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24 D E I B E R I A V I E J A Tema del mes Corrupción, guerra en Europa, Cataluña Los tres frentes del CONDE-DUQUE de OLIVARES Los Austrias menores delegaron el poder en la figura de los validos, una suerte de alter ego que administraban los asuntos del Estado. Durante el reinado de Felipe IV, el conde-duque de Olivares fue el hombre fuerte de España. Un estadista que centró su actuación en reforzar el poder real, tendiendo a una administración más centralizada y desplegando, para conseguir sus objetivos, una política belicista. Su período de privanza también se caracterizó por una corrupción que lastraría las cuentas del país. ALBERTO DE FRUTOS S e llamaba Gaspar de Guzmán y Pimentel y nació en Roma en el seno de una familia de aristócratas, el día de Reyes de 1587. En la Ciudad Eterna pasaría su infancia nuestro personaje, mientras su padre, que era embajador, se batía el cobre con el papa Sixto V. Fue su abuelo el primer conde de Olivares, y hombre muy próximo a Carlos V, a quien ayudó en las Comunidades de Castilla y quien le proveyó con el condado y el hábito de Calatrava. En principio, no le correspondía a Gaspar heredar el título, ya que tenía un hermano mayor que él, por lo que fue destinado a la carrera eclesiástica. Se trasladó con su familia a Salamanca, en cuya universidad estudió, e incluso llegó a ser rector de la misma entre 1603 y 1604. ¡A los diecisiete años! Su futuro era promisorio, pero no tardó en abandonar los estudios antes de cumplir los veinte, tras la muerte de su hermano Jerónimo y de su padre. Empezó tomando las riendas familiares. Acabó sosteniendo las del país. Su padre había ostentado también un cargo en el Consejo de Estado de Felipe III, y Gaspar siguió su hilo y se introdujo en la corte, emprendiendo la ambiciosa carrera de poder y títulos que concretó su vida. En 1615 el valido de Felipe III, el todopoderoso duque de Lerma, propuso que el de Olivares fuera gentilhombre de cámara del príncipe Felipe –el futuro rey–, lo que lo situó en una posición privilegiada para bregar por sus intereses particulares. Luego, en la lucha interna entre el duque de Lerma y el duque de Uceda, se decantó por este último y acertó, sugiriendo al nuevo valido que llamara a la corte a su tío, Baltasar de Zúñiga. Unos años después murió Felipe III, y Felipe IV subió al trono y designó a Zúñiga como su consejero principal, mas este falleció al año siguiente. El dilema que se le planteaba a Felipe IV se encauzaba hacia una conclusión lógica: nombrar valido al conde-duque de

Conde-duque de Olivares (Historia de Iberia Vieja)

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Durante el reinado de Felipe IV,el conde-duque de Olivares fue el hombre fuerte de España

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24D E I B E R I A V I E J A

Tema del mes

Corrupción, guerra en Europa, Cataluña

Los tres frentes del

CONDE-DUQUE de OLIVARESLos Austrias menores delegaron el poder en la figura

de los validos, una suerte de alter ego que administraban

los asuntos del Estado. Durante el reinado de Felipe IV,

el conde-duque de Olivares fue el hombre fuerte de España.

Un estadista que centró su actuación en reforzar el poder real,

tendiendo a una administración más centralizada

y desplegando, para conseguir sus objetivos, una política

belicista. Su período de privanza también se caracterizó por

una corrupción que lastraría las cuentas del país.

ALBERTO DE FRUTOS

Se llamaba Gaspar de Guzmán

y Pimentel y nació en Roma

en el seno de una familia

de aristócratas, el día de

Reyes de 1587. En la Ciudad

Eterna pasaría su infancia

nuestro personaje, mientras

su padre, que era embajador, se batía

el cobre con el papa Sixto V. Fue su

abuelo el primer conde de Olivares, y

hombre muy próximo a Carlos V, a quien

ayudó en las Comunidades de Castilla

y quien le proveyó con el condado y el

hábito de Calatrava. En principio, no le

correspondía a Gaspar heredar el título,

ya que tenía un hermano mayor que

él, por lo que fue destinado a la carrera

eclesiástica. Se trasladó con su familia a

Salamanca, en cuya universidad estudió,

e incluso llegó a ser rector de la misma

entre 1603 y 1604. ¡A los diecisiete

años! Su futuro era promisorio, pero no

tardó en abandonar los estudios antes

de cumplir los veinte, tras la muerte de

su hermano Jerónimo y de su padre.

