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La traducción de este libro es un proyecto del Foro Purple Rose. No es ni pretende ser o sustituir al

original y no tiene ninguna relación con la editorial oficial. Ningún colaborador —Traductor,

Corrector, Recopilador— ha recibido retribución material por su trabajo. Ningún miembro de

este foro es remunerado por estas producciones y se prohíbe estrictamente a todo usuario del foro el

uso de dichas producciones con fines lucrativos.

Purple Rose anima a los lectores que quieran disfrutar de esta traducción a adquirir el libro

original y confía, basándose en experiencias anteriores, en que no se restarán ventas al autor, sino

que aumentará el disfrute de los lectores que hayan comprado el libro.

Purple Rose realiza estas traducciones porque determinados libros no salen en español y quiere

incentivar a los lectores a leer libros que las editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a

dichos lectores a adquirir los libros una vez que las editoriales los han publicado. En ningún

momento se intenta entorpecer el trabajo de la editorial, sino que el trabajo se realiza de fans a

fans, pura y exclusivamente por amor a la lectura.

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Staff de Traducción

SweetObsession Lalaemk

Mari NC ZAMI

Little Rose LizC

Panchys Eve2707

Vannia Agnes

Agus Aaris

PokeR Susanauribe

Ro0 Andersen Josez57

Vettina Emii_Gregori

Alexiacullen Takara

Xhessii Kathesweet

alexiia☮♪ Jo

Aldebarán Belle 007

Adrammelek

Staff de Corrección

Carol Salu… Lulu…

Rose_vampire Joahannah

Alina Eugenia Klarlissa

Isane33

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Recopilación

LadyPandora

Revisión

Xhessii

Diseño

francatemartu

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Sinopsis …………..….……..6

Capítulo 1…………….……..7

Capítulo 2……….…………19

Capítulo 3………….……....33

Capítulo 4……………….…46

Capítulo 5………….………57

Capítulo 6……………….…67

Capítulo 7………….……...79

Capítulo 8………….……...94

Capítulo 9….……….…….108

Capítulo 10……………….118

Capítulo 11……………….129

Capítulo 12……………….135

Capítulo 13…………………..144

Capítulo 14…………………..154

Capítulo 15…………………..160

Capítulo 16…………………..168

Capítulo 17…………………..180

Capítulo 18…………………..188

Capítulo 19…………………..197

Capítulo 20…………………..205

Capítulo 21…………………..213

Capítulo 22…………………..220

Capítulo 23…………………..233

Capítulo 24…………………..244

Sobre el Autor……………….254

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omo princesa y heredera al trono de Thorvaldor, Nalia ha llevado una vida

privilegiada en la corte. Pero todo cambia cuando se revela, poco después de su

decimosexto cumpleaños, que es una princesa falsa, una sustituta para la

verdadera Nalia, que ha sido escondida para su protección. Desterrada con poco más

que la ropa que lleva puesta, la chica que ahora se llama Sinda debe dejar atrás la

ciudad de Vivaskari, a su mejor amigo, y a la única vida que ha conocido.

Sinda es enviada a vivir con su único pariente vivo, una tía que es tintorera en un

pueblo lejano. Ella es una mujer fría y despreciativa con poca paciencia para su sobrina

recién descubierta, y Sinda demuestra que es inepta incluso con las tareas más simples.

Pero cuando Sinda descubre que la magia corre por sus venas, una magia peligrosa y

reprimida durante tanto tiempo que debe aprender a controlar, se da cuenta de que

nunca podría convertirse en una simple pueblerina.

Al regresar a Vivaskari buscando respuestas, Sinda encuentra su propósito como la

escriba de una hechicera, redescubriendo al chico que la observaba todo el tiempo, y

revelando un secreto que podría cambiar el curso de la historia de Thorvaldor, para

siempre.

Como su primera novela deslumbrante, The False Princess es una fantasía alucinante

llena de misterios, acción y romance.

C

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Traducido por SweetObsession

Corregido por Carol

l día que vinieron a decírmelo, estaba en uno de los jardines con Kiernan,

intentando descifrar un mapa de trescientos años de antigüedad de los terrenos de

palacio. Estábamos sentados en un banco de piedra, con el delicado rollo de tela

extendido entre nosotros. Sin embargo, en vez de mirar hacia los jardines, estábamos

frente a la pared gris que separa el extremo norte de los jardines de las calles de

Vivaskari.

—No puede estar ahí —decía—. Mira, Nalia.

Alcé la vista del mapa para seguir el dedo de Kiernan, que señalaba a la extensión de la

pared frente a nosotros. Una vez tuvo mi atención, se levantó de su asiento en el banco

y se dirigió hacia la pared. Golpeó su puño contra ella, y después hizo una mueca

cómica. Rodé los ojos.

—¿Ves? —dijo—. Aquí no hay nada. ¿Está segura, oh sabia y obstinada princesa, que

está leyéndolo bien?

Suspiré frustrada. Tenía razón. Habíamos examinado esta sección de la pared durante

más de una hora, buscando grietas o abolladuras que pudieran indicar una puerta

secreta, todo sin éxito.

—Estamos dónde dice que debemos estar. Al menos, dónde la parte que puedo leer

dice que debemos estar. —Pasé una mano por mi pelo, tirando de algunos de los

cabellos sueltos de color marrón oscuro, de modo que colgaran por mi cuello—. Son

esas marcas a lo largo de la parte inferior. He mirado y mirado, pero no puedo

encontrar nada que ni remotamente se acerque a estas. No están en ninguna lengua

moderna que conozca, ni siquiera en ninguna antigua. —Lo que era irritante, ya que

conocía bien cuatro idiomas modernos, partes y piezas de otros seis, y lo bastante de

las cinco lenguas antiguas para al menos reconocerlas. Pero esas… runas, no podía

pensar en otra palabra mejor para describir a las rasposas marcas, eran completamente

desconcertantes. No es que hubiera preguntado a nadie más por ellas, ni siquiera a los

E

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bibliotecarios que deberían haber sido los guardianes del mapa. Era un misterio, uno

que Kiernan y yo habíamos descubierto, y estábamos decididos a encontrar la

respuesta por nosotros mismos.

—Podrían decir cualquier cosa —continué—. Podrían decir “haz lo contrario de todo

lo que acabas de leer”. Después de todo, la ubicación de la Puerta del Rey Kelman se

supone que es secreta.

Habíamos intentado encontrar la puerta del Rey Kelman desde la tormenta de nieve

del invierno pasado que había atrapado a la ciudad entera en el interior durante días.

Aunque me hubiera gustado sentarme en frente del fuego en uno de los salones de

palacio con un buen libro, Kiernan se irritó por tener que quedarse en el interior. Y

dado que yo era su mejor amiga, normalmente, la tarea de encontrar maneras de

ayudarle a gastar su energía ilimitada recaía sobre mí.

Así que nos habíamos pasado la mayor parte de los cuatro días de nieve explorando el

palacio, que teniendo más de seiscientos años de antigüedad, tenía suficientes lugares

interesantes para mantenernos ocupados durante cuarenta días. A Kiernan le gustaba

más el arsenal, donde podía examinar las armas de los difuntos reyes y reinas, y dónde

encontramos un pequeño hueco oculto en la pared detrás del escudo de mi tátara-

tátara-abuelo. En el interior del hueco yacía una daga, no mayor que mi mano desde la

muñeca hasta los dedos. Era bastante sencilla y ya que no pudimos imaginar que

alguien la hubiera echado de menos en los últimos cien años, Kiernan se la guardó.

No obstante, fue en la biblioteca donde hicimos nuestro descubrimiento más

emocionante. Después de dos días de exploración, yo había sentido una necesidad

imperiosa y casi abrumadora de leer algo, cualquier cosa y estaba decidida a pasar por

lo menos una hora en la biblioteca de palacio. Kiernan, aunque bastante capaz de leer

un libro, tenía poca paciencia para sentarse y leer. Aun así, me había seguido,

protestando todo el tiempo. Cuando le dije que no hacía falta que viniera, solo se

encogió de hombros y de todos modos me siguió. Aunque no era extraño. Éramos los

mejores amigos, lo hacíamos todo juntos. Él me había metido en líos en los que, de

otra manera, nunca habría considerado meterme, me sacó de mi cascarón de timidez y

cautela, y por mi parte, me aseguré de que leyera un libro de vez en cuando.

Yo había querido mirar un libro sobre la historia del Thorvaldian mágico.

Concretamente, el volumen que yo quería, que abarcaba un lapso de unos quinientos

años pero contenía las teorías mágicas ahora consideradas obsoletas, fue dejado de

lado en una pequeña habitación en la parte de atrás de la biblioteca, arrojado en medio

de una colección de pergaminos y mapas en estado de descomposición. A pesar de que

yo carecía de cualquier tipo de magia, ningún miembro de la familia real poseía la

magia durante cuatrocientos años, siempre me había fascinado. Tampoco es que

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tuviera tanto tiempo como me hubiera gustado dedicarle, siempre había cosas más

urgentes que una princesa tenía que estudiar. Pero he leído lo que he podido, incluso

cuando no entendía nada.

Estaba sentada en una mesa baja, situada debajo de una ventana, tratando de entender

algunas de las frases más arcanas, cuando escuché un repentino golpe y levanté la vista

a tiempo para ver una lluvia de polvo emanando de la pequeña habitación donde había

encontrado el libro. Miré a mi alrededor, segura de que algún bibliotecario vendría

corriendo a investigar, pero nadie lo hizo. Así que me apresuré a la sala para ver a

Kiernan de pie, hundido hasta los tobillos en un montón de pergaminos y libros.

—Solo estaba mirando —protestó antes de que pudiera decir nada—. ¡Se cayeron

solos!

Frunciéndole el ceño, señalé a la pila.

—Ayúdame a limpiar esto antes de que Torvoll llegue aquí. —Torvoll era el director

de la biblioteca de palacio, y un hombre con ideas muy particulares sobre el

tratamiento de los libros, incluso los que nadie había tocado en años.

Trabajamos con rapidez, con los ojos en la puerta, y los habíamos recolocado todos,

menos tres, cuando me detuve. Uno de los rollos se había abierto, la frágil cadena que

lo había sostenido se quebró en su caída al suelo, para revelar un dibujo de los terrenos

de palacio. Al principio, solo eché un vistazo a la escritura que rodeaba la imagen,

pero algo en ella captó mi atención, y cuando miré más de cerca, tuve que tragar saliva

para no jadear.

—Levanta esos. —Ordené.

Kiernan, que sostenía los dos últimos libros, los empujó hacia el estante.

—¿Qué es?

—Te lo diré en un minuto —murmuré. Mis piernas temblaron ante el descubrimiento

y esperaba ser capaz de salir de la biblioteca sin caerme ni tropezar con algo—. Solo

date prisa. —Después guardé el mapa dibujado en un rollo de tela en vez de en papel

bajo el brazo y salí disparada de la pequeña habitación.

—¿No vas a poner eso en su sitio? —preguntó Kiernan mientras pasábamos la mesa

donde había estado leyendo, mi libro reposando todavía sobre ella, pero se quedó en

silencio cuando lo miré. Nos detuvimos detrás de un estante cerca de la entrada para

dejar pasar a un bibliotecario y luego nos deslizamos de la habitación. Los ojos de

Kiernan nunca me abandonaron; a diferencia de mí, casi no tenía que concentrarse en

caminar discretamente por todas las jugarretas que había hecho.

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Finalmente, cuando estábamos a tres pasillos de distancia, dijo burlonamente:

—Yo había oído que hasta las princesas tenían prohibido tomar los libros de la

biblioteca sin el permiso de Torvoll.

—¿De verdad vas a molestarme por infringir las reglas? —pregunté. Mi corazón latía

con fuerza, tanto por la emoción del descubrimiento como por la audacia de mis

acciones. Sin embargo, estaba en lo cierto, nunca me había incitado algo como esto.

Siempre era Kiernan quien me arrastraba hacia el mal. Yo era una chica buena,

tranquila, y seguidora de las normas. La princesa perfecta, si no fuera por mi torpeza y,

a veces, dolorosa timidez.

Kiernan sonrió, sus ojos brillaban.

—Entonces, ¿qué es?

No pude evitar la sonrisa combinada que se apoderó de mi propio rostro.

—Creo que es un mapa de la puerta del Rey Kelman.

Y así la búsqueda había comenzado. El rey Kelman, le había explicado a Kiernan,

había gobernado durante un período tumultuoso en la historia de Thorvaldor, una

época en la que las conspiraciones para derrocar su gobierno abundaban. Así que había

dado instrucciones a su mejor hechicero para crear una puerta mágica escondida en las

paredes exteriores del palacio para que él pudiera escapar si era atacado. No obstante,

de acuerdo con los enigmáticos escritos de ese hechicero, la paz había llegado poco

después de que la puerta fuera terminada y nunca había sido utilizada. Aun así,

Kelman se mantuvo sospechoso, y habló a pocas personas de la puerta. Después de su

muerte, su ubicación se había olvidado.

Ahora ese mapa, también olvidado durante siglos en las pilas de materiales no

deseados de la biblioteca, me estaba dando dolor de cabeza. Cerré los ojos ante el brillo

del sol. —Es un secreto muy bueno. —Me quejé—. No es de extrañar que a Kelman

no le importara que uno de sus asistentes hiciese un mapa, si ni siquiera él lo sabía. Si

nadie puede leerlo, ¿cuál es el daño?

—Tal vez sea un código. O un lenguaje mágico —sugirió Kiernan. Se apoyó

tranquilamente contra el tronco del gran árbol que nos daba sombra, su pelo rubio

oscuro caía sobre su rostro, era la misma imagen de la nobleza ociosa.

—Tal vez. —Reconocí.

Kiernan infló las mejillas con un soplo.

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—Y, ¿estás segura que estamos en el lugar correcto? Porque solo hay una calle de la

ciudad al otro lado de la este muro. ¿Cuál es el motivo para hacer una ruta mágica de

escape si todavía vas a estar dentro de la ciudad una vez que pases por él?

—Bueno, la ciudad era más pequeña cuando Kelman era rey. Antes había bosques

abiertos al otro lado de este muro. Pero hubo ese gran intento de expansión durante el

reinado de…

Hubiera seguido, pero no tuve tiempo para explicarlo con más detalle, ya que el sonido

de pies crujiendo en las pequeñas piedras en uno de senderos del jardín captó mi

atención.

Echando un vistazo por encima del hombro vi a Cornalus, el mayordomo, viniendo a

través del jardín hacia nosotros. Cornalus era un hombre viejo, con el pelo gris cortado

para que rozara sus hombros en un estilo pasado de moda. Había sido el mayordomo

de mi abuela, así como el de mi padre. Siempre había sido muy amable conmigo, y

uno de mis primeros recuerdos es de él pasándome furtivamente un dulce con un guiño

en una muy aburrida ceremonia.

—Buenos días, Su Alteza —dijo formalmente cuando nos alcanzó.

Le sonreí. Era una pequeña sonrisa, mis labios cerrados juntos, no porque no me

cayera bien, sino porque había poca gente aparte de Kiernan que pudiera provocarme

una sonrisa completa, con dientes.

—Buenos días, Cornalus. —Mientras hablaba, casualmente deslicé el mapa hasta que

estuvo oculto detrás de mí, así no vería lo que contenía. Después de todo, era nuestro

secreto, de Kiernan y mío.

—Sus padres solicitan su presencia en el Salón de Thorvaldor —continuó—. Han

solicitado que venga inmediatamente.

Fruncí el ceño, mis ojos fueron a mi regazo. El sol era cálido en mis hombros,

recordaría más tarde, y el banco de piedra duro debajo de mí. Un insecto rayado se

arrastraba por la hierba, deteniéndose confundido cuando encontró bloqueado su

camino por mi pie izquierdo.

Era extraño, pensé, que mis padres quisieran verme en el Salón de Thorvaldor antes del

mediodía, y extraño que debieran enviar a Cornalus a buscarme. Mis padres estaban

normalmente tan ocupados que a veces pasaba varios días sin verlos en absoluto, y

rara vez preguntaban por mí a mitad del día. Ellos reservan ese tiempo para los asuntos

de gobernar Thorvaldor, no para charlar con su única hija.

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Cuando levanté mis ojos, me di cuenta de que ambos, Kiernan y Cornalus, estaban

mirándome. Así que sonreí, un poco forzada esta vez, y me levanté. Un rápido vistazo

a Kiernan y estaba al lado del banco, rodando casualmente el mapa hacia arriba.

—No sé cuánto tiempo me querrán —dije—. Pero te encontraré cuando hayamos

terminado.

Kiernan se encogió de hombros, sonriendo.

—No te preocupes por mí —respondió, y a continuación se alejó, con una melodía

silbada flotando en el aire detrás de él. No tendría ningún problema en divertirse

durante mi ausencia, lo sabía, ya me tomara dos horas o dos días. Con su sonrisa fácil

y rápido ingenio, el hijo del conde de Rithia era el favorito del palacio. Sin importar la

diversión, él estaba ansioso de participar y dispuesto a reírse de sí mismo si fracasaba, e

incluso sus trucos y bromas no afectaban a su reputación. Muchos de los residentes del

palacio, lo sabía, consideraban su mayor hazaña el que fuera capaz de conseguir que

yo, la princesa recluida, me relajara en su presencia.

Seguí a Cornalus a través del jardín, haciéndome igualar a su ritmo lento. Ante

nosotros se alzaba el palacio. Las ventanas de las puertas superiores brillaban en el sol

de la mañana. El asentamiento de la familia real de Thorvaldian no había cambiado

mucho a lo largo de los siglos, añadiendo un ala aquí o una torre allá a regañadientes.

La falta de cambio siempre me había, al mismo tiempo, confortado y perturbado. Por

un lado, era agradable pensar que mis antepasados habían dormido una vez en la

misma habitación que yo dormía y por el otro, ¿no podía uno de ellos haber

encontrado una manera de mantener mi sala de estar un poco más cálida en invierno?

Aun así, era un grandioso edificio, uno del que rara vez me cansaba, y mi hogar.

—¿Tenemos tiempo para detenerme en mi habitación? —le pregunté una vez

estuvimos dentro. Probablemente mi cabello se vería como si los pájaros hubiesen

anidado en él, ya que solo bastaban unos minutos de viento para estropearlo y había

estado al aire libre durante toda la mañana.

Cornalus pareció dudoso.

—Mencionaron que la querían lo antes posible, Alteza.

Me mordí el interior de la mejilla, y asentí.

—Está bien.

Después de un momento, me dejé caer unos pasos por detrás de Cornalus, y entonces

pasé las manos por mi cabello cuando no estuvo mirando. Sin un espejo, no tenía

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manera de saber si lo había dejado mejor o peor, solo podía esperar que estuviera

alisado en lugar de sobresalir como una aureola alrededor de mi cabeza.

—Espere, por favor —dije suavemente cuando llegamos a las enormes puertas de roble

que conducían al Salón de Thorvaldor. Respirando hondo, alisé con las manos la parte

delantera de mi vestido, ajustado el cinturón hecho de enlaces de plata contra mis

caderas estrechas, y palmeé mi cabello una vez más. El Salón de Thorvaldor era la sala

del estado, donde las coronaciones, las audiencias públicas y todo tipo de asuntos

oficiales se llevaban a cabo. Era lo suficientemente grande para albergar cientos de

personas en la planta baja y tenía un balcón. Si mis padres querían verme ahí, debía ser

algo importante. Tal vez algún diplomático de Farvasee o Wenth había traído

inesperadamente un hijo o una hija que necesitara entretenimiento, o tal vez tenía que

ver con la disputa actual entre dos casas nobles sobre quién poseía los derechos de

varias minas del norte. Más que nunca, deseé haber sido capaz de detenerme para

hacerme presentable.

Soplé el aliento que había estado conteniendo. Ya no importaba. Ya no podía hacer

nada por mi apariencia actual, por lo que solo tendría que asegurarme de no tropezar

caminando por el largo y delicado suelo que conducía a los dos tronos en el extremo

de la sala. Asentí con la cabeza a los guardias que estaban de pie a cada lado de las

grandes puertas y se inclinaron hacia delante, precisamente al mismo tiempo que

revelaban la sala.

El Salón de Thorvaldor era largo, de techo alto y revestido con grandes ventanales. A

diferencia de la Gran Sala, donde las fiestas se llevaban a cabo, o la Sala de los Fuegos,

donde los residentes de palacio podían ir a leer o escuchar las últimas canciones o

poemas, el Salón de Thorvaldor rara vez era acogedor. Columnas blancas se

establecían a intervalos, creando un camino amplio que cruzaba el suelo de mármol a

una tarima, donde dos grandes tronos se sentaban. Sin esperar, levanté la barbilla y

caminé hacia ellos. Detrás de mí, oí la puerta cerrarse con un ruido sordo y a

continuación los pasos lentos de Cornalus siguiéndome.

La picazón en mi cuello empezó tan pronto como las puertas se cerraron. Al final de la

sala, mis padres se sentaban en sus tronos, vestidos con sus coronas pesadas del

Estado. Otras dos personas estaban de pie en la base de la tarima. No había nadie más

en la habitación. Tragué saliva. Algo estaba pasando.

Reconocí a los demás mientras me acercaba a la tarima. El hombre mayor era Neomar

Ostralus, el director de la universidad de los hechiceros en Vivaskari y principal asesor

de mi padre en asuntos mágicos. Se veía exactamente como era de esperar que uno de

los hechiceros más poderosos del reino luciese, con su blanca barba salpicada, ojos

penetrantes y oscuros, y movimientos arrogantes. Junto a él, alta y erguida, cabello

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oscuro, brillante y fijado como una corona sobre su cabeza, estaba Melaina

Harandron. Melaina era considerada como la sucesora más probable de Neomar, tanto

como directora de la universidad como concejal de embrujo de mi padre. También era

una mujer de la nobleza, la baronesa de Saremarch, y era muy hermosa. Ambos

vestían ropajes negros, indicadores de maestros hechiceros.

Yo nunca había tenido mucho contacto con ninguno de ellos, aunque Melaina vivió en

el palacio algunos años y Neomar lo visitaba casi todos los días. Neomar se mantuvo

ocupado al frente de la universidad y como asesor de mi padre, lo que le hizo rápido en

sus relaciones con casi todo el mundo. Siempre sentía que le robaba demasiado de su

tiempo, cuando hablaba con él, como si a pesar de que fuera la princesa, no era lo

bastante importante para él. Y Melaina tenía una manera de mirarme que me hacía

pensar que podía mirar dentro de mi cabeza, una mirada fija, sin parpadear, que me

desalentaba un poco. Era hermosa, sus movimientos gráciles tan engañosamente

lánguidos, me hacían sentir aún más torpe en su presencia. Aun así, ellos eran

personas importantes, y verlos allí hizo que las espinas de mi cuello se afilaran.

Asentí con la cabeza a ambos al pasar y, por el rabillo de mi ojo, vi que Cornalus había

ido junto a ellos, pero entonces dirigí toda mi atención a mis padres.

—Sus Altezas —dije formalmente cuando me detuve a pocos metros de la tarima.

Después:

—Madre, padre.

—Nalia —dijo mi madre. Sin embargo, no sonrió mientras lo dijo, y me pareció oír un

retén en alguna parte del fondo de su garganta, aunque se había ido tan rápido que no

pude asegurarme—. Tenemos algo que decirte.

Echó una mirada a mi padre, un movimiento tan agudo que me hizo parpadear. Mi

madre era delicada y agradable, para nada tan rápida ni firme. Mi padre bajó la mirada

como como si estuviera cogiendo fuerzas para algo, y cuando levantó la vista, llevaba

puesta la cara del rey, fuerte, firme y fría.

—Ya sabes —dijo—, que cuando nace un niño o niña en la casa real el oráculo de

Isidros hace una profecía acerca de ese bebé.

Asentí con la cabeza lentamente. Por supuesto que lo sabía, todo el mundo lo sabía. El

oráculo de Isidros era el canalizador para predecir del Dios Sin Nombre. Personas de

todo Thorvaldor e incluso de más allá buscaban al oráculo como guía, a veces, si el

Dios lo decretaba, se recibía una respuesta. Pero para un niño de la familia real, el

Dios Sin Nombre siempre enviaba una profecía antes del nacimiento del bebé. A veces

eran específicas, diciendo la forma de la muerte del niño o de un particular triunfo en

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la guerra, pero normalmente eran muy generales de modo que el significado era

debatido durante años.

—¿Puedes decirnos la profecía dada para ti?

Una vez más, asentí con la cabeza, me sabía las palabras de memoria.

— Mucho y bien deberá reinar. La guerra no deberá tocarla, tampoco el hambre, ni la

peste.

Mi padre sonrió, pero era una sonrisa frágil, sin consuelo.

—Una agradable profecía —dijo—. Pero falsa.

— ¿Qué? —¿Mi profecía era falsa? ¿Me habían llamado para decirme esto?

Pude oír el menor de los temblores en su voz, pero él continuó sin parar.

—Antes del nacimiento, cuando la reina estaba aún lo suficientemente bien como para

viajar, viajamos al oráculo, y nos dio la profecía del Dios. Pero no fue la profecía que

acabas de proclamar. La verdadera profecía fue una de sangre. —Mi corazón latía en

el pecho, y apenas podía escuchar a mi padre sobre la ráfaga de en mis oídos—. De

acuerdo con el oráculo, existía la posibilidad de que la princesa pudiera morir,

asesinada, antes de su decimosexto cumpleaños. No era seguro, pero la posibilidad era

lo bastante grande que, cuando solicitó el presagio, todo lo que el oráculo vio fue

sangre, a y la princesa muerta en esta sala.

Pero tengo dieciséis años, pensé vagamente, a pesar de que parecía que no podía hablar.

¿Es eso lo que quieren decirme, que ahora estoy a salvo?

Mi padre continuó, ganando velocidad a medida que hablaba.

—Había sido una concepción difícil... y un parto aún más difícil. Los médicos nos

habían dicho que era poco probable que la reina diera a luz a otro niño. La princesa

era la única heredera. Tuvimos que mantenerla a salvo, sin importar lo que costase.

Así que ideamos un plan.

Yo quería frotar mi cabeza con la mano, pero me las arreglé para mantenerla a mi

lado. ¿Por qué sigue diciendo eso? La princesa. Como si yo no estuviera allí. Y si ahora

estoy a salvo, ¿por qué parece tan serio?

—Después del nacimiento, pusimos nuestro plan en acción. Solo unas pocas personas

habían visto al bebé y una niña se parece tanto a otra. —Se detuvo en seco, con los

ojos fijos en los míos. Cuando volvió a hablar, su voz sonaba cansada, como un

hombre al final de un largo viaje—. Escondimos a la princesa para que estuviera a

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salvo hasta después de su decimosexto cumpleaños. Y nosotros la reemplazamos con

otro bebé, una princesa falsa. Tú.

Me tambaleé. El Salón de Thorvaldor se inclinó, la luz de las ventanas se oscureció y

brilló, cegándome. Entorné los ojos ante el repentino brillo y mientras lo hice, la

habitación pareció cambiar, cambiando su forma familiar hasta que ya no estuve

segura de conocerla.

—¿Qué? —jadeé. Mi garganta era demasiado pequeña, sin aire suficiente entrando a

través de ella y no podía respirar—. ¿Cómo? Yo no… yo no…

La reina había ocultado el rostro entre sus manos y el rey colocó una mano sobre sus

hombros.

—No podíamos enviar lejos a la princesa, porque entonces cualquier maldad que

hubiera sido prevista simplemente podría ir a buscarla. Tuvimos que hacer que

pareciese que ella estaba aquí, viviendo en palacio. Había un hechizo —explicó—,

para hacerte parecer a la princesa ante cualquier ojo, mágico o de cualquier tipo.

Habías sido escogida porque era probable que te parecieras a ella a medida que crecías.

Pero el hechizo te dio su marca de nacimiento y el aspecto que haría que cualquier

hechicero perspicaz creyera que eras de sangre real. Nuestra hija. Pero ya es hora de

que sea eliminado.

Neomar dio un paso adelante, con la mano en alto. No me habló mientras sostenía su

mano por encima de mi frente, sus ojos intensos, negros, fijos en mi cara.

Detente, quise decir, pero Neomar ya estaba murmurando algo entre dientes. Un

hechizo, me percaté, y uno difícil, por el sudor que se había perlado sobre su frente

arrugada.

Una neblina dorada floreció a mí alrededor, haciendo difícil ver. Traté de decir que no,

pero la palabra no venía. La niebla dorada brilló de repente, y algo dentro de mí, algo

que ni siquiera sabía que estaba allí, cayó, como una capa deslizándose al suelo.

Después la bruma de oro se desvaneció y Neomar dio un paso atrás, con las manos

contra su pecho.

Temblando, tendí el brazo izquierdo, moviéndolo de tal manera que la palma estuviera

hacia arriba.

Yo había tenido la marca de nacimiento durante todo el tiempo que puedo recordar.

Tres pequeños puntos rojizos casi en forma de triángulo en el brazo interno, justo por

debajo de la curva del codo. Mientras observaba, las marcas se desvanecieron poco a

poco, disminuyendo hasta que solo quedó la piel inmaculada.

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— Es un truco —dije, pero débilmente.

—Sí, lo era —dijo el rey—. Pero un truco para engañar al mundo. Y por lo tanto

también tuvo que engañarte. — Su rostro se suavizó durante un momento, y tuve el

impulso de correr hacia él, como lo hacía cuando era una niña. Pero entonces se

ocultó, se convirtió en la cara del rey y no en la de mi padre.

—¿Quién lo sabe? —pregunté con voz apagada.

—Tan pocas personas como fue posible. —Hizo un gesto a los dos hechiceros.

Neomar todavía estaba respirando con dificultad, con Melaina sosteniendo su brazo

con preocupación, pero levantó la vista hacia las palabras del rey—. Acudimos a

Neomar, pero el plan fue de Melaina. Ella era un talento, incluso entonces. Ellos y

Flavio, el director de la biblioteca de la universidad y un gran hechicero por derecho

propio, crearon el hechizo y lo lanzaron. Uno de ellos renovaba el hechizo cada pocos

años cuando se hacía más débil, y luego se removió de tu memoria la renovación.

Puesto que Flavio murió hace siete años, Neomar y Melaina son los únicos que lo

supieron, hasta ahora. Incluso Cornalus lo ha descubierto hoy mismo.

— Y la… —Me interrumpí, incapaz de terminar la frase, de pronunciar el nombre que

había pensado que era mío.

El rey pareció entender lo que había estado por decir.

—Nalia ha sido criada en un convento, a cierta distancia de aquí. Melaina la llevó allí

unos días después de su nacimiento. Ella ha creído que es huérfana, pero con un

patrón noble. Ninguna de las hermanas del convento sabe algo diferente. Se le ha dado

la educación de un noble y enseñado tan bien como la princesa que debiera ser. Se le

dijo que algún día llegaría a la corte, ya que su patrón así lo quería. Era más seguro

para ella no saberlo.

—¿La han visto? ¿Van a visitarla?

El rey cerró los ojos.

—No. Melaina y Neomar la han visto unas cuantas veces. Cada pocos años, uno de

ellos iba al convento, disfrazado por arte de magia, para renovar el hechizo sobre ella y

después borrar su memoria. Pero no hemos visto a nuestra hija desde su nacimiento.

Nuestra hija, pensé. Y entonces: Él la llamó Nalia.

Me sentía cansada, más cansada de lo que había estado alguna vez en mi vida, así que

era difícil mantener mi cabeza en alto y aún más difícil hacer mi siguiente pregunta.

—¿Quién soy yo? Si yo no soy ella, entonces, ¿quién soy?

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—Melaina te encontró. Ella buscó durante un día, en busca del bebé correcto. Tu

padre era un tejedor de la ciudad. Lo convocamos, le contamos nuestro plan. Él te dio

a nosotros de buena gana, y luego Neomar alteró su memoria, para que pareciera que

su bebé había muerto. —Ante mi exhalación de sorpresa dijo, un poco a la defensiva—

. Era más seguro. Cuantas menos personas supieran...

—¿Y mi madre? —La pregunta fue corta y calmada—. ¿También ella me entrego?

El rey negó con la cabeza.

—Él no mencionó a su esposa.

Apreté las faldas de mi vestido en mis manos. Era demasiado, demasiado para

comprender.

—¿Él vive todavía?

Una vez más, ese destello de tristeza se asomó en el rostro del rey.

—No. Murió hace algunos años, en la casa de su hermana en Treb.

La luz de las ventanas se presionó contra mí, tan brillante y afilada como el diamante.

Estoy sola, pensé mientras miraba alrededor de la sala. Todo esto, toda mi vida, era un

sueño. Y se está terminando.

—¿Cuál es mi nombre? —pregunté.

Por primera vez, la reina se agitó, levantando la cabeza para mirarme.

—Sinda —dijo, con voz débil—. Dijo que tu nombre era Sinda.

—Sinda —susurré. Esperé a que la palabra tuviera sentido, que llenara el espacio vacío

dejado cuando la neblina dorada se hubo retirado.

Sin embargo, el nombre simplemente se desvaneció, llenando la nada, perdido en la

sala de techos altos de Thorvaldor.

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Traducido por Mari NC & ZAMI

Corregido por Carol

e detuve en la ventana de la habitación que ya no era mía. Debajo de mí, dos

de las damas de la reina caminaban a través de los jardines, sus tres hijos

correteando de allá para acá por los senderos. Una de las damas se detuvo para

hablar con un joven vestido con la túnica verde de un hechicero novato, tal vez un

estudiante noble en la escuela que venía a visitar a sus padres. Seguía haciendo buen

tiempo fuera, lo sabía. Si presionaba mi mano contra el panel de la ventana, podía

sentir el calor filtrándose a través del cristal. Pero adentro, tenía frío, tanto frío que

pensé que podría romperme si me movía demasiado rápido.

Había habido una reunión del consejo, con todos los consejeros del rey y todos los

nobles de alto rango que actualmente estaban en palacio. Me había quedado al lado del

rey mientras explicaba la verdadera profecía a las personas reunidas en la sala. Yo

había sostenido mi brazo para mostrar la desvanecida marca de nacimiento y me

escuché a mí misma decir que yo no era la princesa en medio de exclamaciones de

sorpresa. Entonces había estado justificada. Había oído decir al rey, cuando salí de mi

habitación, que Nalia estaría llegando esa tarde.

Eso había dolido, eso me había pillado por sorpresa. Había pensado, en la hora más o

menos que tomó reunir al consejo y los nobles en la sala para la revelación, que nada

podía herirme más de lo que ya lo estaba. Mi pecho se había sentido apretado, como si

estuviera siendo aplastado por dos manos gigantes y mis ojos se habían quemado con

lágrimas no derramadas. Seguramente nada podría hacerme sentir peor, más perdida y

sola de lo que lo hacía. Pero había dolido más aún cuando me puse delante de esa

multitud y escuché al hombre que creía mi padre desconocerme.

En el exterior, la dama que hablaba con el hechicero vestido de verde se echó a reír.

No pude oírla, pero pude imaginar lo ligera y despreocupada que parecía.

Por ahora, el dolor que había sentido en la sala se había desvanecido a un

embotamiento sordo, por lo que podría haber estado moviéndome por el mundo

M

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20

mientras me encerraba en lana gruesa. Nunca estaría de pie aquí de nuevo, pensé.

Nunca caminaría por los jardines, ni comería con Kiernan, ni dormiría en mi cama.

Tuve que salir. Mi padre; no, el rey, recordé, había explicado que no debía haber

confusión cuando Nalia llegara. Así que tenía que irme. Mi tía seguía viviendo en Treb

y podía ser adoptada por ella. Eso sería rápido, como la ruptura de un miembro, de

modo que la lesión se cura más rápidamente, había dicho.

Se oyó un golpe en la puerta, y me sobresalté, una mano volando y golpeando en el

alféizar de piedra.

—Adelante —dije una vez que había dejado de apretar mis dientes, y un momento

después dos mujeres del servicio, a las cuales apenas reconocí, entraron en la

habitación.

—Estamos para ayudarla a hacer las maletas, mi señora —dijo la primera. Era la más

vieja de las dos, su cabello era negro, veteado con gris, y hablaba con total naturalidad.

La segunda, más joven, me miró con los ojos desorbitados y muy abiertos.

Normalmente, mis propias damas de honor me habrían ayudado a prepararme para el

viaje. Pero nada era normal, ya no, y ellas probablemente estaban preparándose para la

llegada de la Nalia real.

—No soy la señora de nadie —dije—. Ya no.

La primera mujer asintió con la cabeza, aunque una mirada de preocupación pasó por

su rostro.

—Como usted quiera, señorita. —Ella miró significativamente a la mujer más joven, y

las dos se fueron a trabajar, reuniendo algunas de mis ropas más sencillas y

doblándolas dentro de un pequeño baúl.

Mi mano todavía estaba escociendo, me di cuenta mientras miraba, y levanté la otra

para masajear y quitar el dolor. Yo nunca fui muy parecida a una princesa de verdad,

pensé. Siempre había sido demasiado tímida, demasiado torpe, poco refinada. Más

cómoda en la biblioteca que en un banquete, por lo que era más probable que me

cayese por las escaleras o me golpeara las espinillas al levantarme de una silla. Mi

cabello siempre estaba desordenado y en mis ojos y mis dedos siempre cubiertos de

tinta. Una verdadera princesa no sería así. Debí haberlo sabido. Debí haberlo

adivinado.

Les llevó sorprendentemente poco tiempo empacar las cosas que me serían permitidas

tomar. Cuando hubieron terminado, las mujeres levantaron el baúl, asintieron hacia

mí, y se fueron. Ya que no me habían indicado que debía seguirlas, me quedé donde

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estaba, mirando por la ventana. Después de un tiempo, hubo otro golpe en la puerta.

Cuando fui a abrirla, me sorprendí al encontrar a Cornalus allí.

—Es hora de irse —dijo simplemente. Se apoyó en un alto bastón, uno que no había

estado usando cuando había venido a buscarme desde el jardín esta mañana.

Asentí con la cabeza, di un último vistazo a mi habitación y salí al pasillo.

Debí haber sabido que el rumor viajó rápidamente por palacio, pero no me había dado

cuenta de lo rápido. Había sido de Kiernan, antes, de quién se arrastraban rumores, no

de mí. Pero no había nadie, al parecer, que no supiera que yo ya no era su princesa.

Cada par de ojos se clavaron en mí a medida que me acercaba, y una vez que había

pasado, el murmullo comenzaba. Esto hizo arder mi cara, pero levanté la barbilla,

mandíbula apretada y marché con Cornalus.

Fue solo cuando pasamos por una ventana que daba a la entrada principal del palacio

que titubeé. A medida que pasaba, miré afuera para una última mirada de la gran

calzada de piedra que pasaba por delante de las puertas y hasta las anchas escaleras en

la puerta de palacio. En la base de los escalones, el rey y la reina esperaban. Mientras

observaba, un carruaje elegante tirado por cuatro caballos blancos se acercó. El

conductor frenó a los animales, y entonces un lacayo se adelantó para abrir las puertas

del carruaje.

Una chica emergió. Estaba vestida con un traje rojo y su cabello oscuro caía desatado

por su espalda. Ella se movió suavemente, con gracia, como un ciervo saltando por el

bosque. Hizo una pausa por un momento, y el rey y la reina se acercaron a ella con las

manos extendidas. Ella se giró para ofrecer sus propias manos y alcancé a ver su

rostro.

Se parece a mí, pensé. Entonces Nalia sonrió a algo que la reina había dicho. Era una

sonrisa fácil, de las que se da a menudo, simplemente porque la hacía feliz hacerlo. En

la ventana, curvé mis propios labios hacia adentro, mi mano yendo instintivamente

hacia mi boca.

No. Yo me parezco a ella.

Afuera, el rey y la reina condujeron a Nalia hacia las puertas del palacio, donde se

perdieron de vista. El carruaje se alejó, dejando vacío el espacio donde la familia había

estado. El dolor en mi pecho comenzó a palpitar de nuevo, despacio, pero con

creciente intensidad, propagándose desde mi pecho a través de mi cuerpo. Solo cuando

Cornalus me tocó suavemente en el brazo se alejó.

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Mi propio coche esperaba en las caballerizas. Era un medio de transporte sencillo,

limpio y práctico, para nada como el dorado que había traído a la princesa desde su

hogar-convento. El baúl de mis cosas había sido atado en la parte trasera.

—Mi señora —dijo Cornalus, y a pesar del zumbido de mis oídos pude oír cómo se

sacudió—. Lo siento, lo siento. No tenía ni idea, y todo esto ha sucedido demasiado

rápido para un viejo como yo. Desearía… —Tragó saliva—. Se me ha pedido que le

entregue esto —dijo, y entonces me entregó una bolsa de terciopelo que tintineó

cuando la tomé—. Y esto es para su tía. —Una carta escrita en papel grueso y sellada

con el sello del rey; hurgué también para tomarlo.

—La reina, ella me pidió que le dijera… —Parecía estar buscando las palabras, sus

ojos llenos de compasión—. Ella va a orar por usted al Dios Sin Nombre. Todos los

días.

Me imaginé, por un momento, a la reina de rodillas ante el pequeño altar de su

habitación, como yo la había visto muchas veces. Sin embargo la imagen fue

inmediatamente sustituida por la visión de su bienvenida a Nalia en la escalinata de

palacio, y no pude responder por el grosor que de repente ahogó mi garganta.

Él sacudió fuertemente la cabeza.

—Tengo una nieta de su edad. Ella nunca ha estado en la corte, pero usted siempre me

recordaba a ella. Si tan solo lo hubiera sabido, habría tratado de librarla de este dolor

—dijo—, de alguna manera…

El más elemental hilo de comodidad, y una parte de mí quería aferrarse lo más fuerte

que pudiera, pero era demasiado poco y demasiado tarde. Solo aparté mi cara de

Cornalus, porque no quería que viera mi reacción.

Debería estar llorando, pensé mientras miraba hacia el palacio. El viento se levantó,

azotando mis faldas contra mis piernas y soplando mi pelo dentro de mis ojos. Las

nubes se escabullían por el cielo, oscureciendo la brillante luz del sol.

Durante un largo rato me quedé allí, esperando, aunque no sabía qué esperaba.

Romper a llorar, tal vez, o despertar del horrible sueño que se aferraba a mí. Pero me

mantuve sin despertar y con las mejillas secas, solo una chica en la sombra de un

inmenso palacio.

No había nada más que hacer. Asentí con la cabeza a Cornalus y acepté su mano

dentro del carruaje.

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—Llévela a Treb. —Oí que le decía al conductor mientras me acomodaba a mí misma

cuidadosamente en el asiento—. Su tía es una tintorera allí. —Hubo una pausa y a

continuación:

—Manténgala a salvo.

El conductor tiró de las riendas y el carruaje se precipitó hacia adelante. Presionando

mi cara tan cerca del cristal de la ventana como pude, me preparé a mí misma para

una última mirada a mi hogar. Justo cuando lo hice, escuché una voz familiar

gritando:

— ¡Nalia! ¡Nalia!

Kiernan venía gallardo por el lado del establo, corriendo tan rápido como podía, sus

brazos agitándose para detener el carruaje. Pero los caballos ya habían comenzado a

trotar, e incluso sus largas piernas no podían mantener su ritmo. Mientras miraba, se

tropezó con una parada, respirando con dificultad, las manos apoyadas sobre sus

rodillas.

—Nalia —llamó por última vez, pero el carruaje no se detuvo.

Alcé la mano para golpear en la ventana e insistir la parada del conductor, pero justo

antes de que mi mano golpeara la ventana, la dejé caer. Él había estado llamando a

Nalia, a la chica que había creído que era la princesa.

Nunca fui Nalia. Ellos solo me llamaban por su nombre.

Me dejé caer hacia atrás en el asiento, pesada y cansada. El carruaje pasó a través de la

pared exterior del palacio dentro de Vivaskari, y fue solo entonces cuando empecé a

llorar.

***

Ya era noche cerrada cuando que llegamos a Treb, y con mis ojos acostumbrados a las

luces de la ciudad de Vivaskari, apenas pude distinguir un poco de mi nuevo hogar

cuando el carruaje se detuvo dentro de la pequeña villa.

Había dejado de llorar poco después de salir de palacio. Nunca había sido mucho de

llorar, no desde que era una niña. Una princesa, había pensado, tenía que mantener la

compostura. De hecho, dudaba que hubiera alguien además de Kiernan que me

hubiera visto llorar desde que tenía siete años.

Mi estómago se hizo un nudo al recordar la forma en que había visto por última vez a

Kiernan, sus manos apoyadas sobre sus rodillas, su rostro rojo por la carrera. Entonces

aparté el pensamiento, cerrándose mi garganta.

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Había tratado de rezar cuando el llanto había cesado, pero mis pensamientos se

mantuvieron apartados del Dios Sin Nombre hacia Kiernan, o hacia mis “alguna vez”

padres, o simplemente a una especie de blanca nada.

Finalmente, no obstante, el carruaje se detuvo, rompiendo a través de mis enredados

pensamientos, y escuché al conductor decir:

—¿Esto es Treb?

—Sí. —La voz llegó desde el lado derecho del carruaje, y me deslicé en el asiento para

mirar por la ventana. El dueño de la voz era un hombre viejo con una pipa, apoyado

contra la pared de lo que podría haber sido una herrería.

—Estamos buscando la casa de la tintorera. ¿Puede usted indicarnos?

El hombre inclinó la cabeza para indicar que debíamos seguir adelante.

—Lo mismo que le dije a la mensajería esta tarde. La casa Azaway está a la izquierda,

tiene un jardín de flores en el frente. —Tomó una bocanada de su pipa y luego añadió:

—Algo extraño, ya que mucha gente elegante viene a ver a Varil en un día.

El conductor arrojó una moneda al hombre, quien se estiró con sorprendente agilidad

para atraparla. A medida que el carruaje comenzó a moverse, me volví a sentar, mi

corazón golpeteando. Varil. Ese debía ser… el nombre de mi tía. Era extraño pensar

que tenía una tía, ya que ni el rey ni la reina tenían hermanos vivos. Ella debía estar

esperándome; el viejo había mencionado a un mensajero, que podría haber llegado a

Treb mucho antes que el carruaje.

Apenas había tenido tiempo de levantar una inquieta mano hacia mi cabello antes de

que el carruaje se detuviera de nuevo, esta vez frente a una pequeña casa. Escuché al

lacayo bajando de la parte trasera del carruaje, luego lo vi hacer su camino por el corto

sendero que cortaba a través del jardín que crecía en todo el frente de la casa. Aunque

había dado solo unos pocos pasos cuando la puerta de la casa se abrió y apareció una

mujer, linterna en mano. El lacayo se detuvo, al parecer pillado por sorpresa y

entonces se apresuró a regresar al carruaje. El latido de mi corazón se aceleró, si eso

era posible, en cuanto llegó a la manija de la puerta del carruaje.

—Su Alteza… —Él vaciló, enrojeciendo lo suficiente para poder vislumbrarlo en la

penumbra—. Quiero decir, mi señora, estamos aquí.

—Gracias —dije, mientras me bajaba del carruaje, el peso de la oscuridad parecía estar

presionándome, y aunque una parte de mí quería correr hacia la luz de la cabaña, parte

de mí también quería correr en la otra dirección tan rápido como pudiera. Pero

contuve el aliento y me imaginé caminando por el Salón de Thorvaldor, eso dolía

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demasiado. Eso me permitió levantar la cabeza y poco a poco poner un pie delante del

otro para caminar por el sendero hacia la cabaña.

Mi tía era una mujer alta, delgada, con un conjunto de angulares huesos. Su cabello

era de color marrón claro, con mechones grises corriendo a través de él, y su nariz

larga y afilada. No veía mucho de mí en ella. Nos observamos una a la otra durante un

momento, y a continuación exhaló una bocanada de aire por su nariz.

—Te pareces a ella —dijo—. A tu madre.

En mi mente, vi a la reina, quien era toda suavidad y gracia, mientras que yo había

sido siempre pequeña y oscura.

Como si pudiera ver mis pensamientos, mi tía frunció los labios.

—Me refiero a tu verdadera madre. —Era una voz seca; me recordó a cañas chocando

entre sí.

—Espero... —Lamí mis labios para humedecerlos—. Espero no haberla incomodado

demasiado. Parece que es mi único pariente vivo, y no pudieron pensar en otro lugar

para enviarme.

Mi tía me miró durante largo rato y entonces, le ladró al lacayo:

—Traigan sus cosas, si es que tiene alguna. —Después a mí:

—Bueno, también deberías igual venir adentro.

Se dio la vuelta, la luz de la linterna de repente quedó oculta detrás de su cuerpo, y la

seguí, queriendo cualquier desecho de luminosidad que pudiera encontrar para hacer

retroceder a la oscuridad.

***

Me desperté a la mañana siguiente sabiendo exactamente donde estaba. Ningún

momento de confusión, ningún pensamiento de que todavía estaba en mi cama, en

palacio. Incluso antes de abrir los ojos, sabía lo que había sucedido y dónde estaba. Lo

que no sabía era quién era.

Sinda, pensé en la oscuridad detrás de mis ojos cerrados. Sonaba fuerte dentro de mi

cabeza sin la fluidez de mi… del nombre de la princesa.

Pero es el mío ahora, el único nombre que tengo, me recordé a mí misma antes de

apretar los dientes y abrir los ojos.

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Estaba acostada en una delgada cama, sobre un desteñido colchón relleno de paja, y

una manta teñida de rojo me cubría. Además de la cama, el pequeño cuarto solo

contaba con un maltratado taburete y un recipiente de agua puesto sobre él. El baúl

con mis cosas se encontraba en una esquina, con el vestido que usé la noche anterior

amontonado encima. Largas hileras de luz se filtraban por las rendijas de la pequeña

ventana cerrada.

Me puse de pie, frotándome los ojos y tambaleándome hacia el baúl.

El vestido que había usado la noche anterior no estaba sucio, así que luche para

colocarlo sobre mi enagua. Era uno de los vestidos más simples que poseía o que había

poseído. Pero rara vez me había tenido que vestir sin la ayuda de alguna de mis damas

de compañía y me tomó un rato lograr que quedara bien acomodado.

Afortunadamente los zapatos que había llevado la noche anterior eran unas finas

zapatillas, sin hebillas ni lazos, así que simplemente tuve que calzar mis pies en ellas.

Me estaba enderezando, insegura de si debía sentirme orgullosa o frustrada por mi

capacidad para vestirme a mí misma, cuando noté algo más sobre la tapa del baúl.

La pequeña bolsa que Cornalus me había dado el día anterior reposaba junto a la carta

para mi tía; yo no había mirado su interior en todo el camino de Vivaskari a Treb.

Ahora, dejando la carta a un lado en mi cama, me agaché y tomé la bolsa, sopesándola

sobre mi mano antes de tirar de los cordones que la cerraban.

Oro, un pequeño montón de monedas de oro resplandecieron desde el interior de la

bolsa.

De pronto mi pecho se contrajo, como si unas manos fantasmas del ayer apretaran

fuerte alrededor de mi centro. Observé las monedas durante un largo rato mientras

intentaba recordar como respirar, antes de abrir el baúl y dejar caer la bolsa en una

profunda esquina.

Cerré la puerta y me alejé del baúl, abrazándome a mí misma.

Emociones contradictorias se arremolinaron en mi interior, así que no supe que sentir.

Enojo, por que hubieran creído apropiado pagarme por mis servicios a la corona.

Humillación, de que para ellos dieciséis años de mi vida valiesen tan poco. Porque era

poco el dinero que llenaba esa bolsa.

Lo suficiente como para impresionar a una mujer común quizás, pero yo había sido

antes una princesa, y sabia lo poco que podía hacer con ese dinero. Se me había dado

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el suficiente para vivir por un año, y si mi tía no me hubiera recibido; el suficiente para

mantenerme alimentada pero no como para que yo pudiera causar problemas, si

quisiera.

Fue ese pensamiento el que esclareció mi mente. Yo sabía los problemas que un

aspirante a la corona podía causar. Thorvaldor casi había sido desgarrado por las

guerras cuatro generaciones atrás, cuando un hijo real decidió que él era mejor

candidato para el trono que su hermana mayor.

Que mis “alguna vez” padres sintieran la necesidad de proteger a su verdadera hija

asegurándose de que yo no tuviera los recursos para comenzar una rebelión, lo podía

comprender.

Probablemente hubiera hecho lo mismo, si aún viviera en palacio. Seguía doliendo,

pero quizás todo había sido solo para salvar a Nalia del peligro y no para herir a Sinda.

Sí. Me forcé a mí misma a respirar calmadamente. Eso es lo que iba a creer.

Dudé entonces, preguntándome de si debía o no darle el dinero a mi tía.

Después de todo, ella me había acogido cuando perfectamente podría haberme

enviado de regreso.

Y por lo que anoche había visto de Treb, incluso esa cantidad de dinero sería

agradecida como un generoso regalo. Pero algo me detuvo de ir al baúl y sacar la bolsa

con monedas.

Aún tenía la carta del rey, y quien sabe lo que decía ahí. Tal vez era un regalo para

ella, algo para compensar el recoger a una desconocida pariente en su puerta de

manera inesperada. Contemplé el baúl, retorciéndome las manos, antes de tomar la

carta y abrir la puerta hacia el resto de la casa.

Anoche había notado, incluso en mi estado de aturdimiento, que habían tres pequeñas

habitaciones en la casa: la sala principal, ocupada en su mayoría por la chimenea y por

la cocina, y otras dos.

Tía Varil no estaba en el cuarto principal, y el dormitorio en el que yo no había

dormido estaba cerrado firmemente. No tuve el coraje de espiar en su interior.

