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El experimento del doctor Kleinplatz Arthur Conan Doyle Obra reproducida sin responsabilidad editorial

El experimento del doctor Kleinplatz · rales. Sólo se me ocurre una forma de demostrar este hecho. Y es la siguiente: nosotros somos seres carnales, incapaces de ver espíritus,

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El experimento deldoctor Kleinplatz

Arthur Conan Doyle

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tanto que losderechos de autor, según la legislación españolahan caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio a susclientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada por nuestrodepartamento editorial, de forma que no nosresponsabilizamos de la fidelidad del conte-nido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra para quepueda ser fácilmente visible en los habitua-les readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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EL EXPERIMENTO DEL DOCTOR KLEINPLATZ

De todas las ciencias, una interesaba espe-cialmente al erudito profesor Von Baumgarten. Erala que se conecta con la psicología y las relacionesentre mente y materia. El profesor era un famosoanatomista, gran químico y uno de los más renom-brados fisiólogos de Europa. Pero se sentía aliviadoalejándose de esos temas y dedicando sus grandesconocimientos al estudio del alma y las relacionesmisteriosas de los espíritus. Era muy joven cuandoempezó sus estudios sobre hipnotismo. En esaépoca, su mente parecía vagar por lugares extrañosdonde lo único que había era caos y oscuridad. Sólomuy pocas veces algún gran suceso inexplicable ydesconectado aparecía aquí y allá.

Pero a medida que pasaban los años, au-mentaba el valioso caudal de conocimientos delprofesor. El conocimiento siempre da más conoci-miento, del mismo modo que el dinero da más in-terés. Y el profesor comenzó a notar que lo queantes le había parecido asombroso o extraño, ahorapodía ser interpretado de forma distinta. Empezó afamiliarizarse con una nueva clase de razonamien-

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tos y pudo descubrir conexiones en cosas que antesle habían parecido incomprensibles y sorprenden-tes. A través de veinte años, realizó experimentos yrecolectó muchos datos. Tenía la ambición de crearuna nueva ciencia exacta que incluyera al hipnotis-mo, espiritismo y otros temas relacionados. Loayudó mucho su profundo conocimiento de las par-tes más complicadas de la fisiología animal, las quetratan de las corrientes nerviosas y de cómo trabajael cerebro. Alexis von Baumgarten era profesor deFisiología en la Universidad de Keinplatz y tenía adisposición de sus investigaciones todo el laborato-rio de la universidad.

El profesor Von Baumgarten era alto y flaco,de rostro delgado y ojos color gris acerado, y unamirada especialmente brillante y profunda. Teníaarrugas en la frente de tanto pensar, y las espesascejas contraídas. Parecía estar siempre frunciendoel ceño, lo que engañaba a la gente con respecto asu carácter, que era serio pero amable. Entre losestudiantes era muy popular. Acostumbraban areunirse alrededor de él después de cada una desus clases y lo escuchaban atentamente mientrasexponía sus extrañas teorías. Muchas veces busca-ba entre ellos voluntarios para realizar algún expe-rimento. En conclusión: no había joven de su clase

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que no hubiera participado más de una vez en lostrances hipnóticos que les había provocado su pro-fesor.

Entre todos esos jóvenes tan apasionadosde esa ciencia, no había ninguno tan entusiastacomo Fritz von Hartmann. En más de una ocasión,algunos de sus compañeros de estudio se habíanpreguntado con extrañeza por qué el intrépido eimpulsivo Fritz, uno de los más irreflexivos jóvenesde la universidad, dedicaba su tiempo y esfuerzo aestudiar temas tan complicados y a ayudar al profe-sor en sus particulares experimentos. En realidad,Fritz era un joven inteligente y muy hábil. Se habíaenamorado hacía muchos meses de Elisa, la hijadel profesor, de ojos azules y cabello dorado. Lajoven le había hecho saber que él no le era indife-rente, pero no se atrevía a aparecer frente a la fami-lia como un pretendiente formal. Le hubiera sidomuy difícil ver a la muchacha de no haberse hechoimprescindible para el profesor. Éste lo llamabafrecuentemente a su casa, y el joven iba y se so-metía de buena gana a cualquier tipo de experimen-to con tal de recibir a cambio una mirada especial-mente cálida de Elisa, o el roce de su pequeña ma-no.

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Fritz von Hartmann era un joven bastanteapuesto. Su familia poseía una buena cantidad detierras que cuando su padre muriera, pasaría a él.Era para muchos lo que comúnmente se consideraun buen partido. Pero no era bien visto por la espo-sa del profesor. La mujer ponía mala cara cada vezque lo encontraba en su casa y sermoneaba al pro-fesor por permitir que un lobo de esa clase rondaracerca de su ovejita. La verdad es que Fritz teníamala fama. No había duelo, desorden o alboroto delos que el joven no formara parte, y en el que nofuera uno de los cabecillas.

