos discípulos de Juan que ni siquierasabían que existía el Espíritu Santo? (He19,2). «Los que se dejan llevar por el Espí-ritu, esos son los hijos de Dios» (Rom8,14): ¿me dejo guiar dócilmente por este

Espíritu que mora en mí? ¿Experimentocomo Jesús «la alegría del Espíritu Santo»?(Lc 10,21). ¿Dejo que Él produzca en mísus frutos? (Gal 5,22-23).

Siendo inocente y santo, al bautizarse Je-sús pasa por un pecador; por eso Juan quiereimpedírselo (Mt 3,14). Jesús inicia su vidapública con la humillación, lo mismo quehabía sido su infancia y seguirá siendo todasu vida hasta acabar en la suprema humilla-ción de la cruz. Jesús vive en la humilla-ción permanente; no sólo acepta la humi-llación, sino que Él mismo la elige. ¿Y yo?

Cuaresma

Domingo I de Cuaresma

Gen 9,8-15; 1Pe 3,18-22; Mc 1,12-15En el tiempo de Cuaresma se toman de

Marcos los textos clásicos de los dos pri-meros domingos tentaciones y transfigu-ración. Los tres restantes son del Evange-lio de san Juan: Jesús como nuevo templo(2,13-25), el amor de Dios al darnos a suHijo (3,14-21) y Jesús como grano de tri-go que muriendo es glorificado y da mu-cho fruto (12,20-33).

El primer domingo de Cuaresma (Mc1,12-15) nos lleva a contemplar a Jesústentado. En el lugar típico de la prueba –eldesierto–, donde Israel había acabado re-negando de Dios, Jesús acepta el combatecontra Satanás, empujado por el Espíritu.El relato de Marcos –singularmente bre-ve– presenta a Jesús como nuevo Adán quevence a aquel que venció al primero –es loque evocan las imágenes de los animalessalvajes y los ángeles a su servicio: cfr.Gen 2 y 3; Is 11,6-9). Por fin entra en lahistoria humana la victoria sobre el mal y

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el pecado, sobre Satanás en persona: el«fuerte» va a ser vencido por el «más fuer-te» (Mc 3,22-30). Al añadir al relato de latentación propiamente dicho el inicio de lapredicación de Jesús, el evangelio de estedomingo nos invita a entrar en la Cuaresmacon decisión y firmeza: puesto que se hacumplido el tiempo y ha llegado el Reinode Dios, es urgente y necesario convertir-se y creer, es decir, acoger plenamente lasoberanía de Dios en nuestra vida. Este seránuestro particular combate cuaresmal.

Fuerza para vencerHace todavía poco tiempo hemos cele-

brado la Navidad: el Hijo de Dios que sehace hombre, verdadero hombre. El evan-gelio de hoy le presenta «dejándose tentarpor Satanás». Ciertamente «no tenemosun Sumo Sacerdote que no pueda com-padecerse de nuestras flaquezas, sino pro-bado en todo igual que nosotros, exceptoen el pecado» (Heb 4,15). Hombre de ver-dad, hasta el fondo, sin pecado. Al iniciode la Cuaresma (y siempre) necesitamosmirar a Cristo con este realismo. Unocomo nosotros, uno de los nuestros, hasido acosado por Satanás, pero ha salidovictorioso. Cristo tentado y vencedor esluz, es ánimo, es fortaleza para nosotros.

Si Cristo no ha sido vencido, nosotrossí. Somos pecadores. Pero esta situaciónno es irremediable. La segunda lecturaafirma: «Cristo murió por los pecados...,el inocente por los culpables». Ello signi-fica que su combate ha sido en favornuestro. Cristo sí que ha llegado hasta lasangre en su pelea contra el pecado (cfr.Heb 12,4). Y con su fuerza podemos ven-cer también nosotros. Apoyados en Él,unidos a Él, la Cuaresma nos invita a lu-char decididamente contra el pecado quehay en nosotros y en el mundo.

En este contexto conviene hacer me-moria de nuestro bautismo. La primera

lectura nos habla del pacto sellado por Dioscon toda la creación después del diluvio.Lo mismo que Noé y los suyos, tambiénnosotros hemos sido salvados de la muertea través de las aguas. Por medio del aguabautismal, en el arca que es la Iglesia, he-mos pasado de la muerte a la vida. Y en elbautismo Dios ha sellado con cada uno esepacto imborrable, esa alianza de amor porla cual se compromete a librarnos del Ma-ligno. La salvación no está lejos de noso-tros: por el bautismo tenemos ya en noso-tros su germen. La Cuaresma es un tiempopara luchar contra el pecado, pero sabien-do que por el bautismo tenemos dentro denosotros la fuerza para vencer. «El que estáen vosotros es mayor que el que está enel mundo» (1Jn 4,4).

Venció y cambió la historiaMc 1,12-15

Este texto de las tentaciones de Jesús noshabla en primer lugar del realismo de laencarnación. El Hijo de Dios no se ha he-cho hombre «a medias», sino que ha asu-mido la existencia humana en toda su pro-fundidad y con todas sus consecuencias, «entodo igual que nosotros, excepto en el pe-cado» (Heb 4,15). El cristiano que se sien-te acosado por la prueba y la tentación sesabe comprendido por Jesucristo, que –an-tes que él y de manera más intensa– ha pa-sado por esas situaciones.

Sin embargo, la novedad más gozosa deeste hecho de las tentaciones de Jesús esque Él ha vencido. En todo semejante a no-sotros, «excepto en el pecado». Todo se-guiría igual si Cristo hubiera sido tentadocomo nosotros, pero hubiera sido derrota-do. Lo grandioso consiste en que Cristo,hombre como nosotros, ha vencido la ten-tación, el pecado y a Satanás. Y a partir deÉl la historia ha cambiado de signo. EnCristo y con Cristo también nosotros ven-

Ciclo B – Cuaresma-Semana Santa

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54 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

cemos la tentación y el pecado, pues Él «nosasocia siempre a su triunfo» (2Cor 2,14).Si por un hombre entró el pecado en elmundo, por otro hombre –Jesucristo– haentrado la gracia y, con ella, la victoria so-bre el pecado (cfr. Rom 5,12-21).

Por otra parte, las tentaciones hacen pen-sar en un Cristo que combate. San Marcosda mucha importancia al relato poniéndoloal inicio de la vida pública de Jesús, des-pués del bautismo y antes de empezar a pre-dicar y a hacer milagros, como para indicarque toda su vida va a ser un combate contrael mal y contra Satanás. Va «empujado porel Espíritu» a buscar a Satanás en su propioterreno para vencerle. Asimismo, la vidadel cristiano no tiene nada de lánguida, ano-dina y superficial; tiene toda la seriedad deuna lucha contra las fuerzas del mal, para lacual ha recibido armas más que suficientes(Ef 6,10-20).

Domingo II de CuaresmaMc 9,1-9

El segundo domingo nos lleva a contem-plar a Jesús transfigurado (Mc 9,2-9). Trasel doloroso y desconcertante primer anun-cio de la pasión y la llamada de Jesús a se-guirle por el camino de la cruz (8,31-38),se hace necesario alentar a los discípulosabatidos. Además de que la ley y los profe-tas –personificados en Moisés y Elías–manifiestan a Jesús como aquel en quienhallan su cumplimiento, es Dios mismo –simbolizado en la nube– quien le proclamasu Hijo amado.

Por un instante se desvela el misterio dela cruz para volver a ocultarse de nuevo;más aún, para esconderse todavía más en elcamino de la progresiva humillación hastala muerte de cruz. Sólo entonces –«cuandoresucite de entre los muertos»– será posi-ble entender todo lo que encerraba el mis-terio de la transfiguración. En pleno cami-

no cuaresmal de esfuerzo y sacrificio, tam-bién a nosotros –igual de torpes que losdiscípulos– se dirige la voz del Padre conun mandato único y preciso: «Escuchadle»,es decir, fiaos de Él –de este Cristo que seha transfigurado a vuestros ojos–, aunqueos introduzca por caminos de cruz.

Gloria en la humillaciónEl relato de la transfiguración quiere

mostrarnos la gloria oculta de Cristo. Noes sólo que Cristo haya sufrido humilla-ciones ocasionales, sino que ha vivido hu-millado, pues «tomó la condición de es-clavo pasando por uno de tantos» y «actuan-do como un hombre cualquiera» cuando enrealidad era igual a Dios (Fil 2,6-8). El res-plandor que aparece en la transfiguracióndebía ser normal en Jesús, pero se despojavoluntariamente de él. ¿No es este un as-pecto de Cristo que debemos contemplarmucho nosotros, tan propensos a exaltar-nos a nosotros mismos y buscar la gloriahumana?

Más aún si consideramos que Jesús sal-va precisamente por la humillación. Esterelato de la transfiguración está situado enel camino hacia la cruz, entre los dos pri-meros anuncios de la pasión (Mc 8,31 y9,31). Jesús podía haber pedido al Padredoce legiones de ángeles (Mt 26,53), peroes en el colmo de la humillación –ser re-probado por las mismas autoridades reli-giosas de Israel, sufrir mucho, recibir des-precios y torturas, ser matado– donde va allevar a cabo la redención. «Si el grano detrigo no cae en tierra y muere, no da fruto;pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).Tampoco para nosotros hay otro camino siqueremos ser fecundos y dar fruto.

En el camino hacia la pasión, Jesús noses presentado como el Hijo amado del Pa-dre, objeto de su amor y sus complacen-cias. La cruz y el sufrimiento no están encontradicción con ese amor del Padre. Al

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contrario, es en la cruz donde más se mani-fiesta ese amor; precisamente porque mue-re confiando en el Padre y en su amor, Je-sús se revela en la cruz como el Hijo deDios (Mc 15,39). De igual modo nosotros,al sufrir la cruz, no debemos sentirnos re-chazados por Dios, sino –al contrario– es-pecialmente amados.

El Hijo amadoEn el relato de la transfiguración escu-

chamos la voz del Padre que nos dice:«Éste es mi Hijo amado». No es sólo ungesto de presentación, de manifestaciónde Cristo. Es el gesto del Padre que nosentrega a su Hijo, nos lo da para nuestrasalvación: «Tanto amó Dios al mundo queentregó a su Hijo único...» (Jn 3,16). Estegesto de Dios Padre aparece simbolizadoy prefigurado en el de Abraham, que tomaa «su hijo único, al que quiere» y lo ofre-ce en sacrificio sobre un monte... Lamuerte de Cristo en el Calvario, que laCuaresma nos prepara a celebrar, es lamayor manifestación del amor de Dios.

El conocimiento y la experiencia de esteamor de Dios es el fundamento de nues-tro camino cuaresmal. San Pablo pro-rrumpe lleno de admiración, de gozo y deconfianza: «El que no escatimó ni a supropio Hijo, sino que lo entregó a la muer-te por nosotros, ¿cómo no nos dará todocon Él?» Al darnos a su Hijo, Dios ha de-mostrado que está «por nosotros», a fa-vor nuestro. Pues «si Dios está por noso-tros, ¿quién estará contra nosotros?» Nopodemos encontrar fundamento más só-lido para nuestra confianza en la luchacontra el pecado y en el camino hacianuestra propia transfiguración pascual.

Pero el gesto de Abraham no sólo sim-boliza el de Dios. Resume también nues-tra actitud ante Dios. Abraham lo da todo,lo más querido, su hijo único, en quien tie-ne todas sus esperanzas. Lo da a Dios. Y al

darlo parece que lo pierde. Sin embargo,realizado el sacrificio de su corazón, Diosle devuelve a su hijo, y precisamente en vir-tud de ese sacrificio –«por haber hecho eso,por no haberte reservado a tu hijo, tu hijoúnico»– Dios le bendice abundantementedándole una descendencia «como las estre-llas del cielo y como la arena de la playa».Los sacrificios que nos pide la cuaresma –y en general nuestra fidelidad al evangelio–no son muerte, son vida. Todo sacrificiorealizado con verdadero espíritu cristianonos eleva, nos santifica. Cada sacrificio esuna puerta abierta por donde la gracia pe-netra de manera torrencial.

Domingo III de Cuaresma

Ex 20,1-17; 1Cor 1,22-25; Jn 2,13-25

El signo del temploEl evangelio nos presenta a Jesús como

el nuevo templo, destruido en la cruz yreconstruido a los tres días. De este tem-plo manará para nosotros el aguavivificante del Espíritu (cfr. Jn 19,34). Eneste templo estamos llamados a morar, apermanecer (Jn 15,4), lo mismo que Élmora en el seno del Padre (Jn 1,18). Deeste templo formamos parte como pie-dras vivas (lPe 2,5) por el bautismo. Estetemplo destruido y reconstruido es el sig-no que Dios nos da en esta cuaresma paraque creamos en Él.

Jesús aparece también empleando la vio-lencia. Este texto nos presenta un Jesúsintransigente contra el mal. El mismo Je-sús que vemos lleno de ternura y amorhacia los pecadores (cfr. Jn 8,1-11) hastadar la vida por ellos (Jn 15,13) es el queaquí contemplamos actuando enérgica-mente contra el mal. El mismo y únicoCristo. Nos corrobora así la postura que yamanifestaba en el primer domingo luchan-do contra Satanás. Jesús no pacta con el mal.

Ciclo B – Cuaresma-Semana Santa

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56 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Lo vemos devorado por el celo de la casa deDios, del templo. El mismo celo que debeencendernos a nosotros en la lucha contrael mal. El mismo celo que debe devorarnospor la santidad de la casa de Dios que es laIglesia. El mismo celo que debe hacernosarder en esta Cuaresma por la purificacióndel templo que somos nosotros mismos.

Pero la lucha contra el mal es sobre todouna opción positiva, una adhesión al bien,al Bien que es Dios mismo. La cuaresmaes una oportunidad de gracia para renovarnuestra vivencia de los mandamientos. Pararenovar, mediante el cumplimiento fiel delos mandamientos, nuestra pertenencia alSeñor que nos ha sacado de la esclavitud ynos ha hecho libres. Cumpliendo los manda-mientos decimos «sí» a Dios. Cumpliendolos mandamientos reafirmamos la alianza,el pacto de amor que Dios hizo con noso-tros en el bautismo. Cumpliendo los man-damientos nos lanzamos por el camino quenos hace verdaderamente libres.

El celo de tu casa me devoraJn 2,13-25

Nos encontramos en este texto de sanJuan con un rasgo de Jesús en el que sole-mos reparar poco: la dureza de Jesús fren-te al mal y la hipocresía, que aparece otrasmuchas veces en sus invectivas contra losfariseos. ¿La razón? «El celo de tu casa medevora». A veces casi se llega a identificarel amor con la melosidad inofensiva. Y, sinembargo, la postura aparentemente violen-ta de Jesús es fruto del amor, de un amorapasionado, porque el celo es el amor lle-vado al extremo (cfr. Dt 4,24 y 2Cor 11,2).¿No deberemos también nosotros ganarmucho en fortaleza en la lucha contra el malen todas sus manifestaciones? Porque «elamor es fuerte como la muerte» (Ct. 8,6).

Jesús es fuerte para defender los dere-chos de su Padre. Su corazón humano,

que ama el Padre con todas sus fuerzas, seenciende de celo ante la profanación delTemplo, el lugar santo, la morada de Dios.En medio de un mundo que desprecia aDios, también el cristiano debe vivir la ac-titud de Jesús: «El celo de tu casa me de-vora».

La fortaleza de Cristo, por lo demás, nose ejerce contra los hombres, sino en fa-vor de ellos, dejando que destruyan el tem-plo de su cuerpo y reconstruyéndolo en tresdías. «Tengo poder para entregar mi vida ypoder para recobrarla de nuevo» (Jn 10,18).De igual modo, el cristiano unido a Cristoes invencible, aunque deje su piel y su vidaen la lucha contra el mal: «No temáis a losque matan el cuerpo, pero no pueden matarel alma... Hasta los cabellos de vuestra ca-beza están contados» (Mt 10,28-30).

Domingo IV de Cuaresma

2Cron 36,14-16.19-23; Ef 2,4-10; Jn3,14-21

Mirar al CrucificadoToda Cuaresma converge hacia el Cruci-

ficado. Él es el signo que el Padre levantaen medio del desierto de este mundo. Y setrata de mirarle a Él. Pero de mirarle confe, con una mirada contem-plativa y con uncorazón contrito y humillado. Es el Cruci-ficado quien salva. El que cree en Él tienevida eterna. En Él se nos descubre el infi-nito amor de Dios, ese amor increíble, des-concertante.

Este amor es el que hace enloquecer asan Pablo. Estando muertos por los peca-dos, Dios nos ha hecho vivir, nos ha salva-do por pura gracia. Es este amor gratuito,inmerecido, el que explica todo. Es esteamor el que nos ha salvado, sacándonos li-teralmente de la muerte. Nos ha resucita-do. Ha hecho de nosotros criaturas nuevas.

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Este es el amor que se vuelca sobre noso-tros en esta Cuaresma. Esta es la gracia quese nos regala.

A la luz de tanto amor y tanta misericor-dia entendemos mejor la gravedad enormede nuestros pecados, que nos han llevado ala muerte y al pueblo de Israel le llevaronal destierro. Entendemos que las expresio-nes de la primera lectura no son exagera-das y se aplican a nosotros en toda su cruday dolorosa realidad: hemos multiplicado lasinfidelidades, hemos imitado las costum-bres abominables de los gentiles, hemosmanchado la casa del Señor, nos hemosburlado de los mensajeros de Dios, hemosdespreciado sus palabras...

Que Dios es rico en misericordia no sig-nifica que nuestros pecados no tenganimportancia. Significa que su amor es tanpotente que es capaz de rehacer lo des-truido, de crear de nuevo lo que estabamuerto. La conversión a la que la cuares-ma nos invita es una llamada a asomar-nos al abismo infernal de nuestro pecadoy al abismo divino del amor misericordio-so de Cristo y del Padre.Amor sin medida

Jn 3,14-21Lo mismo que los israelitas al mirar la

serpiente de bronce quedaban curados delas consecuencias de su pecado (Núm21,4-9), así también nosotros hemos demirar a Cristo levantado en la cruz. Estasúltimas semanas de cuaresma son antetodo para mirar abundantemente al cruci-ficado con actitud de fe contemplativa:«Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,37).Sólo salva la cruz de Cristo (Gál 6,14) ysólo mirándola con fe podremos quedarlimpios de nuestros pecados.

«Tanto amó...» Si algo debe calarnosprofundamente es ese «tanto», esa medi-da sin media, del amor del Padre dándo-

nos a su Hijo y del amor de Cristo entre-gándose por nosotros hasta el extremo (Jn13,1), por cada uno (Gal 2,20). La con-templación de la cruz tiene que llevar acontemplar el amor que está escondidotras ella e infunde la seguridad de saberseamados: «Si Dios está por nosotros,¿quién contra nosotros?» (Rom 8,31-35).

«Tanto amó al mundo». Junto con lacontemplación de este amor personal he-mos de contemplar que Dios ama al mun-do, el único que existe, tal como es, contodos sus males y pecados. Gracias a esteamor más fuerte que el pecado y que lamuerte, el mundo tiene remedio, todohombre puede tener esperanza, en cual-quier situación en que se encuentre. Porel contrario –según las expresiones de sanJuan–, el que no quiere creer en el cruci-ficado ni en el amor del Padre que nos leentrega, ese ya está condenado, en la me-dida en que da la espalda al único que sal-va (cfr. He 4,12).

Domingo V de Cuaresma

Jer 31,31-34; Heb 5,7-9; Jn 12,20-33

Cristo fue escuchadoLa segunda lectura, aludiendo a la ora-

ción del huerto, afirma que Cristo «fueescuchado» por su Padre. Expresión pa-radójica, porque el Padre no le ahorró pasarpor la muerte. Y, sin embargo, fue escu-chado. La resurrección revelará hasta quépunto el Hijo ha sido escuchado. A esteCristo que había pedido: «Padre, glorificaa tu Hijo» (Jn 17,1), lo vemos ahora co-ronado de honor y gloria precisamente envirtud de su pasión y su cruz (Heb 2,9).Más aún, una vez resucitado, llevado a laperfección, «se ha convertido para todos losque le obedecen en autor de salvación eter-na». A la luz de la Resurrección entende-

Ciclo B – Cuaresma-Semana Santa

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mos en toda su verdad que es el grano detrigo que cae en tierra y muere para darmucho fruto. Sí, efectivamente, en lo máshondo de su agonía el Hijo ha sido escu-chado por el Padre.

Esto es iluminador también para noso-tros. Mucha gente se queja de que Dios nole escucha porque no le libera de los malesque está sufriendo. Pero a su Hijo tampo-co le liberó de ni le ahorró la muerte. Y, sinembargo, le escuchó. Dios escucha siem-pre. Lo que ocurre es que nosotros «no sa-bemos pedir lo que conviene» (Rom 8,26).Dios puede escucharnos permitiendo quepermanezcamos en la prueba y no evitán-donos la muerte. Nos escucha dándonosfuerza para resistir en la prueba. Nos escu-cha dándonos gracia para ser aquilatados ypurificados. Nos escucha glorificándonosa través del sufrimiento. Nos escucha ha-ciéndonos grano de trigo que muere paradar fruto abundante...

Todos los cristianos y santos de todas lasépocas somos fruto de la pasión de Cristo.Gracias a ella el príncipe de este mundo hasido echado fuera. Gracias a ella hemos sidoarrancados del poder del demonio y atraí-dos hacia Cristo. Gracias a ella Dios ha se-llado con nosotros una alianza nueva. Gra-cias a ella nuestros pecados han sido per-donados. Gracias a ella Dios ha creado ennosotros un corazón puro y nos ha devuel-to la alegría de la salvación. Gracias a ellaha sido inscrita en nuestro corazón la nue-va ley, la ley del Espíritu Santo...La gloria de la Cruz

Jn 12,20-33«Ahora es glorificado el Hijo del hom-

bre». Jesús es «elevado sobre la tierra»: conesta expresión san Juan se refiere a la cruzy a la gloria al mismo tiempo. Con ello ex-presa una realidad muy profunda y miste-riosa a la vez: en el patíbulo de la cruz, cuan-do Jesús pasa a los ojos de los hombres por

un derrotado y por un maldito (Gal 3,13),es en realidad cuando Jesús está vencien-do. «Ahora el Príncipe de este mundo –Satanás– es arrojado fuera». En la cruz Je-sús es Rey (Jn 19,19). Cuando Dios nos dala cruz es para glori-ficarnos.

«Si muere da mucho fruto». El cuerpodestruido de Jesús es fuente de vida. De supasión somos fruto nosotros. Millones ymillones de hombres han recibido y reci-birán vida eterna por esta entrega de Cris-to. El sufrimiento con amor y por amor esfecundo. La contemplación de Cristo cru-cificado debe encender en nosotros el de-seo de sufrir con Cristo para dar vida almundo. «Os he destinado para que vayáis ydeis fruto y vuestro fruto dure» (Jn 15,16).

«Atraeré a todos hacia mí». Cristo cru-cificado atrae irresistiblemente las mira-das y los corazones. Mediante la cruz hasido colmado de gloria y felicidad. Me-diante la cruz ha sido constituida fuente devida para toda la humanidad. La cruz es ex-presión del amor del Padre a su Hijo: «Poresto me ama el Padre, porque doy mi vidapara recobrarla de nuevo» (Jn 10,17). Poreso, Jesús no rehuye la cruz: «Para esto hevenido».

Domingo de Ramos

Se despojóFil 2,6-11

El himno de la carta a los filipenses (se-gunda lectura de la misa del domingo dehoy) resume todo el misterio de Cristo quevamos a celebrar estos días de la SemanaSanta.

«Se despojó de su rango y tomó la con-dición de esclavo». Estas son las disposi-ciones más profundas del Hijo de Dioshecho hombre. Justamente lo contrario deAdán, que siendo una simple creatura qui-so hacerse igual a Dios (Gén 3,5). Justa-

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mente lo contrario de nuestras tendenciasegoístas, que nos llevan a enalte-cernos anosotros mismos y a dominar a los demás(Mc 10,42). Pero Jesús se despojó. Prefi-rió recibir como don la gloria a la que teníaderecho por ser el Hijo. Prefirió hacerseesclavo de todos siendo el Señor de todos(Jn 13,12-14).

«Se rebajó hasta someterse incluso a lamuerte, y una muerte de cruz». Es preci-so contemplar detenidamente esta tenden-cia de Cristo a la humillación. Lo de me-nos es el sufrimiento físico –aun siendoatroz–. Lo más impresionante es el sufri-miento moral, la humillación: Jesús es ajus-ticiado como culpable, pasa a los ojos dela gente como un malhechor. Más aún,pasa a los ojos de la gente piadosa comoun maldito, uno que ha sido rechazadopor Dios, pues dice la Escritura: «Mal-dito todo el que cuelga de un madero»(Gal 3,13).

«Por eso Dios lo levantó sobre todo yle concedió el Nombre-sobre-todo-nom-bre». Precisamente «por eso», por humi-llarse. Jesús no busca su gloria (Jn 8,50).No trataba de defenderse ni de justificar-se. Lo deja todo en manos del Padre. ElPadre se encargará de demostrar su ino-cencia. El Padre mismo le glorificará. Heaquí el resultado de su humillación: el uni-verso entero se le somete, toda la huma-nidad le reconoce como Señor. La sober-bia de Adán –y la nuestra–, el querer sercomo Dios, acaba en el absoluto fracaso.La humillación de Cristo acaba en su exal-tación gloriosa. En Él, antes que en nin-gún otro, se cumplen sus propias pala-bras: «El que se enaltece será humillado, yel que se humilla será enaltecido» (Mt23,12).

Mc 11,1-10

En el pórtico de la Semana Santa el Do-mingo de Ramos presenta la entrada

mesiánica de Jesús en Jerusalén (Mc 11,1-11). El texto muestra a un Jesús que pre-vé y domina los acontecimientos totalmen-te, precisamente cuando encara directa-mente el camino de la pasión. Marcos,que había custodiado cuidadosamente ensilencio la identidad de Jesús para evitarconfusiones, manifiesta ahora a Jesúsaclamado abiertamente como Mesías –«bendito el reino que llega, el de nuestropadre David»–. Sin embargo, no es unMesías guerrero que aplasta a sus enemi-gos por la fuerza de las armas, sino elMesías humilde que trae el gozo de la sal-vación el la debilidad –montado en un bo-rrico: ver Zac 9,9–.

La PasiónMc 14-15

También en el domingo de Ramos deeste ciclo B se proclama el relato de laPasión según san Marcos (Mc 14-15). Elevangelista no disimula los contrastes deun acontecimiento que resulta desconcer-tante: la cruz es escándalo (14,27) al tiem-po que revela perfectamente al Hijo deDios (15,39). Jesús ha aceptado plena-mente el plan del Padre (14,21-41) en unaobediencia absolutamente dócil y filial(«Abba»: 14,36). En la escena central delrelato –al ser interrogado por el SumoSacerdote– Jesús confiesa su verdaderaidentidad (14,61-62): es el Mesías, el Hijode Dios y el Hijo del Hombre –es decir, elJuez escatológico–. A diferencia de Pe-dro, que reniega de Jesús para salvar supiel (14,66-72), Jesús confiesa en abso-luta fidelidad, sabiendo que esta confe-sión le va a llevar a la cruz (14,63-64). Pa-radójicamente, en el momento de mayorhumillación –cuando agoniza y expira– escuando manifiesta plenamente quién es(15,39). Pero para conocerle y aceptarlecomo Hijo de Dios en el colmo de su hu-millación es necesaria la fe que se somete

Ciclo B – Cuaresma-Semana Santa

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al misterio: frente a la reacción de los dis-cípulos, que huyen abandonando a Jesús(14,50), la única actitud válida ante lo cho-cante y desconcertante de la Pasión es elacto de fe del centurión (15,39).

Misterio desconcertanteFrente al relato de la pasión, hemos de

evitar ante todo la impresión de algo «sabi-do». Es preciso considerar, uno por uno, losindecibles sufrimientos de Cristo. En pri-mer lugar, los sufrimientos físicos: latiga-zos, corona de espinas, crucifixión, desan-gramiento, sed, descoyuntamiento... Peromás todavía los interiores: humillación,burlas y desprecios, abandono de los discí-pulos y amigos, contradicciones, injusticiaclamorosa... Basta pensar en nuestro pro-pio sufrimiento ante cualquiera de estassituaciones. Pero lo más duro de todo, lasensación de abandono por parte del Padre;aunque Jesús sabía que el Padre estaba conÉl, quiso experimentar en su alma ese aban-dono de Dios que siente el hombre peca-dor.

San Marcos nos sitúa ante la pasión comoun misterio desconcertante. El que así su-fre y es humillado es el mismo Hijo de Dios.Esto es algo que sobrepasa nuestra mentey choca contra nuestra lógica humana. Alconsiderar los sufrimientos de Cristo, he-mos de evitar quedarnos en la mera con-moción sensible, contemplando en estehombre al Hijo eterno de Dios. Para elloes necesaria la fe del centurión (Mc 15,39),que nos hace entrar en el misterio, oscuroy luminoso a la vez.

La meditación de la pasión desde la fearroja luz sobre nuestra vida de cada día.El sufrimiento no es una muralla, sino unapuerta. Cristo no ha venido a eliminarnuestros sufrimientos, lo mismo que Élno ha bajado de la cruz cuando se lo pe-dían; ha venido a darles sentido, transfi-gurándolos en fuente de fecundidad y de

gloria (Rom 8,17; 2Cor 4,10s; Fil 3,10s;1Pe 4,13). Por eso, el cristiano no rehuyeel sufrimiento ni se evade de él, sino quelo asume con fe; la prueba no destruye suconfianza y su ánimo, sino las proporcionaun fundamento más firme (Rom 5,3; St 1,2-4; Heb 12,7; He 5,41). Para quien ve la pa-sión con fe, la cruz deja de ser locura yescándalo y se convierte en sabiduría yfuerza (1Cor 1,22-25).

La Pasión según San MarcosEl relato de la Pasión ocupa en cada evan-

gelio un lugar importante y extenso. Des-de el principio, la Iglesia ha considerado laPasión como una luz y un tesoro y ha pro-clamado estos hechos (Jn 21,24) comofuente y fundamento de su fe. Por un lado,la Pasión da a conocer quién es Cristo yatestigua su autenticidad divina; por otro,la Pasión ilumina la existencia de los hom-bres, llena de sufrimientos y dolores.

Desconcierto y feAl relatarnos la Pasión de Jesús, cada

evangelista lo hace desde una perspectivapropia e insistiendo en determinados as-pectos. San Marcos proclama la realizacióndesconcertante del designio de Dios. Ex-pone los hechos en su cruda realidad, conla vivacidad de un testigo. No disimulanada, más bien relata los contrastes: la cruzes escandalosa, al tiempo que revela al Hijode Dios.

De hecho, ante una situación que es «es-cándalo» y «locura» (1Cor 1,23), la reac-ción de los discípulos es de desconcierto:«abandonándole huyeron todos» (14,50),según había predicho el mismo Jesús: «to-dos os vais a escandalizar» (14,27). Antelo chocante de la Pasión, la única actitudválida es la del centurión (15,39): un actode fe que se somete al misterio.

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El prendimiento de JesúsSan Marcos narra los hechos con un es-

tilo directo y brusco: «se presenta Judas,uno de los Doce, acompañado de un grupocon espadas y palos» (14,43). Jesús es apre-sado. Una palabra suya subraya la anomalíade la situación: «como contra un salteadorhabéis venido a prenderme con espadas ypalos» (14,48). Todos le abandonan y hu-yen. El evangelista subraya lo que la esce-na tiene de sorprendente. Sólo de paso seindica la clave que explica esta situacióndesconcertante: «es para que se cumplan lasEscrituras» (14, 49).

Proceso judíoDespués del prendimiento, Jesús es re-

mitido a las autoridades de su pueblo. Elevangelista indica cómo la orientación delinterrogatorio está fijada desde el princi-pio: buscan «dar muerte a Jesús» (14,55).Pero esta intención es contraria con loshechos: no encuentran ningún cargo ver-dadero contra Jesús. Finalmente, cuandoel sumo sacerdote la pregunta si es elMesías, el Hijo del Bendito, Jesús declarasolemnemente que sí: el interrogatorio, envez de establecer la culpabilidad de Je-sús, revela su suprema dignidad.

Sin embargo, esta revelación de su ver-dadera personalidad no encuentra ecopositivo; en vez de rendirle homenaje, lellaman blasfemo y reo de muerte (14,64),se burlan de Él (14,65), el más ardientede sus discípulos le niega (14, 66-72), leatan como un malhechor para entregarloa Pilato (15,1). Vistos desde el exterior,los hechos parecen contradecir la decla-ración solemne de Jesús.

Proceso romanoAl llamar a Jesús «rey de los judíos»

(15,2.9.12), sus enemigos traspasan alplano político la dignidad del Mesías, lo

cual deforma burdamente la declaración deJesús (es Rey en otro sentido: Jn 18,33-38).

Ante Pilato, san Marcos sigue resaltan-do lo chocante: son los judíos quienes seencarnizan contra el Rey de los judíos(15,3-5), mientras que Él calla y no res-ponde; por otro lado, es puesto en compa-ración con un sedicioso homicida (15,7)y condenado no habiendo cometido nin-gún crimen (15,14).

