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Almas MuertasNikolai GogolEl libro primero de la historia narra las aventuras de Chíchikov, un caballero de mediana clase social y posición. Chíchikov llega a un pueblo pequeño y rápidamente trata de hacerse un buen nombre para sí mismo con el fin de impresionar a los muchos funcionarios menores de la ciudad. A pesar de sus limitados fondos, muestra una ostentación de riqueza y poder, que le servirá para ganar los contactos e influencias que necesitará para su futuro plan. Él también espera ganarse a la gente del pueblo para que pueda llevar a cabo más fácilmente su extraño y misterioso plan de adquirir almas muertas.El cobro de impuestos a los terratenientes está basado en el número de siervos (o «almas»), que el propietario tenía en sus registros. Estos registros eran realizados mediante un censo, pero los censos realizados en este período eran poco frecuentes y estaban desactualizados. Cuando llegaba la recaudación de impuestos los propietarios de tierras a menudo se encuentran en la obligación de pagar por los siervos que ya no vivían, con lo que estaban pagando por almas muertas. Chíchikov busca comprar estas almas muertas a la gente en los pueblos que visita; él simplemente dice a los vendedores potenciales que tiene un uso para ellos y que su venta liberaría a los actuales propietarios de una presión fiscal innecesaria.La gente del pueblo con la que se encuentra Chíchikov son caricaturizadas grotescamente, no son estereotipos planos. Cada uno es neuróticamente individual, que combina las defectos o pecados que normalmente satiriza Gógol (la codicia, la corrupción, la paranoia), con un curioso conjunto de caprichos personales. Por otra parte, todo en la casa parece reflejar el carácter de su dueño: por ejemplo, cada pieza de mobiliario en la casa de Sobakévich se describe como una versión en miniatura de su propietario.La misión macabra de Chíchikov de adquirir almas muertas es en realidad una complicada trama para inflar su posición social. Tiene la esperanza de recoger los derechos de propiedad legal de los siervos muertos como una forma de inflar su aparente riqueza y poder. Una vez que adquiera suficiente almas de los muertos, el gobierno central, según la cantidad de «siervos» que posea, le adjudicará tierras con lo que se retirará a una granja y logrará obtener un préstamo enorme por ellos, consiguiendo la adquisición de la gran riqueza que él deseaba.Chíchikov presupone que los provincianos ignorantes estarán más que dispuestos a dar sus «almas muertas» a cambio de un pago simbólico. Partiendo de las haciendas circundantes, se las arregla para adquirir unas 400 almas, y vuelve a la ciudad para registrar legalmente las transacciones. Es tratado como un príncipe entre los funcionarios de poca monta y se realiza una celebración en honor de sus compras. Sin embargo, el enloquecido Nozdriov y una vieja codiciosa Koróbochka complicarán la situación.La segunda parte del libro queda inconclusa, momento en el que Chíchikov ya había escapado del pueblo.

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  • A L M A SM U E R T A S

    N I K O L IG O G O L

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  • LAS ALMAS MUERTAS

    PARTE I

    CAPITULO I A la puerta del hotel de la pequea ciudad provincial de N. se acerco un pequeo calesn, con muelles, como los que emplean los solteros, los oficiales a medio sueldo, los terratenientes dueas de unos cien siervos en fin, todos los que se designan por el trmino, seores de la clase media. Sentado en el calesn se vea un caballero, no guapo, pero tampoco feo, ni muy gordo ni muy delgado; no podia decirse que era viejo, tampoco se le calificara de joven. Su llegada al pueblo no despert el menor inters ni di lugar a suceso alguno extraordinario. Slo dos campesinos rusos, de pie en la puerta de la taberna, frente al hotel. hicieron algunas observaciones, con referencia mas bien al carruaje e que a su ocupante: Caramba !dijo uno. Ese s que es un seor coche! Qu te parece, podra ir a Moscou, llegado el caso, o se quedara a medio camino? Creo que sicontest el otro.Pero a Kazn... me parece que no llegara. No, no llegara a Kaznasinti el primero. Con esto termin la conversacin. Adems, cuando el calesn se aproximaba al hotel, vino a su encuentro un joven, vistiendo unos pantalones de lona blanca, extremadamente cortos y estrechos, una levita de faldones elegantes, con pechera en que reluca un broche de Tula representando una pistola de bronce. El joven se volvi, clav la vista en el calesn, se sujet la gorra, a punto de ser arrebatada por el viento, y sigui su camino. Cuando entr el calesn en el patio, le esperaba al caballero un criado del hotelo camarero, como se les llama en los restaurants, un mozo de movimientos tan vivos y tan rpidos, que

  • era imposible apreciar sus facciones. Sali corriendo del hotel con gran desenvoltura, llevando una servilleta en la manouna figura empinada, cubierta de larga levita, compuesta de una mezcla de algodn y con la cintura levantada casi hasta el cogote,sacudi sus cabellos y, con paso ligero, condujo al caballero al piso de arriba, atravesando casi toda la extensin de una galera de madera, para ensear al viajero el cuarto que la Providencia le haba deparado. La habitacin era del tipo corriente, pero tambin el hotel era del tipo comn, es decir, exactamente igual a todos los hoteles provincianos, en los cuales el viajero obtiene, por dos rublos diarios, una habitacin silenciosa, con negros escarabajos, como ciruelas, asomndose a hurtadillas por todos los rincones; y con una puerta, siempre protegida por la barricada de una cmoda, que da al aposento prximo, cuyo inquilino, una persona taciturna, pero excesivamente inquisitiva, se interesa por saber todos los detalles posibles relacionados con el recin llegado. La fachada del hotel corresponda a sus peculiaridades internas: era un edificio muy largo, de dos pisos; el inferior, sin estucar, era de ladrillo rojo obscuro, cuyo matiz se haba obscurecido ms aun por la influencia de los cambios del tiempo, y por cierta suciedad; el segundo piso estaba pintado, por supuesto, del clsico amarillo; en el stano, haba comercio de colleras, cordeles y panes en forma de anillo. En un rincn de uno de estos puestos, o mejor dicho, en la ventana del mismo, apareca un hombre, vendedor de bebidas calientes de especias, al lado de un samovar de cobre rojo, y con una cara tan roja como su samovar, de modo que a cierta distancia se podra creer que haba dos samovares en la ventana, si no fuera que uno de ellos posea una barba negra como la brea. Mientras el recin llegado examinaba su cuarto, se suba su equipaje: en primer lugar, un portamanteo de cuero blanco, algo gastado, que evidentemente haba realizado numerosos viajes. Entraban con l, el cochero Selifan, un hombrecito vestido con pieles de cordero, y el lacayo Petrushka, mozo de unos treinta aos, de aspecto algo adusto, y con labios y nariz muy abultados; vesta una levita rada que sin duda haba pertenecido a su amo. Despus del portamanteo, suban un cofre pequeo de caoba, con ataracea de abedul; unas hormas para bota y una gallina asada,

  • envuelta en papel azul. Cuando hubieron subido todo esto, el Cochero Selifan fue a la cuadra para cuidar de los caballos, mientras el lacayo Petrushka ocup, en un pasillo pequeo, un cuchitril menguado y obscuro, al cual haba transportado ya su abrigo y, con l, su propio olor peculiar, que tambin se haba comunicado al saco, conteniendo diversos artculos para su tocado de lacayo, que subi acto seguido. En este cuchitril, instalaba, contra la pared, su cama estrecha de tres pes, cubrindola con los restos de un colchn, delgado como una torta, y quiz tan grasiento, que haba logrado arrancar al hotelero. Mientras los criados se ocupaban en arreglar las cosas, su amo se dirigi a la sala. Todo viajero sabe muy bien cmo son estas salas. Haba las consabidas paredes pintadas, ennegrecidas en lo alto por el humo del tabaco y, por debajo, pulidas por la friccin de las espaldas de toda clase de viajeros, y especialmente, por las de los mercaderes de la localidad que, en los das de mercado, solan venir aqu, en grupos de seis o siete, para beber sus clsicas dos tazas de t; haba tambin el tradicional techo mugriento, la habitual araa tiznada, con una multitud de cristalitos colgantes, que bailaban y retian siempre que corra el camarero por el andrajoso hule del suelo, blandiendo gallardamente una bandeja cubierta de tazas que semejaban aves posadas en la playa; haba los cuadros usuales, pintados al leo, cubriendo todas las paredes; en fin, todo era igual que en cualquier otra posada, con la nica diferencia de que apareca, en uno de los cuadros, una ninfa con el pecho ms enorme que jams haya visto el lector. Pero semejantes caricaturas de la naturaleza no faltan nunca en las muchas clases de cuadros histricos que se han importado en Rusia, de origen, poca y ejecucin desconocidos, aunque a veces nos los traen nuestros grandes seores, amantes de las artes, quienes los han comprado en Italia por consejo de sus corredores. El caballero se quit la gorra, desenred de su cuello una bufanda de lana irisada, como las que suelen hacer las esposas para los maridos, ampliando estos regalos con interminables exhortaciones para que se abriguen. Respecto a quien haga lo mismo para los solteros, no puedo adelantar afirmacin alguna; slo Dios lo sabe; por mi parte, yo mismo jams he llevado semejante prenda. Cuando se haba quitado el rebozo, el caballero pidi

  • la cena. Mientras le servan los diversos platos, usuales en los restaurants, tales como la sopa de coles, con pequeos pasteles de hojaldre, guardados durante muchas semanas en espera de los viajeros; sesos con guisantes, salchichas con coles, pollo asado, pepinos salados y los eternos bollos dulces, que estn siempre a la disposicin de uno en tales establecimientos; mientras todas estas cosas le eran colocadas delante, algunas frias y otras vueltas a calentar, hizo que el criado, o camarero, le contase todo gnero de cosas absurdas, tales como quin tena antes el hotel y quin lo tena ahora; si era buen negocio y si el amo era muy pillo, a lo cual el camarero dio la invariable contestacin de estos casos: Oh, es un grande bellaco, seor! Tanto en la culta Europa como en la Rusia civilizada, existen en nuestros tiempos muchas personas dignas a las cuales es imposible comer en un restaurant sin hablar con los camareros y, a veces, gastar bromas a sus expensas. Pero las preguntas de nuestro viajero no eran del todo necias. Inquira, con marcado inters, quin era el gobernador. quin el presidente del Tribunal quin el fiscal; en fin, no dej de informarse, aunque con tono de indiferencia, respecto a todos y cada uno de los funcionarios ms importantes de la localidad: aun ms minuciosamente y con inters mayor, inquiri respecto a todos los terratenientes de importancia: cuntos siervos posea cada uno, a qu distancia de la poblacin viva, cules eran sus caractersticas y cuntas veces visitaba el pueblo. Preguntaba minuciosamente sobre las condiciones sanitarias de la comarca, s haba algunos motivos de queja, tales como las epidemias, las fiebres, la viruela, o cosa por el estilo, y todo esto con un inters que acusaba otro motivo que la simple curiosidad. En los modales de este caballero, haba algo slido y respetable, y de vez en cuando se sonaba la nariz ruidosamente. No s como lo hacia, pero su nariz repercuta como una trompa. Este mrito, aparentemente insignificante, le gan el respeto del camarero, y cada vez que oa el ruido, sacuda la melena, se ergua ms respetuosamente y, doblndose, preguntaba si el caballero deseaba algo. Despus de la comida el seor se bebi una taza de caf y se sent en el sof, apoyando la espalda en uno de aquellos almohadones que, en los hoteles de Rusia, estn llenos, no de blanda lana, sino de algo extraordinariamente parecido a ladrillos, y guijarros. En este pun-