Empezó tomando las riendas familiares.

Acabó sosteniendo las del país.

Su padre había ostentado también un

cargo en el Consejo de Estado de Felipe

III, y Gaspar siguió su hilo y se introdujo

en la corte, emprendiendo la ambiciosa

carrera de poder y títulos que concretó

su vida. En 1615 el valido de Felipe III, el

todopoderoso duque de Lerma, propuso

que el de Olivares fuera gentilhombre

de cámara del príncipe Felipe –el futuro

rey–, lo que lo situó en una posición

privilegiada para bregar por sus intereses

particulares. Luego, en la lucha interna

entre el duque de Lerma y el duque de

Uceda, se decantó por este último y

acertó, sugiriendo al nuevo valido que

llamara a la corte a su tío, Baltasar de

Zúñiga.

Unos años después murió Felipe

III, y Felipe IV subió al trono y designó

a Zúñiga como su consejero principal,

mas este falleció al año siguiente. El

dilema que se le planteaba a Felipe IV se

encauzaba hacia una conclusión lógica:

nombrar valido al conde-duque de

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Diego de Velázquez retrató a

su coetáneo en varias obras.

Esta pertenece a la colección

Várez Fisa.

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Tema del mes

Olivares. Tenía apenas 35 años y era ya el

hombre más poderoso del reino.

LA CORRUPCIÓN

En 1607 Olivares se había casado con su

prima Inés de Zúñiga y Velasco, condesa de

Monterrey y dama de honor de la esposa de

Felipe III, la reina Margarita. Tuvo una hija

con ella, María; y, aunque el matrimonio fue

de conveniencia, acabó por brotar el afecto:

Inés se convirtió en una fi el colaboradora

de su marido y llegó a ser camarera mayor

de la reina Isabel de Francia.

Entre 1607 y 1615 vivieron a

caballo entre Sevilla y Madrid, y cuenta

Gregorio Marañón en su monumental

biografía que tanto en una ciudad como

en otra Olivares “llevó vida de fausto

y de mecenas”. Cortejador de damas

principales y amigo del poeta Francisco

de Rioja, a lo que parece él mismo

compuso algunos versos, aunque nunca

pretendió seguir la carrera literaria y se

deshizo de ellos. Era un lector grande

y atrevido, un hombre muy culto que

supo reunir una copiosa biblioteca en

la que no faltaban ejemplares incluidos

por la Inquisición en el Índice de Libros

Prohibidos. Se dispensó una licencia para

estudiar los trabajos de los rabinos sobre

el Antiguo Testamento, y en sus ratos de

ocio, cuentan sus enemigos, leía el Corán.

En torno a 1613, y fruto de una

relación con Margarita Spínola o Isabel

de Anversa, tuvo un hijo ilegítimo, Julián,

reconocido más tarde para garantizar

la supervivencia de su apellido (aquel

mismo año, Felipe IV hizo lo propio con

Juan José de Austria, fruto de su relación

con la Calderona).

Cuando Felipe IV accedió al trono,

lo nombró grande de España, dignidad

inmediatamente inferior a la de infante.

“Conde de Olivares, cubríos…”, le dijo,

y a partir de ese momento Gaspar

pudo permanecer en su presencia

sin descubrirse. El casi inabarcable

poder que consiguió le hizo acumular

grandes riquezas y le granjeó la fama de

corrupción que le ha acompañado hasta

nuestros días.