El Calvario:de las tinieblas brota la luz

El «Rey de los judíos» recibe un mantode púrpura, una corona y homenajes; perola corona es de espinas y los homenajesson burlas y golpes (15,17-20). En la cruzes reconocido como «Rey de los judíos»,pero los hechos contradicen esta digni-dad: desnudez completa (15,24), humi-llación suprema –dos bandidos como ase-sores–, impotencia del ajusticiado quedebe morir.

Todo son burlas, pues los hechos nocuadran con las pretensiones atribuidas aJesús. Desde el punto de vista humanodebería bajar de la cruz (15,30.32), esca-pando de la muerte y destruyendo a susadversarios; de esa manera se podría creeren Él (15,32). El evangelista sabe que estamanera de ver las cosas es falsa, pero ladeja expresar con toda su crudeza cho-cante sumergiéndonos así en la oscuri-dad del misterio.

Jueves Santo(pág.11)

Viernes Santo(pág. 12)

Ciclo B – Cuaresma-Semana Santa

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62 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Vigilia Pascual(pág. 12)

Domingo de Resurrección

Las hazañas del SeñorSal 117

«No he de morir, viviré para contar lashazañas del Señor». Podemos escuchar enlabios de Jesús resucitado estas palabras delsalmo responsorial. El Padre ha querido quepasase por la muerte. Pero ahora ya vive.Vive para siempre. Cristo resucitado es «elque vive» (Ap 1,18), el viviente por exce-lencia, el que posee la vida y la comunica asu alrededor.

Vive en su Iglesia. Y vive «para contar lashazañas del Señor». Desde el día de su re-surrección proclama a los hombres, a susdiscípulos, las maravillas que el Padre harealizado con Él resucitándole. Cristo re-sucitado testimonia en su Iglesia la gloriaque el Padre le ha dado, el gozo infinito quele inunda, el poder que ha recibido de suPadre constituyéndole Señor de todo y detodos. Para toda la eternidad Cristo es elTestigo más perfecto de las hazañas delSeñor, del poder y del amor que el Padre haderrochado en Él resucitándole de entre losmuertos y sentándole a su derecha (Ef 1,19-21).

«La piedra que desecharon los arquitec-tos es ahora la piedra angular». El despre-ciado, el humillado, el crucificado es aho-ra fundamento de todo. Cristo resucitadoes y será para siempre el que da sentido acada hombre, a cada sufrimiento, a cadaesfuerzo, a la Historia entera. Sólo en Él lavida cobra consistencia y valor, pues «nose nos ha dado otro Nombre en el que po-damos salvarnos» (He 4,12). Todo lo cons-truido al margen de esta piedra angular sedesmorona, se hunde. Ser cristiano es vivir

cimentado en Cristo (Col 2,7), apoyadototalmente y exclusivamente en Él.

«Este es el día en que actuó el Señor».La resurrección de Cristo es la gran obrade Dios, la maravilla por excelencia. Ma-yor que la creación y que todos los prodi-gios realizados en la antigüedad. Hemos deaprender a admirarnos de ella. Hemos deaprender a gozarnos en ella: «sea nuestraalegría y nuestro gozo». La resurrecciónde Cristo es el fundamento de nuestra ale-gría. «Es el Señor quien lo ha hecho, ha sidoun milagro patente», pues es un aconteci-miento humanamente inexplicable. Pero unacontecimiento que sigue presente y acti-vo en la Iglesia, pues la resurrección deCristo no ha cesado de dar fruto. Hoy siguesiendo el día en que el Señor actúa...

La gran noticiaJn 20,1-9

Lo mismo que a las mujeres la mañanade Pascua, la Iglesia nos sorprende hoy conla gran noticia: el sepulcro está vacío. Cris-to ha resucitado. El Señor está vivo. El mis-mo que colgó de la cruz el viernes santo.El mismo que fue encerrado en el sepul-cro. ¿Soy capaz de dejarme entusiasmar conesta noticia?

«Vio y creyó». La resurrección de Cris-to es el centro de nuestra fe. Nosotros nocreemos en ideas, por bonitas que sean.Nuestra fe se basa en un acontecimiento:Cristo ha resucitado. Nuestra fe es adhe-sión a una persona viva, real, concreta: Cris-to el Señor. Y la Pascua nos ofrece la posi-bilidad de un encuentro real con el Resu-citado y de la experiencia de su presenciaen nuestra vida.

Los discípulos corrían. Este apresura-miento significa mucho. Es, ante todo, eldeseo de ver al Señor, a quien tanto aman.Es el deseo de comprobar con sus propiosojos que, efectivamente, el sepulcro está

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vacío, que la muerte ha sido vencida y notiene la última palabra. Es el entusiasmo dequien sabe que la historia ha cambiado, quela vida tiene sentido. Es la alegría de quientiene algo que decir, de quien quiere trans-mitir una gran noticia a los demás. La resu-rrección de Cristo no nos deja adormeci-dos. Es la noticia que nos sacude y nos poneen movimiento. Nos hace testigos y men-sajeros del acontecimiento central de todala historia de la humanidad.

Tiempo Pascual

Domingo II de PascuaJn 20,19-31

Durante el tiempo pascual desaparece elevangelio de Marcos y sólo volvemos aencontrarlo en la solemnidad de la Ascen-sión del Señor (Mc 16,15-20). En reali-dad la ascensión-entronización queda na-rrada en un breve versículo (el 19). Sinembargo, es significativo que este hechoquede enmarcado entre el mandato mi-sionero universal (vv. 15-18) y la consta-tación de su cumplimiento (v. 20): Cris-to, el Señor glorificado, ejerce su señoríoinvisible en la acción visible de su Iglesiaque evangeliza –«actuaba con ellos y con-firmaba la palabra con los signos»–.

¡Señor mío y Dios mío!«Recibid el Espíritu Santo». He aquí el

regalo pascual de Cristo. El que había pro-metido. «No os dejaré huérfanos» (Jn14,18), ahora cumple su promesa. Jesús,que había gritado «el que tenga sed quevenga a mí y beba» (Jn 7,37), se nos pre-senta ahora en su resurrección comofuente perenne del Espíritu. A Cristo re-sucitado hemos de acercarnos con sed abeber el Espíritu que mana de Él, pues elEspíritu es el don pascual de Cristo.

«Señor mío y Dios mío». La actitud finalde Tomás nos enseña cuál ha de ser nuestrarelación con el Resucitado: una relación defe y adoración. Fe, porque no le vemos conlos ojos: «Dichosos los que crean sin ha-ber visto»; fe a pesar de que a veces parez-ca ausente, como a los discípulos de Emaús,que no eran capaces de reconocerle aun-que caminaba con ellos (Lc 24,13ss). Yadoración, porque Cristo es en cuanto hom-bre «el Señor», lleno de la vida, de la gloriay de la felicidad de Dios.

«Se llenaron de alegría al ver al Señor».La resurrección de Cristo es fuente dealegría. El encuentro con el Señor resuci-tado produce gozo. Su presencia lo ilu-mina todo, porque Él es el Señor de lahistoria. En cambio, su ausencia es causade tristeza, de angustia y de temor. Tam-bién en esto Cristo cumple su promesa:«Volveré a veros y se alegrará vuestrocorazón y vuestra alegría nadie os la po-drá quitar» (Jn 16,22). ¿Vivo mi relacióncon Cristo como la única fuente del gozoautentico y duradero?

Domingo III de Pascua

Presencia de Dios que lo llena todoLc 24,35-48

«Se presentó Jesús en medio de sus dis-cípulos». Jesús resucitado está presenteen medio de los suyos, en medio de suIglesia. Está presente en los sacramentos:es Él quien bautiza, es Él quien perdona lospecados... Está presente de manera espe-cial en la Eucaristía, entregándose por amora cada uno con su poder infinito. Está pre-sente en los hermanos, sobre todo en losmás pobres y necesitados. Está presente enla autoridad de la Iglesia... La vida cristianano consiste en vivir unas ideas, por bonitasque fueran. El cristiano vive de una presen-cia que lo llena todo: la presencia viva de

Ciclo B – Tiempo Pascual

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64 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Cristo resucitado. Y el tiempo de Pascuanos ofrece la gracia para captar más inten-samente esta presencia, para acogerla sincondiciones, para vivir de ella.

«Creían ver un fantasma...» Aun creyen-do en la Resurrección del Señor, puedenasaltarnos las mismas dudas que a los dis-cípulos. Como a Jesús resucitado no le ve-mos, podemos tener la impresión de algopoco real, algo ilusorio, como si fuera unfantasma, una sombra. Pero también a no-sotros nos repite: «Mirad mis manos y mispies: soy yo en persona». Nos remite a lashuellas de su pasión. Verdaderamente pa-deció, verdaderamente murió, verdadera-mente ha resucitado. Es Él en persona. Elmismo que recorrió los caminos de Pales-tina, que predicó, que curó a los enfermos...El Resucitado es real. Vive de veras. Y man-tiene su realidad humana. El tiempo de Pas-cua conlleva la gracia para conocer con máshondura la belleza de la realidad humana delSeñor a la vez que su grandeza divina.

«Les abrió el entendimiento para com-prender las Escrituras». Sin Cristo la Bi-blia es un libro sellado, imposible de en-tender. Como a los primeros discípulos,también a nosotros Jesús resucitado nosabre el entendimiento para comprender. Éles el Maestro que sigue explicándonos lasEscrituras. Pero lo hace como Maestro in-terior, porque nos enseña e ilumina por den-tro. Sólo podemos entender la Escritura sila leemos en presencia del Resucitado y asu luz. Sólo escuchándole a Él en la ora-ción, sólo invocando su Espíritu, la Bibliadeja de ser letra muerta y se nos iluminacomo palabra de vida y salvación.Soy yo en persona

Lc 24,35-48«Soy yo en persona». También a nosotros,

como a los discípulos del evangelio, pue-den surgirnos dudas y pensar que Cristo es

una idea, un fantasma, algo irreal. Pero Élnos asegura: «Soy yo mismo». No haymotivo para la duda o la turbación. Comoentonces, también hoy Cristo se pone enmedio de nosotros para infundirnos la cer-teza de su presencia. Más aún, quiere ha-cernos tener experiencia de ella al comercon nosotros. La eucaristía es contacto realcon el Resucitado.

Las Escrituras iluminan el sentido de lapasión y muerte de Cristo. También a no-sotros Cristo Resucitado nos remite y noslleva a las Escrituras; ellas dan testimoniode Él, pues ellas contienen el plan eternode Dios. Y lo mismo que ilumina los sufri-mientos de Cristo, la Palabra de Dios nosda el sentido de todos los acontecimien-tos dolorosos y a primera vista negativosde nuestra existencia. Es necesario acudira ella en busca de luz. Pero también pedir aCristo que –como a los apóstoles– abranuestra mente para comprender las Escri-turas.

«Vosotros sois testigos». El encuentrocon el Resucitado nos hace testigos, capa-ces de dar a conocer lo que hemos experi-mentado. Si de verdad nos hemos encon-trado con el Resucitado, tendremos querepetir lo que los apóstoles: «Nosotros nopodemos dejar de contar lo que hemos vistoy oído» (He 4,20). En cambio, si no tene-mos experiencia de Cristo, nuestra palabraserá trompeta que hace ruido pero es in-útil; sonará a hueco.

Domingo IV de Pascua

Hch 4,8-12; 1Jn 3,1-2; Jn 10,11-18

Amor que da la vida«El Buen Pastor da la vida por las ove-

jas». Da la vida. No sólo la dio. La da con-tinuamente. Jesús Resucitado permaneceeternamente en la actitud que le llevó a la

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muerte. Ahora ya no muere. No puede mo-rir. Pero el amor que le llevó a dar la vidaes el mismo. Y eso continuamente. Instan-te tras instante Cristo es el Buen Pastor queda la vida por sus ovejas, que da su vida pormí. Su amor «hasta el extremo», el que lellevó hasta la cruz, ha quedado eternizadomediante la resurrección. Su vida de resu-citado es un acto continuo, perfecto y efi-caz de amor a su Padre y de amor a los hom-bres, a cada uno de todos los hombres. Élmismo es el Amor que da la vida.

«Por su nombre se presenta éste sanoante vosotros». Su entrega es eficaz. Suamor es capaz de transformar. Al morirpor nosotros nos sana. Al entregar su vidaengendra vida. Es el nombre de Jesucris-to nazareno el único capaz de salvar to-talmente, definitivamente. La acción delBuen Pastor una vez resucitado se carac-teriza por la fuerza, por la energía sal-vadora. La Resurrección pone de relieveque el amor del Buen Pastor no era inútilo estéril, sino muy eficaz. Las conversio-nes y sanaciones realizadas por medio delos Apóstoles lo atestiguan.

«¡Somos hijos de Dios!» También enesto se manifiesta la fuerza de la Resu-rrección. En su victoria, Cristo nos arras-tra a vivir su misma vida de Hijo, su mis-ma relación con el Padre. Somos hijos enel Hijo. En Cristo somos hijos de Dios.En la Vigilia Pascual hemos renovado laspromesas de nuestro bautismo y el mejorfruto de la Pascua es un acrecentamientode la vivencia de nuestro ser hijos de Dios.Confianza plena

Jn 10,11-18A la luz de la Pascua, el evangelio de

hoy nos invita a contemplar al Resucita-do como Buen Pastor. Cristo Resucitadocontinúa presente en su Iglesia, caminacon nosotros. Conduce a su Pueblo: «Yoestaré con vosotros todos los días hasta

el fin del mundo» (Mt 28,20). Y como BuenPastor es el Señor de la historia, que domi-na y dirige todos los acontecimientos: «Seme ha dado todo poder en el cielo y en latierra» (Mt 28,18). Nuestra reacción nopuede ser otra que la confianza plena: «ElSeñor es mi pastor, nada me falta... Aunquecamine por cañadas oscuras, nada temo,porque tú vas conmigo» (Sal 23).

Y es el Buen Pastor que da la vida por lasovejas. La resurrección nos grita el valor yla eficacia de la sangre de Cristo que nosha redimido. Nosotros somos fruto de laentrega de Cristo. A diferencia del asala-riado, a Cristo le importan las ovejas, por-que son suyas; por eso da la vida por ellas.Y ahora, ya resucitado y glorioso, sin de-rramamiento de sangre, Cristo vive en lamisma actitud de entrega. Ahora le impor-tamos todavía más, porque nos ha compra-do con su sangre (Ap 5,9).

Más aún, Cristo Buen Pastor no sólo dala vida por nosotros, sino que nos enseñay nos impulsa también a nosotros a dar lavida. La resurrección nos habla con fuer-za de que la vida se nos ha concedido paradarla, de que vale la pena gastar la vidapara que los demás tengan vida eterna, deque el que pierde su vida ese es el que deverdad la gana. Dando la vida colabora-mos a que las ovejas que son de Cristopero no están en su redil escuchen su vozde Buen Pastor, entren en su redil, se sien-tan amados por Él y experimenten que Élrepara sus fuerzas y sacia su sed.

Domingo V de Pascua

Permaneced en MíJn 15,1-8

«Permaneced en mí». Este mandamientode algún modo resume toda la vida y activi-dad del cristiano. Por el Bautismo hemossido injertados en Cristo (Rom 6,5). Como

Ciclo B – Tiempo Pascual

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66 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

la vida del sarmiento depende de su unión ala vid, la vida del cristiano depende de suunión a Cristo. Nuestra relación con Cris-to no es a distancia. Vivimos en Él. Y Élvive en nosotros. Por eso Él mismo insis-te: «Permaneced en mí». Esta unión conti-nua con Cristo es la clave del crecimientodel cristiano y del fruto que pueda dar. Todala vida viene de la vid y nada más que de lavid.

«Sin mí no podéis hacer nada». El quecomprende de verdad estas palabras cam-bia por completo su modo de plantear lascosas. Cada acción realizada al margen deCristo, cada momento vivido fuera de Él,cada palabra no inspirada por Él... estáncondenados a la esterilidad más absoluta.No sólo se pierde el cuándo se hacen co-sas que no viniendo de Cristo no dan nin-gún fruto. Deberíamos tener horror a no darfruto, a malgastar nuestra vida, a perder eltiempo.

«... Lo poda para que dé más fruto». Diosdesea que demos fruto, y fruto abundante –Jn 15,16–. Para ello es necesario «perma-necer en Cristo» mediante la fe viva, la ca-ridad ardiente, la esperanza invencible,mediante los sacramentos y la oración con-tinua, mediante la atención a Cristo y ladocilidad a sus impulsos... Pero hay más.Como Dios nos ama y desea que demosmucho fruto, nos poda. Gracias a esta podacae mucho ramaje inútil que estorba paradar fruto. El sufrimiento, las humillacio-nes, el fracaso, las dificultades, los desen-gaños... son muchas veces los instrumen-tos de que Dios se sirve para podarnos.Gracias a esta poda caen muchas aparien-cias, nos enraizamos más en Cristo y po-demos dar más fruto.

Su misma vidaJn 15,1-9

El misterio de Cristo y de su Resurrec-ción es de una fecundidad inagotable. Los

autores sagrados no encuentran palabras niimágenes para expresarlo. No hemos deimaginar a Cristo fuera de nosotros. Gra-cias a su glorificación Él vive en nosotrosy nosotros vivimos su misma vida. Por elBautismo hemos sido injertados en Cristoy vivimos su misma vida, lo mismo que lossarmientos tienen la misma vida que reci-ben de la vid.

Por eso, el mandato de Cristo es muysencillo: «Permaneced en mí». La vidacristiana, aunque parezca compleja, es enrealidad muy simple: se trata de permane-cer unidos a Cristo continuamente. En sanJuan, permanecer en Cristo supone vivir engracia, pero no sólo; implica además unarelación personal y una intimidad amorosacon Él cada vez más consciente y más con-tinua.

Esto es de una importancia enorme. Y sanJuan lo subraya con una lógica y una cohe-rencia implacables: «Lo mismo que el sar-miento separado de la vid se seca y no tie-ne vida ni da fruto, vosotros separados demí no podéis hacer nada». Es preciso apren-der esta lección de una vez por todas. Nues-tro fruto no depende de las cualidades hu-manas, sino de la unión con Cristo. Diosdesea que demos fruto abundante –y en elloes glorificado, y para eso nos poda, paraque llevemos más fruto–, pero nuestra fe-cundidad, nuestro dar fruto en la vida per-sonal, en la Iglesia y en el mundo, está enproporción a nuestra santidad, a nuestraunión con el Señor Resucitado. Sin ella noharemos nada, ni daremos fruto abundanteni duradero; y si los hay, serán frutos apa-rentes, que se evaporan como la niebla ma-ñanera.

Domingo VI de Pascua

Permaneced en mi amorJn 15,9-17

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«Permaneced en mi amor». En esta Pas-cua Cristo nos ha manifestado más clarae intensamente su amor. Y ahora nos invi-ta a permanecer bajo el influjo de esteamor. En realidad podemos decir que todala vida del cristiano se resume en dejarseamar por Dios. Dios nos amó primero.Nos entregó a su Hijo como víctima pornuestros pecados. Y el secreto del cristia-no es descubrir este amor y permaneceren él, vivir de él. Sólo la certeza de seramados por Dios puede sostener una vida.No sólo hemos sido amados, sino que so-mos amados continuamente, en toda cir-cunstancia y situación. Y se trata de per-manecer en su amor, de no salirnos de laórbita de ese amor que permanece amán-donos siempre, que nos rodea, que nosacosa, que está siempre volcado sobrenosotros.

«Amaos unos a otros como yo». Sóloel que permanece en su amor puede amara los demás como Él. El amor de Cristotransforma al que lo recibe. El que de ve-ras acoge el amor de Cristo se hace ca-paz de amar a los demás. Pues el amor deCristo es eficaz. Lo mismo que Él nosama con el amor que recibe de su Padre,nosotros amamos a los demás con el amorque recibimos de Él. La caridad para conel prójimo es el signo más claro de la pre-sencia de Cristo en nosotros y la demos-tración más palpable del poder del Resu-citado.

«El que ama ha nacido de Dios». Diosinfunde en nosotros su misma caridad.Por eso nuestro amor, si es auténtico, debeser semejante al de Dios. Pero Dios amadando la vida: el Padre nos da a su Hijo;Cristo se entrega a sí mismo, ambos noscomunican el Espíritu. La caridad no con-siste tanto en dar cuanto en darse, en darla propia vida por aquellos a quienes seama; y eso hasta el final, hasta el extre-mo, como ha hecho Cristo y como quie-

re hacer también en nosotros: «Nadie tie-ne amor más grande que el que da la vidapor sus amigos». El amor de Cristo es deeste calibre. Y el amor a los demás quequiere producir en nosotros, también.

Como yo os he amadoJn 15,9-17

«Yo os he elegido». Nuestra fe, nuestroser cristiano, no depende primera ni prin-cipalmente de una opción que nosotroshayamos hecho. Ante todo, hemos sidoelegidos, personalmente, con nombre yapellidos. Cristo se ha adelantado a lo queyo pudiera pensar o hacer, ha tomado lainiciativa, me ha elegido. Ahí está la clavede todo, ahí esta la raíz de nuestra identi-dad. Y es preciso dejarnos sorprendercontinuamente por esta elección de Dios,«Él nos amó primero» (1Jn 4,19).

«Os llamo amigos». Cristo resucitado,vivo y presente, nos llama y nos atrae asu amistad. Ante todo, busca una intimi-dad mayor con cada uno de nosotros. Nosha contado todos sus secretos, nos ha in-troducido en la intimidad del Padre. Y esuna amistad que va en serio: la ha demos-trado dando la vida por los que eran ene-migos (Col 1,21-22) y convirtiéndolos enamigos. A la luz de la Pascua hemos deexaminar si nuestra vida discurre por loscauces de la verdadera amistad e intimidadcon Cristo o –por el contrario– todavía levemos distante, lejano. Y si corresponde-mos a esta amistad con la fidelidad a susmandamientos.

«Como yo os he amado». Quizá muchasveces meditamos en el amor al prójimo.Pero tal vez no meditamos tanto en la me-dida de ese amor, en ese «como yo». Lamedida del amor al hermano es dar la vidapor él como Cristo la ha dado, gastar la vidapor los demás día tras día. Mientras no lle-guemos a eso hemos de considerarnos endéficit. El cristiano nunca se siente satis-

Ciclo B – Tiempo Pascual

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68 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

fecho como si ya hubiera hecho bastante.«El amor de Cristo nos apremia» (2Cor5,14). Y lo maravilloso es que realmentepodemos amar como Él porque este amor«ha sido derramado en nuestros corazonescon el Espíritu Santo que se nos ha dado»(Rom 5,5). Cristo resucitado, viviendo ennosotros nos capacita y nos impulsa a amar«como Él».

Ascensión del SeñorActuaba con ellos

Mc 16,15-20El breve texto de san Marcos nos presenta

de Jesús como un ser llevado «al cielo», esdecir, al lugar propio de Dios, y un «sentar-se» a la derecha de Dios. Efectivamente, elmisterio de la ascensión significa que el quepor nosotros tomó la condición de siervo,pasó por uno de tantos y se humilló hasta lamuerte de cruz (Fil 2,6-10), ahora ha sidoexaltado, enaltecido, constituido «Señor».Cristo en cuanto hombre se ha sentado enel trono de su Padre (Ap 3,21), ha recibidotodo poder en el cielo y en la tierra (Mt28,18) y ha sido constituido Señor del Uni-verso ante el que toda rodilla se dobla.

Sin embargo, ascensión no significa au-sencia de Cristo. A renglón seguido de na-rrar la ascensión de Jesús, san Marcos su-braya que «El Señor actuaba con ellos».Ciertamente Cristo ha dejado su presen-cia visible, sensible. Pero sigue presente.Y lo manifiesta «cooperando» con la ac-ción de los discípulos. En estas brevespalabras queda resumido todo misterio dela Iglesia. Toda acción de la Iglesia –y decada cristiano en ella– no es algo simple-mente humano, sino acción de Cristo através de ella. Cuando alguien bautiza, esCristo quien bautiza... Por tanto, todonuestro empeño ha de ser buscar la sin-tonía con Cristo para que realice esa co-operación y nuestros actos sean también

suyos y tengan un valor inmenso: «El quecree en mí hará las obras que yo hago y aúnmayores» (Jn 14,22).

De ahí la importancia de los signos, queindica el evangelio. Los signos manifies-tan que la Iglesia es más que palabras, eshechos. Mediante ellos se ve la acción delSeñor. Ya no se tratará de coger serpientesen las manos, pero hay que preguntarnoscómo hoy nosotros podemos ser «milagro»–es decir, signo que se ve– para aquelloscon los que vivimos.

Domingo de PentecostésSed del Espíritu

Jn 20,19-23«Recibid el Espíritu Santo». El gran don

pascual de Cristo es el Espíritu Santo. Paraesto ha venido Cristo al mundo, para estoha muerto y ha resucitado, para darnos suEspíritu. De esta manera Dios colmainsospechadamente sus promesas: «Osdaré un corazón nuevo, infundiré en voso-tros un Espíritu nuevo» (Ez 36,26). Nece-sitamos del Espíritu Santo, pues «el Espí-ritu es el que da la vida, la carne no sirvepara nada» (Jn 6,63). El Espíritu Santo nosólo nos da a conocer la voluntad de Dios,sino que nos hace capaces de cumplirladándonos fuerzas y gracia: «Os infundirémi Espíritu y haré que caminéis según mispreceptos y que guardéis y cumpláis mismandatos» (Ez 36,27).

«Sopló sobre ellos». Para recibir el Es-píritu hemos de acercarnos a Cristo, pueses Él –y sólo Él– quien lo comunica. Élmismo había dicho: «El que tenga sed quevenga a mí y beba» (Jn 7,37). Es precisoacercarnos a Cristo en la oración, en lossacramentos, sobre todo en la Eucaristía,para beber el Espíritu que mana de su cos-tado abierto. Y es preciso acercarnos consed, con deseo intenso e insaciable. De estamanera, Cristo no nos deja huérfanos (Jn

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14,18), pues nos da el Espíritu que es maes-tro interior (Jn 14,26; 16,13), que consue-la y alienta (Jn 14,16; 16,22).

«Como el Padre me envió, así os envíoyo». Jesús afirma al inicio de su ministe-rio que ha sido «ungido por el Espíritu delSeñor para anunciar la Buena Noticia alos pobres» (Lc 4,18). Y a los apóstolesles promete: «Recibiréis la fuerza del Es-píritu y seréis mis testigos» (He 1,8). Je-sús nos hace partícipes de la misma mi-sión de anunciar el evangelio que él harecibido del Padre y lo hace comunicán-donos la fuerza del Espíritu Santo. El Es-píritu nada tiene que ver con la lentitud, lafalta de energías, la pasividad; es impulsoque nos hace testigos enviados, apóstoles.

Domingo de la Santísima Trinidad

Familiaridad con DiosMt 18,16-20

A muchos cristianos el misterio de laTrinidad les echa para atrás. Les parecedemasiado complicado y prefieren dejar-lo de lado. Y sin embargo las páginas delNuevo Testamento nos hablan a cada pa-sode Cristo, del Padre y del Espíritu Santo.Ellos son el fundamento de toda nuestravida cristiana.

Explicar el misterio de la Trinidad no esdifícil, es imposible, precisamente porquees misterio. Pero lo mismo que un niñopuede tener gran familiaridad con su pa-dre aunque no sepa decir muchas cosasde él, nosotros podemos vivir también enuna profunda familiaridad con el Padre,con Cristo, con el Espíritu y tener expe-riencia de estas Personas divinas. No sólopodemos: estamos llamados a ello en vir-tud de nuestro bautismo. No es un privi-legio de algunos místicos.

Podemos conocer al Padre como Fuentey Origen de todo, Principio sin principio,

fuente última y absoluta de la vida, no de-pendiendo de nadie. El Hijo es engen-drado por el Padre, recibe de Él todo suser: por eso es Hijo; pero el Padre se datotalmente: por eso el hijo es Dios, igualal Padre. Nada tiene el Hijo que no recibadel Padre; nada tiene el Padre que no co-munique al Hijo. El ser del Hijo consisteen recibir todo del Padre y el Hijo vuelveal Padre en un movimiento eterno deamor, gratitud y donación. Y ese abrazode amor entre el Padre y el Hijo es el Es-píritu Santo.

«El Espíritu todo lo sondea, incluso loprofundo de Dios» (1Cor 2,10). El Espí-ritu nos da a conocer a Cristo y al Padrey nos pone en relación con ellos. Las Per-sonas divinas viven como en un temploen el hombre que está en gracia. Estamoshabitados por Dios. Somos templo suyo.Vivimos en el seno de la Trinidad. ¿Sepuede imaginar mayor familiaridad? Todonuestro cuidado consiste en permaneceren esta unión.

Corpus Christi

Mc 14,12-16.22-26 El texto seleccionado incluye los pre-

parativos para la cena, en que Jesús apare-ce –como en la entrada en Jerusalén– go-bernando y dirigiendo los acontecimientos,y el relato de la institución de la Eucaris-tía, en el que Jesús realiza anticipadamenteel gesto de donación de su propia vida quellevará a cabo al día siguiente en la cruz. Lamención en el último versículo del caminohacia el monte de los Olivos apunta hacialo trágicamente real de ese gesto.

Comer nuestra redención«Esto es mi cuerpo...» Ante todo, la fies-

ta de hoy nos debe hacer cobrar una con-

Ciclo B – Tiempo Pascual

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ciencia más intensa de la presencia real deJesucristo en la Eucaristía. El cuerpo sig-nifica la persona entera. Cristo está presen-te con su cuerpo glorioso, con su alma hu-mana, con su personalidad divina. ¿Somosde veras conscientes de que en cada sagra-rio hay un hombre viviente, infinitamentemás real que todos nosotros? ¿Qué me esmás real, la presencia de las demás perso-nas humanas o la presencia de Cristo en laEucaristía? ¿Soy consciente de tener en elSagrario a Dios con nosotros, a mi dispo-sición, esperándome eternamente?

«...que se entrega por vosotros». Sin em-bargo, la presencia de Cristo en la Eucaris-tía no es inerte ni pasiva. Cristo vive apa-sionadamente en la Eucaristía su amor in-finito por nosotros, su entrega sin límitespor cada uno. El amor manifestado en la cruzperdura eternamente; no ha menguado; porel contrario, es ahora más intenso. Y se haceespecialmente presente y eficaz en cadacelebración de la Eucaristía. Y eso «porvosotros y por todos los hombres», por cadauno de todos los hombres, por los que fue-ron, son y serán.

«...para perdón de los pecados». Cristosabe muy bien por quién y a quién se en-trega; por hombres que son pecadores.Pero para esto ha venido precisamente,para quitar el pecado del mundo. Cristoen la Eucaristía anhela borrar nuestro pe-cado y hacernos santos. Para eso se haentregado. Y para eso se queda en la eu-caristía, para ser alimento de pecadores.Y nosotros necesitamos acudir con ansiay comer y beber nuestra redención.

Sagrado Corazón de Jesús

Lo que trasciende toda filosofíaOseas 11,16.3-4.8c-9; Is 12,2-6; Ef 3,8-

12.14-19; Jn 19,31-37«Mirarán al que atravesaron». Desde los

apóstoles, todas las generaciones cristia-nas han descubierto el amor de Dios con-templando a Cristo crucificado. La cruz esla expresión mayor de este amor. Por esotambién nosotros somos invitados antesque nada a mirar a Jesús. El apóstol Juannos enseña este secreto y desea contagiar-nos esta mirada contemplativa: para queentendamos hasta qué punto somos ama-dos y aprendamos a amar de una manerasemejante.

«Sacaréis aguas con gozo». La tradicióncristiana ha entendido que la antigua pro-fecía de Isaías se ha cumplido en Jesús. Alser traspasado su costado, «salió sangre yagua». Jesús muerto y resucitado se con-vierte en manantial de vida y salvación.Derrama su Espíritu, su amor, su mismavida. Por eso, el creyente es invitado cons-tantemente a acudir a Él para beber esa aguaque sacia su sed y le purifica y para recibirla aspersión de su sangre que le regenera yle embriaga.

«Lo que trasciende toda filosofía». Elcristianismo no es una ideología, un sim-ple sistema de verdades y normas. Es unaexperiencia; consiste en haber encontradoel amor de Cristo y seguir ahondando cons-tantemente en ese mar sin fondo ni ribe-ras. La verdadera sabiduría del cristiano esese conocimiento experiencial y crecien-te del amor de Jesús. A él acude sin cesarpara beber y saciarse y poder volcarlo enabundancia sobre los demás hombres.

Tiempo Ordinario

II Domingo del Tiempo Ordinario

Después de leer el domingo segundo Jn1,35-42, que prolonga la manifestación deJesús en la Epifanía y en la Fiesta del Bau-tismo, los domingos 3º al 9º presentan a

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un Jesús que comienza a reve-larse median-te diversos signos pero encuentra inmedia-tamente la obstinación y el rechazo de lasautoridades judías.Manifestación de Dios

Todo el tiempo de Navidad, la liturgiasubrayaba el aspecto de manifestación deJesucristo. Pero en el tiempo de Epifaníase ha intensificado. El Hijo de Dios se hamanifestado al mundo y al mismo tiemponos manifiesta al Padre. Y es esto lo quesubraya la liturgia: una verdadera teofaníade la Trinidad. El cielo rasgado pone aldescubierto el misterio de Dios. Jesús serevela como Hijo del Padre y Ungido delEspíritu. El Padre manifiesta su compla-cencia en el Hijo muy amado.

