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Bernard-Marie Koltès En la soledad de los campos de algodón Éditions Minuit Traducción: María Inés Alonso Mayo 2000 Un “deal” es una transacción comercial sin embargo referida a valores prohibidos o estrictamente controlados, y la cual se concluye, en espacios neutros, indefinidos y no previstos por la costumbre, entre proveedores y clientes solicitantes por acuerdo tácito, signos convencionales o conversación de doble sentido—con el fin de esfumar (deformar) los peligros de traición y de robo por fraude que una operación tal implica--, a no importa qué hora del día o de la noche, independientemente de las horas de apertura reglamentaria de los lugares de comercio autorizados (reconocidos, oficiales), pero con preferencia en las horas en que éstos están cerrados. _____________________________ El Dealer Si usted sale, a esta hora y a este lugar, es porque usted desea alguna cosa que no tiene, y esta cosa, yo, yo puedo aprovisionarlo (brindársela); pues si estoy en este lugar desde más tiempo que usted y por más largo tiempo que usted, y por que hasta esta hora que es la de las relaciones 1

En La Soledad de Los Campos

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Page 1: En La Soledad de Los Campos

Bernard-Marie Koltès

En la soledad de los campos de algodón

Éditions Minuit

Traducción: María Inés Alonso

Mayo 2000

Un “deal” es una transacción comercial sin embargo referida a valores

prohibidos o estrictamente controlados, y la cual se concluye, en espacios

neutros, indefinidos y no previstos por la costumbre, entre proveedores y

clientes solicitantes por acuerdo tácito, signos convencionales o

conversación de doble sentido—con el fin de esfumar (deformar) los

peligros de traición y de robo por fraude que una operación tal implica--, a

no importa qué hora del día o de la noche, independientemente de las

horas de apertura reglamentaria de los lugares de comercio autorizados

(reconocidos, oficiales), pero con preferencia en las horas en que éstos

están cerrados.

_____________________________

El Dealer

Si usted sale, a esta hora y a este lugar, es porque usted desea

alguna cosa que no tiene, y esta cosa, yo, yo puedo aprovisionarlo

(brindársela); pues si estoy en este lugar desde más tiempo que

usted y por más largo tiempo que usted, y por que hasta esta hora

que es la de las relaciones (transacciones) salvajes entre los

hombres y los animales no me sacan (desalojan) de este lugar, es

porque yo tengo lo que es necesario para satisfacer el deseo que

pasa delante de mí, y es como un peso del cual es preciso que yo

me libre en no importa quién sea, hombre o animal, que pase

delante de mí.

Es por eso que me acerco a usted, a pesar de la hora que es

generalmente en la que el hombre y el animal se arrojan

salvajemente el uno sobre el otro, me acerco, yo a usted con las

manos abiertas y las palmas dirigidas hacia usted, con la humildad

de aquél que ofrece frente a aquél que compra, con la humildad de

aquél que posee frente a aquél que desea, y yo veo vuestro deseo

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como se ve una luz que se enciende, junto a una ventana en lo alto

de un inmueble, en el crepúsculo; yo me acerco a usted como el

crepúsculo se acerca a esta primera lámpara, dulcemente,

respetuosamente, casi afectuosamente, dejando allí abajo en la calle

el animal y el hombre tironear de sus correas y mostrarse

salvajemente los dientes.

No es que haya adivinado lo que usted pueda desear, ni que yo esté

apurado por conocerlo; pues el deseo de un comprador es la más

melancólica cosa que pueda existir, que se contempla como un

pequeño secreto que no pide más que ser traspasado y que toma su

tiempo antes de ser advertido; como un regalo que se recibe

embalado y cuesta tiempo quitarle los hilos (piolines). Pero es que

yo mismo he deseado, desde el tiempo que estoy en esta plaza

(lugar), todo lo que cualquier hombre o animal puede desear en esta

hora de oscuridad, y que lo hace salir de su casa a pesar de los

gruñidos salvajes de los animales insatisfechos y de los hombres

insatisfechos; he aquí por qué yo sé, mejor que el comprador

inquieto que conserva aún por un tiempo su misterio como una

jovencita virgen educada para ser puta, que lo que usted me pedirá

yo lo tengo, y que le es suficiente, a usted, --sin sentirse herido de la

aparente injusticia que hay entre ser el solicitante frente a quien

ofrece--, de pedírmelo.

Puesto que no hay verdadera injusticia sobre esta tierra más que la

injusticia de la tierra en sí misma, que es estéril por el frío o estéril

por el calor y raramente fértil por la suave mezcla de calor y de frío;

no hay injusticia para quien camina sobre la misma porción de tierra

sometida al mismo frío o al mismo calor o a la misma suave mezcla,

y todo hombre o animal que puede mirar a otro hombre o animal a

los ojos es su igual puesto que ellos caminan sobre la misma línea

fina y plana de latitud, esclavos de los mismos fríos y de los mismos

calores, ricos de lo mismo y, de lo mismo pobres; y la sola frontera

que existe es ésta entre el comprador y el vendedor, pero borrosa,

ambos poseen el deseo y el objeto del deseo, a la vez pozo y

montículo, con menos de injusticia incluso que la de ser macho o

hembra entre los hombres o los animales. Es por eso que yo afronto

provisoriamente la humildad y le presto la arrogancia, para que se

nos dintinga al uno y al otro en esta hora que es ineluctablemente la

misma para usted y para mí.

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Dígame entonces, virgen melancólica, en este momento en que

gruñen sordamente hombres y animales, dígame la cosa que usted

desea y que yo puedo proveer, y yo se la proveeré amablemente,

casi respetuosamente, quizá con afecto; pues, después de haber

colmado los pozos y aplanado los montes que están en nosotros, no

nos alejaremos el uno del otro, en equilibrio sobre el delgado y fino

hilo de nuestra latitud, satisfechos en el medio de los hombres y de

los animales insatisfechos de ser hombres e insatisfechos de ser

animales; pero no me pida adivinar vuestro deseo; yo estaría

obligado a enumerar todo lo que yo poseo para satisfacer a aquéllos

que pasan delante de mí desde el tiempo que estoy aquí, y el tiempo

que sería necesario para esta enumeración secaría mi corazón y

fatigaría sin duda vuestra esperanza.

El Cliente

Yo no camino en un cierto lugar y a una cierta hora; yo camino,

sin otro fin, yendo de un punto a otro, por negocios privados que se

tratan en esos puntos (sitios) y no en otros; yo no conozco ningún

crepúsculo ni ninguna clase de deseos y yo quiero ignorar los

detalles (accidentes) de mis recorridos (trayectos). Yo iba desde esta

ventana iluminada, detrás de mí, allá lejos delante de mí, según una

línea bien recta que pasa a través de usted porque usted, usted está

allí deliberadamente situado. Ahora bien no existe ningún medio que

permita, a quien se dirige de una altura a otra altura, de evitar

descender para deber ascender enseguida, con la absurdidad de

dos movimientos que se anulan y el riesgo, entre ambos, de

aplastar a cada paso los desechos arrojados por las ventanas; más

alto se vive, más amplio es el espacio sano, pero más dura resulta la

caída, cuando el ascensor lo deposita en el suelo, él lo condena a

usted a marchar en medio de todo lo que no ha deseado desde allí

arriba, en medio de un montón de recuerdos en descomposición,

como, en el restaurante, cuando un camarero le propone algo y

enumera ante vuestros oídos asqueados, todos los platos que usted

digiere desde hace mucho tiempo.