Nadie tenía peor lenguaje ni era más violen-to. Nadie bebía más, nadie jugaba a las cartas másfrecuentemente. Y nadie era más haragán. Por esoera entendible ver que la buena señora Von Baum-garten protegiera a su hija bajo el ala y se quejarade las atenciones de un personaje de esa clase.Pero el profesor estaba demasiado enfrascado ensus extraños estudios como para reflexionar sobreel asunto y elaborar alguna opinión, favorable odesfavorable, sobre la cercanía del joven. Desdehacía varios años, al profesor lo obsesionaba untema que se repetía constantemente en sus pen-samientos.

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Todos sus experimentos y teorías girabansobre ese punto. Cien veces por día se preguntabasi sería factible que un espíritu humano existieseseparado de su cuerpo durante un tiempo y quedespués volviese a él. La primera vez que se leocurrió esta posibilidad, su mente científica la re-chazó. Chocaba mucho con ideas anteriores y pre-juicios científicos. Pero poco a poco empezó aavanzar más y más por el camino de la investiga-ción, y su pensamiento rechazó todas las antiguastrabas. Era posible que la mente existiera lejos de lamateria. Había muchas cosas que le hacían pensarasí. Se le ocurrió que la cuestión podía resolver- sedefinitivamente mediante un experimento audaz yoriginal. Sorprendió al mundo científico con un fa-moso artículo sobre las entidades invisibles.

En ese artículo decía: "En condiciones es-peciales, es evidente que el alma o mente se sepa-ra sola del cuerpo. Así sucede con las personashipnotizadas: el cuerpo queda en estado catalépti-co, pero el espíritu lo ha abandonado. Tal vez mecontestarán que el alma se encuentra ahí, perodurmiendo. Responderé que no, si no ¿cómo expli-caríamos la clarividencia? La clarividencia ha sidodesacreditada por falsos y fraudulentos adivinos,pero su realidad puede ser demostrada con facili-

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dad. Lo comprobé yo mismo, usando a una personasensitiva.

Esa persona me dijo detalladamente lo quesucedía en una habitación de otra casa. ¿Cómoexplicarán eso? Sólo se explica aceptando que elalma ha abandonado al cuerpo y está vagando porel espacio. No podemos ver esas idas y vueltasporque el espíritu es invisible. Pero podemos ver losefectos en el cuerpo del sujeto, tanto rígido e inani-mado, como tratando de narrar sensaciones quenunca hubieran podido llegar a él por medios natu-rales. Sólo se me ocurre una forma de demostrareste hecho. Y es la siguiente: nosotros somos serescarnales, incapaces de ver espíritus, pero nuestrospropios espíritus pueden ser separados de nuestrocuerpo y darse cuenta de la presencia de los otros.Mi intención es hipnotizar a uno de mis discípulos.Luego yo me hipnotizaré a mí mismo. Utilizaré unmétodo que ya puse a prueba antes y que me resul-ta fácil. Si mi teoría es cierta, mi espíritu podrá en-contrar el espíritu de mi alumno y comunicarse conél sin dificultad puesto que los dos estaremos sepa-rados de nuestros cuerpos. Trataré de comunicar elresultado de esta experiencia en el próximo númerode éste periódico".

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El profesor cumplió con su promesa y pu-blicó un informe sobre lo que había ocurrido. Lahistoria era tan extraordinaria que en general fuerecibida con incredulidad. En algunos periódicosque comentaron este artículo el tono era tan ofensi-vo, que el profesor se enojó. Dijo que nunca másvolvería a tocar ese tema y fue escrupulosamentefiel a su palabra. Pero este relato fue reunido aquírecurriendo a las más auténticas fuentes y loshechos citados son esencialmente ciertos.

Sucedió de esta manera. Fue poco tiempodespués de que al profesor Von Baumgarten se leocurriera la idea del experimento. Estaba caminan-do hacia su casa, abstraído en sus pensamientosdespués de un largo día de laboratorio. Fue cuandose cruzó con un nutrido grupo de estudiantes albo-rotadores que acaban de salir de un bar. El cabeci-lla, medio borracho y escandaloso, era Fritz vonHartmann. El profesor pasó junto a ellos y siguió delargo, pero el joven Fritz lo interceptó: -¡Mi respeta-do maestro! -dijo tirándole de la manga y acercán-dolo a él-. Tengo que decirle algo y ahora es el me-jor momento porque tengo una buena cerveza zum-bando en mi cabeza.