Más significativo todavía es que todaesta grandeza de Cristo se manifiesta ensu humillación. A Jesús el bautismo no lehace Hijo de Dios, porque lo es desde todala eternidad como Verbo, y como hombredesde el instante de su concepción. Al bau-tizarse se pone en situación de profundahumillación: pasa por un pecador más quebusca purificación. Pero es precisamenteen esa situación objetiva de humillacióndonde se revela lo más alto de su divinidad:un aspecto que no deberíamos olvidar delmisterio de Navidad, que tiene consecuen-cias incalculables para nuestra vida. No bri-llamos más por el brillo humano o por elaplauso de los hombres, sino por partici-par del camino de humillación de Cristo.

En la celebración eucarística se hace pre-sente para nosotros el misterio que cele-bramos. Tocamos el misterio y el misterionos transforma. Si vivimos la liturgia, si lacelebramos con fe profunda, va creciendoen nosotros el conocimiento de Dios, Élva irradiando en nosotros la luz de su glo-ria (2Co 4,6) y vamos siendo transforma-dos en su imagen, vamos reflejando su glo-ria (2Co 3,18). Si de veras vivimos la litur-

gia, vamos siendo transfigurados, vamossiendo convertidos en teofanía tambiénnosotros...

Una experiencia contagiosaJn 1,35-42

«Este es el Cordero de Dios». Todo em-pieza con un testimonio. La fe de los dis-cípulos y el hecho de que sigan a Jesúses consecuencia del testimonio de Juan.Así de sencillo. ¡Cuántas veces a lo largode nuestra vida tenemos oportunidad dedar testimonio de Cristo! En cualquier cir-cunstancia podemos indicar como Juan,con un gesto o una palabra, que Cristo esel Cordero de Dios, es decir, el que salvaal hombre y da sentido a su vida. El quemuchos crean en Cristo y le sigan depen-de de nuestro testimonio, mediante la pa-labra y sobre todo con la vida.

«Venid y lo veréis». El testimonio de Juandespierta en sus acompañantes el interéspor Jesús; sienten un fuerte atractivo porÉl. Por eso le siguen. Jesús no les da razo-nes ni argumentos. Simplemente les invitaa estar con Él, a hacer la experiencia de suintimidad. Y esta fue tan intensa que se que-daron el día entero y san Juan, muchos añosmás tarde recuerda incluso la hora –«hacialas cuatro de la tarde»–. También nosotrossomos invitados a hacer esta experienciade amistad con Cristo, de intimidad con Él.Venid y lo veréis. «Gustad y ved qué buenoes el Señor» (Sal 34,9).

«Lo llevó a Jesús». La experiencia deCristo es contagiosa. El que ha experimen-tado la bondad de Cristo no tiene más re-medio que darla a conocer. El que ha esta-do con Cristo se convierte también él entestigo. Pero no pretende que los demás sequeden en él o en su grupo, sino que loslleva a Cristo. La actitud de Andrés nos en-seña la manera de actuar todo auténtico

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apóstol: «Hemos encontrado al Mesías». Ylo llevó a Jesús.

Domingo III del Tiempo Ordinario

El domingo tercero (1,14-20) presentala predicación inicial de Jesús y la llamadade los primeros discípulos. Tanto el carác-ter urgente de la llamada de Jesús –«se hacumplido el plazo»– como lo inmediato eincondicional del seguimiento por parte delos discípulos manifiesta la grandiosidad yel atractivo de la persona de Jesús. Esta ur-gencia se manifiesta también en el carác-ter de «pescadores de hombres» que tie-nen los discípulos: lo mismo que Jonás (1ªlectura: Jon 3,1-5.10) son enviados a con-vertir a los hombres a Cristo: «convertiosy creed».Hambre de eternidad

1Cor 7,29-31«El momento es apremiante». Después

de haber celebrado la venida del Hijo deDios a este mundo, esta frase se entiendemejor. Después del nacimiento de Cristonada puede ser igual. Él lo ha transforma-do todo, la razón de ser de todo, el únicopunto de referencia válido para todo.

La frase de san Pablo «el momento esapremiante» está en dependencia de la delmismo Jesús en el evangelio: «se ha cum-plido el tiempo, se ha acercado el Reinode Dios». No podemos seguir viviendocomo si Él no hubiera venido. Su presen-cia debe determinar toda nuestra vida. Suvenida da a nuestra existencia un todo deseriedad y urgencia. No podemos seguirmalgastando nuestra vida viviéndola almargen de Él. Con Él tiene un valor in-mensamente mayor de lo que imagina-mos...

«La apariencia de este mundo se termi-na». Sería lamentable que siguiéramos vi-

viendo de apariencias, de mentiras... LaNavidad debe haber dejado en nosotros unased incontenible de realidad, de vivir en laverdad. No sigamos engañándonos a noso-tros mismos. Llamemos las cosas por sunombre. No sigamos viviendo como si loreal fuera lo de aquí abajo. Al contrario, lode aquí es pasajero, muy pasajero.

Lo real es eterno, lo definitivo. Cristoha venido para que nuestra vida tenga unvalor y un peso de eternidad. Hemos de te-ner hambre de eternidad. Hemos de sabervivir de lo eterno. «Somos ciudadanos delcielo» (Fil 3,20), «aspiremos a los bienesdel Cielo (Col 3,1-2). Este es también elsentido de la llamada del Señor en el evan-gelio: «Convertios, creed la Buena Nueva,está cerca el Reino de Dios.

Venid conmigoMc 1,14-20

«Se ha cumplido el tiempo». Hemos ce-lebrado a Cristo en el Adviento como «eldeseado de las naciones», el esperado detodos los pueblos. «Todo el mundo te bus-ca» (Mc 1,37). Con la venida de Cristo es-tamos en la plenitud de los tiempos. ElReino de Dios está aquí, la salvación se nosofrece para disfrutarla. Tenemos, sobretodo, a Cristo en persona. «Cuántos desea-ron ver lo que vosotros veis y no lo vieron,y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron».Pero la presencia de Cristo hace que lascosas no puedan seguir igual. Por eso, Je-sús añade a continuación: «Convertios». Lapresencia de Cristo exige una actitud radi-cal de atención y entrega a Él, cambiandotodo lo necesario para que Él sea el centrode todo, para que su Reino se establezcaen nosotros.

«Creed la Buena nueva». Evangelio sig-nifica «buena noticia», «anuncio alegre ygozoso». La presencia de Cristo, su cerca-

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nía, su poder, son una buena noticia. La lle-gada del Reino de Dios es una buena noti-cia. Cada una de las palabras y frases delevangelio son una noticia gozosa. ¿Reciboasí el evangelio, como Buena nueva y anun-cio gozoso, o lo veo como una carga y unaexigencia? Cada vez que lo escucho, lo leoo medito, ¿lo veo como promesa de salva-ción? ¿Creo de verdad en el evangelio? ¿Mefío de lo que Cristo en él me manda, meadvierte o me aconseja?

«Venid conmigo». Ser cristiano es antetodo irse con Jesús, caminar tras Él, se-guirle. San Marcos nos presenta al prin-cipio del todo, la llamada de Jesús a losdiscípulos, cuando aún Jesús no ha pre-dicado ni hecho milagros; sin embargo,ellos le siguen «inmediatamente», dejan-do todo, incluso el trabajo y el propio pa-dre. La conversión que pide Jesús al prin-cipio del evangelio de hoy es ante tododejarnos fascinar por su persona. Cuan-do se experimenta el atractivo de Cristo,¡qué fácil es dejarlo todo!

Domingo IV del Tiempo OrdinrioEl cuarto domingo nos sitúa ante la fas-

cinación irresistible de la palabra de Jesús(1,21-28). Es una palabra como la deYahveh: eficaz, que «dice y hace»; tiene,sobre todo, poder y autoridad, que semanifiesta expulsando a los demonios conla sola palabra. Por eso no es sólo un pro-feta, sino el profeta que habla en nombrede Dios hasta el punto de que Dios pidecuentas al que no le escucha (1ª lectura:Dt 18,15-20). Demuestra así con los he-chos que es real su proclamación de queha llegado el Reino de Dios (1,15).Un corazón poseído por Cristo

1Cor 7,32-35El texto de la primera carta a los corin-

tios en la segunda lectura de hoy es uno deesos que choca a primera vista, porque da

la impresión de que san Pablo no valoraseel matrimonio. Sin embargo no hay tal, por-que en el mismo capítulo indica que «cadacual tiene de Dios su gracia particular»(7,7), unos el celibato y otros el matrimo-nio, e insiste en que cada uno debesantificarse en el estado al que Dios le hallamado (7,17), casado o célibe.

Supuesto eso, hace una llamada especialal celibato como un estado de especial con-sagración. Y da las razones: el célibe se pre-ocupa exclusivamente de los asuntos delSeñor, busca únicamente contentar el Se-ñor, vive consagrado a Él en cuerpo y alma,se dedica al trato con Él con corazón indi-viso.

Con ello traza las líneas maestras de estapreciosa vocación dentro de la Iglesia.Resaltar el celibato no quiere decir despre-ciar el matrimonio. Pero la Iglesia siem-pre ha apreciado como un don singular deCristo la virginidad consagrada a Él. La vir-ginidad testimonia belleza de un corazónposeído sólo por Cristo Esposo. Manifiestaal mundo el infinito atractivo de Cristo, elmás hermoso de los hijos de los hombres(Sal 45,3), y la inmensa dicha de pertene-cer sólo a Él. Grita el que quiera entenderque Cristo basta, que Cristo sacia plenamentelos más profundos anhelos del corazón hu-mano.

Por lo demás, la vocación a la virginidado al celibato no es una cuestión privada.Existe en la Iglesia y para la Iglesia. Es undon de Cristo a su Esposa la Iglesia. El tes-timonio de los célibes debe recordar a losque tienen mujer que vivan como si no latuvieran (7,29), que la apariencia de estemundo pasa (7,31) y que en el mundo futu-ro ni ellos ni ellas se casarán (Lc 20,34-35). El celibato debe testimoniar palpable-mente que Cristo se quiere dar del todo atodos. Por ello el Papa puede afirmar quelos esposos «tienen de-recho» a esperar de

Ciclo B – Tiempo Ordinario

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74 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

las personas vírgenes el testimonio de lafidelidad plena a su vocación (FC 16).

Asombro y admiración

Mc 1,21-28

«Cállate y sal de él». Los evangelistas tie-nen mucho interés en presentar a Jesús cu-rando endemoniados y expulsando demo-nios. Quieren resaltar el dominio de Jesússobre el mal, sobre el pecado y sobre lamuerte; pero sobre todo ponen de relieveque Jesús ha vencido a Satanás, que –direc-ta o indirectamente– es la causa de todomal. Ningún mal tiene poder sobre el cris-tiano adherido a Cristo, pues todo está so-metido a Cristo: «¡Veía a Satanás caer comoun rayo!» (Lc 10,18). Frente al mal en to-das sus manifestaciones, Dios es el Diosde la vida. «Si echo los demonios con eldedo de Dios es que el Reino de Dios hallegado a vosotros» (Lc 11,20). Y tambiénal discípulo de Cristo se someten inclusolos demonios (Mc 16,17).

«Quedaban asombrados». Con breves pin-celadas, san Marcos nos pinta el poder deJesús. Desde el principio de su evangeliopretende presentarnos la grandeza de Cris-to, que produce asombro a su paso en todolo que hace y dice. Y la Iglesia nos presentaa Cristo para que también nosotros quede-mos admirados. Pero para admirar a Cris-to, hace falta antes que nada mirarle y tra-tarle. Y es sobre todo en la oración y en lameditación del evangelio donde vamos co-nociendo a Jesús. Por lo demás, también lavida del cristiano de-be producir asombro yadmiración. Mi vi-da, ¿produce asombrocon la novedad del evangelio o pasa sin penani gloria?

«Enseñaba con autoridad». Jesús no daopiniones. Enseña la verdad eterna deDios. Por eso habla con seguridad. Y, so-bre todo, su palabra tiene poder para rea-lizar lo que dice. Si escuchamos la pala-

bra de Cristo con fe, esa palabra nos trans-forma, nos purifica, crea vida en nosotros,porque «es viva y eficaz, más tajante queespada de doble filo» (Heb 4,12).

Domingo V del Tiempo OrdinarioEl domingo quinto nos lleva a contem-

plar a un Jesús que salva a todo el hombre–curación de enfermos en su cuerpo ysanación de endemoniados en su espíritu–y a todos los hombres –las multitudes queacuden a Él–. De ese modo levanta de supostración y abatimiento –a la suegra dePedro «la cogió de la mano y la levantó»–a los hombres que bajo el peso del mal venpasar sus días como un soplo y consumir-se sin dicha y sin esperanza –personifica-dos en Job 7,1-4.6-7–.¡Ay de mí si no evangelizo!

1Cor 9,16-19.22-23 «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!».

Estas palabras de san Pablo son para todos.Anunciar el evangelio es un deber, una obli-gación que incumbe a todo cristiano. Todobautizado es hecho profeta para proclamarante el mundo las hazañas maravillosas delque nos llamó a salir de las tinieblas y aentrar en su luz admirable. Todo cristianoes un apóstol, un enviado de Cristo en elmundo. Para anunciar el evangelio no hacefalta subir a un púlpito. Podemos hablar deCristo en casa y por la calle, a los vecinosy a los compañeros de trabajo, con nuestrapalabra y con nuestra vida. ¡Pero es nece-sario que lo hagamos! No podemos seguirpensando que es tarea sólo de los sacerdo-tes. ¿Cómo puede creer la gente sin quealguien les hable de Cristo? (Rom 10,14).Esta es la maravillosa y sublime misión quenos encarga el Señor.

«Me he hecho todo a todos para ganar,como sea, a algunos». ¡Admirable testimo-nio de san Pablo! Hacerse todo a todos sig-

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nifica renunciar a sus costumbres, a susgustos, a sus formas... Y todo para que sesalven, para llevarles al evangelio. Exacta-mente lo que hizo el mismo Cristo, que sedespojó de su rango y se hizo uno de noso-tros para hablarnos al modo humano, conpalabras y gestos que pudiéramos entender.A la luz de esto, nunca podemos decir quehemos hecho bastante para llevar a los de-más a Cristo. Un rasgo esencial del evan-gelizador es este amor ardiente a los hom-bres que le lleva a despojarse de sí mismopara darles a Cristo.

«...Sin usar el derecho que me da la pre-dicación de esta Buena Noticia». San Pa-blo reconoce que el que predica tiene de-recho a vivir el evangelio (v. 14). Sinembargo, gustosamente ha renunciado aeste derecho, no recibiendo nada de loscorintios y trabajando con sus propiasmanos, «para no crear obstáculo algunoal evangelio» (v. 12). El que anuncia elevangelio debe dar testimonio de absolu-to desinterés, renunciando incluso a lojusto y a lo necesario. Sólo así podrá sertestigo creíble de una palabra que anun-cia el amor gratuito de Dios. Sin ello elanuncio del evangelio no puede dar fruto.«Lo que habéis recibido gratis, dadlo gra-tis» (Mt 10,8-10).

Todos te buscanMc 1,29-39

«Todos te buscan». Estas palabras delos discípulos centran la atención en lapersona de Jesús. «¿Quién es éste?» (Mc4,41). Jesús es la «luz que ilumina a todohombre que viene a este mundo» (Jn 1,9).«En Él quiso Dios que residiera toda laplenitud» (Col 1,19). Todo hombre ha sidocreado para Cristo y todo hombre –aunsin saberlo– busca a Cristo; incluso el quele rechaza, en el fondo necesita a Cristo.Su búsqueda de alegría, de bien, de justi-cia, es búsqueda de Cristo, el único que

puede colmar todos los anhelos del cora-zón humano. Y el cristiano debe estar cier-to de ello para presentar sin temor Cristoa los hombres con obras y palabras.

Es enormemente bello en los evangeliosel misterio de la oración de Jesús. El Hijode Dios hecho hombre vive una continua yprofunda intimidad con el Padre. A travésde su conciencia humana Jesús se sabe in-tensamente amado por el Padre. Y su ora-ción es una de las expresiones más hermo-sas de su conciencia filial. Se sabe recibién-dolo todo del Padre y a Él lo devuelve todoen una entrega perfecta de amor agradeci-do.

San Marcos nos presenta a Jesús reali-zando curaciones. De esta manera se ex-presa mejor que con palabras su poder desalvar del pecado (Mc 2,9-11). Con esteevangelio la Iglesia quiere afianzar nuestrafe en este Jesús que es capaz de sanar a unmundo –el nuestro– y a unos hombres –nuestros hermanos y nosotros mismos–profundamente enfermos. Cristo puede ha-cerlo; la única condición para hacer el mi-lagro es nuestra fe: «¿Crees que puedo ha-cerlo?» (Mt 9,28).

Domingo VI del Tiempo OrdinarioEl domingo sexto nos encara con otro

acto sumamente revelador de Jesús (1,40-45). Al leproso, que estaba totalmente mar-ginado de la sociedad humana y de la co-munidad religiosa (1ª lectura: Lev 13,1-2.44-46), Jesús no sólo no le rechaza, sinoque se acerca a él y le toca: de ese modo elque era impuro queda purificado, sanado yreintegrado a la normalidad al ser tocadopor el Santo de Dios. Aunque Jesús le im-pone silencio, el gozo de la salvación esdemasiado grande como para seguir calla-do.

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76 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Todo para gloria de Dios1Cor 10,31-11,1

«Cuando comáis o bebáis o hagáis cual-quier cosa, hacedlo todo para gloria deDios». El cristiano, consagrado por el bau-tismo, puede y debe ver todo santamente.El valor de lo que hacemos no está en loexterno, sino en cómo lo hacemos. Cristoen los treinta años de su vida oculta no hizocosas grandes o vistosas; vivió con un co-razón lleno de amor a su Padre y a los hom-bres las cosas pequeñas e insignificantes.Y esos actos tenían un valor infinito y esta-ban redimiendo al mundo. Lo mismo no-sotros: la vida cotidiana, sencilla y corrien-te, puede tener un inmenso valor. No espe-remos a hacer cosas grandes. Hagamosgrande lo pequeño. To-do puede ser orien-tado a la gloria de Dios. Todo: la comida, labebida, cualquier cosa que hagamos... Cris-to ha asumido todo lo humano y nada debequedar fuera de la órbita del Señor.

«No deis motivo de escándalo...» Estaadvertencia de san Pablo es también paranosotros. Incluso sin quererlo positiva-mente, sin darnos cuenta, podemos estarponiendo estorbos para que otros se acer-quen a Cristo. Escándalo es todo lo quesirve de tropiezo al hermano o le frena ensu entrega al Señor. Nuestra palabra pocoevangélica, nuestra conducta mediocre oincoherente, son escándalo para el her-mano por el que Cristo murió. Y las pala-bras de Cristo sobre el escándalo son te-rribles: «¡Ay del que escandaliza! Más levaldría que le encajasen en el cuello unapiedra de molino y lo arrojasen al mar»(Mt 18,6).

«Seguid mi ejemplo, como yo sigo elde Cristo». Sólo la imitación de Cristo noescandaliza. Al contrario, estimula en elcamino del evangelio. Cuando vemos aalguien seguir el ejemplo de Cristo, com-probamos que su palabra se puede cum-plir y ese ejemplo aviva nuestra esperan-

za. En cambio, decir una cosa y hacer otraes escandaloso, porque es dar a entendercon nuestras obras que el evangelio no sepuede cumplir o que estas cosas están bienpara decirlas pero no para vivirlas...

Domingo VII del Tiempo Ordinario

Sin igualMc 2,1-12

«Llegaron cuatro llevando un paralítico».El gesto de estos cuatro personajes anóni-mos resulta precioso e iluminador paranosotros. El paralítico –por definición– nose puede mover por sí mismo. Pero estoshombres le colocan ante Jesús. Y «viendoJesús la fe que tenían» realiza el milagro.Hay en nuestro mundo y a nuestro alrede-dor muchos paralíticos por la incredulidado por el pecado. A nosotros nos toca po-nerlos a los pies de Jesús con una fe in-mensa. Lo demás es cosa de Jesús. El evan-gelio no dice si ese hombre tenía fe en Je-sús o sólo se dejó llevar. Lo que sí afirmaes la fe de aquellos cuatro que arranca elmilagro a Jesús. ¿Presentamos a las per-sonas al Señor? ¿Con qué fe lo hacemos?

«Para que veáis...» Jesús realiza la cura-ción, pero deja claro que lo que le interesaes sobre todo la sanación interior. Diosquiere el bien entero del hombre, cuerpo yalma. Nosotros, en cambio, con demasia-da frecuencia sólo buscamos el bien cor-poral. Sin embargo, hay enfermedades fí-sicas que son ocasión de un bien espiritualenorme y de la santificación de muchaspersonas; mientras la enfermedad espiri-tual puede llevar –aun con perfecta saludfísica– a la condenación eterna...

«Nunca hemos visto una cosa igual». Lasacciones de Jesús producen asombro y ad-miración. Los que contemplaron este pro-digio «daban gloria a Dios». ¿Sé descrubirlas acciones de Cristo? ¿Me alegro de

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ellas? ¿Me admiro? Más aún, ¿tengo fe paraesperar cosas grandes, como aquellos cua-tro del evangelio de hoy?

Domingo VIII del Tiempo Ordinario

Te desposaréMc 2,18-22

«Te desposaré». A la pregunta de los dis-cípulos de Juan de por qué los discípulosde Jesús no ayunan, este responde que ellono es posible mientras el novio está conellos. Palabras aparentemente misteriosas,pero que muestran con claridad que Jesússe revela como el Esposo. Él ha venido adesposar consigo a cada hombre y a cadamujer, a unirse a ellos de una manera in-sospechada, con una intimidad inimagina-ble. Las palabras del profeta Oseas –1ª lec-tura– no eran pura metáfora. Tú existes paraser desposado por Cristo. Y ahí reside laplenitud de tu vida.

«A vino nuevo, odres nuevos». La pregun-ta de los fariseos muestra que están ancla-dos en el orden antiguo de las cosas. Lespreocupaba si ayuno sí o ayuno no. PeroJesús ha inaugurado una época nueva. Aho-ra todo está en función de Él. El ayuno tie-ne sentido no por sí mismo, sino en fun-ción de Cristo; y lo mismo todas las demástareas, relaciones, cosas, etc. La novedades Cristo, el único absoluto es Cristo. Y hayque cambiar la mentalidad y los esquemas,y las mismas estructuras, para acoger estevino nuevo. Nada tiene sentido o valor fue-ra o al margen de Cristo. «Todo ha sidocreado por Él y para Él y todo se mantieneen Él» (Col 1,16-17).

«Cuando sea arrebatado el Esposo, enton-ces ayunarán». El verdadero ayuno cristia-no es participación en la pasión y en lossufrimientos de Cristo. Es hacerse uno conJesús crucificado, compartir su suerte.Desposados con Cristo, hechos consortes

suyos, corremos la misma suerte: padece-mos con Él para ser también glorificadoscon Él (Rom 8,17).

Domingo IX del Tiempo Ordinario

El Señor del sábadoMc 2,23-3,6

«El sábado se hizo para el hombre y no elhombre para el sábado». En el relato de lacreación vemos que Dios crea todo y lo poneal servicio del hombre (Gén 1,26-30). Enefecto, «el hombre es la única criatura queDios ha amado por sí misma» (Gaudium etSpes, 24). Por eso no puede serinstrumentalizado para ningún fin. Las nor-mas, los planes, las tareas... todo, absoluta-mente todo, debe estar al servicio del hom-bre, y no al revés. Utilizar a las personas esdegradarlas, es rebajarlas de la dignidad enque Dios los ha constituido.

«El Hijo del hombre es Señor tambiéndel sábado». Cristo es el centro de todo.Todo tiene sentido y valor en función deÉl. «Todo fue creado por Él y para Él y todose mantiene en Él» (Col 1,16-17). Cadacosa, cada práctica, cada tarea... vale en tan-to en cuanto nos lleva a Cristo; y si nosaparta de Él, ha de ser eliminada. Esto valepara todo, incluidas las prácticas religio-sas, que sólo tienen valor en función deCristo. Él es el único Absoluto.

«Dolido de su obstinación». A Jesús leimporta el bien del hombre. Por eso le due-le la cerrazón de los fariseos. Por eso pro-clama la verdad y actúa en consecuencia,aunque ello conduzca a que decidan matar-lo. Jesús explica sus razones, pero no seempeña en convencer. Al que está cerradoa la verdad de nada le sirven los argumen-tos más claros y contundentes...

Ciclo B – Tiempo Ordinario

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78 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Domingo X del Tiempo OrdinarioEl domingo décimo da un nuevo paso en

la autorrevelación de Jesús (3,20-35). Apesar de que es rechazado por sus parien-tes, que consideran que no está en sus ca-bales, y por los escribas, que le consideranposeído por Beelzebú, Jesús se proclamacomo el «más fuerte» que vence y expulsaal «fuerte»; con él cambia de signo la his-toria de los hombres, que había estado mar-cada por la victoria primitiva del Maligno(1ª lectura: Gen 3,9-15); al cumplirse enél el primer anuncio de salvación, estable-ce en su persona el Reino de Dios. Pero esnecesario aceptarle por la fe: frente a losque se obstinan en rechazarle, que acabanpecando contra el Espíritu Santo, la actitudcorrecta es la de los que cumpliendo la vo-luntad de Dios forman en torno a Él la nue-va familia de los hijos de Dios.

El Señor sana lo incurable

Sal 129El Salmo 129 es un salmo penitencial.

Como respuesta a la lectura de Gen 3,9-15 expresa ante todo el desastre que elpecado ha producido en el corazón delhombre y en todas las realidades huma-nas. El pecado ha dejado al hombre hun-dido –«desde lo hondo a ti grito»–. El pe-cado abruma al hombre como una man-cha imborrable, como una herida incura-ble, como una deuda impagable. Es quetodo pecado es una victoria de la serpien-te, de Satanás, padre de la mentira y ho-micida (Jn 8,44). De ahí el grito angus-tiado del salmista: «si llevas cuenta de lasculpas, ¿quién podrá resistir?»

Sin embargo, desde la experiencia deculpa, el salmo se abre a la esperanza, a laconfianza ilimitada. Pero una confianzaque no se apoya en absoluto sobre lospropios méritos, sino exclusivamente en

Dios, en el Dios que perdona y rescata delpecado. Él es capaz de limpiar lo que pare-cía imborrable, de sanar lo que parecía in-curable y de saldar lo que parecíaimpagable.

Este salmo nos enseña a orar en la ver-dad. No disimula ni justifica la propia cul-pa. Pero desde lo trágico e irremediabledel pecado nos traslada a la plena confian-za en el Dios misericordioso que infundepaz y sosiego porque incluso el pecado tieneremedio. Y por otra parte nos saca de nues-tro individualismo para reconocer que to-dos los hombres son pecadores y necesi-tan también del perdón de Dios; dejándo-nos arrastrar en nuestra oración por sumovimiento, el salmo nos ensancha, ha-ciéndonos pedir perdón para todos –«Élredimirá a Israel [es decir, al pueblo ente-ro] de todos sus delitos»–, con una espe-ranza, con un deseo confiado tal que seconvierte en impaciencia –«mi alma aguar-da al Señor más que el centinela la auro-ra»–.

XI Domingo del Tiempo OrdinarioDadas las dificultades con que tropieza

su palabra y su actuación, Jesús se ve obli-gado a explicar que la fuerza del Reino deDios es imparable. El domingo undécimonos presenta las parábolas de la semilla quecrece por sí sola y del grano de mostaza(4,26-34). La primera insiste en el dina-mismo del Reino de Dios: la semilla de-positada en tierra tiene vigor para crecer; apesar de las dificultades, Dios mismo estáactuando y su acción es invencible. La se-gunda pone más de relieve el resultadoimpresionante a que ha dado lugar una se-milla insignificante. Una vez más queda derelieve que en la persona de Jesús se cum-plen las profecías (1ª lectura: Ez 17,22-24).

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Echar raices en Dios

Sal 91El Salmo 91 es un canto de acción de gra-

cias al Altísimo por su providencia, por susobras magnificas y sus profundos desig-nios, por su misericordia y fidelidad. Portanto, quiere ante todo estimular en noso-tros la gratitud –«es bueno dar gracias aSeñor»–. Muchos salmos insisten en dargracias a Dios, pero para agradecer es pre-ciso descubrir que recibamos, reconocerque todo nos viene de Dios, que todo esgracia.

En el contexto de la liturgia de este do-mingo, el salmo –del que sólo se incluyenunos pocos versículos– agradece sobretodo la vitalidad y la pujanza que Dioscomunica al justo. ¿La razón? Está «plan-tado en la casa del Señor». Muchas ve-ces la Biblia utiliza esta imagen para indi-car lo que supone vivir en Dios. El hom-bre que confía en el Señor es como unárbol plantado junto al agua, que está siem-pre frondoso y no deja de dar fruto; encambio, el que confía en sí mismo es co-mo un cardo en el desierto, totalmenteseco y estéril (Jer 17,5-8).

Las imágenes hablan por sí solas. Dioses la fuente de la vida y sólo el que viveen Dios tiene vida. Toda la vitalidad per-sonal –el estar «lozano y frondoso»– ytoda la fecundidad –el dar fruto– depen-den de estar o no «plantados en la Casadel Señor». Y ello, a pesar de las dificulta-des, a pesar de la sequía del entorno, apesar de la vejez... A la luz del evangeliode hoy, este salmo ha de acrecentar ennosotros el deseo de echar raíces en Diospara germinar, ir creciendo, dar frutoabundante... Por los demás, así testimo-niaremos que «el Señor es justo», que enÉl no hay maldad y hace florecer inclusolos árboles secos (1ª Lectura).

XII Domingo del Tiempo OrdinarioEn el evangelio de Marcos todo habla de

Jesús. El domingo duodécimo nos lleva apresenciar un nuevo signo, la tempestadcalmada (4,35-40), en el que Jesús mani-fiesta su soberanía absoluta ante los ele-mentos naturales, poniéndose así al niveldel Creador (1ª lectura: Job 38,1.8-11).Ante esta grandeza soberana, no basta laadmiración; es necesaria la fe viva en Él queahuyenta el temor ante las dificultades.

El Señor de lo imposible

Sal 106El Salmo 106 es un himno de acción de

gracias del pueblo entero a su Dios, que consu amor y su poder les ha redimido de to-das sus angustias cuando han clamado a Él.Al experimentar su salvación y su ayuda, elpueblo desborda en alabanza.

El trozo que se lee en la liturgia de hoyexpresa un peligro particularmente grave:en medio de unas aguas tormentosas, losnavegantes han sentido al vivo su impoten-cia para escapar; en esta situación humana-mente angustiosa y desesperada –«de nadales valía su pericia»–, han gritado a Dios,que ha transformado el viento tormentosoen suave brisa y así, de forma inesperada,les ha conducido al ansiado puerto, mani-festando su misericordia y su acción mara-villosa. Imágenes éstas que reflejan todasituación límite del que se encuentra en unadificultad que le supera totalmente.

En el contexto de las lecturas de hoy, elsalmo está cantando la grandeza y el poderde Cristo, Señor de la Creación, que calmala tempestad. Muchos Santos Padres hanvisto en la barca una imagen de la Iglesia,que avanza en medio de las dificultades ytempestades del mundo; a veces puede darla impresión de que va a naufragar, y se hun-dirá totalmente si contase con su sola peri-cia humana. Sólo la certeza de que Cristo

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está en ella y la conduce –aunque a vecesparezca dormir– le da la seguridad de salirtriunfante de las olas amenazantes y de todatempestad, y de poder llegar al puerto defi-nitivo. Ante las dificultades que pareceninsalvables, se trata de mantener la confian-za en el Cristo invisible, que domina la si-tuación porque es el Señor de lo imposi-ble.

XIII Domingo del Tiempo OrdinarioEl domingo decimotercero nos encara a

un doble signo de Jesús que le revela comoel Dios de la vida (1ª lectura: Sab 1,13-15;2,23-25); al vencer el poder del diablo, Je-sús vence el poder de la muerte, que se debea su influjo. La curación de la hemorroisa,considerada legalmente impura (Lev 15,19-30) y debilitada en la raíz de su ser –pues«la sangre es la vida»: Dt 12,23–, revela aJesús como el que devuelve la salud plenay la vida digna. Más aún, resucitando a lahija de Jairo testimonia que ni siquiera lafrontera de la muerte es inaccesible a supoder. La hemorroisa y Jairo resaltan unavez más la importancia de la fe, capaz deobrar milagros –«tu fe te ha curado»; «bas-ta que tengas fe»–.El Dios de la vida

Sal 29El Salmo 29 es la acción de gracias de un

hombre que ha sido librado de una enfer-medad muy grave. Es todo él un canto exul-tante al Dios de la vida, con tanta mayor ale-gría cuanto que el salmista ha tocado lamuerte y ha sido literalmente sacado de lafosa y del abismo.