Por supuesto, Kiernan si lo hubiera hecho.

No. Sacudí la cabeza, rodeándome con los brazos. No pensaría en Kiernan.

Así que me quede parada ahí, sin saber qué hacer, cuando la puerta principal se abrió y

tía Varil entró, sus brazos verdosos hasta los codos.

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Se acercó a la chimenea, donde yacía un largo recipiente de agua y sumergió los brazos

en él, refregándolos furiosamente, aunque cuando los sacó no pude decir si realmente

los había desteñido.

Me miró por un momento, escudriñándome con su penetrante mirada, desde mis

zapatos hasta mi rostro.

Bajé la mirada, con las mejillas calientes y recordé la carta en mis manos.

—Esto es para usted. —Logré decir y se la tendí.

Tía Varil la tomó con una mano verdosa y rompió el sello.

Se quedó parada mientras la leía y entonces tiró el papel hacia la mesa.

—¿Sabes que es lo que dice? —preguntó. Negué con la cabeza—. El rey me ha

concedido el derecho de ir al Bosque real durante cinco días de cada año, para buscar

cualquier planta a la que no tengo acceso. A cambio de acogerte a ti, supongo.

Me sonrojé y me obligué a mirarla sus ojos. ¿Unas gracias y un regalo de culpa como

el dinero que me habían dado a mí? ¿Un pago por la carga que había caído en su

regazo? Eso hizo que quisiera encogerme de la vergüenza.

Pero aun así, intenté poner buena cara como si hubiera sido mi propio regalo.

Después de todo, el Bosque Real que se encontraba al norte del Vivaskari, estaba

reservado únicamente para la familia real. Nadie más podía cazar animales ni recoger

plantas ahí.

—Eso es muy amable de su parte ¿verdad? —resopló tía Varil—. Lo seria si tuviera los

fondos para viajar aunque sea un día al año a la capital. Los cuales no tengo. O si

supiera que ahí encontraré plantas que no crecen aquí, lo que tampoco sé. —Se

encogió de hombros con un suspiro—. No importa. No esperaba que los reyes supieran

lo que realmente podría ayudar a gente común como yo. No les interesamos mucho.

Quería protestar, decir que al rey y a la reina sí les importaba, pero las palabras no

salieron ante el mero pensamiento de ellos enviando lejos a su propio bebé y aceptando

a otro, normal y corriente, para que quizás muriera en su lugar. Sentí una persistente e

incómoda sensación de que quizás, en cierta medida, mi tía tenía razón.

—Espero que tengas hambre —dijo bruscamente y me di cuenta de que el asunto del

regalo había sido dejado de lado—. No será a lo que estás acostumbrada, pero hay un

poco de pan y queso en la mesa.

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Tenía razón, eso no era a lo que estaba acostumbrada. Pero sonreí con cautela. Mi

rostro no recordaba muy bien como completar la emoción y asentí.

—Gracias, tengo hambre.

Había dos sillas dispuestas alrededor de la pequeña mesa, y nos sentamos en ellas.

Mientras comenzaba a comer, tía Varil me miraba como alguien observando a un

nuevo y extraño animal suelto.

—Tendremos que ver si alguien tiene alguna cama que le sobre —dijo—. Alva

Mastrom puede que tenga una. Su hija se acaba de mudar a Greenwater con su nuevo

marido.

Sobresaltándome, miré involuntariamente a la puerta del otro cuarto que había

asumido que era el de tía Varil. Pero entonces vi la manta doblada sobre la silla junto a

la chimenea.

Pude sentir el calor inundando mi rostro y supe que debía de estar roja. Con vergüenza

comprendí que había dormido en la cama de tía Varil y que ella lo había hecho en el

suelo.

—Tendremos menos espacio con dos camas allí dentro, pero no creo que las dos

quepamos en una —continuó—. A menos que consigamos una más grande, claro. Y

también necesitaremos algo de ropa, botas. No serás capaz de hacer mucho con eso.

Ahora mi mirada cayó sobre mi regazo y sobre la tela azul de mi vestido. Unos

minutos antes había pensado que era algo muy simple, pero ahora comparándolo con

el que mi tía usaba, me di cuenta de que debía verme extravagante.

Tía Varil siguió mirándome con mucha intensidad.

—Lo que nos lleva a la siguiente pregunta ¿Qué sabes hacer?

Metí el trozo de queso en mi boca, intentando pensar.

—Sé hablar cuatro idiomas —dije lentamente—. Sé bordar y puedo pintar. He sido

bien versada en historia y en las costumbres de Thorvaldian, matemáticas y teorías de

guerra. Mi tutor dijo que escribía… —Me detuve. Había otra cosa, pero dudaba que

conocer las complejidades del saludo Wenthi o los doce estilos del baile Farvaseen

fuesen a servir de mucho aquí—. Estoy dispuesta aprender —dije al final—. No sé

mucho sobre teñir o cocinar, pero puedo aprender.

—Tendrás que hacerlo —dijo tía Varil sin ningún tipo de alegría—. El verano se acerca

y esa es la época en que más ocupada estoy, en la cual todo crece. Tengo que cosechar

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suficiente material para mantenerme ocupada durante el invierno. Eres demasiado

mayor para ser una aprendiza, pero no hay nada que se pueda hacer al respecto.

—Lo haré lo mejor posible —dije un poco tiesa.

—Bien —dijo ella—. Entonces vayamos a casa de Alva y veamos si su hija dejó algo

de ropa.

La aldea era exactamente tan pequeña y humilde como me había parecido desde la

ventana del carruaje la noche anterior. Un solo camino de tierra llevaba hacia el centro

del pueblo y después, cierta distancia más lejos, serpenteaba hacia el gran camino que

llevaba de regreso a Vivaskari.

Treb consistía en quizás veinte casa, una posada con dos dormitorios que los viajeros

de paso podían alquilar, un pequeño templo al Dios Sin Nombre, y una pequeña

tienda en la que se vendían las pocas cosas que no eran hechas entre los habitantes de

la aldea ni traídos por caravanas.

Un apartamento, más grande que muchas de las casas, se asentaba sobre la tienda y

asumí que ahí era donde vivían los dueños.

En la distancia se podían distinguir granjas periféricas, de espaldas al bosque, sin

embargo todas las pequeñas casas de la aldea tenían sus propios jardincitos o corrales

para cerdos o cabras.

Al igual que tía Varil, la gente de Treb parecía estar levantada desde hacía horas.

Podía oír el choque de metal contra metal provenir desde la casa del herrero y la

mayoría de los jardines parecían tener mujeres inclinadas en ellos arrancando hierbajos

o cuidando las plantas. Varios niños corrieron por delante nuestro, mientras tía Varil y

yo dejábamos el jardín que rodeaba la casa. Tres de ellos debían haber corrido sin

siquiera mirarnos pero una niña rubia pequeña, con la cara sucia, se dio la vuelta para

saludar a tía Varil.

Aunque cuando me vio, se detuvo tan súbitamente que uno de sus amigos chocó con

ella.

La niña nos miró, de pronto se dio media vuelta y corrió por la calle, con los demás

detrás de ella.

—¡Mamá! —gritó—. ¡Hay una chica en la casa de la señorita Azaway!

Tía Varil frunció el ceño.

—Bueno, ya está —dijo—. Para el mediodía ya lo sabrá toda la aldea. —Suspiró.

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—¿Y eso es malo? —pregunté tímidamente.

Me miró bajando su larga nariz.

—Son habladurías —dijo finalmente—. No me gustan las habladurías. Ya hubo

suficientes después de que tu padre… —Se detuvo y sacudió ligeramente la cabeza,

como si se estuviera reprendiendo a sí misma.

No pude evitar preguntarlo.

—Después de que mi padre, ¿qué? —Sentí un angustioso anhelo dentro de mí, el deseo

de saber algo, lo que fuera, sobre el hombre que me había engendrado.

Y aun así no quería tener nada que ver con él.

—No importa —dijo tía Varil con un filo en su voz. Presionó sus labios y caminó tan

rápido que tuve que apurarme para alcanzarla. A medida que caminaba, pude sentir

los ojos en mí mientras la gente se detenía a mirarme. Los susurros nos seguían

mientras pasábamos, haciéndome calentar las mejillas, pero Varil solo levantó la

barbilla y los ignoró.

Ese gesto, al menos, se lo reconocí.

La casa de Alva se encontraba a varias propiedades de la casa de tía Varil.

Tía Varil ni siquiera se molestó en golpear la puerta, sino que con seguridad rodeó la

casa hacia el pequeño huerto, donde una mujer atacaba la tierra con una aza.

—Buenos días Alva —dijo tía Varil.

La mujer dejó de hacer lo que estaba haciendo y se inclinó contra la aza.

—Buenos días Varil. ¿Qué te trae…? —Se detuvo al verme, parpadeando mientras sus

ojos se movían por mi vestido—. ¿Quién es esta? —preguntó.

—Mi sobrina.

Alva se lamió los labios.

—Ardin dijo que un elegante carruaje había llegado anoche, buscando tu casa. Creí

que había bebido demasiadas copas en el Hollyhock. Pero aquí está, y nunca nos

contaste que tenías una sobrina.

Tía Varil parecía incluso más imponente que lo usual mientras decía.

—Es una larga historia y los chismes viajan rápido. Estoy segura de que pronto oirás

más. Pero por ahora. La chica viene de… de la capital. Estamos buscando una cama

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adicional, y algunas otras cosas. Ella no está acostumbrada al modo de vida del

campo, y sus ropas… —Se detuvo de nuevo—. Supongo que tu hija debió haber

dejado algo cuando se casó. Pensé que tal vez podrías tener algo de su talla.

Los ojos de Alva me recorrieron una vez más, pero con una mirada calculadora.

—Podría tener algo. Y la familia del esposo de Saree, bueno, son dueños de una

sastrería en Greenwater. Le dieron cuatro vestidos nuevos como regalo de bodas, así

que sí, dejó algunas cosas viejas cuando se fue. Estaba pensando cortarlas para la niña

de Neda, pero si las necesitas… —Se detuvo, como si se sintiera incómoda—. Claro

que… —me dijo a mí—, no hay nada tan bueno como lo que estás usando ahora.

Evidentemente, si sabes a lo que me refiero.

No estaba segura de hacerlo pero asentí de todas maneras. Mi propia ropa era tan

inusual aquí que lograba detener niños en la calle; no me importaba que Alva me diera

un saco de patatas para vestir, siempre y cuando la gente dejara de mirarme.

Los vestidos eran tan simples como había dicho, una de color azul desteñido y otro

que podría haber sido verde alguna vez. Obviamente habían sido remendados varias

veces. Peor no llamarían la atención por sí mismos, y eso era todo lo que me interesaba

mientras me deslizaba dentro de uno azul.

Dejamos la casa de Alva, con un pedazo de mi pasado sobre mi brazo, y cuando

llegamos a casa, lo doblé en mi viejo baúl de pertenencias.

Mientras presionaba la tela hacia abajo, pude sentir el pánico construyéndose dentro

de mí, mi garganta se apretó tan fuerte que tuve que luchar para tragar saliva. Cuando

cerrara el baúl sería real. Yo sería Sinda Azaway, lo mirara por donde quisiera. ¿Pero

que sabía yo de Sinda, excepto que vivía en una en una pequeña aldea en mitad de la

nada y usaba los vestidos de otra persona?

Mi mano se cernió sobre la tapa del baúl y pude ver como temblaba.

Por un salvaje momento, pensé en escapar, que cerrar la tapa significara algo más, el

comienzo de algo en vez del final. ¿Pero adonde iría y que haría cuando llegara?

Cerré los ojos, un par de lágrimas cayeron por mis mejillas y a ciegas cerré la tapa.

Me quedaré en Treb, supe, con tía Varil. Intentaría hacerme una vida aquí. Después de

todo, ¿de que servía escapar, cuando lo que en realidad quería era escapar de mí

misma?

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Traducido SOS por ZAMI, Little Rose & LizC

Corregido por Carol

sí que comencé mi vida en Treb, una vida que en muchos aspectos no estaba

completamente preparada para vivir.

Los primeros días pasaron como en una nebulosa mientras intentaba abrirme

paso a través del velo del agotamiento y el ensimismamiento que me perseguía desde

que me despertaba hasta que me volvía a dormir.

Me despertaba por las mañanas, obligándome a mí misma a levantarme de la delgada

cama que conseguimos y aprisionamos dentro del pequeño cuarto junto a la de tía

Varil, y luego tomábamos el desayuno juntas. Entonces, dependiendo del clima y de su

humor, o íbamos al bosque a buscar plantas tintóreas, o cortábamos las de su propio

jardín o comenzábamos el proceso de teñido en sí detrás de su casa. Le temía a las

tareas que ella eligiera, porque los dispersos métodos de enseñanza de tía Varil hacían

el aprendizaje algo casi imposible.

—Hay Agrimonia en esta parte del bosque. —Podría decir—. Llena esta canasta con

las hojas y los tallos. Flores amarillas y hojas de borde adietados. Es difícil

equivocarse. Estaré en el lago para cuando termines —dijo antes de alejarse a grandes

pasos, dejándome con la canasta en mis manos, mirando confundida a mi alrededor.

Rápidamente aprendí que no era buena idea pedirle que encontrara una planta y me la

enseñara antes de irse.

Todo lo que ganaría sería un profundo suspiro y una fuerte sacudida de cabeza, como

si fuera la criatura más tonta que hubiera visto. Así que deambularía por el bosque,

canasta en mano, mirando ansiosamente sobre mi hombro ante cada crujido o susurro

de las hojas. Las pocas veces que me las arreglé para encontrar la planta que quería, no

fue gracias a las enseñanzas de mi tía, sino a la recolección de conversaciones que

había tenido con los jardineros del palacio.

A

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Sin embargo, buscar las plantas en el bosque parecía un obsequio cuando lo

comparaba con tener que teñir. Al menos en el bosque, a menudo estaba sola, algo que

preferí durante mis primeros días de exilio.

Era infinitamente peor sentarse bajo la atenta mirada de tía Varil mientras intentaba

impartirme los secretos para crear colores claros y fuertes.

Para su consternación, y debo admitir que también para la mía, yo tenía poca aptitud

para el teñido.

Mientras que al final podía recordar mucho de los mordientes que se podían usar con

la corteza de sauce negro o lo pasos involucrados en trasformar la chilca en un líquido

amarillo para teñir, no tenía buen ojo para decir cuando los ingredientes habían sido

sumergidos lo suficiente o si el color se adhería rápido a la lana.

Estaba acostumbrada a aprender rápidamente cualquier cosa que los tutores me

enseñaran, y esta nueva limitación era frustrante para mí y hasta hacía que tía Varil

suspirara más seguidamente.

Por las tardes regresábamos a casa para la cena. Después de comer, tía Varil me

enseñaba algunas de las innumerables tareas que mantienen a un hogar funcionando

cuando ese hogar no cuenta con cientos de sirvientes.

Mis manos, ya agrietadas y descoloridas por los baños de tintura, pronto quedaron

lastimadas y llenas de ampollas. Aprendí a coser más que tan solo bonitos bordados, a

cortar leña y a llevarla desde el montón de detrás de la casa hacia la chimenea, a

refregar ollas y sartenes, a mantener el fuego de la chimenea ardiendo constantemente,

a arreglar las madejas de lana en el pequeño cuarto junto al cuarto principal, y mucho

más mientras tía Varil me hacía trabajar hasta el agotamiento cada noche.

Que ella hiciera tanto o más que yo, no me hacía sentir mucho mejor. Yo colapsaba en

mi cama, procurada por la prima de Alva con algunas dificultades, cada noche y

dormía profundamente hasta la mañana siguiente, cuando el sonido de los animales

del campo me despertaba.

De cierta forma, no obstante, tener un horario tan agotador era mejor que la

alternativa, porque aunque me dolía el cuerpo y mi cabeza giraba con el esfuerzo de

recordar cómo preparar un guiso o una sopa, al menos me quedaba muy poco tiempo

para pensar en la vida que ya no tenía.

Era extraño para mí lo mucho que mi mente podía fijarse en las tareas rutinarias que

realizaba, tanto que cuando fuera que yo comenzaba a arrastrarme hacia recuerdos de

Kiernan o del rey y la reina, podía forzarme a mí misma a concentrarme en las ollas o

en el hacha de mis manos.

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Pero sin importar cuanto lo intentara, nunca lograba llenar por completo el vacío de

mi interior.

A veces, me encontraba a mí misma acariciando el lugar vacío en mi brazo justo

debajo del pliegue de mi codo, donde había estado mi marca de nacimiento. Me

pregunté si Nalia también miraba ese punto alguna vez, si la marca de nacimiento

apareció en ella cuando desapareció de mí, o si los asistentes le habían permitido

quedársela a pesar de su disfraz.

Me preguntaba si alguna vez dejaría de extrañarla, de extrañar mi vida.

Hubiera sido mucho más fácil aceptar mi nueva situación si hubiera sentido alguna

conexión con mi tía. Tía Varil, comprendí, no era una mujer cálida.

Solo saludaba a los demás aldeanos lo suficiente para ser cortés, y ofrecía su ayuda si

se la pedían, pero no tenía amigos en particular, y nunca era de sentarse en el salón

común de la posada y hablar como muchos otros hacían. Se mantenía al margen, feliz

con su propia compañía y sufriendo la mía.

Durante los primeros días, esperé que si se acostumbraba a mí, tal vez podría caerle

mejor. Sabía que no era Kiernan, a quién se le hacía imposible no caer bien, pero

pensaba que con el tiempo podría tomarme cariño, una vez que se acostumbrara a mi

presencia en su vida.

Pero pasó una semana, y luego otra y otra, todas sin ningún cambio. No era cruel,

pero tampoco era amable.

Ocasionalmente durante las noches, cuando nos sentábamos en la sala principal, la

atrapaba mirándome con mala cara, como si yo fuera algo que lanzaron a su puerta y

de lo que desearía librarse. En cierto modo, supongo que justamente yo era eso. No

mantenía ninguna ilusión de serle realmente de ayuda, mis habilidades en el teñido, en

la cocina y en la limpieza eran mediocres como mucho.

Aun así, sabía que era educada, callada y en general inofensiva, así que, por un

tiempo, continué esperando en que algún día podría agradarle.

Pero solo cuando le pregunté sobre mis padres, fue que comprendí que su aparente

disgusto hacia mí, iba más allá que solo mi abismal cocina o mi tendencia a romper los

platos mientras intentaba lavarlos.

Estábamos adentro, colgando plantas de las vigas del techo del cuarto de

almacenamiento para secarlas, cuando al extender mi mano para colgar un dulce

vendaval, noté un grabado en la madera de la viga, un dibujo de un gato, todo

enroscado, con la cola curvada alrededor de su frente.

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—¿Tu dibujaste eso? —pregunté señalando. Estaba de espaldas, pero pude notar como

se tensaba. No me respondió, solo se acercó para acomodar algunas madejas de lana

color azul pálido sobre sus estantes—. El gato. —Agregué en voz tan baja que incluso

a mí me costó escuchar la O.

—Tu padre lo talló —dijo tía Varil de manera cortante—. Este era nuestro cuarto,

cuando éramos niños. Nuestros padres dormían en el otro.

No pude evitar soltar un sollozo ante sus palabras. No me había hablado de mi padre

ni siquiera una vez desde que había llegado. No me había ofrecido ninguna historia

sobre su niñez, ni ninguna explicación de porqué podría haberme entregado. Y yo no

había tenido, hasta ahora, el coraje de preguntar.

—¿Cómo era?

Una vez más, vi sus hombros ponerse rígidos pero no se dio la vuelta.

—Era callado. Serio. Supo que quería ser tejedor desde el momento en que cumplió los

seis años. Siempre quería creer lo mejor de las personas. —Algo en su voz se

oscureció—. Es por eso que me preocupé tanto cuando se fue de aprendiz a Vivaskari.

Era demasiado confiado y temía que eso lo lastimara.

Mi boca estaba seca. Algo dentro de mí no quería hacer la siguiente pregunta, pero no

pude evitarlo.

—¿Y mi madre? ¿Tú la conociste?

Esta vez tía Varil si se giró tan rápido que tuve que obligarme a no retroceder un paso.

Su rostro estaba tenso, estrechando los ojos.

—Fue tu madre quién lo arruinó.

—¿Qué? —En mi cabeza escuché las palabras del rey, no mencionó a su esposa.

Tía Varil sonrío, pero era una expresión de amargura, llena de viejos anhelos y de

dolor.

—La conoció en la ciudad. Ella estaba de paso y entró a su tienda por error. Su

nombre era Ilania. Se casaron en la ciudad casi de inmediato y al poco tiempo la trajo

de visita.

Tía Varil se detuvo, sin mirarme, sus ojos estaban fijos en algo del pasado, algo que

solo ella podía ver.

—Era muy hermosa. Tenía un oscuro cabello que caía en esas suaves ondas sobre su

espalda. Se rehusaba a atárselo. Tú te pareces a tu padre —agregó después de un

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momento—. Excepto que ella era igual de pequeña que tú, tienes su nariz y el color de

su cabello. Lo noté la misma noche que viniste. Pero ella era… encantadora. Siempre

hablando, siempre moviéndose, siempre buscando algo que la hiciera reír. Él estaba

completamente enamorado de ella. No podía quitarle los ojos de encima. Naciste dos

años después, en la ciudad. Ellos vinieron a visitarme en cuanto descubrieron que

estaba en cinta. Me pareció que ella parecía muy cansada en ese entonces, como si

quisiera estar en otro lugar, no como una mujer que espera tener pronto un bebé. Pero

tu padre estaba tan feliz que no se lo mencioné. Solo la observé, preguntándomelo. Y

cinco días después de que nacieras, ella se fue. Dejó una nota diciendo que no

regresaría, que ya no lo quería más.

Tragué saliva, pero no pude encontrar nada que decir. El rostro de tía Varil era como

una piedra, tan frio y duro que pensé que si lo tocaba no parecería carne.

—Eso lo destrozó. Nunca volvió a ser el mismo. Cerró su tienda en la ciudad después

de un año y vino aquí. Murió a causa de una fiebre y la última cosa que dijo fue tu

nombre. —Suspiró—. En eso creo que te pareces a él. Ambos sois un poco...

resignados. Hacéis lo que los demás quieren que hagáis sin oponeros.

Eso me pilló con la guardia baja.

—¿Qué quieres decir? —logré formular.

Tía Varil señaló hacia el norte, en dirección a Vivaskari.

—Te fuiste sin ni siquiera decir ni pio. Ni siquiera te quejaste cuando te metieron en el

carruaje y te llevaron. Él la dejo ir, no trató de buscarla o traerla de regreso.

Simplemente se dio por vencido, vino aquí y se dejó morir.

El hielo pareció haberse cristalizado bajo mi piel, un pedazo particularmente largo

pareció haberse alojado en mi corazón. Durante largo rato, no pude hablar y cuando

mi voz salió fue solo un graznido.

—Él creyó que yo estaba muerta, ¿verdad? Dijeron que habían alterado su memoria

para que no recordara que me entregó.

Tía Varil asintió.

—Eso es lo que me dijo. Y yo pensé, bueno, tal vez sea lo mejor. Al menos no tendrá

nada que se la recuerde todos los días. Pero no importó. Nunca dejó de pensar en ella,

incluso sin ti. Fue una herida en el corazón que lo debilitó, ni siquiera le importó

cuando lo atrapó la fiebre.

El hielo se volvió más frío, más cortante, y me escuché a mí misma diciendo, de forma

uniforme y sin alterar mi voz,

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—Es por eso que me odias, por su culpa.

Por primera vez una arruga se formó entre los ojos de mi tía, quebrantando la piedra

que endurecía su rostro.

Me miró pensativa, con una esquina de su boca torcida, y entonces dijo:

—No te odio Sinda. Es solo que no sé qué hacer contigo. Mírate. Dieciséis años, tan

mayor que alguien debería estar cortejándote. Pero qué hombre lo haría con alguien

sin habilidades para llevar una casa. No es tu culpa, lo sé, pero no sabes nada útil. Y

estoy acostumbrada a estar sola. Nunca conté con tener una sobrina.

Abrí la boca para decir que lo intentaba, pero tía Varil ya había pasado por delante de

mí para salir a la calle. No la seguí.

Esa noche hubo un silencio educado como las demás. No volvimos a hablar de mis

padres.

Aunque hubo una de las otras cosas que había dicho que me molestó tanto o más que

la descripción de mis padres. ¿Me había dado por vencida tan fácilmente? ¿Dejé que

me despojaran de mi vida cuando podría haber luchado por mantener una parte de

esta? Nunca había sido dada a las discusiones, siempre huyendo de cualquier

confrontación. Pero, ¿debería haber defendido mi terreno, exigir algo a cambio por los

dieciséis años que le había dado a la corona?

No, me respondí. Cuando el rey dijo que debías irte, te fuiste. Yo no era una princesa,

ni siquiera pertenecía a la nobleza, no tenía poder. Ho había nada que pudiera haber

hecho para cambiar lo que había acontecido. Me lo volví a repetir, pero incluso

entonces, una pequeña parte de mí pareció sacudir la cabeza, incrédula.

***

Con la distancia entre mi tía y yo, supuse que bien podría comenzar a buscar la

compañía de otras personas en Treb.

Pero tampoco encontraría ningún consuelo allí. Con todas las lecciones de tía Varil,

quedaba muy poco tiempo para mí misma, y en realidad no el suficiente para gastarlo

paseando por la aldea en busca de amigos.

Además, las otras tres chicas de mi edad, también estaban bastante ocupadas en sí

mismas, dos de ellas ya estaban comprometidas para casarse, una a un chico de Treb y

la otra a un carpintero en Hathings. Aunque no era eso lo que me detenía de saludarlas

cuando me las cruzaba por la calle.

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Conocían la historia. Había llegado tan solo un par de días después de que yo lo

hiciera, traída por un viajero que había estado en Vivaskari cuando la verdadera

princesa regresó.

El rey y la reina habían enviado amonestaciones que debían ser proclamadas en cada

ciudad principal, y en aquellas que eran muy pequeñas, se enviaban mensajeros que

anunciaban las noticias de la forma en que hicieron con Treb. Lo romancero de esto,

de la princesa oculta sin ninguna idea de su verdadera identidad, había revolucionado

el reino.

En la mayoría de los lugares supongo que era en eso en lo que se concentraban los

rumores de Nalia, la verdadera Nalia. En Treb, sin embargo, tenían algo más a

considerar, algo olvidado en todos los demás lugares. Yo: la princesa falsa.

Tal vez si yo hubiera sido otro tipo de chica, podría haber hecho amigos gracias a eso.

Si hubiera estado dispuesta a derramar mi dolor al ser abandonada, o la firmeza

suficiente como para afirmar el orgullo que sentía al haber prestado semejante servicio

a la corona, podría haberme ganado la simpatía de muchas personas.

Pero fui como siempre había sido, callada y reservada, preocupándome de tropezar

con mis propios pies enfrente de otras personas.

Las pocas almas que reunieron el coraje para acercarse a mí, solo ganaron una sonrisa

de labios cerrados y una negación de cabeza.

—Preferiría no hablar sobre eso. —Hubiera dicho. Siempre podría ver la decepción en

sus ojos, el reproche, como si tuviera alguna obligación de responder a sus preguntas.

Pero todo esto era demasiado nuevo, demasiado crudo en mi interior, e incluso solo

decir eso me dejaba temblando mientras me alejaba.

***

Solo dos cosas rompían el patrón de mis días en Treb. La primera era… no sabía que

es lo que era. Algo sin nombre.

No algo que pudiera colocar en mi mano o señalarlo y decir: “Ah, esto es lo que me ha

estado molestando”. Era un sentimiento, uno que apareció un par de semanas después

de mi llegada

Comenzó con una especie de tirantez en mi pecho, como cuando quieres llorar y no te

lo permites. Al principio lo ignoré; no parecía raro sentirse así, no después de todo lo

que pasó. Pero cambió, después de un tiempo, creciendo hasta que a veces se sentía

realmente extraño, como si tuviera algo caliente y molesto dentro de mí que quería

salir. Mis manos y brazos parecían temblar y latir, aunque no lo hacían. A veces, sin

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advertencia, tenía una urgencia casi abrumadora de hacer…algo. Pero nunca sabía

qué, y después de unos pocos momentos incómodos, la sensación pasaría.

No se lo dije a nadie. No había nadie a quien decírselo, además de a tía Varil.

Entonces, de noche, cuando no tenía nada más en que pensar, en privado me

preocupaba que estuviera enloqueciendo. ¿Qué más podría hacerme sentir como si

tuviera un fuego en mis venas que quería salir por mis manos, o mi boca, o mis ojos?

Dudaba de que tía Varil apreciara realmente que le contara estas cosas. Tener una

sobrina, hasta entonces desconocida, era una cosa, pero una sobrina hasta entonces

desconocida que además estaba loca, era totalmente distinto. Así que me preocupaba,

lo que me daba una buena distracción de mi miseria, y no le conté nada.

Aunque la segunda distracción fue diferente. Vino un día mientras caminaba por la

polvorienta calle principal, con una canasta en mis manos. Tía Varil y yo habíamos

salido a buscar ortigas en los setos que lindaban con el camino en dirección sur. Por

una vez yo había llenado primero mi canasta y ella me había dado permiso para ir a

casa y empezar el baño de tinte.

Era un día brillante, tan caluroso que el cabello que se escapaba de mi trenza quedaba

pegado a mi nuca. Mi vestido se sentía mojado por la espalda y mis brazos picaban en

la parte que los guantes de tía Varil no los cubrían. Apoyando la canasta en mi cadera,

me detuve para que los chicos de la villa pudieran reunir unas cabras que andaban

sueltas por el camino. Dos de las chicas de mi edad, Calla y Renata, estaban de pie,

afuera de la casa de Calla, con las cabezas inclinadas. Intenté hacerme pequeña e

invisible, como si pudiera confundirme con el ambiente. Aunque nunca habían sido

groseras frente a mí, siempre se oía mucha murmuración cuando pasaba junto a esas

dos y esperaba que no me notaran. Aunque mientras avanzaba, mi pie chocó con una

piedra. Trastabillé y las ortigas salieron volando de la canasta mientras caía sobre mi

rodilla. Del otro lado del camino oí las risas.

Sonrojada, me apresuré a recoger de nuevo las ortigas tan rápido como fuera posible,

pero habían volado en todas direcciones. Manteniendo la cabeza gacha, con las

lágrimas de vergüenza picando, me di la vuelta para ver a un joven arrodillado ahí, con

una ortiga en la mano.

—Creo que esto es tuyo —dijo con una pequeña sonrisa.

—Ten cuidado —le dije mientras me estiraba para tomarla—. Esta… te picará.

—No es tan malo —dijo mientras ponía otra en la canasta. No dijo nada más mientras

las juntábamos todas, aunque me sonreía cada vez que lo miraba. Incluso

comparándolo con todas las personas que había visto en la Corte, tuve que admitir que

era bastante guapo. Cabello negro que enmarcaba grandes ojos azules y podía ver su

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dentadura perfecta cada vez que sonreía. Noté que la risa del otro lado de la calle se

había detenido.

Cuando las juntamos todas, me ofreció su mano. Su palma ya tenía un leve sarpullido.

—Esa fue una fea caída —dijo—. ¿Te lastimaste?

Sacudí la cabeza, de repente consciente de lo sudorosa y llena de polvo que estaba.

—Mi cuerpo está acostumbrado a mi torpeza —dije groseramente—. No me lastimo

con facilidad.

—Soy Tyr Varanday. Mi padre es el dueño de la tienda —dijo señalando la única

tienda de Treb—. He estado visitando amigos en la ciudad. Acabo de regresar.

—Soy…S-Sinda Azaway —dije, dudando levemente en mi nombre. Normalmente me

habría sonrojado aún más, pero me miraba tan amigablemente que me sentí sonriendo

en su lugar—. He venido a vivir con mi tía Varil.

—Entonces eso explica lo de las ortigas —dijo con una risa—. Pero no sabía que la

señora Azaway tuviera una sobrina.

—Ella no lo sabía —respondí—. Mi padre murió sin hablarle de mí y yo…yo viví en la

ciudad hasta hace poco.

Sus ojos recorrieron mi rostro y vi que registraba algo. Si había estado en la ciudad,

habría oído los rumores de la falsa princesa y adónde había ido. Quizás hasta oyó mi

nombre real. Pero solo sacudió la cabeza y estiró la mano hacia la calle principal.

—Entonces esto debe ser chocante, si viviste en la ciudad. Aquí somos un

poco…rústicos.

El alivio me invadió. Por una vez, aquí había alguien que no me estaba molestando

por mi pasado, que no esperaba oír historias sobre cómo había sido ser una princesa.

—No es tan malo. —Me descubrí diciendo, pero Try solo se rió.

—Creo que estás mintiendo —dijo alegremente—. Treb no tiene mucho que ofrecerle a

alguien que conoce cómo es el mundo. He intentado decirle a mi padre que

deberíamos rentar algo en Vivaskari y poner la tienda allí, pero no lo ve como yo.

Miró mi canasta y dijo:

—Tus ortigas se están marchitando. Conozco a la señora Azaway y no estará contenta

si el sol las marchita. —Hizo una pausa, como si estuviera nervioso—. ¿Crees que me

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permitirá llamarte? Sé que dije que Treb es un lugar muy apartado, pero deberías

conocerlo bien. Podría mostrarte el lugar.

—Eso sería lindo —dije.

Sus ojos parecieron brillar.

—Entonces te veré pronto —indicó antes de volver hacia la tienda de su padre,

suspirando.

Al día siguiente, mientras limpiaba mi plato de la mesa después de la cena, hubo un

golpe en la puerta. Tía Varil, que había estado jugando con su cuchara en mi intento

de guiso, me miró y asintió hacia la puerta. Me apresuré, intentando no morderme el

labio anticipadamente.

—Hola señorita Azaway —dijo Tyr cuando abrí la puerta. Su voz me recordaba a la

miel tibia.

—¿Quién es, Sinda? —gritó tía Varil, pero antes de que pudiera contestar, ya había

empujado su silla de la mesa y venía por la sala hasta la puerta. Me pareció oír una

pausa en su paso, la menor vacilación, pero luego estuvo a mi lado, mirando a Tyr con

los labios fruncidos apretadamente.

—Hola, Tyr —dijo ella—. Le he dicho a tu madre que no voy a tener lista esa lana

amarilla hasta dentro de tres días.

Sabía que tiendo a encogerme un poco cuando tía Varil me mira con tanta atención,

pero Tyr solo movió la cabeza con facilidad.

—No estoy aquí por mi madre, Señora Azaway. Ayer conocí a su sobrina y pensé que

tal vez le gustaría dar un paseo por el pueblo conmigo.

Tía Varil resopló.

—Ella ha visto todo lo que hay que ver en el pueblo, Tyr.

Mi corazón, el cual había estado martillando muy duro en mi pecho, cayó de repente

hacia mi estómago. Había estado abrazando con tanta fuerza a la idea de que tal vez,

por fin, tendría un amigo en Treb que no me había dado cuenta de lo mucho que había

contado con ello hasta que amenazó con desaparecer.

Tía Varil miró de Tyr a mí y viceversa. Sabía que una expresión suplicante debía estar

llenando mis ojos, que el dolor sordo de quererlo debe ser visible en todas las líneas de

mi cuerpo, porque ella suspiró y dijo:

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—Está bien. Pero solo en el pueblo, Tyr. No más lejos. No quiero que las personas

estén hablando.

—Por supuesto que no —dijo Tyr con una sonrisa. Luego extendió un brazo, haciendo

un gesto hacia la mortecina luz del día—. Señorita Azaway.

Se seguía estando bien, aunque un toque de frescura flotaba en el aire. Los árboles y las

casas proyectaban largas sombras en el camino, haciendo todo suave y tenue. Al final

del camino, pude ver a Ardin, el herrero, de pie frente a su tienda, con una pipa en la

boca, pero por lo demás, estábamos solos. No volvimos a hablar hasta que estuvimos

dos casas más allá de la casa de mi tía. Entonces, sin previo aviso, Tyr dejó escapar un

suspiro.

—Siempre he pensado que tu tía era dura, pero, ¿es siempre tan estricta contigo?

El calor se filtraba a través de mí, como el agua por las grietas diminutas en un muro

de piedra, llenándome de algo parecido a esperanza. Sin embargo, traté de mantener

mi cara apacible cuando dije:

—Ella es muy... bueno, estricta es la palabra correcta, supongo. —A unos pocos pasos

más adelante, murmuré—: No me cae muy bien. Tyr se detuvo tan de repente que me

tropecé con la nada. Lanzando un brazo fuera, me atrapó por los hombros. Por un

momento, nos quedamos así, sus manos presionando contra mí, y sentí algo correr por

mi columna vertebral y mi espalda hacia abajo. Basta, pensé. Él solo está siendo cortés.

—Cuidado —dijo con una risita—. Sabes, estoy empezando a pensar que eres un

peligro para ti misma.

La sensación nebulosa, la pequeña emoción en mis huesos, se desvaneció. Yo sabía

que mi expresión debió haber cambiado, porque la media sonrisa perezosa de Tyr fue

reemplazada por una mueca de preocupación y sus manos volaron bruscamente a los

costados.

—Gracias —dije secamente.

Él negó con la cabeza.

—No es nada. ¿He dicho algo malo?

Me mordí el interior de la mejilla, sin saber qué debería decir. ¿Cómo se supone que

Tyr sabe que Kiernan siempre me había molestado justamente con esas palabras?

¿Cómo se supone que iba a explicar la forma en que el rostro de Kiernan parecía

reemplazar el propio de Tyr, y que, en ese breve instante, echaba tanto de menos a mi

amigo que mi estómago dolía? ¿O que, por razones que no entendía, me sentía

extrañamente culpable por el calor que había sentido cuando Tyr me había tocado?

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Pero Kiernan y yo no éramos así, pensé. Solo éramos... amigos, incluso habíamos sido

amigos durante tanto tiempo que ninguno de los dos podía recordar un momento en el

que no lo fuéramos. Aun cuando éramos tan cercanos que a veces podíamos terminar

las frases del otro, o decir una broma en el instante antes que el otro lo hiciera. Incluso

si, cada vez que pensaba en vivir mi vida sin él, era como caminar en las tinieblas sin

linterna y sin posibilidad de volver a encontrar algún final.

Ese nudo en mi estómago presionó de nuevo, y me di cuenta de que Tyr me estaba

mirando.

—Lo siento —dijo, con los ojos muy abiertos—. No tenemos que hablar de ello si no

quieres. Yo solo estaba… sorprendido. —Una sonrisa tentativa—. Me pareces muy

agradable.

Con gran esfuerzo, me obligué a apartar mis pensamientos sobre Kiernan. No me

harían ningún bien aquí, y no iba a asustar a este potencial amigo, mi primer potencial

amigo en Treb. Yo sería feliz, haría amistad con Tyr, aun si eso me mataba.

—Es solo que… —dije entrecortadamente mientras trataba de recordar qué era lo que

habíamos estado hablando. Oh, sí. Tía Varil. Empecé a caminar de nuevo, en

dirección hacia el extremo del pueblo, y Tyr rápidamente ajustó su ritmo al mío—. No

le gustaba mi madre. Verás, dejó a mi padre justo después de que yo naciera. Eso le

rompió el corazón, y tía Varil dice que nunca fue el mismo. Ella cree que estaba lo

bastante triste como para dejarse morir cuando llegó una epidemia de fiebre. —Tragué

saliva—. Es por eso que él me cedió, cuando el rey y la reina se lo pidieron. Porque él

no quería un recordatorio de ella. Ellos alteraron su memoria para que así pensara que

había muerto, y eso es lo que le dijo a tía Varil. Ella no sabía otra cosa hasta justo antes

de que me enviaran aquí. Sobre todo, creo que ella desea que yo no estuviera aquí. Yo

le recuerdo a mi madre, a lo que le hizo a mi padre y no creo que pueda perdonarme

por ello.

Habíamos pasado la casa del herrero. Ante nosotros ahora se extendían campos de

cultivos que poco a poco daban paso a los bosques. Tyr se detuvo de nuevo, aunque en

esta ocasión no tropecé. Girándose para mirarme a la cara, dijo:

—Bueno, si eso es lo que siente, Varil Azaway es más fría de lo que jamás pensé. Creo

que sería casi imposible no ser hechizado por ti.

Solté un bufido.

—Te sorprenderías entonces. Nunca he sido popular, ni siquiera en… —Mi voz se

desvaneció y entonces me obligué a terminar—: En la corte. Todos creían que yo era

extraña. Demasiado tranquila, demasiado seria. Solo tenía un buen amigo allí.

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Kiernan Dulchessy. —Ahí estaba de nuevo. No importaba el camino por el que girase,

todos mis pensamientos parecían conducir de vuelta a Kiernan.

Tyr infló su pecho cómicamente, sacudiendo la cabeza para que su cabello negro y

brillante volara alrededor de su cara.

—Bueno, no sé nada de ese Kiernan, pero solo puedo decir que voy a tratar de

igualarlo. De esa manera, no será tan malo estar aquí. —Su rostro entonces se suavizó

y se acercó para tomar mi mano. Una vez más, pequeños resortes de rayos se

dispararon a través de mí, aunque me esforcé para no mostrarlo—. Quiero ser tu

amigo, Sinda —dijo en serio—. Mucho.

Su rostro era tan bello en la oscuridad profunda que pude sentir el calor extenderse por

mis mejillas. Ahora mi corazón corría, pero por razones completamente diferentes.

—Me alegra, Tyr —dije—. Me alegra.

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Traducido por Panchys

Corregido por Carol

un así, no todos estaban tan felices con Tyr como yo. Cuando esa noche, más

tarde, volví de nuestro paseo, me encontré con tía Varil sentada en la sala

principal, una lámpara a su lado y un montón de ropa para ser reparada en la

mesa de delante ella, la aguja aún seguía en su mano. Me observó cerrar la puerta, sus

ojos brillantes y como los de los halcones.

Nos miramos mutuamente durante un minuto y a continuación dije cuidadosamente:

—Si no me necesitas para nada, creo que me iré a la cama.

La luna oscura ya había caído afuera y el parpadeo del fuego en la chimenea hacía

bailar las sombras alrededor de la habitación. La boca de tía Varil se movió, como si

estuviera chupando un pedazo de fruta ácida, y seguidamente dijo:

—Tyr Varanday es problemático. —Me había sentido liviana y luminosa, feliz por

primera vez en semanas, pero en un instante, me vine abajo—. A su madre nunca le ha

gustado vivir aquí. Ella es de Vivaskari y piensa que es demasiado buena para un

pueblucho como este. Le ha metido ideas en la cabeza. Y los familiares que tiene en la

ciudad más le meten cuando está ahí. Que es mejor que otras personas, que se merece

cosas que los demás no. Le gusta llevar las cosas. También le gusta salirse con la suya.

La mayor parte de la calidez que Tyr había traído había sido sacada de mí, pero

quedaba un pedazo testarudo.

—Solo porque alguien sea de Vivaskari no quiere decir que traigan problemas —dije.

Tía Varil inhaló, después exhaló con fuerza.

—No dije que lo fueran. Pero estando por encima de ti mismo a menudo lo haces. Y

Tyr Varanday está por encima de sí mismo, siempre lo ha estado.

Esto es lo que ella piensa de mí, me doy cuenta. Como alguien que estaba “por encima

de sí misma”. Una chica común con aires de princesa. Bueno, estaba tratando de

A

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47

deshacerme de ellos, para aprender a ser una persona normal. Estaba esforzándome al

máximo, pero era difícil deshacer dieciséis años de pensar que eras alguien, o algo,

más.

—Eso lo hace ser inquieto —continuó—, y eso lo llevó a…

De repente estaba enojada, cansada de escucharla, y levanté la mano.

—Basta —le espeté—. Él quiere ser mi amigo. Hasta es la única persona en este pueblo

que se ha preocupado por tratar de conocerme a mí en vez de susurrar sobre mí a mis

espaldas y decir que no soy lo suficientemente buena. —La tía Varil abrió la boca, la

línea entre sus ojos se alargó y profundizó, pero solo dije—: Me voy a la cama. Buenas

noches, tía.

Salí de la habitación, ardiendo de indignación. ¿Era solo otra manera de demostrar lo

mucho que desaprobaban mi persona? ¿Una manera de asegurarse de que mi vida aquí

era tan aburrida y fría como la suya? Me dejé caer en la cama, la cual estaba apretada

entre la ventana y la cama de tía Varil. Por alguna razón, tenía un impulso casi

irresistible de ir a mi baúl y sacar uno de mis vestidos. Ni siquiera lo había abierto en

las últimas semanas, no había usado nada más que las cosas que se había dejado la hija

de Alva desde que llegué aquí. Pero ahora lo quería, desesperadamente, para mantener

algo de una época en que había sido feliz, cuando yo tenía un amigo, cuando había

sabido quién era yo.

Sentí el impulso de golpearme, pero apreté la mandíbula y cerré los ojos con tanta

fuerza que los párpados me dolieron. No. No servía de nada aferrarse al pasado.

La cara de Kiernan flotaba delante de mis ojos cerrados, pero deliberadamente lo

reemplacé por la de Tyr. Agarré un trozo de la manta sobre la que me encontraba y la

pellizqué entre mis dedos. Esto era lo que ahora tenía. Solo esto.

Tenía que hacer que bastara.

***

Después de eso, tía Varil no dijo nada sobre mi amistad con Tyr. Me permitió ir a

pasear con él, sentarnos en el jardín, e incluso, en las noches de lluvia, que viniera al

interior y pusiera un tablero de ajedrez para que jugáramos. Era amable con él, pero yo

sabía dado por la postura de su boca que no estaba feliz con la situación más de lo que

lo había sido la primera noche.

En cambio, yo estaba más feliz de lo que había estado desde que llegué a Treb. Podría

no haber sido mucho como para considerarlo, teniendo en cuenta la soledad que había

estado sufriendo, pero al menos era un progreso. Pasó una semana, luego dos, y vi a

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48

Tyr casi todos los días. Me daba prisa en todas mis tareas, para poder presentarme ante

tía Varil al final del día, madejas de lana teñidas, camisas remendadas lo mejor que

podía, jardín podado y se me permitía ir en busca de mi amigo.

Nuestras actividades variaban. A veces simplemente nos sentábamos fuera de la casa

de tía Varil o en el jardín de detrás de la tienda de sus padres y hablábamos. Me habló

de sus parientes en la ciudad, y de varias obras de teatro y actuaciones musicales a las

que asistió cuando los visitó. Yo había visto algunas veces las obras de las que habló, y

aunque sentí una punzada de nostalgia cuando las mencionaba, me di cuenta de que

podía hablar de ellas sin demasiada tristeza. A veces, en nuestras partidas de ajedrez

tardábamos tanto tiempo que teníamos que declarar una tregua por la hora. Le mostré

el pequeño estanque que había encontrado en el bosque de detrás de nuestra cabaña,

dónde, si se espera al atardecer, casi siempre se pueden ver ciervos bajando a beber.

Caminábamos arriba y abajo por la calle principal de Treb, a veces parándonos en

Hollyhock para sentarnos y beber una taza de sidra del último año.

En alguna ocasión, algunos de los otros chicos o chicas de nuestra edad trataban de

unirse a nosotros, pero Tyr siempre había logrado alejarlos sin que se viera como si

estuviera siendo poco sociable. A veces deseaba que no fuera tan apto para eso,

hubiera sido agradable llegar a conocerlos, y yo era demasiado tímida para acercarme

a ellos por mi cuenta. Aunque normalmente, simplemente me deleitaba en tener un

amigo, en tener un poco de felicidad.

Pensé en hablarle a Tyr de la extraña sensación que había dentro de mí, la sensación

de algo atrapado y tratando de salir. Se había agravado con el tiempo, hasta que a

veces me imaginaba que podía ver el calor que irradiaba mi piel. Cuando Tyr me

miraba con sus ojos claros y su sonrisa, pensaba que podría entenderlo.

Pero vacilé, no quería agobiar nuestro tiempo con los temores sobre algo que podría

ser o no ser real. Cualquiera que fuera la sensación, parecía no hacer daño, a excepción

de causar preocupación, así que guardé silencio.

Traté de no pensar en lo que tía Varil había dicho sobre él. Ella nunca me ha impedido

salir con él, pero su ceño fruncido no cesaba en detenerme cada vez que pedía permiso

para salir de la casa. Era esa expresión la que me venía la memoria cada vez que Tyr

hacía alguna maliciosa sobre algún aspecto de Treb, o cuando trataba de hacer que

Tabithan bajara el precio de nuestras sidras en Hollyhock. Me angustiaba siempre que

Calla lanzaba una especial y herida mirada a Tyr cuando lo veía conmigo, una mirada

que parecía hablar de algo arrancado sin previo aviso.

Pero normalmente lograba sacudir esos momentos de inquietud, ya que justo al

momento siguiente Tyr me miraba con semejante sonrisa amable que pensaba que

seguramente me había imaginado el tono arrogante en su voz.

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49

Traté de no pensar en Kiernan. Traté de no comparar su ingenio fácil y jovial con la

suavidad serena y la sonrisa de seda de Tyr. Traté de no desear, a veces, que fuera

Kiernan quien estuviera sentado frente a mí en la mesa. Me forcé a no imaginar la

forma en que él habría tenido a cada uno, desde Ardin, el herrero taciturno, hasta

Tabithan, el alegre posadero de mejillas rojas, bajo su hechizo. Tarareaba mentalmente

o trataba de relatar los pasos necesarios para preparar tanaceto para teñir cada vez que

me ponía a pensar en los chistes que él habría hecho sobre los animales del pueblo o

las conversaciones que habríamos tenido sobre tía Varil. Me decía a mí misma que no

lo echara de menos.

Y entonces llegó el día en que Tyr me besó y todo lo demás fue expulsado de mi

cabeza.

Estábamos en el bosque cuando sucedió. No se suponía que Tyr estuviese conmigo

cuando recolectaba plantas para tía Varil, pero él me había visto caminando por el

bosque por la tarde y me había seguido. Había pensado en decirle que debía irse, por si

acaso tía Varil viniera a buscarme, pero cuando empecé a sugerirlo, tal mirada larga

apareció en su rostro que dejé el asunto.

—Bueno, entonces tendrás que trabajar. —Me había reído—. Puedes ayudarme a

buscar la reina de los prados.

La parte superior y banal de las plantas llenaban mi cesta en el momento en que las

sombras del bosque se habían alargado. Caminamos de regreso hacia el pueblo poco a

poco. Yo sabía que tía Varil se preguntaría dónde estaba, tal vez incluso estaba

preparando la cena para mí, pero no parecía capaz de hacerme ir más rápido. Al llegar

a la hilera de árboles, no obstante, me giré a Tyr con un suspiro.

—Es mejor que no salgas de los bosques conmigo —dije—. A tía Varil no le gustaría

verlo. Podría pensar que estamos haciendo algo que no debemos.

Tyr me miraba con una mirada extraña, una mirada somnolienta en sus ojos.

—¿De verdad? —preguntó—. Bueno, si tanto se preocupa por eso, quizá debiéramos

darle una razón para sus preocupaciones.

Y en un movimiento sin esfuerzo, se inclinó y me besó.

Nunca antes me habían besado. Como princesa, simplemente no fue parte de mi

experiencia. Conocía a algunos de las otras chicas en la corte, y muchos de los chicos

las habían besado. Kiernan solía venir con historias de besos que había robado o

intentado robar en los rincones oscuros de las diferentes habitaciones de palacio. Sin

embargo, nadie había intentado darme un beso, ni siquiera el muy descarado hijo del

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50

archiduque Wenthi, el que durante nuestras danzas tenía siempre las manos muy

largas.

Así que, mientras tenía al menos alguna idea teórica de lo que un beso debía ser, para

nada tenía ningún conocimiento práctico. En el último segundo antes de que sus labios

tocaran los míos, vi que tenía los ojos cerrados, así que me apresuré a cerrar los míos

también. Sus labios se movían, con cuidado y con suavidad, y se sentían calientes,

suaves y agradables. Se retiró por un momento y me pregunté si a lo mejor no lo había

hecho bien, pero después me estaba besando de nuevo, pasando un brazo alrededor de

mi cintura y tirando de mí hacia él. Mi cesta seguía apoyada en una cadera, aunque

con cautela puse mi mano libre en su brazo. Pude saborear algo dulce en su boca, tal

vez el sabor persistente de las pequeñas fresas salvajes que habíamos encontrado y

comido ese mismo día.

El beso se prolongó durante lo que pareció mucho tiempo, hasta que me sentí mareada

detrás de mis ojos. Di un paso atrás y el aire fresco de la noche lavó el espacio donde

nuestros cuerpos habían sido presionados.

—¿Ha estado bien? —preguntó Tyr. Me miró con un brillo en sus ojos.

Honestamente, no estaba segura. Pensamientos innumerables empujaban por atención

dentro de mí. Lo que Tyr me gustaba, lo que me gustaba la forma en que el nudo de mi

estómago se encendió cuando se aproximó. Cómo, a pesar de que nunca había sido

besada, de alguna manera lo que había imaginado se sintió diferente, simplemente

menos agradable y más... entusiasta. Cómo tenía miedo de, si le permitía a Tyr

besarme de nuevo, o si no, podría perder al único amigo que tenía en Treb. Cómo, por

un instante, la cara de Kiernan había nadado delante de mis ojos cerrados, con el ceño

apretado con algo parecido a la decepción.

