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HISTORIA ANTIGUA II (GRUPO B). CURSO 2014-2015. UNIVERSIDAD DE VALLADOLID. DOSSIER DE TRABAJO

Historia Antigua II

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Conjunto de mapas y textos para el mejor conocimiento de la época romana en la historia universal y en Hispania. Los textos son ediciones de fuentes primarias.

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HISTORIA ANTIGUA II (GRUPO B). CURSO 2014-2015. UNIVERSIDAD DE VALLADOLID.

DOSSIER DE TRABAJO

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Textos para la época monárquica.

1.- Cuando Numa se decidió por fin, ofreció un sacrificio a los dioses y avanzó en dirección a Roma. El senado y el pueblo, en un extraordinario gesto de amor, salieron a su encuentro; las mujeres se hacían notar por sus exclamaciones; se sacrificaba ante los templos; la alegría estallaba por todas partes, como si la ciudad acogiera, no a un rey, sino a un reino. Cuando llegaron a la plaza pública, el que detentaba entonces el interregno, Spurius Vettius, convocó a los ciudadanos en asamblea y Numa fue elegido por unanimidad, y, como se le acercaran las insignias reales, Numa dio la orden de que se interrumpiera la ceremonia y dijo que era necesario, en principio, que los dioses sancionaran su poder. Tomó, pues, consigo adivinos y sacerdotes y subió al Capitolio, al que los romanos de esta época llamaban Roca Tarpeya. Allí el jefe de los adivinos le hizo girar hacia el Sur, después de haberle cubierto con un velo, situándose el mismo detrás de Numa con la mano derecha extendida sobre su cabeza, orando y observando por todas partes si aparecían señales y presagios enviados por los dioses. Un silencio increíble por parte de una muchedumbre tan grande reinaba en la plaza pública y todos alargaban la cabeza con ansiedad y con esperanza por lo que iba a suceder, hasta el momento en que aparecieron a la derecha unos pájaros de buen augurio. Entonces Numa se vistió con la vestidura real y descendió de la altura hacia la muchedumbre; de todas partes estallaron aclamaciones, todos tendían hacia él su mano derecha como si estrecharan al hombre más piadoso y amado de los dioses.

Plutarco, Vida de Numa, VII, 1-7

2.- Entonces, tomando el censo como base, estableció las clases y centurias, disposición que conviene tanto a la paz como a la guerra. Con todos los que tenían un censo de 100.000 ases o más formó 80 centurias: 40 con los más ancianos y 40 con los más jóvenes; todas ellas tomaron en conjunto el nombre de primera clase. Los más ancianos estaban encargados de la defensa de la ciudad, los más jóvenes de la dirección de las guerras exteriores. Recibieron como armas defensivas un casco, un escudo redondo, grebas y una coraza –todas estas armas eran de bronce-, y como armas ofensivas una lanza y una espada. Añadió a esta clase dos centurias de obreros que hacían el servicio sin armas; les encargó ocuparse del manejo de las máquinas en tiempo de guerra. Formó la segunda clase con los que poseían un censo comprendido entre los 100.000 y 75.000 ases; esta clase constó de 20 centurias, tanto de los más ancianos como de los más jóvenes. Tuvieron como armas el escudo alargado en lugar del redondo y todas las demás, a excepción de la coraza. Fijó el censo de la tercera clase en 50.000 ases, el número de centurias fue el mismo, así como la repartición por edades. No hubo ningún cambio el armamento, salvo que no tenían grebas. El censo de la cuarta clase fue de 25.000 ases; el número de centurias era el mismo; pero el armamento difería: no tenían otras armas que una lanza y un venablo. La quinta clase, más numerosa, formó 30 centurias; estaban armadas de hondas y proyectiles de piedra. Entre éstos se introdujo a los tañedores de cuerno y de trompeta, que fueron repartidos entre dos centurias. El censo de esta clase era de 11.000 ases. De todo el resto del pueblo, que tenían un censo inferior, hizo una centuria única, exenta del servicio militar. […]En efecto, mientras que los demás reyes habían conservado las costumbres establecidas por Rómulo, él no concedió a todos, indistintamente, un voto igual en fuerza y derecho. Estableció grados tales que, aunque nadie parecía excluido del derecho de voto, todo el poder recaía en los primeros de la ciudad. Los caballeros eran llamados a votar

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los primeros y posteriormente las 80 centurias de la primera clase; cuando había desacuerdo entre ellos, lo que se producía en raras ocasiones, se llamaba al voto a la segunda clase; casi nunca se bajaba más abajo, de modo que no se llegaba jamás a la clase más baja.