Sin embargo, somos nosotros, cristianos,los que podemos rezar este salmo con ple-no sentido. Un israelita sabía que si era li-brado de la muerte ello sucedía sólo de for-ma momentánea, porque al final sucumbíainexorablemente en sus garras. A la luz del

evangelio de hoy, este salmo es un canto aJesucristo, el Dios de la vida, el Dios quenos resucitará. Si es verdad que Dios nonos ahorra la muerte –como no se la aho-rró al propio Cristo–, nuestro destino es lavida eterna, incluida la resurrección denuestro cuerpo, en una dicha que nos sa-ciará por toda la eternidad.

Hemos de dejarnos invadir por los sen-timientos de este salmo. ¿Hasta qué puntoexulto de júbilo por haber sido librado dela muerte por Cristo? ¿En qué medida des-bordo de gratitud porque mi destino no esla fosa? ¿Experimento el reconocimientoagradecido porque mi Señor no ha permi-tido que mi enemigo –Satanás– se ría demí? La fe en la resurrección es algo esen-cial en la vida del cristiano. Pero es sobretodo en un mundo asediado por el tedio yla tristeza de la muerte cuando se hace másnecesario nuestro testimonio gozoso y es-peranzado de una fe inconmovible en Cris-to resucitado y en nuestra propia resurrec-ción. Si todo aca-base con la muerte, la vidasería una aventura inútil.

XIV Domingo del Tiempo OrdinarioEl Evangelio del domingo decimocuarto

(6,1-6) está en contraste brutal con losdomingos anteriores. Después de los im-presionantes signos realizados por Jesúsvemos que Él es claramente rechazado. Larebeldía y la dureza de corazón (1ª lectura:Ez 2,2-5), la falta de fe de quien se queda aras de tierra (Evangelio), impiden recono-cer y aceptar los signos más evidentes. Lareacción de los parientes y paisanos de Je-sús es una advertencia del peligro que tam-bién nosotros corremos si no damos con-tinuamente el salto de la fe.Confianza total en Dios

Sal 122El Salmo 122 es la súplica confiada de

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los pobres de Yahveh que experimentan eldesprecio a su alrededor. Y manifiesta demanera muy elocuente la postura del queora a Dios: una confianza total en su amory en su poder y, a la vez, un absoluto respe-to y reverencia ante la majestad de Dios.

En el contexto de la liturgia de hoy, elsalmo se pone en labios de Cristo, queante el desprecio de su propio pueblo, anteel rechazo de una gente rebelde y obsti-nada, se dirige a su Padre abandonándosea Él y dejando en sus manos todos suscuidados. Muchas veces a lo largo de suvida terrena Jesús experimentó las burlasy sarcasmos, la oposición de los pecado-res, y con mucha frecuencia debió levan-tar sus ojos y su corazón al Padre queestá en los cielos.

También nosotros podemos hacer nues-tro este salmo. Ante todo, nos enseña aorar con humildad, no exigiendo a Dios,sino acudiendo a Él cómo el esclavo quesabe que no tiene ningún derecho y quelo espera todo de la bondad de su Señor yle deja las manos libres para que actúecomo quiera y cuando quiera. Por otraparte, frente a las dificultades, nos ense-ña a levantar los ojos a nuestro Padre es-perando su socorro y su misericordia, demanera que podamos experimentar comosan Pablo la certeza de su protección: «Tebasta mi gracia», pues la fuerza de Diosse manifiesta en la debilidad del hombre.

XV Domingo del Tiempo OrdinarioEn los domingos siguientes (15º-24º) la

revelación que Jesús hace de sí mismotropieza también con la ceguera y la in-comprensión de sus mismos discípulos.Sólo al final, Pedro en nombre de ellosacaba reconociendo a Jesús como Me-sías. A pesar de lo cual, aún quedará unlargo recorrido en la maduración de la fede ellos.

En el Evangelio del domingo decimo-quinto (6,7-13) se nos presenta la misiónde los Doce. Jesús los envía con su mismaautoridad, de modo que, al igual que Él, pre-dican la conversión, curan enfermos y echandemonios. El texto insiste en la necesidadde ir desprovistos de medios y segurida-des; su única seguridad reside –lo mismoque la del profeta: (1ª lectura de Amós 7,12-15)– en el hecho de ir en nombre de Jesús.Esta es también una ley esencial para la efi-cacia de la misión de la Iglesia en todas lasépocas y lugares.Echad Demonios

Mc 6,7-13Lo mismo que los Doce, todo cristiano

es enviado a echar demonios. Cristo mis-mo nos capacita para ello, dándonos parteen su mismo poder. Y así toda la vida delcristiano, lo mismo que la de Cristo, es unalucha contra el mal en todas sus manifesta-ciones, no sólo en sí mismo, sino tambiénen los demás y en el ambiente que le rodea.Precisamente para esto se ha manifestadoCristo, para deshacer las obras del Diablo(1Jn 3,8).

Y todo ello se realiza en pobreza. La efi-cacia del cristiano en el mundo no dependede los medios que posee. Todo lo contra-rio. Cuantos menos medios, más se mani-fiesta la fuerza de Dios, que es quien salvadel mal. Cuanto más medios, tanto mayores el peligro de apoyarse en ellos y no darfrutos de vida eterna. La historia de la Igle-sia lo demuestra. Cuando la Iglesia ha ca-recido de todo ha sido fecunda. Cuando seha apoyado en los medios materiales, en elprestigio humano, en las cualidades huma-nas, etc., ha dejado de serlo.

Finalmente, el texto de la carta a losEfesios nos sitúa en la razón de ser de nues-tra vida en este mundo. Hemos sido crea-dos para ser santos. Esa es la única tarea

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necesaria y urgente. Para eso hemos naci-do. Sólo si somos santos nuestra vida val-drá la pena. Y sólo si somos santos echare-mos los demonios y el mal de nosotrosmismos y del mundo.

XVI Domingo del Tiempo OrdinarioEl domingo decimosexto nos presenta el

encuentro de los apóstoles con Jesús alregreso de su misión (6,30-34). El des-canso de las tareas apostólicas consisteen estar con Él disfrutando de su intimi-dad. Sin embargo, la caridad del BuenPastor es la norma decisiva del actuar deJesús; ante la presencia de una multitud«como ovejas sin pastor» Jesús se com-padece e interrumpe el descanso antesincluso de comenzarlo. Frente a los ma-los pastores que dispersan a las ovejasporque buscan sin interés (1ª lectura: Jer23,1-6), los discípulos de Jesús debencompartir la misma compasión y la mis-ma solicitud del Maestro por la multitu-des que están como ovejas sin pastor.Tú vas conmigo

Sal 22El Salmo 22 expresa con una fuerza

poco común la sensación de paz y de di-cha de quien se sabe cuidado por el Se-ñor. El salmista hace alusión a los peli-gros, pero no como amenazas que ace-chan, sino como quien se siente libre deellos en la presencia protectora de Dios.

También nosotros podemos dejarnosempapar por los sentimientos que este sal-mo manifiesta. Ante todo, la seguridad –«nada temo»– al saberse guiado por elSeñor incluso en los momentos y situa-ciones en que no se ve la salida –las «ca-ñadas oscuras»–. Junto a ella, el abando-no de quien se sabe defendido con manofirme y con acierto, de quien se sabe cui-dado con ternura en toda ocasión y cir-

cunstancia. Finalmente, la plenitud –«nadame falta»–, que se traduce en paz y dichasosegadas. Pero todo ello brota de la cer-teza de que el Señor está presente –«Tú vasconmigo»– y nos cuida directamente. Elque pierde esta conciencia de la presenciaprotectora del Señor es presa de todo tipode temores y angustias.

El Buen Pastor es Jesucristo. En Él serealiza plenamente el salmo y la primeralectura. Él reúne a sus ovejas, las alimenta,las protege de todo mal; más aún, conoce yama a cada una y da su vida por ellas. Elevangelio de hoy nos le presenta sintiendolástima por las multitudes que están comoovejas sin pastor; también a nosotros debedolernos que, teniendo un pastor así, hayatanta gente que se siente perdida y abando-nada porque no le conocen.

XVII Domingo del Tiempo OrdinarioLos cinco domingos siguientes (17º-21º)

abandonamos de nuevo a Marcos para leerel capítulo 6 de san Juan. No obstante, elenlace se produce de manera fácil, pues eltexto de Juan narra el mismo hecho quevenía inmediatamente a continuación enMarcos –la multiplicación de los panes–,aunque desarrollándolo en una amplia ca-tequesis eucarística.Todos te están aguardando

Sal 144El Salmo 144 es un himno que canta a

Dios como Señor del universo alabando suseñorío y su poder, su bondad y providen-cia, su misericordia y amor con todos. Aun-que se recuerdan sus obras, es a Él mismoa quien se canta, como autor de todas ellas.

Los versículos elegidos para salmoresponsorial en la liturgia de hoy se fijansobre todo en el cuidado providente deDios, que da el alimento necesario y saciade favores a todas sus criaturas. Es un as-

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pecto del pastoreo de Dios que contemplá-bamos el domingo pasado. El salmo insis-te en la totalidad –repite varias veces eladjetivo «todo»–: todas las acciones deDios en todas las épocas están marcadaspor este amor providente; y no sólo loshombres, sino todas las criaturas: nada ninadie queda excluido. Por eso, «los ojosde todos te están aguardando». ¿Tambiénlos nuestros? Y su providencia nunca seequivoca –«les das la comida a su tiem-po»–, ya que «el Señor es bondadoso entodas sus acciones». También cuando ennuestra vida aparece el dolor.

Jesús se manifiesta en el evangelio dehoy alimentando a la multitud. Pero al pro-nunciar la acción de gracias y repartir elalimento perecedero, Jesús está ya apun-tando al «alimento que permanece paravida eterna» (Jn 6,27). También este nosviene de su providencia amorosa, que,más que la salud del cuerpo, quiere la san-tidad de los que el Padre le han confiado.Por lo demás, nosotros estamos llama-dos a ser instrumentos de la providenciapara nuestros hermanos los hombres, tan-to en el alimento corporal como en el es-piritual.

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Un pan que saciaJn 6,24-35

Como los judíos, también nosotros nosquedamos con demasiada frecuencia enel alimento material. Pero Dios nos ofre-ce otro alimento. El pan que el Padre nosda es su propio Hijo; un pan bajado delcielo, pues es Dios como el Padre; un panque perdura y comunica vida eterna, esdecir, vida divina; un pan que es la carne deJesucristo.

Y precisamente porque es divino es elúnico alimento capaz de saciarnos plena-

mente. Al fin y al cabo, las necesidades delcuerpo son pocas y fácilmente aten-dibles.Pero el verdadero hambre de todo hombreque viene a este mundo es más profunda.Es hambre de eternidad, hambre de santi-dad, hambre de Dios. Y esta hambre sólo laEucaristía puede saciarla. Cristo se ha que-dado en ella para darnos vida, de modo quenunca más sintamos hambre o sed.

A la luz de esto, hemos de examinar nues-tra relación con Cristo Eucaristía. ¿Agra-dezco este alimento que el Padre me da?¿Soy bastante consciente de mi indigencia,de mi pobreza? ¿Voy a la Eucaristía conhambre de Cristo? ¿Me acerco a Él comoel único que puede saciar mi hambre? ¿Lebusco como el pan bajado del cielo quecontiene en sí todo deleite? ¿O busco sa-ciarme y deleitarme en algo que no sea Él?

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

El don de la feJn 6,41-52

«¿No es este el hijo de José?» Los ju-díos murmuraban de Jesús que se presen-taba como «pan bajado del cielo». Se nega-ban a creer su palabra. No se fiaban de Él.Preferían permanecer encerrados en su ra-zón, en su «experiencia», en sus sentidos...y en sus intereses. La fe exige de nosotrosun salto, un abandono, una expropiación. Lafe nos invita a ir siempre «más allá». La fees «prueba de las realidades que no se ven»(Hb 11,1).

«Nadie puede venir a mí si el Padre no loatrae». La fe es respuesta a esa atraccióndel Padre, a esa acción suya íntima y se-creta en lo hondo de nuestra alma. La adhe-sión a Cristo es siempre respuesta a unaacción previa de Dios en nosotros. Pero esnecesario acogerla, secundarla. Por eso lafe es obediencia (Rom 1,5), es decir, su-

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misión a Dios, rendimiento, acatamiento.Y por eso la fe remata en adoración.

«Yo soy el pan de la vida». Cristo es siem-pre el pan que alimenta y da vida; no sóloen la eucaristía, sino en todo momento. Yla fe nos permite «comulgar» –es decir,entrar en comunión con Cristo– en cual-quier instante. La fe nos une a Cristo, quees la fuente de la vida. Por eso asevera Je-sús: «Os lo aseguro, el que cree tiene vidaeterna». Todo acto de fe acrecienta nuestraunión con Cristo y, por tanto, la vida.

XX Domingo del Tiempo OrdinarioHambre de Dios

Jn 6,51-59Dios Padre, que nos ha preparado el ali-

mento, nos invita con insistencia a su ban-quete: «Venid a comer de mi pan» Diosdesea colmarnos de Vida. Las fuerzas delcuerpo se agotan, la vida física decae,pero Cristo nos quiere dar otra vida: «elque come este pan vivirá para siempre».Sólo en la Eucaristía se contiene la vidaverdadera y plena, la vida definitiva.

Además, sólo alimentándonos de la Eu-caristía podemos tener experiencia de labondad y ternura de Dios «Gustad y vedqué bueno es el Señor». Pero, ¿cómo sa-borear esta bondad sin masticar la carnede Dios? Es increíble hasta dónde llega laintimidad que Cristo nos ofrece: hacerseuno con nosotros en la comunión, inun-dándonos con la dulzura y el fuego de susangre vestida en la cruz.

Comer a Cristo es sembrar en nosotrosla resurrección de nuestro propio cuer-po. Por eso, en la Eucaristía está todo:mientras «los ricos empobrecen y pasanhambre, los que buscan al Señor no care-cen de nada». En comer a Cristo consistela máxima sabiduría. Pero no comerle decualquier forma, no con rutina o indife-rencia, sino con ansia insaciables, con

hambre de Dios, llorando de amor.

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

Optar por CristoJn 6,61-70

«¿También vosotros queréis marcha-ros?» La fe es una opción libre, una deci-sión de seguir a Cristo y de entregarse aÉl. Nada tiene que ver con la inercia o larutina. Por eso, ante las críticas de «mu-chos discípulos», Jesús no rebaja el listón,sino que se reafirma en lo dicho y hastaparece extremar su postura. De este modo,empuja a realizar una elección: «O conmi-go o contra mí» (Mt 12,30).

«Nosotros creemos». Las palabras dePedro indican precisamente esa elección.Una decisión que implica toda la vida.Como en la primera lectura: «Serviremosal Señor» (Jos 24,15.18). Como en las pro-mesas bautismales: «Renuncio a Satanás.Creo en Jesucristo». Es necesario optar. Y,después, mantener esa decisión, renovan-do la opción por Cristo cada día, y aun va-rias veces al día: en la oración, ante las di-ficultades, frente a las tentaciones...

«Creemos y sabemos». Creemos y poreso sabemos. La fe nos introduce en el ver-dadero conocimiento. No se trata de en-tender para luego creer, sino de creer parapoder entender (San Agustín). La fe nosabre a la verdad de Dios, a la luz de Dios.La fe es fuente de certeza: «sabemos quetú eres el Santo, consagrado por Dios».

XXII Domingo del Tiempo Ordinario

Mc 7,1-8. 14-15. 21-23En el domingo vigésimo segundo encon-

tramos una nueva polémica de tipo legalis-

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ta ritual con los escribas y fariseos. Estoda pie a Jesús para afirmar una de sus ense-ñanzas morales más importantes: frente allegalismo puramente externo, lo que im-porta es la interioridad del hombre. Una vezmás la enseñanza de Jesús se presenta comonoticia gozosa (evangelio) y profundamenteliberadora. Más allá de la mera observan-cia casuística, es en el corazón del hombre–de donde brota lo bueno y lo malo– don-de se da la verdadera batalla; es ahí, en elcorazón, donde se realiza la auténtica ad-hesión a la voluntad santa y sabia de Dios(1ª lectura: Dt 4,1-2.6-8).Cambiar el interior del hombre

El reproche de Jesús a los fariseos tam-bién nos afecta a nosotros. Los manda-mientos de Dios son portadores de sabi-duría y vida. Pero muchas veces hace-mos más caso a otros criterios distintosde la Palabra de Dios. Incluso muchosrefranes y dichos de la llamada «sabidu-ría popular» chocan con el evangelio. Deesa manera despreciamos el evangelio ynos quedamos con unas palabras que sólollevan muerte y mentira. Es necesario es-tar atentos para no aferrarnos a precep-tos y tradiciones humanas contrarias aveces a la Palabra.

Uno de los aspectos más importantesde la Buena Nueva que Jesús ha traído esla interioridad. No basta la limpieza exte-rior, que puede ir unida a la suciedad inte-rior. Cristo ha venido a cambiar el interiordel hombre, a darnos un corazón nuevo.Cuando el corazón ha sido transformadopor Cristo, también lo exterior es limpio ybueno. De lo contrario, todo esfuerzo poralcanzar obras buenas será inútil. ¿Hasta quépunto me creo esta capacidad de Cristo pararenovar mi vida y deseo intensamente estarenovación?

Ser cristiano no consiste en «hacer» co-sas distintas o mejores, sino en «ser» dis-tinto y mejor, es decir, de otra calidad: la

divina. El amor y el poder de Cristo se ma-nifiestan en que no se conforma con un bar-niz superficial. Somos una «nueva creación»(2Cor 5,17), hemos sido hechos «hombresnuevos» (Ef 4,24) y por eso estamos lla-mados a vivir una «vida nueva» (Rom 6,4).

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Otra sordera y otra mudezMc 7,31-37

He aquí un milagro que necesitamos quese repita abundantemente en nuestras co-munidades cristianas y en cada uno de no-sotros. En el ritual del bautismo se repiteeste gesto de Jesús para significar que alrecién bautizado se le abre el oído para en-tender la Palabra de Dios y se le suelta lalengua para poder proclamarla.

Los ya bautizados necesitamos que Cris-to quebrante nuestra «sordera» para que supalabra cale de verdad en nosotros y nostransforme, y para que no seleccionemosunas palabras y dejemos otras según nues-tro gusto o convivencia. Cada vez que es-cuchamos el evangelio deberíamos darnoscuenta de que somos «sordos», y pedir aCristo que nos espabile el oído, para po-nernos ante Él en actitud incondicional.

Si es intolerable que seamos sordos alevangelio –o por lo menos a muchas de suspalabras–igualmente lo es que seamos «mu-dos» para proclamarlo. Y está bien de unaIglesia de «mudos», es decir, de bautizadosque no sienten el deseo y el entusiasmo deanunciar gozosamente a su alrededor laBuena Noticia del amor de Dios a los hom-bres con obras y palabras. Los no creyen-tes tienen derecho a escuchar de nosotrosla Palabra de salvación y a recibir el testi-monio que la confirme.

Este doble milagro Cristo quiere, cierta-mente, realizarlo en nosotros. Si curó al

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86 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

sordomudo es para hacernos creer quequiere curar otra «sordera» y otra «mudez»más profunda. La única condición es que nosreconozcamos «sordos» y «mudos», nece-sitados de curación, y que lo pidamos confe. En el relato de hoy, Jesús hace el mila-gro porque se lo piden. Si pedimos de ver-dad, también nosotros veremos cosas gran-des.

Domingo XXIV Tiempo Ordinario

Mc 8,27-35

Con el domingo vigésimo cuarto (8,27-35) llegamos al final de la primera partedel evangelio de Marcos. Una vez reco-nocido como Mesías por Pedro, Jesúsprecisa de qué tipo de Mesías se trata: esel Siervo de Yahveh que se entrega enobediencia a los planes del Padre confian-do totalmente en su protección (1ª lectu-ra: Is 50,5-10). El discípulo no sólo debeconfesar rectamente su fe a un Mesíascrucificado y humillado, sino que debeseguirle fielmente por su mismo caminode donación, de entrega y de renuncia.Todo lo que sea salirse de la lógica de lacruz es deslizarse por los senderos de lalógica satánica.

Una vez desvelado el destino de sufri-miento y muerte que le corresponde comoHijo del Hombre, Jesús emprende su ca-mino hacia Jerusalén, lugar donde han deverificarse los hechos por Él mismo pro-fetizados. A lo largo de este camino Jesúsva manifestando más abierta y detallada-mente su destino doloroso y el estilo quedeben vivir sus seguidores. Los evange-lios de los domingos 25º-30º se sitúan eneste contexto.

Toma tu cruzAnte el misterio de la cruz, Jesús no se

echa atrás. Al contrario, se ofrece libre y

voluntariamente, se adelanta ofrece la es-palda a los que le golpean. En el evangeliode hoy aparece el primero de los tres anun-cios de la pasión: Jesús sabe perfectamen-te a qué ha venido y no se resiste. ¿Aceptoyo de buena gana la cruz que aparece en mivida? ¿O me rebelo frente a ella?

La raíz de esta actitud de firmeza y segu-ridad de Jesús es su plena y absoluta con-fianza en el Padre. «Mi Señor me ayudaba,por eso no quedaba confundido». Si tene-mos que reconocer que todavía la cruz nosecha para atrás es porque no hemos descu-bierto en ella la sabiduría y el amor delPadre. Jesús veía en ella la mano del Padrey por eso puede exclamar: «Sé que no que-daré avergonzado». Y esta confianza le lle-va a clamar y a invocar al Padre en su auxi-lio.

Al fin y al cabo, nuestra cruz es más fá-cil: se trata de seguir la senda de Jesús, elcamino que Él ya ha recorrido antes quenosotros y que ahora recorre con nosotros.Pero es necesario cargarla con firmeza. Lacruz de Jesús supuso humillación y des-prestigio público, y es imposible ser cris-tiano sin estar dispuesto a aceptar el des-precio de los hombres por causa de Cris-to, por el hecho de ser cristiano. «El quequiera salvar su vida, la perderá; pero el quela pierda por el evangelio, la salvará».

Domingo XXV del Tiempo Ordinario

Mc 9,30-37El domingo vigésimo quinto presenta el

segundo anuncio de la pasión (9,29-36).Víctima de sus adversarios, que le acosanporque se sienten denunciados con su solapresencia (1ª lectura: Sab 2,17-20), Jesúscamina sin embargo consciente y libremen-

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te hacia el destino que el Padre le ha prepa-rado. Frente a esta actitud suya, es brutal elcontraste de los discípulos: no sólo siguensin entender y les asusta este lenguaje, sinoque andan preocupados de quién es el másimportante. Jesús aprovecha para recalcarque la verdadera grandeza es la de quien,poniéndose en el último puesto, se hacesiervo de los demás y acoge a los más débi-les y pequeños.Esclavo de todos

Segundo anuncio de la pasión. Dios en-trega a su Hijo para que el mundo no pe-rezca y a su vez el Hijo se entregue libre-mente. Gracias a este acto de entrega todohombre puede tener esperanza. El Reden-tor ha dado su vida para que tengamosvida eterna. Su humillación nos levanta,nos dignifica. El Siervo de Yahveh ha ex-piado nuestros pecados. Y camina con-fiado hacia la muerte porque sabe que hayquien se ocupa de Él: el desenlace de suvida lo comprueba, porque Dios Padre leha resucitado.

Y al mismo tiempo es entregado por loshombres. Jesús ha sido condenado por-que es la luz y las tinieblas rechazan laluz. El Justo es rechazado porque llevauna vida distinta de los demás, resulta in-cómodo y su sola conducta es un repro-che. También el cristiano en la medida enque es luz resulta molesto. Y por eso for-ma parte de la herencia del cristiano el serperseguido. «Ay si todo el mundo habla biende vosotros» (Lc 6,26).

Resulta bochornoso que cuando Jesúsestá hablando de su pasión los discípulosestén buscando el primer puesto. La mayorcontradicción con el evangelio es la bús-queda de poder, honores y privilegios. Sóloel que como Cristo se hace Siervo y escla-vo de todos construye la Iglesia. Pero elque se deja llevar por la arrogancia, el or-gullo, el afán de dominio o la prepotencia

sólo contribuye a hundirla.

XXVI Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 9,38-43.45.47-48En el evangelio del domingo vigésimo

sexto (9,37-42.44.46-47) encontramosrecogidas varias sentencias sobre el segui-miento de Jesús. Hay que evitar la envidiay la actitud sectaria y monopolizadora (1ªlectura: Núm 11,25-29), dejando campolibre a la intervención gratuita y sorpren-dente de Dios. Particularmente tremendaes la amenaza para los que escandalizan, esdecir, para los que son estorbo o tropiezopara los demás en su adhesión a Cristo y asu palabra. Finalmente, el seguimiento deCristo debe ser incondicional: estando enjuego el destino definitivo del hombre, espreciso estar dispuesto a tomar cualquierdecisión que sea necesaria por dolorosa queresulte.Ser tajantes

«Si tu mano te hace caer, córtatela». Elevangelio es tajante. Y no porque sea duro.Nadie considera duro al médico que extir-pa el cáncer. Más bien resultaría ridículoextirparlo sólo a medias. Lo que está enjuego es si apreciamos la vida. El evange-lio es tajante porque ama la vida, la vida eter-na que Dios ha sembrado en nosotros, y poreso plantea guerra a muerte contra todo loque mata o entorpece esa vida: «más te valeentrar manco en la vida que ir con las dosmanos al abismo». La cuestión decisiva esesta: ¿Amamos de verdad la Vida?

«Al que escandalice a uno de estospequeñuelos que creen, más le valdría quela encaja en el cuello una piedra de molinoy lo echasen al mar». Tampoco aquí Je-sús exagera. También aquí es el amor a lavida lo que está en juego, el bien de los

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hermanos. Sólo que escándalo no es sólouna acción especialmente llamativa. Todolo que resulte un estorbo por la fe delhermano es escándalo. Toda mediocridadconsentida y justificada es un escándalo,un tropiezo. Toda actitud de no hacer ca-so a la palabra de Dios es escándalo. Todopecado, aún oculto, es escándalo.

«El que no está contra nosotros, está afavor nuestro». Otra tentación es la decreerse los únicos, los mejores. Sin em-bargo, todo el que se deje mover por Cris-to, es de Cristo. Con cuanta facilidad seabsolutizan métodos, medios, maneras dehacer las cosas, carismas particulares,grupos... Pero toda intransigencia es unaforma de soberbia, aparte de una ceguera.

XXVII Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 10,2-16Todo aquello que configura la vida de

cada persona no es ajeno al seguimientode Cristo. Es lo que sucede con la reali-dad del matrimonio que encontramos enel evangelio del domingo vigésimo sépti-mo (10,2-16). En realidad, al rechazar eldivorcio lo que hace Jesús es remitir alproyecto originario de Dios (1ª lectura:Gen 2,18-24). Él viene a hacer posible lavivencia del matrimonio tal como el Crea-dor lo había pensado y querido «al princi-pio».

Una sola carneLa Buena Noticia que es el evangelio

abarca a toda la existencia humana. Tam-bién el matrimonio. Pero, como siempre,Cristo va a la raíz. No se trata de que elevangelio sea más estricto o exigente. SiMoisés permitió el divorcio, fue «por ladureza de vuestros corazones», es decir,como mal menor por el pecado y sus con-

secuencias.Cristo manifiesta que los matrimonios

pueden vivir el plan de Dios porque viene asanar al ser humano en su interior, viene adar un corazón nuevo. Cristo viene a ha-cerlo nuevo. Al renovar el corazón del hom-bre, renueva también el matrimonio y lafamilia, lo mismo que la sociedad, el tra-bajo, la amistad... todo. En cambio, al mar-gen de Cristo sólo queda la perspectiva delcorazón duro, irremediablemente abocadoal fracaso. Sólo unidos a Cristo y apoya-dos en su gracia los matrimonios puedenser fieles al plan de Dios y vivir a la verdaddel matrimonio: ser uno en Cristo Jesús.

«Carne» en sentido bíblico no se refieresólo al cuerpo, sino a la persona entera bajoel aspecto corporal. Por tanto, «ser una solacarne» indica que los matrimonios han devivir una unión total: unión de cuerpos yvoluntades, de mente y corazón, de vida yde afectos, de proyectos y actuaciones...Jesús insiste: «ya no son dos». La unión estan grande que forman como una sola per-sona. Por eso el divorcio es un desgarrónde uno mismo y necesariamente es fuentede sufrimiento. Pero, por lo dicho, se vetambién que un matrimonio vive como di-vorciado, aunque no haya llegado al divor-cio de hecho, si no existe una profundaunión de mente y corazón entre los espo-sos.

XXVIII Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 10,17-30El evangelio del domingo vigésimo oc-

tavo (10,17-30) nos presenta a un hombrehonrado y piadoso pero cuyo amor a lasriquezas le lleva a rechazar a Cristo. Lapersona de Jesús es el bien absoluto quehay que estar dispuesto a preferir por en-

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cima de las riquezas, de la fama, del podery de la salud (1ª lectura: Sab 7,7-11). Enesto consiste la verdadera sabiduría: al querenuncia a todo por Cristo, en realidad conÉl le vienen todos los bienes juntos; todolo renunciado por Él se encuentra en Élcentuplicado –con persecuciones– y ade-más vida eterna. Pero es preciso tener sen-satez para discernir y decisión para optarabiertamente por Él y para estar dispuestoa perder lo demás. Porque el que se aferraa sus miserables bienes y riquezas se cie-rra a sí mismo la entrada en el Reino deDios.¡Ay de vosotros los ricos!

Sin duda, una de las advertencias que másreiterada e insistentemente aparecen en lapredicación de Jesús es la que encontramosen el evangelio de hoy: las riquezas consti-tuyen un peligro. En pocos versículos has-ta tres veces insiste Jesús en lo muy difícilque es que un rico se salve. Dios, en su in-finito amor, llama al hombre entero a quele sirva y a que le pertenezca de manera to-tal e indivisa. Ahora bien, las riquezas indu-cen a confiar en los bienes conseguidos y aolvidarse de Dios (Lc 12,16-20) y llevan adespreciar a los pobres que nos rodean (Lc16,19ss). Las riquezas hacen a los hombrescodiciosos, orgullosos y duros (Lc 16,14),«la seducción de las riquezas ahoga la pala-bra» de Dios (Mt 13,22); en conclusión,que el rico «atesora riquezas para sí, perono es rico ante Dios» (Lc 12,21). La con-clusión es clara: No podéis servir a Dios yal Dinero» (Mt 6,24). De ahí la advertenciade Jesús: «Ay de vosotros los ricos, por-que ya habéis recibido vuestro consuelo»(Lc 6,24).

Conviene revisar hasta qué punto en esteaspecto pensamos y actuamos según elevangelio. Pues no basta cumplir los man-damientos; al joven rico, que los ha cum-plido desde pequeño, Jesús le dice: «Una

cosa te falta». Ahora bien, Cristo no exigepor exigir o por poner las cosas difíciles.Al contrario, movido de su inmenso amorquiere desengañar al hombre, abrirle losojos, hacerle que viva en la verdad. Quiereque se apoye totalmente en Dios y no enriquezas pasajeras y engañosas. Quiere quesu corazón se llene de la alegría de poseera Dios. El joven rico se marchó «muy tris-te» al rechazar la invitación de Jesús a des-prenderse. Por el contrario, el que, comoZaqueo, da la mitad de sus bienes a los po-bres (Lc 19,1-10), experimenta la alegríade la salvación.

XXIX Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 10,35-45El texto del domingo vigésimo noveno

(10,35-45) es un ejemplo más del contras-te entre la actitud de Jesús y la de los discí-pulos. Frente a la búsqueda de gloria huma-na por parte de los discípulos, Jesús apare-ce una vez más como el Siervo que da suvida en rescate por todos. Y su gloria con-siste precisamente en justificar a una mul-titud inmensa «cargando con los crímenesde ellos» (1ª lectura: Is 53,10-11). Paramoderar las ansias de grandeza de los dis-cípulos Jesús ante todo exhibe su conductay su estilo; más que muchas explicaciones,les pone ante los ojos el camino que élmismo sigue: del mismo modo, el que quie-ra ser realmente grande y primero no tieneotro camino que hacerse siervo y esclavode todos. La actitud de Jesús es normativapara la comunidad cristiana. Ejercer la au-toridad no es tiranizar, sino servir y dar lavida.

Servir y dar la vidaComo en tantos otros pasajes, Jesús co-

rrige a sus discípulos sus ideas excesiva-

Ciclo B – Tiempo Ordinario

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90 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

mente terrenas, sobre todo en su afán depoder y dominio. Apuntados al seguimien-to de Jesús, el Maestro, también noso-tros hemos de dejarnos corregir en nues-tra mentalidad no evangélica. La Iglesia,comunidad de los seguidores de Jesús,no es una sociedad o institución cualquie-ra: el estilo de Jesús es radicalmente dis-tinto al del mundo.