Sentí todas estas cosas a la vez, así que no supe qué decir. Pero asentí con la cabeza,

un poco vacilante, y cuando su rostro enrojeció de placer, sabía que había dicho la

respuesta correcta.

—Me parece que veo a tu tía delante de la cabaña —dijo—. Ves tú y yo esperaré hasta

que hayáis entrado. —Me cogió por el brazo—. Mañana me voy a la ciudad a la boda

de mi primo. Me iré tres días, pero vendré a verte en cuanto regrese. Te echaré de

menos.

—Te echaré de menos —repetí. Entonces me di la vuelta, con el corazón acelerado y

me apresuré a descender del bosque hacia donde tía Varil me estaba esperando.

***

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51

Los siguientes días pasaron en una nebulosa. Tía Varil me castigó continuamente por

soñar despierta, y casi salí al paso de un carro lleno de jaulas de gallinas que iba por la

calle principal de la ciudad.

Aunque no estaba soñando con Tyr, no en la forma caprichosa que sabía que las chicas

soñaban con los chicos que les gustaban. No, me preocupaba por él y por mí. ¿Qué

significaría estar con él de esta manera? ¿Era lo que quería? ¿La gente hablaría, como

tía Varil cree? ¿Importaba que lo hicieran? ¿Qué pasa si eso arruinó nuestra amistad?

¿Por qué, por qué había pensado en Kiernan en el momento en que Tyr me había

besado?

Pensamientos como estos se arremolinaban en mi cabeza, haciéndome tan torpe que

de repente tenía moretones por mis piernas. Cuando rompí tres platos en dos días, tía

Varil me echó la bronca y me prohibió ayudar con la cena hasta que pudiera hacerlo

sin ningún contratiempo. Nada de esto ayudó a mi estado de ánimo, que se volvió más

negro y más lleno de ansiedad durante el día.

En el tercer día desde el beso, estaba en el patio detrás de la casa, tratando

desesperadamente de salvar una cuba de tinte púrpura. Tía Varil había ido en busca de

corteza de sauce al bosque y me dejó a cargo del baño de tinte.

—Me has ayudado bastante —dijo, mientras salía pisoteando, con la cesta en la

cadera—. Ya es hora de que aprendas a manejarte por ti misma.

Había ido bien hasta que, por alguna razón inexplicable, las aguas se volvieron a partir

de un violeta pálido a un barro de color marrón oscuro. Estaba desesperada, tratando

desesperadamente de recordar una forma de corregir el problema y al mismo tiempo

me preguntaba si podría correr lo suficientemente rápido para encontrar a tía Varil

antes de que el tinte se volviera irreversible. Finalmente, me decidí a retirar las plantas

del agua tempranamente, y en mi estado confuso, hundí mis manos directamente en el

baño de tinte en lugar de buscar el colador. Agarré las hojas flotantes, y las estaba

lanzando al suelo cuando oí el golpeteo en la puerta de alguien llamando en voz alta.

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

Me quedé inmóvil, con los brazos en la tina hasta los codos. Conocía la voz tan bien

que podría haber sido la mía.

—¿Hola?

La persona había renunciado a que alguien le abriera la puerta y se estaba acercando.

Me sacudí, lanzando agua de color marrón en el aire y en mí misma, justo a tiempo

para ver a Kiernan viniendo por el lado de la cabaña.

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Llevaba una fina túnica de color azul oscuro y pantalones de montar. Su cabello rubio

oscuro había sido peinado hacia atrás de su rostro y enredado por el viento. Parecía

vacilante mientras miraba alrededor de la esquina de la cabaña, pero cuando me vio su

cara se iluminó con tanta intensidad que pensé que podría quemarme. Entonces trotó

hacia adelante, sus largas piernas lo llevaban a través de la distancia entre nosotros

acercándolo unos pocos pasos. Me atrapó en un abrazo tan fuerte como la sonrisa en

su rostro y dio vueltas a mí alrededor, haciendo caso omiso de la tintura en mis brazos

o el agua que había derramado en la parte delantera de mi vestido. Se reía en mi oído y

sentí una sonrisa quemando a través de mi propia cara.

Era como volver a respirar después de casi ahogarse, como recibir agua después de

arrastrarse a través de un desierto. Todas las preocupaciones que me habían asaltado

habían desaparecido, por lo que me sentí suelta de piernas y realmente viva por

primera vez desde que había entrado en el coche al lado de los establos y montado

fuera del palacio. Era mi mejor amigo y había venido a buscarme.

Al final me soltó y puso sus manos sobre mis hombros, sosteniéndome de vuelta para

mirarme.

—En nombre del Dios Sin Nombre, te he extrañado, Nalia —suspiró.

Y mi corazón, que había disparado hacia el cielo, que se había iluminado y bailado

como una hoja volando en el viento, repentinamente cayó hacia mi estómago.

Kiernan escuchó su error de inmediato.

—Lo siento. Lo siento, solo… solo… lo había olvidado. Al verte, me olvidé. Sinda.

Ahora eres Sinda, ¿no?

Lentamente con mi cabeza tan pesada que se sentía como una roca sobre mis

hombros, asentí. Miré hacia abajo, lejos, donde fuera, pero no a Kiernan. Me percaté

de que mis brazos, estaban completamente cubiertos con el color marrón sucio del

colorante en ruinas, por lo que parecía que había estado jugando en el barro. El frente

de mi vestido, no, el vestido de la hija de Alva, estaba oscuro con el agua que había

echado sobre él, pero eso no disimulaba como de delgado era material. Un insecto

pasó y le di un manotazo, rozando mi mejilla con el pulgar mientras lo hacía. Podía

sentir la humedad en mi cara y sabía que probablemente acababa de mancharme la

mejilla.

Y de alguna manera, ahí de pie, toda la alegría que había acumulado dentro de mí

tanto tiempo sin ninguna razón para salir, que había burbujeado al ver a Kiernan, de

repente se volvió amarga y oscura. Estaba avergonzada, por cómo me veía, por lo que

estaba haciendo y por cómo había hecho desastre de esto. En un segundo lo odié por

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verme de esta manera, por venir y recordarme quién ya no era. Y sabía que en cuanto

abriera mi boca, lo que saliera de ella sería horrible, tan cruel y mezquino como podría

hacerlo. Y sabía que debía detenerme, que lo lamentaría más tarde, pero en ese

momento, con las mejillas sucias y rojas, no me importaba.

—¿Qué estás haciendo aquí, Kiernan? —pregunté con voz apagada.

Sus ojos se arrugaron por un segundo, sorprendido por mi tono.

—He venido a verte. Sé que ha pasado mucho tiempo, que he tardado mucho, pero…

—Dos manchas de color florecieron en sus mejillas, como si no quisiera hablar, pero

luego siguió adelante—. Pero hubo todo tipo de ceremonias y esas cosas, para darle la

bienvenida. Todo el mundo fue llamado a la corte. Incluso se aseguraron de que la

baronesa de Mossfeld viniera —agregó con una bocanada de risas y una mirada de

esperanza. Las tierras de Mossfeld estaban en los tramos más hacia el norte de

Thorvaldor y la mujer que los gobernaba era tan excéntrica que no se había visto en la

corte desde la coronación del rey. Kiernan y yo habíamos pasado muchas horas

tumbados en la hierba de los jardines de palacio, preguntándonos cómo era y qué

hacía estancada en el terreno pantanoso y empapado que era Mossfeld.

Pero yo no sonreí, y vi que Kiernan tragaba saliva antes de continuar.

—De todos modos, no podía salir. Mi padre, dijo que sería un insulto para… para

Nalia… si venía a buscarte cuando aún estábamos dándole la bienvenida. Por fin ayer

me dio permiso y salí esta mañana.

—Ya lo veo. ¿Pero por qué? —pregunté. Había un tono en mi voz que no reconocí,

como de doble filo, como una espada. Que reduciría a Kiernan, sí, pero también me

cortaría a mí. No me importaba.

—Esto —dije, señalando con el brazo a la cabaña y a la bañera de tinte—, no es

exactamente a lo que estamos acostumbrados. —Miró a donde yo apuntaba,

parpadeando y como perdiendo el equilibrio. Negué con la cabeza—. No. A ti te va la

diversión, hacer gracias, tonterías y bromas.

Palideció, herido, y casi me herí a mí misma. No era cierto, había algo más en

Kiernan, y ambos lo sabíamos. Sin embargo, no me detuve.

—No hay mujeres bonitas para besar aquí, Kiernan, ni juegos para jugar o bromas que

hacer. No hay obras que ver, no hay salas de música a donde ir. Ni siquiera hay una

biblioteca para esconderse. —Me reí, y fue un sonido alto y agudo, que yo no

conocía—. Oh, no te preocupes. No eres solo tú. Mira a tu alrededor. Aquí no hay

nada que alguien en su sano juicio tenga para hacer.

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—Estás tú —dijo en voz baja—. He venido aquí para encontrarte. Me hubiera ido a

cualquier parte —añadió más estridente—. Al distrito Two Copper de Vivaskari o a los

tramos cenagosos de Mossfeld o al infierno congelado del Dios Sin Nombre. Eres mi

amiga. He venido a buscarte.

Una parte de mí quería agarrar su brazo y rogarle que me perdonara por las cosas que

había dicho. Una parte de mí quería cerrar los ojos y fingir que estábamos de pie en los

jardines de palacio, que nada había cambiado. Una parte de mí quería sentarse en el

suelo con él y hablar hasta que mis labios se adormecieran, hablarle de mi vida aquí.

De los ciervos en el estanque, de mi confusión con Tyr, de la tensión en mi relación

con tía Varil, de mis temores sobre lo extraño y atrapado dentro de mí que me

perseguía desde que llegué.

Una parte de mí lo quería. Pero el resto de mi cuerpo estaba demasiado avergonzado

por haber sido pillada por sorpresa, sucia, mojada y pobre. Y era demasiado orgullosa

para deshacer mis palabras de nuevo.

—Ya no soy Nalia —dije tan fríamente que Kiernan se balanceó sobre los talones.

Tomé un puñado de mis faldas en mi puño, y las estreché frente a él—. Mírame,

Kiernan. Echa un buen vistazo. Esto es lo que soy ahora. Soy la sobrina de una

tintorera en una pequeña cuidad atrasada, una que no tiene ni siquiera su propia ropa.

Limpio la casa y hago la cena y las cosas del tinte. Y ni siquiera soy buena en eso.

—No me importa —gruñó. Sus ojos brillaron y sus puños palidecieron apretados con

el fervor de esas palabras—. No me importaría si fueras la princesa o la hija de un

pescadero o un gitano de viaje. No es por eso por lo que soy tu amigo.

Eso casi, casi me persuadió. Pero ya había ido demasiado lejos. Me escuché a mí

misma insistiendo:

—Eras el amigo de Nalia. Bien, la verdadera Nalia volvió a palacio. Tal vez tu padre

tenga razón. Debes hacer amistad con ella.

Kiernan sacudió la cabeza con tanta fuerza que debió de haberle dolido.

—No. Sinda, escúchame…

Fue el oírlo llamarme por mi nombre, el nombre que yo no quería, lo que me rompió.

—Ya basta —susurré—. Has venido, me has visto. Has cumplido con tu deber. No es

bueno, Kiernan. Solo vete.

Con eso, me di la vuelta, con la espalda tan recta como la de tía Varil. Pude sentir las

lágrimas calientes, espinosas, al encuentro de mis ojos, pero no pude hacerle frente.

Hubo un largo silencio y a continuación dijo:

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—Te he traído algo. El mapa del rey Kelman. Lo… lo dejaste conmigo, ese mismo día.

Pensé que podrías, bueno, ser capaz de trabajar en él. Descifrarlo.

—¿Y qué biblioteca debería utilizar? —pregunté con amargura—. ¿Qué libros

recorrería para encontrar las respuestas a un rompecabezas que a nadie le ha

importado en trescientos años?

—Simplemente pensé que te gustaría —dijo. Nunca había oído a Kiernan tan

tranquilo, tan derrotado.

—Bueno, pensaste mal —dije sin cuidado, todavía sin darme la vuelta—. Tengo

amigos aquí, Kiernan. Ellos me mantienen ocupada. No necesito tu compasión ni tus

regalos.

Otra larga pausa. Civilizaciones enteras podrían haberse levantado y muerto de nuevo

durante esa pausa. Luego dijo, con toda la cortesía rígida del hijo de un conde:

—Me voy entonces. Lamento haber molestado. Adiós, Sinda.

Entonces estuve llorando realmente, enormes lágrimas goteaban en mi cara mientras

apretaba mis dientes con tanta fuerza que me dolía la mandíbula. Si hubiera abierto la

boca, tendría que lamentarlo, por lo que no dije nada. Un momento después, oí el

sonido de un caballo al galope saliendo de Treb tan rápido como su jinete podía ir.

Fue solo entonces que me di la vuelta. Descansando ahí, en el tronco en que a veces

me sentaba mientras agitaba el tinte, había un rollo de tela antigua atado con una cinta

azul. Con dedos temblorosos, saqué el nudo y con cuidado acaricié el tejido para

revelar un mapa de los terrenos de palacio. ¿Con cuanto cuidado debió de haberlo

cargado para que llegara aquí ileso?

Me di cuenta de que gemí, un sonido quejumbroso, como el que hacen los animales

cuando están heridos. Dejé ir el mapa, sobre el muñón, la cinta por debajo de él

arrastrándose sin fuerzas. Entonces estaba en el suelo, las rodillas contra mi pecho y

mis brazos alrededor de ellas.

Le había hecho daño intencionadamente, corté en rodajas el núcleo de nuestra amistad

con mis palabras. Había sabido lo que estaba haciendo, y en mi orgullo, lo habría

hecho de todos modos.

Bajé la frente para descansarla sobre mis rodillas y mis sollozos vinieron más fuertes.

Nunca más volvería a verle. Había obligado a alejarse de mí a un verdadero amigo, mi

mejor compañero en el mundo.

—Por favor —susurré—. Por favor, vuelve.

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Allí ya no había nadie que me escuchara.

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Traducido por Eve2707

Corregido por Salu… Lulu…

argo rato después, me levanté del suelo. Estaba temblando como si no hubiera

comido en dos días, mi cara estaba hinchada y dolorida por llorar. El crepúsculo

estaba cayendo y tía Varil seguía sin regresar. Debería tratar de ver si había algo

más que pudiera hacer para salvar el teñido, lo sabía, o ir dentro y comenzar a preparar

la cena. Me quedé mirando la tina de agua por un momento, después caminé sin

tocarla. Después de pensarlo un segundo, regresé por el mapa del Rey Kelman.

Una vez dentro, fui directamente a mi habitación, abrí mi baúl y puse el mapa del Rey

Kelman en la parte superior, donde no se aplastara con mis cosas. El baúl no tenía

cerradura. Me preocupé de eso por un momento, pero entonces decidí que no había

nadie en Treb que se diera cuenta de lo valioso que era el mapa, así que cerré la tapa

suavemente. Aún había agua en el cuenco de mi cama; lo había usado para lavarme la

cara por la mañana. Mojé mis manos en él, me salpiqué la cara y me restregué los

brazos con poco entusiasmo, aunque salió poco tinte. Me quité el vestido sucio y lo tiré

a los pies de mi cama antes de ponerme el otro.

Estaba como en algún tipo de frenesí, me percaté de eso, moviéndome tan rápido

como podía para no tener que pensar en lo que había hecho. De hecho, el único

pensamiento que me permitía era Tyr. Encontraría a Tyr. Se suponía que regresaría

esta noche y yo iría a buscarlo. Ahora era mi amigo, mi único amigo, en el que debería

estar buscando la comodidad. No importaba que mi corazón pareciese estar diciendo

otro nombre en lentos y dolorosos latidos; no importaba que supiese, muy en el fondo,

que viendo a Tyr nunca sanaría la herida que yo misma me había infringido. Empujé

lejos los pensamientos, y cuando finalmente pensaba que estaba presentable, dejé la

casa y caminé calle abajo hacia la tienda de la familia de Tyr.

Poca gente andaba por Treb esa noche. El dia siguiente era el día del Dios Sin Nombre

y mucha gente estaría preparando la gran comida familiar que disfrutarían después de

visitar el templo del Dios. Así que no había nadie que me viera mientras tocaba la

puerta principal y, sin obtener respuesta, me deslicé alrededor, hacia la entrada trasera

que lleva a las habitaciones de la familia, sobre la tienda.

L

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58

Sin embargo, cuando llegué a la esquina del edificio, me detuve, escuchando voces que

venían del pequeño jardín dónde la madre de Tyr tenía las plantas que tía Varil

llamaba “decoración sin sentido”. Esperé, escuchando, antes de reconocer la voz de

Tyr, junto con la de Renthen y Jorry, otros dos chicos de la villa de nuestra edad. Pero

aun así, vacilé. No conocía muy bien ni a Renthen ni a Jorry, y no quería ventilar mis

problemas frente a ellos.

Casi había decidido regresar a casa cuando escuché mi nombre.

—… al final llegamos a eso ahí —dijo Tyr.

—¿Qué, con Sinda? —Ese era o Renthen o Jorry. Quién quiera que fuera, algo en el

tono de su voz me dejó sin aliento.

—Naturalmente. Te dije que no me costaría mucho.

Uno de los otros resopló.

—Yo diría que te ha costado mucho.

La voz de Tyr era altanera.

—No seas estúpido. Ella es como un ratón. La pude asustar. Pero ahora… —Él se rió,

y no era como su habitual risa —. Ahora la tengo. Deberías haberla visto cuando la

besé. Tan dócil, tan dispuesta. No tardará mucho tiempo.

Mi corazón estaba latiendo rápido y fuerte y me pregunté porque ellos no lo

escuchaban.

—No me importa, Tyr. No estoy seguro de que valga la pena besar a alguien como

ella. Ella es tan… delgada y oscura. Y ni siquiera tiene un bocado en su seno.

Hubo un sonido de forcejeo, como si Tyr hubiera empujado al que hablaba.

—Digo que no seas estúpido. ¿Qué importa eso cuando pueda decir que me he

acostado con la chica que era la princesa?

Me quedé sin respiración. El aire estaba entrando en mi boca pero parecía que no

llegaba a mis pulmones, de repente mis piernas estaban tan débiles para sostenerme.

Me sentí hundirme contra el muro de la tienda y alcancé a agarrarme a algo que podía

detener mi caída. Una pesada vid con flores púrpuras, serpenteaba por el lado del

edificio, y estuve sobre ella con mis dedos cerrados.

Tengo amigos, me oí a mí misma diciéndole eso a Kiernan. Pero no los tenía. Todo lo

que Tyr quería era poder decir que conquistó a una princesa. Vi la cara de Tyr en mi

mente, riéndose y lleno de orgullo, y la de Kiernan, con dolor y sorprendido mientras

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le lanzaba mis palabras envenenadas. Yo era la que había sido estúpida. Ahora no

tenía a nadie. A nadie en absoluto.

El pedazo de vid en la que estaba agarrada se desmoronó como polvo negro en mi

mano.

La vid completa se detuvo por un momento, hecha de ceniza negra, y después

comenzó a caer como nieve. Me quedé mirando hacia arriba, sorprendida y

horrorizada, antes de que escuchara un sonido como algo que se estuviera cociendo en

el fuego. Para el momento en que miré abajo, el césped alrededor de mis pies se había

vuelto café y marchitado. El aire a mi alrededor parecía envolverse y girar, lleno de

calor. Y de repente, el sentimiento, la sensación de presión que había estado en mi

pecho todas estas semanas, se aflojó. Se liberó de mi interior, enrollándose alrededor

de mí como una serpiente mientras se disipaba en la noche y siseó sí.

Magia. Lo que había estado sintiendo todo este tiempo había sido magia, magia que

no había sabido que tuviese.

Corrí. Corrí todo el camino de regreso a la casa de tía Varil, sin importarme si Tyr me

escuchó o alguien más me vio. Corrí con mis brazos bombeando y mis piernas

temblando mientras me llevaban, con mi cabello moviéndose sin mi trenza. Solo

cuando alcancé la cabaña y me apresuré alrededor de la esquina para esconderme me

detuve, jadeante, para pensar.

Yo había hecho eso. De alguna manera, yo había matado a la planta, cambiándola al

instante de algo viviente a polvo. Había carbonizado la hierba sobre la que estaba. La

única manera de hacer cosas como esa era con magia. Pero yo no tenía magia, nadie

en la familia real la tiene. Era un hecho bien sabido que no había habido ningún rey o

reina mágico durante cientos de años.

Puse una mano en mi pecho y otra en la pared de la cabaña, dándome cuenta de

pronto de mi error. Yo no era de la realeza, así que después de todo, podía haber

magia en mi familia. Pero, ¿por qué nunca antes lo había sabido? ¿Por qué no había

pasado nada antes?

Inmediatamente mi mente comenzó a girar, tratando de encontrar una respuesta, pero

me obligué a tomarme las cosas con más calma. No. Tan tentador como era regresar al

reino de los académicos, para reflexionar sobre las razones de por qué la magia se

había mantenido escondida todos estos años, había otra pregunta que primero tenía

que hacer.

Tía Varil estaba caminando por el piso de la habitación principal cuando entré. se

detuvo con un pisotón en cuanto entré.

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—¡Sinda! —ladró—. ¿Dónde has estado? El teñido esta arruinado y no estabas en

ningún lado que pudiera encontrarte. Esto no es…

—¿De dónde viene? —interrumpí. Me sentía en carne viva, raspada hasta el hueso.

Primero la visita desastrosa de Kiernan, después la traición de Tyr y ahora esto. Era

mucho; estaba estirada tirantemente como una cuerda de arco lista para ser disparada.

No me sentía tímida ni tranquila en ese momento. Solo me sentía enojada y enferma

en el corazón.

—¿De dónde viene qué?

—La magia.

Los ojos de tía Varil se ampliaron y su mano fue a la base de su garganta. No en

conmoción, pero como alguien que ha recibido noticias que estaba esperando y

temiendo.

—Tú lo sabías —dije, aunque no lo quería creer—. Tú sabías que esto podría pasar, lo

que estuve sintiendo y tú no me previniste.

—No lo sabía. No me lo dijiste. Y yo esperaba… —Por primera vez desde que la

conocí, parecía perdida e insegura de sí misma—. Esperaba que no pasaras por esto.

Que no lo heredarías.

—Bueno, pues acabo de matar una planta con solo tocarla —dije—. Así que parece

que sí lo herede. —La puerta aún estaba abierta y la cerré con un golpe. Mis piernas

estaban temblando, pero no quería sentarme—. ¿De dónde viene? ¿De mi padre o de

mi madre?

Tía Varil bajó la mirada mientras murmuraba

—De tu madre.

Mi madre, la que me abandonó, la que había mandado a mi padre hacia una pena tan

profunda por la que estuvo dispuesto a darme. Había esperado, un poco, que hubiera

sido mi padre. Al menos mi tía podría haber conocido algo de magia. Pero en esto,

estaba sola.

Miré hacia el techo mientras mi garganta se apretaba. Sola. Siempre sola. No

importaba lo que hiciera, estaba predestinada a terminar sola, sin alguien para

consolarme. ¿Y por qué? Por una profecía que no tenía nada que ver conmigo, porque

sucedió que yo nací justo en el momento correcto de un hombre tan infeliz como para

querer cuidarme. Solo por eso, yo nunca…

—¡Sinda!

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La voz de estoque de tía Varil me trajo de vuelta del pantano de sentimientos que me

estaba envolviendo. Fue solo entonces cuando vi un remolino de viento a través de la

casa, levantando las faldas de tía Varil, mi cabello y los racimos de hierbas dispersas a

través de la mesa.

Más magia. Pero no sabía cómo controlarla, cómo detenerla. Me quedé quieta y casi

sin respirar en mi conmoción, y gradualmente, el sentimiento apretado en mi pecho

volvió a calmarse mientras salía de mí. Lentamente, el viento se calmó, y cuando

desapareció del todo, me hundí en la silla más cercana.

Dios Sin Nombre, yo era un peligro para mí misma y para cualquiera a mi alrededor.

Solo basta ver lo que hice en unos pocos momentos de dolor e ira. ¿Prendería con

fuego la casa la próxima vez que perdiera el temperamento? Con ese pensamiento,

tragué precipitadamente. ¿Y si lo hubiera hecho ahora? Parecía poco probable; me

sentía cansada, como si hubiera corrido a Vivaskari y vuelto. Pero no tenía a nadie que

pudiera decirme qué esperar, nadie que pudiera decirme cómo controlarme.

Tía Varil se aclaró la garganta.

—Como estaba diciendo, Ilania, tu madre, tenía algún poder. Más que nada, por lo

que vi, ella lo usaba para atrapar personas, para conseguir que hicieran lo que ella

quería. Es una de las razones por las que a mí… no me gustaba. Siempre pensé que ella

había usado algo de magia en tu padre, para hacer que se enamorara de ella.

No miré más allá de mi regazo.

—¿Ella estaba entrenada?

Yo sentí, más que ver, que tía Varil se encogió de hombros.

—No en la universidad de Vivaskari. Ella afirmaba que había estudiado con un

hechicero de Farvaseean durante sus viajes. Decía que la gente de ahí se ponía menos

ceremoniosa que la de aquí.

Lo que era verdad, por lo que sé de los entrenamientos mágicos de Farvaseean. No

había universidad; en lugar de eso, aquellos con aptitud para la magia simplemente

encontraban un hechicero que lo tomara como aprendiz. Los hechiceros de Vivaskari

siempre levantaban su nariz ante tal idea, diciendo que era un acercamiento

indisciplinado y la razón por lo que los hechiceros de Farvaseean no habían sido

realmente famosos en dos siglos. De cualquier manera eso no me ayudaba.

—Debiste habérmelo dicho —dije cansada—. Ahora… ahora soy peligrosa. Maté una

vid completa. Se convirtió en polvo en mi mano. Y casi comienzo una tormenta aquí

sin intención. Si me lo hubieras dicho… —Me callé, insegura. ¿Entonces qué? Aún no

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tenía a nadie a quien ir. No había ni siquiera una aldea cercada de brujas en Treb—.

Tan solo debiste habérmelo dicho.

—No me gusta la magia —contesto tía Varil.

Levanté la mirada hacia ella. Nunca había escuchado a nadie decir algo así. No te

gusta o te disgusta la magia. Era como decir que no te gusta el aire. Era algo que estaba

aquí, algo sobre lo que no podías hacer nada. Algunas personas la tenían y otras no,

como el cabello rojo o problemas en la visión.

—No me gusta. No lo ha hecho, desde tu madre. Por eso no te lo dije. Supongo que

esperaba que, si no lo hacía, se mantendría lejos.

Una sonrisa retorcida y sin alegría se formó en mi boca.

—Bueno, pues aquí esta. —Me levanté lentamente. No sabía qué hacer, pero sabía que

no podría pensar en algo más esta noche—. Me voy a dormir. Descifraré qué hacer por

la mañana, asumiendo que no queme la cama mientras sueño.

Tía Varil ni siquiera asintió. Ella solo miraba mientras, con la magia zumbando bajo

mi piel, fui a mi habitación, me acosté en la cama y caí rendida.

***

A la mañana siguiente, me levanté sabiendo lo que tenía que hacer. Había estado

confundida la noche anterior, pero cuando me desperté, todo parecía… no claro, pero

sí más nítido. Muchas cosas habían colisionado en una noche y se habían empujado

una a otra así que apenas tenía lugar para respirar. Ahora había bordes alrededor de

mí, un borde de arbustos con espinas puntiagudas que podrían engancharme si iba por

el camino incorrecto y solo un camino parecía libre.

Tía Varil ya había dejado su cama, o tal vez anoche no había dormido aquí. Me había

arrastrado bajo las cobijas, aún con mi vestido. Me levanté y fui al baúl de la esquina.

Un bulto del tamaño de un puño se atoró en mi garganta ante la vista del mapa del

Rey Kelman encima de mis otras cosas, pero lo quité moviendo los dedos ligeramente.

Cerca del fondo del baúl encontré lo que andaba buscando: un vestido verde oscuro

que traje conmigo de palacio y las delgadas y planas zapatillas que iban con él.

Mientras lo sacaba del baúl, mi mano topó con la pequeña bolsa de oro puesta en la

esquina. Un aleteo de culpa me llegó. Tal vez se lo debía de haber ofrecido a mi tía

cuando llegué, o tal vez se lo debía ofrecer ahora. Entonces sacudí mi cabeza y doblé

uno de los otros vestidos para que cubrieran la bolsa. No, lo necesitaría para lo que

estaba a punto de hacer.

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No pasó mucho tiempo antes de que me vistiera, pero vacilé, peiné mi cabello y lavé

mi cara incluso después de saber que ambos estaban presentables. Después de todo,

saber lo que tienes que hacer y hacerlo son dos cosas diferentes. Pero finalmente me

obligué a detenerme, enderecé mis hombros y fui en busca de tía Varil.

La encontré afuera, detrás de la casa. Una tina de agua estaba ante ella, junto con

varias canastas de plantas y una pila de madejas de lana, pero al parecer, no las tocaba

ya que las metía allí. Estaba mirando hacia el bosque y se giró solo cuando aclaré mi

garganta ruidosamente.

—Sinda —dijo viéndome. Su voz sonaba chirriante y no pude decir si había

dormido—. He estado pensado. Acerca de lo que dijiste anoche. Y pienso que estás en

lo correcto. No era justo por mi parte solo esperar que tú no tuvieras magia. —Ella

habló en su particular manera cortante, con algo en su tono que me decía que esto era

una disculpa—. Hay una mujer en Widevale, una hechicera cubierta. Le compré

algunos remedios cuando tu padre estaba enfermo. Estos no funcionaron tan bien

como esperaba, pero parecieron darle un poco de alivio. Si fuéramos con ella, podría

acceder a enseñarte. —Peinando algo de polvo invisible de su vestido se levantó

rápidamente—. Ahora, hay una carreta que va por ese camino mañana y…

Ella continuó hablando mientras se levantaba, pero se paró de repente cuando me vio.

Sus ojos fueron desde mis pies con las zapatillas hasta mi cabello, el cual yo había

trenzado y enredado alrededor de mi cabeza. Su lengua se lanzó entre sus labios y vi su

garganta destellar mientras tragaba.

—Pero tú no te quedaras, ¿o sí?

Yo había preparado un discurso, una explicación larga de lo que había pensado y lo

que necesitaría cuando la tuviera frente a frente. Se cayó ese momento y me quedé

buscando las palabras. Así que solo asentí.

—¿Vas a volver a la ciudad? —Otro asentimiento—. Hoy, ¿Si puedes? —

Asentimiento—. ¿Asumo que tienes algo de dinero para pagar un carruaje si viene?

Fue solo entonces que, al parecer, recordé cómo hablar.

—Lo siento. Ellos me lo dieron cuando me fui. Por mi “servicio a la corona”. Debí

habértelo dado, lo sé, pero pensé… —Extendí mis manos y me encogí de hombros—.

Pensé que lo necesitaría.

Tía Varil solo sacudió su cabeza, pero yo no pude decir si era un asentimiento o una

negación.

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—Entendible. Y es tuyo. Después de todo yo no pasé toda mi vida teniendo la posición

de ser asesinada en el lugar de alguien más.

Empalidecí a lo directo de sus palabras, incluso cuando sabía que eran justas.

—Pero tú me acogiste.

Ella encogió sus delgados hombros.

—Solo porque no tenías ningún lugar a dónde ir. Y porque sé que mi hermano así lo

hubiera querido. —Ella se sentó en el muñón donde, el día anterior, Kiernan había

puesto el mapa—. No he sido amable contigo, Sinda. No te he confortado, ni tratado

de hacer tu adaptación más fácil, ni siquiera he gustado a tus amigos.

—Él no era realmente mi amigo —dije rápidamente, mis mejillas volviéndose rojas.

Entonces parpadeó. Casi pareciendo que quisiera preguntarme acerca de eso, pero solo

continuó.

—Siento si hice las cosas más difíciles para ti. Solo puedo decir que no te estaba

esperando. Estaba acostumbrada a mi vida como era y resentí la intrusión. Aún, yo te

he agraviado dos veces. Y no te di la bienvenida, incluso cuando sabía que tú apenas

salías adelante, y te dejé tropezar con tu magia en lugar de advertirte que podrías

tenerla. Lo siento por eso.

No sabía que decir. Había tanta distancia entre nosotras, tanto que pensé que nunca

sería capaz de cruzar para alcanzarla. Pero era mi único pariente vivo, y sentí un

oscuro pozo hondo dentro de mí, vacío, donde debía estar lleno. Si solo las cosas

hubieran sido diferentes, si hubiéramos sido diferentes.

—Gracias —dije finalmente—. Yo también lo siento, porque no pude encajar aquí.

Tía Varil resopló sin aviso.

—No seas tonta. Tú no perteneces aquí. Nunca lo hiciste. Ellos te arruinaron para una

vida normal, pero eso no es tu culpa. No había nada que pudieras hacer al respecto. —

Ella suspiró, como alguien que se mete en la cama por primera vez en semanas—.

Estarás mejor en Vivaskari. ¿Pero qué harás allá?

Sacudí mi cabeza.

—No lo sé. Creo que iré a la universidad de hechiceros y ver que es lo que tengo que

hacer para ser admitida. Si no me admiten, bueno… —El miedo que estaba intentando

aplastar mi garganta para que no pudiera hablar por un momento—. Encontraré algo.

Conozco la ciudad; allí me sentiré más en casa.

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Los ojos de tía Varil se volvieron oscuros cuando me miró. Tal vez era solo la nueva

magia descubierta corriendo a través de mí, o tal vez era solo que pensó lo

suficientemente fuerte que nadie pudiera verlo en su cara, pero podía escuchar las

palabras que ella no decía. Mire a lo lejos, al norte, hacia Vivaskari.

Podría no haber lugar en el que estuviera en casa. Podrían ser siempre dos palabras, y

no encontrar consuelo en ninguna.

***

Un día después, estaba de regreso en Vivaskari.

Mientras el transporte contratado traqueteó dentro del distrito de South Gate, no era

capaz de detenerme a mí misma de dejar de girar el cuello para ver las paredes de la

ciudad extendiéndose hacia arriba. Por suerte, mis compañeros de viaje, una mujer

delgada de una villa al sur de Treb y su igualmente delgado esposo, también estaban

mirando por fuera de las ventanas y no vieron mi reacción. Me logré contener de

cualquier otra muestra mientras atravesábamos South Gate hacia Flower Basket,

donde dejamos al marido y a la esposa, y dentro del distrito Guildhall, pero no pude

detener el palpitar de mi corazón. Hogar, hogar, hogar, parecía latir. Por suerte,

parecía que solo las emociones negativas causaban que la magia dentro de mí saliera,

porque el aire no se deformaba ni calentaba mientras mi corazón se aceleraba. Sin

embargo, aún podía sentirla, ahora sabia que estaba ahí. La magia se sentía como un

pequeño sol dentro de mí, pero un sol con una… conciencia. Quería salir; de alguna

manera lo sabía. Yo solo tenía que dejarla dentro el tiempo suficiente para que fuera

entrenada en su uso.

El conductor me dejo frente al Cat’s Paw, un hotel en Guildhall donde clamó que él

dejaría a su propia hija, si tuviera alguna. Sabía poco de hospedajes en la ciudad,

dejando a un lado las muchas tabernas caras en el distrito de Sapphire que Kiernan

había visitado algunas veces con otros chicos de palacio. Yo sabía que no podía pagar

esos, y simplemente esperaba que el Cat’s Paw demostrara ser tan limpio y

relativamente barato como el conductor había prometido.

Lo estaba, y pronto estuve instalada en un cuarto con una ventana con vistas al Scribe

Guild’s Hall. La única parte resbaladiza de la transacción había ocurrido cuando la

dueña me echó una firme mirada y me preguntó:

—¿Cuántos años tienes, a todo esto?

—Dieciocho. —Había mentido, tratando de no parpadear. Aunque ella había fruncido

su boca como sospecha, la mujer asintió y al final aceptó una de mis monedas. Con sus

ojos bien abiertos, adiviné que la mayoría de sus huéspedes no le pagaban con oro y

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me agaché para esconder la pequeña bolsa de monedas doradas esa noche, después las

llevaría a cambiar por plata y bronce lo más rápido posible.

La noche había caído para el momento en que estuve acomodada en mi cuarto con

una bandeja para la cena, no había querido quedarme abajo y comerla. Aunque

raramente me quedaba fuera de los distritos bajos de Vivaskari, me preocupaba que

aún alguien pudiera reconocerme como la princesa falsa. Después de los trucos de

amistad de Tyr, de los cuales no podía pensar sin tener crujidos infelices en mi

estómago, me sentía inclinada a mirar a casi a todos con sospecha y desconfianza.

Esos sentimientos se extendían, extrañamente, también a mí misma. Me había

cambiado otra vez por la persona que yo creía que era. Y no quería confiar en esta

nueva persona, esta persona llena de magia. Había mantenido mis manos cerradas en

mi regazo durante todo el viaje en carruaje a la ciudad, con temor a que pudiera

desatar el poder o no pudiera controlarlo.

Toda mi esperanza residía en asistir a la universidad de hechiceros. Seguramente ellos

verían que era un peligro para mí misma y para aquellos que estuvieran alrededor de

mí y que me acogieran. Y si eso no los influenciara, podía pagar con la bolsa de oro

escondida en el fondo de mi baúl.

Parecía un largo tiempo antes de que pudiera calmar mis pensamientos que daban

vueltas, pero finalmente me quedé dormida esa noche. Mañana, me dije mientras me

iba a la deriva, mañana comenzaré a poner mi vida en orden.

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Traducido por Lalaemk y Vannia

Corregido por Salu… Lulu…

o siento, pero realmente no hay nada que pueda hacer.

El Iniciado de túnica azul me miró fijamente, con párpados pesados,

entonces bajó la mirada y deliberadamente revolvió algunos papeles que

estaban sobre el escritorio frente a él. Un momento después, alzó la mirada y parecía

sorprendido de encontrarme todavía sentada ahí.

No me había movido porque estaba en shock. Esa mañana, me había vestido tan

cuidadosamente como pude, eligiendo el mejor de los vestidos que me había sido

permitido sacar de palacio: uno rojo con largas mangas y acampanadas. Tenía el

cabello cuidadosamente trenzado alrededor de mi cabeza y después lo había cubierto

con un velo oscuro. No para protegerme del viento de afuera, hasta un soplo de brisa

enviaría mis mechones como ráfagas sobre mi cara, sino como el intento de un

pequeño disfraz. A continuación había caminado desde Cat’s Paw hasta la escuela de

hechiceros y había pedido hablar con alguien de admisión.

Ahora me encontraba a mí misma tirando del velo de manera quejosa mientras decía:

—¿Está seguro? Quiero decir, sé que soy un poco mayor, pero recientemente me enteré

de que tengo magia. Convertí una planta en cenizas y quemé toda la hierba…

—Así lo dijo —interrumpió el iniciado con voz cansada—. Señorita…

—Azaway —le recordé.

—Como sea, Señorita Azaway, tenemos políticas estrictas, muy antiguas, acerca de la

admisión de estudiantes a la escuela. Puesto que usted no es de noble cuna, realmente

debe ser capaz de pagar las cuotas anuales para ser admitida. Y, como me ha dicho, no

puedes. —Su tono era arrastrado al final, como si estuviera esperando que lo

corrigiera. Cuando no lo hice, se encogió de hombros—. Bueno, habrá visto que no

hay nada que pueda hacer.

—L

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Mi pecho se sintió apretado, como si unas bandas de hierro lo estuvieran apretando.

—Pero seguramente hay alguna forma. Tengo un poco de dinero… no es suficiente

para un año entero, pero se lo daré todo. Y podría… podría trabajar… —Busqué otra

cosa que decir—: Puedo prometer pagar después.

Esta vez se echó a reír.

—Realmente, no podemos tomar esa promesa de cada persona que llega aquí.

Tenemos suficientes hechiceros para realizar todas las tareas mágicas para mantener al

colegio en funcionamiento, y tenemos suficientes criados para el resto. Y para el pago

de sus honorarios después, podrías obtener cualquier rango que pudieras… —Su tono

hizo demasiado claro que pensaba que, en todo caso, nunca pasaría el nivel de

Principiante—, y luego simplemente desaparecer.

—Pero no lo haría. Por favor, tengo que aprender a controlarlo.

El Iniciado me miró con una mirada fría y dijo, con un tono de voz cansada

reafirmando fríamente.

—Entonces sugiero que vaya a Wenth o a Farvasee. Entiendo que ahí, ellos no sean

tan selectivos con sus estudiantes. Buen día.

—Por favor, ¿hay alguien más con quién pueda hablar?

—No lo hay. Estoy muy ocupado, así que voy a tener que pedirte que te vayas.

Me quedé temblando, asentí hacia él, y abrí la puerta del vestíbulo, casi choqué contra

tres jóvenes principiantes en el proceso. Una de las chicas inhaló por la nariz mientras

pasaba junto a mí, pero apenas me di cuenta. Caminé a ciegas, mi cuerpo recordando

las vueltas que había hecho para encontrar la oficina del Iniciado, incluso mientras mi

mente se congelaba. Después de un rato, me encontré en el gran patio que servía de

entrada a la universidad. Una fuente en el centro enviaba corrientes de agua en el aire

que luego se depositaban en un recipiente grande y claro. Estaba hecho de la misma

piedra blanca que los muchos edificios y torres de la universidad y tenía un borde

grueso alrededor. Sin embargo los hechiceros de verde, azul, morado, e incluso unas

capas negras, como la gente común, hablaban en el patio o cruzaban uno de los

muchos edificios que lo rodeaban, ninguno estaba sentado en el borde de la fuente.

Sintiendo que mis piernas no me sostendrían por más tiempo, me dejé caer sobre el

borde dejando una mano en el agua fría. Para mi alivio, nadie me gritó ni parecieron

notarme.

¿Qué iba a hacer ahora? A pesar de que le había dicho a tía Varil que algo se me

ocurriría si la universidad de hechiceros me rechazaba, realmente nunca creí que lo

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harían. Había parecido muy simple unas pocas noches atrás. Después de todo, tenía

magia y necesitaba instrucciones sobre cómo controlarla. Había estado aliviada

cuando me había dado cuenta de que tenía un lugar a donde ir, algún lugar donde

quizás encajara. Lo hice, en los pocos días desde que mi magia había aparecido, había

empezado a ver a la universidad como una especie de refugio, el lugar en que se

suponía que estaría, ahora que no era una princesa.

Con lo que no había contado era con las normas y reglamentos que regían la admisión

de los hechiceros. ¿Cómo nunca me había dado cuenta de que solo aquellos de sangre

noble podían entrar a la universidad gratis? Que todos los demás tenían que pagar una

cuota anual exorbitante, mucho mayor que la cantidad que tenía en la bolsa de mi

maleta. Parecía incorrecto que la corona nunca hubiera pensado en hacer que la

universidad no aceptara a alguien más que no fuera noble o rico.

Piensa, me dije. ¡Piensa! Debe haber algo que puedas hacer, alguien más con quien puedas

hablar. Pero los pensamientos eran tan resbaladizos como el pescado, con nada con

que pudiera sostenerme, y seguían deslizándose mientras recordaba la frialdad

perezosa de los iniciados. ¿A esto se refería tía Varil cuándo me decía que me daba por

vencida muy fácilmente? ¿Había algo que pudiera hacer, alguna acción que pudiera

tomar y que fuera muy tímida para considerarla? No podía pensar en nada, pero tal

vez eso significaba que en realidad era tan maleable como me había dicho.

Mientras miraba fijamente en torno al patio, de repente, un movimiento rápido captó

mi atención. Una mujer vestida con un hábito negro de Maestra estaba caminando a

paso rápido hacia la fuente. Incluso en mi estado actual, palidecí, las náuseas subían

por mi garganta cuando la reconocí como Melaina Harandron. La última vez que la

había visto había estado de pie con Neomar, viendo con demasiada calma cómo

deshacía el hechizo que había lanzado sobre mí para hacerme parecer a Nalia.

Ella me reconocería si me viera. La había conocido, al menos distantemente, desde mi

infancia. Y no quería ser reconocida. Quizás no me hubiera importado si hubiera

estado sentada en el borde de la fuente disfrutando con el conocimiento de que iba a

tomar mi lugar en la universidad, segura en el pensamiento de que tenía un lugar en la

vida. Pero ahora, con las cosas de la forma en que estaban, me importaba

profundamente. No quería ser vista como la zozobra, una persona pérdida en mi

camino a convertirme.

El velo que había usado para cubrir mi pelo ya estaba colgando torcido a causa de mi

nervioso jaloneo en la oficina de los Iniciados. Lo dejé caer hacia delante para ocultar

mi perfil e incliné mi cabeza mientras iba pasando. Aun así, no pude evitar levantar los

ojos para verla, mi corazón latiendo con fuerza mientras esperaba que me reconociera.

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Pero no pasó nada. Sus ojos se posaron sobre mí y la distancia como si fuera parte de

la fuente. Levantó la mano al saludar a alguien a través del patio y luego se alejó.

Debería haber sentido alivio, pero de alguna manera, solo me hizo sentir peor.

Fue el mismo problema: La escasa atención de Melaina hacia mí y el despido casual

en el colegio. Sin un título noble ni dinero para compensar la falta de él, no era nada.

No tenía rango y no tenía posibilidad de tener alguno. Había pensado que el colegio de

hechiceros me permitiría tener un lugar en el mundo, sin importar la condición en que

hubiera nacido. Pero ahora, sentada en el patio, sin ser notada por alguien, me di

cuenta de que nunca había oído a un hechicero de Thorvaldian hablar con un acento

de alguien que hubiera nacido en una clase inferior, nunca había escuchado hablar de

un estudiante que hubiera obtenido una beca. Simplemente nunca había pensado antes

en ello, justo como la gente a mí alrededor no lo pensaba ahora. Pero desde luego era

una locura, dejar a la gente con magia salvaje dentro de ellos, ¿solo porque no eran

nobles o nacidos en la riqueza? Seguramente si el rey y la reina hubieran visto eso,

¿habrían ordenado al colegio cambiar sus normas?

No, susurró una pequeña voz en mi cabeza. ¿Por qué deberían preocuparse si un pobre

hombre se lastima a sí mismo o a su familia con magia porque no puede controlarla?

Después de todo, ellos estaban dispuestos a dejar que la hija de un tejedor fuera

asesinada solo para que la princesa pudiera vivir. Y bastante felices para mandarla

hacer las maletas cuando habían terminado con ella.

El pensamiento me atravesó, despertando las viejas heridas. Y justo en ese momento,

la fuente comenzó a hervir.

El agua burbujeaba y se enturbiaba alrededor de las yemas de mis dedos,

extendiéndose en olas hacia el otro lado de la fuente. Asustada y sorprendida, tiré mi

brazo hacia atrás con tanto fervor que me caí del borde de la fuente con un ruido sordo

sobre la superficie de piedra del patio. Había precipitación en mis oídos y un

relámpago corriendo a través de mis músculos. Me iba a herir a mí misma, era la

tercera vez en tres días que había creado magia accidentalmente, probablemente me

mataría a mí misma antes de que pudiera encontrar un hechicero de Farvaseean que

pudiera entrenarme.

—Bueno, eso fue impresionante, sí, impresionante.

Las palabras cortaron mis pensamientos confusos y miré hacia arriba para ver a la

figura que estaba parada junto a mí.

La persona me chasqueó la lengua.

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—Realmente, no tienes que sentarte en el suelo sucio por más tiempo del que tengas

que hacerlo. No puedo soportar la suciedad ni a la gente mugrienta. El desorden, sí, y

la gente desordenada, pero nunca la suciedad. A menos que esté buscando plantas, y

entonces no haya más remedio.

Perpleja, me levanté del suelo y me puse frente a la mujer que tenía delante, tratando

de limpiar la parte de atrás de mi vestido disimuladamente.

Era una mujer delgada, quizás una cabeza más baja que yo, con cabello enmarañado

de color marrón y gris que parecía como si hubiera tratado de arreglárselo por la

mañana sin mucho éxito. La mitad se cernía como un nido de pájaros en la parte

superior de su cabeza, mientras que el resto se perdía hasta la mitad de su espalda. Era

más vieja que tía Varil, quizás diez años. Las arrugas se le grababan en la frente y

alrededor de sus ojos, que eran de un tono sorprendentemente verde, tan agudo como

agujas de pino.

Me miraba como si fuera un libro escrito por una mano extraña que sin embargo tenía

que leer.

—Pero —continuó—, ¿lo hiciste a propósito? —Por un momento pensé que estaba

preguntando si me había caído a propósito y abrí mi boca para protestar, pero antes de

que pudiera hablar agregó—: Si lo hiciste, fue un impresionante uso del principio de

Syrendal. Muy impresionante. Por supuesto, si no lo hiciste, y dado que no llevas

ninguna túnica, creo que puedo decir con algún grado de certeza que no eres miembro

del colegio, eso significaría que tienes una gran cantidad de magia sin formación en tu

interior y que eres bastante peligrosa para estar a tu alrededor.

Sabía que estaba boquiabierta ante ella, pero no pude evitarlo. Parecía como si

estuviera en medio de una bandada de gorriones, siendo maltratada por las alas y picos

y todos sus chiflidos a la vez.

—Usted tampoco lleva túnica. —Fue lo único que pude pensar para decir. No llevaba

ninguna; en su lugar, vestía un vestido negro con una falda pantalón, como si hubiera

montado un caballo.

Sacudió su cabeza tan rápido que me pregunté si no se había lastimado y exhalé con

fuerza.

—Esas túnicas, tampoco las puedo soportar. Tan largas… que estorban. Pero acerca de

ese truco que realizaste… de hecho, ¿intentaste preparar la fuente para hacer té?

Yo tragué.

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—No. Apenas descubrí que tengo magia, y yo… yo vine a ver si el colegio me

aceptaría. —Pude sentir que mis hombros cedían un poco—. Pero no. No soy noble y

no tengo suficiente dinero.

Sin previo aviso, la mujer se acercó y me agarró de la muñeca. Había una fuerza

sorprendente en su agarré óseo y después de tirar de mi mano plana, puso su otra

mano sobre la mía. Mientras me miraba a los ojos, algo caliente se deslizó a través de

mí, cómo un gato cayendo en un rayo de sol. Luego, dejó caer mi mano, con un ceño

pronunciado en su cara.

—Estúpidos decretos. Se lo dije una vez a Neomar… bueno, voy a tener que ocuparme

de nuevo, no es que vaya a ser algo bueno —se dijo a sí misma. Sacudió la cabeza y

estampó un pie, entonces me dijo—: Puedo informarte, querida, que estás

positivamente llena de magia. De hecho, estoy bastante confundida en cuanto a la

forma en que podría haber pasado tanto tiempo sin darse a conocer. Por supuesto, si

estuvieras famélica como un niño, o muy, muy enferma, eso podría haber reprimido a

algunos, pero… no importa, el punto es que la tienes ahora, y no puedo esperar a

trabajarla contigo. ¿Cómo te llamas?

La brusquedad de la pregunta me hizo dudar.

—Habla, habla. ¿Sabes tú nombre, no es así?

A veces, pensé con tristeza.

—Sinda —dije en voz alta—. Sinda Azaway.

Probablemente la mayoría de la gente no lo sabía, o si habían oído el nombre de la

falsa princesa, lo hubieran olvidado. Pero la mujer frente a mí entrecerró sus ojos,

aparentemente pensando.

—Sinda —dijo, mirando a lo lejos—. Dónde he escuchado ese… Ah. —Ella se tocó la

barbilla, estudiándome—. Te vi una vez, cuando eras pequeña. Fui a palacio para

pedir permiso para recoger un poco de sangre de orquídeas de los jardines para uno de

mis experimentos. No hay otro lugar en esta parte de Thorvaldor que tenga esa planta,

muy difícil de cultivar… Tú estabas jugando, con un niño, creo. Tú me dijiste que la

orquídea estaba en el jardín. —Miró hacia el edificio que había dejado y sacudió su

cabeza otra vez—. No me importan mucho las normas, nunca me han importado —

dijo repentinamente—. Así que te enseñaré.

—¿Me enseñará qué? —pregunté.

—Magia —espetó—. A menos que me haya equivocado y seas tan atrasada como

pareces en este momento. Puedo no parecerlo, pero soy una Maestra, si eso significa

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algo para ti. Significa algo para los demás, cuando se molestan por recordar, así que

probablemente también lo haga para ti. Pero no lo haré gratis. Necesito un escriba.

¿Supongo que aprendiste como escribir a mano cuando estuviste en el palacio?

Asentí.

—Y tendrás que ser también capaz de hacer investigación.

—Puedo hacer ambas —le dije aturdida.

—Bien. Estoy muy ocupada con mis experimentos, así que no tendré mucho tiempo

para ti, pero será mejor que dejar que tu magia te mate. Soy Philantha, por cierto. No

vivo en el colegio. Hay una casa en Goldhorn que ha sido de mi familia durante años,

y he encontrado que no hay nada peor que vivir codo a codo con un montón de

hechiceros.

Philantha dio otra sacudida de cabeza de pájaro y de pronto estuvo caminando al otro

lado del patio. Me paré, incapaz de entender por completo lo que acababa de ocurrir.

Sin embargo, no tuve mucho tiempo para considerar el torbellino que descendía sobre

mí.

—¿Vienes, Sinda Azaway? —llamó impacientemente sobre su hombro.

Esta vez no dudé.

—Sí —dije, y me apresuré a seguirla.