Los casos de corrupción lastraron a

los validos de Felipe III, pero resultan,

en cambio, un tanto discutibles las

exageradas acusaciones que recayeron

sobre Olivares. Sirva como ejemplo

la creación de la Junta Grande de

Reformación, que insistía en las medidas

contra el lujo. El propio Gaspar, que

en sus años sevillanos había hecho

ostentación de riqueza, adoptó un

régimen de austeridad espartana, acorde

con el sentimiento piadoso de la corte

y acentuado tras la muerte de su única

hija María en 1629. A modo de ejemplo,

El casi inabarcable poder que consiguió

le hizo acumular grandes riquezas y le

granjeó fama de corrupto

Lerma, valido de Felipe III, fue un corrupto con todas las de la ley. Olivares... no tanto.

Su esposa Inés de Zúñiga y Velasco.

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Olivares pretendía reducir en dos

tercios el número de funcionarios de la

Administración.

Rasgos propios de su carácter fueron

la extravagancia, la arbitrariedad y una

notoria desconfi anza, que le llevó a

disponer de espías por todo el reino, entre

ellos José González, Jerónimo Villanueva,

el marqués de Grana o el marqués de

Santa Cruz, tal como resume Gregorio

Marañón en El Conde-Duque de Olivares.

El Memorial

POCO DESPUÉS de asumir su

puesto de valido, el conde-duque

redactó el conocido como Gran

Memorial o Memorial Secreto del

Conde-Duque de Olivares, cuya

versión dei nitiva está fechada el

25 de diciembre de 1624. En este

documento, el hombre fuerte de

Felipe IV daba consejos al rey sobre

la forma de gobernar sus vastos

territorios: “Tenga Vuestra Majestad

por el negocio más importante de

su monarquía el hacerse rey de

España, quiero decir, Señor, que no

se contente con ser rey de Portugal,

de Aragón, de Valencia, conde de

Barcelona, sino que trabaje y piense

con consejo mudado y secreto,

por reducir estos reinos de que se

compone España al estilo y leyes

de Castilla sin ninguna diferencia,

que si su Majestad lo alcanza será el

Príncipe más poderoso del mundo”.

En su opinión, era necesario

unii car la Nación para vigorizar la

política exterior del reino, y, hábil

como él solo, fue consciente de

que el Rey debía frecuentar las

capitales de sus distintos territorios

y congraciarse con sus habitantes.

Su divisa era “multa regna, sed

una lex” (“muchos reinos, pero

una ley”); y, si bien sus intenciones

eran loables, la realidad europea lo

abofeteó con el recrudecimiento de

la Guerra de los Treinta Años, que

le hizo descuidar la diplomacia de

puertas para adentro y asistir mudo

al i n de la hegemonía española en

el tablero europeo.

Su poder era omnímodo y a nadie, salvo

al rey, tenía que rendir cuentas. Felipe se

dejaba hacer, por lo que, en el fondo, el

conde-duque desarrolló unas actitudes

próximas a las dictatoriales. “Olivares

insistiría a su rey y pupilo en que debía

poseer la astucia política de Fernando el

Católico, la gloria y los triunfos de Carlos

V, la impasible prudencia y dedicación de

Felipe II y la profunda piedad de Felipe

III”, nos cuenta el periodista Óscar

Extravagante, arbitrario y desconfiado, el

conde-duque dispuso una red de espías y

confidentes por todo el reino

Los años sevillanos forjaron la personalidad de nuestro personaje.

Hijo de la aristocracia, Gaspar de Guzmán y Pimentel vio la luz en Roma.

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Tema del mes

Herradón, que añade: “Se convertiría en

el más importante de los políticos del país

y en el dueño de facto de la monarquía

hispánica, siendo los ojos, los oídos y

la misma determinación de un rey que

pocas veces mostraba tenerla”. Tras su

nombramiento como valido, emprendió

una actividad frenética tanto en el

interior como en el exterior.

LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS

Fuera de nuestras fronteras, Olivares

se centró no en aplicar una política

expansionista, como habían hecho los

Austrias Mayores, sino en afi anzar y

defender los territorios del Imperio.

Durante la primera fase de la guerra de

los Treinta Años, que asoló Europa hasta

mediados del siglo XVII, España no se

implicó en el “cuerpo a cuerpo”, pero

no dudó en enviar ayuda logística a los

Habsburgo austríacos, por lo que Francia,

antagonista del Sacro Imperio Romano

Germánico, pasó a ser nuestra enemiga.