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-¿Qué desea, Fritz? -preguntó el profesorcon sorpresa. -Escuché decir que está a punto derealizar un nuevo experimento, un experimento pro-digioso por el que retirará un alma del cuerpo y lue-go se la devolverá. -Es cierto. -¿Y quién querráprestarse a ese experimento? ¿Y si el alma sale ydespués no quiere volver? Sería un gran problema.¿Quién se animaría a correr semejante riesgo? -Pero, Fritz -exclamó el sorprendido profesor-. Espe-raba que colaborara usted conmigo. No me va adejar solo en este intento. Piense en su gloria futu-ra. -¡De ninguna manera! -gritó enojado el estudian-te-. ¡Siempre estuve dispuesto a realizar sus expe-rimentos! ¿No estuve dos horas sobre un aisladorde vidrio mientras usted descargaba electricidad enmi cuerpo? ¿No me estropeó la digestión con unacorriente galvánica en el estómago mientras estimu-laba mis nervios frénicos? ¿Cuántas veces me hip-notizó? ¿Y qué obtuve a cambio? Nada. Y ahoraquiere sacarme el alma como si fuera el engranajede un reloj. ¡Esto es demasiado! -iOh querido mu-chacho! -dijo el profesor muy afligido-. Todo lo queha dicho es cierto. Nunca me había detenido a pen-sarlo. ¿Puedo hacer algo para recompensarle? Loque me pida; estoy dispuesto a ello. Fritz, muy se-riamente, contestó: -Lo ayudaré si me promete que

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después de este experimento me dará la mano desu hija. Ésas son mis condiciones. Si no, no quierosaber nada de todo esto.

El profesor, asombrado, permaneció en si-lencio. Luego dijo: -¿Y qué dirá mi hija sobre supedido? -Elisa estará contenta. Hace tiempo quenos queremos. -Entonces -dijo el profesor con con-vicción- le concederé su mano. Usted es un jovende buen corazón y uno de los mejores neuróticosque conocí en mi vida...cuando no está bajo la in-fluencia del alcohol. Tengo programado mi experi-mento para el cuatro del mes próximo. Venga allaboratorio fisiológico a las doce en punto. Será ungran momento. Los científicos más importantes deAlemania vendrán a vernos. -Seré puntual -contestóel estudiante. Los dos hombres se fueron cada unopor su lado. El profesor caminó lentamente hacia sucasa, pensando en el gran evento que pronto iba aprotagonizar. El joven siguió la juerga con sus com-pañeros pensando en los ojos azules de Elisa y enel trato que había hecho con su padre.No había exagerado el profesor al hablar del interésque había provocado su nuevo experimento. Unaconstelación de talentosos hombres de ciencia hab-ía llenado la habitación mucho antes de la horaanunciada. Habían venido grandes eminencias del

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espiritismo y un especialista muy famoso en centroscerebrales. Todos habían recorrido grandes distan-cias y estaban entusiasmados y atentos. Cuandoaparecieron el profesor Von Baumgarten y su alum-no sobre el estrado, sonaron enormes aplausos. Elprofesor explicó en pocas palabras en qué consistíala comprobación que iba a llevar a cabo y cuáleseran sus objetivos. -Hipnotizaré al joven aquí pre-sente -dijo el sabio- y luego yo mismo me pondré entrance. Aunque nuestros cuerpos estarán inmóviles,espero que nuestros espíritus puedan encontrarse.Al cabo de un tiempo, todo volverá a su curso nor-mal. Nuestros espíritus regresarán a sus cuerpos ylas cosas serán como siempre han sido. Con supermiso, procederemos a efectuar la prueba.

Se reanudaron los aplausos y el públicobuscó el mejor lugar para observar en respetuososilencioso. El profesor hipnotizó al joven con apenasunos rápidos pases. El muchacho cayó inerte sobresu silla. Estaba rígido y pálido. Entonces, el profesortomó una brillante bola de cristal del bolsillo y con-centró la mirada en ella. Efectuó un esfuerzo mentaly logró hipnotizarse a sí mismo. Se escuchó unextraño e impresionante suspiro en la audiencia quecontemplaba al joven y al viejo en suspensión vital.¿Dónde estarían ahora sus almas? ¿Dónde habrían

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ido? Ésas eran las preguntas que se hacían todoslos espectadores.