  • to, empez a bostezar, e invit al camarero a que le llevase a la habitacin, donde se ech y durmi por espacio de dos horas. Ya descansado, escribi en una hoja de papel, a solicitud del camarero, su grado en el servicio, sus nombre y apellido, para que fuera presentada, en su debido tiempo, a la Polica. Cuando ya bajaba la escalera, el camarero descifraba lo siguiente: Paye1 Ivanovitch Tchitchikof, consejero colegiado (1) y terrateniente, viajando para asuntos particulares. Mientras el camarero iba descifrando esto, Pavel Ivanovitch Tchitchikof sali para dar un vistazo al pueblo, del cual estaba, segn pareca, satisfecho, pues opinaba que no era en modo alguno inferior a otras poblaciones de provincia: el amarillo deslumbrante de las casas de ladrillos no agrad a sus ojos, que se posaron en las casas de madera, las cuales mostraban un discreto matiz gris oscuro. Eran de un piso, de dos pisos y de un piso y medio, con el sempiterno entresuelo bajo que a los arquitectos provincianos les parece tan hermoso. En algunas partes, estas casas, entre interminables empalizadas de madera, parecan perderse en medio de una calle tan vasta como un campo; en otras, estaban amontonadas, y en estos barrios se notaba ms vida y movimiento. Haba muestras de establecimientos, sealando panes en forma de anillo, o botas, o, de vez en vez, unos pantalones azules, con el nombre de un sastre; en un sitio, haba una tienda de gorras y zapatos, con la inscripcin: Vassily Fyodorof, extranjero. En otro lugar, apareca un anuncio, en el que se representaba una mesa de billar, con dos jugadores vestidos de frac, como los que llevan en nuestro teatro los visitantes que aparecen en el escenario durante el ltimo acto. A los jugadores se les representaba apuntando con el taco, con los brazos un poco tirados hacia atrs y las piernas encorvadas como si acabaran de dar un entrechat en el aire. Cada tienda ostentaba un letrero que deca: Este es el mejor establecimiento de su gnero. Aqu y all se vean en la calle puestos de nueces, jabn y pan de jengibre, cuyas hogazas parecan jabn; y all y acull una casa de comidas, cuyo rtulo sealaba un pescado gordo con tenedor clavado en el costado.

    (1) Ttulo que se conferia, en Rusia, a todo empleado del Estado que llevaba determinados aos de servicio. No supona deberes ni derechos especiales.

  • Pero lo que con ms frecuencia se observaba era la insignia del Estado: el guila imperial de dos cabezas, algo ennegrecida por el tiempo, que, en nuestros das, ha sido reemplazada por la lacnica inscripcin: Cervezas y aguardientes. El pavimento estaba en mal estado. Tambin nuestro hroe echaba una ojeada al pat-que de la villa, constituido por rboles flacos y cados, a los que sostenan apoyos primorosamente pintados de verde. Aunque estos rboles no pasaban de la altura de un junquillo, los peridicos dijeron de ellos, describiendo unas iluminaciones, que: Nuestra ciudad, gracias a los desvelos de las autoridades municipales, ha sido adornada con un parque de hermosos rboles umbrosos, que ofrecen grata frescura en los das de calor, y que Era sumamente conmovedor observar como los corazones del vecindario se estremecan de gratitud, como sus ojos se llenaban de lgrimas de agradecimiento hacia Su Excelencia, el Alcalde. Despus de preguntar minuciosamente a un polica el camino que deba seguir para la catedral, para las oficinas del Gobierno y para el gobierno civil, se fue a dar un vistazo al ro, que cruzaba el pueblo; en el camino arranc un cartel pegado a un poste, para leerlo, de vuelta al hotel, con todo detenimiento; mir de hito en hito a una dama de agradable aspecto, que andaba por la acera de madera, seguida por un muchacho con librea militar y llevando un paquete en la mano; y despus de volverlo a escudriar todo, como si quisiera recordar la situacin precisa de cada objeto, se encamino al hotel, subiendo en seguida a la habitacin, ligeramente ayudado en la escalera por el camarero. Despus de beber el t, se sent delante de la mesa, pidi una vela, extrajo del bolsillo el cartel y procedi a su lectura, guiando levemente el ojo derecho. Pero haba poco inters en el cartel: se representaba una obra de Kotzsebue (1), con un seor Poplyovin en el papel de Rolla, y la seorita Zyablof en el de Cora, siendo los dems artistas aun menos notables; no obstante, ley la lista de sus nombres, y aun el precio de las butacas, enterndose tambin de que el cartel haba sido impreso en la imprenta del gobierno de la provincia. Despus lo volvi para ver si haba algo de inters en el

    (1) Dramaturgo alemn (1761-1819) que desempe varios cargos en el gobierno ruso.

  • dorso, pero, no encontrando nada, dobl cuidadosamente la hoja y la coloc en el cofre, en el cual acostumbraba guardar todo lo que por casualidad adquira. El da se remat, segn creo, con un plato de ternera fiambre, medio litro de sopa de berza cida y un profundo sueo, con todas las espitas abiertas, como se dice en algunas partes del vasto Imperio ruso. Todo el da siguiente lo dedic a hacer visitas, dirigindose a las casas de todos los funcionarios de la villa. Cumpliment al gobernador, que era, como Tchitchikof, ni delgado ni gordo; llevaba en el cuello la condecoracin de Santa Ana, y hasta se deca que le haban propuesto para la estrella. No obstante esto, era un hombre bonachn y sencillo y, a veces, se entretena bordando sobre tul. Despus nuestro hroe se encamin a casa del teniente gobernador, y luego a las del fiscal, del presidente del Tribunal, del jefe de Polica, del recaudador de contribuciones sobre las bebidas espirituosas y del gerente local de las fbricas del Estado. Es de lamentar la imposibilidad de acordarse de todos los grandes hombres de este mundo; pero baste decir que el recin llegado mostr una actividad extraordinaria en lo de las visitas; hasta present sus respetos al inspector del Cuerpo Mdico y al arquitecto municipal. Despus permaneci largo rato sentado en el calesn, cavilando en si habra algn otro individuo a quien poder visitar; pero, segn parece, ya se haba agotado la lista de los funcionarios del lugar. En su conversacin con estos potentados, halag maosamente a cada uno de ellos. Al gobernador insinu, como por accidente, que se viajaba en su provincia como en el paraso, que los caminos parecan de terciopelo, y que los gobiernos que acertaban a nombrar subordinados tan judiciosos eran dignos del mayor encomio. Al jefe de la Polica, dej escapar algo muy halageo para la gendarmera de la villa; en su conversacin con el teniente gobernador y con el presidente del tribunal, que eran slo consejeros civiles, dej caer, como por equivocacin, el Su Excelencia, que les complaci sobremanera. La consecuencia de todo esto fue que el gobernador le convid a asistir a una funcin en su casa ese mismo da, y que los dems funcionarios tambin le convidaron, uno a cenar, otro a Jugar una partida de naipes y otro a tomar el t.

  • Segn parece, el recin llegado evit hablar mucho de si mismo, o, si habl, no dijo ms que generalidades, pero con notable modestia; en tales ocasiones, su conversacin adquira un tono algo literario, en la que invariablemente deca que no era ms que un gusano insignificante, y que no mereca ser objeto de las atenciones de nadie, que haba pasado muchos apuros, sufriendo en defensa de la justicia, que tena muchos enemigos, quienes incluso haban atentado contra su vida, y que ahora, deseando vivir en paz, buscaba un lugar en que establecer su residencia permanente, por lo cual, hallndose en el pueblo, crea un deber ineludible presentar sus respetos a los dignatarios principales de l. Esto era todo lo que se supo en el pueblo referente a este nuevo personaje, quien, naturalmente, no dej de presentarse en la velada del gobernador. Emple dos horas en prepararse para esta fiesta, mostrando el mayor esmero eu su tocado, de una clase pocas veces visto. Despus de una breve siesta por la tarde, pidi jabn y agua e invirti largo rato en frotarse las mejillas, ahuecndolas con la lengua; luego, tomando la toalla del hombro del camarero, se enjug la cara en todas direcciones, empezando por detrs de las orejas, previos dos bufidos directamente en la cara del criado; seguidamente, colocndose delante del espejo, se puso la pechera postiza, arranc dos pelos que le salan de la nariz, e inmediatamente despus, visti su frac color de arndano tornasolado. Ataviado de esta manera, mont en su coche particular y atraves las calles inmensamente anchas e iluminadas por la tenue luz de los faroles, que a trechos brillaban con dbil resplandor, hasta llegar a la casa del gobernador que estaba iluminada como para un grande baile. Haba carruajes con faroles, dos policas de a caballo frente a la entrada, postillones gritando a lo lejos.., en fin, todo estaba en su punto y lugar. Al entrar en el saln, Tchitchikof tuvo que parpadear: tan deslumbrante era el brillar de las velas, de las lmparas y de los vestidos de las damas. Estaba todo inundado de luz. Revoloteaban las negras levitas, solas o en grupos, como moscas que, en un da caluroso de julio, se agitan alrededor de un piln de azcar, que la vieja domestica rompe e hiende en terrones relucientes delante de la ventana, mientras los nios, rodendola, observan con inters cmo sus toscas manos levantan el martillo, al tiempo que

  • vaporosos enjambres de moscas, flotando en la brisa, entran audazmente, como si estuvieran en su casa, y aprovechndose de la corta vista de la anciana y de la solana que la encandila, se arrojan por igual sobre los fragmentos rotos o enteros, aqu en grupos esparcidos, all en tropel Saciadas por la opulencia del verano, que mil golosinas les ofrece a cada paso, entran, no por la comida, sino para hacerse ver, para pasearse arriba, y abajo sobre los montones de azcar, frotando las patas traseras contra las delanteras, rascndose debajo de las alas, o levantando las patas delanteras para acariciarse con ellas la cabeza, para luego volver a salir y otra vez a entrar en nuevos y ms voraces batallones. Tchitchikof apenas tuvo tiempo de echar un vistazo al saln cuando el gobernador le cogi por el brazo y le present a su esposa. Nuestro hroe no perdi la cabeza, sino que hizo a la seora unos cumplidos muy apropiados para un hombre de su edad, que ocupaba una posicin oficial ni muy alta ni muy humilde. Cuando se formaron las parejas para bailar y las dems personas retrocedieron hacia la pared, Tchitchikof, con las manos a la espalda, las observ fijamente durante dos o tres minutos. Muchas de las damas estaban vestidas bien y a la moda; otras llevaban lo que la Providencia se complaci en mandaras a su pueblo provinciano. Los hombres, aqu como en todas partes, pertenecan a dos clases: primero, los delgados, que rodeaban a las mujeres; algunos de ellos apenas se diferenciaban de los petersburgueses: se vean las mismas barbas, primorosamente peinadas, o las mismas caras ovaladas, barbilampias y agradables; con el mismo aire fcil; se sentaban al lado de las damas, hablaban en francs y las divertan del mismo modo que lo hacan los caballeros de Petersburgo. La segunda clase consista en los gordos, o en los que, como Tchitchikof, no eran extremadamente gordos, ni por cierto eran delgados. Estos, al contrario de los otros, miraban de soslayo a las seoras, mantenindose apartados de ellas, mientras miraban a su alrededor para ver si los criados del gobernador haban colocado ya la mesa de juego. Sus rostros eran llenos y gordinflones, algunos hasta mostraban verrugas, y otros estaban tambin picados de viruelas; el pelo no lo llevaban en moo, ni rizado, ni a la diable mem porte, como dicen los franceses; lo tenan o bien rapado, o bien muy pegado a la cabeza, y