Después de su caída en enero de 1643, el

político asistiría impotente a la derrota

de Rocroi, en mayo de ese año, donde las

tropas españolas fueron comandadas por

el portugués Francisco de Melo.

El otro foco donde concentró sus

esfuerzos fueron los Países Bajos. El

monarca anterior, Felipe III, había

fi rmado la Tregua de los Doce Años con

los holandeses, después de una guerra

de desgaste que se había iniciado en

tiempos de Felipe II. Su gran error fue no

prolongar la tregua; y, tras la expiración

del plazo en 1621, que coincidió,

precisamente, con la entronización de

Felipe IV, el nuevo monarca afrontó la

reanudación de hostilidades.

Cuando Olivares asumió la privanza

del reino, su juventud, su energía y su

buena fortuna hicieron que obtuviera

algunas victorias, la más sonada de las

cuales fue la rendición de Breda (1625),

Quevedo y el conde-duque

EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES, como otros nobles de la época, se

vanagloriaba de proteger a ciertos intelectuales de la época. Coincidió en el

tiempo con una de las mejores plumas que ha dado la literatura española,

Francisco de Quevedo, siete años mayor que él. Quevedo trabó amistad con el

duque de Osuna, uno de los hombres más poderosos de Felipe III y, cuando este

cayó en desgracia y siendo secretario suyo, fue desterrado a Torre de Juan Abad

(Ciudad Real). Desde allí se enteró de la muerte del rey, la entronización de su hijo

y el inicio de la privanza del conde-duque. El 5 de abril de 1621 escribió una carta

a este pidiéndole su libertad. Así, empezó la relación epistolar y el intercambio de

halagos entre ambos.

Sorprende, pues, que el escritor entrara en prisión en 1639. Fue por su actitud

levantisca frente al Gobierno. Quevedo se atrevió a enviar al rey una misiva en

verso en la que hablaba de los defectos de su valido. En 1641 trató de ablandar al

conde-duque para que le concediera la libertad o, al menos, para que utilizara su

in� uencia y lo trasladaran a una prisión mejor. De nada le sirvieron las súplicas,

pues permaneció entre rejas nada menos que cinco años. Sin embargo, no está

clara la responsabilidad del valido en el encarcelamiento del intelectual. Uno de

sus biógrafos dice: “Hartas pruebas existen de que el valido más quiso honrar que

juzgar a Quevedo y al recibir el memorial de súplica del prisionero ordenó ‘que se

fueran disponiendo las cosas con más blandura’”; e incluso después de la caída

de Olivares, el rey le negó el perdón hasta unos meses después.

Olivares no aplicó una política expansionista

como los Austrias mayores, sino que quiso

afianzar y defender los territorios del Imperio

Otro retrato velazqueño del valido.

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inmortalizada por Velázquez. Fue

un triunfo efímero, ya que doce años

después los holandeses la recuperarían

defi nitivamente. Las campañas fueron

nefastas para las arcas del Estado. En una

fecha tan temprana como 1627, Felipe IV

se vio obligado a declarar la bancarrota

(nada nuevo en la historia de España,

pues se vino a sumar a las decretadas por

sus antecesores Felipe II y Felipe III).

Tampoco en la relación entre España

e Inglaterra supo el conde-duque

atraerse a los ingleses, al oponerse al

matrimonio entre la infanta Mariana de

Austria, hija mayor de Felipe IV, con el

príncipe de Gales, ya que exigió que este

se convirtiera al catolicismo. Tampoco

era claro que un enlace matrimonial fuera

a signifi car una alianza política entre

las dos potencias, puesto que la reina de

Francia, Ana de Austria, era española,

y la de España, Isabel de Francia, era

francesa, lo que no fue sufi ciente para

evitar la guerra.

EL PROBLEMA DE CATALUÑA

El centralismo que el conde-duque

imprimió al Estado no fue aceptado de buen

Las campañas fueron nefastas para las arcas

del Estado y en una fecha tan temprana

como 1627 Felipe IV declaró la bancarrota

La rendición de Breda fue uno de los grandes hitos de Olivares en la guerra de Flandes.

Richelieu fue la “némesis” del conde-

duque en la Guerra de los Treinta Años.