Habría sido necesario, por otra parte, que la oscuridad hubiera

sido más espesa aún, y que no pudiera percibir nada de vuestro

rostro; entonces yo habría, quizá, podido equivocarme acerca de la

legitimidad de vuestra presencia y del cambio de trayecto que usted

hace para situarse en mi camino y, a mi turno, hacer un desvío que

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se acomodara al vuestro; pero ¿qué oscuridad sería lo bastante

densa para hacerlo parecer menos oscuro que ella? No es una

noche sin luna la que no parece ser mediodía si usted se pasea en

ella y ese mediodía me muestra bastante que no es el azar de los

ascensores lo que ha colocado a usted en este sitio, sino una

inprescriptible ley de gravedad que es propia de usted, que usted

lleva, visible, sobre los hombros como una bolsa (saco), y que lo ata

(fija) en esta hora y este lugar desde donde usted evalúa suspirando

la altura de los edificios (inmuebles).

En cuanto a lo que yo deseo, si hubiera algún deseo del cual yo

pudiera acordarme aquí, en la oscuridad del crepúsculo, en el medio

de gruñidos de animales de los cuales no se advierte ni la cola, más

allá de éste muy cierto deseo que yo tengo de verlo a usted dejar

caer la humildad y que usted no me regale la arrogancia – pues si yo

tengo cierta debilidad por la arrogancia, yo odio la humildad, en mí y

en los demás, y este intercambio me disgusta--, lo que yo desearía,

usted no lo tendría seguramente. Mi deseo, si puede llamarse así, si

yo se lo expresara quemaría su cara, le haría retirar las manos con

un grito, y usted huiría en la oscuridad como un perro que corre tan

rápido que no se ve más que su cola. Pero no, el problema de este

lugar y de esta hora me hace olvidar si yo he tenido algún deseo que

pudiera recordar, no, yo no he tenido otro que el de ofrecer a usted

hacer algo, y será preciso que usted haga un desvío para que yo no

tuviera nada para hacer, que usted se mudara de su derrotero (ruta)

que yo siguiera, que usted se arrepintiera, pues esta luz allí arriba,

en lo alto del edificio, a la cual se acerca la oscuridad, continúa

brillando imperturbable; ella agujerea esta oscuridad, como un

fósforo (cerilla) encendido perfora la tela que pretende ahogarlo.

El Dealer

Usted tiene razón en pensar que yo no desciendo de ninguna

parte y que no tengo ninguna intención de subir, sin embargo usted

podría equivocarse si cree que yo experimento un duelo (gran pena).

Yo evito los ascensores como un perro evita el agua. No porque

ellos rehúsan abrirme la puerta ni porque a mí me disguste

encerrarme allí; sino que los ascensores en movimiento me seducen

(atraen) y yo pierdo mi dignidad; y si yo acepto ser seducido, yo

quiero poder no ser atraído desde que mi dignidad lo exija. Sucede

con los ascensores como con ciertas drogas, demasiado consumo lo

vuelve a uno flotante, jamás arriba, jamás abajo, tomando líneas

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curvas por líneas rectas, y helando el fuego en su centro (esencia).

Por lo tanto, desde el tiempo que estoy en este lugar, sé reconocer

las llamas que, desde lejos, detrás de los vidrios, parecen heladas

como los crepúsculos de invierno, pero a las que es necesario

acercarse, dulcemente, quizá afectuosamente, para acordarse de

que no hay punto de luz definitivamente fría, y mi meta no es

apagarlo a usted, sino protegerlo del viento, secar la humedad de la

hora al calor de esta llama.

Porque, como usted dice, la línea sobre la cual camina, de recta

que era,quizá, se ha vuelto torcida desde cuando usted me

percibió, y he elegido el momento preciso en el cual usted me

advirtió de acuerdo con el momento preciso en que su camino se

volvió curvo, y no curvo para alejarse de mí, si no, no nos

hubiéramos encontrado jamás, por el contrario, usted se habría

alejado mucho de mí, ya que usted caminaba con la velocidad de

quien se desplaza de un punto a otro; y yo no lo hubiera atrapado

jamás, porque sólo me desplazo lentamente, tranquilamente, casí

inmóvilmente, con la velocidad de quien no va deun punto a otro,sino

de quien asecha en un lugar invariable a quien pasa por delante y

espera que el otro modifique ligeramente su trayecto. Y si yo digo

que usted hizo una curva, y que sin duda va a pretender que era un

desvío para evitarme, y que yo afirmaría en respuesta que éste fue

un movimiento para acercarse, sin duda es porque al fin de cuentas

usted no se ha desviado nada, que toda línea recta sólo existe en

relación a una superficie plana, que nosotros nos movemos según

dos planos distintos, y que en todo no existe más que el hecho de

que usted me ha mirado y que yo he interceptado esa mirada o a la

inversa, y que, partiendo de lo absoluto (teórico) que ella es, la línea

sobre la cual usted se desplazaba se ha vuelto relativa y compleja, ni

derecha ni curva, sino fatal.

El Cliente

Sin embargo, yo no tengo, para darle el gusto (placer), deseos

ilícitos. Mi negocio propio, lo hago en las horas reglamentarias del

día, en los lugares de comercio autorizados e iluminados con luz

eléctrica. Quizá yo soy puto, pero si lo soy, mi burdel no es de este

tipo; se instala el mío en la luz legal y cierra sus puertas al

anochecer, sellado por la ley e iluminado por la luz eléctrica, puesto

que la misma luz del sol no es fiable y tiene sus cortesías (tiene

sentido ambiguo de indulgencia culpable) Qué espera usted, de un

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hombre que no da un paso, un paso que no sea homologado y

sellado y legal e inundado de luz eléctrica en los más profundos

recovecos?

Y si estoy aquí, en recorrida, en espera, en suspenso, en

desplazamiento, fuera de juego, fuera de la vida, provisorio,

prácticamente ausente, por así decirlo – ¿cómo se dice de un

hombre que atraviesa el Atlántico en avión que está en determinado

momento en Groenlandia, ¿está realmente? ¿o en el corazón

tumultuoso del océano?—y si realizo un desvío, aunque mi línea

recta, desde el punto de donde vengo al punto hacia donde voy no

tiene razón alguna de ser torcida súbitamente (en el mismo

instante), lo que sucede es que usted me obstruye el camino, lleno

de intenciones ilícitas y de presuposiciones. Ahora bien, sepa que lo

que más me repugna de la gente, más aún que la intención ilícita,

más que la actividad ilícita misma, es la mirada de quien nos

supone lleno de intenciones ilícitas y que las practica habitualmente;

no solamente a causa de esa mirada, conflicto que lleva al punto de

convertir en desorden hasta un torrente de montaña,-- y vuestra

mirada haría subir el barro del fondo de un vaso de agua- sino

porque, con el sólo peso de esa mirada sobre mí, la virginidad que

está en mí se siente de pronto violada, la inocencia culpable, y la

línea recta, considerada para llevarme de un punto luminoso a otro

punto luminoso, a causa de usted se vuelve cerrada y laberínto

oscuro en el oscuro territorio donde yo me siento perdido.