  • las facciones tendan ms bien a lo redondo y macizo. Esta categora representaba a lo funcionarios ms serios de la villa. Ay los gordos saben mejor que los delgados arreglrselas en este mundo. Esta es probablemente la razn por la cual se encuentra a los flacos principalmente corno comisionados especiales o como meros agregados, mandados de aqu para all. Su existencia parece demasiado inconstante, tenue e incierta para que se confe mucho en ellos. Adems, los gordos nunca se desvan por los atajos, sino que siguen siempre el camino real, y si se sientan, se sientan firmes y slidamente, de modo que es ms fcil que se les hunda la silla que no que se les desaloje de ella. No se preocupan mucho de la ostentacin externa, y, por conseguiente, sus levitas no son de corte tan elegante como las de los delgados; mas su ropero es mejor surtido. Al hombre delgado no le quedar, en espacio de tres aos, ni un solo siervo sin hipotecar; pero si se observa, el gordo tiene una casa al otro lado del pueblo, comprada a nombre de su esposa; ms tarde adquiere otra en un barrio distinto; despus una en alguna pequea aldea cerca de la ciudad y, finalmente, una finca con todas las comodidades. Al cabo, el hombre gordo, despus de haber servido a Dios y a su zar, y de haber conquistado el respeto de todos, abandona sus actividades, se traslada a otra regin y se convierte en terrateniente, en caballero ruso, cordial y hospitalario: ha tenido xito, y hasta mucho xito. Y cuando Dios se lo lleva, sus herederos delgados, fieles a la tradicin rusa, revientan la fortuna de su padre. No puedo ocultar que tales eran las reflexiones que ocupaban la mente de Tchitchikof mientras observaba a los invitados, y el resultado de ellas fue que se decidi a unirse a los gordos, encontrando entre ellos a todos los que ya conoca: el fiscal, con cejas negras y espesas, y un ojo izquierdo que tenda a guiar ligeramente como si dijera: Entra en el cuarto prximo, chico, que tengo algo que decirte, no obstante lo cual era un hombre grave y taciturno; el director de Correos, un hombre pequeo, decidor y de espritu filosfico; el presidente del Tribunal, un caballero muy urbano y sagaz; todos los cuales le acogieron como a un antiguo amigo, mientras Tchitchikof corresponda a sus atenciones con profusas reverencias, no por ladeadas menos expresivas. Despus conoci a un propietario muy afable y atento, llamado Manilof, y a otro, de aspecto algo tosco, apellidado Sobakevitch,

  • quien empez por pisarle a Tchitchikof el pie y pedirle perdn. Luego entregaron a nuestro hroe un naipe, que acept con la misma reverenda corts. Todos se sentaron a la mesa verde, no levantndose hasta que se anunci la cena. La conversacin ceso completamente, como siempre ocurre cuando las gentes se dedican a una tarea importante. Aunque el director de Correos era muy charlatn, cuando coga los naipes su rostro asuma inmediatamente una expresin pensativa, y el labio superior se caa sobre el inferior, permaneciendo as durante todo el tiempo que jugaba. Cuando jugaba una figura, daba un violento porrazo en la mesa. exclamando, si era una dama, Fuera contigo, vieja consorte de cura!; si era rey, Fuera contigo, campesino Tambof!, mientras el presidente deca: Le tirar de las barbas, le tirar de las barbas! A veces estallaban las exclamaciones mientras lanzaban los naipes sobre la mesa: Ah, suceda lo que suceda, no hay remedio! Juegue los oros!, o bien los palos se designaban por diversos apodos cariosos con que los haban vuelto a bautizar. Al final de la partida, disputaban algo ruidosamente, segn costumbre. Disputaba tambin nuestro hroe, pero de modo tan hbil que, aunque discuta, se echaba de ver que lo haca con amabilidad. Nunca deca Usted sali, sino Usted se ha dignado salir; He tenido la honra de matar su dos, y as sucesivamente. Para propiciar aun mas a sus adversarios, les ofreca constantemente su tabaquera de plata esmaltada, en cuyo fondo reposaban dos violetas, all colocadas por su perfume. La atencin del recin llegado la ocupaban principalmente los dos terratenientes que hemos mencionado, Manilof y Sobakevitch. Apartando del grupo al presidente del Tribunal y al administrador de Correos, les dirigi varias preguntas referentes a aquellos individuos, algunas le las cuales mostraron no slo curiosidad, sino tambin el slido sentido comn de nuestro hroe; pues, ante todo pregunt cuntos campesinoscuantas almasposea cada uno, y en qu condiciones se hallaban sus propiedades; slo despus pidi sus nombres y apellidos. En pocos instantes, logr cautivarles completamente. A Manilof, un hombre que apenas haba llegado a la edad madura, con ojos dulces como la miel, que guiaba siempre que rea, le encantaba. Tanto, que estrech calurosamente la mano a nuestro hroe, y le rog muy encarecidamente le hiciese el honor

  • de visitarle en su casa de campo que, deca, distaba slo quince kilmetros del pueblo; a lo cual Tchitchikof, con una cortessima inclinacin de cabeza y un afectuoso apretn de manos, replic que no slo deseaba fervorosamente hacerlo, sino que lo consideraba su sagrado deber. Sobakevitch dijo tambin, algo lacnicamente: Y yo tambin le convido a visitarme, restregando los pies, calzados con unas botas de tan gigantescas proporciones, que sera difcil hallar pies a que ajustarlas, especialmente en nuestros tiempos, cuando hasta en Rusia empiezan a desaparecer los gigantes. Al da siguiente, Tchitchikof fue a casa del director de Correos, donde pas la tarde y comi; luego jugaron a los naipes, empezando; tres horas despus de la comida y terminando a las dos de la maana. All le presentaron, entre otros, a un propietario llamado Nosdriof, un mozo alegre y simptico, de unos treinta aos, quien, cruzadas las primeras palabras, empezaba a tutearle a Tchitchikof. Tambin con el jefe de Polica y con el fiscal estaba nuestro protagonista en ntimas y cordiales relaciones; pero cuando jugaban elevadas cantidades, ambos caballeros vigilaban estrechamente las suertes que haca y tomaban nota de cada naipe que jugaba. Tchitchikof pas la noche siguiente en casa del presidente del Tribunal, quien recibi a su visitante en una bata algo grasienta y en compaa de dos damas un tanto dudosas. Despus pas una noche en casa del teniente gobernador, y asisti a una gran cena en casa del recaudador de contribuciones sobre las bebidas espirituosas, y a una cena ntima en el hogar del fiscal, que vala tanto como un banquete; despus de la misa, fue convidado a un almuerzo dado por el alcalde, que result tan sabroso como una cena; en fin, no tena que pasar ni una sola hora en casa, y no volva al hotel sino para dormir. Se presentaba con desahogo en todas partes, mostrndose hombre de mundo. Sea el que fuera el tema de la conversacin, se daba maa para seguirlo: si se discuta la cra caballar, hablaba de la cra caballar; si conversaban acerca de las razas de perros, sobre este asunto tambin haca muy atinadas observaciones; si se trataba de un pleito, mostraba que no ignoraba los procedimientos judiciales; si hablaban de billares, evidenciaba tambin un conocimiento de billares; si la conversacin giraba sobre la virtud, haca pertinentes observaciones

  • sobre la virtud, con lgrimas en los ojos; si sobre la destilacin del coac, de un ponche caliente, tambin era entendido en la materia; si sobre los inspectores de Aduanas o los recaudadores de impuestos, discurra como si l mismo hubiera sido inspector de Aduanas o recaudador de impuestos. Pero lo notable consista en que lograba acompaar todo esto con cierto aire de formalidad: saba conducirse. No hablaba muy alto ni muy bajo, sino justamente como deba hablar. En una palabra, era un caballero cumplido, y todos los funcionarios del Gobierno se mostraban muy complacidos de su llegada. El gobernador declar que era un hombre digno de confianza; el fiscal dijo que era un hombre practico; el coronel de los gendarmes opinaba que era un hombre culto; el presidente del Tribunal manifest que era un hombre estimable y bien educado; el jefe de Polica, que era un hombre estimable y agradable; la esposa del jefe de Polica, que era un hombre muy agradable y muy amable. Y aunque Sobakevitch raramente deca bien de nadie, hasta l, de regreso del pueblo y cuando se desnudaba y se acostaba al lado de su macilenta esposa, le dijo: He pasado la noche en casa del gobernador, querida, donde he conocido a un consejero colegiado, llamado Pavel Ivanovitch Tchitchikof; un hombre muy agradable! A lo cual respondi la esposa: Hm!, y le solt una coz en las costillas. Tal era el muy halageo concepto que de Tchitchikof se form en el pueblo, concepto que se conserv hasta que una rareza suya y una empresa extraa o, como dicen en provincias, un mal paso, del cual pronto se enterar el lector, sumieron al pueblo todo en perplejidad.

  • CAPITULO II

    Haca ms de dos semanas que se hallaba en el pueblo nuestro hroe, asistiendo a cenas y veladas y pasndolo muy bien, lo que se dice muy bien. Al cabo, se decidi a extender sus visitas ms all del pueblo e ir a ver a Manilof y a Sobakevitcb, como les haba prometido. Quiz le empujara a esta determinacin otra y ms substancial razn que su promesa, algo ms serio e intimo... Pero de todo esto se enterar gradualmente el lector, y en su debido tiempo, si no le falta paciencia para leer el relato que sigue, un relato bastante largo, pues ha de abarcar un terreno cada vez ms ancho antes de llegar a su conclusin. Selifan, el cochero, recibi muy de maana la orden de enganchar los caballos al ya conocido calesn. A Petrushka se le dieron instrucciones de quedarse en casa para cuidar del cuarto y del portamanteo. No estar de ms que el lector haga conocimiento con estos dos siervos, de nuestro hroe. Aunque no son, desde luego, personajes muy importantes, sino lo que se llama secundarios, o hasta terciarios, bien que los principales acontecimientos y los resortes de nuestra historia no descansan en ellos, sino que tan slo les rozan a veces, o se enzarzan ligeramente en ellos, no obstante, el autor gusta de ser extremadamente minucioso en todo y, respecto a ellos, prefiere ser, aunque ruso, tan detallista como un alemn. Pero esto no ocupar mucho tiempo ni espacio, pues no es preciso aadir gran cosa a lo que ya conoce el lector, a saber, que Petrusbka llevaba una levita parda, muy holgada, que haba pertenecido a su amo, y que tena, como es corriente en los individuos de su oficio, la nariz prominente y los labios muy gruesos. Era de un natural antes taciturno que locuaz; posea el noble afn de instruirse, esto es, de leer libros, cuyo tema era lo de menos, sindole completamente igual que se tratara de las peripecias de un enamorado o sencillamente de una simple gramtica o de un devocionario: todo lo lea con

  • igual atencin. Si se le hubiera ofrecido un manual de qumica, no lo habra rechazado. Lo que le gustaba no era tanto lo que lea, sino el leer en s, o mejor dicho, el mecanismo de leer, el hecho de que las letras siempre se unan para formar palabras, y muchas veces el demonio sabe lo que queran decir. Su lectura la llevaba a cabo, por lo general, tumbado en la cama del pasillo y sobre un colchn que, a causa de esta costumbre, tena el espesor de una torta. Aparte de su pasin por la lectura, posea otras dos caractersticas: dorma sin desnudarse, tal como estaba, con la misma levita, y siempre llevaba consigo su propia atmsfera peculiar, su olor individual, que recordaba el de un cuarto en que se ha vivido mucho tiempo; as que bastaba que instalase su cama en cualquier pieza hasta entonces deshabitada, que colocase en l sus brtulos y su gaban, para que pareciera que en esa habitacin haba vivido una familia durante los ltimos diez aos. Tchitchikof, que era un hombre dengoso, e incluso irritable, sin embargo, sola hacer visajes cuando, por la maana, olfateaba el aire, y deca, sacudiendo la cabeza :Dios sabe lo que ser, chico; ests sudando o algo... debas ir a los baos.A lo cual Petrushka no responda, sino que procuraba ocuparse con afn, bien dirigindose con un cepillo hacia la percha, donde colgaba el frac de su amo, o sencillamente colocando alguna cosa en su lugar. En qu pensaba mientras permaneca callado? Quiz se deca: Vaya un hombre! No se cansa de decir cincuenta veces la misma cosa... Dios sabe que es difcil adivinar lo que piensa un criado cuando le est sermoneando el amo. As, pues, conste lo que tenemos dicho respecto a Petrushka. Selifan, el cochero, era un hombre bien distinto... Pero, en verdad, le da vergenza al autor fijar por tanto tiempo la atencin de sus lectores en personas de baja ralea, sabiendo por experiencia cmo les repugna familiarizarse con gentes de las clases inferiores. Es caracterstica de los rusos su grande pasin por conocer a cualquiera que se halla en una posicin superior a la suya, por poco que sea: el privilegio de saludar a un conde o a un prncipe lo aprecian ms que la estrecha amistad con gentes corrientes. Por esta misma razn, el autor se siente algo inquieto por su hroe, quien no es ms que un consejero colegiado. Quiz se dignen conocerle ciertos consejeros, pero aquellos que han

