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Aníbal Contra Escipión

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Aníbal Contra Escipión

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  • DOSSIER

    como el Africano, no poda ser otro que el de ejercer un papel protagonista en su tiempo. Yas sera. Su trayectoria comen-z con el rescate de su padre al inicio de la segunda guerra pnica. Poco antes, en septiembre de 218 a. C., Anbal, hijo del estadista y general cartagins Amlcar Barca, coronaba los Alpes al mando de unos veintisis mil hombres y una cua-rentena de elefantes, autntica sorpresa para los italianos, que jams haban visto semejante arma de guerra. Anbal estaba convencido de que el impacto psicolgi-co de una victoria militar en la propia pe-nnsula itlica resultara determinante, y de que muchas ciudades italianas alia-das de Roma se veran entonces tentadas a cambiar de bando. Aterrorizado, el Se-nado se dio cuenta de que aquella guerra se anunciaba mucho ms peligrosa que la primera, concluida veinte aos antes. Su reaccin no se hizo esperar. Reuni 300.000 hombres y 14.000 caballos, con-fiando una parte al cnsul Publio Come-lio Escipin, el padre del futuro Africano. Aunque su ejrcito superaba en nmero al de Anbal, la pericia del cartagins fue

    EL SENADO ROMANO SE DIO CUENTA DE QUE AQULLA SE ANUNCIABA MAS PELIGROSA QUE LA PRIMERA GUERRA PNICA suficiente para hacer aicos la estrate-gia de contencin romana y derrotar a sus legiones en la batalla de Tesino. Gra-vemente herido, el cnsul habra muer-to en ella de no ser por su hijo. Demos-trando una iniciativa fuera de lo comn para su edad, el joven Escipin inici la carga en solitario contra los temibles n-midas al ver que sus soldados vacilaban a la hora de cumplir sus rdenes. Dos aos ms tarde, el valeroso Escipin sera testigo de la ms gigantesca batalla de la Antigedad, que enfrent en Can-nas al ejrcito de Anbal con las tropas romanas comandadas por los cnsules Cayo Terencio Varrn y Lucio Emilio Paulo. Los romanos doblaban en nme-ro a los pnicos, pero la victoria de An-bal fue aplastante. Haciendo gala de sus dotes de estratega, atrajo al enemigo

    34 HISTORIA Y VID A

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  • El Mediterrneo enjuego UN LARGO CARA A CARA ENTRE DOS POTENCIAS

    o Zona cartaginesa O Zona romana O Aliados de Roma

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    ( Galos

    ~- Piri o IJ{> I

    ~wec;. GALlA CISALPINA r'

    LIGUR lA , Metauro

    O Massalia Pga ~ 207 a.e.

    HISPANIA ~ Os ~o .9 Emporion

    Cannas 276a.e. /lipa

    206a.e. ~ R. Betls O Baecula

    ~Cdiz 206a.e.

    .0 Tarraco Creega

    Cerdea

    Roma O

    CapuiO ~ULlA TaurinorumO

    Crotona O Cartago Nova

    Mar Mediterrneo tiea

    Batalla de 105 Grandes Campos, 203 a.e. ~

    204 a.e. Sicilia Cartago O Siracusa

    NUMIDIA

    a un terreno llano, favorable a la accin de la caballera. Una vez tuvo a los roma-nos donde quiso, dispuso sus fuerzas en lnea, colocando en el centro a los galos que le acompaaban, pues estaba seguro de que stos cederan, como finalmente sucedi. Cuando el ejrcito romano hu-bo penetrado en el centro, las alas de Ambal iniciaron un movimiento de tena-za y se cerraron implacablemente sobre l, provocando la muerte a Emilio Paulo ya unos cincuenta mil romanos ms, en-tre ellos 80 senadores. Aquella debacle marcara para siempre al joven Escipin, que consigui salvar la vida junto a Te-rencio Varrn. Cannas permanece en la historia de la estrategia militar como un ejemplo jams superado. Ambal perdi en la batalla solamente 6.000 hombres,

    Zama O O Hadrumetum O

    Leptis Minar -'

    aunque pagara el precio de dejar al des-cubierto su gran secreto: la superioridad y el buen uso de la caballera.

