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HONORATO DE BALZAC LA INTERDICCIÓN Dedicada al señor contra- almirante Bazoche, goberna- dor de la isla Borbón, por el autor agradecido, En 1828, á eso de la una de la madrugada, dos personas salían de un palacio situado en el arrabal de Saint-Honoré, cerca del Eliseo-Borbón; uno de ellos era un médico célebre, Horacio Bianchón, y el otro uno de los hombres más elegantes de París, el barón de Rastignac, ambos amigos desde hacía mucho tiempo. Los dos habían despedido su coche, y, aunque no lograron encontrar ninguno en el arrabal, como la noche estuviese hermosa y el piso seco, Eugenio de Rastignac dijo á Bianchón: —Vamos á pie hasta el bulevar, tomaremos un coche en el círculo, donde los hay hasta el amanecer, y me acompañas á casa. —Con mucho gusto. —Y bien, querido mío, ¿qué me dices? —¿De esa mujer? respondió fríamente el doctor. —Reconozco en ti á mi Bianchón de siempre, exclamó Rastignac. —Y bien, ¿qué? —Pero, amigo mío, me hablas de la marquesa de Espard como si se tratase de un enfermo que desease entrar en tu hospital. —¿Quieres saber lo que pienso, Eugenio? Pienso que si dejas á la señora Nucingen por esa marquesa, habrás cambiado los ojos por el rabo. —La señora Nucingen tiene treinta y seis años, Bianchón, —Y la otra treinta y tres, se apresuró á replicar el doctor. —Sus más crueles enemigos no le echan veintiséis. —Querido mío, cuando tengas interés en conocer la edad de una mujer, mírale las sienes y la punta de la nariz. Por mucho que hagan las mujeres con sus cosméticos, no podrán nunca contra esos incorruptibles testigos de sus agitaciones. En esos dos puntos es donde deja cada año sus estigmas. Cuando las sienes de la mujer están blandas, rayadas y ajadas de un modo especial; cuando en la punta de la nariz se ven esos puntitos negros, que se parecen á las imperceptibles partículas que derraman sobre Londres las chimeneas donde se quema carbón de piedra, ten la seguridad absoluta de que la mujer pasa de los treinta años. Será hermosa, tendrá gracia, será amante, gozará de cuantos encantos quieras, pero pasará de los treinta años y ha llegado ya á su madurez. No critico yo al que se enamora de esta clase de mujeres; pero entiendo que

Balzac Honore de-La Interdicción

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  • HONORATO DE BALZAC

    LA INTERDICCIN

    Dedicada al seor contra-

    almirante Bazoche, goberna-dor de la isla Borbn,

    por el autor agradecido,

    En 1828, eso de la una de la madrugada, dos personas salan de un palacio situado en el arrabal de Saint-Honor, cerca del Eliseo-Borbn; uno de ellos era un mdico clebre, Horacio Bianchn, y el otro uno de los hombres ms elegantes de Pars, el barn de Rastignac, ambos amigos desde haca mucho tiempo. Los dos haban despedido su coche, y, aunque no lograron encontrar ninguno en el arrabal, como la noche estuviese hermosa y el piso seco, Eugenio de Rastignac dijo Bianchn:

    Vamos pie hasta el bulevar, tomaremos un coche en el crculo, donde los hay hasta el amanecer, y me acompaas casa.

    Con mucho gusto.Y bien, querido mo, qu me dices?De esa mujer? respondi framente el doctor.Reconozco en ti mi Bianchn de siempre, exclam Rastignac.Y bien, qu?Pero, amigo mo, me hablas de la marquesa de Espard como si se tratase de un

    enfermo que desease entrar en tu hospital.Quieres saber lo que pienso, Eugenio? Pienso que si dejas la seora

    Nucingen por esa marquesa, habrs cambiado los ojos por el rabo.La seora Nucingen tiene treinta y seis aos, Bianchn, Y la otra treinta y tres, se apresur replicar el doctor.Sus ms crueles enemigos no le echan veintisis.Querido mo, cuando tengas inters en conocer la edad de una mujer, mrale

    las sienes y la punta de la nariz. Por mucho que hagan las mujeres con sus cosmticos, no podrn nunca contra esos incorruptibles testigos de sus agitaciones. En esos dos puntos es donde deja cada ao sus estigmas. Cuando las sienes de la mujer estn blandas, rayadas y ajadas de un modo especial; cuando en la punta de la nariz se ven esos puntitos negros, que se parecen las imperceptibles partculas que derraman sobre Londres las chimeneas donde se quema carbn de piedra, ten la seguridad absoluta de que la mujer pasa de los treinta aos. Ser hermosa, tendr gracia, ser amante, gozar de cuantos encantos quieras, pero pasar de los treinta aos y ha llegado ya su madurez. No critico yo al que se enamora de esta clase de mujeres; pero entiendo que

  • un hombre tan distinguido como t no debe confundir una camuesa de febrero con una manzana que sonre en su rama y est pidiendo un mordisco. Ya s que el amor no va consultar nunca la partida de bautismo: nadie ama una mujer porque tenga tal cual edad, porque sea hermosa fea, estpida inteligente, sino que se ama porque se ama.

    Pues bien, yo la amo por otras muchas razones. Es marquesa de Espard, se apellida Blamont-Chauvry, est hoy de moda, tiene gran alma, un pie tan bonito como el de la duquesa de Berry, cien mil francos de renta, y acaso sea algn da mi esposa; en una palabra, que me pondran en posicin de poder pagar todas mis deudas.

    Yo te crea rico, dijo Bianchon interrumpiendo Rastignac.Bah! tengo quince mil francos de renta, que es precisamente lo que necesito

    para sostener mis cuadras. Querido mo, me la pegaron inicuamente en el asunto Nucingen. Ya te contar esa historia. He casado mis hermanas, y esto es lo nico que he salido ganando en limpio desde que nos hemos visto, y, decir verdad, prefiero haberlas establecido que poseer cien mil francos de renta. Ahora qu quieres que haga? Yo soy ambicioso. Adnde puede llevarme la seora Nucingen? Un ao ms, y estar estropeado y cascado como un hombre casado. Sufro hoy todos los inconvenientes del matrimonio y los del celibato, sin tener las ventajas del uno del otro, situacin falsa que llegan todos los que permanecen demasiado tiempo cosidos una misma falda.

    Y crees encontrar aqu la solucin del problema? Dijo Bianchn. Tu marquesa, querido mo, no me es nada simptica.

    Es que tus opiniones liberales te ofuscan. Si la seora de Espard fuese una seora Rabourdn...

    Escucha, querido mo; noble plebeya, esa mujer para m no tiene alma, y ser siempre el tipo ms acabado del egosmo. Creme, los mdicos estamos acostumbrados juzgar los hombres y las mujeres, y los que somos un tanto hbiles, reconocemos el alma al mismo tiempo que el cuerpo. A pesar de ese bonito saloncito donde hemos pasado la noche, pesar del lujo de ese palacio, no tendra nada de particular que la marquesa estuviese empeada.

    En qu te fundas para decir eso?Yo no afirmo; supongo. Esa mujer ha hablado de su alma como el difunto

    Luis XVIII hablaba de su corazn. Escchame; esa mujer raqutica, blanca y de cabellos castaos, que se queja para inspirar compasin, goza de una salud de hierro y posee un apetito de lobo y una fuerza y una cobarda de tigre. Jams he visto disfrazar nadie como ella la mentira. Ecco!

    Me asustas, Bianchn. De modo que has aprendido muchas cosas desde que vivamos en la casa Vauquer?

    Desde entonces, querido mo, he visto infinidad de tteres y de muecos. Conozco algo las costumbres de esas hermosas damas, cuyo cuerpo cuidamos y lo que ellas tienen de ms precioso, sea su hijo, cuando le aman, y su rostro, por el que siempre sienten adoracin. Pasa uno las noches su cabecera, se sacrifica uno por evitar la ms ligera alteracin de su belleza, y, una vez que lo has logrado y que les ha guardado uno el secreto, piden la cuenta y siempre la encuentran cara. Quin las ha salvado al fin y al cabo? La naturaleza, dicen ellas. Lejos de alabarle uno, le critican, fin de que no pase uno ser mdico de sus mejores amigos. Querido mo, esas mujeres de quienes vosotros decs: Son unos ngeles! las he visto yo desprovistas de esas mascarillas, bajo las cuales cubren su alma, y de esos trapillos, bajo los cuales ocultan sus imperfecciones; en una palabra, sin cors y sin adornos, no resultan en verdad hermosas. Cuando vivamos en la casa Vauquer, empezamos ya por ver mucha suciedad en el mundo; pero lo que hemos visto all no era nada. Desde que frecuento el gran mundo, he visto verdaderos monstruos vestidos de satn y grandes seores ejerciendo la

  • usura en mayor escala que el pap Gobsech. Para vergenza de los hombres, cuando he querido dar la mano una virtud, la he encontrado temblando de fro en una buhardilla, perseguida por la calumnia, viviendo con mil quinientos francos al ao y pasando por una loca, por una original por una estpida. En fin, querido mo, la marquesa es una mujer la moda, y esa clase de mujeres son, precisamente, las que me causan ms horror. Quieres saber por qu? Una mujer que est dotada de alma grande, de gusto delicado, de gran corazn, y que hace una vida sencilla, no tiene probabilidad alguna de ser una mujer la moda. En definitiva, una mujer la moda y un hombre en el poder, tienen perfecta analoga; pero existe la diferencia de que las cualidades mediante las cuales se eleva un hombre por encima de los dems, le engrandecen y constituyen su gloria; mientras que las cualidades por medio de las cuales llega una mujer su imperio de un da, son en realidad espantosos vicios: la mujer se desnaturaliza para ocultar su verdadero carcter, y tiene que tener una salud de hierro bajo una apariencia raqutica, fin de poder hacer la vida militante del mundo. En calidad de mdico, s que la bondad del estmago excluye la bondad del corazn. La mujer la moda no siente nada, su afn de placeres tiene por causa el deseo de animar su naturaleza fra, y busca emociones y goces, como los busca el anciano entre los bastidores de la Opera. Como tiene ms cabeza que corazn, sacrifica en pro de su triunfo las pasiones verdaderas y los amigos, del mismo modo que el general hace entrar en fuego sus ms adictos oficiales para ganar una batalla. La mujer la moda no es siquiera mujer: no es ni madre, ni esposa, ni amante. Mdicamente hablando, tiene el sexo en el cerebro. Del mismo modo, tu marquesa ofrece todos los sntomas de su monstruosidad: tiene el pico de ave de presa, los ojos claros, la mirada fra y la palabra engaadora; est pulida como el acero de una mquina, y la conmueve todo, menos el corazn.

    Bianchn, no deja de haber algo de verdad en lo que dices.Algo de verdad? todo! repuso Bianchn. Crees acaso que yo no me sent

    herido en lo ms profundo de mi corazn por la insultante cortesa con que me haca medir la distancia ideal que la nobleza pone entre nosotros? Crees que no me sent apiadado al pensar en el objeto que persegua con sus caricias de gata? Dentro de un ao, esa mujer no se tomara la molestia de escribir ni una letra para hacerme el ms insignificante favor, y esta noche me ha prodigado infinidad de sonrisas creyendo que yo puedo influir sobre mi to Popinot, de quien depende el que ella gane su pleito.