  • alcanzado el grado de general (1)Dios lo sabepuede que le echen una de esas miradas de desprecio que reserva el hombre para todo lo que se arrastra a sus pies; o, peor aun, puede que le pasen de largo con una indiferencia premeditada, que sera una pualada en el corazn del autor. Pero, por mortificantes que fueran cualesquiera de estas alternativas, ahora hemos de volver, en todo caso, a nuestro protagonista. As, habiendo Tchitchikof dado las rdenes la vspera, se despert muy de maana, y se lav, frotndose de pies a cabeza con una esponja mojada, operacin que se realizaba slo los domingosy sucede que era domingo ;se afeit tan perfectamente que sus mejillas parecan de raso por lo alisadas y bruidas que las dej; se puso su frac color de arndano tornasolado, y luego su gabn, forrado de espesa piel de oso; entonces, sostenido por el camarero, primero por un lado y despus por otro, baj la escalera y mont en el calesn que, franqueando la puerta, rod por la calle. Un cura que acertaba a pasar, se descubri; algunos golfillos, en sucias camisas, extendieron las manos, gimiendo:
  • te ceidas ms arriba del pecho, mostraban sus anchas caras en las ventanas de los pisos superiores; de las de abajo miraba una ternera o asomaba su hocico y sus pequeos ojos un cerdo. En fin, los familiares cuadros de costumbre. Despus de recorrer unos quince kilmetros, nuestro hroe se acord repentinamente de que, por lo que le haba dicho Manilof, su pueblo deba estar por all, pero recorri otros dos kilmetros y todava no vislumbraba la aldea, y si no fuera que tropez con dos campesinos, difcilmente habra llegado a su destino. Al preguntarles : Est lejos de aqu la aldea de Zamanilovka ? los campesinos se descubrieron, y uno, con barba triangular, algo ms inteligente que el otro, respondi: Manilovka, quiz; no Zamanilovka. Si, supongo que ser Manilovka. Manilovka ! Bien; siga usted otro kilmetro y vuelva por la derecha. A la derecharepiti el cochero. A la derechacontest el aldeano.Aqul es su camino a Manilovka. Pero no hay tal sitio como Zamanilovka. As se llama, su nombre es Manilovka; pero respecto a Zarnanilovka, no hay tal pueblo por aqu. All, delante de los ojos, sobre la colina, vern la casa, construida de ladrillos, de dos pisos, la casa solariega, es decir, la casa en donde vive el seor mismo. All tienen Manilovka, empero no hay ninguna Zamanilovka por aqu y no la ha habido nunca. Siguieron el camino en busca de Manilovka. Despus de recorrer otros dos kilmetros, llegaron a un atajo a la derecha; lo siguieron otros dos kilmetros, y tres kilmetros y cuatro kilmetros, y aun no se divisaba la casa de ladrillos de dos pisos. En este punto, Tchitchikof se acord de que si un amigo le invita a uno a su finca a una distancia de quince kilmetros, siempre resultan treinta. A pocas personas les cautivara la situacin de la aldea de Manilovka. La casa solariega se ergua sobre un risco solitario, es decir, en una altura expuesta a todos los vientos: el declive de la colina en que descansaba estaba cubierto de csped segado muy a ras, y esparcidos por l, a la moda inglesa, haba dos o tres macizos con arbustos de lilas y acacias amarillas; unos abe-

  • dules, en pequeos grupos de cinco o seis, alzaban aqu y all sus copas calveantes de diminutas hojas. Bajo dos de estos rboles, se vea una glorieta con cpula achatada, columnas de madera azules y la inscripcin: Templo de la meditacin solitaria. Ms abajo haba una laguna de aguas musgosas, lo cual no constituye un espectculo inslito en los jardines ingleses de los terratenientes rusos. Al pie de la colina y en la cuesta, aparecan esparcidas cabaas rsticas grises, que, por alguna razn desconocida, nuestro hroe se puso a contar, llegando la cifra a ms de doscientas. No se vea un rbol ni verdor alguno que aliviase la monotona del parduzco risco. Pero animaban la escena dos aldeanas que, con las faldas pintorescamente recogidas, vadeaban la laguna, arrastrando por dos palos una red rasgada, en que venan cogidos dos cangrejos y un escarabajo reluciente; pareca que las dos mujeres discutan y regaaban. Un bosque de pinos. de un suave color azul, formaba una mancha borrosa en la lontananza. El tiempo tambin estaba en armona con el cuadro. El da se presentaba ni brillante ni oscuro, sino de un color gris plido, de ese color que se ve nicamente en los uniformes de los soldados de la guarnicin, esas fuerzas pacficas, aun cuando tienden, en los domingos, al exceso en la bebida. Para rematar el cuadro, un gallo, heraldo de los cambios del tiempo, cacareaba estrepitosamente, a pesar de que, durante sus galanteos, su cabeza haba sido picoteada basta el seso por los otros gallos, y aun bata sus alas, peladas como una estera vieja. Al entrar en el patio, Tchitchikof vio en el umbral de la puerta al dueo de la casa, quien, ataviado con una levita de chaln verde, hacia pantalla con la mano para que no le impidiesen ver los rayos del sol. Cuanto ms se acercaba el coche, mayor era el contento que se reflejaba en su rostro, y ms se marcaba su sonrisa. Pavel Ivanovitch !exclam, cuando Tchitchikof descendi del calesn. Por fin se ha acordado usted de m! Los dos amigos se abrazaron afectuosamente, y Manilof hizo entrar en la casa a su visitante. Aunque fue el instante que invirtieron en pasar por el vestbulo, el corredor y el comedor, debemos, no obstante, aprovechar la oportunidad para decir unas pocas palabras sobre el dueo de la casa. Pero llegado a este punto, el autor ha de confesar que esto es muy difcil. Resulta

  • mucho ms fcil describir a los protagonistas a grandes rasgos; no se tiene que hacer ms que echar el color por puados en el lienzoojos negros, relampagueantes; una frente surcada por las penas; una capa negra, o roja encendida, echada sobre los hombros, y el retrato es cabal.Pero resulta terriblemente difcil retratar a los caballeros (que tan numerosos son), que tanto se parecen, y quienes, no obstante, muestran, cuando se les examina ms atentamente, muchas peculiaridades extremadamente sutiles. Es preciso devanarse los sesos hasta lo sumo para hacer resaltar todos los rasgos delicados y casi imperceptibles de la persona y, en fin, se tiene que ahondar en la materia con un ojo aguzado por larga prctica en el arte. Slo Dios podra decir cmo era el carcter de Manilof. Hay gentes de la cuales se suele decir que son as, as, ni lo uno ni lo otro, ni carne ni pescado, como se dice vulgarmente. Es posible que Manilof pertenezca a esta clase de personas. Era bien parecido, de facciones agradables, pero contenan una dosis excesiva de azcar; se notada en su conducta y modales algo que denunciaba el deseo de conquistarse amistades y captarse la buena voluntad de todos. Sonrea con aire insinuante; tena el pelo rubio y los ojos azules. Cambiando con l las primeras frases, no se poda menos de decir: Qu hombre ms bueno y amable! Un momento despus no se pensara nada, y luego se dira: Qu demonios he de pensar de l?, y se sentiran deseos de marcharse, o si no, se sentira un tedio mortal causado por el sentimiento seguro de que nada interesante se debe esperar, sino slo una serie de afirmaciones fastidiosas de esas que con facilidad se oyen de labios cualquiera si se aborda un asunto que le conmueva. Todos poseemos un punto sensible: en unos son los sabuesos, Otro imagina que es gran aficionado a la msica y que posee una maravillosa comprensin de sus profundidades ms recnditas; un tercero se enorgullece de sus hazaas en la mesa; el cuarto se obstina en desempear un papel un centmetro ms elevado que l que le depar el Destino; el quinto, con aspiraciones menos ambiciosas, quiz piensa en emborracharse, y suea dormido y despierto que le ven pasearse con un funcionario, para gran admiracin de sus amigos y conocidos, y aun de los desconocidos; el sexto posee una mano que siente el comezn irresistible de do-

  • blar el ngulo de un as de oros, mientras el sptimo se desvive positivamente para mantener la disciplina en todas partes e inculcar sus opiniones a los jefes de estacin y a los cocheros. En fin, todos poseemos alguna peculiaridad, pero Manilof ninguna. En casa, hablaba muy poco, contentndose, por lo general, con la meditacin; pero lo que pensaba, tambin slo Dios lo sabe. No puede decirse que se ocupaba en cuidar sus terrenos: nunca recorra el campo y la finca marchaba por s sola. Cuando le deca el administrador que estara bien hacer esto o aquello, sola replicar: S. no estara de ms, fumando su pipa, hbito que haba adquirido en el ejrcito, donde fu considerado como un oficial modesto, refinado y altamente culto. S, por cierto que no estara de mas , repeta. Cuando un campesino se acercaba a l, y, rascndose la cabeza, le deca: Seor, deme licencia para marchar y ganarme algn dinero con que pagar mis impuestos, responda fumando su pipa: Puedes irte, sin que se le ocurriera nunca que el campesino iba de juerga. A veces se deca, mirando el patio o la laguna: qu esplndido resultara construir un pasillo subterrneo desde la casa, o levantar un puente sobre la laguna: con puestos de ambos lados, donde se sentaran los comerciantes y venderan artculos de utilidad a los campesinos. Y mientras as divagaba, sus ojos adquiran una expresin extraordinariamente azucarada y su semblante reflejaba la ms grande satisfaccin. Pero todos estos proyectos no pasaban de tales. En su gabinete haba un libro, con un marcador en la pgina catorce, que haca dos aos estaba leyendo. En general, pareca que siempre faltaba algo en su bogar: en la sala haba excelentes muebles, tapizados con una seda elegante, que seguramente haba costado bastante dinero, pero que resultaba insuficiente para tapizarlo todo, por cuya razn, dos de las poltronas permanecan sencillamente envueltas en arpillera. Haca varios aos que el amo de la casa tena la costumbre de advertir a sus visitas: No se sienten ah en esas poltronas, que aun no estn terminadas. Algunos aposentos carecan totalmente de muebles, aunque en los primeros das de su matrimonio haba dicho a su esposa: Maana, queridita, trataremos de poner algunos muebles en estas habitaciones, aunque slo sea para algunos das. Por la noche, colocaban en la mesa un hermoso candelero de bronce fundido,