    Madera de lder Tras aquella humillante derrota, Escipin comenz a brillar con luz propia gracias al modo en que hizo frente al derrotismo imperante en las filas romanas. Con tan solo 19 aos se haba convertido ya en un tribuno militar capaz de jurar y hacer ju-rar a sus colegas, bajo amenaza de muer-te, que jams abandonaran a la Rep-blica. Segn el cronista de la poca Tito Livio, "le obedecieron aterrados igual que si estuvieran viendo a Anbal ven-cedor", Con tales demostraciones de ca-rcter, su prestigio fue creciendo a pasos agigantados en el seno del ejrcito, y no

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  • DOSSIER

    tard en hacerse un hueco en la Asam-blea del Pueblo, rgano que confirmaba las leyes votadas por el Senado y deci-da sobre la paz o la guerra. Mientras tanto, Anbal, en lugar de apro-vechar el enorme xito que haba cose-chado en Cannas y asestar el golpe defi-nitivo entrando en una Roma alicada y desguarnecida, se retir. Esperaba reci-bir refuerzos, pretenda que el enemigo le suplicara la paz o, por el contrario, Ro-ma le infunda demasiado respeto? Las razones de su inmovilismo son un mis-terio. Lo cierto es que cuando tuvo a la ciudad de rodillas decidi no acabar con ella, pese a la promesa que hizo a su pa-dre ante el altar de los dioses cuando to-dava era un nio: que sera el ms im-placable enemigo de Roma. Los ecos de Cannas todava no se haban apagado cuando, en Hispania, los her-manos Cneo y Publio Camelia, tia y pa-dre de Escipin -ste haba conseguido recuperarse de sus heridas- , plantaban cara a los cartagineses empujando hacia el sur al ejrcito comandado por Asdr-bal, hermano de Anbal. Pero en 211 a. C. los cartagineses sorprendan a las legio-nes romanas en la cabecera del Guadal-

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    CUANDO TENA A ROMA DE RODILLAS, ANSAL DECIDi NO ACABAR CON ELLA. SUS MOTIVOS SON HOY UN MISTERIO quivir y acababan con la vida de los dos hermanos Escipin. Cuando la noticia lleg a Roma se convoc de inmediato a la Asamblea para elegir un nuevo pro-cnsul para Hispania. La situacin en la capital era desesperada, muy pocos con-fiaban ya en la supervivencia de la Re-pblica y nadie estaba dispuesto a acep-tar la vacante. Nadie excepto Escipin, que, decidido a vengar la muerte de su padre y su to, present su candidatura con el fin de erigirse en el gran caudillo que haba de resarcir todas las humilla-ciones sufridas por Roma. Meses des-pus, con tan solo 25 aos y respaldado por todos los poderes fcticos, se haca cargo de las operaciones en Hispania. La vida castrense oblig a Escipin a re-nunciar a los placeres terrenales que tan-to le haban distrado en su primeraju-ventud. Trat de abstenerse de practicar

    ANfsAL JURA 0t0 ETERNO a Roma, J. Amigoni, siglO XVIII. A la izqda., el foro de la ciudad del ifiber.

    sexo en la medida de lo posible, tal como haban hecho sus modelos, Alejandro Magno y, aunque no lo reconociera abier-tamente, Anbal, cuya continencia era famosa incluso entre sus enemigos. En cuanto a la alimentacin y la vestimenta, coma yvestia como sus soldados. nica-mente durante la batalla vesta ropajes acordes con su condicin para que, de un vistazo, los soldados supieran siempre dnde estaba su comandante.

  • En la mente de Escipin solo haba lugar para una obsesin: Arubal. Volcado en el estudio de sus tcticas y estrategias, as como de sus costumbres, lleg a mimeti-zar algunos de sus comportamientos con el fin de pensar como l y entender el porqu de su proceder, as como los se-cretos que le hacan invencible. La guerra haba empezado con el sello del cartagi-ns, pero esperaba acertar en sus decisio-nes para que concluyera con el suyo.

