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Historia Crítica No. 7

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://historiacritica.uniandes.edu.co/

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CONTENIDO

PRESENTACIÓN HUGO FAZIO

FORO:" PROBLEMAS Y ALTERNATIVAS PARA LA PAZ EN COLOMBIA"

JUAN G. TOKATLIAN CARMELO GARCÍA

FABIO LÓPEZ FLORENTINO MORENO

ALEJANDRO REYES ALEJO VARGAS

DANIEL GARCÍA PEÑA

PAZ Y VIOLENCIA, LAS LECCIONES DEL TOLIMA GONZALO SÁNCHEZ

DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES AL MOVIMIENTO POPULAR LEOPOLDO MUÑERA

COMUNICACIÓN Y POLÍTICA EN AMERICA LATINA

GUILLERMO SUNKEL, CARLOS CATALÁN

LAS COMUNIDADES ECLESIÁSTICAS DE BASE EN LA FORMACIÓN DEL PARTIDO DOS TRABALHADORES

ANA MARÍA BIDEGAIN

RESEÑAS CHARLES BERGQUIST ALVARO DELGADO

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PRESENTACIÓN

No es fácil para nosotros tener que pedir nuevamente disculpas por la irregularidad con que está apareciendo Historia Crítica. Este número debió haber sido publicado en el segundo semestre del año pasado. Motivos de fuerza mayor, totalmente ajenos a nuestra voluntad, nos impidieron publicarlo oportunamente. No obstante los problemas a que nos hemos enfrentado, redoblaremos los esfuerzos para devolverle la regularidad que en sus inicios caracterizó a Historia Crítica. Aprovecha-mos la oportunidad de agradecer a Ruth Estella Martínez G. su inmensa colaboración en la edición de la revista durante los dos últimos años.

Este número recoge, en la primera parte, las ponencias presentadas por destacados especialistas nacionales y extranjeros en un Foro realizado los días 27, 28, 29 y 30 de julio de 1992 por Historia Crítica, el Departa-mento de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes y el Senado de la República sobre el tema "Problemas y Alternativas para la Paz en Colombia". A pesar del tiempo transcurrido, el tema y las ideas ahí presentadas conservan una plena vigencia y esperamos contribuyan a encontrar vías de solución a los problemas de violencia que vive nuestro país.

Siguiendo con la tradición de Historia Crítica, en la segunda sección hemos incluido artículos que versan sobre diversos problemas de la realidad nacional y latinoamerica. La importancia que reviste cada uno de ellos es que desde diversas perspectivas se problematizan aspectos de nuestra realidad presente y contribuyen a abrir nuevos horizontes para una mejor comprensión del mundo en que vivimos. Esperamos que sean de pleno agrado y seguimos como siempre dispuestos a recibir sus comenta-rios y sugerencias.

HUGO FAZIO V.

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LOS DIÁLOGOS GOBIERNO-GUERRILLA EN COLOMBIA Y LAS EXPERIENCIAS

INTERNACIONALES: ¿NEGOCIANDO LA PAZ O PERPETUANDO LA GUERRA?

Juan Gabriel Tokatlián Director, Centro de Estudios Internacionales, Universidad de los Andes

sta presentación busca introducir algunas refle-xiones en torno a elementos de diversas nego-

ciaciones internacionales y de acuerdos de pacifica-ción que pueden resultar útiles al evaluar los diálogos internos entre el gobierno de Colombia y la denominada Coordinadora Nacional Guerrillera. Quiero, antes de comenzar con los puntos concretos de análisis e ilustración, efectuar tres aclaraciones: dos de ellas formales y una más sustantiva. Cada una de éstas descansa en un supuesto.

La primera aclaración genérica es que se hará referencia a variables y factores de transacciones y compromisos que han tenido consecuencias y resul-tados relativamente positivos. Existen varios ejem-plos de negociaciones entre estados y entre gobier-nos y actores no gubernamentales que pueden arrojar cierta luz y algún optimismo en cuanto a las opciones potenciales a favor de la resolución no violenta de conflictos profundos. El supuesto que guía esta aserción es que Colombia no constituye un caso absolutamente atípico, distinto y excepcional y que, por lo tanto, es posible aprender -aunque algunos no lo crean-, de otros procesos mundiales, cercanos y lejanos psicológica y geográficamente.

La segunda aclaración global es que se tomarán en consideración y a modo comparativo negociacio-nes del tipo de suma variable y no del modelo de suma cero. Es decir, no habrá énfasis en aquellas experiencias donde uno gana todo y el otro pierde

todo, sino en las que no hay ni vencedores netos ni vencidos absolutos y donde todos ganan y pierden algo, sin deshonor y con realismo. El supuesto que subyace a esta afirmación es que Colombia puede alcanzar la pacificación interna porque no está ni histórica, ni cultural, ni políticamente condicionada a vivir bajo violencia de manera inexorable.

La tercera aclaración -más conceptual y quizá más significativa- es que la negociación se aborda aquí como un proceso que sirve principalmente para tramitar conflictos y que tiene como propósito máximo y óptimo lograr la paz. Por lo tanto, la negociación no es un mecanismo para establecer un orden perdurable, no garantiza una estabilidad con-cluyente y no cristaliza un consenso eterno. La negociación, en términos sintéticos, coadyuva a re-gular, canalizar e institucionalizar en forma no cruenta los conflictos naturales que vive una socie-dad. El supuesto que permea esta aseveración es que el cálculo instrumental y la razón altruista puede combinarse para vencer la lógica de la guerra y alcanzar la esperanza de la paz1. Entrelazar y aco-plar macromotivaciones -un motivo general egoís-ta- y micromotivaciones -un motivo concreto no egoísta- evita la reproducción de un círculo repeti-tivo de sospecha, recelo y escalamiento violento2. Para una estrategia sincera, sensible y sensata en pro de la negociación conviene recordar que es agluti-nante"; como indica Rubio Carracedo merece tener-

1 Acerca de las posibilidades de combinación del cálculo instrumental y la razón altruista para la lograr la cooperación que conduzca a resolver un conflicto o dilema ver, entre otros, Howard Margolis, Selfishness, Altruism, and Rationality. Cambridge: Cambridge University Press, 1982.

2 Sobre la distinción entre macromotivaciones y micromotivaciones ver, en particular Bernard Williams, "Formal Estructures and Social Reality" en Diego Gambetta (comp.), Trust.Making andBreaking Cooperative Relations. Oxford: Basil Blackwell. 1988.

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se en cuenta "como Maquiavelo y Hobbes están presentes, pese a las críticas, en Rousseau y en Kant"3.

. Dicho lo anterior, parece pertinente explicitar los argumentos respecto a casos internaciones de negociación y su probables valor para Colombia.

Primero, resulta fundamental reconocer al otro si es que se busca generar y concluir un proceso de negociación exitoso. Ese reconocimiento implica aceptar la existencia y la razón de ser del otro, por parte de los dos adversarios. El contrincante, el opositor o el enemigo -como se lo quiera identificar- es un sujeto de diálogo para un potencial acuerdo y no un objeto de manipulación para una imposible transacción. Aquel reconocimiento contribuye a humanizar al otro; lo que no significa compartir su ideología, reivindicar sus creencias, asumir sus va-lores y convalidar sus mecanismos de acción. Las diferencias reales y/o construidas entre dos partes pueden ser genuinamente enormes, sin embargo ello no impide la búsqueda de salidas negociadas a los conflictos. Como bien señalan Fisher y Brown, si se pretende una solución real a una disputa aguda, resulta necesario aceptar a aquello cuyas conductas, en un inicio, nos parecen inaceptables4. En breve, es posible y viable negociar hasta con los más violentos e indeseables. El actual ejemplo de Kampuchea es una demostración de que se puede reconocer al otro: a pesar de la brutalidad del régimen de Pol Pot que a finales de la década de los setenta ejecutó a más de un millón y medio de camboyanos, a la hora de las negociaciones no era oportuno ni factible desconocer su existencia pues ello llevaba al fracaso anticipado de los esfuerzos de pacificación en ese país

Segundo, las negociaciones fructíferas se han basado -implícita o explícitamente- en la aceptación de múltiples, aunque no necesariamente idénticas, crisis de legitimidad. En realidad lo que se discute y acuerda es, por lo general, construir una nueva legitimidad ampliada a partir de la existencia de una problemática crítica real. Hoy está en claro cuestionamiento la difícil y elusiva legitimidad de la lucha armada para la obtención del poder político.

Ahora, bien, como dijera Bobbio, "la prueba del fuego del Estado democrático es no dejarse envolver en un estado de guerra con ninguno de sus ciudadanos"5. Cuando ello ocurre, hay una señal nítida de grieta en la legitimación estatal. Al fracasar las reiteradas "ruedas de diálogos francos" entre las contrapartes, se multiplican las manifestaciones de violencia de lado y lado. Con esto no sólo un movi-miento insurgente pierde credibilidad, respaldo y proyección, sino también un gobierno. Creer que repetir una pauta frustrante de conversaciones ma-logradas, coloca a un estado o a una guerrilla en una situación de ventaja estratégica, es -por decir lo menos- iluso y exagerado. Recien cuando las dos partes en El Salvador aceptaron la manifestación de una erosión de legitimidad mutua (aunque no seme-jante), se pudo avanzar en forma positiva hacia una salida negociada.

Tercero, las negociaciones con resultados alen-tadores han sido aquellas en las que se dirimieron y resolvieron intereses encontrados y no posiciones principistas6. Si se discuten intereses concretos hay espacio para la flexibilidad y el acercamiento. Las posiciones férreas e intransigentes llevan a la rigidez y la intolerancia. Bien podría explicarse el fracaso hasta ahora de las conversaciones entre irradies y palestinos porque las posturas fundamentales de los actores son sustentadas por principios severos y no por intereses adaptables. De la misma manera, es posibles explicar y entender la partida soviética de Afganistán y la norteamericana de Vietnam si se aprecia que lo que estaba en juego allí -en ambos casos- eran intereses y lo que se negoció, en últimas, fue cómo asegurar más y manejar mejor dichos intereses y no posiciones a ultranza.

Cuarto, las negociaciones positivas han sido las que

han eludido estratagemas de tipo reactivo-defensivo; es decir, las que tratan de arriesgar lo menos posible e innovar lo mínimo necesario. Cuando se ha ampliado el espectro de alternativas se ha podido crear opciones nuevas y ha surgido la posibilidad del diálogo, la transacción y la resolución de problemas. Como se ha señalado con acierto, el empleo preferencial e individual "de estrategias conserva

3 José Rubio Carracedo, Paradigmas de la política. Barcelona: Editorial Anthropos, 1990, p. 55. 4 Roger Fisher y Scott Brown, "How Can We Accepted Those Whose Conduct is Unacceptable? en Negotiation Journal, vol 4 No.2 Abril 1988. 5 Norberto Bobbio, Las ideologías y el poder en crisis. Barcelona: Editorial Ariel. 1988, p. 83. 6 En torno a las dificultades para negociar posiciones y acerca de las ventajas de una negociación de intereses ver, en especial, Roger Fisher

y William Ury, Si... de acuerdo! como negociar sin ceder. Bogotá: Editorial Norma, 1985.

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doras produce resultados colectivos indeseables"7. Durante varios años, por ejemplo se produjeron diálogos entre Panamá y Estados Unidos en relación al Canal de Panamá que no condujeron a mucho porque Washington no modificaba su postura de-fensiva y rigurosa. Sin embargo, cuando la negocia-ción durante la administración del presidente Jimmy Cárter, alcanzó mayor creatividad y se asumieron perspectivas más audaces, se encontró una salida favorable a los intereses panameños y norteameri-canos en juego8.

Quinto, la comunicación y la transparencia son elementos cruciales en los procesos de negociación exitosos. Ello, no solamente porque los actores en conflicto necesitan desplegar con nitidez sus crite-rios e intenciones, sino porque la sociedad -que es la que en últimas avala y sella una solución nego-ciada- aprueba con más intensidad y certidumbre un acuerdo construido de manera abierta, seria y franca. Las transacciones por detrás o a espaldas de la ciudadanía no son duraderas a largo plazo. El ejemplo de la paz alcanzada entre finales de los sesenta y comienzos de los setenta en Venezuela, eliminando la violencia política y abriendo y garan-tizando espacios de acción e inserción a movimien-tos de izquierda, merece atención. La comunica-ción, asimismo, se incrementa y mejora con una modificación del lenguaje mismo. En ese sentido, el cambio de "entrega de armamentos" a "dejación de armas" contemplado en las conversaciones en el país con el M-19 no fue cosmético. Un discurso distinto permitió eliminar barreras al diálogo, esti-muló compromisos y alentó una verificación de lo firmado, sin menoscabo de las tesis centrales de ambas contrapartes.

Sexto, las negociaciones fecundas han sido las que han combinado mecanismos de reciprocidad y gestos de conciliación, de lado y lado. Las actitudes unilaterales grandilocuentes pero con con poca cre-dibilidad no resuelven nada. Como bien dijo Bertolt Brecht en 1952: "La guerra solo puede ser evitada

si ambos eventuales adversarios la rechazan. No mediante el hecho de que por lo menos uno de ellos sea lo más pacífico posible"9. Los agentes envueltos en un diálogo deben asumirse como "solucionado- res" de problemas. Las salidas políticas han surgido, entonces, cuando se ha entendido que el enemigo mayor es el conflicto violento mismo y no el opo nente en la mesa de conversaciones. De allí que resulte importante insistir, como lo indica Dror, "tn un tipo de pensamiento no convencional y aún con tra-convencional"10. Originalidad propcsiti va junto a diferentes tácticas de regateo se utilizaron positi vamente en el caso de la negociación de la inde pendencia de Zimbabwe11.

Séptimo, las negociaciones han exigido siempre bastante paciencia y mucha imaginación. Los diá-logos, compromisos y acuerdos consumen tiempo, demanda esfuerzo, requieren sacrificio y necesitan perseverancia. Un negociador es, a la vez. un estra-tega que busca superar un conflicto y un tejedor de delicadas redes de pacificación. Es obvio que siem-pre han existido recalcitrantes a uno y otro extremo de las dos contrapartes que participan en un proceso de transacción. La mejor manera de reducir a los tercos y obstinados que prefieren el plomo a la palabra es mediante la persuasión por parte de líderes negociadores responsables. Alvaro de Soto, representante del Secretario General de la O.N.U, en el caso salvadoreño, y Sol Linowitz, en el caso de las conversaciones del Canal de Panamá entre Estados Unidos y Panamá, han sido personajes fun-damentales pues ambos se convirtieron, de hecho, en una suerte de "coalicionadores" por la negocia-ción y la paz. Ellos fueron instrumentales a los fines de lograr acuerdos equilibrados y pacíficos con respaldo ciudadano.

Octavo, las negociaciones positivas han conte-nido fases y etapas nítidas y muy explícitas. El desarrollo de una negociación no ha sido visto ni transmitido (a través de los medios de comunica-ción, factor importante a favor de salidas pacíficas

7 Ángel Flisfisch, "Hacia un realismo político distinto", en Varios Autores, ¿Qué es el realismo en política?. Buenos Aires: Catálogos Editora, 1987, p. 30. 8 Sobre las negociaciones entre el Canal de Panamá y EE.UU. y en particular acerca de la dinámica del diálogo y acuerdo generado bajo los

gobiernos de Jimmy Carter y Omar Torrijos, ver William Jordán, Panamá Odyssey. Austin: University of Texas Press, 1984 y Sol M. Linowitz, The Making of a Public Man. Boston: Little, Brown and Co., 1985.

9 Bertolt Brecht, Escritos Políticos. Caracas: Editorial Tiempo Nuevo, 1970, p. 206.

10 Yehezkel Dror, "Veintiuna reglas para negociadores políticos", en Yehezkel Dror, Enfrentando el futuro. México: Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 208.

11 Sobre las negociaciones en Zimbabwe ver, entre otros, Alex Callinicos, Southern África afterZimbabwe. Londres: Pluto Press, 1981 y David Martin y Phillis Johnson, The Struggle for Zimbabwe._ Londres: Faber & Faber, 1981.

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o bélicas) como un proceso unívoco, lineal, sencillo y mecánico. La paz luego de enormes tragedias individuales y colectivas no aterriza en paracaídas de manera inesperada. Se construye mediante dis-positivos de desagregación, de separación, de re-agrupación de opciones. Las alternativas con éxito han sido aquellas en las que la formula de negocia-ción es muy genérica pero concreta y los detalles de la negociación son altamente complejos pero con cierta ambigüedad12.

Noveno, las negociaciones fructíferas se han basado en la generación de confianza mutua entre las partes. Los múltiples ejemplos alentadores en África, en Asia y en América Latina apuntan en esta dirección. La ausencia de una elemental confianza recíproca incentiva una situación de fragilidad, es-cepticismo y frustración. Inyecciones adicionales de desconfianza conducen a exacerbar las manifesta-ciones de violencia pues el único modo de hacerle frente a la carencia de confiabilidad es mediante el uso de la fuerza. El corolario es que se repite lo que se conoce y se busca asegurar el poder negativo que se posee a través de la opción militar. No importa que de esta premisa "racional" de cada contraparte resulte la ruina colectiva. Siguiendo a Arendt, "la práctica de la violencia, como toda acción, cambia el mundo, pero la transformación más probable es hacia un mundo más violento"13.

Décimo y último, las negociaciones satisfacto-rias han sido las que han mezclado firmeza y flexi-bilidad. En la mesa de conversaciones se requiere simetría porque es mejor tener delante un buen contrincante que un mediocre opositor y es más positivo tener en frente alguien que sabe lo que

quiere y no alguien inconsistente. En esa dirección, es atractivo y eficaz alcanzar una equidad de condi ciones de negociación; lo que no es idéntico a igual dad de atributos de poder. Es bueno recordar que la negociación no es un mecanismo para ganar, perder o salir empatado; es una vía para encontrar una salida sensata, operativa y verificable a una crisis, a un conflicto, o a una disputa.

Termino con una muy breve reflexión sobre el caso colombiano. Más temprano que tarde, segura-mente volverán a la mesa de conversaciones gobier-no y coordinadora guerrillera. En ese sentido, más que insistir acerca de la "excepcionalidad" del caso colombiano -lo cual no deja de ser un signo de parroquialismo inmovilizante- sería provechoso explorar nuevas y diferentes alternativas, tomando en consideración ejemplos internacionales con re-sultados alentadores. La paz siempre ha sido, en otros países, más barata que la guerra14. En Colom-bia, el gobierno y la guerrilla parecen coincidir en su afán por demostrar que la pacificación es alta-mente gravosa. Por ello, la sociedad necesita escla-recer si ambos contendores ya han asumido una decisión estratégica por la paz o si aún se mueven guiados por una determinación táctica en el horizonte de la guerra. Si ello no es identificable o traslúcido, es mejor no crear falsas nuevas expectativas en torno a un diálogo de beligerantes sordos revisitado. Quizá, en el caso colombiano, la formulación de Clausewitz acerca de la guerra como una continua-ción de la política por otros medios ha sido reem-plazada: parece ser que aquí la guerra se ha convert-ido en un fin para los que carecen de política. O

12 Sobre este aspecto de las negociaciones exitosas ver, en especial, I. William Zartman y Maureen R. Berman, The Practical Negotiator. New Haven: Yale University Press, 1982.

13 Hannah Arendt, "On Violence", en Hannah Arendt, Crises of the Republic. New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1972, p. 177 14 Ver, al respecto, Juan Gabriel Tokatlian, "Gobierno-guerrilla: ¿Diálogo?", El Tiempo, 23 de agosto de 1992, p. 3B

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LECCIONES HISTÓRICAS APRENDIDAS DE LOS

PROCESOS DE NEGOCIACIÓN PARA LA PAZ

EN ALGUNOS PAÍSES DEL MUNDO

Carmelo García, IEPALA (España)

uiero comenzar mi intervención, saludando cordialmente a la dirección de la Revista "His-

toria Crítica" y a los componentes del Departamento de Historia de esta distinguida Universidad de los Andes, que han tenido a bien invitarme a participar en este Foro por la Paz en Colombia.

Mi primera palabra, pues, es de agradecimiento por darme la oportunidad de estar entre ustedes. Me siento, gracias a sus ofrecimientos, como en mi casa. Estoy esperanzado porque esta forma de hacer y ser acogido por una universidad, podría convertirse en un modo de cooperación para el futuro: establecer vínculos reales de intercambio para el estudio con-junto de problemas que nos acucien.

En segundo lugar, quiero decir que, desde hace años, por vocación y profesión, he tenido que ser un atento seguidor de los procesos de conversaciones, diálogo y negociaciones para la pacificación de/en distintos países que han estado sometidos a conflic tos violentos y armados en el mundo. Por tanto, también he tenido que seguir el largo y complejo proceso/conflicto de Colombia, ante el que perma necemos aún perplejos, pues desde hace treinta años venimos intentando dar alcance al "caso colombia no", y, a pesar del tiempo y el trabajo dedicado, hemos de reconocer que continuamos sin entender qué sucede en esta tierra y con este abigarrado pueblo que vive y muere -a veces tan absurdamen te-aquí.

Mi primera visita a Colombia se remonta a los primeros años de IEPALA, cuando desde Montevi-deo soñábamos en la integración latinoamericana y en la posibilidad creciente del desarrollo de nuestros pueblos. Hemos tenido que pasar tres largas décadas de sufrir miles de embates y frustraciones, para aprender que, además de nuestros vicios, de nuestra

implacable herencia esquizoide y contrahecha, de las infinitas inercias que arrastramos desde hace más de 500 años..., el factor externo, ajeno, hostil y a mil leguas extraño a lo nuestro era quien man-daba, coordinaba, determinaba, impedía, imponía, dominaba todo sobre nuestras vidas haciéndolas casi imposibles. Tres décadas que se suman al duro aprendizaje de una historia que, hacia adelante, pa-rece no tener salida; cuyo futuro, si es que lo hay, amenaza con ser un hastiado presente, aburridamen-te repetido, por padres e hijos de generación en generación sobresaltada, de vez en cuando, por el histrionismo triste e irónico de un vulgar bandido que, en el centro del espectáculo, se escapa de su jaula de oro, se ríe del Estado y la Nación (entre otras razones profundas porque son tan débiles que ape-nas existen o son meras sombras) y logra que sus intereses coincidan, objetivamente, con los de los enemigos de las inmensas mayorías que viven y, sobre todo, mueren en este lindo país.

Colombia, sigue siendo un país fascinante y lleno de sorpresas que han intentado contar y cantar sus narradores y poetas; también es el pueblo carga-do de belleza y sueño de infinito que, algún día, se hará verdad; por eso creemos que ha llegado el momento, que las mayorías populares deben ali-mentarse de paz y mirar su entorno sin miedos; después de tanto tiempo de injusticia estructural, violencia y muerte, esa sería la gran sorpresa; para la que se requiere no sólo imaginación y fantasía sino visión de futuro y la grandeza de espíritu -flo-res que sólo nacen cuando la inteligencia y la liber-tad han vencido a los mediocres y sus cretinas mezquindades-.

1. ¿Atrevernos a hablar de la Paz? Quiero ir centrando el tema con la presentación

de algunas razones que justifican mi atrevimiento

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para hablar de la paz; o lo que es parecido, de las negociaciones posibles y sus condiciones para conseguir la paz que se necesita.

Y esa es la primera razón fuerte: la paz es necesaria o no es posible. Y ha de ser necesaria por todos cuantos están implicados en el conflicto al menos directamente.

La segunda, en relación directa con la premisa anterior es que la paz es imprescindible para construir cualquier democracia fundamentada en la defensa y respeto de los Derechos Humanos y de los Pueblos. (Casi por principio esta razón no necesita de mayor prueba, pues así es formulado por los representantes y teorizadores de las poderosas democracias y por los proclamadores de los Derechos Humanos). De cualquier manera, antes de terminar mi reflexión volveré sobre esta razón, aunque sea en forma de corolario.

La tercera, es que el punto de partida no es el conocimiento de que sea la paz, sino la experiencia de su negociación o lo que es lo mismo, partimos de la no-paz, pero sin saber qué es la paz, que perseguimos; como tampoco sabemos del todo qué es la democracia y los derechos humanos y de los pueblos; pero no tenemos una idea clara de esos absolutos de paz, democracia, derechos humanos, justicia, libertad, igualdades... que podrían ser aplicados a esta situación o a otras.

Por último me gustaría añadirles que, de los casos que yo les voy a hablar, en los cuales ha habido negociación, tampoco la paz ha terminado siendo una realidad tan triunfante o satisfactoria como se esperaba, hubo momentos brillantes y eufóricos en esos procesos de negociación pero, luego, la materialización de la paz se hizo más compleja y hasta ramplona. Dicho en otro tono: no vayamos, ni aún en nuestra reflexión, tras un mito sino hacia una realidad difícil, que no es ningún final del trayecto, sino el mínimo básico para seguir construyendo un proyecto humano mejor que su negociación; absolutamente mejor, es cierto, pero ningún paraíso.

2. La negociación es inevitable. Parece que con un título de este tono se dan

por solucionadas muchas preguntas previas y por descalificadas las posturas que se niegan, en

virtud -o vicio- de no se sabe qué intereses y lógicas precedidas de rigurosos análisis, a considerar la posibilidad de abrir conversaciones para, dialogando, llegar a negociar. En la viejas "doctrinas" sobre los conflictos solía afirmarse que cuando se utiliza el "último recurso", antes de lanzarlo, es necesario tener previstas las "salidas" al mismo; precisamente la estrategia de esa etapa superior de la lucha se construía planificando la acción conforme esas posibles salidas. Cuando esas previsiones no están estrategiza-das, los conflictos son callejones sin salida y se enquistan o se pierden; difícilmente se "superan".

Pero recurramos a la 'historia': para situarnos correctamente y con el fin de aprovechar el tiempo, necesitamos seleccionar algunos de esos procesos, con la inevitable exclusión de otros que fueron y son muy valiosos -al menos para sus pueblos y para el aprendizaje de los estudiosos-, pero que no pode-mos referir aquí.

Parece claro que debemos fijar nuestra atención en los casos más cercanos, geográfica, cultural y también políticamente, de Nuestra América; y para ello hemos de acortar el tiempo, poner una fecha, no caprichosa, que nos ayude a situar los procesos políticos que se han venido dando entre la guerra y la paz. Esa fecha, sin duda cuestionable, es, sin olvidar toda una etapa anterior, el 19 de julio 1979: toma del poder, con el triunfo por las armas, de la revolución sandinista, en Nicaragua.

En la etapa anterior al 19 de julio, también hubo negociaciones y procesos de pacificación; se obtu-vieron aministicios, treguas, altos al fuego, paces... se dieron contactos, diálogos, conversaciones; y... el balance de lecciones aprendidas nos dice que cada proceso, aún siendo deudor "políticamente" de los anteriores y de los métodos utilizados y de los resultados obtenidos -sobre todo si fueron triunfan-te para alguna de las partes-, sin embargo, hubo que reinventarlo de nuevo; pues ninguno de los logros sirvió del todo como modelo para el siguiente; por lo que siempre hubo que tener en cuenta el conjunto o "sistema" de "condiciones materiales y sociales, objetivas y subjetivas" de cada una de las situacio-nes, para construir, negociando, la paz difícil y siempre nueva. Otra lección constante: en todos hubo que ceder y acordar por todas las partes, para hacer concreta la necesidad de paz. A partir de 1979, o mejor a partir de lo que significó para América Latina, para el mundo de la 'solidaridad internacional' y, sobre todo para la Administración norteamericana, el "hecho Nicara-gua", se dará un punto de inflexión duro que impri

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miré un cambio en las posibilidades de paz a través del diálogo entre los contendientes: EEUU, directa-mente o a través de sus aliados o interpuestos, declararán guerras o activarán conflictos por todo el mundo, lo que agudizará los procesos y alejará las paces hasta situaciones límite no sólo de dolor o muerte sino de racionalidad política o simplemente ética; su iniciativa estratégica será prolongar y ago-tar las tensiones hacia estancamientos internos.

Desde ese momento, por efectos violentos del factor externo -y quizá por efectos internos que deformaron el análisis de la realidad y su medida ajustada, como fue la euforia del posible triunfo definitivo...- no se hacen posibles los caminos que hasta entonces se creían abiertos.

Por desgracia, ahora que el Este se descompuso como potencia amenazante, interviniente o exculpa-toria, vamos a poder comprobar que los problemas irresueltos en cada pueblo y que dieron -y dan-razón y sentido a las revoluciones sociales, serán los que- si no se solucionan, y las tendencias no augu-ran ninguna posibilidad de ello- los que en el pró-ximo ciclo de rebelión vuelvan a agudizar los con-flictos que vendrán.

Esa presencia fuerte, reactiva y reaccionaria, de los EE.UU en los campos de lucha, hizo que para la superación de los conflictos de liberación social o nacional, a partir de ese momento, era obligado contar con el factor exterior, si se quería llegar a cualquier etapa, definitiva o previa, de la paz (cuan-tos esfuerzos se hicieron por altas instancias de la ONU, de los Estados amigos, de fuerzas y líderes políticos y, sobre todo, de los mismos dirigentes de Nicaragua, por encontrar una solución negociada y pactada al conflicto que desató y mantuvo EEUU durante casi diez años... ¿qué respuesta se obtuvo?); ese factor externo marcó todos los procesos de "pacificación" (y cabría preguntar: en el caso de Colombia ¿será necesario para conseguir la pacifi-cación, invitar a ese convidado, en alguna de las representaciones múltiples a través de las cuales está presente en el conflicto que el pueblo sufre en este país?).

Esa ansia de liberación social que ha generado y mantenido buena parte de los procesos de nuestros países, -y de modo especial de los que, al mismo tiempo buscaban la independencia, como, en el comienzo de los 70, las excolonias portuguesas- fue el origen y "la causa" moviente de la mayoría de los

conflictos que tuvieron que buscar la paz a través de las conversaciones y diálogos. Es más, cuando esa causa permanece es necesario que no se olvide y se dialogue, en la mesa de negociaciones, por sus auténticos y legítimos representantes; pero más im-prescindible es que no se chantajee a la paz preten-diendo representar y defender dicha causa -los pue-blos, aunque siempre tarde, no reconocen a los espúreos y los vomitan-, cuando las mayorías, por un motivo u otro, incluido el cansancio generalizado o el terror, la consideran aplazable ante la urgencia de la sobrevivencia.

Un dato que viene marcado por esa fecha, es el hecho, hasta mucho después descubierto y explica-do, de la inviabilidad -no teórica sino política y práctica- del triunfo por las armas. A partir de aquel momento, recuerden: excepto la 'carambola' de Etiopía y Eritrea y, en otro sentido muy distinto, la "victoria" de la SWAPO en Namibia, ningún movi-miento -de los más de treinta que a comienzos de los ochenta estaban empeñados en luchas de eman-cipación consiguió la toma del poder por la lucha armada. Aún hoy permanecen, más o menos resi-duales, algunas luchas 'parecidas'... ¿que salida ten-drán: la toma del poder, la negociación de la salida, el desgaste y enquistamiento, o el paso a otro tipo de actividad armada como forma de pervivencia de un modo de existencia que no tiene otra alternativa? Esa es la cuestión.

3. Las condiciones. Uno de los temas difíciles de toda negociación

son las condiciones o la incondicionalidad en la mesa. No me estoy refiriendo a esas condiciones, sino a ciertos supuestos que, previo al proceso de negociación lo hacen posible cuando las partes han tomado conciencia de la necesidad de la paz. Algu no de esos supuestos son:

3.1 La derrota: Quiero empezar destacando una de las condiciones conocidas como "suficien-tes", la más rotunda, aunque sea difícil de nombrar: que ambos contendientes se encuentren, de hecho, derrotados. Para explicarme permítanme tomar co-mo mera referencia, algunos de los conflictos de la década de los 70, por ejemplo Vietnam que siempre será además del gran conflicto, la gran lección -para quienes quieran aprenderla-. Vietnam es un proceso de larga duración en el cual se implican, con intereses similares, países diferentes frente a un pueblo que, en la defensa y en la lucha, va adqui-riendo un tipo y grado de conciencia nueva y de

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organización social, económica, política, militar y cultural en torno de la resistencia para no ser des-truidos. Una conciencia y creencia de que los vencidos de siempre y los pobres del mundo habían de luchar hasta el límite para defender su dignidad y una soberanía más espiritual -y de ahí política- que material. El conflicto llega a un punto en el que las dos partes, el coloso de USA y los pobres vietnamitas, han conseguido, luchando ferozmente, la derrota de ambos; y se ponen a negociar la paz ineludible, poniendo sobre la mesa, la dignidad ofendida y la vergüenza encubierta -absolutamente irreconciliables entre sí..., si no hubieran estado sobredetermi-nadas por la derrota común y la necesidad de paz.

Gracias a las mediaciones y al realismo frente a lo imposible llegan a conseguir la gran victoria de la paz -que ninguno de los que lucharon pudo gozar-, una pírrica paz para el "alma herida de los héroes USA" que convertirán en acicate de muchas otras guerras y luchas contra los pueblos extraños ese proceso termina en 1975, después de un largo período de negociación.

Otro aspecto que esta situación nos aporta es que cuando no existe ninguna posibilidad de entendi-miento -entre los bandos contendientes, y quizá de entendimiento en términos absolutos- la paz sólo llega con la derrota de ambos.

En síntesis se destaca lo siguiente:

• Naturaleza del conflicto

• Estado y nivel en que se encuentra el conflicto, o grado en el que se halla la correlación de fuerzas, con los dos 'continuos' de análisis: línea de fines: finalidad última -objetivos de plazo largo, medio y corto, con sus respectivos planes - intereses que andan en juego- su relación con el poder real y el simbólico- fuerzas con las que se defiende; línea de fuerzas: potencia militar -potencia política- iniciativa de ataque -estructura y organización.

dirección, mando, orden, disciplina, aspectos sub-jetivos, relación con la "causa", sus motivos y la moral de victoria- qué bases sociales se sienten expresadas y qué bases sociales apoyan de hecho (con sus "razones"); y los resultados de lucha, con la máxima objetivación posible las "demandas" de paz y sus sostenedores.

• Quién, por qué y cómo plantea el proceso de 'pacificación'? y estudio de las reacciones que provoca, no sólo en los contendientes sino en todos los sectores, directa o indirectamente, afec tados; también en la opinión pública nacional e internacional: balance de apoyos propicios y re chazos'justificados'.

• A partir de ese momento hay que delimitar el posible espacio de la negociación construyéndolo en un doble eje de coordenadas integrado por el eje, en sus tres grados, de:

• Las conversaciones y sus "circunstancias": lugar, tiempo, modos, formas, número, mesa, protoco los...y, sobre todo agendas;

• El diálogo: la representación, imagen y credibili dad de los interlocutores.

• La negociación en cuanto tal: y el poder de deci sión y acuerdo en la negociación; la capacidad de cumplimiento de lo pactado;

El otro eje de las variables compuestas: agentes, interlocutores, partes, intermediarios, condiciones, los puntos de partida y los de llegada; quién y cómo lleva la iniciativa, qué papel se atribuye -y el que tienen- los factores exteriores sean personales, institucionales, nacionales, regionales, internacionales...; con sus elementos de verificación, control etc1.

A partir de esas claridades viene el difícil proceso de la práctica, en la que juegan un importante

1 Sin que interfieran en el discurrir de la reflexión, enumeramos un leve decálogo de los puntos que fueron, más o menos secuencialmente, ofrecidos a

debate en un taller de representantes de fuerzas políticas de algunos países africanos que estudiaron, durante una semana, las condiciones de conflictos de liberación:

a) Definición de las contradicciones y el grado de enemistad: para saber quienes son enemigos, adversarios, contrincantes, beligerantes, asimétricos....

b) Las convergencias, confluencias, correlación y confrontación de fuerzas en alianza, en conflicto y su posible medición. c) Los objetivos estratégicos de largo plazo y la coherencia de su relación con los objetivos medios y cortos; definición del espacio social y

político. d) El tema de la 'ideologización' (en su múltiple acepción, pero sin excluir la generadora de falsa conciencia) de las "causas" y de los procesos,

en relación con el peligro de fanatización de los medios y procedimientos, ante el aplazamiento 'sine die' de las finalidades que fueron causa y motivos.

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papel, las mismas cualidades personales de los ne-gociadores. Pero veamos algún otro supuesto:

3.2 El empate sin salida -y sin derrota- de ambas partes. Es difícil de reconocer y sólo el tiempo y la terquedad aburrida de los hechos que no provocan avances decisivos, puede llevar a la con-clusión de la necesidad de paz. Cuando las luchas se han enquistado y, como consecuencia, se hace su duración mayor de lo previsto; cuando empieza a darse, y crece, el 'cansancio de los buenos' y de quienes padecen directamente las consecuencias de la lucha se hace necesaria la paz, en las mejores condiciones posibles. Estoy hablándoles de proce-sos, mutatis mutandis, como los de El Salvador, Guatemala, El Sahara... quizá Filipinas, ¿quizá en algún sentido, Colombia?.

El referente paradigmático es, sin duda, el pro-ceso de conversaciones para el diálogo, para la negociación, para los Acuerdos de paz que se firma-ron en Chapultepec y que, con miles de dificultades de todo tipo lo que hizo que los acuerdos esbozasen mecanismos firmes de gran eficacia pero llenos de osadía e imaginación política, algunas otras normal-mente imprevisibles, por la dinámica de las relacio-nes enfrentadas y porque los negociadores del go-bierno ni tienen representación ni control de la totalidad de intereses que están detrás de él. Lo que me interesa resaltar para nuestra reflexión es que, tras largas luchas militares y políticas y un sinnúme-ro de factores enfrentados de todos los signos, un grupo lúcido de representantes del Frente consiguie-ron movilizar no sólo a la opinión pública interna-cional, sino a un puñado amplio de gobiernos, in-cluido el que figuraba como aliado orgánico y financiero de su enemigo principal, y llevar al mis-mo corazón de las decisiones de las Naciones Uni-das, en su tiempo exacto, unas propuestas claras,

defendidas con mucho realismo y enorme fuerza y "razón".

En un conflicto que, dada la composición y correlación de fuerzas, así como su 'victoria' y sus costos, incluidos los económicos, de ninguna forma una de las dos partes podía ganar venciendo a la otra, se forzó, en el tiempo y espacio en el que los polos parecían más opuestos, una negociación y se firma-ron unos acuerdos que, en la misma medida en que se cumplan conllevará la victoria política para las dos y el avance para su pueblo y país.

Estos mismos elementos los encontramos, con sus matices y diferencias, en casos como Guatemala o El Sahara, si bien los gobiernos contra los que están enfrentados los movimientos de liberación, no han creido aún necesaria la paz y siguen empeñados en tratar de engañar a la comunidad internacional y a sus contrincantes con palabras y promesas trapea-das. Este supuesto, en los casos que hemos utilizado -no así en otros posibles- también podríamos titular-lo así:

3.3. La inviabilidad de la victoria y la presión internacional con la razón de la democracia y los derechos humanos. Que puede ser aplicado a otros conflictos y negociaciones; lo que aporta, quizá como novedad en los tiempos de aquí en adelante, es que la legitimidad de los conflictos y la credibi-lidad de las partes implicadas en los procesos por los que atraviesan hasta conseguir la paz, cada día más ha de ser confrontada con esos dos ejes conver-gentes: la democratización de la sociedad y de los Estados por la participación real del pueblo en el poder, y el respeto, promoción y defensa de los Derechos Humanos, personales y colectivos, empe-zando por los derechos de aquellos grupos a quienes les son más negados. En íntima relación con este aspecto es necesario destacar la importancia, cada

e) Consecuencias reales o simbólicas de las transmutaciones del bloque del Este, sus alternativas y propuestas. f) Existen -¿quiénes son?- tos sujetos capaces de transformación real radical de las estructuras y sistema dominante; ¿cuáles

son o siguen siendo las condiciones objetivas y subjetivas, materiales y sociales del cambio posible? ¿y del radical?.

g) El papel del análisis y de la interpretación -cuando no hay explicación- para proyectar fines y hacer propuestas. h) La definición y defensa de una causa, ¿cuál?. i) Más allá de los métodos, tácticas y técnicas... la articulación de medios y fines y el riesgo de hacer propuesta inviables que,

por ello resultan netamente idealistas (el reclamo del cumplimiento de la materialidad histórica frente a los idealismos alienantes...).

j) Identificación del espacio propio, entre la utopía viable y el realismo pragmático del Gran Mercado. Y dos apéndices: La lucha de las potencias a partir del conflicto de intereses, "negocios", voluntades, modelos... y otros protagonismos. El papel de los "universos de sentido" y de 'sin sentido' en la movilización de voluntades, sentimientos, miedos y emociones. que substraían el apoyo a la paz o sus contrarios.

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día más insustituible de la ética, la mejor, la más justa, la más altruista y mayoritaria, la más magní-nima y tolerante... aplicada a toda acción política sea del cariz que sea. Y soy conciente de que estamos tocando un fondo difícil porque trasciende a muchos planteamientos ficticos que por aquí y por allí se vienen dando.

Otro supuesto:

3.4 La guerra de desgaste hasta el agotamien-to total. Es la táctica seguida por USA y sus aliados cuando lo que se propone es el derrocamiento de un régimen popular contra el que ha desatado una guerra de las llamadas de baja intensidad, aunque la medida de esa bajura resulte muy discutible sobre todo para los que la padecen.

EI objetivo de esas guerras no es ganarlas militarmente, sino desgastar hasta su claudicación al poder establecido y sus mecanismos políticos y sociales; en primer lugar hundiendo las economías por el procedimiento de su militarización hasta con-seguir que los recursos destinados a la cobertura de las necesidades más apremiantes -salud, educación, pequeño desarrollo, organización- de las mayorías populares queden de tal forma disminuidos que provoquen la desafección, el descontento y, a la contra, el consiguiente apoyo a los "libertadores" que irán en contra del orden establecido.

3.5 Desde la "victoria" de los vencidos. En los emocionantes años 70, de tantas posibilidades, casi todas ya frustradas, se dieron algunos procesos im-portantes para la paz en el mundo del Sur; me refiero a las últimas grandes independencias de Africa-que culminarán en el 80 con la de Zimbabwe y en el 90 con Namibia-, no todas ellas concedidas, aunque tampoco todas ellas del todo conquistadas; en ellas hubo duras presiones exteriores y de una forma u otra, conflicto bélicos. En concreto quiero señalar las que marcaron una era africana que pudo ser nueva pero que ahora, también ha resultado fallida gracias al mismo factor externo del que venimos hablando desde hace tiempo; me refiero a las inde-pendencias hoy maltrechas y destrozadas de la ex-colonias portuguesas, en concreto Mozambique, Angola y Guinea Bissau, -puesto que Cabo Verde no tuvo conflicto directo, aunque sí estuvo incorpo-rado a él en G. Bissau-, y, Santo Tomás y Príncipe supieron ir juntos, dentro de 'los cinco', con sus hermanos de revolución -la de los claveles, en Por-tugal-, como Asia, Goa, Macao y, con otro destino,

como no podía ser menos al tener como vecino la dictadura indonesia, Timor Este-.

Los procesos de esos países llevaron a un sin fin de diferentes conversaciones que, tras la convergen-cia de muchas luchas militantes y políticas y de abigarrados discursos ideológicos propios y apro-piados, culminaron en la caida de una dictadura enquistada y sin salida en la metrópoli portugal, y en el advenimiento de un sueño imposible: que el ejército militar pudiera engendrar una democracia popular. Eso propiciaba la recuperación y renova-ción de las alternativas africanas que, tras la década de la independencia en los sesenta, se habían que-dado en palabrería mimática, sin aportar nada pro-pio al proceso emancipatorio. Fueron los años del 74 hasta el 80, con la independencia de Zimbabwe, por las vías más negociadoras y democráticas cono-cidas hasta entonces, los que, según parece y a pesar de los esfuerzos de Gran Bretaña, los que hicieron cambiar la estrategia a los aliados de siempre. Fue un tiempo de paz relativa que se truncó, precisamen-te, por quien hacía ostentación de su democracia y de la defensa a ultranza de los derechos de los pueblos...; sus aliados fueron el apartheid de Sudá-frica y el sionismo de Israel, junto con los apoyos financieros de selectas capas que ocupan altas esfe-ras del poder económico tanto en los EEUU de América, como en Sudáfrica, Portugal y Europa (Alemania incluida). Con ello quiero terminar re-cordando que las paces o la paz no se mantienen por el hecho de negociarla y acordarla; es más, que teniendo en cuenta a los beligerantes y sus intereses por la paz como un buen negocio y no como un modo de existencia humana..., pueden utilizarla úni-camente para reponer fuerzas y lanzar una ofensiva de naturaleza diferente que coja por sorpresa al antiguo contendiente y arrume para siempre -siem-pres no eternos- las aspiraciones de los pueblos que, casi por naturaleza buscan la paz como condición y forma de vida.

A pesar de que los tiempos se ajustan y son propios del espacio en el que se realizan y de los agentes que los mueve, se da una coincidencia en torno del 79, también en Africa, activada tanto por el aprendizaje de Nicaragua como por la sospechosa buena imagen que los procesos de las excolonias iban adquiriendo en todo el continente negro. Eso va a hacer que la perfección de los acuerdos de Lancaster Housa y la instauración del "socialismo propio" en Zimbabwe por vías absolutamente de-

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mocráticas, alerte a los aliados de EEUU y posibles guardianes de las reservas de minerales estratégicos, para poner en marcha el brutal proceso destructor no ya sólo de proyectos revolucionarios que podrían haber sido modelos de los cambios en los países africanos, sino de las mismas condiciones físicas de supervivencia para esos pueblos. Daría la impresión que las negociaciones de Zimbabwe en el horizonte de África Austral marcan el punto de inflexión para África, de los nuevos tiempos que, para otros paises del Tercer Mundo que cuenten con productos im-prescindibles en la economía del norte culminará en la pública -y un tanto obscena- implantación del nuevo orden mundial proclamado por el extinto Bush en su triunfal guerra del Golfo. El objetivo era que no se diesen más Mozambiques o Zimbabwes en África negra y que las paces rematasen los pro-cesos de derrota de los gobiernos establecidos con-tra los que se desataron las nuevas guerras nacidas de antiguas paces...

4. A modo de conclusión Los procesos de paz que en el mundo, en estos

últimos años, avalan la posibilidad de que todo conflicto, por muy enconado que esté, es soluciona-ble con unas negociaciones en las que se busque,

con la honestidad y dignidad que se tenga -y ahí cada quien es responsable de la suya- no sólo el alto al fuego y el establecimiento de condiciones favo-rables para entenderse, sino una paz -jamás absoluta o siempre relativa, como todo lo humano- que sin ninguna duda resulta mejor que cualquier guerra limpia o gris, para los pueblos que vienen padecien-do los enfrentamientos e incluso mejor para los directamente contendientes que a lo peor ya se han acostumbrado a uniformarse de odio y 'razones' fantásticas que no responden a la verdad ni aún de las palabras. El tema se convierte, pues, en cómo acceder a la mesa de negociación y, sobre todo, cómo empeñarse en construir la difícil paz que haga compatibles los intereses opuestos y conciliables, las posiciones que se definen como antagónicas. A estas alturas de existencia del grupo zoológico hu-mano, a pesar de lo que actualmente vemos en las Yugoslavias absurdas, lo más revolucionario sigue siendo vivir y posibilitar la vida a las mayorías y, desde ellas -que son las que padecen las imbéciles muertes- aspirar a la sociedad humana de todos. Es posible; también necesario. El tema va a terminar siendo tan simple como que haya que quererlo y ponerlo en marcha. ¡Muchas gracias!. O

LA REINSERCION COMO CONSTRUCCIÓN DE UNA NUEVA FORMA DE RELACIÓN SOCIAL

Fabio López de la Roche. Historiador, Politólogo, Investigador Asociación de Trabajo Interdisciplinario A.T.I.,

Profesor Departamento de Historia Universidades de los Andes y Javeriana.

Introducción EI presente trabajo no pretende abordar la plura-lidad de campos, de situaciones y de problemas relacionados con el proceso de reinserción de los excombatientes guerrilleros a la vida civil.

La reinserción tiene que ver con múltiples escenarios tales como la incorporación a una actividad laboral y económica, con el regreso al núcleo familiar o por lo menos a algún tipo de relación familiar,

con la recuperación de derechos civiles a través del indulto con la concesión a las antiguas organizacio-nes de espacios de favorabilidad política, con pro-gramas educativos (alfabetización y validación de la primaria y el bachillerato, readmisión a la univer-sidad, formación ciudadana, etc.), con la atención psico-social, y con la capacitación técnica en deter-minadas destrezas laborales imprescindibles para el desarrollo de los proyectos productivos en los cuales se han embarcado los excombatientes.

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mocráticas, alerte a los aliados de EEUU y posibles guardianes de las reservas de minerales estratégicos, para poner en marcha el brutal proceso destructor no ya sólo de proyectos revolucionarios que podrían haber sido modelos de los cambios en los países africanos, sino de las mismas condiciones físicas de supervivencia para esos pueblos. Daría la impresión que las negociaciones de Zimbabwe en el horizonte de África Austral marcan el punto de inflexión para África, de los nuevos tiempos que, para otros paises del Tercer Mundo que cuenten con productos im-prescindibles en la economía del norte culminará en la pública -y un tanto obscena- implantación del nuevo orden mundial proclamado por el extinto Bush en su triunfal guerra del Golfo. El objetivo era que no se diesen más Mozambiques o Zimbabwes en África negra y que las paces rematasen los pro-cesos de derrota de los gobiernos establecidos con-tra los que se desataron las nuevas guerras nacidas de antiguas paces...

4. A modo de conclusión Los procesos de paz que en el mundo, en estos

últimos años, avalan la posibilidad de que todo conflicto, por muy enconado que esté, es soluciona-ble con unas negociaciones en las que se busque,

con la honestidad y dignidad que se tenga -y ahí cada quien es responsable de la suya- no sólo el alto al fuego y el establecimiento de condiciones favo-rables para entenderse, sino una paz -jamás absoluta o siempre relativa, como todo lo humano- que sin ninguna duda resulta mejor que cualquier guerra limpia o gris, para los pueblos que vienen padecien-do los enfrentamientos e incluso mejor para los directamente contendientes que a lo peor ya se han acostumbrado a uniformarse de odio y 'razones' fantásticas que no responden a la verdad ni aún de las palabras. El tema se convierte, pues, en cómo acceder a la mesa de negociación y, sobre todo, cómo empeñarse en construir la difícil paz que haga compatibles los intereses opuestos y conciliables, las posiciones que se definen como antagónicas. A estas alturas de existencia del grupo zoológico hu-mano, a pesar de lo que actualmente vemos en las Yugoslavias absurdas, lo más revolucionario sigue siendo vivir y posibilitar la vida a las mayorías y, desde ellas -que son las que padecen las imbéciles muertes- aspirar a la sociedad humana de todos. Es posible; también necesario. El tema va a terminar siendo tan simple como que haya que quererlo y ponerlo en marcha. ¡Muchas gracias!. O

LA REINSERCION COMO CONSTRUCCIÓN DE UNA NUEVA FORMA DE RELACIÓN SOCIAL

Fabio López de la Roche. Historiador, Politólogo, Investigador Asociación de Trabajo Interdisciplinario A.T.I.,

Profesor Departamento de Historia Universidades de los Andes y Javeriana.

Introducción EI presente trabajo no pretende abordar la plura-lidad de campos, de situaciones y de problemas relacionados con el proceso de reinserción de los excombatientes guerrilleros a la vida civil.

La reinserción tiene que ver con múltiples escenarios tales como la incorporación a una actividad laboral y económica, con el regreso al núcleo familiar o por lo menos a algún tipo de relación familiar,

con la recuperación de derechos civiles a través del indulto con la concesión a las antiguas organizacio-nes de espacios de favorabilidad política, con pro-gramas educativos (alfabetización y validación de la primaria y el bachillerato, readmisión a la univer-sidad, formación ciudadana, etc.), con la atención psico-social, y con la capacitación técnica en deter-minadas destrezas laborales imprescindibles para el desarrollo de los proyectos productivos en los cuales se han embarcado los excombatientes.

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Se podría también hablar de la organización institucional para la conducción del proceso de rein serción, de los niveles de preparación o imprepara ción del Estado y de las propias organizaciones desmovilizadas para asumir exitosamente el proce so, de las tensiones entre funcionarios de reinserción y desmovilizados, del perfil que se le confiere a la política de reinserción en el contexto de la política de paz, etc, etc.

Ante la imposibilidad de abordar tantos y tan diversos campos del proceso, centraremos nuestro análisis en algunos aspectos que han venido siendo objeto prioritario de nuestra atención, y que tienen que ver con la reinserción en términos de cultura política, a nivel de psicología política (imaginario político, percepción del estado y del sistema políti-co, concepción del antagonista político, etc), en síntesis, la reinserción como un proceso que implica transformaciones sustanciales en la subjetividad de los desmovilizados en sus ideales, en sus valores, así como en sus actividades y comportamientos ante la realidad. Además de estos planos de la cultura política, abordaremos otros aspectos, a través de los cuales presentamos una propuesta de concepción global de la reinserción.

Intentaremos mostrar la necesidad de que el proceso de reinserción involucre transformaciones de cultura política (conocimientos, valores, actitu-des, gestos, aspectos simbólicos de relaciones polí-ticas, etc.), no sólo desde los desmovilizados, sino también desde otros actores de la vida nacional. Finalmente, mostraremos algunas posibilidades que podría entrañar un adecuado manejo del proceso de reinserción, concebido como parte constitutiva del proceso de paz y de reconciliación nacional.

I. La reinserción como redefinición de una cultura política de izquierda con claros rasgos de intolerancia y autoritarismo.

Consideramos conveniente que en las políticas de reinserción, tanto desde el gobierno como desde las organizaciones, la dimensión relacionada con las transformaciones a nivel de la subjetividad, es decir, con las rupturas y redefiniciones a nivel del mundo espiritual, conceptual y valorativo de los sujetos principales del proceso de reinserción, reciba una mayor atención.

i Nos resulta fácil que los problemas relacionados con la vida cultural de las sociedades sean objeto de atención y simultáneamente objeto de políticas que

produzcan transformaciones en dicho campo. Su-brayando "el ambiguo status de las cuestiones cul-turales", el sociólogo chileno José Joaquín Brunner ha tratado de explicar algunas de las razones deter-minantes de esa cierta desatención que ha existido hacia las dimensiones culturales de la vida de la sociedad, desde los estudios académicos, como des-de las instancias institucionales desde las cuales se piensan y se toman las decisiones: "Hablar de la cultura con sentido exige referirse a repre-sentaciones colectivas, creencias profundas, estilos cognitivos, comunicación de símbolos, juegos de lenguaje, sedimentación de tradiciones, etc., y no sólo a los aspectos más fácilmente cuantificables de la cultura: es decir, a los movimientos del mercado de bienes culturales. Las ciencias sociales latinoa-mericanas sólo se han preocupado marginalmente de esos problemas culturales, tal vez porque ellos no se hallan situados demasiado alto en la escala del prestigio académico ni ocupan un lugar central en la jerarquía de los problemas que pueden ser atacados político-técnicamente".

Consideramos entonces que un buen manejo de la reinserción requiere de un adecuado conocimien-to del mundo político-cultural propio de las izquier-das, de sus apuestas ideológicas, de sus ideales y esquemas de valores.

Las izquierdas colombianas vienen experimen-tando un interesante proceso de redefinición de las formas tradicionales de su cultura política. Este proceso transcurre con desigual intensidad en de-pendencia de las características propias de cada organización, de sus concepciones ideológicas, de sus estructuras organizativas, de su vinculación o no al proceso de paz, y también de acuerdo a la evolu-ción particular de cada organización desmovilizada con posterioridad a la dejación de armas y reincor-poración a la vida civil.

Simplificando, podríamos afirmar que ese pro-ceso de redefinición de la cultura política de las izquierdas tiene que ver con tres ejes fundamentales: 1) la recuperación de la democracia como un ideal estratégico, y no sólamente como presupuesto tác-tico, y como necesidad de la vida interna de las organizaciones políticas (habría que precisar que en el caso de las organizaciones armadas hay unos límites obvios a cualquier eventual proceso de de-mocratización, dado su carácter de ejércitos sujetos a unas jerarquías, a la obediencia a los superiores y a la disciplina militar); 2) Una mayor aproximación

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a las realidades nacionales y a las características culturales de los colombianos desde las vertientes marxista-leninista de la izquierda (no tanto desde el M-19 que viene desde una tradición nacionalista), sumidas tradicionalmente en esquemas pro-chinos, pro-soviéticos, pro-albaneses y pro-cubanos; y 3) un proceso de secularización de su concepción del mundo y de transición a posiciones más pragmáticas y menos ideologizadas.

En Colombia el proceso de crítica y redefinición de la vieja cultura política de izquierda como proceso interno experimentado por las organizaciones, es un proceso relativamente reciente, lento, y altamente traumático en virtud de las siguientes razones:

1. En ese proceso de ruptura los sectores reno vadores no siempre han podido arrástar tras de sí a las mayorías, como sí sucedió con la desmoviliza ción del EPL, más no en el caso del sector civilista de la U.P, o de los Círculos Bernardo Jaramillo, salidos del seno del Partido Comunista.

2. Los asesinatos de los líderes izquierdistas Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Carlos Pi- zarro, privaron a la izquierda de unos conductores en gran medida irremplazables, dotados de un enor me carisma y de un potencial renovador que los habría convertido muy probablemente a la vuelta de unos años en líderes políticos de significación na cional, eventualmente capaces de dar inicio a un proceso histórico de aproximación y entendimiento entre unas fuerzas de izquierda tradicionalmente muy sectarias en su relacionamiento mutuo, y des provistas de una auténtica vocación unitaria.