El Dealer

Usted trata de deslizar una espina bajo la montura de mi caballo

para que él reaccione y se embale; pero, si mi caballo es nervioso y

a veces indócil, yo lo controlo con la brida corta, y él no se embala

tan fácilmente; una espina no es una lámina de acero, él conoce el

espesor de su cuero y puede acomodarse para no descontrolarse

por la picazón o el deseo (impulso, pulsión).Sin embargo, ¿quién

conoce todos los humores de los caballos? A veces ellos soportan

una aguja en el flanco, a veces una mota de polvo bajo el arnés

puede hacerlo caer y volverse de un lado a otro y arrojar al jinete-

Sepa pues que si yo le hablo, en esta hora, así cortésmente, quizá

incluso con respeto, esto no es como usted lo piensa: por la fuerza

de las cosas, según un lenguaje que le hace reconocer como alguien

que tiene miedo, de un pequeño miedo agudo, no sentido,

demasiado visible como el de un niño por una bofetada posible de su

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padre; para mí, yo tengo el lenguaje de alguien que no se hace

reconocer, el lenguaje de este territorio y de este momento en el cual

los hombres tiran de la cuerda y en el cual los cerdos se golpean

fuertemente la cabeza contra el muro; para mí, yo tengo mi lengua

como un control para la brida, para que el caballo no se arroje sobre

la yegua, pues si yo aflojara la brida, si yo disminuyera ligeramente

la presión de mis dedos y la tracción de mis brazos, mis palabras me

tirarían del caballo o se tirarían hacia el horizonte con la violencia de

un caballo árabe que siente el desierto y que más que nada no

puede frenar.Es por eso que sin conocerlo a usted yo lo he tratado

desde la primera palabra, correctamente, desde el primer paso que

he dado hacia usted, un paso correcto, humilde y respetuoso, sin

saber si cualquiera que fuera en su interior merecía el respeto, sin

conocer nada de usted que pudiera hacerme saber si la

comparación de nuestros dos estados autorizaba que yo sea

humilde y usted arrogante, yo le he permitido la arrogancia a causa

de la hora del crepúsculo en la cual nos hemos aproximado uno al

otro, porque la hora del crepúsculo en la cual usted se ha

aproximado a mí es cuando la corrección no es ya obligatoria y se

convierte entonces en necesaria, cuando más que nada no es

obligatoria en un encuentro salvaje en la oscuridad, y yo habría

podido caer sobre usted como una tela sobre una llama de una

bujía, yo habría podido tomarlo por el cuello de la camisa, por

sorpresa. Y esta corrección, necesaria pero no gratuita, que le

ofrezco, lo compromete conmigo, no sería esto que porque yo

hubiera podido, por orgullo, caminar sobre usted como una bota

desgarra un papel grasiento, porque yo sabía, a causa de esta

manera de actuar que hace la diferencia principal entre nosotros—y

a esta hora y en este lugar sólo la actuación hace la diferencia--,

nosotros sabemos los dos quién es la bota y quién es el papel

grasiento.

El Cliente

Si por el contrario yo lo he hecho así, sepa que yo habría

deseado no haberlo mirado. La mirada se pasea y se posa y cree

estar en terreno neutro y libre, como una abeja en un campo de

flores, como la quijada de una vaca en un espacio cerrado de una

pradera. Pero ¿qué hacer con su mirada? Mirar hacia el cielo me da

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nostalgia y fijarla en el suelo me entristece, extrañar algo y

acordarse de que ya no se lo tiene son ambos igualmente

destructivos. Entonces es preciso mirar hacia delante, a su altura,

cualquiera sea el nivel donde el pie está provisoriamente colocado,

es así porque cuando yo caminaba hacia donde iba en el instante

cuando me detuve, mi mirada debía chocar tarde o temprano con

todo objeto quieto o movible a la misma altura que yo; pero, a partir

de la distancia y las leyes de la perspectiva, todo hombre o animal

esta provisoriamente y aproximativamente a la misma altura que yo.

Quizá, en efecto, por la sola diferencia que nos resta distinguir o la

sola injusticia si usted prefiere, es la que hace que uno tiene

vagamente miedo de una bofetada posible del otro; y la única

semejanza, o la única justicia, si usted prefiere, es la ignorancia de

cuál es el grado según el cual este miedo es compartido, del grado

de realidad futura de estas bofetadas, o del grado respectivo de su

violencia.

Así no hacemos nada más que producir la relación ordinaria de

los hombres y de los animales entre ellos a las horas y en los

lugares ilícitos y tenebrosos que ni la ley ni la electricidad han

investido (de legalidad); es porque, por odio de los animales y por

odio de los hombres, yo prefiero la ley y yo prefiero la luz eléctrica y

tengo razones para creer que toda luz natural y todo aire no filtrado y

la temperatura de las estaciones no corregida hace el mundo

azaroso (incierto, inseguro); pues no hay paz ni derecho en los

elementos naturales, no hay comercio en el comercio ilícito, no hay

más que amenaza y huida y golpe sin el objeto de vender y sin el

objeto de comprar y sin moneda válida y sin escala de precios,

tinieblas, tinieblas de los hombres que se abordan en la noche; y si

usted me ha abordado, es porque finalmente usted quería

golpearme; y si le preguntaba por qué, usted me respondería, yo lo

sé, que es por una razón secreta para usted, que no es necesaria,

sin duda, que yo conociera. Entonces yo no le pediré nada. ¿Se

habla de una teja que cae del techo y va a hacerle quebrar el

cráneo? Es una abeja que se ha posado sobre una flor venenosa, es

la quijada de una vaca que ha querido pastar del otro lado del

alambre eléctrico; se calla, se huye, se sufre, se espera, se hace lo

que se puede, motivos insensatos, ilegalidad, tinieblas.

Yo he puesto el pie en un canal de desagüe de un establo donde

corren misterios como desechos de animales; y esos misterios y

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esta oscuridad que son de usted que está aislado de la regla que

quiere que entre dos hombres que se encuentran sea necesario

siempre elegir entre ser el que ataca; y sin duda, en esta hora y en

estos lugares, podría acercarse a todo hombre o animal sobre el

cual se ha dirigido la mirada, golpearlo y decirle: yo no sé si ésta era

su intención de golpearme, por una razón insensata y misteriosa que

de todas maneras usted no habría creído necesaria de hacérmela

conocer, pero, cualquiera que sea, yo he preferido darla primero, y

mi razón, si es insensata, no es al menos secreta: es que flotaba,

junto a mi presencia y a la vuestra y por la conjunción accidental de

nuestras miradas, la posibilidad de que usted me golpeara primero, y

yo he preferido ser la teja que cae más que el cráneo, el alambre

eléctrico, más que la quijada de la vaca.

Se lo contrario, es cierto que somos, usted el vendedor en

posesión de mercaderías tan misteriosas que se niega a mostrarlas

y yo no tengo ningún medio de adivinarlas, y yo el comprador con un

deseo tan secreto que lo ignoro y que me sería necesario para

asegurarme que tengo uno, extrañar mi recuerdo como una cicatriz

para hacer correr la sangre, si eso es verdad, por qué continúa usted

a guardarlas escondidas, a esas mercancías, ¿es por eso que me

detuve, que estoy aquí y que espero? Como en una gruesa bolsa,

sellada que usted lleva sobre sus hombros, como una impalpable ley

de gravedad, como si ellas no existieran y no debían estar más que

casando la forma de un deseo; parecido a los que atraen clientela

delante de las casas de strip-tease, quienes nos agarran por el codo,

cuando usted regresa en la noche para acostarse, y son quienes

deslizan en su oído: ella está ahí, esta noche. Entonces si usted me

las muestra, si usted me diera un nombre con la oferta, cosas lícitas

o ilícitas, pero nombradas y por lo tanto juzgables al menos, si usted

me las nombra, yo sabré decir no, y no me sentiré más como un

árbol sacudido por un viento venido de ninguna parte y que

desentierra sus raíces. Pues yo sé decir no y amo decir no, soy

capaz de asombrarlo con mis noes, de hacerle descubrir todas las

maneras que existen de decir no, que comienzan por todas las

maneras que existen para decir sí, como las coquetas que se

prueban todas las camisas y todos los zapatos para no elegir

ninguno. Y el placer que ellas experimentan en probárselos no está

hecho más que del placer de que ellas tienen en rechazar a todas.