Frente a las pretensiones de grandeza,de superioridad e incluso de dominio so-bre los demás, Jesús propone el modelode su propia vida: la única grandeza es lade servir. Esto es lo que Él ha hecho: Eleterno e infinito Hijo de Dios se ha con-vertido voluntariamente en esclavo andra-joso –y hace falta entender todo el realis-mo de la palabra, lo que era un esclavo entiempos de Jesús: alguien que no conta-ba, que no tenía ningún derecho, que vi-vía degradado y humillado–, en esclavode todos, y ha ocupado en último lugar.

Pero Jesús no es sólo un esclavo, contodo lo que tiene de humillante; es el Sier-vo de Yahveh que ha cargado con todoslos crímenes y pecados de la humanidad,que se ha hecho esclavo para liberar a losque eran esclavos del pecado. Su servi-cio no es insignificante. Su servicio con-siste en dar la vida en rescate por todos.Y nosotros, apuntados a la escuela de Je-sús, somos llamados a seguirle por el mis-mo camino: hacernos esclavos de todosy dar la vida en expiación por todos, paraque todo hombre oprimido por el pecadollegue a ser realmente libre.

XXX Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 10,46-52La ceguera de los discípulos –es decir,

su incapacidad de entender y seguir a Je-sús– requiere una intervención sanadoradel propio Jesús. Es lo que aparece en el

evangelio del domingo trigésimo (10,46-52). Bartimeo se convierte en modelo delverdadero discípulo que, reconociendo suceguera, apela con una fe firme y perseve-rante a la misericordia de Jesús y, una vezcurado, le sigue por el camino. Sólo cura-do de la ceguera e iluminado por Cristo sele puede seguir hasta Jerusalén y adentrarsecon Él por la senda oscura de la luz. AsíBartimeo se convierte en signo de la mul-titud doliente de desterrados que por elcamino de Jerusalén –por el camino de lacruz– es reconducida por Cristo a la casadel Padre (1ª lectura: Jer 31,7-9).Tu fe te ha curado

Es de resaltar la insistencia de la súplicadel ciego –repetida dos veces– y su inten-sidad –a voz en grito, y cuando intentancallarle grita aún más–, una súplica que nacede la conciencia de su indigencia –la ce-guera– y sobre todo de la confianza ciertay segura en que Jesús puede curarle –deahí la respuesta sorprendente de Jesús: «Tufe te ha curado»–

En la manera de escribir, el evangelistaestá sugiriendo con fuerza que la falta defe se identifica con la ceguera, lo mismoque la fe se identifica con recobrar la vis-ta. El que creé en Cristo es el que ve lascosas como son en realidad, aunque seaciego de nacimiento –o aunque sea incultoo torpe humanamente hablando–; en cam-bio, el que no cree está rematadamente cie-go, aunque tenga la pretensión de ver e in-cluso alardee de ello (Jn 9,39).

Es significativa también la petición –«Ten piedad de mí»–, que tiene que resul-tarnos muy familiar, porque todos necesi-tamos de la misericordia de Cristo. Perono menos significativo es el hecho de queesta compasión de Cristo no deja al hom-bre en su egoísmo, viviendo para sí. Se ledevuelve la vista para seguir a Cristo. El queha sido librado de su ceguera no puede con-

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tinuar mirándose a sí mismo. Si de verdadse le han abierto los ojos, no puede pormenos de quedar deslumbrado por Cristo,sólo puede tener ojos para Él y para seguirlepor el camino con la mirada fija en Él.

XXXI Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 12,28-34Los evangelios de los domingos 31º-33º

nos presentan a Jesús ya en Jerusalén,donde se va a revelar como Juez y Señordel templo. Sin embargo, de esos capítu-los llenos de polémicas sólo se toman dostextos con actitudes positivas, y por tan-to modélicas para el discípulo.

El primero de ellos (domingo trigésimoprimero) nos presenta a un escriba a quienJesús declara que no está lejos del Reinode Dios (12,28-34). Obedeciendo a lavoluntad de Dios revelada por Moisés (1ªlectura: Dt 6,2-6) sintoniza con lo nucleardel mensaje de Jesús. La esencia de ésteune inseparablemente el amor a Dios y elamor al prójimo. Y este doble amor cons-tituye la base del culto verdadero y per-fecto.Con todo el corazón

«Amarás al Señor». Este es el manda-miento primero y principal. De nada ser-virá cumplir todos los demás mandamien-tos sin cumplir este. El amor al Señor dasentido y valor a cada mandamiento, a cadaacto de fidelidad. Para esto hemos sidocreados, para amar a Dios. Y sólo este amorda sentido a nuestra vida, sólo Él nos puedehacer felices, sólo Él hace que nos vayabien. Pues el amor a Dios no es una simpleobligación, sino una necesidad, una tenden-cia espontánea al experimentar que «Él nosamó primero» (1Jn 4,16).

«Con todo el ser». Precisamente porque

el amor de Dios a nosotros ha sido y es sinmedida (cfr. Ef 3,19), el nuestro para conél no puede ser a ratos o en parte. No im-porta que seamos poca cosa y limitados;la autenticidad de nuestro amor se mani-fiesta en que es total, en que no se reservenada: todo nuestro tiempo, todas nuestrasenergías y capacidades, todos nuestro bie-nes... Al Dios que es único le correspondela totalidad de nuestro ser.

«Como a ti mismo». No es difícil enten-der cómo ha de ser nuestro amor al próji-mo. Basta observar cómo nos amamos anosotros mismos... y comparar. Podemosy debemos amar al prójimo como a noso-tros mismos porque forma parte de noso-tros mismos, porque no nos es ajeno. «Nohay judío o griego, esclavo o libre, hombreo mujer, porque todos sois uno en CristoJesús» (Gál 3,28). Gracias a Cristo, el pró-jimo ha dejado de ser un extraño.

XXXII Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 12,38-44El otro gesto lo encontramos el domin-

go trigésimo segundo (12,38-44). Una po-bre viuda ha echado en el cepillo del tem-plo «todo los que tenía para vivir», de ma-nera semejante a lo que ya hiciera aquellaviuda de Sarepta con el hombre de Dios (1ªlectura: 1Re 17,10-16). Al darlo todo seconvierte en ejemplo concreto de cumpli-miento del primer mandamiento, justamen-te en las antípodas del hombre rico, quepermaneció aferrado a sus seguridades, yde los escribas, llenos de codicia y vani-dad. Este gesto silencioso, realizado a laentrada del templo, pone de relieve cuál esla correcta disposición en el culto y en todarelación con Dios: en el Reino de Dios sólocabe la lógica del don total.

Darlo todo

Ciclo B – Tiempo Ordinario

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92 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Este breve episodio de una pobre e in-significante viuda nos conduce de lleno alcorazón del evangelio. En efecto, lo queJesús alaba en ella no es la cantidad –tanexigua que no saca de ningún apuro), sinode su actitud: «Ha dado todo lo que teníapara vivir».

Nosotros la hubiéramos tachado de im-prudente –se queda sin lo necesario paravivir–, pero Jesús la alaba. Lo cual quieredecir que nuestra prudencia suele serpoco sobrenatural. Tendemos a poseerporque en el fondo no contamos con Dios.Tenemos miedo de quedarnos sin nada,olvidando que en realidad Dios nos basta.Preferimos confiar en nuestras previsio-nes más que en el hecho de que Dios esprovidente (1ª lectura). Desatendemos lapalabra de Jesús: el que quiera guardar suvida, la pierde; el que la pierde por Él esquién de verdad la gana (Mc 8,35). Y ade-más, lo que tenemos no es nuestro: «¿Quétienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7).

En el fondo, el mejor comentario a esteevangelio que nos habla de totalidad sonlas conocidas palabras de San Juan de laCruz: «Para venir a saberlo todo, no quie-ras saber algo en nada. Para venir a gus-tarlo todo, no quieras gustar algo en nada.Para venir a poseerlo todo, no quieras po-seer algo en nada». Sólo posee a Dios elque lo da todo, el que se da del todo, puesDios no se entrega al que se reserva algo.El que no está dispuesto a darlo todo aúnno ha dado el primer paso en la vida cristia-na.

XXXIII Domingodel Tiempo Ordinario

Mc 13,24-32Finalmente, el domingo trigésimo ter-

cero, ya al final del tiempo Ordinario y delaño litúrgico, nos propone un fragmento

del discurso escatológico (13,24-32). Lomismo que la primera lectura (Dan 12,1-3), el evangelio nos invita a fijar nuestramirada en las realidades últimas, en la in-tervención decisiva de Dios en la historiade la humanidad. Lo que se afirma es lacerteza de la venida gloriosa de Cristo parareunir a los elegidos que le han permane-cido fieles en medio de las tribulaciones.Acerca del cuándo sucederá, Jesús subra-ya la ignorancia, pero garantiza el cumpli-miento infalible de su palabra e invita a lavigilancia con la atención puesta en los sig-nos que irán sucediendo. Este aconteci-miento final y definitivo dará sentido a todoel caminar humano y a todas sus vicisitu-des.Está cerca

«Sabed que Él está cerca». El texto dehoy nos habla de la venida de Cristo al fi-nal de los tiempos. Las últimas semanas delaño litúrgico nos encaran a ella. Nosotrostendemos a olvidarnos de ella, como si es-tuviéramos muy lejos, como si no fuera connosotros. Sin embargo, la palabra de Diosconsidera las cosas de otra manera: «Eltiempo es corto» y «la apariencia de estemundo pasa» (1Cor 7,29.31). El Señor estácerca y no podemos hacernos los desen-tendidos. El que se olvida de esta venidadecisiva de Cristo para pedirnos cuentas esun necio (Lc 12,16-21).

«El día y la hora nadie lo sabe». Dios haocultado el momento y también este he-cho forma parte de su plan infinitamentesabio y amoroso. No es para sorprender-nos, como si buscase nuestra condenación.Lo que busca es que estemos vigilantes,atentos, «para que ese día no nos sorpren-da como un ladrón» (1Tes 5,4). No se tratade temor, sino de amor. Es una espera he-cha de deseo, incluso impaciente. El ver-dadero cristiano es el que «anhela su veni-da» (2Tim 4,8).

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El hecho de que Cristo va a venir y deque «es necesario que nosotros seamospuestos al descubierto ante el tribunal deCristo» (2Cor 5,10), nos ha de llevar a novivir en las tinieblas, sino en la luz, a ac-tuar de cara a Dios, en referencia al juiciode Dios, un juicio que es presente, pues«ante Dios estamos al descubierto» (2Cor5,11); podremos engañar a los hombres,pero no a Dios, ya que Él «escruta loscorazones» (Rom 8,27).

Jesucristo, Rey del universoEn el último domingo del tiempo Ordi-

nario, solemnidad de Jesucristo Rey deluniverso, el evangelio de Marcos es sus-tituido una vez más por el de san Jn(18,33-37).

El Señor reina

Dan 7,13-14; Sal 92; Ap 1,5-8; Jn 18,33-37Es aleccionador que todo el año litúrgi-

co desemboque en esta fiesta: al final Cris-to lo será todo en todos. Cristo, a quienhemos contemplado humillado, desprecia-do, sufriente, lo vemos ahora vencedor;el sufrimiento fue pasajero, pero el triun-fo y la gloria son definitivos: «Su poder eseterno, su reino no acabará». El mal, lamuerte, el pecado han sido destruido porÉl de una vez por todas y ya permanece paratoda la eternidad no sólo glorificado, sinoDueño y Señor de todo. Nada escapa a sudominio absoluto de Rey del Universo. Yaunque el presente parezca tener fuerza aúnel mal, es sólo en la medida en que Él lopermite, pues está bajo su control. «El Se-ñor reina... así está firme el orbe y no vaci-la». Esta fe inconmovible en el señorío deCristo es condición necesaria para una vidaauténticamente cristiana.

Pero Cristo tiene una manera de reinarmuy peculiar. No humilla, no pisotea. Al

contrario, al que acoge su reinado le con-vierte en rey, le hace partícipe de su reina-do. «Nos ha convertido en un reino». El quedeja que Cristo reina en su vida es él mis-mo enaltecido, constituido señor sobre elmal y el pecado, sobre la muerte. El queacoge con fe a Cristo Rey no es dominadoni vencido por nada ni por nadie; aunque lequiten la vida del cuerpo, será siempre unvencedor (Ap 2,7).

El reino de Cristo no es de este mundo,sigue otra lógica. A ningún rey de este mun-do se le ocurriría dejarse matar para reinaro para vencer. Pero Cristo reina en la cruzy precisamente en cuanto crucificado. Todosu influjo como Señor de la historia y Reydel Universo viene de la cruz. Es su sangrevertida por amor la que ha vencido el malen todas sus manifestaciones.

Año litúrgicoCiclo C

Adviento y Navidad

Domingo I de Adviento

«Se acerca vuestra liberación»Lc 21,25-28.34-36

«Se salvará Judá». Es notable que la ma-yor parte de los textos bíblicos de la litur-gia de Adviento nos hablan de la salvacióndel pueblo entero. «Cumpliré mi promesa

Ciclo B – Tiempo Ordinario

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94 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

que hice a la casa de Israel». Hemos de en-sanchar nuestro corazón y dejar que se di-late nuestra esperanza al empezar el Advien-to. Debemos evitar reducir o empequeñe-cer la acción de Dios: nuestra mirada debeabarcar a la Iglesia entera, que se extiendepor todo el mundo. No podemos confor-marnos con menos de lo que Dios quieredarnos.

«Santos e irreprensibles». Lo mismo he-mos de tener presente en cuanto a la in-tensidad de la esperanza. Si Cristo vieneno es sólo para mejorarnos un poco, sinopara hacernos partícipes de la santidadmisma de Dios. Y esta obra suya de sal-vación quiere ser tan poderosa que se ma-nifestará ante todo el mundo que él es nues-tra santidad, que no somos santos por nues-tras fuerzas, sino por la gracia suya, hastael punto de que a la Iglesia se le pueda darel nombre de «Señor-nuestra-justicia».

«Se acerca vuestra liberación». Toda ve-nida de Cristo es siempre liberadora, re-dentora. Viene para arrancamos de la es-clavitud de nuestros pecados. Por eso,nuestra esperanza se convierte en deseoapremiante, en anhelo incontenible, exac-tamente igual que el prisionero que con-templa cercano el día de su liberación. Laauténtica esperanza nos pone en marchay desata todas nuestras energías.

Domingo II de Adviento

Acontece DiosLc 3,1-6

«Vino la palabra de Dios sobre Juan».Lucas, con su mentalidad de historiador,tiene mucho interés en precisar los datoshistóricos de la predicación del Bautista.La palabra de Dios acontece. No se noshabla de algo irreal, abstracto o ajeno a

nuestra historia. Dios interviene en mo-mentos concretos y en lugares determina-dos de la historia de los hombres. Tambiénde la tuya. Quizá ahora mismo, en este pre-ciso instante...

«Un bautismo de conversión». La misiónde Juan ha estado marcada por esta llama-da incesante a la conversión. También laIglesia ha recibido este encargo. Y esta in-vitación no siempre nos resulta grata; nosescuece, nos molesta... Y sin embargo, lallamada a la conversión es llamada a la vida:sólo mediante la conversión será realidadque «todos verán la salvación de Dios».Convertirnos es en realidad despojarnosdel vestido de luto y aflicción y vestirnoslas galas perpetuas de la gloria que Diosnos da (1ª lectura: Bar 5,1).

«Elévense los valles, desciendan losmontes y colinas». La esperanza del advien-to quiere levantarnos de los valles de nues-tros d esánimos y cobardías, y aba-jarnosde los montes de nuestros orgullos yautosuficiencias. Quiere ponernos en laverdad de Dios y en la verdad de nosotrosmismos. Quiere conducirnos a no esperarnada de nosotros mismos, y al mismo tiem-po a esperarlo todo de Dios, a esperar co-sas grandes y maravillosas porque Dios esgrande y maravilloso.

Domingo III de Adviento

¡Alégrate!Sof 3, 14

La liturgia de este domingo quiere infun-dirnos una alegría desbordante:«Regocíjate... Grita de júbilo... Alégrate ygózate de todo corazón...» ¿La razón? LaIglesia presiente la inminencia de Cristo –«el Señor será el rey de Israel en medio deti»– y no puede contener su gozo; la espe-ranza,, el deseo de Cristo, se transforma

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en júbilo porque ya viene, está a la puerta.He ahí la gran certeza de la esperanza cris-tiana.

Y con la presencia de Cristo, la salvaciónque trae: «El Señor ha cancelado tu conde-na, ha expulsado a tus enemigos». No sóloes la alegría por la presencia del Amado,sino también el entusiasmo por la victoria:«El Señor tu Dios, en medio de ti, es unguerrero que salva». Los males que nos ro-dean tienen, por fin, remedio, porque llegaCristo, Salvador del mundo.

Se nos regala un nuevo Adviento para queaprendamos a vivir esta realidad: «¡Gritadjubilosos...! ¡Qué grande es en medio de tiel santo de Israel!» Y eso que la salvaciónque experimentamos ya es sólo el comien-zo, pues es Jesús viene a bautizarnos conEspíritu Santo y fuego. Este es su don, eldon mesiánico por excelencia. Jesús anhe-la sumergirnos en su Espíritu. El Advientonos abre no sólo a Navidad, sino también aPentecostés.

Domingo IV de AdvientoHeme aquí

Lc 1,39-45Cerca ya de la Navidad, la liturgia de este

domingo nos invita a clavar nuestros ojosen el misterio de la encarnación: Cristoentrando en el mundo. Y en este aconteci-miento central de la historia, la obedien-cia. Desde el primer instante de su exis-tencia humana, Cristo ha vivido en absolutadocilidad al plan del Padre: «Aquí estoypara hacer tu voluntad». Y así hasta el últi-mo momento, cuando en Getsemaní excla-me: «No se haga lo que yo quiero, sino loque quieres tú». Y gracias a esta voluntadtodos quedamos santificados, pues «asícomo por la desobediencia de un solo hom-bre todos fueron constituidos pecadores,así también por la obediencia de uno solo,

todos serán constituidos justos» (Rom5,19).

Y, además de la obediencia, Cristo vivedesde el primer instante de su existenciahumana en actitud de ofrenda: «No quieressacrificios... Pero me has preparado uncuerpo... Aquí estoy». La entrega de Cristoen la cruz no es cosa de un momento. Esque ha vivido así toda su vida humana, enoblación continua, como ofrenda permanen-te. Su ser de Hijo ha de expresarse necesa-riamente en esta manera de vivir dándonosal Padre.

Y en el misterio de la encarnación estáMaría. Más aún, la misma encarnación esposible gracias a la fe de María que se fíade Dios y acepta totalmente su plan. Poreso se le felicita: «¡Dichosa tú que has creí-do, porque lo que te ha dicho el Señor secumplirá!» Este acto de fe tan sencillo yaparentemente insignificante ha sido lapuerta por la que ha entrado toda la graciaen el mundo.

Natividad del Señor(pág. 5)

La Sagrada Familia

Una Familia nuevaLc 2,22-40

Nada más celebrar la Navidad, la liturgianos introduce en esta fiesta de la SagradaFamilia. Tiene un profundo significado: Alentrar en este mundo, el Verbo lo renuevatodo; al hacerse hombre, sana y regeneratodo lo humano. También la familia. Al sa-nar el corazón humano, herido por el peca-do, Cristo hace posible una familia nueva.

Los valores naturales de la familia no sonanulados. Todo lo contrario. La gracia deCristo los purifica, los potencia, los eleva.Las virtudes que el Espíritu de Cristo siem-

Ciclo C – Adviento-Navidad-Epifanía

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96 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

bra en el corazón humano hacen posiblevivir de una manera nueva el misterio de lafamilia. La misericordia, la bondad, la dul-zura, la humildad, el perdón, el amor, la uni-dad, la paz son fruto del Espíritu Santo. Vi-vidas a semejanza de Cristo, hacen que lafamilia cristiana sea reflejo de la familiade Nazaret y –más aún– de la Trinidad mis-ma.

En el mundo actual, cuando la familia sedeteriora por momentos, es más necesarioque nunca contemplar a la Sagrada Familiapara comprender que la familia sólo enCristo puede realizar su ideal, pues sólo élune, da cohesión y hace a cada uno capazde amar generosamente, de perdonar, dedarse sin medida, de comprender. Sin Cris-to, el hombre y la familia, dejados a su de-bilidad, sucumben. «El que escucha la pa-labra de Dios y la cumple, ese es mi her-mano y mi hermana y mi madre» (Lc 8,21).

Domingo II después de Navidad

Hemos visto su gloriaJn 1,1-18

La Iglesia permanece absorta en el mis-terio de la Navidad. Es tan grande lo queha ocurrido que no tiene ojos más paramirar a su esposo. Y los textos de estedomingo son simplemente eso: comocuando uno ha vivido un acontecimientosumamente importante y vuelve una y otravez sobre lo que le ha sucedido, recor-dándolo, saboreándolo, considerándolo,dejándose empapar por ello.

Y es que el Misterio de la Navidad no esalgo pasajero. El Hijo de Dios ha plantadosu tienda entre nosotros y ya para siem-pre se queda con nosotros. Se ha hecho«conciudadano» nuestro, de nuestra tie-rra, de nuestro mundo, para hacerse anosotros «ciudadanos del cielo» (Fil 3,20). Quiere convivir con nosotros, busca

estrechar lazos de familiaridad y de inti-midad. Desea que le veamos, que le escu-chemos, que le palpemos (1 Jn 1,1).

«Hemos visto su gloria». La Iglesia sabeque todo lo tiene en su Esposo y por esose dedica a contemplar su gloria. Nada haycomparable a este conocimiento de Cris-to: «Juzgo que todo es pérdida ante la su-blimidad del conocimiento de Cristo Je-sús, mi Señor» (Fil 3,8). Hemos nacido paracontemplar al Verbo hecho carne y la Igle-sia, como Esposa enamorada, sabe quetodo le viene de este conocimiento amo-roso: «Esta es la vida eterna: que te conoz-can a ti, el único Dios verdadero, y al quetú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Epifanía del Señor(pág. 6)

Bautismo del Señor

Hijos de DiosIs 42,1-7; Hch 10,34-38; Lc 3,15-22

Siendo Hijo, Jesús pasa por el Bautismopara que los que éramos «hijos de ira» (Ef2,3) llegásemos a ser hijos de Dios. Gra-cias a Cristo se han abierto para nosotroslos cielos, cerrados desde que Adán y Evafueron expulsados del paraíso (Gén 3,23-24). Gracias a Cristo somos «miembros dela familia de Dios» (Ef 2,19). No debería-mos olvidar nunca la gratitud ni apartar denuestro corazón el gozo ante esta realidad:«Mirad qué amor nos ha tenido el Padrepara llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo so-mos!» (1 Jn 3,1).

Hemos sido bautizados «con EspírituSanto y fuego». El Espíritu es fuego que,derramado en nuestros corazones por elbautismo, nos incendia en el amor a Cristoy a los hombres. No hemos recibido un

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Espíritu cobarde, sino un Espíritu de ener-gía (2 Tim 1,7) que nos impulsa sin cesar,como a Cristo. Pues también nosotros he-mos sido «ungidos con la fuerza del Espí-ritu para pasar haciendo el bien y curando alos oprimidos por el diablo».

La fiesta de hoy debe hacernos recono-cer nuestra dignidad de bautizados. En elbautismo radica nuestra identidad. En élhemos recibido la vida misma de Dios yla capacidad de vivir en intimidad con elPadre, con Cristo, en el Espíritu Santo.Dejemos que la gracia del bautismo fructi-fique en nosotros para la vida eterna.

Cuaresma

Domingo I de Cuaresma

¿De qué parte?Lc 4,1-13

Al inicio de la Cuaresma, este evangeliopone delante de nuestros ojos toda la se-riedad de la vida cristiana. «Nuestra luchano es contra la carne y la sangre, sino...contra los espíritus del mal que están enlas alturas» (Ef 6, 12). Desde el Paraíso(Gén 3), toda la historia humana es una lu-cha entre el bien y el mal, entre Cristo ySatanás. La Cuaresma nos fuerza a una de-cisión: ¿De qué parte nos ponemos?

Pero en esta lucha no estamos a la deri-va. Cristo ha luchado, para que nosotros lu-chemos; Cristo ha vencido para que noso-tros venzamos. En este sentido, la liturgiade Cuaresma comienza haciéndonos elevarlos ojos a Cristo, para seguirle como mo-delo y para dejarnos influir por el impulsointerior de combate victorioso que quiereinfundir en nosotros.

También se nos indican las armas paravencer a Satanás. A cada tentación Jesúsresponde con un texto de la Escritura. Enestos días Cuaresmales se nos invita a ali-mentarnos con más abundancia de la Pala-bra de Dios, para que esta sea como un es-cudo que nos haga inmunes a las asechan-zas del enemigo. El salmo respon-sorial nosrecuerda la confianza que, ante la prueba,Cristo tiene en el Padre y que nosotros ne-cesitamos para no sucumbir a la tentación:«Me invocará y lo escucharé». Necesita-mos vivir la fe (segunda lectura), una fehecha plegaria –«no nos dejes caer en latentación»–, que es la que nos libra de laesclavitud del pecado y de Satanás, puessólo la fe da la victoria (1 Jn 5,4).

Domingo II de Cuaresma

Dejarnos seducir por CristoLc 9,28-36

Introducidos en el camino cuaresmal, laIglesia nos presenta hoy a Cristo en sutransfiguración: Un acontecimiento indes-criptible, pero que pone de relieve la her-mosura de Cristo –«el aspecto de su ros-tro cambió sus vestidos brillaban de blan-cos»– y el enorme atractivo de su perso-na, que hace exclamar a Pedro «¡Qué her-moso es estar aquí!».

Todo el esfuerzo de conversión en estaCuaresma sólo tiene sentido si nace deeste encuentro con Cristo. Pablo se con-vierte porque se encuentra con Jesús enel camino de Damasco (Hch 9,5). Pues,del mismo modo, nosotros no nos con-vertiremos a unas normas éticas, sino auna persona viviente. De ahí las palabrasdel salmo y de la antífona de entrada:«Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro.Tu rostro buscaré, Señor, no me escon-das tu rostro». Se trata de mirar a Cristoy de dejarnos seducir por él. De esta ma-

Ciclo C – Adviento-Navidad-Epifanía

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nera experimentaremos, como Pablo, quelo que nos parecía ganancia nos parecepérdida (Fil 3, 7-8) y la conversión seobrará con rapidez y facilidad.

Y, por otra parte, la transfiguración nosda la certeza de que nuestra conversiónes posible: «Él transformará nuestra con-dición humilde según el modelo de su con-dición gloriosa, con esa energía que po-see para sometérselo todo». Si la conver-sión dependiera de nuestras débiles fuer-zas, poco podríamos esperar de la Cuares-ma. Pero el saber que depende de la ener-gía poderosa de Cristo nos da la confianzay el deseo de lograrla, porque Cristo puedey quiere cambiarnos.

Domingo III de Cuaresma

Nuestro engañoLc 13,1-9

Casi a la mitad de la Cuaresma, Cristo nosrecuerda algo sumamente importante: te-nemos el peligro de no convertirnos. Laparábola de la higuera estéril lo pone derelieve con una fuerza sorprendente. Lomismo que su amo a la higuera, Dios nosha cuidado con cariño y con mimo; más aún,en esta Cuaresma está derramando abun-dantemente su gracia, pero ésta puede es-tar cayendo en vano, puede estar siendo re-chazada. ¿Encontrará Cristo frutos de con-versión?

«Déjala todavía este año». La parábolasugiera que este año puede ser el último.De hecho, será el último para mucha gen-te. No se trata de ponernos tétricos, sinode una posibilidad real. Puede no haberya más oportunidades de gracia. La con-versión es urgente, de ahora mismo. Yretrasarla para otro año, para otra oca-sión, es una manera de cerrarse a Cristo,de darle largas... Hay tantas maneras dedecir «no»...

«Si no os convertís, todos pereceréis dela misma manera». Llama la atención queprecisamente san Lucas, el evangelista dela misericordia y la bondad de Jesús, traigaestas amenazas. Pero si nos fijamos bien,estas advertencias también provienen de lamisericordia. Advertirle a uno de un peli-gro es una forma principal de misericor-dia. Al enfrentarnos a la conversión, Cris-to no sólo nos recuerda los bienes que nosva a traer la conversión, sino que nos abrelos ojos ante los males que nos sobreven-drán si no nos convertimos. El amor apa-sionado que siente por nosotros le lleva asacarnos de nuevo engaño.

Domingo IV de CuaresmaEl perdón del Padre

Lc 15,1-3.11-32Esta parábola tan conocida quiere mover-

nos al arrepentimiento poniéndolo en susitio, es decir, relación a Dios. El pecadono es solamente hacer cosas malas o faltara una ley. Es despreciar el amor infinito delPadre, marcharse de su casa, vivir por cuen-ta propia. Es, en definitiva, no vivir comohijo del Padre y, por tanto mal-vivir. De ahíque el muchacho de la parábola que se mar-cha alegremente, pensando ser libre y fe-liz, acabe pasando necesidad y muriendo dehambre. Ha perdido su dignidad de hijo yexperimenta un profundo vacío.

Lo mismo el arrepentimiento. Sólo esposible convertirse de verdad cuando unose siente desconcertado por el amor deDios Padre, al que se ha despreciado: «Pa-dre, he pecado contra el cielo y contra ti».Precisamente «contra ti»: la conciencia dehaber rechazado tanto amor y a pesar detodo seguir siendo amado por aquél a quienhemos ofendido es lo único que puedemovernos a contrición. Y junto a ello, laexperiencia del envilecimiento al que nosha conducido nuestro pecado, la situación

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calamitosa en que nos ha dejado.Igualmente, el perdón es fruto del amor

del Padre, que se conmueve y sale al en-cuentro de su hijo, que se alegra de suvuelta y le abraza, que hace fiesta. Esteperdón devuelve al hijo la dignidad perdi-da, lo recibe de nuevo en la casa y en laintimidad del Padre; es un amor potente yeficaz que realiza una auténtica resurrec-ción: «Este hijo mío estaba muerto y harevivido».

Domingo V de Cuaresma

Un camino nuevoJn 8,1-11

Si el evangelio del domingo pasado nosrevelaba el pecado como ruptura con elPadre, hoy nos lo presenta como infideli-dad al Esposo. Esa mujer adúltera somoscada uno de nosotros, que, en lugar de serfieles al amor de Cristo (2 Cor 11,2), lehemos fallado en multitud de ocasiones. Ahíradica la gravedad de nuestros pecados: elamor de Cristo despreciado. Lo mismo queel pueblo de Israel (Os 1,2; Ez 16), tambiénnosotros somos mere-cedores de reproche:«¡Adúlteros¡ ¿No sabéis que la amistad conel mundo es enemistad con Dios? Cualquie-ra, pues, que desee ser amigo del mundo seconstituye en enemigo de Dios» (Sant 4,4).

Por otra parte, el conocimiento del pro-pio pecado es lo que nos hace radicalmen-te humildes. Los acusadores de esta mujerdesaparecen uno tras otro cuando Jesús leshace ver que son tan pecadores como ella.La presente Cuaresma quiere dejarnos másinstalados en la verdadera humildad, la quebrota de la conciencia de la propia miseriay no juzga ni desprecia a los demás (cfr. Lc18, 9-14).

Finalmente, este relato manifiesta todala fuerza y la profundidad del perdón deCristo, que no consiste en disimular el pe-

cado, sino en perdonarlo y en dar la capaci-dad de emprender un camino nuevo: «Vete,y en adelante no peques más». La grandezadel perdón de Cristo se manifiesta en elimpulso para vencer el pecado y vivir sinpecar.

Domingo de Ramos

La pasión del SeñorLc 23,33-49

El relato de la pasión según san Lucas –que hemos de releer y meditar– quiere lle-varnos a mirar a Jesús para aprender deÉl a ser verdaderos discípulos. La trai-ción de Judas, uno de los Doce, nos poneen guardia frente a nosotros mismos, quetambién podemos traicionar al Señor. Y lomismo ocurre con la negación de Pedro,que desenmascara la tentación que apa-rece en cada corazón: no querer cuentascon el Maestro que se abaja hasta estepunto. Sin embargo, la mirada de Jesús,que se vuelve hacia él, alcanza su con-versión, y las lágrimas de Pedro, pecadorarrepentido, indican la manera como eldiscípulo debe participar en la pasión delSalvador.

San Lucas insiste más que ningún otroevangelista en la inocencia de Jesús, parasacar así la lección de que los discípulosno deben extrañarse de que sean arras-trados a los tribunales por su fidelidad ala voluntad de Dios. Más aún, siendo ino-cente, Jesús muere perdonando a sus ase-sinos y confiando en el Padre, en cuyasmanos se abandona totalmente. Tambiénlos cristianos deberán seguir este dobleejemplo, asociándose de cerca a la pasiónde su Salvador.

Finalmente, san Lucas subraya la efi-cacia del sacrificio de Cristo: la cruz deJesús transforma el mundo produciendo

Ciclo C – Cuaresma-Semana Santa

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la conversión de los corazones y abriendoa los hombres el Paraíso. Junto al buen la-drón, cada uno de nosotros es invitado aconsiderar los sufrimientos de Jesús y ahacer examen de conciencia –«lo nuestronos lo hemos merecido, pero éste nadamalo ha hecho»– para poder oír de labiosdel mismo Jesús: «Hoy estarás conmigo enel Paraíso».