***

Y así es como vine a vivir a Vivaskari por segunda vez. A cambio de mis funciones

como escriba, y, de hecho, ayudante de investigador, bibliotecaria aficionada y

buscadora general de lo que fuera que Philantha quisiera en ese momento, recibí

alojamiento, clases de magia y un salario de dos monedas de plata a la semana. No era

lo que un verdadero escriba habría ganado, pero para entonces la mayoría de los

escribas tampoco recibían clases de magia. Además, yo nunca había ganado mi propio

dinero, e incluso, honestamente, las dos monedas de plata me hacían sentir casi

embriagada con el dinero ganado.

La casa de Philantha estaba en el distrito de Goldhorn, el cual se ubicaba junto a los

muros de palacio y el distrito Sapphire, y era la provincia de comerciantes adinerados y

de aquellos que tenían dinero pero no títulos de nobleza. No era tan grande como

Sapphire, pero era considerablemente más digno que Guildhall o South Gate.

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La casa contaba con tres pisos. El primero era donde Philantha se reunía con amigos y

los distintos hechiceros dispuestos a tolerar sus excentricidades. Ella no era, descubrí,

del todo bien vista en la universidad, pero había al menos unos cuantos hechiceros que

no la miraban mal, y algunas veces venían para hablar de magia con ella. El segundo

piso estaba reservado para sus trabajos, y alojaba su estudio y varias habitaciones de

experimentación. El tercer piso era donde su personal, incluyéndome, vivía. Mi

habitación no era grande, pero era más grande que la pequeña habitación que había

compartido con tía Varil, y esta era mía. Además de mí, Philantha, empleaba a un

cocinero, a un mayordomo, a un mozo de cuadra para cuidar de sus dos caballos, y a

dos criadas. Yo, sin embargo, era el único miembro mágico de la casa, además de

Philantha.

Mi primera lección de magia se produjo dos días después de mi llegada. Yo estaba

sentada en la biblioteca, inclinada sobre un viejo pergamino quebradizo que detallaba,

en pequeña letra escrita a mano con pluma, los usos de las hierbas comunes de

Thorvaldian en la magia. Se suponía que yo debía estar copiando la información en un

nuevo diario en blanco, pero el proceso no había resultado fácil. La letra era muy

pequeña, y el lenguaje lo suficientemente arcaico que el dolor de cabeza era cada vez

más fuerte entre mis cejas cuando la puerta del pasillo se abrió de golpe detrás de mí.

Di un salto y apenas conseguí evitar aplastar el pergamino con mi codo, lo que sin

duda lo habría hecho desmoronarse en polvo. Apenas tuve tiempo de serenarme antes

de que Philantha estuviera parada frente a mí.

—Pensé en enviar a Briath, pero luego pensé que para cuando la llamara a mi estudio,

todas las criadas están aterrorizadas de mi estudio, no sé por qué, y le dijera lo que

necesito, sería más fácil si lo hacía por mí misma. —Hizo una pausa expectante, y me

di cuenta de que se suponía que tenía que dar alguna respuesta.

—Pensó en enviar a Briath a… —comencé titubeante.

—Para buscarte —respondió Philantha como si fuera obvio.

—¡Oh! —Me recliné en la silla ruidosamente y me levanté tan rápido como pude—.

¿Me necesita?

—Pensé que podríamos comenzar con tus lecciones. Pero sería mejor comenzarlas en

mi estudio. Supongo que me molestaría si le prendieras fuego a los libros que están

aquí, incluso si la mitad de ellos están demasiado mohosos para leerlos. —Con eso, se

dio media vuelta y salió de la biblioteca sin una mirada para asegurarse de que yo la

siguiera.

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El estudio de Philantha estaba en el mismo piso que la biblioteca, aunque varias

puertas más allá. Al entrar, no pude evitar detenerme. Con tanto que ver, amenazaba

con tropezar con mis propios pies si trataba de caminar e inspeccionar la habitación al

mismo tiempo.

Una vez había sido el dormitorio principal de la casa, de eso estaba segura. Sin

embargo, Philantha debía dormir en otro lugar, porque ahora no había espacio ni

siquiera para el camastro más pequeño. Libros llenaban las múltiples mesas y

taburetes, al igual que altos frascos de vidrio, morteros y manos de mortero de varios

tamaños, y tazones anchos. Plantas colgaban del techo, un telar con un tejido a medio

terminar estaba en la esquina y lo que se veían como herramientas de orfebrería

estaban olvidadas sobre el escritorio, rodeadas de collares tanto terminados como en

partes. Un gran espejo estaba apoyado contra la pared norte, pero habría sido

imposible verse en él debido a los múltiples símbolos pintados en rojo en la superficie.

Dos puertas abiertas revelaban un pequeño balcón que debía dar al pequeño jardín

amurallado detrás de la casa. El balcón estaba lleno de macetas rebosantes con hierbas

y flores. La habitación olía extrañamente picante, pero también ligeramente a carbón,

como si algo fuera quemado aquí frecuentemente.

—Entra, entra —habló Philantha desde detrás de una de las mesas. Quitó varios libros

de un taburete y me hizo señas para que me acercara a él—. Ahora… —dijo cuando yo

me senté nerviosamente—, ¿qué sabes de la magia?

—Solo que yo la tengo —respondí sin pensar—. Por otra parte, que nadie más sabía de

ello. —No era del todo cierto, porque había pasado un montón de tiempo leyendo

sobre la magia en palacio, pero no quería darle a Philantha la impresión equivocada de

mi conocimiento.

—Bueno, entonces supongo que es el momento de una lección. Yo solía darlas, ya

sabes, cuando vivía en la universidad, lo cual es hace más tiempo de lo que creo que

admitiré. Pero, ¿por dónde comenzar, por dónde empezar? —Soltó un soplido hacia

arriba, por lo que su cabello se agitó en su frente y a continuación dijo—: La magia es

un talento, como ser capaz de cantar o aprender lenguajes rápidamente. Algunas

personas lo tienen y la mayoría de las personas no. Y algunas lo tienen más que otras,

así como algunos cantantes son mejores que otros.

Quizá debido a que ella veía esto como una clase, Philantha había dejado de lado su

habitual manera de hablar sin aliento. Su explicación era, hasta ahora, bastante clara, y

dejé escapar un suspiro de alivio.

—La analogía tiene sus límites, sin embargo, porque la magia, a diferencia de la

capacidad de cantar, tiene una especie de… conciencia. Ahora, encontrarás que no

todos están de acuerdo conmigo en este punto, pero me siento muy firme al respecto.

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Hice varios estudios sobre el tema cuando enseñaba en la universidad y me parece que

muchos hechiceros, particularmente los más poderosos, experimentan un sentimiento

similar cuando acceden a su magia. Sienten como si la magia quiere ser usada, como si

necesitase ser usada.

Hizo una pausa, y yo, recordando los sentimientos que había estado teniendo durante

semanas, de algo queriendo escapar de mí, dije:

—¿Qué pasa si no se usa?

Philantha cruzó los brazos sobre su pecho, frunciendo el ceño.

—La magia encontrará su propia salida. En particular, cuando el hechicero esté

experimentado emociones fuertes, y por lo general de una manera muy primitiva.

Podrías prenderle fuego a algo, por ejemplo. La magia quiere ser usada, ves, y si no se

usa de forma voluntaria, hará que la uses. Es por eso que siento que es… diferente de

otros talentos.

No sabía qué tipo de sentimientos tenían los otros hechiceros de la universidad con

respecto a la magia, pero las ideas de Philantha tenían sentido para mí. Y confirmaban

mis temores de que si no hubiera dejado a tía Varil, rápidamente me habría convertido

en un peligro.

—No obstante, esas son conversaciones para otro día. En esencia, la magia es

simplemente la habilidad para tomarla a tu voluntad y usarla en el mundo que te

rodea. Si quieres que algo suceda, y lo deseas lo suficiente, y tienes el poder suficiente,

pasará. Puedes usar cosas —añadió haciendo un seña en torno a su estudio—, como

pociones, hierbas o platos de adivinación, para ayudarte a enfocar tu energía. —Me

clavó una mirada impaciente—. Sabes lo que es un plato de adivinación, ¿no? —Traté

de asentir rápidamente, porque no quería que ella pensara que estaba completamente

confundida, pero ella ya había continuado—: Es un plato, extendido, que contiene

agua. Miras en él y, si tienes el talento, verás cosas que serán, o han sido, o podrían

ser. Magia delicada, yo no lo hago mucho. Aunque los principios siguen siendo los

mismos, sin importar si utilizas algo para ayudarte o no. Con toda la magia, al final,

todo se reduce a si tienes o no el poder y la experiencia para hacer lo que sea que

quieras hacer.

Hizo una pausa, mirando alrededor de la habitación con movimientos rápidos de

cabeza parecidos a los de un pájaro, antes de encontrar lo que aparentemente estaba

buscando. Una copa de plata que estaba en una mesa cercana y, tomándola, la colocó

en el suelo frente a mi taburete. El agua la llenaba hasta la mitad del borde.

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—Ahora, es más fácil hacer cosas que son naturales. Bueno, eso no es exactamente

verdadero. Es más fácil lanzarte un hechizo. Te conoces a ti misma, por dentro y por

fuera, incluso si piensas que no lo haces. Es la gente, claro, la que siempre te lo hace

difícil, porque tú no los conoces, no de la misma forma en la que te conoces a ti

misma. Pero aun así, incluso contigo misma, es más fácil hacer cosas que son

naturales. Cosas que, en las circunstancias correctas, podrían suceder por su propia

cuenta. Por lo tanto sería difícil convertir el agua en un pájaro, porque, por su propia

cuenta, el agua nunca se convertirá en un pájaro. Pero el agua se congela si hace el

suficiente frío. —Señaló con un dedo a la copa—. Lo correcto, sería que yo te hiciese

empezar con un hechizo en ti misma, sabes. Hacer que cambies el color de tu cabello o

hablar en un idioma diferente al que conoces. Pero creo que estamos ante un desafío,

así que intenta esto. Trata de congelar el agua. Mírala, y desea que se congele.

Una parte de mí ansiaba decir que no estaba lista, que no sabía lo que estaba haciendo.

Recordé la forma en que la vid se había convertido en cenizas en mi mano, y me

asusté. Pero el resto de mí sentía una carga de emoción, de audacia. Esto era algo que

podía pertenecerme solo a mí, algo que no me recordaría a mi antigua vida.

Clavé la mirada en la copa. Congélate, pensé. Congélate. Pero no pasó nada. Miré a

Philantha, pero ella solo me miró sin hacer comentarios. Regresé mi mirada hacia la

copa. Ya que pensar la palabra no estaba ayudando, tenía que probar algo más. ¿Pero

qué? Philantha no había sido particularmente específica sobre cómo debería de

hacerlo. Miré fijamente la copa, y siguió sin pasar nada.

Pude sentir la frustración tensando mis hombros. Afuera, el viento agitaba las plantas

en el balcón, y me di cuenta de que el estudio estaba sofocante. El fuego en la

chimenea había estado calentando demasiado para el final de la primavera, y unos

mechones de cabello que habían escapado de mi trenza se estaban pegando a la parte

posterior de mi cuello. Involuntariamente, mis pensamientos cambiaron hacia el frío,

hacia la idea del viento helado contra mi piel. Pensé en el camino de las fuentes en los

jardines de palacio que se había congelado en el invierno, en el suave hielo bajo mis

dedos, en los carámbanos que se formaban en las estatuas, que colgaban como capas

irregulares. Kiernan había desprendido uno para mí una vez, y recordé la forma en que

había quemado mi mano con su frialdad.

Mis ojos, que habían estado vagando, se fijaron en la copa. Con los pensamientos del

invierno, de la nieve y el hielo crujiente en mi mente, apunté con la mano a la copa.

Hubo un pequeño sonido metálico de algo duro golpeando el metal. A medida que

dejaba caer mi mano, fatigada de pronto, vi que la copa estaba cubierta de diminutos

cristales de hielo.

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Sonriendo, Philantha tomó un trozo de tela, la envolvió alrededor de su mano y

recogió la copa.

—Completamente congelada —anunció—. No creo que haya una gota de agua líquida

ahí, lo cual es mejor que cuando yo lo hice por primera vez, todavía quedaba algo de

agua en el borde, ves. —Dejó la copa, y luego dijo, seria de nuevo—: Y ya ves lo que

se siente al controlar tu magia. Recuérdalo. No quiero que carbonices mis cosas en un

arranque de resentimiento. Ahora, si no estás demasiado cansada, vamos a hablar de

otros tipos de transformaciones.

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Traducido por Eve2707 y Agnes

Corregido por Salu… Lulu…

se día dejé el cuarto de trabajo sintiéndome optimista, pero si pensaba que el resto

de mis lecciones iban a ser tan relativamente fáciles como la primera que había

tenido, estaba equivocada. En primer lugar, tomó más de mí de lo que pensé que

haría; cada hechizo, hasta los más pequeños, minaban mi energía. Philantha dijo que

debería hacerme más poderosa mientras practicaba y trataba de hacer hechizos más

fuertes, justo como los brazos de una persona se hacen fuertes por levantar pesas cada

vez más pesadas.

—Todo tiene un precio —dijo despreocupadamente—. La magia es como todo lo

demás, tienes que dar algo para ver un resultado. En este caso, es un poco de tu

energía con cada hechizo. Pero cada vez menos, mientras mejoras. Todo esto significa,

bueno tal vez no todo, pero si bastante, que tienes que practicar más.

Así que practiqué. Congelé y descongelé agua, encendía el fuego mirando fijamente a

la chimenea y llamé al viento para que hiciera flotar plumas alrededor del estudio.

Hice mecánicamente pociones de clarividencia, probé el lado oscuro de la adivinación

y fui a dar largos paseos con Philantha por los alrededores de Vivaskari para recolectar

hierbas y plantas para sus experimentos. Y no todo era estudio práctico. Me puso a

leer, y algunas veces a copiar largos pasajes de libros y pergaminos de magia. Su

biblioteca estaba bien surtida de esos libros, como también de libros de historia de la

magia en Thorvaldor y de los reinos de alrededor. También me dio libros sobre runas

que usaban los hechiceros en los viejos tiempos. Estos habían decaído en los últimos

cien años, me contó, pero un hechicero debería ser capaz de interpretarlas, ya que

muchos textos antiguos las empleaban.

Habría sido más fácil, pensé, si hubiera tenido un maestro más convencional. Pero las

lecciones de Philantha, como todo lo demás en ella, eran al azar y a menudo sin

conexión, así que íbamos desde hechizos de transformación, a hechizos de

fortalecimiento, a hechizos de control mental y de regreso sin un plan ni razón. Una

vez asentada en un tema era clara y precisa, pero su tendencia a cambiar temas sin

aviso a menudo me dejaba tres pasos por detrás de ella.

E

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También hubiera sido más fácil si yo fuera mejor en la magia.

Era extraño. Había pocas cosas en mi vida que hubiera tratado de aprender y no

hubiera captado de forma rápida y fácil. Teñir, sí, pero poco más. Pero después de este

triunfo de congelar la copa, yo luchaba por cada pequeño logro que hiciese. O los

hechizos me salían con el tiro por la culata o simplemente no funcionaban. Y para

incrementar mi consternación, la magia continuaba saliéndose de mí cuando estaba

molesta, justo como lo estaba fuera de la casa de Tyr y en la fuente de la universidad.

—Realmente sería más fácil… —dijo Philantha un día después de que accidentalmente

hechizara la pata de una de las mesas del estudio—, si tuvieras menos magia, ya sabes.

—¿Menos magia? —pregunté incrédula—. Si ahora apenas puedo hacer hechizos.

—Pero ya ves, la cantidad de magia dentro de ti no el problema. —corrigió Philantha

—. Es como dije en la universidad: estás positivamente llena de magia. Tanta que está

tratando de salir toda cada vez que haces un hechizo, y algunas veces solo decide salir

completa por sí misma, sin tener en cuenta que la hayas llamado. De hecho, raramente

veo tanta. Y dado que hay mucha, la estás ahogando intentando controlarla. —

Sacudió su cabeza mientras me miraba—. En realidad me sorprende que no se haya

mostrado antes, normalmente los hechiceros con tanto potencial como el tuyo se

muestran desde que son niños. Solo puedo asumir que fue por el hechizo que usaron,

el que hizo que todos pensaran que eras la princesa. Un hechizo muy inteligente y muy

fuerte. No dejó que tu magia se mostrara, y la tenía tan profundamente aprisionada

para que saliera a la superficie hasta que el hechizo fue removido. Lo cual fue,

francamente, una hazaña, porque hay tanta.

Eso me asustó, me sentí sin el control de algo potencialmente mortal dentro de mí.

Para compensar este miedo, me encontré buscando no solamente controlar mi magia,

sino capturándola con un dominio completo. Lentamente, las cosas dejaron de

explotar tan seguido. Lo que era bueno, excepto que dejaba mi magia en tan estricto

control, más y más seguido, que mis hechizos simplemente fallaban.

—Tienes que trabajar con la magia. —Repetía Philantha tan a menudo que iba a la

cama con el estribillo tarareándose en mi cabeza—. Intentas controlarla demasiado.

Déjala fluir de ti. Imagina que eres un cauce. No contengas el agua, pero tampoco

dejes que se desborde del cauce. Confía en la magia y en ti misma. Déjala ir un poco,

Sinda.

Me frustraba imaginar si alguna vez iba a conseguir medirme competentemente.

Estaba acostumbrada a ser buena aprendiendo; y quería ser buena en la magia. Me

presionaba más implacablemente de lo que Philantha lo hacía, mientras sabía que

seguía reteniendo algo vital, seguía poco dispuesta a dejar ir mi magia y ver qué

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pasaba. Este constante tira y afloja me ponía de los nervios cada vez que íbamos a

empezar una lección y me dejaba nerviosa durante horas.

Y, sin embargo, a pesar de todo, me sentía mucho más tranquila que desde que dejé el

palacio. Ahora tenía una identidad. Era un miembro de la casa de Philantha. Los

comerciantes y familias de alrededor de la casa me conocían como la escriba de

Philantha, y parecía que no buscaban más en eso. Y aunque nadie, excepto Philantha,

sus sirvientes y yo lo sabíamos, yo era una hechicera principiante. Me sentía, por

primera vez desde que dejé el palacio, casi completa. Era buena siendo una escriba, y

si aún no era buena en magia, Philantha me aseguraba que algún día lo sería.

No tenía todas las piezas de mí intactas, pero las destrozadas estaban más tranquilas de

lo que estaban en Treb, gradualmente siendo suavizadas por lo que ya no me cortaban

tan a menudo.

***

Sin embargo, conforme las semanas pasaban había una pieza de mí desarrollado nuevo

yo que no caía en su lugar. Al principio, traté de ignórala. Pero mientras pasaba el

tiempo, en lugar de mejorar en mis lecciones, iba de peor en peor. Philantha tenía que

castigarme para hacer que pusiera atención algunas tardes. Accidentalmente, dejé

marcas de quemaduras en la portada de un libro que estaba copiando en la biblioteca,

y causé una tormenta de viento en mi dormitorio que casi saca volando mi cama por la

ventana. Al final no podía dormir por la noche, por lo que me quedaba despierta,

miserable, debajo de las calientes mantas.

Conocía la causa, aun así trate de ignorarla. Pero era como tratar de ignorar una

herida que no deja de sangrar, como tratar de ignorar la rotura de tu propio corazón.

Incluso con mi alivio de encontrar un lugar con Philantha, el mundo comenzó a verse

gris y sin vida, con falta de color y sonido. Tercamente me abrí paso durante semanas,

diciéndome que era feliz, pero al final tuve que admitir la verdad. No importaba

cómoda que estuviese en la casa de Philantha, no importaba la magia que había

aprendido, nada de eso importaba hasta que aclarara las cosas con Kiernan.

Por fin, tres semanas después de mi llegada a la ciudad, fui a Philantha para pedirle

una tarde libre. Sin embargo me sorprendí y casi me fui de nuevo cuando la encontré

en su taller con Neomar Ostralus, el director de la universidad de hechiceros, y el

hombre que una vez ayudó a lanzar un hechizo en mí para hacerme parecer la

princesa.

—Oh, lo siento —dije mientras entraba en la sala y los vi sentados y con las cabezas

juntas, inclinadas en un maltratado pergamino viejo. Philantha se giró para verme y

sonrió, aunque Neomar frunció el un poco ceño por la interrupción—. Yo no sabía…

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—¿Que alguien tan ilustre venga alguna vez a visitarme? —Terminó Philantha.

—No —dije, sacudiendo la cabeza—. Que estaba ocupada. —Claro que tampoco sabía

lo otro. Hasta el momento, mi experiencia con Philantha me había enseñado que la

mayoría de los hechiceros en el colegio la usaban para poco, con sus raras maneras y

su burla general de lo convencional.

Ella movió un dedo hacia mí.

—No tiene sentido negarlo. Normalmente me sorprendo cuando se digna a llamarme,

pero empezamos la universidad en el mismo año y ni siquiera su prestigio ha

terminado con nuestra amistad. Solo vino a pedir mi opinión en este hechizo que

encontraron en los archivos, no se había visto durante, oh, doscientos años, y claro, es

más fácil encontrarme aquí que en la universidad.

Neomar ya no estaba mirando el rollo para entonces y tenía fijados sus ojos oscuros en

mí. No pude dejar de recordar la última vez que lo vi y mi estómago se retorció. Pero

logré esbozar una sonrisa rígida.

—Mi señor —dije.

—Señorita Azaway —dijo, viéndose igualmente rígido. Frunció el ceño y tragó saliva,

dándole al cuello de su ropa negra casi un tirón nervioso. Tal vez también estaba

recordando nuestro último encuentro.

Esperaba que continuara, pero solo me observó con una expresión irritante, así que

regresé a Philantha.

—Tengo… asuntos que atender — dije, y aunque sus filosos ojos brillaron con interés,

Philantha únicamente asintió—. En la ciudad. Esperaba, que si hay un momento que

no me necesites…

—Tómate libre mañana —dijo—. Un amigo, un hechicero de Wenthi, va a venir de

visita, así que no podre darte la lección. Tan solo asegúrate que copiaste las notas que

tomé ayer. Tiré té en los papeles, espero que tú no. Trata de no desvanecer las palabras

en lugar del té.

Asentí hacia ella, después di una pequeña reverencia con la cabeza a Neomar y salí del

cuarto. Mientras me iba, sin embargo, escuché que Neomar decía con enojo. —No

tenía ni idea de que le estabas enseñando a ella, entre todas las personas, Philantha. Es

muy poco ortodoxo.

—Bueno, debiste haberla tenido tú mismo, si no fuera por esas normas arcaicas de tu

universidad —contestó Philantha hostilmente—. Si te lo he dicho una vez, te lo he

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dicho cien… y hay talento ahí, bastante, incluso si es errático ahora mismo. No, no me

mires así. No vas a disuadirme, no me importa lo que digas.

Un largo suspiro, uno que pude escuchar hasta en el pasillo.

—Entonces al menos te pediré que me mantengas informado de su progreso —dijo él

—. Podría ser importante… para la corona, eso es.

Me percaté que estaba escuchando, y con ellos siendo hechiceros podrían darse cuenta.

Me apresuré, preguntándome porque Neomar pensó que era importante saber los

avances que yo tuviera con mi magia. Tal vez el rey y la reina se preocuparían de que

estuviese tratando de recuperar el poder que había perdido. Pero no estaba haciendo

eso, me recordé a mí misma, y si Neomar vigilaba, lo vería. Además, tenía asuntos

más urgentes de los que preocuparme, así que saqué eso de mi cabeza.

Al día siguiente me levanté y fui a la biblioteca inmediatamente, sin visitar la cocina

para desayunar. Mi estómago estaba haciendo un baile country dentro de mí y pensé

que si comía algo pronto lo vería de nuevo. Me llevó cuatro intentos desaparecer las

manchas de té en los papeles de Philantha y a la mitad logré manchar mi copia de la

suficiente tinta como para tener que comenzar nuevamente. Para el momento en que

terminé ya era mediodía, estaba visiblemente temblorosa, mi mano se agitaba mientras

tomaba una hoja de papel limpia para escribir mi propia nota.

Estoy en la ciudad. Por favor, reúnete conmigo en los Jardines Goldhorn, esta tarde.

Me detuve, la pluma suspendida peligrosamente sobre el papel, había tanto que

deseaba escribir, por si se negaba a verme, pero en el último momento mi coraje falló,

y solo garabateé:

Tu amiga, S.

Doblé el papel, goteé cera por la abertura y la sellé con el sello de Philantha, después

escribí Kiernan Dulchessy en el pliegue exterior. Me quedé mirando a las palabras

durante un momento, mi boca seca, antes de agarrarla y dejar la biblioteca.

Durante todo el camino hacia palacio, pensé que iba a enfermar en cualquier

momento, sin tener en cuenta que no había desayunado ni almorzado. ¿Y si Kiernan

no estaba, o estaba demasiado ocupado para venir a verme? O peor, ¿y si estaba ahí y

simplemente no quería verme? Le había dicho todas esas cosas horribles en Treb, cosas

que algunas personas dirían que son imperdonables.

Pero yo lo necesitaba. Ahora había vivido mi vida sin él durante casi una estación.

Había tratado de reemplazarlo en Treb. Mientras podría haberme engañado a mí

misma en ese momento, volviendo la vista atrás vi lo mucho que había tenido que

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esforzarme para convencerme a mí misma de que el cariño que sentía por Tyr era el

mismo que sentía por Kiernan. En Vivaskari, traté de no pensar en él, entrené a mis

ojos a no mirar hacia el norte, hacia la colina donde estaba el palacio. Ninguna táctica

había funcionado, y me acobardé ante la idea de pasar un día más con la sensación de

vacío que sentía sin él. Aun así, caminando hacia palacio, temblaba más ante la idea

de en alejándose de mí, diciéndome que tenía que irme…

No. Detuve los pensamientos con una fuerte sacudida de cabeza. Había que intentarlo,

era mi mejor amigo y tenía que intentarlo.

Las paredes de palacio se extendían a través del extremo superior del Goldhorn sin

ninguna grieta, así que tuve que ir por Sapphire para alcanzar las puertas. La gente

caminando en las calles de aquí podrían reconocerme si miraban lo suficientemente

cerca, así que agachaba mi cabeza cuando alguien pasaba, hasta que me di cuenta de

que un comportamiento sospechoso podría llamar a otro tipo de atención. Después de

eso, me forcé a mantener el nivel de mi cabeza pero en línea recta, nunca haciendo

contacto visual, esperando todo el tiempo haber aprendido los hechizos para alterar mi

propia apariencia. No es que pudiera realizarlos con éxito en mi estado; probablemente

hubiera acabado viéndome como un señor con barba durante el resto de mi vida. Aún

sin los hechizos, no obstante, llegué al palacio sin ningún incidente. Dos guardias

vestidos de rojo intenso, el color de la familia real, estaban de pie, en posición de

firmes ante las puertas.

No reconocí a ninguno, así que puse un rostro dócil y me acerqué a la puerta.

—¿Asunto? —preguntó el guardia en la derecha con voz aburrida.

—He venido con un mensaje para el hijo del Conde de Rithia —dije—. De la casa de

la Maestra de Magia Philantha Sovrit. —Eso era verdad; ahora yo era parte de la casa

—. Aunque no… no necesito entregarlo yo misma.

El guardia asintió y chasqueó sus dedos hacia la puerta de la caseta de vigilancia

dentro del portón.

—Selic —llamó. Un pequeño ayudante salió del edificio trotando, su cabello amarillo

moviéndose en su frente—. Lleva el mensaje de esta mujer a Kiernan Dulchessy.

Probablemente lo encontrarás en sus aposentos. Estos días apenas los abandona hasta

la tarde.

El ayudante asintió y tendió su mano por mi mensaje. Mi garganta estaba dura

mientras lo puse en su mano. Después se fue, apresurándose hacia el palacio. Sonreí

débilmente a los guardias inclinando mi cabeza en agradecimiento, y me fui

tambaleante hacia el distrito Goldhorn.

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Los Jardines Goldhorn eran unos jardines públicos, se mantenían por las donaciones

de los residentes del distrito con esperanza de que algún día sobrepasaran los jardines

de Sapphire. No estaban llenos, porque era mediodía y el calor estaba creciendo.

Cuando entré, busqué un lugar para sentarme, un lugar donde pudiera ver a Kiernan

viniendo antes de que él me viera. Un banco situado justo frente a un alto sauce llorón

parecía un buen lugar, así que me acomodé a esperar. Y esperar, y esperar.

Me senté. El sol se movió lentamente a través del cielo mientras esperaba; algunas

veces una nube lo oscurecía, pero más que nada era solo una deriva implacable hacia

el oeste, brillando en el agua de un cercano estanque y lastimando mis ojos. Mi trasero

se entumeció por el banco de piedra, pero lo había endurecido durante largos años de

sentarme a través de largos asuntos de estado, que apenas me cambiaria por esa

comodidad. Al principio me pregunté acerca de Kiernan y lo que el guardia había

dicho. Kiernan nunca se había encerrado en sus aposentos; a él le gustaba la

conversación y la compañía. Tal vez estaba enfermo. Tal vez tenía una amante y se

quedaba a todas horas con ella. Ambos pensamientos hicieron que mi estómago vacío

se retorciera débilmente. Pero hasta mis preocupaciones se fueron, reemplazadas por el

sentimiento de entumecimiento, mientras me sentaba más y más tiempo sin ver su

figura caminando hacia mí.

Yo lo había resuelto, la noche anterior, esperando hasta que anocheciera, pero ahora

eso parecía una proeza digna de una canción. Quizá debía levantarme y caminar

alrededor. Quizá Kiernan había llegado pero estaba esperando en otra parte del jardín,

y si no lo encontraba pronto, se marcharía. Sí, decidí que iría a buscarlo. Pero cuando

puse mis manos contra el banco para impulsarme, lo vi.

Él se estaba moviendo lentamente, mirando a derecha e izquierda y algunas veces

detrás. Una lujosa túnica verde, que reconocí como una que sus padres le habían

regalado por su último cumpleaños, cubría sus calzas marrón claro. Su pelo estaba

oscurecido por el agua, como si se estuviera recién lavado, y estaba apartado de su

rostro, a pesar de que ya estaba empezando a ondear ligeramente alrededor de las

orejas.

Fue entonces cuando me vio, pareciendo ridícula, como medio agachada para

subirme. Empezó a dar un paso hacia mí, pero luego dudó, y esa duda casi rompió mi

corazón en dos. Antes de saber lo que estaba haciendo, me había caído del banco y

estaba tropezando a través de la hierba hacia él.

Me costaba respirar cuando le alcancé, pero más bien por los nervios que por la

distancia. Nos miramos el uno al otro, en silencio, y entonces exclamé.

—Lo siento mucho. Dios Sin Nombre, lo siento, Kiernan. Yo…

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No me salieron más palabras, ya que me había atrapado en un abrazo feroz que me

impulsó hasta los dedos de los pies. Todo el aire fue aplastado fuera de mí, y mi cara se

apretó contra su hombro. Para mi consternación, incluso resoplé un poco en el

hombro. Nos quedamos así durante un buen rato, juntos, antes de que el decoro se

forzase en mi cerebro.

—No deberías ser visto abrazando a chicas al azar en la calle —murmuré.

—Que lo vea el rey y la reina. No me importa —dijo ferozmente entre dientes sobre mi

cabeza. Pero me empujó hacia atrás y me dejó ir a regañadientes.

—Bueno, a mí sí. —Intenté una sonrisa temblorosa—. Uno de nosotros todavía tiene

una reputación que mantener, después de todo.

Kiernan parecía dispuesto a discutir, así que negué con la cabeza.

—He venido a pedir disculpas, no ha pelear de nuevo. ¿Así que vas a permitírmelo?

Esta vez Kiernan sonrió.

—Solo si también puedo llegar a disculparme. He estado enfermo desde ese día. Eso

era muy estúpido, lo mismo que mi viaje. Debería haberte advertido de que estaba

llegando. Me preguntaba si ibas a arrancarme la cabeza. —Arqueó una ceja—.

Aunque, tengo que decirlo, eres un poco más dura de lo que hubiera imaginado.

Me sonrojé hasta las raíces de mi cabello.

—Lo siento —dije—. Sabía cuando estaba diciendo esas cosas que no debía hacerlo.

No podía pararme. Pero no quería decirlas.

—Y yo también lo siento, por aparecer así, de repente. ¿Amigos? —preguntó.

—Sí —dije dejando escapar un enorme suspiro.

Nos sonreímos mutuamente; tontos, sonriendo felices; y después comenzamos a

caminar lentamente por uno de los caminos de grava, pasando la sombra de los árboles

y varias colecciones más formales de flores y arbustos. Me sentí… relajada, como una

cadena que ha sido atada en un nudo y finalmente desenrollada. Estaba todavía

sonriendo tan fuerte que mi cara dolía y mis pies querían brincar en lugar de caminar.

—¿Entonces, estás aquí? —preguntó Kiernan finalmente—. En la ciudad, quiero decir.

¡Aunque habla con cuidado! —advirtió—. Aplastarás mis sinceros sueños de la

pasada… tarde… si dices que no.

—No tienes por qué preocuparte —confirmé—. Estoy viviendo en la ciudad.

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—¿Dejaste a tu tía? —La frente de Kiernan se arrugó por la preocupación—. ¿O

también está aquí?

—No, sigue en Treb. Soy la única que se fue.

Kiernan pareció considerarlo antes de decir cuidadosamente.

—¿Qué hay de tus amigos allí?

Una enorme y familiar mano se apoderó de mi pecho cuando dije:

—Solo había un amigo, en realidad. Y resultó ser… falso. —Kiernan no preguntó,

pero me encontré diciéndoselo—. Solo estaba fingiendo que era mi amigo. Realmente

quería… que… quería decir que había… conmigo…

Estaba tartamudeando y ruborizada, pero Kiernan pareció haberme entendido. Sus

ojos se abrieron del todo cuando preguntó lentamente.

—Bueno, ¿y lo hizo?

—¡No! —Me detuve dándole una patada con mi pie—. ¿Por quién me tomas? No perdí

mi cerebro cuando perdí mi título. —Kiernan tuvo el buen juicio de mirar

avergonzado, así qué continué, en voz baja—: Pero ¿quién sabe? Dejé que me besara, y

me sentía sola. Podría haberlo hecho, si me hubiese sentido lo suficientemente sola…

La cara de Kiernan se había vuelto blanca, y su mandíbula se apretaba tan fuerte que

parecía una roca.

—¿Él te besó? ¿Un trozo de basura como ese?

—Dudo que sea la única que ha sido besada en estos últimos meses —dije con fingida

ligereza. No quería hablar más de Tyr, no cuando estaba finalmente de vuelta con

Kiernan—. Estabas persiguiendo a lady Vivia cuando me fui. Estoy segura de que ya la

has besado.

Mi táctica funcionó. Kiernan se lanzó dentro de una historia que involucraba una

fiesta, un perro suelto y el brazo reconfortante que había tenido para envolver

alrededor de lady Vivia, ambos nos reímos. Y si algunas de las risas por ambas partes

eran un poco forzadas, nadie lo mencionó. Después, caminamos un poco más en

silencio, y entonces Kiernan dijo:

—¿Así que dónde estás viviendo?

Empecé a responder, y entonces me di cuenta de que había toda una historia que

contar.

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—Soy escriba para Philantha Sovrit —dije despacio—. Vivo en su casa.

—¿Philantha? —Kiernan sonaba sorprendido—. ¿La hechicera loca?

Me hinché como un gato enojado.

—¡Ella no está loca! Es una Maestra, y solo es… diferente. Hace todo tipo de

experimentos y nuevos tipos de hechizos. Simplemente no le gusta la universidad, eso

es todo.

Kiernan levantó las manos en fingida rendición.

—¡Lo siento, lo siento! Por favor… —dijo con una reverencia—, Dios me libre de

ofender a la Maestra Sinda para que me ataque con magia que sin duda aprendió de la

verdadera Philantha. —Me sonrió mientras levantaba la cabeza, pero no dije nada.

Poco a poco, la sonrisa se redujo.

—¿Qué? —preguntó.

—B…Bueno, mira. —Extendiendo una mano, estreché mis ojos en concentración.

Podía sentir el sudor debajo de mis brazos. Por favor, pensé. Dios Sin Nombre, no me dejes

fallar delante de él. Poco a poco, apareció una pequeña chispa, y luego una bola de luz

azul blanca se cernió sobre mi mano. Miré desde la palma de mi mano a Kiernan, cuya

boca estaba abierta.

—No es un hechizo difícil —dije, y mientras hablaba, la luz se desvaneció—. ¿Y ves?

No soy realmente buena en absoluto. No hay necesidad de que parezca como que es

demasiado.

Aun así, Kiernan se quedó mirando el lugar donde la luz había estado hasta que dejé

caer mi mano.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó, boquiabierto—. Tú no tienes magia, nadie en tu

familia… —La comprensión iluminó sus ojos—. Tu familia real. ¿Ellos eran…

hechiceros?

Me encogí de hombros, ya avergonzada.

—Mi madre lo era, no mi padre. Y no creo que fuese hechicera, solo… alguien con

poder. Estaba siempre en movimiento, no creo que fuera a la universidad, incluso si

hubiera tenido dinero o título para entrar. —Me pasé una mano por el pelo para meter

un mechón errante detrás de mi oreja—. Traté de entrar en la universidad de magia,

pero no me dejaron. Philantha me encontró allí y se ofreció a enseñarme como parte

de mi pago por ser su escriba. Dice que el hechizo que pusieron en mí para que me

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pareciera a la princesa debió de haberla… aprisionado. Guardaba la magia de la

superficie. Y por eso le llevó un tiempo después de que el hechizo se hubiese ido para

reafirmarse. Sin embargo, estoy realmente desesperada. Philantha dice que hay

demasiada magia en mí, que no la usé a tiempo y ahora está tratando de salir de una

vez. Algunas veces me pasan cosas sin sentido cuando estoy enfadada. O a veces no

puedo conseguir ni siquiera pequeños hechizos para trabajar en todos a la vez. Soy un

poco… peligrosa, creo.

Había estado preocupada de que pudiera pensar en mí de manera diferente, una vez

que supiese lo de mis nuevos poderes. Que la idea de ser quemado vivo

accidentalmente si me enojaba con él podría enviarlo corriendo de vuelta al palacio.

No debería haberme molestado. La lengua de Kiernan estaba asomando entre sus

labios. Había visto esa mirada un centenar de veces, por lo general justo antes de una

maniobra que lo metería, o a ambos, en problemas.

—Magia —murmuró—. Tú, una hechicera. Una peligrosa. —Sus ojos pasaron sobre

mí, y luego aterrizaron en mi cara—. ¿Tienes alguna idea de lo divertido que podría

ser?

***

Una vez que tuve a Kiernan de regreso, comencé a pensar que quizás, mi vida

finalmente empezaba a volver en sí. Podía no haber sido la vida que una vez pensé que

tendría, pero no era mala. Hice el trabajo que Philantha necesitaba: copiando libros

hechos jirones y pergaminos, trasladando sus notas de experimentos en una letra

legible, visitando las tiendas de Vivaskari en busca de ingredientes que no se

encontrasen en los alrededores, y ayudándola con sus experimentos. Ella estaba tan

aislada que, muchos días, no se molestaba en pensar de antemano mi siguiente tarea,

por lo que era dejada sola en el estudio de magia. No es que pareciera hacer mucha

diferencia a veces. Todavía luchaba por el control de mi magia, y algunas veces estaba

desesperada por aprender lo suficiente para llamarme a mí misma una verdadera

hechicera.

Tuve un raro éxito, sin embargo, con un mensaje hechizo. Me tomó dos días conseguir

hacerlo bien, pero al final pude conjurar una pequeña bola de luz verde que, después

de hablar con ella, podía transmitir un corto mensaje a quien desease. Era más práctico

y rápido que las cartas y me permitió decirle inmediatamente a Kiernan cada vez que

tenía una tarde libre.

—¿Qué les estás diciendo? —pregunté durante nuestra cuarta visita. Estábamos

sentados en una mesa de una taberna en Guildhall, una a la que, al parecer, Kiernan

había estado yendo desde hacía algunos años cuando se sentía cansado de los sitios

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lujosos de Sapphire. Yo había estado en tan pocas tabernas que no podía dejar de

mirar disimuladamente a cada persona nueva que entraba por la puerta. Me sentí un

poco atrevida solo por estar allí, aunque traté de mirar impasible a todo.

—¿Qué estoy diciendo a quién? —preguntó Kiernan. Sus largas piernas estaban

estiradas frente a él y un brazo colgaba sobre el respaldo de su silla. Si no te fijabas

mucho, podrías confundirlo con el hijo de un próspero gremialista saliendo de fiesta

una noche en el pueblo.

Le fruncí el ceño.

—A tus padres. A la corte. A todo el mundo. Has desaparecido, por lo que a ellos

concierne, cuatro noches en la última semana y media. Tienes que estar diciéndoles

algo.

—Les dije que he conocido a la hija del pescadero y que ella está esforzándose mucho

para atraparme —dijo con suavidad—. Que mi noviazgo ha sido hasta ahora

deprimente, me lanzaron un pescado, las redes caían sobre mí desde los tejados, cosas

horribles, y que tendré que dedicarle mucho más tiempo para cortejarla.

Choqué mis uñas contra el lado de mi taza, mi ceño fruncido se profundizó.

—No, no lo has hecho. —Salió más como una pregunta que como lo que quería decir.

No creí que realmente le diría eso a alguien, pero nunca se sabía con Kiernan.

Kiernan tomó un lento sorbo de su jarra de cerveza y luego la dejó. Mientras se pasaba

una mano por su boca, vi que estaba tratando de esconder una sonrisa.

—No, no lo he hecho —dijo finalmente—. No les he dicho nada. Olvidas, querida

Sinda, que estoy a tan solo cinco escasos meses para los dieciocho años. Mis padres

parecen pensar que necesito, como mi padre dijo, “conseguir cualquier divagación

fuera de mi sistema” antes de establecerme como un adulto adecuado. Ellos me dejan

correr positivamente salvaje estos días.

—Como si no lo hubieses hecho antes —resoplé.

Se encogió de hombros.

—En los últimos días, solo están felices de que he hecho algo más que una mueca y

enfurruñarme en mis aposentos. Lo hice mucho mientras estabas lejos.

—Pensé que besaste a Lady Vivia mientras estaba fuera.

Inclinándose hacia delante sobre la mesa, me guiñó un ojo.

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—Sí, pero solo una vez, es una lástima. —Se movió, como si fuera a sentarse, pero

entonces dijo, más seriamente—. La verdad es que me sentía desdichado mientras no

estabas. Y particularmente, después de nuestra, um, visita en Treb. Mis padres me

amenazaron con llevarme a nuestras propiedades en Rithia, para ver si el aire fresco

podía eliminar mi desánimo. Ahí fue cuando besé a Lady Vivia. Pensé que un

escándalo podría demostrar que todavía era yo mismo, y asegurarles que podían

dejarme aquí. Tuve la idea de que tú probablemente vendrías a buscarme, tal vez

necesitarme, incluso después de lo que ocurrió, y no quise que me encontrases fuera.

La calidez se deslizó entre las grietas de mis huesos, dorada y dulce, como la miel.

Tragué saliva, sin saber que decir.

—Tus pobres padres deben haber estado perplejos. —Conseguí decir al final—. Nunca

has estado un día enfermo en tu vida.

—Oh, conocían la razón. Solo pensaban que… —Se detuvo, con una sonrisa

falsamente brillante en su cara—. ¿Necesitas otra bebida? Voy a por más cerveza,

puedo traerte alguna si quieres.

Asentí con la cabeza, mirándolo cuando se abrió camino entre las mesas al bar. Se

inclinó sobre el mostrador, hablando con la camarera mientras ella llenaba dos tazas

nuevas. Volvió, llevando las bebidas, con una excursión en su paso.

—Esa chica, Ani, dijo que hay un grupo de juglares alojándose en la posada de Flower

Basket. Van a actuar mañana en el mercado justo después del anochecer. Si Philantha

no te necesita, probablemente podríamos ir a verlos.

—¿Qué piensan tus padres, Kiernan?

—¿Pardon1, mi flor? —Una mirada confusa se apoderó de su rostro, pero debí haberlo

imaginado.

—Después de irme. Dijiste que ellos sabían por qué estabas enfadado, pero que

pensaron… —Me callé, alzando las cejas, expectante.

Él suspiró, luego empujó mi taza hacia mí.

—Esperaban que me gustaría hacer amistad con ella. Que me olvidara de ti.

La calidez estaba alejándose, reemplazada por el comienzo de un hielo crepitante. —

Con Nalia.

—Sí.

1 Pardon: Perdón, francés en el original.

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Cogí mi taza y logré derramar algo de líquido sobre la mesa cuando la levanté. No

estaba segura de querer saber la respuesta, pero no parecía ayudarme a mí misma.

—¿Y lo hiciste? ¿Hiciste amistad con ella?

Kiernan parecía desgarrado. Miró a su taza, luego tomó un trago tan grande que se

ahogó. Con ojos llorosos, dijo:

—Más o menos. Ella es… ella es agradable, Sinda. Se crió en el convento, pero no lo

supondrías, no es estirada ni fría. Es agradable. Y mi padre quería que me asegurase de

que no… la rechazaba. Dijo que todo el mundo sabía lo unido que estaba a ti y que

podría dañar a nuestra familia si parecía que me disgustaba la princesa. Por lo que fui

cada vez que invitaba a un grupo de nosotros para jugar juegos en el salón o a ir a

caminar. Y ella había oído hablar de ti y de mí. Me hacía preguntas, a veces.

Sentí la cara hinchada, como cuando había estado conteniendo las lágrimas.

—¿Cómo qué?

Él negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—Cosas que tú hiciste. Cómo eras. —Me sonrió, pero débilmente—. Me fui a las

partes sobre ti siendo incapaz de caminar sin herirte a ti misma.

Tratando de quitarle importancia, le saqué la lengua, pero fue poco entusiasta.

—Primero me sentía como si estuviera siéndote desleal. No quería que me gustase.

Pero entonces pensé, bueno, que vosotras dos estáis en el mismo barco. Y esperaba que

alguien estuviese siendo amable contigo, por lo que yo probablemente debía ser bueno

con ella.

—Oh sí —dije con amargura—. Ella es de repente la princesa y yo de repente no soy

nadie y estamos en el mismo barco.

—Bueno, lo estás —dijo con más fuerza de lo que yo habría esperado—. Ninguna de

vosotras pidió esto. Ella estaba bastante perdida al principio. Todo el mundo trataba de

ganarse su favor; nadie realmente hablaba con ella. Necesitaba un amigo.

Quería morderle, o probablemente meterme en la cama con las sábanas alrededor de

mis orejas, pero solo miré hacia abajo. Estaba, me di cuenta con un arrebato de

mortificación, celosa. Tan celosa de que a Kiernan le gustara Nalia, de encontrarla,

incluso del más mínimo modo, un reemplazo para mí. ¿Era así cómo Kiernan se había

sentido cuando en Treb le había echado en cara a Tyr, todo caliente y frío al mismo

tiempo? Pero yo había tratado de ser mala, y él no. Incluso a través del dolor, tuve que

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admitir que eso era diferente. Aun así, no me detuve para decir, un poco

malhumorada.

—¿Prefieres estar con ella ahora? Puedes ir, si quieres. Estoy segura de que algo está

pasando en el palacio que sería más interesante que estar aquí.

—Una obra de teatro, en realidad —dijo—. Hay un grupo de actores Farvaseeanos

quedándose en palacio. Se está representando una nueva comedia esta noche.

Supuestamente es bastante buena. —Podía sentir mi frente apretada mientras

observaba resueltamente mi regazo—. Dios Sin Nombre, puedes ser una imbécil.

Sacudí mi cabeza en alto.

—¿Cómo te atreves…?— escupí, pero Kiernan negó con la cabeza y sonrió.

—¿No te das cuenta? Prefiero estar aquí que ver diez obras Farvaseean.

La sinceridad de su voz me hizo darme cuenta de cómo de petulante debía de parecer.

—Lo siento —murmuré.

—Está bien —dijo con facilidad—. Esperaba que me preguntases sobre ella antes que

ahora. —Bebimos nuestras bebidas en silencio por un tiempo, antes de que él

agregase—: Aunque creo que se imagina que estás aquí. Me dijo algo el otro día que

me hizo pensar.

Tragué saliva, no queriendo mostrar lo mucho que me asustaba.

—¿Se lo dirás? —pregunté. —Yo no… es solo que no quiero que nadie lo sepa. Dónde

estoy, qué estoy aquí. No sé por qué.

—No creo. Aun así, no me sorprendería si ella viene buscándote. Creo que tiene

preguntas.

Lo cual era un problema que ni siquiera había considerado. No sabía como me sentía

acerca de hablar con Nalia, y no estaba segura de si estaba dispuesta a averiguarlo.

Pero lo había arruinado lo suficiente por una noche, por lo que solo dije:

—Bueno, ya lo veremos cuando ocurra. Ahora, háblame de los juglares.

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Traducido por Agus

Corregido por Salu… Lulu…

in embargo, no era tan simple como eso. La siguiente vez que vi a Kiernan

discutimos sobre eso.

—Ella lo ha descubierto —me dijo.

Estábamos sentados en el jardín de detrás de la casa de Philantha, observando el agua

de la pequeña fuente salpicando en la base de la parte inferior de esta. Era un pequeño

espacio, nadie más que los nobles tenían espacio para extender jardines dentro de la

ciudad. Rodeada por una alta pared de piedra, contenía la fuente y una pasarela

circular, con varias hierbas y flores creciendo cerca de las paredes. El balcón por

encima rebosaba de vida, pero seguía siendo un lugar agradable. Había estado

descansando mi espalda contra el caliente borde de piedra de la cuenca y di una

sacudida tan fuerte que me golpeé en el dolorosamente hombro derecho. Con mis ojos

lagrimeando, dije:

—¿Qué te hace pensar eso?

—Ella dijo, “sé que la estás viendo. Quiero conocerla”. No se puede ser más claro.

Froté mi hombro. Pensé en preguntarle a Kiernan si estaba sangrando por el raspón

contra la piedra, pero en vez de eso apreté los dientes.

—¿Qué? ¿Está esperando que la traigas conmigo?

Desde el banco en que estaba sentado, Kiernan arrastró sus pies contra el suelo y dijo:

—Creo que sí.

Sentí mis mejillas calentarse mientras mi columna vertebral parecía estar

convirtiéndose en un carámbano. No quería conocer a Nalia, no quería acercarme más

a ella de lo que ya lo estaba. No me importaba que ella fuera la princesa, que estaba en

su derecho pedirme que bailara con una cabra en frente de todo el distrito de Goldhorn

si lo quisiera. Solo sabía que no tenía interés en posar mis ojos en la chica cuya vida

S

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había estado viviendo desde esa primavera. Preferiría arrastrarme de vuelta a Treb

sobre mis manos y rodillas bajo una lluvia torrencial sin ninguna capa.

Y sin embargo...

Yo he sido ella. Una parte rebelde de mí quería verla, ver la persona real, la persona

que se suponía que he sido. Ver que estaba haciendo ella con la vida que había sido

mía. Y eso me asustaba, porque sabía lo que encontraría. Lo había visto en ese breve

momento cuando había desembarcado del carruaje para saludar al rey y a la reina. Ella

era una princesa. La verdadera princesa, toda gracia, suaves movimientos y risas

acogedoras. Algo que yo, en mi pequeño, torpe y tímido cuerpo nunca había sido.

Verla me forzaría a reconocerlo, más de lo que lo había hecho ahora. Y estaba

asustada.

—Bueno —dije, levantándome, con mis manos en la cadera—, tú tendrás que decirle

que no lo harás. Que tan solo, no es posible.

Él cruzó sus brazos con una expresión obstinada en el rostro.

—Tú sabes que no puedo hacer eso, Sinda. Ella es la princesa. Será reina algún día. Si

ella me lo pide, tendré que hacerlo.

—¡Tú no hacías lo que te decía a menudo! —repliqué.

—¡No estamos hablando de agarrar la última porción de torta de especias! Sabes que

tendré que traerla si me lo pide.

Lo sabía, pero no quería escucharlo.

—¡Bien! Haz cualquier cosa que quiera Nalia. Tráela aquí. ¡Pero no te sorprendas si no

contesto a la puerta!

Con eso abandoné el jardín, golpeando la puerta de la casa detrás de mí. A través de la

ventana vi que Kiernan comenzaba a caminar hacia la puerta, para luego detenerse.

Lentamente, giró sobre sí mismo y se fue por la puerta del jardín, la que lleva dentro de

un callejón que está conectado con la calle principal.

—¿Qué hizo?

Di media vuelta sorprendida. Estaba tan inmersa en mis propios pensamientos que no

había notado a Philantha de pie, en la entrada de una de las salas de estar.

—¿Perdón?

—Bueno, por mi experiencia, es normal que el hombre sea el que tropiece creando la

mayoría de los problemas en las relaciones románticas —dijo ella—. Entonces,

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naturalmente, asumí que tu joven hombre ha hecho, dicho o pensado algo que causó

que volvieras irrumpiendo como un huracán. ¿Estoy en lo cierto?

Sacudí mi cabeza tan violentamente que la trenza que llevaba enrollada en mi cabeza

amenazó con soltarse.

—No tenemos una… relación. Él es solo mi amigo.

Philantha hizo un sonido de desconfianza mientras reía por lo bajo.

—¿En serio? —preguntó—. Supuse que era por eso que había pasado la mayoría de las

tardes contigo.

—Como dije, somos amigos. Y no nos hemos visto en largo tiempo.

Ella levantó una ceja.