3. La precariedad de la reflexión política en los partidos de izquierda colombianos, carentes de ideólogos que desarrollen un trabajo de reconstruc ción y adaptación crítica de las propuestas socialis tas a los tiempos de la crisis del comunismo y del paradigma revolucionario marxista-leninista, y su aislamiento con relación a los debates en América Latina y el mundo acerca de estos temas.

4. El desdibujamiento ideológico y político del M-19, presa de sus debilidades estructurales (la inconsistencia y ambigüedad de su propuesta doc trinaria y sus carencia organizativas), de la conduc ción hiper-pragmática y personalista de Antonio Navarro, y de la ausencia de una concepción capaz de dar cuenta de la historia reciente del país, del pasado, de la propia organización, y de las expecta tivas de miles de colombianos, que después de darle

su voto de confianza, y haber estado dispuesto a participar en la construcción de una alternativa de-mocrática al bipartidismo, han tenido que resignar-se a la realidad de un movimiento sin solidez orga-nizativa ni democracia interna, carente de identidad social y sin mayor claridad para plantear una política y un discurso coherentes ante los grandes problemas nacionales.

A pesar de lo ambiguo y traumático, y de lo lento de este proceso de redefinición de la vieja cultura política de izquierda, este avanza, nutriéndose de las reflexiones de las distintas investigaciones sobre violencia producidas en los últimos años por equi-pos especializados, y de las aproximaciones críticas de cientistas sociales independientes que han empe-zado a incursionar críticamente en el mundo de la cultura política de las izquierdas en Colombia pero sobre todo en otras latitudes de América Latina

Una segunda fuente de avance de ese proceso tiene que ver con las rupturas, revisiones críticas y nuevas perspectivas que se han venido configuran do en vísperas, durante y después de la desmovili zación, a nivel de los ex-combatientes del M-19, EPL, PRT y Quintín Lame.

Mostraremos enseguida algunas líneas centra-les de la crítica al viejo paradigma marxista, adelan-tada por investigadores colombianos y latinoameri-canos (chilenos, mexicanos, etc.), y luego presentaremos algunos testimonios tomados de en-trevistas e historias de vida de excombatientes, que arrojas luces sobre algunos de los principales ejes de redefinición de la vieja cultura política izquier dista.

Los rasgos antidemocráticos de la vieja tradición de izquierda y su crítica desde las ciencias sociales latinoamericanas

Para que nuestra presentación no deje la impre-sión de que desvinculamos estos rasgos del contex-to histórico en que ellos se gestaron y se constituye-ron en orientadores de comportamientos políticos de izquierda, es necesario precisar que muchos de estos fundamentos ideológicos y elementos hege-mónicos en la concepción de la vieja izquierda, se configuraron en íntima relación con las dinámicas de intolerancia, autoritarismo y exclusión presentes en el sistema político del Frente Nacional, y se inscriben también en un tiempo histórico específi-co o de las décadas de los 60 y 70 (que para Colom-bia tal vez se prolongaría hasta mediados de los 80,

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sino hasta comienzos de los 90), tiempo caracteri-zado por la presencia en el universo cultural de la izquierda latinoamericana y colombiana de unos determinados contenidos valorativos que orientaron como ideas-fuerzas su acción política.

Veamos a continuación algunas de las ideas fundamentales de ese viejo paradigma de cultura política izquierdista.

1. Adhesión al modelo bolchevique de captura de poder, a partir de la cual este se podría ejercer indefinidamente en el tiempo, proscribiendo ade más cualquier forma de competencia u oposición político-partidaria.

2. Concepción clasista y excluyente de la socie dad y del orden deseable, sobre la cual se construye una ética clasista del comportamiento revoluciona rio, justificatoria en el caso del movimiento armado, de procedimientos delincuenciales y violatorios de los derechos humanos como el secuestro, la extor sión, el "boleteo", etc. Esta ética clasista configura enemigos absolutos e irreconciliables, condena irre mediablemente a la burguesía al exilio en la Florida, y en general se constituye en un factor de desgarra miento interno del tejido social por la vía de la intolerancia y el maniqueísmo clasista.

Esta lógica clasista se expresa claramente en el lenguaje usado por los miembros de las guerrillas: 'el boleteo' y las 'vacunas' son "contribuciones" a la revolución; el secuestro es una "retención"; el asalto y saqueo de una oficina de la Caja Agraria, o el asesinato de un policía para hacerse a un arma, son acciones de "recuperación" de dinero o de armas para el pueblo.

Sobre la base de esta lógica clasista suprema-mente subjetiva y laxa en sus aplicaciones prácticas, se producen con frecuencia abusos y excesos muy cercanos a los procedimientos de la delincuencia común. Un comandante de frente puede decidir, en base a consideraciones meramente subjetivas, quién es "boleteable" o "secuestrable". En ataques a pueblos se ha decidido de antemano golpear a co-merciantes o a dueños de establecimientos conside-rados "mala gente" por la guerrilla o por la pobla-ción.

Nos parece que habría que prestarle más aten-ción al universo valorativo con que funcionan las distintas organizaciones guerrillas. Cuando en me-dio de las negociaciones del Gobierno con la Coor-

dinadora Guerrillera en Tlaxcala uno de los nego-ciadores de la guerrilla afirmó que "el secuestro es un impuesto social", los medios hablaron del "cinis-mo" de la Coordinadora. Antes que cinismo cabría ver allí un universo particular de valores desde el cual se lee la realidad. Nos parece que estas dimen-siones ideológicas y culturales de la vida guerrillera deberían de ser miradas más atentamente con el fin de avanzar en la reinserción de los grupos desmovi-lizados y en las negociaciones de paz con la Coor-dinadora Guerrillera Simón Bolivar, sobre la base de una mayor capacidad de entender el mundo cul-tural de aquel que se reincorpora a la vida civil o con quien se adelanta un diálogo de paz.

3. Concepción religiosa de la política como adhesión a principios absolutos. El marxismo-leni nismo aparece allí como la verdad absoluta y la única forma posible de cientificidad. Se configura entonces una concepción terminal y excluyente del conocimiento, y una imposibilidad de concebirlo como una verdad en permanente construcción.

4. Funcionamiento de la formación ideológico- política sobre la base de un conocimiento precario y sesgado de los hechos y datos de la historia y la realidad nacional y de esquemas generalizantes y facilistas de interpretación de la misma.

5. Opción por la revolución política y social como un ideal de ruptura radical con el pasado y el presente, los cuales se consideran intrínsecamente perversos, y por la construcción de un orden entera mente nuevo.

6. Intimamente ligada a la opción anterior, una subvaloración de la importancia de las reformas sociales y políticas (entendidas en el mejor sentido de la palabra y no como estratagemas demagógicas de la burguesía, así a veces ellas lo sean), y un menosprecio del trabajo orientado al desarrollo y perfeccionamiento de la instituciones.

7. Subvaloración de la democracia política la cual es vista peyorativamente como democracia 'formal' o 'burguesa', y de las premisas jurídico- institucionales de los regímenes democráticos (es tado de derecho, tridivisión del poder, autonomía y fortaleza del poder judicial y de los organismos de control a la acción del Estado, etc.). Contraposición entre la democracia burguesa y la democracia socia lista, la cual no tendría ninguna relación genética ni de continuidad o profundización con la anterior.

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Habría que precisar que este menosprecio de la democracia política se deriva no solo y simplemen-te de una opción ideológica, apriorística, que con-trapone democracia burguesa a democracia socia-lista. La subvaloración tradicional por la gran mayoría de las izquierdas colombianas de la demo-cracia burguesa o de la democracia formal tiene que ver además con las inconsecuencias y contradiccio-nes de la democracia colombiana, que junto al man-tenimiento de una serie de instituciones propias de un estado de derecho de libertades y derechos civi-les, permite la coexistencia paralela del estado de sitio, de formas autoritarias y de represión de la protesta social legítima, de grupos de violencia pri-vada, de la impunidad y de la falta de garantías para la vida humana, así como de evidentes expresiones de intolerancia y exclusión antizqüierdista.

8. Opción no siempre justificada y muchas ve ces deliberada, por la violencia como forma privile giada de lucha, a partir de una determinada concep ción de la acción política que hacía de la lucha armada la 'forma superior' de la lucha política.

9. Visión mesiánica y paternalista de la lucha armada, como una forma sui generis de acción jus ticiera que vendría a llenar el vacío generado por la ausencia de una comunidad consciente y organizada para la defensa de sus derechos políticos, económi cos y sociales. Incomprensión del efecto de la op ción por la lucha armada en la 'macartización' de la protesta social legítima y en el mantenimiento de la debilidad organizativa de la sociedad civil y de la opinión pública en Colombia.

10. Imposición por el movimiento armado, de proyectos políticos y de formas de lucha, sin con sultar con la sociedad.

11. Intimamente ligada a lo anterior, está la atribución frecuentemente arbitraria por parte de las distintas guerrillas, de la representación de los inte reses de la sociedad.

12. Construcción en muchas regiones periféri cas del país, -en parte debido a los niveles de marginalidad, arbitrariedad, corrupción, pobreza y desigualdad imperantes en las relaciones sociales de muchas zonas de colonización-, de formas de "ci vilización autoritaria" de la sociedad (moralización autoritaria de las alcaldías por la vía de la intimida ción, proscripción por la vía del temor y de la pena de muerte institucionalizada, del consumo de dro gas, de la prostitución y de expresiones delincuen-

ciales como el abigeato, etc). En varias de estas regiones la guerrilla funciona con un criterio de propiedad sobre el territorio y sobre la población y en años anteriores se producían con frecuencia com bates ente los mismos grupos guerrilleros por la posesión del territorio y por "la masa" (la gente de la población civil potencialmente auxiliadora de la guerrilla).

Las autocríticas, rupturas y redefiniciones experimentadas por los combatientes desmovilizados -:

Mostraremos en palabras extraídas de historias de vida y entrevistas realizadas con desmovilizados, algunos de las líneas de su autocrítica como sujetos de esa vieja cultura política de izquierda, así como de avances en la redefinición de su propia subjetivi-dad.

Uno de los cuestionamientos más extendidos tiene que ver con la crítica a la manera religiosa como fue asumido el marxismo, en un proceso en que simultáneamente al rompimiento con la religión católica tradional bajo la seducción del ateísmo y de la concepción dialéctico-materialista y 'científica' del mundo, se producía un reemplazo, en términos de mecanismo de creencia, de la fé católica por la fé en el carácter todopoderoso de la doctrina mar- xista. Una excombatiente, recordando las sesiones de "crítica y autocrítica" en las que los militantes consultaban con el comisario político los asuntos de su vida privada, de la ética de las relaciones de pareja y en general, de su vida sentimental, comenta con sano humor autocrítico cuan parecidas eran esas sesiones al "yo pecador me confieso" de la tradición católica'5.

Un exmilitante del Partido Comunista de Co-lombia (Marxista-Leninista), recuerda la vida del partido a comienzos de la segunda mitad de los 70 y precisa que "todo era muy estalinista, incluso yo, el seudónimo mío en la guerrilla fue' acero', en parte por Stalin y en parte por ciertos... no sé, eso fue algo en la formación de uno, caí en la religión marxista: de tener de ídolos a Dios y a Cristo en mi época juvenil, caí en el pedestal de Stalin".

Muchos militantes han comenzado un proceso que a decir verdad no es nuevo y que han vivido cientos de militantes de izquierda crecidos al calor de los 60 y los 70, y que tiene que ver con un buceo explicativo de la propia historia cultural personal, en donde saltan a la superficie aspectos relacionados

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con la socialización religiosa que se tuvo en la familia y en el colegio y los entroques de ella con muchas actitudes de la época de militancia. El mis¬mo entrevistado, comparando la formación tradicio¬nal recibida por él en un colegio religioso de Mede-llín la cual encuentra retrospectivamente "muy plana", no puede dejar de ver las similitudes con "la forma en que trabajamos 15 años en el PCC (M-L), planos". Otros de los ejes centrales del proceso de rede¬finición ideológica, y de valores y actitudes, está ligado al redescubrimiento por los excombatientes de la sociedad colombiana, la cual empieza a mirar¬se más desprevenidamente y sin los sesgos de la ideología. Conversando por ejemplo, en torno al tema de la relación del PCC (M-L) con los desarrollos de las ciencias sociales en Colombia, un ex-guerrillero urbano precisa que "nosotros fuimos muy dados durante nuestro desarrollo a macartizar y a descali¬ficar los aportes de la intelecutalidad colombiana porque inmediatamente los enfilábamos en la "social-democracia", o en "el liberalismo", o en "la intelectualidad que no se compromete con las ideas prácticas de la revolución". Entonces era muy dañi¬na esa labor que se hacia al interior de la fuerza. Nos creábamos la visión de que únicamente nosotros teníamos la razón, teníamos claridad sobre los que estaba pasando en este país y que los demás estaban equivocados. Entonces, que esos análisis correspon¬dían al de la social-democracia y que este iba en provecho de los intereses capitalistas". Otras redefiniciones tienen que ver con aspectos vinculados a los excesos y abusos cometidos en el accionar militar, y a las violaciones de derechos humanos en que se incurrió en muchas ocasiones. El siguiente testiminio del mismo excombatiente urbano, interrogado acerca de qué sería lo más ne¬gativo que el encontraría en la vida guerrillera, constituye una autocrítica cruda y desgarrada que evidencia no sólo la sinceridad del cambio político y cultural asumido, sino los costos a nivel humano que implican estas rupturas en las actitudes y valo¬res: "El abuso, mano. Yo creo que nosotros abusa¬mos como guerrilla no únicamente del movimiento social, no únicamente del común del pueblo, sino también al interior de nosotros. Unos compañeros abusaron de otros, en base a criterios muy persona¬listas, eso es lo peor que uno puede haber hecho con un compañero. La irresponsabilidad, yo pienso que

la nuestra respecto al accionar militar, en muchas oportunidades fue lo más negativo que nosotros pudimos haber hecho. Me parece que llegamos a un momento en que nosotros valorábamos muy poqui¬to la vida. La salida fácil para quitarle a un tipo un revólver o una escopeta, era matarlo. Entonces yo pienso que si algo nos mató a nosotros desde el punto de vista de la imaginación como fuerza mili¬tar, como fuerza guerrillera, fue la irresponsabilidad y el facilismo. (....) De lo que yo más me reprocho me tocó vivir (...) es matar a alguien pa' quitarle un carro, eso es hoy desde la óptica mía, lo más deni¬grante que puede hacer un ser humano. O sea, ese es el extremo, el colmo, y nosotros lo hacíamos, nos tocó hacerlo. Maluco eso, muy maluco". Estas redefiniciones que estamos señalando no suponen, sin embargo, que los ex-combatientes asu¬man necesariamente una actitud de arrepentimiento total por su pasado y de consecuente conversión hacia posiciones políticas incondicionales frente al establecimiento. Muchos mantienen fuertes ele¬mentos de identidad con un pasado, con unas razo¬nes para haber tomado la decisión de lucha armada que siguen considerando fueron válidas para su momento. Numerosos excombatientes, redefinien-do sus viejos esquematismos, mantienen su opción por un proyecto radical de transformación económi¬ca y social de la sociedad que satisfaga prioritaria¬mente los intereses, necesidades y expectativas de los sectores populares. Podríamos afirmar entonces, que su radicalismo de hoy es más cultivado, menos ideológico y más consciente de sus deberes demo¬cráticos, una opción política personal respetable y susceptible de enriquecer un nuevo escenario polí¬tico ampliado y pluralista en Colombia. Llama la atención en la visión de los sectores políticos cercanos a la Coordinadora Guerrillera la recurrencia de actitudes maniqueas y condenas mo¬rales por "traición a la revolución", por "revisionis¬tas" o por "social-demócratas", que se esgrimen para descalificar las opciones políticas tomadas por los desmovilizados y sus organizaciones. Si bien sería ingenuo desconocer realidades innegables como el desdibujamiento de la AD M-19 como un proyecto capaz de expresar los intereses populares, de articu¬larse a los movimientos sociales y construir una propuesta que recoja las luchas históricas de nume¬rosos sectores que han contribuido a la apertura reciente del sistema político y a evidenciar sus ras-, gos históricos de intolerancia y exclusión, habría

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que anotar que no se puede reemplazar las armas de la crítica civilizada, argumentada y convincente, por las de la tolerancia ideológica contra las posiciones y comportamientos políticos divergentes de los pro-pios, ni mucho menos recurrir el asesinato de los desmovilizados con el argumento absurdo de que "traicionaron la revolución".

Estos comportamientos maniqueos están rela-cionados en buena parte con ese tipo de cultura política antes presentado y con las prácticas de adoctrinamiento ideológico de los combatientes, pe-ro también con los bajos niveles educativos y de experiencia política democrática de los jóvenes re-clutados como guerrilleros. La marginalidad, la falta de oportunidades educativas y el tipo de relaciones políticas y sociales asimétricas en las regiones marginales rurales y urbanas en donde se recluían los guerrilleros, no constituyen el escenario social más propicio para el crecimiento de personalidades tolerante y democráticas.

Nos parece indispensable para observar un poco desde fuera y comprender la especificidad de nues-tra situación, como también las semejanzas con otras experiencias actuales de las izquierdas de América Latina, comparar el cuadro de la izquierda colombiana de predominio del epíteto descalifica-dor y de las acusaciones morales (izquierda radical), o de pragmatismo externo y bandazos de 180 grados sin construcción de discurso nacional alternativo ni de identidad política y social (caso de la AD M-19), con el cuadro de relaciones y de debate de ideas al interior de la izquierda chilena.

Si bien en Chile también se da un aglutamiento de fuerzas políticas que defienden un perfil ortodo-xo marxista-leninista en el cual tiene cabida varias de las posiciones ideológicas de la vieja izquierda, e igualmente encontramos unos sectores de izquier-da (socialistas) más pragmáticos, "social-demócra-tas", en el buen sentido de la palabra, y con tenden-cia a aproximarse a la democracia cristiana, el panorama en términos de cultura política es harto distinto. La experiencia autoritaria vivida por el pueblo chileno durante la dictadura de Pinochet ha conducido a un sector de la izquierda chilena a apreciar más el valor del ordenamiento democrático y de sus fundamentos institucionales (el estado de derecho, los derechos individuales, las garantías jurídicas, la autonomía del poder judicial, la compe-titividad política, etc.) comprender y reconocer que cualquier proyecto socialista que intente materiali-

zar aspiraciones populares legítimas de justicia eco-nómica y social, deberá hacerlo retomando y per-feccionando los mecanismos de la democracia for-mal o representativa, y no prescindiendo de ellos.

En contraste con nuestro pobre e ideologizado panorama en cuanto al debate y producción acerca de la redefinición de los proyectos socialistas de sociedad y a su adecuación a los nuevos tiempos, encontramos en Chile, y en particular en el seno de la tradición socialista, una rica e interesante refle-xión caracterizada por un nivel notorio de sofistica-ción, que coloca con el centro del debate aspecto tales como la pertinencia de insistir en la idea de "revolución", o el lugar del marxismo y del leninis-mo en las propuestas socialistas, y propone para su discusión conceptos tales como los de "socialismo post-utópico", socialismo post-comunista", "socia-lismo reformista", "izquierda secular", "vieja y nue-va izquierda", etc. (Manuel Antonio Garretón, Jorge Arrate, Tomás Moulián, Guillermo Sunkel, José Joaquín Brunner, Ignacio Walker, etc.).

Habría que precisar que la redefinición de los proyectos de izquierda en Chile tiene lugar en un país con una tradición de cultura política, en donde, a diferencia de Colombia, ha existido a lo largo del siglo XX un centro político hegemónico más flexi-ble y tolerante con las opciones socialistas y comu-nistas, con excepción de la dictadura de Pinochet. La otra diferencia sustancial que permite entender el actual proceso de la izquierda chilena y el debate a su interior en torno a la recomposición de sus proyectos de sociedad, tiene que ver con el hecho de ser Chile un país en donde la idea y la práctica socialista y comunista, en virtud de una serie de procesos político-culturales diferente a los que vivió Colombia, conquistaron mediante su acción históri-ca, las simpatías de un sector significativo de la nación, y estuvieron asociados a los esfuerzos de modernización e industrialización de la sociedad durante los gobiernos frente populistas de los años 30 y 40.

Otro factor que puede explicar estos dos distin-tos cuadros de debate políticos propios de las iz-quierdas chilena y colombiana, es el de las relacio-nes establecidas desde los partidos de izquierda con los intelectuales. Reconociendo que a nivel de todos los partidos comunistas y de todas las organizacio-nes marxistas-leninistas en América Latina se han dado similares dificultades estructurales para confi-gurar una relación atenta, respetuosa y no instru-

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mental con los intelectuales, podríamos no obstante postular como hipótesis que en el seno de la izquier-da chilena se configuraron históricamente unas cier-tas posibilidades de expresión autónoma y de parti-cipación creativa de los intelectuales en la vida política interna de las organizaciones, que en nues-tro caso no se dieron.

Llama la atención la ausencia de un interés más profundo y sistemático desde nuestras izquierdas hacia las experiencias renovadoras y reformulacio-nes de los proyectos izquierdistas que tienen lugar en América Latina y en Europa. En la experiencia cultural actual de las izquierdas colombianas pro-bablemente se siga expresando cierto ensimisma-miento nacional y cierto provincianismo en relación con el desarrollo continental y universal, que carac-terizaría el conjunto de la vida cultural colombiana, las élites dirigentes incluidas, como veremos poste-riormente.

Terminando esta primera parte, nos parece im-portante subrayar la necesidad, en el proceso de reinserción, así como en los esfuerzos de redefini-ción de la cultura política de las izquierdas, de programas educativos que aborden el estudio y dis-cusión acerca de estos aspectos autoritarios y de intolerancia en la tradición de cultura política iz-quierdista.

II. La reinserción como reconocimiento de los aspectos positivos de la tradición político cultural de las izquierdas.

Nos parece importante rescatar en una concep-ción democrática de la reinserción y de la reconci-liación nacional, los aspectos positivos de la historia de las organizaciones de izquierda armadas y lega-les, vistas como movimientos sociales y políticos, como sensibilidad colectiva o como espacios de elaboración intelectual sobre la realidad. Los acuer-dos firmados por el Gobierno Nacional con las organizaciones político-militares desmovilizadas parecen responder en lo que esto respecta a una clara intención democrática y pluralista de ampliación de nuestra democracia y expresan su apoyo a la elabo-ración y difusión de trabajos periodísticos y de investigación sobre la historia de dichas organiza-ciones y de sus luchas reivindicativas.

Pensamos sin embargo, que es necesario resca-tar las facetas positivas de esa tradición de cultura política no sólo por estas razones democráticas que están en la base de los acuerdos de paz, sino también

por consideraciones relacionadas con la dimensión psicosocial de la reinserción como proceso altamen te traumático en sus implicaciones para la subjetivi dad de los desmovilizados (difusión en muchos de ellos de sentimiento de frustración y pesimismo, de haber perdido el tiempo los años en que se estuvo en la guerrilla, etc.). Creemos por ello que es de suma importancia en el proceso de redefinición de los valores políticos de los ex-combatientes, y así lo expresa uno de los informes de la A.T.I sobre el trabajo de formación ciudadana adelantado con los desmovilizados, "conservar el aprecio por los idea les y aspectos constructivos presentes en la historia personal y colectiva de los exguerrilleros y sus organizaciones". Resultaría equivocado y altamente nocivo para la reinserción psicológica y política, afirmar una óptica de ruptura total con el pasado, que no vea en él sino errores y equivaciones. Ningua persona puede cambiar sus actitudes y proyectarse con optimismo y confianza hacia el futuro sin un cierto apoyo en lo bueno y positivo hecho por ella en el pasado.

La invisibilidad de las izquierdas y la necesidad de ver también sus contribuciones a la dinámica democrática.

En la memoria del entonces Ministro de Go-bierno al Congreso en 1986, el titular de la cartera, Jaime Castro, explicaba el intento del gobierno de posibilitar la participación institucional de las fuer-zas de la izquierda, con esta palabras: "La izquierda ha sido un hecho político permanente en Colombia. Se encuentra en la universidad, en los sindicatos, en los paros cívicos, en el mundo de los intelectuales. Casi toda manifestación artística o cultural tiene un ingrediente de ese tipo. Sin embargo, carecía de expresión institucional y de acceso a las instancias decisoras. Sin compremeter el bipartidismo (las negrillas son nuestras F.L) ni el sistema democráti-co, el nuevo ordenamiento le permitió conseguir presencia político-electoral que no había obtenido en la historia del país, con reflejo adecuado en los cuerpos colegiados.

Son más bien excepcionales desde el discurso de los líderes nacionales del bipartidismo estos re-conocimientos a la izquierda como parte constituti-va de la vida política y cultural nacional. Cuando se han dado, han sido reconocimientos presionados por las circunstancias y pronunciados quizás como un recurso de autoprotección, como en los magnicidios de Pardo Leal, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo,

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cuando el presidente Barco en tan difíciles coyun-turas, ratificaba discursivamente -mientras los mi-litantes de la Unión Patriótica seguían cayendo to-dos los días víctimas de la guerra sucia- la importancia del pluralismo y del respeto a las dife-rencias ideológicas. La gran mayoría de dirigentes nacionales y regionales de los dos partidos, y po-dríamos decir que muy amplios sectores de la po-blación colombiana socializados políticamente en el seno de los partidos tradicionales, no parecen tener mayor conciencia de que la historia de las izquierdas es parte constitutiva de la historia colombiana y del diálogo que un importante sector de conciudadanos ha tenido con las utopías sociales y con las revolu-ciones y experiencias internacionales de construc-ción socialista (la revolución rusa de 1917, la revo-lución china de 1949, la revolución cubana de 1959, la revolución argelina de los años 60, la experiencia de la Unidad Popular chilena de 1970 al 73, la revolución sandinista de 1979, etc.).

Esta marginalidad de la izquierda en Colombia tiene que ver en parte con el arraigo histórico del bipartidismo y su carácter de base del sistema polí-tico colombiano; en parte también con el dogmatis-mo, el discurso político teoricista y el carácter ex-tranjerizante de las propuestas de los partidos de izquierda que las alejaba del mundo cultural de las grandes mayorías; y en otra buena parte con las prácticas de exclusión y los rasgos de anticomunis-mo y antizquierdismo de la cultura política frente-nacionalista.

La invisibilidad de la izquierda o la visibilidad negativa de la misma, están relacionadas también con el monopolio bipartidista de los medios de comunicación de masas, cuyos directores determi-nan que es contable, que es noticiable, qué es mos-trable, a partir de una concepción bipartidista de la democracia informativa.

La otra causa de invisibilidad de las izquierdas está asociada a la ausencia de diarios de masas, espacios radiales o televisivos nacionales, orienta-dos por lo que pudiéramos llamar un pensamiento y una sensibilidad de izquierdas, que si bien existe como sector de la opinión y como filiación política de muchos colombianos que adhieren a una u otra propuesta política de izquierda o que se acercan a ella porque no se sienten representados por el bipar-tidismo, no encuentra sin embargo, una expresión medianamente orgánica desde los medios de comu-nicación de masas.

El acceso de la Alianza Democrática M-19 a un noticiero de televisión no parece haber ampliado las posibilidades de difusión de los problemas organi-zativos, debates ideológicos y desarrollos políticos de las izquierda, ni el espectro de propuestas temá-tica y de facetas de realidad abordadas tradicional-mente por los teleinformativos colombianos. No parece corresponder la práctica comunicativa de la nueva agrupación política a aquella idea de su líder Carlos Pizarro, quien afirmara alguna vez que el M-19 debería ser un vehículo para grandes cambios y para la expresión de la gente que tiene sus tesis guardadas "esperando la oportunidad de expresarlas con libertad" todo esto resulta bastante paradójico si recordamos el interés y la imaginación que siem-pre puso el M-19 en el manejo de los medios y los fenómenos de masas.

Aspectos positivos del universo de valores de las izquierdas y aportaciones a la sensibilidad democrática de la sociedad.

Veamos enseguida, en una presentación globa-lizante, estas facetas afirmativas del mundo valora-tivo y de la acción práctica de las izquierdas. Algu-nas han tenido que ver más con la acción de los partidos políticos legales o con los brazos políticos de las organizaciones armadas, que con sus organi-zaciones propiamente militares.

No está de más aclarar que estos aspectos afir-mativos se entremezclan de manera compleja y contradictoria con esos rasgos autoritarios y de in-tolerancia que antes describíamos. Los presentamos en el presente trabajo separados, sólo con el fin de demostrar la presencia de estos dos 'rostros' en el accionar histórico de las izquierdas.

Es obvio también que estos rasgos positivos que presentaremos a continuación no son intemporales y varían o presentan matices particulares en las distintas organizaciones. Ellos tienen una ubicación en un tiempo concreto de los últimos treinta años, y experimentan, para poner un ejemplo, en la década de los 80, en cuanto corpus de principios éticos, los efectos erosionadores que el narcotráfico produce en la trama general de las relaciones sociales y de los valores de la sociedad. Sufren también ciertos deslizamientos hacia prácticas de delincuencia co-mún, debidos, en parte, a la misma lógica de la guerra y, en buena medida, al deterioro de la moral revolucionaria por el reclutamiento de combatientes sin ninguna formación política, al pasar la mayoría de los grupos armados en la década de los 80, de

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pequeñas unidades guerrilleras a una concepción de construcción de ejército.

Reconociendo la existencia al interior de los grupos armados de prácticas cercanas a la delin-cuencia común y de eventuales procesos de bando-lerización, es indudable que hay en ellos un conjunto de ideales políticos que sería equivocado e inconveniente desconocer. Observemos enseguida algunos de esos rasgos positivos, que aún habiendo jugado de manera diferencial, habrían estado de todas formas presentes en el pasado reciente de las organizaciones de izquierda en Colombia:

1 . El altruismo y la generosidad en la lucha

contra la desigualdad. 'Ser de izquierda' se asoció durante mucho tiempo -naturalmente desde cierta opinión progresista-, a ser sensible a los problemas de los menos favorecidos, partidario de ideas avanzadas y del cambio, 'adalidad de causas nobles' o 'quijote'. Vale la pena recordar el altruismo de aquellos jóvenes que abandonaron sus estudios universitarios, familias, comodidades, etc., y se fueron "a hacer revolución". O la actitud de muchos hijos de familias de clase media y alta, muchos de ellos estudiantes javerianos o uniandinos, que en los sesenta y setenta se fueron a hacer trabajo popular a los barrios del suroriente de Bogotá. Por entrevista e historias de vida sabemos que móviles similares han presidido la incorporación de jóvenes a los grupos armados durante la primera y la segunda mitad de los 80, y muy probablemente siguen teniendo cierta incidencia en la vinculación actual de combatientes a los grupos guerrilleros, a pesar de la crisis de la utopía comunista y del derrumbe de los países del "socialismo real".

2. La solidaridad y la fraternidad, a nivel

interno de las organizaciones, y a nivel de la relación con las poblaciones marginadas en donde se desenvuelve la acción político-militar de la guerrilla. ..

Ejemplos de esto, -tomados de la historia del EPL-, serían la ayuda médica a la población en cuanto a medicina preventiva, brigadas de salud, o la atención de enfermos por parte de los médicos de los campamentos guerrilleros. También los esfuerzos en cuanto a modificación o mejora de los hábitos alimenticios del campesinado (enseñarles por ejemplo, a preparar y a tomar jugos, o a preparar y comer legumbres y no sólo yuca, plátano y arroz). Además las labores de alfabetización: muchos campesinos aprendieron a leer y a escribir gracias a la guerrilla.

3. La valoración de los intereses colectivos por encima de los intereses particulares y egoístas. Este sentido de lo colectivo, redefinido en sus aspectos autoritarios y en sus implicaciones de aplastamiento de la individualidad -ya fuera en las estructuras político-militares-, es susceptible de enriquecer las formas de relación social en Colombia, sobre la base de unas nuevas demandas de articulación democrática entre lo individual y lo colectivo.

4. La crítica a la desigualdad y a la injusticia

sociales, al status autoritario y represivo, al carácter monopólico y excluyente del sistema político, del Frente Nacional, estrechamente vinculada a una opción de lucha práctica política y social contra tal orden de cosas.

5. Acercamiento a los sectores populares, al

conocimiento de sus problemas, necesidades y expectativas, y desarrollo de una cierta mística de trabajo alrededor de las necesidades de organización de los sectores subalternos. Esto resulta muy importante en virtud de los siguientes factores:

• Las prevenciones históricas de las élites hacia lo

popular, extendidas a buena parte de los sectores medios, que vienen desde el siglo XIX,, pasan por los sucesos del 9 de abril de 1948 y se expresan en las décadas recientes en las visiones de lo popular como "lo subversivo" o "lo peligroso".

• La visión paternalista e instrumental de los po bres, muy estimulada por el sistema político del clientelismo.

• La desatención y prevención hacia el mundo or ganizativo y cultural de los sectores populares. No parece existir desde el Estado y los partidos, o desde las universidades donde se educan las futu ras élites dirigentes, un pensamiento y una prácti ca política que rescate como positiva e importante para la democratización y modernización de la sociedad la acción de organizaciones como la ANUC, la CUT, Fecode, AM Colombia, las Jun tas de Acción Comunal, etc.

• Cierta presunción -bastante difundida a nivel de los funcionarios del Estado- de que las comunida des y en general los sectores populares son igno- rantes, que no tienen nada que decir ni que aportar, que no tienen perspectivas acerca de su futuro o el de su región.

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La imposición inconsulta de planes de desarrollo a las comunidades, en parte debida a la presunción anterior.

6. Tradición de organización y disciplinamiento social, presente en las organizaciones marxista-le- ninista-, debida a la disciplina de partido y a la forma de organización celular. Esta tradición redefinida de manera democrática y depurada de ciertas carac terísticas conspirativas, autoritarias y de ghetto que generalmente le han acompañado, puede ser impor tante hacia el futuro, en la construcción organizativa de nuevas instituciones (de hecho ya lo ha sido), en un país bastante desarticulado organizativamente, y con una sociedad civil débil y dispersa.

7. El papel importante jugado por el marxismo, asociado a las elaboraciones de la teoría de la de pendencia, como herramienta de cuestionamiento a los mecanismos internacionales de dominación eco nómica y política, y de crítica a la enseñanza oficial tergiversadora de la historia (el silenciamiento de la violencia de los 50, la versión del 9 de abril como complot del comunismo internacional, etc), y a la cultura eclesiástica dominante, jerárquica y alta mente funcional al sistema monopólico del poder del Frente Nacional.

8. Militancia de izquierda y desarrollo de una disciplina de trabajo intelectual: varios de nuestros hoy día prestigiosos cientistas sociales desarrolla ron hábitos de trabajo intelectual y se iniciaron en un interés sistemático por la realidad colombiana, a partir de su paso por la militancia de izquierda. Muchos de estos cientistas sociales, desde posicio nes ahora más heterodoxas y de apertura a las dis tintas corrientes del pensamiento, mantienen cierta sensibilidad y cierto 'humanismo de izquierda' y aprecian un pasado en donde si bien reconocen sesgos doctrinarios y esquematismos, encuentran importantes elementos formativos que sembraron ideales y valores que han presidido su trabajo inte lectual individual e institucional. No sobra decir que los procesos de paz con los movimientos insurgen tes desmovilizados han sido posibles en alguna me dida, porque en las Consejerías Presidenciales han estado personas cuyo paso temporal o su cercanía al mundo de las izquierdas los ha hecho capaces de entender el mundo de ese otro con quien les ha tocado negociar.

9. Interés hacia los asuntos de la política, ali-mentado por la formación marxista, y estímulo a una

posición activa del individuo ante los problemas relacionados con el manejo del poder (funciona-miento del estado, el mundo de los partidos, impli-caciones políticas de manejo de los medios de co-municación, etc.).

En síntesis, nos parece necesario subrayar una vez más la importancia del conocimiento por parte de los funcionarios a cargo del proceso de reinser ción y de aquellos que se ocupan de las políticas de paz, tanto de los aspectos negativos arriba presenta dos, como de éstas facetas afirmativas de la tradi ción de izquierda. Matizar la percepción negativa del excombatiente por la sociedad, destacando esos aspectos positivos presentes en la historia de estos nuevos ciudadanos, puede tener sentido en el esfuer zo de vinculación de los diferentes sectores sociales al éxito del proceso de reinserción (empresarios, potenciales empleadores, instituciones privadas y estatales, opinión pública, etc.)

III. La reinserción como proceso multilateral que implica aperturas y redefiniciones desde otros aspectos.

El término "reinserción" no gusta a los desmo-vilizados en la medida en que tal palabra implica para ellos algo parecido a que los "raros" se vuelvan "normales". Tal vez tengan razón cuando argumen-tan que sería mejor hablar de "reencuentro", no solamente de los desmovilizados con la sociedad, sino de la propia sociedad colombiana consigo misma, con la Colombia periférica y marginal de las zonas de colonización y de nuestras grandes ciudades, con las condiciones sociales y culturales que han generado, o que han servido de caldo de cultivo a la insurgencia armada, con esa otra historia reciente del país que casi siempre empezábamos a conocer cuando ya se nos ha vuelto tragedia.

La reinserción no se puede reducir a la mera desactivación de los movimientos armados y de los combatientes que los componen. Se supone -y la filosofía y los acuerdos de paz así lo establecen- que paralelamente a la reincorporación a la vida civil de los exguerrilleros individualmente considerados, el gobierno adpotará políticas tendientes al desarrollo de las áreas deprimidas y de los municipios más pobres que sirvieron de escenario a la acción de los grupos armados desmovilizados. La comisión de superación de la Violencia es muy clara al respecto cuando precisa "el problema de la reinserción no es sólo una cuestión individual", y recomienda que "además de esta dimensión, es indispensable dirigir

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todos los esfuerzos del Gobierno sostenidos a través del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR), hacia el impulsd"de una "reinserción regional". De lo contra¬rio, lo más probable es que se esté reincorporando a algunos grupos guerrilleros que simplemente serán reemplazados por otros al cabo de un tiempo". De otro lado, es muy importante garantizar a partir de una actitud generosa, medidas reales de favorabilidad política, que otorguen instancias y espacios efectivos de continuación, en las nuevas condiciones de la civilidad, de las luchas históricas de las organizaciones guerrilleras. Hay que tener en cuenta aquí que cualquier desmovilización (y la eventual desmovilización de las FARC, del ELN o del sector disidente del EPL de Fracisco Caraballo no escaparía a tal efecto), implica necesariamente ciertas dosis de frustación, pesimismo y dispersión. Es por ello conveniente que las organizaciones des¬movilizadas, dado este carácter inevitablemente traumático del proceso de reinserción, mantengan una cierta cohesión y una determinada autoridad y capacidad de control sobre las personas integrantes de la fuerza militar desmovilizada. De esta forma sería posible evitar o reducir a un mínimo los fenó¬menos de descomposición o bandolirización. Necesidad de redefiniciones en la herencia político-cultural frentenacionalista No tan sólo los desmovilizados tienen que entrar en un proceso de transformación de valores y de redificiones de actitudes políticas. El bipartidismo tiene que empezar también a revisar críticamente el funcionamiento de la subjetividad política de los directores regionales y nacionales de los partidos, de los miembros de base y mandos medios de sus colectividades: sus formas de socialización y de educación política, sus estereotipos, sus intoleran¬cias, sus complicaciones antodemocráticas y vicios ancestrales. Uno de los ejes de transformación del biparti¬dismo tiene que ver con cómo constituir desde la orientación del desarrollo y desde su acción política una concepción moderna y democrática de lo públi¬co, que tome distancia de sus prácticas históricas de privatización bipartidista y patrimonio del Estado, con sus secuelas de corrupción, privilegios, falta de transparencia en la cuestión pública y violencia en la defenda del abuso institucionalizado. No se

puede no ver que sobre este tipo de corrupción se montan precisamente proyectos como el de moralización autoritaria de las alcaldías impulsado por algunos sectores de la UC-ELN. Otra necesidad inaplazable es la de rectificar una tradición civilista ambigua que cohonesta no sólo con la corrupción, sino además con el paramilitarismo, con la guerra sucia y con el homicidio con fines político-electorales. Creemos que los partidos tienen que repensar también sus formas tradicionales de relacionarse con el dirigente popular, con el defensor de derechos humanos, con el sindicalista, el miembro de un partido de izquierda, el militante, etc. La visión bipartidista de las izquierdas: necesidad de pensarlas positivamente. En trabajos anteriores hemos hecho referencia al fuerte arraigo en la cultura colombiana del anti¬ comunismo "criollo" de procedencia eclesiástica y de inspiración inicialmente antiliberal, así como a la influencia de un anticomunismo más "moderno" asociado a la difusión en nuestro medio de la doc¬ trina de la seguridad nacional. Estos dos influencias doctrinarias se han articu¬lado a las prácticas de exclusión institutcional de las izquierdas por el sistema del Frente Nacional, y se han reforzado también de alguna manera con la opción de lucha política violenta asumida por las izquierdas en estas últimas décadas. Nos parece que hoy día se hace necesario redefinir esa vieja actitud de negarle un espacio político e institucional a las fuerzas de izquierda y adelantar iniciativas pedagógicas y simbólicas que reduzcan la arraigada intolerancia anticomunista y antizquierdista. Observamos en la Colombia de hoy visiones no sólo poco generosas, sino mezquinas, que no le confieren ningún lugar, ni ninguna posibilidad de aportar a la construcción de un nuevo país, a las izquierdas: periodistas que ante quien reivindique una bandera socialista, o algún elemento positivo del marxismo, inmediatamente lo tildan de "dinosaurio" o de "anacrónimo". Aquí habría que subrayar también el provincialismo de algunos sectores de la opinión ilustrada, en cuya visión del mundo parece no tenerse en cuenta el papel jugado por la idea y la práctica del socialismo en la construcción democrática en otras latitudes: por el Partido comunista italiano, el Partido socialista francés o el socialismo chileno, para poner sólo tres ejemplos. Varios editorialistas y columnistas de los gran¬des diarios bipartidistas conciben la reinserción co-

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mo el proceso de desactivación y entrega de los equivocados, o de arribo a la sensatez de unos grupos de desadaptados sociales.

_. Muchas de estas unilaterales opiniones perio-dísticas expresan tal vez un comprensible resenti-miento de sectores de la sociedad afectados directa-mente por el "boleteo", la "vacuna" y el secuestro guerrillero. En este punto habría que reconocer el enorme desprestigio que este tipo de acciones delin-cuenciales de la guerrrilla ha proyectado sobre el conjunto de las fuerzas políticas de izquierda y sobre el movimiento popular. Tales procedimientos no solamente han estimulado el surgimiento y prolife-ración de grupos paramilitares, sino que han sem-brado en muchos de los afectados un espíritu revan-chista y fuertes resistencias a las políticas de solución dialogada del conflicto armado.

Lo preocupante de estas voces es que en muchas ocasiones, llevados ya sea por sus sesgos ideológi-cos o por su resentimiento, hablan como si al país al cual se reinsertan hoy los desmovilizados fuera un paraíso de virtudes, una sociedad modelo de justicia social y económica, de relaciones sociales basadas en una clara ética del bien común, o tuviera un sistema político tolerante y diáfano en su funciona-miento con las fuerzas de oposición. En síntesis, como si la reinserción consistiera meramente en un proceso de vuelta a la obediencia de las ovejas descarriadas, y no demandara simultáneamente pro-fundas transformaciones estructurales en la vida socioeconómica y en la cultura política de los gru-pos y sectores integrantes de nuestra sociedad.

Sugerimos entonces que hacia la solución del conflicto interno, el fortalecimiento democrático del sistema político y de la gobernabilidad de nuestra sociedad, resultaría conveniente un estímulo desde los sectores dominantes a la posibilidad de que todo el potencial de mística de trabajo, de solidaridad, de democratización social, presente en el mundo de las izquierdas, pueda ser orientado hacia formas más constructivas y transaccionales de acción social, que trasciendan la mera actitud contestaría y asuman otra más positiva; que no eludan la crítica a los vicios del movimiento sindical o a las carencias del movimiento popular, pero tampoco el necesario cuestionamiento al orden establecido y la institucio-nalidad.

En síntesis, se trataría de pensar positivamente a las izquierdas, de imaginar actuando en el escena-

rio nacional y regional a una izquierda secular, imaginativa, autocrítica, transaccional, respetuosa de la filiación católica de la población, sintonizada con los problemas nacionales y regionales y capaz de contribuir junto con otras fuerzas al progreso del país.

La jerarquía eclesiástica y su relación excluyente con el cristianismo popular y la teología de la liberación

Otro eje central de redefínición de actitudes y valores excluyentes, es el que tiene que ver con la modificación de la actitud autoritaria y jerárquica de la Iglesia oficial para con el cristianismo y la teolo-gía de la liberación. En el seno de las distintas tendencias y expresiones políticas y sociales presen-tes en el cristianismos popular hay todo un conjunto de valores asociados a una visión más horizontal de la sociedad, de solidaridad, de trabajo en beneficio de los sectores menos favorecidos e incluso una visión y una vivencia de la vida cotidiana y de la sexualidad menos prohibitiva y obscurantista que aquellas que han primado desde el discurso eclesiástico oficial

A pesar que en la teología de la liberación no siempre el afán igualitario está asociado a una clara conciencia del valor de la libertad, de la democracia política, y de los fundamentos institucionales del ejercicio democrático , es claro que en la sociedad colombiana, los medios de comunicación y la propia iglesia como institución tienen que abrirle al cristia-nismo popular un espacio de participación, de deba-te y de acción social, en donde exprese y confronte sus lecturas de la realidad, y pueda desarrollar una dinámica de distanciamientos críticos y de consen-sos, de autocrítica y de enriquecimiento, desde su perspectiva, de las alternativas políticas y sociales del desarrollo nacional. La apertura en el seno de la Iglesia a un diálogo respetuoso y más atento con el cristianismo popular parte importante del proceso global de apertura democrática de la sociedad co-lombiana.

Una eventual negociación de paz con la UC-ELN, en donde se expresan sectores cristianos de izquierda, sería sólo uno de los procesos que podría eventualmente estimular nuevas formas de relación social entre la Iglesia y los cristianos, y sacar del marginamiento a un sector del cristianismo colom-biano estigmatizado y excluido por las jerarquías desde los tiempos de Camilo y de los sacerdotes del grupo de Golconda, hasta nuestros días.

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Las redefiniciones desde los militares y los organismos de inteligencia

Los militares no pueden quedarse al margen de este proceso de "reinserción general" de la sociedad. Una confrontación de más de treinta años contra la insurgencia armada de izquierda mediada además por una lectura del conflicto interno como expresión de la confrontación Este-Oeste, ha hecho mella en la percepción del mismo y de los actores involucrados en él desde la contraparte. Si bien, a diferencia , de lo imaginado tradicionalmente por la izquierda, no ha habido en Colombia un corpus ideológico integral ni una aplicación sistemática de la doctrina de Seguridad Nacional, varios autores coinciden en que si se han dado algunos elementos y se siguen expresando actualmente algunos remanentes de la doctrina de Seguridad Nacional. Estos remanentes tendrían que ver sobre todo con tres aspectos: a.-el anticomunismo radical; b.-la concepción del enemigo interno y c.-la concepción doctrinaria de la inteligencia militar.

Hay que reconocer, sin embargo, que los procesos de paz y reinserción adelantados por las administraciones de Barco y Gaviria han mostrado cambios positivos en la actitud de las FF. AA. que ha sido más favorable a la política de paz gubernamental, que cuando el proceso de B. Betancurt. En varias regiones, oficiales de las FF.AA. han contribuido con buena voluntad y transparencia a la buena marcha de la reinserción y a la seguridad de los desmovilizados.

El informe de la Comisión de Superación de la Violencia, así como varios documentos gubernamentales, han recomendado la necesidad de propiciar la aproximación de los militares a la sociedad y vice versa, y la vinculación de la sociedad civil a la formulación y orientación de las políticas de seguridad y de manejo del orden público, que no deben ser de exclusiva competencia de los militares.

Sería deseable además, estimular a través de programas educativos, cambios en la percepción por

parte de los militares y de los miembros de la policía, del sindicalista, del dirigente del magisterio, del líder popular o de izquierda, etc.. Esto es muy im portante sobre todo a nivel de los organismos de inteligencia. Sabemos de casos de personas que en los años setenta u ochenta estuvieron vinculados al movimiento sindical y magisterial, para los cuales esa participación política de entonces se ha conver tido posteriormente en un estigma, en causa de persecusión u hostigamiento por parte de organimos de seguridad del Estado, estando muchas veces esas personas actualmente alejadas de cualquier activi dad política o gremial.

La reinserción como eslabón central del proceso de paz y de una política mayor de reconciliación nacional

No parece haber una clara conciencia ni una decidida voluntad desde las esferas gubernamenta-les para hacer de la realización exitosa de la reinser-ción un eslabón fundamental para el avance del proceso de paz con la Coordinadora Guerrillera y para jalonar esa tarea mayor y nada fácil de la reconciliación nacional.

La reinserción puede jugar un papel central en la ampliación de la legitimidad de las instituciones políticas sobre la base de su transformación demo-crática y de la apertura real y no simplemente retó-rica del sistema político. El gobierno debe cuidar más del proceso de reinserción y vincular más decididamente a ella a los gremios, las organizaciones sociales, los parti-dos políticos, las instituciones estatales, los medios de comunicación, y al ciudadano común, mostrando que ella compete no solamente al Estado y a las organizaciones desmovilizadas. Hay una queja ge-neralizada por el bajo perfil de la reinserción. Se hace necesario venderle a la opinión el proceso de reinserción, manejarlo simbólicamente, mostrar lo positivo de él, y hacer que la gente lo asocie a un proceso mayor y mucho más importante: el de la reconciliación nacional.

Bibliografía y Notas

1 Brunner, José Joaquín, Un Espejo Trizado. Ensayos sobre cultura y políticas culturales, Facultad Latinoamericana de Ciencias Socia les FLACSO, Santiago de Chile, 1988, pp.207-208.

2 Me refiero a informes como el de Sánchez, Gonzalo (Coordinador), Colombia: Violencia y Democracia, Universidad Nacional, Bogotá, 1987; a los avances de investigación publicados en la revista Análisis

por el Equipo Interdisciplinario de Investigación sobre Conflicto Social y Violencia en Colombia del CINEP, o al reciente informe de la comisión de Superación de la Violencia publicado bajo el título de Pacificar la Paz. Lo que no se ha negociado en los acuerdos de paz, Instituto de Estudios Políticos.

3 De los trabajos de investigación y ensayos críticos dedicados a las cuestiones de la cultura política de la izquierda en relación al socialismo, a la democracia, a los medios de comunicación, a la cultura

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de masas, o a los procesos de secularización y de renovación de la izquierda, publicados en otras latitudes, podríamos citar las siguien-tes: Brunner, J. J., op. cit. 409-438; Castañeda, J., "Latinoamérica y el fin de la Guerra Fría, en Nexos No. 153, México, 1990; Degregori, C. I., Qué difícil es ser Dios. Ideología y violencia política en Sendero Luminoso, El Zorro de abajo ediciones, Lima, 1990; Garretón, M. A., "Socialismo Real y Socialismo Posible", Material de Discusión FLAC-SO, No. 126, Santiago de Chile, 1990; Lechner, N., "La democrati-zación en el contexto de una cultura posmoderna", en Foro, No. 14, Bogotá, 1991; Lechner, N., "Democracia y Modernidad. Ese desen-canto llamado posmoderno", Foro, No. 10,1989; Lechner, N., Los patios interiores de la democracia, FLACSO, Santiago de Chile, 1988; Moulián, T., "Democracia y Socialismo en Chile", Santiago, 1983; Sunkel G., Razón y pasión en la prensa popular. Un estudio sobre cultura popular, cultura de masas y cultura política, ILET, Santiago de Chile, 1985; Walker, I., Socialismo y Democracia. Chile y Europa en perspectiva comparada, CIEPLAN-HACHETTE, Santia-go de Chile, 1990. Para el caso colombiano, en donde la discusión sobre la cultura política de las izquierdas dista mucho de un adecuado nivel de problematización y de sofisticación, pero donde, sin embargo, se ha avanzado notoriamente en el estudio de la insurgencia armada y de sus especificidades nacionales y regionales, podríamos citar los siguientes artículos y trabajos de investigación: Sánchez, R., "Iz-quierdas y democracia en Colombia", Foro, No. 10, Bogotá, 1989; Sánchez, R., "El bloqueo de la izquierdas como tercera alternativa", Foro, No. 9 Bogotá, 1989; Medina, M., "La crisis de la izquierda en Colombia", Foro, No. 15, Bogotá, 1991; Pizarra, E., las FARC1949-1966. De la autodefensa a la combinación de todas las formas de lucha, Tercer Mundo Editores e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, Bogotá, 1991; Pizarra, E., "Elementos para una sociología de la guerrilla colombiana", Análisis Político, No. 12, Bogotá, 1991; Ramírez, W., Estado, Violencia y Democracia, Tercer Mundo Editores e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, Bogotá, 1990; Ramírez, W., "Las fértiles cenizas de la izquierda", Análisis Político, No. 10; López F., "Autoritarismo e intolerancia en la cultura política", Análisis, NO. 6, CINEP, Bogotá, 1992; López, F., "Crisis y renovación de la izquierda radical", Foro, No. 15, Bogotá, 1991; López, F., "El reencuentro del EPL con la sociedad", Análisis No. 5, CINEP, Bogotá, 1991; López, F., "El pensamiento de Gramsci, la Alianza Democrática y la política en Colombia" en Antonio Gramsci y la realidad colombiana, Ediciones Foro Nacional por Colombia, Bogotá, 1991; López, F., "Izquierda y cultura política colombiana 1919-1959", Análisis, No. 4, CINEP, Bogotá, 1990.

4Sobre estos casos se pueden leer en varios de los trabajos de Alfredo Molano, en particular en Aguas arriba. Entre la coca y el oro, El Ancora Editores, Bogotá, 1992.

5Ver la presentación de las relatorías de trabajo de los grupos en el "Informe de Trabajo del Primer Seminario-Taller sobre historia políti ca, social y de la cultura en Colombia durante el siglo XX, y Cultura Política de las Izquierdas 1960-1992, realizado en la Ceja (Antioquia) los días 14 y 15 de febrero de 1992, por la Asociación de Trabajo

Interdisciplinario, A.T.I., como parte del Programa de Formación Ciudadana "Educación para el reencuentro del EPL con la sociedad".

6 Entrevista con Jesús Martínez, Medellín, 26 de julio de 1991. 7 Ibidem.

8 Entrevista con Javier Reynaldo fosada, Medellín, 29 de julio de 1991. 9 Ibidem.

10 Ver el artículo 'Chile, ecos de las recientes elecciones. Comunistas fueron la sorpresa", Voz, Edición 1698, semana del 9 al 15 de julio de 1992, p. 13.

11 Ver Walker Ignacio, op. ct., capítulo 5. 12Ibidem. 13 Idem.

14 Comentando una versión previa de esta ponencia con el historiador chileno Hugo Fazio, coincidíamos en esta ¡dea sobre el papel de los intelectuales en las izquierdas chilenas y colombiana.

15 Ver a este respecto el punto II del texto "Acuerdo Final Gobierno Nacional-Ejército Popular de Liberación", del 15 de febrero de 1991 (mimeo), denominado "Promoción" (del proceso de paz-F.L), y espe cíficamente el numeral 1 sobre "publicidad" que en sus aportes f y b establece el apoyo a la edición de un libro sobre la historia del EPL en el proceso de paz, así como la transmisión televisiva de unos programas acerca de la organización desmovilizada.

16 Ver López F., "Evaluación del trabajo realizado por la Asociación de Trabajo Interdisciplinario A.T.I. en el primer Seminario-Taller de Reinserción organizado por la Oficina Nacional de Reinserción de la Presidencia de la República, en el mes de noviembre de 1991 en El Ocaso (Cund¡namarca)",(m¡meo), Bogotá.

17 Castro, J. "Apartes de las memorias del Ministro de Gobierno, Jaime Castro, al congreso 1986", en Lara P., Siembra vientos y recogerás tempestades, Sexta Edición, Planeta Colombiana Editorial, S.A., Bogotá, 1991. P.284.

18 Ver el excelente relato comparativo del comandante del M-19 Libardo Parra Vargas ("Osear") acerca de las formas de relaciona- miento político-discursivo con la población manejadas por la izquier da y los partidos tradicionales, en Beccassino A., M-19 El Heavy Metal Latino Americano, Santodomingo Fondo Editorial, Bogotá, 1989, p. 167.

19 Ver el aparte dedicado a Medios de Comunicación y Violencia en Sánchez G., (coordinador), op. cit.

20 Pizarra Carlos, entrevista realizada por Ángel Beccassino, 13 de julio de 1989, en Beccassino, Ángel, Op. Ci. p. 108.

21 Véase Beccassino, op. cit,.

22 Sobre esto ver por ejemplo Zambrano F., "El miedo al Pueblo", Análisis No.2, CINEP, Bogotá, 1989.

23 Véase Reyes A., Lo que no se ha negociado en los acuerdos de paz, op. cit..

24 Véase López F., Análisis N56, op. cit. 25 Véase Leal F., "Surgimiento, auge y crisis de la doctrina de seguridad nacional en América Latina y Colombia", Análisis Político NB15, 1992.

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REINSERCION DE GUERRILLEROS. ¿ENTRANDO EN LA CASA DEL ENEMIGO?