Tito Livio, Ab Urbe Condita, I, 42, 5-43

Textos para la época republicana.

3.- Elegidos tribunos de la plebe C. Licinio y L. Sextio, presentaron proyectos de leyes dirigidos, todos ellos, contra el poder de los patricios y en favor de los intereses de la plebe; uno era sobre las deudas: después de deducir del capital todos los intereses pagados hasta entonces, se pagaría el sueldo en tres años por partes iguales. Otros ería sobre la extensión de las propiedades: nadie podía poseer más de 500 iugera (125 Ha.). Un tercero preveía que no se celebrarían comicios para la elección de tribunos militares con poderes consulares, sino únicamente para la elección de cónsules; uno de ellos debería ser elegido en la plebe. Todas eran proposiciones exageradas, que no podían pasar sin grandes luchas. Espantados por este peligro, que amenazaba de un solo golpe a todos los bienes de los que los hombres poseen un deseo inmoderado, tierras, dinero, honores, los patricios se enzarzaron en discusiones, tanto públicas como privadas. No encontraron otro remedio que el recurso a la intercesión, que ya se había utilizado antes en numerosos conflictos políticos.

Tito Livio, Ab Urbe Condita, VI, 35, 4-7

4.- Después de esto sólo nos queda examinar y considerar a cuál de los dos pueblos hay que atribuir la causa de la guerra de Aníbal. Hemos expuesto lo que se decía por parte de los cartagineses; ahora diremos lo que los romanos alegaban. […] En primer lugar, que el tratado concluido con Asdrúbal no debía darse por inválido, como se atrevían a decir los cartagineses, pues en él no constaba, como en el de Lutacio, que este tratado tendría valor si el pueblo romano lo ratificaba, sino que Asdrúbal con autoridad plena concluyó el tratado, en el que se estipulaba que los cartagineses no llevarían la guerra más allá del Ebro. Y en el tratado que se hizo sobre Sicilia figuraba escrito, como ellos reconocen, que aquella seguridad se extendería a los aliados de los pueblos, no solo a los aliados de entonces, como interpretan los cartagineses, pues entonces se hubiera añadido o que no se aceptarían más aliados que los que entonces se tenían o que, de aceptarse, no serían comprendidos en el tratado. Pero, no habiéndose escrito ninguna de las dos cosas, era evidente que la seguridad mutua debía comprender a todos los aliados, tanto a los antiguos como a los que se recibieran en adelante. Esto parece de todo punto razonable; pues no habrían aceptado al conclusión de un tratado por el que perdían la facultad de aceptar los amigos y aliados, que, según las circunstancias, les pareciesen convenientes y les obligaba a aceptar las injurias que otros infiriesen a los que habían tomado bajo su amparo.

Polibio, Historias, III, 28, 5

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Textos para Hispania.

5.- El más culto de los pueblos vecinos (de los Celtíberos) es el de los Vacceos. Cada año se reparten los campos para cultivarlos y dan a cada uno una parte de los frutos obtenidos en común. A los labradores que contravienen la regla se les aplica la pena de muerte.

Diodoro de Sicilia, Bibliotheca Historica, V, 34

6.- Se han visto y se han dicho muchas cosas acerca de todos los pueblos ibéricos en general y en particular de los septentrionales y no solo sobre su bravura, sino también sobre su dureza y su rabia bestial. Se cuenta, por ejemplo que en las guerras de los cántabros, las madres mataron a sus hijos antes de permitir que cayeran en manos de sus enemigos. […] [Las mujeres] Estas cultivan la tierra; apenas han dado a luz, ceden el lecho a sus maridos y los cuidan. Con frecuencia paren en plena labor y lavan al recién nacido inclinándose sobre la corriente de un arroyo, envolviéndolo luego.

Estrabón, Geografía, III, 4, 17