    Y bien, amigo mo, hubieras preferido acaso que te hubiera hecho desprecios? Admito tu catilinaria contra las mujeres la moda, pero en esto ltimo entiendo que no ests en lo cierto. Yo preferira siempre tener por mujer la marquesa de Espard, que la criatura ms casta, ms recogida y ms amante de la tierra. Csese usted con un ngel, y es preciso ir enterrarse con ella en el interior de un campo para poder disfrutar de su dicha. La mujer de un hombre poltico es una mquina de gobierno, es un autmata destinado hacer agradables cumplidos, es el instrumento primero y ms fiel de que se sirve un ambicioso; en una palabra, es un amigo quien se puede comprometer sin peligro y quien se puede desaprobar sin consecuencia. Supn Mahoma en Pars, en el siglo XIX; su mujer sera una Robn, una duquesa de Chevreuse de la Fronda, fina y halagea como un embajadora y astuta como Fgaro. La mujer amante no le conduce uno ningn lado, mientras que una mujer de mundo le conduce uno todas partes, y es el diamante con que el hombre corta todos los vidrios cuando no posee la llave de oro con que se abren todas las puertas. A los modestos, las virtudes modestas; los ambiciosos, los vicios de la ambicin. Por otra parte, amigo mo, crees t que el amor de una duquesa de Langeais, de Maufrigneuse, de una lady Dudley, no le proporciona uno inmensos placeres? Si supieras cunto valor da la actitud fra y severa de esas mujeres la menor prueba de su afecto! Qu alegra ver

  • una pervinca despuntando bajo la nieve! Una sonrisa dirigida por debajo del abanico, desmiente la reserva de una actitud dispuesta por el mundo, y equivale a todas las ternuras excesivas de la mujer vulgar de abnegacin hipottica, pues en el amor la abnegacin est muy cerca de la especulacin. Adems, una mujer la moda, una Blamont-Chauvry, tambin tiene sus virtudes. Estas son la fortuna, el poder, el brillo, un cierto desprecio por todo lo que est debajo de ella.

    Gracias, dijo Bianchn.Vamos, vamos, respondi Rastignac rindose, no seas vulgar y haz como tu

    amigo Desplein: s barn, s caballero de la orden de San Miguel, aspira la dignidad de par y casa a tus hijas con duques.

    Yo? ca! llvese el diablo...!Vaya, vaya, vaya! ya veo que slo eres superior en medicina; decir verdad,

    me causas lstima.Qu quieres! odio todas esas gentes y deseo vivamente que haya una

    revolucin que nos libre por completo de ellas.Segn eso, seor Robespierre con lanceta, no irs maana casa de tu to

    Popinot?S, dijo Bianchn, tratndose de ti, ira hasta el infierno.Querido mo, te lo agradezco en el alma, y te doy las gracias con lgrimas en

    los ojos. He jurado que el marqus saldra perdiendo.Pero, dijo Horacio continuando, no te aseguro el logro de tus deseos hablando

    Juan Julio Popinot, pero te prometo llevarlo pasado maana casa de tu marquesa, y ella ver si puede conquistarle. Mucho me temo que no. Todas las trufas, todas las duquesas, todos los pollos, que el rey le prometiese la dignidad de par y que Dios le diese la investidura del paraso y las rentas del purgatorio, en una palabra, todos los poderes del mundo no creo que sean bastantes hacerle prevaricar. Popinot es juez como la muerte es la muerte.

    Los dos amigos haban llegado al ministerio de Estado situado en la esquina del bulevar de los Capuchinos.

    Ya ests en tu casa, le dijo Bianchn rindose y sealando con la mano el edificio del ministerio. Y all tengo ya coche, dijo sealando un fiacre. Este resume perfectamente nuestro respectivo porvenir.

    S, t sers feliz en el fondo del agua, mientras que yo luchar siempre en la superficie con las tempestades, hasta que, zozobrando, vaya pedirte algn da puesto en tu gruta.

    Hasta el sbado, replic Bianchn.Convenido, dijo Rastignac.Me prometes traer Popinot?S, har para ello todo lo que mi conciencia me permita.Pobre Bianchn! nunca ser ms que un hombre honrado, se dijo Rastignac

    medida que el fiacre se alejaba.Rastignac me ha encargado la negociacin ms difcil que puede haber en el

    mundo, se dijo Bianchn levantndose y recordando la delicada misin que le haba sido confiada. Pero yo no le he pedido mi to ningn favor en la Audiencia, mientras que l me ha hecho hacer mil visitas gratis. Por otra parte, entre nosotros creo que habr franqueza, y una vez que me diga s no, todo habr acabado.

    Despus de este corto monlogo, el clebre mdico se dirigi, eso de las siete de la maana, hacia la calle de Fouarre, donde viva don Juan Julio Popinot, juez de primera instancia del departamento del Sena. La calle de Fouarre fu en el siglo XIII la ms ilustre de Pars. All estuvieron las escuelas de la Universidad cuando la voz de

  • Abelardo y la de Jersn resonaban en el mundo cientfico. Dicha calle es hoy una de las ms sucias del distrito duodcimo, que es el barrio ms pobre de Pars, el que cuenta con cerca de dos tercios de su poblacin que carecen de lea en invierno, el que manda ms hijos expsitos la inclusa, ms enfermos al hospital, ms mendigos y traperos las calles y el que cuenta con ms ancianos achacosos pasendose lo largo de las paredes en que da el sol, con ms obreros sin trabajo en las plazas y con ms detenidos en la polica correccional. En medio de esta calle, cuyo arroyo encamina hacia el Sena las aguas negras de algunas tintoreras, existe una casa vieja, restaurada sin duda bajo el reinado de Francisco I y construda con ladrillos mantenidos intervalos por trozos de pared hechos con piedra tallada. Su solidez parece atestiguada por una configuracin exterior que se ve frecuentemente en algunas casas de Pars. Si se me permite la frase, dir que tiene una especie de vientre producido por la dilatacin que sufre el primer piso, abatido por el peso del segundo y del tercero, pero que est sostenido por el fuerte muro del piso bajo. Al primer vistazo, parece que los entredoses de las ventanas van reventar pesar de los refuerzos de piedra tallada; pero el observador no tarda en apercibirse de que ocurre con esta casa como con la torre de Bolonia: los ladrillos y las piedras viejas conservan invenciblemente su centro de gravedad. En todas las estaciones, los slidos zcalos del piso bajo ofrecen ese tinte amarillento y ese imperceptible mugre que la humedad comunica la piedra. El transeunte siente fro caminando lo largo de esta pared, donde algunos poyos inclinados le libran apenas del barro de los cabriols. Como ocurre en todas las casas construdas antes de la invencin de los coches, el hueco de la puerta forma una arcada sumamente baja, bastante parecida al prtico de una prisin. A la derecha de esta puerta se ven tres ventanas provistas exteriormente de rejas de hierro de malla, tan estrechas y de cristales tan sucios y empolvados, que no permiten ver los curiosos el destino interior de las piezas hmedas y sombras que prestan luz; la izquierda existen otras dos ventanas semejantes, una de las cuales permanece veces abierta y permite ver al portero, su mujer y sus hijos, corriendo de un lado otro, trabajando, cocinando, comiendo y gritando en medio de una sala entarimada, donde todo est derrudo y adonde se baja por dos escalones, profundidad que parece indicar la progresiva elevacin que va adquiriendo el pavimento parisiense. Si algn da de lluvia se abriga algn transeunte bajo la larga bveda de vigas salientes y blanqueadas con cal que conduce de la puerta la escalera, le es difcil dejar de contemplar el cuadro que ofrece el interior de esta casa. A la izquierda se encuentra un jardinito cuadrado, que no permite dar ms de cuatro pasos en ningn sentido, jardn de tierra negra donde existen parras sin pmpanos y donde, falta de vegetacin, van ocupar la sombra de los rboles trozos de papel, trapos y guijaros, cascotes cados del techo; tierra infrtil, donde el tiempo ha impreso, al igual que sobre las paredes, sobre el tronco de los rboles y sobre las ramas, una polvorienta huella. Los dos cuerpos del edificio de que se compone la casa, toman luz de este jardinito, rodeado por dos casas vecinas, decrpitas y amenazando ruina, y en cada uno de cuyos pisos se ve alguna grotesca muestra del oficio ejercido por el inquilino. All largas estacas soportan numerosas capas de lana teida que estn secndose; aqu se balancean sobre una cuerda algunas camisas lavadas; ms arriba se ven algunos libros recin encuadernados, colocados sobre el tablero prensador; las mujeres cantan, los maridos silban, los nios gritan; el carpintero sierra las maderas; un tornero en cobre hace chirriar el metal; todas las industrias se harmonizan para producir un ruido que el nmero de los instrumentos hace furibundo. El sistema general del decorado interior de este paisaje, que no es ni patio, ni jardn, ni bveda, y que participa de todas estas cosas, consiste en pilares de madera colocados sobre dados de piedra y que representan ojivas. Dos arcadas dan al jardinito; otras dos, que estn frente la

  • puerta cochera, permiten ver una escalera de madera cuyo pasamano fu antao una maravilla de carpintera y cuyos viejos peldaos crujen bajo los pies. Las puertas de cada piso ostentan las jambas y el dintel negros de grasa y polvo, y estn provistas de dobles puertas forradas de terciopelo de Utrecht y adornadas con clavos dorados dispuestos en forma de rombo. Estos restos de esplendor anuncian que bajo el reinado de Luis XIV esta casa haba sido habitada por algn consejero del Parlamento por ricos eclesisticos. Pero estos vestigios del antiguo lujo hacen asomar una sonrisa los labios causa del sencillo contraste que ofrecen entre el pasado y el presente. Don Juan Julio Popinot viva en el primer piso de esta casa, donde la obscuridad, natural los primeros pisos de las casas parisienses, aumentaba an causa de la estrechez de la calle. Este viejo edificio era muy conocido en todo el duodcimo distrito, al que la Providencia haba dado aquel magistrado, como da una planta bienhechora para curar aliviar cada enfermedad. He aqu el retrato del personaje quien quera seducir la brillante marquesa de Espard.