Florentino Moreno Martín Profesor de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid

Colaborador de IEPALA

omo psicólogo social resulta para mí muy gra-tificante escribir en una revista de historia,

placer que aumenta al tratarse, como la cabecera de la publicación indica, de una Historia Crítica. Al combinar historia y psicología no deberíamos aten-der exclusivamente al análisis de los elementos psi-cológicos de los procesos históricos, lo que nos puede llevar a una peligrosa psicologización del objeto de estudio. La conducta humana, tanto la exterior y observable, como la que se manifesta en procesos psicológicos internos, tiene una relación dialéctica con la realidad histórica: es consecuencia y causa de la misma; y es labor de los científicos sociales explicar los condicionantes históricos de la conducta, al mismo tiempo que analizamos los pro-cesos históricos como el resultado de múltiples pro-cesos de interacción humana.

Mi primera intención cuando fui invitado a par-ticiparen el foro de discusión "Problemas y alterna-tivas para la paz en Colombia", fue preparar una ponencia que sirviera de resumen de los principales resultados de una investigación psicosocial realiza-da en las zonas de guerra de Nicaragua, en los campamentos de la contra en el sur de Honduras y entre población española que jamás había vivido el fenómeno bélico. El objetivo de este estudio era el análisis de lo que vinimos a denominar como socia-lización bélica, esto es, la interiorización del fenó-meno de la guerra por parte de los niños. Durante meses entrevistamos a casi mil niños de 8 a 14 años estudiando a su vez a sus agentes socializadores: familia, escuela y medios de comunicación.

Por las características de este foro y el título específico en el que se ha situado mi intervención "Reinserción como construcción de una nueva for-ma de relación social", es preciso reorientar el con-tenido de esta ponencia. Basándome en los datos

empíricos de la investigación aludida, deseo refle xionar sobre algunos de los procesos psicológicos implicados en la reinserción de los guerrilleros a la vida civil. Especialmente quisiera centrarme en el análisis de uno de los fenómenos que muchos de ustedes conocen perfectamente: la destrucción psi cológica y social observada en muchos de los com batientes desmovilizados, ya sea que esta desmovi lización se deba a un proceso de negociación política, como es el caso reciente de Colombia, o sea fruto de una derrota militar, un armisticio o cual quier otro hecho.

Sin enemigos

En la raíz de muchos de los problemas psicoló-gicos detectados en los desmovilizados se encuentra un fenómeno de carácter psicosocial: los exguerri-Meros se quedaron sin enemigos. Este hecho que aparentemente debería significar más bien un ele-mento positivo de recuperación psicológica para aquellos que vivieron las terribles situaciones aso-ciadas a una guerra, supone en muchos casos un problema de identidad que evoluciona de modos diversos en función de las características personales de cada uno de ellos.

Mi hipótesis es que el conceptualizar al adve sario como enemigo no es un hecho que se deriva exclusivamente de los acontecimientos políticos o económicos concretos. Junto con estas circunstan-cias, que sirven de marco de referencia, existe en los adultos una predisposición a asumir a otro grupo social como enemigo irreconciliable, poco funda-mental para participar activamente en los conflictos bélicos y, como veremos más adelante, uno de los principales problemas de recuperación psicosocial cuando los combates terminan.

C

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¿De donde viene esta predisposición humana?, ¿dónde puede situarse el origen del impulso del hombre a participar en las guerras, en los ejércitos, en los procesos de violencia organizada?.

Cuando desde las ciencias sociales se trata de dar explicación a este hecho, la primera tendencia es tomar como unidad de análisis al individuo hu-mano, intentando explicar sus respuestas como algo aprendido o heredado.

Freud es uno de los autores que ha defendido esta última idea. En su segunda teoría de las pulsio-nes (1920) habla de la existencia, junto al impulso de vida, de una pulsión de muerte caracterizada por la tendencia a retornar a lo inanimado. Cuando en 1932, Albert Einstein le pidió una explicación psi-cológica del origen de la guerra, Freud le contestó: es inútil tratar de librarse completamente de las pulsiones agresivas humanas, .basta con intentar desviarlas para que no tengan que canalizarse ha-cia la guerra. (Freud, 1932). No menos citadas y debatidas son las teorías de los psicofisiólogos y etólogos que consideran la agresión como fenóme-no instintivo y el conflicto como consecuencia ine-vitable de la misma. El que existan determinadas estructuras nerviosas relacionadas con el fenómeno agresivo, ha sido uno de los principales argumentos esgrimidos por quienes defienden el origen innato de la agresividad humana, como es el caso de los famosos postulados de Lorenz (1969) y Eibl-Ein-besfeldt (1977).

Estos conocidos postulados que llevados al ex-tremo eximirían de responsabilidad al hombre al considerar como natural su participación en los actos de violencia organizada, fueron duramente criticados desde distintas perspectivas sociobiológi-cas, antropológicas y psicológicas. En los años 70, cuando se multiplicaban los procesos de violencia política (guerra de guerrillas, guerra de Vietnam, conflicto en Palestina, etc), se escribieron docenas de libros en los que se intentaba demostrar cómo el origen de las guerras no podía atribuirse a una tendencia innata a agredir, puesta en duda por mu-chos antropólogos en sus estudios transculturales, sino más bien a los efectos del aprendizaje social de la violencia. Véanse Scott (1958), Montagu (1978), Kaufman (1970) y Fromm (1975) entre otros.

Determinadas conductas agresivas pueden ex-plicarse muy bien acudiendo a estas teorías psicoló-gicas innatistas o biologicistas. El que una mujer

golpee a alguien que está haciendo daño a su hijo, o el hecho de responder violentamente al ataque físi-co, son respuestas que están presentes en el reperto-rio de conducta de casi todos los animales. Sin embargo, tratar de explicar los fenómenos de vio-lencia colectiva basándose en una tendencia innata del individuo a reaccionar agresivamente ante de-terminados estímulos, es un argumento difícil de sostener en el caso de un fenómeno social tan com-plejo como la guerra donde no se dan reacciones impulsivas sino cálculos premeditados, donde cada acción se planifica no como reacción inmediata a una agresión previa sino calculando costos y bene-ficios.

Aún en el caso de aceptar la tendencia innata del ser humano a responder de forma violenta ante determinados estímulos, es preciso acudir a otra teoría que dé cuenta de la facilidad con que nos adaptamos a la constelación de circunstancias que rodean una guerra. Porque es evidente que antes del desenlace de las hostilidades existe un proceso pre-vio que lleva a la población a considerar el enfren-tamiento armado como inevitable.

Uno de estos elementos previos es la existencia del enemigo, condición imprescindible de la guerra. Todas las demás justificaciones se articulan en fun-ción de esta idea. Puede existir enemigo sin que exista guerra, pero no al contrario.

Con estas afirmaciones no pretendo psicologi- zar la idea de la guerra, en el origen de los conflictos bélicos existen razones de muy diversa naturaleza (sociopolítica, económica, etc) que la fundamentan. A mí lo que me interesa demostrar, es que la persona individualiza la confrontación, la interioriza en su particularidad psicológica. No dice el enemigo del país donde vivo uno mi enemigó.

Esta capacidad para conceptualizar al otro como nuestro enemigo, no es un hecho circunstancial fruto de una evaluación racional que el adulto haga ante las situaciones concretas que vive cada día. Desde mi punto de vista, este fenómeno hay que situarlo en los procesos de identificación emocional con los grupos de referencia, implícitos en todo el proceso de socialización por el que pasarnos desde que llegamos al mundo.

Los enemigos de los niños. Existe una tendencia a pensar que los niños son

seres absolutamente inocentes incapaces de tener enemigos o de odiar a sus semejantes. Cuando esta-

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ba preparando la investigación, antes de marchar a Centroamerica, alguien me dijo que entraba dentro de las capacidades del niño elaborar una relación, que pudiera calificarse como de verdadera enemistad. En efecto, la idea de enemigo que tienen los niños más pequeños, es mucho más simple y primaria que la que tenemos los adultos. Pero es precisamente en este cambio de conceptualización, donde radica una de las claves del problema, que intentará explicar más adelante. Resulta especialmente curioso observar la diversidad de enemigos que tienen los niños y las razones que dan para considerarlos como tal. De entre todos los posibles análisis que podrían hacerse con sus respuestas, el que más interesa para explicar el problema de la reinserción a la vida civil, es el referido a la evolución del concepto, es decir, las diferencias que muestran los niños más pequeños respecto a los mayores a la hora de definir a sus enemigos. En este sentido es preciso hacer una diferenciación entre el enemigo personal o particular del niño, y el que el niño cree que es el enemigo de su país, al que denominará enemigo nacional. Los niños más pequeños tenían más enemigos personales que los mayores, mientras que los ma¬yores daban muchas más respuestas que podríamos definir como políticas (los sandinistas y los contras en Centroamerica, la ETA en España, etc). En lo que se refiere al enemigo nacional se daba el proceso contrario. El porcentaje de los que consideraban que su país tenía enemigos, era muy superior entre los niños de más de 11 años, que en los menores de 10. Del mismo modo que en el caso anterior, también aquí los niños mayores aludían especialmente a enemigos políticos, mientras que muchos de los más pequeños hacían referencia a delincuentes, ladrones, drogadictos, etc. Tenemos pues que el concepto de enemigo se va transformando con la edad. Esta evolución parte de lo particular y acaba en lo político. Es decir, con la edad politizamos a nuestros enemigos. Hay que tener en cuenta que me estoy refiriendo a la totalidad de los niños entrevistados. Podría suponerse que este fenómeno es lógico entre los niños nicaragüenses que estaban viviendo la guerra, pero que no se debería dar en un Estado, como el español, que carece desde hace varias décadas de enemigos declarados.

Al comparar las respuestas de los niños de ambos lados del Atlántico, se observa que es éste un fenómeno común. Existen por supuesto algunas diferencias. Por ejemplo, los niños españoles tienen más enemigos personales que los centroamericanos, situándose la mayor parte de ellos entre los conocidos (vecino, compañero, etc) y los delincuentes (ladrones, drogadictos, etc). Entre estos enemigos personales se citaban menos grupos de carácter político, aunque también era una respuesta que aparecía con cierta frecuencia. Resulta sorprendente comprobar como casi el 80% de los niños españoles cree que su país tiene algún enemigo. A partir de los 11 años, cuando el niño tiene la posibilidad intelectual de hacer agrupaciones lógicas, interioriza con esa posiblidad, la valoración asociada a las agrupaciones que empieza a entender. Con la idea de pertenencia al grupo, se incorpora también el universo de elementos contrapuestos a éste. Si este proceso de diferenciación entre el grupo propio y los ajenos a éste, se refiere a grandes agrupaciones diferenciadas de forma radical por alguna característica que las distinga inequivocadamente (como la nación, el idioma, la raza, etc), junto con esta identificación con el grupo, se asumen también los conflictos intergrupales que envuelven a éste, sus incompatibilidades y sus enemigos. El que los niños más pequeños identifiquen a sus enemigos, en mayor medida que los mayores, como personas de su círculo inmediato y los niños mayores politicen esta elección, viene a confirmar lo dicho en el párrafo anterior. Con el paso de los años, y el aumento consiguiente de la capacidad racional, tendemos a identificarnos con grupos cada vez menos concretos: además de sentirnos miembros de una familia, comenzamos a sentir que pertenecemos a instituciones más amplias (iglesia, nación, etc). Los enemigos entonces, pasarían de ser los que estaban en contra de aquellos pequeños grupos originales, a ser grupos cada vez más amplios, opuestos a estas grandes instituciones que ahora se toman como referencia. Lo más interesante de este proceso, es que estas agrupaciones con las que nos identificamos cuando nuestra capacidad intelectiva lo permite, no suelen ser elegidas tras un proceso de reflexión de ventajas e inconvenientes. Lo habitual es que vengan determinadas por los procesos de socialización. De este

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modo, los grandes grupos o instituciones que se hayan presentado con mayor carga de inevitabili-dad, es decir, aquellos que durante los primeros años de nuestra vida, sean más reales para nosotros, serán los que determinen nuestras vinculaciones y, por tanto, nuestros enemigos potenciales o reales.

¿Cuáles son estos grandes grupos?. Aunque du-

rante siglos pudo predominar la religión como ins-titución más cargada de realidad, en el ámbito cul-tural occidental, el gran grupo que se presenta desde la infancia como realidad más vinculada a la cons-trucción de la identidad, es la nación, muy por encima de otras diferenciaciones como la raza, la clase social u otras. Hay que tener en cuenta que en la nación, además del hecho fundamental de la lengua, se agrupan, sobre todo si se trata de nacio-nes-estado, un conjunto de instituciones unificado-ras que remiten constantemente a la idea nacional (parlamento, policía, campeonatos deportivos, mo-neda, etc). Si seguimos este razonamiento hasta el final, podemos decir que el nacionalismo es una de las bases psicológicas de la guerra contemporánea. Y no únicamente de la guerra entre naciones cons-tituidas. También en los procesos de guerras civiles o de grupos insurgentes armados (terrorismo o gue-rra de liberación, según se adopte una u otra pers-pectiva), el hecho nacional es unificador. Basta con analizar el escaso éxito que tuvieron gestas relativa-mente recientes que situaban el ideal de identifica-ción en valores supranacionales como la clase so-cial, la libertad de América Latina o la Causa Árabe. (el Che en Bolivia, la internacional comunista ante la segunda guerra mundial o el panarabismo en la guerrapor Kuwait).

Sin embargo, hay que entender esta argumenta-ción desde una perspectiva histórica y dialéctica. Del mismo modo que en el momento actual es el estado-nación la realidad macrosocial de presencia más clara en nuestro proceso de socialización infan-til, en el pasado eran otras las ideas unificadoras que generaban de forma casi autosómica la fidelidad y la consiguiente enemistad. Al igual que hoy es rela-tivamente fácil que la gente arriesgue su vida cuan-do su nación está en peligro, hace siglos era usual que los hombres murieran por el rey o por las doctrinas religiosas.

Debemos pues estar abiertos a la posibilidad de que con el paso de los años, o de los siglos, la idea macrosocial de identificación más inmediata, pase a ser otra. Ante esta nueva idea probablemente

desfilen los nuevos soldados, tras haber combatido contra aquellos que osaron mancillarla. No olvide mos que, si bien las instituciones conforman al hombre, el origen de las mismas se sitúa en la interacción social humana.

Aunque la vinculación racional del niño con el grupo no sea posible hasta que éste no posea una capacidad de pensamiento formal, esto no quiere decir que antes no está ligado al mismo. El vínculo existe, pues de este macro-grupo forman parte los miembros del entorno socializador del muchacho (la familia, los amigos, etc,). Y es precisamente por tener con estos miembros fuertes lazos emocionales, por lo que la vinculación con el gran grupo es más firme y acrítica.

En Centroamérica, los niños más pequeños es-taban identificados de forma más directa con su bando. Muy pocos de estos niños entre 8 y 10 años pensaban que ninguno de los dos bandos era bueno, y mucho menos que el bueno fuera el que estaba al otro lado de la frontera. Cosa que sucedía con cierta frecuencia entre los niños mayores.

En general los niños más pequeños siempre eran más radicales en sus juicios de condena al enemigo, a la vez que se identificaban más con los roles militares y, en general, con los aspectos más concre-tos de las conductas esperadas siguiendo los valores de la institución-guerra.

Los niños mayores, por su capacidad de elaborar operaciones formales, tienen interiorizada la insti-tución-guerra de una forma que supone una menor implicación emocional. Aun así, la racionalización de los hechos sigue marcada estructuralmente por las asociaciones establecidas en el momento de interiorización de los conceptos. Así, aunque pue-dan establecer una crítica racional al hecho bélico, ésta no supone que no exista una disposición a cumplir con el mismo, en el caso de que los valores fundamentales que constituyen su identidad están enjuego.

En definitiva, el niño más pequeño estaría vin-culado a la institución-guerra porque eso es la reali-dad, mientras que el mayor lo estaría porque es lo que considera su deber. Esto explicaría una realidad comunicada por todos los militares consultados, esto es, que los niños-soldados, cuantos más pequeños son, tienen una mayor audacia y valentía. Y es que, como es bien sabido, no es lo mismo luchar

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porque es lo que se sabe hacer y la realidad que se conoce, que hacerlo por deber.

El conocimiento real del adversario, por terri-bles que sean sus acciones, no es el elemento determinante para intensificar los sentimientos de enemistad y odio. Más bien al contrario.

En tiempos de guerra, una de las normas militares fundamentales es limitar al máximo el contacto entre los miembros de los bandos enfrentados. El intercambio entre personas pertenecientes a grupos enemigos, puede llegar a difuminar de algún modo los elementos de fricción ideológica, lo que hace concebir al contrario como un ser humano particular y no como un miembro del grupo odiado. Cuanto menor sea el conocimiento personalizado del adversario, más posibilidades existen de que lo temamos, de que lo veamos como una amenaza.

Los niños de las zonas de guerra de Nicaragua tenían un conocimiento de su adversario, y en general del curso de la guerra, más amplio que el de los niños de los refugios del sur de Honduras. En estos campamentos se ocultaba a los niños toda la información que tuviera que ver con la guerra. Estos sabían de los sandinistas únicamente a través de los rumores que corrían permanentemente entre las hacinadas barracas. En estos rumores se les atribuía a los que ellos denominaban piricuacos todo tipo de maldades, algunas de las cuales podrían resultar ridiculas para alguien ajeno a la realidad de los campamentos (fábricas de jabón que utilizaban como materia prima a los ancianos, militares que desayunaban sangre de criaturas humanas.etc) pero no se tomaban así entre los niños, ni entre muchos adultos, que, a forma de escuchar tantas veces las mismas historias, acababan creyéndolas.

Con estos precedentes, es fácil comprender por qué la percepción del enemigo era en los niños contras mucho más radical que entre los niños sandinistas. No son únicamente los hechos los que nos hacen asumir a una persona o grupo como nuestro enemigo, sino sobre todo, la interpretación que se haga de los mismos. Existía más diferencia, a la hora de conceptual izar al adversario como enemigo, entre los hijos de los contras y de los sandinistas, que en el interior de cada uno de los bandos, entre niños más y menos afectados por el conflicto (muerte de familiares y amigos, heridos, presencia de combates, etc).

Desconozco los pormenores de la infancia en Colombia, pero podría suponer que en aquellos lugares donde la guerrilla es más activa, allí donde los niños están habituados a convivir con los combatientes es muy probable que no consideren a éstos como sus enemigos con la misma intensidad que un niño de las grandes ciudades alejado del movimiento de los fusiles.

En un mundo complejo, en el que todos partici-pamos de los valores de distintas instituciones que tienen intereses contrapuestos, no es posible evitar el conflicto entre grupos. Ahora bien, en ocasiones, los adversarios o competidores se convierten en enemigos personales, con los que nos es imposible convivir sin destruirlos o humillarlos. Entre las dos situaciones suelen mediar distintos procesos: sensación de amenaza, atribución desmesurada de poder, información fragmentada, rumores, etc. La combinación de todos estos factores, es el origen de la polarización previa a cualquier estallido bélico.

La polarización bélica

Es evidente que la existencia de un enemigo al cual poder oponerse, tiene una serie de contraparti das funcionales a las que el dirigente de una nación o de un colectivo le cuesta trabajo renunciar: cohe siona al grupo, refuerza la identidad del mismo en contraposición a la del adversario, permite imputar los errores propios al foráneo, justifica el aumento del control y la presión sobre los individuos y, sobre todo, refuerza su liderazgo.

Una importantísima proporción de excomba-tientes de todas las guerras afirman que a pesar de los malos momentos vividos, nunca se sintieron más unidos a otros seres humanos que en los peores momentos del enfrentamiento bélico. En esas circunstancias estarían dispuestos a todo por sus compañeros, a perdonar todas las ofensas, a dar la vida por cada uno de ellos. Y no sólo por los que portaban las armas sino por todo el grupo al que representaban (la nación, el partido, la organización, los campesinos sin tierra,...).

En muchos libros de polemología se interpreta este hecho como un activo de la guerra, como algo positivo que se deriva de los enfrentamientos arma-, dos. Se habla de generosidad, de entrega, de espíritu de sacrificio, como si se estuviera hablando de universalidades que definieran la conducta de los soldados, olvidando que esos mismos militares solidarios, sacrificados y generosos con los integrantes de

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su grupo, asesinan con orgullo y satisfacción a los miembros del bando contrario.

La polarización bélica exalta de tal forma la emotividad que a la mayor parte de los que partici-pan en un guerra les resulta casi imposible interpre-tar la realidad si no es en función del enfrentamiento armado. Los combatientes que regresan de las zonas de combate no pueden entender lo que ellos califi-can como superficialidad de las relaciones sociales. "¿Cómo es posible que mientras nos estamos ma-tando, ustedes se sigan diviertiendo como si no pasara nada?", gritaba un argentino que regresaba mutilado a un Buenos Aires que no detenía su marcha habitual por lo que sucedía en las Islas Malvinas.

¿Hasta qué punto esta polarización contenía una vez acabadas las hostilidades?. Esta sería la pregun ta clave para entender lo que sucede en los procesos de reinserción.

Cuando termina una guerra son muchos los procesos históricos que intervienen como para po-der aventurar una respuesta general a la pregunta.

En el estudio del que les estoy hablando se hizo un análisis de qué es lo que supuso la guerra civil española (1936-1939) entre republicanos y militares franquistas, para los niños españoles. Como es bien sabido esta guerra tuvo como consecuencia cientos de miles de muertos, la destrucción del país, multi-tud de exiliados y una dictadura militar de 40 años. A pesar de la importancia que tuvo para varias generaciones de españoles, a los niños de hoy en día no les dice casi nada.

El desconocimiento que tenían de esta guerra era tan grande que sólo un 20% supo identificar, de forma más o menos acertada, los grupos que se enfrentaban. De éstos, muy pocos sabían porqué se llevó a cabo, y cuáles fueron sus consecuencias. Después de tantos años, y a pesar de ser un tema que estaba muy vigente en los medios de comunicación en el momento en que se hicieron las entrevistas (se cumplían 50 años de su fin), puede decirse que aquella guerra, es una más de las que deben apren-derse para rendir en los exámenes. Pero su posible vinculación emocional con uno de los bandos, es prácticamente nula.

No es fácil hacer generalizaciones a partir de los datos españoles, ya que, al ser una guerra civil, la polarización post-bélica se basaba fundamental-

mente en valores ideológicos que van perdiendo fuerza al irse transmitiendo de generación en gene-ración.

Desde mi punto de vista la causa concreta que se esgrime en cada guerra, es una idea más efímera que los fundamentos culturales e ideológicos que unificaban a cada uno de los grupos en el momento de llevarse a cabo las hostilidades. Si esta diferen-ciación continúa una vez acabada la guerra, existi-rán más posibilidades de que en el futuro puedan surgir nuevas causas que animen a los ciudadanos a participar nuevamente en acciones hostiles.

Pero las cosas cambian cuando el fin de una guerra está más cercano en el tiempo. También las reacciones conductuales y emocionales de los ex combatientes varían considerablemente en función de la forma en que la guerra haya terminado para ellos. No es lo mismo una derrota militar absoluta como la de los republicanos españoles en 1939 o la de los somocistas nicaragüenses en 1979, que un proceso negociado de paz total como en el caso reciente de El Salvador, en el que ninguna de las partes puede considerarse totalmente derrotada. Más complejo aún es el caso de desmovilización parcial, en el que sólo una parte de los alzados en armas se reincorpora a la vida civil, como es el caso de Colombia y de la reinserción de la escisión político-militar de ETA en España.

Cuando un grupo de combatientes deja las ar-mas, uno de los dos componentes para sostener y definir una guerra desaparece: la violencia. Pero queda otro elemento imprescindible a tener en cuen-ta: la existencia de colectivos enfrentados.

Generalmente, cuando en los manuales de psi-cología, se aborda el tema de la guerra, se hace situando como elemento central el hecho de la vio-lencia. La agresividad humana, innata o aprendida, sería su fundamento psíquico. Los fenómenos de agrupación, cohesión grupal, etc, serían elementos que canalizarían esa agresividad. En términos sim-ples podría decirse que los hombres se agrupan para hacer más efectiva su agresividad, para optimizarla. Del mismo modo que se establece esta correspon-dencia, consideran que la argumentación comple-mentaria se aproxima más al hecho real de la guerra: los hombres ejercen la violencia porque conforman grupos homogéneos e incompatibles entre sí. En este caso la violencia no tendría un valor causal, sino instrumental. La consecuencia teórica ingenua que

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se derivaría de este postulado es que para acabar con la guerra sería preciso incidir en la existencia de los grupos, lo cual podría hacerse en dos posibles direc-ciónes: eliminándolos o difuminando al máximo sus diferencias. La primera solución es inviable dada la naturaleza social del ser humano (si desaparecen los grupos desaparece el hombre), la segunda es la solución utópica final de los movimientos igualita-ristas como el marxismo. Si nos apeamos de la especulación teórica, podemos encontrar que la solución que la humanidad ha dado a esta incompatibilidad grupal, ha sido el establecimiento de relaciones de poder entre los grupos. De forma que la violencia, únicamente se produciría en el caso de que alguno de estos grupos cuestionara esas relaciones. La organización política del mundo contemporáneo se fundamenta en la subordinación de las relaciones de poder a la autoridad del Estado. Entre los Estados existen también relaciones de poder acordadas o de pacto. Cada período de violencia (guerras, revoluciones, etc) implicaría un cambio en la distribución de ese poder. Utilizando una conoci-da metáfora, podría decirse pues, que la violencia es la partera o comadrona de la historia.

Al situar los procesos grupales como valor

ideológico y a la violencia como elemento instrumental de la guerra, creo estar reflejando lo que ésta es en realidad. Los hombres no se reúnen para guerrear, sino que existen grupos que entran en conflicto. Sin una idea que unificara y diera identidad a estos grupos, la guerra no existiría. Se podría argumentar que si bien esto es evidente en el caso de guerras entre naciones, donde los grupos están perfectamente conformados y unificados por la lengua, la cultura, y en ocasiones incluso por la raza; el argumento podría fallar en el caso de las guerras civiles e ideológicas donde hombres de distintos grupos (raciales, familiares, etc) se reúnen conformando bandos heterogéneos. Desde mi punto de vista el argumento es válido en ambos casos. En el primero, los grupos que entran en conflicto están configurados en torno a ideas y valores bien asentados. La conciencia de pertenencia al grupo es inmediata. En el segundo la existencia de los grupos es previa al acto violento y no está derivada del mismo. Las ideas que unifiquen a estos nuevos grupos y que los hagan entrar en conflicto, serán las que los identifiquen en alguna dicotomía como la de oprimidos-explotado-res, liberales-conservadores o pobres-

ricos. En este caso será necesario tomar conciencia de esta nueva pertenencia.

Los grupos que intervienen en los conflictos armados necesitan conformarse en torno a una idea unificadora. Si esta identidad existe se utilizarán técnicas para reforzarla. Si no existe se intentará crear, generalmente partiendo de valores de identi-ficación más asentados. En el caso de Nicaragua tenemos un ejemplo claro de esto último. Los san-dinistas, cuya principal raíz ideológica era marxista, añadieron a ésta, en su labor de proselitismo contra Somoza, la idea nacionalista simbolizada en la figura del general liberal Augusto C. Sandino.

Por eso doy tanta importancia a la idea de la conformidad. Para conseguir iniciar y mantener una guerra es preciso crear una motivación que vincule a los individuos con uno de los grupos. Una vez conseguida ésta, el aparato institucional de la guerra hace que los sujetos consideren su participación como inevitable.

Es tan importante el proceso de identificación y conformidad con el grupo, que en el desarrollo normativo de la guerra, sobre todo en lo referido a la instrucción militar, es el elemento psicológico sobre el que más se trabaja. Los uniformes, los desfiles, las banderas, la homogeneidad en el tipo de vida que se lleva en los cuarteles, tiene como obje-tivo fundamental crear lazos de identidad y fidelidad con el grupo, o reforzarlos en el caso de que ya existieran.

Los mandos militares están convencidos del valor directivo de la identificación y conformidad grupal en tiempo de guerra. El reclutamiento forzo-so, la disciplina militar, los juicios sumarios, las amenazas y los castigos, son poderosos elementos disuasorios para que aquellos que no están conven-cidos desistan de abandonar las fuerzas armadas. Pero si no se consiguen fuertes lazos de vinculación ideológica con el bando en el que se participa, la efectividad militar de los combatientes se sitúa bajo mínimos. Es lo que en el ámbito castrense se define como baja moral militar. Aunque en este fenómeno influyen también otros factores, los que tienen que ver con la vinculación grupal son los que se han mostrado más efectivos. De hecho, la llamada gue-rra psicológica se fundamenta en la utilización de diversas técnicas para crear desconfianza y división en el bando enemigo. Estas técnicas no buscan que el soldado traicione a su causa y a su grupo de referencia, sino hacerle ver que sus dirigentes les tienen engañados, que están vendidos a otras causas (país extranjero, enriquecimiento personal, etc). El

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objetivo es por tanto desvincularle ideológicamente de su grupo, hacerle psicológicamente vulnerable a adoptar una nueva fidelidad.

Situar el proceso de identificación grupal como condición necesaria para la participación de los ciudadanos en la guerra, y el uso de la violencia como elemento funcional de la misma, no significa que entre ambos procesos exista una relación jerár-quica unidireccional. En realidad esta relación es dialéctica. La violencia no es únicamente uno de los medios que utilizan los grupos para resolver los conflictos y mantener sus relaciones de poder. El uso de la violencia también contribuye a intensificar los sentimientos de pertenencia al grupo, a la vez que eleva la cohesión interna de éste. Esto es así tanto para el grupo que la sufre como para el que la ejerce.

Es bien conocida la efectividad que tienen los mártires en las guerras. Además de dar un valor a la causa esgrimida (por la que estas personas dieron su vida), acallan las opiniones de los que propugnan un entendimiento con el bando contrario, los que deben plegarse a uno de los bandos voluntariamente o a la fuerza, ya que de seguir manteniendo sus posiciones serían tomados como traidores. La diversidad de opciones dura hasta que comienzan las hostilidades. A partir de ese momento es preciso optar entre dos bandos únicamente.

Quienes ejercen la violencia se ven a la vez más comprometidos con el grupo. En la guerra, al con-trario que en períodos de paz, la destrucción y el asesinato no sólo no se castigan, sino que quienes son más efectivos en estas funciones son mostrados como ejemplos en los que el grupo ha de mirarse. Por otro lado, cuando los programas de entrena-miento militar crean el hábito de obedecer de forma inmediata a las órdenes, no sólo consiguen una mayor funcionalidad operativa, también pretenden eximir de responsabilidad moral al soldado que mata. De este modo el individuo se vincula más al grupo, que en definitiva es el que ha cometido la acción de la que él no ha sido más que un instrumen-to. La metáfora del brazo ejecutor remite a un cuerpo del que el individuo participa.

Tenemos pues que entre los dos componentes definidores de la guerra se da una relación circular: La cohesión e identidad grupal puede llevar, en caso de conflicto, a la utilización de la violencia. A su vez, el uso de la violencia hace aumentar la cohesión

e identidad grupal, lo que hace más posible el uso de la violencia, etc.

Al acabar la guerra. Cuando acaban los combates se rompe uno de

los elementos del círculo, el de la violencia abierta y destructiva. Pero ¿Qué sucede con la identidad grupal que estructura casi de forma total la vida del combatiente?. La respuesta depende en gran medida del desenlace del conflicto armado.

En los casos de guerras con un claro vencedor como la victoria aliada sobre el fascismo, en el bando perdedor la cohesión desaparece y la sensa-ción de pertenencia de sus miembros se reduce a su mínima expresión pues el grupo como tal ya no existe. Las bases se sienten desilusionadas y a me-nudo traicionadas. La historia es siempre cruel con el vencido, sus acciones son calificadas como crue-les, tiránicas, aberrantes, las de los vencedores como heroicas e inevitables. Lo más usual es que, de un modo u otro, los elementos fundamentales que iden-tifican al triunfador sean asumidos por la población del bando perdedor. Es este un proceso que suele ir acompañado de una represión ideológica (prohibi-ciones, ridiculizaciones, etc) sobre los valores que fundamentan la idea del grupo vencido. Son los hijos de los vencidos los que en un proceso adapta-tivo asumen los nuevos valores.

Cuando la guerra acaba tras un proceso de ne-gociaciones donde se hacen importantes concesio-nes por ambas partes, disminuye de forma consi-derable la polarización, y el sentimiento de pertenencia al grupo se difumina. La vinculación de los miembros de un grupo desmilitarizado en la vida civil carece de los componentes afectivos y funcio-nales que tenía en la vida castrense. Al desaparecer el objeto central de vinculación, la lucha contra el enemigo, y la forma de vida interdependiente de los campamentos, es imposible mantener la idea de pertenencia. Lo normal en estos casos es que se generen importantes sentimientos de impotencia y frustración y los combatientes de ambos lados se pregunten para qué sirvió tanta muerte y destruc-ción. En Nicaragua tras la victoria electoral de Vio-leta Barrios de Chamorro y el consiguiente fin de las hostilidades bélicas, se llenaron las salas de espera de los psicólogos clínicos y los psiquiatras. Los muchachos le preguntaban a mis colegas "¿quión me devuelve la piernas, quien da vida a mi hermano? ¿la reconciliación?, ¿la democracia?...". Diez años antes cuando los sandinistas triunfaron

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sobre el somocismo los casos de trastorno psicoló-gico registrados eran mínimos: el sacrificio mereció la pena decían al unísono mutilados, viudas y padres de caídos.

Hay un tercer supuesto de desmovilización que tal vez sea el más cercano a la situación de la Colombia de nuestros días y de los exguerrilleros de los que se habla en estas jornadas. Es el caso en el que las negociaciones para el fin de la violencia no afectan a aquellos elementos que daban sentido a la acción de los combatientes, sino a la necesidad de acabar con la violencia. En estos casos se trata de dar alguna salida institucional y personal a cada uno de los desmovilizados. Es lo que suele conocerse como reinserción. No se trata de una reconstrucción tras asumir la imposibilidad de llevar adelante ninguna de las dos posturas enfrentadas, ni de una asimilación del vencedor que ha hecho desaparecer por las armas las esperanzas del vencido, sino de un proceso que metafóricamente podríamos denominar como de retorno a la comunidad de un grupo que se desligó de ella. El enemigo abre las puertas de su casa.

Es este un proceso con diferencias conside-rables respecto a los dos casos anteriores. Los grupos insurgentes son remisos a la reinserción porque supone un reconocimiento implícito de una derrota, si cabe, peor que la militar: el reconocimiento de su falta de razón , el sinsentido de su acción, de su lucha. Es por esto por lo que ningún proceso de reinserción se ha llevado a cabo sin una negociación que los dirigentes puedan esgrimir como una victoria relativa. Todos se presentan como hechos en los que no hay vencedores ni vencidos.

Desde una perspectiva política pueden defen-derse estos argumentos. Los líderes de los desmovilizados pueden presentar los resultados políticos de las negociaciones (elecciones, cambios económicos y sociales, etc). Pero en las bases guerrilleras la vida cotidiana no se llena con el sufragio universal. Les es preciso reestructurar completamente su forma de vida.

Al sentimiento de frustración aludido anterio-mente se une la falta de reconocimiento de lo que ha dado sentido a su vida durante los últimos años. Metafóricamente podría decirse que en los casos de reconstrucción los excombatientes de uno y otro lado se preguntan por qué destruyeron la causa común; en este caso la sociedad receptora le dice al

reinsertado ¿por qué destruiste la casa en la que ahora quieres volver a morar?.

No conozco en profundidad la situación de los excombatientes que abandonaron en los últimos años las armas en Colombia. Por las experiencias de casos similares, las conductas de estas personas toman diversas direcciones. Si excluimos a quienes logran reinsertarse profesional o políticamente en la nueva situación, de forma que pueden desarrollarse sin renunciar a su pasado, la mayor parte de personas buscan una salida individual al margen del grupo de referencia, tras un proceso de desencanto social que les lleva a recuperar vinculaciones de gratificación afectiva más inmediata como la familia.

En el caso de aquéllas personas que no son capaces de asumir cierto grado de frustración al verse enfrentadas a una situación social en las que deben, explícita o implícitamente, arrepentirse de su pasado, algunos casos derivan en trastornos patológicos que suponen un período de anomia anormalmente largo (desorientación interior, impotencia, desamparo, incapacidad para la acción, depresión...) o en casos de brotes psicológicos peligrosos como el que acompaña con cierta frecuencia a períodos posbélicos en los que un ex-combatiente asesina indiscriminadamente a grupos de civiles. Es importante señalar que estos casos no son una consecuencia automática del proceso de reinserción sino la combinación de trastornos de personalidad con una situación frustrante que puede actuar como desencadenante.

En situaciones tan complejas no es fácil hacer recomendaciones que vayan más allí del grupo de consejo psicoterapéutico, que es a veces lo más sencillo a la vez que lo más ineficaz en la solución de los problemas derivados de situaciones sociales.

He podido conocer, aunque no con la profundi-dad que hubiera deseado, los importantes problemas de adaptación de los desmovilizados que no son exclusivamente de seguridad o económicos, sino también de carácter psicosocial y puramente psico-lógicos. Algunos de ellos creo que pueden derivarse de los procesos a los que aludía anteriormente. Para todos los interesados en superar las secuelas de los conflictos bélicos será de gran ayuda la respuesta que ustedes sepan darle, y puede servir de ejemplo a situaciones similares que se darán en otras latitu-des.

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ANOTACIONES SOBRE EL PROCESO DE PAZ

Alejandro Reyes Posada Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia

Nos encontramos en un punto muerto del proceso de paz. Ninguna de las partes logra articular un lenguaje ni un mandato político de negociación para ofrecer a la otra. El mismo procedimiento del diálogo directoentre gobierno y guerrillas sufre unacrisis de desprestigio momentáneo. La reacción adaptati-va de uno y otras ante la suspensión de las conversaciones de paz ha sido volver a las estrategias militares, con la esperanza de regresar a la mesa de negociaciones en mejores condiciones de fuerza que antes, y, si es posible, que el adversario.A pesar de las ilusiones creadas por mayores presupuestos y tecnologías de guerra más eficaces, permanece inalterado el hecho de que existe una situación de empate militar negativo entre las guerrillas y las fuerzas armadas, en cuanto ninguna parte puede derrotar a la otra. De alguna manera hay un circulo vicioso entre la insurgencia armada y la contrainsurgencia, cuya única posibilidad de ruptura es una negociación política.Lo esencial entonces, es que existe un proceso de diálogo encaminado a un acuerdo, que se reiniciará en octubre de este año, en cuya preparación se encuentran embarcadas las partes. Mientras haya posibilidades de una paz nego-ciada, el conflicto armado, a pesar de sus horrores, tiene un carácter más moderado que si no

las hubie-ra, como es el caso del Perú con Sendero Luminoso. Como mínimo, la perspectiva de una futura reconciliación obliga a las partes a relativizar su grado actual de enemistad. Es necesario preguntarse por qué ha sido dilatada y difícil la negociación con las guerrillas. No satisface la explicación que afirma que la anterior ronda de negociaciones en México haya fracasado por falta de voluntad de alguna de las partes. El gobierno busca sinceramente superar la violencia por la vía política. Igual puede decirse de las guerrillas, en la medida en la cual desean realmente construir un proyecto político que sustituya la guerra. El de la paz es un claro ejemplo de problemas en los cuales es mayor la motivación por resolverlos que la comprensión de su naturaleza y dimensiones. La dificultad inmediata es que no ha habido todavía un verdadero acercamiento a un terreno común de negociación. El gobierno no ha definido términos bajo los cuales las guerrillas puedan concebir su desmovilización sin sentir que dan salto al vacío para caer en manos de sus adversarios. Las guerrillas no han sabido formular sus proyectos políticos en términos viables para llegar a una negociación. El gobierno concibe las guerrillas como aparatos militares depredadores y terroristas, e ignora sus dimensiones políticas y su inserción social. A su vez, las guerrillas niegan su propia descompo-

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sición criminal y la cubren bajo el velo de las nece-sidades de la guerra. El gobierno, a su turno, no muestra eficacia en suprimir las prácticas criminales de sus autoridades armadas y en terminar la acción de los grupos paramilitares y de justicia privada. To-das estas incongruencias sugieren indagar más a fondo sobre la identidad de los adversarios y la naturaleza del conflicto que los vincula y los opone, que no son evidentes de ningún modo. ¿Cuáles son las fuentes sociales del poder representado en el régimen político, del cual es depositario y agente el gobierno? ¿Cuál, en otros términos es la capacidad del gobierno para comprometerse a efectuar las reformas que resultaren acordadas para superar la violencia?. La precariedad del Estado colombiano ha resultado del equilibrio inestable de poder entre la élite nacional y las regionales, basado en relaciones políticas clientelistas y caudillismos locales. Es un Estado dominado por intereses privados, que conciertan privilegios y resisten eficazmente las políticas incorporativas y distributivas. Histórica-mente, desde el final de las guerras civiles, esas élites regionales han asegurado su propia defensa mediante la administración delegada de la violencia, estatal y privada, a cambio de la legitimación nominal del poder central. Este equilibrio, cuyo propósito último ha sido impedir una hegemonía del centro sobre las regiones, atraviesa un momento de cambio tendiente a fortalecer el poder local, con sus benefi-cios y riesgos. Como espacios de participación política, los nuevos escenarios de poder local pueden aumentar la representación popular, canalizar conflictos y resolverlos sin intervención del gobierno central. Entre los riesgos está el refuerzo al poder de élites o contraélites locales que usan la fuerza y la corrupción para defender intereses privados y asegurar dominios territoriales. Ahora mismo, en muchas regiones del país hay numerosos grupos organizados de propietarios y empresarios que financian y dirigen escuadrones armados para seguridad, establecen relaciones de cooperación con las fuerzas armadas y los políticos y participan en tareas de contrainsurgencia. La descentralización y privatiza-ción de los medios e instrumentos de violencia es una realidad que la política de paz debe tener en cuenta.La composición de las élites regionales está cambiando con velocidad al impulso de la acumu-lación de capital del narcotráfico y su inversión en tierras y empresas productivas. Después de un pe

ríodo de casi una década de cooperación entre elnarcotráfico y la contrainsurgencia, la mal llamada guerra contra el narcoterrorismo entre agosto de 1989 y enero de 1991 replanteó la relación entre las mafias y el Estado.El mérito principal que tiene la nueva política de sometimiento a la justicia es el de ser un comienzo de regulación jurídica entre el Estado y las mafias de las drogas, que antes era sólo una relación de violencia y corrupción, en la cual el narcotráfico imponía su ley a costa de la destrucción de sus adversarios. La nueva política exige al Estado fortalecer su capacidad de instruir procesos y sancionar pero también la de respetar la presunción de inocencia de quienes no hayan sido vencidos en juicio. Es, en consecuencia, y de manera inevitable en un estado de derecho, una forma de legalización de conductas criminales y enriquecimiento ilícito cuya existencia no puede probarse legalmente. De hecho, la actitud de muchos narcotraficantes ha sido la de participar en la lucha por el poder local y regional, evitando confrontaciones con el Estado central. En las regiones, sin embargo, continúan operando grupos paramilitares contra las guerrillas y la población organizada y el gobierno no los ha desactivado. Si la seguridad, de hecho, no es un bien público, sino depende de la capacidad de cooptación de los servicios de las fuerzas armadas y la capacidad de generar aparatos de defensa y agresión por cuenta propia, entonces el Estado no puede asegurar el cumplimiento de un acuerdo de paz.

Tienen razón las guerrillas cuando le reclaman al gobierno efectividad en el desmonte de los grupos paramilitares y de la justicia clandestina, oficial y privada, que hay en Colombia. Le están reclamando al Estado que ejerza la plenitud de su poder para que el acuerdo de paz pueda celebrarse con el titular del monopolio de la fuerza, no con un Estado infiltrado con paraestados en la sombra. Una de las razones principales para el estancamiento de los diálogos es la poca visibilidad de los esfuerzos del gobierno para desarmar a los poderes privados. A su vez, tiene razón el gobierno cuando fortalece y mejora la eficacia de su policía y ejército para afrontar la criminalidad y la múltiple violencia que afecta la vida de los colombianos. La identidad de las guerrillas y sus relaciones con los grupos populares también son problemas complicados.

El país tiene actualmente guerrillas integradas por combatientes reclutados por un salario, con baja calificación política, jóvenes y de ambos sexos, quienes en número creciente participan en activida-

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des financieras de delincuencia común y atropellan a la población. Para muchos combatientes, según afirman comandantes guerrilleros desmovilizados, la guerrilla se ha vuelto una forma de vida, sin horizontes de cambio revolucionario. Esta realidad facilita la descomposición criminal y crea problemas serios de disciplina militar y rupturas de la unidad de mando en la fuerza guerrillera.Las guerrillas han buscado una alianza con movimientos populares, especialmente campesinos, pero la experiencias recientes han terminado finalmente en la subordinación, instrumentación y aniquilación de los movimientos, las luchas agrarias se han dirigido a demandar mayor presencia y eficacia del Estado y no a su destrucción revolucionaria. Los campesinos han tenido que actuar con medida de fuerza como marchas, paros y tomas de oficinas para llamar la atención de las autoridades nacionales, pero han rechazado sistemáticamente el uso de la violencia. Es muy difícil aceptar la idea de que las guerrillas sean auténticas portadoras de los intereses populares, cuya vocería deba ser reconocida en la mesa de negociaciones. A lo sumo han creado formas locales de poder que descansan en la hegemonía de la fuerza sobre territorios con baja presencia estatal. Como proyecto político, las guerrillas pueden aspirar a negociar las condiciones y garantías de incorporación al debate democrático, para que sea la competencia justa por persuadir y conquistar adhesión la que señale el derecho a reclamar la representación popular. No pueden negociar reformas sociales en nombre del pueblo, aunque esas reformas sean indispensables, porque ellas sólo pueden ser fruto de la participación popular en la con-frontación política. Si el régimen político no es una dictadura que sea necesario destruir, sino la empresa colectiva por construir; si no es tan claro que la vieja oligarquía siga monopolizando el poder, sino que ellas se encuentran en una disputa por controlar la dirección de los procesos de acumulación con la nueva oligarquía de las drogas; y si las guerrillas no son la vanguardia armada del pueblo, sino aparatos locales de poder, enfrentados a su propia crisis de legitimidad en ausencia de una situación revolucionaria, entonces es justo preguntarse cual es el conflicto que debe negociarse para conseguir la paz negociada. El nuevo escenario de conflictos del país es, por supuesto, un desarrollo histórico de los anteriores, aunque multiplicados por la nueva dimensión económica y política aportada por el narcotráfico, que alteró la

naturaleza de los conflictos y la identidad de los adversarios.En primer término, se percibe un desplazamiento de conflictos armados a las ciudades como resultado de nuevas formas de organización gangsteril en áreas marginadas a las cuales se ha sumado la penetración de las guerrillas como promotoras de milicias para el control de la población. Las estrategias para combatir esta vio-lencia han ocasionado muchas víctimas como las caídas en matanzas indiscriminadas cometidas por la policía de Medellín para vengar el asesinato de sus integrantes o las personas sin hogar que caen en operaciones de limpieza social en muchas ciudades del país. En segundo lugar, la creciente inserción de capitales del narcotráfico en la compra de tierras y negocios y la consecuente transformación en las estructuras regionales de poder en el sentido de convertirse en dominios territoriales armados per-miten prever nuevos conflictos violentos.

En algún momento cercano el Estado deberá librar el conflicto armado con las fuerzas paramili-tares hasta eliminar sus organizaciones y recuperar el monopolio de las acciones de contrainsurgen-cia.Igual deberá ocurrir en el caso de regiones y empresas que a la vez son organizaciones armadas de trabajadores como las explotaciones de esmeraldas del occidente de Boyacá.Finalmente, el conflicto con las guerrillas aunque forme parte del escenario probable del futuro, habrá cambiado sus dimensiones por las interferencias ocasionadas por los otros conflictos. En ambientes urbanos deterio-rados por la pobreza y la delincuencia organizada, las milicias inspiradas por las guerrillas pueden escapar fácilmente a sus promotores y tender a homologarse con las pandillas con las cuales están confrontadas. La simbiosis de muchos frentes gue-rrilleros con la economía de las drogas hará cada vez más difícil para sus líderes conservar los objetivos políticos que los han animado. Si las guerrillas continúan los sabotajes contra la infraestructura física del país arriesgarán pagar un costo creciente en pérdida de apoyo popular. Todas estas circunstancias sugieren replantear las concepciones actuales sobre la eventual reinserción de combatientes guerrilleros a la política. Es posible predecir que la gran mayoría no estará interesada ni calificada para asumir tareas de organización popular ni para competir en la arena política. La mayor parte no podrá residir en las anteriores áreas de operación y se desplazará a las ciudades cercanas, como ha ocurrido en los casos del EPL y el M-19. Su nuevo ambiente estará dominado por formas urbanas de criminalidad y

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desorganización social, que harán muy difícil cons- vidades delictivas por cuenta propia, con lo cual truir un nuevo proyecto político. Como ha sucedido, pasarán a ser parte del problema y no de la solución.

con otros grupos reincorporados, muchos de los nuevos desmovilizados preferirán ocuparse en acti-

"PAZ NACIONAL VS. PACES REGIONALES" Por Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional

l problema de la paz en Colombia es bastante más complicado que un simple problema de

voluntarismo. El problema no es tan sencillo como tener más o menos simpatías, más o menos buena voluntad.

Por supuesto que eso puede ayudar (una buena capacidad negociadora puede ayudar a superar obs-táculos), pero no se puede perder de vista lo funda-mental: se trata de un proceso de NEGOCIACIÓN POLÍTICA entre actores con poder (lo que no sig-nifica que sean poderes equiparables). No se trata de negociar la desmovilización de grupos guerrilleros virtualmente paralizados o descreídos de sus medios y sus fines, ni se trata de imponer las condiciones de rendición a un enemigo derrotado.

Si se está frente a un proceso de negociación política, no se puede pensar que lo único a negociar es el cese del fuego. Es importante y necesario que se llegue a acuerdos en ese punto, pero con toda seguridad el que se avance en este campo está ampliamente asociado a que pasa con la agenda política. Lo anterior no quiere decir que la negocia-ción se enfrasque en discusiones ideológicas, en principios abstractos, sino en los puntos de interés específicos y las soluciones para los mismos.

Consideraciones acerca de las perspectivas de la negociación. El gobierno supone que los actores guerrilleros están simplemente interesados en negociar su des-movilización a cambio de la discutible 'favorabili-dad política'. Es el pesado lastre que quedó en el gobierno de los procesos de desmovilización ante-riores, en los cuales evidentemente se negoció con guerrillas que consideraban que lo fundamental era la ampliación del estado político. En el caso de las organizaciones guerrilleras agrupadas en la Coordi

nadora no parece creíble que se van a cambiar 30 años de lucha guerrillera por la posibilidad de unos "foros de discusión" con diversos sectores sociales. Ojalá el problema fuera así de sencillo, pero nos tememos, en aras de un realismo, que la situación es mucho más compleja y que se trata de acuerdos reales sobre los factores generadores de violencia.

Nos tememos que no se trata simplemente de ejercicios académicos en relación con los puntos considerados para la discusión (no es que el simple hecho de que se aborden los mismos ya garantiza que el punto en discusión se ha superado), sino de llegar a ACUERDOS específicos, viables y verifi-cables. Frente a esto la pregunta que uno se podría formular legítimamente para tener claras las posibilidades de desarrollo de las negociaciones es: ¿qué están dispuestos a negociar el Estado Colombiano y la Coordinadora Guerrillera? No hay que olvidar que toda negociación implica cambios de equivalentes o si se quiere gestos de reciprocidad mutua.

Esto sin duda va a forzar, si eventualmente la negociación avanza, a que delegados del Congreso y del Poder Judicial se vinculen formalmente a corto plazo al proceso de negociación, porque los delegados del Ejecutivo no pueden comprometerse con aspectos que se acuerden que no controlan, por ejemplo el desarrollo de normas legales que se pacte (la experiencia de anteriores procesos de negociación en Colombia, en los cuales el gobierno ha incumplido en este sentido no son la mejor carta de presentación).

Igualmente hay que romper con la tradición del gobierno colombiano de considerar el diálogo y la negociación como mecanismos para desmovilizar

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desorganización social, que harán muy difícil cons- vidades delictivas por cuenta propia, con lo cual truir un nuevo proyecto político. Como ha sucedido, pasarán a ser parte del problema y no de la solución.

con otros grupos reincorporados, muchos de los nuevos desmovilizados preferirán ocuparse en acti-

"PAZ NACIONAL VS. PACES REGIONALES" Por Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional

l problema de la paz en Colombia es bastante más complicado que un simple problema de

voluntarismo. El problema no es tan sencillo como tener más o menos simpatías, más o menos buena voluntad.

Por supuesto que eso puede ayudar (una buena capacidad negociadora puede ayudar a superar obs-táculos), pero no se puede perder de vista lo funda-mental: se trata de un proceso de NEGOCIACIÓN POLÍTICA entre actores con poder (lo que no sig-nifica que sean poderes equiparables). No se trata de negociar la desmovilización de grupos guerrilleros virtualmente paralizados o descreídos de sus medios y sus fines, ni se trata de imponer las condiciones de rendición a un enemigo derrotado.

Si se está frente a un proceso de negociación política, no se puede pensar que lo único a negociar es el cese del fuego. Es importante y necesario que se llegue a acuerdos en ese punto, pero con toda seguridad el que se avance en este campo está ampliamente asociado a que pasa con la agenda política. Lo anterior no quiere decir que la negocia-ción se enfrasque en discusiones ideológicas, en principios abstractos, sino en los puntos de interés específicos y las soluciones para los mismos.

Consideraciones acerca de las perspectivas de la negociación. El gobierno supone que los actores guerrilleros están simplemente interesados en negociar su des-movilización a cambio de la discutible 'favorabili-dad política'. Es el pesado lastre que quedó en el gobierno de los procesos de desmovilización ante-riores, en los cuales evidentemente se negoció con guerrillas que consideraban que lo fundamental era la ampliación del estado político. En el caso de las organizaciones guerrilleras agrupadas en la Coordi

nadora no parece creíble que se van a cambiar 30 años de lucha guerrillera por la posibilidad de unos "foros de discusión" con diversos sectores sociales. Ojalá el problema fuera así de sencillo, pero nos tememos, en aras de un realismo, que la situación es mucho más compleja y que se trata de acuerdos reales sobre los factores generadores de violencia.

Nos tememos que no se trata simplemente de ejercicios académicos en relación con los puntos considerados para la discusión (no es que el simple hecho de que se aborden los mismos ya garantiza que el punto en discusión se ha superado), sino de llegar a ACUERDOS específicos, viables y verifi-cables. Frente a esto la pregunta que uno se podría formular legítimamente para tener claras las posibilidades de desarrollo de las negociaciones es: ¿qué están dispuestos a negociar el Estado Colombiano y la Coordinadora Guerrillera? No hay que olvidar que toda negociación implica cambios de equivalentes o si se quiere gestos de reciprocidad mutua.

Esto sin duda va a forzar, si eventualmente la negociación avanza, a que delegados del Congreso y del Poder Judicial se vinculen formalmente a corto plazo al proceso de negociación, porque los delegados del Ejecutivo no pueden comprometerse con aspectos que se acuerden que no controlan, por ejemplo el desarrollo de normas legales que se pacte (la experiencia de anteriores procesos de negociación en Colombia, en los cuales el gobierno ha incumplido en este sentido no son la mejor carta de presentación).

Igualmente hay que romper con la tradición del gobierno colombiano de considerar el diálogo y la negociación como mecanismos para desmovilizar

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movimientos sociales y entrar a considerarlos como instrumento para resolver las situaciones problemá-ticas que están en la base de los mismos. De otra manera las posibilidades de éxito de la negociación están negadas de antemano.

En ese sentido, la pretensión de funcionarios del gobierno, dentro de la guerra discursiva de legitimi-dades, de que el diálogo con la guerrilla es ya una concesión de la sociedad civil a los alzados en armas, no parece ser un buen punto de arranque. Incluso hay un discurso paradójico hoy día: los mismos que, por ejemplo, llamaron en su momento a Camilo Torres un "cura loco" o aún un "bandolero' y no le reconocían legitimidad, pero que hoy ya no la tiene porque el llamado "socialismo real" se de-rrumbó, creo que son argumentos discursivos que no contribuyen nada a la posibilidad de salida polí-tica a la confrontación armada. El diálogo es pro-ducto de la necesidad de los actores en guerra (gue-rrilla y gobierno), incapaces los dos de darle una salida militar al conflicto, en un plazo razonable.

Debe ser claro que se trata de resolver un pro-blema político y no delincuencial. Se trata de hacer que el conflicto social se pueda continuar expresan-do por sus ámbitos propios y no deba recurrir a la confrontación militar como respuesta a la crimina-lización permanente desde el Estado. Por ello, los actores del conflicto deben tener representación en la mesa de negociación: obreros, campesinos, po-bladores de las regiones, porque en últimas debe ser con ellos con quienes deben darse los acuerdos sustanciales.

Si se quiere avanzar dentro del proceso de ne-gociación, lo primero es crear un clima favorable i1

la misma y para ello hay que comenzar por bajarle el tono a la guerra verbal en que andan comprome-tidos los editores de los grandes medios de comuni-cación, los funcionarios estatales y también miem-bros de la guerrilla. La guerra verbal no ayuda para nada a la creación del clima de distensión necesario y el problema no se va resolver suponiendo que de esamanera se deslegitima al adversario y se le resta capacidad negociadora. La mesura en el lenguaje del actual Consejero de Paz es un punto favorable que hay que resaltar.