Jueves Santo(pág. 11)

Viernes Santo(pág. 12)

Vigilia Pascual(pág. 12)

Domingo de Resurrección

¡Un acontecimiento!Hch 10,37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

Este día tiene un colorido especial. Todoél está teñido por un hecho que transfor-ma la historia entera. Un hecho esperado,intensamente deseado. Este es el anuncioque la Iglesia grita con gozo, con sorpre-sa, pero con total seguridad: ¡Ha resuci-tado! Verdaderamente el Señor ha resuci-tado. No, nuestra fe se apoya en fábulaso ideas: se trata de un hecho, de un acon-tecimiento.

Y un hecho que nos toca de lleno: «Ha-béis resucitado con Cristo». La vida delcristiano es una vida de resucitado. He-mos de volver a estrenar el gozo de sa-bernos salvados, la dicha de nuestra vic-toria sobre el pecado gracias a Cristo.Somos nuevos por la resurrección. He-mos sido íntima y profundamente reno-

vados. Hemos entrado en el mundo nuevode la resurrección. «El que está en Cristoes una nueva creación. Lo viejo ha pasado,ha comenzado lo nuevo» (2 Cor 5, 17).«Buscad los bienes de allá arriba, dondeestá Cristo sentado a la derecha de Dios».

Precisamente porque hemos resucitadocon Cristo también nosotros somos testi-gos. El Señor se ha hecho presente en nues-tra vida y nos ha transformado con su po-der. «Sabemos por tu gracia que estás re-sucitado». Un muerto no puede producirestas maravillas. Y nosotros no podemoscallar, no podemos menos de gritar a to-dos esta alegría que nos inunda. Sí, verda-deramente ha resucitado el Señor.

Tiempo Pascual

Domingo II de Pascua

El cielo en la tierraAp 1,9-19

«Un domingo caí en éxtasis...» Ya desdelos primeros tiempos del cristianismo eldía del Señor es momento privilegiado parahacer experiencia de Cristo Resucitado.También hoy el domingo es el día por ex-celencia en que Cristo se comunica y ac-túa. Estamos llamados, sobre todo en estetiempo de Pascua, a vivir el día del Señorcomo día de gracia, a experimentar la pre-sencia y la potencia del Resucitado. Noshemos dejado robar el domingo por la so-ciedad secularizada y consumista, y hay querecuperarlo. El domingo es sacramento delResucitado. El domingo marca la identidaddel cristiano.

«...en medio de las siete lámparas deoro». Es en la celebración litúrgica, y es-

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pecialmente en la Eucaristía, donde Cristose manifiesta y actúa. La liturgia no son ri-tos vacíos, sino la presencia viva y eficazdel Resucitado. Si descubriéramos –y ex-perimentásemos– esta presencia yesta acción, nos sería mucho más fácil vi-vir las celebraciones; y, sobre todo, recibi-ríamos su gracia abundante transformandonuestra vida. Pues la liturgia es el cielo enla tierra.

«Soy el primero y el último». Cristo re-sucitado se nos manifiesta como Señor ab-soluto de la historia y de los acontecimien-tos. Todo está bajo su control, de principioa fin. Tiene las llaves de la muerte y del in-fierno. Conoce lo que ha de suceder. Es elSeñor, sin límites ni condicio-namientos.¿Cómo no vivir gozoso bajo su dominio?¿Cómo ser pesimistas?

Domingo III de Pascua

Él mismo en personaJn 21,1-19

El evangelio de hoy nos presenta una delas apariciones de Cristo Resucitado. Eltiempo pascual nos ofrece la gracia paravivir nuestra propia existencia de encuen-tro con el Resucitado. En este sentido, eltexto evangélico nos ilumina poderosamen-te.

«No sabían que era el Señor». Jesús estáahí, con ellos, pero no se han percatado desu presencia cercana y poderosa. ¿No esesto lo que nos ocurre también a nosotros?Cristo camina con nosotros, sale a nuestroencuentro de múltiples maneras, pero nospasa desapercibido. Ese es nuestro mal deraíz: no descubrir esta presencia que ilu-mina todo, que da sentido a todo.

«Es el Señor». Los discípulos reconocena Jesús por el prodigio de la pesca mila-grosa. Él mismo había dicho: «Por sus fru-tos los conoceréis». Pues bien, Cristo Re-

sucitado quiere hacerse reconocer por unasobras que sólo Él es capaz de realizar. Supresencia quiere obrar maravillas en noso-tros. Su influjo quiere ser profundamenteeficaz en nuestra vida. Como en primaveratodo reverdece, la presencia del Resucita-do quiere renovar nuestra existencia y la vidade la Iglesia entera.

«Jesús se acerca, toma el pan y se lo da».En el relato evangélico, Cristo aparece ali-mentando a los suyos, cuidándolos con ex-quisita delicadeza. También ahora es sobretodo en la eucaristía donde Cristo Resuci-tado se nos aparece y se nos da, nos cuida yalimenta. Él mismo en persona. Y la fe tie-ne que estar viva y despierta para recono-cer cuánta ternura hay en cada misa...

Domingo IV de Pascua

Atentos a CristoJn 10,27-30

«Conozco a mis ovejas». Cristo BuenPastor conoce a cada uno de los suyos.Con un conocimiento que es amor y com-placencia. Cristo me conoce como soyde verdad. No soy un extraño que cami-na perdido por el mundo. Cristo me co-noce. Conoce mi vida entera, toda mi his-toria. Más aún, conoce lo que quiere ha-cer en mí. Conoce también mi futuro.¿Vivo apoyado en este conocimiento queCristo tiene de mí?

«Mis ovejas escuchan mi voz y me si-guen». ¡Que bonita definición de lo quees el cristiano! Se trata de estar atento aCristo, a su voz, a las llamadas que sincesar, a cada instante, nos dirige. No cree-mos en un muerto. Cristo está vivo, re-sucitado; más aún, está presente, cerca-no, camina con nosotros. Se trata de es-cuchar su voz y de seguirle, de caminardetrás de Él siguiendo sus huellas. El cris-tiano nunca está solo, porque no sigue una

Ciclo C – Cuaresma-Semana Santa

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102 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

idea, sino a una persona. Pero seguir a Cris-to compromete la vida entera.

«Nadie las arrebatará de mi mano». Al quese sabe conocido y amado por Cristo y pro-cura con toda el alma escuchar su voz y se-guirle, Cristo le hace esta promesa. Nues-tra seguridad sólo puede provenir de saber-nos guiados por él. El Buen Pastor es elResucitado a quien ha sido dado todo po-der en el cielo y en la tierra. Estamos enbuenas manos. Ningún verdadero mal pue-de suceder al que de verdad confía en Cris-to y se deja conducir por su mano podero-sa.

Domingo V de Pascua

Amor que glorificaJn 13,31-35

«Ahora es glorificado el Hijo del Hom-bre». El tiempo pascual está todo él cen-trado en Cristo Resucitado. Por su muer-te y resurrección, Cristo ha sido glorifi-cado. No se trata sólo de volver a la vida.El crucificado, el «varón de dolores», hasido inundado de la vida de Dios, experi-menta una felicidad sin fin, ha sido enal-tecido como Señor. A la luz de la Resu-rrección entendemos el amor del Padre asu Hijo, pues buscaba glorificarle de esamanera. Y también a nosotros Dios buscaglorificarnos: «Los sufrimientos de ahorano son comparables con la gloria que undía se manifestará en nosotros» (Rom8,18).

«Dios es glorificado en él». A lo largodel evangelio, Jesús ha repetido que nobusca su gloria (Jn 8,50). Es admirableeste absoluto desinterés de Jesús que sólodesea que el Padre sea glorificado en él.También esta es la postura del auténticocristiano. Completamente olvidado de símismo, sólo pretende la gloria de Dios.«Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cual-

quier cosa, hacedlo todo para gloria deDios» (1 Cor 10,31). Sólo pretende que através de sus palabras y obras Dios sea glo-rificado en él, que Dios manifieste su amor,su poder, su sabiduría, su gloria, que Diossea conocido y amado.

«La señal por la que conocerán que soisdiscípulos míos...» Dios es glorificado ennosotros cuando nos dejamos inundar porsu amor y este amor revierte hacia los de-más. Esta es no «una» señal, sino «la» se-ñal, el signo inconfundible de los discípu-los de Cristo y participado de él. Sólo mi-rando a Cristo y bebiendo de Él somos ca-paces de amar de verdad.

Domingo VI de Pascua

Test de amorJn 14,23-29

«Haremos morada en él». He aquí el fru-to principal de la Pascua. La mayor reali-zación del amor de Dios. El amor busca lacercanía, la intimidad, la unión. Dios no nosama a distancia. Su deseo es vivir en noso-tros, inundarnos con su presencia y con suamor. Esta es la alegría del cristiano en estemundo y lo será en el cielo. Somos tem-plos, lugar donde Dios habita. Hemos sidorescatados del pecado para vivir en su pre-sencia. ¿Cómo seguir pensando en un Dioslejano? Lo que deberemos preguntarnos escómo recibimos esta visita, cómo acoge-mos esta presencia.

«El que me ama guardará mi palabra».Esta es la condición para que las Personasdivinas habiten en nosotros: amar a Cristo.Lo cual no es un puro sentimiento, sino quesupone «guardar su palabra», la actitud defidelidad a Él y cada una de sus enseñan-zas. Por el contrario, «el que no me amano guardará mis palabras». Encontramosaquí un test para comprobar la autenticidadde nuestro amor a Cristo. Dios comprende

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y perdona los fallos, pero no puede aceptaral que reniega del evangelio.

«Él os lo enseñará todo». Estamos a laespera de Pentecostés y es convenienteconocer lo que el Espíritu Santo quiere ha-cer en nosotros. Él es el Maestro interiory su acción es necesaria para entender laspalabras de Cristo. Si él no ilumina, si nohace atractiva la palabra de Cristo, si no dafuerzas para cumplirla, nunca llegaremos avivir el evangelio. Sin él, el evangelio que-da en letra muerta; sólo el Espíritu da vida(2 Cor 3,6).

La Ascensión del Señor

Semana de cenáculoLc 24,46-53

El texto de la carta de los Efesios nos dala clave para entender el significado verda-dero de la ascensión: en Cristo, Dios Pa-dre ha desplegado todo su poder, sentándo-lo a su derecha y sometiéndolo todo. Laascensión pone de relieve que Cristo es«Señor», que todo –absolutamente todo–está bajo su dominio soberano. Y este do-minio se traduce en influjo vital sobre laIglesia, hasta el punto de que toda la vida dela Iglesia le viene de su Señor, de Cristoglorioso, al cual debe permanecer fielmen-te unida.

El evangelio nos subraya que, después dela ascensión, los discípulos se volvieronllenos de alegría. Es la alegría de contem-plar la victoria total y definitiva de Cristo;la alegría de entender el plan de Dios com-pleto y de descubrir el sentido de la humi-llación, de los padecimientos y de la muer-te de Cristo. Es la alegría de saber que Cris-to glorioso sigue misteriosamente presen-te en su Iglesia, infundiéndole su propiavida.

En el momento de la ascensión, Cristo

reitera su promesa: plenamente glorifica-do, derrama en su Iglesia el Espíritu San-to.Esta semana es semana de cenáculo. Todala Iglesia sólo tiene esta tarea que realizar:permanecer con María a la espera del Espí-ritu, que viene con su fuerza poderosa parahacernos testigos de Cristo.

Domingo de Pentecostés

El prodigio de PentecostésJn 20,19-23

Los textos de hoy subrayan de modo elrealismo y la eficacia de la liturgia. No setrata de un mero recuerdo de lo que ocu-rrió. Dios quiere renovar entre nosotrosel prodigio de Pentecostés, realizando las«mismas maravillas» de aquel día. Peca-ríamos si esperásemos menos de lo queDios nos promete.

La maravilla primera y fundamental dePentecostés es una Iglesia viva, llena devitalidad y de empuje. Ya ese mismo díase convierten tres mil personas con la pre-dicación y el testimonio de Pedro. Y todoel libro de los Hechos no es más que ladescripción de una explosión de vida pro-ducida precisamente por el Espíritu San-to. A lo largo de él encontramos una Igle-sia joven, entusiasmada y capaz de entu-siasmar, llena del Espíritu Santo que im-pulsa a la oración, al testimonio, al apos-tolado, a darlo todo: una Iglesia llena de laalegría del Espíritu, pobre y desprendida,que anuncia con gozo y convicción a Cris-to y que está dispuesta a perderlo todo ydejarse matar por él ...

Esto nos debe llevar a hacer examen deconciencia a todos, pastores y fieles. ¿Tie-ne nuestra Iglesia de hoy esa vitalidadentusiasmante? Y, sin embargo, el Espíri-tu Santo es el mismo, no ha perdido fuer-za desde entonces. Si hoy no se produ-cen aquellas maravillas, ¿no será que es-

Ciclo C – Tiempo Pascual

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104 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

tamos resistiendo al Espíritu Santo?

Domingo de la Santísima Trinidad

Familiares de DiosJn 16,12-15

El misterio de la Santísima Trinidad noconsiste en números. Es el misterio de unDios viviente y personal, cuya infinita ri-queza se nos escapa, nos desborda porcompleto. Por eso, el único guía que nosintroduce eficazmente en ese misterio ynos lo ilumina es el Espíritu Santo, que«ha sido derramado en nuestros corazo-nes». Él es quien nos conduce a la ver-dad plena del conocimiento y trato fami-liar con Cristo y con el Padre. Él es elque, viniendo en ayuda de nuestra debili-dad, «intercede por nosotros con gemi-dos inefables», pues «nosotros no sabe-mos orar como conviene».

Dios no nos puede resultar extraño. Porel bautismo estamos familiarizados y con-naturalizados con el misterio de la Trini-dad, pues hemos sido bautizados preci-samente «en el nombre del Padre, del Hijoy del Espíritu Santo». Tenemos la capa-cidad de relacionarnos con las Personasdivinas. Más aún, tenemos el impulso yhasta la necesidad. Para eso hemos sidocreados. Vivimos en Cristo, hemos sidohechos hijos del Padre, somos templo delEspíritu. No, no somos extraños ni foras-teros, sino «conciudadanos de los santosy miembros de la familia de Dios (Ef. 2,19).

Con este misterio de la Trinidad, entra-mos en comunión sobre todo por la Eu-caristía. En ella nos hacemos una sola cosacon Cristo. En ella Cristo derrama sobrenosotros su Espíritu. En ella nos hace-mos más hijos del Padre al recibir al Hijoen la comunión y al acoger al Espíritu quenos hace clamar «Abba, Padre». En la Eu-caristía tocamos el misterio y participamos

de él. Y el misterio nos transforma.

Corpus Christi

Dadles vosotrosLc 9,11b-17

«Comieron todos y se saciaron». La eu-caristía es el alimento que sacia totalmen-te los anhelos más profundos del ser hu-mano. Cristo no defrauda. Él es el pan devida eterna: «El que venga a mí nunca mástendrá hambre» (Jn 6,35). Él –y sólo Él–calma el ansia de felicidad, la necesidad deser querido, la búsqueda de la felicidad...¿No es completamente insensato apagarnuestra sed en cisternas agrietadas que de-jan insatisfecho y que, al fin, sólo produ-cen dolor?

«Dadles vosotros de comer». Cristo nose contenta con darnos su cuerpo en la eu-caristía. Lo pone en nuestras manos paraque llegue a todos. Es tarea de todos –nosólo de los sacerdotes– el que la eucaris-tía llegue a todos los hombres. Todo apos-tolado debe conducir a la eucaristía. Y queCristo tenga cada vez más personas enquienes vivir, según las palabras delsalmista: «No daré sueño a mis ojos ni re-poso a mis párpados hasta que encuentreun lugar para el Señor».

Pero las palabras «dadles de comer» su-gieren también otra aplicación. El que hasido alimentado por Cristo no puede me-nos de dar y darse a los demás. La eucaris-tía es semilla de caridad. El que los pobrestengan qué comer también brota de la eu-caristía. Por eso, el que frecuentando laeucaristía no crece en la caridad, es que enrealidad no recibe a Cristo y le está recha-zando.

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Sagrado Corazón de Jesús

La alegría de DiosEz 34,11-16; Sal 22; Rom 5,5-11; Lc

15,3-7«Buscaré las ovejas perdidas». Frente a

los malos pastores de Israel, que se apro-vechaban de las ovejas, Dios anuncia queÉl mismo en persona saldrá en busca de susovejas. Es lo que ha hecho en la encarna-ción de su Hijo. No ha dado por perdidas alas ovejas obstinadas y rebeldes, sino quelas ha buscado hasta las puertas mismas delinfierno.

«Cuando todavía éramos pecadores». Loque llena de asombro y gratitud el corazónde Pablo es haber sido amado siendo peca-dor, siendo incluso perseguidor de la Igle-sia. Pero al mismo tiempo se da cuenta queesa es la situación de todos los hombres.Nadie hemos sido amados por Dios por-que éramos buenos, sino que siendo cul-pables hemos sido amados de una maneramisericordiosa e inmerecida. Y eso mismose convierte en fuente de esperanza: si fui-mos amados así, ¡cuánto más ahora, ya re-conciliados, tendremos motivos para alcan-zar la plenitud de la salvación!

«Se la carga sobre los hombros, muy con-tento». Es sorprendente escuchar la alegríade Dios por la conversión del hombre. Je-sús no acusa ni reprocha; al contrario, sealegra indeciblemente cuando alguien acep-ta dejarse encontrar y volver al redil. Diosno quiere la muerte del pecador, sino quese convierta y viva. La gloria de Dios es queel hombre viva, que se deje vivificar en ple-nitud, hasta la santidad. ¿Cuántas alegríasestoy dispuesto a dar a Jesucristo que lo haentregado todo por mí?

Tiempo Ordinario

Domingo II del Tiempo Ordinario

Por amor de SiónIs 62,1-5; Sal 95; Jn 2, 1-11

Fuera ya del tiempo de Navidad, la litur-gia de hoy todavía se detienen a saborearalgo de lo que en ese tiempo se nos ha dado.El Evangelio nos habla de un misterio nup-cial: «había una boda». Cristo aparece comoel Esposo que celebra el fes-tín de las bodascon la Esposa, la Iglesia, cuyo modelo esMaría –«la mujer»–. En efecto, la liturgiade Navidad nos ha hecho contemplar elmisterio de la encarnación como los des-posorios del Verbo con la humanidad.

A la luz del evangelio, la primera lecturaexpresa este amor apasionado de Cristopor su Iglesia, a la que anhela embellecery adornar con su propia santidad: «poramor de Jerusalén, no descansaré hastaque rompa la aurora de su justicia». LaIglesia, antes abandonada y devastada,ahora es la «Desposada». El amor de Cris-to, lavándola y uniéndola consigo, la hahecho nueva: «Te pondrán un nombrenuevo pronunciado por la boca del Se-ñor». Más aún, la ha engalanado, deposi-tando en ella sus propias gracias y virtudes,la ha colmado de una gloria que es visiblepara todos los pueblos.

El salmo 95 –típico del tiempo de Navi-dad– canta estas maravillas obradas en laIglesia Esposa, invitando a «toda la tierra»a unirse a su alabanza. Es un himno exul-tante: «Contad a los pueblos su gloria, susmaravillas a todas las naciones», pues la

Ciclo C – Tiempo Pascual

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106 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

gloria de la Iglesia le viene de su Esposo.«Cantad al Señor un cántico nuevo», puesla Iglesia que ha sido renovada por la graciade la Navidad es capaz de cantar de maneranueva.

Domingo III del Tiempo Ordinario

Los ojos fijos en ÉlLc 1,1-4; 4,14-21

El texto de hoy nos presenta a Jesús en laSinagoga proclamando la palabra divina.«Todos tenían los ojos fijos en él». Estaactitud de los presentes ilumina de maneraelocuente cuál ha de ser también nuestraactitud. Puesto que Cristo «está presenteen su palabra» y «cuando se lee en la Igle-sia la Sagrada Escritura es Él mismo quienhabla» (Sacrosanctum Con-cilium 7), notiene sentido una postura impersonal. Sólocabe estar a la escucha de Cristo mismo,con toda la atención de la mente y del co-razón, pendientes de cada una de sus pala-bras, «con los ojos fijos en él».

«Hoy se cumple esta Escritura». La pala-bra que Cristo nos comunica de manerapersonal en ese diálogo «de tú a tú» esademás una palabra eficaz; o sea, que nosólo nos comunica un mensaje, sino quepor su propio dinamismo «realiza aquelloque significa o expresa» (Is 55,11). Siescuchamos con fe lo que Cristo nos dice,experimentaremos gozosamente que esapalabra se hace realidad en nuestra vida.Hoy y aquí, en la proclamación eficaz de laliturgia, se cumple esta Escritura.

«Me ha enviado para dar la Buena Noti-cia a los pobres». Esta palabra de Cristoes siempre evangelio, buena noticia. Perosólo puede ser reconocida y experimen-tada como tal por un corazón pobre. Elque se siente satisfecho con las cosas deeste mundo no capta la insondable riquezade la palabra de Cristo ni experimenta su

dulzura y su consuelo (Sal 19,11). Las ri-quezas entorpecen el fruto de la palabra(Mt 13,22). Sólo el que se acerca a ellacon hambre y sed experimenta la dicha deser saciado (Mt 5,6).

Domingo IV del Tiempo Ordinario

Te convierto en plaza fuerteLc 4,21-30

«¿No es este el hijo de José?» Los pai-sanos de Jesús encuentran dificultades paradar el salto de la fe. Están demasiado acos-tumbrados a una mirada a ras de tierra y seaferran a ella. Y ello acabará llevándoles arechazar a Jesús... También a nosotros nosda vértigo la fe. Y preferimos seguir ancla-dos en nuestras –falsas– seguridades. Man-tenemos la mirada rastrera –que muchasveces calificamos de «racional» y «razo-nable»– sobre las personas y acontecimien-tos, sobre la Iglesia y sobre el misteriomismo de Dios...

«Ningún profeta es bien mirado en su tie-rra». Llama la atención la actitud desafian-te, casi provocativa, de Jesús. Ante la re-sistencia de sus paisanos no rebaja el lis-tón, no se aviene a componendas, no entraen negociaciones. La verdad no se nego-cia. La divinidad de Cristo podrá ser acep-tada o rechazada, pero no depende de nin-gún consenso. Cuando los corazones estáncerrados, Jesús no suaviza su postura; sediría que incluso la endurece, para que laspersonas tomen postura ante él. «O con-migo o contra mí».

«Se abrió paso entre ellos...» Destacatambién la majestad soberana con que Je-sús se libra de quienes pretendían elimi-narlo. En Él se percibe esa fortaleza divinaanunciada en la 1ª lectura (Jer 1,17-19):Jesús es «plaza fuerte», «columna de hierro»,«muralla de bronce»; aunque todos luchencontra él no pueden. No son las circuns-

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tancias externas ni los hombres quienesdeciden acerca de su vida o de su muerte;es su voluntad libre y soberana la que seimpone a todo.

Domingo V del Tiempo Ordinario

Perder pieLc, 5, 1-11

La grandeza de Pedro en este pasaje evan-gélico consiste en no fiarse de sí mismo,de su propio juicio, de su «experiencia».Humanamente hablando, como pescadorexperimentado, tenía razones de sobra paraoponerse a la orden de Jesús: «Nos hemospasado la noche bregando y no hemos pes-cado nada». Sin embargo, deja sus conoci-mientos y su experiencia a un lado para apo-yarse en la palabra de Jesús: «Por tu pala-bra, echaré las redes». Muchas dificultadesen nuestra vida de fe provienen de aquí: nosaferramos a nuestras «experiencias», mu-chas veces mal hechas, en lugar de fiarnospura y simplemente de la palabra de Cristo.

Es precisamente este salto de fe el quecapacita a Pedro para colaborar eficazmentecon Cristo. Primero ha tenido que pasar porla experiencia de un fracaso: sus muchosesfuerzos no han conseguido nada. Y desdeesa experiencia de su pobreza puede abrir-se a recibir una gran redada, una pesca abun-dante, pero como don, como gracia. Sóloasí Jesús puede decirle: «Desde ahora se-rás pescador de hombres».

Y es que para colaborar con Cristo en sumisión y en su tarea no bastan las cualida-des humanas. Para ser instrumento de Cris-to y de su obra hace falta «perder pie» ycaminar en la fe, apoyado en la humildad.Es también esta la experiencia de Pedro –«apártate de mí, Señor, que soy un peca-dor»–, que va unida al asombro por la gran-deza de Cristo y por su capacidad de reali-

zar acciones que sobrepasan infinitamentelas posibilidades humanas.

Domingo VI del Tiempo Ordinario

El peligro de las riquezasLc 6,7.20-26

Jesús no sólo pone las bienaventuranzasen positivo. El «¡ay de vosotros!» es unfuerte aldabonazo para que nadie se llamea engaño. Con ello está resaltando que nose puede ser rico y cristiano al mismotiempo. Nunca más necesarias estas pa-labras de Cristo que ahora. Vivimos enuna sociedad opulenta y con frecuenciase intenta compaginar las riquezas y la feen Jesucristo.

Sin embargo, el evangelio es bastanteexplícito y Jesús no ahorra palabras paraponer en guardia frente al peligro de lasriquezas. Pocos males hay tan rechaza-dos en los evangelios como este. Antetodo, porque las riquezas embotan, ha-cen al hombre necio e impiden escucharla palabra de la salvación (Mt 13,22). Lasriquezas llevan al hombre a hacerse auto-suficiente, endurecen su corazón y le im-piden acoger a Dios; en vez de recibir todocomo hijo, lleno de gratitud, el rico seafianza en sus posesiones y se olvida deDios (Lc 12,15-21).

Por eso hemos escuchado en la prime-ra lectura: «Maldito el hombre que confíaen el hombre». La Virgen sabía bien alcantar el Magnificat: «A los ricos los des-pide vacíos» (Lc 1,53). Las riquezas em-pobrecen al hombre. Le impiden experi-mentar la inmensa dicha de poseer sólo aDios.

A Cristo le duele que el rico se pierda alno haber encontrado el único tesoro ver-dadero (Mt 13,44) y por eso grita y denun-cia el daño de las riquezas, que además cie-

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rran y endurecen el corazón frente al her-mano necesitado. Epulón no ha hecho nadamalo a Lázaro; es condenado simplementeporque no le ha atendido (Lc 16,19-31).

Domingo VII del Tiempo Ordinario

La propia medidaLc 6,27-38

Es inconcebible la capacidad de los cris-tianos de reducir el evangelio a cuatronormas éticas razonables, es decir, a lapropia medida. Sin embargo, Cristo quie-re llevarnos a lo infinito: «Sed misericor-diosos como vuestro Padre es misericor-dioso». Quizá el pecado radical es preci-samente no contemplar al Padre.

Porque sólo desde ahí es inteligible elmandato de Cristo de amar a los enemi-gos. No sólo de perdonar –menos toda-vía el «perdono, pero no olvido», que noes perdón ni es nada–, sino de amar posi-tivamente, hasta dar la vida por los mis-mos enemigos como ha hecho Cristo.

Bien visto, muchos cristianos tienen detales sólo el nombre. Aman a los que losaman a ellos, hacen el bien a quien se lohace a ellos, prestan cuando esperan sa-car alguna ganancia. Y lo malo es que nosólo son fallos de hecho pero repudiados,sino que la misma mentalidad, la ma-nerade pensar, no es evangélica, no es la deCristo.

Y no digamos nada de la sentencia evan-gélica: «A quien te pide, dale». O del «nojuzguéis». Se hace urgente una conver-sión de los católicos en la mente y en co-razón para acercarnos al evangelio del quehemos renegado.

Domingo VIII del Tiempo OrdinarioGuías ciegos...

Lc 6,39-45

El texto evangélico de hoy es ante todouna llamada a no juzgar. Jesús no dice que«estaría bien» no juzgar, sino que el quejuzga necesariamente se equivoca. En efec-to, sólo Cristo conoce lo que hay en elcorazón del hombre (Jn 2, 24-25), pues«los hombres miran las apariencias, peroDios ve el corazón» (1 Sam 16,7). Y ade-más el ojo del que juzga está incapacitadopara ver por la viga que le ciega.

Jesús insiste en la absoluta necesidad dela limpieza de corazón. Todos tenemos dealgún modo la tarea de guiar a los demás:el padre o la madre de familia, el catequis-ta, el maestro, el sacerdote...

Pues bien, corremos el riesgo de serguías ciegos que conduzcan a los demás ala fosa. Sólo el que tiene el corazón purifi-cado, el que ha quitado la viga del propioojo, es capaz de ver claro y con acierto, escapaz de conducir a los demás hacia el bien,de orientarles con seguridad y evitarles lospeligros. El que no ha quitado la viga delpropio ojo se equivoca continuamente yrotundamente, aun sin saberlo; como no vey está ciego, hace más mal que bien, inclu-so cuando cree hacer bien.

El evangelio siempre nos lleva a la inte-rioridad, a lo profundo: no hay árbol buenoque dé fruto malo ni árbol malo que dé fru-to bueno. Frente a la tentación de vivir lasapariencias, de cara a la galería, Cristo nosinvita a ser hombres que echan raíces en él(Col 2,7) para dar fruto bueno, nos impul-sa a mirar el propio corazón para arrancartoda hierba mala.

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Domingo IX del Tiempo OrdinarioLa fe del centurión

Lc 7,1-10

«No soy quién...» Conmueve la humildadde este centurión. Un hombre con poder,que tiene gente bajo sus órdenes, que quizáhumanamente tendría motivos para ser or-gulloso y altanero... Sin embargo, se con-sidera indigno incluso de que Jesús entreen su casa. No exige ni reclama; suplica conhumildad.

La Iglesia pone en nuestros labios estaspalabras como preparación inmediata a lacomunión: «No soy digno...» ¡Si comulgá-ramos siempre con la misma conciencia deindignidad que este centurión...!

«Dilo de palabra». Junto a la concienciade indignidad, la fe firme en el poder deCristo. Más aún, en el poder de su palabra.Humildad no es apocamiento. El recono-cimiento de nuestra indignidad puede y debeir unido al reconocimiento del poder deDios. Su sola palabra es capaz de obrar gran-des cosas. En efecto, «Él lo dijo y existió,Él lo mandó y surgió» (Sal 33,9).

«Ni en Israel he encontrado tanta fe». Elque hace este acto impresionante de fe esprecisamente un pagano, un extranjero. Élsabe que su propia palabra surte efectocuando manda algo a un subordinado, pues¡cuánto más la palabra del Hijo de Dios! Enél se realiza el universalismo de la salva-ción anunciado en el A.T. (1ª lectura: 1Re8,41-43; Salmo responsorial: Sal 116,1).¿Por qué con tanta frecuencia «los de siem-pre» o «los cercanos» somos los más in-crédulos?

Domingo X del Tiempo Ordinario

La visita de DiosLc 7,11-17

«Le dio lástima». Este relato –que sóloLucas nos refiere– muestra la compasióny la bondad de Cristo. El corazón se le vaespontáneamente hacia los más pobres ymás desprotegidos. El difunto es un jo-ven, la mujer –que además era viuda–queda completamente desvalida, este hijoera el único... Es un milagro que nadiepide, sino que brota totalmente de las en-trañas misericordias de Cristo el Señor.

«A tí te lo digo, levántate». Al mismotiempo, llama la atención en toda la esce-na la autoridad soberana de Jesús: Él tomaabsolutamente la iniciativa, manda a lamujer no llorar, manda al joven levantar-se... Junto con la misericordia, irrumpeen la historia el poder de Dios. Porquetodo sucede conforme a su palabra: lodice y lo hace.

«Dios ha visitado a su pueblo». En efec-to, la visita de Dios es salvífica. Todosquedan sobrecogidos, pues los aconteci-mientos se han desarrollado de maneracontraria a las previsiones. La muerte hasido derrotada. Ningún mal puede resistira la acción todopoderosa de Dios en suHijo Jesucristo. Basta que nos dejemosvisitar por Él. ¿Cómo seguir diciendo que«todo tiene remedio menos la muerte»?Es contradictorio ser cristiano y poner lí-mites a la esperanza.

Domingo XI del Tiempo Ordinario

La gratitud del perdonadoLc 7,36-8,3

«Tus pecados están perdonados». Des-taca en este relato la gratitud y la alegría

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por el perdón. Todos los gestos de estamujer muestran que a Jesús le debe todo:«sus muchos pecados están perdonados».El gozo la inunda. Y la gratitud también. Suslágrimas no son de arrepentimiento, sinode alegría, de gozo agradecido. Su amor aJesús es respuesta de quien se sabe amadagenerosamente, gratuitamente; es respuestaa aquel que la amó primero (cf. 1Jn 4,19).

«Tu fe te ha salvado». Como buen discí-pulo de Pablo, Lucas sabe bien que sóloJesús salva, y que esta salvación se aco-ge por la fe. Esta mujer se sabe sin méri-tos propios. No se ha salvado ella: ha sidosalvada. Ella ha creído en Jesús, se hafiado de él; y Jesús ha volcado sobre ellatodo su poder salvífico convirtiéndola enuna mujer nueva.