    Todo un golpe de efecto Recin llegado a su nuevo destino, Esci-pin, que presuma de gozar de una pro-teccin especial de los dioses, tom su primera gran resolucin y lanz un ata-que fulminante por tierra y mar contra el puerto de Cartago Nova, la principal base pnica de Hispania, dejando bo-quiabierto y sin poder de reaccin al ejrcito enemigo. La toma de la ciudad y la habilidad que demostr en la admi-

    nistracin de la victoria -liber de inme-diato a todos los rehenes indgenas con-finados en la ciudad- elevaron su fama entre las tribus ibricas de la zona, que decidieron pasarse en bloque a la causa romana. Apenas un ao ms tarde, Esci-pin fue al encuentro de Asdrbal, cuyo ejrcito se encontraba pasando el invier-no en la ciudad de Baecula, ubicada en la parte alta del ro Betis, hoy Guadal-quivir. Derrotado, Asdrballogr esca-

    HI STORIA Y VIDA 37

  • DOSSIER

    par y poner rumbo al norte con la inten-cin de unirse a su hermano en Italia, pero fue interceptado en el Metauro (en el nordeste italiano) y asesinado por un ejrcito comandado por el cnsul Marco Livio. Su huida supona la prctica en-trega de Hispania a Escipin, que com-plet su plan derrotando a los otros dos ejrcitos cartagineses en Hipa (la actual Carmona) y tomando el que sera el lti-mo bastin cartagins en Hispania, C-diz, en otoo de 206 a. C. Anbal recibe estupefacto las psimas noticias. Con la aureola de salvador, Escipin re-gresa triunfante a Roma al ao siguien-te y es elegido cnsul por unanimidad. Su primera propuesta consiste en atacar al enemigo en su propia casa y obligar as a Anbal a abandonar suelo itlico. Escarmentado por los fracasos anterio-res, el Senado puso toda clase de impe-dimentos a su plan, pero finalmente ce-di y facilit al nuevo cnsul una flota de unos 50 navos y 25.000 hombres,

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    que navegaron hasta la costa africana en la primavera de 204 a. C. En una demostracin de habilidad tc-tica, lo primero que hizo al llegar fue convencer al nmida Masinisa de que cambiara de bando. El arma decisiva que tantas batallas haba decidido a fa-vor de los cartagineses pasaba ahora a manos de Roma. Con tanto poder acu-mulado, Escipin decidi desgastar al rival y sitiar el estratgico bastin de tica. La ciudad resisti en primera ins-tancia gracias al cartagins Asdrbal Giscn y a Sifax, rey de la tribu nmida de los Masesilos y rival de Masinisa. Ambos pagaran su osada poco des-pus al ser derrotados por las legiones romanas en la batalla de los Grandes Campos. Para Cartago, la guerra ofensi-va se estaba tornando defensiva, Y opt por la nica solucin convincente: re-clamar el retorno de su gran general para organizar la resistencia. As fue co-mo, en junio de 203 a. C., Anbal, que

    en aquel momento se encontraba en Crotona, puso rumbo a la ciudad que haba abandonado ms de treinta aos atrs, cuando apenas contaba nueve. Escipin ya tena lo que quera.