—Probablemente no me importaría, o por lo menos, no me importaba hasta ahora

mismo, pero escuché algunos chismes de la corte cuando visité la universidad. Los

estudiantes nobles los traen con ellos, tú sabes. Y una de las historias es que el Conde

de Rithia y su esposa están peleando por elegir una pareja que cumpla todos los

requisitos para su hijo.

De repente, me sentí mareada sin ninguna razón, y un caluroso sonrojo, preocupante,

como los celos que había experimentado en la posada, se apresuraron a través de mí.

—¿Parejas? —repetí.

—Chicas, mujeres jóvenes, perspectivas de matrimonio. Es extraño, cómo empezaron

de repente. Justo después de que la princesa regresara, se ha observado. Como si ellos

hubieran tenido esperanzas en otra pareja, y fue arruinada.

—¿Yo? —pregunté. ¿La gente piensa que los padres de Kiernan quieren que él se case

conmigo? Eso es… ridículo. Las princesas no se casan con condes, con un duque,

quizás, pero no con un conde, no a menos que sea uno extranjero y traiga una gran

alianza. Y además, nosotros somos solo…

—Amigos —finalizó Philantha—. Lo sé. Eso es lo que estuviste diciendo. —Ella me

miró antes de decirlo—. Aunque no han tenido tanta suerte según los chismes. Él es

educado con todos los que lo sacan a relucir, pero nada más. Pero eso no es nada ni

aquí ni allí, puesto que no lo amas.

La fulminé con la mirada, mi rostro y mi pecho todavía llenos con esa oleada de calor.

—De hecho, él te ha hecho enojar ¿o no?

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—Sí. Bueno, yo dije… Sí, nos peleamos. Él dice que Na… la princesa, quiere verme. Y

yo le dije que no podía traerla conmigo, que no quería verla. Él dijo que si ella se lo

pedía, tendría que hacerlo. Pero él se abrió paso en situaciones más difíciles que esas.

Puede hallar la forma de evitarlo, si quisiera.

—Entonces, probablemente, no quiera —respondió Philantha antes de deslizarse lejos

por las escaleras y apartarse de mi vista.

Tuve mucho tiempo para pensar en las palabras de Philantha, porque no vi a Kiernan

durante los siguientes tres días. Era el mayor tiempo durante el cual habíamos estado

separados desde que regresé a la ciudad, e incluso a través de mi enojo hacia él eso me

llevó a una distracción. Destrozaba mis encantamientos mucho más que lo normal,

derramaba tinta y me tropezaba tan frecuentemente que Philantha amenazó con traer a

Kiernan a casa ella misma y transformarlo en gorrión si no nos reconciliábamos.

Sus ojos brillaron peligrosamente cuando lo dijo, y eso solo alcanzaba para forzar un

poco a mis confusos mareos. Pero lo compensé pasando mi tiempo libre pensando en

el alfeizar de la ventana, mirando fijamente en dirección a palacio. Pensé en enviarle

uno de mis mensajes encantados por lo menos cinco veces al día. Pero cada vez que

levantaba mi mano para conjurar la pequeña bola de luz brillante, se me caía. Yo

quería ver a Kiernan, pero todavía no estaba lista para perdonarlo. En cuanto a la otra

acusación de Philantha, obviamente, esa era una tontería. Éramos amigos tal y como

siempre habíamos sido.

Sin embargo, ¿por qué parecía que cada vez que me daba la vuelta estuviera

peleándome con Kiernan? Raramente nos habíamos peleado antes, y en ese entonces

solo había sido por cosas sin importancia. Quizás, susurró una sediciosa parte de mí,

antes no tenías suficientes agallas. Eras demasiado tímida para pelear con alguien, incluso con él.

O quizás, solo me estaba transformando en una quisquillosa e irritable persona; una

especie de arbusto espinoso que camina. O si no, a pesar de mis protestas a Philantha,

algo estaba cambiando entre Kiernan y yo, tomando al final un camino que yo no

podía ver.

Al tercer día, me las arreglé para estropear el hechizo de localización que Philantha me

estaba enseñando severamente, en lugar de encontrar la aguja que ella había puesto en

su escritorio, lancé todos los cajones fuera de sus ranuras, contra la pared.

—No te estás concentrando —dijo bruscamente, señalando hacia los cajones para que

volaran de regreso a sus lugares—. Tienes que imaginar solo la aguja, nada más.

—Lo sé, lo sé —mascullé mientras me hundía en el banco—. Yo solo… —Me había

estado preguntado sobre Kiernan, si él estaba hablando con Nalia justo en ese

momento. Era por la tarde, el momento en que los nobles de palacio buscaban el frío

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del interior antes de cenar. Me sentía tan estrujada, tan cansada y malhumorada como

un gato mojado y también algo más. Algo que me recordó, aunque quiera negarlo, a

los celos.

—Lo haré mejor —ofrecí.

—No, creo que mi estudio ya se ha puesto patas para arriba por un día, o incluso cinco

—dijo Philantha con un movimiento de cabeza—. Hay un boticario, un extraño y muy

alto hombre, en el distrito Wizard que me prometió pedir algunas semillas de higuera

sangrante de Farvaseean. Ya deberían estar para ahora. Quiero este tarro lleno, o la

mayor cantidad que pueda manejar. —Empujando un cráneo de conejo y una paleta

de pintura hacia un lado, ella encontró un achaparrado y vacío tarro que empujó hacia

mí junto con un puñado de monedas.

Asentí y empecé a ir hacia la puerta.

—Lo siento —le dije por encima del hombro cuando la alcancé.

—Acuérdate de lo que te dije sobre el gorrión —resopló.

Era un día gris, con nubes bajas apretando en la cima de los edificios. El palacio, vi

cuando di un vistazo involuntariamente hacia su colina, estaba oscurecido por la

niebla. Miré fijamente a la neblina cambiante por un momento, luego me sacudí y

caminé lejos de la casa. Sin embargo, había dado solo diez pasos, cuando los cordones

de mi zapato se cayeron, forzando que me agachase a ponerlos nuevamente.

Solo en ese entonces noté al hombre.

Era flaco, con un cabello castaño normal y corriente, y un largo y blando rostro,

vestido con unas comunes calzas marrones y una túnica. Nadie que ni siquiera

pensarías en ver alguna vez. Había estado frotándose en la verja de metal que precedía

a los escalones de la casa al otro lado de la de Philantha, sus ropas oscuras tenían

limpiametales. Nunca lo hubiera notado, excepto por la brusquedad de su movimiento

que captó mi ojo mientras me inclinaba a atarme los cordones. Él se detuvo, justo

cuando yo lo hice, y no se movió hasta que me había enderezado y seguía caminando.

No seas tonta, me dije a mí misma. Es solo una coincidencia. Pero no pude detener el

quisquilloso sentimiento en la parte trasera de mi cabellera, y me las arreglé para mirar

disimuladamente detrás de mí después de girar en dos esquinas.

El hombre me estaba siguiendo. Caminaba media manzana por detrás, no enfocaba

sus ojos en mí. Parecía cualquiera hombre contratado por un día en alguna de las casas

mercantes, de camino a su casa o a su próximo trabajo. Pero tomó cada giro que yo

hice y nunca estuvo más lejos que media manzana.

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Mi corazón ahora estaba corriendo, pero no sabía qué hacer. ¿Debería simplemente

volver a casa de Philantha? Pero ella probablemente no me creería por mi extraño

comportamiento durante los últimos días que pasaron. ¿Debería llamar a un guardia

de seguridad? No, de ninguna manera me creería un guardia, de lo que me sentía

segura era que el hombre se derretiría antes que siquiera respirase. Mi parte traicionera

anhelaba mover rápidamente mis dedos convocando una bola mensaje y mandársela

directamente a Kiernan, pero hasta con mi miedo, no pude hacerlo.

Al final, decidí seguir caminando hacia el boticario. Había gente en la calle; no había

manera de que el hombre me secuestrara, si ese era su plan. Y ¿por qué debería serlo?

Discutí conmigo misma. ¿Quién querría secuestrarme o incluso seguirme? No era

nadie importante, no ahora.

El negocio del boticario tomaba lugar en una calle cerca de la universidad que alojaba

muchos otros negocios que frecuentaban hechiceros. El dueño era alto, es más, era lo

bastante alto como para que yo tuviera que estirar el cuello para mirarlo

correctamente, llenó mi tarro y tomó el dinero sin decir mucho. Le di las gracias, y

luego paré para mirar fijamente fuera de la ventana antes de irme. No vi al hombre, lo

que me hizo pensar que realmente podría estar imaginándome cosas.

Fuiste una tonta, pensé. Solo contrólate y ve a casa.

Salí del negocio, sin embargo, me olvidé de fijarme calle abajo si estaba el hombre,

porque directamente me distraje con una sensación extraña. Era como si yo fuese una

muñeca con hilos y alguien estuviera tirando de ellos, tirando mi cabeza en la

dirección donde ellos querían. No pude evitar girarme a la izquierda. Por un momento

no vi nada por la tranquila calle, y luego una figura salió de la sombra de un edificio

cercano. No el hombre que me había, o no había estado siguiéndome. Esta persona

vestía una larga capa marrón, algo en sus líneas me recordó en la ropa que se viste en

un convento o un monasterio. Un recuerdo picaba en mi mente, pero antes de que

pudiera juntarlo, la persona tiró su capucha hacia atrás y casi se me cayó el tarro lleno

de semillas.

No parecíamos iguales, no realmente. Por nuestro parecido quizás llegábamos a ser

primos, pero nunca mellizas y ni siquiera, hermanas. Nalia era más alta que yo, y tenía

también los miembros más largos. Su cabello parecía madera brillante, mientras que el

mío parecía del color de un té oscuro. Las facciones de su rostro eran más definidas, su

nariz y su frente tenían una forma arqueada, todo excepto sus labios, que estaban

llenos y rosados. La similitud estaba ahí, pero era como mirarme a través del agua, con

cada facción alterada por las olas.

Nos miramos fijamente durante largo rato, y luego dije:

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—Llamaremos la atención si nos quedamos aquí, y supongo que solo Kiernan sabe

dónde estás, así que no querrás eso.

Un pequeño rubor se pintó bellamente a través de su rostro.

—¿Entonces caminarás conmigo? —preguntó.

Mordí mi labio, todas las preocupaciones desaparecieron de mi mente, y asentí.

Caminamos en silencio, cada una de nosotras vislumbraba a la otra en secreto por la

esquina de nuestros ojos, antes de que yo dijera:

—Hay una estatua, creo, de la reina Conavin alrededor de la esquina. Ella es la que…

—Concedió la tierra para la Universidad de magia —concluyó Nalia. Ante mi mirada

de asombro, ella se encogió de hombros delicadamente—. Fui bien tutelada en el

convento, y todavía más desde que he estado aquí. Ellos parecen querer que yo sepa

todo lo que tú… todo lo que una princesa debería saber, y creen que debería

aprenderlo lo más rápido que pueda.

Hubo otro silencio, más pesado que el último.

—Hay bancos —dije—. Podríamos sentarnos allí.

—Vayamos delante —dijo ella.

La estatua de la Reina Conavin estaba situada en un pequeño camino lejos de la calle,

en un redondeado callejón sin salida. Era de tamaño real, o casi, con la reina mirando

fijamente hacia la Universidad de magia, tendiendo sus dos manos con un gesto de

dar. Nalia se detuvo mientras hacíamos nuestro camino hacia los bancos ubicados

alrededor de la estatua y ladeó su cabeza contemplando la cara de piedra. Era difícil de

decir, la estatua tenía más de doscientos años, pero pensé que podía verse el parecido,

en mayor parte en la inclinación de sus pómulos. Suspiré.

El sonido pareció recordarle a Nalia que estaba esperando, porque ella sonrió

disculpándose y vino a sentarse a mi lado en el banco más alejado de la calle. Pero en

vez de hablar, evitamos nuestros ojos mutuamente y miramos fijamente a nuestros

lados. Llevaba un vestido azul oscuro, las mangas cortadas de tal manera que caían

justo debajo de la parte interior de su codo. Si se hubiera movido, probablemente

podría haber sido capaz de ver su marca de nacimiento, mi vieja marca de nacimiento,

tres pequeños y rojizos puntos en la parte interior de su brazo. Sin embargo, se quedó

quieta y el silencio entre nosotras se volvió más y más incómodo. Pero justo cuando

iba a abrir mi boca, Nalia dijo:

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—He estado pensando en esto durante semanas, y ahora difícilmente sé por dónde

empezar.

Su voz tembló ligeramente, no estaba segura de si realmente la había escuchado, y

cuando la miré, vi que había una porción demasiado blanca alrededor de sus ojos y

una fracción de tensión ocupando sus labios. Vulnerable, me di cuenta. La Princesa de

Thorvaldor se sentía tan desnuda y extraña como yo y estaba insegura de lo que decir.

Eso hizo que quisiera abrazarla y pegarle una cachetada simultáneamente.

—Empieza por el principio —le dije, aunque sonó un poco cansado—. ¿Por qué me

busca, Su Alteza?

Ella se estremeció; las últimas palabras habían sido más ácidas de lo que realmente

eran.

—No me llames así, por favor. No vine por eso.

—Entonces, ¿para qué viniste? —le pregunté, resistiendo la urgencia de frotar mis

manos de arriba abajo por mis brazos.

—Para verte. Tú fuiste todo lo que pensé en el camino desde el convento. Pensé que

quizás me gustaría conocerte, que tú todavía estarías aquí, pero no. Y cuando estaba

sola, cuando extrañaba mi hogar, seguía preguntándome dónde estabas y si estarías

extrañando tu hogar.

—Bueno, si es eso lo que querías saber, puedo hablarte sobre eso. —Las palabras

salieron de mí en un torrente, agudo y audaz—. Si quieres escuchar cómo lloré hasta

quedarme dormida extrañando a mis amigos, mi habitación, mi… todo, puedo

decírtelo. Si quieres escuchar cómo no pude siquiera hacer una vida con el único

pariente de verdad que dejé, puedo decírtelo. Puedo decirte cómo mi único amigo que

pensé que había hecho resultó no ser mi amigo para nada, sobre cómo la Universidad

de magia no me aceptará porque soy demasiado pobre. ¿Qué escuches esas cosas te

hará sentir mejor?

Por un instante, Nalia parecía tan sorprendida que parecía que la había abofeteado.

Pero luego, se enderezó, sus hombros se tensaron y levantó la barbilla.

—Yo no pedí esto, lo sabes. No pedí que vinieran y me dijeran que yo era la princesa.

Yo era feliz con mi familia, con mi vida de la manera que era, ¡No quería tomar la

tuya! Y ahora solo estoy… intentando entenderlo, y yo pensé… —Ella dejó escapar su

aliento en un silbido, mirando fijamente hacia el cielo gris—. Yo pensé que podría

entenderlo, un poco mejor, si te conocía.

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Otra descarga de insultos llegó a mi mente, y casi los dejé salir. Sin embargo, en ese

momento noté cómo una de las manos de Nalia agarraba el grueso tejido de su capa,

frotándolo de arriba a abajo entre sus dedos, cómo si fuese algo confortante. Me di

cuenta de que la capa olía dulce. Ni siquiera tenía el presente olor a humedad de los

ropajes que los sirvientes de palacio habían empaquetado dentro de baúles porque no

iban a ser usadas.

—Eso no es solo para disimular, ¿no? —pregunté.

Ella estrechó sus ojos, esperando otro comentario mordaz, pero cuando ninguno llegó,

ella asintió una vez.

—No iba a dejar que se la llevaran. Me dieron nuevas ropas en el convento, para los

viajes en carruaje, pero no habían enviado una capa. Dije que tenía frío, y dejaron que

me trajera esto. Después de que llegué aquí, lo escondí antes de que alguien pudiera

llevárselo.

Me incliné hacia delante, con los codos sobre las rodillas y mi rostro alojado entre las

manos. Sería fácil odiarla. Estar llena de indignación justificada, por aparecer así de

repente. Clamar en contra de ella por lo que su familia me había hecho, cómo me han

usado y luego dejado de lado. Yo quería odiarla por haber tomado la vida que creía

que era mía.

Pero no podía.

Kiernan estaba en lo cierto, pensé con una miserable y sofocada risa. Ninguna de las

dos había pedido esto. Todo había sido decidido por otros, el rey y la reina le habían

pedido ayuda a los hechiceros y hasta al Dios Sin nombre cuando este envío una

profecía sobre la muerte de la princesa en su nacimiento. Nosotras dos no teníamos

ningún control sobre eso. Y estaba cansada de ser un espino y gritarles a todos los que

me rodeaban. Quizás, si no odiando a Nalia, perdonándola por la vida que ahora ella

posee, podría realmente empezar a ser Sinda, y no solo la princesa falsa.

—Lo siento —dije, quitando la cabeza de mis manos—. Parece que todo lo que estoy

haciendo últimamente es pelear con la gente. Empecemos de nuevo, ¿de acuerdo? Yo

soy Sinda y tú eres Nalia.

Cuando empecé a hablar, Nalia me seguía mirando fríamente pero llegando al final, su

rostro se suavizó.

—Yo también lo siento. Sabía que no querrías verme y vine igualmente.

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—A veces hay que hacerlo. —Concordé. Empezó a caer la neblina y pequeñas gotitas

se aferraron a su cabello. Pude sentir la humedad filtrándose a través de mi vestido,

pero ninguna de las dos se movió.

—No tengo tiempo —dijo—. Estuve viniendo aquí en los últimos días, por un rato,

pensando que podrías venir.

—¿Por qué? —pregunté.

—Le dijiste a Kiernan que Philantha te envía a hacer mandados. Así que estuve yendo

a cada uno de los negocios que él me dijo que frecuentaba, mientras él les mentía a

todos los que preguntaban dónde estaba. —Se sonrojó nuevamente—. Yo quería

esperarte fuera de tu casa, pero no tenía el coraje. Aunque pensé que de esta manera

costaría más.

Retorcí mis dedos y luego los dejé descansar.

—¿Él te dijo que yo estaba aquí, en la ciudad? ¿Así fue cómo lo supiste?

Vi la consideración atravesar sus ojos mientras intentaba decidir qué decirme y qué no.

Esperé mientras tomaba un pequeño respiro y luego decía:

—Sí y no. Es decir, él me dijo dónde pensaba que te mandaba Philantha, pero yo me

imaginé que estabas en la ciudad.

—¿Cómo? —Me imaginé un círculo de espías, listos y dispuestos a obedecer las

órdenes de la nueva princesa, incluso cuando sabía lo estúpido que sonaba. Nunca

tuve espías, después de todo, tampoco escuché de ninguna princesa o ningún príncipe

de dieciséis que tuviera.

Sus mejillas se sonrojaron un poco.

—Kiernan. Nos presentaron después de llegar. Todos se parecían a él, y él se parecía a

todos los demás. A todos menos a mí. —Tuve que mirarla sobresaltada porque ella

sonrió irónicamente—. Oh, dudé que otras personas lo supieran. Esa es una de las

cosas que he notado, la gente que vive en palacio raramente ve más allá de ellos

mismos. Están tan concentrados en, oh, sus posesiones, y quién está a favor de quién y

cosas así.

Le sonreí.

—Eso es verdad. Pero siempre parece que todos notan mis tropiezos y caídas sobre

cosas, cada vez que entro en una habitación.

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—Nadie lo mencionó. Todo lo que he escuchado es que eras muy callada, muy

estudiosa. —Se detuvo y supe que estaba omitiendo algo. Quizás he sido tan callada y

estudiosa que ellos debían saber que yo nunca podría ser la princesa. No lo dije, sin

embargo, y ella continuó—: Pues, Kiernan. Él siempre viene si le hago una invitación,

pero puedo decirte que él no quería gustarme. Sabía que él había sido tu amigo, y me

dije a mí misma que entendía cómo podría odiarme por tomar tu lugar. Pero

realmente, yo quería gustarle a él tanto que hasta dolía. Pensé que, ya que le gustabas,

si yo también le gustaba a él, probablemente me sentiría como si fuera la verdadera

princesa. Costó mucho, pero parece que al final me ha tomado simpatía. Era casi de

noche, cómo si él hubiera tomado una decisión mientras estaba acostado.

No dije nada, recordando las palabras de Kiernan. Esperaba que alguien fuera siendo

amable contigo, así que pensé que debía ser amable con ella.

—Después de eso, podría decir que su… humor era porque te extrañaba, no porque no

le gustara. Entonces, un día me dijo que iba a visitar a un amigo fuera de la ciudad. Me

dio un nombre distinto, pero supuse que era una mentira, que en realidad iba a verte.

Ella tragó saliva, y en su voz estaba la indirecta más leve y llena de nervios cuando

dijo:

—No fue bien, ¿no?

Recordé cuando le grité a Kiernan, dándole la espalda y la caliente humedad de mis

lágrimas en mi rostro.

—No —dije—. No fue bien.

—No pensé en eso. Él estaba peor cuando regresó. No salió de sus aposentos durante

días. Pero luego, de repente, fue como una luz volviendo dentro de él. Y entonces

pensé que solo había una cosa capaz de que eso pasase. Tú.

Había algo de tristeza en sus ojos, en la línea de su boca.

—Hemos sido amigos desde que éramos niños —dije. Sonó como una disculpa y

quizás lo fuera. Me pregunté si ella había dejado atrás a un amigo como él en el

convento, si ella no podía ver ahora a esa persona porque era la princesa. Me pregunté

qué otras cosas había dejado atrás.

Se sacudió a sí misma, tan ligeramente que no lo hubiera notado si las gotas en su

cabello no temblaran.

—Hice que me lo contase —dijo—. Él no quería. No te enojes con él.

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No respondí. El enojo hacia él había disminuido un poco mientras hablaba con Nalia.

Una parte, me di cuenta, se había originado a causa del temor que había tenido por

conocerla, y lo había descargado en Kiernan, así no tendría que enfrentarme a eso.

Pero eso era algo que tenía que discutir con él, no con ella.

Nalia se agachó y cogió una hoja de la mata de césped que estaba obstinadamente

intentando crecer entre las baldosas de alrededor de la estatua. Yo estaba mirando

fijamente hacia palacio, perdida en mis pensamientos y ella debió haber malentendido

mi mirada.

—¿Te encantaba mucho? —me preguntó suavemente, trenzando el césped entre sus

dedos.

—¿Qué? ¿Vivir aquí?

—Ser la princesa.

Una parte de mí quería reír, otra parte, una pequeña, quería llorar. Así como era, hipé

un poco y después me encogí de hombros débilmente.

—Sí. No. No lo sé. Me refiero a que, antes tenía mi vida y yo era feliz la mayor parte

del tiempo. Sabía quién era, lo que era. Intenté aprender lo suficiente para ser una

buena reina. Pero en realidad, nunca… me adapté, supongo. No me gustan las grandes

cenas, con todos mirándome porque estaba segura que se derramaría algo por mi

vestido. No me gustaba tener una conversación con cada hijo de duque o hijas de

nobles extranjeros, y nunca ser absuelta de bailar una balada. Podía hacerlo todo, pero

me ponía nerviosa. Así que sí, lo extraño. Era todo lo que conocía. —Miré su rostro

tan igual pero desigual al mío—. Pero a veces, también es un alivio. Es fácil ser solo la

escriba de Philantha.

—Sí —susurró ella—. Lo sé.

Una campana sonó en algún lugar del distrito, señalando la hora. Era más tarde de lo

que creía. Nalia se giró en dirección a la campana, con sus dedos frotando su capa

nuevamente. Tendría que irse pronto, o arriesgarse a tener a todos los guardias de

palacio buscándola en las calles de Vivaskari. Pasaría bastante tiempo explicando lo

que pasó, ya que la neblina se había vuelto lluvia real, y estaría empapada en el

momento en que llegara a palacio.

Había una pregunta que quería hacer, pero seguía manteniéndose atrapada en algún

lugar de mi boca antes de que pudiera hablar. Finalmente, aunque todavía tenía el

sonido de la campana en mis oídos, la forcé a salir.

—Cómo esta mi… la reina. ¿Cómo está la reina?

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Nalia miró sus rodillas.

—Ella te extraña, creo. No habla de ti, ninguno lo hace. Pero una vez la pillé llorando,

cuando creía que estaba sola. Yo estaba justo parada fuera de la puerta, dónde no

podía verme. Estaba a punto de entrar, pero entonces mi… el rey vino. Él tomó sus

hombros y escuché que le decía que tenía que soportarlo. Que ella lo sabía, que no

había otra cosa que pudieran haber hecho. Ella dejó de llorar por él, pero todavía se

veía triste.

Mi garganta me quemaba y tuve que cerrar mis ojos para mantener las lágrimas y que

no se esparcieran. Había creído que quería saber que ella me extrañaba, pero

sabiéndolo no me sentía mejor.

—Lo siento —dijo Nalia—. Lo siento, pero tengo que irme. Pronto notarán mi

ausencia.

Asentí todavía con los ojos cerrados. Cuando escuché el susurró de su falda rozando el

suelo, abrí mis ojos y me puse de pie. Nos quedamos mirándonos fijamente sin decir

nada hasta que al final, Nalia me ofreció una tensa y pequeña sonrisa. —Gracias.

Perdón por haberme acercado tan sigilosamente, pero tenía que hacerlo. Tenía que

saber.

—Lo entiendo. —Ahora lo hacía. Había sido doloroso hablar con ella, pero también

había sido cicatrizante, como si un furúnculo doloroso dentro de mí hubiera sido

lanzado hacia fuera—. Si vas por el pasillo que te lleva más allá de las habitaciones de

Lord Trenbalm, probablemente nadie te verá. Difícilmente haya alguien por ahí a estas

horas.

Sonrío abiertamente.

—Gracias.

Se giró y cuando casi había alcanzado la calle, pensé en algo.

—¡Espera! —grité. Ella me echó un vistazo, tranquila y rápidamente como un ciervo—

. ¿Cuál era tu nombre, antes?

Eso dolió. Lo pude ver en su rostro: un dolor al recordar, pero a la vez alivio, libertad,

como el agua rompiendo una represa.

—Orianne —dijo—. Mi nombre era Orianne.

Incliné mi cabeza. Orianne. Me miró durante largo rato, y a continuación estuve sola al

lado de la estatua, la lluvia goteando por mi rostro.

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Había vuelto a casa de Philantha antes de darme cuenta de que no le había preguntado

si ella había enviado al hombre de marrón, tampoco pensé en fijarme si estaba

mientras volvía a casa.

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Traducido por Aaris

Corregido por Rose_vampire

e conté a Philantha al respecto después de regresar a la casa. No todo, ni siquiera

la mayor parte, siendo la omisión más grande la de mi posible perseguidor. Dije

que solo había conocido a Nalia en la calle y que habíamos hablado. Pero le

pregunté por el tirón que había sentido justo antes de ver a Nalia —la sensación de ser

atraída hacia ella.

—Estaba parada allí, fuera de la tienda, y entonces sentí que tenía que mirar en su

dirección. Ni siquiera sabía que había alguien allí, pero miré en esa dirección de todas

formas. Fue como… —Sacudí la cabeza, buscando una comparación—. Como si

hubiera una cadena entre nosotras, atrayéndonos.

Philantha hizo una pausa, su mortero descansaba en el borde del pequeño bol delante

de ella.

—¿La princesa pareció sentirlo también? ¿Dijo algo acerca de ello o, para el caso, le

preguntaste si lo había sentido?

—No —admití—. Estaba conmocionada por verla y lo olvidé.

Philantha hizo chocar el mortero contra el lado del bol con irritación, el sonido fue lo

bastante agudo para estremecerme.

—Un hechicero debe siempre ser consciente de los fenómenos mágicos. ¿Recuerdas la

historia de Engahar Yarren? —Asentí, estremeciéndome de nuevo con el recuerdo de

la espeluznante historia—. Bien. Tenlo presente la próxima vez que sientas un hechizo

que no has lanzado tú, afectándote.

Pequeñas garras de inquietud comenzaron a trepar por mi columna.

—¿Un hechizo? —pregunté—. ¿Crees que era un hechizo?

Miró dentro del bol, luego lo empujó hacia mí.

L

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—¿Crees que estas semillas pueden ser molidas mucho más finamente que esto? Yo no

lo creo, parecen absolutamente pulverizadas para mí, pero nunca hace daño

comprobarlo, después de todo. —Cuando estuve de acuerdo, tomó el bol de vuelta y

dejó el mortero de lado—. Sí, creo que era un hechizo, o mejor dicho, los efectos de un

hechizo. El hechizo que te hacía parecer ser la princesa era, desde lo que puedo decir,

una especie de transferencia de una diminuta parte de la esencia de la princesa.

Extrajeron una pequeña parte de su alma, a falta de una palabra mejor, y te la

transfirieron. La usaban para enmascarar tu propia esencia de modo que, ante

cualquier hechicero sondeando, parecerías ser la princesa. Las cosas fueron hechas

fácilmente para ellos, por supuesto, porque ¿quién pensaría alguna vez en intentar

buscar a otra persona escondida, por decirlo así, debajo de la propia piel de la princesa?

—Frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Ahora, a pesar de que tomaron solo una

diminuta parte de su alma, fue un hechizo poderoso. Te hacía parecer la princesa en

todos los sentidos, incluso empujando la magia dentro de ti tan profundo que se

reafirmó sola mucho tiempo después de que el hechizo fuera roto. Creo aunque puedo,

por supuesto, estar equivocada que siempre sentirás esa… energía si estás cerca de

Nalia.

—¿Había parte de ella en mí? —pregunté.

Philantha ofreció una rápida sacudida de su cabeza, ni un sí ni un no.

—Como dije, es solo una teoría. Intenté preguntarle a Neomar sobre ello, le dije que

era curiosidad profesional, pero no me contó nada. De cualquier forma, es solo una

teoría, así que puede no ser la verdad, pero creo que lo es. De hecho, suena como si no

fueran capaces de conseguir la última parte de su alma, ya que te sientes atraída por la

original. Como si accidentalmente hubieran dejado un poco de Nalia en ti. —Mirando

en la distancia, estrechó los ojos con sus pensamientos—. Un hechizo extraño,

realmente. Ellos lo habrían tenido un tiempo si la princesa hubiera muerto de niña,

mientras estaba viviendo en el convento. El hechizo se habría desecho entonces, y tu

magia habría vuelto a ti, como lo ha hecho ahora. No habrían sido capaces de decir

que tú eras la princesa entonces. Pero supongo que no había otra forma de hacerlo.

Pero ahora realmente tengo que empezar a trabajar en esto. —Agitó el bol de polvos

un poco de modo que se arremolinó en los lados y luego cayó al fondo de nuevo—. O

perderá su potencia. Las semillas de higo de sangre son muy conocidas por ello.

Después de eso, vagué, inquieta, a través de la casa. Quería algo para ocupar mi

mente, otra cosa que pensamientos de mi conversación con Nalia o la inquietante idea

de que partes nuestras que habían sido intercambiadas durante el hechizo quedaran en

nosotras. O la idea de que alguna persona desconocida había estado siguiéndome.

Sabía que debería haber usado el hechizo de mensajes para avisar a Kiernan, para

decirle que había estado en lo correcto acerca de Nalia, pero cada vez que empezaba el

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hechizo, me detenía. No estaba lista todavía; todo era demasiado reciente, demasiado

sensible, como una nueva herida sin vendar. Algunas de las heridas dentro de mí

podrían haber sido abiertas por hablar con Nalia, pero eso no significaba que quisiera a

alguien más azuzándolas. Así que hice de mí misma una molestia general, molestando

a todo el mundo desde Gemalind, quien me despachó corriendo de la cocina en una

nube de harina, hasta Tarion, quien toleró mi presencia en el establo hasta que

accidentalmente hice levitar varias rascaderas, atemorizando a la yegua de Philantha.

Después de ser expulsada del establo, volví a la casa, arrastrando los pies a lo largo de

los pasillos y ocasionalmente entrando en una habitación solo para dejarla de nuevo

después de unos momentos. Incluso la biblioteca no tenía ningún atractivo para mí y

finalmente me encontré en mi propia puerta. Suspirando e incapaz de pensar en nada

más que hacer, abrí la puerta, fui adentro, y me dejé caer en la cama para mirar al

techo.

¿Qué estaba haciendo Nalia? ¿Había vuelto al palacio? Me preguntaba si había sentido

los… residuos del hechizo que habían empleado en nosotras. Froté mis ojos, irritada

conmigo misma. No había pensado en mencionarlo en el momento, y ahora no podía

preguntarle. Tal vez podía hacer que Kiernan le preguntara, si alguna vez me las

arreglaba para hacerle saber que quería hacer las paces.

Con un gruñido me levanté y eché un vistazo a la habitación, desesperada por algo que

me permitiera parar de pensar demasiado. Estaba cansada hasta la muerte de

reflexionar sobre mi situación, o preocuparme acerca de quién era y quién no era. Por

favor, pensé, enviando una petición al Dios Sin Nombre, incluso aunque sabía que era,

en muchos aspectos, una petición indigna. Después de todo, el Dios tenía mejores

cosas de las que preocuparse que una descontenta chica escriba. Sin embargo, cerré los

ojos y recé, Por favor permíteme parar. Solo quiero ser yo, solo quiero ser útil y… contenta.

Quiero parar de preguntarme si alguna vez me sentiré completa y simplemente estaré completa.

Quiero tener un propósito, uno que pueda contemplar sin sentir que soy menos de lo que era.

Si estaba esperando alguna clase de señal, un estruendo de truenos en el cielo lluvioso

o un estremecimiento de aceptación en mi pecho, estaba esperando en vano. No

ocurrió nada, ni siquiera una brisa contra la ventana. Sintiéndome tonta, pateé mi pie

contra el lado de la cama unas pocas veces hasta que mis ojos se posaron en mi

escritorio, el cual estaba plagado de papeles y libros que había tomado prestados de la

biblioteca. Bueno, pensé, si el Dios Sin Nombre no iba a abandonarlo todo para

atender mis necesidades, bien podría limpiar.

Mi habitación, a decir verdad, no estaba realmente desordenada; llevó solo un poco de

tiempo que el escritorio fuera acomodado. En el proceso de limpieza, sin embargo,

encontré un par de guantes que habían caído detrás del escritorio. No un par de los

muy usados que había adquirido para ayudar a Philantha a recolectar plantas, sino un

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conjunto de guantes de montar de cuero que había llevado conmigo cuando dejé el

palacio. Los recogí, finalmente recordando que los había sacado hace varias semanas

para una excursión fuera de la ciudad con Philantha. Ella había decidido no hacerla en

el último momento, sin embargo, y debí haber dejado los guantes encima del escritorio

y luego haberlos arrastrado sin darme cuenta. Encogiéndome de hombros, abrí el baúl

que aún contenía las cosas que había traído del palacio y comencé a sacarlas. Mientras

lo hacía, mis ojos se posaron en un rollo de tela tendido suavemente sobre un vestido

doblado.

El mapa de la Puerta del Rey Kelman. No había pensado en él desde que había

regresado a la ciudad. Ahora sentía una punzada de angustia mientras lo recogía

cuidadosamente y lo extendía sobre el escritorio despejado. No era mío, nunca había

sido mío. Debería devolverlo al palacio, donde podía ser puesto en algún lugar a salvo,

en algún otro lugar que no sea un rincón no usado de la biblioteca donde dos niños

podrían encontrarlo. La punzada aumentó, palpitando en mi pecho mientras el pesar

se unía a la culpabilidad. Habría sido algo, pensé, si hubiéramos sido capaces de encontrar la

puerta. Dejé que mis dedos se deslizaran a través de la superficie del mapa, con la

intención de enrollarlo, pero justo entonces, algo sucedió.

Leí una palabra, una de las intraducibles runas escritas de un lado a otro en la parte

inferior del mapa.

Contuve el aliento por tanto tiempo que, cuando me di cuenta, tuve que jadear por aire

y terminé tosiendo violentamente. Solo una vez que tuve control sobre mí misma me

atreví a echar un vistazo a las runas de nuevo.

Estaban en la lengua de los hechiceros. Algo que nunca había estudiado como

princesa, algo que incluso los hechiceros apenas usaban ya. Y estas no eran ni siquiera

la más reciente encarnación del lenguaje que Philantha había insistido que estudiara,

sino una versión más arcaica, con pequeños bucles al final de algunos símbolos y lo

que parecían como formas abreviadas de algunos otros. Sin embargo, podía leer al

menos cada tres palabras, inclinada sobre el escritorio en mi habitación.

Lleva… aquel… Puerta… Que… sepa… uno… sangre… Puerta…

¿Qué había adivinado Kiernan ese último día en el jardín? ¿Que las runas podrían ser

un código, o una lengua mágica? Parecía como si, contra todo pronóstico, hubiera

estado en lo correcto.

Estaba agarrando el escritorio con mis manos tan fuerte que mis nudillos se habían

vuelto blancos. Había muchas palabras que no conocía, o palabras que eran tan

diferentes de sus formas posteriores que no podía reconocerlas. Y había varias palabras

al final del todo que nunca había visto de ninguna forma.

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112

Pero, me di cuenta mientras una sonrisa estallaba en mi cara, que tenía la biblioteca de

un hechicero escaleras abajo, llena a reventar con libros de hechizos, teoría mágica e

incluso tratados de las diversas encarnaciones de la lengua de los hechiceros.

***

Palabras, pensé llorosa. Podrían ser palabras. O pez. Entrecerré los ojos una vez más a las

runas en el mapa, luego cambié mi mirada al libro abierto que yacía apoyado contra

una pila de volúmenes de grosor similar. ¿Por qué alguien haría las runas para palabras y

pez tan similares? me pregunté. ¿Estaban tratando de hacer una broma?

Fuera de la biblioteca, el reloj del pasillo repicó dos veces y luego se quedó en silencio.

Inclinándome hacia delante sobre mis codos, masajeé mis sienes y pensé en darme por

vencida. Pero no, estaba cerca, tan cerca de leer las runas que casi podía imaginarme a

mí misma de pie en la Puerta del Rey Kelman, viéndola abrirse ante mí. Tenía que

seguir adelante, incluso si estaba lo bastante cansada como para dormirme en las

incómodas sillas de madera de la biblioteca.

Había estado investigando durante horas, haciendo una pausa solo para comer algo de

cena y volver a la biblioteca antes de que mi estómago hubiera terminado de gruñir.

Había sido un proceso lento, intentar descifrar las arcaicas runas que cruzaban la parte

inferior del mapa. De vez en cuando, había considerado contárselo a Philantha, quien

pensaba que podía ser capaz de leerlas sin recurrir a media docena de libros agrietados

y mohosos. Pero cada vez que perdía la esperanza de encontrar las respuestas por mí

misma y agarraba el mapa para ir a verla, imaginaba la cara de Kiernan cuando le

contara que había compartido nuestro secreto con alguien más. Cada vez, suspiraba y

prometía buscar solo un poco más cualquiera que fuera la runa a la que actualmente

estaba dándole forma. Y finalmente, a altas horas de la noche, se había reducido a solo

cuatro runas sin traducir que se interponían entre la respuesta y yo.

Palabras, decidí. Deben ser palabras. Pez no puede estar bien. ¿Sangre real, porque esa era la

expresión anterior a esta, y pez real? No. Definitivamente no. Anoté palabras en mi hoja de

papel. Solo quedaban tres runas para traducir, caí en la cuenta con un

estremecimiento.

Pero no pude. El reloj del pasillo sonó tres veces, y luego cuatro, y aquellas tres últimas

runas se mantuvieron obstinadamente sin traducir. No parecía poder encontrar

ninguna runa que se pareciera realmente a las que estaban en el mapa en ninguno de

los libros de Philantha. Cada vez que pensaba que lo tenía, veía que la inclinación de

una línea era incorrecta, o la floritura de la parte superior miraba a la dirección

equivocada.

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113

Tal vez eran más antiguas que las otras. Quizás eran tan antiguas que Philantha no

tenía ningún libro que hiciera referencia a ellas. O quizás no eran runas de hechicero

en absoluto; tal vez eran algo completamente distinto. Sacudí la cabeza para

despejarme. Lo tenía todo excepto esas últimas tres runas. Quizás no las necesitaba

realmente. Podría seguir adelante y montar una traducción de mis notas y ver.

Despejando un espacio para una hoja en blanco de pergamino, sumergí mi pluma en

un tintero y lentamente transcribí mis notas. Luego, tomando una respiración

superficial por la emoción, leí las palabras que se nos habían escapado a Kiernan y a

mí por tanto tiempo:

Preste atención, todo aquel que quiera procurar la Puerta del Rey. Que se sepa que solo para uno

de sangre real y palabras reales aparecerá la Puerta.

Las palabras, tan escuetas y formales, me miraban fijamente desde el pergamino, mi

propia escritura pareciendo de algún modo lejana y extraña. Es por eso que nunca estuvo

ahí para nosotros, pensé vagamente. Estábamos buscando en el lugar correcto, pero no

tengo realmente sangre real y, por lo tanto, nunca apareció. La decepción luchó con la

emoción del descubrimiento; me había imaginado a mí misma siendo capaz de abrir la

puerta, y ahora, a menos que Nalia estuviera de pie junto a mí, nunca podría. Un

hechizo ingenioso, habría dicho Philantha. Verdaderamente era un secreto creado solo

para la familia real, uno que no serviría sin ellos.

Estaba frotando el lugar donde mi marca de nacimiento había estado, me di cuenta, y

rápidamente alejé mi mano. Me pregunté vagamente qué eran las últimas tres runas,

para que el mensaje fuera lo bastante claro sin ellas. Quizás eran solo el nombre del

hechicero que había creado la puerta, una especie de firma. Los hechiceros, incluso

Philantha, eran muy vanidosos, había llegado a darme cuenta, y no sería raro para uno

querer preservar su propio nombre en un documento.

Mi mano se había desviado a mi brazo de nuevo. Esta vez apreté el lugar tan fuerte

que se volvió blanco y después rosa, y lágrimas brotaron en mis ojos. Para. Solo estás

decepcionada porque no serás capaz de verla. Pero nunca ibas a verla de todos modos.

No es diferente ahora. Lo cual puso en relieve la pregunta con la que había luchado en

mi habitación esa tarde: ¿Qué iba a hacer con el mapa?

Debería devolverlo. Ese era el camino correcto, lo apropiado que hacer. Podía dárselo

a Kiernan y él podía fácilmente colarlo de nuevo en la biblioteca. Él podía incluso

pretender encontrarlo de modo que pudiera ser preservado como debería haber sido

todos estos años atrás. Nadie sabría que me lo había dado. Dejé a mis dedos rozar el

borde del mapa. Sí, pertenecía al palacio, con la familia para la cual había sido creado.

Incluso si Kiernan me lo había dado como un regalo, como algo para llenar el vacío

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114

entre mis dos identidades. Sin embargo, no había manera de que lo devolviera sin

presumir antes un poco ante Kiernan de cómo había resuelto el misterio.

Empujé mi silla hacia atrás, decidida. Leer mi traducción había consumido todo el

agotamiento de la noche, de modo que me sentía extrañamente lúcida y mis miembros

zumbaban con energía reprimida. Guardé los libros que había sacado de las

estanterías, barrí mis trozos de papel y notas, y enrollé el mapa sobre sí mismo,

atándolo holgadamente con un lazo. Y después, sin saber por qué lo hice, dejé la casa

de Philantha y me dirigí al palacio.

La mañana no había roto el oscuro cielo todavía, aunque sentía un indicio de la

calidez que se aproximaba mientras seguía las calles fuera de Goldhorn, con el mapa

del Rey Kelman acunado en mis brazos. Caminé rápidamente, sin saber por qué me

apresuraba más de lo que sabía por qué me sentía tan obligada a visitar el palacio

ahora. Podía buscar a Kiernan después de que el sol hubiera salido, después de todo, y

ahora mismo parecía probable que los guardias del palacio me despidieran por venir

tan temprano. Sin embargo, seguí adelante, como si el propio Dios Sin Nombre

hubiera puesto su mano en mí y me empujara hacia adelante.

Cuando los muros del palacio se alzaron a la vista desaceleré. No tenía una historia

para contar a los guardias, y sabía que debía parecer un espantajo, con el pelo medio

salido de la trenza y mi vestido arrugado de estar sentada tanto tiempo. No paré, sin

embargo, y mientras me acercaba a los guardias me escuché a mí misma diciendo:

—Tengo un mensaje para Kiernan Dulchessy de la hechicera Philantha.

Estaba oscuro, y los guardias estaban cansados de la larga noche. Ninguno me

reconoció, ya sea como la princesa falsa o como la escriba que había buscado a

Kiernan ocasionalmente.

—No puede esperar hasta una hora apropiada, ¿verdad? —preguntó el de la derecha.

—Si pudiera, ¿cree que estaría aquí ahora mismo? —pregunté.

—Supongo que no. Hechiceros —se quejó a su compañero—. Me alegro de no trabajar

para uno.

Yo me alegraba de hacerlo, sin embargo, porque él se hizo a un lado y, después de

darme indicaciones a los aposentos de Kiernan, me volvió la espalda.

Ahora que estaba aquí, sentí el comienzo de la vergüenza mientras caminaba hacia el

ala del palacio que albergaba a la nobleza menor, tomando el sendero del jardín en

lugar de ir a través del propio palacio. ¿Por qué había pensado que era una buena idea

venir ahora? Iba a parecer tonta, golpeando la puerta de Kiernan para decirle… ¿qué?

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115

¿Que nunca habríamos sido capaces de encontrar la puerta? Tan interesante como mi

traducción podía ser, de repente no estaba segura de si valía la pena ser despertado

antes del amanecer por ella. Especialmente cuando no había hablado con él en días.

Me detuve, dando un paso atrás y luego un paso adelante y vacilando conmigo misma.

No, ya estaba aquí, me dije a mí misma, seguiría adelante. Pero, incluso después de

pensarlo, me sentí extraña, como si algo me estuviera tirando hacia atrás, lenta pero

inexorablemente. Estaba tan atrapada en mis propios pensamientos que tardé un

momento antes de darme cuenta de que no era mi imaginación, que realmente sentía

un profundo tirón en el pecho.

Tardé un momento más en darme cuenta de que había sentido esa sensación antes.

Nalia, pensé sobresaltada. Estaba en algún lugar cerca. Extraño que estuviera fuera tan

tarde, o tan temprano, dependiendo de la forma en que se mire. Sin quererlo, me volví

hacia el palacio. Una línea de arbustos altos bordeaba el edificio, suavizando la línea

de la piedra gris y me paré a su sombra. Fue afortunado, porque cuando una suave luz

se encendió en la ventana más cercana a mí, su claridad no me alcanzó. Permanecí en

la oscuridad, observando con curiosidad.

Era la habitación de algún noble, aunque nadie ocupaba la cama, a pesar de la hora.

En cambio, dos figuras permanecían una frente a la otra en el centro de la habitación.

Una estaba cubierta, así que no podía distinguir la cara, y la otra era Nalia.

Ella llevaba una bata, tan larga que la mayoría de la gente probablemente no habría

notado del toque de encaje asomándose por debajo, y su pelo caía suelto en largas

ondas por su espalda. Fruncí la ceja cuando me di cuenta de que el encaje era su

camisón. ¿Qué estaba haciendo fuera a estas horas, usando nada más que eso?

No tuve mucho tiempo para pensarlo, sin embargo, para cuando miré, Nalia elevaba

sus brazos, las palmas extendidas hacia arriba. Lo hizo lentamente, como alguien

moviéndose a través de un sueño, y fue esa singularidad la que me hizo dar dos pasos

adelante, de modo que mis pies alcanzaron el borde de la sombra de los arbustos, para

mirar su cara con atención. Bajo los pliegues del sueño y las manchas oscuras por

debajo de sus ojos, la cara de Nalia estaba en blanco, tan tranquila e incomprensiva

como la de un sonámbulo. La mano que no sostenía el mapa subió hacia mi garganta,

y apreté mis labios con confusión mientras la otra persona en la habitación extendía

sus manos y las situaba sobre las de Nalia. Eso me hizo mirar hacia la figura, y cuando

lo hice, tuve que frotarme los ojos e intentarlo de nuevo.

Había pensado que la otra persona estaba cubierta. Pero cuando intenté mirar más de

cerca, mis ojos se deslizaron sin comprender aún el color del cabello de esa persona o

la forma de su cuerpo. Un escudo de visión, me di cuenta con perplejidad. Philantha se

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116

había escudado a sí misma hace solo unos días para que yo pudiera ver como el

hechizo representaba un objeto borroso, indistinguible, previniendo que un espectador

recordara cómo era.

¿Qué? Pensé, o empecé a pensar, porque en ese momento, algo ocurrió que hizo que mi

corazón se contrajese dolorosamente y mis oídos zumbaran como un nido de avispas.

Una niebla dorada, tenue al principio, luego brillante, surgió alrededor de Nalia,

envolviéndola. En mi boca, noté el sabor a hierro de la sangre.

Una niebla dorada. El salón de Thorvaldor. El rey y la reina observando. Mi marca de

nacimiento desvaneciéndose y algo que no había sabido que estaba ahí dentro de mí

desapareciendo también.

La niebla dorada estaba disminuyendo. Incluso con solo una lámpara encendida,

podía ver los brazos de Nalia con toda claridad, extendidos como estaban. La marca

de nacimiento en su brazo estaba resplandeciendo, los tres puntos rojos pareciendo

calientes y brillantes. Luego, mientras miraba, se desvanecieron de nuevo a su

apariencia normal y apenas podía distinguirlos.

La figura protegida estaba diciendo algo; casi podía oír las palabras a través de las

ventanas de cristal, pero no completamente.

—Déjame escuchar —susurré, emitiendo un tentáculo de un hechizo hacia la ventana.

Fue casi nada, el más débil de los intentos, porque estaba asustada de que la persona

protegida sintiera el hechizo y detectara mi presencia. No funcionaría, sabía que no lo

haría. Había hecho el hechizo solo un par de veces antes, y ahora apenas lo había

alimentado con algo de energía. Y sin embargo débilmente, tan débilmente que apenas

podía oír más que murmullos en mis oídos, escuché:

—Vuelve a tu habitación. Si encuentras a alguien en tu camino, diles que te sentiste

enferma y fuiste en busca de uno de los médicos del palacio. No recuerdes nada de

esto.

La voz de la persona estaba hechizada, también, por que lo no sonaba ni hombre ni

mujer, joven o viejo. Junto a la figura, Nalia dejó caer sus manos y caminó hacia la

puerta. Ahora que sabía buscarlo, podía ver la languidez del control de sus

movimientos, la fuerza del hechizo guiándola. Abrió la puerta y se marchó, cerrándola

sin hacer ruido tras ella. Dentro de la habitación, la otra persona se tambaleó de

repente por el esfuerzo del hechizo, agarrando el respaldo de una silla cercana. La

persona se quedó ahí, agarrando la silla, por un largo rato, y esperé, con el corazón en

la garganta, que el escudo de visión cayera.

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117

No lo hizo. La persona pareció recobrar una cantidad de fuerza, para que él o ella se

enderezara y, después de echar un vistazo alrededor, dirigirse a la puerta.

Fuera, me estremecí, temblando una y otra vez mientras la luz grisácea de la mañana

se filtraba en los jardines del palacio.

Nalia, o al menos esta Nalia, la chica una vez llamada Orianne, no era la princesa. Era

tan falsa como yo lo había sido.

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118

Traducción SOS por PokeR y SOS por Susanauribe

Corregido por Rose_vampire

e quedé allí, presionada contra los punzantes arbustos, y traté de pensar.

¿Había sido eso lo que creo que fue? ¿Había otra explicación para lo que

acababa de presenciar? Otro hechizo, tal vez, uno que necesitaba ser hecho en

cierto momento, para explicar la extraña hora o tal vez algún residuo del hechizo que

había sido hecho en nosotros cuando éramos niños o un error imprevisto que

necesitaba ser reparado. Excepto que sabía que el hechizo tenía que ser renovado de

vez en cuando, porque el rey me había dicho que eso me habían hecho a mí. Excepto

que, que la persona protegida le haya dicho que no recordara nada de esto, había

borrado cualquier recuerdo de lo que había pasado. Excepto que ella haya estado bajo

un hechizo de control, uno que la hacía incapaz de resistir.

Me envolví mi brazo libre a mi alrededor y sacudí la cabeza. No. Lo sabía en mi

interior, lo sabía de la misma manera en que sabía que la sangre corre por mis venas.

Yo había vivido bajo ese hechizo toda mi vida, me había visto salir del Salón de

Thorvaldor. Y sabía, sabía que era el mismo hechizo, solo renovado en esta ocasión,

en vez de removido.

Y ella no tenía ni idea. Yo lo hubiera sabido, incluso si no hubiera visto la mirada

vidriosa en su rostro, y no hubiera escuchado la orden de olvidar el trabajo de esta

noche. Me había sentado a hablar con ella justo esa tarde, a pesar de que parecía haber

sido hace una eternidad. Ella no tenía idea. Realmente creía que era Nalia, justo como

había pensado que yo lo era.

Hubo un movimiento en los arbustos, y me di la vuelta, consiguiendo que mi rostro se

llenara de ramitas y hojas, solo para ver a un pájaro sacar su cabeza del follaje. Ladeó

la cabeza hacia mí, como sorprendido de ver un humano parado ahí que tan temprano

en la mañana, y luego salió volando. Tomé aliento, tratando de calmar mi corazón

acelerado.

M

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119

Alguien había mentido al rey y la reina, había traído una segunda princesa falsa, con el

hechizo que los había engañado a todos sobre mí durante todos estos años. Un sonido,

algo entre una risa y sollozo, salió de mí. Philantha tenía razón, era un hechizo

inteligente por cierto. Tan inteligente que alguien lo estaba usando contra el rey y la

reina, a sabiendas de que nunca se les ocurriría comprobar muy de cerca para

asegurarse de que la niña llevada ante ellos era la verdadera princesa. ¿Quién más

podría ser, después de todo, cuando muy poca gente se había enterado?