    En calidad de magistrado, el seor Popinot iba siempre vestido de negro, traje que contribua hacerle ridculo los ojos de las personas acostumbradas juzgarlo todo superficialmente. Los hombres celosos por conservar la dignidad que impone este traje, tienen que someterse cuidados continuos y minuciosos; pero el seor Popinot era incapaz de obtener para s la limpieza puritana que exige lo negro. Su pantaln, siempre viejo, pareca de crespn, tela con que se hacen las togas de abogado, y sus posturas habituales acababan por dibujar en l un nmero tan grande de arrugas, que haba lugares en que se vean lneas blancas, rojas lustrosas, que denunciaban una avaricia srdida la pobreza ms descuidada. Sus gruesas medias de lana se vean bajo sus deformes zapatos. Su ropa blanca tena esos tonos rojizos que acostumbra adquirir cuando ha permanecido largo tiempo en un armario, tonos que anunciaban en la difunta seora Popinot la mana por la ropa blanca. La levita y el chaleco del magistrado estaban en harmona con el pantaln, los zapatos, las medias y la ropa interior. Su incuria le causaba una inexplicable dicha, pues el da que estrenaba una levita, procuraba ponerla en harmona con las dems prendas, llenndola de manchas con inexplicable prontitud. El buen hombre esperaba que la cocinera le advirtiera la vejez de su sombrero, para renovarlo. Llevaba siempre la corbata torcida y nunca procuraba remediar el desorden que su golilla de juez causaba en el abarquillado cuello de su camisa. No cuidaba para nada su cabellera gris y se afeitaba la barba dos veces por semana. Aquel magistrado no llevaba nunca guantes, y, generalmente, se meta las manos en sus recios bolsillos, cuya sucia entrada, casi siempre descosida, aada un rasgo ms la negligencia de su persona. El que haya frecuentado la Audiencia de Pars, lugar donde se observan todas las vanidades del traje negro, podr figurarse el aspecto que ofreca el seor Popinot. La costumbre de estar sentado das enteros modifica mucho el cuerpo, del mismo modo que el aburrimiento originado por las interminables discusiones de los pleitistas, obra sobre la fisonoma de los magistrados. Encerrado en salas poco espaciosas, sin majestad arquitectnica y donde el aire se vicia muy pronto, el juez parisiense acaba por tener una cara ceuda y arrugada y entristecida por el aburrimiento, y su tez se marchita y contrae tonos verdosos terrosos, segn el temperamento del individuo. En fin, la larga, el joven ms guapo y robusto se convierte en una plida mquina de considerandos, en un autmata que aplica el cdigo todos los casos, con la flema de las manecillas de un reloj. Resulta, pues, que si la naturaleza haba dotado al seor Popinot de un exterior poco agradable, el ejercicio de la magistratura no le haba embellecido. Su contextura ofreca chocantes contrastes: sus gruesas rodillas, sus grandes pies y sus anchas manos, contrastaban con una cara sacerdotal, que tena cierta semejanza con la cabeza de una ternera, y que estaba mal

  • iluminada por unos ojos blanquecinos desprovistos de sangre, partida por una nariz recta y aplanada, rematada por una frente sin protuberancia y decorada por dos inmensas orejas. Sus cabellos, finos y poco abundantes, dejaban ver su crneo intervalos. Un solo rasgo recomendaba este rostro al fisonomista. Este hombre tena una boca en cuyos labios se adivinaba una bondad divina. Dichos labios, gruesos y rojos, con mil arrugas, sinuosos, expresivos, en los que la naturaleza haba impreso la huella de los hermosos sentimientos, hablaban al corazn y anunciaban en aquel hombre la inteligencia, la franqueza, el don de la adivinacin y una gracia angelical; de modo que no lo hubiesen comprendido, juzgndole nicamente por su frente deprimida, por sus ojos sin calor y por su vulgar aspecto. Su vida estaba en harmona con su fisonoma, pues encerraba infinidad de trabajos secretos y ocultaba la virtud de un santo. Sus profundos estudios , acerca del Derecho fueron tan gran recomendacin para Napolen cuando reorganiz la justicia en 1806 y en 1811, que, por consejo de Combaceres, fu uno de los primeros nombrados para ocupar la Audiencia imperial de Pars. Popinot no era intrigante. A cada nueva exigencia, cada nueva recomendacin, el ministro postergaba Popinot, el cual no puso nunca los pies ni en casa del archicanciller ni en casa del gran juez. De la Audiencia fu, pues, descendiendo hasta el ltimo escaln, causa de las intrigas de las gentes activas intrigantes. Por fin, lleg hasta ser nombrado juez suplente. Un grito general se levant en la Audiencia. Popinot juez suplente! Esta injusticia asombr todo el mundo judicial, los abogados, los ujieres, todos en general, excepto Popinot, que no se quej. Pasado el primer clamoreo, todo el mundo pens que no hay mal que por bien no venga, y Popinot sigui siendo juez suplente hasta el da en que el ministro de Justicia ms clebre de la Restauracin veng los agravios hechos por los jueces del Imperio este hombre modesto y silencioso. Despus de haber sido juez suplente durante doce aos, el seor Popinot deba sin duda morir siendo nicamente juez del tribunal del Sena.

    Para explicar el obscuro destino de uno de los hombres ms eminentes de la magistratura, es necesario hacer aqu algunas consideraciones que servirn para poner de manifiesto su vida y su carcter, y descubrir, al mismo tiempo, algunas de las ruedas de esa gran mquina llamada justicia. El seor Popinot fu clasificado por los tres presidentes que tuvo sucesivamente el tribunal del Sena, en la categora de los leguleyos, nica palabra que puede expresar la idea que de l tenan. No obtuvo, pues, con aquellos seores la reputacin de capacidad que sus trabajos le haban dado anteriormente. Del mismo modo que un pintor permanece invariablemente encerrado dentro de la categora de los paisajistas, de los retratistas, de los pintores de historia de marina para el pblico de los artistas, inteligentes necios que, por envidia, por omnipotencia crtica por preocupacin, ponen trabas su inteligencia, creyendo todos que hay callos durezas en todos los cerebros, estrecheces de juicio que el mundo aplica los escritores, los hombres de Estado y todas las gentes que empiezan por una especialidad antes de ser proclamados universales, asimismo, Popinot encontr mil obstculos dentro de su carrera. Los magistrados, los abogados, los procuradores, todo ese mundo que se alimenta en el terreno judicial, distingue dos elementos en toda causa: el derecho y la equidad. La equidad resulta de los hechos y el derecho es la aplicacin de los principios los hechos. Un hombre puede tener razn en equidad y no tenerla en justicia, sin que el juez sea acusable. Entre la conciencia y el hecho existe un abismo de razones determinantes, que son desconocidas para el juez y que condenan legitiman un hecho. Un juez no es Dios, y su deber es adaptar los hechos los principios, juzgar especies variadas hasta lo infinito, sirvindose de una medida determinada. Si el juez tuviese poder para leer en la conciencia y conocer los motivos fin de que las sentencias fuesen equitativas, cada juez sera un gran hombre. Francia necesita

  • prximamente unos seis mil jueces, y como ninguna generacin cuenta con seis mil eminencias, claro es que tampoco puede contar con ellas la magistratura. En medio de la civilizacin parisiense, Popinot era un cad muy hbil, que, gracias su talento y fuerza de haber manejado la ley, haba acabado por reconocer el defecto que implican las aplicaciones espontneas y violentas. Ayudado por su poder de adivinacin judicial, penetraba la envoltura de la doble mentira, bajo la cual ocultan los litigantes el interior de los pleitos. Juez, como el ilustre Desplein cirujano, penetraba las conciencias como este sabio penetraba los cuerpos. Su vida y sus costumbres le haban llevado la apreciacin exacta de los pensamientos ms secretos mediante el examen de los hechos. Este magistrado escudriaba un proceso como Cuvier el humus del globo. Como este gran pensador, iba de deduccin en deduccin antes de concluir, y reproduca el pasado de la conciencia, del mismo modo que descubra Cuvier un anopluro. Cuando tena que hacer algn informe, despertbase veces por la noche sorprendido por un filn de verdad que brillaba de pronto en su pensamiento. Indignado ante las profundas injusticias que rematan estos hechos, en los que todo va en contra del hombre honrado en aprovecho de los bribones, dictaba veces sentencia contra derecho en favor de la equidad en aquellos en que se trataba de cuestiones en cierto modo adivinaticias. Pasaba, pues, entre sus colegas por hombre poco prctico, y sus extensos resultandos prolongaban, por otra parte, las deliberaciones; de modo que cuando Popinot ech de ver la repugnancia con que le escuchaban sus compaeros, opt por informar con brevedad. Decase que juzgaba mal cierta clase de asuntos; pero como su genio de apreciacin era sorprendente, su inteligencia clara y su penetracin profunda, fu reputado al fin como hombre de actitud especial para las penosas funciones de juez de instruccin, resultando de aqu que permaneci en este cargo durante la mayor parte de su vida. Aunque sus cualidades le hiciesen eminentemente apto para esta difcil carrera, y aunque tuviese, para algunos, reputacin de ser un profundo criminalista que ejerca con cario su profesin, es lo cierto que la bondad de su corazn le torturaba constantemente y se vea cogido entre su conciencia y su piedad, como entre la espada y la pared. Aunque mejor retribudas que las del juez civil, las funciones del juez de instruccin no tientan nadie, porque acarrean demasiada sujecin. Popinot, hombre modesto, virtuoso y sabio, sin ambicin y trabajador infatigable, no se quej nunca de su destino; hizo al pblico el sacrificio de sus gustos y de su benevolencia y se dej desterrar las lagunas de la instruccin criminal, donde supo ser la vez severo y benvolo. A veces, su escribano entregaba al procesado dinero para comprar tabaco ropa, al acompaarle desde el despacho del juez la Ratonera, prisin temporal que ocupan los procesados mientras estn disposicin del juez instructor. Popinot saba ser juez inflexible y hombre caritativo; nadie obtena ms fcilmente que l confesiones sin recurrir astucias judiciales, y tena, por otra parte, la penetracin del observador. Este hombre, dotado de bondad, estpido en apariencia, sencillo y distrado, adivinaba las argucias de los graciosos del presidio, desenmascaraba las mujerzuelas ms astutas y saba imponerse los malvados. Circunstancias poco conocidas haban aguzado su perspicacia, pero para dar cuenta de ellas, es necesario penetrar en su vida ntima, pues Popinot slo era juez, mirado desde el punto de vista social. En su vida ntima era un hombre ms grande an y menos conocido.

    Doce aos antes del da en que empieza esta historia, en 1816, durante aquella terrible penuria que coincidi fatalmente con la permanencia de los titulados aliados de Francia, Popinot fu nombrado presidente de la comisin extraordinaria instituda para distribuir socorros los indigentes de su distrito, en el momento en que proyectaba abandonadla calle de Fouarre, cuya habitacin le gustaba tan poco l como su mujer. Este gran jurisconsulto, este gran criminalista, cuya superioridad pareca sus colegas