  • representando las tres Gracias, con una elegante arandela de ncar; a su lado, ponan una humilde reliquia de cobre, tambaleante, y siempre cubierta de sebo, detalle que nunca llamaba la atencin del amo de la casa, como tampoco la de su esposa o de los criados. Su esposa era a... pero no importa; estaban mutuamente satisfechos. Aunque hacia ocho aos que estaban casados, todava se ofrecan un trocito de manzana, un dulce o una nuez, diciendo, con tono carioso: Abre la boquita, vida, que te lo dar. innecesario decir que en tales ocasiones la boquita se abra graciosamente. Para los cumpleaos, se preparaban algunas sorpresas, tal como un estuche, adornado con abalorios, para el cepillo de dientes. Y muy a menudo suceda que, sentados en el sof, l dejaba repentinamente su pipa y ella su labor, y, sin razn aparente, se impriman un beso tan almibarado y kilomtrico que fcilmente se podra fumar un pequeo puro mientras duraba. En fin, eran lo que se llama un matrimonio bien avenido. Claro que se podra decir que hay otras muchas cosas que hacer en una casa que cambiar besos prolongados y preparar sorpresas. En efecto, haba funciones que necesitaban ser cumplidas; por ejemplo, se podra preguntar por qu se guisaba tan tonta y malamente; por qu estaba algo mal provista la despensa; por que era tan ladrona el ama de llaves; por que eran los criados desaseados y borrachos; por qu dorman las horas muertas para luego consumir el tiempo en ocupaciones sospechosas. Pero, si todo esto es un asunto ruin! La seora de Manilof haba recibido una buena educacin, y una buena educacin se consigue, como todo sabemos, en los colegios para seoritas; y en los colegios para seoritas hay, como todos sabemos, tres estudios principales que forman la base de todas las virtudes humanas: la lengua francesa, indispensable para la felicidad del hogar; el piano, para proporcionar a los maridos momentos de agradable distraccin, y, finalmente, el gobierna de la casa, es decir, el hacer portamonedas de malla y otras sorpresas. Cierto es que en los ltimos tiempos ha habido una reforma en los mtodos de enseanza: todo depende del buen sentido y de la capacidad de las directoras de estas instituciones. En algunos colegios, por ejemplo, es lo usual coloca en primer lugar el piano; luego viene el francs y despus el gobierno de la casa. En otros, el gobierno de la casa, es decir, el ha

  • cer sorpresas de punto, ocupa el primer lugar; luego se ensea el francs, y slo despus el piano. Tan diversos son los sistemas en vigor! No estar fuera de lugar hacer constar que la seora de Manilof... Pero confieso que me asusta hablar mucho de las damas y, adems, era hora ya de que volviese a mis protagonistas, a quienes dejamos de pie por algunos momentos, ante la puerta de la sala, cada uno rogando al otro que se dignara pasar primero. Le ruego no se incomode por m, que le seguirdijo Tchitchikof. De ninguna manera, Pavel Ivanovitch; usted es mi husped dijo Manilof, indicndole que pasara delante. No haga usted cumplidos; srvase pasardijo Tchitchikof. No, perdone; no puedo permitir que vaya detrs de m un husped tan amable y tan altamente culto. Por qu me dice usted altamente culto? Hgame usted el favor de pasar. No, le ruego que entre usted. Pero, por que? Pues, porque sdijo Manilof, con amable sonrisa. Por fin, los dos amigos, ponindose de lado, entraron los dos a un tiempo, apretndose el uno contra el otro. Permtame que le presente a mi seoradijo Manilof. Querida, ste es Pavel Ivanovitch! Tchitchikof mir a la dama, a quien no haba observado cuando haca zalemas con Manilof en la puerta. No era fea y estaba bien vestida. Su traje de seda espolinada, de color plido, le sentaba bien; su delicada manecita tir un objeto a la mesa y estruj un pauelito bordado. Se levant del sof en que estaba sentada. Tchitchikof le bes ligeramente la mano con cierta satisfaccin Le dijo la seora de Manilof, con leve ceceo, que estaba encantada de verle y que todos los dias su marido le haba hablado de l. Sdijo Manilof.Ella no cesaba de preguntarme: Por que no viene tu amigo? Es pera un poquito, querida, le deca, que ya vendr. Y he aqu que por fin usted nos ha honrado con su visita. Nos ha proporcionado usted una verdadera alegra... una fiesta. . . una fiesta del corazn!

  • A decir verdad, Tchitchikof sinti cierta turbacin al oir que ya se haba llegado a eso de las fiestas del corazn, y contesta modestamente que l no posea un gran nombre ni ocupaba una posicin distinguida. Usted posee todo esodeclar Manilof, con la misma son risa amable.Posee todo eso, y aun ms. Qu le parece nuestra capital?le pregunt la seora dc Manilof. Lo ha pasado usted bien aqu? Una ciudad muy simpticacontest Tchitchikof,y he pasado en ella unos dias muy agradables: la sociedad es muy amable. Y qu opina usted de nuestro gobernador?dijo la seora de Manilof. Es verdaderamente un hombre estimable y genial, verdad! aadi Manilof. Es la sencilla verdadasinti Tchitchkof,es un hombre muy estimable. Y qu bien desempea su cargo, y cmo comprende sus deberes! Ah, si hubiera ms hombres como l! Y que bien sabe tratar a las gentes, verdad? Qu delicadeza muestra en sus modales !agregaba Manilof. con los ojos entornados de satisfaccin, como un gato al que se le rasca suavemente por detrs de las orejas. Un hombre muy afable y simpticocontinu Tchitchikof, y qu hombre ms hbil! No lo habra podido imaginar: qu bien borda toda suerte de diseos. Me ense una labor suya, un portamonedas: hay muchas seoras que no sabran bordarlo tan bien como l. Y el teniente gobernador, no es un hombre encantador? dijo Manilof, entornando de nuevo los ojos. Un hombre muy digno, muy digno !contest Tchitchikof. Y permtame que le pregunte, qu impresin le produjo el jefe de Polica? Es un hombre muy agradable, no es verdad? Agradable en extremo, y qu hombre ms inteligente e instruido! En su casa, jugamos a los naipes con el fiscal y el presidente del Tribunal hasta que cantaron los gallos. Un hombre muy digno, muy digno!

  • Y cmo encuentra usted la mujer del jefe de Polica? pregunt la seora de Manilof.Una seora muy agradable, verdad? Oh, es de las damas ms estimables que he conocido! contest Tchitchikof. Despus no dejaron de mencionar al presidente del Tribunal y al director de Correos, agotando as la lista de los funcionarios del pueblo, todos los cuales eran, segn parece, personas muy agradables. Estn ustedes siempre en el campo ?dijo Tchitchikof, aventurando en su turno una pregunta. Por lo general estamos aqucontest Manilof.Pero a veces visitamos la capital con el nico objeto de gozar la sociedad de la gente culta. Uno se vuelve demasiado rstico, viviendo continuamente en este retiro. Es verdad, es verdadreplic Tchitchikof. Claro que seria distintoprosigui diciendo Manilof,si tuviramos vecinos refinados, s hubiera, por ejemplo, alguna persona con quien se pudiese conversar, en alguna medida, sobre temas cultos y refinados, con quien perseguir algn estudio que estimulase nuestra inteligencia; sera una inspiracin, por decirlo as... Habra dicho algo ms, pero, percatndose de que se desviaba del asunto, se content con agitar los dedos en el aire y prosigui: En ese caso, claro es que el campo y la soledad ofreceran muchos encantos. Pero tal cosa no es posible. A veces uno se ve obligado a buscar distraccin en la lectura de Los hijos de la Patria. Tchitchikof mostr su completa conformidad con lo expuesto por Manilof, aadiendo que nada podra ser ms agradable que vivir en la soledad, gozando el espectculo de la Naturaleza y, de vez en cuando, leyendo... Pero sabe ?dijo Manilof,si no se tienen amigos con quienes compartir.. Oh, es verdad, es verdadle interrumpi Tchitchikof ;en ese caso, qu valen todos los tesoros del mundo! Dinero, no, sino buenos amigos a quienes acudir en caso de necesidad, ha dicho un sabio.

  • Y sabe usted, Pavel Ivanovitchprosigui Manilof, con expresin no meramente dulce, sino completamente empalagosa, como una dosis que un mdico inteligente ha sobrecargado de azcar, para hacrsela tragar al paciente indeciso,sabe que entonces se experimenta, hasta cierto punto, un gozo espiritual.. . Ahora por ejemplo, cuando la casualidad me ha deparado la rara, la extraordinaria felicidad de conversar con usted, de disfrutar de su encantadora conversacin. Pero, seor! Cmo puede serle agradable mi conversacin? Soy un individuo completamente insignificantecontesto Tchitchikof. Oh, Pavel Ivanovitch! Permtame que sea franco con usted. Dara gustoso la mitad de mi fortuna por poseer algunas de las cualidades que le adornan a usted. Al contrario! Yo la considerara el ms grande honor del mundo si... Imposible adivinar a qu grado de exaltacin habran llegado las mutuas efusiones entre estos dos amigos, si no hubiera entrado el criado, anunciando la comida. Haga usted el obsequio de pasar al comedordijo Manilof Usted nos disculpar que no podamos ofrecerle una comida como las que se le ofrecen en los ureos salones de las grandes ciudades; no tenemos mas que una sencilla sopa de coles, al buen estilo ruso, pero se la ofrecemos de todo corazn. Le suplico que pase usted. Llegados a este punto, invirtieron largo rato en discutir cul deba entrar primero y, por fin, Tchitchkof entr de lado en el comedor. Ya se hallaban en el cuarto dos muchachos, hijos de Manilof, de una edad para sentarse a la mesa, pero todava sobre sillitas altas. Les acompaaba su tutor, quien se inclinaba cortsmente, sonriendo. El ama de la casa se sentaba frente a la sopera, y Tchitchikof se colocaba entre Manilof y su esposa. Un criado ataba una servilleta al cuello de los nios. Qu nios ms encantadores !exclam Tchitchikof, mirndoles. Cuntos aos tienen? El mayor tiene ocho y el pequeo seiscontest la seora de Manilof.

  • Temistoclus!dijo Manilof, dirigindose al chico mayor, que se esforzaba por librar su barba, aprisionada en la servilleta que le haba colocado el lacayo. Tchitchikof alz levemente las cejas al escuchar este nombre de sabor griego que, por alguna razn que ignoramos, terminaba Manilof con la slaba us; pero inmediatamente hizo volver a su cara su expresin habitual. Temistoclus!, dime, cul es la primera ciudad de Francia? Aqu, el tutor concentr toda su atencin en Temistoclus, mirndole como si fuera a lanzrsele encima; pero se calm, haciendo seas afirmativas con la cabeza, cuando Temistoclus contest: Pars. Y cul es la mayor ciudad de Rusia?pregunt de nuevo Manilof. Otra vez el tutor aguz los odos. Petersburgoarticul Temistoclus. no hay otra? Moscoupronunci Temistoclus. -Qu chico ms inteligente !exclam Tchitchikof.Por mi vida prosigui, dirigindose a los Manilof con aire de estupefaccion a su edad, saber tanto! Les aseguro que ese nio muestra dotes excepcionales. Oh, no le conoce usted todavacontest Manilof.Posee un entendimiento muy agudo. El ms joven, Alquides, no es tan despierto. Pero este pcaro, si tropieza con un escarabajo o con una mariquita, es todo ojos: corre tras l en el acto. Le tengo destinado a la carrera diplomtica. Temistoclusaadi, dirigindose de nuevo al muchacho, te gustara ser embajador? S, me gustara !contest Temistoclus, mascullando un trozo de pan y agitando la cabeza. En este momento, el lacayo, en pie detrs de la silla, limpi la nariz del futuro embajador, y bien hecho, pues de otro modo es posible que algo muy desagradable habra cado en la sopa. La conversacin a la mesa comenz con los encantos de la vida tranquila, salpicada con observaciones del ama respecto al teatro de la capital y a los actores que en l representaban. El tutor vigilaba estrechamente a los comensales y, siempre que les vea a punto de rerse, abra inmediatamente la boca y se rea estrepitosamente.