Decídase, muéstreme: ¿es usted la bestia bruta que aplasta el

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pavimento. O es un comerciante? En este caso instale su

mercadería primeramente y me detendré a mirarla.

El Dealer

Es porque yo quiero ser comerciante, y no bruto, pero verdadero

comerciante, que yo no le digo lo que poseo y que yo le propongo a

usted, pues no quiero afrontar el rechazo, que es la cosa en el

mundo que todo comerciante teme más, porque es un arma que él

no posee. Por eso yo no he aprendido a decir no y no quiero jamás

aprenderlo, pero todos las clases de sí, las conozco.: sí, espere un

poco, espere mucho, espere conmigo una eternidad aquí; sí, lo

tengo, lo tendré, lo tenía y lo tendré nuevamente, jamás lo he tenido

pero lo tendré para usted.Y que se me venga a decir: Vamos, que

haya un deseo, que se lo confiese, y ¿que usted no tenga nada para

satisfacerlo? Yo diré: tengo lo que es necesario para satisfacerlo; si

me dicen: ¿imagine por ejemplo que usted no lo tenga?—incluso

imaginándolo, yo lo tengo siempre. Y que se me diga. Vamos que al

fin de cuentas este deseo sea tal que absolutamente usted no

quiera ni tener la idea de lo que le falta para satisfacerlo? Y bien,

incluso en no queriéndolo, a pesar de eso, yo tengo lo que es

necesario, igualmente.

Cuando un vendedor es correcto, más el comprador es perverso,

todo vendedor busca satisfacer un deseo que no conoce todavía,

mientras que el comprador somete siempre su deseo a la primera

satisfacción de poder rechazar lo que se le propone; así su deseo

inconfesado está exaltado por el rechazo, y él olvida su deseo en el

placer que tiene en humillar al vendedor. Pero yo no soy de la raza

de los comerciantes que dan vuelta (adecuan) sus mercaderías para

satisfacer el gusto de los clientes por la cólera o la indignación. Yo

no estoy aquí para dar placer, sino para colmar el abismo del deseo,

llamar al deseo, obligar al deseo a tener un nombre, encadenarlo a

la tierra, darle una forma y un peso, con la crueldad obligatoria que

hay en darle una forma y un peso al deseo. Y porque yo veo su

deseo aparecer como la saliva en la comisura de sus labios, que sus

labios contienen, yo esperaré que ella se deslice a lo largo de su

mentón o que usted la escupa antes de alcanzarle un pañuelo,

porque si yo se lo doy demasiado temprano, yo sé que usted me lo

rechazará, y esto es un sufrimiento que no quiero padecer.

Pues lo que todo hombre o animal teme en esta hora cuando el

hombre camina a la misma altura que el animal y cuando todo

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animal camina a la misma altura que todo hombre, no es el

sufrimiento, pues el sufrimiento se mide y la capacidad de infligir y

de tolerar el sufrimiento se mide; es que él teme por encima de todo

la extrañeza (extranjeridad) del sufrimiento, y ser llevado a tolerar un

padecer que no le sea conocido. Así la distancia que se mantendrá

siempre entre los brutos y las damiselas que pueblan el mundo viene

no de la evaluación respectiva de las fuerzas, porque entonces el

mundo se dividiría muy simplemente entre brutos y damiselas, todo

bruto se arrojaría sobre cada damisela y el mundo sería simple; pero

lo que mantiene al bruto y lo mantendrá eternamente, a distancia de

la damisela, es el misterio infinito y la infinita diferencia de las armas,

como si fueran pequeñas bombas que ellas llevan en sus carteras,

con las cuales ellas proyectan el líquido a los ojos de los brutos para

hacerlos llorar delante de ellas, toda dignidad empequeñecida, ni

hombre, ni animal, transformarse en nada más que lágrimas de

vergüenza en la tierra de un campo. Es porque brutos y damiselas

se temen y desconfían, porque no se infligen más sufrimientos de los

que cada uno puede soportar, y que no se teme más que el

padecimiento que se es capaz de infligir.

Entonces no me niegue decirme el objeto, yo le ruego su fiebre,

su mirada sobre mí, la razón, que me la diga; y si se trata de no herir

su propia dignidad, y bien, dígala como se la dijera a un árbol, o de

cara al muro de una prisión, o en la soledad de un campo de

algodón en el cual se pasee desnudo, en la noche, dígamelo sin

mirarme. Pues la verdadera y única crueldad de esta hora del

crepúsculo donde nos observamos uno al otro no es que un hombre

hiera al otro, o lo mutile, o lo torture, o le arranque los miembros y la

cabeza, o hasta lo haga llorar; la verdadera y terrible crueldad es

aquella del hombre o del animal que vuelve al hombre o al animal

inacabado, que lo interrumpe como los puntos de suspensión en

medio de una frase, que se aleja de él después de haberlo mirado,

que hace del animal o del hombre un error de la mirada, un error del

juicio, un error como una carta que se ha comenzado y que se

rasga brutalmente justo después de haber escrito la fecha.

El Cliente

Usted es un bandido demasiado extraño, que no roba nada o

tarda demasiado para robar, un merodeador excéntrico que se

introduce durante la noche en un vergel ( plantación) para sacudir

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los árboles, y que se va sin juntar los frutos. Es usted el que es

conocedor de estos lugares, donde yo soy extranjero, yo soy el que

tiene miedo y el que tiene la razón de tener miedo; yo soy el que no

lo conoce, que no puede conocerlo, que no hace más que suponer

su silueta en la oscuridad. Era (fácil)) para usted de adivinar, de

nombrar algo y entonces, quizá con un movimiento de la cabeza, yo

habría aprobado, con un signo, usted hubiera sabido; pero no quiero

que mi deseo sea respondido con nada como la sangre sobre la

tierra extranjera. Usted, usted no arriesga nada;usted conoce mi

inquietud y mi duda y mi desconfianza; usted sabe de dónde vengo y

adónde voy; usted conoce estas calles, esta hora, conoce sus

planes, yo, yo no conozco nada y yo, yo arriesgo todo. Delante de

usted, yo estoy como delante de esos hombres travestis vestidos de

mujer que se desnaturalizan como hombres, en fin, no sabe dónde

está el sexo.

Pues su mano se ha posado sobre mí como la de un bandido

sobre su víctima o como la de la ley sobre el bandido, y desde

entonces yo sufro ignorando, ignorando mi fatalidad, ignorando si

soy juzgado o cómplice, por no saber qué herida me hace usted y

por dónde se escurre mi sangre. Quizá en efecto no será algo

extraño, pero retorcido (astuto); quizá ¿no será usted un servidor

disfrazado de la ley como la ley en secreto tiene la imagen del

bandido para atrapar al bandido? quizá sea usted más leal que yo. Y

entonces para nada, por accidente. Sin que yo haya dicho nada ni

querido nada, porque yo no sé quién es usted, porque yo soy el

extranjero que no conoce la lengua, ni las costumbres, ni lo que aquí

está mal o aceptado, el revés o el derecho, y que actúa como

asombrado, perdido, es como si yo le hubiera pedido algo, como si

yo le hubiera pedido la peor cosa que exista y que yo fuera culpable

de haberla pedido. Un deseo como de sangre a sus pies se ha

derramado fuera de mí, un deseo que yo no conocía y no reconocía,

que usted sólo puede conocer, y que usted juzga.