  • una aberracin, haca ya cinco aos que conoca los resultados judiciales, sin haber tenido en su poder las causas. Subiendo las buhardillas, viendo de cerca la miseria, estudiando las crueles necesidades que impulsan gradualmente los pobres hacer acciones vituperables y midiendo, en fin, sus prolongadas luchas, acab por sentir una gran compasin. Este juez se convirti entonces en el san Vicente de Pal de aquellos desgraciados, de aquellos obreros miserables. Su transformacin no fu de pronto completa. La benevolencia tiene su pendiente, como los vicios tienen la suya. La caridad devora la bolsa del santo como la ruleta se come los bienes del jugador: gradualmente. Popinot fu de infortunio en infortunio y de limosna en limosna, y despus, cuando hubo levantado todos los andrajos que forman la miseria pblica una especie de aparato bajo el cual se oculta una llaga febril, se convirti en Providencia de su distrito. Fu nombrado miembro del comit de beneficencia y de caridad. Dondequiera que se trataba de ejercer funciones gratuitas, aceptaba l un puesto y obraba sin nfasis, la manera del hombre de la capita que pasa su vida llevando sopas los mercados y los lugares donde estn las gentes hambrientas. Popinot tena la dicha de obrar en una circunferencia ms vasta y en una esfera ms elevada: lo vigilaba todo, prevena el crimen, daba trabajo a los obreros desocupados, buscaba colocacin apropiada para los delicados, distribua socorros con discernimiento en todos los puntos amenazados y se constitua en consejero de la viuda, en protector de los nios sin asilo y en comanditario de los pequeos comercios. Ni en Pars ni en la Audiencia conoca nadie la vida secreta de Popinot. Existen virtudes tan grandes, que llevan consigo la obscuridad, porque los hombres que las practican se apresuran ocultarlas. Respecto los protegidos del magistrado, como todos trabajaban durante el da y dorman, muertos de cansancio durante la noche, no les quedaba tiempo para alabar Popinot: tenan, en una palabra, la ingratitud de los nios los cuales no pueden nunca pagar lo que deben porque deben demasiado. Existen ingratitudes obligadas; pero qu corazn es capaz de sembrar el bien para recoger el agradecimiento y creerse grande? Desde el segundo ao de su secreto apostolado, Popinot haba acabado por convertir en locutorio el almacn del piso bajo de su casa, que estaba iluminado por las tres ventanas con reja de hierro. Las paredes y el techo de esta gran pieza haban sido blanqueadas con cal, y el mobiliario consista en bancos de madera semejantes los de las escuelas, en un tosco armario, en una mesa despacho de nogal y en un sof. En el armario encerraba los registros de beneficencia, los modelos de bonos de pan y el peridico. Llevaba sus escritos comercialmente, fin de no ser engaado por su corazn. Todas las miserias del barrio estaban numeradas y clasificadas en un libro, donde cada desgracia tena su cuenta, como la que lleva el comerciante de sus distintos deudores. Cuando haba alguna duda acerca de alguna familia de alguna persona desvalida, el magistrado peda informes la polica de segundad que estaba sus rdenes. Lavienne, criado educado por el amo, era su ayuda de campo. El desempeaba o renovaba las papeletas del Monte de Piedad y corra los lugares ms amenazados, mientras su amo trabajaba en la Audiencia. De cuatro siete de la maana en verano, y de seis nueve en invierno, esta sala estaba llena de mujeres, de nios y de indigentes, los que Popinot daba audiencia, y no haba ninguna necesidad de poner estufa en invierno, porque la gente abundaba tanto, que acababa por caldear la atmsfera. Lavienne se limitaba nicamente colocar un poco de paja sobre el pavimiento, que estaba demasiado hmedo. A la larga, los bancos acabaron por ponerse brillantes como la caoba barnizada, y la altura de un hombre prximamente, el muro haba recibido no s qu pintura aplicada por los andrajos y las ropas deshechas de aquellos pobres. Estos desgraciados amaban tanto Popinot, que, cuando al amanecer, y antes de abrir la puerta, se agrupaban delante de sta, las mujeres soplndose los dedos y los hombres braceando para calentarse, unas y

  • otros no proferan el menor grito ni el ms insignificante murmullo, fin de no turbar su sueo. Los traperos y las gentes que tenan ocupacin por la noche, conocan aquella casa y vean veces el despacho del magistrado alumbrado deshora. Finalmente, los ladrones decan al pasar: He ah su casa, y la respetaban. La maana perteneca los pobres, la tarde los criminales y la noche los trabajos judiciales.

    El genio de observacin que posea Popinot era, pues, natural, y se comprenda que adivinase las virtudes de la miseria, los buenos sentimientos heridos, las buenas acciones en principio y las abnegaciones desconocidas, del mismo modo que iba buscar al fondo de las conciencias los ms insignificantes detalles del crimen y los hilos ms tenues de los delitos para poder despus juzgarlos. El patrimonio de Popinot ascenda mil escudos de renta. Su mujer, hermana de Bianchn padre, mdico de Sancerre, le haba aportado el doble, haba muerto haca cinco aos y haba dejado su fortuna su marido. Como el sueldo del juez suplente no es considerable y como Popinot era juez efectivo haca slo cinco aos, fcil es adivinar la causa de su mezquindad en todo lo que concerna su persona su vida al ver cun escasas eran sus rentas y cun grandes eran sus instintos caritativos. Por otra parte, la indiferencia en el vestir no es una prueba distintiva del hombre de ciencia del arte cultivado con locura, del pensamiento perpetuamente activo? Para acabar su retrato, bastar decir que Popinot perteneca al escaso nmero de los jueces del tribunal del Sena los que no haba sido concedida la con decoracin de la Legin de honor.

    Tal era el hombre quien el presidente de la segunda sala del tribunal que perteneca Popinot, que perteneca haca dos aos al nmero de los jueces civiles, haba comisionado para proceder al interrogatorio del marqus de Espard causa de la demanda presentada por su mujer fin de obtener un interdicto.

    La calle de Fouarre, donde hormigueaban al amanecer tantos desgraciados, haba quedado desierta las nueve de la maana y recobraba su aspecto sombro y miserable. Bianchn arre, pues, su caballo fin de sorprender su to en medio de la Audiencia. No pens sin rerse en el extrao contraste que producira el juez al lado de la marquesa de Espard; pero se prometi lograr que su to se cambiase de ropa, fin de evitar el ridculo.

    Pero quin sabe si mi to tendr una levita nueva? Se deca Bianchn cuando entraba por la calle de Fouarre. Me parece que hara bien en entenderme directamente con Lavienne.

    Al ruido del cabriol, una docena de pobres sorprendidos salieron de debajo del prtico y se descubrieron al reconocer al mdico; pues Bianchn, que visitaba gratis los enfermos que le recomendaba el juez, no era menos conocido que ste para los desgraciados reunidos all. Bianchn vi su to en medio del locutorio, cuyos bancos estaban llenos de indigentes que ofrecan las grotescas singularidades de trajes, cuya vista detiene en plena calle los transeuntes menos artistas. No hay duda alguna que un dibujante, un Rembrandt, si existiese alguno en nuestros das, hubiera encontrado all asunto para un cuadro magnfico al ver aquellos miserables inmviles y silenciosos. Aqu, la arrugada cara de un austero anciano de barba blanca y de crneo apostlico, hubiera sido un modelo hermoso para un san Pedro: su pecho, descubierto en parte, dejaba ver unos msculos salientes, indicio de un temperamento de bronce que le haba servido de punto de apoyo para sostener todo un poema de desgracias. All, una joven daba el pecho su hijo menor para impedir que llorase, teniendo al mismo tiempo entre sus rodillas otro de unos cinco aos de edad. Aquel seno cuya blancura brillaba en medio de los andrajos, aquel nio de transparentes carnes, y su hermano, cuya postura revelaba su porvenir de pilluelo, enternecan el alma al ver la especie de gracioso contraste que ofrecan con la larga fila de caras amoratadas por el fro, en medio de las

  • cuales se vea esta familia. Ms lejos, una anciana, plida y fra, presentaba ese rostro repugnante del pauperismo sublevado y dispuesto vengarse en un da de sedicin de todas sus penas pasadas. Vease all tambin al obrero joven, dbil y perezoso, cuya mirada, llena de inteligencia, anunciaba elevadas facultades comprimidas por necesidades combatidas en vano. Las mujeres estaban en mayora; sus maridos, salidos muy de maana para sus talleres, les dejaban sin duda el cuidado de defender la causa del hogar con ese espritu que caracteriza la mujer del pueblo, que es casi siempre la reina de su chiribitil. All hubieseis visto en todas las cabezas pauelos hechos girones, faldas bordadas con barro, toquillas desgarradas, jubones sucios y agujereados; pero en todas partes ojos que brillaban como otras tantas llamas. Reunin horrible cuyo aspecto inspiraba al principio repugnancia, pero que no tardaba en causar terror cuando se echaba de ver que la resignacin puramente fortuita de aquellas almas que luchaban con todas las necesidades de la vida, era una especulacin fundada en la beneficencia. Las dos bujas que iluminaban el locutorio vacilaban en medio de una especie de niebla causada por la hedionda atmsfera de aquel lugar mal ventilado.

    Mas no creis que era el magistrado el personaje menos pintoresco de aquella asamblea. Cubra su cabeza un gorro de algodn rojizo, y como iba sin corbata, su cuello, rojo de fro y arrugado, se dibujaba perfectamente sobre el cuello pelado de su vieja bata. Su ajado rostro tena esa expresin medio estpida que comunica siempre la preocupacin. Su boca, como la de todos los que trabajan, estaba recogida y cerrada como la bolsa cuyos cordones se han apretado fuertemente. Su contrada frente pareca soportar el peso de todas las confesiones que le hacan. Popinot oa, analizaba y juzgaba la vez. Atento como un prestamista, sus ojos dejaban sus libros para penetrar hasta el fuero interno de los individuos que examinaba con la rapidez de visin con que los avaros expresan sus inquietudes. De pie, detrs de su amo, y dispuesto ejecutar sus rdenes, Lavienne haca sin duda de agente de polica y acoga los recin llegados animndoles contra su propia vergenza. Cuando el mdico apareci, hubo un gran movimiento en los bancos. Lavienne volvi la cabeza y qued sumamente sorprendido al ver Bianchn.

    Ah! ests ah, hijo mo? dijo Popinot estirando los brazos. Qu te trae estas horas?

    Tema que hiciese usted, sin verme m antes, cierta visita judicial respecto la cual quiero hablarle.

    Y bien, qu hay? repuso el juez dirigindose una mujer gruesa y pequea que permaneca de pie junto l. Hija ma, si no me dice usted lo que quiere, yo no podr adivinarlo.

    Dse usted prisa, le dijo Lavienne. No ve usted que quita tiempo los dems?

    Seor, dijo por fin la mujer ruborizndose y bajando la voz de modo que no pudiese ser oda ms que por Popinot y por Lavienne, yo soy tendera y tengo mi hijo menor en casa de una nodriza la que le debo un mes. Yo ya haba escondido el dinero para pagarle, pero...

    Vamos, s, se lo cogi su marido, dijo Popinot adivinando el desenlace de la confesin.

    S, seor.Cmo se llama usted?La Pomponne.Y su marido?Toupinet.

  • Calle de Petit-Banquier, repuso Popinot hojeando su registro. Est en la crcel, dijo leyendo una observacin escrita en el margen de la pgina en que estaba inscripta aquella familia.

    S, por deudas, mi querido seor.Popinot mene la cabeza.Pero, seor, vea usted que no tengo con qu comprar mercancas, pues el

    propietario vino ayer y me oblig pagarle, amenazndome con despedirme.Lavienne se inclin hacia su amo y le dijo algunas palabras al odo.Est bien. Qu necesita usted para comprar las frutas en el mercado?Yo, seor... necesitara, para continuar mi comercio... si, necesitara lo menos

    diez francos.Odo esto, el juez hizo una sea Lavienne, el cual sac los diez francos de un

    saco y se los entreg la mujer, mientras que el juez inscriba el prstamo en su registro. Al ver el movimiento de alegra que hizo la tendera, Bianchn comprendi las ansiedades y los apuros que aquella mujer haba pasado para decidirse ir pedir auxilio casa del juez.