«Has juzgado rectamente». Todo estoes lo que muestra claramente la parábolaque Jesús propone a Simón el fariseo. Laparábola es de una lógica aplastante. Sinembargo, Simón no es capaz de sacar susconsecuencias en el plano religioso. Elfariseo que todos llevamos dentro se re-bela ante el hecho de recibir la salvacióncomo don gratuito. Quisiéramos poderexhibir derechos ante Dios, quisiéramosno depender de Él totalmente. La gratitudy el gozo son los mejores signos de quehemos sido salvados.

Domingo XII del Tiempo Ordinario

Conocer a JesúsLc 9,18-24

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»Después de una pregunta general («¿quiéndice la gente que soy yo?»), Jesús encaradirectamente a los discípulos. Pedro asílo entiende, y responde personalmente aJesús. También nosotros debemos dejar-nos interpelar personalmente por Él, caraa cara, dejándonos mirar por Cristo y

mirándole fijamente. Jesús te pregunta:«¿Quién soy yo realmente para ti?». Nobastan respuestas aprendidas, sabidas. Esnecesaria una respuesta personal.

«El Hijo del hombre tiene que padecer...»Tras la respuesta de Pedro, es Jesús mis-mo quien explica quién es Él. Sólo Él co-noce su propio misterio, su verdadera iden-tidad. Debemos dejarnos enseñar e instruirpor Él. Ante Cristo somos siempre apren-dices. Su misterio nos supera y nos des-borda. No lo entendemos, y aun nos resis-timos, sobre todo cuando se trata de lacruz...

«El que quiera seguirme, que se niegue así mismo...» Conocer a Jesús es seguirle.De nada sirve saber cosas sobre Él si esono nos conduce a seguirle más de cerca porsu mismo camino. El verdadero conoci-miento lleva al seguimiento. Y sólo si-guiéndole de cerca podemos conocerle deveras.

Domingo XIII del Tiempo Ordinario

No se negociaLc 9,51-62

Jesús llama a seguirle. Pero seguir a Cris-to implica la vida entera, no sólo algunosmomentos o algunas zonas de nuestra exis-tencia. Lo que el profeta no podía exigir(primera lectura), por ser un hombre, Cris-to sí puede por ser el Hijo de Dios. Másaún, no hay otra manera de seguir a Cristo:«El que mira hacia atrás no es apto para elReino de Dios». El seguimiento de Cristosólo puede ser incondicional. No cabenrebajas ni descuentos. El seguimiento deCristo no es una cuestión de negociacio-nes. Poner condiciones es estar diciendo«no», es ya dejar de seguirle. Cristo lo hadado todo y lo pide todo. Y esto es lo queimplica ser cristiano: un seguimiento in-condicional. No hay dos tipos de cristia-

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nos. Sólo es verdaderamente cristiano elque «va a por todas». Cristo comprende ladebilidad humana y los fallos motivados porella, pero no acepta la mediocridad por sis-tema, el «bajar el listón», los cálculosegoístas. Los apóstoles fueron grandes pe-cadores: san Pedro llegó a negar a Cristo,san Pablo persiguió a la Iglesia... Pero nofueron mediocres: se dieron del todo, gas-taron su vida por Cristo, sin reservarse nada.

El que no entiende en absoluto, será in-capaz de seguir a Cristo. Porque él quiereser el absoluto de nuestra vida. El que seescandaliza porque Cristo pide la renunciaincluso a cosas buenas es que no ha enten-dido nada del evangelio. Ser cristiano noequivale a ser honrado y no hacer mal; esolo procuran también los ateos. Ser cristia-no significa estar dispuesto a toda renun-cia y a todo sacrificio por Cristo.

Domingo XIV del Tiempo Ordinario

Poneos en camino...Lc 10,1-12.17-23

«¡Poneos en camino!». Todo cristiano esmisionero. Bautizado y confirmado, es en-viado por Cristo al mundo para ser testigosuyo. En cualquier situación o circunstan-cia, en cualquier época o ambiente, el cris-tiano es un enviado, va en nombre de Cris-to, para hacerle presente, para ser sacramen-to suyo. Y las palabras de Jesús revelan laurgencia de esta misión ante las inmensasnecesidades del mundo y, sobre todo, porel anhelo de su corazón. ¿Me veo a mí mis-mo como un enviado de Cristo en todomomento y lugar?

«No llevéis talega, ni alforja, ni sanda-lias». El que va en nombre de Cristo se apo-ya en el poder del Señor. Su autoridad noviene de sus cualidades, ni su eficacia delos medios de que dispone. Al contrario,su ser enviado se pone de relieve en su po-

breza, y el poder del Señor se manifiestaen la desproporción de los medios: «Notengo oro ni plata, te doy lo que tengo: ennombre de Jesucristo, echa a andar» (Hch3,6), Lo más contradictorio con el apóstoles la búsqueda de seguridades fuera deCristo.

En este contexto la expresión «el obre-ro merece su salario» significa «comed ybebed de lo que tengan», es decir, vividde limosna. Una Iglesia que no es pobreno es ya la Iglesia de Jesucristo y, portanto, no puede producir frutos de vidaeterna.

«Os he dado potestad para pisotear todoél ejercito del enemigo». Una Iglesia queva en nombre de Cristo, pobre apoyadasólo en él, no tiene motivos para asustar-se ni desanimarse ante el mal. Con las ar-mas de Cristo –no las de este mundo: 1Cor 2,1-5; 2 Cor 10,4-5– ha recibido po-der para combatir y vencer el mal.

Domingo XV del Tiempo Ordinario

Entrañas de misericordiaLc 10,25-37

«Dio un rodeo y pasó de largo». Haytantas formas de pasar de largo... Y lo peores cuando además las enmascaramos conjustificaciones «razonables»: «No tengotiempo», «los pobres engañan», «ya hehecho todo lo que podía...» O peor aún:«hoy día ya no hay pobres». Es exacta-mente dar un rodeo –aunque sea muy ele-gante– y pasar de largo. Lo que hicieronel sacerdote y el levita. Y, sin embargo, elpobre es Cristo, que nos espera ahí, quenos sale al encuentro bajo el ropaje delmendigo: «tuve hambre... Estuve enfer-mo... Estuve en la cárcel».

«Se compadeció de él». Este es el secre-to. El verdadero cristiano tiene entrañas de

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misericordia. No sólo ayuda: se compade-ce, se duele del mal del otro, sufre con él,comparte su suerte... Y porque tiene entra-ñas de misericordia llega hasta el final; nose conforma con los «primeros auxilios».Y porque tiene entrañas de misericordia lotoma a su cargo, como cosa propia; y esoque era un desconocido, un extranjero –in-cluso de un país enemigo, pues «los judíosno se trataban con los samaritanos»–. «Se-ñor, danos entrañas de misericordia antetoda miseria humana».

El buen samaritano es Cristo. Es él quien«siente compasión, pues andaban comoovejas sin pastor» (Mt 9,36). Es él quienno sólo nos ha encontrado «medio muer-tos», sino completamente «muertos pornuestros pecados» (Ef 2,1). Es él quiense nos ha acercado y nos ha vendado lasheridas derramando sobre nosotros el vinode su sangre. Es él quien nos ha liberadode las manos de los bandidos... ¿Cómopagaré al Señor todo el bien que me hahecho?» «Anda, haz tú lo mismo».

Domingo XVI del Tiempo Ordinario

A los pies del SeñorLc 10,38-42

«Sentada a los pies del Señor, escucha-ba su palabra». Esta actitud de María re-sume perfectamente la postura de tododiscípulo de Jesús. «A los pies del Se-ñor», es decir, humildemente, en obedien-cia, en sometimiento a Cristo, conscientede que él es el Señor, no como quien dis-pone la Palabra, sino como quien se dejainstruir dócilmente, más aún, se deja mo-delar por la palabra de Cristo. Y ello enatención permanente al Maestro, en unaescucha amorosa y continua, pendiente desus labios, como quien vive «de toda pa-labra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4).

«Sólo una cosa es necesaria». Son pala-

bras para todos, no sólo para las monjas declausura. Si sólo una cosa es necesaria,quiere decir que las demás no lo son. Pero,por desgracia, ¡nos enredamos en tantascosas que nos hacen olvidarnos de la únicanecesaria y nos tienen inquietos y nervio-sos! Y lo peor es que, como en el caso deMarta, muchas veces se trata de cosas bue-nas. Las palabras de Jesús sugieren que nadadebe inquietarnos ni distraernos de su pre-sencia y que en medio de las tareas que Diosmismo nos encomienda hemos de perma-necer a sus pies, atentos a él y pendientesde su palabra.

Esta actitud de María, la hermana de Mar-ta, se realiza admirablemente en la otraMaría, la Madre de Jesús. Ella es la per-fecta discípula de Jesús, siempre pendien-te de los labios de su Maestro, totalmentedócil a su palabra, flechada hacia lo úniconecesario.

Domingo XVII del Tiempo Ordinario

«Enséñanos a orar»Lc 11,1-13

El evangelio de hoy nos recuerda algoesencial en la vida del cristiano: el trato deintimidad con nuestro Padre. Puesto quesomos hijos de Dios, la tendencia y el im-pulso es a tratar familiarmente con el Pa-dre. La oración, por tanto, no es un lujo,sino una necesidad; no es algo para privile-giados, sino ofrecido por gracia a todos;no es una carga, sino un gozo. Los discípu-los se ven atraídos precisamente por esafamiliaridad que Jesús tiene con el Padre.Viendo a Jesús en oración, le dicen: «En-séñanos a orar».

Esta intimidad desemboca en confianza.Jesús quiere despertar sobre todo esta con-fianza: «Si vosotros que sois malos sabéisdar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuántomás vuestro Padre celestial...!»

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Si el amigo egoísta cede ante la peticióndel inoportuno, ¡cuánto más él, que es elgran Amigo que ha dado hasta su vida pornosotros! Pero esta confianza sólo crecesobre la base del conocimiento de Dios. Lomismo que un niño confía en sus padres enla medida en que conoce y experimenta suamor, así también el cristiano delante deDios.

La certeza de «pedid y se os dará estáapoyada en él «¡cuánto más vuestro Padrecelestial!» Por tanto, en el fondo, el evan-gelio nos está invitando a mirar a Dios, atratarle de cerca para conocerle, a dejar-nos sorprender por su grandeza, por su in-finita generosidad, por su poder irresisti-ble, por su sabiduría que nunca se equivo-ca. Sólo así crecerá nuestra confianza ypodremos pedir con verdadera audacia, conla certeza de ser escuchados y de recibir loque pedimos. Sólo así nuestras oracionesno serán palabras lanzadas al aire en unmonólogo solitario.

Domingo XVIIIdel Tiempo Ordinario

Necedad y sensatezLc 12,13-21

El evangelio nos presenta el reverso delo que es el núcleo esencial del mensaje deCristo. Jesús ha venido a comunicarnos quesomos hijos de Dios, que nuestro Padre noscuida y que, por consiguiente, es precisohacerse como niños, confiar en el Padreque sabe lo que necesitamos y dejarnoscuidar (Mt 6,25-34).

El pecado del hombre del evangelio esque no se ha hecho como un niño: ha ate-sorado, fiándose de sus propios bienes, envez de confiar en el Padre. La clave la danlas palabras de Jesús al principio: «Aunqueuno ande sobrado, su vida no depende desus bienes». Por eso este hombre es califi-

cado como «necio». Su absurda insensatezconsiste en olvidarse de Dios buscandoapoyarse en lo que posee, creyendo encon-trar seguridad fuera de Dios.

En efecto, la autosuficiencia es el granpecado y la raíz de todos los pecados,desde Adán hasta nosotros. La autosufi-ciencia que nace de no querer dependerde Dios, sino de uno mismo, y lleva aacumular dinero, conocimientos, bienes-tar, ideas, amistades, poder, cariño e in-cluso virtudes o prácticas religiosas. Jus-tamente lo contrario del hacerse como ni-ño es el sensato; su humildad y confianzale abren a recibir todo como un don, in-cluidas las inmensas riquezas de «los bie-nes de allá arriba». El que busca afianzar-se en sí mismo en lugar de recibirlo todocomo don es necio y antes o después aca-bará percibiendo que todo es «vaciedadsin sentido».

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

La mejor inversiónLc 12,38-42

«Un tesoro inagotable». Toda palabra dela Escritura es expresión del amor de Diospor nosotros. También cuando a primeravista no lo parece. La invitación de Jesúses clara: «Vended vuestros bienes, y dadlimosna». Pero ese imperativo no va con-tra nosotros, sino a nuestro favor: nosinvita a hacernos «talegas que no se echena perder», a depositar nuestros bienes allí«donde no se acercan los ladrones ni roela polilla». Con otras palabras: nos invitaa realizar la mejor inversión posible ha-ciendo que nuestros bienes se transfor-men en «un tesoro inagotable en el cielo».

«Estad preparados». La parábola siguien-te nos recuerda una verdad esencial de laenseñanza de Jesús: que Él va a volver y quehay que permanecer vigilantes, a la espera.

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114 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Los bienes materiales pueden hacernos ol-vidar lo único importante: ¡sería trágico!Todo lo de aquí abajo es provisional, es re-lativo (cf. 1Cor 7,29-31).

«Administrador fiel y solícito». Mientrasestamos en este mundo somos nada más –¡y nada menos!– que administradores de losbienes que Dios nos confía. Unos bienesque –empezando por la misma vida– no nospertenecen en propiedad y hemos de saberadministrar con sensatez según el querer deDios. Sólo con sentido de eternidad pode-mos administrar rectamente. Sólo a la luzde los bienes del cielo –los definitivos yeternos– podemos valorar y usar justamentelos de la tierra.

Domingo XX del Tiempo Ordinario

Pura pasiónLc 12,49-53

«No he venido a traer paz, sino división».Misteriosa frase de Jesús que contrasta conotras salidas de sus mismos labios: «La pazos dejo, mi paz os doy». Ello quiere decirque no hemos de entender las palabras deCristo según nuestros criterios puramentehumanos: «No os la doy como la da el mun-do» (Jn 14,27).

La paz de Cristo no consiste en la caren-cia de lucha, no se identifica con una situa-ción de indiferencia donde todo da igual,ni proviene de la eliminación de las difi-cultades. Cristo es todo lo contrario a esfalsa paz, a esa actitud anodina que en elfondo delata que uno no tiene nada por loque valga la pena luchar, vivir y morir; él espura pasión, fuego devorador: «He venidoa prender fuego en el mundo».

También el cristiano vive en una lucha amuerte contra el mal: «Todavía no habéisllegado a la sangre en vuestra pelea contrael pecado». El profeta es perseguido pordenunciar el mal. Una paz que nace de tole-

rar el mal no es la paz de Cristo. Hay quecontar con que los que rechazan a Cristo,aunque sean de la propia familia, siemprenos perseguirán, precisamente por seguira Cristo ser fieles al evangelio. Una pazcobarde, lograda a ba-se de traicionar aCristo, no es paz. Él es el primero, el úni-co, el absoluto. Cristo y su evangelio noson negociables. Poner como criteriomáximo el no chocar, el estar a bien contodos a cualquier precio, el no crearse pro-blemas, acaba llevando a renegar de Cris-to. Y a veces se impone la opción: «O con-migo o contra mí».

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

Entrar por la puerta estrechaLc 13,22-30

«¿Serán pocos los que se salven?» Jesúsno suele responder a las preguntasmalintencionadas ni a las realizadas porsimple curiosidad. Tampoco a las mal for-muladas, como en este caso; o mejor di-cho, responde rectificando. Jesús no quie-re decir si serán pocos o muchos los quese salven, porque es una curiosidad inútil ouna búsqueda de seguridad y tranquilidad ouna excusa en la responsabilidad personal.Responde invitando a entrar por la puertaestrecha. Es como decir: «Puedes salvarteo condenarte; en tu mano está acoger lasalvación entrando por el camino marcadopor Dios».

«No sé quienes sois». Las palabras si-guientes acentúan la llamada a la conver-sión y a la responsabilidad. Los judíos secreían posesores seguros de la salvaciónporque tenían la Ley de Dios y su revela-ción. Pero Jesús insiste en que el Reinode Dios no hay privilegios. Sólo la obe-diencia a Dios y a su palabra nos abre a lasalvación. Jesús sólo reconoce y aceptaa los que han aceptado ser suyos.

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«Hay últimos que serán primeros, y pri-meros que serán últimos». Ciertamente lasapariencias engañan. Pero a Dios, que «es-cruta los corazones» (Hch 1,24), no es po-sible engañarle. Por eso, la única respuestacorrecta a la pregunta inicial es: «Vive enla verdad, de cara a Dios, procurando agra-darle en todo... Lo demás se te dará por aña-didura».

Domingo XXII del Tiempo Ordinario

El único caminoLc 10,1-12.17-20

Jesús siempre va a lo esencial. Él, queconoce el corazón del hombre» (Jn 2,25),sabe que, desde Adán, nuestro más grave males el deseo de sobresalir. Sin embargo, nun-ca es más grande el hombre que cuando sesiente pequeño delante de Dios. La humil-dad es su lugar, pues no puede exhibir de-lante de Dios ningún derecho. Todo lo quees y tiene lo ha recibido: ¿De qué enorgu-llecerse? (1 Cor 4,7). Y, por otra parte, ¿quéson todas las grandezas humanas al lado delpuesto en que hemos sido colocados porgracia junto a los santos, los ángeles y elmismo Dios?

«El que se humilla, será ensalzado».Como tantas otras palabras del evangelio,esta frase nos da un verdadero retrato delpropio Cristo. Él es el que verdaderamentese ha humillado, despojándose totalmente,hasta el extremo de la muerte en cruz. Poreso precisamente Dios Padre le ha exalta-do sobremanera y le ha concedido una glo-ria impensable (Fil 2,6-11). Él nos enseñapor dónde se alcanza ese oculto deseo degloria que todos llevamos dentro. La hu-millación es el único camino, no hay otro.Cristo quiere desengañarnos y lo hace con-virtiéndose él en modelo y caminando pordelante.

La última parte del evangelio nos recuer-da: ¡Cuántos actos inútiles y sin provechopara la vida eterna porque buscamos de milmaneras recompensa y paga de los hom-bres!

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Sin condicionesLc 14,1.7-14

En el transcurso de su larga subida a Je-rusalén para sufrir la pasión y entrar así enla gloria, quiere dejar muy claras las con-diciones para ser discípulo suyo. ¡Que na-die se llame a engaño! Ya desde el primerpaso hay que estar dispuesto a «renunciar atodos los bienes» y a «posponer al padre ya la madre, a la mujer y a los hijos, a loshermanos y así mismo». Sin estar dispues-to a jugárselo todo por Cristo, ni se cons-truirá ese edificio que es la Iglesia ni sevencerá la batalla contra las fuerzas del mal.

Lo que Cristo dice parece duro y exigen-te. Por eso es necesario que Dios «nos désabiduría enviando su santo Espíritu desdeel cielo» (1ª lectura) para que estas pala-bras nos resulten atractivas y encontremosen ellas nuestro gozo. Esta sabiduría, quees don del Espíritu, no sólo nos hace en-tender las palabras de Cristo, sino que sus-cita en nosotros el deseo de cumplirlas entotalidad y con perfección.

Es sólo el amor apasionado a Jesucristoel que nos hace estar dispuestos a perderlotodo por él, a no poner condiciones, a noanteponer a él absolutamente nada. Cuan-do no existe ese amor o se ha enfriado, todoson «peros», se calcula cada renuncia, serecorta la generosidad, se frena la entre-ga....

Ciclo C – Tiempo Ordinario

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116 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Domingo XXIVdel Tiempo Ordinario

Estamos todosLc, 14,25-33

La conducta de Jesús es desconcertante.Para la lógica de los fariseos –y quizás tam-bién para la nuestra–, los pecadores han deser señalados con el dedo, han de ser pues-tos aparte y despreciados. Sin embargo, él«acoge a los pecadores y come con ellos»Jesús introduce en el mun-do otra lógica. Élnunca considera bueno al pecador. Él nuncadice que la oveja descarriada no esté des-carriada. Lo que hace es, en lugar de recha-zarla, ir a buscarla, y cuando la encuentrase llena de alegría, la carga sobre sus hom-bros, la venda las heridas, la cuida, la ali-menta.... Así es el corazón de Cristo. Suamor vence el mal con el bien. Para hastarehacer por completo al pecador, hasta sa-carle de su fango y devolverle la dignidadde hijo de Dios.

Lo que ocurre es que en la categoría depecadores estamos todos. Frente al orgu-llo altanero y despreciativo de los fariseos,san Pablo afirma categóricamente: «Jesúsvino al mundo a salvar a los pecadores, yyo soy el primero» (2ª lectura). Todos ne-cesitamos ser salvados. Y si no hemos caí-do más bajo ha sido por pura gracia. Ellono es motivo de orgullo y el desprecio delos demás, sino para la humildad y el agra-decimiento.

Domingo XXV del Tiempo Ordinario

¿Cuál es mi tesoro?Lc 16,1-13

«Los hijos de este mundo son más astu-tos... que los hijos de la luz». He aquí laenseñanza fundamental de esta parábola.Este administrador renuncia a su ganan-cia, a los intereses que le correspondían

del préstamo, para ganarse amigos que lereciban en su casa cuando quede despedi-do. Jesús alaba esta astucia y sugiere quelos hijos de la luz deberíamos ser más as-tutos cuando son los bienes espirituales losque están en juego. ¡Qué distinto sería silos cristianos pusiéramos en el negocio dela vida eterna por lo menos el mismo inte-rés que en los negocios humanos! Debe-mos preguntarnos: ¿Qué estoy dispuesto asacrificar por Cristo?

«Ningún siervo puede servir a dos amos».Esta es la explicación profunda de lo ante-rior. El que tiene como rey y centro de sucorazón el dinero, discurre lo posible y loimposible para tener más. Y lo mismo elque busca fama y honor, gloria humana,poder, comodidad... El que de veras se hadecidido a servir al Señor, está atento acómo agradarle en todo y se entrega a laconstrucción del Reino de Dios, buscandoque todos le conozcan y le amen. Se notasi servimos al Señor en que cada vez másnuestros pensamientos, anhelos y deseosestán centrados en Él y en sus cosas. «Don-de está tu tesoro, allí está tu corazón» (Lc12,34). ¿Dónde está puesto mi corazón?¿Cuál es mi tesoro? ¿A quién sirvo de ve-ras?

Domingo XXVIdel Tiempo Ordinario

Basta la palabraLc 16,19-31

He aquí uno de esos evangelios que nonecesitan comentario. Todo él está marca-do por el contraste entre la situación de estavida y la después de la muerte. Mientras elpobre Lázaro es llevado al seno de Abrahán,del rico se dice simplemente que «lo ente-rraron» y ni se menciona su nombre; lostormentos son su herencia definitiva. ¿Has-ta qué punto valoramos las cosas tal como

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son de verdad? ¿Realizamos nuestras op-ciones según los valores eternos? ¿O nosdejamos seducir por apariencias pasajerasy efímeras?

El texto sugiere que el rico es condena-do precisamente por malgastar sus bie-nes y no atender al pobre que mendiga asus pies. ¡Terrible aviso para nosotros, quetenemos algo –o mucho– del hombre ricode la parábola! Y es que el pobre es Cris-to. Por eso, rechazar al pobre es rechazara Cristo: «Apartaos de mí, malditos; id alfuego eterno preparado para el diablo ysus ángeles, porque tuve hambre y no medisteis de comer» (Mt 25, 42-42).

Por otra parte, la condenación del ricoesconde también otro rechazo: el despre-cio de la palabra de Dios. Lo que pareceuna actitud dura de Abrahán, en realidadno lo es: los hermanos de rico podránevitar la condenación si escuchan a Moi-sés y los profetas. Para el que quiere oíry obedecer a Dios, la palabra de Dios bas-ta. En cambio, para el que está cerrado aDios y a su palabra porque las riquezashan endurecido su corazón, ni el mayorprodigio puede abrir sus ojos que estánembotados para ver (Mt 13,15), no harácaso «ni aunque resucite un muerto».

Domingo XXVIIdel Tiempo Ordinario

El poder de la feLc 17,5-10

El Nuevo Testamento nos recuerda demúltiples manes que la fe es el único ca-mino para nuestra relación con Dios: «sinfe es imposible agradar a Dios» (Heb11,6). Por eso mismo es la raíz y funda-mento de toda la vida del cristiano.

Las palabras «si tuvierais fe» que Jesúsdirige a los apóstoles y a nosotros sugie-ren que nuestra fe es prácticamente nula,

ya que bastaría «un granito» para ver mara-villas. Es grande el poder de la fe, puescuenta con el poder infinito de Dios. Elverdadero creyente no se apoya en sus li-mitadas capacidades humanas, sino en lailimitada potencia de Dios, para el cual«nada hay imposible» (Lc 1,37). La fe esla única condición que Jesús pone a cadapaso para obrar milagros y es también lacondición que espera encontrar hoy en no-sotros para seguir realizando sus maravi-llas y llevar adelante la historia de la salva-ción en nuestro mundo.

El texto evangélico quiere fijar nuestraatención en este poder de Dios. El ejem-plo de la morera es una forma de ilustrarque Dios es capaz de realizar lo humana-mente imposible. Por eso, lo decisivo noson las dificultades y los males que vemosalrededor. Lo decisivo es la fe que esperatodo de Dios, que no pone límites al poderde Dios. «Si crees verás la gloria de Dios»(Jn 11,40), es decir, a Dios mismo actuan-do y transformando la muerte en vida. Anosotros, pobres siervos, nos correspon-de avivar el fuego de esta gracia de la feque nos ha sido dada; esto es lo que «tene-mos que hacer».

Domingo XXVIIIdel Tiempo Ordinario

Salvados por la feLc 17,11-19

«Tu fe te ha salvado». San Lucas subrayael contraste entre los nueve leprosos queno regresan y el que sí vuelve sobre suspasos para dar gloria a Dios. Todos han que-dado limpios de su lepra, pero sólo este hasido «salvado», porque sólo él ha sabidoreconocer en Jesús al Salvador. Por eso sele dice: «Tu fe te ha salvado». Y es que Je-sús obra el milagro para provocar la fe yrealizar así la curación de otra enfermedadmás grave y profunda. Los beneficios que

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recibimos de Dios son signos de su podersalvador y de su amor misericordioso. ¿Re-cibo los dones de Dios como signos? ¿Mellevan a creer más en Cristo y a abrirme asu poder salvador?

Por otra parte, la auténtica fe lleva a ado-rar: «Se echó por tierra a los pies de Je-sús». Este leproso, al verse curado, reco-noce la grandeza de Cristo y experimentala necesidad de adorarle. Frente a la actitudde los otros nueve, que sólo buscan a Jesúspara su propio interés y cuando han recibi-do la curación se olvidan de él, este hom-bre entiende que Jesús es el Señor y que hade ser amado por sí mismo y servido conabsoluto desinterés. En él, la fe se convierteen amor agradecido y adorante. ¿Cómo esmi relación con Dios? ¿Le sirvo con todasmis fuerzas, o me sirvo de él para mis fi-nes?

Esta fe le ha hecho experimentar ademásla compasión de Jesús. Los otros nueve,que también pedían «ten compasión de no-sotros», han sentido su cuerpo sanado, perono han experimentado la compasión y lamisericordia de Cristo que sólo la fe haceposible.

Domingo XXIXdel Tiempo Ordinario

El poder de la oraciónLc 18,1-8

Por tercer domingo consecutivo el evan-gelio nos remite a la fe como realidad fun-damental de nuestra vida cristina: «Cuandovenga el Hijo del Hombre, ¿encontrará estafe en la tierra?». En este caso, se trata deuna fe que desemboca en oración, de unaoración empapada de fe. Para inculcarnosla necesidad de orar siempre sin desfalle-cer, Jesús nos propone la parábola del juezinicuo: Si este hombre sin sentimientosatiende a los ruegos de la viuda sólo para

que le deje en paz, ¡cuánto más no atenderáDios las súplicas de los elegidos que cla-man a él día y noche!

En consecuencia, la eficacia de la ora-ción garantizada por el lado de Dios, puesla súplica se encuentra con un Padre infi-nitamente amoroso que siempre escuchaa sus hijos, atiende a sus necesidades yacude en su socorro. Pero del lado nues-tro requiere una fe firme y sencilla, quesuplica sin vacilar, convencida de que loque pide ya está concedido (Mc 11,24).Es esta fe la que hace orar con insistencia–clamando «día y noche»– y con perse-verancia –«siempre sin desanimarse»–,aunque a veces parezca que Dios no es-cucha, con la certeza de que «el auxiliome viene del Señor».

Una ilustración de este poder de la ora-ción lo tenemos en la primera lectura:«Mientras Moisés tenía en alto las manosvencía Israel». La oración es el arma máspoderosa que nos ha sido dada. Ella escapaz de transformar los corazones ycambiar el curso de la historia. Una ora-ción hecha con fe es invencible; ningunadificultad se le resiste.

Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Pasando facturaLc 18,9-14

He aquí uno de esos temas que apare-cen continuamente en el evangelio, de di-versas formas. La actitud adecuada delhombre en su relación con Dios sólo pue-de ser la de reconocer que Dios «es elque es» y «el que hace ser» (Ex 3,14),mientras que el hombre es el que no esnada por sí mismo, el que lo recibe todode Dios. La auténtica relación del hombrecon Dios sólo puede basarse en la verdadde lo que es Dios y en la verdad de lo quees el hombre. Por eso, enorgullecerse de-

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lante de Dios no es sólo algo que esté mo-ralmente mal, sino que es vivir en lamentira radical: «¿Qué tienes que no lohayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿aqué gloriarte como si no lo hubieras reci-bido? (1 Cor 4,7).

Ello es válido sobre todo para el encuen-tro con Dios en la oración. Además de lafe que nos recordaba el evangelio del do-mingo pasado, es radicalmente necesariala humildad que nos recuerda el de hoy.La única actitud justa delante de Dios esla de acercarnos a Él mendigando su gra-cia, como el pobre que sabe que no tienederecho a exigir nada y que pide confiadosólo en la bondad del que escucha. Poreso, nada hay más contrario a la verdade-ra oración que la actitud del fariseo, quese presenta ante Dios exigiendo derechos,pasando la factura.

Más aún: no sólo no tenemos derecho,sino que somos positivamente indignos deestar en presencia de Dios por haber re-chazado tantas invitaciones suyas a lo lar-go de nuestra vida. Nuestra realidad depecadores es un motivo más para la hu-mildad, que, como al publicano, nos debehacer sentirnos avergonzados, sin atre-vernos a levantar los ojos: «Ten compa-sión de este pecador».

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

Una presencia que transformaLc 19,1-10

«Hoy tengo que alojarme en tu casa».Una vez más sorprende la actitud de Je-sús que toma la iniciativa. Zaqueo no leha pedido, simplemente tenía curiosidadpor conocer a ese Jesús de quien proba-blemente había oído hablar. Pero Jesússe adelanta, se autoinvita. Él quiere vivircontigo, entrar en tu casa, permanecer enella. ¿Le dejas? «Estoy a la puerta llaman-

do; si alguno me oye y abre, entraré en sucasa y cenaré con él y él conmigo» (Ap3,20). Jesús desea ante todo la intimidadcontigo. Precisamente «hoy», ahora.

«...en casa de un pecador». Y una vez másJesús rompe todas las barreras. Los fari-seos –los más cumplidores y los maestrosespirituales del pueblo judío– no osabanjuntarse con los publicanos, pecadores pú-blicos; cuánto menos entrar en sus casas:se contaminarían. Pero Jesús se acerca sinprejuicios, a pesar de las murmuraciones.

«Hoy ha sido la salvación de esta casa».La entrada de Jesús no le contamina; por elcontrario, Jesús «contagia» a Zaqueo lasalvación, porque donde entra el Salvadorentra la salvación. Por eso Zaqueo, sorpren-dido por este amor gratuito e incondicio-nal, le recibe «muy contento». Y cambia devida. Sin que Jesús le exija nada, ni tan si-quiera le insinúe. Ha sido vencido por lafuerza del amor. El que los fariseos dabanpor perdido –hasta el punto de no acercar-se a él– ha sido salvado. Pues Jesús ha ve-nido precisamente para eso: «a buscar y asalvar lo que estaba perdido». Su sola pre-sencia transforma. En la medida en que lesdejes entrar en tu vida irás viendo cómo todaella se renueva.

Domingo XXXIIdel Tiempo Ordinario

El gozo de la esperanzaLc 20,27-38

El texto evangélico de hoy quiere recor-darnos algo tan central en nuestra fe comoes la resurrección de los muertos. Se tratade algo tan fundamental, de una realidad tanconectada al misterio de Cristo, que sanPablo puede afirmar: «Si los muertos noresucitan, tampoco Cristo ha resucitado»(1 Cor 15, 13.16). Y es que Dios es un Diosde vivos, el Dios vivo y fuente de vida. El

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que realmente está unido a él no permane-ce en la muerte, ni en la muerte del pecadoni en la muerte corporal.