Si esto es así, si usted trata con empeño sospechoso de traidor,

de obligarme a actuar con o en contra de usted para que en todos

los casos, yo sea culpable, si es eso, entonces, reconozca al menos

que yo no he actuado todavía ni a favor ni en contra de usted, que

no ha pasado nada aún que pueda reprocharme, que yo he

permanecido honesto hasta este instante. Testimonie por mí que no

me he sentido cómodo en la oscuridad en la que usted me ha

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detenido, que yo no me he detenido más que porque usted puso la

mano sobre mí; testimonie que yo he buscado la luz, que yo no me

he deslizado en la oscuridad como un ladrón, por mi gusto y con

intenciones ilícitas, pero que tampoco he sido sorprendido y que he

gritado, como un niño en su cama cuando la vela de pronto se

extingue.

El Dealer

Si usted me cree animado de designios de violencia según su

perspectiva (opinión), y quizá tenga usted razón--, no dé demasiado

pronto ni un género ni un nombre a esta violencia- Usted ha nacido

con el pensamiento de que el sexo de un hombre se esconde en un

lugar preciso y que ahí permanece, y usted guarda con precauciones

este pensamiento; por lo tanto yo sé, yo – si bien nacido de la misma

manera que usted--, que el sexo de un hombre, con el tiempo que

pasa para alcanzar y para olvidar, a quedar sentado en la soledad,

se desplaza suavemente de un lugar a otro, jamás escondido en un

lugar preciso, pero visible allí donde no se lo busca; y que algún

sexo, pasado el tiempo cuando el hombre ha aprendido a sentarse y

a descansar tranquilamente en su soledad, no se parece a ningún

otro sexo, no es más que un sexo masculino que no se parece a un

sexo femenino; que no es más que la deformación de una cosa

como ésa, pero una suave sospecha de las cosas, como las

estaciones intermediarias que no son ni el verano desnaturalizado

en invierno, ni el invierno en verano. Sin embargo una suposición no

merece que se delire por ella; es necesario contener la imaginación

como una pequeña novia: si es bueno verla vagabundear, es tonto

dejarla perder el sentido de las conveniencias; yo había colocado mi

mano sobre su brazo por pura curiosidad, por saber si, a una carne

que tiene la apariencia de una gallina desplumada, corresponde el

calor de la gallina viviente o el frío de la gallina muerta, y ahora, ya

sé. Usted sufre, sea dicho sin ofender, el frío como la gallina viviente

a medio desplumar, como la gallina alcanzada en el sentido estricto

del término de tiña desplumante; y, cuando yo era pequeño, corría

detrás de ellas en el corral para golpearlas y descubrir, por

curiosidad pura, si su temperatura era la de la muerte o la de la vida.

Hoy que lo he tocado he sentido también el sufrimiento del frío

como sólo un viviente puede sufrir. Es por eso que le he tendido mi

abrigo para cubrir sus hombros, porque yo no sufro el frío- Y no lo he

13

Page 14: En La Soledad de Los Campos

sufrido jamás, al punto que he sufrido por no poder conocer ese

sufrimiento, al punto que el único sueño que tenía cuando era

pequeño – en esos sueños que no son objetivos sino prisiones

suplementarias, que son el momento en el que el niño advierte los

barrotes de su primera prisión, como aquéllos que nacidos de

esclavos, sueñan que son hijos de amos—mi sueño era conocer la

nieve y el hielo, conocer el frío que es vuestro sufrimiento.

Si le he prestado mi abrigo, no es por que no sepa que usted

sufre el frío no solamente en la parte alta del cuerpo, sino, sea dicho

sin ofenderlo, de lo alto a lo bajo y quizá hasta un poco en otra parte;

y, en lo que me concierne, yo pensaba siempre que era necesario

ceder al friolento la pieza de ropa correspondiente al lugar donde

tiene frío, con el riesgo de encontrarse desnudo, de lo alto, a lo bajo

y quizá también un poco en otra parte; pero mi madre que no era

nada avara pero provista del sentido de las conveniencias, me dijo

que era loable dar la camisa o el abrigo propios no importando que

cubrieran lo alto del cuerpo, es preciso reflexionar largamente para

dar el calzado, y que en ningún caso en conveniente ceder el

pantalón.

Ahora bien, lo mismo que sé – sin explicármelo pero con una

seguridad absoluta—que la tierra sobre la cual estamos usted y yo y

los demás está colocada en equilibrio sobre el cuerno de un toro y

mantenida en esa posición por la mano de la providencia,

igualmente trato de saber, sin querer saberlo todo, pero sin

renunciar, de quedar en el límite de lo que es conveniente, evitando

el inconveniente como un niño debe evitar inclinarse en el borde del

techo antes de comprender la ley de la caída de los cuerpos. Y lo

que el niño cree, que se le prohíbe inclinarse en el borde del techo

para impedirle volar, yo he creído mucho tiempo que se impedía al

varón ceder su pantalón para impedirle desvelar el entusiasmo o la

languidez de sus sentimientos.

Pero actualmente cuando comprendo muchas cosas, es cuando

reconozco que no comprendo, que he quedado en este lugar y en

esta hora, tanto tiempo, que he visto pasar tantos paseantes, que los

he mirado y que a veces he posado mi mano sobre sus brazos,

tantas veces, sin nada comprender y sin nada querer comprender

pero sin renunciar a mirarlos y a tratar de posar mi mano sobre sus

brazos –pues es más fácil atrapar a un hombre que pasa que a una

gallina en un corral—yo sé muy bien que no hay nada inconveniente

14

Page 15: En La Soledad de Los Campos

ni en el entusiasmo ni en la languidez que se debe esconder, y que

es preciso seguir la regla sin saber por qué.

Además, sea dicho sin ofenderlo, yo esperaba, al cubrir sus

hombros con mi abrigo, volver su apariencia más familiar para mis

ojos. Demasiada extrañeza podía volverme tímido, y, viéndolo venir

hacia mí de pronto, yo me he preguntado por qué el hombre no

enfermo se vestía como una gallina enferma de tiña y que pierde sus

plumas y continúa paseándose en el corral con las plumas

distribuidas en el cuerpo por puro azar de su enfermedad; y, sin

duda por timidez, me hubiera contentado con golpearme el cráneo y

hacer un desvío para evitarlo a usted, si yo no hubiera visto en su

mirada fija sobre mí, la iluminación (chispazo) de aquél que va, en

sentido estricto del término, a pedir algo, y esta iluminación me ha

hecho olvidar su extraña (rara) vestimenta.