    A usted, dijo Lavienne a1 anciano de barba blanca.Bianchn llam al criado aparte y le pregunt si durara mucho aquella

    audiencia.E1 seor ha recibido ms de doscientas personas esta maana, y an le

    quedan ochenta, dijo Lavienne. Entiendo, pues, que el seor doctor tendra an tiempo para ir hacer sus primeras visitas.

    Hijo mo, dijo el juez volvindose y cogiendo Horacio por el brazo, toma, aqu tienes la direccin de dos visitas que estn cerca, la una en la calle del Sena y la otra en la del Arbalete. Corre. En la calle del Sena acaba de asfixiarse una joven, en la del Arbalete encontrars un hombre que habr, de ser trasladado tu hospital. Te espero para almorzar.

    Bianchn volvi al cabo de una hora. La calle de Fouarre estaba desierta, el da empezaba despuntar en ella, su to suba a sus habitaciones, el ltimo pobre cuya miseria acababa de aliviar el magistrado se marchaba y el saco de Lavienne estaba vaco.

    Bueno, y cmo estn? dijo el juez a1 doctor subiendo la escalera.El hombre est muerto respondi Bianchn; la joven creo que se salvar.Desde que la mirada y la mano de una mujer faltaban, la habitacin que ocupaba

    Popinot haba tomado un aire que estaba en perfecta harmona con e1 de1 amo. La incuria del hombre, motivada por la persistencia de un pensamiento dominante, imprima su extrao sello todas las cosas. Polvo inveterado por todas partes, en todas partes cambios de destino los objetos, recordando as esa industria que se implanta con tanta frecuencia en el hogar del soltero. All se vean papeles sobre los muebles, platos olvidados, eslabones fosfricos convertidos en palmatorias en el momento en que era preciso buscar algo, cambios parciales de muebles que obedecieron a un pensamiento empezado y olvidado luego en una palabra, todos los revoltijos y los vacos ocasionados por pensamientos de arreglo abandonados. Pero el despacho del magistrado, en el que imperaba ms an este incesante desorden, acusaba su constante permanencia en l y los apuros de hombre agobiado por los negocios y perseguido por mltiples necesidades. La biblioteca pareca haber sido objeto de un pillaje; los libros yacan amontonados en unos sitios y desparramadas las hojas por el suelo en otros; los paquetes de expedientes y juicios, colocados en lnea, lo largo de la biblioteca, llenaban el suelo. Este suelo no haba sido barrido haca dos aos. Las mesas y los muebles estaban cargadas de exvotos llevados por la miseria agradecida. Sobre los floreros de porcelana azul que adornaban

  • la chimenea relucan dos globos de cristal, en cuyo interior haba diversos colores mezclados, todo lo cual les daba la apariencia de un curioso producto de la naturaleza. Ramilletes de flores artificiales y cuadros en los que las iniciales de Popinot estaban rodeadas de corazones y de siemprevivas, decoraban las paredes. Aqu cajitas de madera pretenciosamente hechas y que no podan servir para nada. All prensapapeles trabajados con el gusto de las obras ejecutadas en presidio por los forzados. Estas obras maestras de la paciencia, estas muestras de gratitud y aquellos ramilletes secos daban al cuarto y al despacho del juez el aspecto de una tienda de juguetes. El buen hombre se serva de estas obras como de memorialines y las llenaba de notas, de plumas olvidadas y de papeles desnudos. Estos sublimes testimonios de una caridad divina estaban llenos de polvo y carecan de pintura. Algunos pjaros, perfectamente embalsamados, pero comidos por la polilla, se levantaban en aquel bosque de baratijas, donde dominaba un angora, gato favorito de la seora Popinot, la cual un naturalista tronado se lo haba restitudo, sin duda con todas las apariencias de la vida, pagando as por un tesoro eterno una ligera limosna. Algn artista del barrio haba hecho tambin los retratos de los seores Popinot. Hasta en la alcoba que serva de dormitorio se vean pelotas bordadas, paisajes bordados y cruces de papel doblado, cuyos detalles denotan un trabajo inmenso. Las cortinas de las ventanas estaban ennegrecidas por el humo y los cortinajes no tenan ya color. Entre la chimenea y la gran mesa cuadrada en que trabajaba el magistrado, la cocinera haba puesto un velador, y sobre l dos tazas de caf con leche. Como la luz, interceptada por los cristales sucios, no llegaba hasta all, la cocinera haba dejado dos bujas cuya mecha, desmesuradamente larga, formaba un gran pabilo y proyectaba esa luz rojiza que hace durar ms la buja, gracias la lentitud de la combustin, descubrimiento ste debido los avaros.

    Querido to, deba usted de abrigarse ms cuando baja al locutorio.Qu quieres! me da lstima hacer esperar esas pobres gentes. Y bien, qu

    se te ofrece?Vengo invitarle usted comer maana en casa de la marquesa de Espard.Alguna parienta nuestra? pregunt el juez, con un aire tan ingenuamente

    preocupado, que Bianchn se ech reir.No, to, la marquesa es una encopetada y poderosa dama que ha presentado

    una demanda los tribunales con objeto de interdecir su marido, y usted es el encargado de ese asunto.

    Y quieres que vaya comer su casa? Ests loco? dijo el juez echando mano del cdigo. Mira, lee el artculo que prohibe al magistrado comer y beber en casa de ninguna de las partes que tiene que juzgar. Si tu marquesa tiene que decirme algo, que venga verme. S, efectivamente, maana tena que ir interrogar su marido despus de examinar esta noche la demanda.

    Y esto diciendo, se levant, tom un protocolo que se encontraba al alcance de su mano, y, despus de haber ledo el ttulo, dijo:

    Aqu estn las piezas; y puesto que esa encopetada y poderosa dama te interesa, veamos la demanda.

    Popinot se cruz la bata, que llevaba casi siempre desabrochada dejando al descubierto su pecho, sumergi una tostada en su caf, ya casi fro, y busc la demanda para leerla, si bien permitindose algunos parntesis y algunas discusiones en las que tom parte su sobrino.

    Al seor presidente del Tribunal civil de primera instancia del departamento del Sena:

    Doa Juana Clementina Atanasia de Blamont-Chauvry, esposa de don Carlos Mauricio Mara Andoche, conde de Negrepelisse, marqus de Espard (buena nobleza),

  • propietario; la dicha seora de Espard, que vive en la calle del arrabal de Saint-Honor, nmero 104, y el dicho seor de Espard, habitante en la calle de Sainte-Genevieve, nmero 22 (ah! s, el seor presidente me dijo que era en mi barrio), teniendo por procurador al seor Desroches...

    Desroches! un farsante, un hombre muy mal visto por los tribunales y por sus colegas, y que perjudica sus clientes.

    No, pobre muchacho, dijo Bianchn; desgraciadamente lo que pasa es que carece de fortuna y se arregla como puede.

    Tiene el honor de exponerle, seor presidente, que hace ya un ao que las facultades morales intelectuales del seor de Espard, mi marido, han sufrido una alteracin tan profunda, que constituyen hoy el estado de demencia y de imbecilidad previsto por el articulo 486 del Cdigo civil, y exigen en favor de su fortuna, de su persona y en inters de sus hijos, que viven con l, la aplicacin de las disposiciones determinadas por el mismo artculo;

    Que, en efecto, el estado moral del seor de Espard, el cual ofreca hace ya algunos aos temores graves, fundados en el sistema adoptado por l para el gobierno de sus negocios, ha dado un gran paso durante este ltimo ao, sobre todo hacia la imbecilidad ms completa; que la voluntad, en primer trmino, ha sufrido los efectos del mal, y que el anonadamiento ha dejado al seor marqus de Espard entregado todos los peligros de una incapacidad demostrada por los siguientes hechos:

    Hace ya tiempo que todas las rentas que procuran los bienes del marqus de Espard, pasan, sin causas plausibles y sin ventajas, manos de una vieja, cuya repugnante fealdad es por todos reconocida y que se llama la seora Jeanrenaud, habitante tan pronto en Pars, en la calle de Vrilliere, nmero 8, como en Villeparisis, cerca de Claye, departamento del Sena y Marne, adonde va para favorecer su hijo, de treinta y seis aos, oficial de la ex guardia imperial, el cual, por mediacin del seor marqus de Espard, ha sido destinado la guardia real en calidad de jefe de escuadrn del primer regimiento de coraceros. Estas personas, reducidas en 1814 la ltima miseria, han adquirido sucesivamente inmuebles de un precio considerable, entre los cuales se cuenta como ltimo un palacio grande en la calle de Verte, donde el seor Jeanrenaud hace actualmente gastos considerables fin de establecerse all con la seora Jeanrenaud, su madre, para llevar cabo el matrimonio que intenta, cuyos gastos se elevan ya ms de cien mil francos. Este matrimonio se lleva cabo gracias la intervencin del seor marqus de Espard, que influye sobre su banquero, el seor Mongenod, cuya sobrina ha sido pedida en matrimonio por el dicho seor Jeanrenaud. El seor de Espard prometi su influencia para obtener del seor Jeanrenaud el ttulo de barn. Este nombramiento se llev cabo instancias del marqus de Espard, por real orden de Su Majestad, fechada en 29 de diciembre ltimo, como puede ser justificado por Su Grandeza monseor el ministro de Justicia, si el tribunal juzgase necesario recurrir su testimonio;

    Que ninguna razn, ni aun de aquellas que reprueban igualmente la moral y la ley, puede justificar el imperio que la seora viuda de Jeanrenaud ejerce sobre el marqus de Espard, el cual, por otra parte, la visita rara vez; ni puede tampoco explicar su extrao afecto por el dicho barn de Jeanrenaud, con quien tiene tambin poco trato; pesar de lo cual su autoridad parece ser tan grande, que siempre que necesitan dinero, aunque slo sea para satisfacer sencillos caprichos, esta dama su hijo...

    Eh?eh? razn que la moral y la ley reprueban. Qu quiere insinuarnos con esto el pasante el procurador? Dijo Popinot.

    Bianchn se ech reir.

  • ...Esta dama su hijo obtienen sin traba cuanto quieren del marqus de Espard, y falta de dinero contante, ste firma letras de cambio negociadas por el seor Mongenod, que se ha ofrecido la solicitante para declararlo as;

    Que, por otra parte, en confirmacin de estos hechos ha ocurrido recientemente que, con motivo de la renovacin de los arriendos de la tierra de Espard y como los arrendadores hubiesen dado una suma bastante importante por la renovacin de sus contratos, el seor Jeanrenaud se ha hecho cargo inmediatamente de la citada suma;

    Que la voluntad del marqus de Espard influye tan poco en el abandono de estas sumas, que cuando se le ha hablado de ello ha parecido que ni siquiera las recordaba; que siempre que personas formales le han interrogado acerca del apego que tiene estos dos individuos, sus respuestas han indicado una renuncia tan completa de sus intereses y de sus ideas, que hace suponer que existe en este asunto una causa oculta sobre la cual llama la exponente la atencin de la justicia, toda vez que es imposible que esta causa deje de ser criminal, abusiva y violenta, de una naturaleza apreciable por la mediana legal, cuando esta obsesin no sea del gnero de las que implican abusos de fuerzas morales y que slo se pueden clasificar sirvindose del trmino extraordinario brujera...

    Diablo!qu dices esto, doctor? repuso Popinot. Estos hechos son muy extraos.