    Velando armas El cartagins desembarca en Leptis Mi-nor y acampa en Hadrumetum con sus 20.000 hombres. All se entera de la muerte de su hermano Magn, ocurrida durante su viaje de vuelta a Cartago des-de la Liguria, donde se encontraba com-batiendo contra las siete legiones roma-nas en la Galia Cisalpina. Su desaparicin representa un revs para las aspiracio-nes de victoria del ejrcito pnico y un mazazo personal para Anbal, que le consideraba su hermano preferido. Pero la llegada del hijo prodigo a casa desen-cadena una corriente de optimismo en-tre las autoridades cartaginesas, que de-ciden arrestar a los miembros de una legacin romana enviada para negociar

  • una salida pacfica al conflicto entre las potencias. Indignado, Escipin levanta su campamento y asciende por el valle del Bragadas incendiando las aldeas a su paso, para aterrorizar a la poblacin y cortar el suministro de vveres del que Cartago depende en gran parte. Ello provoca tal pnico en la ciudad que sus

    comienza a informarse a fondo sobre la personalidad de su contrincante y trata de descubrir sus secretos tcticos. Para ello, pasa horas interrogando a los su-pervivientes de las batallas precedentes y departe con un moribundo Asdrbal Giscn. Lo que oye le deja atnito y fas-cinado a la vez. Su rival se le presenta

    ANBAL DECIDE INVESTIGAR SOBRE ESCIPIN, y LO QUE OYE LE DEJA ATNITO Y FASCINADO A LA VEZ habitantes instan a responder de inme-diato a Anba!' ste parte de Hadrume-tum en direccin a Zama, a cinco das de marcha al sur de Cartago, donde recibe la desastrosa noticia de que Masinisa, a la cabeza de 6.000 soldados de infan-tera y 4.000 jinetes, se ha unido a Esci-pin. De nuevo, una mala noticia. La hora del combate final se acerca y Anbal se prepara para el gran duelo. Fro y calculador como de costumbre,

    como un ser tremendamente hbil y mu-cho ms flexible que el resto de los gene-rales romanos a los que se ha enfrenta-do. Por si fuera poco, parece ser un gran estratega, ya que no solo ha desentra-ado los secretos de sus maniobras, sino que ha perfeccionado el movimiento de tenaza que l mismo utiliz en Cannas. Anbal, segn indican las fuentes clsi-cas, se siente orgulloso de alguien que ha sabido aprender de l y tiene la sensa-

    RUINAS DE CARTAGO, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979.

    cin de que, a pesar de ser tan solo once aos mayor, se ha convertido en una es-pecie de padre para el romano. Poco antes de iniciarse el combate, po-dra decirse que Escipin tiene todas las de ganar. A pesar de que Anbal ha lo-grado reunir una fuerza de unos cuaren-ta mil efectivos, superior a la del enemi-go, el cartagins sabe que le falta tiempo para moldearla a su gusto. Las tropas de que dispone estn poco instruidas y ca-recen de la disciplina necesaria, y los nuevos no estn suficientemente cohe-sionados con los veteranos de Italia, que, por otro lado, cargan con el desgaste de tantos aos en primera lnea de comba-te. Por el contrario, el ejrcito de Esci-pin es slido y disciplinado y anda so-brado de motivacin, ya que entre ellos se encuentran algunos de los supervi-vientes de Cannas, vidos de venganza. La fase de observacin mutua concluye y todas las cartas estn encima de la mesa. La hora del combate final ha llegado .

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  • ESCIPIN DERRgTA a las tropas de Anbal en Zama, 202 a. C. leo de la escuela romana, 1521.

  • El relato de su aliado Asdrbal Giscn sobre lo ocurrido en la batalla de los Grandes Campos bast a Arubal para comprender que Escipin no solo haba estu-

    diado meticulosamente su tctica en Can-nas, sino que haba conseguido mejorarla adaptndola a la estructura de las legio-nes. Ello, sumado a la desventaja que su-pona tener un ejrcito menos cohesiona-do, fresco y motivado que el de su rival, revelaba al cartagins que esta vez todas las seales previas al combate le eran ad-versas. Poco antes de enfrentarse al ro-mano en la batalla que pondra fin a la segunda guerra pnica, saba que ten-dra que desechar las soluciones tcticas

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    empleadas en el pasado y encontrar una alternativa vlida lo antes posible.