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30D E I B E R I A V I E J A

Tema del mes

El palacio del Buen Retiro

CUANDO FELIPE IV SUBIÓ AL TRONO, el conde-duque se trasladó al Alcázar y

se alojó en una habitación contigua a la del monarca. Este había mostrado su

deseo de tener una i nca en la que poder descansar y retirarse de los asuntos de

la Corte. Para agradar al monarca, o quizá para escapar a su control, el conde-

duque proyectó el Palacio del Buen Retiro, cuyas obras comenzaron en 1630

bajo las órdenes del arquitecto Juan Bautista Crescenzi, sustituido a su muerte

por Alonso Carbonell.

El solar elegido lo ocupan actualmente los jardines del Retiro, que

pertenecían a su esposa, la Condesa de Olivares, y no eran más que un aviario

–un “gallinero” según lo bautizó jocosamente el pueblo– en los jardines de los

Jerónimos.

El valido disponía de unas lujosas habitaciones en las que redactó varios

documentos históricos, por ejemplo su testamento en 1642. Entre sus criados se

encontraba Simón Rodríguez de Ubierna, que le acompañó hasta su muerte y a

quien el político tuvo presente en su testamento.

El conde-duque solía compartir la servidumbre del rey cuando se encontraba

en este palacio y, según Gregorio Marañón, es probable que utilizara los mismos

bufones que el monarca, Barbarroja, el Primo y el Geógrafo.

Durante la Guerra de la Independencia, el palacio sufrió daños irreversibles

e Isabel II ordenó derribarlo casi en su totalidad. Actualmente, el recinto ya no

se conserva, pero sí lo hacen el Salón de Baile, hoy Casón del Buen Retiro, y

el Salón de Reinos, que hasta 2010 albergó el museo del Ejército antes de ser

trasladado a Toledo.

grado por todas las regiones, en particular

por Cataluña, que no quería renunciar

a sus leyes propias, fueros y privilegios.

De acuerdo con la Unión de Armas del

estadista, cada Reino, Estado y Señorío de

la Monarquía Hispánica debía colaborar

al esfuerzo bélico. Las cifras concretas de

las tropas que aportaría cada uno estarían

determinadas proporcionalmente a su

población y riqueza.

A este respecto Quevedo, amigo del

conde-duque (ver recuadro), escribió:

“En Navarra y Aragón, no hay quien

tribute un real/ Cataluña y Portugal

son de la misma opinión/ sólo Castilla y

León/ y el noble reino andaluz/ llevan a

cuestas la cruz”.

Inmersa ya en la Guerra de los

Treinta Años, Francia comenzó a

amenazar las fronteras peninsulares.

Dirigidos por Richelieu, el principal

rival de Olivares en el tablero europeo,

los franceses declararon la guerra en

1635 y Cataluña, en su condición de

Los franceses nos

declararon la guerra

en 1635 y Cataluña,

tierra de frontera, se

convirtió en un

escenario bélico

El rey Felipe IV en su juventud.

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territorio fronterizo, se convirtió en un

escenario bélico. “Si las Constituciones

embarazan –dijo Olivares– que lleve el

Diablo las Constituciones”. Fue otro error

de bulto. Al obviar los usatges propios de

los catalanes y anteponer los intereses de

Castilla, prescindió de unas costumbres

estipuladas y aceptadas como leyes.

Según el embajador Alvide Contarini,

“el conde-duque tenía una pésima

disposición sobre este pueblo (Cataluña),

hablando de él muy malamente”,

precisando que el Rey y el conde-

duque, “cuando fueron el año pasado

a Barcelona, recibieron grandísimos

disgustos de aquel pueblo, en la forma

que fueron tratados y las palabras que

recibieron de aquellos diputados”.

A todas luces, la grandeza de un buen

gobernante estriba en saber mantener

la cabeza fría. El conde-duque careció

de virtud en este caso, e incluso se negó

a recibir a cualquier catalán que no

hablara en castellano. Francia amenazó

la fortaleza de Salses en el Rosellón –

actualmente territorio francés y antaño

catalán–, y el conde-duque, en virtud de

la antedicha Unión de Armas, desplazó

tropas a la zona, y se encontró con que

Cataluña se oponía a alojarlas, algo

que no tenía nada de raro, pues estas

cometían todo tipo de excesos en las casas

donde eran acogidas.