  • Quiz seria un hombre reconocido, que slo deseaba recompensar al ama sus bondades para con . No obstante esto, su rostro asumi, por un momento, una expresin de dureza y, golpeando ligeramente la mesa, clav los ojos en los nios, sentados frente a l. Esto sucedi en el momento perentorio, pues Temistoclus acababa de morder la oreja a Alquides, y ste, arrugando la cara y abriendo la boca, se dispona a romper en sollozos lastimeros, pero, reflexionando que fcilmente podran privarle de lo que restaba de la comida, volvi la boca a su posicin normal y, con lgrimas en los ojos, se puso a roer un hueso de carnero, hasta que ambas mejillas relucan de grasa. El ama de la casa, dirigindose repetidas veces a Tchitchikof, le deca: Usted no come nada; se ha servido muy poco. A lo cual Tchitchikof contestaba, invariablemente: Muchas gracias; he comido mucho. La conversacin amena vale ms que la ms oppara vianda. Se levantaron de la mesa. Manilof estaba contentsimo y, sostenindole el espinazo a Tchitchikof, se dispona a llevarle a la sala, cuando de repente ste anunci, con aire significante, que tena que hablarle sobre un asunto de importancia. En ese caso, permtame que le convide a entrar en mi despachodijo Manilof, conducindole a un pequeo cuarto, desde cuyas ventanas se divisaba el bosque, azulino en la lejana.Esta es mi pieza privada. Es un cuarto muy alegrecontest Tchitchikof, examinndolo. Verdad es que al aposento no le faltaba cierto encanto: las paredes estaban pintadas de un color gris azulado; haba cuatro sillas, una butaca y una mesa, sobre la cual reposaba el libro y, en l, el marcador a que ya hemos hecho referencia; pero lo que ms llamaba la atencin era el tabaco. Se le vea en diversos receptculos: en paquetes, en jarros y tambin esparcido en montones sobre la mesa. En los antepechos de ambas ventanas, haba pequeas pilas de ceniza, cuidadosamente colocadas en hileras. Se podra creer que su distribucin serva de pasatiempo al amo de la casa.

  • Permtame rogarle que se siente en la butacadijo Manilof. Estar ms cmodo. No, dispense usted; me sentar en esta silla. Permtame que no le dispensereplic Manilof, con una sonrisa.Esta butaca la destino siempre para mis amigos; que le guste o no, tendr que sentarse en ella. Tchitchikof se sent. Permtame ofrecerle una pipa. No, muchas gracias; no fumodijo Tchitchikof con afabilidad y con tono de pesadumbre. Por qu no ?pregunt Manilof, tambin con afabilidad y con tono de pesadumbre. No tengo la costumbre, y temo al tabaco: dicen que la pipa seca el organismo. Permtame hacerle la observacin de que eso es un prejuicio. A decir verdad, me figuro que la pipa es menos daosa para la salud que el rap. Haba en mi regimiento un teniente, hombre excelente y altamente culto, a quien nunca se le vea sin la pipa en la boca, no slo en la mesa, sino, si me es permitido expresarlo as, en todas partes. Ahora tendr ms de cuarenta aos, pero es todava fuerte, gracias a Dios, y goza de una salud inmejorable. Tchitchikof reconoci que a veces las cosas sucedan as, y que haba muchos fenmenos en la Naturaleza que ni el ms profundo intelecto sabra explicar. Pero permtame que le dirija una pregunta.. .aadi, con voz en que vibraba una entonacin extraa, o poco menos que extraa; y, por motivos desconocidos, volvi la cabeza, como con inquietud. Y Manilof tambin, por motivos desconocidos, volvi la cabeza. Cunto tiempo hace que no llena usted el censo? Oh, hace mucho; realmente, no me acuerdo. Pues, desde que lo llen la ltima vez, se habrn muerto algunos de sus siervos? Respecto a eso, realmente no s decrselo; me parece que tendremos que preguntrselo al administrador; creo que estar hoy aqu. Poco despus apareci el administrador. Era un hombre de unos cuarenta aos, con la barba afeitada; vesta levita y, segn todos los indicios, llevaba una vida muy holgada, pues la cara

  • la tena rechoncha e inflada, de matiz amarillento, que denunciaba su aficin a los colchones de plumas. Se echaba de ver que haba hecho la carrera del mismo modo que la hacen todos los administradores de todos los hacendados: haba comenzado como criado de casa; sabia leer y escribir; luego se haba casado con alguna Agashka, ama de llaves y protegida de la seora; se haba encargado del abastecimiento de la casa y, por fin, se haba convertido en administrador de la finca. Y habiendo ascendido a administrador, se condujo, claro est, como todos los administradores: trab intimidad con aquellos de la aldea que posean ms que l, e hizo ms pesada la carga de los pobres; cuando despertaba, pasadas las nueve de la maana, esperaba el samovar y se beba el t lentamente. Escucha, buen hombre,dijo Manilof, cuntos campesinos nuestros se han muerto desde que llenamos el ltimo censo? Cuntos? muchos se han muerto desde entoncesreplic el administrador, dando un hipo y colocando la mano sobre la boca, como pantalla. S, confieso que as crea yoasinti Manilof.Muchos se han muerto. Luego, volvindose hacia Tchitchikof, aadi: S, en efecto, muchos. Cuntos?, por ejemplopregunt Tchitchikof. S. Cuntos, precisamente?dijo Manilof, dirigindose al administrador. Y qu s yo cuntos! No hay manera, sabe, de conocer cuntos se han muerto, pues nadie los ha contado. S, precisamenterepiti Manilof, volvindose hacia Tchitchikof.Yo tambin supuse que haba habido una mortalidad bastante elevada, pero no sabemos de fijo cuntos se han muerto. Haga usted el favor de contarlosdijo Tchitchikof, dirigindose al administrador,y de hacer una lista exacta, con los nombres S, con los nombresrepiti Manilof. El administrador dijo S, seor, y sali. Y por qu desea usted saberlo?pregunt Manilof. Esta pregunta pareca que colocaba al visitante en una situacin difcil; su rostro denunci un esfuerzo penoso que le hizo

  • ruborizar, un esfuerzo por decir una cosa no fcil de expresar. Y en efecto, pronto escuch Manilof las cosas ms extraas que jams hayan escuchado odos humanos. Dice usted que por qu deseo saberlo? Es por esto: quisiera comprar los campesinos. . .pronunci Tchitchikof, vacilando y dejando la frase sin terminar. Pero permtame preguntarledijo Manilof, cmo desea usted comprarlos, con tierras, o sencillamente para llevrselos, sin tierras? No; no son precisamente los campesinosreplic Tchitchikof.Quiero los muertos... Cmo! Dispense, soy un poco sordo; crea escuchar algo muy extrao. Deseo comprar los campesinos muertos que todava estn inscritos en el censo como vivosdijo Tchitchikof. Odo esto, Manilof dej caer la pipa al suelo, y permaneci en pie, boquiabierto, durante varios minutos. Los dos amigos, que haca tan poco ponderaban los encantos de la amistad, se miraban fijamente, como los retratos antiguos, que antao se colgaban a ambos lados del espejo, contemplndose. Por fin, Manilof recogi la pipa y, clavando la vista en el rostro de su visitante, trat de descubrir si sus labios sonrean, si no se tratara de una broma; pero nada de eso; su rostro pareca ms serio que de ordinario. Luego pens si su husped no estara, por casualidad, malo de la cabeza, y, alarmado, le examin fijamente. Pero los ojos de Tchitchikof estaban despejados; no se notaba en ellos ese brillo aturdido y salvaje que se observa en la mirada de los locos: todo era equilibrio y correccin. Por mucho que cavilaba Manilof en cmo comprenderlo y qu hacer, no se le ocurra otra cosa mejor que sentarse, dejando escapar de la boca una tenue espiral de humo. As que quisiera saber si usted me puede hacer transferencia de esos campesinos, en realidad no vivientes, pero s vivientes desde el punto de vista de la ley... o cedrmelos o traspasrmelos, como le parezca. Pero Manilof estaba tan atontado y confuso, que no poda hacer otra cosa que mirarle fij- amente.

  • Supongo que usted quiere poner algn reparoobserv Tchitchikof. Yo?... No, no es esodijo Manilof,pero perdneme... no acabo de comprenderlo... Y0, claro est, no he tenido la suerte de alcanzar el alto grado de ilustracin que en usted se echa de ver, por decirlo as, en cada gesto; no me expreso con arte. Quiz haya en resto, en lo que usted acaba de decir, algn significado oculto. Quiz usted se haya expresado as, empleando alguna figura retrica. Nointerpuso Tchitchikof.No; lo que quiero decir es precisamente lo que he dicho, o sea, las almas que realmente estn muertas. Manilof se sinti completamente aturrullado. Tena la sensacin de que deba hacer algo, formular alguna pregunta; pero qu demonios haba de preguntar, no lo sabia. Acab por echar ms humo, esta vez no ya de la boca solamente, sino tambin de las narices. As, pues, si no hay obstculos, hagamos, si Dios quiere, la escritura de trapasodijo Tchitchikof. Cmo?... un traspaso de almas muertas? Oh, no-respondi Tchitchikof,las inscribiremos como vivientes, tal como estn inscritas en el censo. Es mi costumbre no apartarme ni pizca de lo que marca la ley; cierto que esto me ha motivado bastantes disgustos en el servicio, pero no importa: el deber es para m algo sagrado; la ley. .. ante la ley, soy mudo. A Manilof le gustaban estas ltimas palabras, aunque no tena la menor idea de lo que queran decir, por lo cual, en lugar de contestarlas, se dedic a chupar la pipa con tanta determinacin, que esta empezaba a chillar como un fagot. No pareca sino que trataba de sacar de ella alguna opinin sobre este inaudito incidente; pero la pipa chillaba, et praeterea nihil. Quiz tenga usted alguna duda.

    Oh, no, no, ni la ms mnima! Lo que digo, no lo digo para criticarle, pero permtame preguntarle, no estara esta empresa, o para expresarlo ms claramente, esta negociacin, no estara esta negociacin en pugna con el cdigo civil ruso y con el bienestar fundamental del pas?

  • Dicho esto, Manilof, con un movimiento de la mano, clavo en Tchitchikof una mirada significativa, mostrando en sus labios, firmemente apretados, y en todos los rasgos de su cara, una expresin la ms profunda que se haya visto en semblante humano, como no sea en el de un ministro, muy sabio, que se halla resolviendo un problema particularmente abstruso. Pero Tchitchikof le asegur que tal empresa, o negociacin, no violaba en modo alguno el cdigo civil ruso, ni pugnaba con el bienestar fundamental del pas, aadiendo, un momento despus, que desde luego el Goberno sacara provecho de ella, ya que recibira los impuestos que marca la ley. Esa es su opinin? Mi opinin es que estar bien. Oh, si est bien, ya es otra cosa; yo no tengo que poner ningn reparodijo Manilof, sintindose completamente tranquilizado. Entonces, slo resta fijar el precio... El precio ?pregunt Manilof; y despus de una pausa agreg pero usted cree que voy a recibir dinero por unas almas que en cierto sentido han dejado de existir! Puesto que usted ha concebido este, por decirlo as, fantstico deseo, yo, por mi parte, estoy dispuesto a entregarle esas almas incondicionalmente y a cargar con las costas. Incurrira en una grave falta si dejara de hacer constar que nuestro hroe se sinti traspasado de jbilo al escuchar estas palabras de Manilof. A pesar de su gravedad habitual, a duras penas poda abstenerse de ejecutar una cabriola, manifestacin que, como todos sabemos, se reserva para los momentos de aguda alegra. Tan violentamente se retorca en la silla, que rompi el gnero de lana que recubra el almohadn; el mismo Manilof le miraba con perplejidad. Conmovido de gratitud, prorrumpi en tal torrente de palabras de agradecimiento, que Manilof se sinti avergonzado, se sonroj, hizo un ademn suplicante, y acab declarando que realmente no vala la pena, que le produca inmensa satisfaccin el poder mostrar, de este modo, la sincera simpata que por Tchitchikof floreca en su alma; pero que las almas muertas carecan, en cierto sentido, de valor.