Solo cinco personas, me di cuenta mientras la bilis se me subía a la garganta, cinco

personas en todo Thorvaldor. El rey y la reina habían confiado en tres hechiceros:

Flavio, que estaba muerto, Melaina, y Neomar.

Ellos podrían haberle dicho a alguien, supuse débilmente. Podría ser alguien que no

fuera ellos. Pero si Nalia; no, Orianne, no era la princesa verdadera, esto hablaba de un

complot concebido hace mucho tiempo, cuando la princesa bebé primero fue cambiada

no por uno, sino por otros dos bebés. Si ellos no eran culpables, no le habrían dicho a

otra persona, no entonces. No lo suficientemente a tiempo para ese alguien imaginario

pudiera hacer algo al respecto. No, debe ser uno de ellos, Neomar o Melaina.

Melaina, con toda su belleza y la magia, lista para entrar en un lugar de poder en la

universidad tan pronto como Neomar se jubiló. Una baronesa, una de los asesores más

cercanos al rey y la reina. Me sentí enferma de pensar en ello.

Y Neomar, me di cuenta, las náuseas se hicieron más fuertes, otro asesor cercano. Un

hombre que se había negado a decirle a Philantha sobre los detalles del hechizo,

incluso después de que la princesa había sido supuestamente restaurada, cuando no

haría ningún daño a otros hechiceros aprender la mecánica de lo que habían hecho.

Estaba temblando, y había sido durante mucho tiempo, si la fatiga que se apoderó de

mis músculos fuera alguna pista. Estaba iluminado ahora, la tenue luz amarilla de la

verdadera mañana. ¿Qué debería hacer? Una visión de mí misma yendo al palacio en

busca del rey y la reina, gritando la noticia de mi descubrimiento a todo pulmón, llenó

mi cabeza y fue aplastada con la misma rapidez. Podía ver a la gente de la corte

susurrando, murmurando entre sí que estaba inventando historias de venganza o que

mí caída en desgracia me había dejado un poco loca. Podía ver al rey y la reina

moviendo la cabeza, y luego exiliándome de la ciudad o, peor aún, encerrándome por

difamar el nombre de su hija perdida. No sabía si harían tal cosa, pero la idea fue

suficiente para asustarme. Me imaginaba diciéndole a Philantha, pero ella era

demasiado extraña, demasiado condenada al ostracismo1 por sus formas extrañas para

creer una historia tan salvaje. Me puse a pensar en alguien más, pero mi mundo era

pequeño ahora, demasiado pequeño para algo como esto.

1 Ostracismo: aislamiento al que se somete a una persona, generalmente por no resultar grata.

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120

Kiernan, pensé finalmente. Podría no ser un hechicero o un miembro de la familia real,

pero era mi amigo. Y él era alguien, que esperaba, me creería. Por el momento, eso

tendría que ser suficiente.

Sintiéndome tan débil como un potro recién nacido, salí de mi escondite entre los

arbustos, y me dirigí de nuevo en uno de los muchos caminos que atravesaba los

jardines del palacio. Sin embargo, los jardines, por lo general tan hermosos ante mis

ojos, parecían llenos de lugares oscuros, donde cualquiera o cualquier cosa podría

esconderse sin ser visto. Me sentí expuesta mientras me dirigía a los aposentos de la

familia de Dulchessy. Quien sea que fuera la figura protegida estaba jugando un juego

peligroso, y no tenía ninguna razón para no creer que esa persona no haría daño a

nadie que se enterara de ello. Sentía un picor en el cuello cuando pasé varios jardineros

quienes hacían su trabajo y me encorvé hacia abajo, tratando de evitar que me viesen.

Me hubiera gustado tener el poder, y el control, para colocar un escudo de vista en mí,

pero no lo tenía.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, me metí dentro del ala adecuada y

doblé las dos esquinas hacia las habitaciones de Kiernan. Él tenía sus propios

aposentos ahora, no dentro de los de su familia, pero sí conectados a ellos. Miré a mí

alrededor y, sin ver a nadie, golpeé fuerte la puerta cuatro veces. También envié un

pequeño gracias al Dios Sin Nombre por el rechazo de Kiernan de permitir que gente

que sirve a su familia se quedara con él en la noche; las bromas eran demasiado

difíciles de hacer con los sirvientes rondando. Por lo menos no tenía que preocuparme

por encontrarme con alguien cuando le buscaba a él.

Se demoró un momento en responder, tanto que estaba ansiosa pasando de un pie al

otro, para cuando abrió la puerta.

—¿Sinda? —preguntó aturdido, parpadeando hacia mí.

—Déjame entrar —exclamé, luego pasé sin esperar a que se moviera—. ¡Cierra la

puerta! —Insistí después de darme la vuelta y verlo todavía allí de pie, con la puerta

entreabierta.

Molestia cruzó por su rostro, pero cerró la puerta. Todavía estaba vestido con una

camisa larga de noche, y sus pies desnudos se enroscaban contra el frío suelo de piedra.

—Pensé que no estábamos hablando —dijo—. ¿Has venido a disculparte por actuar

como una…? —Se encogió de hombros, obviamente buscando una palabra—. ¿… una

princesa?

Me quedé boquiabierta, solo un poco. En mi fervor, me había olvidado por completo

que Kiernan podría no estar feliz de verme.

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121

—Yo… sí, no… yo —tartamudeé, mi lengua se sentía espesa e inútil—. Lo que quiero

decir es…

—¿Qué es eso? —interrumpió Kiernan, señalando el mapa que todavía estaba en mis

manos.

Me había olvidado de eso.

—El mapa del rey Kelman. Lo traduje, la parte que no pudimos leer antes, pero eso no

es…

—¿Lo tradujiste? —La molestia disminuyó ligeramente a medida que una traviesa luz

familiar iluminó los ojos de Kiernan.

—Sí, lo hice, pero…

—¡No puedo creerlo! ¿Qué dice?

—Kiernan, por favor, escucha…

—¿Significa que vamos a ser capaces de encontrarlo?

—Tal vez, pero…

—¡Podríamos ir ahora! Me vestiré…

—¡Ella no es la princesa! —grité.

Él había llegado a un par de pantalones colgados en el respaldo de la silla, pero se

detuvo casi alcanzándolos, la confusión apretando su rostro.

—¿Qué?

Yo respiraba con dificultad, entrecortadamente, y la oscuridad pinchaba los bordes de

mi visión. Dejando caer el mapa en la cama de Kiernan, agarré mis codos para tratar

de detener el temblor de mis brazos.

—La vi, ahora mismo, con alguien. La persona hizo un hechizo, el mismo hechizo que

hicieron en mí, solo que al revés. Para mantenerlo allí en lugar de quitarlo. Ella no es

la verdadera princesa, Kiernan. No es Nalia.

El brazo de Kiernan cayó pesadamente a su costado.

—Empieza de nuevo —dijo, su voz abruptamente ronca—. Empieza por el principio.

Así lo hice. Le hablé del encuentro con Nalia y de la sensación de atracción hacia ella,

de darme cuenta de que podía traducir las runas en el mapa del rey Kelman y lo que

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decían, acerca de la manera que solo alguien de la realeza podría abrir la puerta, de

venir al palacio y ver a la persona protegida poniendo un hechizo en Nalia. Él no

habló, durante el tiempo que le contaba la historia. Cuando terminé, permaneció en

silencio, luego se acercó a una pequeña mesa junto a su cama, donde había una jarra

de agua y una taza. Vertió agua en la copa, me la ofreció y la bebí con gratitud. Fue

solo cuando había agotado el vaso que él habló.

—Sinda —dijo. Su voz era demasiado suave, nada parecida a su voz normal, y me

estremeció como si me hubiera golpeado.

—No me crees —murmuré.

—Yo… —Se pasó una mano por el cabello enredado del sueño y dejó escapar un

aliento sibilante—. No quiero creerte. Soy bueno con... juegos, bromas, pequeñas

cosas que no importan. Y si tienes razón, esto definitivamente no es pequeño. No

quiero creer en una conspiración de dieciséis años, para colocar a la chica equivocada

en el trono. Quiero pensar que esto es solo una ilusión que has formado, porque no

estás feliz.

—Pero lo estoy, o estoy tratando de serlo. —Arrugando las sábanas, porque había

tenido que sentarme a mitad de mi historia, miré mi regazo—. Sé que no soy la

princesa, que nunca lo fui. No estoy haciendo esto por… venganza o algo así. No lo

estoy inventando, Kiernan.

—Pero el hechizo, ese que te enviaba hacia ella, Philantha dijo que era porque parte de

sus... esencias habían sido intercambiadas. ¿No significa eso que tiene que ser la

princesa?

Sonaba esperanzado, como si yo fuera un maestro de historia que había planteado una

pregunta muy difícil a la que había descubierto por fin la respuesta.

—No lo sé. Es posible que simplemente signifique que tuvieron que poner parte de la

princesa de verdad, en ambas, o al menos eso es lo que estoy sintiendo.

Frunció el ceño de nuevo, brevemente bloqueado, antes de hablar, otra muestra de

esperanza en su voz.

—¡No, espera! Aquí hay un plan. Podríamos pedirle que venga con nosotros, a ese

lugar en la pared donde está la puerta de Kelman. Si ella es la princesa, se abrirá para

ella, y si no lo es…

—Entonces, ella sabrá que no lo es —lo interrumpí—. Y entonces probablemente

correrá directamente al rey y la reina y les dirá.

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—Bueno, ¿qué hay de malo en eso? —Kiernan sacudió la cabeza hacia mí—. Si ella no

es la princesa, ellos tendrán que saber, ¿no es cierto?

Me puse de pie, mis manos en puños, y comencé a pasearme de un lado a otro.

—¿No lo ves? —demandé—. Quien sea que hizo esto, a quien sea que vi debajo de ese

escudo de visión, es poderoso, tan poderoso que están a punto de dar un golpe maestro

debajo de las narices de la reina y el rey con absolutamente nadie más sabio. Y esto no

es cierta clase de… juego. Han estado planeando esto por años, probablemente desde

que fuimos cambiadas. Y eso los hace peligrosos. Si ven sus planes desarraigados,

harán algo para detenerlo. Podrían matar a la reina o al rey. Seguramente tratarían de

herir a quién sea que los exponga, a quien descubra lo que hicieron.

Kiernan palideció.

—A ti. Te herirán a ti.

—A nosotros —lo corregí—. Tú sabes, también, ahora. Nos herirán, o a tu familia, o

quien sabe a cuántos más. Las apuestas son muy altas y estarán muy asustados de

perder.

Me volteé, al final de mi línea de paseo, luego me detuve. Cuadrando mis hombros,

miré a Kiernan. Lo quería conmigo, tanto que era como fuego en mi pecho. No quería

caminar en este enredo de intriga y poder sola; lo haría, si tuviera que hacerlo, pero no

quería. Lo quería a él, mi amigo, quien siempre se las había arreglado para sacarnos

sin rasguños antes, riéndose todo el tiempo.

—No estoy inventando esto, Kiernan. Lo desearía, Dios Sin Nombre, desearía que lo

estuviera. Pero no lo estoy. Y estoy asustada. Por favor, tienes que creerme.

Kiernan bajó su cabeza y cerró sus ojos, como alguien cerrando una casa contra una

tormenta que se avecinaba.

—Te creo —dijo suavemente. Luego, alzando su cabeza y encontrando mi mirada,

dijo de nuevo, más fuerte—: Lo hago.

No me había dado cuenta de cuanta tensión había estado guardando en mis hombros,

pero la sentí alejándose en una avalancha, dejándome, sintiéndome débil y floja. Por

un momento, no podía hablar, pero luego aclaré mi garganta y dije:

—Bueno, bien. Ahora solo tenemos que descubrir qué vamos a hacer al respecto.

***

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124

—Dime de nuevo dónde estaba la habitación —dijo Kiernan, mirándome desde el

suelo de mi habitación en la casa de Philantha. Habíamos dejado el palacio tan pronto

como fue posible. No podía evitar imaginar los hechizos puestos por las habitaciones,

todo diseñado para dejar saber a quien sea que nos haya podido ver hablando.

Probablemente era tonto, pero no podía evitarlo. Afortunadamente, Philantha me

había dejado una nota diciendo que iba a visitar un amigo en Flower Basket y no

volvería hasta la noche, así que a nadie le importaría si pasaba el día con Kiernan.

—Estaba en camino hacia tu habitación y estaba caminando cerca de esos arbustos

altos. Ya sabes, en los que escondiste la muñeca de Laureli Montage cuando tenías

ocho años. —Kiernan asintió, una sonrisa torciendo sus labios con el recuerdo.

—Era la… tercera ventana de la esquina —dije, entrecerrando los ojos mientras

intentaba recordar.

Kiernan pasó una mano por su cabello.

—Creo que es la habitación de Berend Yari.

—¿El erudito?

Él asintió.

—Pero no está aquí ahora. Se fue hace unas semanas. Algún viaje para buscar las

propiedades de liquen de Farvaseean —resopló—. Escuché a unos de los bibliotecarios

diciendo que había recibido una carta de él hace unos días, y que esperaba estar aquí

en el otoño. Y además, el hombre es… incoloro. A penas puedes verlo incluso cuando

estás hablando con él. No creo que tenga los sesos para una revolución.

Fruncí el ceño. Sabía que esto no sería tan fácil. Sin importar quién había trabajado el

hechizo en Orianne, no había sido hecho en la propia habitación de la persona.

—¿Crees que él habría dejado que alguien más usara su habitación, si ellos lo

amenazan, tal vez?

—Creo que se orinaría y luego se desmayaría si incluso alguien menciona un golpe

maestro frente a él —dijo Kiernan sin emoción—. Es más probable que una persona

solo usara su habitación, así nadie vería a Nalia… Orianne, viniendo a la suya. Lo cual

nos deja con…

—Melaina y Neomar —terminé—. Lo sé.

—Hechiceros. Hechiceros realmente poderosos. El director de la universidad y su

reemplazo más adecuado —gruñó Kiernan, luego descansó su cabeza contra el lado de

mi cama—. Bueno, tú los conoces mejor que yo. ¿Cuál crees que es?

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125

Esa era la pregunta que había estado cavilando. Desafortunadamente, sin embargo, las

palabras de Kiernan eran un poco optimistas. En verdad no conocía a ninguno.

Melaina era una baronesa, su esposo, el Barón de Saremarch, había muerto hace unos

años, así que ella atendía a las sesiones de la corte y se sentaba en las reuniones del

concejo. Nunca había sido nada excepto ser educada conmigo, aunque la mayoría de

veces la había visto a distancia. Y sin embargo siempre me había hecho sentir…

extraña, cuando me miraba, como si pudiera ver mis pensamientos. Era hermosa, tan

fresca como agua oscura, tan adorable que me había hecho sentir incluso más

incómoda y tímida cuando la veía. Nunca la había buscado, aparte de esas miradas

investigadoras, y ella nunca había mostrado mucho interés en mí. Y Neomar, aunque

él aconsejaba a la reina y el rey en cuestiones de magia, había pasado la mayor parte su

tiempo en la universidad. Siempre había estado demasiado ocupado para hacer algo

más que asentirme en saludo, raramente incluso tomarse el tiempo de encontrar mis

ojos con la mirada. Ninguno parecía, hasta ahora, un candidato posible para realizar

un golpe maestro.

Pero, pensé con un escalofrío, Neomar se había rehusado a decirle a Philantha lo del hechizo.

¿Por qué? ¿Por qué él temía que, si ella en verdad lo entendía, vería sus planes? Tal

vez. Y él había querido que ella le dijera como estaba progresando con mi magia,

quería mantener un ojo en mí. ¿Eso tenía algo que ver con esto? Sin embargo, nada

explicaba porque quería poner a Orianne en el trono en vez de la Nalia real.

Suspiré y restregué mis sienes. Estaba cansada de mi noche de traducción, y mis

pensamientos se sentían como barro espeso.

—No lo sé —dije—. Pero tengo que hacer algo. No puedo llegar a Melaina, ella no

tiene una habitación fija en la universidad. Pero tú podrías… vigilarla, seguirla tal vez.

Y tal vez deberíamos ir a la universidad, seguir a Neomar o infringir en sus

habitaciones o algo así.

—Infringir y entrar —dijo Kiernan irónicamente. Había estado viéndome masajear mis

sienes con una mirada preocupada—. No estoy seguro de que eso sea la clase de cosas

salvajes que mis papás quieren que me deshaga, pero lo harán en un pellizco.

Me reí, lo que creo es lo que él quería, pero mientras la risa decrecía, dijo:

—¿Estás segura de que no podemos ir con el rey y la reina? Serán capaces de… hacerlo

apropiadamente. Engatusar a las personas para cuestionarlas, buscar en las

habitaciones de Neomar y Melaina abiertamente.

—No podemos. Pensarán que estoy molesta, o corrupta por venganza, y que, no lo sé,

usé mis artimañas para hacer que me creas.

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126

Kiernan alzó una ceja.

—¿Tus artimañas?

Me sonrojé pero continué:

—El punto es, no nos creerán. Suena loco. Y podríamos terminar avisándole al traidor,

dejándole saber que sabemos.

Kiernan lucía perseverante.

—¿Qué hay sobre Philantha? A ella en verdad le gustas, puedo notarlo. Tal vez pueda

ayudarnos. —Había pensando que Philantha era demasiado marginada para la

comunidad de hechiceros para ser de ayuda, pero Kiernan me hizo reflexionarlo de

nuevo. Tal vez él tenía razón. Sería un alivio tener a alguien más de nuestro lado, e

incluso ella sería mucho más creída que yo. Había comenzado a asentir cuando él

continuó—: Después de todo, ella es una hechicera. Los conoce a ambos, sabe cosas

sobre…

Pero no escuché nada más. Me sentí fría y caliente al mismo tiempo, mientras

recordaba a Philantha en su estudio, la cabeza de Neomar se había acercado a la suya

mientras miraban a un rollo antiguo. ¿Qué había dicho ella? Comenzamos la

universidad al mismo tiempo, e incluso su prestigio no nos ha impedido ser amigos.

¿Philantha podría ser parte de esto?

No. Empujé ese pensamiento lejos de mí tan pronto como surgió. ¿Philantha distraída

y tonta, quien ni siquiera usa esas togas de hechicero, trataría de tomar el reino? Era

como tratar de creer que una mariposa había diseñado el trono. No, estaba cansada y

con la cabeza nublada para siquiera pensarlo.

Pero ella era amiga de Neomar, sin importar cuán improbable esa amistad podría

parecer. Cuando fue a la universidad, supe, ella casi siempre lo había visto, aunque

solo fuera para decir hola. Era más probable que ella le creyera a él que a mí,

especialmente cuando no tenía otra evidencia que lo que había visto. ¿Le diría a él? ¿Le

advertiría que podría hacer acusaciones contra él, porque habían sido amigos?

¿Podría decirle solo una parte? ¿Hacer que pareciera que solo podía ser Melaina, y

hacer que ayudara con al menos esa parte de la investigación? No, decidí. Porque solo

había una pequeña abertura de Melaina a Neomar, y Philantha seguramente lo haría.

Lo cual me llevaba de vuelta a donde había comenzado; con su posible caza a

nosotros.

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127

Kiernan había visto que me había ido a mi propia cabeza y me di cuenta estaba

esperando a que regresara. Así que le expliqué mis pensamientos. No le gustaron, pero

finalmente asintió a regañadientes.

—Entonces no podemos decirle a nadie hasta que estemos seguros de quién es, hasta

que tengamos pruebas —terminé—. Quien sea que hizo esto, es inteligente. Si no

tenemos una prueba, una prueba real, probablemente encontrarán una manera de

salirse con la suya. Y hablando de pruebas, deberíamos comenzar yendo a la

universidad…

—No. —Kiernan estuvo de pie en un flash, sus manos en mis hombros, evitando que

me parara de mi silla—. Estás exhausta. Apenas puedes mantener tus ojos abiertos.

—Estoy bien —insistí, incluso cuando una ráfaga de cansancio pasó por mí como una

ola del océano.

—No lo estás. Mira, no va a ser tan fácil como entrar al estudio público de Neomar.

No va a mantener evidencia de regicidio donde alguien pueda encontrarlo. Necesitas

descansar, y luego iremos.

Pero algo de lo que dijo Kiernan me detuvo de escuchar en verdad la última parte de la

oración.

—¿Regicidio? —pregunté.

Kiernan asintió.

—Tú sabes. ¿Matar a un monarca? Sé que ella todavía no era una monarca, pero lo

habría sido pronto, entonces…

Lentamente, por mi cerebro nublado, tuvo sentido.

—Crees que la verdadera Nalia está muerta.

Dejó que sus manos cayeran de mis hombros.

—¿No lo está? Si cambiaron a Orianne por ti, en vez de la Nalia verdadera, la razón es

porque mataron a la princesa entonces. Así nadie notaría a una tercer infante en el

cambio. Y si van a poner a Orianne en el trono, no querrán a la princesa real todavía

viva en algún lugar.

Negué con mi cabeza.

—No está muerta, Kiernan. La necesitan, para que el hechizo siga funcionando. Sin la

princesa viva en algún lugar, el hechizo no funciona. Philantha me dijo que ella estaba

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128

casi segura de eso. Quien hizo esto, sabe dónde está. La mantendrán viva porque sin

ella su plan no funciona.

Me alcé de la silla y tomé dos pasos para colapsar en mi cama. Se estaba apoderando

de mí ahora, todo el largo día; no sería capaz de estar despierta por mucho más. Me las

arreglé para levantar mis pesados ojos hacia Kiernan, quien estaba de pie mirándome.

—Esto no es solo un asunto de descubrir quién planeó esto y exponerlo —me las

arreglé para decir mientras la fatiga me invadía—. Nalia está viva. La princesa

verdadera está ahí afuera, Kiernan, y vamos a tener que encontrarla.

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129

Traducido por Ro0 Andersen

Corregido por Rose_vampire

ormí el resto del día y desperté la mañana siguiente solo cuando una de las

criadas tocó mi puerta y me dijo que Philantha me estaba esperando en el piso

de abajo.

—Una charla, ella dijo, sobre, oh, algo mágico —dijo Briath mientras se dirigía hacia

la puerta—. No puedo recordar las palabras que usó. Pero dijo que tú vas con ella, y

ahora.

Me apresuré fuera de la cama, tratando de alisar mi ropa arrugada mientras caminaba.

Cuando alcancé mi cepillo del escritorio mi pelo lucía como si un montón de pájaros

hubieran estado ahí con sus picos, vi un pequeño cuadrado de papel, doblado y sellado

con una gota de cera de la vela junto a mi cama. Rompiéndolo para abrirlo, reconocí la

letra de Kiernan.

¡No te atrevas a levantarte hasta que estés descansada! Cuando lo estés, manda uno de esos

mensajes de luz y vendré. Mientras tanto, hablaré con O., veré si ella recuerda algo de anoche. Y

descubriré si alguien vio a M. o N. rondando el palacio ayer por la noche. ¡No frunzas el ceño así!

Seré discreto.

Estaba frunciendo el ceño, me di cuenta, lo que me hizo soltar un resoplido. Me

conocía demasiado bien. Aun así, ni siquiera su promesa hizo que mis miedos se

fueran. Kiernan podía pensar que era lo suficientemente sutil para preguntarle a

Orianne, pero me preocupaba que su exuberancia natural lo pudiera delatar. Y si el

traidor pensaba que Kiernan sabía sobre la segunda princesa falsa… Me estremecí,

dejando la nota sobre el escritorio.

—Sé cuidadoso —susurré, luego levanté mi cepillo hacia mi pelo.

Al fin decente, me apresuré a bajar las escaleras para encontrar a Philantha usando su

túnica de bruja sobre un vestido que yo sabía tenía una gran mancha de tinta en el

frente.

D

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130

—Hay una charla, Hemmel, el anciano, la está dando, sobre el origen de la

transferencia de energías, bueno, ya lo verás. Dudo que Hemmel tenga algo realmente

útil que decir… recuerdo que cuando él era un estudiante y era siempre tan… apegado

a las reglas, y eso es bastante limitante, recuerda eso siempre, pero nunca se sabe.

Quizás sea algo útil para ti, así que pensé que deberíamos ir. —Con eso, abrió la puerta

de golpe y marchó hacia la calle, conmigo sobre sus talones.

Era un lindo día despejado, sin ninguna nube que pudiera ser vista, y encontré que mi

cabeza se despejaba a medida que caminábamos. Parecía como si me hubiera

recuperado de mi noche sin dormir, y el borde del shock por lo que había visto estaba

siendo enterrado un poquito a medida que pasaba el tiempo y la distancia. Seguía

siendo repentino, pero me estaba haciendo la idea de que Orianne no era la verdadera

princesa. Ahora, si tan solo supiera lo que tengo que hacer respecto a eso. Bueno,

empezaría por tratar de escaparme de la charla y al menos mirar los dormitorios de

Neomar. De esa forma, cuando Kiernan y yo volviéramos, sabríamos a qué tipo de

fortaleza nos enfrentábamos.

Hicimos un buen tiempo hasta la universidad, deteniéndonos solo para que Philantha

pudiese examinar un nido de pájaros que había volado desde un árbol del jardín hasta

la calle. Sin embargo, ella dictó que estaba demasiado destrozado para ser útil y lo dejo

ahí. Una vez en la universidad, nos apresuramos a uno de los grandes salones de

charla. Había estado en muchas ceremonias en mis años como princesa, y esta no era

diferente. Una habitación con forma de tazón con bancos de piedra escalonados, todos

dirigiéndose hacia un pequeño escenario donde el hechicero hablaría. Los hechiceros

se sentaban dispersamente alrededor de la habitación, mayoritariamente principiantes

de túnicas verdes, pero noté un atisbo de túnicas azules y moradas también. Escogimos

los puestos en la mitad del salón, cerca de un tipo casi calvo que reconocí como uno de

los pocos hechiceros que se dignaban a visitar a Philantha.

—¿Neomar no está aquí? —ella le preguntó al hombre mientras nos sentábamos. Al no

estar preparada para escuchar su nombre, casi me caigo del asiento de la sorpresa—.

Pensé que él estaba de acuerdo con Hemmel, es una pena. Uno de sus únicos defectos,

pobre hombre. Aun así, imaginé que vendría a apoyarlo.

—¿No has escuchado? —respondió el hombre, y recordé que su nombre era Sarcen

Belveer—. Neomar se ha ido. Dejó la ciudad esta mañana, fue al campo por el aire.

Dijo que estaría ahí al menos hasta el otoño. —Sarcen sacudió su cabeza—. Le dije,

recién el otro día, que se veía muy pálido. Y ahora escucho este rumor sobre la fiebre

redvein…

Dejé de escuchar, mi cabeza zumbando. ¿Neomar se ha ido, y solo esta mañana?

Philantha estaba sacudiendo su cabeza, con una mirada asombrada en su cara.

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—Apenas puedo creerlo —dijo—. Él no me dijo nada, testarudo, y lo vi hace solo unos

días. Tengo un montón de pócimas en las que he estado trabajando, y podrían ser de

ayuda.

Sarcen asintió, pero justo en ese momento un hombre se sentó al otro lado de él, se dio

vuelta a saludar al recién llegado. Con su atención en otra parte, pregunté, tratando de

ocultar el tono perturbado en mi voz:

—Pero ¿qué pasa con sus experimentos?

Philantha parecía confundida, y me apresuré a decir:

—Quiero decir, ¿no tiene Neomar experimentos, al igual que tú, en sus habitaciones?

¿Alguien los estará vigilando, o él tuvo que abandonarlos?

Philantha soltó una risotada.

—¿Experimentos? ¿Neomar? Él no ha realizado experimentos prácticos en años. Sus

responsabilidades administrativas lo alejan de eso, espero, y siempre ha sido más un

pensador, de todos modos. Sus logros siempre han sido… menos tangibles y más

teóricos. No ha dejado ninguna olla hirviendo o ninguna pluma carbonizada.

—Eso es bueno, de veras —logré decir—. Quiero decir, alguien pudo haberse metido

en su habitación y desordenar todo. Por accidente, quiero decir.

Ella agitó su mano en el aire.

—Oh, sus habitaciones están aseguradas por poderosos hechizos. Cualquier hechicero

que valga su sal no dejaría sus habitaciones abiertas dentro de una universidad llena de

jóvenes ruidosos. Nadie se meterá en las habitaciones de Neomar. Incluso si él estaba

más enfermo que un gato mojado, podría armar hechizos que incluso un Maestro

tendría problemas en romper. Aun así, me hubiera gustado que me hubiera dicho.

Quizás, debería hacer un viaje para verlo, llevarle una de mis nuevas pociones, si

podemos conseguir que los… contratiempos en ellas funcionen…

Hemmel, el hechicero que daba la charla, estaba subiendo al escenario debajo de

nosotros. Mientras que la multitud se callaba, sentí que mi corazón se hundía. Nunca

podríamos entrar a las habitaciones de Neomar. Si él hubiera estado aquí, yendo y

viniendo, quizás hubiésemos tenido una oportunidad. Quizás hubiera olvidado poner

sus hechizos de protección una tarde, o simplemente apresuradamente hubiera dejado

la puerta sin seguro. Pero ahora las habitaciones estaban aseguradas y así sería hasta

que volviera en otoño.

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132

Dejé caer mi mejilla en mi mano, el codo apoyado en mi rodilla. Tendríamos que

buscar pistas para buscar la identidad de la persona con la visión protegida en otra

parte.

***

—¿Estás segura de que se ha ido? ¿Y no hay ninguna manera de entrar en sus

habitaciones?

Pasando un dedo por el vapor que mi vaso dejó en la mesa, asentí.

—Di una vuelta después de la charla, le dije a Philantha que necesitaba un poco de aire

mientras ella hablaba con su amigo. Corrí todo el camino a través de la universidad

hasta sus habitaciones. Le dije a su secretario que se suponía que tenía que darle un

mensaje a Neomar, pero que él me rechazó. La misma historia, justo como Sarcen

había dicho. —Estiré mi espalda, echando mis hombros hacia atrás para calmar la

tensión en ellos. Han pasado dos días desde la charla, y no he estado durmiendo bien.

Sigo teniendo sueños en los que una niña sin rostro me llama, y a pesar de que

trastabillaba a través de campos, calles y montañas para alcanzarla, nunca lo lograba.

Kiernan bajó su taza con un ruido sordo, disgustado.

—¿Estás segura de que estaba diciendo la verdad? Quizás te ha mentido.

—Dudo que toda la universidad esté mintiendo. Si fuera por Neomar, él no le hubiese

dicho a nadie más.

—Bueno, es sospechoso ¿no lo crees? —preguntó Kiernan—. Se va justo después de

que lo viste. Quizás abusó de su magia renovando el hechizo y quiso esconderlo de

todos los demás. O quizás estaba asustado de que alguien lo viera y quiso desaparecer

por un tiempo.

—Puede ser. —No tenía idea de cuanta energía requería renovar ese hechizo,

especialmente si lo hacía solo una persona. Kiernan tenía razón, era sospechoso.

Kiernan levantó las patas delanteras de su silla mientras se reclinaba, su cabeza

mirando el techo.

—Otoño. Cualquier cosa puede pasar hasta entonces. —Las patas de la silla volvieron

a su lugar cuando volvió hacia adelante—. Y no pude sacarle nada a Orianne. Ni

siquiera recuerda ningún sueño extraño de anoche.

—¿Alguien más habrá visto algo?

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—Ni siquiera un ratón. Tienes razón. Si es que fue Neomar o Melaina, están siendo

muy cautelosos. —Entrelazó sus dedos y los hizo sonar—. Bueno, si no podemos

buscar en las habitaciones de Neomar, ¿qué tal en las de Melaina?

Mordí mi labio, pensativa, pero terminé sacudiendo la cabeza.

—Por lo menos en la universidad, podría haber sacado algo a Philantha, diciendo que

lo estaba dejando para él si me atrapaban. Ya sabes, haciéndome la tonta, como si no

supiera que se suponía que no podía entrar en sus habitaciones. Él hubiese aceptado

eso, especialmente si esperaba hasta que Philantha realmente quisiera enviarle algo.

Pero ¿qué pasa si nos atrapan en la habitación de Melaina? Nunca le has dicho más de

tres palabras fuera de las funciones de la corte. Y además, Melaina tiene toda la Casa

Sare para dejar evidencia de cualquier conspiración. Ella no lo traería al palacio,

donde sirvientes que no conoce, limpian sus habitaciones todos los días.

Kiernan hizo una mueca.

—Así que, ¿qué hacemos ahora?

Me desplomé. La taberna alrededor de nosotros era ruidosa y brillante, la luz amarilla

de los faroles parpadeando sobre las paredes, la gente cansada y feliz, su día

terminado. Me hizo querer deslizarme bajo la mesa. No tenía idea de qué decirle a

Kiernan. Era demasiado; tenía que ir donde Philantha, o donde el rey y la reina, o

cualquier adulto que me escuchara. Excepto que no creía que el rey y la reina me

escucharan realmente, y Philantha ya estaba pensando sobre ir a visitar a Neomar al

campo. Quería confiar en ella incondicionalmente, pero una pequeña voz dentro de mí

insistía en que mantuviera mis dudas cada vez que verdaderamente consideraba ir

donde ella. Lo que nos dejaba solos. Y yo no sabía cómo salvar

un reino. Una princesa sustituta, un tintero fallido, una escriba, ninguno de esos

papeles me había preparado para esto. Estaba falta de ideas, y después de solo tres

días.

Cerré mis ojos, protegiéndome de la desesperación con la que lidiaba. Si solo el

oráculo de Isidros nunca hubiese hecho esa profecía. Nada de esto hubiera pasado, ¿o

sí? Nadie hubiera tratado de asesinarme antes de mi decimosexto cumpleaños, y no

hubiese existido la necesidad de ser una princesa falsa en primer lugar. Y si ellos no

hubieran tenido la necesidad de cambiarme con la princesa, quien quiera que hubiese

sido, no hubiera tenido la oportunidad de hacer el cambio por segunda vez. El trono

no estaría en peligro, y yo no estaría tratando de protegerlo. ¿Por qué, por qué esa

visión? ¿No debería haber visto el oráculo que eso no se cumpliría?

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134

Algo se tensó en mi columna, relajando la base como un cosquilleo. Isidros. Ahí fue

donde todo esto había empezado.

—¿Sinda? —Kiernan había notado que no le estaba poniendo atención, y lo sentí

estirarse para tocar mi brazo.

Mis ojos se abrieron de golpe, encontrando su mirada.

—Isidros —le dije—. Iremos a Isidros.

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135

Traducido por Vettina

Corregido por Rose_vampire

os costó seis días alcanzar nuestro destino. Había pensado que sería tiempo

suficiente para que mis nervios se calmaran, pero al sentarnos ahí, mirando el

camino al templo de Isidros, tenía que sujetar el crin de mi caballo para

mantenerme derecha. Mi corazón retumbaba en mis oídos, y mi vista se sentía

borrosa.

—¿Qué pasa si ellos no nos ayudan? —pregunté débilmente.

—No pienses de esa manera —respondió Kiernan—. Después de todo, ¿quién podría

resistirse a tan buena y alegre nobleza? Son monjes, hermanas y un oráculo. Ellos no

han visto nada como nosotros en Dios sabe cuánto tiempo. Estarán deslumbrados.

—O irritados que hayamos perturbado su meditación —murmuré.

Kiernan tiró de las riendas de su caballo, que estaba tratando de pastar en un cardo

crecido en la orilla del camino, entonces me lanzó una mirada.

—Te estás olvidando, Lady Valri. Como mi hermana eres una chica encantadora,

ligeramente parlante con aspiraciones escolares y un interés extraño en las profecías de

los últimos oráculos. Si no lo fueras, probablemente me habría quedado en la corte en

lugar de acompañarte en tal viaje.

Suspiré.

—Por supuesto, hermano.

Kiernan frunció los labios por el borde leve en mi voz, pero solo dio un rodillazo al

caballo y dijo:

—Vamos, entonces. No vale la pena la espera.

Tenía razón, por supuesto. Así que golpeé los costados de mi caballo, siguiendo a

Kiernan y el camino hacia las puertas del templo.

N

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136

El viaje a Isidros podría haber sido más corto si hubiéramos tenido mejores monturas.

Pero me había resistido a la idea de tomar una de los caballos de la familia de Kiernan,

demasiada evidencia para apuntar a su participación, por lo que había alquilado

nuestras monturas de una caballeriza en Flower Basket, donde era un poco probable

que reconocieran el rostro de un joven de la nobleza. Sin fastidiar por ningún medio,

pero tampoco tan acostumbrados a los viajes extensos, los caballos comenzaron a

desfallecer hacia la media tarde.

No me importaba, realmente. La carretera había cortado hacia el sur desde Vivaskari,

serpenteando a través de las tierras de labranza y los bosques que rodeaban la ciudad.

La mayoría de los bosques se extendían al norte de la ciudad, sin embargo, por lo que

el camino había entrado pronto al campo abierto de nuevo, cubierto de granjas que

delataban gentilmente montañas ondulantes para el tercer día. La región montañosa de

Thorvaldor era hogar de pastores, cabras, y ovejas, cubierta de pasto y espacio para

que los rebaños pudieran pastar. Nunca había estado ahí; cuando la familia real dejaba

la ciudad, habíamos ido al norte, a los fríos lagos y profundos bosques. Esto era

diferente, más ralo y escarpado, pero no sin su propia belleza. La apertura, la escasez

de personas me venía muy bien para mi humor actual, descubrí. Tenía los nervios de

punta, pero la idea de que podríamos ver a alguien viniendo a kilómetros de distancia

me consolaba.

Tenía otro consuelo: Kiernan. Él había tomado control del lado práctico de nuestro

viaje, eligiendo dónde y cuándo nos detendríamos, asegurándose que teníamos

suficiente agua y comida para alcanzar el siguiente pueblo, chequeando los cascos de

los caballos por piedras en cada descanso. Rogó por un bálsamo del posadero en la

primera noche que me resbalé del caballo y apenas podía caminar hacia la posada por

las llagas que se formaron en mis piernas, ahora tan desacostumbradas a largos días de

cabalgata. No que hubiera dejado que tales responsabilidades disminuyeran su

entusiasmo natural. Cantaba mientras cabalgábamos, coqueteaba con las hijas de

posaderos para conseguir habitaciones más baratas, y en general hacía un espectáculo

de sí mismo. Me dijo, cuando me sentía culpable, que mentirle a Philantha había sido

necesario por el bien del reino. (Le había dicho que la tía Varil había tenido una

repentina, potencialmente peligrosa enfermedad, y que me sentía que mi deber era ir

con ella, como su única pariente. Ya que Philantha había estado en medio de un

experimento cuando le dije, ella solo había agitado la mano y dicho que volviera

cuando la tía Varil estuviera bien o muerta). Kiernan también se le ocurrió la historia

que diríamos en Isidros. Un par de hermanos, éramos los ligeramente empobrecidos

Lord Aldarich y Lady Valri. Proclamaría estar escribiendo un libro sobre la historia de

los oráculos de Isidros, y él diría que me había acompañado para mantenerme a salvo

en el camino.

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137

Ahora, al acercamos a las paredes de Isidros, me preguntaba si alguien creería nuestra

historia. Me sentía sucia, aunque me había tomado un baño en la posada la noche

anterior, y sabía que el viento de la llanura había volado mi pelo enredado en un

revoltijo alrededor de mi cara. No me sentía mucho como una señorita erudita, pero

cuadré mis hombros y seguí adelante.

El camino conducía directamente delante del templo, antes de serpentear por las

colinas. Un muro rodeaba Isidros, roto en la parte delantera por dos grandes, puertas

simples. Ambas estaban abiertas para revelar un patio hecho de losa, y dirigimos

nuestros caballos adentro. Isidros, rápidamente noté, no era una estructura, sino una

comunidad compuesta de muchos edificios, como un pequeño pueblo. En el otro

extremo del patio había lo que parecía el templo en si mismo. Largo, con escalones

bajos que conducían a un pabellón de columnas, que a su vez estaba conectado a un

edificio abovedado, similar a los templos en la ciudad. A nuestra derecha descansaban

varios edificios más pequeños con muchas ventanas, probablemente las habitaciones

de las hermanas y los monjes que vivían aquí, y otro edificio casi tan grande como el

templo. A la izquierda y hacia atrás estaban los edificios prácticos de cualquier

comunidad: la cocina, rodeada de huertas, el baño, el establo, y tales. Ellos no se

ajustarían rígidamente al protocolo, lo sabía, y de todos los habitantes, excepto del

oráculo, se esperaría que cocinaran, lavaran y cosieran. Más allá de esto había unos

jardines más, y entonces pude ver, porque el terreno descendía hacia el sur, un

cementerio, rodeado de su propia valla de hierro. Un mausoleo construido con

elegantes y sencillas líneas se encontraba en la parte trasera del cementerio, cercano a

la pared.

Mientras tomaba todo esto, un hombre joven vestido con una larga túnica marrón se

acercó, con una mirada solemne en su rostro.

—Sean bienvenidos en la presencia del Dios Sin Nombre —dijo, poniendo sus manos

juntas y haciendo una reverencia. Cuando se incorporó, sin embargo, una sonrisa fácil

había adornado sus labios—. Soy el hermano Paxson. ¿Cómo puedo ayudarlos?

Balanceándome al bajar de la silla, Kiernan entregó sus riendas a una novicia vestida

con una túnica pálida en vez de las marrones. Kiernan tendió una mano para

ayudarme a bajar, luego se volvió hacia el hermano Paxson, diciendo:

—Soy Lord Aldarich, y esta es mi hermana, lady Valri. —Hizo una pausa, dándome

un vistazo; habíamos acordado que yo debería explicar nuestra “búsqueda”.

Sonreí, esperando que el hermano Paxson no pudiera ver la forma que mis manos

estaban temblando.

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138

—Estoy escribiendo un libro —comencé. Esperaba que mi voz sonara ligera y

despreocupada—. Un tratado escolar sobre la historia de los oráculos de Isidros.

Esperaba hablar con el oráculo y tal vez mirar los registros dejados por sus más

recientes predecesores. La biblioteca en el palacio cuenta con buenos registros hasta el

oráculo veinticinco, pero no mucho en los últimos cinco. Creo que los bibliotecarios

han sido reacios a abandonar las comodidades de la ciudad para obtener los registros.

—Intenté hacer un guiño de complicidad, a pesar de que probablemente solo parecería

que tenía algo en el ojo.

El monje inclinó la cabeza.

—Por supuesto. No sé si el oráculo podrá reunirse con usted en persona. Hay muchos

peregrinos que vienen en busca de su guía, verá, y ella no tiene tiempo para reunirse

con todos ellos. Pero veré, y seguramente puede conocer al hermano Seldin, nuestro

abad. El será de ayuda para su investigación.

Con eso, el hermano Paxson nos llevó a un edificio dividido en varias habitaciones

pequeñas, cada una con una cama estrecha y una sala común actualmente vacía.

Deduje que los peregrinos y visitantes se quedaban aquí mientras esperaban una

audiencia con el oráculo. Él nos dejó allí y después de un rato llegó una hermana con

una jarra de agua, dos manzanas y media barra de pan integral. Puso la comida en una

pequeña mesa y luego se fue.

—¿Crees que nos dejarán verla? —pregunté después de comprobar que no había

peregrinos sentados en las habitaciones pequeñas.

Kiernan se encogió de hombros mientras mordía su manzana.

—Si lo hacen, ¿qué vas a hacer? ¿Solo preguntarle acerca de la profecía?

Torcí mis manos en mi regazo. En verdad no había ideado mi plan, a pesar de las

largas horas a caballo, con nada más que hacer que mirar a la carretera.

—No lo sé —admití—. Tal vez. Depende.

—¿De qué?

—No sé. Solo voy a seguir un... sentimiento. Todo empezó aquí. Tiene que haber algo,

alguna señal. Pero ni siquiera sé si es el mismo oráculo que hizo la profecía acerca de

Nalia.

No fui más lejos, porque justo entonces el hermano Paxson abrió la puerta e hizo señas

para seguir adelante.

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139

—Tienen suerte de haber llegado en un día tan tranquilo —dijo—. El hermano Seldin

puede verlos ahora.

El hermano Paxson nos llevó hacia el gran edificio que no había reconocido,

murmurando un saludo a los hombres en toga y mujeres que pasábamos. Todos tenían

una calidad serena sobre sus rostros, tan en desacuerdo con la tirantez que sentía en el

mío.

Kiernan estaba hablando con el hermano Paxson, aunque no había estado prestando

atención a la conversación. Cuando Kiernan me empujó a escondidas con su codo, sin

embargo, le oí decir:

—Ahora, tendrá que recordarme. Sé que mi hermana me lo dijo antes, probablemente

unas cinco veces, pero no puedo recordar el tiempo que el oráculo actual ha servido.

—Quince años —dijo el hermano Paxson amablemente.

—Por supuesto, por supuesto —respondió Kiernan mientras yo daba un paso atrás.

Quince años. Así que no podría haber sido la de la profecía. Lo que significaba que

cualquier información que pudiera encontrar tendría que venir de otro lugar. Pero

¿dónde?

—Relájate —murmuró Kiernan al entrar en el edificio y el hermano Paxson dio un

paso adelante para liderar el camino. Cuando lo miré, vi una sonrisa peculiar en las

comisuras de la boca—. ¿Cómo puedes estar nerviosa? ¿No ves? Estamos en una

biblioteca.

Para mi disgusto, el nudo en el estómago se alivió un poco al respirar la esencia de

papel y polvo. Era tan familiar, el olor de tantos libros juntos, me consolaba.

Conforme el hermano Paxson nos llevaba pasando varias habitaciones grandes con

libros en las estanterías hasta el techo, no pude evitar ir solo un poco más despacio

para mirar dentro. La mayoría de las habitaciones también contenía mesas, en las que

se sentaban hermanos y hermanas con libros y pergaminos frente a ellos. Todas las

puertas estaban abiertas, excepto la del final del largo pasillo por el que habíamos

caminado. Tenía un símbolo pintado en ella: un ojo abierto, el signo del oráculo. Otro

hombre estaba parado allí, esperando por nosotros, y el hermano Paxson le asintió

cordialmente antes de dejarnos.

El abad, el hermano Seldin, era un hombre mayor, su pelo canoso se rizaba sobre las

orejas y profundas líneas grababan su rostro. Aun así, estaba derecho, y podía ver que

los músculos de sus antebrazos no se habían ablandado con los años.

—Sean bienvenidos —dijo, sonriéndonos—. Entonces, el hermano Paxson dice que

está escribiendo un libro acerca de los oráculos, y que desea ver los registros de sus

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140

vidas. —Asentí, y parecía satisfecho—. Eso es algo bueno, creo, para alguien tan joven

tener un interés en los oráculos. A pesar de que son bienvenidos a buscar en las otras

colecciones, espero que lo que sería de más ayuda se encuentra aquí.

Una mano había desaparecido dentro de sus ropas, y de ellas sacó un anillo de llaves,

grueso, y sonoro. Deslizando una larga llave en la cerradura de la puerta, la giró y

luego nos llevó dentro.

Esta habitación no tenía ninguna de las espaciosas aberturas de las otras salas de la

biblioteca. Era pequeña y algo oscura, con lámparas colocadas a intervalos que el

hermano Seldin se apresuró a encender. Solo tenía una pared libros, me di cuenta, y

todos eran pequeños volúmenes, cada uno con el mismo lomo rojo. Puesto en el centro

de esa pared había un gabinete de madera negra con una cerradura de plata.

—Aquí encontrarás los diarios de los oráculos —me dijo el Hermano Seldin—. Todos

los oráculos mantuvieron diarios de las visiones enviadas por el Dios Sin Nombre, así

como algunos detalles de sus propias vidas. Puede leerlos, pero le pedimos que tome la

mayor prudencia y no los saque de esta habitación. Algunos son muy frágiles.

—No hay nombres en ellos —dije, mientras tomé suavemente uno de los últimos en

las estanterías y lo abrí en la primera página. Esto era exactamente lo que necesitaba.

Seguramente la profecía era mencionada, o más que mencionada; tal vez el oráculo

haya escrito sobre ella en detalle.

El Hermano Seldin negó con la cabeza.

—Los oráculos renuncian a sus nombres. Los acerca más al Dios, quien tampoco tiene

nombre.

Había sabido eso una vez, cuando estudiaba tales cosas como la princesa, y como una

“erudito” ciertamente debería haberlo sabido. Me encontré sonrojándome. No

ayudaba a mi disfraz cometer tales errores tontos.

—Por supuesto —dije apresuradamente—. Simplemente pensé que podrían estar

enlistados aquí, en sus diarios. —Deslicé el libro en su lugar, miré al final del estante,

que estaba vacío—. ¿No debería haber unos más? —Me oí preguntar.

—Los hay, pero, por desgracia, no puedo ofrecerlos para su investigación. —El

hermano Seldin señaló al gabinete negro—. Los diarios de los últimos tres oráculos

están aquí. Los mantenemos separados, ya que nadie más que el oráculo está

autorizado a leerlos.

Kiernan hizo un ruido ahogado que tardíamente logró convertir en una tos.

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—¿No podemos leerlos? —preguntó.

—Nadie puede. —La voz del monje era suave, pero firme—. Algunas de las profecías

contenidas en ellos aún no se han cumplido, y es para nadie más que el oráculo que

hizo la profecía y el peregrino que hizo la pregunta saber la respuesta hasta que lo

hagan. La única excepción es el oráculo actual. Lo siento, pero estas son nuestras

reglas.

Giré mi cabeza, esperando que lo tomara como simple decepción. La palabra no

cubría la forma en que mi corazón se hundió. El brillo de mi entusiasmo se desvaneció

como una vela siendo apagada. No me importaba un comino lo que los otros diarios

dijeran; esos oráculos no habían hecho la profecía de Nalia. Si no podíamos leer el

diario del oráculo más reciente, habíamos venido para nada.

—Entendemos, por supuesto —logré decir—. Gracias. El resto será más útil.

Dejó la puerta abierta, así que lentamente saqué otro diario de la pared, lo llevé a una

mesa y me senté, colocando el libro frente a mí como si fuera a leerlo. Después de un

momento, la silla de al lado raspó el suelo mientras Kiernan la jalaba.

—No te preocupes —me dijo al oído—. Encontraremos otra manera. Nos podemos

escabullir en la noche o algo, abrir el gabinete y leer los diarios de entonces.

Negué con la cabeza, tratando de ignorar la molestia detrás de mis ojos.

—Hay un hechizo en él. Puedo sentirlo. Philantha me mostró ese tipo de hechizo. Solo

la llave puede abrir ese gabinete. Ni siquiera podrías quemarlo o cortarlo en pedazos

con un hacha.

—Entonces vamos a obtener la llave.

—No sabemos dónde está.

—La encontraremos. O tal vez podemos saltarnos todo esto y simplemente preguntar

al oráculo dónde está Nalia, la verdadera Nalia, ya que estás segura de que está viva.

Era un pensamiento que había estado dando vueltas conmigo, aunque no se lo había

mencionado a Kiernan. ¿Podría preguntarle al oráculo que me apuntara hacia Nalia,

darme el nombre de la ciudad, de la calle donde vivía? De alguna manera, no creía que

fuera a ser tan fácil. Las profecías tendían a no ser tan específicas; generalmente había

espacio para la interpretación.

—Tal vez —le dije, no creyéndolo.

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Nos quedamos en la habitación hasta tarde, pretendiendo leer los diarios y tomando

notas falsas. Incluso el encanto de los libros no me tentaba ahora, sin embargo. Podía

sentirme cayendo en un lugar oscuro, a pesar de los esfuerzos de Kiernan para

animarme. No tenía idea de lo que estaba haciendo. Tenía que admitir eso ahora.

Tenía que venir corriendo a Isidros porque no tenía ideas reales sobre cómo encontrar

a Nalia o descifrar la identidad de la persona del hechizo escudo. ¿A qué estaba

jugando? No podía hacer esto. Yo solo era una escriba con magia que apenas podía

controlar, no una salvadora de Thorvaldor.

Mis pensamientos parecían atrapados en el mismo camino, girando alrededor y

alrededor de sí mismos, sin ir a ningún sitio nuevo. Me sentía pesada, mis malditas

esperanzas me pesaban. ¿Era esto lo que mi tía había querido decir cuando dijo que me

daba por vencida demasiado fácilmente? Tal vez había algo más que podía hacer, pero

en mi miseria, no podía verlo. Finalmente, sin embargo, mis oscuros pensamientos

fueron interrumpidos por el sonido de alguien entrando en la habitación. Era, me di

cuenta después de un momento, el hermano Paxson.

—El oráculo te verá, si lo deseas —dijo simplemente.

Ya que no tenía alguna otra idea, asentí, tratando de parecer entusiasmada. Una vez

más caminamos a través de la biblioteca y afuera al terreno. La pared proyectaba

largas sombras en la luz de la tarde, y varias hermanas y hermanos se sentaban en los

bancos en la sombra, pelando las verduras para la cena.

A medida que subíamos las escaleras que conducían al templo, me preguntaba qué iba

a decirle al oráculo, sobre todo para distraerme de mis piernas que de repente se

sentían débiles. ¿Qué diría si le revelara que yo no era una dama erudito sino una chica

en una búsqueda más desesperada? Y si lo hiciera, ¿tendría alguna información que

pudiera ayudarme? A pesar del malestar que me había agarrado, sentí un cosquilleo de

excitación real mientras entrábamos.