Olivares quiso aprovechar que la

guerra con Francia se desplazaba al

Principado para impulsar su política

reformista y castellanizante, alojando

allí, entre julio de 1639 y enero de 1640,

a 10.000 hombres de los Tercios, lo

que obligó a los catalanes –que habían

luchado valerosamente en Salses a favor

del rey español– a hospedar y alimentar

a un auténtico ejército de ocupación.

Las leyes catalanas contemplaban el

La grandeza de un

buen gobernante

estriba en mantener

la cabeza fría y el

conde-duque no lo

hizo en este caso

Pau Claris, presidente de la Generalitat.

Luis XIII reinó en Francia entre 1610 y 1643 y en 1641 fue nombrado conde de Barcelona.

Carlos I de Inglaterra.

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32D E I B E R I A V I E J A

Tema del mes

alojamiento de tropas, pero tamaño

número de soldados hizo que cualquier

disposición resultara insuficiente. Los

tercios cometieron todo tipo de abusos

con la población local, y el virrey, el

conde de Santa Coloma, no fue capaz de

frenarlos, generándose un movimiento de

fuerte oposición a éste.

A través de Felipe IV, Olivares lo había

nombrado virrey en 1638. Tras la efímera

toma de la fortaleza de Salses, que volvió

a manos francesas en 1642, el conde de

Santa Coloma creó nuevos impuestos para

el sostenimiento de las tropas. Además, y

esto fue la gota que colmó el vaso, ordenó

la detención de los diputados que más

oposición habían mostrado a la presencia

de tropas en Cataluña, entre ellos Francesc

de Tamarit y el eclesiástico Pau Claris,

presidente de la Generalitat. El polvorín

estalló el 7 de junio de 1640, festividad

del Corpus, cuando se produjo el llamado

Corpus de Sangre, en el que un grupo de

trabajadores temporeros o segadores

asediaron al virrey y acabaron con su vida.

Los ánimos ya venían caldeados: poco

antes de este suceso, habían quemado

vivo a un alguacil en Santa Coloma de

Farnés, que trataba de realojar a un

destacamento de soldados napolitanos,

a lo que el virrey reaccionó mandando

quemar la villa. “Consciente de las

limitaciones de la Corona española para

acabar con el levantamiento, el astuto

cardenal de Richelieu hizo que los

súbditos catalanes se aliaran con Luis

XIII –explica Óscar Herradón–. La guerra

se había desatado y aunque Cataluña

finalmente no se separaría de la Corona,

aquel fue uno de los mayores fracasos

del valido”.

SUS ÚLTIMOS AÑOS

No fueron fáciles los últimos años

de Olivares. El monarca lo desterró

a Loeches -la reina Isabel insistió en

deshacerse de él- en enero de 1643 y

luego a Toro en junio, siguiendo el clamor

de sus detractores y del pueblo: “Que

de Loeches lo eches/suplica el pueblo,

Señor/ aparta de ti al traidor, que está

muy cerca Loeches”, a consecuencia de

La corte de los milagros

EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVII la superstición marcaba la agenda del día y la

Inquisición extendía sus tentáculos por doquier. Por supuesto, el conde-duque

tampoco pudo abstraerse a esta iebre por lo sobrenatural.

El hoy desaparecido convento de San Plácido fue fundado en Madrid en 1623

por Teresa Valle de la Cerda y Alvarado. En 1628 un suceso relacionado con la secta

de los alumbrados o iluminados conmocionó a la opinión pública, aunque la raíz

del caso fueron los deseos libidinosos de algunos frailes, que hacían creer a las

monjas que los pecados sexuales eran gratos a Dios. En 1630 se dictó sentencia

contra Francisco Rodríguez Calderón, el principal responsable del engaño.