  • De ninguna manera carecen de valor 1exclam Tchitchikof, apretndole la mano. En este punto, lanz un profundo suspiro. Pareca que estaba a punto de abrir el corazn. No sin emocin, articul las siguientes palabras: Si supiera usted el servicio que, con esas almas, aparentemente despreciables, est usted prestando a un hombre aparentemente humilde que carece de familia! Lo que no he sufrido! Como un barco en el mar tempestuoso!... Qu de malos tratos, qu de persecuciones he sufrido, qu angustias he conocido! Y por qu? Por haber seguido el sendero de la justicia, por haber sabido ser fiel a los dictados de mi conciencia, por haber socorrido a la viuda y a los hurfanos desamparados. . ...! Aqu sac su pauelo y enjug una lgrima. Manilof se sinti hondamente conmovido. Largo rato pasaron los dos amigos apretndose mutuamente las manos, y mirndose en silencio a los ojos, en que brotaban las lgrimas. Manilof no quena soltar la mano de nuestro hroe, sino que segua apretndola con tanto calor, que Tchitchikof no sabia cmo libertarla. Por fin, retirndola cautelosamente, dijo que no estara de ms hacer la escritura de traspaso en cuanto fuera posible, y que tambin sera conveniente que l mismo visitase el pueblo; dicho lo cual, cogi el sombrero e inici las despedidas. Cmo! Quiere usted marcharse ya ?exclam Manilof, volviendo en s bruscamente y casi asustado. En este momento, entr en el aposento la seora de Manilof. Lisanka-dijo Manilof, con aire dolorido, Pavel Ivanovitch nos abandona ya! Seguramente se ha aburridorespondi la seora. Seora! Aqudijo Tchitchikof, poniendo la mano sobre el coraznaqui es donde... S! Aqu es donde guardar siempre el recuerdo de las horas deliciosas que he pasado con ustedes. Y cranme, no poda darse una dicha mayor que la d vivir aqu siempre, si no en la misma casa, por lo menos en la prxima vecindad. Figrese, Pavel Ivanovitchdijo Manilof, regocijado por la idea,figrese qu encantador sera, verdaderamente, si Ud. vi-

  • viera bajo nuestro techo, y de esta manera pudiramos sentarnos a la sombra de algn olmo, discurrir sobre la filosofa, ahondar en las cosas. ~Oh, sera una existencia paradisaca!exclam Tchitchikof, lanzando un suspiro.Adis, seoraprosigui, besndole la mano. Adis, mi honrado amigo. No se le olvide lo que le he pedido. Oh, no tenga cuidado! Me separo de usted, pero slo por dos das. Todos entraron en el comedor. Adis, dulces nios !dijo Tchitchikof, viendo a Alquides y a Temistoclus, quienes se distraan con un soldado de madera, falto de brazos y de nariz.Adis, queriditos mos; habis de perdonarme por no haberos trado algn regalito, pues he de confesar que ignoraba vuestra existencia; pero en mi prxima visita, no me olvidar de traeros algunas cosas. A ti te traer una espada; te gustara una espada? S !contest Temistoclus. Y a ti te traer un tambor. Te gustara un tambor, verdad? Ssusurr Alquides, bajando la cabeza. Muy bien, te traer un tambor, un tambor muy hermoso; har: toorrr. . . roo. . . tra-ta-ta, ta-ta-ta. Adis, queridito mo, adis! Despus bes al nio en la cabeza, y se volvi hacia Manilof y su esposa con esa risita con que se suele mostrar a los padres cun inocentes son los deseos de sus hijos. Realmente, deba usted quedarse, Pavel Ivanovitch !dijo Manilof, cuando salieron de la casa.Mire que se avecina la tormenta. Son nubes pequeasobjet Tchitchikof. Y conoce usted el camino a casa de Sobakevitch? Quera preguntrselo. Si me permite, se lo dir a su cochero. Y Manilof se puso a explicar al cochero, con la misma finura, el camino que deba seguir. El cochero, oyendo que tena de pasar dos encrucijadas y seguir la tercera, dijo: Lo encontraremos, su excelencia.

  • Y Tchitchikof se alej, mientras el caballero y la dama permanecan largo rato de puntillas en la escalera, dirigindole saludos y agitando los pauelos. Manilof mir desaparecer el calesn en la lejana, y aun despus de perderse de vista, permaneci de pie en la escalera, fumando su pipa. Por fin, entr en la casa, se sent a la mesa y se entreg a la meditacin, profundamente satisfecho por haber proporcionado un placer a su amigo. Al poco rato, sus pensamientos vagaban, casi imperceptiblemente, a otros temas, y Dios sabe dnde terminaron. Musit sobre las delicias de una vida rica en amistades, pens qu hermoso sera vivir con algn amigo a orillas del ro, y atravesarlo por un puente de su propiedad, y construir en sus mrgenes una gran mansin, con mirador tan alto, tan alto, que desde l se descubriera Moscou; y ya se vela all de noche, paladeando el t al aire libre, y discurriendo sobre toda suerte de cosas agradables. Luego vi cmo l y Tchitchikof marcharon en lujosos coches a una funcin, donde encantaron a todos con la afabilidad de su trato, y, por fin, el zar, sabiendo la estrecha amistad que les una, los hizo generales a los dos. Y de aqu pas a Dios sabe qu fantasas, cuyo contenido ni l mismo comprenda claramente. De pronto, el recuerdo de la extraa peticin de Tchitchikof le volvi a la realidad. Pareca que su cerebro no lograba asimilar la idea, y por muchas vueltas que le daba, no consegua explicrsela. As, sigui sentado, fumando su pipa, hasta la hora de cenar.

  • CAPITULO III

    Mientras tanto, Tchitchikof, muy contento, segua sentado en su calesn, que haca tiempo rodaba por la carretera. Por lo que queda dicho en el capitulo anterior, se sabe cul era la meta de su ambicin, y no es de extraar que pronto se viera completamente absorto en su proyecto. Al parecer, las hiptesis y clculos que ocupaban su pensamiento, eran agradables, pues dejaban tras si huellas de una sonrisa de satisfaccin. Enfrascado en sus meditaciones, no se percat de que su cochero, bien satisfecho de la recepcin que le dieron los criados de Manilof, le hacia muy sagaces observaciones al caballo tordo moteado que iba enganchado a la derecha. Este era extremadamente tmido y slo finga tirar, mientras que el bayo y el castao, llamado Imponedor, porque haba sido comprado a un imponedor de contribuciones, tiraban con todas sus fuerzas, reflejndose en sus ojos la satisfaccin que de ello sacaban. No creas que me engaas! Ya te arreglar las cuentas! grit Selifan, levantndose a medias y dando latigazos al rezagado. Trabaja, payaso alemn! El bayo es un caballo honrado, cumple con su deber, y yo le dar un puado ms de cebada, porque es un caballo honrado, y el Imponedor tambin es un buen caballo... Ahora, por qu sacudes las orejas? Escchame cuando te hablo, cretino! No te voy a ensear nada malo, tonto. Y ahora, adnde vas?Aqu le dio otro latigazo, observando: Ah, salvaje, maldito Bonaparte... Luego les grit a todos: Hala, queridos !dndoles ligeramente con el ltigo, no en concepto de castigo, sino para mostrarles que estaba contento de ellos. Despus de permitirse esta expansin, volvi a dirigir la palabra al tordo moteado:

  • Crees que no veo lo que ests haciendo? No! Has de conducirte ms honradamente si quieres que te respete. Las de la casa del propietario, donde hemos estado, son gentes buenas. A m siempre me gusta tratar con hombres buenos; un hombre bueno y yo siempre nos entendemos, siempre hacemos buenas migas. Lo mismo si bebemos el t como si tomamos una gota de vodka o comemos una galleta, siempre lo hago con gusto si es en compaa de un hombre bueno. Nuestro amo, por ejemplo, todo el mundo le respeta, porque ha servido a su zar, os?, es consejero colegiado...! Discurriendo de este modo, Selifan lleg al fin a las ms absurdas generalizaciones, al punto que, si Tchitchikof le hubiera escuchado, habra odo muchos detalles relacionados consigo mismo. Pero sus pensamientos se hallaban tan completamente absortos en su proyecto, que no volvi en s hasta que un formidable trueno le despert de sus meditaciones, haciendo que mirara a su alrededor. El cielo estaba completamente encapotado, y caan sobre el polvoriento camino algunas gotas de lluvia. Ponto retumb otro trueno, ms violento y ms cercano, y la lluvia empez a caer a cntaros. Descendiendo, al principio, oblicuamente, azotaba al calesn primero en un lado, despus en otro; cambiando de direccin, caa recta sobre la cubierta del coche y, por fin, daba a nuestro hroe en la cara. Esto hizo que corriese las cortinas de cuero, con sus dos miradores redondos que permitiesen ver el camino, y que gritase a Selifan fuese ms aprisa. Este, viendo interrumpido su soliloquio, y hacindose cargo de que realmente no deba perder un momento, sac de debajo del asiento una harapienta prenda gris, se la puso, empu las riendas, y grit a los caballos, que apenas se movan, por el agradable relajamiento que les haba producido las edificantes admoniciones del cochero. Pero ya Selifan no poda recordar si las encrucijadas que haban pasado eran dos o tres. Al reflexionar y recordar el camino que haba recorrido, supuso que serian varias. Como en los momentos crticos, un ruso decide siempre, sin cavilaciones, qu es lo que ha de hacer, Salifan gir por la derecha, siguiendo la primera encrucijada, y gritando Arre, amigos!, fustig los caballos, sin perder tiempo en considerar adnde les podra conducir el camino que seguan.