    Aquel encuentro histrico Vindose en inferioridad, Anbal quiso conocer personalmente a Escipin antes de la batalla con la intencin de propo-nerle una resolucin amistosa. Tras ele-gir un punto visible a medio camino en-tre ambos ejrcitos, dejaron los hombres armados atrs y se encontraron cara a cara con dos intrpretes como nica compaa. Segn las crnicas, el encuen-tro fue breve y sumamente corts. Arubal le ofreci un acuerdo segn el cual His-pania, Sicilia y Cerdea quedaran en ma-nos de Roma, con el firme compromiso

    de que los cartagineses no provocaran conflicto alguno en dichos territorios . Convencido de su superioridad, Escipin rechaz la proposicin. Segn narra el historiador Tito Livio, Aruballe dijo a Es-cipin: "Tengo miedo de tu juventud y tu ininterrumpida buena estrella, dos cosas que suelen inspirar mayor arrogancia de lo que requiere una negociacin serena". La respuesta de Escipin fue corta e im-placable: "Preparaos para la guerra, ya que no pudisteis soportar la paz", en re-ferencia al arresto de la legacin romana que haba sido enviada a Cartago como emisaria. Anbal comprendi la imposi-bilidad de llegar a un acuerdo y supo que su rival no quera renunciar al enfren-

  • COLINA DE BIRSA, CARTAGO, donde los arquelogos descubrieron un barrio pnico.

    tamiento por nada del mundo. Antes de dar por concluido el encuentro, Anbal advirti a su adversario que tambin l haba conocido la fortuna que ahora le sonrea y que deba desconfiar de una amante tan voluble. Publio le agradeci el consejo, pero no cedi. Aunque experi-mentaron una viva admiracin recpro-ca, el anhelado cara a cara conclua sin convenio y ambos volvieron a sus campa-mentos. Al amanecer del da siguiente, los dos ejrcitos se colocaron en orden de batalla. El combate estaba servido.

    Comienza el duelo tctico El ejrcito de Arubal estaba formado por tres divisiones de infantera: la suya pro-

    pia, la de su difunto hermano Magn (compuesta por auxiliares ligures y ga-los) y otra formada por un cuerpo pni-co y por tropas africanas poco fiables, reclutadas a ltima hora por el Senado cartagins. Consciente de la debilidad de esta ltima divisin, decidi situarla entre la de Magn, que qued en prime-ra lnea, y la suya propia, que esperara en la retaguardia. Delante de todos ellos, Arubal dispuso unos ochenta elefantes y, en las alas, a 2.000 jinetes: los cartagine-ses se situaron a la derecha y los nmi-das que haban permanecido fieles al Brcida, a la izquierda. Pero sin los jine-tes de su antiguo aliado Masinisa, su ca-ballera resultaba insuficiente para ro-dear los flancos enemigos, como haba hecho en Cannas. En Zama, su tctica buscaba romper el frente enemigo, lo cual dependa en gran parte del compor-tamiento de los elefantes. Si stos cum-plan su objetivo, el frente enemigo que-dara desordenado, lo cual no solo facilitara el asalto de su primera lnea, sino que espoleara a la segunda, ms dbil. Si todo sala como haba previsto, su tercera lnea de veteranos se encarga-ra de dar el golpe definitivo. Al otro lado del campo de batalla, Esci-pin busc la manera de minimizar el efecto destructor de los elefantes de An-balo Para ello, situ a los manpulos (uni-dades de 160 infantes) en formacin de columna, en lugar de la habitual forma de cuadrcula (como las casillas negras de un tablero de ajedrez). La idea era crear pasillos por los que los elefantes cartagineses circularan sin causar da-os. Por otro lado, los triarios (legiona-rios veteranos) se colocaron en la reta-guardia, y los vlites (infantera ligera que luchaba al frente, compuesta por miembros de las clases bajas) en los pasi-llos, con rdenes de retroceder si les era imposible resistir la carga de los paqui-dermos. A ambos extremos de la forma-cin situ a la caballera: Cayo Laelio con la italiana en el flanco izquierdo y Masi-nisa con la nmida en el derecho. Segn cuenta el historiador griego Po-libio, la batalla se inici con una esca-ramuza entre la caballera nmida de ambos bandos. Mientras esto ocurra, Anbal orden la carga de sus elefantes. Pese a no estar muy habituados a ver