    Bien pudieran ser efecto del poder magntico, respondi Bianchn.Cmo! tambin t crees en las tonteras de Mesmer y en el poder de ver

    travs de las paredes?S, to, dijo gravemente el doctor. Precisamente pensaba en ello mientras le

    oa leer esa demanda. En otra esfera de accin he observado varios hechos anlogos relativos al imperio sin lmites que un hombre puede adquirir sobre otro. En contra de la opinin de mis colegas, yo estoy completamente convencido del poder, de la voluntad considerada como fuerza motriz. Charlatanismo aparte, dir usted que he visto varias veces los efectos de esta posesin. Los actos prometidos al magnetizador por el magnetizado durante el sueo, han sido verificados escrupulosamente en el estado de vigilia. La voluntad del uno haba pasado ser la voluntad del otro.

    En toda clase de actos?S.Aunque sean criminales?Aunque sean criminales.Slo t podas decrmelo para que yo escuchase semejante cosa.Ya se lo har usted ver, dijo Bianchn.Hem, hem! hizo el juez. Aun suponiendo que la causa de esta pretendida

    posesin perteneciese este orden de hechos, sera difcil probarlo y lograr que la justicia lo admitiese.

    Pues lo que es, si esa seora Jeanrenaud es tan sumamente fea y vieja, no veo qu otro medio de seduccin podra emplear, dijo Bianchn.

    Pero, repuso el juez, en 1814, poca en la que la seduccin haba empezado, esa mujer deba tener catorce aos menos, y si ha estado unida diez aos antes con el seor de Espard, estos clculos de fechas nos transportan veintiocho aos atrs, poca en la cual la tal dama podra ser joven y bonita y haber conquistado para ella y para su hijo, por medios muy naturales, un imperio sobre el seor de Espard, imperio del que muchos hombres no saben librarse. Si la causa de este imperio parece reprensible los ojos de la justicia, es justificable los ojos de la naturaleza. La seora Jeanrenaud se haba enfadado acaso con motivo del matrimonio contrado en aquella poca por el seor marqus de Espard con la seorita de Blamont-Chauvry, y muy bien pudiera ser

  • que en el fondo de todo esto no hubiera ms que una rivalidad de mujer, puesto que el marqus no vive hace ya mucho tiempo con la marquesa de Espard.

    Pero, y esa fealdad repulsiva, to?El poder de las seducciones, repuso el juez, est en razn directa con la

    fealdad. Esto ya es sabido. Por otra parte, hay que tener en cuenta, doctor, que ha pasado la viruela. Pero continuemos.

    Que desde el ao 1815, para poder entregar las sumas exigidas por estas dos personas, el seor marqus de Espard se ha ido vivir con sus dos hijos la calle de la Montagne-Sainte-Genevieve, un piso cuya miseria es indigna de su nombre y de su fortuna (cada uno vive donde le da la gana); que educa sus dos hijos, sean, el conde Clemente de Espard y el vizconde Camilo de Espard, de un modo que est en desacuerdo con su porvenir y su calidad; que muchas veces la falta de dinero es tal, que aun no hace mucho tiempo que el propietario de la casa, un tal seor Mariast, llev cabo el embargo de los muebles; que cuando este medio de persecucin fu efectuado en su presencia, el marqus de Espard ayud al alguacil, quien trat como si fuese una persona de alto rango, prodigndole todas las pruebas de cortesa y atencin que hubiera tenido con una persona que le hubiera superado en posicin y dignidad...

    El to y el sobrino se miraron y se rieron.Que por lo dems, todos los actos de su vida, aparte de los hechos alegados en

    lo que atae la seora viuda de Jeanrenaud y al seor barn de Jeanrenaud, su hijo, atestiguan su locura; que hace ya diez aos que se ocupaba excluxivamente de la China, de sus costumbres, de sus trajes y de su historia; que se refiere siempre en todo las costumbres chinas; que, interrogado acerca de este punto, confunde los asuntos de la poca y los acontecimientos de la vspera, con los hechos relativos la China; que, comparando la poltica china con los actos del gobierno, censura la poltica del rey, aunque, por otra parte, le ame personalmente;

    Que esta monomana ha llevado al marqus de Espard ejecutar actos desprovistos de sentido comn; que, contrariando las costumbres de su clase y las ideas que profesaba acerca de los deberes de la nobleza, ha emprendido un negocio comercial para el que suscribe diario letras que amenazan su honor y su fortuna, puesto que le dan carcter de negociante, y pueden, si deja de pagar alguna, hacer que le declaren en quiebra; que estas obligaciones contradas con los comerciantes de papel, los litgrafos, los impresores y los dibujantes, que le han proporcionado los elementos necesarios para la publicacin de su obra titulada: Historia pintoresca de la China, publicacin que se hace por entregas, son de tal importancia, que estos mismos proveedores han suplicado la exponente que requiera la interdiccin del marqus de Espard fin de salvar sus crditos...

    Ese hombre est loco! exclam Bianchn.Pero crees t esto? dijo el juez. Es preciso oirle. Para fallar un pleito hay que

    oir las dos partes.Pero me parece... dijo Bianchn.Me parece, dijo Popinot, que si algn pariente mo quisiese apoderarse de la

    administracin de mis bienes, y en lugar de ser yo simple juez, cuyo estado moral pueden examinar todos los das mis colegas, fuese duque par, un procurador tan astuto como Desroches podra presentar una demanda semejante contra m.

    Que la educacin de sus hijos es vctima de esta monomana, y que, en lugar de darles la educacin que les corresponde, les hace aprender los hechos de la historia china que contradicen las doctrinas de la religin catlica, y les hace estudiar los dialectos chinos...

    Aqu, Desroches me parece raro, dijo Bianchn.

  • La demanda ha sido redactada por su primer pasante Godeschal, quien t conoces y el cual ya sabes que tiene poco de chino, dijo el juez.

    Que tiene frecuentemente sus hijos desprovistos de las cosas ms necesarias; que la exponente, pesar de sus instancias, no puede verlos; que el seor marqus de Espard se los lleva una sola vez al ao; que, sabiendo las privaciones que estn expuestos, la madre ha hecho vanos esfuerzos para darles las cosas ms necesarias para la existencia, de las cuales carecen...

    Ah! seora marquesa, esto es una farsa. El que prueba demasiado, no prueba nada. Hijo querido, dijo el juez dejando el protocolo sobre sus rodillas, qu madre le ha faltado nunca corazn, talento y entraas, hasta el punto de estar muy por debajo de las inspiraciones sugeridas por el instinto animal? Una madre es tan astuta para unirse sus hijos como puede serlo una joven para dirigir bien, mejor dicho, mal, una intriga de amor. Si tu marquesa hubiese querido alimentar y vestir sus hijos, ni el diablo se lo hubiera podido impedir, no te parece? Lo que es la bola esta es demasiado grande para que se la trague un juez tan veterano como yo. Prosigamos.

    Que la edad en que estn dichos nios, exige que se tomen inmediatamente precauciones para librarles de la funesta influencia de esta educacin, para cambiarla por la que les corresponde con arreglo su clase, y para que no tengan constantemente la vista el mal ejemplo de la conducta de su padre.

    Que en confirmacin de los hechos alegados, existen pruebas cuya repeticin podra obtener fcilmente el tribunal; que muchas veces el seor de Espard ha llamado mandarn de tercera clase al juez de paz del duodcimo distrito, y que otras muchas veces ha titulado letrados los profesores del colegio de Enrique IV. Con motivo de las cosas ms sencillas, dice que tal cosa no pasaba as en la China, y en el curso de la conversacin ordinaria, hace alusin continuamente ya la seora Jeanrenaud ya acontecimientos ocurridos bajo el reinado de Luis XIV, y entonces permanece sumido en profunda melancola: veces se imagina estar en la China. Algunos vecinos suyos, y especialmente Edme Becker, estudiante de medicina, y Juan Bautista Fremiot, profesor, domiciliados ambos en la misma casa, piensan, despus de haber tratado al marqus de Espard, que su monomana en todo lo relativo la China es una consecuencia de un plan formado por el seor barn de Jeanrenaud y la dama viuda, su madre, para lograr el completo anonadamiento de las facultades morales del marqus de Espard, toda vez que el nico favor que la seora Jeanrenaud parece hacer al seor de Espard consiste en procurarle todos los datos relativos al Imperio de la China;

    Que, finalmente, la exponente se compromete probar al tribunal que las sumas absorbidas por el seor y la seora viuda de Jeanrenaud, desde 1814 1828, no bajan de un milln de francos.

    En confirmacin de los hechos que preceden, la exponente ofrece al seor presidente el testimonio de las personas que ven con frecuencia al seor marqus de Espard, y cuyos nombres y profesiones van al margen. De estos ltimos hay algunos que le han suplicado que presentase la interdiccin del seor marqus de Espard, como el nico medio de poner su fortuna al abrigo de su deplorable administracin y sus hijos lejos de su funesta influencia.

    Esto considerado, seor presidente, y vistas las piezas adjuntas, y puesto que los hechos que preceden prueban evidentemente el estado de demencia y de imbecilidad del antes citado, calificado y domiciliado, seor marqus de Espard, la exponente le ruega que se digne ordenar que, para lograr la interdiccin de aqul, se comunique la presente demanda y las piezas comprobantes al seor procurador del rey, y que nombre uno de los jueces del tribunal, con objeto de hacer la sumaria para el da que tenga usted bien indicar. Gracia, etc.

  • Y he aqu continuacin la providencia del presidente nombrndome juez instructor de este asunto. Ahora bien, qu me quiere la marquesa de Espard? Yo con esto lo s todo. Maana ir con mi escribano casa del marqus, porque esto no me parece claro.

    Escuche usted, querido to, yo no le he pedido usted nunca favor alguno en lo relativo al ejercicio de sus funciones judiciales, y le ruego que tenga usted con la seora de Espard una complacencia que bien merece su situacin. Si ella viniese aqu la escuchara usted?

    S.Pues bien, vaya usted oira su casa maana. La seora de Espard es una

    mujer enfermiza, nerviosa, delicada, que no se encontrara bien en la gazapera de usted. Puesto que la ley les prohibe ustedes comer y beber en casa de las partes, no acepte usted la invitacin comer, pero vaya usted su casa maana por la noche.

    No os prohibe vosotros la ley recibir legados de los muertos? dijo Popinot creyendo ver cierta irona en los labios de su sobrino.

    Vamos, to, aunque slo sea para adivinar la verdad de este asunto, acceda usted mis deseos. Puesto que las cosas no le parecen usted claras, venga como juez de instruccin. Qu diantre! Yo creo que el interrogatorio de la marquesa no es menos interesante que el de su marido.

    Tienes razn, dijo el magistrado. Muy bien pudiera ser ella la loca. Ir.Yo vendr buscarle. Escriba usted en su agenda: Maana por la noche, las

    nueve, casa de la seora de Espard. Est bien, dijo Bianchn viendo que su to anotaba la cita.