Esta esperanza en la resurrección nos li-bra del miedo a la muerte. Cristo ha venidoa «liberar a los que por miedo a la muertepasaban la vida como esclavos» (Hb 2,15).La muerte es como un paño oscuro quecubre la humanidad cerrando todo horizonte(Is 25,7). Pero Cristo ha descorrido esepaño y ha abierto la puerta de la luz y la es-peranza, de manera que la muerte ya no esun final. La primera lectura nos muestracómo el que cree en la resurrección noteme la muerte; al contrario, la encara convalentía y la desafía con firmeza triunfal.«¿Dónde está, muerta, tu victoria?» (1 Cor15,55).

Esta certeza de la resurrección es el«consuelo permanente» y la «gran esperan-za» que Dios ha regalado precisamente por-que «nos ha amado tanto» (segunda lectu-ra). Frente a la pena y aflicción en que vi-ven los que no tienen esperanza (1 Tes4,13), el verdadero creyente vive en el gozode la esperanza (Rom 12,12). A la luz deesto hemos de preguntarnos: ¿Cómo es miesperanza en la resurrección? ¿Qué gradode convicción y certeza tiene? ¿En quémedida ilumina y sostiene toda mi vida?

Domingo XXXIIIdel Tiempo Ordinario

Falsos profetasLc 21,5-19

«No quedará piedra sobre piedra». Con-tinuando con la mirada puesta en las cosasúltimas y definitivas, la Palabra de Diosquiere liberarnos de falsas ilusiones y es-pejismos. Lo mismo que aquellos judíosdeslumbrados por la belleza exterior del

templo, también nosotros nos deslumbra-mos por cosas que son pura apariencia,que son efímeras y pasajeras. Frente a tan-ta falsedad que nos acecha en el mundo enque vivimos, frente a tantas ofertas vanas einconsistentes, sólo la Palabra de Dios esla verdad, sólo ella «permanece para siem-pre» (Is 40,8).

«Cuidado conque nadie os engañe». Sonmuchas veces las que el Nuevo Testamen-to nos advierte que surgirán falsos maes-tros y profetas (1 Tim 1,3-7; 6,3-5; 2 Tim4,3-4; 2 Pe 2,1-3...) y que hemos de es-tar atentos para no dejarnos embaucar. Enestos tiempos de confusión es necesariamás que nunca una fe firme y vigilante,una fe consciente y bien formada que seacapaz de discernir para detectar y denun-ciar estos falsos mesías: muchos vendránusando mi nombre, diciendo: «Yo soy».Al final se pondrá de manifiesto su false-dad, pues desaparecerán como la paja, «noquedará en ellos ni rama ni raíz (primeralectura). Pero mientras tanto pueden cau-sar estragos.

«Todos os odiarán por causa de mi nom-bre». La persecución no debe sorprenderal cristiano. Está más que avisada porCristo. Más aún, está asegurada al que lees fiel a Él y a su evangelio. Por lo de-más, nada más falso que concebir la vidaen este mundo como un remanso de paz.La vida nos ha sido dada para combatir,para luchar por Cristo y por los herma-nos. El que renuncia a luchar ya está de-rrotado. La seguridad nos viene de la pro-tección fiel de Cristo, que ha luchado ysufrido antes que nosotros y más que no-sotros.

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Jesucristo, Rey del Universo

Un Rey crucificadoLc 23,35-43

Jesús es proclamado Rey ante la cruz.¡Qué paradoja! Cristo agonizante manifiestasu realeza sobre la muerte y el pecado. Aun hombre agonizante como él, a un hom-bre que es un hombre agonizante como él,aun hombre que es un gran malhechor –re-cibe en el suplicio el pago justo por lo queha hecho–, le dice con aplomo: «Te lo ase-guro: hoy estarás conmigo en el paraíso».Así es como reina Cristo. Ejerce su sobe-ranía salvando. Basta una súplica humilde yconfiada para que desencadene todo su po-der salvador.

La segunda lectura comenta este hecho.Dios Padre nos ha introducido en el reinode su Hijo gracias a que por la sangre deCristo hemos sido redimidos, hemos que-dado libres de nuestros pecados.

Esta sangre que fluye del costado deCristo inunda todo, lo purifica, lo regene-ra, lo fecunda, extiende por todas partessu eficacia salvífica. El dominio de Cristosobre nosotros es para ejercer su influjovivificador. Como cabeza que es, toda lavida de cada uno de los miembros delCuerpo depende de que acoja el señoríode Cristo en sí mismo. Más aún, el uni-verso entero sólo alcanzará su plenitudcuando el reinado de Cristo sea total yperfecto y Dios sea todo en todos.

Nunca hemos de olvidar que nuestroRey es un rey crucificado. En vez de sal-varse a sí mismo del suplicio, como lepide la gente, prefiere aceptarlo para sal-var multitudes para toda la eternidad. Mi-rando a este Rey crucificado entendemosque también nuestra muerte es vida y

nuestra humillación victoria. Entendemosque el sufrimiento por amor es fecundo,es fuente de una vida que brota para la vidaeterna. Mirando a este Rey crucificado setrastocan todos nuestros criterios de efi-cacia, de deseo de influir, de dominio.

Celebraciones del Señor,de la Virgen y de los Santos

1 de eneroSanta María Madre de Dios

Nacido de mujerNm 6,22-27; Sal 66; Gal 4,4-7; Lc 2,16-

21«Nacido de una mujer». El Hijo de Dios

es verdaderamente hombre porque ha na-cido de María. Por eso María es Madre deDios. Y por eso ocupa un lugar central enla fe y en la espiritualidad cristianas. Paratoda la eternidad Jesús será el nacido demujer, el hijo de María. Este es el designioprovidencial de Dios. Ella es la colabora-dora de Dios para entregar a su Hijo al mun-do. Y esto que realizó una vez por todos losigue realizando en cada persona.

«Encontraron a María y a José y al niño».No podemos separar lo que Dios ha unido.Ni María sin Jesús, ni Jesús sin María. Niellos sin José. No se trata de lo que los

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hombres queramos pensar o imaginar, sinode cómo Dios ha hecho las cosas en su plande salvación. Nuestra espiritualidad perso-nal subjetiva ha de adecuarse a la objetivi-dad del proyecto de Dios.

«El Señor te bendiga y te proteja». Laprimera lectura hace alusión a la circuns-tancia del inicio del año civil. Sólo pode-mos comenzar una nueva etapa de nuestravida y de la historia del mundo implorandola bendición de Dios. Sólo apoyados en estabendición podemos mirar el futuro con es-peranza. Sólo sostenidos por ella podremosafrontar luchas y dificultades. Acojamoshoy y siempre esta bendición y procuremoscaminar en su presencia.

2 de febreroPresentación del Señor

Nos presenta a su HijoLc 2, 22-40

A los cuarenta días del nacimiento, Jesúses presentado en el templo. El texto evan-gélico subraya que ello sucede para cum-plir la Ley de Moisés, que es asimismo laLey del Señor. Es un detalle que manifiestael realismo de la encarnación del Hijo deDios: hecho hombre, se hace en todo iguala nosotros menos en el pecado, y actúacomo uno de tantos, como un hombre cual-quiera, sometiéndose a las más mínimasprescripciones de la Ley. Profunda obe-diencia y humildad del Hijo de Dios.

La presentación significa también queDios nos presenta a su Hijo, como lo re-flejan las palabras de Simeón: «Mis ojoshan visto a tu Salvador, a quien has pre-sentado ante todos los pueblos». DiosPadre nos manifiesta y da a conocer a suHijo. Y nosotros, por la eficacia y la gra-cia de la liturgia, podemos conocer y te-ner experiencia de Cristo. La experiencia

de ver, oír y tocar a Cristo (1 Jn 1,1) no esexclusiva de los apóstoles. También a no-sotros se nos concede hoy. Dios Padre nospresenta a su Hijo para que también nues-tros ojos vean al Salvador. La única condi-ción es que salgamos decididos al encuen-tro de Cristo.

María ofrece a su Hijo a Dios para signi-ficar que pertenece. Todo primogénito esofrecido a Dios porque la vida es de Dios yviene de Él. Pero Jesús es el Primogénitode toda criatura y pertenece a Dios más quenadie. Desde el principio de su vida humana,Cristo se manifiesta con-sagrado, dedicadoal Señor, y toda su existencia testimoniaráde mil maneras –viviendo para el Padre,agradándole en todo, dedicándose a suscosas...– esa total pertenencia al Padre.

19 de marzoSan José, esposo de la Virgen María

Padre de todos nosotros

2Sam 7,4-16; Sal 88; Rm 4,13-22; Lc2,41-51

«Un descendiente tuyo, un hijo de tusentrañas». Para resaltar la concepción vir-ginal de Jesús hay muchos reparos en lla-mar a san José padre de Jesús. Sin em-bargo, sin haberle engendrado físicamen-te, es realmente padre. Paternidad espiri-tual no quiere decir ficticia o irreal. Joséha influido decisivamente en la educaciónhumana del Hijo de Dios. Y su paternidadse prolonga en la Iglesia y en cada miem-bro del Cuerpo de Cristo alcanzando unasdimensiones inimaginables.

«¿No sabíais que yo debía estar en lascosas de mi Padre?» Y sin embargo lapaternidad de José no es determinante:remite a la paternidad de Dios, la únicafontal y fundante. Estas palabras se diri-gen también a María, que sí ha engendra-

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do físicamente a Jesús. Y es que toda pa-ternidad y maternidad tiene caráctersacramental: tienen el sentido de ser sig-no e instrumento de la paternidad de Dios.Por eso, han de ser vividas con absolutadesapropiación, intentando transparentarel amor de Dios y canalizar su acción.

«Te hago padre de muchos pueblos».Como Abraham y más que él, José ha sidoel hombre de la fe. Ha vivido de la fe,esperando contra toda esperanza, a ve-ces en total oscuridad. Y esa fe ha sidoinmensamente fecunda. La fe ha ensan-chado interiormente a José, le ha dilatadohaciéndole capaz de una paternidad uni-versal en el tiempo y en el espacio.

25 de marzoAnunciación del Señor

La señal de DiosIs 7,10-14; Sal 39; Hb 10,4-10; Lc 1,26-

38«El Señor, por su cuenta, os dará una se-

ñal». La encarnación del Hijo de Dios esuna iniciativa divina. Por ella, Dios –quenunca ha dejado de ser «Emmanuel», o sea,«Dios con nosotros»– se hace má-ximamente presente y cercano. Sin dejar deser Dios, se hace uno de nosotros y caminaa nuestro lado. Esta es la señal que Diosda: no una señal estruendosa, sino discretay sencilla, pues el Hijo de Dios entra en elmundo descendiendo sua-ve e impercepti-blemente, como el rocío sobre el vellón.

«Aquí estoy para hacer tu voluntad». Des-de el momento de la encarnación hay unavoluntad humana –la del Hijo de Dios– entotal sintonía y obediencia a la voluntad delPadre. De ese modo redime la desobedien-cia de Adán y rescata a la humanidad enteraque se encontraba a la deriva. Y así no sólofacilita el acercamiento de Dios, sino quehace posible una humanidad nueva.

«Aquí está la esclava del Señor». En estemisterio tiene un papel central María. Hayuna maravillosa sintonía entre la obedien-cia del Hijo y la de la Madre. Gracias a estadoble obediencia se cumplen los planes delPadre y se realiza la salvación del mundo.Porque el «aquí estoy» de Jesús y Maríano es sólo obediencia: es disponibilidad,ofrenda, donación libre y entera al amor delPadre y a sus planes de salvación.

24 de junioNatividad de San Juan Bautista

El último de los profetas

El nacimiento de Juan fue motivo de ale-gría para muchos, porque era el precursordel Salvador. ¿Soy yo motivo de alegría parala gente que me ve o me conoce?. Viéndo-me vivir y actuar, ¿se sienten un poco máscerca de Dios?. Ante mi manera de plan-tear las cosas, ¿experimentan el gozo de lasalvación, de Cristo Salvador que se acer-ca a ellos? ¿o, por el contrario paso sinpena ni gloria?

Juan ha pasado toda su vida señalando alCordero que quita los pecados del mundo.Todo él es una pura referencia a Cristo:cada una de sus palabras, cada uno desus actos, su ser entero... Su vida no seexplica ni se entiende sin Cristo. ¿Y no-sotros?. A veces pienso que si no fuéra-mos cristianos seguiríamos pensandoigual, haciendo las mismas cosas, plan-teando todo de la misma manera, desean-do las mismas cosas, temiendo las mis-mas cosas... ¿Qué influjo real tiene Cris-to en mi vida?

Juan Bautista es el último de los profe-tas. También él, como todos los profe-tas, ha sido perseguido por dar testimo-nio de la verdad, es decir, de Cristo. Esaes la marca de todos los profetas del An-

Celebraciones del Señor, de la Virgen y de los Santos

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tiguo Testamento y, por supuesto, del granProfeta, Cristo, que murió por ser fiel a laVerdad del Padre. También nosotros somospor el bautismo profetas: ¿por qué no nospersiguen?

29 de junioSan Pedro y San Pablo

En nombre de JesucristoHch 3,1-10; Sal 18; Gál 1,11-20; Jn

21,15-19«No tengo plata ni oro». La fiesta de los

apóstoles Pedro y Pablo nos trae a la me-moria los inicios de la Iglesia. Sin medios,sin poder, en total debilidad, realizaron gran-des cosas. ¿El secreto? Precisamente supobreza y su inmensa fe en Dios: «Te doylo que tengo: en nombre de Jesucristo na-zareno echa a andar». Cristo, y sólo Él, esla riqueza de la Iglesia, la fuerza de la Igle-sia. Buscar apoyo, fuerza y seguridad fuerade Él es condenarse al fracaso y a la esteri-lidad.

«Se dignó revelar a su Hijo en mí». Loque constituye apóstoles a Pedro y a Pa-blo es esta revelación, este «conocimien-to interno», esta experiencia. No bastanlos conocimientos externos, los datos, laerudición. Sólo si Dios nos revela inte-riormente a su Hijo podemos ser testigosconvencidos y apóstoles audaces; de locontrario, nos limitaremos a repetir lo queotros dicen y nuestro mensaje sonará apalabrería poco creíble...

«¿Me amas?» Tanto Pedro como Pablohan vibrado con un amor tierno y apasio-nado a Cristo. Apóstol no es el que sabemuchas cosas, sino el que ama a Cristoapasionadamente, hasta el punto de estardispuesto a perderlo todo por Él (cf. Fil3,8). Pedro y Pablo se desgastaron predi-cando el Evangelio, y al final perdieron por

Cristo la vida. Así plantaron la Iglesia. Y sóloasí puede seguir siendo edificada...

25 de julioSantiago Apóstol

Creí, por eso hablé

Sal 125; 2Cor 4,7-15; Mt 20,20-28«¡Oh Dios!, que todos los pueblos te ala-

ben». Esta respuesta al salmo responsorialdescribe sin duda un rasgo esencial del almadel apóstol Santiago. Como los demás após-toles, se ha sentido impulsado por el deseode que todos los pueblos conozcan a Cris-to y le glorifiquen. Y nosotros somos frutode ese deseo. Gracias al celo misionero deeste apóstol, nosotros hemos recibido elanuncio del evangelio ya desde el iniciomismo del cristianismo. Gracias a él nues-tro pueblo alaba a Dios.

Hoy, sin embargo, muchos de nuestroscompatriotas no experimentan la alegríade alabar a Dios, no conocen a Cristo nisu evangelio. En nombre de Cristo, el Papanos llama a una nueva evangelización delos pueblos de España. Depende de noso-tros el que nuestros contemporáneos co-nozcan a Cristo. Depende de nuestro fer-vor evangelizador el que las generacionessiguientes sean cristianas o no. Si tene-mos verdadera fe, evangelizaremos: «Creí,por eso hablé» (segunda lectura). Si te-nemos verdadero amor a Cristo y a loshermanos, evangelizaremos: «Cuantosmás reciban la gracia, mayor será el agra-decimiento para gloria de Dios».

«En toda ocasión y por todas partes lle-vamos en el cuerpo la muerte de Jesús» (se-gunda lectura). Ciertamente Santiago mu-rió mártir. Pero su vida fue un martirio con-

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tinuo. Si nos trajo el evangelio a España fuea costa de grandes sacrificios. Como losdemás apóstoles, había decidido, a imita-ción de Cristo, hacerse esclavo de todos ydar su vida en rescate por muchos (evange-lio). ¿Será mucho pedirnos nuestra entregagenerosa y sacrificada ante la necesidad detantos que a nuestro alrededor no conocena Cristo? ¿Será mucho pedirnos «gastarnosy desgastarnos» ante la urgencia de la nue-va evangelización?

6 de agostoTransfiguración del Señor

Contemplar la gloria de CristoMt 17,1-9; Mc 9,1-9; Lc 9,28-36

La fiesta y el misterio de la transfigura-ción son una llamada a la contemplación.Como el profeta, estamos llamados a«mirar y ver». Como Pedro, estamos in-vitados a ser «testigos oculares de su gran-deza». Como Pedro, Santiago y Juan,somos atraídos a «ver la gloria» de Cris-to. La contemplación es esencial en la vidadel cristiano. Sin ella no hay verdaderoconocimiento de Cristo. Sin ella no es po-sible ser testigo.

Contemplar a Cristo es un don. No esfruto de nuestros esfuerzos y razonamien-tos. Es Cristo mismo quien resplandece,quien hace brillar su gloria, quien se da aconocer. Es Dios mismo quien irradia suluz en nuestros corazones parailuminarnos con el conocimiento de la glo-ria de Dios que está en el rostro de Cristo(2Cor 4,6). A nosotros nos toca acogeresa luz en fe y oración.

La versión de san Lucas indica que Je-sús se transfiguró «mientras oraba». Conello sugiere que también nosotros somostransfigurados mediante la oración. En ellapenetra en nosotros la gloria de Cristo que

nos purifica y nos hace luminosos. En mu-chos santos su vida transfigurada se trans-parentaba incluso en su rostro, lleno debelleza sobrenatural. El que ora refleja elrostro de Cristo; quien no ora sólo se re-fleja a sí mismo.

15 de agostoAsunción de Nuestra Señora

María, victoria de Cristo

1 Cor 15,54-57; Lc 11,27-28«Ya llega la victoria, el poder y el reino

de nuestro Dios». La fiesta de hoy resal-ta el triunfo de María. O mejor, el triunfode Dios en ella. Jesús había comenzadosu predicación diciendo: «El reino de Diosestá aquí». Pues bien, en la Virgen deNazaret se cumplen las palabras del Apo-calipsis : en ella Dios reina totalmente; elinflujo de Dios ha alcanzado incluso a sucuerpo, que queda inundado por la gloriade Dios. En ella Dios ha vencido definiti-vamente el mal, el pecado, la muerte. Poreso esta fiesta es también motivo de es-peranza para nosotros: el triunfo de Ma-ría es prenda de nuestro propio triunfototal y definitivo.

«Por Cristo todos volverán a la vida».Toda la acción vivificadora de Dios serealiza «por Cristo, con Él y en Él». Eltriunfo de María testimonia esta solidari-dad con Cristo, esta unión profunda conÉl. Unida a todo su misterio, unida a sucruz y a su sufrimiento, partícipe de suhumillación, es también arrastrada por Élen su victoria. Igual para nosotros: la ga-rantía de nuestro triunfo es la unión conCristo, y sólo ella, pues no podemos ven-cer el mal, el pecado y la muerte por nues-tras propias fuerzas. «Si morimos con Él,viviremos con Él. Si sufrimos con Él, rei-naremos con Él» (2 Tim 2,11-12).

Celebraciones del Señor, de la Virgen y de los Santos

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126 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

«Dichosa tú que has creído». La asunciónde María testimonia igualmente el alcancede su fe. Testimonia que su fe no ha queda-do sin fruto, que «los que confían en el Se-ñor no quedan defraudados» (Dan 3,40). Undía se confió al Señor; durante toda su vidamantuvo esta entrega en la oscuridad de lafe; y ahora contemplamos el resultado desu confianza. El Señor no ha fallado nuncani fallará jamás. Sí, dichosa tú, porque tehas fiado de Él.

14 de septiembreExaltación de la Santa Cruz

La fuerza de la cruzNm 21,4-9; Fil 2,6-11; Jn 3,13-17

Para los cristianos la cruz es un símbolofrecuente. Más aún, es nuestro signo deidentidad. Sin embargo, esto es algo para-dójico, Para los romanos era instrumentode suplicio; más aún, de humillación, puesen ella morían los esclavos con-denados. Ypara los judíos era signo de maldición:«Maldito todo el que sea colgado en un ma-dero» (Gal 3,13; Dt 21,23).

¿Qué ha ocurrido para que la maldiciónse trastoque en bendición? ¿A qué se debeque la humillación sea lugar de exaltación?El Hijo de Dios se ha dejado clavar en ella.En el patíbulo de la cruz se ha volcado taltorrente de amor («tanto amó Dios al mun-do…») que ella será hasta el fin de lostiempos instrumento y causa de reden-ción para todo hombre.

En la cruz Jesús está venciendo al ma-ligno. En ella se destruye todo el pecadodel mundo. Desde ella el Hijo de Dios atraea todo hombre con la fuerza de su amorinfinito. Por eso, lo que nos correspondees mirar a Jesús crucificado y dejarnosmirar por El; creer en El para tener vidaeterna; dejarnos amar por El para ser sa-

nados; acoger el torrente de salvación bro-ta de su cruz.

1 de noviembreSolemnidad de todos los Santos

Santidad para todosAp 7,2-4.9-14; Sal 23; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-

12aHoy es una fiesta de inmenso gozo, pues

celebramos a todos los santos, que no sonpocos, sino «una muchedumbre inmen-sa, que nadie podría contar, de toda na-ción, razas, pueblos y lenguas». Hemosde dejarnos arrebatar por este espectácu-lo maravilloso que nos presenta el librodel Apocalipsis: La multitud de santos, co-nocidos y desconocidos, de todas las épo-cas, hermanos nuestros, que ya han al-canzado la plenitud de hijos de Dios, queson semejantes a Dios porque le ven «talcual es», que han recogido plenamente elfruto de haber vivido las bienaventuranzasen la tierra.

Como siempre, la liturgia centra nues-tra atención en Cristo. Es a él a quien ce-lebramos, pues toda esta multitud de san-tos son fruto de la redención de Cristo,son los que «han lavado y blanqueado susmantos en la sangre del Cordero». Lejosde distraer de Cristo, los santos nos ha-cen comprender mejor la grandeza del Re-dentor y la fecundidad de su sangre. Poreso es a él a quien cantamos: «¡La salva-ción es de nuestro Dios, que está sentadoen el trono, y del Cordero!»

Por eso, esta fiesta llena de gozo lo estambién de esperanza. Lo que Cristo hahecho con ellos lo puede hacer y lo quie-re hacer también en nosotros. La santi-dad se ofrece a todos, porque la mismasangre redentora que les ha lavado a ellosnos quiere lavar también a nosotros. Por

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eso, pedimos a Dios para nosotros la abun-dancia de su misericordia y su perdón. Con-tamos, además, con la intercesión y ayudade esta multitud de hermanos nuestros.

2 de noviembreConmemoraciónde todos los fieles difuntos

De ti procede el perdón

La Iglesia dedica este día anual a orarpor todos los difuntos, del mismo modoque lo hace diariamente en todas las mi-sas y en la oración de vísperas. Con elloexpresa que no olvida a ninguno de sushijos que ya han salido de este mundo. LaIglesia madre abraza a todos. Y tambiéncada uno de nosotros debe interesarse portodos los difuntos, pues son hermanosnuestros. Orar por los difuntos es un pre-cioso acto de caridad.

Esta oración por los difuntos se apoyaen nuestra fe en la vida eterna y –másconcretamente– en la Resurrección deCristo. La muerte no es el final. La vidaperdura después de la muerte. Para Diostodos están vivos y desea asociarlos a laresurrección de su Hijo en el último día.Oramos para que sean arrastrados y po-seídos por la victoria del Señor sobre lamuerte y el pecado.

Y se apoya esta oración en la miseri-cordia de Dios. La Iglesia sabe que todossomos pecadores y pecamos de hecho.Por eso no esgrime ante Dios los méritosde sus hijos difuntos, sino los de Cristo.Por eso implora humildemente para losdifuntos el perdón, apoyada en el amormisericordioso de Dios que se ha manifes-tado máximamente en la cruz de Cristo.

8 de diciembreLa Inmaculada concepción de María

Llena de graciaLc 1,26-38

Celebrar la Inmaculada Concepción escelebrar el triunfo de la gracia. Eva fuederrotada por el tentador y, desde enton-ces, el pecado llenó la historia humana.Con María la gracia irrumpe de nuevo contoda su fuerza: «donde abundó el peca-do, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20).Inmaculada no significa sólo «sin peca-do», sino «llena de gracia». Más aún, éstees el nombre propio de María: «La-llena-de-gracia».

Por eso la liturgia de hoy tiene un tonoexultante, como nos recuerda el salmo:«Cantad al Señor un cántico nuevo, por-que ha hecho maravillas». La plenitud degracia que contemplamos en María es lagran maravilla que Dios ha realizado y te-nemos que admirarnos de esta obra maes-tra de Dios. Hoy debemos dejarnos inun-dar por el gozo, ya que con María a en-trado en la historia la victoria de la graciasobre el pecado: «los confines de la tierrahan contemplado la victoria de nuestroDios».

En el contexto del Adviento, la celebra-ción de la Inmaculada nos centra más enla verdadera esperanza. Lo que María es–llena de gracia– está llamada a serlo todala Iglesia. Por ello, la Inmaculada es sig-no de esperanza. La segunda lectura pro-clama «el que ha inaugurado entre voso-tros una empresa buena, la llevará ade-lante». No esperamos algo utópico. Lo queesperamos es ya realidad en María. Con ellase ha inaugurada la humanidad nueva.

Celebraciones del Señor, de la Virgen y de los Santos

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128 Julio Alonso Ampuero – Año litúrgico

Índice

CICLO AAdviento y NavidadDomingo I de Adviento, 3. –Domingo II

de Adviento, 3. –Domingo III de Adviento,4. –Domingo IV de Adviento, 4. –Nativi-dad del Señor, 5. –La Sagrada Familia, 5. –Domingo II después de Navidad, 6. –Epifa-nía del Señor, 6. –Bautismo del Señor, 7.

CuaresmaDomingo I de Cuaresma, 8. –Domingo II

de Cuaresma, 8. –Domingo III de Cuares-ma, 9. –Domingo IV de Cuaresma, 9. –DomingoV de Cuaresma, 10. –Domingo deRamos, 11. –Jueves Santo, 11. –ViernesSanto, 12. –Vigilia Pascual, 12. –Domingode Resurrección, 13.

Tiempo PascualDomingo II de Pascua, 13. –Domingo III

de Pascua, 14. –Domingo IV de Pascua, 14.–Domingo V de Pascua, 15. –DomingoVIde Pascua, 16. –Ascensión del Señor, 16. –Domingo de Pentecostés, 17. –Domingode la Santísima Trinidad, 17. –CorpusChristi, 18. –Sagrado Corazón de Jesús, 19.

Tiempo OrdinarioDomingo II, 19. –Domingo III, 20. –Do-

mingo IV, 20. –Domingo V, 21. –DomingoVI, 22. –Domingo VII, 22. –Domingo VIII,23. –Domingo IX, 23. –Domingo X, 24. –Domingo XI, 24. –Domingo XII, 25. –Do-mingo XIII, 26. –Domingo XIV, 27. –Do-mingo XV, 28. –Domingo XVI, 29. –Do-mingo XVII, 30. –Domingo XVIII, 30. –Domingo XIX, 31. –Domingo XX, 32. –Domingo XXI, 32. –Domingo XXII, 33. –Domingo XXIII, 34. –Domingo XXIV, 35.

–Domingo XXV, 36. –Domingo XXVI, 37.–Domingo XXVII, 38. –Domingo XXVIII,39. –Domingo XXIX, 40. –Domingo XXX,41. –Domingo XXXI, 42. –DomingoXXXII, 44. –Domingo XXXIII, 45. –Jesu-cristo Rey del universo, 46.

CICLO BAdviento y NavidadDomingo I de Adviento, 47. –Domingo

II de Adviento, 49. –Domingo III de Ad-viento, 50. –Domingo IV de Adviento, 51.–Natividad del Señor, 5. –La Sagrada Fa-milia, 52. –Domingo II después de Navi-dad, 53. –Epifanía del Señor, 6. –Bautis-mo del Señor, 54.

CuaresmaDomingo I de Cuaresma, 55. –Domin-

go II de Cuaresma, 56. –Domingo III deCuaresma, 58. –Domingo IV de Cuares-ma, 59. –DomingoV de Cuaresma, 60. –Domingo de Ramos, 61. –Jueves Santo,11. –Viernes Santo, 12. –Vigilia Pascual,12. –Domingo de Resurrección, 64.

Tiempo PascualDomingo II de Pascua, 65. –Domingo

III de Pascua, 66. –Domingo IV de Pas-cua, 67. –Domingo V de Pascua, 68. –DomingoVI de Pascua, 69. –Ascensióndel Señor, 70. –Domingo de Pentecostés,71. –Domingo de la Santísima Trinidad,71. –Corpus Christi, 72. –Sagrado Cora-zón de Jesús, 73.

Tiempo OrdinarioDomingo II, 73. –Domingo III, 74. –

Domingo IV, 76. –Domingo V, 77. –Do-mingo VI, 78. –Domingo VII, 79. –Do-mingo VIII, 79. –Domingo IX, 80. –Do-mingo X, 80. –Domingo XI, 81. –Domin-go XII, 82. –Domingo XIII, 83. –Domingo

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XIV, 83. –Domingo XV, 84. –DomingoXVI, 85. –Domingo XVII, 85. –DomingoXVIII, 86. –Domingo XIX, 86. –DomingoXX, 87. –Domingo XXI, 87. –DomingoXXII, 88. –Domingo XXIII, 88. –Domin-go XXIV, 89. –Domingo XXV, 90. –Do-mingo XXVI, 90. –Domingo XXVII, 91. –Domingo XXVIII, 92. –Domingo XXIX,92. –Domingo XXX, 93. –Domingo XXXI,94. –Domingo XXXII, 94. –DomingoXXXIII, 95. –Jesucristo Rey del universo,96.

CICLO CAdviento y NavidadDomingo I de Adviento, 97. –Domingo

II de Adviento, 97. –Domingo III de Ad-viento, 98. –Domingo IV de Adviento, 98.–Natividad del Señor, 5. –La Sagrada Fa-milia, 99. –Domingo II después de Navi-dad, 99. –Epifanía del Señor, 6. –Bautis-mo del Señor, 100.

CuaresmaDomingo I de Cuaresma, 100. –Domin-

go II de Cuaresma, 101. –Domingo IIIde Cuaresma, 101. –Domingo IV de Cua-resma, 102. –DomingoV de Cuaresma,102. –Domingo de Ramos, 103. –JuevesSanto, 11. –Viernes Santo, 12. –VigiliaPascual, 12. –Domingo de Resurrección,103.

Tiempo PascualDomingo II de Pascua, 104. –Domin-

go III de Pascua, 104. –Domingo IV dePascua, 105. –Domingo V de Pascua,105. –DomingoVI de Pascua, 106. –As-censión del Señor, 106. –Domingo de Pen-tecostés, 107. –Domingo de la SantísimaTrinidad, 107. –Corpus Christi, 108. –Sa-grado Corazón de Jesús, 108.

Tiempo OrdinarioDomingo II, 109. –Domingo III, 109. –

Domingo IV, 110. –Domingo V, 110. –Do-mingo VI, 111. –Domingo VII, 111. –Do-mingo VIII, 112. –Domingo IX, 112. –Do-mingo X, 113. –Domingo XI, 113. –Do-mingo XII, 113. –Domingo XIII, 114. –Do-mingo XIV, 114. –Domingo XV, 115. –Do-mingo XVI, 115. –Domingo XVII, 116. –Domingo XVIII, 116. –Domingo XIX, 117.–Domingo XX, 117. –Domingo XXI, 118.–Domingo XXII, 118. –Domingo XXIII,119. –Domingo XXIV, 119. –DomingoXXV, 119. –Domingo XXVI, 120. –Do-mingo XXVII, 120. –Domingo XXVIII,121. –Domingo XXIX, 121. –DomingoXXX, 122. –Domingo XXXI, 122. –Do-mingo XXXII, 123. –Domingo XXXIII,123. –Jesucristo Rey del universo, 124.

Celebraciones del Señor,de la Virgen y de los Santos1 de enero, Santa María Madre de Dios,

125. –2 de febrero, Presentación del Se-ñor, 126. –19 de marzo, San José, espo-so de la Virgen María, 126. –25 de mar-zo, Anunciación del Señor, 127. –24 dejunio, Natividad de San Juan Bautista, 127.–29 de junio, San Pedro y San Pablo, 128.–25 de julio, Santiago Apóstol, 128. –6de agosto, Transfiguración del Señor,129. –15 de agosto, Asunción de Nues-tra Señora, 129. –14 de septiembre, Exal-tación de la Santa Cruz, 130. –1 de no-viembre, Solemnidad de Todos los San-tos, 130. –2 de noviembre, Conmemora-ción de todos los fieles difuntos, 131. –8de diciembre, 131.

Celebraciones del Señor, de la Virgen y de los Santos