El problema de la llamada credibilidad es otro de los aspectos fundamentales que enfrentan las partes en la negociación. Pero la credibilidad no es unilateral, así como no lo es el conflicto. Estamos

de acuerdo en que la credibilidad no es sólo de, palabra, pero esto rige para las dos partes. Si bien no es fácil creer en las intenciones de paz de la guerrilla mientras se realizan emboscadas, sabotajes y demás operativos propios del conflicto, tampoco es creíble la voluntad de paz del gobierno mientras siguen los operativos ofensivos contra las columnas insurgentes, cuando se bombardea la población civil, cuando no se sanciona a los militares comprometidos en la guerra sucia y por el contrario se les premia con ascenso. Los dos actores manejan muy adecuadamente 'la combinación de formas de lu-cha'. Pero independientemente de los anterior, se debe entender que se está frente a un conflicto político-militar (que conlleva acciones en las dos dimensiones) y justamente por eso se negocia.

La falta de total unanimidad en las fuerzas en frentadas, es un problema al que se enfrenta la negociación. Y a nuestro juicio esto es algo que hay que asumir con realismo. En toda organización so cial compleja (y lo son el gobierno y por supuesto el ejército y lo es también la guerrilla), normalmente hay diversidad de opiniones y posiciones, en su interior se juegan tensiones y aún contradicciones. Por ello parecía tan normal que el alto mando de las Fuerzas Armadas, cuando alguno de sus miembros aparece evidentemente comprometido en masacres o violaciones de derechos humanos, afirme que se trata de conductas individuales sin compromiso ins titucional. En el mismo sentido el alto mando gue rrillero, cuando algún grupo realiza una emboscada y otro tipo de operativo militar, puede creíblemente afirmar que no se trata de actitudes institucionales, sino de actos aislados.

Lo anterior ejemplifica la complejidad de las negociaciones y la necesidad de manejarlas no al ritmo de los titulares de prensa, televisión o radio, ni de los editoriales de la prensa (comúnmente asi-milados como 'opinión pública'). Si se está nego-ciando cómo parar un conflicto no se pueden argu-mentar las expresiones del mismo como razones para entablar las negociaciones. Hay que continuar negociando no interesa que tipos de acciones de guerra se realicen, porque se trata justamente de parar esa guerra que ya va teniendo un alto costo para la sociedad civil no involucrada en el mismo.

Al respecto es imprescindible llegar a acuerdos transitorios en relación con el respeto a la población civil no involucrada en el conflicto. Porque es absolutamente condenable la muerte de niños y adultos

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por minas sembradas por la guerrilla en San Vicente de Chucurí (Santander), así como lo es la muerte de niños y adultos por bombardeos del ejército en Gutiérrez (Cundinamarca) y San Vicente del Caguán (Caquetá)1. Una fórmula de compromiso de las partes de respetar la población civil es indispensable, acompañada de 'mecanismos de verificación y sanción social' imparciales (eventualmente una Comisión con representantes internaciones y con plenas atribuciones) frente a los casos que se presente, junto con el compromiso de las partes (gobierno y guerrilla) de juzgar y sancionar sin contem-plación a sus miembros que resulten comprometidos en este tipo de hechos. Los acuerdos parciales sobre asuntos específicos parecen ser un mecanismo impotente para ir consolidando un pro-ceso de negociación global.

Acerca de los Diálogos Regionales

Parece algo contradictorio y en contravía con el discurso descentralizador que se impulsa el que se pretenda por parte del gobierno un manejo exclusivamente centralizado a un problema que tiene expresiones regionales claramente diferenciadas, como los es el de la confrontación política armada.

Si bien es necesario que la negociación se centre entre los niveles con capacidad decisoria, igualmente parece indispensable el que se acuda simultáneamente a diálogos regionales para que no sólo se cree el clima de distensión requerido a nivel regional, sino también para ir encontrando alternativas específicas a las diferentes problemáticas que están en la base del conflicto. En estos Diálogos Regionales deben tener un papel protagónico los Gobernadores y Alcaldes de las zonas en conflicto, para que recuperen la capacidad que se les cercenó de manejar regionalmente el orden público.

Se trata de combinar simultáneamente la negociación global para la búsqueda de acuerdos que lleven a la suspensión del conflicto político-militar y su desplazamiento al ámbito exclusivamente político, con diálogos regionales que contribuyan a distensionar el ambiente político en los espacios regionales y ayuden a precisar prioridades específicas de abordaje regional. Aún problemas tan significativos para la solución global como son los de la

localización eventual de las fuerzas guerrilleras en un período transitorio previo a su desmovilización, es casi seguro que sólo se pueden solucionar regio-nalmente, no sólo por la diversidad de estructuras de las distintas organizaciones guerrilleras, sino también por las particularidades de las diversas inserciones regionales.

Y es por lo menos una ingenuidad suponer que porque asistan representantes de las organizaciones guerrilleras los actores de la sociedad civil se van a encontrar amedrentados, pues igual razonamiento cabría para toda reunión a la que asistieran representantes de las fuerzas militares y creo que ambos deben estar presentes en estas discusiones regionales y confrontar a los actores del conflicto armado.

El objetivo de los mismos no es, como lo señalan de manera simplista algunos funcionarios del gobierno, el protagonismo político de la guerrilla, ésta de hecho ya lo tiene, y en muchas regiones y localidades ella obra como un poder paraleló, sino crear compromisos regionales de distensión que comprometan a la guerrilla y al ejército (y los respectivos aliados parainstitucionales de los dos) y de identificación de las dimensiones problemáticas regionales que deben ser solucionadas a corto y mediano plazo.

Igualmente, parecer ser un razonamiento sin fundamento aquél que señala que los diálogos regionales sólo van a servir para que la sociedad civil regional conviva con la guerrilla; de hecho las sociedades regionales han venido conviviendo con la guerrilla en Colombia hace más de 30 años, aunque no hayan existido formalmente los diálogos regionales.

Estos diálogos regionales deben involucrar además de las autoridades regionales y a representantes de organizaciones de la sociedad civil a nivel regional y, por supuesto, a los comandantes militares y de los frentes guerrilleros que actúan en dicha región. La propuesta gubernamental de los foros regionales sin presencia de los actores armados seguramente se va a transformar en un intento, sin ninguna perspectiva, de manipular algunos sectores sociales en contra de una de las partes en conflicto, lo cual antes que solucionar va a agravar las tensas situaciones regionales. Es la continuidad de la estra-tegia PNR de la administración Barco de establecer diálogos con las comunidades a través de la nueva mediación del "clientelismo tecnocrático" para su-

1 Ver El Tiempo, Santafé de Bogotá, lunes 17 de febrero de 1992, pag. 10C y El Tiempo, Santafé de Bogotá, viemes 21 de febrero de 1992, pag. 8A

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poner que de esta manera se resolvía el problema del apoyo social a la guerrilla.

Por supuesto que la idea no es parcelar regional-mente la solución del conflicto sino alimentar, con los análisis y propuestas que se hagan regionalmen-te, la mesa de negociación, crear un clima favorable en la sociedad a la salida negociada al conflicto y a las reformas indispensables para lograrlo y contri-buir con procesos de distensión (que comprometen frente a la sociedad civil regional a los actores militares del conflicto político), al buen éxito del proceso en su conjunto. Es igualmente la posibilidad de alimentar los "diálogos entre cúpulas" con "diá-logos de participación" entre niveles intermedios y

de base de los distintos actores involucrados en el conflicto.

Finalmente, tenemos que señalar que la socie-dad civil colombiana puede contribuir a crear un buen ambiente para el proceso de negociación, creando un entorno político favorable y un clima de presión a los actores enfrentados (gobiernos y gue-rrilla) que presione la consecución de acuerdos. La principal enseñanza del proceso de negociación en marcha en El Salvador es que es posible encontrar una solución política a una confrontación político-militar interna si se crea el clima adecuado para ello.

EL VIEJO CONGRESO Y LA PAZ

Una breve historia del papel de la rama legislativa en los procesos de paz de Betancur y Barco*

Daniel García-Peña Jaramillo, Profesor de los Departamentos de Historia de las Universidades de los Andes y Nacional de Colombia

iel a su carácter de colegislador, el gobierno trabajará con el Congreso para avanzar en la

empresa que la historia ha colocado en nuestras manos, hacia la paz completa que necesitan y espe-ran los colombianos."

Carta del Presidente Belisario Betancur a los presidentes de las comisiones primeras del Senado y de la Cámara, Drs. Augusto Espinosa y Jorge Ramón Elias, 19 de septiembre de 1982.

"La institución del parlamento es por esencia el principal foro que posee la democracia para ventilar la controversia y resolver civilizadamente los con-flictos. No compartimos la perplejidad y el descon-cierto que a muchos les produce que el Congreso de la República aborde la discusión de los conflictos y plantee soluciones. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con las decisiones o con las opiniones de miembros del Congreso, pero los demócratas no

podemos oponernos a que esta institución cumpla su función de deliberar y de promover el debate."

Palabras del Presidente Virgilio Barco al clau-surar el período de sesiones ordinarias del Congre-so, 16 de diciembre de 1989.

Hoy, las posibilidades de encontrar en el corto plazo una solución negociada al histórico conflicto armado interno en Colombia parecen distantes. Sin embargo, a pesar del actual énfasis en la salida de fuerza, ambos lados reconocen que la negociación será eventualmente necesaria. Esto hace aún más pertinente pensar desde ya cuáles pueden ser los ejes de esa etapa futura.

Hay consenso en muchos círculos que ésta debe incluir una importante participación de toda la so-ciedad. Con la Constitución de 1991, el Congreso de la República recibió una gran cantidad de nuevos mecanismos y herramientas que posibilitan asumir

* Estas reflexiones hacen parte de un trabajo más amplio sobre el tema "El Congreso y la Paz" pronto a ser publicado.

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poner que de esta manera se resolvía el problema del apoyo social a la guerrilla.

Por supuesto que la idea no es parcelar regional-mente la solución del conflicto sino alimentar, con los análisis y propuestas que se hagan regionalmen-te, la mesa de negociación, crear un clima favorable en la sociedad a la salida negociada al conflicto y a las reformas indispensables para lograrlo y contri-buir con procesos de distensión (que comprometen frente a la sociedad civil regional a los actores militares del conflicto político), al buen éxito del proceso en su conjunto. Es igualmente la posibilidad de alimentar los "diálogos entre cúpulas" con "diá-logos de participación" entre niveles intermedios y

de base de los distintos actores involucrados en el conflicto.

Finalmente, tenemos que señalar que la socie-dad civil colombiana puede contribuir a crear un buen ambiente para el proceso de negociación, creando un entorno político favorable y un clima de presión a los actores enfrentados (gobiernos y gue-rrilla) que presione la consecución de acuerdos. La principal enseñanza del proceso de negociación en marcha en El Salvador es que es posible encontrar una solución política a una confrontación político-militar interna si se crea el clima adecuado para ello.

EL VIEJO CONGRESO Y LA PAZ

Una breve historia del papel de la rama legislativa en los procesos de paz de Betancur y Barco*

Daniel García-Peña Jaramillo, Profesor de los Departamentos de Historia de las Universidades de los Andes y Nacional de Colombia

iel a su carácter de colegislador, el gobierno trabajará con el Congreso para avanzar en la

empresa que la historia ha colocado en nuestras manos, hacia la paz completa que necesitan y espe-ran los colombianos."

Carta del Presidente Belisario Betancur a los presidentes de las comisiones primeras del Senado y de la Cámara, Drs. Augusto Espinosa y Jorge Ramón Elias, 19 de septiembre de 1982.

"La institución del parlamento es por esencia el principal foro que posee la democracia para ventilar la controversia y resolver civilizadamente los con-flictos. No compartimos la perplejidad y el descon-cierto que a muchos les produce que el Congreso de la República aborde la discusión de los conflictos y plantee soluciones. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con las decisiones o con las opiniones de miembros del Congreso, pero los demócratas no

podemos oponernos a que esta institución cumpla su función de deliberar y de promover el debate."

Palabras del Presidente Virgilio Barco al clau-surar el período de sesiones ordinarias del Congre-so, 16 de diciembre de 1989.

Hoy, las posibilidades de encontrar en el corto plazo una solución negociada al histórico conflicto armado interno en Colombia parecen distantes. Sin embargo, a pesar del actual énfasis en la salida de fuerza, ambos lados reconocen que la negociación será eventualmente necesaria. Esto hace aún más pertinente pensar desde ya cuáles pueden ser los ejes de esa etapa futura.

Hay consenso en muchos círculos que ésta debe incluir una importante participación de toda la so-ciedad. Con la Constitución de 1991, el Congreso de la República recibió una gran cantidad de nuevos mecanismos y herramientas que posibilitan asumir

* Estas reflexiones hacen parte de un trabajo más amplio sobre el tema "El Congreso y la Paz" pronto a ser publicado.

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su rol constitucional como escenario central de rep-resentación y discusión de los diferentes sectores sociales y políticos de la nación. De hecho, en su primer año de existencia, el "Nuevo Congreso" ha cumplido un papel más destacado y activo que cualquier otro Congreso en el largo y complejo proceso de buscar la paz definitiva.

Aunque constitucionalmente el ejecutivo tiene el manejo exclusivo del orden público, la paz no se puede entender sólo como un asunto de orden público. La paz implica desarrollo económico, reforma agraria, mecanismos para tramitar pacíficamente la justicia social, ampliación y fortalecimiento de una democracia participativa efectiva, autonomía regional real, defensa y protección de los derechos de los ciudadanos, garantía de igualdad de oportunidades, y muchísimas otras cosas que se encuentran más en la esfera de funciones de la rama legislativa que en la del ejecutivo.

Por eso, es importante analizar las experiencias del "Viejo Congreso" como base para reflexionar sobre el papel del "Nuevo Congreso" en la búsqueda de una futura e inevitable paz. ¿Cuál fue el rol de la rama legislativa en los procesos de paz de los go-biernos Betancur y Barco? ¿Cuáles han sido las razones de su aparente bajo y secundario perfil?

Estas son algunas de las preguntas que esta ponencia intenta contestar con el ánimo de servir de material de discusión y trabajo. Así mismo, repre-senta una invitación para examinar otros caminos diferentes para repensar la paz como elemento pri-mordial en el afianzamiento de la transformación institucional y ciudadana que actualmente el país sólo inicia.

Los primeros intentos de negociar la paz: Turbay y Betancur

Fue durante el gobierno de Julio César Turbay (1978-1982) que se dieron los primeros anteceden-tes de la búsqueda de la salida negociada al conflicto armado, y desde esos comienzos se pueden detectar los rasgos básicos que van a caracterizar la relación del Congreso con la paz en la década de los ochenta.

Las principales iniciativas -la propuesta de am-nistía condicional (1980) y la conformación de la primera Comisión de Paz (1981)- se originaron en la rama ejecutiva sin mayor incidencia o participa-ción activa del Congreso. Aunque en el parlamento sí se escucharon importantes voces disidentes a título personal y se discutieron temas relacionados

con la paz, como cuerpo se limitó a aprobar de manera casi automática las propuestas del ejecutivo y no participó activamente en la elaboración de la política frente a la guerrilla.

La Comisión de Paz trabajó indepen-dientemente y sin participación del Congreso, como equipo asesor del presidente, introduciendo la práctica de conformar al interior de la rama ejecutiva instancias extraordinarias y supuestamente repre-sentativas de los diferentes sectores de la sociedad.

Aunque el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) cambió a fondo la política de paz y tuvo varias particularidades políticas que influyeron de manera directa en sus relaciones con el Congreso, en lo fundamental no se alteraron las tendencias generales del período anterior. . . . . . . .

El presidente mantuvo la iniciativa y la rama legislativa sólo se vio como una instancia de apro-bación final y necesaria. Si bien es cierto que el Congreso le dio más importancia que antes al tema de la paz e inclusive se adelantó al ejecutivo en la presentación de propuestas de amnistía, no cabe duda que la política de paz se diseñó y se manejó prácticamente de forma unilateral por el ejecutivo a lo largo del cuatrenio. Incluso, el hecho de haber aprobado el proyecto de amnistía presentado por el senador Gerardo Molina no se dio como resultado de una decisión autónoma del Congreso sino por haber recibido el apoyo explícito del ejecutivo.

Se ampliaron y se crearon nuevos escenarios cuasi-parlamentarios desde el ejecutivo en materia de política de paz. La nueva Comisión de Paz fue más grande, más cercana al presidente que la anterior y tampoco tuvo representantes del Congreso. En palabras de John Agudelo, su coordinador y luego presidente, se trataba de un "pequeño parlamento" que pudiera hacer lo que no hacía el Congreso: representar a los diversos sectores de la sociedad.

Además, el Ministro de Gobierno, Rodrigo Es-cobar, convocó una "Cumbre Política" de los líderes de los partidos políticos para lograr un gran acuerdo nacional en torno a profundas reformas políticas. Aunque asistieron algunos parlamentarios, su pre-sencia fue debida a su condición de representantes de los partidos y no por ser congresistas, a pesar de que la labor de la cumbre claramente correspondía a las funciones del legislativo.

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Ni el trabajo de la Comisión de Paz ni el de la Cumbre Política estuvieron claramente ligados al Congreso como tal. Esto explica, por lo menos en parte, los débiles resultados de ambas instancias en su capacidad de comprometer exitosamente al par lamento en los respectivos trámites legislativos re queridos.

Por un lado, aunque los acuerdos firmados entre la Comisión de Paz y los diferentes grupos guerrilleros en 1984 hicieron mención específica del Congreso, la ausencia de la rama legislativa en el proceso de negociación hizo que no se comprometiera como cuerpo con lo pactado por los delegados del ejecutivo. Aunque algunos congresistas entraron a participar en la Comisión de Verificación y en el Diálogo Nacional creados por los acuerdos, esto no dejó de calmar los sentimientos en el Congreso de haber sido excluidos y suplantados por las instancias emanadas desde el ejecutivo para, cumplir tareas de índole legislativa. Por otro lado, si bien es cierto que la Cumbre Política sí produjo algunos resultados concretos que se tradujeron en ley, éstos fueron muy inferiores a las metas trazadas inicialmente, en gran parte debido al mal ambiente en las cámaras.

Finalmente, otro de los pilares de la política de paz de Betancur se erigió sin la participación del Congreso: el Plan Nacional de Rehabilitación, PNR, fue creado por directiva presidencial sin pasar por el parlamento,

Por eso, la política de paz del gobierno Betancur no fue compartida por las diferentes esferas del Estado. En muchos casos ni siquiera contó con el apoyo de la totalidad de la misma rama ejecutiva, y fue más bien de manejo casi exclusivo del primer mandatario y sus colaboradores cercanos.

Esto se reflejó en el creciente distanciamiento del Congreso con los temas de la paz, particular-mente en la última parte del gobierno. El "juicio" que se le hizo al presidente en la Cámara de Repre-sentantes, promovido por el representante liberal César Gaviria a raíz de los incidentes del Palacio de Justicia en noviembre de 1985, aunque terminó exonerando a Betancur, permitió sacar a relucir el malestar de muchos parlamentarios con la política presidencial,

El proceso de paz del gobierno de Barco y el M-19 El pobre balance final que se le hizo al "proceso de paz" de Betancur llevó al nuevo gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) a introducir cambios significativos en el manejo de las negociaciones con la guerrilla. Sin embargo, aunque una de sus metas

fue "institucionalizar" la paz, es decir, enmarcarla dentro de las estructuras establecidas constitucionalmente, el resultado no fue mucho mejor que el del gobierno anterior en el establecimiento de una nueva y más activa relación del Congreso con el manejo de la paz.

De hecho, las relaciones entre el gobierno de Barco y el Congreso en lo referente a la política de paz estuvieron en gran medida determinadas o matizadas por varios elementos ajenos a las negociaciones con las guerrillas: el "esquema gobierno-oposición", los distintos esfuerzos del presidente por lograr una reforma constitucional y el hecho de que el "proceso de paz" empezó en la segunda mitad de su gobierno cuando "el sol estaba a la espalda" y la guerra contra el narcoterrorismo tenía primera. De esta manera, las primeras negociaciones entre el Consejero de Reconciliación, Normalización y Rehabilitación, Rafael Pardo, y el comandante máximo del M-19, Carlos Pizarro, entre enero y marzo de 1989 se hicieron prácticamente de manera clandestina. Aunque se mantuvieron permanentes contactos discretos con algunos parlamentarios de manera consultiva a lo largo del proceso, la rama ejecutiva mantuvo el manejo exclusivo de las negociaciones. Algunos miembros del Congreso, sin embargo, habían asumido papeles importantes de manera personal durante el proceso. La participación de senadores como el liberal Ernesto Samper y el conservador Alvaro Leyva en la "Cumbre de Convivencia Democrática" convocada por el M-19 en Panamá a mediados de 1988 había sido fundamental para obligar al gobierno del presidente Barco a inventarse su "Iniciativa de Paz" sobre la cual se montó el proceso de negociación con el M-19. A lo largo del proceso, varios congresistas, en particular Leyva, jugarían roles claves, pero siempre a título individual, y nunca en nombre del Congreso como cuerpo.

Con la creación de las Mesas de Análisis y Concertación en abril de 1989, el tratamiento del gobierno de Barco a las negociaciones pareció haberse "betancurizado" en la medida en que se creó una instancia de amplia representación de los sectores sociales y políticos sin la participación directa

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del Congreso para elaborar las propuestas de carácter legislativo. Aunque las Mesas de Análisis y Concertación contaron originalmente con la participación de los diferentes partidos políticos, el Partido Social Conservador y la Unión Patriótica se retiraron, haciendo que la representatividad de este ente cuasi-parlamentario fuera aún más precaria que la que tuvo la Comisión de Paz de Betancur.

Sin embargo, para mediados de año, se empezaron a esbozar los lincamientos generales del eventual acuerdo entre el gobierno y el M-19, y era evidente que los dos temas más importantes estaban directamente relacionados con el Congreso: la inclusión de una Circunscripción Nacional Especial de Paz para las elecciones parlamentarias de marzo de 1990 y el otorgamiento del indulto. Esto hizo que el parlamento se empezara a preocupar de manera más intensa por lo que estaba sucediendo en las negociaciones entre Pardo y Pizarro.

La Circunscripción Nacional Especial de Paz -por la cual el grupo guerrillero desmovilizado tendría unas ventajas electorales para poder llevar un buen número de sus integrantes al Congreso- generó diferentes reacciones. Algunos congresistas expresaron objeciones al otorgamiento de la favorabili-dad política al M-19 pensando que serían los directamente perjudicados por estar en "desventaja", y a otros no les gustaba la idea de tener "ex-terroristas" sentados a su lado en el Congreso.

Sin embargo, la Consejería y el Ministerio de Gobierno, en cabeza de Carlos Lemos, hicieron un trabajo muy exitoso de lobby con los parlamentarios, y en el cual se destacó la activa intermediación del jefe único del Partido Liberal, el ex-presidente Julio César Turbay, con la mayoritaria bancada de su partido.

Señalando que los cupos especiales del M-19 no se restarían del número existente de miembros en las cámaras sino que se sumarían como integrantes adicionales por una sola vez, le quitaron el temor a unos. Arguyendo que la incorporación de los ex-guerrilleros ayudaría a legitimar al Congreso, con-vencieron a otros. Finalmente, haciendo un llamado a la solidaridad y disciplina de partido, lograron, por lo menos durante unos meses, unir a los restantes en torno a los propósitos del ejecutivo.

De hecho, el Presidente del Senado, Luis Guillermo Giraldo, y el de la Cámara de Representantes, Norberto Morales, firmaron el "Pacto Político por la Paz" el 2 de noviembre de 1989 entre el M-19, el gobierno y los jerarcas del Partido Liberal. En éste, el

gobierno "en acuerdo con el Congreso" se compromete a incluir la Circunscripción Nacional Especial de Paz en un "Referéndum extraordinario por la Paz y la Democracia" a ser convocado para decidir sobre la reforma constitucional en trámite en el Congreso.

En el caso de la ley de indulto, también fue necesario darle manejo especial a las fricciones que surgieron entre las ramas ejecutiva y legislativa. El principal temor del gobierno era que miembros del Congreso -algunos motivados por convicciones au-ténticas y otros aparentemente influidos por la inti-midación y los dineros del narcotráfico- aprovecha-rían las circunstancias para ampliar los alcances de la ley con el propósito de incluir delitos no-políticos. La ponencia presentada el 10 de noviembre por el representante liberal César Pérez -quien viajó a Santo Domingo, Cauca para entrevistarse directa- mente con los dirigentes del M-19- fue precisamen- te en ese sentido, en clara contravía de las intenciones del ejecutivo.

Las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo se volvieron aún más tensas a comienzos de diciem-bre, cuando un grupo de representantes liderado precisamente por el Presidente de la Cámara, Nor-berto Morales, quien había firmado el Pacto Político un mes antes, logró incluir el tema de la extradición en el referéndum de reforma constitucional por encima de la oposición del gobierno. Este "camarazo" fue un golpe mortal al gobierno, y a los acuerdos, firmados con el M-19. Demostró, además, la débil unidad del partido de gobierno y obligó al ejecutivo a sacrificar su reforma constitucional incluyendo lo acordado con el M-19.

Esta bochornosa derrota del gobierno a manos de sus propios partidarios en el Congreso puso en evidencia el precario compromiso de la rama legis-lativa con el proceso de paz, y amenazó con frustrar del todo las negociaciones con el M-19. Sin embargo, el grupo guerrillero decidió seguir la dirección del comandante máximo Pizarro de continuar con el proceso de entrega de armas y reincorporación a la vida civil a pesar del incumplimiento del gobierno.

Buscando salvar lo que se podía, el gobierno logró acordar con los congresistas suprimir la ampliación del alcance de la ley de indulto y, finalmente, después de varios aplazamientos por falta de

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quórum, fue aprobada a pupitrazo en las últimas horas de las sesiones de esa traumática legislatura.

Sin embargo, a pesar de la importancia de la ley de indulto, el balance final de las relaciones del Congreso con el proceso de paz de Barco fue bas-tante malo. Aunque algunas personalidades del Congreso tuvieron papeles destacados a título indi-vidual, como cuerpo tuvo poco que ver con las negociaciones, y se limitó a responder a las inicia-tivas del ejecutivo, muchas veces de manera nega-tiva. No supo asumir un rol propio dentro del pro-ceso de negociación y sólo sirvió en la medida en que se jugaban intereses de partido o de carácter personal. Su inefectividad como órgano de repre-sentación popular obligó al ejecutivo a crear instan-cias extraconstitucionales para asumir la responsa-bilidad de intentar comprometer a diferentes sectores de la sociedad.

Del Viejo Congreso al Nuevo Congreso A pesar de las grandes diferencias que existen

entre las políticas de paz de los presidentes Betancur y Barco, cada una de ellas buscó, a su manera, involucrar en los respectivos procesos de negocia-ción con las guerrillas a representantes de la socie-dad. La Comisión de Paz, la Cumbre Política y el Diálogo Nacional durante el primero y las Mesas de Análisis y Concertación durante el segundo son ejemplos de cómo la rama ejecutiva ha intentado en múltiples ocasiones obtener el concurso de los di-versos sectores sociales y políticos del país en los esfuerzos por conseguir la paz.

A su vez, el Congreso, que por definición debe ser el escenario central de representación de los diversos intereses de la nación, se limitó a responder de manera a veces pasiva y a veces negativa a las iniciativas del ejecutivo en materia de paz.

Incluso, la rama legislativa fue vista con frecuencia por el ejecutivo -y por el país- como un obstáculo a ser superado en los procesos de paz. El hecho de estar ligado directamente a los intereses de las élites locales y regionales más reacias a cambios y reformas que se requieren para lograr la paz, la reducida incidencia en la elaboración del presupuesto nacional y su casi exclusiva preocupación por el reparto de los auxilios, el prácticamente permanente Estado de Sitio que le entregó al ejecutivo funciones propias del legislativo, el monopolio bipartidista y el excesivo presidencialismo, entre otros, restringieron severamente al Viejo Congreso y le recortaron su capacidad de representar a la totalidad de los intereses de la sociedad.

Así, con la creación de las diferentes instancias cuasi-parlamentarias, el ejecutivo, queriéndolo o no, suplantó al legislativo en algunas de sus funciones básicas, y sólo acudió a él en la medida en que su concurrencia era inevitablemente requerida, y no como un complemento activo de la política de paz.

Los resultados de estos intentos del ejecutivo de "reemplazar" al Congreso fueron bastante pobres, en la medida en que no fueron realmente más representativos o capaces de comprometer a la socie dad en la política de paz. Además, al carecer de poderes legislativos, estas instancias extaordinarias terminaban siempre acudiendo a la rama legislativa que, sin haber participado en el proceso, muchas veces se sintió marginada y excluida. Ni Betancur ni Barco fueron capaces de convertir al Congreso en copartícipe en los procesos de paz.

Con la nueva Constitución, el Nuevo Congreso tiene más poderes y nuevas herramientas para reasumir el papel que le corresponde a las ramas legislativas en las democracias modernas. Tiene los elementos esenciales que le han permitido empezar a asumir un rol propio, activo y decidido en la consecución de la paz.

Es importante analizar las experiencias del Viejo Congreso en los procesos anteriores para poder pensar en una participación efectiva, complementaria y oportuna del Nuevo Congreso desde sus propias esferas en un eventual proceso de negociación con la guerrilla. Su concurrencia es irremplazable y debe partir de una "conciencia propia de cuerpo" que le permita ser el foro de debate nacional, sin tener que esperar las iniciativas del ejecutivo. Debe oír a todos los intereses del país y no sólo actuar en defensa de sus privilegios.

Hoy el Congreso puede convertir el tema de la paz en asunto propio y demostrar que realmente ha aprendido del pasado. Recobraría buena parte de la legitimidad perdida si actúa en bien del país entero, con óptica necesariamente diferente que la del ejecutivo. Su voz se espera

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PAZ Y VIOLENCIA

LAS LECCIONES DEL TOLIMA*

Por Gonzalo Sánchez Gómez Director, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional

ermítanme Uds, comenzar señalando porqué es tan importante la celebración de un evento de esta

naturaleza en el Tolima. A decir verdad la escogencia del escenario no podía ser mejor. Tolima es no sólo el centro geográfico del país, un cruce obligado de caminos desde el siglo XIX, sino que además ha sido en algunos momentos el centro económico (recuérdese la bonanza del tabaco en la segunda mitad del siglo XIX) y siempre uno de los ejes de las rivalidades partidistas y de la controversia política nacional. Más específicamente este destino de ser centro lo convirtió en punto de cruce de bandos encontrados desde antes de la Independencia hasta épocas recientes. Ha sido también casi que en forma permanente cruce del conflicto partidista con el conflicto agrario; cruce de la cultura mestiza con la cultura indígena; cruce de creencias religiosas (católicas, protestantes, teosóficas), etc. Ha sido, en suma, territorio propicio para el conflicto y también por ello maduro para la negociación.

Con respecto al tema que convoca aquí nuestra atención -el de las violencias-, un historiador nor teamericano (Henderson, p.27) refiriéndose a la de los años cincuenta subraya que de todos los Depar tamentos, este fue el que la sufrió más intensamente y la experimentó en todas sus formas. En ese senti do, más que un Departamento sui generis es un Departamento síntesis y por eso tal vez sea el mejor ubicado para que a partir de él, el problema regional puede ser visualizado como un problema nacional. Con estas premisas y pensando simultáneamente en el pasado y en el presente, quisiera sugerir algunos puntos de reflexión que provisionalmente voy a titular: las lecciones de Tolima.

I. Sobre la administración de la paz Como no estamos en un punto cero del proceso de paz

sino que estamos inmersos en un proceso en marcha, yo diría, en primer lugar, que hay que pensar... imaginar y actuar evidentemente para los que están fuera del proceso por exclusión, automarginamiento o convicción.... pero hay que pensar, imaginar y actuar también en igual o mayor medida para los que ya se integraron. No se trata de preocupaciones excluyentes... pero tengo la impresión de que se descuida mucho a quienes ya asumieron enormes riesgos, hicieron valientes y dolorosas rectificaciones y le imprimieron un cambio de rumbo a su vida personal y política. A veces tenemos, creo, una visión demasiado ceremonial de la paz, muy parecida a la que padecimos en los años cincuenta: diálogos, acuerdos, firma abrazos y adiós. Que la paz es un proceso, es algo que aceptamos sin discusión; pero que la reinserción es también un proceso, es algo de lo cual no sacamos las necesarias consecuencias. Si pensamos en la vieja violencia en el Tolima y si consideramos como primeros acuerdos los celebrados con Rojas Pinilla; deberíamos recordar que la pacificación (con todas sus limitaciones, distorsiones y regresiones) duró más de una década. Para hacer la Paz hay que tener Paz-ciencia.

En todo caso, una equivocada administración de la paz ha sido históricamente uno de los factores decisivos de la prolongación de la guerra. Estudios históricos de algunos de nuestros coterráneos, como los de Carlos Eduardo Jaramillo, ponen de presente como el ánimo retaliador de los vencedores llevó a que los efectos desvastadores, en este caso de la Guerra de los Mil Días, se prolongarán en el Tolima mucho más que en otras regiones bajo formas de

* Texto presentado con motivo del encuentro PEDAGOGÍA PARA LA PAZ, celebrado el 25 de agosto de 1992 en la ciudad de Ibagué y organizado por la Gobernación del Tolima.

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autodefensa o bandidaje. Pocos quisieran reactivar hoy la memoria sobre lo que al respecto aconteció con la Violencia de los años cincuenta. Deberían, pues, hacerse balances periódicos (y con un espíritu muy constructivo), sobre la marcha de los procesos de integración y rehabilitación en los Departamen tos, que podrían delegarse, por ejemplo, a las uni versidades regionales.

Esta tarea de administrar adecuadamente la paz es tanto más importante hoy en la medida en que ha empezado a llegarse a ella no por victoria militar o por rendición sino por entrega o desmovilización negociadas, es decir, sin vencedores ni vencidos, lo cual por lo demás debería verse como un signo no de debilidad sino de madurez.

Al no encontrar adecuadas condiciones de reinserción (económicas, políticas y sociales) hay alto riesgo de que los antiguos combatientes -como sucedió en 1900 y en mayor escala todavía en los 50's, y como ya está de hecho sucediendo hoy - retornen a la insurgencia, o deriven hacia la delincuencia y el bandidaje, un bandidaje de origen posterior al cese de hostilidades, un bandidaje resultante, oígase bien, no de la degradación de la guerra-que también lo hay- sino, lo que es más grave aún, un bandidaje como FORMA DE DESENCANTO CON LA PAZ. la primera condición de avance del proceso de paz es que a los que ya están adentro les vaya bien. Ellos son el espejo para los intransigentes y para los indecisos. Me pregunto al respecto, si no se deberían resucitar las organizaciones de ex-combatientes (o algo por el estilo) al igual que las de los 50's que ejercían una función de contención sobre los nú-cleos más proclives a la bandolerización. Con una nueva actitud sobre el pasado deberíamos indagarnos sobre los efectos morigeradores que pudieron haber cumplido después de las primeras amnistías las presiones, digamos, de un Leopoldo García "General Peligro", o de un José María Oviedo, "General Mariachi", sobre "Chispas"; o las presiones de las asociaciones excombatientes del Llano sobre un Dumar Aljure, por ejemplo.

Lo que pretendo sugerir con este último punto es que las obligaciones son multidireccionales. Que la sociedad invitante, por así decirlo, tiene que rodear de garantías a sus invitados, es su compromiso. Por su parte, los excombatientes, y sobretodo sus cuerpos de dirección, también tiene sus compromisos que cumplir con la sociedad. Los antiguos prosélitos no están esperando de sus jefes que ellos se

acomoden bien sino que respondan a su obligación histórica de ser oposición, de ser alternativa demo crática... ese fue su pacto de honor. El peor desen canto de los excombatientes sería el desencanto con los suyos.

II. Las ofertas para la paz. (Pacto político y Pacto Social)

Desde otro ángulo, una mirada histórica también nos ilustra sobre lo que podríamos llamar los horizontes de los acuerdos entre las partes contendientes y que puede seguirse más concretamente a través de las diferentes maneras como en cada período se relacionan el reformismo político y el re-formismo social.

En las guerras civiles el conflicto se cerraba con algún tipo de reforma en el plano político, y en su expresión máxima con una nueva Constitución. La fuerza de los rebeldes en una guerra se media por el número de incisos de la Carta Constitucional que lograra modificar. Pero el paisaje global no sufría alteraciones irreconocibles. De hecho, los excombatientes regresaban aun lugar político preconstituido: su partido liberal o su partido conservador, según el caso. Lo social estaba semiausente. Existía, claro está, pero no se lo reconocía como tal. Era simple-mente un subproducto de la guerra.

En la violencia de los años cincuenta el despegue de la pacificación giro en torno a la "despolitización" del conflicto, en el sentido de neutralización del sectarismo, que comenzó con el gobierno militar de Rojas y culminó con el Frente Nacional. La necesidad de formular un proyecto de reforma social de envergadura fue un descubrimiento tardío. En realidad el problema social había sido puesto apenas tímidamente sobre la mesa de negociaciones por algunos sectores campesinos; habían tropezado con él algunos jefes militares en el proceso de confrontación en el sur oriente del Departamento; lo habían hecho explícito los miembros de la "Comisión Nacional para Investigar las Causas de la Violencia", creada en las postrimerías de la Junta Militar el 27 de mayo de 1958 y coordinada por el entonces párroco del Líbano y oriundo de Chaparral, Germán Guzmán Campos; empezó a darle coherencia institucional desde la Gobernación del Tolima Dario Echandía, indudablemente la figura más clarividente del país político entonces; hasta tomar cuerpo, con todas las limitaciones que puedan señalársele, en el Proyecto de Reforma Social Agraria. Qué largo proceso para reconocer que la Vio-

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lencia no sólo dejaba muertos, sino también desplazados, desposeídos, desadaptados , en suma que no sólo era necesario el acuerdo político sino también un Proyecto de Reconstrucción Económica y Social. Esto es lo mismo que de otra manera concluyó un estudioso de la Violencia en el Tolima cuando escribió que al cabo de diez años, es decir, para el año 1958, la Violencia era mucho más compleja que diez años atrás, y para acabar definitivamente con ellas, se necesitaba mucho más que una solución política (Henderson 286). Hoy, diría yo, no puede ser esta una conclusión sino EL PUNTO DE PARTIDA. La simple solución política que había sido el mecanismo de terminación natural de las guerras civiles llegó con la Violencia a su límite histórico.

Sin embargo, aunque nos sorprenda y nos choque, ¿no deberíamos estar preguntándonos si en cierta manera no estamos repitiendo la historia y reintroduciendo la disociación entre lo social y lo político que se aplicó en los viejos contextos?

.En alguna ocasión, le planteaba el problema al señor Consejero de Paz, Dr. Serpa, en los siguientes términos: se ha agotado un primer ciclo del proceso de paz que tuvo como presupuesto u objetivo estratégico un nuevo pacto político que culminó en los acuerdos con el M-19, Quintín Lame, y parte del EPL y que se materializó en la Constituyente de la cual ellos fueron actores y promotores.

Pero otros quedaron por fuera. Hay que entrar a definir desde el punto de vista gubernamental un nuevo eje estratégico de acción, que vaya más allá de la aplicación y desarrollo de la Nueva Constitución, que también hay que impulsar. Pero presiento que estamos llegando otra vez tardíamente al reconocimiento de la necesidad de un proyecto social con capacidad de convocatoria colectiva. Un proyecto global de Paz Post-Constituyente, que ya no puede ser solo como en otros tiempos, para campesinos analfabetos sino para sectores sociales más variados, con gran influencia urbana y en algunas regiones no de los más pobres precisamente. El problema social en relación directa con la violencia, puede ser en algunas ocasiones o regiones, el de cómo buscar alternativas estables a sectores que tienen importantes recursos acumulados en la ilegalidad (relación directa o indirecta con narcotráfico, reparto de ingresos provenientes del secuestro, etc.). Hace pocas semanas en un foro celebrado por la Universidad de los Andes, en Bogotá, se escuchó al gobernador del Huila proponer amnistía no sólo a

personas sino a este tipo de bienes, comprometiéndolos abiertamente con el desarrollo y con los problemas de las regiones.

En todo caso, este proyecto social del que veni mos hablando hay que construirlo aún si la guerrilla no se lo propusiera (dado, según se arguye, que el solo interés de esta es buscarle legitimidad a su poder local), porque el poder de dicho proyecto social no puede ser exclusivamente buscarle salida al fenómeno guerrillero sino más ampliamente al fenómeno de la Violencia. Esto nos lleva entonces al tercer punto:

Las complejidades de la violencia y de la paz

Un rápido vistazo histórico nos permite apreciar, en primer lugar, una complejidad creciente de los actores. De unas simples relaciones binarias a lo largo del siglo XIX (liberales vs. conservadores) se pasó, en los años cincuenta del presente siglo, a unas relaciones ternarias que involucraban además de los agentes partidistas anteriores, a los comunistas, que más que un vehículo de acción partidaria, eran un canal de representación social de comunidades campesinas, del Sumapaz y del Sur del Departamento principalmente. En el primer tipo de confrontaciones, en las que la guerra hacia parte del relevo institucional en el poder, sin ruptura del orden básico de la sociedad, el país acumuló una experiencia tal en su manejo que llegó a su límite en la guerra de 1860-61 en la cual los rebeldes victoriosos, con el general Mosquera a la cabeza, y los derrotados ejércitos gubernamentales del hasta entonces presidente Mariano Ospina Rodríguez se prometieron amnistía mutua (promesa que dicho sea de paso incumplió este último). Ni el Frente Nacional, ni las amnistías de los años cincuenta hubieran debido sorprender a un conocedor de la historia del país. Tanto el uno como las otras hacian parte de una larga tradición nacional. El error histórico del Frente Nacional -si cabe la expresión- consistió en haberse negado a reconocer las modificaciones del escenario político y querer manejar un conflicto que ya no era exclusivamente bipartidista, ni exclusivamente político como si aún lo fuera. Un ciclo no resuelto de violencia dio lugar a una nueva fase de la misma, distinta en sus actores, en su naturaleza y en sus objetivos.

En efecto, a patir de los años setenta ya no tenemos solamente rebeldes (rebeliones) sino tam-

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bién insurgentes. La violencia en el relevo dentro del orden ha cedido paso a la violencia contra el orden. Ya no se habla de rebelión sino de subversión. Este ciclo se alimenta de dos referentes:

1. El primero, es el de las desigualdades socio- políticas internas: "Es una sociedad por lo menos de tres y dicen que no hay cupo sino para dos".

2. El segundo, es el contexto supranacional, que se abrió con el ciclo de las Revoluciones socialistas y el mito revolucionario como regulador del cambio social.

El encuentro de estos dos referentes en el contexto de la guerra fría hizo que el conflicto externo se convirtiera en factor del orden interno y que el uno llevado de la mano del otro avanzaran durante un trecho relativamente largo de la vida nacional.

Sin embargo, ambos referentes han sido atenuados por acontecimientos históricos recientes. En primer lugar, por la Constituyente que, quiérase o no establece una nueva legitimidad macropolítica. Frente a una Asamblea que dio cabida a exguerrilleros, indígenas y disidentes religiosos, se hace más difícil seguir enarbolando, en los mismos términos y durante este tramo histórico al menos, el discurso de la ruptura definitiva, inaugural. Atenuados, en segundo lugar por el derrumbe de sus soportes simbólicos externos y el desprestigio de sus iconos universales.

Más demoledor no sólo para la insurgencia sino para la sociedad colombiana entera, ha sido el im pacto del narcotráfico sobre el panorama preexis tente. Puesto que el negocio sólo se defiende y se mantiene contratando violencia, ésta se monetizó y se convirtió en mercancía disponible y circulante por todos los corredores de la sociedad. La ausencia de ideales políticos o de bases sociales comenzó a ser sustituida con la tecnificación de la violencia. Así mismo, la delincuencia común, efecto y condi ción de la expansión del negocio, se disparó a nive les inauditos. Y por supuesto, el contexto de las negociaciones sufrió una nueva y profunda modifi cación, ya que el fenómeno por su naturaleza misma enrareció actores, enrareció objetivos, enrareció métodos, enrareció la lucha política a todos los niveles.

Desde este punto de vista, la violencia desbordó los parámetros con que se diseñó el proceso de paz que se inició durante el gobierno de Belisario Be-

tancur, hace ya una década, y el caso colombiano dejó de ser comparable a cualquiera de los países centro y suramericanos a los cuales se equiparó.

El reconocimiento de este nuevo carácter de la violencia es importante para resituar históricamente y en su significación actual el último punto de mi exposición -la metodología para la paz- y dentro de ésta el muy álgido tema de los diálogos regionales."

La metodología para la paz

Si hacemos memoria y nos remontamos nuevamente a las experiencias de los años cincuenta, encontramos que autoridades políticas, militares y eclesiásticas y los distintos actores regionales se comprometieron de muy diversas maneras en los procesos de negociación y pacificación. En un caso, por ejemplo, sobre la base de directrices generales pero al mismo tiempo gozando de amplia autonomía, el gobierno militar del Tolima coronel César Cuéllar Velandia fue protagonista central de las primeras entregas y amnistías del país entre julio y septiembre de 1953, en las regiones de Rio Blanco (los Loaiza) y de Rovira (hermanos Borja) durante el gobierno militar, bien entendido. Más adelante, atendiendo modalidades diferentes del conflicto su-bregional se comenzó a pasar, en algunos casos, de los acuerdos verticales entre autoridades y guerrillas, a los acuerdos horizontales o "pactos de paz" entre grupos armados antagónicos, menos estudiados y recordados que los primeros, pero de cuya eficacia hay noticias en el extremo sur del Departamento. Uno de ellos, en Ataco, donde operaban los patriotas "o contrachusmas" enfrentados a "limpios y comunes", tuvo como testigos y promotores a los miembros de la Comisión Investigadora de las Causas de la Violencia (septiembre 4 de 1958). Una tercera modalidad, ya fuera de nuestro Departamento, es la que ilustran en la historia reciente los campesinos de La India, en Cimitarra (Santander), cuya organización, en medio del fuego cruzado, gana autonomía y establece un equilibrio que les permite ser mediadores y neutralizadores de la acción y presencia simultánea de guerrillas, paramili-tares y autoridades despóticas. Una experiencia que los hizo acreedores al llamado premio Nobel Alternativo de Paz y que debería conocerse mejor en el país. Son pues muy distintos los caminos que llevan a la paz.

Propondría entonces superar el dilema de Diálogos Regionales vs. Control Institucional del Proceso, con un criterio combinado que integre tres

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factores, por lo menos: escenarios regionales -desarrollos diferenciados- y directrices nacionales.

El punto causa especial preocupación cuando se lo analiza en relación muy particular con la guerrilla. Se trata, en efecto, de guerrillas que a pesar de todas las manifestaciones de degradación que se les puedan atribuir, y hay muchas, siguen cumpliendo por lo menos tres funciones identificables de las cuales derivan todavía una capacidad negociadora:

-una función de representación social, como intérpretes de necesidades y aspiraciones de colonos, sindicatos o núcleos urbanos marginales;

-una función de intregación de periferias aban-donadas en las cuales la guerrilla opera como orga-nizadora de servicios; y

-una función instrumental de orden, donde el Estado es una fuerza ausente o distante y ella entra a cumplir funciones de policía y de justicia.

Conocidaesta situación se argumenta, entonces, que los diálogos regionales le darían un protagonismo sin contraprestación a la guerrilla, como si las comunidades locales y regionales estuvieran inexorablemente comprometidas con el proyecto de la guerrilla y no tuvieran nada que reclamarle a ella, lo cual no deja de ser un presupuesto autoderrotista del gobierno y del Estado.

Se argumenta también, que los diálogos regionales pueden tornarse indefinidos, o desembocar en acuerdos sin garantes o permitirle a actores que han firmado acuerdos trasladarle la responsabilidad de las violaciones de los mismos a otros que no los hayan firmado. En suma, que llevan a un fraccionamiento incontrolable e inadmisible de la paz.

En realidad, este tipo de incongruencias sólo son posibles en tanto no se defina un marco institucional de tales acuerdos. Lo que realmente lo anarquizaría sería la falta de una conducción nacional. Porque de hecho tales diálogos existen y se van a seguir haciendo con o sin la anuencia del gobierno. Más aún, si éste no hace sentir su presencia dejará de ser interlocutor de los diálogos y correrá el riesgo de convertirse en el blanco de ellos. Este es un país de confrontación incesante pero en donde al mismo tiempo se está negociando todos los días.

De otro lado, el problema podría también plantearse de distinta manera y en congruencia con los análisis de páginas anteriores: en efecto, si se reconoce el carácter múltiple de la violencia y la necesidad de estrategias globales de paz, dadas las transformaciones señaladas, los diálogos no tendrían por que tener el carácter tan restrictivo que se les suele adjudicar, de diálogos con la guerrilla, sino de diálogos sobre la violencia, que lógicamente van a tener componentes muy diferenciados, según las regiones. Hay zonas sin ninguna presencia guerrillera y con mucha violencia. ¿En ellas no habrá nada de que hablar, que acordar, tareas colectivas que realizar?

Fórmulas como ésta, que más que de diálogos bilaterales serían de cabildos regionales, estarían más acordes con los otros procesos institucionales en curso, tales como la descentralización, la transferencia constitucional de poder a las localidades y regiones, y el estímulo a las iniciativas comunitarias.

Si se habla de pedagogía de la paz, este sería, creo yo, un buen camino para que todos comence mos a sentirla, no como un oficio en permanente delegación a otros, sino como un problema nuestro, de todos nosotros.

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DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

AL MOVIMIENTO POPULAR*

Leopoldo Múnera Ruiz, Profesor de la Universidad Nacional

La noción de movimiento popular habita tanto el mundo de las teorías sociales como el de la acción colectiva. Las características de categoría analítica o de tipo ideal que adquiere en el primer contexto, restringe el significado que tiene en el segundo. En ambos casos, como sucede con todo concepto ana-lítico o práctico, está condicionada por el sistema de relaciones sociales en el que se inscribe la historia de la teoría y de la praxis.

En América Latina, el estudio de las acciones colectivas organizadas de los sectores populares, oscila entre estos dos contextos que definen la no-ción de movimiento popular. El perfil práctico-ins-trumental que ésta toma en la acción la lleva a fluctuar entre la denominación amplia del conjunto de luchas, organizaciones, asociaciones e incluso partidos, y caracterizaciones más restrictivas que limitan su significado a las prácticas sociales ajenas a la competencia por el ejercicio del poder estatal. Los investigadores en ciencias sociales le dan un perfil analítico, que ofrece una amplia gama de variantes, desde las funcionalistas hasta las desarro-

lladas por la sociología de la acción1.

Como prácticas sociales, estas dos formas de entender el movimiento popular no se diferencian de manera tan tajante: con frecuencia los científicos sociales utilizan las categorías con el sentido dado a ellas en la acción colectiva de los sectores popu-lares. De la cual hacen parte como intelectuales. O los grupos populares asumen el marco conceptual de las teorías sobre los movimientos sociales, para elaborar una articulación discursiva de su acción.

Sin embargo, la pretensión analítica de las ciencias sociales lleva a un uso más rígido de las categorías y más apegado a las teorías existentes (o más rigu-roso, si empleamos la expresión de los científicos sociales); mientras que las necesidades de la acción exigen una mayor flexibilidad e independencia de la racionalidad impuesta por las formulaciones teó-ricas. Si utilizamos la figura retórica empleada por Touraine, podemos afirmar que la mirada y la voz no se corresponden, pues la voz tiene su propia mirada y la mirada su propia voz.

En el presente ensayo pretendo delimitar el mar-co conceptual que rodea el estudio del movimiento popular. Para tal efecto, realizaré un examen crítico de las teorías de los movimientos sociales, intentan-do responder a los interrogantes analíticos que le-vanta la acción colectiva de los sectores populares en Colombia. En tal medida las categorías analíticas serán vistas como instrumentos para estudiar un fenómeno social concreto. Aclaración necesaria frente al intento de convertir la noción de movimien-to social en el punto central de la sociología de la acción y a ésta en la clave explicativa de la socie-dad2.

Esta perspectiva conlleva la necesidad de pre-guntarse sobre la validez conceptual de la teoría de los movimientos sociales y sobre su utilidad analí-tica para estudiar la acción colectiva organizada en América Latina y particularmente en Colombia3. Además, lleva implícita una propuesta de sistema-tización de las categorías necesarias para analizar el

* Este ensayo hace parte de la tesis doctoral que el autor está realizando en la Universidad Católica de Lovaina bajo el título: "Relaciones de poder y movimiento popular colombiano (1968-1988)". 1Como ejemplo de la variedad de matices ver: CALDERÓN GUTIÉRREZ Fernando (1986) y (1987). 2 Ver: TOURAINE Alain (1984). 3 EI estudio de las teorías de los movimientos sociales de origen europeo o estadounidense es necesario, pues constituye el referente

principal de las investigaciones realizadas en América Latina sobre la acción colectiva organizada.

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movimiento o los movimientos populares, como un tipo particular de movimiento social.

I. La Teoría de los Movimientos Sociales La teoría contemporánea de los movimientos

sociales despega en los Estados Unidos en los años sesenta y encuentra su punto de mayor desarrollo en Europa durante la década del setenta. Alrededor de la práctica social y del análisis de los denominados nuevos movimientos sociales, va siendo tejido un cuerpo categorial destinado a explicar y comprender la acción colectiva organizada.

En esta sección me interesa seguir las principa-les huellas de los cambios que se fueron presentando en la noción de movimiento social. Los factores que permitieron ese proceso sólo serán mencionados como telones de fondo de la escena teórica. El paso de una sociedad industrial a una sociedad post-in-dustrial o programada, el consecuente resquebraja-miento del movimiento obrero, la transnacionaliza-ción de la economía mundial o el desencanto por la evolución de los países de Europa del Este, son vistos así como condicionantes del objeto central de estudio.

1.1 Las Conductas Colectivas Las obras de Smelser y Kornhauser4 ubicaron el

concepto de moviento social dentro del campo ana-lítico correspondiente a las conductas colectivas. En la misma línea que la teoría de la sociedad de masas y en el cuadro de la sociología funcionalista, partie-ron de una visión negativa de los actores colectivos no-institucionales, para enmarcarlos en los límites conceptuales de una sociedad articulada en torno a valores compartidos por todos sus miembros5.

Los actores colectivos e individuales que cons-tituyen el movimiento social eran presentados como elementos marginales, impulsados a asumir con-ductas contestatarias por una doble irracionalidad. De una parte, fenómenos sicológicos como la frus-tración o la agresividad llevaban al individuo a integrarse a comportamientos colectivos. De otra parte, creencias generalizadas sobre el alcance y la fuerza de la acción colectiva, desproporcionadas con respecto a la realidad, eran el motor de la

movilización. Esta irracionalidad de la acción era definida en contraposición a la racionalidad institu-cional; de la misma manera que la disfuncionalidad encarnada por el movimiento social, era definida en contraposición a una visión de la sociedad como un todo integrado, en cuyo seno el conflicto tenía un papel secundario.

Desde el punto de vista de la organización, la acción colectiva era concebida como espontánea e integrada a partir de primitivos medios de comuni-cación; es decir, como el producto de una forma asociativa elemental. Esta imagen facilitaba el agru-pamiento, bajo la denominación de conductas colec-tivas, de fenómenos sociológicos tan disímiles co-mo el pánico de los espectadores en un partido de foot-ball ante la amenaza de un incendio y el movi-miento pacifista en los Estados Unidos. Asimilación conceptual que permitía trazar una senda evolutiva entre ellos, dentro de un esquema lineal que llegaba hasta los movimientos sociales.

Así, en el amplio espectro de las conductas colectivas, los movimientos sociales eran vistos co-mo una reacción a la crisis generada por cambios estructurales. Las situaciones que ellos afrontaban eran amorfas y poco definidas con respecto al orden social. O sea, una suerte de oposición pasajera a la modernización, cuya transitoriedad estaba determi-nada por la inevitable generalización de las ventajas ofrecidas por el progreso y por el carácter coyuntu-ral de los momentos de crisis.

La no-institucionalidad del movimiento social contrastaba con la acción institucional-convencio-nal de los agentes encargados de restablecer el orden social y de solucionar los conflictos de intereses dentro del marco dé los valores compartidos. En el trasfondo de este contraste, las conductas colectivas reposaban sobre un modelo que suponía el equili-brio como esencia de la sociedad y los movimientos sociales eran entendidos como un intento anormal y disfuncional de adaptación a desequilibrios produ-cidos por factores externos a ella.

La marginalidad de los actores; la irracionali-dad, la no-institucionalidad y la disfuncionalidad de

4 SMELSER Neil (1963) y KORNHAUSER William. (1959). 5 Las diferentes vertientes de la teoría de los movimientos sociales han sido construidas a partir de la crítica a los trabajos funcionalistas sobre la

conducta colectiva. La breve síntesis que presento a continuación recoge, aparte de las obras de Smelser y Kornhauser, los comentarios que a ellas hicieron autores como COHÉN L. Jean (1987), MELUCCI Alberto (1989), PIZZORNO Alessandro (1987), TILLY Charles (1987) y OFFE CIaus(1987).

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la acción con respecto al orden social; así como la precaria organización y la transitoriedad de este tipo de conductas colectivas, configuraban una definición negativa de los movimientos sociales. Sus elementos principales eran delineados por oposición a una supuesta normalidad, representada por los actores institucionales y por su capacidad de adaptación a los cambios sociales. Por consiguiente, el referente central para el análisis venía dado por aquello que los actores, la acción y el movimiento social no eran, y no por elementos que permitieran estudiarlos desde su dinamismo interno. De esta manera, quedaban atrapados en la sombra de la sociedad, al lado de todo aquello que no fuera funcional al orden y al equilibrio social.