    Al da siguiente por la noche, las nueve, el doctor Bianchn subi la polvorienta escalera de su to y encontr este engolfado en la redaccin de algn espinoso informe. El sastre no haba llevado la levita que haba encargado Lavienne, y por lo tanto, Popinot se puso su levita vieja, llena de manchas, y fu el Popinot incomptus cuya presencia excitaba la risa de los que desconocan su vida ntima. Bianchn logr, sin embargo, poner en orden la corbata de su to y abrocharle la levita, cuyas manchas procur ocultar abrochando el lado que estaba ms nuevo, fin de ocultar as el lado viejo. Pero un instante despus el juez se arrug por completo la levita amontonndola sobre el pecho causa del modo que tuvo de meterse las manos en los bolsillos, obedeciendo su arraigada costumbre. La levita, atrozmente arrugada por delante y por detrs, form una especie de bolsa en la espalda, y produjo, entre el chaleco y el pantaln, una solucin de continuidad, por la que se vea la camisa. Para mayor desgracia, Bianchn no se apercibi de aquella posicin ridcula hasta el momento en que su to se present en casa de la marquesa.

    Para hacer inteligible la conferencia que Popinot iba tener con la marquesa, se hace aqu necesario resear ligeramente la vida de la persona en cuya casa se reunan en este momento el doctor y el juez.

    Haca ya siete aos que la seora de Espard estaba de moda en Pars, donde la moda eleva y rebaja, alternativamente, personajes que, tan pronto grandes como pequeos, es decir, tan pronto en boga como olvidados, pasan ser ms tarde personas insoportables como lo son todos los ministros desgraciados y todas las majestades cadas. Aburridos al ver sus pretensiones frustradas, estos aduladores de su pasado lo saben todo, maldicen de todo y, al igual que los disipadores arruinados, son amigos de todo el mundo. Habiendo sido abandonada por su marido hacia el ao 1815, la seora de Espard deba haberse casado hacia el ao 1812, y sus hijos tenan, por lo tanto, necesariamente el uno quince aos y el otro trece. Por qu casualidad estaba la moda una madre de familia de unos treinta y tres aos prximamente? Aunque la moda sea

  • caprichosa y nadie pueda designar de antemano sus favorecidos, ya que tan pronto favorece la mujer de un banquero como otra mujer cuya belleza y elegancia sean dudosas, debe parecer sobrenatural que la moda hubiese tomado giros constitucionales adoptando la presidencia por edad. En esta ocasin, la moda haba hecho como todo el mundo; aceptaba la marquesa de Espard por joven. La marquesa tena treinta y tres aos, segn su partida de bautismo, y veintids nicamente por la noche en los salones. Pero cuntos cuidados y artificios para lograr esto! Rizos artificiales le ocultaban las sienes, y se condenaba en su casa una media claridad, fingindose enferma, fin de disfrutar de los tintes protectores de la poca luz. Como Diana de Poitiers, la marquesa empleaba agua fra en sus baos, dorma sobre crin y con almohadas de marroqu para conservar la cabellera; coma poco, no beba ms que agua, combinaba sus movimientos fin de evitar la fatiga, y empleaba una exactitud monstica en los menores actos de su vida. Segn se cuenta, este rudo sistema fu llevado, por una polaca, hasta emplear hielo en lugar de agua y hasta sacrificarse tomar los alimentos fros, la cual ilustre polaca se preocupa an hoy mucho de su exterior, pesar de sus muchos aos. Destinada vivir tanto como Mario Delorme, al que los bigrafos atribuan ciento treinta aos, la antigua vicerreina de Polonia muestra, la edad de cerca de cien aos, una gracia y un corazn jvenes an, una cara agradable y un talle encantador, y en su conversacin, en la que chisporrotean las palabras como los sarmientos en el fuego puede comparar los hombres y los libros de la literatura actual con los hombres y los libros del siglo XVIII. Desde Varsovia le encarga sus sombreros Herbault. Gran seora, tiene an ilusiones de joven; nada, corre como un colegial, sabe tumbarse sobre una otomana con tanta gracia como una joven coqueta, insulta la muerte y se re de la vida. Despus de haber asombrado antao al emperador Alejandro, puede an hoy sorprender al emperador Nicols con la magnificencia de sus fiestas. Hace an derramar lgrimas algn joven enamorado, pues tiene la edad que quiere, y las gracias inefables de la coquetona modistilla, le son tan fciles de afectar como aquella dignidad y aquel aire majestuoso que la distinguen entre todas las mujeres En fin, si no es el hada del cuento, es un verdadero cuento de hadas. Haba conocido la marquesa de Espard la seora Zayochek? Intentaba acaso seguir sus mismas huellas? Sea lo que fuese, es el caso que la marquesa probaba la bondad de este rgimen, pues su tez era pura an, su frente no tena arrugas y su cuerpo conservaba, como el de la querida de Enrique II, la flexibilidad y la frescura, atractivos ocultos que atraen al amor y lo perpetan. Las sencillas precauciones de este rgimen, indicado por el arte y la naturaleza y acaso tambin por la experiencia, encontraban, por otra parte, en aquella mujer un temperamento que los favoreca. La marquesa estaba dotada de una profunda indiferencia por todo lo que no era ella; los hombres la divertan, pero ninguno le haba causado esas grandes excitaciones que conmueven profundamente las dos naturalezas y acaban por estrellar la una contra la otra. Esta mujer no senta ni odio ni amor. Cuando la ofendan, se vengaba fra y tranquilamente y esperaba impvida la ocasin de satisfacer la mala idea que hubiese concebido. No se mova, no se agitaba, y hablaba porque saba que diciendo dos palabras una mujer puede matar tres hombres. Se haba visto abandonada con gusto por el seor de Espard; no se llevaba ste consigo dos hijos que por el momento le aburran y que, ms tarde, podan daar sus pretensiones? Sus amigos ms ntimos, como sus aduladores menos perseverantes, al no verle nunca ninguna de esas joyas de Cornelia, que van vienen, confesando, sin saberlo, la edad de una madre, la tomaban por una joven. Los dos nios que tanto parecan preocupar la marquesa en su demanda, eran, lo mismo que su padre, completamente desconocidos para el mundo. El seor de Espard pasaba por un extravagante que haba abandonado su mujer sin tener el menor motivo para ello. Duea de s misma los veintids aos y

  • duea tambin de su fortuna, que consista en veintisis mil francos de renta, la marquesa titube y reflexion mucho tiempo antes de tomar un partido y de decidir su existencia. Aunque se aprovechaba de los gastos que su marido haba hecho en su palacio y aunque conservaba los muebles, carruajes y caballos, en fin, toda una casa montada, ella hizo una vida retirada durante los aos 1816, 17 y 18, poca durante la cual las familias se reponan de los desastres ocasionados por las tormentas polticas. Como perteneciese, por otra parte, una de las casas ms considerables y ms ilustres del arrabal Saint-Germain, sus padres le aconsejaron que viviese en familia despus de la separacin forzosa que la condenaba el inexplicable capricho de su marido. En 1820, la marquesa sali de su letargo, apareci en los salones y en las fiestas y recibi en su casa. Desde 1821 hasta 1827, arrastr un tren asombroso, se hizo notar por su gusto y su elegancia, tuvo sus das y sus horas de recepcin sealados, y por fin no tard en sentarse en el trono donde haban brillado precedentemente la vizcondesa de Beauseant, la duquesa de Langeais y la seora Firmiani, que, despus de su casamiento con el seor de Camps, haba resignado el cetro en manos de la duquesa de Maufrigneuse, la cual se lo arranc la seora de Espard. El mundo no saba nada ms que esto acerca de la vida ntima de la marquesa de Espard, y esta seora pareca llamada permanecer mucho tiempo sobre el horizonte parisiense como un sol prximo ponerse pronto, pero que no se pondra nunca. La marquesa haba trabado estrecha amistad con una duquesa no menos clebre por su belleza que por su adhesin la persona de un prncipe cado la sazn, pero acostumbrado entrar siempre como dominador en los gobiernos del porvenir. La seora de Espard era tambin amiga de una extranjera aliada con un ilustre y astuto diplomtico ruso. Finalmente, una anciana condesa, acostumbrada barajar las cartas del gran juego poltico, la haba adoptado como hija. Para cualquier hombre de alcances, la seora de Espard se preparaba as para ejercer una sorda y real influencia en el reinado pblico y frvolo que deba la moda. Su saln empezaba adquirir cierta consistencia poltica, y las frases: Qu se dice en casa de la seora de Espard? Mustrase contrario esta medida el saln de la seora de Espard, empezaban correr de boca en boca de un nmero de estpidos bastante grande para dar aquel rebao de fieles toda la autoridad de un partido. Algunos polticos derrotados, halagados y acariciados por ella, tales como el favorito de Luis XVIII, que no gozaba ya de reputacin alguna, y antiguos ministros prximos volver al poder, decan que entenda tanto en diplomacia como la mujer del embajador ruso en Londres. La marquesa haba dado varias veces ciertos diputados y pares ideas y frases que desde la Cmara haban llamado la atencin de Europa, y en multitud de ocasiones haba juzgado ciertos acontecimientos acerca de los cuales no se atrevan emitir opinin algunos polticos. Los principales personajes de la corte iban jugar al whist su casa por la noche. Por otra parte, la marquesa tena las cualidades de sus defectos; pasaba por ser discreta y lo era, y su amistad pareca ser sincera. Serva sus protegidos con una persistencia que probaba que ella aspiraba, ms bien que aumentar su nombre, crearse proslitos. Esta conducta era inspirada por su pasin dominante, por la vanidad. Las conquistas y los placeres que tanto atraen ciertas mujeres, le parecan ella medios nicamente, pues esta mujer aspiraba vivir en todos los puntos del mayor crculo que puede describir la vida. Entre los hombres jvenes an, que parecan tener un porvenir y que frecuentaban sus salones los grandes das, se vea los seores de Marsay, de Ronquerolles, de Montriveau, de La Roche-Hugn, de Srizy, Ferraud, Mximo de Trailles, de Listomere, los dos Vandenesse, del Chatelet, etc. Frecuentemente admita un hombre, sin querer recibir su mujer, y su poder era ya bastante fuerte para imponer estas duras condiciones ciertas personas ambiciosas, tales como los dos clebres banqueros realistas seores de Nucingen y Fernando de Tillet. La

  • marquesa de Espard haba estudiado tan bien la vida parisiense, que se haba conducido siempre de modo que ningn hombre pudiese tener superioridad alguna sobre ella. Se hubiera podido prometer una fortuna enorme por un billete por una carta donde ella se hubiera comprometido, en la seguridad de que no se hubiese encontrado ninguna. Si la sequedad de su alma le permita desempear su papel al natural, su exterior no le ayudaba menos. Tena talle delgado, su voz era, cuando mandaba, insinuante y fresca, clara, dura. Posea con eminencia los secretos de esa actitud aristocrtica con la que una mujer borra el pasado. La marquesa conoca las mil maravillas el arte de poner un abismo entre ella y el hombre que se creyese con derecho ciertas confianzas despus de haber gozado de una dicha casual. Su mirada imponente saba negarlo todo. En su conversacin, los sentimientos grandes y hermosos, las determinaciones nobles, parecan brotar naturalmente de un alma y un corazn puros; pero esta mujer era en realidad todo clculo y muy capaz de mancillar un hombre torpe, en el momento en que ella transigira sin vergenza en favor de sus intereses personales. Al intentar atraerse esta mujer, Rastignac haba visto en ella un instrumento hbil, pero del cual no se haba servido an, pues lejos de poder manejarla, l se vea manejado por ella. Este joven condottiere de la inteligencia, condenado, como Napolen, librar siempre batalla sabiendo que una sola derrota era la tumba de su fortuna, haba encontrado en su protectora un peligroso adversario. En medio de su vida turbulenta, aquella era la primera vez que Rastignac luchaba con un contrincante digno de l. En la conquista de la seora de Espard vea un ministerio, y por eso la serva antes de servirse de ella: peligroso debut.