El interior del templo era frío y oscuro, el techo abovedado hacía un arco en lo alto.

Nuestros pies hacían eco en el suelo de piedra, por todo el espacio que estaba vacío,

salvo por una pequeña tarima circular exactamente en el centro de la habitación. Un

agujero había sido cortado en la parte superior de la cúpula a fin de que un rayo de sol

cayera en la habitación, la única luz además de las pocas lámparas colgando en las

paredes. Al mediodía, la luz debía verterse directamente hacia abajo, pero ahora se

había movido con el sol y solo iluminaba vagamente la figura inmóvil sentada en un

delgado colchón en la tarima.

El hermano Paxson se detuvo a pocos metros de la puerta.

—Los dejaré ahora. ¿Desean ir juntos, o solos?

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—K… Aldarich puede quedarse —murmuré.

—Se acercarán y arrodillarán —dijo—. No hablen hasta que ella les hable a ustedes.

Asentí con la cabeza, y un momento después, él se había ido, cerrando suavemente la

puerta detrás.

Kiernan y yo nos miramos el uno al otro, ambos inmóviles, y tuve un repentino deseo

de estirarme y tomar su mano. Me sonrojé ante el pensamiento, seguramente

provocada por la extrañeza del lugar, el siniestro silencio, y la figura inmóvil en la

tarima. No me había tomado de las manos con Kiernan desde que tenía ocho. Aun así,

el pensamiento me sacudió lo suficiente como para romper el hechizo que había caído

sobre mí, y tomé el primer paso hacia el oráculo.

Ella no era vieja, me di cuenta al acercarme. Esperaba a una mujer con manos nudosas

y el pelo gris, pero esta mujer no parecía tener más de treinta años, la piel de su cara y

manos suaves y pálidas. Se sentaba con las piernas dobladas debajo de ella, un vestido

largo del blanco más blanco puesto alrededor. Su cabello era pálido también, de un

suave y fino color miel, caía al suelo sin atar. Sus ojos eran de color azul claro, casi

incoloro.

Lamiendo mis labios, me arrodillé, dejándome descansar sobre mis pantorrillas, mi

cuello picaba. Escuché a Kiernan hacer lo mismo, pero no podía apartar la mirada de

la cara del oráculo. Estaba quieta, tan inmóvil como el resto de ella, y sabía que no me

veía.

Ella parpadeó despacio y sentí que de repente se enfocaba en mí, regresando de donde

había estado.

—Saludos, Princesa-que-era —dijo.

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Traducido por Josez57

Corregido por Joahannah

ué? —La palabra salió como un graznido. A mi lado, Kiernan se tensó.

—¿Sabes quién soy yo? —Ella asintió con la cabeza.

—Te vi, hace tres días. Estabas cabalgando sobre las colinas, con una

corona rota en tu cabeza. No te preocupes. No voy a decir nada. —Sonrió,

extrañamente, como un niño con la mente ligeramente tocada.

—¿Sabes por qué hemos venido? —le pregunté.

Ella sacudió la cabeza.

—Dios envía lo que envía, y no más. Puedo preguntar, a veces, por ciertas visiones,

pero no siempre son respondidas. Te vi venir, pero él no me ha dicho por qué. —Ella

ladeó la cabeza hacia mí—. Aunque no tienes que dejarla, ya no la usas y no me ha

dicho por qué. La llevas en tus manos, como si la estuvieras guardando para otra

persona.

Debería haber sido desconcertante, que me viera, mis motivaciones con tanta claridad.

Aunque no lo fue, era como mirarse en un espejo muy claro por primera vez.

—Por eso he venido. Yo quería... —tragué saliva—. Yo quería saber lo de la profecía,

la realizada sobre la princesa cuando ella nació. Pero tú no la hiciste, y el Hermano

Seldin no nos permite ver los registros del oráculo que la hizo. La familia real... —Mi

voz, ya baja, se redujo a un susurro. Mis temores ya habían caído antes y, de alguna

manera, yo sabía que era seguro decírselo—, ha sido traicionada. Siento que la

profecía tiene algo que ver con esto, pero tengo que leer, aprender sobre eso todo lo

que pueda.

El oráculo inclinó su cabeza y la sacudió con tristeza.

—No puedo pedir al abad que cambie las reglas que han regido este lugar durante

siglos.

—¿Q

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—Pero por favor, no entiende…

Levantó un dedo, luego dejó ir la mano a su cuello. Por debajo de su vestido, sacó una

larga cadena de plata, una llave de plata colgando de su extremo. Ella sonreía ante mi

mirada incrédula.

—No puedo pedirles que cambien. Yo solo soy un oráculo, hubo otros antes que yo y

habrá otros después de mí. Pero me vi dándote esta llave, incluso antes de que llegaras.

—Volvió a sonreír, y en sus ojos se desataron rastros de humanidad—. Si esperas hasta

la noche, la biblioteca estará vacía. Ellos no cierran las puertas exteriores. Puedes dejar

la llave en la habitación y diré que yo la dejé aquí por error.

Con dedos temblorosos, extendí la mano y dejé que me tendiera la llave.

—Si me estás ayudando, entonces debes saber —inhalé—, lo que pasó. Nos puedes

decir quién hizo esto, quien traicionó al rey y la reina.

Una vez más negó con la cabeza.

—Yo no tengo el don de ver el pasado.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Entonces por qué estás haciendo esto, y estás dándome la llave?

Aquella sonrisa serena.

—Porque me vi dándotela.

—Entonces —le dije sin aliento—, entonces el Dios Sin Nombre... ¿quiere qué tenga

éxito?

Un pliegue se formó entre sus pálidos ojos y parpadeó con tristeza.

—No. O mejor dicho, Dios no se preocupa por cosas tan terrenales como tronos, ni de

quien está sentado en ellos. Las visiones que me envía no son las visiones de su

voluntad. No son más que destellos de lo que puede venir, pero incluso rara vez son

certeras. Te doy la llave, porque me vi haciéndolo, pero no puedo decir que sea la

voluntad de Dios.

Tragué mi decepción.

—¿Puedes ver qué va a pasar? ¿Qué debo hacer?

El oráculo me miró durante un largo tiempo antes de decir en voz baja.

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—Cuando te miro, veo que el camino del futuro está torcido. Hay muchas

ramificaciones, muchas oportunidades. Demasiadas opciones. Ni siquiera Dios puede

verlo.

Me hizo sentir pequeña y asustada, más sola de lo que nunca había estado antes.

Incluso el Dios Sin Nombre, en toda su infinita sabiduría, no podía ver mi camino. Lo

que significaba que no tenía ninguna oportunidad de verlo.

Algo caliente tocó mi mano, encrespando bajo mis dedos y luego apretando

firmemente. Con un sobresalto, miré hacia abajo y vi la mano de Kiernan sosteniendo

la mía. Me sonrió, tan oportunamente como si hubiera escuchado mis pensamientos.

No, no estaría sola. Parecía que no había nada más que hacer.

—Gracias —dije, y el oráculo inclinó su cabeza.

—Que seas guiada por tu conocimiento —dijo, y sentí que era su frase de despedida.

Todo había sucedido tan rápido. Me levanté, sintiéndome tonta cuando mi falda

quedó atrapada en mi pie y me tropecé, apoyando mi mano sobre la rodilla del oráculo

para sostenerme. Me sonrojé, pero al levantar mi rostro avergonzado hacia el oráculo,

le vi mirándome. Su cuerpo, tan lánguido antes, se había puesto extrañamente rígido, y

sus pupilas se habían expandido tanto que apenas podía ver el anillo azul a su

alrededor.

—¿Estás… está todo bien? —le pregunté.

Como si mis palabras la hubiesen golpeado, se sorprendió, y cayó hacia un lado, con

su cabeza inclinada. Luego levantó la cabeza para mirarme.

—Parece que una llave no es todo lo que tengo para darte —dijo ella, luego se detuvo,

sus ojos moviéndose hacia abajo.

—¿Qué viste? —le pregunté.

—Vi un triángulo —dijo finalmente—, en una tormenta. Uno de sus lados se derrumbó

y cayó, dejando solo dos.

Un triángulo. Fruncí el ceño y me quedé boquiabierta cuando me di cuenta lo que

quería decir.

—¿Es todo lo que vio? —exigió Kiernan.

El oráculo asintió con la cabeza.

—Yo no mando las visiones —dijo con tristeza—. Ellos me las mandan. No puedo

decirte lo que significa.

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Un triángulo. Tres niñas, todas unidas. Un lado cayendo, desmoronándose.

¿Muriendo?

—No te preocupes —murmuré—. Creo que ya lo sé.

El oráculo inclinó su cabeza, la luz del agujero en la cúpula pasó por sus largas piernas

y no respondió.

***

—No vas a morir —susurró Kiernan en la oscuridad.

Nos sentamos en uno de los dormitorios para peregrinos, yo en la cama y Kiernan en

el suelo. Él estaba sentado con sus rodillas flexionadas y sus codos apoyados sobre

ellas. Sabía que si lo miraba iba a ver sus ojos brillando en la oscuridad. Así que apoyé

la cabeza contra la pared de piedra y no dije nada.

—Ella no podría haber sabido lo que significaba —continuó—. Podría ser Orianne, o

incluso la Nalia real.

Eso me hizo mirarlo.

—Genial —dije sarcásticamente—, así que si encontramos a la Nalia real de alguna

manera la van a matar. Eso ciertamente estaría haciéndole un favor al reino. —

Kiernan se irritó, y luego tomó un respiro—. No fue mi intención decirlo de esa

manera. Y, además, no todas esas visiones se hacen realidad. La que empezó todo este

lío no lo hizo.

No le respondí. Me sentía adormecida, me había sentido así desde que salimos fuera

del templo. Incluso la llave oculta dentro de mí no había sido suficiente para que no

contestara. Había permitido que Kiernan me llevara a los cuartos de los peregrinos,

escuché decirle al Hermano Paxson que estaba demasiado cansada para salir esa

noche.

Comí el alimento que nos había traído, asintiendo mecánicamente en gratitud, luego

me senté en la cama y dejé que mi mente divagara.

Un triángulo. Un lado se derrumbó, dejando solo dos. Por más que intentaba, no podía

pensar en otra cosa que pudiera significar. Solo que si yo encontrara a la verdadera

princesa, una de nosotras, Nalia, Orianne, o yo, iba a morir.

—Incluso si se tratara de una verdadera profecía, podemos luchar contra ella. Sabemos

eso ahora, por lo que puede ser... una alerta, para que tengamos cuidado. Podemos

mantenernos a salvo. Vamos a mantenerte a salvo, voy a mantenerte a salvo.

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Kiernan se levantó de la cama y vino a sentarse a mi lado.

—Vamos —dijo, extendiendo un brazo tentativo y poniéndolo alrededor de mis

hombros—. Te acabo de recuperar. No voy a dejar que mueras.

Cerré los ojos y me apoyé en él. Olía tan bien, incluso después de días de viaje a

caballo. Él era cálido, sólido y mi amigo.

Así estuvimos un tiempo lo suficiente largo hasta me sentí un poco aletargada,

derretida por el calor de Kiernan.

—Lo siento —dije finalmente. Mi voz sonaba un poco ahogada, lo que me hizo

apartarme de él, avergonzada—. Es algo extraño de escuchar, eso es todo.

Kiernan había dejado caer su brazo sobre mis hombros, sus dedos rozaban mi brazo

más cercano a él.

—Estoy seguro de que lo es —dijo. Me miraba a los ojos mientras lo decía, tal vez más

profundamente de lo que parecía necesario.

De pronto mi corazón estaba golpeando en mis oídos, y era demasiado consciente de

lo cerca que estábamos.

—Ya debe ser cerca de la medianoche —tartamudeé—. Debemos... tal vez deberíamos

probar la, eh... la biblioteca.

Kiernan parpadeó e impulsó hacia arriba una de las esquinas de su boca, diciendo:

—Por supuesto. —Entonces una sonrisa maliciosa estalló en su cara—. Ahora, esto

debería ser divertido.

***

Solo tuvimos que salir furtivamente a través del patio en el cual se reflejaba las

sombras que dejaba la luz de la luna, para que decidiera que mi definición de diversión

difería drásticamente de la de Kiernan. Estuve a punto de saltar de mi piel cuando

algún tipo de animal, un pájaro nocturno o un murciélago, aterrizó en un árbol

cercano, con un fuerte ruido de hojas. Mi corazón golpeteó varias veces con terror

cuando vino a mí la idea de ser descubiertos, aunque por lo menos apartó todos los

pensamientos de la última profecía del oráculo de mi cabeza. Por suerte, llegamos a la

biblioteca sin encontrar a nadie. Kiernan empujó suavemente la puerta, y, fiel a la

palabra del oráculo, se abrió lentamente.

La biblioteca estaba tranquila, así que las pisadas parecían truenos en nuestros oídos.

Ninguna luz permanecía encendida en el pasillo, y teníamos que dar un paso a la vez

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con cuidado. Hubo un momento tenso cuando me las arreglé para tropezar con mi

propia falda y chocar con una puerta cerrada, pero nadie vino a investigar. Por último,

llegamos a la puerta pintada con el signo del oráculo, entramos, y rápidamente se cerró

detrás de nosotros.

—Vamos a tener que encender por lo menos una lámpara —susurró Kiernan. Asentí

con la cabeza, esperando que él me viera. Por suerte, no había ventanas en la

habitación, aunque la luz se escapaba por la rendija debajo de la puerta, era lo único

que nos podía delatar. Sintiéndome algo blasfema, susurré una oración por el perdón

del Dios Sin Nombre y me acerqué al gabinete negro. La llave de plata del oráculo se

deslizó en silencio en la cerradura y la puerta se abrió mientras la giraba.

Seis publicaciones estaban en el gabinete, por lo menos uno de los oráculos debe haber

sido un asiduo escritor. Llegué a la última, a continuación, la traje hacia la luz que

Kiernan había encendido. Con cuidado, tratando de no romper la columna vertebral o

doblar una página, lo abrí.

Vigésimo tercer día de otoño, año 1145, reinado de Antaine II. Hoy en día los ritos terminaron.

Parece extraño de alguna manera, pensar que ahora soy el oráculo. Solo deseo que mi familia

haya podido asistir, aunque sé que es un rito sagrado, y solo puede verse por mis hermanos y

hermanas religiosos, y no por mis parientes...

—Esto es —dije, olvidándome de mantener mi voz baja ante mi emoción. Kiernan

puso una mano sobre mi hombro, las cejas levantadas de manera significativa—. Lo

siento —dije en voz más baja—. Pero este es el correcto. Se inicia en 1145... Pasé a

través de las páginas, deteniéndome a mitad de camino.

—Ella no fue oráculo durante mucho tiempo —murmuré mientras escaneaba las

páginas hasta la fecha que yo quería—. Hace apenas siete años. ¡Aquí!

Disminuí la velocidad al acercarme a la fecha de mi cumpleaños, deteniéndome

finalmente cuando mis ojos se encontraron con las palabras que yo quería.

El rey y la reina vinieron hoy, en búsqueda de la profecía de su futuro hijo. La reina parecía

haber hecho el viaje bastante bien, teniendo en cuenta su condición. Llegaron al templo, pero

cuando le pedí al Dios que enviara la profecía, fui abatida con visiones de horror. Hay una sala

de tronos al final y se extiende ante ellos en un charco de sangre, una niña, pálida como la

muerte. Una corona de oro se encontraba cerca de ella, la sangre extendiéndose hacia ella. Detrás,

quince luces se apagaron. Pidieron más, pero Dios no quiso responder. Solo puedo pensar que se

trataba de la princesa aún no nacida, y que ella podría morir en el palacio antes de su

decimosexto cumpleaños, víctima de asesinato.

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Di la vuelta a la página, pero no había más información sobre la princesa. En su lugar,

se encontraba un cuento sobre la esposa de un comerciante y su petición. Me senté de

nuevo, dejando caer el libro cerrado, con mi mano entre las páginas.

—Pero sabíamos todo eso —dijo Kiernan enojado desde encima de mi hombro—. ¿No

podría haber escrito un poco más? ¿Algo útil? Dios Sin Nombre, ¡se trataba de la

princesa!

—Al Dios Sin Nombre no le importa quién se sienta en el trono. Eso es lo que el

oráculo dijo, ¿recuerdas? Supongo que no era más importante para él que cualquier

otra profecía. —Me di cuenta de que estaba conteniendo las lágrimas. Había estado en

lo cierto. Venir aquí no había ayudado en absoluto.

—Déjame ver eso —exigió Kiernan, y yo le di el libro sin poner objeción. Podía ver

sus ojos en movimiento mientras leía, hasta que suspiró, y bajó su cara sobre la mesa

con un encogimiento de hombros—. Alguien tiene que enseñarles a ser un poco más

profundos.

Recogí la cubierta trasera, dejando que se abriera y se cerrara de nuevo, sin

importarme en mi decepción si le causaba algún daño. Tuve que esforzarme en detener

el sollozo que quería aparecer en mi voz, así que terminé sonando como si tuviera un

resfriado.

—Pensé que seguramente habría algo aquí, que ayudaría a... —En ese momento, sin

embargo, algo me llamó la atención. Me quedé mirando la última página del libro. La

escritura, a diferencia de la mano clara desde el principio, se había agitado y era difícil

de leer, como si el oráculo hubiera estado débil y temblando cuando lo escribió.

»La enfermedad ha progresado rápidamente. Es poco probable que viva mucho más tiempo, no

con esta fiebre agarrándose a mí con tanta fuerza. Las profecías se han ido de todos modos, desde

hace días, y no puedo ver mi propio fin. Es apropiado, tal vez, es la justicia de Dios.

»De lo que no he escrito, voy a escribir ahora, temo por la ira de Dios si no lo hago, aunque me

temo que ya lo he hecho. Yo he mandado el registro para ser enterrado conmigo, sellado en un

contenedor. Los monjes no lo cuestionan, porque es mi voluntad. Y tal vez, si lo reconozco en

alguna parte, el Dios tendrá piedad de su sierva, cuando me encuentre con él.

Fruncí el ceño, y luego leí las líneas de nuevo. No tenía ningún sentido.

—Había algo que no había hecho o dicho —murmuré, tratando de resolverlo—. Fuera

lo que fuese, le daba miedo. Creo que lo escribió cuando se estaba muriendo y lo había

enterrado con ella.

—¿Crees que tiene algo que ver con la princesa? —preguntó Kiernan.

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Me encogí de hombros.

—No lo sé. Pero fuera lo que fuese, se sentía culpable. Se asustó. Debemos tratar de

averiguar lo que era, no tenemos nada más para hacer.

Él sacudió la cabeza con disgusto, luego deslizó la publicación de nuevo en el gabinete.

—Si lo hizo sepultar con ella, no es de utilidad para nosotros, a menos que tengas

pensado ir y desenterrar un cuerpo que está pudriéndose, y aun así... —Hizo una

mueca de disgusto.

Fruncí el ceño y lamí mis labios, mientras se me ocurría una idea.

—No creo que tengamos que hacerlo —dije lentamente.

***

—Me siento mucho mejor acerca de esto si el hechizo ha funcionado —siseó Kiernan.

—No me digas que voy a tener que arrastrarte —susurré—. Ésta es una verdadera

aventura, Kiernan. Pensemos, si logramos salir de todo esto sin ser asesinados o

encarcelados, tendrás esas historias para contar a las damas de la corte.

—¿Estás segura de que esto no es una blasfemia? Vamos a profanar la tumba de los

elegidos del Dios Sin Nombre.

—Nosotros no vamos a profanar —insistí—. Solo vamos a mirar a su alrededor. Y

además, ¿desde cuándo te preocupa la blasfemia?

Él soltó un bufido, pero en voz baja.

—Vamos, entonces.

Asentí con la cabeza, esperando que él pudiera verme en la oscuridad. La más mínima

pizca de luna colgaba en el cielo, arrojando poca luz, y mientras yo estaba agradecida

por la cubierta, también dificultaba la visión. Ojala fuera capaz de lanzar una versión

débil de un escudo de la vista sobre nosotros, un hechizo del tipo “no me ven’’. Pero

no lo era, por lo que tendría que hacer nuestro camino a través de las tierras de Isidros

a la vieja usanza.

Fuimos poco a poco, arrastrándonos de sombra en sombra, rezando para que nadie

decidiese levantarse a hurtadillas para ir la cocina por un tentempié nocturno o para

dar un paseo a medianoche y luchar contra el insomnio. Mi corazón golpeaba de tal

modo en mi pecho que me hacía sentir un poco débil. Esto fue más que colarse en la

biblioteca. Nos hubiéramos metido en problemas por eso, estoy segura, pero también

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sabía que no sería nada comparado con lo que pasaría si nos sorprendían molestando a

los restos de los mismos oráculos.

La puerta de la verja de hierro que rodea el cementerio del templo crujió cuando la

abrimos, era lo suficientemente ancha como para permitirnos deslizarnos en el interior.

Me asomé a toda prisa detrás de nosotros, segura que alguien lo había oído, pero no

vino nadie. No me hizo sentir mejor, sino peor, como si el destino solo estuviera

esperando hasta que estuviéramos totalmente comprometidos en esta tarea antes de

hacer algo contra nosotros.

El sudor resbalaba por mi espalda en el momento en que llegamos al mausoleo que

había visto esa mañana, podía observar sus paredes de piedra clara alzándose por

encima de nosotros. Nos escondimos en el otro extremo de la misma, en la esquina de

la puerta, me precipité en torno a Kiernan para probarla.

—Está cerrada —suspiró al volverse hacia mí—, realmente bloqueada. Haríamos el

ruido suficiente como para despertar a Vivaskari si tratamos de forzarlo. ¿Estás segura

de que va a estar ahí?

—En una de las publicaciones que leí hoy decía algo acerca de que todos los oráculos

están enterrados allí. —Me senté sobre mis talones y me mordí los labios—. Voy a

tener que probar con un hechizo entonces.

Lo cual, pensé mientras mis hombros se encogían frente a la puerta del mausoleo,

podría ser tan fuerte como tratar de golpear la puerta con un ariete. Kiernan pasó de un

pie al otro, con cautela por si los monjes o hermanas se acercaban. Cerré los ojos,

tratando de ignorar los escalofríos que me estaba provocando el estar parada sobre un

cementerio en la oscuridad de la noche, y obligándome a pensar en lo que Philantha

haría. Salvo que Philantha sabría un hechizo real para abrir la puerta y ella sería capaz

de hacer que funcionase. Cuando miré en mi interior, todo lo que sentí fue el turbio

poder que crecía dentro de mí sin control.

Bueno, está bien, pensé. Si eso es lo que va a ser...

Levantando mis manos, las coloqué en la parte superior del sistema de la cerradura en

la enorme puerta de madera gruesa. Entonces me dejé llevar, liberando las paredes

internas que mantenían a raya mi magia. La energía pulsaba a través de mis manos y

me tiraba hacia atrás, hasta que choqué con Kiernan. Nos caímos al suelo en un

enredo con un increíble “pop”, el chisporroteo sonó desde el interior de la cerradura.

Kiernan había caído encima de mí, su codo clavado en mis costillas. Pero ninguno de

nosotros se levantó, sino que escuchamos para comprobar si alguien más nos había

oído. Al ver que nadie vino, me sacudió para mover su codo.

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—Lo siento —dijo Kiernan, sonriendo—. ¿Estás bien?

—Sí —dije, pero salió más pequeño de lo que significaba. Podía sentir el calor y

enrojecimiento subiendo desde mi cuello, me deslicé por debajo de él antes de que

pudiera ver mi cara. Girándome hacia la puerta, me pregunté qué era lo que me estaba

pasando.

Kiernan estaba detrás de mí, y abrió la puerta con un gruñido.

—La cerradura está... bueno, sabrán que alguien ha estado aquí. Está realmente rota.

Vamos a tener que salir antes de que lo noten.

Me miró con esa sonrisa en su rostro, y mi estómago dio un vuelco sin motivo alguno.

—Las damas primero —agregó con una mueca.

Tomé una antorcha de uno de los dos soportes junto a la puerta, mientras Kiernan

tomaba la otra. Entonces, tragando saliva, me las arreglé para hacer un hechizo de luz

y nos metimos en la tumba.

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154

Traducido por Vettina y SOS por Emii_Gregori

Corregido por Joahannah

l mausoleo había sido construido con los siglos en mente. Era un gran edificio,

hecho para resguardar los restos de los oráculos a través de los años, y aún no

había sido llenado. Al menos quien lo había diseñado no pensó albergar el cuerpo

de cada oráculo en su propio ataúd de piedra. En vez de eso había varios nichos

abiertos alineados en la pared, cada uno de ellos tenía tallado intrincados diseños

alrededor de las fechas de vida de cada oráculo. La luz de las antorchas parpadeaba

alrededor de nosotros cuando intentábamos ver los nichos, buscando los más recientes.

Poco permanecía en los más cercanos, nada más que trozos de la tela enredada

alrededor de huesos. Los avistamientos, combinados con la frialdad y el aire viciado de

la tumba, me hicieron temblar. No encontrando el oráculo que necesitábamos, nos

sumergimos más en la sombría tumba.

—¿Qué harán cuando se queden sin espacio? —preguntó Kiernan mientras

entrecerraba los ojos por encima de un nicho—. No este.

—¿Construir otro mausoleo? —sugerí. Descubrí que los oráculos no habían sido

situados de forma secuencial, lo que indicaba que tendríamos que examinar cada nicho

individualmente. Mi piel se erizaba mientras intentaba alejar el pensamiento de que

había cuerpos reales dentro de las tumbas.

Estábamos cerca del final de los nichos ocupados cuando Kiernan me llamó por mi

nombre.

—¡Sinda! Creo que la encontramos.

Apresurándome, alcé la antorcha para ver el año de la muerte, temblando con

entusiasmo y miedo. Un velo de un puro color blanco estaba sujetado alrededor del

cuerpo del oráculo de pies a cabeza. Algo de polvo y telarañas estropeaban su

blancura, pero estaba completamente intacto.

E

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155

—Ésta es. Ella dijo que estaba en un recipiente, así que busquémoslo. —Realizamos

una pequeña búsqueda alrededor del nicho, aunque no encontramos nada—. Creo

que tendremos que quitar su velo —dije a regañadientes.

Los hombros de Kiernan temblaron, pero coloco sus manos en la tela y la quitó. El

velo de cincuenta años de antigüedad se abrió para revelar al último oráculo. No se

había deteriorado tanto como pensé, y me di cuenta de que los monjes debían

embalsamar los cuerpos, o pedir a un hechicero que les lanzara hechizos, antes de

traerlos a la tumba. Tenía su cabello oscuro pegado al cráneo, la vi antes de obligarme

a retirar mi mirada de su cara. Parecía grosero, de alguna manera, quedarme

mirándola. En vez de eso, me concentré en el resto de ella, una tarea más difícil por la

luz de las antorchas en canaletas. Sus manos habían sido dobladas serenamente sobre

su estómago, pero nada yacía entre ellas. Finalmente, noté un pequeño recipiente de

metal en la curva de su brazo derecho. Sosteniendo mi aliento, lo alcancé, tratando de

sacarlo sin tocar al oráculo.

Era de cobre y tenía una ajustada tapa en la parte superior, así que tuve que golpearlo

contra la pared para aflojarla.

Finalmente, sin embargo, saqué la tapa y metí la mano, sacando un trozo de papel.

Con mi voz temblando ligeramente por mis nervios, leí las palabras en voz alta.

—Encuentro, en estas últimas horas nubladas, que no puedo ir ante el Dios sin antes decir esto.

Lo he ocultado todos estos años, pero el Dios lo sabe todo, y tengo que reconocerlo antes de su

encuentro. Todas las profecías que he hecho, las he hecho por el Dios. Verdaderamente las hice

por él. Salvo una. La cual, mencionaré ahora, espero que el Dios me perdone.

»En el año del nacimiento de la princesa coronada, el Dios envió su profecía para ella. No se lo

revelé ni al rey ni a la reina. En vez de eso, les di una falsa profecía, una que los haría pensar que

la princesa moriría a menos que la escondieran. No estaba sola en esto, pero incluso ahora, con el

juicio del Dios en camino, no puedo encontrarlo dentro de mí para nombrar aquella otra

profecía.

»La profecía verdadera, desconocida hasta ahora, la daré. Vi una niña, sola, que no se conocía a

sí misma. Estaba de pie en las paredes de un palacio, mirando hacia arriba desde el exterior, su

mano dentro de sus sombras.

Eso era todo. Giré el papel, esperando por más, pero no encontré nada. Lentamente,

alcé mis ojos a la cara de Kiernan. Justo cuando una voz interrumpió a través de la

oscura tumba.

—¿Quién está ahí?

***

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Los dos nos congelamos, nuestras miradas trabadas la una con la otra. Kiernan hizo

una cara de ¿ahora qué?, pero yo solo podía dar una pequeña sacudida con mi cabeza.

No teníamos razón para estar aquí abajo, ninguna excusa que pudiera sacarnos de

esto.

—¿Quién está ahí? —la voz insistió de nuevo. Los pasos hicieron eco en el seco aire

del mausoleo, pero sonaron tentativos, como si la persona no supiera si quería

investigar por su cuenta.

Una mezclada oleada de horror y alivio se estrelló en mí mientras Kiernan me

entregaba la antorcha y liberaba silenciosamente la espada que colgaba de su cintura.

Yo sabía, ya que lo observaba en los centros de entrenamiento, que sabía cómo usarla.

Pero aun así sacudí mi cabeza con más vehemencia, y él asintió. No lastimaría al

intruso, solo lo asustaría si era necesario.

No teníamos más tiempo para calcular nuestro plan, ya que en ese momento la figura,

vestida en un largo traje de monje, alcanzó el borde de la luz de la antorcha. Era un

hombre barrigudo con un rostro blando. Y, a pesar de que no pudo haber querido

entrar en la tumba solo, levantó un bastón en su mano derecha, luciendo sereno y listo

para usarlo.

—¿Quiénes son? —exigió—. ¿Qué están haciendo aquí? —Nos miró airadamente, pero

luego notó el obenque desgarrado yaciendo desarreglado sobre el cuerpo del último

oráculo. Su rostro se puso morado mientras la ira parecía apoderarse de él. —

¡Saqueadores de tumbas! ¡Perturbadores del oráculo! Vengan conmigo, o yo…

Con un grito y la espada desenvainada, Kiernan saltó. El monje retrocedió, levantando

su bastón para bloquear el golpe. Pero Kiernan no trató de golpear al monje. En su

lugar, se fincó repentinamente a un lado y lo empujó con su mano libre. El bastón del

monje voló por los aires mientras él tropezaba de lado, pero no llegó a Kiernan. El

monje se estrelló contra la pared y Kiernan lo siguió, golpeando el bastón a un lado

con su espada. Traqueteó contra el suelo hasta aterrizar a mis pies, y lo pateé hacia la

oscuridad.

El monje se encorvó contra la pared pero no se movió, sus ojos estaban posados en la

espada de Kiernan.

—Lo siento —dijo Kiernan, y descendió el pomo de su espada sobre la cabeza del

hombre. Los ojos del monje se quedaron en blanco, y cayó desmayado hacia un lado.

—¿Estás bien? —preguntó Kiernan mientras envainaba el arma.

—Sí —croé, con mi garganta seca. Mi mente estaba corriendo. Habíamos atacado a un

monje del Dios Sin Nombre… El oráculo les había dado al rey y a la reina una

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157

profecía falsa… Si un monje hubiera oído algo extraño, lo suficiente como para que

llegara al cementerio a buscar el mausoleo, era posible que nos hubiera oído también…

El oráculo había estado en alianza con Neomar o Melaina, pero no se sabía con cual…

Teníamos que irnos, antes de que el monje se despertara.

—Sinda. —Kiernan se había agarrado un brazo—. ¿Puedes hacer algo, un hechizo,

para hacerle olvidar que estuvimos aquí abajo?

Yo estaba temblando, noté, temblando como un retoño en un viento fuerte. Pero

respiré hondo y traté de concentrarme en Kiernan.

—Tal vez —dije finalmente—. Philantha estaba tratando de enseñarme un hechizo de

confusión. Pero nunca logré hacerlo… terminaba haciéndole olvidar lo que estábamos

haciendo en lugar de confundirla.

—¿Puedes intentarlo de todos modos?

Asintiendo y entregándole a Kiernan el papel y el recipiente, me agaché frente al

monje para colocar mis manos a ambos lados de su cabeza. Pude sentir la magia en mí

como lo había hecho afuera; quería explotar y correr desenfrenadamente en mi

interior. Pero yo no podía desatarla como había hecho allí afuera, o correría el riesgo

de hacerle un daño irreparable al monje. Entonces me concentré, enfocándome en

sacar solo una pequeña corriente de magia de mí. No sabes por qué viniste aquí, le hice

pensar. Miraste a tu alrededor y viste que el obenque se había abierto, pero no pasó nada más.

Estabas cansado, así que te sentaste por un momento y te dormiste.

No tenía manera de saber si el hechizo había funcionado, pero finalmente tuve que

bajar mis manos cuando la presión de un dolor de cabeza edificador hizo que puntos

negros nadaran en mi visión. Sin importar lo que dijo el monje, no engañaría al templo

para siempre; eventualmente alguien notaría que la cerradura había sido explotada. El

mismo monje podría notarlo cuando se fuera. Pero podríamos tener el tiempo

suficiente para salir, y esperemos que nuestros nombres falsos confundan a cualquiera

en busca de los culpables.

Tomé la confesión del oráculo de Kiernan y lo puse de nuevo en el recipiente metálico.

Luego, deslizándolo en un bolsillo de mi vestido, dije:

—Salgamos de aquí.

***

Al día siguiente, estábamos sentados en la sala común casi vacía del Brown Cat’s Tail,

una posada más bien sucia que aquellas en las cuales nos habíamos quedado de

camino a Isidros. De todos modos habíamos decidido evitar los lugares que un noble y

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158

su hermana pudieran elegir, solo en caso de que mi hechizo hubiera fracasado e Isidros

decidiera enviar jinetes en busca de sus saqueadores de tumbas.

—Entonces —dijo Kiernan después de tomar un bocado de su dudoso pastel de

carne—. ¿Qué aprendimos en nuestra gran aventura?

Su espíritu naturalmente boyante se había reafirmado rápidamente una vez que

estuvimos en el camino sin indicios de una persecución. Estaba seguro de que la nota

que habíamos dejado, alegando mi deseo repentino de investigar la cueva donde el

oráculo original había tenido su primera visión como nuestra razón por una desviación

nocturna, no atraería ninguna atención indebida.

—Los eruditos son así —había dicho—. No creen en nada de eso.

Yo, en cambio, me sentí inquieta en el camino, mirando detrás de nosotros con tanta

frecuencia que Kiernan me preguntó si tenía un calambre en el cuello. Me

preocupaban los efectos de mi hechizo sobre el monje y de ser capturada por perseguir

gente religiosa. Me preocupaba el significado de lo que habíamos descubierto, y la

profecía dada a mí por el oráculo actual.

Ahora, sin embargo, extendí mis dedos sobre la mesa para marcar puntos.

—Aprendimos que el oráculo les dio al rey y a la reina una profecía falsa, que les haría

querer ocultar a la verdadera Nalia y poner a otra persona en su lugar. Así no habría

posibilidad de que la princesa fuera matada en el Salón de Thorvaldor. Lo que quiere

decir que el oráculo tampoco estaba aliado o forzado por Neomar o Melaina. Aunque,

creo que estaba involucrada, por la culpa que sentía. Ella sabía que estaba haciendo

algo mal, y eso la atormentó hasta que murió. Aprendimos que una de nosotras (Nalia,

Orianne, o yo) probablemente moriría si intentábamos hallar a la verdadera princesa.

—Eso aún es discutible —interrumpió Kiernan—. No todas las profecías se hacen

realidad.

Me encogí de hombros. Me las había arreglado para no insistir en aquella parte de

nuestros descubrimientos, aunque solo porque estaba muy preocupada en tratar de

averiguar cuál de los dos hechiceros tenía más probabilidades de haber persuadido al

oráculo para ayudarles. Pero se colgó en el borde de mis pensamientos, listo para saltar

si dejaba fluir mi mente.

—Aun así —continué—, no tenemos que preocuparnos por eso hasta que encontremos

a la princesa. Y para hacer eso, creo que necesitamos saber si estamos tratando con

Neomar o Melaina. Ella dijo que deseaba que su familia hubiera podido asistir a su

investidura. Así que tal vez está relacionada con uno de ellos.

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—Pero cómo podemos averiguar eso, sin tener que acercarnos a ellos y preguntarles:

“Entonces tu hermana no era el oráculo que traicionó a Thorvaldor, ¿verdad?”. Creo,

quizás, que eso podría hacerles sospechar.

Tomé un trago de mi cerveza y sonreí.

—La biblioteca del palacio guarda los registros de todas las familias nobles de

Thorvaldor… todas las muertes y los nacimientos, incluso los de líneas menores. Así

que sin duda incluye a los Harandrons de Saramarch.

—¿Pero qué pasa con Neomar?

—Él es un Ostralus. Ellos fueron titulados cuando se convirtió en el director de la

universidad. Estará allí, también.

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Traducido por alexiacullen

Corregido por Joahannah

eis días después, por la tarde, viajamos de vuelta a Vivaskari. Me encogí en el

asiento cuando nos aproximamos a South Gate, pero los guardias de las murallas

de la ciudad tan solo nos echaron la más breve mirada antes de permitirnos seguir.

Había estado medio esperando ser recibida por los guardias que se habían empeñado

en custodiarnos después de nuestra escapada en Isidros, así que di un suspiro de alivio

cuando nos alejamos de la puerta.

—Tengo que volver con Philantha —le dije a Kiernan después de que hubiéramos

devuelto nuestros caballos al establo en Flower Basket—. Puede que pasen unos días

antes de que pueda volver a palacio.

Él asintió con la cabeza.

—Debería revisar los registros, salvo que no sé por dónde empezar. Cuando quieras

venir envíame un mensaje.

—Búscalo en unos cuantos días —dije, entonces me detuve. Quería abrazarle, darle las

gracias por ir a Isidros conmigo. Unos meses antes lo habría hecho sin dudar. Pero

algo estaba cambiando entre nosotros, algo que no podía nombrar. Era evidente que él

también estaba incómodo. Una línea tenue había labrado su camino entre sus cejas y

arrastró un pie junto al otro.

—Gracias Kiernan —dije por fin, envolviéndome con mis brazos.

El ceño se profundizó momentáneamente y mi estómago se encogió. Pero luego, el

ceño se desvaneció y Kiernan estaba diciendo alegremente:

—Podrías haberlo hecho por tu propia cuenta. Yo tan solo presté cierta locura a la

impronta.

Una vez, pude haberle pegado en el brazo y haberle tirado del pelo por la mentira.

Ahora, solo puse mala cara y dije tranquilamente:

S

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161

—Eso no es verdad y lo sabes. No podría haberlo logrado sin ti. Eres mi mejor amigo,

Kiernan.

Tragó saliva, repentinamente serio.

—Lo sé. Escucha, Sinda. Yo...

Fuera lo que fuera que iba a decir, no tuvo oportunidad. De repente, un carro de pollos

que pasaba perdió una rueda, derramando su carga en la calle. Varios de las jaulas se

abrieron de golpe, llenando el aire de chillones pollos y plumas blancas. Ambos

pusimos nuestras manos sobre las orejas y Kiernan gritó al final:

—¿Debería acompañarte?

—No —le grité por la conmoción—, le dije a Philantha que iba a Treb. Se dará cuenta

si te ve.

—Entonces, hasta que vuelva a saber de ti —gritó y cada uno se fue por su lado.

***

Philantha solo perdonó la pregunta superficial por el estado de salud de tía Varil antes

de empujarme en su estudio para examinar su último experimento.

Estaba cansada por el viaje, pero de alguna manera estar entre las botellas y pociones

burbujeantes del trabajo de Philantha me hizo sentir más relajada en lugar de más

agotada. La casa de Philantha se había convertido en mi casa, la sentía como un

hogar. Durante muchas horas removíamos las ollas, triturábamos hierbas y

normalmente intentábamos no volarnos a nosotras mismas. Cuando Philantha

finalmente sintió que las mezclas estaban fermentadas justo en buen estado de espesor,

se giró hacia mí y preguntó:

—Así que, ¿tuviste la oportunidad de practicar tu magia?

—Sí —reconocí. Luego, pensé en la cerradura que no había sido capaz de abrir sin

hacerla volar en pedazos y el hechizo fallido que podría habernos hecho difíciles de

detectar. Quizás, el monje no habría venido buscando intrusos si hubiéramos sido

capaces de realizarlo correctamente. Mis hombros se desplomaron. Si tan solo pudiera

confiar en mi magia. Iba a necesitar encontrar a Nalia y devolverla al trono. Estaba

segura de eso. Pero solo funcionaba de vez en cuando, nada con lo que pudiera contar.

Y si me fallaba, si yo fallaba, alguien podría morir.

—Aunque no siempre funcionó —admití con tristeza—nunca lo hace.

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162

Philantha miró por encima del montón de raíces desechas que había estado barriendo

con sus manos. Dejándolas caer sobre el terreno, vino a quedarse de pie frente a mí.

—Silencio —dijo, poniendo su cabello suelto detrás de sus orejas—, porque

probablemente no recordaré contártelo de nuevo durante un buen largo tiempo… el

Dios Sin Nombre sabe que apenas puedo recordar qué lecciones te he enseñado,

mucho menos para darte alabanzas. Tienes poder, Sinda, y no es tu culpa que haya

permanecido inactivo durante tantos años. Si hubieras sido como cualquier otra bruja

normal y hubieras descubierto tus talentos cuando eras una niña, no tengo duda alguna

de que ahora estarías labrando tu camino en las filas correctas.

Me senté en silencio durante un rato mientras se alejaba ajetreada con las ollas. Casi

había decidido preguntar si había algo más que ella necesitara de mí, cuando vio a uno

de sus pajarillos sacudirse y fijó sus ojos en mí.

—No sé si te lo conté pero la última vez que tuve un aprendiz fue hace quince años.

Era un buen muchacho, amable y sólido, pero su familia tenía algo de sangre

Farvaseean, y nunca he conocido a un Farvaseean que fuera verdaderamente

temerario. Eso les hace aburridos, la verdad. Pero hizo cada conjuro que le pedí, como

un buen perro, él estaba, muy bien entrenado.

—Yo no soy muy parecida a eso, supongo —murmuré.

—Dejé que se fuera —dijo Philantha—, al día siguiente tenía nada menos que cuatro

brujos universitarios en mi puerta, pidiéndome que cambiara de opinión. Pero no

podía. Ahí no había ninguna posibilidad real, no había espacio para la imaginación.

No me importa cuánto tiempo te cueste tomar el control de tu magia, Sinda. —Sonrió

y ladeó la cabeza, mirando a la distancia—. Porque quiero estar ahí cuando lo hagas.

Creo… y raramente me equivoco en estas cosas, tú lo sabes… que será algo digno de

ver.

***

Pasaron cuatro días antes de que me sintiera lo suficientemente atrapada como para

enviar un mensaje encantado a Kiernan. En mi ausencia, Philantha había adquirido

una caja llena de libros despedazados de un hojalatero que le había prometido

hechizos raros y olvidados. Hasta ahora, tan solo había encontrado algunas recetas,

una historia de la fundación de la capital Wenthi y lo que parecía la mitad de un juego

melodramático, con el cual podría haberme reído, excepto que estaba demasiado

nerviosa como para hacerlo. Parte de mí quería lanzarse a palacio en ese minuto en el

que finalmente conocería el nombre de la persona contra la que iba a luchar. La otra

parte, sin embargo, no quería nada más que estar en la casa de Philantha para siempre,

para mantener a todos, a Orianne, a Nalia y a mí misma, a salvo.

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Pero yo nunca había sido una persona que estuviera sin hacer nada por mucho tiempo;

eso se había impreso en mis huesos como la princesa y no parecía dispuesto a irse

como una escriba. Así que, cuando había echado un vistazo, al menos a todos los

libros nuevos decidí que era poco probable que alguno tuviera algún hechizo poderoso,

una tarde me excusé con Philantha y le envié un mensaje a Kiernan.

Se reunió conmigo fuera de las puertas, con una capa larga en sus manos.

—Creí que sería mejor cuanta menos gente te viera deambulando por aquí. —dijo

encogiéndose de hombros—. Si es Melaina, lo más probable es que esté en la corte, y si

es Neomar, podría haber dejado un espía.

Tomé la capa y la ajusté sobre mis hombros empujando la capucha alrededor de mi

cara. Estaba caliente, demasiado caliente para el tiempo cálido que hacía, y pensé que

debería de verme muy extraña. Pero los guardias apenas me miraron cuando seguí

detrás de Kiernan, un beneficio de entrar por las puertas con el hijo del Conde de

Rithia.

La biblioteca se encontraba en la parte principal de palacio, en lugar de en las salas

reservadas para la nobleza menor. No había vuelto a estar aquí desde el día en que mi

verdadera identidad había sido revelada. Se sentía raro andar por los pasillos hacia la

biblioteca, como si estuviera vagando a través de un sueño o un palacio fantasma. O

como si yo fuera el fantasma, uno irreal. Me sentía ligera, insustancial, como si una

fuerte ráfaga de viento pudiera recogerme y llevarme lejos.

Debía parecerlo, demasiado, porque a mitad de camino a la librería, Kiernan se acercó

y enlazó su brazo conmigo. Solíamos andar de esta forma, antes, aunque nunca había

hecho que mi corazón golpeara contra mi pecho como lo hacía ahora. Pero era un

consuelo, también, y de esta forma entramos en la biblioteca.

Miramos alrededor y, viendo que nadie nos había notado, fuimos rápidamente a una

mesa en una esquina que sabía estaba alejada de las pocas personas que pasaban

vagando.

—Tendrás que preguntar a uno de los bibliotecarios sobre las genealogías —susurré—.

Toma, hice la lista de los años que quiero. —Se lo deslicé a través de la mesa. Había

regresado al menos veinte años más atrás de los que realmente podía necesitar, solo

para estar segura—. Si preguntan para qué los quieres diles que estás… no sé…

investigando el linaje de sangre de una chica que te gusta o algo así.

Kiernan se sonrojó al oír mis palabras, parecía dispuesto a discutir, pero solo le di un

golpecito en la mano.

—¡Ve!

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No le llevó mucho tiempo regresar con los enormes volúmenes. Eran altos y anchos, lo

bastante grandes para que un escriba hubiera elaborado los árboles genealógicos en

cada página.

—Vamos a intentarlo primero con Neomar —dije. Ese libro estaba encuadernado en

verde oscuro, los escritos en él apenas visibles por la antigüedad. La familia de

Neomar, junto con las demás familias del libro, eran nuevos nobles, solo recientemente

nombrados. Aunque pasé las páginas con esmero hasta que el nombre Ostralus capturó

mi ojo.

—Aquí esta. —Señalé el nombre con el dedo, pero a continuación me detuve—. Pero

no hay nada… —Sacudí la cabeza—. Mira, dice que era hijo único y sus padres

estaban muertos. Y el único hermano de su padre murió sin herederos, todo eso antes

de que Neomar tuviera treinta años. No había tenido una familia cerca durante años y

años, mucho antes de que el oráculo fuera instaurado. Pero creía, quiero decir,

realmente pensé que podría ser él. Él no podría hablarle a Philantha sobre el hechizo

que me lanzaron, y no quería que ella me enseñara. Le dijo que quería que le

informara de mi progreso, como si supiera que yo era una amenaza. Y dejó la ciudad

justo después de que lo viera en el jardín.

—El oráculo pudo haber trabajado con él sin realmente haber tenido que relacionarse

—ofreció Kiernan—. Es tan solo una conjetura por nuestra parte. Ella pudo haber sido

coaccionada, o quizás tan solo era una amiga.

—Quizás —reconocí, pero sin mucho sentimiento. ¿Y si estábamos persiguiendo rayos

de luna? ¿Y si este no era el camino para encontrar con quién había estado trabajando

el oráculo? No tenía ninguna otra idea, al menos ninguna segura. Poniendo de lado el

libro verde, mi estómago se tensó, llegué al más reciente de los otros volúmenes. Los

registros de la antigua nobleza ocupaban mucho más espacio, y Kiernan me había

llevado tres libros encuadernados en rojo.

La lista de los Harandrons ocupaba cuatro páginas por su cuenta. Repasé los nombres,

llegando finalmente a lo que quería.

—Mira —dije, puntualizando—, ella no era una noble por sí misma. Se casó con

Theodrin Harandrons, el Barón de Saremarch. Murió antes de que yo naciera.

—Por solo un poco —dijo Kiernan—. ¿V es? Solo por unos pocos meses.

Aunque yo apenas le eché un vistazo.

—Todavía debe haber una página sobre su familia, desde que se casó con un noble.

¡Ah! Aquí. —Pasé la página, a pesar de que Kiernan lo agarró para mantenerlo en

vertical entre nosotros, para seguir buscando en la entrada anterior.

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—Kiernan —dije, con el corazón bombeando—. Ella tenía una hermana. Alethea.

Murió de… fiebre redvein. Y Kiernan, la fecha es la misma que una que había

predicho el oráculo.

Kiernan chasqueó sus ojos hacia mí.

—Hay algo más —dijo con una voz ahogada—. No deberías de haberte dado cuenta,

pero Melaina tuvo un bebé.

Sacudí mi cabeza.

—No, ella no lo tiene. Ella no tiene ningún heredero.

—Ella murió. De acuerdo con esto, tuvo una niña que murió en el día de su

nacimiento. Y eso fue cinco días antes de que Nalia naciera. —Se puso blanco de

repente, incluso sus labios palidecieron—. Pero, ¿y si su bebé no murió? ¿Y si tan solo

fingió su muerte? Y en vez de enviar a la princesa a ese convento, se aseguró de que su

propia hija fuera en su lugar.

—Orianne —susurré. Sentí frío, tanto frío que empujé la fuerte capa a mi alrededor

más fuerte—. Orianne es la hija de Melaina.

Todo encajaba, la hermana había sido el oráculo, quien debió haber ayudado a su

hermana a minar el trono si se lo pedía. El bebé había nacido tan solo unos días antes

que la verdadera princesa.

Las palabras del rey, de repente rememoradas, se hicieron eco en mis oídos. Nalia había

sido criada en un convento a cierta distancia de aquí, Melaina la llevó allí unos días después

de su nacimiento. Hubiera sido el momento perfecto para cambiar a los bebés. Tan

fácil, sin poner a nadie sobre aviso.

Podía imaginar la escena en mi cabeza. Melaina, su consejera de confianza, pálida por

el parto y ante la aparente muerte de su bebé, sentada ante el rey y la reina.

—No, por favor —habría dicho—. Todavía puedo llevar a la princesa. Me dará un poco de

consuelo saber que estoy asegurando la supervivencia del trono de Thorvaldian. Y he realizado

hechizos de curación en mí misma, estoy bien a pesar del viaje, aunque mi corazón me esté

doliendo.

Sí, pensé. Sí. Eso habría hecho que un rey y una reina se desesperasen por ocultar a su

hijo.

—¿Pero por qué? —La pregunta de Kiernan me sacó de mis pensamientos—. ¿Solo

para colocar a su propia hija en el trono?

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—Es una razón suficiente —comencé, pero luego me detuve. Kiernan había dejado

caer su página mostrando el árbol genealógico de Melaina, pero lo puse de nuevo, con

el hielo en mis venas. El árbol llenaba la página, con las entradas de Melaina y Alethea

en la parte inferior. Pero era la parte superior la que hizo que cerrara mis ojos con

pavor.

—Melaina es una Feidhelm —dije—. Esto no se trata solo de poner a su propia hija en

el trono; es una venganza.

—No lo entiendo —siseó Kiernan.

Apreté mis labios, luego los separé y sacudí mi cabeza.

—Nunca se prestó suficiente atención a la historia original. Hace cuatro generaciones,

una pareja de gemelos, niña y niño, nacieron para el trono, Aisling y Angar. Aisling

era el mayor pero tan solo por unos pocos minutos. Cuando el viejo rey murió, ella

heredó el trono. Pero su hermano, Angar, pensó que él era mejor elección y encabezó

una rebelión contra su hermana. Lucharon durante casi un año, pero él finalmente fue

atrapado y ejecutado como traidor. Su mujer fue asesinada, también, cuando ella se

negó a rendirse ante Aisling incluso después de que Angar muriera. —Hice una

mueca, no era mi historia favorita de la historia de Thorvaldian, particularmente

porque me había preocupado por el fantasma de Angar durante meses después de

escuchar esto—. Pero había una hija —continué—, era solo una niña, y Aisling no

quería oír hablar de que ella la había matado. Pero hizo expulsarla de la familia real

por lo que no podría tener ningún derecho sobre el trono. Pienso que la hija estaba

muy agradecida de estar viva en el momento en que creció, y se casó con un rico

comerciante llamado Feidhelm. Los Feidhelm nunca han causado ningún problema,

dudo de que la mayoría de la gente recuerde incluso quienes son en absoluto.

—Pero Melaina recordó —dijo Kiernan—, y cree que su familia debe estar en el trono.

Justo en ese momento una de las bibliotecarias pasó arrastrando sus pies leyendo

mientras caminaba. No miró en nuestra dirección, pero me hizo darme cuenta de que

la gente podría oírnos. Me puse de pie bruscamente, arranqué las páginas de los

volúmenes ignorando la expresión de sorpresa de Kiernan con mi desfiguración de la

propiedad de la biblioteca.