Los límites de esta concepción de los movimientos sociales, están en estrecha relación con la incapacidad del funcionalismo para explicar el carácter conflictual de lo social. La historia del movimiento obrero y del movimiento campesino, o la existencia misma de los movimientos sociales que surgieron en Europa y Estados Unidos en los años sesenta y setenta, demostraban como el conflicto era uno de los elementos fundamentales de la acción colectiva que les daba forma. La imagen de una sociedad construida alrededor de valores compartidos por todos sus miembros, saltaba en el aire al ser confrontada con el estudio empírico sobre los movimientos sociales. Estos, por el contrario, enviaban hacia representaciones de lo social en términos de fuerzas o de actores que se enfrentaban entre sí en campos culturales compartidos, pero con valores, orientaciones, ideologías y recursos opuestos, cuando no excluyentes.

La visión negativa de los actores colectivos no-institucionales, al ser analizados en términos de masas, impide entender su proceso de formación y transformación más allá de las explicaciones de naturaleza sicológica. Restricción que deja por fuera del análisis un fenómeno vital para el estudio de los movimientos sociales, como es el de la identidad, que abre las puertas para comprender el paso de la acción individual a la acción colectiva y resolver el

dilema teórico planteado por Olson6. Las creencias generalizadas, de estructura mítica, que utilizaban Smelser y Kornhauser para estudiar esta transición, reducían el problema a las supuestas representaciones que hacían los actores individuales de los alcances de la movilización colectiva. Era una forma de obviar sin responderlos, los interrogantes levantados por las teorías sociales fundadas en conceptos como las clases o las categorías sociales, y en los factores comunes que al constituirlas determinaban o condicionaban la acción. Además, la tesis de la doble irracionalidad de ésta, válida en el caso de otras conductas colectivas, no tenía asidero empírico en los movimientos sociales.

1 Tampoco lo tenían generalizaciones como la marginalidad de los actores, la espontaneidad y las primitivas formas de organización, la vinculación de los movimientos sociales con momentos de crisis, o la transitoriedad debida a la inevitabilidad del progreso y al reequilibrio del orden social. Lo institucional no gozaba de todos los atributos otorgados por el funcionalismo, ni lo no-institucional estaba condenado a la marginalidad y a la desadaptación. La noción de movimiento social, que había entrado con todos estos limitantes en el terreno de las conductas y de las acciones colectivas, sería reelabora-da y transformada por los autores que Cohén agrupa en los paradigmas de la movilización de recursos y de la identidad7.

I. 2. La Movilización de Recursos El estudio de los movimientos sociales que du-

rante los años sesenta demostraron los límites de la democracia participativa en los Estados Unidos, condujo a nuevas formulaciones teóricas que bus-caron salir de la camisa de fuerza impuesta por el funcionalismo y la teoría de la sociedad de masas. Trabajos como los de Oberschall y Olson8 dieron la pauta para pensar los movimientos sociales desde la óptica de la acción colectiva y no desde el balcón de un sistema social autoregulado.

Las investigaciones empíricas de movimientos como el de los derechos civiles, arrojaban conclu-

6 Olson elaboró, para el caso de la acción colectiva destinada a la producción de bienes públicos, la tesis según la cual el individuo sólo participa en la acción si hay incentivos selectivos. Es decir, aquellos que no se derivan directamente del bien público, sino de las ventajas colaterales que aporta la participación en su producción. Tesis que fue extendida con posterioridad a todo tipo de acción colectiva y que colocó de nuevo a las teorías sociales frente a la lógica de la racionalidad económica como elemento fundamental de la transformación de la acción individual en práctica colectiva. OLSON M. (1968).

7 Ver: COHEN L.Jean (1987). 8 0LSON Mancur (1968) y OBERSCHALL Anthony (1973).

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siones que de forma manifiesta contradecían los principales postulados de Smelser y Kornhauser. Se trataba de acciones colectivas que tenían en su base grupos con altos niveles de organización y autono-mía, dónde la supuesta irracionalidad y marginali-dad de los actores no tenía nada que ver con los individuos y las asociaciones que conformaban y animaban los movimientos sociales. En efecto, la imagen del marginal-desadaptado no tenía ninguna correspondencia con las mujeres del movimiento feminista, o con los defensores de los derechos de las minorías étnicas. La anormalidad y disfunciona-lidad que parecían caracterizar las conductas colec-tivas inherentes a los movimientos sociales perdían fuerza explicativa y estos pasaban a formar parte de las prácticas colectivas propias de lo social. De esta manera, como lo afirma Cohen, la pasiva sociedad de masas era reemplazada por una sociedad civil dinámica, en la que lo convencional y lo no-conven-cional resultaban imbricados dentro del mismo teji-do conflictual9. Por ende, la contraposición entre institucionalidad-racionalidad y no-institucionali-dad-irracionalidad, que suponía la identidad entre los dos elementos de cada término, perdía su valor analítico. Dentro del nuevo paradigma, las prácticas sociales, fueran ellas convencionales o no, institu-cionales o no, tenían en su raíz el mismo tipo de racionalidad de corte económico, que permitía cali-brar la acción dentro de un balance de costos y beneficios.

El paradigma teórico de la movilización de re-cursos10 elabora una caracterización positiva de los movimientos sociales, vinculada con la repre-

sentación del sistema político estadounidense como una democracia pluralista y participativa. No obstante y a diferencia de los funcionalistas, centra la atención en las acciones conflictuales que entrarían a formar el núcleo de la sociedad. La noción de orden y de equilibrio es desplazada por la imagen de una telaraña de acciones racionales, implemen-tadas por individuos y grupos que buscan objetivos precisos, y que para conseguirlos movilizan recursos sociales. Esos objetivos tienen como mira la integración al sistema político y la ampliación de la influencia sobre las decisiones que determinan la vida social. En consecuencia, el movimiento es un instrumento que usan los actores para satisfacer sus intereses individuales y participar en el sistema político con la finalidad de controlarlo o de utilizar a su favor, como grupo particular, los cambios sociales que de él se derivan.

Si la marginal idad e irracionalidad de los actores y la disfuncionalidad de la acción colectiva constituían el eje de la teoría de las conductas colectivas, en el caso de la movilización de recursos ese puesto lo ocupan la racionalidad de los actores dentro de una lógica de medios y de fines, los recursos como bienes ut ilizables e intercambiables y la integración-participación en el sistema político. La disponibilidad de los recursos reemplaza a la privación relativa y a la crisis como germen del movimiento social". En esa medida, como dice Lapeyronnie, son incluidos en el análisis de la acción colectiva factores como los políticos, los organizacionales y los estratégicos, que estaban ausentes o relegados a un papel secundario12. Junto con ellos, las relaciones de po-

9 Ver la caracterización y la crítica de la teoría de la movilización de recursos que hace Cohén. COHÉN L Jean (1987), pp. 12 y ss. 10Aparte del trabajo de Oberschall, utilizo para esta síntesis los siguientes textos: ENNIS James and SCHREUER Richard (1987), JENKINS

Craig (1983), KERBO Harold R (1982). LAPEYRONIE Dtdier (1988). MC CARTHY John and ZALD Mayer (1977), ZALD Mayer and MAC CARTHY John, (Eds.) (1979), ZALD Mayer and MAC CARTHY John (Eds.) (1987).

11 Pizzorno resume esta diferencia de la siguiente manera: 'Las dos principales leonas que hoy en día se confrontan en el estudio de los movimientos sociales son la teoría de la privación relativa' y la teoría de la movilización de los recursos'. La primera asume que en la base de la emergencia de los movimientos sociales existe la presencia de un malestar y, por consiguiente, de reivindicaciones difusas de una parte de la población. Además, que tal estado de disturbio del orden social se transforma en movimiento, si encuentra en creencias o ideologías expresiones y términos compartidos por aquellos que siente el malestar Para prever cuando y donde es probable que los movimientos sociales surjan, es necesario buscar, en una determinada sociedad, variaciones en el grado de malestar e insatisfacción social Es decir, signos de nuevas tensiones estructurales, de un aumento en la percepción de la injusticia, de la frustración de nuevas expectativas originada en una parte de la población a causa de un hecho externo, o de otras manifestaciones similares. Por el contrario, los teóricos de la movilización de los recursos1 sostienen que el grado de malestar y los niveles de conflicto potencial en una determinada sociedad (o. al menos, en las sociedades capitalistas contemporáneas, a las cuales está limitada su investigación) es relativamente constante, y en todo caso no presenta variaciones tales que puedan dar razón de los cambios en la presencia y en la actividad de los movimientos sociales. Para explicar los cuales es más proficuo indagar sobre las fuentes de la variación en la disponibilidad de los recursos (esencialmente tiempo y dinero, articulados después en tipos más específicos) gracias a los cuales es posible organizar los movimientos' PIZZORNO Alessandro (1987), pp 16-17, Traducción del autor (T.d.A).

12 LAPEYRONIE Didier (1988), p. 603

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der adquieren relevancia como la interacción entre agentes sociales, quienes fundamentan su fuerza en la movilización de recursos escasos para los otros.

A pesar de las diferencias claras entre una y otra concepción, los movimientos sociales tienen en am bas corrientes la característica de ser considerados, fundamentalmente, como los excluidos de un siste ma al que pretenden incorporase. En la teoría de las conductas colectivas son una especie de desviantes que no quieren quedar al margen de la moder nización y el progreso, mientras que en la teoría de la movilización de recursos son agentes de un cam bio que es obstaculizado por los actores convencio nales. Es siempre una pareja de exclusión-integra ción la que anima la movilización; el sistema mismo queda así por fuera del conflicto y el cambio social reposa sobre una capacidad sistémica de adaptación que es independiente del campo de acción de los movimientos sociales.

Desde luego, el tipo de sistema y de integración es distinto en cada uno de los paradigmas. Para el de la conducta colectiva se trata del orden social y del retorno a la sociedad de quienes han quedado al margen de ella; en tanto que para el de la moviliza-ción de recursos se trata del sistema político y del ingreso de nuevos actores para perfeccionar la de-mocracia. El peso descriptivo de ambas formulacio-nes se hace así evidente: más que la búsqueda de conceptos para analizar los movimientos sociales, hay un esfuerzo para ubicarlos dentro de una imagen de la sociedad estadounidense como una democra-cia pluralista y participativa, que absorbe y canaliza los conflictos sociales. Es la renuncia implícita o explícita a afrontar la pregunta sobre el significado de las orientaciones culturales que definen la acción y sobre el efecto que la confrontación, la integración o la contradicción entre ellas, tiene sobre el sistema de relaciones sociales y por ende, sobre el sistema político.

En lo que concierne específicamente a la teoría de la movilización de recursos, esta preponderancia de lo descriptivo la deja atrapada en una indefinición analítica. A pesar de aportar elementos importantes para el estudio de los movimientos sociales en lo relacionado con la interacción y el poder, no logra precisar la utilidad y el alcance de conceptos básicos

como el de recursos, el de movimiento social o el de contexto de la acción13. Además, la tesis de la racionalidad lleva en sí misma, como lo menciona-mos con anterioridad, una lógica de medios y de fines que no responde a los interrogantes sobre el paso de la acción individual a la acción colectiva, ni sobre la naturaleza social de los actores individuales y colectivos. La fórmula del cálculo de costos y beneficios, así incluyamos en ellos los valores sim-bólicos o afectivos, es incapaz de explicar los fac-tores sociales comunes que llevan a ciertos actores individuales a sumarse a otros para realizar una acción colectiva. Es ese el terreno de las relaciones sociales, de las orientaciones culturales y de la iden-tidad colectiva que alberga la tercera vertiente teó-rica sobre los movimientos sociales.

1.3. La Sociología de la Acción 1. En las teorías sociales europeas, la elabora-

ción conceptual de los movimientos sociales alrede-dor de la identidad de los actores colectivos y de la orientación cultural de sus acciones, juega un papel preponderante. Si bien los trabajos realizados dentro de este paradigma de la identidad no pueden ser reducidos a la obra de Touraine, ésta, en el seno de la sociología de la acción, constituye el esfuerzo más sistemático para construir un cuerpo analítico que supere los límites de las teorías de la conducta colectiva y de la movilización de recursos. Es tam-bién el punto de referencia central dentro de la corriente en que están ubicados autores como Me-lucci, Pizzorno, Cohén o Habermas. Por tal razón, conformará el núcleo de la presente sección. Los otros aportes teóricos, desde la perspectiva de esta investigación, serán estudiados en la parte relativa a la crítica de las nociones tourainianas o en la presentación del movimiento popular como catego-ría analítica.

Como vimos en el numeral anterior, la teoría de la movilización de recursos allanó el camino para romper con la idea que asociaba a los movimientos sociales con disfuncionalidades dentro del sistema social; pero, encerró la acción colectiva que los caracteriza en el horizonte estrecho de la racionali-dad económica. De esta forma cortó los lazos que vinculaban a los movimientos con lo estructural, sin ofrecer una salida alternativa. Touraine, haciendo

13 Lapeyronnie anota de forma acertada que la noción de recurso queda flotando como una analogía con el dinero y las mercancías, la noción de movimiento social es una simple constatación del encuentro entre una acción política y una acción colectiva y los elementos contextuales se pierden sin integración lógica en una diversidad de expresiones ambiguas como medio o clima social. LAPEYRONIE Didier (1988), pp. 604 y 615.

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uso de algunos instrumentos analíticos marxistas, reconstruye este nexo al tomar como elementos teóricos fundamentales las relaciones entre las cla-ses y la producción de la sociedad. La repre-sentación de ésta como un sistema de relaciones sociales o como un sistema de acción (a discreción como si se tratará de sinónimos), le permite obviar las dificultades que suponía una concepción en tér-minos de un orden social fundamentado en valores compartidos. Los movimientos sociales serían así acciones colectivas organizadas y normativamente dirigidas, en virtud de las cuales actores de clase luchan por la dirección de la historicidad o por el control del sistema de acción histórico14.

Los movimientos sociales dejan de ser los resi-duos marginales, del paradigma de las conductas colectivas, o el instrumento para satisfacer los inte-reses individuales y grupales de integración al sis-tema político, del paradigma de la movilización de recursos, y se transforman en los actores privilegia-dos en el conflicto por el control y la orientación de los modelos que constituyen el sentido societal (el sentido del conjunto de lo social); actores de clase que serían los principales agentes de la producción de la sociedad por ella misma. Por este camino la acción entra a formar parte de lo estructural, espacio que para los funcionalistas estaba reservado al orden y para los partidarios de la racionalidad económica a un difuso contexto social.

Al igual que en la teoría de la movilización de recursos y con base en investigaciones empíricas

sobre las nuevas y las viejas formas de la acción colectiva organizada en Europa, los movimientos sociales son vistos como sistemas organizados com-plejos; conformados por individuos que, más allá de la simple racionalidad estratégica o de la disponibi-lidad de los recursos, orientan y le otorgan signifi-cado a sus actos de acuerdo con sus prácticas sociales y con la representación que hacen de ellas. Así mismo, Touraine considera que la existencia de un conflicto es indispensable para que una acción co-lectiva organizada sea entendida como movimiento social. Sin embargo, a diferencia de lo sostenido por la teoría de la movilización de recursos, aquí el conflicto debe tener una centralidad social; es decir, enfrentar a actores de clase por el control y la orientación del sentido societal. Centralidad que no desdice de la pluralidad de manifestaciones y de campos conflictuales. En otras palabras, el conflicto por la orientación de la historicidad en el que está implicado el movimiento social, se desarrolla en una multiplicidad de escenarios sociales y con intensi-dades que varían en el conjunto de la acción colec- tiva15.

A los anteriores rasgos de los movimientos so-ciales, Touraine agrega tres principios básicos. La identidad: definición del actor por sí mismo, la oposición: caracterización del adversario y la tota-lidad: elevación de las reivindicaciones particulares al sistema de acción histórico16. Este autoreconoci-miento, reconocimiento del adversario, del terreno y de las apuestas en juego, así como la capacidad de superar las pretensiones sectoriales del actor colee-

14 En sus dos principales escritos sobre los movimientos sociales, Touraine fluctúa entre estas dos definiciones: 1 ."En principio yo entiendo por movimientos sociales la acción conflictual de agentes de clases sociales que luchan por el control del sistema de acción histórico' TOURAINE Alain (1973), p. 347. (T.d.A.). 2. "El movimiento social es la conducta colectiva organizada de un actor de clase que lucha contra su adversario de clase por la dirección social de la historicidad en una colectividad concreta" TOURAINE Alain (1978), p. 104, (T.d.A.). La historicidad seria el trabajo que la sociedad cumple sobre ella misma guiada por grandes orientaciones culturales representadas en tres modelos: de acumulación o inversión, de conocimiento y cultural. El sistema de acción histórico sería uno de los elementos del campo de historicidad, al lado de la relaciones entre las clases, y estaría caracterizado por el modo en que los tres modelos se imponen sobre las prácticas sociales.

15A este respecto ver: TOURAINE Alain. (1987). 16"1. El principio de identidad es la definición del actor por el mismo. Un movimiento social sólo se puede organizar si esta definición es consciente; pero

la formación del movimiento precede con amplitud dicha consciencia. Es el conflicto el que constituye y organiza al actor TOURAINE Alain (1973), p. 361, (T.d.A.). "2. Se debe definir de la misma manera el principio de oposición. Un movimiento sólo se organiza si puede definir su adversario, pero su acción no presupone esta identificación. El conflicto hace surgir al adversario, forma la consciencia de los actores en su mutua presencia." TOURAINE Alain (1973), p. 362, (T.d.A.) '3. En fin, no existe movimiento social que se defina únicamente por el conflicto. Todos poseen eso que yo denomino un principio de totalidad. El movimiento obrero ha existido porque no sólo ha considerado la industrialización como un instrumento de beneficio capitalista, sino que además ha querido construir una sociedad industrial no-capitalista, anticapitalista, liberada de la apropiación privada de los medios de producción y capaz de un desarrollo superior. El principio de totalidad no es otra cosa que el sistema de acción histórico en el cual los adversarios, situados en la doble dialéctica de las clases sociales, se disputan la dominación." TOURAINE Alain (1973), p. 363, (T.d.A.).

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tivo y proyectarse en el plano societal, amplía el ámbito cultural de los movimientos sociales. También abre, para la teoría de la acción colectiva, un campo de estudio inexistente en la perspectiva de la racionalidad económica o estratégica y extraño a la internalización (o no-internalización) pasiva de valores en el funcionalismo. Es, desde otro punto de vista, una respuesta a la pregunta sobre el paso de la acción individual a la colectiva. El papel preponderante de la búsqueda y construcción de la identidad sobre el cálculo racional y el juego estratégico, convierte al movimiento social en un fin para los actores individuales y le quita el carácter de medio que tenía en el paradigma de la movilización de recursos.

2. La anterior reelaboración de la noción de movimiento social va acompañada de un replanteamiento del nexo entre la acción colectiva y las clases sociales. Para la teoría marxista la posición de los agentes en la estructura social conllevaba, de manera necesaria y esencial, acciones colectivas. Dentro de ellas, la transformación de la sociedad, a cargo del partido como representante del proletariado, y la dirección de las prácticas sociales implementadas por otras clases subordinadas17. El estudio de los llamados nuevos movimientos sociales y la evolución de las sociedades de capitalismo tardío (programadas o post-industriales en la terminología tourai-

niana), a la par que la crítica a los partidos y a los antiguos movimientos sociales, pusieron en entredicho tanto la necesidad como el carácter esencial de dichas acciones. Por consiguiente, hubo una ruptura con cualquier tipo de determinismo que pretendiera convertir las clases en agentes pasivos de las estructuras y la acción colectiva en la aplicación del conocimiento objetivo de los políticos profesionales.

Contra el estructuralismo marxista y el denominado paradigma de la dominación, que según la versión de Touraine pretendían reducir la sociedad a la lógica de las clases dominantes, la figura de un sistema de acción en cuyo seno los movimientos sociales disputan la orientación de la historicidad, introduce la acción colectiva y los modelos culturales comunes en el corazón de la relación entre las dos clases principales. El carácter necesario de la acción de los partidos, deducido de las leyes de la historia, cae para dar paso a los movimientos sociales como agentes de la producción y transformación de la sociedad. Lo estructural es así despojado de su naturaleza meramente objetiva y la dominación de su omnipresencia asfixiante18. Por consiguiente, la imagen de las clases, que en su pasiva alienación parecía colindar con la proyectada por la teoría de la sociedad de masas, es redimensionada por medio del papel activo de los movimientos sociales.

17Tema desarrollado con amplitud en la primera parte del trabajo de LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987). 18En un artículo de 1987, Touraine resume esta crítica que estaba presente de una forma sintética en sus anteriores escritos: "De manera

contraria, la escuela estructural marxista ha difundido recientemente la idea de que los actores en vez integrarse en una sociedad absorviendo los valores, sufren una lógica de dominación y en consecuencia no tienen la capacidad de ser verdaderos actores. Esta idea estaba ya presente en el Qué hacer? de Lenin. Los trabajadores no se pueden liberar a sí mismos, porque son prisioneros de un sistema que limita su acción espontánea a negociaciones reformistas. En los años sesenta y setenta, algunos leninistas desilusionados reconocieron que la intelectualidad científica revolucionaria, que había debido construir una sociedad libre para los trabajadores, se había transformado en aparatchiki de un Estado totalitario, y que la generación de los tiempos duros había sido seguida por épocas que no eran mejores. Así, un nuevo tipo de marxistas -ex o para-marxístas- construyó la imagen de una sociedad cerrada, en la que los conflictos y las protestas no tenían cabida debido a la creciente capacidad de intervención y de manipulación de un poder central. Después, las obras pioneras de H. Marcuse y de un grupo de pensadores franceses como L. Althussery N. Poulantzas, P. Bourdieu y M. Foucault, este último con un gran talento y una compleja y mutable personalidad intelectual, difundieron un cierto tipo de funcionalismo crítico que consideraba la sociedad como dominada por aparatos ideológicos del Estado, por los omnipresentes poderes simbolizados en el Panopticon de Bentham, o inclinada a identificarse con sus mecanismos de reproducción. La decadencia del movimiento obrero, la transformación de los movimientos de liberación del Tercer Mundo en regímenes opresivos e incluso fanáticos y la influencia de los disidentes soviéticos destruyeron la tradicional confianza escatológica en algunos movimientos que eran considerados como populares y libertarios. Desilusionados de todo tipo de fuerza revolucionaria, los teóricos terminaron por sustituir la esperanza abandonada en los movimientos sociales de liberación con una lógica de la dominación. Asimismo, estos filósofos sociales no quisieron cambiar su viejo credo con un cada vez más satisfecho neoliberalismo de los países occidentales, que se identificaban con la racionalidad mientras torturaban en Argelia o lanzaban napalm sobre las aldeas vietnamitas. Este doble rechazo creó una imagen totalmente negativa de la vida social, en la cual la alienación y la integración heterónoma podían ser contestadas sólo por revueltas marginales o por una cultura estética individualista. Dichos filósofos han desempeñado un papel muy importante en la historia de las ideas y de las ideologías, pero han sido altamente destructivos en términos del análisis social. La necesaria crítica a un tipo de movimiento social corrupto o en decadencia es arbitrariamente desfogada en la imagen de una sociedad sin actores. La imagen de nuestra sociedad como totalmente dominada por sistemas de control y manipulación es tan lejana a la realidad visible que ha inducido a sustituir los estudios de campo con interpretaciones doctrinarias. En algunos países se ha transformado en la ideología dominante de una intelectualidad que se autodestruye." TOURAINE Alain. (1987), pp. 116-117, (T.d.A.).

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Dentro del marxismo, el debate entre estructu-ralistas y no-estructuralistas alrededor de la primacía para el análisis social de las fuerzas productivas o de las relaciones de producción, había centrado la atención sobre el papel preponderante de la acción (como relación) en la producción de la sociedad; pero, no le había dado la proyección cultural (de sentido) que es el eje de la sociología de la acción. Esta pone el énfasis en el conflicto por el sentido societal (orientación y control de la historicidad), que para el marxismo era una consecuencia del conflicto entre capital y trabajo asalariado por los medios de producción y de la lucha por el ejercicio del poder estatal. De esta manera, la reflexión sobre la acción colectiva organizada amplía el campo de estudio del conflicto social y le quita el protagonismo a la escena institucional.

Más allá de la pertinencia del nuevo cuerpo analítico propuesto por la sociología de la acción, ella convierte la acción colectiva en un problema para el marxismo, el cual había intentado darle un rodeo con la tesis de los intereses y la conciencia de clase. Si la acción colectiva que produce y transforma la sociedad no puede ser deducida de las estructuras, si, en consecuencia, el estudio de las clases no resuelve el de las prácticas sociales y la sociedad no puede ser reducida a un principio fundamental e independiente de los actores (que además sirva como clave explicativa), los movimientos sociales pasan a ser el núcleo de las ciencias sociales con-temporáneas. En efecto, si las clases producen la sociedad por medio de ellos, la acción colectiva normativamente orientada y en conflicto adquiere un papel preponderante en el estudio de la sociedad19.

En el trasfondo, como lo afirma Melucci20, la propuesta analítica de Touraine busca redimensio-nar con la noción de historicidad, el carácter cultural y simbólico de la actividad productiva; sacar la producción de sentido de la brumosa superestructura del determinismo marxista y colocarla en el seno mismo del sistema complejo de acción, que sería la

sociedad. Opción teórica que también lo obliga a replantear nociones como clase social y relación de clases, para incluir en ellas tanto la desigualdad que se da en la acumulación, como la existencia de un conflicto por el control del campo cultural y simbólico, y por la orientación del sentido societal. A partir de estos dos elementos crea la imagen de una doble dialéctica entre las clases, que opondría una clase superior dominante y dirigente a una clase popular defensiva o dependiente y progresista21.

La reformulación de la relación entre la acción, colectiva y las clases, y entre la noción de clase y la producción de sentido, está inscrita en una tendencia general de las teorías sociales hacia la recuperación del sujeto en calidad de actor. Desde los años setenta existe una corriente de pensamiento que busca con- trarrestar y relativizar el peso dado después de la segunda guerra mundial a las estructuras y al fun- cionamiento de la sociedad. Dentro de ella, Tourai- ne, y en general la sociología de la acción, intentan construir un nuevo paradigma teórico que explique a la vez la sociedad y los movimientos sociales, o más bien, que explique la sociedad a partir de los movimientos sociales. Con tal propósito, como aca bamos de ver, replantean el estudio de la acción' colectiva y de los nexos entre los actqres y las estructuras; por consiguiente, abren nuevas pers- pectivas explicativas. No obstante, como veremos a continuación, los elementos analíticos aportados pa- ra el estudio de los movimientos sociales tienden a perderse por los vericuetos de una teoría global de la sociedad y en la pretensión de elaborar La Socio- logia de la postindustrialización.

3. La historicidad es la clave analítica que utiliza: Touraine para entender y explicar los movimientos sociales. A través de ella introduce los elementos culturales que estaban ausentes en el paradigma de la movilización de recursos y con ella rompe la imagen del orden social funcionalista. Además, es el espacio de la producción de sentido que le sirve para deslindar campos con el marxismo y cuestionar la supuesta objetividad de lo estructural. Gracias a

19Es la tesis sostenida por Touraine en el articulado ya citado sobre la centralidad de los movimientos sociales para el análisis sociológico. Ver: TOURAINE Alain (1984). Es así mismo parte esencial de la forma como entiende el regreso del actor al tablado de la sociología. Ver: TOURAINE Alain (1984)1.

20MELUCCI Alberto (1975), p. 362. 21"La clase superior es al mismo tiempo dirigente y dominante, ella administra el modelo cultural y la organización de la sociedad; ella somete también toda la

sociedad a sus intereses particulares. La clase popular es simultáneamente defensiva, en la medida en que participa de forma dependiente en la actividad económica, y progresista, en cuanto impugna la identificación del sistema de acción histórico a los intereses y a la ideología de la clase dominante." TOURAINE Alain (1973), p. 380, (T.d.A.)

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ella logra diferenciar los movimientos sociales de otros tipos de acción colectiva organizada y convertirlos en el problema central del análisis sociológico. Es, en pocas palabras, la piedra filosofal que le sirve para transformar a los agentes sociales pasivos y alienados en actores que hacen su historia. Sin embargo, y a pesar de la potencialidad explicativa de las ideas que sugiere, vive en un limbo teórico entre el funcionalismo, las teorías de la acción y el histo-ricismo.

La imagen de la sociedad que se produce a sí misma mediante la activación de los modelos que conforman la historicidad, trata de acoplar dos visiones incompatibles y contradictorias. Por un lado, la idea dinámica de un sistema de acción que se crea y recrea en las relaciones sociales, y por el otro la idea estática de los tres modelos activados pero no producidos por las clases. Touraine critica con todas sus baterías teóricas la idea funcionalista de la sociedad como un actor guiado por valores y normas, que establece y controla su orden interior y las relaciones con el entorno22. A ella opone la figura de un sistema de actores, animado por tensiones culturales y conflictos sociales, en el que los valores y las normas reposan en las clases y los movimientos sociales23. Sin embargo, no renuncia a la representación de la sociedad como un sujeto histórico que se produce a sí mismo, es decir, que es al mismo tiempo el productor y el producto24. Concepción que no sería problemática si no fuera acompañada de la existencia de modelos societales (cultural, de conocimiento y de acumulación), que tienen el mismo carácter unitario (comunes a toda la sociedad) de los valores y las normas en el funcionalismo.

Estos modelos de sentido societales anteceden la acción y adquieren la forma de estructuras pre-es-tablecidas que son activadas por los agentes-actores. La historicidad parece tomar el lugar dejado por el modo de producción del estructuralismo marxista,

y, como una autoburla, se coloca por fuera de la historia, al tener una génesis extraña a las relaciones sociales y estar por encima de los actores, pues determina su acción sin ser sobre-determinada a su vez por ella. Este contrasentido tiene lugar en el momento en que Touraine reifica una categoría analítica como la historicidad y concibe a la acción colectiva en función de ella. La historicidad tourai-niana comprende a la vez un campo de acción (el campo de historicidad) y unos modelos de sentido (la historicidad propiamente dicha). El campo de acción permite analizar los límites y las posibilidades que el devenir histórico le impone a una sociedad: en materia de recursos materiales, de conoci-miento, de creatividad. Es decir, capta el discurrir de una sociedad en el tiempo largo de la historia. Por el contrario, los modelos tratan de reducir esas po-sibilidades y esos límites, esa multiplicidad de sentido societal, a tres formas estáticas que simplemente serían orientadas y controladas por los actores25. Como dice Bajoit, es paradójico que Touraine critique y busque acabar la idea de progreso cuando caracteriza la sociedad post-industrial, al ver en ella una concepción determinista de la historia y del porvenir que él supone ausente en dichas sociedades, y de manera simultánea entienda la historicidad que les da forma como un sentido societal (un sentido de la historia) al que están subordinadas las orientaciones culturales de los actores26. Así introduce por la puerta de atrás un nuevo determinismo, implícito en los modelos de sentido societal que anteceden, orientan y dan significado a la acción individual y colectiva. Abandonar definitivamente la noción de la sociedad como un sujeto, es decir entenderla como un producto de las relaciones sociales (no simplemente de los actores), exige comprender que las diferentes formas de sentido societales son el resultado de las relaciones sociales y no su causa o la dirección que

22"La sociología de la acción se opone a la sociología de las funciones de la manera más directa. Nada está más alejado de la sociedad entendida como un actor guiado por valores y normas, que establece y controla su orden interior y sus relaciones con el medio que lo circunda, que el análisis de la acción y de los conflictos a través de los cuales la sociedad actúa sobre ella misma, para llevarse a sí misma, superando su funcionamiento, hacia un más allá del presente, hacia objetivos que pueden estar en la historia o fuera de ella." TOURAINE Alain (1973), p.48,(T.d.A.).

23'La historicidad es una acción de la sociedad sobre sí misma, pero la sociedad no es un actor; ella no tiene ni valores ni poder. Valores y normas pertenecen a los actores que actúan en el campo de la historicidad, a las clases sociales." TOURAINE Alain (1973), p. 75, (T.d.A.).

24'La historicidad de la cual yo hablo no es la obra de un actor; es la característica de la sociedad al nivel que yo defino como el de la producción de la sociedad por sí misma o, lo que tiene idéntico significado, de la sociedad como sujeto histórico." TOURAINE Alain (1973), p. 40 (T.d.A.).

25Es este el momento de la reificación, cuando el categoría analítica historicidad, que sirve para explicitar la idea de un sentido societal, se transforma en modelos susceptibles de ser orientados por las prácticas sociales.

26 BAJOIT Guy (1991), pp. 289-290.

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ellas toman27. La disyuntiva que nos presenta Tou-raine entre la sociología de la acción y el paradigma de la dominación, entre la disputa por el control y la orientación de la historicidad y la reducción de la sociedad a la lógica de las clases dominantes, es una falsa alternativa. El sentido societal se forma y transforma en las relaciones sociales, con la mediación necesaria de las relaciones de clase, dentro de los límites impuestos por las prácticas sociales y las orientaciones culturales de las clases y los sectores dominantes. En esos términos las clases, los actores colectivos e individuales que las conforman, producen y reproducen la sociedad, y junto a ella los "modelos de acumulación, conocimiento y cultural", en y por medio de las relaciones sociales, que implican no sólo la presencia de la interacción sino de los condicionantes estructurales. Por consiguiente, y desde este punto de vista, el conflicto social es entre los modelos de los actores y no por la dirección de los modelos de la sociedad (societales)28.

Los movimientos sociales entran en conflicto por el control y la orientación de un campo social (corte que la práctica de los actores hace de lo social) y no por la dirección del sentido societal, que en vez de ser la antesala de las relaciones sociales sería uno de sus componentes y su producto. Así, por ejemplo, el movimiento feminista no entra en conflicto para darle una nueva orientación al modelo patriarcal dominante, sino para darle una nueva orientación a las relaciones hombre-mujer, superando dicho modelo. O el movimiento obrero no entra en conflicto para darle una nueva orientación al capitalismo-industrial dominante, sino para darle una orientación diferente a la relación capital-trabajo asalariado, aún dentro del mismo capitalismo. El sentido societal y los modelos sociales no hacen referencia prioritariamente a los recursos sociales o a su forma de utilización, como parece entenderlo Touraine cuando habla de sociedades industriales o de sociedades programadas, sino a las relaciones sociales. La industria, la programación, la energía nuclear, el co-

nocimiento científico o los medios de comunicación son simplemente recursos que forman un campo de historicidad y que pueden ser compatibles o no con los diferentes modelos de acumulación, de conocimiento o cultural. Confundir los recursos con las relaciones sociales lleva a comprender a los actores como administradores y no como productores de la sociedad.

Lo dicho en el anterior párrafo no significa que los recursos sociales sean neutros en términos de sentido; por ejemplo, la industria como forma de organización de la relación entre capital y trabajo asalariado, le imprime límites de sentido a la relación entre las clases: define una temporalidad, una espacialidad, un tipo de jerarquización o una disciplina. Sin embargo, no determina el rumbo del sistema de relaciones sociales, ni siquiera el rumbo de las relaciones entre las clases. El sentido societal es generado por la forma como los actores interpretan, modifican, deconstruyen o superan ese sentido implícito en los recursos, y el sentido de la propia práctica y de la práctica de los otros actores. En el gran teatro social no existe un guión que los actores deban seguir, limitándose a la creatividad de la representación en la escena, sino la confluencia de orientaciones dramáticas, cómicas o trágicas, que producen y transforman el guión en el transcurso de la obra. La noción de progreso, tan recurrente en los trabajos de Touraine para caracterizar a la sociedad industrial, no antecede a la industrialización, sino que nace y se desarrolla con ella; no antecede el quehacer de los actores industriales, sino que es producida en el seno de sus relaciones. Remitir el sentido societal a las relaciones sociales y a las orientaciones culturales de los actores no implica, como teme Touraine, identificarlo con la ideología de la clase dominante, ni de ningún actor social. El sentido que resulta del sistema de relaciones sociales sintetiza las orientaciones culturales presentes en las prácticas sociales. O sea, es la

27 Es este el potencial explicativo del pensamiento de Marx cuando en la introducción de 1859 a las lineas generales de la Economía Política afirma que no es la conciencia la que determina el ser social, sino el ser social el que determina la conciencia.

28 Dentro de esta óptica comparto parcialmente la afirmación de Bajoit, que cito a continuación, sobre las consecuencias teóricas de abandonar el concepto de historicidad de Touraine, o cualquier otro que suponga un sentido de la historia que se impone a los actores. "Una toma de posición en ese sentido tiene enormes consecuencias para la teoría. En efecto, si es así, el sentido cultural vale por sí mismo y los conceptos que nos conducen a un sentido histórico resultan innecesarios, o más bien, deben ser superados. En otros términos, las relaciones sociales no tienen otro sentido que el otorgado por los actores (sentido cultural e ideológico) y lo que nosotros llamamos 'sociedad', no es más que un tejido de relaciones sociales entre actores que las producen y que son producidos por ellas al realizarlas." BAJOIT Guy (1991) p. 290, (T.d.A.). Parcialmente porque, como veremos enseguida, el sentido societal no coincide con el sentido cultural e ideológico de los actores. Es, con más precisión, el producto de la relación entre actores en co-presencia y de estos con los efectos estructurales de las relaciones entre actores ausentes espacial y temporalmente.

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forma en que el sentido social de los actores se transforma en sentido societal. Pero, esta transfor mación se dá en las relaciones sociales y por ende en las relaciones de poder, de tal manera que las clases y los actores dominantes imponen los límites dentro de los cuales se da la síntesis. En consecuen cia las relaciones entre las clases, como parte de las relaciones sociales, definirían la historicidad y no al contrario29.

El campo cultural común que define el terreno en el que entran en conflicto los movimientos socia-les no debe ser traducido en la unidad y comunidad de las orientaciones que definen el sentido societal. Dentro de ese campo coexisten en tensión, conflicto, integración o contradicción, las orientaciones y el significado de las prácticas de los actores que com-parten el mismo espacio y el mismo tiempo y de los actores ausentes; es decir, de aquellos que con ac-ciones realizadas en el pasado o en espacios sociales diferentes, contribuyeron a conformar lo estructural del sistema de relaciones sociales presente o de un campo relacional específico. Esta perspectiva teóri-ca lleva a representar los movimientos sociales y el sentido de su acción en el marco de los condiciona-mientos impuestos por lo estructural y a entender éste no como una cárcel de sentido societal (léase historicidad), sino como las reglas y los recursos utilizados por los actores en la producción y repro-ducción de sus acciones, y como los medios de reproducción del sistema social30. En tales términos son simultáneamente el medio y el resultado de las

prácticas sociales (Giddens denomina esta caracte-rística la dualidad de lo estructural)31 y permiten la integración societal en espacios que no reducen la interacción a la co-presencia32.

Esta dualidad de lo estructural, como práctica y como condición de esa práctica, supera, en la misma dirección que pretendía Touraine, la reducción de las estructuras a los elementos objetivos de la socie-dad, y de forma concomitante evita considerar la acción colectiva como determinada por y sometida a un principio estructural fundamental, sea éste de sentido o material. Touraine contrapone a la deter-minación en última instancia de lo económico, con-natural al estructuralismo marxista, una suerte de determinación en última instancia de la historicidad, al supeditar a ella no sólo los niveles organizacional e institucional, sino el sentido de la acción colectiva. La interpretación que propongo de la dualidad es-tructural no supone abandonar la idea de una jerar-quía en el sistema de relaciones sociales, sino re-plantear los vínculos que existen entre la acción y lo estructural. Es decir, evitar tener como un a priori de la investigación empírica que la unidad, la forma o el sentido de la acción, está dado de antemano por los elementos estructurales del sistema de relacio-nes sociales. Romper con la idea de que la identifi-cación de la acción colectiva con una historicidad definida analíticamente es una característica esen-cial de los movimientos sociales, similar a aquella de la teoría leninista que identifica al partido revo-lucionario encargado de realizar los intereses obje-

29 Para Touraine las relaciones entre las clases hacen parte, junto con el sistema de acción histórico, de un campo definido por la historicidad. Ver por ejemplo: TOURAINE Alain (1973), p. 115-116.

30 En lo relacionado con lo estructural utilizo el marco conceptual dado por Anthony Giddens y para este aparte las siguientes precisiones: "Según el uso habitual en las ciencias sociales, el término «estructura» tiende a emplearse para hablar de los elementos más persistentes de los sistemas sociales. Con la expresión «estructural», deseo conservar esta connotación de persistencia en el espacio y en el tiempo. Las reglas y los recursos comprometidos de manera recursiva en las instituciones son los elementos más importantes de lo estructural. Las instituciones son, por definición, los rasgos más persistentes de la vida social; cuando hablo de propiedades estructurales de los sistemas sociales, hago referencia de forma particular a sus rasgos institucionalizados, aquellos que les da una solidez en el tiempo y en el espacio. Utilizo el concepto de «estructuras» para hacer referencia a las relaciones de transformación y de mediación que son los «conmutadores» subyacentes a las condiciones observables de la reproducción de los sistemas sociales." GIDDENS Anthony (1987), p. 73, (T.d.A.).

31 "De acuerdo con la dualidad de lo estructural, las propiedades estructurales de los sistemas sociales son al mismo tiempo el medio y el resultado de las prácticas que ellas organizan de manera recursiva. Lo estructural no es «exterior» a los agentes: como trazos de la memoria y como actualización de las prácticas sociales es, en el sentido durkheiniano, más interior que exterior a sus actividades. Lo estructural no es solamente coacción, es de forma simultánea coactivo y habilitante. Esto no le impide a las propiedades estructurales de los sistemas sociales extenderse, en el tiempo y en el espacio, mucho más allá del control que pueda ejercer cada actor." GIDDENS Anthony (1987), p. 75, (T.d.A.).

32 "«Integración» significa reciprocidad de prácticas entre actores o entre colectividades ligadas por relaciones de autonomía y dependencia. La integración social hace referencia al carácter sistémico de la integración cara a cara, mientras la integración sistémica hace referencia a las relaciones que tienen las personas o las colectividades con otros que están fisicamente ausentes en el tiempo y en el espacio. Desde luego, los mecanismos de la integración sistémica presuponen los de la integración social; a pesar de esta subordinación, los primeros se diferencian de los segundos en varios aspectos" GIDDENS Anthony (1987), p. 77, (T.d.A.).

33 Al respecto ver un análisis más detallado en: MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991).

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tivos del proletariado con un conocimiento científi-co representado por una particular lectura del mar-xismo.

4. A. La noción tourainiana de movimiento so-cial está unida, por un cordón umbilical, con la representación de la sociedad como un sistema de sistemas de acción, en el que existe una jerarquía entre los diferentes niveles que lo forman. En efecto, la caracterización de la historicidad, de las clases y de la acción colectiva, gira alrededor de una pro-puesta teórica destinada a superar el nefasto símil de la base y la super-estructura. En el marxismo, la jerarquía interna del sistema de relaciones sociales era presentada en una de estas tres formas: como graduación entre niveles o instancias, entre institu-ciones o entre funciones. En los tres casos, la divi-sión de las ciencias sociales en áreas o campos del conocimiento, era extrapolada al sistema de relacio-nes sociales. Así se podía hablar de relaciones eco-nómicas, políticas, jurídicas, religiosas o ideológi-cas, y establecer grados de importancia entre ellas, como si se tratara de factores claramente diferencia-dos en la práctica social33.

Touraine propone dejar a un lado esta idea de las partes que interactúan para formar un todo y ver en la producción de la sociedad por sí misma, una acción que es al mismo tiempo práctica y sentido; obra del conocimiento, acumulación y modelo cul-tural34. Por el contrario, hace una jerarquización entre sistemas de acción, en la que la terminología funcionalista se mezcla con los conceptos de la sociología de la acción y de la sociología política35. El campo de historicidad (sistema de acción histó-rico y relaciones de clase) determinaría el sistema político y la organización social, en todos los tipos societales36. O, en otras palabras, la historicidad primaría sobre el sistema institucional y sobre el sistema organizacional. Sin embargo, con esta tesis sólo resuelve el problema teórico de la realidad

fragmentada en campos equivalentes a los de las diversas ramas de las ciencias sociales. Al plantear la subordinación de lo jurídico-político a un sistema donde la actividad productiva (acumulación) queda en el mismo nivel que el modelo cultural y el de conocimiento, deja intacto el interrogante levantado por el símil de la base y la superestructura sobre la centralidad de la relación social con la naturaleza, de la cual la relación de producción sería sólo un momento, en la producción y reproducción de la sociedad37.

Melucci resalta como el igualar en el mismo plano teórico la acumulación y los componentes culturales de la historicidad, puede llevar a una suerte de filosofía idealista del sujeto creador y evita el análisis de los condicionamientos que la relación social de producción impone a los modelos cultural y de conocimiento38. Más allá de un determinismo que supone una relación de causa a efecto entre lo material y lo ideal, y de la separación entre base y superestructura, queda sin resolver el problema teó-rico sobre los límites y las mediaciones que el inter-cambio entre el ser humano y la naturaleza que lo rodea (a la vez material, simbólico y cultural) impo-ne a la producción de sentido social y societal. Touraine introduce en el estudio de la relación social de producción la problemática de la orienta-ción y el significado de la acción; pero, descuida el proceso de producción simbólica y cultural que se da en la relación social con la naturaleza, el cual a su vez forma y transforma los modelos de la histo-ricidad. Es decir, al suponer que la historicidad es anterior a las relaciones sociales, sobre las que pre-domina a través del sistema de acción histórico, construye niveles sistémicos en los que la produc-ción simbólica y cultural en las prácticas sociales, se pierde en la imagen de actores colectivos que determinan su acción desde modelos preestableci-dos. De aquí que el peligro de caer en una filosofía

34TOURAINE Alain (1973), p. 128. 35Anotación hecha por Bajoit en uno de los primeros artículos críticos sobre Production de la société. Ver: BAJOIT Guy (1974). Melucci la retoma en

el trabajo sobre la obra de Touraine publicado en 1975. 36TOURAINE Alain (1973), p. 128. 37 "La relación que establece una determinada sociedad con la naturaleza exterior desborda la esfera de la producción, la circulación, el cambio, la

distribución y el consumo de bienes materiales o de servicios. Es asimismo y también de manera esencial una forma de distribución y circulación social de los individuos; de organización y ordenamiento para satisfacer sus necesidades materiales: de consumo y de producción; de creación y de satisfacción de necesidades simbólicas; de enfrentar el dilema existencial de la muerte con la afirmación cotidiana de la vida. Es, por consiguiente, una de las formas fundamentales de socialización. En la relación social con la naturaleza los individuos producen para satisfacer necesidades, vitales o creadas, pero además para reproducirse y producir-reproducir la sociedad." MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991), p. 57.

38 Ver: MELUCCI Alberto (1975), pp. 362-363.

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idealista es algo más que eso, es el sustrato de una teoría que a pesar de enunciar retóricamente que la sociedad es un sistema de relaciones sociales, redu-ce éstas a un sistema de sistemas de acción, donde el proceso de producción y reproducción de sentido societal se da como un supuesto y un a priori de la práctica social.

Esta representación de la sociedad y de los niveles sociales, tiene consecuencias directas en el análisis de los movimientos sociales. Melucci hace énfasis en dos de ellas, que aquí serán retomadas y complementadas39. Son las relativas a las clases sociales y a la pareja conflicto-contradicción. Con la noción de historicidad, Touraine intenta superar la definición economicista de las clases, o sea, la reducción del criterio utilizado para caracterizarlas a la apropiación de los medios de producción social. Con tal objetivo la doble dialéctica de las clases le sirve para distinguir dos dimensiones: la dominación, ligada a la acumulación, y el control y la orientación de la historicidad, ligada a los modelos de conocimiento y cultural. Diferenciación fundada en dos criterios: uno atinente a las prácticas sociales y el otro al sentido societal. No obstante remitir la formación de las clases al nivel de la acumulación, la dirección de la historicidad pasa a primer plano a la hora de caracterizarlas; sobre todo, en el estudio de la sociedad programada.

Por la línea de Raymond Aron40, Touraine re-duce la definición de las clases en Marx, que hace fundamentalmente referencia a la posición de los agentes en las relaciones sociales de producción, a la propiedad de los medios de producción social. Eso le permite restringir el proceso de producción y de trabajo al hecho de la acumulación, quitándole su carácter relacional. Al hacerlo e igualar teóricamente los niveles de la historicidad, pierde de vista el papel central de la relación social con la naturaleza en la constitución de las clases y los condicionamientos que ella impone a la gestión del sentido

societal41. Libera así el camino para ubicar analíti-camente el conflicto en el terreno del control y la orientación de la historicidad. En efecto, si la acu-mulación es despojada de su carácter relacional, la oposición entre los actores sólo puede tener lugar alrededor del sentido societal. Por consiguiente, el conflicto social entre las clases es separado teórica-mente del tipo de dominación que constituye la relación social con la naturaleza (y dentro de ella las relaciones de producción) y el concepto de contra-dicción es enviado a los archivos de la lógica dia-léctica. Como hemos visto, la historicidad Tourai-niana supone la existencia de un sentido societal compartido por las clases, que en tal medida sólo da cabida al conflicto (confrontación en la cual los intereses de los actores no se excluyen mutuamente, pues pueden ser conciliados); mientras que el con-cepto de las clases en Marx, además del conflicto, implica la contradicción entre ellas (confrontación en la cual los intereses de los actores se excluyen mutuamente ante la imposibilidad material de con-ciliarios).

El carácter relacional de la acumulación es uno de los ejes de la obra de Marx y prescindir de él exigiría demostrar que aquélla no depende de la relación histórica y socialmente condicionada entre los seres humanos y la naturaleza. Esfuerzo que no hace Touraine al explicar el conflicto entre las cla-ses; simplemente, deja de lado la separación entre apropiación y producción, que se da en la relación social con la naturaleza, y la lucha de los producto-res por la reapropiación del producto social; así como las características de la relación de poder que se da entre el propietario-gestor de los medios de producción y el resto de los agentes sociales. Por consiguiente, el origen de las prácticas de confron-tación de las clases populares frente a las clases dominantes, se refunde en una voluntad originaria o en una esencia reivindicativa42. Dentro de una perspectiva más cultural que económica, podríamos

39 MELUCCI Alberto (1975). 40ARON Raymond (1966). 41 "Las relaciones de las clases se forman a partir del modo de extracción del excedente y sus contenidos simbólicos no son ajenos a los

condicionamientos: el hecho de que las relaciones de clase asuman una forma religiosa o jurídica depende del modo de producción y de acumulación de los recursos sociales. Una determinada representación de la acción social se forma dentro de estas condiciones, pero al mismo tiempo no es una apariencia, pues informa y constituye las relaciones de clase. Me parece que la posición de Touraine, en la medida en que él rechaza toda articulación entre los componentes de la historicidad, no supera el atolladero: para liberarse del análisis de las clases del economicismo (tarea fundamental para la sociología), termina por poner la dimensión económica al lado de la dimensión simbólica sin articularlas de ninguna manera. Esa no parece ser una respuesta satisfactoria al problema planteado." MELUCCI Alberto (1975), pp. 367-368,

42 Ver la crítica a este respecto en: MELUCCI Alberto (1975), p. 370.

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decir que Touraine abandona la posibilidad de en-tender el conflicto social a partir del papel central que juega la separación entre clases populares y dirección del proceso de trabajo, y de la forma como ella incide en el conflicto por el control de la pro-ducción y de la orientación del sentido societal.

Opción teórica que en Production de la société lo lleva a tener en la sombra la noción de contradic ción y en La voix et le regard a restarle su impor tancia analítica43. Sin embargo, no ofrece una alter nativa para entender los fenómenos que eran explicados con ella; o sea, la oposición entre actores sociales que ponen en juego los principios y las propiedades estructurales de un determinado siste ma de relaciones sociales. Al depender de una re presentación de la sociedad como meramente con- flictual, el concepto de movimiento social queda al margen de las acciones colectivas que producen el paso de un sistema de relaciones sociales a otro; ya que la noción de conflicto sólo expresa la oposición dentro de los límites estructurales de la sociedad44. De aquí las peripecias que pasa Touraine para dife renciar los movimientos sociales de los movimien tos históricos o de las acciones críticas45.

4. B. En este punto confluye la necesidad para la sociología de la acción de diferenciar la estructura y el cambio, la sociedad civil y el Estado; de combatir un pensamiento social evolucionista que identifica los factores de transformación con los factores de integración social y societal. Distinción fundamental para la teoría social, que, sin embargo, no conduce a las conclusiones que de ella saca Touraine. Como veremos a continuación, el Estado no es el agente privilegiado del cambio social, a menos

que identifiquemos éste con cambio institucional, y la sociedad civil no se reduce a ser el lugar de la integración y del conflicto. La diferencia analítica entre sociedad civil y Estado marca la imposibilidad de identificarlos y de reducir aquélla a éste, pero no una separación entre los dos; pues el papel de mediación que hace el Estado en el sistema de relaciones sociales lo coloca en el centro del conflicto y de la contradicción que se da en la sociedad civil46.

En los denominados movimientos históricos (o acciones críticas, si nos acogemos a la terminología empleada en Production de la société) hay una conjunción de movimientos políticos y sociales, es decir, de acciones colectivas que buscan controlar y orientar el Estado y acciones colectivas que buscan controlar y orientar un campo de relaciones sociales. El cambio que implica el paso de un sistema de relaciones sociales a otro, tiene lugar en el momento en que actores políticos y/o sociales imponen una acción destinada a resolver una contradicción societal. En tal contexo, el Estado realiza la mediación institucional y organizacional, al tiempo que es un actor indispensable para la transformación; no obstante, participa en ella al lado de otros actores que se relacionan en la esfera más amplia de la sociedad civil. Una vez que hemos abandonado la noción de historicidad como modelos presociales y que hemos entendido el sentido societal como producido, re-producido y comprendido en las relaciones sociales, la acción de los movimientos sociales puede darse tanto al nivel de la producción-reproducción de lo estructural, como al nivel de su ruptura y transfor-mación. En consecuencia, la acción crítica pasa a ser uno de sus componentes y no una práctica analítica-mente diferenciable.

43En la Voix et le regard Touraine se desembaraza de la noción de contradicción ligándola a un paradigma sociológico que reduciría la sociedad a la lógica de las clases dominantes y la acción social de transformación a la profundización de la contradicción entre las clases. Pero, como veremos a continuación, el marxismo no puede ser reducido al estructuralismo marxista, ni la contradicción a una oposición entre el actor y sus obras, que sería superada por la mano del progreso. Esa es un forma de hacer análisis por la senda de la caricatura. Ver: TOURAINE Alain(1978),p.81.

44Melucci hace esta diferenciación de la siguiente manera: "El conflicto es la oposición de las clases por la apropiación y el control del cambio histórico, es decir, de los recursos que una sociedad moviliza para orientar sus prácticas. La contradicción es, al contrario, la existencia de una incompatibilidad entre los elementos o los niveles de la estructura social: la contradicción se manifiesta cuando las relaciones propias a un determinado nivel de la estructura operan más allá de los límites de compatibilidad fijados por ese nivel, o son de tal naturaleza que comprometen las ventajas estructurales de la clase dominante. Formulado de esta manera, la diferencia entre los dos conceptos permite distinguir dos posibilidades de análisis que no se excluyen ni se superponen: en términos de los actores y en términos del sistema." MELUCCI Alberto (1975), p. 367, (T.d.A.).

45Peripecias que lo llevan a volver confusos los conceptos que utiliza. Así por ejemplo en Production de la société considera a los movimientos sociales y a las acciones críticas como categorías de los movimientos históricos, mientras que en una Una introduzione allo studio de movimenti sociali, los movimientos históricos son diferenciados de los movimientos sociales y adquieren las características antes atribuidas a la acción crítica. Ver: TOURAINE Alain (1973), pp. 459-461. y TOURAINE Alain. (1987), pp. 123-124.

46Cohen resalta esta ausencia de caracterización de la sociedad civil en la obra de Touraine y la consecuencia que ello tiene en el estudio de los nuevos movimientos sociales. Ver: COHEN L Jean (1982) y COHÉN L Jean (1987).

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La necesidad de estudiar el papel de los movimientos sociales en la ruptura y transformación de lo estructural se hace más evidente en las sociedades contemporáneas, en las que la transnacionalización de la producción y de la cultura impide analizarlo en el estrecho cuadro de las sociedades nacionales. El grado de inserción en la economía mundial y en el contexto internacional condiciona los recursos de las sociedades nacionales y las orientaciones culturales de los actores. Hacer caso omiso de esta observación, como sucede en la obra de Touraine, lleva a presentar a las sociedades de capitalismo tardío (o a las sociedades programadas) como el referente analítico, al considerar que el condicionamiento internacional es débil o inexistente y deducir que tienen un mayor grado de acción sobre sí mismas; olvidando que en ellas (al igual que en las denominadas sociedades dependientes) el sentido societal también se construye como la afirmación de un modelo nacional frente a la comunidad internacional.

5. La ruptura del nexo necesario y esencial entre las clases y la acción colectiva, que vimos en el punto dos del presente numeral como una de las características principales de la obra de Touraine, abre una serie de interrogantes que no encuentran respuesta en sus trabajos. Laciau anota con acierto, que Touraine busca en los nuevos movimientos sociales el sustituto del proletariado como sujeto revolucionario privilegiado. O, en otras palabras, que busca deducir de lo estructural la posición privilegiada única a partir de la cual se seguiría una continuidad uniforme de efectos que concluirían por transformar a la sociedad en su conjunto47. Al igual que el partido en la ortodoxia marxista, los movimientos sociales encarnarían la acción colectiva implícita en las clases, y el movimiento popular la acción transformadora por excelencia. Esta crítica de Laciau puede ser profundizada, si tenemos en cuenta que para Touraine los movimientos

sociales son además las conductas por medio de las cuales las clases producen la sociedad. Por consiguiente no establece simplemente un nexo necesario y esencial entre las clases sociales y la acción colectiva, sino que un determinado tipo de ésta es elevado a la esfera de lo estructural. Del sujeto revolucionario privilegiado hemos pasado al sujeto societal privilegiado, de los llamados por la historia a cambiar la sociedad a los llamados por la historicidad a crearla.