Pasaron cinco minutos, luego diez, luegoquince y luego otros quince. El profesor y su discí-pulo continuaban sentados, rígidos e inmóviles so-bre el estrado. Durante ese tiempo no se oyó elmínimo sonido entre los sabios reunidos. Todas lasmiradas estaban clavadas en los dos rostros páli-dos, buscando las primeras señales de conciencia.Tuvo que pasar una hora para que la paciencia delos espectadores tuviera su recompensa. Se colo-rearon ligeramente las mejillas del profesor VonBaumgarten. El alma estaba regresando a su resi-dencia terrenal. De pronto, como si estuviera des-pertando de un sueño, el profesor estiró sus brazoslargos y delgados. Se frotó los ojos y levantándosede su silla miró hacia todos lados, como si le costa-ra darse cuenta del lugar y la situación en que seencontraba. Con gran sorpresa y disgusto de lamayor parte del público, el profesor lanzó una terri-ble maldición. A continuación preguntó: -¿Dóndedemonios estoy? ¿Qué infiernos ocurrió? ¡Pero siya recuerdo! Estoy en un absurdo experimentohipnótico. Pero puedo asegurarles que esta vez notuvo éxito porque no recuerdo nada de nada desdeque quedé inconsciente. Hicieron un largo viaje para

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nada mis distinguidos sabios amigos. Todo estosólo ha sido una broma muy graciosa.

Mientras decía esto, el profesor reía a car-cajadas y se golpeaba los muslos. El publico sesintió terriblemente agredido por este comporta-miento increíble La cosa hubiera terminando muymal si no hubiera intervenido el joven Fritz vonHartmann. Acababa de recobrar sus sentidos y sehabía puesto de pie. Avanzando hacia el públicodijo: -Tengo que pedir disculpas por la conducta deeste hombre. Si bien pudo parecerles serio al prin-cipio del experimento, es un muchacho muy atolon-drado. Todavía está bajo los efectos de la reacciónhipnótica. No lo podemos culpar entonces, por suspobres palabras. Ahora, si hablamos del experimen-to, yo no creo que haya fallado. Existe la posibilidadde que nuestros espíritus se hayan comunicado enel espacio. Lamentablemente, nuestra memoriacorporal es burda, muy distinta de la de nuestroespíritu. Tal vez por eso no podamos recordar loocurrido. De ahora en más pondré todas mis energ-ías en crear algún medio por el cual los espírituspuedan recordar lo que les ocurre cuando vuelanlibremente. Cuando lo haya logrado, espero podertener el honor de reunir a este respetable público denuevo, otra vez en esta sala, y demostrarles el re-

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sultado. Este comentario causó una gran sorpresaentre los asistentes. Especialmente por haberloexpresado un estudiante tan joven. Algunos sabiosse sintieron ofendidos, pensaban que el joven sedaba aires de importancia que en realidad no lecorrespondían.

Pero en su mayoría, el público lo consideróuna futura promesa de la ciencia. Y no pudierondejar de hacer comparaciones entre su conducta,tan digna, y la del profesor, que durante la explica-ción del joven no dejaba de reírse a carcajada lim-pia desde un rincón, sin preocuparse por el fracasode su prueba.

A pesar de que todos aquellos hombreseminentes habían dejado la sala con la sensaciónde que no habían visto nada para tener en cuenta,había sucedido antes sus ojos uno de los hechosmás maravillosos de toda la historia del mundo. Lateoría del profesor Von Baumgarten de que su espí-ritu y el de su alumno se habían alejado de su cuer-po durante el experimento, era totalmente correcta.Pero una extraña e inesperada complicación sehabía producido. Al regresar, el espíritu de Fritz vonHartmann se había introducido en el cuerpo deAlexis von Baumgarten y el de Alexis von Baumgar-

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ten en el cuerpo de Fritz von Hartmann. Eso expli-caba las palabras superficiales y torpes que habíapronunciado el profesor, y las elogiables y seriasfrases que había dicho el atolondrado estudiante.Era un hecho sin precedentes, pero nadie se habíadado cuenta, ni siquiera los propios involucrados.

El cuerpo del profesor sintió de repente quetenía la garganta seca. Todavía seguía riéndose delexperimento cuando salió a la calle, porque el almade Fritz se alegraba internamente de haber ganadoa su novia sin ningún esfuerzo especial. Lo primeroque pensó fue ir a verla, pero frenó su impulso.Pensó que debía darle tiempo al profesor VonBaumgarten de informarle a su esposa el trato quehabían realizado. Así que se dirigió a la cervecería,uno de los lugares preferidos de los estudiantes.Mientras caminaba hacia el lugar donde esperabaapagar su sed, agitaba ruidosamente el bastón en elaire. Sin dudar un instante, buscó la salita reservadadonde ya se habían acomodado más de media do-cena de sus compañeros más alegres.