El Cliente

¿Qué espera sacar de mí? Todo gesto que yo tome por un golpe

se acaba como caricia; esto es inquietante, ser acariciado cuando se

espera ser golpeado Yo exijo que al menos usted, usted desconfíe,

si desea que me demore. Puesto que pretende por casualidad

venderme alguna cosa, ¿por qué no dudar de entrada que yo tenga

con qué pagarle? mis bolsillos, quizá, están vacíos; hubiera sido

honesto que usted me indicara primeramente mostrar mi dinero

sobre el mostrador, como se hace con los clientes dudosos. Usted

no me ha pedido nada de esto: qué placer saca del riesgo de ser

abusado? Yo no vine a este lugar para encontrar la bondad; la

suavidad es el detalle ataca por trozos, despedaza las formas como

un cadáver en la sala de medicina- Yo tengo necesidad de mi

integridad; la mala intención, al menos, me conservará. Enójese: de

lo contrario dónde encontraré mi fuerza? Enójese: ambos

quedaremos más cerca de nuestros asuntos (negocios), y estaremos

seguros de que tratamos los dos el mismo asunto. Pues, si

comprendo en dónde encuentro mi placer, no comprendo dónde

usted encuentra el suyo.

El Dealer

Si hubiera dudado un instante que usted no tuviera lo que se

necesita para pagar, yo habría hecho un desvío cuando se acercó a

mí. Los comerciantes vulgares exigen a sus clientes las pruebas de

solvencia, pero en los negocios de lujo adivinan y no piden nada, ni

se rebajan jamás a verificar el monto del cheque ni la legalidd de la

15

Page 16: En La Soledad de Los Campos

firma. Hay objetos a vender y objetos a comprar tales que la cuestión

no se centra en saber si el comprador será capaz de alcanzar el

precio ni cuánto tiempo pondrá en decidirse. Por eso yo soy paciente

porque no es ofensa un hombre que se aleja cuando se sabe que él

va a cambiar su camino (decisión). No se puede volver sobre el

insulto, entonces se puede esperar de la cortesía, y vale más abusar

de ésta que usar una sola forma de la otra. Es por eso que yo no me

enojaría aún, porque tengo el tiempo de no enojarme, y tengo el

tiempo para enojarme, y yo me enojaría quizá cuando todo el tiempo

haya transcurrido.

El Cliente

Y si -como hipótesis- yo confesaba que no había empleado

arrogancia -sin gusto- sólo porque usted me había rogado de usarla

usted, usted se acercó a mí por algún deseo que yo no adivino

tampoco ahora- pues yo no estoy dotado para la adivinación- y

¿quién me retiene sin embargo aquí? Si por hipótesis yo le dijera

que lo que me retiene aquí fuera la incertidumbre acerca de sus

designios, y el interés que yo tengo en saberlos? En la rareza de la

hora y en la rareza del lugar y en la rareza de su avance hacia mí yo

me sintiera presionado hacia usted, movido de ese movimiento

conservado en toda cosa de manera indeleble tanto que un

movimiento contrario no le queda impreso. ¿Si fuera por inercia que

yo me he acercado a usted? Llevado hacia abajo no por voluntad

propia sino por cierta atracción que prueban los príncipes que van a

encanallarse en los albergues, o el niño que desciende en secreto a

la bodega ( puede ser sótano), la atracción del objeto minúsculo y

solitario para la masa oscura, impasible quien está en la sombra; yo

habría venido hacia usted, midiendo tranquilamente la blandura del

ritmo de mi sangre en mis venas, con la inquietud de saber si esta

blandura iba a ser excitada o amortecida (seca,fría, moribunda) de

golpe; lentamente quizá, pero lleno de esperanza, despojado de

deseo formulable, listo para satisfacerme de lo que se me

propusiera, porque, no importa qué cosa que se me propusiera,

habría sido como el surco de un campo demasiado tiempo estéril por

abandono, no hay diferencia entre los granos cuando ellos caen

sobre él; listo a satisfacerme con todo, en la extrañeza de nuestro

acercamiento, de lejos yo hubiera creído que usted se aprovechaba

de mí, de lejos yo hubiera tenido la impresión que usted me miraba

(observaba); entonces me habría aproximado a usted, yo lo habría

16

Page 17: En La Soledad de Los Campos

mirado, yo habría estado cerca de usted esperando de su parte –

demasiadas cosas—demasiadas cosas, no las que usted adivina,

pues yo no sé yo mismo, yo no sé adivinar, pero yo espero de usted

y el gusto de desear y la idea de un deseo, el objeto, el precio, y la

satisfacción.

El Dealer

No hay vergüenza en olvidar en la noche lo que se recordará a la

mañana; la noche es el momento del olvido, de la confusión, del

deseo tan inflamado que se convierte en vapor. Sin embargo, la

mañana lo recoge como una densa nube por encima de la cama, y

sería tonto no prever por la noche la lluvia de la mañana. Si pues por

hipótesis usted me dijera que está por el momento desprovisto de

deseo a expresar, por fatiga o por olvido o por exceso de deseo que

lleva al olvido, por hipótesis de retorno yo le diría que no se fatigue

de más y que afronte algún otro. Un deseo se vuela pero no se

inventa; ahora bien el abrigo(saco) de un hombre mantiene tanto

calor llevado por otro, y un deseo se afronta más fácilmente que una

ropa. Puesto que a cualquier precio debo vender y que a cualquier

precio usted deberá comprar, bueno, compre para otros que usted –

no importa que deseo arrastre y que usted recoja será el

asunto(negocio, interés)-, para alegrar, por ejemplo y satisfacer a

quien se despierta junto a usted por la mañana entre sus sábanas,

una pequeña novia que deseará al despertarse alguna cosa que

usted no tiene todavía, que usted tendrá gusto en ofrecerle, y que

usted estará feliz de poseer porque usted me la habrá comprado. Es

la fortuna del comerciante que existan tal cantidad de personas

diferentes, tantas personas comprometidas con tanto objetos

diferentes de tantas maneras diferentes, pues la memoria de unos

es reemplazada por la memoria de los otros. Y la mercadería que

usted va a comprarme podrá servir a no importa quién si –por

hipótesis—usted no va a usarla.

El Cliente

La regla quiere que un hombre que encuentra a otro termine

siempre por golpearlo o robarlo hablándole de mujer; la regla quiere

que el recuerdo de la mujer sirve de último recurso a los

combatientes cansados; la regla quiere eso, su regla; yo no me

someteré. No quiero que se encuentre nuestra paz en la ausencia de

la mujer, ni en el recuerdo de una ausencia, ni en el recuerdo de lo

que sea. Los recuerdos me disgustan y las ausencias también; a la

17

Page 18: En La Soledad de Los Campos

comida digerida yo prefiero los platos que todavía no he tocado. No

quiero una paz de cualquier modo; no quiero que se llegue a la paz.

Pero la mirada del perro no contiene nada más allá de la

suposición de que todo, alrededor de él, es perro con toda evidencia.

Así usted pretende que el mundo en el cual estamos, usted y yo,

está mantenido en la punta de un cuerno de toro por la mano de una

providencia; aunque yo sé, que flota, colocado sobre la espalda de

tres ballenas; que no es para nada la providencia ni el equilibrio, sino

el capricho de tres monstruos idiotas. Nuestros mundos no son pues

los mismos, y nuestra extranjeridad mezclada a nuestras naturalezas

como la uva al vino. No, yo no levantaré la pata, delante de usted, en

el mismo lugar que usted; yo no toleraré la misma carga que usted;

no soy salido de la misma madre. Porque ahora no es la mañana

cuando me despierto, y esto no es entre las sábanas donde yo me

acuesto.