En el seno mismo de la sociología de la acción esto genera una situación paradigmática. Nacida como una posible solución al determinismo estruc-turalista, queda atrapada en un tipo de acción estructural cuyo sentido está determinado de antemano por la historicidad. Para salvar tal contrasentido, se podría argumentar que el movimiento social es un tipo ideal que no tiene correspondencia con ninguna forma concreta de la acción colectiva. Sin embargo, Touraine lo reifica de forma permanente al identificarlo con movimientos realmente existentes o al ver en él una potencialidad o una esencia, de otro tipo de acciones colectivas48.

Enfrentamos aquí tres incongruencias teóricas en la obra de Touraine que podrían ser enunciadas de la siguiente manera:

a) Al convertir a los movimientos sociales en las conductas de clase que producen y transforman la sociedad, deduce lógicamente que la existencia de las clases sociales otorga una unidad a la acción colectiva. No obstante, la heterogeneidad y fragmentación de las clases populares, dominantes o dirigentes, exige una articulación entre posiciones diferentes para lograr la unidad de acción. Articulación contingente con relación a lo estructural que no puede ser atribuida a priori a los movimientos sociales49.

b) La centralidad de la relación entre las clases lo lleva a deducir lógicamente un tipo de acción colectiva que es convertido en el sujeto privilegiado de producción y transformación de la sociedad. No obstante, del papel que juegan las clases sociales en la acumulación y en la producción de modelos de conocimiento y culturales, no se puede inferir un tipo de acción colectiva que sea portador de esa

47 Ver LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987), p. 191. 48 Más adelante veremos los inconvenientes que tendría el concepto movimiento social como tipo ideal, por ahora basta constatar el

empleo que de él hace Touraine como una esencia de la acción colectiva organizada que puede ser descubierta mediante la intervención sociológica. Un espíritu benéfico que posee a la acción y que el sociólogo despierta con la vara mágica del análisis participativo.

49 Remitimos en este punto a la primera parte del trabajo de Laciau y Mouffe que desarrolla exhaustivamente el tema dentro de la tradición marxista de la cual es deudor Touraine. En la segunda parte, dentro de una perspectiva similar a la de la sociología de la acción, cuestiona la centralidad de lo económico en el sistema de relaciones sociales, sin analizar la importancia de la relación social con la naturaleza para la jerarquización de los niveles sociales.

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centralidad, porque ella no depende de una secuen-cia lógica sino de efectos prácticos.

c) Al vincular los movimientos sociales con la historicidad y ver en ellos los sujetos privilegiados de producción de la sociedad, Touraine mezcla los elementos formales del análisis con los elementos proyectivos de la práctica. Combinación que au-menta la potencialidad ideológica de la sociología de la acción pero le resta su capacidad analítica. En el movimiento social como categoría analítica no puede ser mezclado un tipo ideal lógico y un tipo ideal práctico sin extrapolar a la acción colectiva estudiada la intencionalidad del analista y la repre-sentación-valoración que el tenga de la sociedad50.

En los tres casos la incongruencia teórica radica en querer ligar, esencial y necesariamente, un tipo de acción colectiva a la producción y transforma-ción de la sociedad; en amarrar dentro de la misma categoría analítica los elementos formales de la acción y los efectos que se esperan de ella. Si obviamos, por evidente, que la intencionalidad y los fines atribuidos por los actores y los analistas sociales a las formas de la acción colectiva no coinciden necesariamente con los efectos de sus prácticas sociales, las consecuencias que se derivan de ellas no pueden ser generalizadas a todas las prácticas análogas, porque ambas dependen fundamental-mente del campo relacional concreto en el que se inscriben. Los movimientos sociales, como otras acciones colectivas de clase o interclasistas, no pue-den ser definidos a priori como los sujetos privile-giados de producción y transformación de la socie-dad, porque los efectos de la forma como las clases actúan sobre lo social son contingentes y no nece-sarios. Porque de la centralidad que tienen las rela-ciones entre las clases en la construcción de lo social, no puede deducirse lógicamente el tipo de acción o de acciones que en el conjunto de prácticas sociales tenga un mayor peso. Ese es un balance que sólo puede ser hecho a posteriori en el estudio de los sistemas concretos de relaciones sociales.

La existencia misma de las clases implica prác-ticas sociales cuya forma es definida por los actores y no por las estructuras. Un conjunto de acciones son indispensables para que las clases existan como tales, pero la manera como los actores sociales resuelven esa necesidad estructural no está determinada por lo estructural. Un partido, un movimiento social, un grupo de presión o un movimiento cultural pueden tomar el papel protagónico en la escena social dependiendo de la forma como se presente el sistema concreto de relaciones sociales en un momento dado. Esto no impide que en la práctica política los analistas y los actores proyecten tipos ideales prácticos en virtud de los cuales orienten su acción, este es el caso del movimiento obrero durante el siglo XIX y buena parte del XX, de los partidos revolucionarios después de 1917 o de los llamados nuevos movimientos sociales a partir de los años sesenta. Frente a estas proyecciones la teoría social puede indicar los medios que desde el punto de vista lógico y práctico podrían ser más adecuados para alcanzar los fines deseados; pero, esta formulación hipotética que busca tener efectos concretos, no puede ser confundida con los marcos formales que a partir de generalizaciones empíricas y de encade-namientos lógicos sirven como tipos ideales o cate-gorías analíticas para estudiar los fenómenos sociales.

6. Los movimientos sociales, al contrario de las asociaciones y las organizaciones, no son unidades homogéneas de acción y por consiguiente, no deben ser analizados como tales. Elementos como la iden-tidad, la definición del adversario y la totalidad (I-A-T), sólo pueden ser captados si entendemos al movimiento social como la articulación de luchas, organizaciones y asociaciones. Concepto que le da dinamismo al estudio de la acción colectiva organi-zada, al abrirle las puertas para entender su proceso de formación y transformación, y no restringirla a los tipos ideales tourainianos. En este caso la articulación es la interrelación integradora de diversas formas de acción colectiva e individual, que construyen una identidad común

50 Utilizo la diferencia entre tipo ideal lógico y tipo ideal práctico que hace Weber [Ver: WEBER Max (1965), pp. 192-193.] es decir entre aquellos

instrumentos lógicos que permiten el análisis de los fenómenos sociales y los tipos ejemplares que marcan el deber ser [sein soll] de una determinada acción. Desde el punto de vista analítico la teoría de los movimientos sociales en Touraine nos ofrece al mismo tiempo una serie de instrumentos para estudiar la acción colectiva (por ejemplo, los principios de identidad, totalidad y definición del adversario) y el deber ser de las conductas de clase para que se adecué a su visión de una sociedad que se autoproduce en el control y la orientación de la historicidad. Por esta razón presenta con frecuencia a los movimientos sociales como una esencia o una potencialidad.

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dentro de un campo social en conflicto51. Tal carac terización coloca las relaciones de poder en el centro del estudio sobre los movimientos sociales, pues la interrelación integradora implica el encuentro de fuerzas sociales que buscan construir su hegemonía en el espacio de la articulación. Aquí no se trata de la hegemonía política encaminada al control del Estado y por ende de las instituciones que median el sistema de relaciones sociales, sino de hegemo nías parciales circunscritas al campo ocupado por el movimiento.

De esta manera, a la dimensión cultural que introducen Touraine y los autores comprendidos en el paradigma de la identidad, y a la estratégica implícita en la teoría de la movilización de los recursos, viene a sumarse una dimensión relacional concreta. El movimiento social es así visto como un actor que orienta cultural y racionalmente sus prác-ticas, y como un escenario concreto, en el cual los actores que lo componen construyen su identidad. La cual conlleva una definición del movimiento como un conjunto diferenciado de sus elementos y del medio que lo rodea. En consecuencia, los movi-mientos sociales serían más una red de acciones sociales (colectivas e individuales), que una acción colectiva organizada como los entiende Touraine52.

II. El Movimiento Popular (pautas para el análisis)

El recorrido por la teoría de los movimientos sociales que acabamos de hacer, permite esbozar algunas pautas para analizar los movimientos popu-lares. En efecto, el estudio de las tres corrientes presentadas en la primera parte de este ensayo, conlleva, bajo la forma de la crítica, los puntos teóricos de referencia para convertir el movimiento popular en una categoría analítica y por consiguiente, en un instrumento para la investigación de la acción colectiva de las clases populares.

Las pautas tienen el carácter de guías para re-construir, interpretar y explicar el fenómeno social que comprendemos bajo la denominación de movi-miento popular, sin pretender agotar el universo de

las acciones colectivas y mucho menos dar la clave de lectura del sistema de relaciones sociales.

Si retomamos la crítica de la teoría de los movi-mientos sociales en el punto que la dejamos al hacer la última reflexión sobre la sociología de la acción, podemos observar que la noción de articulación recoge y reconceptualiza la denominación práctico-instrumental que asimilaba los movimientos sociales al conjunto de luchas, asociaciones y organi-zaciones; es decir, de acciones colectivas e individuales. Sin embargo, ubica este conjunto en un nuevo contexto que hace al movimiento social cualitativamente diferente de las acciones colectivas que lo componen.

El movimiento popular es Un tipo particular de movimiento social que consiste en la articulación de las acciones colectivas e individuales de las clases populares, dirigidas a buscar el control o la orienta-ción de campos sociales en conflicto con las clases y los sectores dominantes. El papel nuclear de las clases en esta concepción del movimiento popular define al movimiento social en función de los actores. En consecuencia, la posición que éstos ocupan en el sistema de relaciones sociales condiciona el tipo de articulación y de acción que le da forma al movimiento; o sea, limita la gama de posibilidades estratégicas y culturales de sus prácticas sociales.

En tal sentido, los principales hitos que enmar-can al movimiento popular como categoría analítica son: el camino que va de las clases a los actores populares; la naturaleza del conflicto con las clases dominantes; la interrelación que genera la articula-ción y el movimiento; y el significado del movi-miento popular en el cojunto de prácticas sociales que participan en la producción del sentido societal.

II.l. Clases y actores populares 1. En relación con la acción colectiva y con los movimientos sociales, el concepto de clase no tiene una definición unívoca; mucho menos, cuando va acompañado del adjetivo popular. Más allá de la tentación teórica que nos podría llevar a seguir los pasos de la discusión contemporánea sobre las cla-

51Esta noción de articulación se distancia de la utilizada por Laciau y Mouffe, quienes asimilan la totalidad resultante de ella al discurso. La articulación de prácticas sociales pasa por el discurso (entendido también como una práctica), pero no se reduce a él. En el caso que aquí analizamos el efecto de la articulación sería el movimiento social.

52Al hablar de los movimientos sociales contemporáneos Melucci y Tilly utilizan concepciones similares a la aquí expresada como característica general de los movimientos sociales. Melucci los entiende como redes de movimiento y Tilly llama la atención sobre la necesidad de tener un modelo de interacción con múltiples actores, más que el modelo de un simple grupo. Ver: MELUCCI Alberto. (1987), p. 142 y TILLY Charles. (1987), p. 91.

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ses sociales53, pretendo precisar el nexo que existe entre la posición que ocupan los sectores populares en el sistema de relaciones sociales y la acción que lleva al movimiento popular. O sea, explorar la relación entre las clases y los actores populares.

Para tal efecto, tomaré como paradigmas las nociones de clase que utilizan Poulantzas y Tourai-ne. Alternativa analítica que permite tener como contexto la reflexión que va del estructuralismo marxista a la sociología de la acción. Poulantzas define las clases sociales como el conjunto de agentes sociales determinados principalmente, pero no de forma exclusiva, por la posición objetiva que ocupan en la esfera económica y más concretamente en el proceso de producción. Esta posición, que en su carácter objetivo es independiente de la voluntad de los agentes, supone al mismo tiempo contradic-ción y lucha; de tal manera que las clases no pueden ser entendidas de forma aislada, pues siempre existen en relación con otras clases, ni con independencia de la confrontación política e ideológica. A partir de tal aclaración, concluye que vistas desde otra perspectiva, las clases implican la posición de los agentes en el conjunto de la división social del trabajo, en el cual están comprendidas las relaciones políticas e ideológicas54.

En la obra de Touraine, como vimos con ante-rioridad, las clases se estructuran tanto en la reali-zación y gestión de la acumulación, como en el conflicto por el control y la orientación de la histo-ricidad. Es decir, implican al mismo tiempo una posición frente al proceso de acumulación y una acción con sentido implícita en el conflicto por la dirección de la historicidad. Sin embargo, Touraine pone el énfasis en este último aspecto, dejando el primero como una simple constatación con muy poco desarrollo analítico. El hecho de la acumula-ción definiría el perfil de las clases, que sólo adqui-rirían forma en el conflicto por el control y la orien-tación de la historicidad. Las relaciones sociales de producción, reducidas al simple hecho de la acumu-lación, son despojadas de su naturaleza conflictual y contradictoria. En consecuencia la clase superior, dirigente y dominante es definida como aquella que al ejercer una coacción (contrainté) sobre el conjunto de la sociedad, gestiona y realiza el modelo

cultural; mientras la clase popular o dirigente no lo controla ni orienta, pero participa en él intentando darle otra orientación y resistiendo al dominio de la clase superior55.

Tanto Poulantzas, desde el enfoque estructura-lista, como Touraine, desde el accionalista, en los antipodas teóricos que polarizan nuestro campo de referencia, identifican la clase con un tipo particular de actor. Para Poulantzas la posición objetiva en el proceso de producción que caracteriza a las clases implica la existencia de actores que luchan y entran en conflicto o contradicción. Para Touraine el actor, entendido como movimiento social, al entrar en conflicto por el control y la orientación de la histo-ricidad es el que configura la clase. En uno el actor es subsumido en la clase y en el otro la clase es subsumida en el actor. Esta correspondencia lleva a reducir el análisis de las clases, sobre todo si se trata de las clases populares, a aquellos actores que establecen una relación conflictual. No obstante, de la posición y de la acción que sirven para definir a una categoría social como clase, no se puede inferir la existencia de un actor que la represente o que tenga el privilegio de encarnar el sentido objetivo o verdadero que ella implica.

La clase limita el espectro de posibilidades de sentido que tienen los actores condicionados por ella, pero no le da un sentido único a la acción. Afirmación que nos coloca de frente a los conceptos de clase y de actor. Las clases sociales en la tradición marxista remiten a una doble centralidad societal, por un lado las relaciones de producción constituyen el eje del sistema de relaciones sociales y por el otro la lucha de clases es el motor del cambio social. Doble centralidad que permite establecer criterios objetivos (relativos a lo estructural) tanto para determinar las características de los grupos sociales que como tales participan en el proceso de producción, como para definir el tipo de acción que les puede ser atribuido. De la existencia de las clases se deducen como necesidades lógicas cuya ilustración empírica es una lectura de la historia prefigurada por ellas mismas, las acciones colectivas y los actores que en el conflicto y la contradicción definen el sentido y

53 A partir de Poulantzas, Miliband y Wright, pasando por Dahrendohrf, Bottemore y Buci-Gluksmann, para llegar a Elster y a Przeworski. 54 POULANTZAS Nicos (1974). 55 TOURAINE Alain (1973), p. 147.

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el rumbo de lo social. La centralidad que tienen las clases en la estructuración de la sociedad sirve para construir la centralidad de sus acciones (conflictivas y contradictorias) por el camino de la lógica56, sin tener en cuenta el proceso social que va de la clase al actor colectivo.

La identificación de las clases con un determinado tipo de actor colectivo (que en el caso del proletariado es el partido o las organizaciones que siguen las orientaciones del socialismo científico) refleja la intención marxista de establecer un modelo de acción (un deber ser) para que las clases subordinadas puedan superar la dominación y no el producto del análisis de las interrelaciones sociales en las que ellas participan. En otras palabras, los actores de clase que entran en conflicto o en contradicción por el control y la orientación de un determinado campo social no pueden ser identificados con la clase, así su lucha favorezca a todos los miembros de ésta. Son actores de clase, pero no representan a la clase, a menos que logren construir un consenso en torno a su acción. La figura de la representación de los intereses objetivos de las clases corresponde a un proceso lógico que no tiene un equivalente social, a menos que los intereses subjetivos (o intereses concretos de los actores) coincidan con los llamados intereses objetivos (o intereses atribuidos a los actores). Es decir, que quienes actúan en función de estos últimos logren articular en torno a ellos la subjetividad de la clase o más bien, los intereses de la mayoría de sus miembros.

Poulantzas sostiene que las clases no existen por fuera ni con anterioridad a la lucha entre ellas. Desde la perspectiva de los actores esta afirmación es parcialemente cierta; las clases no están al margen de la relación de dominación-subordinación que las crea, pero la acción que se genera en ella no es necesariamente conflictual. Entre dominantes y

subordinados surgen sometimientos pasivos, colaboraciones activas, resistencias no organizadas, resitencias invisibles o mimetizadas, o resistencias abiertas que implican el conflicto o la contradicción. La lucha sólo hace referencia a las acciones que pueden ser ubicadas en esta última situación.

Utilizada con rigor, la alternativa analítica que ofrece Poulantzas, en la línea de Marx y de Lenin, reduciría la categoría clase al grupo social que reuniera al mismo tiempo una determinada posición en el proceso de producción y un cierto tipo de praxis, conflictiva y contradictoria con la clase opuesta, conforme al socialismo científico. Más que una categoría analítica referida a condiciones estructurales, sería un tipo normativo (el tipo ideal práctico weberiano) en el que iría prescrita, en términos de deber ser, la acción revolucionaria correcta; única acción de clase57.

Como vimos en la sección dedicada a la sociología de la acción, Touraine, deudor en este punto de la tradición marxista, ve en los movimientos sociales a ese actor que encarna la acción colectiva implícita en las clases. No representan como en el marxismo los intereses objetivos de las clases, pero sí una suerte de subjetividad-objetiva (si conservamos esa terminología) de las clases. Así, los movi-mientos sociales son la acción colectiva con sentido (elemento subjetivo) que esta ligada a la historicidad (elemento objetivo) a través del conflicto por su control y orientación. Es el tipo normativo que constituiría el deber ser de la acción de clase, para que esta pueda considerarse como tal..

La diversidad de acciones que surgen de la relación de dominación-subordinación entre las clases (del sometimiento pasivo a la liberación, de la concertación a la represión) y el sentido que los miembros de éstas les imprimen, reflejan la existencia de una pluralidad de actores de clase, colectivos e individuales, y una amplia gama de posiciones que pueden asumir por fuera del conflicto y la contradicción.

2. La presencia de una pluralidad de actores dentro de las clases, definidos por la acción que realizan en la relación de dominación-subordinación que está en el origen de éstas, nos coloca en el

56 Este recorrido lógico es el que le permite al marxismo hablar de la clase en sí y para sí, de la clase como posición en las relaciones de producción y de la clase como conciencia de tal posición y de los medios para superarla de acuerdo con el mismo marxismo.

57"Las clases sociales significan para los marxistas, dentro de un único e idéntico movimiento, contradicciones y luchas de clases: las clases sociales no existen en principio, como tales, para entrar luego en la lucha de clases, lo que haría suponer que existirían clases sin lucha de clases. Las clases sociales cobijan las prácticas de clase, es decir, la lucha de las clases y sólo tienen sentido en su oposición." POULANTZAS Nicos (1974), p. 11 (T.d.A.). En esta aseveración de Poulantzas es manifiesta la reducción de las prácticas de clase a la lucha con un argumento circular: la lucha es la única práctica de clase, porque las clases son al tiempo posición en el proceso productivo y lucha. Las otras prácticas serían alienadas, es decir no-conformes con los intereses objetivos. Hay un referente normativo, el marxismo, que nos indica cual es la verdadera práctica de clase.

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campo analítico demarcado por Laciau y Mouffe con la noción de las posiciones del sujeto. Para ambos autores la imagen marxista de un sujeto universal del cambio y la revolución social, repre sentado en la clase y en consecuencia determinado por lo económico, debe dar paso a la idea de un sujeto social no-constituido que sólo puede ser en tendido en sus diferentes posiciones. Las clases serían una de ellas, sin ocupar un lugar prioritario58. Esta concepción cuestiona la doble centralidad so- cietal que está a la base de la teoría marxista de las clases: no acepta que las relaciones de producción constituyan el eje del sistema de relaciones sociales, ni que la lucha de clases sea el motor del cambio social. Sólo la articulación contingente de las dife rentes posiciones del sujeto en torno a la democracia podría conducir a la construcción de la hegemonía política, y por consiguiente, de la hegemonía socia lista.

Con esta tesis Laciau y Mouffe avanzan en la crítica de la identificación que el marxismo hace del actor colectivo con la clase, cuando deduce de la posición de los agentes sociales en el proceso de producción la unidad esencial de la acción revolu-cionaria. La heterogeneidad de las posiciones del sujeto les sirve para demostrar que los agentes so-ciales realizan acciones independientes de su perte-nencia a determinada clase y que no son articuladas necesariamente por ésta. Sin embargo, eluden el análisis de los tradicionales actores de clase (como el movimiento obrero y el movimiento campesino) y de los diferentes actores y acciones que surgen en el seno de una misma clase. Al enfocar el tema desde la óptica de las posiciones del sujeto omiten el estudio de los actores colectivos constituidos, entre ellos los movimientos sociales; así mismo, pierden de vista los ejes que los mismos agentes sociales utilizan para darle unidad a su acción. Es decir,

aceptando su terminología, la acción de los sujetos sociales no puede ser reducida a la hegemonía polí-tica, entendida ésta como la articulación de las po-siciones del sujeto desde y alrededor de la democra- cia59.

No obstante la anterior reflexión, la tesis de las posiciones del sujeto contribuye a definir las tres dimensiones de la relación entre las clases, los agentes sociales y los actores. Los agentes están inmersos en una pluralidad de posiciones dentro del sistema de relaciones sociales, a partir de las cuales se genera una pluralidad de acciones y de actores, que a su vez encierran una pluralidad de sentidos. El concepto de clase hace referencia a una de esas posiciones: dentro de la relación social con la naturaleza, de la cual se derivan los actores de clase que le imprimen el sentido a su acción individual y colectiva. En el caso del movimiento popular: la posición de los agentes como clases populares determina el tipo de actores y de movimiento, pero no el sentido de su acción, el cual es definido en el conjunto de interrelaciones internas y externas que le dan forma al movimiento popular.

En este punto son pertinentes dos aclaraciones: en primer lugar, el movimiento popular está conformado de manera prioritaria pero no exclusiva por actores de clase; así como éstos participan en movimientos sociales que no son definidos por la posición de clase, en el movimiento popular participan actores individuales y colectivos definidos por otras posiciones de los agentes sociales o por el sentido que le imprimen a su acción. En segundo lugar, aunque la posición de los agentes no determine el sentido de las acciones, sí condiciona la gama de posibilidades de sentido. En el ejemplo de las clases populares, la relación de dominación-subordinación en el que están inmersas, restringe las posibilidades

58 En términos generales Laciau y Mouffe comprenden las posiciones del sujeto como la multiplicación de los antagonismos y puntos de lucha en los que puede intervenir un agente social, y la irreductibilidad de éste a uno de los tipos de relaciones en los que está inmerso, incluida la que da origen a las clases. Así mismo, cuestionan la centralidad a priori de una de esas posiciones. Al comentar la obra de Bernstein afirman: "Si el obrero ya no es solamente el proletario, sino también el ciudadano, el consumidor, el participante en una pluralidad de posiciones dentro del aparato institucional y cultural de un país; y si, de otro lado, ese cojunto de posiciones ya no es unificado por ninguna Mley del progreso N (ni tampoco, desde luego, por las Mleyes necesariasN de la ortodoxia), entonces la relación entre las mismas pasa a ser una articulación abierta que nada nos garantiza a priori que adoptará una u otra forma determinada. Es más, surge la posibilidad de posiciones de sujeto contradictorias y de la neutralización de una por parte de otras." LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987), pp. 44-45.

59 La crítica de Laciau y Mouffe al marxismo tiene como objetivo central convertir la radicalización de la democracia (sin adjetivos) en el deber ser por excelencia de la izquierda y no estudiar la acción colectiva. El peso de tal objetivo impide el análisis a fondo de la relación entre las clase y los actores sociales, al subsumirlo en la apología de la democracia como única alternativa a la dictadura del proletariado y como la articulación privilegiada de las diferentes posiciones del sujeto. Sin asumir la discusión sobre democracia y dictadura, que desborda los límites del presente trabajo, se puede afirmar que en todo tipo de acción social se presenta una articulación de posiciones del sujeto y que el estudio de los movimientos sociales es una invitación para analizar esos diferentes tipos de articulación y no aquél que creemos el mejor.

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de sentido a una gama que va desde el sometimiento pasivo hasta la resistencia activa. Si por el contrario tomamos a las clases dominantes, éstas son incon-cebibles sin actores que orienten y le den significado a la acción dentro de la gama de posibilidades ofrecida por el hecho de la dominación.

La tesis de Laciau y Mouffe sobre la no-deter-minación entre la posición de clase, la unidad esen-cial y necesaria del sujeto revolucionario y el senti-do de sus acciones, desvirtúa sólo parcialmente la centralidad de la lucha de clases en el cambio social y deja intacta la centralidad de las relaciones de producción en el sistema de relaciones sociales. Ambos autores demuestran que la determinación económica (desde las clases) no es constitutiva del sujeto hegemónico60 y que lo social no puede ser entendido como una realidad suturada61, o sea de-terminada en su totalidad por lo estructural sin que tenga cabida la acción con sentido. De estas dos tesis es imposible inferir la no-centralidad societal de la relación en la que se forman las clases y, por ende, la no-centralidad de la lucha en torno a la existencia misma de ellas. La centralidad societal de la relación de producción no es necesariamente ontológica (re-ferida a un ser que constituiría el núcleo genético de lo social) y la centralidad de la lucha de clases no se reduce en el marxismo a la existencia de éstas como actores revolucionarios, también hace referencia a lanecesidad de orientar y darle significado (otorgar-le sentido) a la acción que busca el cambio estruc-

tural en función de la transformación de las relacio-nes de producción.

3. Entiendo la centralidad societal de las relacio-nes de producción, en la medida en que constituyen el momento económico de la relación social con la naturaleza, que en su complejidad es el núcleo de lo social. Es decir de una relación polifacética (que en su totalidad encierra una pluralidad de momentos para el conocimiento: jurídicos, políticos, económi-cos, simbólicos y desde luego culturales) en la cual "el contacto del ser humano, de los individuos que componen una determinada sociedad, con la natu-raleza, es en primer lugar la percepción de sí mismo como ser natural específico que necesita de cosas y seres externos a su cuerpo para satisfacer sus nece-sidades, y en segundo lugar el hecho de que las acciones que lo conducen a tal satisfacción tienen la mediación de los seré humanos para relacionarse con las cosas y la mediación de las cosas para relacionarse con los seres humanos. Es decir, que el ser humano trabaja y por consiguiente produce, elabora las cosas de la naturaleza o las que se derivan de ellas, en relación con otros seres huma-nos y consume cosas que siendo naturales en cuanto materia son al mismo tiempo sociales como produc-to. Ese ser humano, a su vez, es el resultado de un proceso social, histórico, individual y colectivo que determina la percepción de las necesidades y la forma de satisfacerlas. De esta manera la relación con la naturaleza es social como relación de los

60"Pero el nivel económico debe reunir tres condiciones muy específicas para jugar ese papel de constitutividad respecto a los sujetos de la práctica hegemónica. En primer término, sus leyes de movimiento deben ser estrictamente endógenas y excluir toda indeterminación resultante de intervenciones externas (políticas, por ejemplo, ya que de lo contrario la función constituyente no podría referirse con exclusividad a la economía). En segundo término, la unidad y homogeneidad de los agentes sociales constituidos al nivel económico debe resultar de las propias leyes de movimiento de ese nivel (está excluida toda fragmentación y dispersión de posiciones que requieran una instancia recompositíva externa a la propia economía). En tercer término, la posición de estos agentes en las relaciones de producción debe dotarlos de «intereses históricos»; es decir, que la presencia de dichos agentes a otros niveles sociales - ya sea a través de mecanismos de «representación» o de (articulación)- debe ser finalmente explicada a partir de intereses económicos. Estos últimos, por tanto, no están limitados a una esfera social determinada, sino que son el punto de anclaje de una perspectiva globalizante acerca de la sociedad." LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987), pp. 89-90.

61Laciau y Mouffe recurren a categorías elaboradas en el análisis del lenguaje para estudiar lo social. Sin duda lo discursivo hace parte de las prácticas sociales, pero estás no pueden ser reducidas a aquél. La afirmación de que lo social es una forma discursiva y que ninguna forma discursiva es una totalidad suturada (cerrada alrededor de su estructura), los lleva a rechazar la existencia de una centralidad societal; sin embargo, a diferencia de lo que sucede en el análisis del discurso que utilizan ambos autores, la sociedad no se forma a partir de un sujeto y de sus diferentes posiciones, sino a partir de relaciones sociales entre actores. Como veremos más adelante lo central no es un ser del que emana lo social, sino una relación que media, limita y en consecuencia condiciona el conjunto de la sociedad, la cual es al mismo tiempo un sistema constituido y en constitución. Además, al encerrar a la sociedad dentro del marco estrecho de las formas discursivas, la convierten en un orden lógico estático que excluye la dinámica contradictoria y conflictiva de la relación entre los actores. En ese panlogismo lingüístico el antagonismo queda por fuera de la sociedad: "Pero si, como hemos visto, lo social sólo existe como esfuerzo parcial por instituir la sociedad -esto es, un sistema objetivo y cerrado de diferencias- el antagonismo, como testigo de la imposibilidad de una sutura última, es la «experiencia» del límite de lo social. Estrictamente hablando, los antagonismos no son interiores sino exteriores a la sociedad; o mejor dicho, ellos establecen los límites de la sociedad, la imposibilidad de esta última de constituirse plenamente." p. 146.

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individuos con sus propias necesidades, con las cosas y con los otros individuos"62.

La relación social con la naturaleza no es la causa genética del sistema de relaciones sociales. La sociedad no nace de ella como de una semilla ni es el producto de la voluntad de un sujeto trascendente que ella encarnaría; por consiguiente, no es su antecedente ni conforma una exterioridad fundadora. Es, por el contrario, parte de ese sistema; pero parte dominante que lo transforma, transforma las otras partes y forma nuevas relaciones sociales. Su cen-tralidad radica en que media el conjunto del sistema ai ser condición necesaria de lo social: la existencia natural del ser humano hace que toda sociedad se articule en torno a las necesidades materiales y simbólicas de los individuos que la componen y a la forma como ellos se relacionan con la naturaleza exterior para satisfacerlas. Esto la convierte en el límite de una determinada sociedad, que al ser sobrepasado transforma la naturaleza del sistema de relaciones sociales que la constituye y en consecuencia, en el espacio fundamental del cambio de las estructuras sociales.

En un sistema de relaciones sociales se dá la coexistencia de diversas relaciones sociales con la naturaleza, articuladas en torno a una dominante por tener la condición de ser la más generalizada y alrededor de la cual se organiza la vida en sociedad. Dicha coexistencia corresponde en parte al aspecto concreto de la realidad que el estructuralismo marxista quiso explicar como una combinación de modelos analíticos: los modos de producción, y puede ser estudiada en sus rasgos comunes, terreno en el que nos movemos en este ensayo, o dentro de un sistema de relaciones ubicable en el tiempo y en el espacio: las formaciones sociales del estructuralismo marxista.

Vistas desde esta perspectiva las clases están determinadas por la posición de los agentes sociales en la relación social con la naturaleza; es decir, en el proceso de producción, en la relación de dominación-subordinación que la conforma63 y en el conjunto de orientaciones culturales que se generan en u interior. En términos de los agentes y dentro del capitalismo, la relación social con la naturaleza que domina en él no es simplemente bipolar (entre el trabajador asalariado y el capital) sino que comprende tanto a aquellos que participan en el control,

62 MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991), pp. 58-59. En la presente cita el genérico hombre utilizado en el original y que tiene un claro carácter

discriminatorio es remplazado por el genérico ser humano. En nota de pie de página de tal artículo se explica que "el concepto marxiano de relación social con la naturaleza, referido específicamente a la relación de producción, tiene una larga tradición en el marxismo. Así, por ejemplo, para Lukacs la naturaleza es una categoría social, esto es: siempre está socialmente condicionado lo que en un determinado estadio del desarrollo social vale como naturaleza, así como la relación de esa naturlaeza con el hombre y la forma en la cual éste se enfrenta con ella, o, en resolución, la significación de la naturaleza en cuanto a su forma y su contenido, su alcance y su objetividad.' LUKACS Georg

(1969), p. 101. Para el Cerroni marxista: 'Del mismo modo en que la relación ideal del conocer -su comunicación y exactitud- se da en función del objeto, así también la relación del hombre con el hombre se presenta como relación con la naturaleza. En consecuencia, así como la relación de la idea con el objeto es una relación con otra idea y un trámite de conocimiento, así también la relación del hombre con . la naturaleza se dá como relación con el hombre (relación social). Se evitan así dos riesgos igualmente graves y no superados en el pasado: . a) que la relación del hombre con el hombre, es decir, la relación social, o sociedad, al destacarse de la referencia a la naturaleza (de la ' objetividad material) se volatilice como relación meramente ideal, como "sociedad de ideas" (Marx) dialectizable, de modo que se haga imposible la generalización-genérica (arbitraria) sobre la sociedad (hipóstasis que el apriorismo lógico construye prescindiendo del objeto y de su positividad); b) que se explique la relación del hombre con la naturaleza fuera de la relación social como mera "relación fantástica" con la naturaleza (Marx), lo que entrañaría la repetición de la reabsorción acrítica de la realidad trascendida como contenido de la abstracción a priori.' CERRONI Umberto (1975), p. 19.0 para SCHMIDT: Tanto es cierto que toda naturaleza está mediada socialmente, como también lo es, inversamente, que la sociedad esta mediada naturalmente como parte constitutiva de la realidad total. Este último aspecto de la vinculación caracteriza la especulación latente en Marx sobre la naturaleza. Las diversas formaciones socio-econíomicas que se suceden históricamente son otros tantos modos de automediación de la naturaleza. Desdoblada en hombre y material a trabajar, la naturaleza está siempre en sí misma pese a este desdoblamiento. En el hombre la naturaleza llega a la autoconciencia y en virtud de la actividad teórico-práctica de éste se reúne consigo mismo. Si bien la actividad humana, aplicada a una cosa que es extraña y exterior a ella, parece ser también en principio frente a ésta algo extraño y exterior, se manifiesta sin embargo como "condicionamiento natural de la existencia humana", que es a su vez una parte de la naturaleza y también como automovimiento de ésta.' SCHMIDT Alfred (1976), p. 87".

63 "La propiedad privada de los medios sociales de satisfacción de las necesidades y de los medios sociales de producción implica el ejercicio de una fuerza social frente a los otros individuos y al conjunto de la sociedad. El hecho de disponer de los bienes objeto de la apropiación y de tener acceso a otros bienes, incluido el saber, y a la posibilidad de acumular capital, en virtud del valor de cambio de las mercancías, permite constreñir a los individuos que a causa del sistema de relaciones sociales han quedados excluidos de la apropiación a entrar en la relación social con la naturaleza impuesta a partir de la propiedad privada. Este poder, fuerza social en ejercicio, del capitalista sobre el trabajador asalariado y sobre el resto de la colectividad no sólo es coacción, aspecto negativo, sino formación y transformación de un tipo de organización y ordenamiento del sistema de relaciones sociales en función de la relación social con la naturaleza, aspecto positivo.

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orientación y administración del capital, como a los trabajadores no asalariados, a los desempleados y a agentes que están inmersos en otros tipos de relación social con la naturaleza, por ejemplo, los aparceros. En ella, el poder desborda el plano de la interacción (intersubjetivo o interindividual) para colocarse en el colectivo, es una fuerza social que el capitalista y los administradores del capital ejercen sobre el conjunto de los agentes sociales. Por consiguiente, la posición de clase está determinada de forma prioritaria por la relación de poder y no por el hecho de la propiedad privada de los medios de producción social.

La noción de pueblo que es utilizada en el presente trabajo tiene una raigambre anarquista y comprende al conjunto de agentes sociales sometidos a una dominación económica, política, de género o cultural (en la cual está implícita la racial y étnica) que no está limitada, aunque la incluye, a la relación de poder entre las clases. Por consiguiente los campos sociales en conflicto son ampliados a los ámbitos de la vida social donde el poder forma grupos que fundamentan sus privilegios en la subordinación de individuos o de colectividades64. De esta manera el anarquismo además de reconocer la

especificidad de cada lucha social y la imposibilidad de reducirla al conflicto entre dos clases principales, propugna por la revolución simultánea del conjunto de la sociedad65. Hace confluir en el mismo proyecto la lucha contra los macropoderes excluyentes, como el Estado y el aparato productivo capitalista, y contra los micropoderes que invaden y someten la vida cotidiana66.

De las clases subordinadas al pueblo hay la distancia que existe entre los conceptos de dominación y explotación; mientras aquél expresa la relación entre el que ordena y el que obedece, éste se limita a la apropiación por parte de una clase social de la plusvalía producida por otra. La explotación en su carácter específico expresa la centralidad so-cietal de la relación de producción, pero es incapaz de explicar los aspectos políticos y culturales del poder capitalista que son comprendidos por el concepto más amplio de dominación. La fusión entre las dos categorías permite ubicar la especificidad de la explotación en el contexto general de la dominación sin perder la centralidad que tiene la primera. Ese es el sentido del estudio de la dominación-subordinación en la relación social con la naturaleza67

(...) En función de esa relación social de poder se da una forma de organización y ordenamiento que distribuye a los diferentes actores en el espacio social delimitado por el ejercicio de la fuerza. La asimetría de la relación, determinada por la diferencia entre actores que con una fuerza social se enfrentan a otros que sólo pueden oponerle una fuerza individual y por el carácter mismo de esa fuerza social: que atañe a la producción y reproducción de la vida biológica y de la vida en sociedad, hace que la organización sea vertical. Es decir, con una jerarquización real, no personal, debida a la propiedad privada de los medios sociales de producción y de satisfacción de las necesidades. Así mismo, el carácter privado excluye la participación de los actores sociales que no están ligados a la posesión y administración del capital, en lo centros de decisión desde los cuales se ejerce la fuerza que el poder encierra. Exclusión que hace girar a la sociedad y a la naturaleza alrededor de las necesidades impuestas por la acumulación y reproducción del capital. La integración de los actores diferentes al capitalista a esta forma de organización y ordenamiento es hecha dentro de la paradójica soberanía sometida por el doble camino de la coacción (y por ende la violencia) y de la internalización que lleva a dar el consentimiento." MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991), pp. 62-64.

64Jesús Martín-Barbero presenta esta noción de la siguiente manera: "La concepción anrquista de lo poular podría situarse topográficamente v'a medio camino' entre la afirmación romántica y la negación marxista. Porque de un lado, para el movimiento libertario el pueblo se define por su enfrentamiento estructural y su lucha contra la burguesía, pero, de otro, los anarquistas se niegan a identificarlo con el proletariado en el sentido restringido que el término tiene en le marxismo. Y ello porque la relación constitutiva del sujeto social del enfrentamiento y la lucha es para los libertarios no una determinada relación con los medios de producción, sino la relación con la opresión en todas sus formas.

65Ahí está el meollo de la propuesta bakuniana: entender el proletariado no como un sector o una parte de la sociedad victimizada por el Estado, sino como la masa de los desheredados." MARTÍN-BARBERO Jesús (1987), p. 22.

66"La tiranía social, a menudo abrumadora y funesta, no asume el violento carácter imperativo del despotismo legalizado y formalizado que caracteriza la autoridad del Estado. No está impuesta en forma de leyes a las que todo individuo, so pena de castigo judicial, se ve obligado a someterse. La acción de la tiranía social es más suave, más insidiosa, más imperceptible, pero no menos poderosa y persuasiva que la autoridad del Estado. Domina a los hombres con las costumbres, los hábitos de la vida cotidiana, todo lo cual se combina para formar lo que se denomina opinión pública. Abruma al individuo desde el nacimiento. Penetra en cada faceta de la vida de modo que cada individuo, a menudo sin saberlo, está en una especie de conspiración contra sí mismo. Se desprende de ello que, para rebelarse contra esta influencia que la sociedad ejerce naturalmente sobre él, él debe revelarse, al menos hasta cierto punto, contra sí mismo. Porque junto con todas sus tendencias naturales y sus aspiraciones materiales, intelectuales y morales, él mismo no es otra cosa que el producto de la sociedad y precisamente allí es donde se erije el inmenso poder que la sociedad tiene sobre el individuo." DOLGOFF Sam (Edición a cargo de) (1977), pp. 282 y 283.

66 El tema del anarquismo ha sido retomado para el análisis de los movimientos sociales contemporáneos que desde su acción cuestionan los límites del concepto de clase en el marxismo. Ver: FALS BORDA Orlando (1986) y MUÑERA RUIZ Leopoldo (1992).

67 La relación entre dominación y explotación en: ERRADONEA Alfredo (1990).

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Cuando se habla de clases populares también se hace una simbiosis entre un término genérico, el pueblo, y,uno específico, las clases subordinadas. A diferencia de lo que sucede con la dominación y la explotación, aquí el concepto de pueblo es subsumi-do en el de clase. De esta manera se conserva la centralidad societal de la relación en la que se cons-tituyen las clases y se hace referencia a todos aque-llos sectores sociales que además de estar sometidos a la explotación, están sometidos a otro tipo de dominación. Es decir, que reúnen en sí mismos la condición de clase subordinada y de pueblo, así el elemento que los identifique como grupo estable no sea la posición en la relación social con la naturale-za. Los grupos sociales cuya identidad viene dada por la pertenencia de sus miembros a las clases subordinadas son clases populares, en la medida en que la explotación va acompañada de una domina-ción política y cultural. No sucede lo mismo con otros grupos sociales que, sin ser necesariamente clases subordinadas, son pueblo; es el caso de las mujeres, las minorías étnicas y culturales, y los estudiantes. Tales grupos adquieren identidad por la posición de los agentes sociales que los constituyen en una relación social diferente a la que se establece con la naturaleza y son clases populares si la perte-nencia a las clase subordinadas es un elemento común a la mayoría de sus miembros.

El movimiento popular, término genérico que designa al conjunto de los movimientos populares, es la articulación de los actores individuales y co-lectivos que surgen de agentes sociales que son al mismo tiempo clase y pueblo. Así el elemento que los identifique no sea su posición como clases su-bordinadas.

II.2. Las interrelaciones La noción de articulación como elemento cons-

tituyente del movimiento popular resalta la impor-tancia de la interrelación, integradora o conflictiva, entre las diferentes formas de acción que lo confor-man. Por ende, exige el estudio de las relaciones de poder que están en su base.

La relación conflictiva entre las clases popula-res y las clases y los sectores dominantes, se da en campos sociales delimitados por los actores y no necesariamente en el escenario de lo estructural. El conflicto puede presentarse tanto a nivel de modelos societales como de relaciones concretas que sólo atañen a los actores que antagonizan; por consi-guiente, los movimientos populares pueden definir

al adversario tanto en términos de actor como en términos de clase. Lo cual abre la posibilidad de alianzas con actores de las clases dominantes que no estén directamente vinculados al campo del conflicto o que compartan con el movimiento popular el elemento que lo identifica como pueblo. En este sentido, el conflicto con las clases y los sectores dominantes es dinámico, contingente y parcial, sal-vo en aquellos momentos en que el movimiento popular se suma a un proyecto revolucionario.

La pretensión de totalidad, como expresión de la ampliación del conflicto al conjunto de la socie-dad, corresponde más al deseo de identificar el movimiento popular con el conjunto de las clases populares que a la naturaleza de la articulación de los actores que lo conforman. Sin embargo, el con-flicto por la orientación y control de los diferentes campos sociales en el que participa es atravesado y mediado por un conflicto por el control y la orien-tación del Estado. En tal medida, el movimiento popular está insertado en un conflicto que inde-pendientemente de sus objetivos lo supera y reper-cute en él. No existe ningún movimiento popular incontaminado de política institucional, todos parti-cipan al mismo tiempo en el juego político del Estado y en el de la sociedad civil.

Las relaciones al interior del movimiento popular no escapan a la reproducción de las orientaciones culturales, los valores, las prácticas y las jerarquiza-ciones de los modelos de sentido societal dominante. De donde se colige que simultáneamente son un espacio de articulación de acciones colectivas por-tadoras de orientaciones culturales que entran en conflicto con las de las clases dominantes y un espacio de reproducción de las orientaciones que imperan dentro de los límites impuestos por éstas. Aunque no se definan mutuamente como adversa-rios, los actores que conforman un movimiento po-pular entran en conflicto entre sí en el proceso de construcción de la identidad colectiva. La heteroge-neidad de los actores de las clases populares y de los intereses que representan hace que detrás de la relación con las clases dominantes exista una diná-mica conflictiva interna que puede llevar a la frag-mentación del movimiento popular y constituir el centro de sus interrelaciones.

El movimiento popular, al no representar la acción de las clases populares ni tener el privilegio de ser la práctica social ligada a la producción del sentido societal, debe ser ubicado en el contexto de

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otras acciones de las clases populares (pienso en los partidos, en los movimiento armados, en las accio-nes colectivas no-conflictuales y en las acciones individuales) y de acciones y movimientos que no son definidos por la pertenencia a las clases subor-dinadas. Así se abre otro campo de conflicto o de integración que se da dentro de las clases populares y en el que está inmerso el movimiento popular.

En resumen, alrededor del campo social en con-flicto con las clases y los sectores dominantes en el que se forma el movimiento popular, existen dos campos conflictivos potenciales que reflejan su di-námica: entre los actores que lo conforman y con otros actores de las clases populares. Es decir los tres niveles en que se da la articulación del movi-miento popular son el de la relación entre las clases dominantes y las clases populares, el de la relación entre actores de una misma clase y el de la relación entre actores de un mismo movimiento.

La vida del movimiento popular está en la diná-mica que se genera en ese entramado de interrela-ciones. Por consiguiente su estudio no se puede limitar ni a una supuesta marginalidad, ni a una acción estratégica que moviliza recursos, ni a las orientaciones culturales que enfrentan a las clases subordinadas con las clases dominantes. Debe ser el análisis de actores que definen su articulación en un universo complejo en el cual lo irracional, la acción estratégica y la acción con sentido definen, dentro de los condicionamientos impuestos por lo estruc-tural, la naturaleza del conflicto que un conjunto de actores de las clases populares entablan con un conjunto de actores de las clases dominantes. Ex-cepcionalmente dicho conflicto hace referencia a la totalidad societal. O

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COMUNICACIÓN Y POLÍTICA EN AMERICA LATINA Guillermo Sunkel, Carlos Catalán Investigadores, FLACSO-CHILE

Introducción

La década de los 80 es, indudablemente, un momento de gran expansión del campo de las comunicaciones en América Latina. En esos años se produce un acelerado proceso de modernización por medio del cual el campo de las comunicaciones se autonomiza y se complejiza enormemente. Se producen también significativas transformaciones de los sistemas de comunicación existentes hasta ese entonces. Entre ellas se puede mencionar la "masi-ficación" de los medios más tradicionales. Es así que la prensa se transforma en objeto de consumo masivo como resultado de los procesos de alfabetiza-ción y la radio concluye su proceso de popularización. Al mismo tiempo, se produce un cierto desplazamiento de estos medios por la televisión, la que viene a instalarse en el centro de los procesos políticos y culturales de la región. Se producen también un conjunto de innovaciones técnicas -la televisión a color, la televisión por cable, las antenas parabólicas, la transmisión vía satélite- que vienen a alterar las características más tradicionales de la oferta y la recepción. Se masifica el parque de receptores de aparatos de televisión y se integran las redes de transmisión para cubrir completamente los territorios nacionales. Por otra parte, se produce un proceso significativo de informatización de los sistemas productivos de información y se consolida el desarrollo de una verdadera "clase" de profesionales de la comunicación. Uno de los resultados de este conjunto de transformaciones es el surgimiento de una cultura audiovisual, que viene a coexistir con -y quizás, en ciertos casos, a desplazar- la cultura del texto y la más tradicional cultura de la oralidad.

Frente a este conjunto de cambios que se producen en la década del 80, pero que se vienen gestando a partir de la década del 50, cabe preguntar: ¿Cómo ha sido pensado el tema de las comunicaciones enAmérica Latina en años recientes? ¿Cómo han sido concebidas las aceleradas y significativas transformaciones del campo? ¿Cuáles han sido las principales tendencias de análisis? ¿Cómo han respondido las teorías y metodologías de investigación al proceso de transformación radical de los sistemas comunicativos.

Para caracterizar las tendencias actuales en el análisis de la comunicación es necesario situarlas en el contexto de su desarrollo. Con este fin destinamos una primera sección de este trabajo a describir los principales paradigmas que han estado presentes en los estudios de la comunicación en América Latina. En una segunda sección examinamos las principales tendencias que se desarrollaron en la década del 80, en un contexto que se podría definir como de "crisis de paradigmas"

1. Los paradigmas en perspectiva Interesa trazar un breve panorama histórico de

los estudios de la comunicación en América Latina a partir de las grandes ideas que presidieron su desarrollo. Para comenzar, quisiéramos plantear dos hipótesis respecto a este itinerario conceptual. La primera es que, desde sus inicios hacia fines de los años 70, los estudios de la comunicación en América Latina han tenido un alto grado de politización e ideologización. La politización de estos estudios -que, como veremos, sólo viene a modificarse en la década del 80 en un contexto de "crisis" de los paradigmas globales- deviene de su relación parti-cular con los procesos políticos del continente en las últimas décadas. Específicamente, esta politización resulta de la estrecha vinculación de estos estudios con los procesos de transformación social, los mo-delos de desarrollo y las propuestas políticas de cambio estructural. Por otra parte, la politización de estos estudios también deviene de una concepción particular del rol del intelectual imperante en Amé-

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rica Latina -especialmente en las decadas del 60 y 70, - que enfatizaba el compromiso con los procesos de cambio social y la necesidad de poner el conoci-miento intelectual al servicio de estos cambios.

La segunda hipótesis que aquí se sostiene es que el inicio de los estudios de la comunicación en América Latina estuvo marcado por la existencia de modelos teóricos extranjeros. Los procesos de co-municación en América Latina fueron pensados, especialmente en las décadas del 60 y a comienzos de los años 70, con categorías e instrumentos con-ceptuales provenientes de otras realidades. Como veremos, esta "dependencia" conceptual sólo viene a alterarse a mediados de los años 70, cuando se intenta construir un nuevo paradigma déla comuni-cación a partir de la propia realidad latinoamericana.

En lo que se refiere al itinerario conceptual de los estudios de la comunicación en América Latina podemos distinguir tres "momentos" diferentes en los que un determinado paradigma teórico tiende a prevalecer. Existe un cuarto "momento", la década del 80, que no puede ser caracterizado a partir de un determinado paradigma teórico. Los estudios de la comunicaicón en América Latina se iniciaron a comienzos de la década del 60 bajo la influencia de ciertas teorías norteamericanas sobre la comunicación. En este primer momento, que podríamos llamar funcionalista, predominan dos tipos de enfoques en la literatura latinoamericana: la orientación hacia efectos y el modelo de difusión de innovaciones tecnológicas. La orientación hacia efectos fue un elemento importante de lo que se ha venido a denominar la Communication Research, desarrollada en Estados Unidos en el período de post-guerra por investigadores tales como H. Laswell, R. Merton, Lazarsfeld y otros. Esta perspectiva centra el análisis del proceso de comu-nicación en los efectos que los medios tienen sobre los receptores. En una breve caracterización, se podría sugerir que esta perspectiva descansa sobre tres supuestos básicos. En primer lugar, como lo ha señalado L. Ramiro Beltrán, el modelo: "implica una concepción vertical, unidireccional y no procesal de la naturaleza de la comunicación. Definitiva-

mente, omite el contexto social. Al hacer de los efectos sobre el receptor la cuestión capital, concentra en él la atención de la investigación y favorece al comunicador como un poseedor incuestio-nado del poder de persuasión unilateral". '

Esta concepción "vertical y unidireccional" del proceso de comunicación descansa en un segundo supuesto. Este es que el público de los medios está compuesto por individuos aislados e indefensos que constituyen una "masa amorfa". Esta noción de público -como una colección de individuos aislados que constituyen una "masa amorfa"- fue claramente tomada de la teoría de la "sociedad de masas" y de la "cultura de masas" que en esa época comenzaba a tomar forma en los Estados Unidos. El tercer supuesto es "que los medios masivos de comunica ción eran prácticamente omnipotentes, teniendo la capacidad de manejar a voluntad el comportamiento de la gente"2. De esta manera, la orientación hacia los efectos atribuye a los medios un significativo poder de persuasión sobre la "masa". Se pensaba que los medios masivos tenían efectos directos sobre la conducta de la gente y que, en definitiva, ésta podía ser "manipulada" directamente a través de los me dios.

El análisis de la comunicación en términos de efectos pronto se plantea el problema práctico de cómo producir determinados efectos en el público. Por esta vía el "análisis de los efectos" pasa a ser parte de una ciencia de persuasión al servicio del ajuste social": una ciencia con un claro sesgo en favor del status quo, cuyo propósito básico era producir conformidad3. La aplicación de esta "ciencia" en América Latina algunos años después también se pone al servicio de una determinada concepción política. Pero esta vez en el contexto de lo que se vino a denominar el "sub-desarrollo"4.

En este nuevo contexto la perspectiva del Com-munication Research se combina con otro enfoque que también tuvo una fuerte influencia en los estudios iniciales de la comunicación en América Latina. Este es el modelo de difusión de innovaciones, el que contenía una serie de supuestos sobre el sub-desarrollo, el desarrollo y la relación entre co-

1Ver: Beltrán, LR, 1982, p.1O7. 2 Ibid. 3 Esta tesis se desarrolla en el artículo de L.R. Beltrán op.cit. 4 Para una revisión de la literatura de la época ver el artículo de Merino Utretas, 1974.

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municación y modernización. En este modelo "sub- desarrollo" significaba básicamente "atraso" o "ca rencia". Entonces, si "el tema era atraso, la falta de información para pasar a la era de lo que se trataba era de buscar soluciones a través de la educación. Una educación para el desarrollo y, ¿qué es educar para el desarrollo? Es, ante todo, alfabetizar; en segundo lugar, enseñar a usar la tierra, a cultivar, en el caso de América Latina en que la inmensa mayo ría de la población era campesina. Y ante el tercer problema que se constata, el de la explosión demo gráfica, enseñar a planificar la familia, enseñar a regular el nacimiento de los seres humanos para que éstos puedan ser útiles al nuevo modelo de desarro llo que se les estaba planteando"5:

Esta perspectiva de la educación como solución al problema del sub-desarrollo otorga a los medios de comunicación masiva un papel político funda-mental: comunicar para el desarrollo 6. Los medios masivos debían ser usados para transmitir ciertos conocimientos que eran considerados necesarios para conseguir el desarrollo. Se podían buscar las formas adecuadas para que estos conocimientos tuvieran los "efectos" deseados pero los contenidos ya estaban definidos por un modelo que no era objeto de discusión. Se produce así una complemen-tariedad entre la visión de los medios importada del Communication Research y la visión del proceso de desarrollo contenida en el modelo de difusión de innovaciones.

Es importante destacar que en este primer mo-mento se da una estrecha relación entre teoría y práctica. Esto porque en el paradigma funcionalista los medios pasan a ser meros instrumentos para conseguir un objetivo preciso, la "realización" del modelo de desarrollo de acuerdo a las pautas capi-talistas tradicionales.

El segundo momento en el desarrollo de los estudios de la comunicación en América Latina, que se podría denominar el momento de la corriente crítica, aparece en la segunda mitad de los años 60. Este momento se inicia con la "instalación" relati-vamente autónoma del enfoque semiológico en Bra-sil y Argentina. Sin embargo, el "momento" se

desarrolla y tiene su auge con la hegemonía conse-guida por el paradigma crítico en el que el estructu-ralismo marxista y ciertas versiones de la teoría de la dependencia son aplicadas al campo de la comu-nicación. En este período el enfoque semiológico pierde su autonomía y se pone al servicio de la crítica ideológica.

La semiología constituye una primera respuesta a los estudios funcionalistas. Frente a un paradigma en el cual los medios se constituían en meros ins-trumentos para la transmisión de contenidos previa-mente elaborados, la semiología se plantea el pro-blema de la materialidad de los mensajes. Específicamente, lo que el estudio "estructural de los mensajes" plantea, es el tema del funcionamien-to de los lenguajes masivos en la producción social de la significación. Pero a través de este tema, lo que el análisis semiológico comienza a hacer visible es el problema de la ideología de la cual son portadores esos mensajes.

El enfoque semiológico llega a Latinoamérica directamente de Europa (especialmente, desde Francia) y encuentra sus expresiones más desarro-lladas en la crítica literaria brasileña7 y en el análisis de los lenguajes masivos que se realizan en Argen-tina, donde incluso se funda una "Asociación Ar-gentina de Semiótica" que publica la revista Len-guajes 8. Cabe destacar que el enfoque semiológico posiblemente encuentra su mayor elaboración y de-sarrollo en los trabajos de Eliseo Verón.