Tras la muerte de la única hija del conde-duque, y con un hijo ilegítimo al

que inalmente terminó reconociendo, nuestro personaje se puso en manos de

la priora del convento, Teresa, quien le brindó consejo en numerosas ocasiones,

oró por él y le dijo que tendría un hijo por intercesión de San Benito. En cierta

ocasión, el conde-duque fue al convento con su mujer y, de acuerdo con el libelo

Delitos y hechicerías, “en el oratorio tuvo acceso con ella, viéndolo las monjas

que estaban en él, de que resultó hincharse la barriga de la condesa y al cabo de

once meses se resolvió echando gran cantidad de agua y sangre y las monjas

decían: O Dios no es Dios o esta señora está preñada”, lo que fue considerado

delito de brujería por la Inquisición.

Otro rumor sostenía que la plaza de Maastricht se perdió a causa de

una visión de la misma priora, quien le dijo al conde-duque que sabía, por

revelación, que no la había de rendir el enemigo, por lo que el político dejó de

enviar socorro a tiempo.

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33D E I B E R I A V I E J A

las derrotas castellanas en la guerra de

separación de Cataluña, a la declaración

unilateral de independencia de Portugal

y a la conspiración del duque de Medina

Sidonia de 1641, que, con el apoyo del

marqués de Ayamonte, pretendía la

secesión en Andalucía, rebelión

que fue aplastada.

Cuando cayó el de Olivares, se

publicaron los memoriales de su

acusación. Entre ellos, fi guraba su

incapacidad de perdonar a los catalanes,

y es que, tras la muerte de Santa Coloma,

su actitud fue de auténtica revancha.

Eclipsado en la corte, surgieron voces

que pusieron negro sobre blanco la

fortuna y las mercedes recibidas por

nuestro protagonista, quien, en una

carta autógrafa se había vanagloriado

de sus emolumentos, “de todo lo que

han merecido y están mereciendo

mis trabajos y desvelos”. Para algunos

estudiosos, su fortuna ascendía a unos

450.000 ducados, y su renta rondaba

los 100.000 ducados al año. En palabras

de Andrés de Mena, “en tiempo del

abuelo de su Majestad (Felipe II) ningún

presidente tenía más de un ciento de

maravedís de salario, ni el consejero

más de medio, y venían a las juntas en

sus mulas con su lacayo... y ahora tienen

las caballerizas más cumplidas que los

Grandes y tantas salas de tapicería ricas

que no son tales las de V.M. de suerte que

ellos son los Grandes”.

Lo que no puede negarse es que el

valido practicó lo que ahora se conocería

como tráfi co de infl uencias, ya que

colocó en empleos públicos a todos sus

parientes, una práctica habitual en la

época. Ahora bien, hay que insistir en que

sus prebendas no fueron necesariamente

sinónimo de corrupción, en el sentido de

robo. Incluso el propio Mena, antagonista

suyo, lo reconoció: “Se dice que ha

sido limpio en recibir de particulares”,

aunque, a renglón seguido, se preguntaba:

“¿pero de qué se ha hecho la gran fábrica

del convento de Agustinas Recoletas de

Loeches (un convento de su fundación)

y los riquísimos homenajes, si cuando

entró al valimento no tenía un real y su

mayorazgo lleno de acreedores? ¿De

qué compró Sanlúcar de Alpuchín y

Castillejos de la Cuesta y todo lo demás

que ha acrecentado? Eso no se hace

por ensalmo”.

El “valido caído” fue procesado

por la Inquisición y, enfermo en Toro,

terminó sus días en 1645, veinte años

antes que Felipe IV, siendo enterrado en

el convento de la Inmaculada Concepción

de Loeches (Madrid). Uno de sus criados

dijo sobre su estado: “tenía el cuerpo

llagado por la espalda, tanto que parecía

estar comido”. Fue embalsamado,

expuesto a la vista del pueblo y enterrado

en el mes de agosto, casi veinte días

después de su óbito. Contaba 58 años.

El “valido caído” fue procesado por la

Inquisición y, enfermo en Toro, terminó sus

días en 1645, veinte años antes que Felipe IV

Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. La independencia de Portugal fue otro fracaso del estadista en el ámbito exterior.

El monasterio de la Inmaculada

Concepción de Loeches acoge sus restos.