-¡Sabía que los encontraría aquí! ¡Bravo!Terminen sus bebidas y pidan lo que quieran quehoy invito yo. Los estudiantes no se hubieran senti-do más sorprendidos si el hombrecito verde que

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estaba pintado en el cartel de la cervecería quecolgaba sobre la puerta hubiera bajado repentina-mente y entrado al salón exigiendo una botella decerveza. No podían creer en la inesperada llegadadel respetable profesor. Durante un minuto o dos, lasorpresa no les permitió reaccionar y se quedaronen silencio, sin ser capaces de responder a la invi-tación.

De pronto el profesor maldijo y resopló pre-guntando: -¿Qué demonios les pasa? ¿Por qué sequedan mirándome como cerdos enamorados?¿Sucede algo especial? -Es que esta invitación esun honor... -pudo tartamudear uno de sus alumnos.-¡Pero qué honor ni honor! -respondió enojado elprofesor-. ¿Piensan que porque hice una exhibiciónde hipnotismo frente a un montón de fósiles me voya sentir tan orgulloso? ¿Y que no voy a quererunirme a mis viejos y queridos amigos? ¿Por qué nome alcanzan una silla? Creo que ya es hora de quepresida esta reunión. ¿Qué quieren tomar? Pidan loque quieran y que lo anoten en mi cuenta.

No se recuerda en aquella cervecería nin-guna otra tarde como aquélla. Alegremente iban deaquí para allá las espumosas jarras de cerveza y laverdes botellas de vino del Rin. Poco a poco los

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estudiantes perdieron la timidez que al principio lesproducía la presencia de su profesor. Especialmen-te al verlo cantar y regir. Y no fue lo único especialque hizo. También mantuvo en equilibrio sobre sunariz una pipa muy larga y apostó que ganaría enuna carrera de cien metros contra cualquier miem-bro del grupo que se atreviera a correr junto a él.Del otro lado de la puerta, el propietario de la cerve-cería y la camarera murmuraban sorprendidos fren-te a la increíble conducta del ilustre profesor. Muchomás tuvieron para murmurar después, cuando eldistinguido caballero le dio al propietario una pal-mada y besó a la camarera detrás de la puerta de lacocina. -Caballeros -dijo el profesor mientras seponía de pie, balanceándose ligeramente-. Creoque debo explicarles la causa de esta celebración.

¡Que hable, que hable, que hable! -gritaronlos estudiantes golpeando sus vasos contra la me-sa. -Amigos míos, debo comunicarles que voy acasarme muy pronto. Por lo menos, eso espero -dijoel profesor con los ojos brillándole a través de loslentes. Un estudiante, un poco más atrevido que losdemás, preguntó: -¡Casarse! Pero, ¿falleció la seño-ra? -¿Qué señora? -¿Y qué señora va a ser? Laseñora Von Baumgarten, por supuesto.-Ah -dijo riendo el profesor. Veo que ya saben todo

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lo mío... No, no murió. Pero estoy seguro que no seopondrá a mi casamiento.-¡Qué considerado de su parte! -dijo un joven. -Enrealidad -dijo el profesor- espero que acepte estasituación y me ayude a congraciarme con mi futuraesposa. Es cierto que la señora y yo nunca noshemos llevado muy bien, pero ahora espero quetodo eso haya pasado y que cuando me case vengaa vivir con nosotros. -¡Seguramente se convertiránen una familia muy feliz! - comentó alguien. -Así loespero. ¡Y me gustaría que todos ustedes asistierana la boda! ¡No haré nombres pero pido ahora unbrindis por mi futura esposa ! -¡A su salud! ¡Por lafutura esposa! -clamaron los estudiantes con gran-des carcajadas. Y así continuó la fiesta, alegre ytumultuosa, en la que todos seguían el ejemplo delprofesor y bebían y brindaban por la mujer de sucorazón.Al mismo tiempo en que se realizaba esta festivareunión, en otro lugar se sucedía una escena muydiferente. El joven Fritz von Hartmann, con una acti-tud solemne y reservada, revisó algunos instrumen-tos matemáticos y salió a la calle, caminando segúnsu costumbre, lenta y pensativamente. Delante de éliba a paso vivo el profesor de anatomía, así queaceleró su marcha hasta alcanzarlo.

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-Profesor -dijo dándole unas palmaditas en el brazo-. Recuerdo ahora que el otro día me preguntó acer-ca del revestimiento de las arterias cerebrales. Yocreo que... -¡Pero quién se cree usted que es! ¿Quédemonios pretende? -dijo indignado el agrio profe-sor de anatomía-. ¡Tendré que informar de su com-portamiento a la Junta Académica! Y con esta ame-naza, el antipático señor giró en redondo y semarchó rápidamente.