Sin embargo, como se ha señalado, el enfoque semiológico pronto pierde su autonomía y se pone al servicio de la corriente crítica que se desarrolla en Chile a fines de los años 60, desde donde ejerce influencia hacia el resto de América Latina. El prin-cipal exponente de esta corriente es Armand Matte-lart, quien en esos años dirige el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren). En la configura-ción del paradigma crítico convergen dos tipos de orientaciones. Por una parte, el estructuralismo mar-xista que en esos años se desarrollaba en Europa bajo el nombre de Althusser. Por otra parte, una cierta versión de la teoría de la dependencia. A estas

5 Schmucler, 1989, p.51. Quisiéramos destacar que aún cuando divergimos con algunas de la proposiciones formuladas por Schmucler, su trabajo nos ha sido de gran utilidad en las presente sección. 7Para una discusión de la difusión del estructuralismo y la semiología en Brasil ver el trabajo de Haroldo de Campos, 1976. 8Para el caso argentino y chileno ver el trabajo de Verón, 1975.

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dos orientaciones se viene a sumar como método el enfoque semiológico.

La corriente crítica realiza una reflexión marxis-ta de la comunicación en América Latina que echa mano a la "teoría de la ideología" formulada por Althusser. Simplificando, se podría sugerir que el supuesto básico de esta reflexión es que los medios de comunicación masiva constituyen "aparatos ideológicos" que representan los intereses de las clases dominantes. Aparatos de dominación cuyo papel principal consiste en transformar los intereses específicos de las clases dominantes (la oligarquía, la burguesía) en intereses generales de toda la sociedad. En definitiva, los medios son concebidos como aparatos que sirven para legitimar la estructura de dominación existente en las sociedades latinoamericanas.

En los estudios de la corriente crítica la teoría althusseriana de la ideología sirve para darle una apariencia de cientiñcidad al estudio de la comunicación. Sin embargo, lo que efectivamente se hace es denunciar un determinado sistema de comunicaciones. En esta denuncia cumple un papel destacado una cierta versión de la "teoría de la dependencia" que está presente en los trabajos de André Gunder Grank, Theotonio dos Santos y Ruy Mauro Marini. En realidad, esta versión de la "teoría" no es más que una mera "aplicación" de la teoría del imperialismo, ya elaborada dentro del marxismo, a la situación latinoamericana. Aplicación por medio de la cual se busca denunciar el sistema de expansión y de acumulación de capital que se desarrolla a escala mundial.

El enfoque semiológico viene a ponerse al servicio de esta denuncia ideológica que recurre a la combinación entre teoría althusseirana de la ideología y versión marxista de la dependencia. De hecho, este enfoque pasa a operar como un método específico de análisis de mensajes y, por esa vía, como un método de crítica ideológica. Crítica que se amplía a los diversos géneros de la comunicación masiva: desde las historietas9 a las revistas del corazón 10 y a las noticias l' .

Finalmente cabe destacar que, al igual que en el "momento funcionalista", en este segundo momento

de desarrollo de los estudios de la comunicación también se da una estrecha vinculación entre teoría y práctica. Más aún, ellas pasan a ser estrictamente funcionales a un determinado proyecto político. -

Llegamos así al tercer momento, el momento de las políticas nacionales de comunicación. Este es un momento que comienza a desarrollarse a mediados de los años 70 en el contexto de las dictaduras militares de América del Sur y se vincula fundamentalmente con la propuesta para un nuevo orden internacional de la información. Este tercer momento se diferencia de los anteriores a lo menos en dos sentidos. Fundamentalmente, cabe destacar que en este tercer momento se realizan los primeros estudios de la comunicación en América Latina que no son una simple "aplicación" de modelos conceptuales elaborados previamente en otras realidades. En efecto, en este tercer momento se realiza el primer intento de construir un paradigma de la comunicación a partir de la propia realidad latinoamericana (y, más en general, de las realidades de los países del Tercer Mundo). Por otra parte, este Tercer Momento se diferencia de los anteriores porque en el intento de construcción de este paradigma participan, además de cientistas sociales, actores de la política y del mundo de las comunicaciones. Esto hace que, en este tercer momento, el tema de las comunicaciones se transforme más que nunca en tema de debate político.

El nuevo paradigma de la comunicación surge de un cierto diagnóstico del sistema informativo a nivel internacional y de las premisas sobre las que se sustenta. Se trata, en realidad, de un cuestiona-miento que busca mostrar que el orden informativo internacional se basa en el desequilibrio informativo entre las naciones y en la dependencia cultural. A nivel de las premisas, el cuestionamiento se dirige fundamentalmente a las nociones de "libertad de información" y de "libre flujo de información". La crítica señala que el concepto de "libertad de infor-mación" se ha transformado en un "sinónimo de la libertad de que deben gozar los propietarios de los medios de comunicación para informar en la forma que lo estimen más conveniente"12. En relación al concepto de "libre flujo de información" la crítica indica que a través de aplicación práctica se busca

9 Como ejemplo, ver el conocido libro de A. Mattelart y A. Dorfman Para Leer el Pato Donald. 10 ver: M.Mattelart (1970) y M. Piccini (1970). 11 Ver: A. Mattelart, 1970. 12 J. Somavía en el "Prólogo" a La información en el Nuevo Orden Internacional, editado por F. Reyes Matta.

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defender "estructuras oligopólicas" y un "etnocen-trismo unidireccional" 13. Las agencias internacio-nales de noticias son vistas como el ejemplo más claro de este "etnocentrismo unidireccional" y, ade-más, como un primer "ejemplo" del fenómeno de la transnacionalización de las comunicaciones14 .

Del cuestionamiento del sistema internacional de la información -el que claramente hereda parte de la retórica que caracterizó a la corriente crítica -va a surgir la propuesta para un nuevo orden infor-mativo así como la noción de políticas nacionales de la comunicación. La propuesta para un Nuevo Orden Internacional de la Información se materiali-za a través del conocido Informe MacBride, que fue el resultado del trabajo realizado por una comisión de expertos a pedido de la Unesco.15 A nivel de principios, la propuesta señala básicamente la nece-sidad de los países subdesarrojlados de avanzar hacia la "autodependencia informativa" de manera creativa, es decir, buscando nuevos criterios de se-lección y de presentación de las noticias. Se señala que de esta nueva práctica informativa -que debería surgir también La otra noticia- como una afirma-ción de la independencia y de la soberanía cultural de estos países. Pero en definitiva, el objetivo cen-tral de la propuesta es avanzar hacia una "democra-tización" efectiva del flujo informativo a nivel inter-nacional. La idea de desarrollar políticas nacionales de comunicación es la otra cara de esta propuesta: es el intento por "democratizar" las comunicaciones en el plano interno de los países.

Mucho más que en el diagnóstico (el que sim-plemente reitera elementos de la retórica de la co-rriente crítica) e incluso que en los contenidos de la propuesta (los que también son bastante retóricos), la originalidad y el carácter renovador de este nuevo paradigma parecen encontrarse en los conceptos que justifican el afán democratizador. ¿En qué con-siste esta renovación? En su prólogo al libro Políti-cas Nacionales de Comunicación, Peter Schenkel señala:

"A partir de la década del 70 comienza un cues-tionamiento general... y viene a perfilarse un nuevo enfoque, un nuevo "paradigma" de la comunicación. Este paradigma aún no se presenta como un edificio acabado, pero algunos de sus pilares más importan-tes son 'el derecho a la comunicación', 'la comuni-cación horizontal y participatoria', la 'planificación de la comunicación' y 'el flujo equilibrado de noti-cias'. Son estos conceptos que confluyen hacia el final de la década pasada en el debate sobre un 'nuevo orden informativo mundial': 'la democrati-zación de la comunicación en el plano interno de los países' y la 'democratización del flujo informativo a nivel internacional.16

Según Schenkel, seis postulados configurarían los parámetros centrales de este "nuevo paradigma de la comunicación". Ellos son: la comunicación horizontal, la comunicación participativa, el dere-cho a la comunicación, las necesidades y recursos de la comunicación, los flujos equilibrados de infor-mación y la tarea promotora del Estado.

La tesis de "comunicación horizontal" se con-trapone al concepto de comunicación -presente en los estudios funcionalistas- como un flujo vertical y unidireccional. Esta nueva tesis "se basa en el con-cepto de la comunicación como un flujo bidireccio-nal y horizontal donde el emisor es a la vez receptor y el receptor a la vez emisor. La masa ya no es un inerme receptor de los mensajes elaborados en la cúspide de la pirámide comunicacional, sino tam-bién es fuente creadora de información17.

" La tesis de la "Comunicación Participativa", muy ligada a la anterior, implica el involucramiento del público en la producción y en el manejo de los sistemas de comunicación. Más aún, implica el in-volucramiento del público "en los distintos niveles de producción, de toma de decisiones y de planea-miento"18. El concepto de "derecho de la comunica-ción", ya presente en la Declaración de Derechos Humanos, significa "investir al ser humano con una garantía poderosa para poderse desenvolver como protagonista activo y consciente"19. La idea de "ne-

13 Para un desarrollo de esta crítica ver el artículo de H. Schiller, 1977. 14 Ver el artículo de Schiller y los otros que se incluyen en la segunda. Parte del libro La información en el Nuevo Orden internacional, la que está

dedicada al tema de las agencias internacionales de noticias. 15 Ver: S. MacBride Un Solo Mundo, Voces Múltiples, 1980. 16 Ver "Prólogo" de P. Schenkel a Vv. aa. Políticas Nacionales de Comunicación, 1981. 17 "Introducción" de P.Schenkel a Políticas Nacionales de Comunicación, P 56. 18Documentos de Unesco citados en P. Schenkel op. cit, p 57.

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cesidades y recursos de la comunicación" implica que "con base en el derecho y las necesidades de la comunicación el ser humano y particularmente los grupos sociales deben disponer de los recursos de comunicación necesarios para ejercer plenamente este derecho de comunicar sus necesidades"20. La noción de "flujos equilibrados" apunta a una demo-cratización de los sistemas de comunicación de acuerdo a estos postulados. Finalmente, se señala que la "traducción del nuevo paradigma de comuni-cación en una realidad viviente no se producirá por sí sola, sino que tiene por requisito un papel activo del estado"21 .

Este conjunto de postulados, desarrollados en la segunda mitad de la década del 70, sirvieron para crear ciertas agencias nacionales de noticias así como ciertos sistemas de coordinación entre estas agencias sin embargo, el nuevo paradigma de la comunicación -que emergía a finales de los años 70 como una esperanza romántica en América Latina se desarrollará el nuevo orden de la información- no se tradujo en "una realidad viviente " durante la década de los 80. Desde el punto de vista de los estudios se mantienen vigentes algunos conceptos del nuevo paradigma. Pero la utopía se hace pedazos y el paradigma entra en el contexto más generaliza-do de "crisis de paradigmas".

2. La comunicación de los 80 Existe un claro paralelo entre los paradigmas

que configuran el itinerario de los estudios de la comunicación en América Latina y los procesos políticos en los cuales éstos se desarrollaron. Es así que el primer momento, en el cual predominó el paradigma funcionalista, se desarrolló y fue funcio-nal a los procesos de reforma que en esos años se vivían en el continente. El segundo momento, en el cual predominó el paradigma crítico, se desarrolló y fue estrictamente funcional a los proyectos revo-lucionarios que desarrollaron hacia fines de la déca-da del 60. Finalmente, el tercer momento, en el cual predominó el paradigma de las políticas nacionales de comunicación, se desarrolló en el contexto de las dictaduras militares y en gran medida operó como una contestación a la situación de autoritarismo que caracterizó a esos sistemas.

La década del 80 está marcada por los procesos de democratización, de concertación y de rearticu-lación de la sociedad civil en diversos países de la región. ¿Qué sucede en este nuevo contexto con el tema de la comunicación? Como tendencia general, se observa un proceso de profesionalización de los estudios de la comunicación que ha implicado la construcción de una agenda temática especializada, el desarrollo de enfoques más neutrales y la recupe-ración de lo empírico. Este proceso de profesionali-zación ha implicado dejar de lado los paradigmas que estuvieron presentes en los estudios de la comu-nicación en décadas anteriores, y por tanto, un des-plazamiento desde los estudios paradigmáticos. Pero sobre todo, es una respuesta a la creciente complejidad y protagonismo que ha asumido el campo de la comunicaciones. Complejidad y prota-gonismo por medio del cual se ha hecho evidente que éste debe ser considerado como campo especí-fico y no, como sucedía en muchos de los estudios paradigmáticos, como un epifenómeno (de la eco-nomía, de la política). Pero no sólo se ha hecho evidente la especificidad del campo. Este también se ha mostrado como un campo especializado que responde a la densidad cultural de las sociedades modernas. Todas estas evidencias han llevado a una especialización del debate y a una cierta redefini-ción del concepto de cultura. Es así que éste ya no es concebido exclusivamente en términos generales para referirse a un campo específico y especializado en el que intervienen determinados aparatos, tecno-logías, códigos.lenguajes, circuitos, etc. Finalmente, se observa también un proceso de redefinición de los vínculos que tradicionalmente se establecieron entre los estudios de comunicación y los procesos políticos. En particular, se observa que los estudios de la comunicación han dejado de estar subordina-dos a proyectos e ideologías políticas. Esa es la tendencia general. En términos más específicos es posible distinguir un primer "momen-to" -los inicios de la década- en que mantienen vigentes algunos de los rasgos que constituyeron el "nuevo paradigma de la comunicación". Estos ras-gos van a confluir en la corriente altemativista. En la segunda mitad de la década se inicia otro momento en el que se busca asumir la complejidad de los sistemas de comunicación. El desafío viene a ser

19 Op.cit, p58. 20 Op. cit, p59. 21 Op. cit, p59.

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cómo articular modernización con democracia de manera que estos no sean términos excluyentes.

El "nuevo paradigma de la comunicación" no se tradujo claramente en una "realidad viviente" en la década los 80. Pero dejó como saldo una serie de conceptos que orientaron la investigación a comien-zos de la década dentro de lo que se podría denomi-nar la corriente "alternativista". De clara inspiración cristiana y, más precisamente, del radicalismo cató-lico, la corriente alternativista se constituyó en una contestación al autoritarismo de parte de quienes se encontraban en una situación de marginalidad y de exclusión. Echando mano a conceptos tales como el de "comunicación horizontal" y "comunicación par-ticipativa" esta corriente intenta constituir "espacios de libertad" que sean alternativos en la industria cultural a la cultura de masas. Bajo el rótulo de la "investigación para la acción" esta corriente se pro-pone diseñar y poner en marcha proyectos de "co-municación alternativa". Las radios populares, los boletines poblacionales, sindicales o de Iglesia y cualquier otro tipo de "micromedios" se constituyen en experiencias de comunicación alternativa, de esa otra comunicación en la que todos son emisores y receptores a la vez, esa comunicación que altera el concepto dominante de noticias para entregar infor-mación "auténticamente" popular, esa comunica-ción que expresa una sensibilidad diferente que capta experiencias y realidad a través de nuevos registros22.

La comunicación alternativa fue el último refu-gio en el que se escondió la esperanza- y la utopía-de esa otra comunicación. Del nivel macro, es decir, de la propuesta de transformación del sistema mun-dial de la información, la esperanza se vino a refu-giar en lo micro. El espacio de lo cotidiano, de lo territorial, de lo micro y de lo popular pasa a ser visto como el terreno más fértil para transformar el sueño en "realidad viviente". De ahí que se produce una exaltación de lo local-popular en tanto espacio que se sitúa en la marginalidad, es decir fuera del siste-ma y, por consiguiente, en tanto espacio que contie-ne las semillas de esa otra comunicación. Se trata de darle "voz a los sin .voz" pero también de rescatar

una otra sensibilidad. Sin embargo, la utopía de la comunicación alternativa nuevamente se hace peda-zos.

La reflexión que acompañó las prácticas de "comunicación alternativa" deja -para la investiga-ción en comunicaciones- un cierto saldo positivo. Desde el punto de vista temático, esta reflexión viene a poner en la agenda ciertos elementos que no habían estado presentes anteriormente. En particu-lar, plantea los temas de las prácticas de comunica-ción y de la vida cotidiana así como los temas de lo local, lo territorial y lo micro. Además, plantea el tema de la cultura popular y de las prácticas de comunicación en la cultura popular23 .

Es necesario destacar, sin embargo, que aún cuando la corriente alternativista dejó un saldo po-sitivo para la investigación, en ella todavía está presente un paradigma totalizador con un carácter marcadamente reductivista que intenta ordenar el tema de la comunicación en torno a un determinado eje. Desde el punto de vista de la formulación de políticas esta continuidad reductivista representa un claro peligro. El peligro consiste en proponer la alternatividad (a la industria cultural, a la cultura de masas) como eje fundamental de una política de comunicaciones.

La corriente alternativista tuvo un carácter do-minante al inicio de la década. Sin embargo, en esos años ya comienzan a emerger una serie de estudios más fragmentarios, de carácter no paradigmático que comienzan a dar testimonio del agotamiento del reduccionismo. Tomando el caso chileno, se pueden mencionar una serie de estudios realizados a co-mienzos de la década que avanzan hacia una carac-terización del sistema comunicativo autoritario24 . Posteriormente, la atención se traslada a los cambios producidos dentro del sistema comunicativo. En particular, se inicia el levantamiento "cartográfico" de Jos cambios en Jas formas de producción y en Jos circuitos de transmisión de los mercados de bienes simbólicos25- En esos años resurge también la preo-cupación por las políticas de comunicación en gran

22 Ver los diversos capítulos contenidos en el libro editado por F. Reyes Matta Comunicación Altemativa y Búsquedas Democráticas, 1983. También el volumen editado por M. Simpson Comunicación Altemativa y Cambio Social en América Latina, 1981.

23 Para un desarrollo de estos temas ver el libro de Vv.aa Comunicación y Culturas Populares en Latinoamérica, el que contiene las ponencias presentadas al "Segundo seminario de la comisión de comunicación de Clacso", realizado en Buenos Aires en 1983.

24 Ver, por ejemplo, el trabajo de G. Munizaga, P. Gutiérrez y A. 25 Riquelme, 1985. 26 Ver, por ejemplo, el trabajo de J.J. Brunner y C. Catalán, 1987.

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parte como una anticipación al proceso de transición democrática26.

La tendencia a los estudios especializados, frag-mentarios y no paradigmáticos se acentúa notoria-mente en la segunda mitad de la década de los 80. Estos estudios dan cuenta de una gran diversidad temática a través de la cual se asume la complejidad del campo de las comunicaciones. Por una parte, se asumen las dimensiones de lo micro social, de lo local, de lo cotidiano, de lo popular. Por otra parte, se asumen los fenómenos de la cultura de masas y de la industria cultural, con todas las transformaciones que se han producido en los últimos años. Esta complejidad se asume, además, de manera no para-digmática y con un fuerte énfasis en lo empírico.

Tres líneas de análisis, en las que se vienen desarrollando ciertas teorías de rango medio, de alguna manera representan esta tendencia. En primer lugar, un nuevo tipo de análisis de las culturas populares. Este es un análisis que ya no se basa -como sucedía con los estudios de la corriente al-ternativista- en la oposición entre cultura popular y cultura de masas (o cumunicación popular y comu-nicación de masas), análisis que identificaban lo popular como el espacio de lo otro, de las fuerzas de negación del sistema. Es, más bien, un tipo de análisis que busca indagar en las formas de consti-tución de lo popular al interior de la cultura de masas. J. Martín-Barbero, quien ha sido pionero en esta línea, señala: "estamos descubriendo estos úl-timos años que lo popular no habla únicamente desde las culturas indígenas o las campesinas, sino también desde la trama espesa de los mestizajes y las deformaciones de lo urbano, de lo masivo. Que, al menos en América Latina, y contrariamente a las profecías de la implosión de lo social, las masas aún contienen, en el doble sentido de controlar, pero también de tener dentro, al pueblo. No podemos entonces pensar hoy lo popular... al margen del proceso histórico y de constitución de lo masivo.... no podemos seguir construyendo una crítica que desliga la masificación de la cultura del hecho político que genera la emergencia histórica de las masas y del contradictorio movimiento que allí produce la

no-exterioridad de lo masivo a lo popular, su cons-tituirse en uno de sus modos de existencia"2 7.

Esta línea de análisis parte de una relectura del proceso histórico latinoamericano que relaciona el desarrollo de las culturas populares a las condiciones de existencia de la "sociedad de masas". Relación por medio de la cual se va a desarticular el mundo de lo popular en tanto espacio de lo otro para constituir a lo masivo en un nuevo modo de existencia de lo popular28 .

En segundo lugar, una línea de investigación sobre recepción de medios y consumo cultural, tema que ha estado casi totalmente ausente de los estudios de comunicación en la región. Esta línea viene a llenar un vacio que ha significado, en muchos casos, dejar de lado variables claves para comprender la complejidad cultural de nuestras sociedades y, muy particularmente, el fenómeno de la cultura de masas. El análisis busca incorporar la dimensión del consumo en un análisis más global del campo cultural. Pero su importancia va más allá del interés académico pues crecientemente se detecta la relevancia que adquieren los estudios sobre este tema en el plano de la formulación de políticas culturales. En particular, se advierte que un planteamiento demo-crático en este terreno implica creativamente las formulaciones meramente dirigistas y vincular orientaciones globales con demandas reales de una diversidad de segmentos de la población. En estos últimos años se han realizado las primeras encuestas - y los primeros análisis- de consumo cultural en diversos países de la región. Este trabajo pionero ha sido coordinado por el Grupo de Políticas Culturales de Clacso29 . El análisis de consumo cultural sobre la base de encuestas ha indicado simultáneamente la necesidad de incorporar otras metodologías de análisis para abordar el tema de la recepción es decir, de la forma en que los públicos se apropian y usan los mensajes de la comunicación masiva. Más precisamente, éste ha indicado la necesidad de utilizar metodologías de investigación más cualitativas para examinar cómo distintos segmentos del público masivo decodifican y re-semantizan los mensajes de la comunicación

26Ver, por ejemplo, el trabajo de B. Subercaseaux, 1986. 27J.Martín-Barbero, 1987,pp.10-11. 28 El desarrollo de esta línea se encuentra en los trabajos de J. Martín-Barbero, Ver también, G. Sunkel, 1985. 29 El análisis de la situación argentina se encuentra en O.Landi, A.Vacchieri y LQuevedo, 1990. La situación mexicana está analizada en #. García-Canclini, M. Piccine y P. Safa, 1990. La situación chilena en C. Catalán y G. Sunkel, 1990.

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masiva. Los primeros análisis en esta línea ya co-mienzan a emerger30.

Finalmente, está el análisis - y el debate- en torno a las políticas culturales. Este análisis parte, como los anteriores, del reconocimiento del papel decisivo que el campo cultural tiene en los procesos políticos y socio-económicos. Parte asimismo de la distinción entre dos planos de la cultura: una micros-cópica, local, cotidiana, propia de la esfera privada; otra de carácter microsocial, pública, donde la cul-tura es producida, transmitida y consumida. Se re-conoce que el primer plano -el microscópico- esca-pa a cualquier intervención directa de diseño político y que, por tanto el ámbito de la política cultural se encuentra en el segundo plano31 . Más aún, se reconoce que mediante políticas culturales no se obtienen desarrollos significativos en la cul-tura de una sociedad. Sin embargo, existen "políti-cas culturales" específicas que sin determinar ellas solas algún desarrollo cultural significativo.... sin embargo, pueden incidir (de maneras más o menos directas o inmediatas), en esos desarrollos mediante la producción de efectos políticos pertinentes"32 . Por ejemplo, pueden "incidir en la propiedad de los medios de producción cultural; en la formación de los agentes culturales especializados, la circulación de los bienes culturales; en el consumo de ellos; en el almacenamiento o conservación de esos bienes; en su comercialización, etc"33 .

El análisis parte de una discusión de los modelos de hacer políticas culturales en distintos países y situaciones sociopolíticas34. Pero, tal como en el caso del análisis del consumo, el interés va más allá de lo estrictamente académico pues se trata de pen-sar -en los contextos de redemocratización- en cómo incidir políticamente en el terreno de la cultura, lo cual pasa por imaginar los elementos de política cultural para la democracia. En este sentido, es necesario reconocer que cada uno de los paradigmas de la comunicación que estuvieron presentes en el desarrollo político latinoamericano de las últimas décadas suponía un determinado modelo de política cultural. Comunicación, para el desarrollo, comuni-

cación y liberación, la otra comunicación fueron paradigmas que implicaban distintos modelos de política cultural. Sin embargo, estos distintos mode-los tenían un elemento común. Implicaban una po-lítica dirigista, con un fuerte contenido valórico, que asignaba al Estado un rol protagónico. En estos distintos diseños de política cultural se sacaba al Estado de su neutralidad ética y se le asignaba un rol de afirmación de determinados valores cultura-les.

La situación cambia hacia fines de los 80. Qui-zás la gran ruptura en este campo es que se ha avanzado hacia un cierto consenso (que ciertamente encuentra una serie de detractores) de que la demo-cracia requiere una política cultural no dirigista. En esta política el rol del Estado se reduce a garantizar la pluralidad. Como lo señala J.J. Brunner:

"Si se trata de definir el carácter general de una Política cultural para la democracia, lo único que de ella puede postularse es que debe producir unos arreglos institucionales básicos, tales que permitan la expresión de los intereses sustantivos de los indi-viduos y grupos que componen la sociedad. Dichos arreglos básicos no podrían otorgar, facilitar o pro-mover la hegemonía cultural de un grupo...sino meramente crear un marco institucional de posibili-dades a través del cual los individuos y los diversos grupos, tradiciones, etc. de la sociedad puedan ma-terializar sus intereses culturales...con un mínima seguridad de que ese arreglo institucional garantiza-rá que dada la distribución de recursos.... ninguno se verá eliminado o tendrá una expresión completa-mente inadecuada a su presencia en la sociedad"35.

Se trata así de una política inevitablemente for-mal que busca crear estructuras de oportunidades e impedir que ellas sean objeto de cierre ideológico.

Como hemos señalado, esta posición encuentra una serie de detractores. Posiblemente, es a nivel de ciertos partidos políticos donde aún se encuentran modelos de política cultural claramente dirigistas. Sin embargo, la crítica más aguda al modelo forma-lista no se establece sobre las base de una política

30Ver los trabajos de O. Landi (1987), de J.Martín Barbero (1987) y de N. García-Canclira (1989) 31Ver, J.J. Brunner, 1988, p. 261. 32J.J. Brunner, p.279 33J.J. Brunner, p. 280 34 Ver el trabajo de J.J. Brunner "Modelos de hacer políticas culturales" que se encuentra en su libro Un espejo trizado. Ver también la colección de artículos sobre el tema editada por N. García-Canclini, 1987. 35J.J Brunnerop.cit,p.375.

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dirigista sino más bien sobre un cierto concepto de la identidad cultural. El concepto de cultura como "síntesis vital" y la proposición de que América Latina tiene una "síntesis cultural propia", comple-tamente diferente a la de la modernidad europea, ha sido desarrollado por P. Morandé, siguiendo de cerca las reflexiones que se encuentran en el Docu-mento de Puebla. La proposición de que América Latina tiene una identidad cultural propia "que ha enfrentado el advenimiento de la cultura urbano-in-dustrial" es un llamado a defender esa identidad frente a la "amenaza" de la modernidad36. Es tam-bién un intento de recuperar esa identidad que se encontraría en ciertos componentes cúlticos y de religiosidad popular así como en la "cultura de la oralidad". La política cultural que aquí se hace pre-sente no es aquella que asigna al Estado un rol dirigista. Es más bien aquella que implica el rescate de las tradiciones contra la "amenaza" moder-nizante. O

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Nuevos Movimientos Sociales, Iglesia y participación política

en Brasil

LAS COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE (CEBs) EN LA FORMACIÓN DEL PARTIDO

DOS TRABALHADORES (P.T.)

María BidegainGreising1. Profesora, Universidad de los Andes.

después de tanto ruido, ¿qué han aportado la teología de la liberación, las comunidades de

base, y la Iglesia brasileña al pueblo, a los pobres, en la actual coyuntura política? Preguntaba, con escepticismo y un dejo de amargura, un viejo mili-tante católico colombiano a dos connotados dirigen-tes religiosos brasileños que visitaban Bogotá en 1984.

Uno respondió: " Despertar y educar al pueblo para que se organice y luche por sus derechos por medio de nuevos caminos de liberación" y el otro agregó : "y para que cuando los consigan, los sepan mantener y nunca más sean tratados como los corderos de un rebaño" ; añadió, "La idea no es formar una fuerza católica al estilo nueva cris-tiandad, sino que se integren al proceso histórico y que allí se formen los hombres nuevos y mujeres nuevas. Cuando uno mira al movimiento popular que ha crecido en Brasil en los últimos veinticinco años uno ve que algo realmente nuevo está pasan-do en la historia de nuestros pueblos."...

Preguntas similares a la anterior se deben hacer muchos de ustedes y quizás agregarían ¿cómo es posible que de una institución jerárquica y vertical como la Iglesia Católica, con viejos hábitos auto-ritarios y patriarcales, dentro de la cual se repro-duce una casta dirigente cuidadosamente prepara-da en las escuelas de clérigos, con viejas recetas de la Contra- Reforma y el Concilio de Trento, pueda abrigar y alentar nuevas e inesperadas experien-cias?

Los medios académicos, políticos y religiosos de Europa y los Estados Unidos siguieron con inte-rés el proceso de la Iglesia Católica en los diferentes estados latinoamericanos, especialmente, después del informe realizado por David Rockefeller para el Departamento de Estado de los Estados Unidos en 1969, donde denunciaba la vulnerabilidad de la Iglesia Católica de América Latina a las acechanzas de la infiltración marxista orquestada por el comu-nismo internacional.

Dado el contexto de guerra fría, el interés se focalizó en la participación de cristianos en movi-mientos y partidos políticos revolucionarios, espe- cialmente aquéllos que adoptaron la lucha armada, desde Camilo Torres en la guerrilla colombiana en los años 60, hasta los cristianos presentes en la Revolución Sandinista en Nicaragua en los 80.

Sin embargo, poca atención se ha prestado a la organización de huevos movimientos sociales, (NMS) urbanos y rurales, que han resultado de experiencias promovidas por miembros de la Iglesia Católica entre diferentes clases sociales, especial-mente entre aquéllos tradicionalmente explotados y/o marginados por el sistema socio-económico y político imperante.

Este trabajo pretende explicitar las implicacio-nes organizativas e ideológicas que ha tenido el nacimiento y desarrollo de las Comunidades Ecle-siales de Base en Brasil (CEBs) y la Teología de la Liberación (TL), para la formación de nuevos mo-

1 Este artículo fue realizado por la autora, para ser presentado dentro del curso de Verano, Movimientos Sociales en América Latina de la Universidad de los Alcalá de Henares, en Siguenza, España, en julio de 1989.

Y

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vimientos sociales(NMS) y para su evolución hacia una expresión política más acabada, como es el Partido dos Trabalhadores (PT).

Los movimientos sociales de gran escala, sean de origen secular o religioso se han transformado en un elemento clave para comprender la dinámica del cambio social en Brasil. Sea por medio de manifestaciones esporádicas o por la vía de asociaciones bien organizadas, los NMS se han convertido en un importante camino para protestar y hacer exigencias de carácter político.

Si bien es difícil hacer un estimativo numérico de estos movimientos su acción no deja de llamar la atención constantemente a los medios de comunicación y a los sociólogos, antropólogos y toda clase de analistas de la sociedad Brasileña. La revista brasileña Isto E 2, en 1982, estimaba que en Brasil existían más de 8.000 asociaciones de vecinos. Que solamente en Río de Janeiro habría más de 100.000 personas pertenecientes a la clase trabajadora y a las clases medias, habitantes de 120 barrios y vinculadas a unas 200 asociaciones, a lo cual habría que agregar alrededor de 350 asociaciones de las favelas de la misma ciudad.

Si los NMS los restringiéramos a las asociacio-nes de vecinos, reduciríamos infinitamente la am-plitud de las organizaciones de base. Los NMS comprenden otros grupos como: organizaciones por la mejora del transporte, por mejoras de salud, ecologistas, antinucleares, organizaciones feministas, de las naciones indígenas y de negros. No queremos dejar de anotar acciones más puntuales como por ejemplo, invasiones de tierra en zonas metropolitanas y áreas rurales, o los saqueos de supermercados y bodegas ocurridos en el centro de Sao Paulo en 1983.

Desde que el estado-nación brasileño fue for-mado se originaron muchos movimientos colectivos directa o indirectamente por el estado, o los partidos políticos, integrando y monopolizando todo posible espacio de la sociedad civil.

La importancia de los NMS, se manifiesta cuando sus acciones colectivas le permiten presionar un

camino que los lleve a convertirse en legítimos actores políticos. En otras palabras, si estos movi-mientos producen nuevas alineaciones sociales, ¿cuál es su impacto a nivel institucional?

A través de la experienica de las CEBs, la Iglesia brasileña ha logrado integrar nuevos actores, tradicionalmente marginalizados del debate político; este es uno de sus mayores aportes a la cultura política brasileña. Para mostrar este proceso comenzaremos por explicar qué son las CEBs, cuál es su método y organización, y cómo se han integrado a la lucha social a través de los Nuevos Movimientos Sociales, y a la política constituyendo con no-cristianos una nueva fuerza política.

I) La integración de nuevos actores a la vida política a través de las CEBs.

1) ¿Qué son las CEBs?

Las CEBs son pequeños grupos integrados por cristianos que tienen un conocimiento y relación inter-personal profunda, con objetivos e intereses comunes, organizados en torno a parroquias rurales o urbanas. El criterio de reunión puede ser residencial, de trabajo, edad, etc.

Los iniciadores de las CEBs pueden ser sacer-dotes o religiosos/as pero, comúnmente y en la mayoría de los casos, son agentes pastorales o animadores de comunidad han logrado acumular experiencia en otras comunidades.

Las CEBs, en Brasil, son una experiencia vin-culada directamente a la Comisión Nacional de los Obispos Brasileños (CNBB). Lo cual no impide la existencia de otras estructuras pastorales y perspectivas teológicas dentro de la Iglesia del Brasil. Su vinculación con la CNBB no las excluye de permanentes conflictos y contradicciones con algunos miembros de la Jerarquía.

La cantidad de CEBS que existen al interior de la Iglesia Brasileña es difícil de establecer, pero se puede afirmar que en 1986 existían CEBs en la gran mayoría de diócesis o prelazias brasileñas y que en el mismo año los organismos de seguridad brasileños las estimaban en más de 150.0O0.3

2 ISTO E, 21 de marzo de 1982 ver. SINGER PAULO CALDEIRA BRANT VINICIUS. editores 0 povo em movimento. Rio de Janeiro. Editora Voces and CEBRAP, 1981. MOISÉS JOSÉ ALVARO Experiencia de de mobiliziçao popular em Sao Paulo. Contraponto 3 No. 3 (September 1978): 84.

3 Secretariado General del Consejo Nacional de Seguridad, Actividades de la Iglesia Católica del Brasil, Informe confidencial del 3 de junio de 1986.

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2,) El método de Revisión de Vida en pequeño grupo.

Usan un método pedagógico, conocido como Revisión de Vida (Ver, Juzgar y Actuar), Este método les permite aprender a analizar sus problemas y los de la comunidad, en la lucha social e ir descubriendo, desde una perspectiva bíblica, la necesidad de integrarse o promover los procesos y las luchas sociales y políticas en las cuales les toca vivir.

En sus reuniones, los miembros de CEBs comienzan por elegir algún hecho o aspecto de la experiencia del grupo, o de alguno de los miembros de la comunidad en la lucha social (una protesta o huelga o cualquier arbitrariedad en la fábrica o en la hacienda o algo ocurrido en el barrio).

Lo analizan tratando de entender que fue lo qué sucedió y cómo ese hecho se relaciona con otros que han ocurrido con anterioridad o que han sucedido en otros lugares del Estado o del mismo Brasil. Es decir, que en el "Ver" se intenta realizar una globa-lización.

Globalización que se realiza desde el horizonte de comprensión de los miembros de la CEBs, Este horizonte de comprensión está marcado por mediaciones específicas como es la ideología y la propia existencia humana y condiciones sociales del grupo (pobreza, analfabetismo, represión política, opresión y/o marginalización económica, social y política). Por eso hablan siempre"desde la perspectiva popular, desde los pobres". Se apoyan en los aportes de las ciencias sociales y en CEBS formadas por obreros, estudiantes o profesionales familiarizados con el marxismo lo utilizaban por su valor epistemológico y no ontológico.

El segundo paso, es "Juzgar" esa situación; la que se plantea desde la misma perspectiva, es decir, desde la vida. Desde la experiencia vivida leen la Biblia y tratan de sacar elementos que les ayuden a realizar un juicio crítico de la realidad en la que les toca vivir y actuar. La mayoría de las veces, en el intercambio de experiencias, ellos no separan el análisis que realizan de un hecho de su propia vida, de una referencia bíblica. Las CEBs no tienen ningún manual o catecismo elaborado por los teólogos de la liberación sino que usan solamente la Biblia. Los miembros de las CEBs son conscientes que la Biblia no resuelve los problemas del mundo, pero

consideran que les ayuda a descifrarlos, les da fuerza para enfrentarlos y les ayuda a legitimar las opciones que se pueden tomar y este sería un tercer momento: el "Actuar". A partir de la propia experiencia vivida y de la lectura de la Biblia, deciden actuar con los demás, para cambiar la situación en la que les toca vivir.

La organización en pequeñas comunidades facilita la dinámica personal y de grupo, permitiendo una gran libertad de expresión, participación en las discusiones y aprendizaje. Las personas- a quienes siempre se les había negado el derecho a participar, hablar y defender sus derechos- en la pequeña comunidad, aprenden a perder el miedo, a defender sus posiciones e intereses y a hacerse oír; adquieren la experiencia de intercambiar opiniones evaluar trabajos, planificar, organizar y llevar adelante actividades y proyectos personales y del grupo compartiendo responsabilidades.

II ¿Qué factores hicieron posible este proceso histórico?

¿Cómo es posible que una institución como la Iglesia Católica pueda abrigar y alentar nuevas e inesperadas experiencias?

1) La necesidad de "la base "en la Iglesia brasileña

La Iglesia brasileña desde fines del siglo pasado vive dentro de una relación de separación entre Iglesia y Estado. Desde entonces y a lo largo de la primera mitad del siglo XX, la preocupación fundamental de los eclesiásticos brasileños fue el tener un vasto respaldo popular para poder enfrentarse al Estado. Lo que significó la necesidad de organizar a los laicos. Esta necesidad en Brasil se hizo más acuciosa por la carencia de un elevado número de sacerdotes. Lo que, a la larga, repercutió en el desarrollo de una mentalidad que considera que la Iglesia no la componen exclusivamente los estamentos religiosos y que la Iglesia jerárquica no puede actuar sin contar con las decisiones laicales. Dicho de otro modo, la Iglesia brasileña ha tendido más a identificarse con los espacios de la sociedad civil que con los del Estado.

Luego de la Segunda Guerra, se desarrolló la Acción Católica Especializada formada por obre-ros, estudiantes, campesinos. Ellos trabajaban en pequeñas comunidades y fueron quienes desarrollaron el método de la Revisión de Vida4, adaptándolo a la realidad brasileña, lo que los llevó a ser más

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abiertos políticamente, que otros grupos católicos contemporáneos.

La situación política y social en los comienzos de los sesenta, especialmente el impacto de la revolución cubana, las dificultades de los partidos demócratas cristianos latinoamericanos en el poder, demandaron de los militantes de la Acción Católica un renovado compromiso político, especialmente en partidos o movimientos políticos críticos al sistema imperante. En general, querían construir un nuevo orden social y económico con justicia social, independencia política y autonomía cultural.

Mientras se comprometían políticamente también participaban como monitores de la experiencia del Movimiento de Educación de Base (MEB) dirigido por Paulo Freire. Otros participaban de las Ligas Campesinas de Francisco Juliao y de la "pequeña" revolución que en el Nordeste desarrollaba Miguel Arraes5.

Desde entonces su consigna fue "debemos ir al pueblo" y desarrollaron amplios movimientos de concientización social y política a la vez que alfabetizaban los sectores populares. Comenzaron un proceso de toma de conciencia concebido como un esfuerzo colectivo para alcanzar el bien común y un mejor estilo de vida para la sociedad global.

Concomitantemente hay que relacionar algunos hechos sucedidos en la cúpula de la Iglesia Católica brasileña, latinoamericana y en la universal.

2) Cambios en la cúpula eclesiástica

El Vicario General de la Acción Católica era, desde 1947, Don Helder Cámara, quien, inspirado en la estructura de coordinación nacional que tenían los laicos en la Acción Católica, propuso la formación de la Conferencia Nacional de los Obispos Brasileños de la cual fue el primer Secretario General. Desde esa posición privilegiada logró influir la modernización de la estructura eclesiástica brasile-

ña mediante la creación de nuevas diócesis que duplicaron las existentes. También influyó en la nominación de los nuevos obispos, quienes en gran nímero eran antiguos asesores de la Acción Católi-

En 1955, en Río de Janeiro, se fundó la Confe-rencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), instó tución conocida por las declaraciones en la II Asamblea General celebrada en Medellín en 1968 al denunciar con un profetismo, inusual en la Iglesia Latinoamericana, la situación de injusticia, miseria, violencia en el continente. Pero, además, en esa conferencia, se decide, basándose en la experiencia de la Acción Católica, promover la organización de Comunidades Eclesiales de Base, las cuales debían usar el méodo de la Revisión de Vida. (Ver Juzgar Actuar)6. Proceso ya iniciado en algunas de las dióesis brasileñas

El Concilio Vaticano II, especialmente las^ncí-clicas Lumen Gentium, nov. 21, 64 Gaudium et Spes de 1965, Master et Magistra de 1961, Pacenv in Terris y Populorum Progressio, de 1967 y el mensaje a los obispos del Tercer Mundo de agosto de 1967, dieron una enseñanza que fue importante no sólo por la renovación teológica y pastoral sino, especialmente, porque se reconocieron las experiencias pastorales que el laicado había venido desarrollando en esos últimos años, con una visión abierta y una nueva comprensión del mundo, desco-nocida antes en la Iglesia.

Las declaraciones episcopales sirvieron no sólo de aliento o legitimación a la labor de los militantes sino que fueron el instrumento utilizado constantemente cuando aparecieron contradicciones con sectores de la Jerarquía ideológicamente más cercanos al régimen, sobre todo en los conflictos con el Vaticano.

(3) El establecimiento del Estado de Segundad Nacional, la lucha por la defensa de los derechos

4 Este método era peculiar a la juventud Obrera Católica (JOC) fundada por el canónigo belga Joseph Cardijn, entre jóvenes y muchachas proletarias de Bruselas, después de la Primera Guerra Mundial. A Brasil lo trajeron los Padres canadienses de la Santa Cruz que organizaron desde 1943 a los obreros de Sao Paulo y desde 1947 este método fue utilizado por trabajar con otros grupos sociales. Sobre la Acción Católica Brasileña ver: Beozzo José Oscar, Cristaos na universidades e na política, Vozes Petrópolis, 1984.

5 Durante el gobierno de Miguel Arraes de Parnambuco, se pusieron en marcha, con participación popular, innovadores programas de desarrollo económico social, de la salud y de educación. Siendo éste el más conocido por haber disminuido los índices de analfabetismo en el Estado, bajo la orientación de Paulo Freire. Sobre el gobierno de Arraes ver: Page J., The revolution that never was: Northest Brasil 1955-1964, Nueva York, Grossman, 1972.

6 CELAM, La Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio: conclusiones de la Segunda Conferencia Episcopal celebrada en Medellín, Bogotá, 1968.

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humanos y el desarrollo del nuevo movimiento sin dical

Ante las limitaciones, riesgos e inseguridades para el desarrollo del sistema capitalista que presentaba el modelo político con visos de populismo desarrollista, establecido en Brasil al iniciarse la década del 60, los militares brasileños, orientados y apoyados por sus mentores norteamericanos, implantaron el Estado de Seguridad Nacional. Este tenía por fin el convertirse en un activo agente, en el establecimiento de una profundización del sistema capitalista capaz de generar un nuevo dinamismo que permitiera al país reinsertarse en la nueva división internacional del trabajo.

El estado asumió las tareas de imponer racionalidad y eficacia al conjunto del modelo económico a fin de asegurarle a los grandes capitales suficiente orden y estabilidad, lo que significó represión del movimiento popular y en especial del movimiento sindical.

También el Estado les brindó a las compañías una adecuada prestación de servicios y la realización de obras de infraestructura necesarias para la nueva etapa económica, el control de la inflación y la existencia de un mercado libre de capitales . Se redujeron todos los subsidios económicos del Estado, tanto a los servicios como a las industrias nacionales que no fueron de por sí competitivas en el mercado internacional, el mercado interno pasó a un segundo plano y la política de precios se reguló exclusivamente por el libre juego de los factores de mercado.

Como consecuencia, las condiciones sociales fueron cada vez más difíciles para los sectores po-pulares y se dio un fortalecimiento de las industrias exportadoras y en particular de los productos destinados a los sectores de ingresos más elevados7.

Entre 1968 y 1973 se dio un gran crecimiento económico, conocido como el milagro económico brasileño. Durante estos años, Brasil experimentó una duplicación de sus índices de crecimiento. El producto interno bruto creció, pasando desde el año

64 de un 2.9 al 68 a un 11.2 y al 73 un 14.0; la inflación descendió un 20%8. El crecimiento se manifestó especialmente en el sector industrial y en las zonas de las planicies amazónicas donde a partir de 1971, se establecieron compañías multinaciona les vinculadas a la exportación agrícola. En el resto del país, la agricultura se caracterizó por su estan- camiento9

El impacto de esta expansión vigorosa inmedia-tamente se hizo sentir en la estructura ocupacional del Brasil. Entre 1960 y 1980 se crearon casi cinco millones de puestos de trabajo sobre todo en la'j industria manufacturera. La urbanización, si bien no fue un fenómeno nuevo en Brasil, recibió el impacto de estos profundos cambios. Hacia 1970 la mayoría de la población se transforma en habitantes ciuda-danos de ellos el 39% de la población vivía en ciudades de más de 20.000 habitantes..En 1980 el 75 % de la población urbana vive en ciudades de más de 100.000 habitantes. La población tiende a concentrarse en áreas metropolitanas con más de 1 millón de habitantes y en general el número de ciudades medias tiende a crecer10.

Antes que preocuparse por la distribución de laj riqueza, los dirigentes brasileños consideraron qu(j lo importante era su crecimiento, para Ib cual era* necesario: 1) un clima económico que diera confianza al inversor, especialmente extranjero, y 2) esta-bilidad socio política que se puede traducir como ausencia de disidencia.

Los problemas sociales se siguieron acumulan-do y las voces de protesta fueron acalladas. El movimiento estudiantil brasileño que en años ante-riores había mostrado su virulencia fue acallado con campañas de terror al igual que los gremios de periodistas, abogados y todos los sectores medios que osaron alzar su voz. La tortura, desapariciones, muertes de detenidos en las propias cárceles y la necesidad de emprender el exilio se transformaron en hechos cotidianos para el pueblo brasileño.

En el primer año de la dictadura la Iglesia Jerár-quica no reaccionó Sólo la voz de Dom Helder

7 Bidegain Ana M., Nacionalismo, militarismo y dominación en América Latina, ediciones Universidad de los Andes, Bogotá, 1983. 8 World Bank, Country Study, Brazil: Human Ressources special report (octubre de 1979). 9 El crecimiento económico fue debido al incremento total del capital inversor extranjero y a la extensión de inversiones del Estado que

obtenía crédito de los organismos internacionales de préstamo. Como resultado produjo una dramática subida de la deuda externa, de un total de 3.900 millones de dólares en 1968 a más de 12.300 millones en 1973. Banco Central do Brasil, Cojuntura económica 26 (abril 1976).

10 Hasenbalg and Nelson do Valle Silva, "Industrialization, Employment and Stratification in Brazil', en, State and Society in Brazil continuily and change, ed. Wirth J., et. al., Westview Press/ Boulder and London, 1987.

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Cámara y de Dom Padim se alzaron entre los miembros de la Jerarquía Católica para defender a sus propios militantes cristianos que, sin experiencia política de clandestinidad, sufrían duramente los golpes de la represión. La marcha de los acontecimientos y la naturaleza de la represión fue exigiendo un cambio de ruta.

La oposición al régimen, a pesar de estar profundamente golpeada, no dejó de manifestarse especialmente a través de varios sectores; el movimiento obrero ,el movimiento estudiantil, la Ordem dos Advogados do Brasil y la Associaçao brasileira da Imprenssa. En los dos primeros hay amplia participación y dirigencia de cristianos vinculados a la Acción Católica y que lograron intervenciones y apoyo de la Iglesia Institucional11.

a) El movimiento obrero.

Desde 1964 el gobierno militar promovió la disminución de salarios, la prohibición de negociaciones colectivas libres o sin intervención estatal, el desarrollo de un control personal policivo para liquidar cualquier esfuerzo de actividad sindical y reducir la vida de los sindicatos, establecidos en el código laboral, las reuniones sindicales eran actos casi rituales, altamente controladas y sin posibilidad de elección libre de sus dirigentes.

La actividad de los sindicatos urbanos y rurales en Brasil ha estado condicionada por dos importantes factores. Poruña parte, los controles establecidos en el Código Laboral12 , y por otro, la inserción de este código en el contexto del Estado sustentado en la Doctrina de Seguridad Nacional.

Inspirado de la Carta del Lavoro de Benito Mussolini, el Código Laboral brasileño fue, promulgado en 1943 bajo la dictadura del Estado Novo, y continuó incambiado durante los años de progresivas re-democratizaciones. La estructura sindical estaba exclusivamente pensada en función de mantener el control sobre los obreros. Los sindicatos se organizaban piramidalmente para prevenir la organización horizontal a través de categorías ocupacio-nales. El código de trabajo específicamente prohibía la formación o

coordinación de cuerpos entre sindicatos a nivel local o municipal. Es decir, no podían, por ejemplo, los metalmecánicos coordinar actividades de bancarios, transportadores urbanos etc. Solamente en la cúspide podían organizarse por confederaciones que reunían a toda clase de organizaciones sindicales. Esta estructura estaba orientada a que prevaleciera un fuerte centralismo; a ello se sumaban otras medidas como que el ministerio de trabajo tenía el derecho de intervenir directamente en los sindicatos y remover y reemplazar dirigentes electos, los cuales no podrían ser reelegidos, sólo el estado reconocía la legalidad de los sindicatos y tenía el derecho de cancelar y disolverlo cuando le pareciera conveniente. El presupuesto dependía del ministerio por lo cual los trabajadores, sindicaliza-dos o no, debían pagar el impuesto sindical por medio del cual a su vez el ministerio financiaba los sindicatos oficiales. Esta estructura servía muy eficientemente al Estado sustentado en la Doctrina de Seguridad Nacional.

La lucha por constituir un nuevo movimiento sindical está relacionada con toda la experiencia de oposición al estado autoritario brasileño. Dentro de todo el paquete de demandas lo central es el reclamo de autonomía del movimiento sindical de las instancias gubernamentales o de las directivas de un partido político.

En 1967-1968 el sindicato Metalmecánico de Contangem Minas Gerais comienza a formar grupos de oposiciones sindicales. En el 68 los grupos de oposiciones sindicales están presentes en Oasco en la más importante área industrial de Sao Paulo. La labor de organizaciones católicas de la pastoral obrera, en Oasco, estaba fundamentalmente orien tada a instar a los obreros a participar como miem bros activos en el sindicato y a formar movimientos de oposición a los organizados por el gobierno. No proponían ningún programa particular, ni platafor ma política, sólo se limitaban a promover una par ticipación democrática a fin de estimular una toma de conciencia y de decisiones por parte de los pro pios obreros, autónomas de las establecidas por el gobierno.

b) El movimiento estudiantil En marzo de 1968 fue asesinado el estudiante

Edison Luis de Lima Soto. La policía intentó entrar en la Catedral de Río, donde se oficiaba el funeral. El obispo Dom José de Castro Pinto y los sacerdotes

11 Moreira Alves M., State and opposition, Militaty Brazil, University ol Texas Press, Austin, 1988,103 y ss. 12 lbidem.

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concelebrantes se lo impideron; pero, al finalizar la ceremonia, miles fueron golpeados por un batallón de caballería y la catedral fue gaseada. Como resul-tado la Jerarquía comenzó a participar de la oposi-ción abiertamente, se unió a los sectores medios que apoyaban la protesta estudiantil13.

Durante el período más severo de represión, 1969-1973, la Iglesia logró definir con mayor claridad su posición, promoviendo y protegiendo orga-nizaciones de resistencia y de defensa de los dere-chos humanos. Políticamente lo más significativo fue que, por medio de su aparato institucional, la Iglesia logró poner en contacto las víctimas en peli-gro con las instancias institucionales de la sociedad civil (Asociación de Abogados, Asociación de Prensa) que pudieran tomar su defensa14.

La actividad de las CEBs, actuando en conso-nancia con sus obispos, por medio de los comités de Justicia y Paz y otros específicamente creados para desarrollar la defensa de los derechos humanos.fue crucial para quebrar los peores componentes de la cultura del terror: silencio, aislamiento de la víctima de cualquier estructura de ayuda efectiva, desespe-ranza, falta de confianza en la eficacia de cualquier acción, que termina por una autocensura y desarrollo de complejo de culpa de parte de la propia víctima.

Al integrarse las CEBs, y otras instancias de la Iglesia en la lucha por la defensa de los derechos humanos logró confluir en el movimiento de oposi-ción con otras instancias de la sociedad civil, como los sindicatos que apoyados por los NMS, organiza-ciones pastorales y las propias CEBs comienzan un proceso de defensa de sus derechos de asociación autónoma frente á la prepotencia del estado.

Junto con las organizaciones de la Iglesia y el despertar del movimiento sindical, la oposición bra-sileña contó con el apoyo de la Ordem dos Advoga-dos do Brasil (OAB) y la Associacao Brasileira de Imprenssa, (ABI).

c) La Ordem dos Advogados do Brasil (OAB) La OAB no es un simple cuerpo profesional

limitado con la defensa de los intereses de sus miembros sino que es un cuerpo legal cuya misión es la veeduría de la aplicación Constitucional. Todos los abogados deben afiliarse y pasar un período de entrenamiento con la OAB antes de comenzar a ejercer. Su influencia deriva de su posición de su-pervisor con una suficiente independencia y autoridad para poder jugar un papel crucial limitando abusos de poder y protegiendo la independencia del poder judicial, cuando el estado intentaba establecer mecanismos de control, purgas y otras limitaciones de la independencia del sistema judicial. La OAB se concentró desde el principio en la defensa de prisio-neros políticos y en la denuncia de arrestos arbitrarios y el uso de la tortura. Desde 1974 insistió en la defensa de los derechos humanos y poco a poco fue orientándose hacia la defensa de derechos políticos, sociales, y económicos, a la par que desarrollaba una serie de estudios y promovía un trabajo educativo sobre la defensa de estos derechos y la autonomía de la OAB con relación al Estado.

Con la publicación de la Declaración de los Abogados Brasileños de 1978 la OAB se mostró directamente en oposición con el estado de seguridad nacional y comenzó a solicitar la revocación del acta institucional N.5 que había institucionalizado la dictadura.

d)A Associacao Brasileira de imprenssa. (ABI)

Por su parte, la Asociación de la Prensa jugó un papel decisivo en la lucha por la apertura democrática. El control de la prensa, la radio y la televisión era una pieza clave de los mecanismos de control del estado de seguridad nacional. La censura previa se llevaba adelante de formas muy variadas pero que en muchos casos significaron no sólo el control de la información que se difundía sino incalculables pérdidas económicas que determinaron la quiebra de muchas empresas como el venerable Correio da Manha y el semanario Opiniao. Otras restricciones legales incluían la posibilidad de procesos criminales a periodistas, editores y dueños de las empresas de prensa. Con la apertura de 1976 algunos censores de los grandes periódicos como O Estado de Sao Paulo y la Folha de Sao Paulo fueron removidos pero a partir de 1977 se estableció nuevamente la censura provocando una gran irritación en los medios y entre los periodistas

13lbidem. 14tbidem, p.153-155.

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Desde 1969 la Associacao Brasileira de Im-prenssa jugó un importante papel educativo concerniente a la defensa de los derechos de los periodistas y de información consagrados en la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Por medio de los órganos de prensa esta declaración fue discutida en lo concerniente a todo tipo de derechos. La relativa autonomía de la que podía gozar la asociación fue utilizada para amparar grupos y or-ganizaciones más débiles que también se enfrentaban al régimen.

La presión popular obligó a Geisel a establecer un período de apertura desde 1975 que fue aprovechado para la publicación dé una serie de artículos que criticaban el modelo económico, la corrupción de los altos dignatarios del gobierno. Lo más importante fue que la prensa fue quebrando la cultura del terror eliminando el silencio que había sido impuesto.

III) Religión y lucha social 1) La Biblia y el proceso de concientización.

Dentro de este contexto desde fines de los 60 y comienzos de los 70, muchos de los cristianos vinculados a las CEBs, se integraron, protegieron y sobre todo han promovido organizaciones y nuevos movimientos sociales como: asociaciones de defensa de los derechos humanos, de vecinos, sobre todo en las "favelas", organizaciones sindicales, grupos de alfabetización, educación de adultos, comunica-ción popular, grupos de mujeres, organizaciones de negros, organizaciones de indígenas, de defensa de la tierra y del equilibrio ecológico, movimiento de los Sin Tierra, huertas comunitarias, de bibliotecas populares, de defensa de la vida, de la salud comunitaria15.

Todas estas organizaciones tuvieron como fin primordial y común promover la movilización de los sectores sociales explotados o marginados por el actual sistema capitalista, en las zonas urbanas y rurales, para que acciones organizativas pudieran emerjer de sus propias deliberaciones. Ellas hacían parte del proyecto popular sin que podamos decir que éste se reduzca simplemente a la suma de dichas partes.