    El palacio de Espard exiga una numerosa servidumbre, porque el tren de la marquesa era considerable. Las grandes recepciones tenan lugar en el piso bajo, pero la seora de Espard habitaba en el primer piso de la casa. El lujo de una gran escalera magnficamente adornada y unas habitaciones decoradas con el noble gusto que se respiraba antao en Versalles, presagiaban una inmensa fortuna. Cuando el juez vi que la puerta cochera se abra ante el cabriol de su sobrino, examin con rpida mirada la conserjera, el patio, las cuadras, las flores que adornaban la escalera, la exquisita limpieza de los pasamanos, de las paredes y de las alfombras, y cont los ayudas de cmara que se presentaron en el portal al oir la campanilla. Sus ojos, que sondeaban la vspera en el interior de su locutorio la profundidad de las miserias bajo los vestidos andrajosos del pueblo, estudiaron con la misma curiosidad el mobiliario y el lujo de las piezas por donde pas, fin de poder descubrir en ellas las miserias de la grandeza.

    El seor Popinot. El seor Bianchn.Estos dos nombres fueron pronunciados la entrada del gabinete donde se

    encontraba la marquesa, bonita pieza amueblada recientemente y que daba al jardn del palacio. En este momento la seora de Espard estaba sentada en uno de esos antiguos sofs que la SEORA haba puesto de moda. Rastignac ocupaba su izquierda una otomana, en la que se haba colocado como el primo de una dama italiana. De pie, en el ngulo de la chimenea, se vea un tercer personaje. Como el sabio doctor haba adivinado, la marquesa estaba dotada de un temperamento seco y nervioso, y no ser por el rgimen que se sujetaba, su tez tendra un color rojizo; pero ella procuraba aumentar an su blancura ficticia con los matices y los tonos vigorosos de los colores de que se rodeaba de los trajes con que se vesta. El rojo obscuro, el marrn y el obscuro con reflejos de oro le sentaban las mil maravillas. Su gabinete, copiado del de una clebre lady que estaba la sazn de moda en Londres, estaba tapizado con terciopelo color granate, pero haba aadido l numerosos adornos, cuyos bonitos dibujos atenuaban la excesiva pompa de este color real. Iba peinada como una joven y terminaban sus cabellos en abundantes rizos que hacan resaltar el valo un poco largo

  • de su rostro; pero tan innoble es la forma redonda de la cara, como majestuosa es la oblonga. Los espejos que prolongan achatan voluntad las caras, son una prueba evidente de esta regla aplicable la fisionoma. Al ver Popinot, que se detuvo la puerta como un animal espantado, tendiendo el cuello, con la mano izquierda en el bolsillo del pantaln y la derecha provista de un grasiento sombrero, la marquesa dirigi Rastignac una mirada impregnada de burla. La actitud un tanto estpida de aquel santo varn, harmonizaba de tal modo con su grotesca figura que, al ver la cara contristada de Bianchn, que estaba avergonzado de su to, Rastignac no pudo menos de volver la cabeza para reirse. La marquesa salud con un movimiento de cabeza, hizo un penoso esfuerzo para levantarse de su sof, donde volvi caer graciosamente, pareciendo que excusaba su descortesa con una fingida debilidad.

    En este momento, la persona que se encontraba de pie entre la chimenea y la puerta hizo un ligero saludo, tom dos sillas, ofrecindoselas con un gesto al doctor y al juez, y, una vez que stos se hubieron sentado, se puso de espaldas la puerta y se cruz de brazos. Diremos dos palabras sobre este hombre. Existe en nuestros das un pintor llamado Decamps, que posee en su ms alto grado el arte de hacer interesante lo que representa vuestras miradas, ya sea una piedra ya un hombre. Desde este punto de vista, su lpiz es ms hbil que su pincel. Que dibuje un cuarto vaco y que deje una escoba apoyada en la pared, y no tengis duda de que, si quiere, con esta cosa tan sencilla os har temblar, pues creeris que aquella escoba acaba de ser el instrumento de un crimen y que est empapado en sangre; os parecer que es la escoba de que se sirvi la viuda Bancal para limpiar la habitacin en que Fualdes fu degollado. S, el pintor enmaraar la escoba como si fuese un hombre encolerizado, pondr erizadas sus pajas como si se tratase de vuestros temblorosos cabellos y har de ella una especie de interprete entre la poesa secreta de su imaginacin y la poesa que se desplegar en la vuestra. Despus de haberles asustado con la presencia de esta escoba, maana dibujar otra junto la cual un gato dormido, pero dormido con misterioso sueo, os afirmar que aquella escoba sirve la mujer de un zapatero alemn para barrer, bien os pintar alguna escoba pacfica de la cual suspender la levita de algn empleado del Tesoro. Decamps tiene en su pincel lo que Paganini tiene en su arco: un poder magnticamente comunicativo. Pues bien, sera preciso comunicar al estilo ese genio sorprendente, ese quid del lpiz, para pintar al hombre recto, delgado y alto, vestido de negro y con largos cabellos negros, que permaneci de pie sin pronunciar palabra. Este seor tena una cara lustrosa, fra y spera y cuya tez se pareca las aguas del Sena cuando est turbia y transporta el carbn de algn buque en descarga. Aquel hombre miraba al suelo, escuchaba y juzgaba. Su postura causaba espanto, y, en una palabra, estaba all como la clebre escoba la que Decamps haba comunicado el poder acusador de revelar un crimen. A veces, durante la conferencia, la marquesa intent obtener una opinin tcita fijando durante un instante sus ojos en este personaje; pero, pesar de lo vivo que fu este mudo interrogatorio, el hombre permaneci grave y rgido como la estatua del Comendador.

    El buen Popinot, sentado en el extremo de su silla, enfrente del fuego, con el sombrero entre sus piernas, contemplaba los candelabros de oro, el reloj, las curiosidades amontonadas sobre la chimenea, los tapices y los dibujos de las paredes y, en una palabra, todas esas pequeeces tan costosas de que acostumbra rodearse una mujer la moda. En medio de su plebeya contemplacin, fu atrado por la seora de Espard, que le deca con meliflua voz:

    Caballero, le doy usted un milln de gracias...Un milln de gracias! es demasiado, se dijo para sus adentros Popinot.... por el trabajo que usted se ha dignado...

  • Dignado! pens el juez, parece que se burla de m.... tomar viniendo ver una pobre litigante, demasiado enferma para poder

    salir.Esto diciendo, el juez cort la palabra la marquesa dirigindole una mirada

    inquisitorial con la cual examin el estado sanitario de la pobre litigante.Si est sana como un toro! se dijo.Y despus prosigui con aire respetuoso:Seora, usted no me debe nada. Aunque el paso que he dado no sea muy

    general, yo entiendo que el juez no debe ahorrar trabajo alguno para llegar al descubrimiento de la verdad en esta clase de asuntos. De este modo, nuestras sentencias estn dictadas, ms bien que por el texto de la ley, por las inspiraciones de nuestra conciencia. Con tal que encuentre la verdad, lo mismo me da encontrarla aqu que en mi despacho.

    Mientras que Popinot hablaba, Rastignac estrechaba la mano de Bianchn y la marquesa haca al doctor una ligera inclinacin de cabeza llena de galanteras.

    Quin es este seor? pregunt Bianchn Rastignac sealndole al hombre vestido de negro.

    El caballero de Espard, el hermano del marqus.Su seor sobrino de usted me ha dicho las muchas ocupaciones que usted

    tiene, respondi la marquesa, y yo, por otra parte, s que usted procura siempre ocultar los favores que hace fin de dispensar del agradecimiento los favorecidos. Al parecer, el cargo de juez les ocasiona ustedes demasiado que hacer. Por qu no duplican el nmero de los jueces?

    Ah! seora, dijo Popinot, no es ese el caso. Con eso no se remediara gran cosa; pero as y todo, creo que lo veremos cuando las gallinas meen.

    Al oir esta frase, que sentaba tan bien la fisonoma del juez, el caballero de Espard le mir de arriba abajo y pareci decirse:

    Me parece que fcilmente lograremos que nos d la razn.La marquesa mir Rastignac, el cual se inclin hacia ella para decirle:Ya ve usted qu clase de gente son los encargados de dictar sentencia acerca

    de los intereses y de la vida de los particulares.Como la mayor parte de los hombres encanecidos en el oficio, Popinot se dejaba

    veces llevar de las costumbres contradas en l, y su conversacin tena no s qu sabor juez de instruccin. Le gustaba interrogar sus interlocutores, ponerles en apuro, mediante consecuencias inesperadas, y hacerles decir ms de lo que queran. Cuntase que Pozzo di Borgo se diverta en sorprender los secretos de sus interlocutores y en cogerles en sus lazos diplomticos, desplegando as, impulsado por invencible hbito, su espritu astuto y refinado. Tan pronto como Popinot hubo examinado el terreno en que se encontraba, comprendi que para descubrir la verdad era necesario echar mano de las astucias ms hbiles y mejor disfrazadas que acostumbraban emplearse en la Audiencia. Bianchn permaneca fro y severo como hombre que se dispone sufrir un suplicio ocultando sus dolores; pero interiormente deseaba que su to pudiese marchar sobre aquella mujer como se marcha sobre una vbora, comparacin sta que le fu inspirada por la larga bata, la postura encorvada, el largo cuello, la diminuta cabeza y los movimientos ondulosos de la marquesa.

    Pues bien, caballero, repuso la seora de Espard, aunque siento gran repugnancia por todo lo que es egosmo, he de advertirle que sufro hace ya mucho tiempo para no desear que acabase usted este asunto en seguida. Obtendr pronto una solucin feliz?

  • Seora, har cuanto de m dependa para que usted lo logre, dijo Popinot con aire bondadoso. Ignora usted la causa que ha motivado la separacin entre usted y el marqus de Espard? pregunt el juez mirando la marquesa.

    S, seor, respondi ella. A principios del ao 1816, el seor de Espard, que haca ya tres meses que haba cambiado por completo de humor, me propuso que fusemos vivir una de sus tierras situada cerca de Briann, sin tener en cuenta el estado de mi salud, que hubiera sido perjudicada por aquel clima, y sin tener en cuenta mis costumbres, y yo me negu seguirle. Mi negativa le inspir reproches tan infundados, que desde aquel momento empec temerlo todo por el estado de su razn. Al da siguiente se separ de m, dejndome su palacio y la libre disposicin de mis bienes y se fu vivir la calle de la Montagne-Sainte-Genevieve, llevndose consigo mis dos hijos.

    Permtame usted, seora, dijo el juez interrumpindola en qu consistan sus bienes?

    En veintisis mil francos de renta, respondi la marquesa. Yo consult en seguida al anciano seor Bordn para saber