Von Hartmann se sintió muy sorprendidofrente a esa reacción desproporcionada. -Debe sera causa del fracaso de mi experimento -dijo para siy continuó malhumorado su camino. Le esperabannuevas sorpresa. Se le acercaron de pronto dosjóvenes estudiantes. En lugar de saludarlo sacán-dose las gorras, o de mostrarle alguna señal derespeto, al verlo lanzaron un grito. Corrieron hacia ély lo tomaron cada uno de un brazo mientras loarrastraban con ellos. -iDios mío! ¿Qué pasa?¿Dónde me llevan.'? -A que te tragues una buenabotella de cerveza con nosotros -contestaron losestudiantes con expresión divertida-. ¡Vamos! i Éstaes una invitación a la que nunca pudiste negarte! -¡Jamás escuché una falta de respeto semejante! -gritó Von Hartmann-. iSuéltenme ya! ¡Los suspen-deré! ¡Déjenme ahora mismo, he dicho! -Así que

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estás de mal humor -le respondieron-. Que te vayascon viento fresco... La podemos pasar muy bien sintu presencia.

-¡Sé quiénes son y haré que paguen por es-to! -gritó furioso Von Hartmann. Y continuó su cami-no realmente enojado por estos dos penosos episo-dios. La señora Von Baumgarten se encontrabamirando por la ventana. Se preguntaba por qué suesposo se retrasaba para la cena. iCómo no iba asorprenderse al ver aproximarse al joven estudiante!No esperaba ver al muchacho, quien verdadera-mente le inspiraba una enorme antipatía. Si habíalogrado entrar en su casa había sido sólo por elprofesor y en contra de sus deseos. La sorpresa dela mujer iba aumentando al verlo pasar por la puertadel jardín y acercarse por el sendero con un aire dedueño del lugar. No podía creer lo que veía y sedirigió a la puerta en guardia, armada de sus másprofundos instintos maternales. La hermosa Elisatambién había visto desde la ventana del primerpiso ese avanzar atrevido de su enamorado y sucorazón latía rápidamente, mezclando sentimientosde asombro y orgullo.

-Buenos días, caballero -saludó la señoraVon Baumgarten al intruso, al mismo tiempo que le

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bloqueaba con sequedad la puerta abierta. -Sí, esun día espléndido, Martha -respondió el otro-. Peropor favor, no te quedes como una estatua y sírvemeya la cena. Vengo muerto de hambre.

-iPero cómo...! ¿Martha? ¿La cena... -dijo laseñora mientras retrocedía sorprendida. -i SíMartha, la cena! -gritó Von Hartmann que ya empe-zaba a enojarse-. ¿Qué tiene de extraño mi pedido?Sobre todo, considerando que estuve afuera todo eldía. Esperaré en el comedor. Sírveme lo que quie-ras. Salchichas, ciruelas..., cualquier cosa. Lo queencuentres a mano. ¿Pero por qué te quedas para-da mirándome? Mujer, ¿piensas mover tus piernasde una vez, o qué? El tono indignado de este últimocomentario provocó que la buena señora VonBaumgarten corriera a la cocina, donde se encerrópresa de un violento ataque de histeria. Von Baum-garten fue a la sala y se sentó en el sofá invadidodel peor de los humores.

-¡Elisa! -gritó-. ¡Elisa! ¿Pero dónde diablosse ha metido esta chica? La joven sintió el irritadollamado y bajó tímidamente la escalera. Al encon-trarse frente a su amado dijo: -¡Mi querido! ¿Hicistetodo esto por mí? ¿Fue un truco para poder verme?La joven abrazó apretadamente al profesor pro-

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vocándole un ataque de rabia. Durante unos minu-tos no pudo decir nada, se había quedado sin hablaa causa de la indignación. Sólo podía lanzarle a lajoven miradas llameantes de furia y apretar los pu-ños, mientras trataba de desembarazarse de suabrazo. Cuando logró hablar, lo hizo de forma tanviolenta que asustó a la muchacha quien se alejóunos pasos y quedó petrificada de miedo. -¡Nuncaen mi vida me pasaron tantas cosas malas como eneste día! -estalló Von Hartmann mientras daba unapatada al piso-. Mi experimento fracasó, el profesorde anatomía me insultó, dos de mis estudiantes mearrastraron por la calle. Luego mi esposa casi sedesmaya porque le pido la cena y mi hija se tirasobre mí y me abraza como a un oso, sin dejarme nirespirar. -¿Te sientes bien?- respondió la mucha-cha-. Te noto muy raro, parece que estuvieras des-variando y ni siquiera me has besado. -No, y tam-poco lo haré -dijo Von Hartmann-. ¿Qué modalesson ésos7 ¡Deberías avergonzarte! ¿Por qué no vasa traerme mis zapatillas7 ¿Y por qué no ayudastambién a tu madre a preparar la cena? -¿Y paraesto te amé apasionadamente durante más de diezmeses? -gritó Elisa mientras lloraba histéricamente-.¿Para eso desafié el enojo de mi madre? ¡Creo querompiste mi corazón! ¡Estoy segura de que lo rom-