El proyecto popular fue definido por los miembros de las CEBs. como "todo aquello que contribuye a la liberación del pueblo." En la cabeza de los participantes de las CEBS, liberación no tiene la resonancia decisiva, como un momento histórico en que se da la revolución o la apropiación del poder político por los respresentantes de las clases populares.

Para las CEBs, la liberación es un proceso, que ya están viviendo, construyéndose en la práctica popular, pero, aún no se ha realizado plenamente. "El Plenario entiende el Proyecto Político Popular como un proceso en construcción, a través de la práctica con una doble dimensión: conscientización y organización.”16.

Aparte de las propias pequeñas comunidades, las CEBs han usado otros mecanismos de concientización y organización por fuera del aparato ecle-sial, el cual específicamente lo constituyen las CEBs.

Aunque es difícil señalar las diferencias entre concientización y organización, los miembros de las CEBs consideran como órganos de conscientización, los cursos de formación de trabajadores, cursos bíblicos, sindicalismo, política, informaciones de la radio, boletines y materiales para la reflexión de los grupos y, muy especialmente, la práctica social que resulta de la participación de las CEBs en luchas y conflictos sociales, la cual es revisada en las reuniones de cada una de las pequeñas comunidades17.

Para quien no está familiarizado con la Biblia, directamente, surge una pregunta: ¿Cómo la Biblia ejerce un papel concientizador? ¿ y por qué? Los cursos bíblicos y el proceso de acción-reflexión-acción de las comunidades, donde la dimensión bíblica es lo específicamente religioso, ayudan a la concientización porque para ellos la Biblia ejerce sobre todo un papel de despertar. Las CEBs reinterpretan "la palabra de Dios" a partir de la presencia de sus militantes en los movimientos populares. Cuando leen su historia a la luz de la historia de las intervenciones de Dios en la historia del pueblo de Israel, se da una relectura del propio texto bíblico. Una inte-

15 Véase Frei Betto, op. cit., p.581. 16CEBs:Povo...op. cit. 17 Idem, numeral 10.

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racción entre texto y contexto de la cual sale el pretexto para la acción.

Al apropiarse de la Biblia, las clases populares encuentran el sentido más radical de su propia lucha, pues descubren que Dios no quiere la miseria, la opresión, la enfermedad, la falta de condiciones de vida. Razonan así: si Dios es el autor de la Vida y Jesús vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia, Dios no puede querer la situación de miseria, opresión, muerte temprana e injusta en que vive la mayoría del pueblo brasileño y por tanto justifica y legitima la lucha popular. La Biblia les da a las CEBs, la legitimación religiosa de las luchas emprendidas. " Las CEBs deben favorecer, apoyar y acompañar los militantes que están al frente de la lucha y es necesario exigirles los compromisos asumidos".

La Biblia, a la vez que legitima y refuerza el compromiso asumido en la lucha popular, recrea conflictos de carácter religioso, pues la Biblia, desde la lectura de la historia de las luchas populares, replantea una desconfianza ante la lectura clericali-zada. En las CEBs la Biblia suscita una visión crítica de la praxis social, en la línea de la sabiduría como existía en los primeros siglos del cristianismo18.

2) Las CEBs, su presencia en las luchas sociales a través los NMS

En cuanto a la organización las CEBs no organizan como CEBs ninguna estructura que no sea la eclesial. Son los militantes de las CEBs que, motivados por sus creencias religiosas, crean instrumentos de lucha a partir de su inserción en el movimiento popular y así se han integrado y creado NMS y movimientos políticos..

"Las luchas del pueblo son como fuentes de agua que brotan del suelo, se transforman en riachuelos que descienden el monte hasta transformarse en río. El río , con la fuerza de Dios y la unión del pueblo, va a crecer hasta derribar la vieja sociedad construida encima de la explotación del pueblo".

Para los miembros de la CEBs predominan cuatro grandes esferas de la sociedad civil en la cual "el pueblo" puede organizarse: • 1 La pastoral, especialmente a través de las CEBs 18 Frei Betto, op. cit., p. 578-590

2 Los NMS que pueden subdividirse en dos:

(a) Los movimientos populares generales, con reivindicaciones que conciernen a la inmensa ma yoría del pueblo brasileño (la asociación de organi zaciones de barrios, desde favelas hasta barrios de las clases medias)

(b) los movimientos populares específicos (Ne gros , mujeres, indios)

3 los movimientos sindicales (Oposicao Sindical, O movimiento dos Sem Terra)

4 la de los Partidos y organizaciones políticas (por ejemplo: PT.PDS, PDT, PMDB)

Así, la esfera de la pastoral sería la esfera religiosa y en la que se organizan en cuanto a miembros de Iglesia; las demás como: movimientos sociales, sindicatos, organizaciones políticas y .movimientos políticos, son independientes de las CEBs y de la Iglesia en cuanto institución , aunque estas organizaciones sociales y políticas sean lugares donde los cristianos actúan.

3) Los miembros de las CEBs y el proyecto político

Para ellos, el gran desafío es establecer desde el punto de vista político la reciprocidad y complementación que debe existir entre las diferentes esferas de la vida social evitando que una quiera absorber o excluir a la otra. Todas la esferas son consideradas igualmente importantes, cada una con su especificidad para la construción de la "Nueva sociedad" aunque reconocen la primacía de lo político en la dirección del proyecto político que pueda canalizar experiencias para lograr acabar con " la sociedad de lucro y opresión". "El movimiento popular tiene muchos ríos, e¡ del sindicalismo, del partido político, de las asocia-ciones de vecinos, del movimiento de los sin tierra, de los favelados, de la mujer marginalizada, de los pescadores, de los deficientes físicos, de los niños, de las mujeres, de los negros, de las naciones indígenas. Hay ríos que ya son grandes, otros aún son pequeños. Pero las luchas narradas por el pueblo muestran que ellos están creciendo en todo el Brasil, pasando de las luchas de resistencia a las luchas de conquista. Es el proyecto político del pueblo el que va a canalizar las aguas de los ria_

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chuelos para el gran río que va a acabar con la sociedad de lucro y de opresión y fundar la sociedad de la manera que Dios lo quiere".

Así, para estos cristianos es en la Iglesia, en las CEBs, que encuentran el sentido profundo y radical de su compromiso, y en el partido político es donde mejor se pueden consubstanciar con la dirección del Proyecto Político Popular. Defienden la autonomía de lo político y su carácter laico.

Fue en los 80, con la lucha por la democratiza-ción, que apareció en las CEBs el interés de partici-par en partidos políticos. Tanto en la participación de NMS, como en los Partidos Políticos, ha existido una preocupación,por parte de miembros de las CEBs, de evitar que los cristianos se organicen en cuanto tales para ingresar y luchar en la esfera política. No les interesa una democracia cristiana de carácter popular ni ningún nuevo tipo de "cristian-dad"19.

Lo que buscan es la formación de los cristianos para que se inserten en las luchas populares, en la realidad histórica. Consideran que la esfera de la Pastoral es la esfera de la Iglesia, es la esfera de lo religioso. Las demás son las esferas donde se cons-truye el proyecto político popular donde los cristia-nos deben actuar en medio de otros que no lo son y llevar su perspectiva evangélica de valoración, de-fensa y respeto de la vida de cada uno de los seres humanos, hermanos!as e hijos todos del mismo Dios.

4) Las opciones políticas partidarias.

En el transcurso de los 20 años, que van desde 1964 en que se estableció la dictadura militar y 1984, en que la agitación social por la democratiza-ción, desemboca en el llamado a convocar una nue-va constituyente, se suceden varios ciclos de repre-sión y liberalización en los cuales se va a posibilitar este encuentro de cristianos y no- cristianos, que van a gestar los NMS, para realizar reclamos y exigen-cias políticas sin dejarse aplastar por el Estado.

El acta institucional No 2 había establecido el funcionamiento de partidos políticos dentro del es-tado de seguridad nacional. De esta manera varios partidos de oposición se habían unido formando el Movimiento Democrático Brasileiro, MDB. Hasta

la reforma de los partidos de 1979, el MDB, -junto con los sectores de oposición de la Iglesia, la OAB, la ABI y el nuevo sindicalismo-desempeña un papel crucial confrontando al estado por sus posiciones autoritarias, exigiendo el desmantelamiento del apa rato represivo, el diseño de una nueva constitución y la modificación del modelo económico.

Con el paso del tiempo el MDB creció y fue mostrando sus resistencia al estado policivo. Hacia 1979,1a coalición cívico-militar en el poder percibió el crecimiento en el electorado del MDB. Estudios de SNI (Servicio Nacional de Inteligencia) y otras agencias gubernamentales indicaron que si no había una nueva reglamentación electoral, la oposición reunida en el MDB lograría ganar el control del Congreso, las asambleas y muchos gobiernos muni-cipales en las próximas elecciones. De manera que resultó necesario, como el general Golbery explíci-tamente reconoció, dividir y fragmentar lo más po-sible a la oposición para poder tener un control mayor sobre la organización de los partidos políti-cos. Era imprescindible, para el gobierno, reorgani-zar la ley de partidos, mientras el gobierno cívico-militar tenía control sobre el Congreso. La ley de reforma de los partidos de 1979, pasó a pesar de las protestas del MDB.

La reforma abolió el MDB y la ARENA. Esta última era fácilmente identificada por sus medidas impopulares dentro del estado policiaco y rápida mente se convirtió en el Partido Democrático Social (PDS) Los miembros del MDB tenían, por otra parte, importantes razones para mantenerse unidos y fácilmente identificados, por lo cual simplemente agregaron la palabra Partido a su antigua denomina ción. PMDB (Partido do Movimento Democrático Brasileiro).

De todas maneras la reforma electoral logró dividir a los diferentes grupos políticos; la expresión más conservadora de la alianza de la oposición quería dominar totalmente la escena liquidando y acallando las voces cada vez más fuertes del movi-miento popular y del nuevo sindicalismo.

Se realizaron de todas maneras una serie de maniobras tendientes a favorecer el desarrollo del PDS que había reemplazado a ARENA. Sin embar-go, para octubre de 1980 los partidos lograron orga-

19 Cristiandad es un concepto que denomina la situación en que la Iglesia utiliza una posición privilegiada dentro de un Estado, para usar todas las instituciones y/o medios que éste posee, para desarrollar su tarea y difundir su mensaje.

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nizarse en el corto tiempo que les permitió la nueva ley electoral. Como muchos lo predijeron, el PMDB tuvo un inmenso éxito, organizándose en casi todos los municipios y regiones de Brasil, y en un año fue capaz de hacer lo que no había logrado en cuarenta años. Entre su membresía se reunían desde propietarios de gran capital hasta sindicalistas, industriales y campesinos. Ideológicamente sus posiciones eran muy diversas porque provenían desde partidos conservadores hasta miembros de la guerrilla clandestina, y de los viejos partidos comunistas (PCB y PC doB.) El Partido Popular (PP) se conformó con sectores conservadores del viejo MDB, pues creían en su potencialidad de jugar un papel en el proceso de transición que se veía venir. El Partido Trabalhista Brasileiro (PTB) logró reunir tres corrientes políticas; el populismo político de Getulio Vargas representado por el partido de Irene Vargas, sobrina del expresidente; la base política del expresidente Janio Quadros, y el legado conservador de Río Janeiro liderado por Carlos Lacerda; pero sus posturas ambiguas no le permitieron desarrollarse. El Partido Democrático Trabalhista (PDT) liderado por el ex-gobernador de Río Grande do Sul, Leonel Brizóla, contó con el apoyo de una corriente socialista minoritaria pero manteniendo un formato organizativo fuertemente centralizado y vertical. Por su parte, anteriormente a la reforma electo¬ral, líderes del nuevo movimiento sindical, de los movimientos sociales y de las comunidades de base habían establecido una serie de contactos y desarro¬llado trabajos comunes, especialmente apoyos en momentos cruciales como la huelgas de los metal-mecánicos y siderúrgicos en Sao Paulo en 1978 y 1979. En 1979 dieron un paso adelante y en 1980 fundaron el Partido dos Trabalhadores (PT). Los que propusieron la reforma electoral habían creído poder evitar una participación de las comu¬nidades de base en un partido prohibiendo" el uso de términos que manifiesten una afiliación o un llamado a creencias religiosas o sentimientos de clase o de raza". Se suponía que el tribunal supremo electoral iba a rechazar al PT por estar basado en una clase social, pero los líderes y abogados del nuevo partido lograron arguir satisfactoriamente

que su militancia incluía campesinos, y miembros de las clases medias tanto como trabajadores y que el partido hacía un llamado a un programa político más que a una afiliación de clase. La movilización social y política llevó a los cristianos de las CEBs junto con los demás brasileños a replantearse el problema de las opciones partidarias. Las CEBs en cuanto CEBs no tienen una opción partidaria definida. En 1986, año de elecciones y de gran agitación política por el establecimiento de la nueva constituyente, entre los 1.604 delegados a la reunión anual de las CEBs de todo Brasil, había 706 delegados electos por las bases que o bien habían sido miembros de las asambleas electas o eran candidatos para alguno de los cargos electivos en las elecciones de noviembre de 1986. De estos últimos eran: 4 del Partido del Frente Liberal (PFL) 7 del Partido Democratic Social (PDS), 11 del Partido Democrático Trabalhista,(PDT) 69 eran del Partido do Movimento Democrático Brasileiro ( PMDB) y 118 eran del Partido Trabalhista (PT )20. Como se puede apreciar hay militantes en diversos partidos, desde el conservador oficialista PDS hasta los más radicales y novedosos como el PT, pasando por el populista PDT. Sin embargo, la mayoría se orientaba hacia PMDB y el-PT. El PMDB, como ya se dijo, surgió de la experiencia del MDB (Movimiento Democratic Brasileño) el cual era el único partido de oposición existen¬ te durante la dictadura, entre 1966 y 1979, enfrentándose siempre a ARENA el partido de gobierno. Ideológicamente el PMDB reúne una gama diversa que va desde antiguos miembros de la extrema izquierda que actuaron en la lucha armada hasta elementos conservadores, pasando por el Partido Comunista do Brasil (P.C. do B), el Partido Comunista Brasileño (PCB) y el MR-8 Movimiento Revolucionario - 8 de octubre. El propósito de esta amplia gama de grupos unidos fue el de conformar un frente democrático para poder enfrentar al PDS, que era un partido oficialista, en las elecciones generales del 15 de noviembre de 1982. El PT es aparentemente el partido de mayor acogida de las CEBs como puede apreciarse en las cifras citadas. El Partido dos Trabalhadores (PT) se fundó oficialmente el 10 de febrero de 1980 en Sao 20 Frei Betto, op. cit., p.582.

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Paulo en una asamblea de delegados de grupos de base de obreros, especialmente de la rama automo-triz organizados en el Sindicato de los metalúrgicos de San Bernardo do Campo (Sao Paulo), con miem-bros de diferentes organizaciones colectivas (NMS) académicos y activistas, vinculados con dichos mo-vimientos de base y con las CEBs y antiguos mili-tantes marxistas de la izquierda radical. Partiendo de diferentes experiencias fueron buscando cons-truir y movilizar una nueva identidad política.

La confluencia de todas estas diferentes fuerzas políticas que habían nacido y se habían desarrollado durante el régimen autoritario, especialmente du-rante la apertura, tenían en común no sólo su carác-ter de opositores sino la necesidad sentida de crear una verdadera alternativa política con un hondo contenido antiestatista y profundamente enraizado en el convencimiento de la riqueza de un poder popular emanado de una sociedad civil autónoma.

Además compartían una crítica profunda al comportamiento de los partidos políticos existentes, incluyendo el opositor MDB (Movimiento Demo-crático Brasileño) y a los varios Partidos Comunis-tas a los cuales tachaban de inauténticos y elitistas21.

El partido nació específicamente de la experien-cia de los trabajadores de la industria automotriz en el Estado de Sao Paulo y de la solidaridad y apoyo que le brindaron las CEBs y la Iglesia de Sao Paulo en las huelgas de 1978-1979 y 1980. Esto explica en parte la presencia de los miembros de las CEBs en el PT o el carácter "Petista " de las CEBs.

Í Es un hecho indiscutible que las CEBs constitu-yen, hoy en Brasil, un movimiento de formación política, puesto que a través de ellas se forman los militantes y se fortalecen los movimientos populares.

Así la importancia política y social de las CEBs-no la religiosa que no es asunto de este trabajo- está ligada a su capacidad de despertar la consciencia crítica de la condición de opresión, estimular el autorespeto, esperanza y acciones efectivas para el cambio, en la medida en que cada persona se asume con derecho y deber de ser agente del cambio social y político del Brasil.

IV) Los aportes ideológicos y organizativos 1) Conceptos y concepciones en torno a la po

lítica.

A) La definición de política.

Los militantes de estos nuevos grupos ven la política como la totalidad de su vida en sociedad. Política es todo, desde educar a los hijos hasta organizar una manifestación o una huelga. Política sería vivir en sociedad concientemente en un rela-cionamiento correcto con la totalidad del universo, con los otros hombres y mujeres, con la madre naturaleza y con Dios.

En este sentido readquiere su'vieja dimensión de vida común en sociedad o relación interhumana en la polis; va más allá que la estricta interpretación moderna de la política entendida como ejercicio de poder, por encima de la multitud, a fin de crear unidad en función de la eficacia en la solución de los problemas de la producción, o la regulación de los conflictos en la esfera de la vida productiva en la que el Estado es un administrador que se torna la única instancia capaz de trazar orden y eficacia en la vida social y en medio de la lucha por la satisfac-ción de sus necesidades.

La "nueva visión de la política" es pensada no desde el horizonte instrumental de la pura eficacia productiva sino desde un horizonte significativo; donde lo que debe estar en juego en última instancia es la dignidad humana del hombre en cuanto ser esencialmente comunitario y libre. "El hombre se hace hombre en plenitud, se hace hombre en la medida en que pueda ser reconocido en su ser fun-damentalmente no manipulable. La instrumentali-zación universal de la vida humana, en la sociedad moderna atrofió, profundamentalmente, esta di-mensión ética de la vida política. " Las CEBs están precisamente recuperando, aunque en una perspec-tiva nueva, a través de la fé, la dimensión de la ética en la vida política."22.

Sin embargo, esto no quiere decir que la política simplemente se identifique con el conjunto de la vida humana. En las comunidades de base, hablan más de la vida que acerca de la política. La vida es para ellos un concepto más rico que política. Inclu-ye el concepto de política como lo definíamos ante-

21Tavares de Almeida M., op. cit., p.147-178. 22Araujo de Oliveira M., "CEBs e Constituiente: um desafio a modemidade", Revista Eclesiástica Brasileira, v.46, fase 183,

septiembre de 1986, pp.591-600.

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riormente pero va más lejos, abrazando dimensiones que no pueden reducirse a lo político, como la experiencia espiritual y el sentido final de la vida de los seres humanos y de la historia. Hablan de la política en relación a poder vivir la vida que se les niega a cada instante.

En esas sociedades donde la muerte temprana e injusta hace parte de lo cotidiano, el interrogante sobre la trascendencia consecuentemente hace parte de esa cotidianidad y lo religioso adquiere una di-mensionalidad diferente. Las comunidades de base son el espacio natural para replantearse ese problema de la trascendencia y al mismo tiempo el lugar para llamar la atención y despertar a realizar acciones que conlleven a evitar esa cotidianidad de la muerte. Por eso en las comunidades de base celebran la vida que, se supone, vence a la muerte, y a la vez son los espacios donde el llamamiento a la actividad política se hace muy acucioso.

La Constituyente, discutida en 1986, fue vista" no como una especie de reorganización del Estado", sino, fundamentalmente, como la búsqueda, hecha por todo el pueblo, de un nuevo modelo de sociedad, capaz en primer lugar de saciar la sed de justicia, de vida digna, de las grandes mayorías marginalizadas. La Constituyente es entonces vista como un gran proceso de re-constitución de las bases de la sociedad brasileña, donde deben desembocar todas las luchas del pueblo en la defensa de sus derechos fundamentales, en defensa de la vida.

B) El sujeto de la política

Las CEBs. usan más el término pueblo (o povo) que el de clase (la clase trabajadora, la clase obrera). Esto tiene dos razones: Primero, porque consideran que en nuestras sociedades el concepto de clase no siempre logra definir con precisión diversas situaciones de distintos conjuntos sociales. Y segundo, porque el cambio social concierne a todo el pueblo entendido como la suma total de los oprimidos y explotados que están relacionados al sistema capitalista imperante, o a través de la integración y explotación, o por la exclusión y marginalización del mismo sistema; pero hacen ver, que este conjunto es algo mucho más complejo que una clase social definida en relación al trabajo. A su vez, insisten que no están solamente explotados económicamente, ni

que lo económico es lo fundamental de la explotación, sino que la explotación es a veces más insoportable a nivel racial, política, sexual, religiosa y culturalmente23.

Los movimientos sociales rurales y urbanos han hecho hincapié en problemas como la defensa de los derechos humanos, el costo de vida, la apropiación de la tierra, el consumo colectivo, la necesidad de servicios públicos elementales como agua potable, energía, servicios de salud, de educación y transporte. Esto los ha colocado en directa confrontación con el estado y expande el concepto de lucha de clases más allá del lugar de trabajo y lo lleva hasta los hogares y las comunidades. Esto nos ayuda a comprender el papel protagónico de las mujeres en los movimientos sociales y en el florecimiento de un feminismo cristiano brasileño y latinoamericano re-lacionado con la lucha social.

En el PT la definición de clase es mucho más clara por su propio origen y conformación "Nosotros no estamos creando un partido de los trabajadores, de los metalmecánicos, sino el partido del pueblo trabajador brasileño, porque nosotros tenemos un concepto amplio de lo que es una persona trabajadora . Incluye profesionales liberales, maestros y un numero amplio de otros grupos en la sociedad que directa o indirectamente viven subor-dinados por el régimen salarial"24.

C) La recuperación de la propia historia

En los grupos tradicionales de derecha o de izquierda, la ideología y la doctrina juegan un papel fundamental porque desde allí se propone la práctica política. Por el contrario, los nuevos movimientos sociales creen en la importancia fundamental de la experiencia personal y del grupo para el desarrollo y crecimiento comunes. Creen que es desde su propia historia desde donde se deben sacar las propuestas que orienten su lucha social.

Están convencidos de que su historia, como grupo social marginal y explotado, ha sido menos conocida porque ignorarlos es un fácil camino de convencerlos a ellos mismos de que no han contribuido en nada al progreso humano. Negándoles el conocimiento de su propia historia o dándoles una versión tergiversada se "les niega como pueblo un

23 Boff L, "Los nuevos caminos de Liberación", Concilium noviembre 1987. 24 Da Silva L..l. (LULA), citado por Tavares de Almeida M.H., op. cit., p.147-178.

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derecho a la identidad porque la historia es una herramienta de autoafirmación y liberación." Insis-ten en la necesidad de la recuperación de su propia experiencia, de la memoria del grupo, su propia historia.

Una concepción de corte teológico, predomi-nante en las comunidades de base, sobre la relación Historia e Historia de la Salvación es un elemento clave para entender esta preocupación central de reflexión sobre la propia experiencia para plantear la acción.

Desde la perspectiva de los cristianos de las comunidades de base, Cristo es Dios en la historia y la historia es el lugar donde los seres humanos encuentran a Dios. La religión le da un sentido a la historia humana pero no la modifica ni cambia sus reglas. Sólo existe una historia y es necesario cono-cerla no solamente para entender el presente y la presencia de Dios en él, sino para que actuando en el presente ser capaces de encontrar a Dios y vivir su amor aquí y ahora.

D) La democracia participativa

El papel concientizador de las CEBs ha contri-buido significativamente al desarrollo y fortaleci-miento de los NMS; sobre todo ellos han cumplido dos importantes funciones: una organizativa y la otra de desarrollar un profundo compromiso para adelantar un proceso de aprendizaje interno de la democracia participativa. (Ver cuadro No.l).

El debate nacional sobre una nueva constitución entre 1985 y 1987 llevó a los miem-bros de las CEBs a promover una amplia discusión en torno a lo que significaba este proceso y a sensibilizar a la nación brasileña con la búsqueda efectiva de una nueva sociedad mediante el establecimiento de una constitución que revisara las relaciones entre los ciudadanos sobre bases de una democracia participativa.

25 Idem.

Esto significa que mediante las diferentes esferas de organización que tiene el pueblo brasileño, éste pueda actuar como grupo de presión y ser oído por políticos y partidos y obtener su apoyo y la defensa de sus intereses." No sólo los trabajadores, sino todo el pueblo brasileño debería hacer parte en el debate político, aún si lo único que hace es estar en el bar tomando "pinga" . Yo no puedo aceptar que los políticos tengan ninguna influencia en los sindicatos pero creo que los sindicatos tienen el deber- derecho de influir en los políticos" :\

Desde su experiencia organizativa en las CEBs y en los NMS, y en el PT.los militantes realizaron una fuerte crítica a la democracia representativa, la que en última instancia consideran como un buen camino para que se internalice, en cada uno de los ciudadanos las prácticas autoritarias en todos los niveles del intrincado tejido social, desde las relaciones hombre - mujer, en el núcleo familiar, en el encuentro de blancos con negros indios, mestizos, en las relaciones de producción, en las prácticas políticas partidarias y en el encuentro de la sociedad con el aparato del estado.

Las comunidades son conscientes de que superar estos viejos hábitos significa inventar nuevos gestos, otras actitudes, comportamientos inéditos, lo

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cual supone el aprendizaje largo y difícil de una pedagogía de lo cotidiano que permita ir descubriendo logares de aprendizaje de participación y de práctica democrática. Para ellos la experiencia organizativa de pequeño grupo y la revisión constante de la práctica,en todas las esferas, es un punto de partida 26.

Por eso sea dicho que las comunidades de base han sido escuelas de los sedientos de democracia participativa. La experiencia colectiva y el desarrollo democrático de las tomas de decisión en la comunidad, han sido trasmitidos al gran movimiento social a través de las actividades de los miembros de las CEBs en los diferentes NMS organizados y promovidos por ellos mismos o en los cuales han participado, y de ahí, al P.T.

Este lento aprendizaje de la democracia participativa, ha sido uno de sus aportes más significativos a la vida política. Las CEBs son, desde un mero análisis socio-político, catalizadores que sirven a un proceso político y ético más amplio y en plena gestación.

2) La estructura organizativa La cabeza del movimiento emergente no es un líder

ni una nueva versión del caudillo. El o ella es simple y humildemente un animador de la comunidad, un coordinador o catalizador de la dinámica procedente de la experiencia de la comunidad. (Ver cuadro No.2).

A) El nuevo tipo de dirección no es autoritaria porque:

a) Los coordinadores o animadores ocupan una posición subordinada como promotores o articuladores del movimiento que los precede a ellos y viene desde la base. Ellos no son jefes de grupo, dictando orientaciones y proponiendo objetivos y dando órdenes. Ellos son elegidos por "el pueblo" en los grupos de base llamados núcleos y no co-optados o simplemente impuestos.

26 Gómez de Souza L.A., "0 lento e penoso aprendizaje da practica democrática", Revista Eclesiástica Brasileira, v.46, tase. 183, septiembre 1986, pp.591-600.

b) Pasan sus funciones que ejercen de manera transitoria y nunca permanente de forma de que no haya posibilidad de que se mantengan fijos en sus puestos, para impedir la posibilidad del abuso del poder y removerlos de los mismos con facilidad.

c) Se ejerce la dirección colegiadamente, esto es, compartiendo las responsabilidades con otros para de esa manera prevenir cualquier abusiva concentración del poder.

En resumen, este tipo de dirección está perma-nentemente sujeta a tres mecanismos de control: elección por la comunidad, revocabilidad y división del poder. Estos mecanismos son complementados por otros tendientes a salvaguardar el ejercicio de la autoridad como servicio: ausencia de salario, periódico y público rendimiento de cuentas de sus funciones, consulta directa y general con las bases sobre problemas y situaciones importantes.

B) Representación desde la base

En los círculos más activos y dinámicos ha crecido instintivamente un rechazo a los líderes provenientes de afuera, es decir, de otro sector de la sociedad que se presente como guía del pueblo o líder del proceso. Existe una fuerte consciencia de

CUADRO No.2

La estructura organizativa

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que se dio una estrecha alianza de los movimientos sociales del área rural y urbana y sectores progresistas de la Iglesia Católica. La idea de formar un partido que canalizara las demandas de varios movimientos populares fue discutida en 1979, cuando el gobierno intervino en los sindicatos de San Bernardo del Campo y en varios Bancos de los sindicatos obreros y mostró la extrema necesidad de cambiar las reglas del Código Laboral. ......

El P.T. fue sin duda el partido que tuvo una mayor identificación de clase entre todos los partidos de la oposición; también fue el único que siempre contó con un importante número de intelectuales y con el movimiento estudiantil.

En gran medida, debido a la presencia en el Partido de muchos miembros de las comunidades de base, el PT siguió un formato organizacional muy similar al desarrollado por éstas. Dada la ley de partidos, la estructura organizativa prevista era la tradicional: vertical-autoritaria, pero la organización fue compuesta por células a nivel de la base -los núcleos del partido- donde se determinaba la estructura organizativa y orientaciones generales del partido, como ya hemos visto y que se organizó en forma paralela a la exigida por la ley de partidos.

Cada núcleo en cada barrio, fábrica o área cam pesina, designaba alguno de sus miembros para participar en la coordinación regional y formar el comité del estado. Todos los delegados participaban en una convención del estado con un carácter "in formal" para decidir los asuntos de interés común, y estos mismos delegados participaban en conven ciones nacionales. Por medio de este proceso, el programa y la plataforma electoral del partido po dían reflejar las propuestas que habían sido discuti das en miles de núcleos en todo el país y luego las propuestas finales eran nuevamente votadas en con venciones de municipios o sectores, regionales y nacionales. De esta forma, el PT fue el único partido de oposición que se inventó la manera de establecer una organización paralela. Por un lado se las ingeniaron para seguir todo el intrincado camino establecido para poder funcionar como partido legal y, por otra, la orientación política y administrativa del partido era previamente establecida en reuniones informales a niveles locales regionales y nacionales. A pesar entonces de establecer una estructura que tomara decisiones en la cúpula, el partido, previa-

mente lograba desarrollar una fuerte participación y discusión en los núcleos y en las reuniones locales, regionales y nacionales, enfatizando siempre en el desarrollo de una conciencia crítica y participativa de todos los militantes.

El PT definía su función como la manera de hacer viables las demandas de los marginalizados y no-privilegiados por el sistema. Sobre todo, el partido buscó incrementar todas las oportunidades posibles para lograr la participación política y el compromiso activo de aquellas personas que nunca habían participado en política formalmente y a ningún nivel. Se intentó canalizar las demandas provenientes de los más marginalizados y de diferentes regiones a fin de lograr adquirir fuerza política nacional e incrementar el nivel de representación política. Por otra parte, no se trataba tampoco de absorber las organizaciones sociales del movimiento popular sino de crear un canal para que estos movimientos pudieran tener una significación nacional respetando los roles específicos de las organizaciones e instituciones que componen la base social del PT.

El P.T. fue sin duda la organización política más novedosa y al mismo tiempo más nueva que no contaba ni con la experiencia política organizativa que tenían otros grupos, ni con los recursos econó-micos de sus militantes, ni con las maquinarias antiguas de los otros. Sin embargo, su esfuerzo organizativo dio sus frutos convirtiéndose en el tercer partido de la oposición, con más de medio millón de miembros en 1980, eligiendo a la primera mujer alcaldesa en 1985 en Fortaleza, capital de Ceará, en 1988 con otra mujer ganaron también la alcaldía de Sao Paulo, la ciudad más populosa de Brasil, y lograron el 47% del total de los votos en las elecciones presidenciales de 1989.

Sin embargo, a pesar de su avance electoral no fue esto lo más significativo del PT, sino el consi-derar, por encima de todo, en convertirse en una verdadera escuela cívica donde los ciudadanos, que siempre habían sido excluidos y marginalizados por las estructuras políticas de los partidos, pudieran aprender a participar libremente y a comprometerse en la organización política partidaria.

Las transformaciones políticas a su vez, también influenciaron la realidad religiosa. Las exigencias de cambio en las actitudes sociales, políticas y eco-nómicas, inherentes en el proceso de conscientiza-

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ción y práctica política originaron el cambio en la reflexión teológica. El compromiso con los pobres se profundizó y la reflexión lograda a través de la revisión de vida en pequeñas comunidades, cimentó y desarrolló el camino de la Teología de la Liberación.

Esto les permitió, por una parte, encontrar nuevos caminos para vivir su experiencia religiosa y por otra, integrándose en la lucha contra el autoritarismo, lograron crear, junto con otros disidentes, nuevos espacios sociales y políticos para que la socie-

dad civil brasileña se enfrentara al dirigismo estatal autoritario y que se convirtiera en una alternativa de poder. Ello no excluye la existencia de otras corrientes, al interior del propio catolicismo brasileño, que no comparten esta perspectiva religiosa ni acompañan el proyecto político propuesto por el P.T., ni tampoco, la presencia de otras corrientes religiosas, especialmente evangélicos, que si se han compro-metido en un esfuerzo pastoral y teológico similar, y políticamente han adherido al Partido dos Trabal-hadores.

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R E S E Ñ A S

LA OFENSIVA EMPRESARIAL

Industriales, políticos y violencia en los años 40 en Colombia

Charles Bergquist. Profesor, Universidad de Washington

ste libro, escrito por el joven historiador colom-biano Eduardo Sáenz Rovner, cumple dos fun-

ciones muy importantes. Toma como punto focal una era fundamental de la historia nacional y mundial, los años 1945-1950, cuando los procesos inte-rrelacionados de la reestructuración capitalista, re-presión de sindicalismo de izquierda y el surgimiento de la Guerra Fría se combinaron para crear el orden de la posguerra que apenas comienza a desentrañarse del todo en nuestra época. Y construye sus análisis sobre la base de una variedad de fuentes archivísticas hasta ahora casi inexploradas, en especial los archivos de la nueva fuerza institucional más importante de la vida económica y política colombiana, la Asociación Nacional de Indus-trialies (ANDI), fundada en 1944. El resultado es una interpretación sugerente y muy original de los temas centrales de este período, sobre todo la sociedad colombiana durante más de una década después del asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gai-tán en 1948, y que ha influido sobre prácticamente todos los aspectos de la vida nacional en los decenios siguientes.

Por lo general, la violencia que brotó en la era de la posguerra en Colombia ha sido analizada en términos nacionales. Sáenz Rovner muestra, sin embargo, que fue un hecho netamente colombiano ligado a procesos hemisféricos e internacionales más amplios. El más importante de éstos fue una reestructuración básica del capitalismo mundial, a fin de acomodar los cambios propiciados por el decenio de depresión económica mundial que siguió a 1930, y por el estallido y desenlace de la guerra mundial, que convirtieron a Estados Unidos en la principal potencia económica y militar del mundo.

Uno de estos cambios fue el crecimiento y di-versificación del sector industrial en muchas de las naciones más grandes y desarrolladas de América Latina, como Colombia. "La dimensión social de este proceso fue el surgimiento de poderosos inte-reses industriales en estas naciones. Estos intereses no podían contemplar un retorno a la sencilla divi-sión internacional del trabajo vigente antes de 1930, según la cual países como Colombia dependían predominantemente de la exportación dé productos primarios agrícolas y minerales y compraban, a cambio la mayor parte de sus bienes manufactura-dos en los centros industrializados del sistema mun-dial sobre todo en Estados Unidos y Europa Occi-dental.

Sáenz Rovner muestra con detalles abundantes y persuasivos cómo esa división internacional del trabajo clásicamente liberal anterior a 1930 no podía ser recreada en Colombia, pese al hecho de que allí como en Estados Unidos había grupos poderosos a los cuales les hubiera gustado hacerlo. Demuestra cómo los industriales colombianos, sobre todo las empresas textileras de Medellín, estaban muy cons-cientes de sus intereses como sector de una clase capitalista tradicionalmente dominada por los cafi-cultores y por las empresas comerciales de exporta-ción-importanción. Señala cómo, después de funda-da la ANDI, actuaron decididamente en un frente amplio para proteger y expandir aquellos intereses. Pagaron a periodistas, intelectuales y políticos para persudir la opinión pública de las bondades de la industria nacional. Concebían la legislación nacio-nal, las políticas comerciales como instrumentos diseñados para apuntalar su posición como produc-

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tores oligopólicos en un mercado nacional protegido y altamente lucrativo.

Sin embargo, según demuestra Sáenz, su búsqueda de aliados políticos leales fue lo que las mayores y más alarmantes implicaciones tuvo. Fueron abandonando los sectores principales (y moderados) de los partidos Liberal y Conservador, los cuales tendían a reflejar los intereses de los caficul-tores y los exportadores-importadores. Dominaban tanto el Congreso colombiano como los gabinetes bipartidistas del presidente conservador Mariano Ospina Pérez, elegido en 1946. Los dirigentes de la ANDI también se opusieron firmemente a la facción del Paritdo Liberal dirigida por Gaitán, pues la atención que este último prestaba al bienestar de los consumidores colombianos y a los intereses agrícolas amenazaba su proyecto proteccionista. Finalmente, adhirieron a la política de los elementos más reaccionarios del Partido Conservador, dirigido por Laureano Gómez. En 1950, dicha facción, que controlaba el ejecutivo, asumió poderes dictatoriales y se empeñó en un esfuerzo concertado pra eliminar tanto la resistencia liberal como la influencia iz-quierdista (sobre todo comunista) de la vida colombiana. Después de abolir la legislatura, gobernó por decreto. En este contexto, el gobierno nacional estatuyó las medidas proteccionistas tan ávidamente buscadas por la ANDI desde el final de guerra mundial.

El mérito de esta historia revisionista yace en la abundancia de evidencia documental con que Sáenz Rovner sustenta su tesis. La documentación de los intereses de grupos económicos poderosos es algo inusual en la historiografía colombiana, sobre todo en lo que respecta al período contemporáneo. El autor explora no sólo los voluminosos y reveladores archivos de la ANDI, sino también los de otro gremio de formación reciente, la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), cuyos intereses con frecuencias se oponían a aquellos de la ANDI. Complementa estas fuentes con información reveladora del Archivo de la Presidencia de la República, el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y los Archivos Nacionales de Estados Unidos.

El estudio resultante difiere notoriamente de las historias polémicas y someras, sustentadas en una

lectura selectiva de fuentes secundarias limitadas, que suelen ser corrientes en los análisis sobre este período. Tampoco se trata de un comentario teórico sobre la época, diseñado más para avanzar un pro-yecto político e ideológico que para tratar de desen trañar las realidades del momento. Sáenz Rovner utiliza información de ambos tipos de trabajo para reforzar su evidencia archivística y, en especial, para subrayar la intención revisionista de su diser-tación. Sin embargo, el meollo de su tesis proviene de evidencia extraída directamente, como decimos en inglés, "de la boca del caballo". De hecho, el grueso de la historia de Sáenz Rovner es resultado de los protagonistas mismos.

En ningún momento es tan clara esta diferencia como en el trato que el autor da al muy pregonado tema del surgimiento de una burguesía nacional, que gran parte de la historiografía liberal e izquierdista rastrea a los gobiernos liberales del período 1930-1945. Sáenz Rovner analiza y rebate esta posición. Argumenta, por el contrario, que cuando emerge una fuerza que parece y actúa efectivamente como una burguesía nacional - los industriales de la ANDI del período de la posguerra-, esa fuerza está dispues-ta a sacrificar, no sólo los intereses económicos de los consumidores y trabajadores nacional y sus grandes y pequeños rivales dentro de la clase capi-talista, sino también las instituciones políticas de-mocráticas limitadas de las cuales disfrutaban los colombianos a comienzos de la era de la posguerra. Según la interpretación del autor, los industriales no causan directamente la violencia, pero se aprove-chan de ella en formas que ningún investigador anterior ha señalado con tanta precisión.

Siempre presente en toda esta cuestión está el tema de la relación de capitalistas colombianos, especialmente los industriales, con los intereses nor-teamericanos en la era de la posguerra. La informa-ción contenida en este libro, en gran parte extraída de los Archivos Nacionales de Estados Unidos, revela que, además de proteger su propio mercado nacional de textiles, la burguesía industrial colombiana (a semejanza de sus contrapartes en el importante sector cafetero y sus compatriotas en el sector comercial) no tuvo mayores problemas en acomodar sus intereses a los designios estadounidenses

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durante los años de la posguerra. Todos estos grupos capitalistas estaban unidos en torno de Estados Unidos, y respaldaban su política global de aplastar sindicatos laborales fuertes dirigidos por izquierdistas. Todos apoyaban la política de reprimir y eliminar la influencia comunista. A los colombinaos se les permitió preservar y proteger su mercado nacional limitado de textiles porque, según parece, promovieron vigorosamente la inversión extranjera en todos los demás sectores. Al comienzo los inversionistas norteamericanos y su gobierno se interesaban en la explotación de minerales, sobre todo petróleo. No obstante, muy pronto las corporaciones multinacionales de Estados Unidos ampliaron sus inversio-nes hasta incluir una amplia gama de empresas manufactureras.

Como sucede con los estudios históricos revisionistas altamente originales, este libro exhibe algunos excesos y debilidades. Los lectores encontrarán que algunos aspectos del trabajo son más convincentes que otros. Por ejemplo, las fuentes utilizadas por el autor no esclarecen muy bien la relación entre los industriales y los intereses cafeteros, y es posible que la distinción entre unos y otros se haya exagerado. Además, la relación entre la política de los intereses económicos de élite y lo que podría llamarse "la política de la política", la diná-

mica del peculiar sistema político bipartidista co lombiano que desempeña un papel tan preponderan te en la génesis de la violencia, no es muy clara en el análisis, tanto en términos conceptuales como en la narrativa de los sucesos según se van desenvol viendo. Sin embargo, esto no constituye realmente una crítica, pues se trata de un problema que ha preocupado y atormentado los esfuerzos de todos los estudiosos de la economía política moderna de Colombia. Sáenz Rovner ha añadido un caudal de nueva información y análisis convincente al rompe cabezas central de los estudios colombianos moder nos.

Como todos los trabajos históricos buenos, los puntos fuertes -y debilidades- de este estudio giran en torno de sus fuentes, que privilegian una percepción y acción económica de élite, y sólo reflejan oblicuamente las dimensiones ideológicas, políticas y sociales más generales del cambio histórico. Pero es la fuerza de estas mismas fuentes, y la perspicacia con que Sáenz Rovner ha escogido, definido y analizado su tema, lo que hacen de este libro una contribución tan valiosa. Con esta obra, Sáenz Rovner ha abierto líneas completamente nuevas de investigación e interpretación de una coyuntura crucial en la historia colombiana del siglo XX.

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R E S E Ñ A

CULTURA E IDENTIDAD OBRERA

Mauricio Archila Neira.

Cultura e identidad obrera. Colombia, 1910-1945

Cinep, 1992.

a caracterización del proceso de aparición y formación de la clase obrera colombiana ha sido

preocupación constante de quienes se han interesa-do en rescartar esa otra cara de la moneda histórica que constituye la vida de los trabajadores.

Pero, ¿desde qué momento puede hablarse de clase obrera colombiana? Es una pregunta que no ha estado ociosamente en el tapete de discusión, porque la respuesta que se le dé emana la concep ción global que se tenga de la historia contemporá nea del país.

El interrogante ha estado presente porque hasta ahora carecemos de un seguimiento persistente de la huella laboral. Aunque la historiografía regional se torna cada vez más jugosa, el camino por recorrer es muy extenso y todavía continuamos sabiendo más de hombres ilustres que de sucesos callejeros, y más de leyenda adocenada que de verdadera vida cotidiana. En esas condiciones, el intento de trans-cribir la memoria de los trabajadores es inevitable-mente una maroma que voltea el dato de la historia y nos lleva a un mundo en buenos trechos descono-cidos y donde hay el riesgo de que toda "jugada" valga.

Desde hace rato, hay que reconocerlo, los traba-jos elaborados por Mauricio Archila han venido a enfrentar ese riesgo. Su esfuerzo pertinaz por resca-tar la imagen cotidiana y trascendental de la comu-nidad asalariada ofrece mucha confianza debido a la solidez de su premisa teórica y a la eficacia de su metodología. Archila viene escribiendo la historia de los trabajadores colombianos no como alguien que se pone a hacer la tarea escolar; es al contrario:

su construcción histórica va brotando de la labor investigativa sectorial y regional, de la narración que saca de la boca a los protagonistas y de la confrontación a que somete permanentemente sus hallazgos

¿Desde qué momento comienza a percibir el autor la presencia social de los obreros en Colom-bia? En el segundo y tercer decenio del siglo XX.

Ahora bien, en el proceso de creación de nuestra nacionalidad hay una estancia en que el protagonis-mo del pueblo raso tiene un corte, un tajo profundo, a partir del cual muchísimos perfiles protagónicos permanecen todavía en la sombra. Nos referimos a la derrota de los artesanos a mediados del siglo pasado.

Lo que se sabe sobre la suerte posterior de los artesanos, a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, no es enteramente satisfactorio, pero la huella de los trabajadores asalariados está perdida en grandes tramos del camino. ¿Qué ocurrió con las sucesivas oleadas de mano de obra libre que, apa-rentemente, fue exudando la demolición paulatina de los resguardos indígenas? ¿Cómo sucedieron las cosas en el seno de esa masa asalariada minoritaria que subsistió a la sombra del régimen hacendatario? Cuando, a finales de los años 80 de ese siglo, Ma-riano Ospina Rodríguez expresaba el temor de su clase ante el crecimiento impetuoso del proletariado en Europa occidental, ¿también tenía ya motivos para ello en suelo colombiano?. En otras palabras: ¿la economía exportadora del tabaco, el añil, la quina -y el asalariado colombiano moderno nace en la economía exportadora- no arrojó saldos impor-

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tantes -económica y socialmente importantes— de población que sólo podía vivir de la venta de su fuerza de trabajo?.

No es que Mauricio Archila, en su última obra, "Cultura e identidad obrera", haya absuelto ese tipo de interrogantes. Tal vez no ha sido ese su propósito en la verificación de los orígenes de la clase obrera colombiana. Pero él ha encontrado una clave dife rente para penetrar el proceso global de aparición y formación de esa clase.

Hasta ahora los investigadores del asunto ha-bían edificado sus hipótesis más que todo desde el punto de partida del Juego de las fuerzas económicas y políticas, usando en algunos casos premisas ses-gadas por el recurso ideológico.

Archila ha querido hacerlo desde otro ángulo: el de la formación de la identidad de clase. Que no se produce —advierte él— por la sumatoria pasiva de elementos culturales, sino en medio de la confron-tación de los asalariados con las otras clases también en formación, y en particular con la clase dominan-te. Las élites, como prefiere decir.

El camino recorrido para llegar a la clase, desde el campesinado y desde los rezagos del artesanado; la resistencia del obrero a la proletarización, tantas veces comprobada por la investigación social de nuestro medio; la vida cotidiana de las primeras generaciones de obreros; su empleo del tiempo li-bre; su "encuentro" con necesidad de la organiza-ción política independiente: todo contribuye a edi-ficar tortuosa, tercamente, la identidad de la nueva clase social. Lo que el examen minucioso del inves-tigador muestra, es la evolución desde la clase obre-ra como la rara comunidad urbana de "los pobres" hasta la clase obrera orgullosa de la construcción de su país. La Colombia que mostró dolorosamente su modernidad en los escenarios de la guerra de los Mil Días, es el comienzo del relato-interpretación de Archila y su término metodológico llega hasta la zambullida del país en la otra violencia que nos sacó a los escenarios del mundo del subdesarrollo. Entre uno y otro momento tenaz se construyó la identidad, se comprobó la existencia histórica de la clase.

Tarde, más tarde que en los países latinoamericanos de vanguardia, pero quizás con mayor celeridad que en otros lugares, dice Archila.

"Cultura e identidad obrera" es, desde luego ~y así no quiera reconocerlo el autor—, un nuevo es-fuerzo para reconstruir la historia de la clase obrera colombiana. Pero quizás es algo más: es "otra" historia, escencialmente distinta de las anteriores. Nos parece que con esa obra ocurre en nuestra ciencia social cosa similar a lo que sucedió en el terreno de la narrativa con la aparición de "Cien años de soledad" hace más de veinte años. Con esto no pretendemos hacer forzadas similitudes de creación humana, sino advertir que en ciencias sociales, no hay manera alguna de impedir que la calidad del trabajo se imponga finalmente. El libro de Mauricio Archila es una fina labor de localización, interpre-tación y comprobación de elementos con los cuales se tejió una etapa decisiva de la vida nacional. Ha sido una obra proyectada sobre esa espontánea fa-cilidad de Mauricio de sumergirse en el medio social de su trabajo, como otro trabajador masque exami-na y reflexiona en el camino, lejos de toda preten-sión académica. Esa es la ventaja superior que el libro tiene sobre los anteriores intentos de historiar a la clase obrera colombiana.

Han sido diez años de persistente búsqueda de los elementos de la identidad obrera: entrevista, consulta de archivos y documentos, confrontación de hipótesis y testimonios, debates en seminarios en torno a los trabajos preliminares que Archila fue publicando a partir de 1986 y que ahora entran a ser parte sustancial de la obra que aquí reseñamos. Tales " avances" de la investigación principal ya habían evidenciado la importancia de la nueva me-todología empleada, en momentos en que muchos creíamos que sólo la interpretación marxista del hecho social podía ser una interpretación relevante, por no decir valedera. Esta que nos ofrece ahora el catedrático de la Universidad Nacional e investiga-dor del Cinep, es una contribución notable a la flexibilidad y a la democratización del pensamiento político colombiano.

Alvaro Delgado

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TRES DECADAS DE LUCHAS UNITARIAS

Carlos Arango Zuluaga. Tres décadas de luchas unitarias.

Impresol, Bogotá, 1992.

l cronista e investigador Carlos Arango, acaba de poner en circulación su última obra: "Tres

décadas de luchas unitarias". Se trata de un extenso trabajo testimonial sobre la vida y las luchas de los trabajadores colombianos del cemento, la construcción y la madera durante los últimos treinta años. A lo largo de dos años, con financiamiento de la federación sindical nacional de esa rama (Fenaltracon-cem), Arango anduvo cargando su grabadora, su maletín inescrutable y su buen humor por calles y caminos de las principales regiones del país, en busca de viejos dirigentes sindicales. A unos, los más, los encontró todavía activos en su empleo, unos pocos lo recibieron en sus hogares en calidad de pensionados, de otros sólo pudo conocer referencias, por haber muerto ya. -

Los documentos escritos no fueron, ni de lejos, lo más importante. Los que Carlos Arango buscó apasionadamente en esos 24 meses de peregrinaje fue una descripción viva de lo que había ocurrido hace veinte, treinta, cuarenta años, en esas mismas canteras de caliza que ahora visitaba, bajo esos mismos cielos que cubren desde siempre las alegrías y las lágrimas de quienes rara vez aparecen en las páginas de la historia nacional. Como lo relevante del testimonio oral no es su exactitud sino la fuerza de su verdad, el diverso criterio de los testigos en torno a un mismo episodio hace girar el pensamiento y el lector termina por inmiscuirse en el asunto y tomar partido también.

¿Qué ocurrió en esos treinta anos? el rastreo de los

sucesos comienza a mediados de los años 50 y culmina hacia 1986. Sin proponérselo, se inicia en el período de acentuada industrialización y protec-cionismo que siguió a la segunda guerra mundial y finaliza en un tramo de declive del sector industrial y de orden de partida al frenético neoliberalismo que hoy quiere imponerse. Casualmente también las cosas comienzan cuando se dibuja un ascenso de las luchas de los asalariados y terminan en un momento en que el movimiento obrero

colombiano camina hacia su actual crisis de identidad. En el espacio entre esos dos jalones se mueve la que puede considerarse quizás como la más dramática historia del proletariado criollo en la época actual. Los ferrocarrileros y los bananeros habían irrumpido en la escena nacional en el segundo y tercer decenio del siglo: los textileros se dejaron sentir en los años 30 y 40, y el protagonismo político de los petroleros alcanzó su objetivo central a fines de los 40. Los años 60 y 70 conocen el despliege de la economía colombiana, acompañado de mayor desfiguración política y de una nueva y más feroz versión de la tradicional violencia colombiana. Es esa la edad dorada de la competencia sindical por crear ejércitos ideológicos bajo comando de partidos y grupos partidistas. Es el lapso de la vida colombiana en el cual los trabajadores han hecho los mayores esfuerzos por unificar sus fuerzas e identificarse, antes que todo, como asalariados. Los trabajadores de la construcción y los materiales de construcción —y princi-palmente los cementeros— estuvieron en el centro mismo de ese acontecimiento. Dos factores, a nuestro sentir, confluyeron para realzar su figuración: su irrefrenable decisión de colocarse en las posiciones salariales y sociales ya conquistadas por el conjunto de trabajadores de la manufactura, y la insospechada proliferación de cuadros políticos que se operó en sus filas. Este último rasgo fue decisivo para que los cementeros se convirtieran en el sector obrero colombiano más consecuentemente politizado de la

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actualidad. Ello puede explicar quizás porque este sector ha sido el único del país que, en el archipiélago del sindicalismo de empresa, ha logrado plasmar en la realidad una táctica de sindicato de rama industrial; al mismo tiempo, ha sido la parte de la manufactura más afectada por la acción extermina-dora de la "guerra sucia", y la que ha respondido a ellas con la mayor consistencia, si se tiene en cuenta la gran dispersión patronal y geográfica de la rama. En estos dos sentidos, lo que ha ocurrido en materiales de construcción sólo puede equiparse con similar fenómeno en la industria del banano, localizada en una zona geográfica bien determinada.

Lo que uno observa detrás de los testimonios de los obreros es el gigantesco esfuerzo por erigir una organización gremial en medio del atraso de la población laboriosa y la hostilidad de los empresarios. Lo que el libro de Carlos Arango relata es ese itinerario que recorre la mente del trabajador, que viene de los socavones mineros y la agricultura de pancoger de los colonos vecinos y sube hasta las azoteas de los rascacielos con el oficial y su ayudante. Todo en ese itinerario es una labor pesada y agotadora, un trato con máquinas enormes y un constante suspenso en el vacío. La muerte lo acompaña pacientemente en su puesto de trabajo, como maniobra más para ser ejecutada. Allí aparece lo que la gente no conoce: las intimidades de la lucha de los trabajadores, el drama cotidiano de su vida; hasta ahora la historia es solamente la visión de los trabajadores en las calles y plazas y los contados momentos en que las figuras de sus principales líderes aparecen en la televisión. Otra cosa, muy distinta, es lo que acontece en las minas de caliza, bajo las toldas de la huelga, en los corredores de Jas fábricas y en las salas y cocinas de las viviendas obreras. Arango nos ha puesto a "escuchar" la "otra historia" de Colombia contemporánea.

Precisamente esa oportunidad de "escuchar" la historia pone de presente que los avances hacia la modernización del sindicalismo colombiano, enca-bezados en los años 60 y 70 por CSTC, tuvieron a los asalariados del cemento como su eje central. Si hacer política es salir de la propia clase y acceder a las demás clases, a las instancias particulares y al mismo Estado; si es inmiscuirse también en los

problemas de los barrios populares, de las veredas campesinas, de los movimientos cívicos, las amas de casa y hasta los policías, los trabajadores de la construcción y los materiales de construcción han estado sin duda a la cabeza de sus compañeros asalariados en el esfuerzo por politizar la acción obrera. Figuras como Gustavo Osorio, Julio Cesar Uribe, Henry Cuenca, Rafael Cely, Evaristo Casti-blanco, Ramiro Gómez y tantos otros son prueba fehaciente.

A mediados de los años 80, sin embargo, la crisis del sindicalismo perforaba las duras murallas de la ideología de clase. Los testimonios de los líderes cementeros así lo confirman. El relativamente largo proceso que condujo a la unificación parcial del movimiento culminó en el momento más complicado: era la crisis del sindicalismo tradicional y la rápida desaparición del "estado benefactor", pero al mismo tiempo la crisis y el colapso final del socialismo y con el del poder obrero mundial. Ocurrió lo inesperado: del fracaso del estrecho modelo sindical bipartidista no surgió, no pudo surgir, un sindicalismo independiente y democrático, transformado en nueva alternativa política de los trabajadores. En los últimos cinco o seis años, a partir del fracaso de la apertura democrática betancurista, la izquierda colombiana en todos sus matices, se alejó aceleradamente de las posiciones del pueblo. Siguió obrando como sin nada catastrófico hubiera ocurrido en sus filas mundiales, como si fuera posible recuperar el tiempo perdido y poner nuevamente a Marx y Lenin cabeza arriba. Los métodos de lucha tradicionales siguieron presentes en el orden del día. Continuó campante la fraseología contestataria y emocional pese a que los resortes de la economía, el mundo entero de la oferta y la demanda habían cambiado sus mecanismos y comenzaban a obedecer a otros imperativos, los del capitalismo transnacional hegemónico. Los trabajadores colombianos parecen entonces contenidos entre dos prácticas sociales: la neoliberal —demoledora por excelencia de la soberanía nacional y la economía propia, pero con cartas de juego eficaces en sus manos— y la contestataria, que golpea y rebota en las murallas del Estado.

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Los sindicatos, por sí solos, no van a poder salir de esa "encerrona". Las páginas finales del libro de Arango evidencian la impotencia de la masa asalariada para impedir el reflujo de movimientos. Las palabras de los obreros muestran que ellos siguen esperanzados en sus viejas concepciones , probadas en múltiples lides, van a continuar demostrando su

eficacia. No hay sombra de escepticismo, pero tampoco hay una respuesta para lo que ellos mismos constatan: que el grueso de los asalariados colombianos sigue bajo pensando con los elementos de la ideología y la cultura de sus enemigos.

Alvaro Delgado

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