    esas fieras, los romanos reaccionaron con valenta y determinacin. Una par-te de los animales atropell a la infante-ra ligera de Escipin causndole nume-rosas prdidas, pero su furia destructora acab por ser encauzada en los corre-dores que el repliegue de los vlites ha-ba abierto y se perdi a espaldas de las filas romanas sin ms consecuencias. Otra parte, repelida por las lanzas yate-rrada por el fragor de las trompas y cuernos romanos, se encabrit y reple-g hacia los flancos, sembrando el pni-co entre la caballera pnica, que huy despavorida. Para regocijo de Anbal, los jinetes de Laelio y Masinisa se lanza-ron en su busca. Por el mpetu con que fueron tras ellos, el cartagins intuy que su peor amenaza tardara en regre-sar. Su ausencia le dejaba las manos li-bres para enfrentarse con la infantera rival, estrategia que haba elegido des-

    PESE A LA ADMIRACiN RECPROCA, ANBAL Y ESClPIN CONCLUYERON SU CARA A CARA SIN ALCANZAR UN ACUERDO de el principio, sabedor de que la derro-ta de sus jinetes era inevitable. Mientras ambas caballeras desapare-can en el horizonte, los asteros romanos (tropas de infantera con armadura lige-ra y escudo largo) embistieron la lnea formada por los mercenarios ligures y galos. Escipin quiso entonces ampliar su frente para atacar por los costados, pero tuvo que renunciar a ello, porque fuera del alcance de la pretendida ma-niobra envolvente se encontraban a la espera los veteranos de Anbal, aquellos que haban sembrado el pnico en la pe-nnsula itlica durante aos junto a l.

    Un giro inesperado La imposibilidad de llevar a cabo su tc-tica dej anonadado a Escipin, que de pronto advirti su error: haba sido in-ducido por su rival a permitir que su ca-ballera se alejara. Ahora se vea obliga-do a resistir hasta su regreso y confiar en el buen hacer de los asteros. stos eran duros de roer. Arremetieron con todas

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    sus fuerzas contra los mercenarios de Anbal, que carecan de la disciplina ne-cesaria para plantar cara con garantas. Al principio el cartagins pareci llevar ventaja, pero cuando su segunda lnea dej de apoyar a la primera, sta se vio obligada a retroceder, creando un caos que impeda repeler de manera efecti-va la embestida romana. Lo que pareca un contratiempo era en realidad un intento de hacer caer a Esci-pin en una trampa. Ante un enemigo que crean en desbandada, los asteros estuvieron a punto de ir tras ellos y mo-rir ensartados por las lanzas de los vete-ranos de la tercera fila, que esperaban, frescos y atentos, entrar en combate. Pe-ro Escipin se dio cuenta a tiempo e hizo tocar oportunamente a tropa para refre-nar el mpetu de los suyos y evitar la car-nicera. Segn las crnicas de la poca, el espectculo era sobrecogedor: un ele-

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    vado nmero de muertos y heridos cu-bran el terreno a esas alturas. Escipin se haba zafado de la primera trampa, pero no logr eludir la segunda. Anbal pareca seguir el curso de los acontecimientos como quien sabe de an-temano lo que va a suceder. Uevar la ba-talla hasta ese punto le haba costado caro (la carga de los asteros haba provo-

    macin, con lo que el frente romano se reduca a 16.000 hombres, una fuerza apenas suficiente para cubrir el centro de las fuerzas de Anba!, compuesto por veteranos. Adems, a pesar de las prdi-das sufridas, el Brcida todava contaba con unos treinta mil hombres, reunidos entre los supervivientes de sus primeras lneas, que ahora apuntaban amenazan-