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piste!-iNo soporto más! -gritó furioso Von Hartmann-.¿Qué diablos estás diciendo? ¿Qué hice yo hacediez meses que te inspirara tanto afecto hacia mí?Si realmente me quieres tanto, sería mejor que fue-ras a la cocina y me trajeras ya un poco de salchi-cha y otro poco de paz, en vez de decir tantas ton-terías juntas. -¡Mi querido! -dijo la joven mientras searrojaba a los brazos de quien creía su amado-. Medoy cuenta de que estás bromeando. ¿Quieresasustar a tu pequeña Elisa? En el momento delinesperado abrazo, Von Hartmann estaba reclinán-dose sobre un costado del sillón, que se encontrababastante desvencijado. Al lado del sofá había untanque lleno de agua. El profesor lo utilizaba pararealizar experimentos con huevos de peces y debíamantenerlos en esa habitación con el fin de obtenerla temperatura ideal. El peso de la joven sobre él,combinado con el empuje con que se arrojó a susbrazos lograron que el gastado sofá cediera haciaatrás. El cuerpo del pobre estudiante fue a parar altanque, donde quedaron incrustados su cabeza ysus hombros. Mientras tanto, sus extremidadesinferiores pateaban inútilmente el aire. Ese episodiorebalsó el vaso de la agotada paciencia del profe-sor. Con dificultad pudo liberarse de esa postura

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incómoda, y lanzando un grito de furia se lanzófuera de la casa. En vano fueron las súplicas deElisa. El profesor tomó su sombrero y despeinado ychorreando agua salió a buscar algún bar dondeobtener la comida y la comodidad que le negabanen su casa.

El espíritu de Von Baumgarten iba metidoadentro del cuerpo del joven Von Hartmann y re-corría el camino que llevaba al centro de la ciudad.Seguía protestando a viva voz por la mala suerte deese día cuando divisó a un hombre viejo muy alco-holizado. Von Hartmann se quedó esperando a uncostado de la calle y observó al hombre tambalear-se de Un lado a otro mientras tarareaba una obsce-na canción de estudiantes. Al principio, lo único quele llamó la atención fue ver a un hombre de aparien-cia respetable en tan lamentable condición. A medi-da que este individuo se acercaba a él sintió que loconocía, pero no podía recordar cuándo o dónde lohabía visto antes. La impresión se hizo más fuerteal verlo más de cerca. Por las dudas, avanzó unospasos y lo miró cuidadosamente.

-Hola- dijo el borracho mirándolo fijamentemientras trataba de mantener su equilibrio-. ¿Dedónde demonios te conozco? Sé que te conozco

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tanto como de toda la vida, pero ahora no recuerdobien de dónde... ¿Quién diablos eres? -Soy el pro-fesor Von Baumgarten -dijo el de cuerpo de estu-diante-. ¿Me permite preguntarle quién es usted?Sus facciones me resultan extrañamente familiares.-No mientas, amigo mío. Eso es muy feo -dijo elotro-.Yo sé que no eres el profesor porque él es unhombre viejo y horrible. En cambio tú eres un mu-chacho alto, agradable y de anchos hombros. Yo tediré quien soy yo: Fritz von Hartmann, a tus órde-nes.

-Le aseguró que ése no es usted -exclamóel cuerpo de Von Hartmann-. En todo caso será supadre. Pero, dígame señor, ¿se dio cuenta de quelleva mis gemelos y la cadena de mi reloj? -¡Maldición! -respondió el otro-. Si ésos no son lospantalones que mi sastre quiere que le pague, pro-meto no volver a beber cerveza en mi vida. En esemomento, Von Hartman se pasó una mano por lafrente. Estaba agobiado por todas las cosas insóli-tas que le habían ocurrido aquel día. Bajó la miraday la casualidad hizo que se viera reflejado en uncharco de lluvia que se encontraba en la mitad de lacalle. Pudo entonces comprobar con gran asombroque su cara era la de un joven y su traje el de unestudiante, y su imagen se veía opuesta, en todo