El Dealer

No se enoje, padrecito, no se enoje. Yo no soy más que un pobre

vendedor que no conoce este fin (punta) de territorio donde espero

para vender, quien no conoce nada más que lo que su madre le

enseñó; y como ella no sabía nada, o casi, yo no sé nada más o

casi. Pero un buen vendedor trata de decir lo que el comprador

comprende, y, para tratar de adivinarlo, le es necesario lamerlo un

poco para reconocerlo por el olor. Su olor no me resultó conocido, en

efecto, no hemos salido de la misma madre. Pero a fin de poder

aproximarme he supuesto que usted bien podría haber nacido de

una madre como yo, supuesto que su madre le hubiera dado

hermanos como a mí, en número incalculable como una crisis de tos

después de una gran comida, y que lo que nos acerca en todos los

casos es la ausencia de toda rareza que nos caracteriza a ambos. Y

yo me he apropiado con astucia de esto al menos que tenemos en

común, porque se puede viajar mucho tiempo por el desierto con la

condición de tener un punto de apoyo en alguna parte. Pero si me he

equivocado, si usted no ha salido de una madre, y nadie tiene como

hermanos, si usted no tiene noviecita que se despierte con usted por

la mañana entre sus sábanas, padrecito, yo le pido perdón.

Dos hombres que se cruzan no tienen otra elección que

golpearse, con la violencia del enemigo o la dulzura de la

fraternidad. Y si ellos eligen por fin, en el desierto de esta hora,

evocar lo que no es afuera, ya sea del pasado o del sueño, o de la

18

Page 19: En La Soledad de Los Campos

falta, es que no se afronta directamente la demasiada diferencia

(extrañeza),.delante del misterio conviene abrirse y revelarse

completamente a su turno. Los recuerdos son las armas secretas

que el hombre guarda en sí mismo cuando está desarmado, la

última franqueza que obliga a la franqueza al regresar; la última y

completa desnudez. Yo no extraigo de lo que soy ni gloria ni

confusión, pero porque usted me es desconocido, y más

desconocido todavía a cada instante, y bueno, como mi abrigo que

me he quitado y que le he ofrecido, como mis manos que le he

mostrado desarmadas, si yo soy perro y usted humano, o yo soy

humano y usted otra cosa diferente, de cualquier raza que yo sea y

de cualquier raza que usted sea, la mía, al menos, se la ofrezco a su

mirada, yo le dejo tocar, golpear y habituarse a mí como un hombre

se deja explorar para no esconder sus armas.

Es por eso que le propongo, prudentemente, gravemente,

tranquilamente, de mirarme con amistad, porque se hacen mejores

negocios al abrigo de la confianza. Yo no busco engañarlo, y no pido

nada que usted no quiera dar. La sola camaradería que valga la

pena integrar y que comprometa no implica tratar de una cierta

manera, pero si no puede ser; yo le propongo la inmovilidad, la

infinita paciencia y la injusticia ciega del amigo. Puesto que no hay

justicia entre quien no se conoce, y no hay amistad entre quien se

conoce, no hay tampoco puente sin agujero. Mi madre me ha dicho

siempre que era tonto rechazar un paraguas cuando se sabe que va

a llover.

El Cliente

Yo lo prefiero retorcido más que amistoso. La amistad es más

avara (mal intencionada) que la traición. Si hubiera sido necesidad

de sentimiento lo que yo necesitaba yo se lo hubiera dicho, yo le

hubiera preguntado el precio, y lo habría aceptado. Pero los

sentimientos no se intercambian más que entre los semejantes; es

un falso comercio con falsa moneda, un comercio de pobre que

simula el comercio. ¿Se intercambia una bolsa de arroz por una

bolsa de arroz? Usted no tiene nada para proponer porque tira sus

sentimientos sobre el mostrador, como los malos comercios hacen el

acuerdo sobre mercadería de poco valor (pacotilla) y después no es

posible quejarse por el resultado. Yo no tengo sentimiento para darle

de retorno; estoy desprovisto de esa moneda, no he pensado llevarla

19

Page 20: En La Soledad de Los Campos

conmigo (a ese tipo de moneda), usted me puede revisar. Entonces

guarde su mano en su bolsillo, guarde su madre en su familia,

guarde sus recuerdos para su soledad, es la menor de las cosas.

Yo no aceptaré jamás esta familiaridad que usted trata, a

escondidas, de instaurar entre nosotros.Yo no acepto su mano sobre

mi brazo,. no he querido su abrigo, no quiero el riesgo de ser

confundido con usted. Pues sepa que si usted resulta sorprendido de

pronto por mi modo de vestir, y no ha creído correcto esconder su

sorpresa, mi sorpresa fue al menos también grande al observar

cómo usted se acercó a mí. Pero, en terreno extranjero, el extranjero

toma la costumbre de guardar su asombro, porque para él toda

rareza se convierte en costumbre local, y a él le es preciso

acomodarse como al clima o al plato (comida) regional. Pero si yo lo

llevara entre los míos, que usted fuera, usted, el extranjero forzado a

esconder sus asombros. Y nosotros los autóctonos libres de exponer

para la venta la mercadería, usted estaría rodeado y señalado con el

dedo, se lo tomaría seguramente por un monstruo de feria y me

preguntarían dónde comprar las entradas. Usted no está aquí más

que para el comercio. Como mejor elección que arrastrar la

mendicidad, y para el robo que le sigue como la guerra es para los

charlatanes. Usted no está aquí para satisfacer deseos. Porque los

deseos, pienso, han caído alrededor de nosotros, se los ha

enfermado; los grandes, los pequeños, los complicados, los fáciles, y

a usted le habría sido suficiente de agacharse para recoger por

puñados; pero usted los ha dejado rodar hacia el dique, porque

incluso los pequeños, hasta los fáciles usted no pudo satisfacerlos.

Usted es pobre, y está aquí no por gusto sino por pobreza,

necesidad e ignorancia. Yo no tengo cara de comprar imágenes

piadosas ni de pagar los acordes miserables de una guitarra en una

esquina. Yo hago caridad si deseo hacerla, o pago el precio de las

cosas. Pero que los mendigos mendiguen, que tiendan la mano y

que los ladrones roben.

No quiero, yo, ni insultarlo ni agradarle; no quiero ser ni bueno ni

malo, ni golpear ni ser golpeado, ni seducir ni que usted trate de

seducirme. Yo quiero ser cero (neutro). Desconfío de la cordialidad,

no tengo vocación de parentela, y más que los golpes temo la

violencia de la camaradería. Seamos dos ceros bien redondos,

impenetrables el uno para el otro, provisoriamente yuxtapuestos, y

que ruedan cada uno en su dirección. Más allá de que estamos

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Page 21: En La Soledad de Los Campos

solos en la infinita soledad de esta hora y este lugar, que no son ni

una hora ni un lugar definibles, porque no hay razón para que yo lo

encuentre a usted aquí ni hay razón para que usted me cruce aquí ni

razón para la cordialidad ni señal (protocolo social) razonable para

darnos el paso y que nos ofrezca un sentido, seamos simples,

solitarios y orgullosos ceros.

El Dealer

Pero ya es demasiado tarde: la cuenta está abierta y será preciso

que sea acabada. Es justo robar a quien no quiera ceder y guarda

celosamente en sus cofres para su placer solitario, pero es grosero

robar cuando todo está para vender y todo está para comprar. Y si

es provisoriamente conveniente deber a alguien – lo que no es más

que una justa prórroga acordada--, es obsceno dar y obsceno

aceptar que se nos dé gratuitamente. Nosotros nos hemos

encontrado aquí para el comercio y no para la batalla, no sería justo

que hubiera un perdedor y un ganador. Usted no partirá como un

ladrón. Con los bolsillos llenos, usted olvida al perro que cuida la

calle y que le morderá el culo.