    ANBAL PARECA SEGUIR LOS ACONTECIMIENTOS COMO SI SUPIERA DE ANTEMANO LO QUE SUCEDERA cado la muerte de unos seis mil pnicos, mientras que el nmero de legionarios cados no pasaba de los mil), pero entra-ba en sus previsiones. Ahora, la disposi-cin de ambos ejrcitos era exactamente la que haba deseado desde el principio. Inquietos e inactivos, vlites y auxiliares nmidas se hallaban detrs de la for-

    tes hacia los descubiertos flancos de las legiones. Asombrado, Escipin com-prendi hasta qu punto llegaba la peri-cia tctica del cartagins. En ese punto no tena ms remedio que continuar con el plan establecido, pero ya no para sor-prender al enemigo y derrotarlo, sino para evitar ser rodeado.

  • Jugada la ltima carta Escipin se encontraba en una situacin crtica y su caballera segua sin apare-cer. Sus opciones se limitaban a resistir y esperar su vuelta. Reorganizados por sus respectivos comandantes, los dos ejrcitos se lanzaron uno contra otro pa-ra librar un ltimo choque antes de la cada del sol. Comenzaba tambin para Anbal una carrera contra el tiempo: si no lograba destruir la infantera del ro-mano o, como mnimo, dividir su ejrci-to en dos bloques, la vuelta de los jinetes de Laelio y Masinisa acabara decantan-do la balanza en su contra. Aunque por poco, el hasta entonces in-vencible Anbal acab perdiendo esa carrera. A pesar de luchar contra un enemigo ms numeroso, los legiona-rios, ansiosos por vengar las humillan-tes derrotas del pasado, resistieron con inusual mpetu sin dar un paso atrs. Antes de que Anbal consiguiera doble-garlos, el ejrcito pnico fue embestido por la espalda por una caballera roma-na que acab siendo el factor decisivo de la victoria. Con su vuelta, los compo-nentes de la tercera lnea de veteranos de Anbal no podan ni vencer ni huir. Saban que sus rivales, llenos de resen-timiento, no haran prisioneros entre ellos, por lo que decidieron morir en el campo de batalla dando una ltima prueba de fidelidad a su comandante. Anballograra escapar a Hadrumetum acompaado de unos cuantos jinetes.

    Por el dominio universal Tras la derrota, el cartagins dijo que no haba perdido una batalla, sino la gue-rra, y convenci al Consejo de que acep-tara las duras condiciones impuestas por Escipin. ste, pese a todo, se mos-tr ms que generoso, renunciando tan-to a la destruccin de la capital como a la cabeza de su enemigo. Entre las prin-cipales clusulas de la paz, Cartago en-tregara todos sus buques de guerra, as como sus elefantes, se comprometera a no participar en ninguna otra guerra sin el consentimiento de Roma y pagara a sta la suma de 10.000 talentos de plata en un plazo de cincuenta aos. Al describir la batalla de Zama, Tito Li-vio observ: "Antes de la cada de la no-che iba a saberse quin de entre Roma

    TENER FE EN LA VICTORIA El papel de la autoconfianza en el resultado de la bata lla

    REFLEXIONES A POSTERIORI Segn Giovanni Brizzi, profesor de Histo-ria de Roma en la Universidad de Bolonia, tras la batalla de Zama ambos generales reflexionaron sobre el modo en que se haba desarrollado el combate. Escipin reconoca que, pese a ganar, haba sido Anbal quien, gracias a sus inagotables recursos tcticos, haba llevado una vez ms la iniciativa hasta verse irremedia-blemente superado por la caballera. El cartagins, por su parte, medit sobre cmo la fortuna haba influido en el resul-tado final. Para Anbal, sta pareca haber ido de la mano del hombre que ms fe tena en s mismo. As, Escipin (abajo, a la izqda.), inferior a l en edad, experien-cia y habilidad tctica, le haba ganado en

    y Cartago gobernara a las naciones a partir de entonces [ ... ], porque la re-compensa por tal victoria no sera fri-ca, ni Italia, sino el mundo entero". El historiador Polibio afirm algo ligera-mente distinto: "Para los cartagineses se trataba de una lucha por la propia supervivencia y la soberana sobre Li-bia; para los romanos, del dominio y la supremaca universales". Sus palabras no parecen exageradas. El triunfo en Zama estableci la incontestable sobe-rana de Roma sobre todo el Mediterr-neo occidental, y allan el camino a los romanos para unificar Italia primero y dominar el mundo conocido despus.

    un aspecto: en su conviccin inquebran-table de estar predestinado a la victoria.