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sentido, a la seria y responsable apariencia acadé-mica que debía corresponderle. En ese mismo mo-mento, su rápida mente comprendió la secuencia delos últimos hechos ocurridos en su vida y sacó unacertera conclusión. La impresión lo hizo tambalear-se, también a él. -¡Dios mío! -gritó desesperado ygolpeándose el pecho-. Ahora comprendo qué pasó.Nuestras almas fueron a los cuerpos equivocados.Yo soy usted, usted es yo. He demostrado mi teor-ía... ¡pero con qué costo! ¿Deberá la mente máserudita de toda Europa tener que vivir dentro de unaenvoltura tan vacía? iOh, el trabajo de toda una vidaarruinado para siempre! -Yo lo comprendo -dijo elverdadero Von Hartmann desde el cuerpo del profe-sor. Y puedo entender muy bien lo que siente. Perono golpee así a mi pobrecito cuerpo. Estaba enexcelentes condiciones cuando usted lo recibió. Encambio, ahora está totalmente mojado y mi camisaestá arrugada y tiene un olor espantoso.

¡Qué importancia tienen esos detalles sivamos a tener que quedarnos así para siempre! -contestó Von Baumgarten desde el cuerpo de VonHartmann-. Pude probar mi teoría, pero de un modoterrible.

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-Si yo pensara como usted -le contestó elespíritu del estudiante- sí que sería terrible. ¿Cómopodría ser mi vida de ahora en más metido en estecuerpo quebradizo y viejo? ¿Cómo haría para corte-jar a Elisa y convencerla de que no soy su padre?Gracias a Dios que a pesar de la cerveza, que hoyme cayó peor que nunca porque su cuerpo no resis-te lo que resiste el mío, se me ocurrió una salidapara nuestros problemas. -¿Cuál? -preguntó an-helante el profesor. -Repetir el experimento. Creoque si otra vez dejamos a nuestras almas en liber-tad tendremos bastantes posibilidades de que en-cuentren un camino de regreso a sus respectivoscuerpos. Como un ahogado se aferra a un madero,así se aferró el espíritu de Von Baumgarten a estapropuesta. Rápidamente arrastró a su propio cuerpoa un costado de la calle y lo puso en trance. Inme-diatamente sacó la bola de cristal de su bolsillo ylogró también él quedar en suspensión vital.

Durante la hora siguiente pasaron por allímuchos estudiantes. Algunos se detuvieron asom-brados al ver al profesor de Fisiología y su estudian-te preferido semidesvanecidos sobre un banco llenode barro. Pronto se reunió alrededor de ellos unamultitud que discutía la posibilidad de llamar a unaambulancia para llevarlos al hospital. Pero en ese

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momento, el sabio profesor abrió los ojos y miró conaire ausente a su alrededor. Parecía no saber cómohabía llegado hasta allí. Y de pronto alzó sus brazosdelgados sobre su cabeza y gritó con felicidad: -¡Dios me proteja! ¡Soy yo! ¡Soy yo de nuevo! ¡Medoy cuenta!

La sorpresa de la multitud se hizo aún másgrande cuando el estudiante saltó del banco gritan-do lo mismo y los dos se tomaban de los brazoshaciendo unos pasos de baile muy extraños. Des-pués de ese extraño episodio hubo muchas dudassobre la sanidad mental de sus protagonistas. Elprofesor publicó sus experiencias en el periódicomédico, pero sus colegas le aconsejaron vigilar sumente si no quería terminar en un manicomio. Elestudiante también comprobó en carne propia queera mejor no hablar más sobre el tema.

Cuando el serio profesor volvió a su casa,no encontró el cálido recibimiento que podría deseardespués de tan singulares aventuras. Al contrario.Ambas mujeres le reprocharon su olor a alcohol y atabaco y el haber estado ausente cuando un jovensinvergüenza se había introducido en la casa y lehabía faltado el respeto a sus ocupantes. Tuvo quepasar mucho tiempo hasta que el clima familiar del

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hogar del profesor volviera a su tranquilidad habi-tual. Y todavía mucho más hasta que se viera entrara esa casa al joven Von Hartmann. Pero la pacien-cia y la constancia dan sus frutos, y el estudiantelogró finalmente tranquilizar a las enojadas damas yestablecerse en el hogar. Y ya no debe preocuparsemás por la antipatía de la esposa del profesor por-que él se ha convertido en el capitán Von Hartmann,del ejército del emperador y su encantadora esposaElisa ya le regaló dos pequeños futuros soldaditos,como claro y positivo símbolo de su amor.