  • La lluvia prometa no cesar en muchas horas. El polvo que cubra la carretera pronto se convirti en lodo, haciendo por instantes ms difcil hacer avanzar el calesn. Tchitchikof empezaba a sentirse inquieto, cuando, pasado cierto tiempo, no vislumbraba la aldea de Sobakevitch. Segn sus clculos, deban haber llegado ya haca bastante tiempo. Miraba por ambos lados, pero tan densa era la obscuridad que no se vea a dos pasos. Selifan !grit por fin, asomando la cabeza por las cortinas. Qu hay, seor ?contest Selifan. Mira bien; no se ve una aldea por ah? No, seor, no se ve nada por ninguna parte! Dicho lo cual, y ondeando el ltigo, Selifan se ech a cantar, no precisamente una cancin, sino una tonada sin fin, en que entraban todas las voces que por toda Rusia se emplean para azuzar a las bestias. Todo entraba en su composicin, adjetivos de todas clases, sin distincin, conforme le brotaban de los labios, terminando por llamar a los caballos secretarios! Mientras tanto, Tchitchikof empezaba a notar que el calesn bailoteaba, imprimindole violentas sacudidas: esto hizo que se percatara de que haban abandonado la carretera y que estaban, segn pareca, traqueteando sobre un campo recientemente arado. Tambin Selifan pareca observar este hecho, pero no dijo nada. Oye, canalla! Por qu camino me ests llevando?grit Tchitchikof. No es culpa ma, seor, si est tan obscuro. No veo ni el ltigo de tan obscuro como est! Dicho lo cual, el calesn dio tan violenta sacudida, que Tchitchikof tuvo que agarrarse con ambos manos para no caer. Slo entonces, not que Selifan haba lanzado una cana al aire. Cuidado, cuidado, que me vas a volcar!grit el amo. No, seor. Cmo podra yo volcarle a usted!repuso Selifan.Eso no estara bien, me consta; yo no le volcara por nada del mundo. Empezaba a volverse muy suavemente el calesn; y segua volviendo y segua volviendo hasta que por fin lo volc. Tchitchikof cay, dando un chapuzn en el lodo. Selifan detuvo los caballos, aunque se habran detenido por s mismos, pues estaban extenuados. Este inesperado accidente acab de atontarle. Descendiendo

  • de su asiento, permaneci mirando el calesn con los brazos en jarras, mientras su amo chapoteaba en el lodo, pretendiendo librarse, y exclam: Por mi vida, que hemos volcado! Ests ms borracho que unas sopas !grit Tchitchikof. No, seor; cmo podra yo estar borracho? Yo s que no est bien beber. He charlado un rato con un amigo, pues creo que est permitido charlar con un hombre buenoen ello no hay mal ninguno,y hemos tomado unos sorbitos juntos, y tomar un sorbito no es cosa mala: se puede tomar un sorbito con un hombre bueno. Y qu te dije la ltima vez que te emborrachaste, eh? Lo has olvidado ?grit Tchitchikof. No, su excelencia. Cmo podra olvidarlo? Conozco mi deber. S que no est bien emborracharme. Todo lo que he hecho ha sido charlar un poco con un hombre muy bueno... Te atizar una paliza que te ensear a charlar con un hombre bueno! Eso ser como su excelencia deseacontest Selifan, pronto a acceder a todo,si ha de ser paliza, paliza ser; no tengo nada que decir en contra. Por qu no una paliza, si la tengo merecida? Para eso es su excelencia mi amo. Ha de haber palizas, pues los campesinos somos demasiado holgazanes; es preciso mantener el orden. Si se merecen, pues palizas, por qu no palizas? El amo no encontr qu oponer a este argumento. Pero entonces, pareca que el destino mismo se apiadara de ellos. Oyeron ladrar un perro en la lejana. Tchitchikof, contentsimo, mand a Selifan fustigar los caballos. El cochero ruso posee un olfato agudo que reemplaza los ojos; es por lo que va dando tumbos, con los ojos cerrados, y a alguna parte llega. Aunque Selifan no vea a dos pasos, gui el calesn directamente al pueblo; tanto era as, que no par hasta que los ejes chocaron contra una vala, lo que le impidi avanzar un paso ms. Lo nico que pudo Tchitchikof divisar a travs de la espesa cortina de lluvia, era algo que pareca un tejado. Mand a Selifan que buscase la puerta de la verja, operacin que habra ocupado mucho tiempo si no fuera que en Rusia los perros feroces hacen de porteros, y que stos anunciaran tan estrepitosamente el lugar que ocupaba,

  • que Selifan tuvo que taparse los odos. Apareci luz en una ventanita, y su nebuloso resplandor mostr a los viajeros la puerta. Selifan empez a llamar, y pronto apareci en el umbral una figura vistiendo camisa de mujer; oyeron c6mo preguntaba una voz femenina: Qu queris? Por qu armis tanto escndalo ?pregunt la voz ronca de una vieja. Somos viajeros, buena mujer; dnos albergue para la noche. Ah!, pcaro! Qu horas de venir aqu!contest la vieja. Este no es un hotel, sino la casa de una seora. Pero qu vamos a hacer, buena mujer? Vea usted, hemos perdido el camino. No podemos pasar la noche en la estepa con el tiempo que hace. S, no podemos; est muy obscuro, hace mal tiempoaadi Selifan. Cllate, idiota !repuso Tchitchikof. Pues quin es usted ?pregunt la vieja. Soy un noble, buena mujer. La palabra noble hizo reflexionar a la buena mujer. Espere un momento, que voy a hablar con mi amadijo, y volvi en dos minutos armada de una linterna. Las puertas de la verja se abrieron. Apareci luz en otra ventana. Entrando en el patio, el calesn se detuvo delante de una mansin de tamao corriente, cuya construccin era difcil distinguir en medio de la obscuridad. Slo una mitad apareci iluminada por la luz que despeda la ventana; se vea un charco delante de la casa, sobre el cual aquella luz se reflejaba. La lluvia caa ruidosa y acompasada sobre el tejado de lea, descendiendo en chorros al tonel. Mientras tanto, los perros ladraban en todos los tonos: uno, levantando la cabeza, ejecut unos aullidos tan prolongados y laboriosos como si ladrara a sueldo; el otro ladraba abipadamente, como una bocina, y entre estos dos ruidos se distingua un falsete heridor, que probablemente lanzaba un falderillo; rematndolo todo, son el ladrido, en bajo profundo, de un perrazo viejo, dotado de un natural canino peculiarmente vigoroso; estaba ronco como el bajo de un coro cuando el concierto vocal llega a su punto lgido: cuando los tenores se em-

  • pinan, en su intenso deseo de lanzar una nota alta, echando atrs las cabezas y mirando a lo alto, y cuando l solo, con la barba hundida en el cuello, se agacha y, casi cayendo al suelo, suelta una nota que hace vibrar y crujir los cristales de las ventanas. Slo por el coro canino compuesto de tales ejecutantes se poda inferir razonablemente que aquella casa era una residencia muy respetable; pera nuestro hroe, calado hasta los huesos y tiritando de fro, no pens en otra cosa ms que en la cama. El calesn aun no haba parado cuando Tchitchikof salt a las escaleras, dando traspis, y casi cayndose. Apareci entonces otra mujer, ms joven que la primera, pero muy parecida a ella. Le hizo entrar en la casa. Tchitchikof ech una ojeada al cuarto: las paredes estaban tapizadas con papel rayado, viejo; haba cuadros representando pjaros; entre las ventanas se vean espejitos anticuados, con marcos obscuros, en forma de hojas dobladas; detrs de cada espejo, se asomaba ya una carta, ya una baraja de naipes, o una media; un reloj, con flores pintadas en la esfera, colgaba de la pared; no pudo observar ms. Senta como si se le pegaran los prpados, como si alguien los hubiese embadurnado con miel. Un momento despus, el ama de la casa entr en el aposento una mujer de edad, con un gorro de dormir apresuradamente colocado en la cabeza, y con un cuello de franela ;era una de esas excelentes damas que, poseyendo una pequea hacienda, se quejan de las escasas cosechas, inclinando la cabeza hacia un lado; y que, no obstante, van amontonando poco a poco, en diferentes cajones de su cmoda, respetables cantidades de dinero. En un saquito guardan los rublos; en otro, los medios rublos; en el tercero, los cuartos de rublo; y, no obstante, parece que en los cajones no hay ms que ropa blanca y camisones de dormir y carretes de algodn y una pelliza, destinada a convertirse despus en traje, si los vicios se quemasen, friendo buuelos, pastelitos para las fiestas o frutas de sartn, o si se gastaran simplemente por el uso. Pero los trajes no se queman ni se gastan, pues la vieja es muy cuidadosa, y el destino quiere que la pelliza permanezca en el cajn durante largos aos, y que, andando el tiempo, la herede una sobrina, junto con todo gnero de trastos. Tchitchikof le present sus excusas por haberla molestado con su inesperada visita.

  • No importa, no importa!respondi la seora.Con qu tiempo le ha trado Dios! Qu tempestad de lluvia y viento!... No poda Ud. menos que extraviarse. Deba usted comer alguna cosa despus de su viaje; pero es de noche, no podemos guisar-le nada. Interrumpi sus palabras un extrao silbido, cosa que alarm a Tchitchikof: el sonido haca creer que el cuarto estaba lleno de serpientes, pero levantando los ojos hacia la pared, nuestro hroe se tranquiliz, pues observ que el reloj estaba a punto de dar la hora. Al silbido, sigui un estertor, y, por fin, con un esfuerzo desesperado, dio las dos, emitiendo un ruido como s se golpeara con un palo un jarro roto; despus de lo cual, el reloj volvi a su tic-tac tranquilo. Tchitchikof dio las gracias a la dama, dicindole que no quera comer nada, que no deba molestarse, que no peda ms que una cama, y que slo senta cierta curiosidad por saber en qu casa estaba, y si distaba mucho de la finca de Sobakevitch. A lo cual contest la vieja que jams haba odo nombrar a Sobakevitch, y que no haba por all propietario alguno que as se Llamase. Pero seguramente conoce usted a Manilofdijo Tchitchikof. Quin es Manilof? Un terrateniente, seora. No, nunca le he odo nombrar; no hay tal propietario por aqu. Quines son, pues, los propietarios de aqu? Pues Bobrof, Svinyin, Kanapatyef, Harpakn, Trepakin, Plyeshakof. Son gentes acomodadas? No, seor, no mucho. Uno posee veinte almas, otro treinta, pero no hay ninguno que posea cien. Tchitchikof se hizo cargo de que estaba en el ltimo rincn del mundo. Est muy lejos la capital? Estar a unos sesenta kilmetros. Qu lstima que no pueda ofrecer nada! No tomar usted una taza de t, seor? No, muchas gracias, seora; no deseo ms que acostarme. Despus de tan mal viaje, ya le har falta dormir, por cierto. Puede usted acostarse aqu, seor, sobre este sof. Eh, Fetinya, trae un colchn de plumas, unas almohadas y una sbana! Qu

  • tiempo nos ha mandado el Seor: qu truenos! He tenido una vela encendida ante el icono toda la noche. Oh, seor mo, si est usted embarrado de lodo como un cerdo! Cmo se ha ensuciado de esta manera? Y gracias a Dios, puedo sentirme feliz por no haberme roto las costillas. Maria Santsima, qu horror! Pero no debemos frotarle los hombros con algo? Gracias, gracias. No se moleste ms que para decir a su criada me seque la ropa y la cepille. Oyes, Fetinya?dijo la vieja, dirigindose a la mujer que haba aparecido en la escalera con la linterna, y que ahora, habiendo arrastrado hasta el cuarto un colchn de plumas, y habindolo ahuecado por todos lados, estaba esparciendo una verdadera lluvia de plumas por el aposento.Llvate la levita del caballero, junto con su ropa interior, y scalas delante del fuego, como lo hacas para el amo; y despus de secas, sacdelas y cepllalas bien. S, seorarespondi Fetinya, extendiendo una sbana sobre el colchn de plumas y colocando encima las almohadas. Bien; aqu tiene usted su camadijo la vieja.Buenas noches, seor; que duerma bien. Pero no desea usted nada? Quiz est usted acostumbrado, seor, a que le hagan cosquillas en los talones. Mi pobre marido no poda conciliar el sueo sin ello. Pero el huspede rechaz tambin las cosquillas en los talones. El ama de la casa se retir y Tchitchikof se apresur a desnudarse, entregando a Fetinya las prendas todas, tanto las interiores como las exteriores, y sta, desendole buenas noches, se fue, llevando sus mojadas galas. A solas ya, Tchitchikof observ con satisfaccin su cama, que casi tocaba el techo. Se echaba de ver que Fetinya era perita en el arte de ahuecar los colchones de plumas. Cuando, montando en una silla, alcanz la cama y se acost, el colchn se hundi bajo su peso hasta casi tocar el suelo, lanzando las plumas, que volaron por el aire. Apagando la buja, se tap con la manta de algodn, y acurrucndose debajo de ella, se durmi al instante. A la maana siguiente, se despert algo tarde. El sol le daba en la cara, y las moscas, que la noche anterior dorman tranquilamente en las paredes y en el techo, tenan todas que ver con l: una se posaba sobre el labio, otra sobre la

  • oreja, y una tercera procuraba asentarse en el prpado; la otra, que haba cometido la indiscrecin de colocarse cerca de