Puesto que ha venido aquí, en medio de la hostilidad de los

hombres y de los animales en cólera, para no buscar nada tangible,

puesto que usted quiere ser asesinado por no sé qué oscura razón,

va a ser preciso antes de dar la espalda, pagar y vaciar sus bolsillos

a fin de que nada se deba y nada sea dado. Desconfíe del

vendedor:el vendedor que roba es más celoso que el propietario que

se engaña, desconfíe del vendedor: su discurso tiene la apariencia

del respeto, de la suavidad, la apariencia de la humildad, la

apariencia del amor, la apariencia solamente.

El Cliente

¿Qué es lo que usted ha perdido y qué yo no he ganado? Pues

no tiene sentido revisar mi memoria, yo nada he ganado. Yo quiero

pagar el precio de las cosas; pero no pago el viento, la oscuridad, la

nada que está entre nosotros. Si usted ha pedido algo, si su fortuna

es más ligera después de haberme encontrado que antes, dónde

pues se ha quedado lo que nos falta a los dos? Muéstremelo. No, no

he gozado de nada, no pagaré nada.

El Dealer

Si usted quiere saber lo que ha sido desde el comienzo inscripto

en su factura, y que será necesario pagar antes de darme vuelta la

espalda, yo le diré que es la espera, y la paciencia, y el artículo

21

Page 22: En La Soledad de Los Campos

(alabanza del producto) que el vendedor hace al cliente y la

esperanza de vender, la esperanza sobre todo, que hace de todo

hombre que se acerca a todo hombre con un pedido en la mirada un

deudor. De toda promesa de venta se deduce la promesa de

compra, y hay ya el compromiso de pagar para quien rompe el trato.

El Cliente

Nosotros no estamos, usted y yo, perdidos solos en medio de los

campos. Si yo llamo de este lado hacia este muro, allí arriba, hacia

el cielo, usted verá brillar luces, aproximarse pasos de los serenos

(guardias). Si es duro de odiar solo, con varios se convertirá en

placer. Usted ataca a los hombres más que a las mujeres, porque

usted teme el grito de las mujeres, y supone que todo hombre

encontrará indigno gritar; usted cuenta con la dignidad, la vanidad, el

mutismo de los hombres. Yo le regalo esa dignidad. Si es un mal

que usted me robe, llamaré, gritaré, pediré socorro, yo le haré

entender de todas las maneras que hay que llamar a la seguridad,

pues yo los conozco a todos.

El Dealer

Si no es el deshonor de la huida que se lo impide ¿por qué no

huye? La huida es un medio sutil de combate; usted es sutil; debería

huir. Es como esas damas gordas de los salones de té que se

deslizan entre las mesas volcando las cafeteras: usted pasea su culo

detrás como un pecado por el cual usted siente remordimientos, y

usted se da vuelta en todos los sentidos para hacer creer que su

culo no existe. Pero usted fracasará y (alguien) se lo morderá

igualmente.

El Cliente

Yo no soy de la raza de aquéllos que atacan primero. Yo pido

tiempo. Quizá valdría más, finalmente, buscarnos los piojos antes

que mordernos. Yo pido tiempo. No quiero ser herido como un perro

distraído. Venga conmigo; busquemos el mundo, pues la soledad

nos fatiga.

El Dealer

Hay este abrigo que usted no ha tomado cuando yo se lo he

ofrecido, y ahora va a ser necesario que usted se incline para

recogerlo.

El Cliente

Si siempre he temido algo de alguna cosa es las generalidades, y

sobre una costumbre que no es tal; y si es en su caso, no es contra

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Page 23: En La Soledad de Los Campos

usted, y usted no tiene que hacer ningún movimiento para esquivar

el agujero(no estoy segura, puede ser lengua popular); y si usted

hace un movimiento para recibirlo en el rostro, por gusto, por

perversidad o por cálculo, eso no impide que no es ese resto de tela

al que he mostrado cierto desprecio, y un resto de tela no pide

cuentas. No, no inclinaré la espalda delante de usted, eso es

imposible, no tengo la flexibilidad de un fenómeno de feria. Hay

movimientos que el hombre no puede hacer, como lamerse a sí

mismo su culo. Yo no pagaré una tentación que no he tenido.

El Dealer

No es conveniente para un hombre dejar insultar su ropa. Porque

si la verdadera injusticia de este mundo es la del azar del nacimiento

de un hombre, el azar del lugar y de la hora, la sola justicia es su

vestimenta. El traje de un hombre es, mejor que él mismo, lo que

hay de más sagrado: lo de él mismo que no sufre; el punto de

equilibrio donde la justicia equilibra la injusticia, y no es necesario

maltratar este punto (acuerdo, trato) Es por eso que se debe juzgar

un hombre por su traje, no por su rostro ni por sus brazos o su piel.

Si es normal proyectar (inferir) sobre el nacimiento de un hombre, es

peligroso proyectar sobre su rebelión.

El cliente

Y bien yo le propongo la igualdad. Un saco en el césped, se lo

pago con un saco en el césped. Seamos iguales, a igualdad de

orgullo, a igualdad de impotencia, igualmente desarmados, sufriendo

igualmente el frío y el calor. Vuestra media desnudez, vuestra mitad

de humillación yo las pago con la mitad de las mías. Nos queda la

otra mitad que es harto suficiente para osar todavía mirarse y para

olvidar lo que hemos perdido los dos por inadvertencia, por riesgo,

por esperanza, por distracción, por casualidad. A mí, me quedará

además la inquietud persistente de la cuenta reembolsada.

El Dealer

¿Por qué, lo que usted pide, abstractamente, intangiblemente, en

esta hora de la noche, por qué eso que usted hubiera pedido a otro,

por qué no habermelo pedido a mí?

El Cliente

Desconfíe del cliente: tiene el aspecto de buscar una cosa

entonces es que quiere otra, que el vendedor no sospecha, y que

obtendrá finalmente.

23

Page 24: En La Soledad de Los Campos

El Dealer

Si usted huye. Yo lo seguiré; si usted cae bajo mis golpes, yo

quedaré cerca para su despertar, y si usted decide no despertar, yo

quedaré al costado de usted, en su sueño, en su inconsciencia, allá.

Por lo tanto, no deseo pelear contra usted.

El Cliente

No temo que me golpee, pero desconfío de las reglas que no

conozco.

El Dealer

No hay regla; no hay más que medios; no hay más que armas.

El Cliente

Trate de esperarme, usted no llegará allí; ensaye de herirme:

cuando la sangre corra, bueno, eso será de los dos lados y,

ineluctablemente, la sangre nos unirá, como dos indios en el rincón

del fuego, que intercambian su sangre en medio de animales

salvajes. No hay amor, no hay amor. No, usted no podrá alcanzar

nada que no lo sea ya, porque un hombre muere primero, después

busca su muerte y la encuentra finalmente, por azar, sobre el

trayecto azaroso de una luz a otra luz, y dice: pues, esto no era más

que eso.

El Dealer

Por favor, en el clamor de la noche, no ha dicho ¿que desea de

mí, y que yo no habría entendido?

El Cliente

Yo no he dicho nada; yo no he dicho nada. Y usted, no me ha

dominado (tenido) en la noche, en la oscuridad tan profunda que

pide demasiado tiempo para que alguien se pueda acostumbrar a

ella, ¿propuesta que yo no he adivinado?

El Dealer

Nada

El Cliente

Entonces, ¿qué arma?

Fin de texto

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