    FORJANDO SU DESTINO Anbal haba preparado la batalla minu-ciosamente, como siempre, pero la fe en s mismo haba mermado. Crea que con este factor haba atrado hacia s la derro-ta. Escipin sinti la victoria desde el principio, y finalmente esa presuncin marc la diferencia en el resultado. An-bal haba convivido durante aos con la fe en la victoria, y mientras conserv la confianza no hubo quien pudiera derro-tarle. A su entender, el peso de la fe ciega de un hombre en su propio destino haba actuado de manera decisiva en los acon-tecimientos ocurridos en Zama.

    Despojado de la jefatura del ejrcito tambin por exigencia de Roma, Anbal fue elegido sufete de la ciudad -mxima autoridad civil en Cartago-, cargo que ocup durante dos aos. Pero rumores interesados aseguraban que el antiguo general estaba preparando la venganza. Pese a la oposicin firme de Escipin, Roma exigi esta vez la cabeza de An-bal, y ste decidi exiliarse a la Siria de Antoco. Ms tarde, tras una breve es-tancia en Creta y en la Armenia de Ar-taxias, lleg a Bitinia, donde fue acogido por el rey Prusias. Implacables, los ro-manos enviaron legados hasta la zona para intentar convencer al Monarca de

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  • DOSSIER

  • ESCIPIN ORDEN PONER EN SU SEPULCRO EL EPITAFIO IIPATRIA INGRATA, NO POSEES NI SIQUIERA MIS HUESOS" que entregara al cartagins. Si Prusias le traicion es algo nunca aclarado. Fuera como fuese, en cierto punto los soldados romanos cercaron el escondrijo de An-bal, que, acorralado, recurri al veneno para no caer en sus manos. El regreso a Roma de Escipin -desde entonces el Africano- como vencedor en Zama fue poco menos que apotesico. Idolatrado en todos los sectores, su caris-ma acabara por convertirle en una espe-cie de rey sin corona. Pero tambin haba

    quien no estaba dispuesto a permitir que acumulara poder, incluido un influyente sector en el Senado encabezado por Mar-co Porcio Catn. ste intent despres-tigiarlo acusando a dos de los suyos (su padre y su to Cneo) de apropiacin ile-gal tras la guerra que les enfrent a An-toco III el Grande en Asia Menor. Aun-que el pueblo le dio todo su apoyo, Escipin se sinti profundamente decep-cionado. Se retir a su villa de Literum en la Campania, donde morira en 183 a. C., pocos meses despus de que Ambal aca-bara con su vida en Bitinia. Su ltima vo-luntad: ser enterrado en su villa en lugar de en Roma, y que en su sepulcro figura-ra el siguiente epitafio: "Patria ingrata, no posees ni siquiera mis huesos". Anbal y Escipin fueron los dos gene-rales ms grandes de su tiempo, acaso

    un pequeo peldao por debajo de Ale-jandro Magno. Ambos se vieron aparta-dos por distintos motivos de las patrias que haban defendido y murieron poco despus. Sus destinos parecan haber convergido como si fueran dos caras de una misma moneda, y la desaparicin de uno volva en cierto sentido innece-saria la existencia del otro. _

    PARA SABER MS BIOGRAFA

    DARCEL6. Pedro. AmDal de Cartago. Ma-drid: Alianza, 2000.

    ENSAYO DRIZZI, Cijovanni. Escipin y AmDal. Bar-celona: Ariel, 2009. liOLDSWORTliY, A. Las guerras pnicas. Barcelona: Ariel, 2002.

    HISTORIA Y VIDA 47

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