—Nos los llevaremos. ¿Quién sabe? Esos son documentos oficiales, y ella podría venir

y destrozarlos si piensa que alguien puede buscar algo sobre ella. Vamos a volver con

Philantha. Podemos hablar allí.

Esperé en nuestra esquina mientras Kiernan devolvía los libros, y luego, después de

observar detenidamente a nuestro alrededor, para estar seguros de que nadie estaba

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167

mirando, nos escabullimos de la biblioteca. Me puse la capucha para cubrir mi cara

cuando entramos en la sala. Mi cabeza estaba dando vueltas tan fuertes que apenas

registré mi ruta, aunque no pasaba nada; mis pies conocían el camino de todas formas.

Melaina era la madre de Orianne. Ella había usado la posición de su hermana cuando

el oráculo le hizo una falsa profecía, fingió que su bebé estaba muerto, la cambió por la

propia princesa y a mí por Orianne. ¿Tenía pruebas suficientes para ir ahora al rey y la

reina? Me moría de ganas de contárselo, para dejar que alguien más se preocupara de

salvar el reino. Pero todo lo que teníamos como prueba eran unos trozos de papel, y

ella era su amiga, la persona que pensaban que era la salvadora de su hija…

Me choqué con alguien cuando giré en una esquina, los árboles genealógicos se

cayeron de mis manos mientras luchaba por mantenerme en pie.

—Perdóneme —dije, cuando me agaché a recogerlos.

Me helé, de todas formas, cuando la persona que me había golpeado dijo, con una voz

tan oscura como una noche de invierno.

—Sinda Azaway. Qué sorpresa verte aquí.

Escuché a Kiernan inhalar repentinamente y de repente su mano estaba en mi brazo,

tirando de mí hacia él a unos cuantos centímetros. Me incorporé, y mis ojos miraron a

la cara de Melaina Harandron.

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Traducido por Vettina y Little Rose

Corregido por Joahannah

elaina —dije tontamente. Por un momento, me sentí como si estuviera

envuelta en una gruesa manta, y entonces mis nervios explotaron en una

vorágine de sensaciones. ¡Corre! ¡Toma los papeles! ¡Quédate quieta! ¡No dejes

que vea que pasa algo! Todas contradictorias, y ninguna de ayuda—. Quiero decir…

Baronesa. Me disculpo.

Se rió, un sonido como suaves campanas y sacudió la cabeza. Llevaba el cabello largo

y oscuro sujeto lejos de su rostro y asegurado con una pinza que aún permitía que la

mitad se deslizara por su espalda. Sus ojos verdes eran tan afilados como agujas de

pino y los rodeaban pesadas pestañas. Su piel era cremosa y suave a la vista, sus labios

carnosos. Sin capa de bruja hoy, pero un largo vestido de seda color carmesí. Aun así,

nunca la confundirías por alguien más que una bruja. El poder emanaba de ella; no

podías evitar verla y dejar de desear que te sonriera.

Excepto que yo no quería que me sonriera. Solo quería huir.

—Por favor, no —dijo—. Nos conocemos desde hace mucho tiempo para tal

formalidad. Por favor, llámame Melaina, y yo te llamaré Sinda. Aunque tengo que

decir que no esperaba volver a verte vagando por el palacio otra vez. —Su mirada pasó

hacia Kiernan, detrás de mí—. Pero veo que las maniobras de los reyes y brujas no

fueron suficientes para alejarte de tus amigos.

—Sí—dije en lo que pensaba era una voz ligera, aunque sonaba más como una voz

ahogada—. Muy pocas cosas podrían mantenerme alejada de Kiernan.

Por favor, recé, no dejes que vea las páginas. Yacían aún en el suelo a mis pies. ¿Había

alguna forma de que Kiernan las tomara sin dejar que viera lo que estaba escrito en

ellas?

Melaina alzó una mano hacia su barbilla y ladeó la cabeza, había una mirada

inquisitiva en su cara.

—M

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—Ah, sí. Supongo que jugar a ser la escriba de Philantha te deja tiempo libre. Supongo

que no es la de maestras más demandadas.

Eso me dejó en vilo. No esperaba que supiera donde vivía ni que hacía. Pero solo

sonreí estrechamente y dije:

—Sí, tengo algo de tiempo para mí.

Melaina no asintió. En su lugar, sus ojos se movieron hacia el suelo, y, antes de que

pudiéramos detenerla, se había inclinado y levantado, páginas en mano. Sus ojos se

apresuraron de un lado a otro a través de los nombres y luego me estuvo mirando a mí.

Su cara, tan suave y calmada un momento antes, se había endurecido como hielo en

un estanque.

—Ya veo, mucho tiempo. ¿Indagando en el pasado, Sinda? —preguntó. Su voz seguía

calmada y ligera, pero con una nitidez ahora subyacente, como un cuchillo envuelto en

terciopelo—. De nuevo, estoy sorprendida.

—Es un proyecto —chillé—, para Philantha.

—¿De verdad? Parece bastante revolucionario. —Sostuvo la página mostrando la fecha

de nacimiento de su hija frente a ella, su pulgar descansando justo debajo del día del

nacimiento y la muerte—. Quizás puedas decirle que me hable sobre él, la próxima vez

que la vea.

—Yo… —Comencé, pero entonces retrocedí un paso hacia atrás. El poder se estaba

erigiendo en el pasillo, emanando de Melaina. Miré hacia abajo y vi su mano libre

emitiendo señales luminosas, avivando su magia, y tragué fuerte al reconocer uno de

ellos. Un hechizo de olvido, uno tan poderoso que podría hacer a la persona olvidar su

propio nombre—. No —jadeé—. Kiernan…

—Lord Cavish —gritó Kiernan, agitando frenéticamente sus manos hacia el pasillo.

Melaina se giró par a ver a un noble menor saliendo de una de las habitaciones que

llevaban al pasillo. Él sonrió y se apresuró hacia nosotros, ignorando el pesado aire

alrededor que se estaba formando a nuestro alrededor.

La mano libre de Melaina cayó y el poder se evaporó, aunque su agarre en los papeles

se apretó tanto que crujieron.

—Kiernan —dijo Lord Cavish jovialmente al acercarse—. ¿Me has llamado para

pagarme esa pequeña deuda de juego que aún me debes?

—Sí, sí, justamente eso —divagó Kiernan. Sacando varias monedas de oro de su

bolsillo, dijo:

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170

—Lo lamento no puedo quedarme a conversar, Cavish, tengo una cita. Fue un placer

verla, Baronesa.

Extendió la mano y Melaina no tuvo más remedio que entregarle las páginas.

—Por supuesto —dijo, con rastro de cualquier cosa menos simpatía en su voz—.

Hablaremos de nuevo pronto. Ahora, mantente alejada de problemas, Sinda.

Era todo lo que podía hacer para mantenerme en posición a medida que avanzaba por

el pasillo, hacia la puerta. Una vez que llegamos a las calles de la ciudad, sin embargo,

mi valentía huyó y empecé a correr, con Kiernan pisándome los talones.

***

—Lo sabe —dije cuando finalmente llegamos a casa de Philantha. Corrimos en el

jardín detrás de la casa y desde ahí fuimos a hurtadillas hasta mi habitación—. Lo

sabe, Kiernan.

Había comenzado a ir de un lado para otro en el momento en que cerramos la puerta,

pero ahora se detuvo.

—Entonces, hay que decírselo al rey y la reina. No podemos mantener más esto en

secreto, Sinda. —Quería estar de acuerdo con él. Quería asentir y decir, por supuesto.

Iremos ahora mismo. Pero miré a mi cama, donde las dos páginas rasgadas de la

biblioteca yacían junto a los pedazos de papel que contenían la confesión final del

oráculo, y recordé la hermosa cara de Melaina. Una cara en la que querías creer. Una

cara en la que el rey y la reina creían sobre todas las demás.

—No es suficiente —dije—. No es una prueba. No nos creerán, e incluso si lo hacen,

aún no sabemos dónde está la princesa. Crees que ella se lo dirá, solo por preguntar,

después de todo este tiempo, ¿después de todos sus planes?

—Hay maneras de hacer que las personas digan secretos —respondió Kiernan

forzadamente, pero yo negué con mi cabeza.

—Nada de lo que le hicieran hará que lo cuente. Se ha esforzado mucho para esto. Ella

es fuerte, Kiernan. E inteligente. Incluso debe tener algún plan a punto para matar a la

princesa si parece que el rey y la reina saben lo que pasó.

—Pensé que dijiste que necesitaba a la princesa viva —respondió Kiernan.

—Así es, mientras nadie sepa que Orianne no es la verdadera princesa. Pero si lo

descubrieran, podría hacer que mataran a Nalia, así no quedaría ningún heredero más

que Orianne. Ella es de la realiza, Kiernan, o lo era su tátara-tátara-tátara-abuelo. Ella

es lo mejor que tienen si Nalia muere.

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171

—Entonces ¿por qué no matar a Nalia ahora?

Froté mi cuello con mi mano. Un dolor comenzó a extenderse desde ese lugar hacia

todo mi cuerpo.

—Es mejor si no tiene que hacerlo. Entonces no hay nadie intentando derrocar a

Orianne, nadie diciendo que no es digna de ser la heredera. Ella solo es la princesa, sin

preguntas. Pero si cree que todo está viniéndose abajo…

Kiernan se arrodilló frente a mí donde me sentaba en la cama, tomando mis manos en

las suyas.

—Por favor, Sinda. Sé que es peligroso, pero tenemos que decírselo a alguien. Yo… —

frunció sus labios—. Estoy preocupado de que intente lastimarte. Ella casi nos maldijo

en medio de un pasillo público. No dudará en enviar a alguien tras de ti.

Como un rayo destellando en una habitación oscura, sus palabras de repente

iluminaron algo que había olvidado. El hielo se formó en mi columna, y respiré

afiladamente antes de poder detenerme.

—¿Qué? —demandó Kiernan.

Las nauseas luchaban en mi estómago.

—Creo que ya envió a alguien.

El apretón de Kiernan en mis manos se hizo tan fuerte que tendría que haber quitado

mis manos de las suyas si hubiera podido.

—¿Qué quieres decir? ¿Cuándo?

—El día que conocí a Orianne. Había un hombre siguiéndome. Estaba esperando fuera

de la casa.

Una vena latía en la frente de Kiernan.

—¿Y no me lo dijiste?

—Iba a decírtelo, pero lo olvidé, con lo de Orianne, el mapa, ver a Melaina renovando

el hechizo e ir a Isidros. ¡No lo recordé hasta ahora!

—¿Está ahí afuera ahora? —preguntó Kiernan.

Negué con mi cabeza, insegura. Nos levantamos juntos, yendo cautelosamente por el

pasillo a una ventana por la que se veía la calle. No vi a nadie al principio, pero

entonces noté a un hombre, de apariencia aburrida, adornando el frente de la casa, dos

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puertas abajo. Bizqueé. El cielo había oscurecido desde que habíamos estado adentro,

con nubes grises formándose encima de la ciudad. Finalmente tuve que asentir.

—Creo que ese es él —dije.

Kiernan frunció el ceño ferozmente hacia el hombre, sus rasgos normalmente felices

estaban tensos. Regresó a mi habitación pisoteando y se volvió hacia mí, cuando lo

seguí y cerré la puerta.

—¿No lo ves? Tenemos que decírselo a alguien, ahora. Si te estaba siguiendo antes de

que descubrieras esto, si estaba preocupado por ti entonces…

—¡Esto es más importante que yo! —le espeté. Un rayo sonó afuera, cubriendo mi

grito. La lluvia se estrelló contra la ventana en una repentina tormenta—. ¿No lo ves

Kiernan? Esto es sobre Thorvaldor, sobre asegurarse que la persona correcta esté en el

trono. Si no puedo hacer esto, entonces nada de… —titubeé, temblando—. Nada de

eso, mi vida entera, todas las mentiras, eso habrá sido en vano. Tengo que encontrarla.

Kiernan me miró, poniendo los ojos en blanco.

—Crees que sabes dónde está.

Asentí. Esa mañana, habría dicho que no tenía la menor idea de donde comenzar a

buscar a Nalia. Pero ahora, ahora sabía quien la había escondido y sabía donde

buscarla.

—¿Dónde guardarías algo si quisieras tenerlo a mano en un momento pero no

quisieras que nadie más lo encontrara?

Se quedó quieto, su cara de repente mas pálida.

—Oh no —susurró—. No vas a ir a Saremach. Eso sería como… como caminar hacia

una trampa. Melaina podría atraparte ahí y nadie te vería de nuevo.

—Ahí es donde está—argumenté—. Melaina debe tenerla ahí, en algún lugar. Justo en

su propio terreno, donde podría conseguirla si lo necesitara.

—No vas a ir. Es demasiado peligroso. No te perderé de nuevo.

—¡No es tu elección!

—Se lo contaré yo mismo —amenazó—, al rey y la reina. Se lo contaré, Sinda, si tú no

lo haces.

—Kiernan —comencé—, por favor…

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No llegué más lejos, porque justo entonces el mundo explotó.

***

—¡Sinda, agáchate! —gritó Kiernan, pero apenas tuve tiempo de girar mientras mi

ventana, la que daba al jardín, reventó en miles de pedazos.

El cristal se hizo añicos hacia dentro, explotando sobre nosotros en una lluvia de

fragmentos. Sentí algunos resbalándose por mi piel justo antes que Kiernan chocara

conmigo para derribarme debajo del lado más cercano de la cama. Un segundo

después, las ramas del árbol que sombreaba el jardín volaron dentro de la habitación.

Chocaban contra las paredes, y sentí a Kiernan envolver sus brazos sobre mi cabeza. El

viento aullaba afuera y la lluvia descendía a través de la ventana rota como un

maremoto.

Esta no es una tormenta real, pensé mientras algo pesado golpeaba contra mí. Había

venido demasiado rápido, muy fuerte. Lluvia, vidrio y ramas giraban sobre mi cabeza,

cayendo donde podían, pero no podía ver nada de eso. Todo lo que podía ver era el

rostro de Kiernan sobre el mío, el pensamiento que acababa de tener se reflejaba en él.

La tormenta se extendió por lo que parecieron horas, pero yo sabía que en realidad

solo duró unos pocos minutos. Lentamente, el viento se apaciguó y la lluvia comenzó

a caer con más suavidad. Pasó un tiempo en el que solo podía contar mis latidos, hasta

que sentimos que no volaban más restos por la habitación. Kiernan finalmente se quitó

de encima de mí. Al principio parecía silencioso después del ruido de la tormenta,

hasta que entonces distinguí los sonidos de pies corriendo a través de la casa, y las

voces de las criadas llamando, tratando de encontrar a todos.

—¿Estas herida? —preguntó Kiernan.

Moví mi cabeza en un movimiento que podría haber sido un sí o un no. Kiernan

estaba cubierto por pequeños cortes donde su piel había estado expuesta, y sabía que

no debía verme mejor.

—Arañada —dije—. Y me duele la espalda por la caída. Pero nada serio, creo.

Ahora la voz de Philantha se alzaba por encima de las otras.

—Tenemos que ir a ella —dije.

Kiernan asintió antes de tambalearse en sus pies y extendió una de sus manos para

ayudarme a levantar.

El vidrio crujió debajo de nuestros pies mientras nos girábamos a observar la

habitación.

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174

Mi ventana había sido completamente destruida, por lo que ahora tenía un gran

agujero que deba al exterior en una pared. Ramas, hojas y lo que parecía ser un pedazo

de zócalo de una casa vecina yacían en el cuarto.

Algo había tirado mi baúl; su contenido estaba desparramado ante él. La lluvia había

empapado la mitad del cuarto, incluyendo la cama. Mi propio cabello, noté, estaba

chorreando, y Kiernan pasó una mano por su rostro para quitarse los mechones

mojados, dejando allí un rastro sangriento.

Me mordí los labios y saboreé sangre.

—Tuvimos suerte, supongo.

—Suerte —repitió Kiernan, pero tenía algo oscuro en la mirada.

Salimos del cuarto y bajamos por las escaleras hacia la entrada principal. Allí estaban

todos los empleados domésticos, temblando juntos en una esquina. Philantha estaba

arrodillada en el suelo, trabajando rápidamente para vendar el brazo de Tarion.

Murmuró unas palabras y una luz salió de sus manos y rodeó la herida.

—Listo —dijo enérgicamente—. Eso aguantará hasta que pueda echarle otro vistazo.

—Se enderezó mientras nos veía bajando, y abrió más los ojos—. ¡Sinda!—gritó—.

¡Ven aquí! ¿Estás herida?

Me señalé la cara y los brazos.

—Lo que ves. La ventana explotó. Creo que una rama se metió. —No iba a mencionar

que la ventana explotó antes de que la primera rama entrara—. Pero estamos bien.

Sacudió la cabeza con los labios apretados.

—Nunca en toda mi vida había visto una tormenta tan grande. Afortunadamente solo

se rompió un panel de vidrio en mi estudio, o habría un cráter donde la casa solía

estar.

Me tambaleé contra Kiernan, y lo miré cuando puso sus manos en mis hombros para

estabilizarme. No había considerado lo que habría pasado si la tormenta hubiera

golpeado el estudio de Philantha como lo hizo en mi habitación. Un cráter, pensé,

habría sido lo mínimo.

—Philantha —comenzó Kiernan—. ¿No cree que esta tormenta…?

Le alcé una ceja lo suficientemente enojada para que se contuviera.

—¿ …fue la peor que haya visto jamás? —Terminé por él.

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—Ciertamente fue una de las peores, aunque una vez yo estaba en la costa cuando

llegó un huracán, y eso definitivamente supera a esto —dijo.

Kiernan me miró, pero no preguntó nada más. Sin embargo, sabía lo que había estado

a punto de decir. Pero si Philantha creía que había sido una tormenta natural, yo no lo

dejaría persuadirla de lo contrario.

—Bueno, estamos todos aquí —dijo Philantha con las manos en la cadera—.

Deberíamos salir a ver si hay algún herido en la calle. Gemalind, ven conmigo, iremos

a buscar provisiones. Kiernan, Sinda, quédense aquí y límpiense un poco antes de salir.

No tiene sentido asustar al barrio más de lo que ya lo está, y pareciera que ustedes

estuvieron rodando en vidrio.

***

Varias horas después, Kiernan y yo estábamos en uno de los cuartos vacíos, uno que la

tormenta no había afectado. Ambos teníamos un millón de vendas; Kiernan seguía

rascándose donde las tenía. Mis cosas estaban en pilas en el suelo, estiradas para

secarse; había estado demasiado cansada para organizarlas en mi nuevo cuarto. Las

dos páginas de la biblioteca, que habían salido volando y habían sufrido el viento y el

agua, estaban en una mesita con cuatro libros cubriéndoles las esquinas para que

volvieran a su forma original.

—Esto fue Melaina —gruñó Kiernan—. Tú lo sabes, y yo lo sé. Esta fue la única casa

en la calle que quedó así, y tu cuarto es el peor. Deberíamos habérselo dicho a

Philantha.

—No. —Me crucé de brazos, intentando no hace una mueca de dolor—. Ella no

pareció pensar que hubiera sido algo raro, y nadie más en la calle lo hizo.

—¡Esa no fue una tormenta normal!

—Lo sé. Pero no tenemos pruebas, y si le decimos que creemos que fue Melaina,

tendremos que contarle todo lo demás.

—Lo que me parece perfecto —dijo Kiernan—. No hay razón para no saberlo.

Sabemos que no es Neomar, por lo que Philantha no elegirá a su amigo sobre

nosotros. Nunca dijiste que ella y Melaina fueran cercanas.

—Lo sé, pero… —Sacudí la cabeza, sintiéndome confundida. Tenía razón, deberíamos

contárselo a Philantha, pero algo que no reconocía me lo impedía—. Podría ponerla en

peligro —dije finalmente—. Si Melaina descubre que ella también lo sabe, podría

intentar… hacerle algo.

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—¿Cómo intentó “hacerte algo” a ti? —Se inclinó en su silla y suspiró—. ¡Por el Dios

Sin Nombre, Sinda! Intentó matarte.

—Quizás no intentaba matarme —insistí tercamente, aunque sabía que era poco

probable—. Quizás solo intentaba asustarme. Hacerme abandonar.

Kiernan bufó con tanta fuerza que se levantó el flequillo de la frente.

—Realmente no importa. La asustaste y por eso actuó precipitadamente hoy. Si está

asustada, será más peligrosa. Una vez que comprenda que no te ha detenido, lo

volverá a intentar. Y en la próxima no fallará. La mujer está metida en un plan para

robarse el trono para su familia. No permitirá que una chiquilla se le interponga.

Aquí estábamos. De vuelta a donde estuvimos antes de que la tormenta hubiera

destruido mi cuarto. Miré a Kiernan. Su rostro estaba extrañamente serio; podía verlo

preocupado y asustado. No iba a dejar pasar esto.

—Ahora podemos decírselo —insistió—. Al rey y la reina. A Philantha. A alguien que

pueda ayudarnos. Dime porqué no podemos.

Sacudí la cabeza.

Por favor, Kiernan. N podemos decírselo a nadie. Philantha… podría salir herida. Y

por otro lado, seguimos sin tener suficientes pruebas. No lo creerán; no querrán

creerlo. Deberíamos mentir un poco, dejarla creer que nos hemos rendido, y después,

cuando menos se lo espere, iremos a Saremach y encontraremos...

Pero Kiernan cedería; me miró con una expresión decidida.

—Es demasiado arriesgado. Ahora estará vigilándote más, si no intenta hacerte nada.

O lo decimos, o realmente lo dejamos Sinda.

Sentí como si me hubiera pateado en el estómago; realmente retrocedí, con los brazos

alrededor de mi cuerpo.

—¿Dejarlo? —espeté—. ¿De qué estás hablando?

—¿Qué importa quien se siente en el trono, si Orianne o Nalia? Ambas son de la

realeza, ¿verdad? Y Orianne es…buena. No sabe nada de esto. Sería una buena reina.

Sacudí mi cabeza, y me levanté de la silla. No podía creerlo, no podía creer lo que

estaba diciendo.

—No podemos… Melaina… ¡Eran renegados! Su familia intentó matar a la verdadera

reina.

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—¡Hace más de cien años! —gritó Kiernan—. Hace tanto tiempo que a muchos les

cuesta recordarlo.

—¡No! ¡Importa! —Yo estaba dando vueltas, fuertemente envuelta en mis brazos.

¿Cómo podía estar diciéndome esto? ¿Cómo podría pensar que yo simplemente me alejaría como

si nada?—. ¡Importa! Si no la encontramos, entonces todo eso… mi vida… —Mi voz se

cortó en seco. Apenas podía respirar; mis pulmones se sentían muy pequeños.

Pero Kiernan había fruncido los labios y cerrado los ojos.

—Eso es realmente todo, ¿no? Es por eso que no podemos decirlo. No es sobre tener

suficientes pruebas, ni de que a Philantha le hagan algo. No es por el pueblo ni por el

trono. Esto es para que pruebes que no eres una don nadie. Si no puedes ser la

princesa, serás la salvadora de la princesa.

Otra sensación de patada, pero más fuerte, golpeó justo en el lugar donde me estaba

sosteniendo.

—No —susurré, pero en voz muy baja.

—No puedes ser simplemente una escriba, o hechicera. ¡Por Dios Sin Nombre! —

gritó, pasándose una mano por el cabello—. Desearía que nunca te hubieran

encontrado, ni que te hubieran hecho creer que eras una princesa. Nada más será

nunca lo suficientemente bueno, ya no. Nunca serás feliz. Te arrojarás al peligro, lo

tomarás todo por ti misma, solo para demostrar que se habían equivocado. Y yo

solo… yo solo…

Y sin advertencia se paró frente a mí, me tomó por los hombros para detenerme y me

besó.

Si yo creía que ser besada por Tyr era de lo que iba besar, estaba equivocada. Este beso

superaba al de Tyr, lo arrojaba al suelo y bailaba sobre su tumba. Era como ser besada

por el sol, o por la misma felicidad. Los brazos de Kiernan me rodearon,

sosteniéndome con tanta fuerza que creí que dejaría las marcas de sus manos en mi

piel. Pero sus labios eran suaves, se movían con los míos como si fueran uno, como si

lo hubieran hecho durante años. Pequeños espasmos de placer inundaron mi cuerpo,

desde los labios hasta los pies. Sentí mis propios brazos rodear el cuello de Kiernan y

pensé que me derretiría en las sensaciones.

Y entonces sentí frío mientras el aire se metía entre nosotros. Kiernan me dio un

último beso, y retrocedió. Boqueé, como si me estuviera ahogando porque una ola me

acabara de quitar el aliento.

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—Te amo, Sinda —dijo, no enérgicamente, pero con decisión—. Lo he hecho

durante… Oh, años… Antes de siquiera comprenderlo. Te amaba cuando eras la

princesa, y te amo ahora. Solo quiero que seas feliz. Y que estés a salvo. No me

importa si eres la Reina de Thorvaldor o una pastorcita en Mossfeld. —Pasó una mano

por mi rostro, acariciando mis labios con el pulgar—. Pero a ti sí, ¿verdad?

Kiernan estaba mirándome, su rostro siempre risueño por una vez lucía tan serio como

el mío. Más que nada quería volver a rodearlo con mis manos, dejar que mi mejor y

único amigo, me besara hasta el fin del mundo.

No podía hacerlo.

—Tengo que encontrarla —susurré—, tengo que hacerlo.

Retrocedí un paso, alzando mis manos temblorosas. La piel alrededor de sus ojos se

tensó mientras se congelaba por la confusión. Tenía lágrimas en los ojos mientras

invocaba mi poder, sintiéndolo venir a mí. Este hechizo, sabía, con mi corazón

rompiéndose, funcionaría.

—Lo siento —suspiré.

Salió una luz blanca de la palma de mi mano, encegueciendo a Kiernan. Retrocedió y

cerró los ojos, cubriéndoselos con las manos, y después se acabó. Dejé caer mis manos

mientras me temblaban los hombros.

—¿Qué fue eso? —preguntó reticente.

—Un hechizo. —Apenas podía mirarlo—. Para impedirte que le cuentes a alguien lo

de Nalia. No podrás hablar de ello, ni escribirlo, ni siquiera contarle a alguien lo del

hechizo. Es un bloqueo, solo para esto.

Tragó, con los ojos vidriosos.

—¿No lo removerás?

Sacudí la cabeza.

—No hasta que la encuentre. Una vez que lo haga, el hechizo acabará por sí mismo.

Cerró los ojos. Parecía como un hombre hambriento rechazando un festín, o alguien

que ha engañado el deseo de su corazón.

—No puedo ayudarte —dijo finalmente—. Con Melaina detrás de ti, y esa profecía, yo

no… no puedo ver cómo te hieren, Sinda.

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¿No tenerlo conmigo? ¿No tenerlo para cuidarme la espalda, para hacerme reír cuando me sienta

derrotada? Se sentía amargo, como cenizas y sangre en mi lengua.

Avanzó y me tomó en un abrazo. Me hizo sentir que estaba intentando memorizarme,

grabar la sensación de nuestros cuerpos en su mente.

Su boca se movió hacia mi oreja.

—Te amo. Lo lamento, por favor, cuídate.

Y entonces se fue, cerrando la puerta tras de sí, y mi corazón, rebelde y cruel, se fue

con él.

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Traducido por Takara y Emii_Gregori

Corregido por Alina Eugenia

os siguientes días pasaron en una neblina. Sabía que debía estar en guardia y tener

cuidado por cualquier otro intento de asesinato por parte de Melaina o, al menos,

de sus espías. Quizás, pensé, que le pareció era peligroso o pronto para otro

ataque a gran escala, porque nada malo me ocurrió. Pero incluso sin esa preocupación,

yo sabía que tenía que pensar en Nalia. Iba a tener que salir a escondidas de Vivaskari,

sin que Melaina lo notara, e ir a buscarla a la cuna del peligro: Saremarch, a la altura

de Melaina. Debería estar pensando en proteger mi pellejo y salvar el reino.

No podía pensar en nada, excepto en Kiernan. A veces pensaba en él con ira, por

dejarme. A veces sentía que me había traicionado. Pero la mayor parte del tiempo, lo

entendía. Yo había fijado el rumbo en esa dirección, la que tenía tan pocas

posibilidades de éxito. Hasta el oráculo solo me había dado una posibilidad entre tres

de sobrevivir. Sabía que él no quería verme morir. Así que me estaba debatiendo entre

sentirme traicionada y el desear lanzarme a sus brazos y pedirle que me amara para

siempre.

Hubiera sido diferente cuando era la princesa. En ese momento, había observado su

coqueteo con otras muchachas y al menos me dije que su corazón estaba allí. Había

sido fácil pensar que, a pesar de que siempre volvía a mí después de cada

enamoramiento, él solo quería mi amistad. Y él debe haberlo reprimido, guardando

sus verdaderos sentimientos para sí mismo, sabiendo que nunca se me habría

permitido casarme con un noble menor de Rithia, sin importar lo que sus padres

hubieran esperado. Me casaría por motivos políticos; los dos lo sabíamos. No había

ninguna razón para pensar que podríamos ser algo más que amigos. Pero aun así, era

una fina fachada, uno que yo hubiera atravesado, si hubiera querido.

¿Y cuándo ya no era la princesa? ¿Lo hubiera sabido? ¿Si hubiera mirado, lo hubiera

sabido? Sí, tenía que admitirlo; lo hubiera sabido. Pero era como saber que necesitas el

aire para respirar o el agua cuando tienes sed. Era algo que yo sabía, pero sin reparar

L

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181

en ello, sin ni siquiera considerarlo realmente. Había tenido el corazón de Kiernan

durante tanto tiempo que me había olvidado de que lo tenía escondido debajo del mío.

Así que, sí, lo hubiera sabido. ¿No se había interpuesto su rostro entre Tyr y yo, sin

importar lo que traté de olvidarlo? ¿No me había sentido de algún modo culpable

cuando besé a Tyr, como si hubiera traicionado a Kiernan? ¿Y no había venido a

buscarme a Treb? ¿No había pasado conmigo cada día que podía desde que regresé a la

ciudad? Le había dicho lo contrario a Philantha, pero, ¿durante semanas, no me había

sentido rara con él, extraña, a sabiendas de que, en algún lugar de mi interior, las cosas

entre nosotros estaban cambiando?

O tal vez no estaban cambiando. Tal vez solo estaban convirtiéndose en lo que siempre

habían querido ser.

Lo que yo quería que fueran.

Porque sí quería. Había sentido, en ese único beso, cómo podían ser las cosas. Y yo

quería. ¡Oh, vaya que si quería!

Pero yo había tirado todo por la borda lanzando ese hechizo en Kiernan en contra de

su voluntad, impidiéndole hacer lo que él pensaba que debía hacer para protegerme.

Yo había visto la mirada de asombro en su rostro cuando usé mi magia en él. No sabía

cómo iba a ser capaz de perdonarme después de eso.

Había destruido mi oportunidad de ser feliz con la persona que siempre me había

entendido.

Todo para salvar el reino que me había abandonado o, tal vez, solo para demostrarme

a mí misma que yo era algo que valía la pena.

***

Pero si pensaba que podría hundirme en mis propios problemas mucho tiempo, me

equivocaba. Lo aprendí cinco días después de la tormenta, mientras estaba en la cola

de la tienda del boticario.

—Es el rey —le estaba diciendo la mujer de delante de mí al boticario—. Está enfermo.

Todos los médicos están en palacio y también la mitad de los magos de la universidad.

No dicen mucho, pero he oído un rumor sobre la fiebre de la vena roja redvein.

El boticario se inclinó sobre el mostrador.

—¿La fiebre de redvein? —exclamó, sacudiendo la cabeza—. Cuando llega tan rápido,

lo más probable que el paciente muera —se interrumpió, mirándome por encima del

hombro de la otra mujer—. Señorita, ¿se encuentra bien?

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Porque había perdido el equilibrio sin darme cuenta, llegando a ciegas para apoyarme

contra la pared. La fiebre de redvein. Cerré los ojos y me estremecí. Neomar. Él se

había ido al campo por esa fiebre. Y el oráculo, ella también había muerto de eso.

Alguien que podría haber amenazado el plan de Melaina, que lo conocía y se sentía

culpable. Qué extraño que contrajeran la misma enfermedad. Una enfermedad rara,

después de todo. Extraño también que el rey la hubiera contraído.

Demasiado extraño.

Me sacudí.

—Bien, estoy bien —dije—. Pero el rey… ¿dijeron si era grave?

La mujer parecía preocupada.

—Sí, niña. Dicen que está teniendo alucinaciones y nadie puede calmarlo. La reina y

la princesa están a su lado día y noche.

Compré las hierbas que Philantha quería sin verlas siquiera. De camino a casa, parecía

que a la vuelta de cada esquina encontraba gente hablando del rey. Susurraban que los

médicos no podían hacer nada, ni tampoco los magos. Murmuraban que la princesa

parecía tan severa, hermosa y, en su dolor, mucho mayor de su edad. Y con cada paso,

me aseguraba más.

Melaina estaba detrás de esto. Había enviado la enfermedad por medio de la magia,

matando a su hermana años atrás, así no podría cambiar de opinión y contar su

secreto. Ella había causado que Neomar enfermara, así dejaría la ciudad por el campo,

donde nunca tendría la oportunidad de darse cuenta de que el hechizo que ella había

creado todavía estaba activo en Orianne. Quizás también él estaba moribundo en este

momento. Y ahora mataría al rey, para que Orianne pudiera convertirse en reina,

haciéndola mucho más heredera al trono.

No me había movido lo bastante rápido.

Kiernan, pensé de pronto, ojalá estuvieras aquí. Aquí, caminando a mi lado, diciéndome que

no es demasiado tarde, que iremos a buscar a Nalia y solucionaremos esto. Para poner su brazo a

mi alrededor y yo presionar mi rostro contra su camisa, estremeciéndome de preocupación por el

hombre que pensaba que era mi padre. Para reír por su risa imprudente y decir que, juntos,

encontraríamos un camino.

El deseo en mí era tan fuerte que alcé la mirada casi creyendo que iba a estar de pie

ante mí. Pero él no estaba allí. Solo pude encoger los hombros y abrirme paso entre la

multitud de personas que murmuraban, sintiéndome pequeña y sola.

***

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183

Así, mientras la ciudad contenía la respiración, esperando a que el rey viviera o

muriera, me preparé para destronar a la chica que pensaban era la princesa. Lo hice

con cuidado, a escondidas, siempre mirando sobre mi hombro buscando a Melaina o a

sus secuaces. Esto me hizo más lenta, de modo que lo que debía llevado poco más de

un día me llevó cuatro. Compré víveres con la excusa de que hacía recados para el

cocinero de Philantha y a ella la convencí de que toda la casa debía tener botas nuevas

para que yo también pudiera tener algunas. Me las arreglé para alquilar un caballo de

un establo cuando visité uno con Tarion, con el pretexto de ayudarle a llevar a casa

varias bolsas de comida.

Durante un viaje con Philantha a la biblioteca de la universidad, encontré un mapa del

norte de Thorvaldor que mostraba Saremarch con detalle, así que no sentí

remordimientos al meterlo debajo de mi capa y salir con él. Escondí las páginas que

había arrancado de las genealogías en un tablón suelto debajo de la cama, en mi nueva

habitación, junto con el recipiente de cobre que contenía la confesión del oráculo.

Después de pensarlo un segundo, puse el mapa del rey Kelman con ellos, solo para

mantener su seguridad. Practiqué hechizos que me harían parecer más vieja o más

joven, rubia o pelirroja. Incluso entonces, sin embargo, con todo lo que tenía frente a

mí, podía sentir la magia en mi interior, escondida de tal manera que era

prácticamente inútil, dejando escapar solo un poco en cada intento.

Finalmente, decidí que había hecho todo lo posible, a falta de montar un caballo y

cabalgar hasta las puertas de Vivaskari. Lo único que no había hecho era decirle a

Philantha que me iba.

Si hubiera podido, hubiera dudado y lo habría pospuesto. No tenía ninguna mentira

preparada esta vez; definitivamente no había inventado ninguna porque sentí que, de

algún modo, eso podría corromper mi búsqueda. Pero tampoco podía decirle la

verdad. Aunque al final, cuando todas mis cosas estuvieron empaquetadas, me obligué

a caminar por el pasillo hasta su despacho y tocar la puerta.

—¡Entra, entra! Mira esto —exigió tan pronto como cerré la puerta. Ella levantó una

larga piel de serpiente, delgada como el papel—. Ahora, creo que, si aplicamos la ley

de Tabitha, seremos capaces de… bueno, es difícil de explicar, pero te lo mostraré y

luego…

—Me voy, Philantha —interrumpí suavemente.

Ella se detuvo, parpadeando una vez y luego hablando apresuradamente.

—Bueno, tengo que decir que es un momento inoportuno… me gustaría más bien que

te quedaras a ayudarme con esto. De hecho, insisto. Puedes ir a ver Kiernan esta

noche. Ahora…

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184

Sacudí mi cabeza y puse una mano sobre su delgado brazo.

—No. Me refiero a que me voy de la ciudad. Tengo… tengo algo por hacer. Desearía

no hacerlo, pero no puedo ignorarlo más. Tengo que ir y no sé cuando regresaré. —Me

sentí miserable… asustada y sola, abandonando a Philantha en el proceso.

Colocando la piel sobre una mesa, Philantha giró sus brillantes ojos de pájaro hacia

mí. Registraron mi cara y me pregunté si sería capaz de ver la verdad. Melaina habría

arrancado los hechos de mi mente con la magia, pero Philantha solo asintió.

—Puedo verlo—dijo—. Pero no temas. Todo esto… —Ella balanceó una mano para

indicar su despacho—… estará aquí cuando regreses.

Sin opiniones, sin preguntas, solo simple aceptación. Eso me hizo tener tantas ganas

de decírselo que casi le conté toda la historia allí mismo, a sus pies, solo para tener a

alguien detrás de mí, para que alguien más lo supiera.

Dudé, insegura, vacilando sobre qué decir o qué no. Pero finalmente, cuando debería

haber abierto mi boca, no lo hice. Ya fuera por temor a su seguridad, o por lo que

Kiernan había dicho, que quería encontrar a la Princesa sola, o ambas, no sabría

decirlo. Ya fuera por debilidad o fortaleza por mi parte, no pude decírselo. Así que

solo sonreí temblorosamente, asintiendo en acuerdo y abandoné el despacho tan

silenciosamente como había llegado. Tomé el bolso de mi habitación y salí por la

puerta de Philantha hacia el establo donde había arreglado alquilar el caballo. No miré

hacia atrás, a la casa; ni detrás, hacia el palacio en el cual el rey estaba muriéndose,

donde la segunda princesa falsa estaba sentada a su lado, preocupada, y donde sin

duda Kiernan caminaba por los pasillos, preguntándose si me había ido. No miré hacia

atrás en absoluto. Tenía miedo de que, si lo hacía, no tendría el valor para seguir

adelante.

***

Las tierras de Saremarch estaban a solo dos días de viaje desde Vivaskari. Yo quería

recorrer deprisa el camino, pero temía que una chica solitaria y apurada atraería el tipo

de atención equivocada. También tenía un sano sentido sobre mi propia

vulnerabilidad; las carreteras cercanas a Vivaskari eran seguras por lo general, pero los

viajeros solitarios podrían tentar a los ladrones y a otros tipos desesperados. Así que

viajé despacio, tratando de mantenerme cerca de los vagones de los agricultores o de

las caravanas de comerciantes, gente que podría ayudarme si comenzaba a gritar. Yo

sabía que, si éramos atacados realmente, mi magia podría decidir afirmarse en mi

defensa, pero sentía que no podía contar con ella.

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185

Durante la mayor parte del primer día, monté con mis hombros encorvados,

sorprendiéndome cada vez que oía que a alguien acercarse por detrás. Parecía casi

absurdo pensar que podría haber escapado de la ciudad sin que los espías de Melaina le

advirtieran, dándome persecución; empecé a pensar que, por primera vez, mi suerte se

había mantenido, que me había deslizado entre ellos. La primera noche me alojé en

una posada de carretera después de decirle a su dueño que visitaría a mi padre

enfermo, en un pueblo muy lejano, en las fronteras de Saremarch. La noche siguiente,

el crepúsculo cayó antes de llegar a un verdadero pueblo, así que le pedí refugio a un

granjero y a su esposa, cuya casa estaba en el camino. Ellos no tenían una habitación

extra, pero apilaron mantas frente al fuego y dormí bastante bien, dejándoles una

moneda en mi partida.

Al tercer día, llegué al límite de las tierras de Melaina.

Los dominios de Saremarch no eran grandes. Pequeñas tierras de cultivo, suficientes

para llevar un poco de dinero a los Harandrons. Aunque Saremarch estaba cubierto

mayormente por bosques. En el mapa que había robado de la universidad de

hechiceros, vi que tres pequeñas aldeas punteaban el cultivo, formando un semicírculo

alrededor de la única aldea de verdad, March Holdings, que se encontraba en el límite

de estas tierras y al comienzo de los bosques del norte de Thorvaldor. El pueblo había

crecido alrededor de la Casa Sare, la sede de los Harandrons, donde tenía planeado ir

primero.

Me tomó solo hasta el mediodía llegar a March Holdings. El humo se elevaba de las

chimeneas y los delgados senderos hicieron que mis manos temblaran tanto que mi

caballo sacudió su cabeza y se apartó confundido.

¿Qué iba a hacer? No tenía ningún plan, admití finalmente, excepto ir a la ciudad y

empezar a buscar a una chica de mi edad con un triángulo de manchas rojas en su

brazo. Necesitaba una historia, pero Kiernan era el único que podía inventar razones

elaboradas para estar donde se supone que no debes.

Mi corazón tembló al pensar en él, comprimiéndose; tuve que esforzarme por inhalar y

exhalar lentamente. No está aquí, me dije. Tendrás que hacerlo por tu cuenta. Si no la

encuentras tú, nadie lo hará.

Lo cual no era, pensé, el llamado más alentador que había oído para armarme. Pero

fue suficiente, de alguna manera, para hacer golpear mis talones contra los lados de mi

caballo y dirigirme hacia March Holdings.

***

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186

Mientras entraba en el pueblo, pensé que debía lucir como un fantasma montado a

caballo: pálida y demacrada, con los brazos y piernas temblorosos. Seguramente, lo

bastante extraña como para hacer que la gente sospechara. Sin embargo, a pesar de

que atraje algunas miradas, nadie me prestó atención ni un segundo. Había un gitano

ambulante, su vagón detenido en medio del pueblo, quien había atraído la atención de

la mayoría de los aldeanos. Las mujeres estaban examinando ollas y sartenes, mientras

los niños corrían bajo sus pies, o esperando en fila con artículos para ser reparados.

Localizando un pequeño establo, pagué una moneda de cobre por atar mi caballo allí y

dejé escapar un suspiro de alivio mientras el chico del establo me proporcionaba una

historia.

—¿Vienes de Hol’s Landing? ¿Viniste a ver al gitano? —preguntó.

Asentí con cautela.

El muchacho sonrió abiertamente con sus dientes separados.

—Mi tía me contó que vendrías esta semana. ¿Ella te lo dijo?

Asentí otra vez, pero afortunadamente me libré de tener que producir detalles sobre su

tía cuando el jefe del establo le silbó. Salí del alcance de la luz del sol, pensando.

Parecía que la mayoría del pueblo estaba en los alrededores, ya sea regateando con el

gitano o chismeando. Y si la noticia de su llegada se había extendido, había una

posibilidad de que Nalia pudiera llegar a verlo por sí misma. Tal vez todo lo que tenía

que hacer para encontrarla era esperar.

Así que esperé. Me senté en un banco junto a una taberna, tratando de parecer como si

estuviera esperando mi turno con el gitano. Miré hacia atrás y hacia adelante

lentamente, tratando de parecer simplemente curiosa por cada nueva persona

caminando en la carretera, pero estudiándolos con atención. Una vez mi corazón saltó

en mi garganta, solo para volver rápidamente a su lugar cuando me di cuenta de que la

chica que había visto era demasiado mayor para ser Nalia. El sol se movió a través del

cielo, así que tuve que cambiar de banco para permanecer en la sombra, pero no vi a

nadie que pudiera lucir como una princesa perdida.

Durante un tiempo, traté de concentrarme, pensando en cómo sería Nalia. La

imaginaba como Orianne, con la misma gracia y seguridad al caminar, majestuosa

incluso en la ropa de chica común que sin duda llevaría. Después de todo estaban

emparentadas, así que pensé que debía estar buscando a alguien similar.

Sin embargo, imaginar cómo sería Nalia me costó mucho, así que mis pensamientos se

enfocaron en lo que haría cuando Nalia, y si aparecía. Me había preocupado tanto por

salir a hurtadillas de la ciudad sin ser detectada y llegar sin contratiempos a Saremarch,

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187

que no le había prestado mucha atención a cómo iba a conseguir, exactamente, que

Nalia viniera conmigo.

¿Debería contarle toda la verdad? Pero, ¿y si no me creía? Había pasado tanto tiempo

preocupada porque me creyeran, que parecía completamente probable que escuchara

mi historia y pensara que estoy loca, o que soy estúpida. O tal vez no. ¿A qué chica no

le gustaría que le dijeran que realmente es una princesa? Pero aún así, pensar en decirle

a Nalia toda la verdad hizo que mi estómago se revolviera, incómodo. Tal vez

una…versión modificada de la verdad sería mejor. Podría decirle que yo era la

representante de un pariente desconocido en Vivaskari, quien había muerto

recientemente dejándole una herencia. Puede haber documentos que necesiten ser

firmados, pero tenían que ser tratados solo en la capital. Eso debería hacer que viniera

conmigo, al menos. Luego, en el viaje de regreso, mientras comenzáramos a

conocernos mejor, poco a poco podría decirle la verdad.

Fijando ese plan en mi mente, me reacomodé en el banco y regresé a la vigilia. Pero si

había pensado en dar con un plan que hiciera que Nalia apareciera de alguna manera,

estaba equivocada.

Esto no está funcionando, pensé mientras las sombras de los elevados edificios se

proyectaban a través de la aldea. La multitud del gitano había disminuido mientras la

gente comenzaba a hacer su camino a casa para cenar. Una de mis piernas se había

quedado dormida y mi estómago pedía a gritos comida. ¿Qué debo hacer? Me pregunté

mientras me levantaba y, por ninguna otra razón más que por curiosidad, me acerqué

al vagón del gitano. ¿Ir a cada puerta y preguntar si alguien conocía una chica de mi

edad, que podía o no parecerse un poco a mí? No me gustaba la idea de llamar la

atención; este era el pueblo de Melaina, después de todo, ¿y quién sabe qué clase de

espías podría tener en él? Pero no tenía tiempo para esperar, solo la mera esperanza de

que Nalia se acercara a mí.

El vagón del gitano no tenía nada de verdadero interés y me di la vuelta,

preguntándome cuánto costaría una comida en la taberna, cuando algo pareció

extender la mano, tirando de mí. Me tambaleé hacia un lado y el hombre que estaba

con el gitano extendió una mano para atraparme.

—¿Señorita? Señorita, ¿está bien?

Asentí, sin mirarlo. No podría haberlo mirado aunque lo hubiera intentado. Porque

allí, mirándome en medio del camino con expresión de sorpresa, sin duda reflejando la

mía, estaba la princesa.

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188

Traducido por Xhessii

Corregido SOS por Klarlissa

lla me miró, una mano iba a su pecho y una mirada de incomodidad pasó por su

rostro. Una olla abollada colgaba en su otra mano; obviamente había venido a ver

al calderero. Pero ella podía sentir la misma sensación tirante como yo… era tan

evidente por la manera en que me miraba confundida.

La sensación era ahora mucho más fuerte mientras miraba a la verdadera Nalia, que

cuando había estado con Orianne; en vez de esa pequeña plegaria por lo poco que me

quedaba, me enfrentaba a algo mucho más grande. Pero parecía disminuir un poco

mientras la miraba, como si la magia del hechizo estuviera satisfecha por haberla

notado y se asentara. Me quité de encima al hombre que me había atrapado y alcé una

mano hacia la princesa.

Instantáneamente, una mirada como la de un zorrillo precavido cruzó por su rostro.

Ella me miró, sus ojos se estrecharon y entonces giró sobre sus talones y regresó

apresuradamente por donde había venido.

Me quedé atontada por un momento.

—¿Señorita? —dijo el hombre de nuevo.

—Gracias —murmuré—. Solo estaba mareada.

Después levanté mis faldas y me apresuré detrás de la princesa huidiza, haciendo caso

omiso de los murmullos que dejaba detrás.

Ella giró entre dos casas y empezó a correr una vez que estuvo en la calle principal. Un

pequeño rastro de tierra conducía desde la villa al bosque y pude ver su pequeña figura

entre las sombras. La seguí, pero ahora más despacio, hasta que el rastro terminó en

una casa pequeña. En la puerta, miró hacia atrás, me vio y se giró para encararme,

poniendo sus manos en las caderas.

—Bueno —exigió—. ¿Qué es lo que quieres?

E

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189

Ella era pequeña, incluso más pequeña que yo; pude verlo mientras me aproximaba.

Lógicamente, de huesos finos, pero no era tan alta como Orianne. Aún, incluso en las

tinieblas del bosque, pude ver que tenía una silueta muy delgada incluso para una

persona pequeña. Tenía una mirada filosa y hambrienta en sus ojos y en su boca, lo

que la había parecer un zorro.

Pero aun así, ella se parecía a la reina, si sabías donde buscar. Y yo, que había pasado

toda mi infancia pensando que la reina era mi madre, lo hice.

—Yo… yo he estado buscándote… —Dejé caer. De repente las palabras se alejaban de

mí; no podía averiguar como empezar, qué decir. Había encontrado a la princesa,

estaba segura, pero no podría ni unir dos palabras ni con la ayuda de una aguja.

—Eres tú la que hace esto, ¿verdad? —Apuntó a su pecho, donde ella debía sentir el

hechizo que nos unía—. ¿Es una clase de truco? Si Porter Handover hizo que hicieras

esto, por de los Dientes del Dios el Nombre yo, yo… —Su rostro enrojeció y sé agarró

la cabeza, tirando hacia atrás de su cabello con coraje—. Le dirás que sé lo que piensa

de mí, lo que piensa de mi abuela, pero no tiene derecho a enviar a una bruja para

hechizarme por solo ir al pueblo.

—Yo no estoy haciendo eso —dije, sacudiendo mi cabeza vehementemente—. Es un

hechizo, pero yo no lo lancé.

—Bien. Y es por eso que no lo sentí hasta que te vi mirándome en la calle. Por eso me

perseguías por el bosque. —Sus puños estaban a sus lados y sus nudillos palidecieron—

. No he olvidado lo que Porter hizo la última vez que me vio… mi casa todavía huele

por todas partes a estanque podrido. Y ahora tiene a un hechicero de ranas trabajando

para él…

—Yo no lo hice —insistí—. Juro que no. Pero tal vez… tal vez pueda protegerte de él.

Me miró, con su barbilla altanera. Parecía que de un momento a otro iba azotarme la

puerta en la cara o golpearme con las manos desnudas. Me sentí inestable e insegura,

completamente desprevenida para probar un hechizo. La magia rugió dentro de mí,

listo para saltar por la sensación del hechizo que nos unía y por mis propios nervios.

Cálmate, pensé desesperadamente. Pude ver el hechizo que podría protegernos de la

sensación tirante… un escudo sencillo y de bajo nivel. Pero si lo estropeaba, poniendo

demasiado poder, el escudo podría enviarnos volando al bosque por su fuerza. Por

favor, cálmate. Levanté mis manos temblorosas, lo que no era bueno. Estaba demasiado

ansiosa, demasiado asustada de ponerme blanda y lastimarla. Levanté mi cara hacia el

cielo, tratando de detener las lágrimas.

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Puedes hacerlo, parecía que alguien murmuraba en mi oído. Esa voz era tan familiar

como la mía. Me sacudí, casi esperando ver a Kiernan salir del bosque, pero era mi

cabeza la que había reproducido su voz. Así, en ese momento de calma, el sentimiento

de lo correcto había venido con el recuerdo, lo que era suficiente. En mi mente, me

imaginé una suave manta cayendo sobre Nalia y sobre mí, una que bloqueara la

sensación que nos llamaba. La escuché inhalar mientras el hechizo se establecía. Sus

ojos se estrecharon al verme mientras la miraba, pero era más una consideración que

una sospecha.

—¿Hiciste eso? —preguntó.

Asentí.

—¿Lo juras?

—Lo juro.

Ella juntó sus labios, y seguidamente dijo:

—Soy Mika Varish.

—Yo, Sinda Azaway. Y como dije, he estado buscándote.

***

Era una casa pequeña, mucho más pequeña que la de Tía Varil… solo tenía una

habitación, con puertas sucias, un catre pequeño y unas piezas de muebles rústicos.

Adentro, Mika calentó un poco de agua en la chimenea, dejando caer unas hojas y me

alcanzó una taza de un té poco cargado. Luego, con su taza en las manos, se sentó en

una de las dos sillas e hizo un gesto hacia la otra. Ella me miró por encima del borde

de la taza mientras me sentaba, y luego dijo francamente:

—Hablas como una dama. Y he escuchado tu nombre. Ellos hablaron de ti cuando

encontraron a la verdadera princesa. Todos lo olvidaron, pero yo no. ¿Por qué vendrías

a buscarme?

Mi lengua se sentía dura y seca, así que tragué un trago de té y casi lo escupí cuando

me quemó.

—¿Puedo ver tu brazo izquierdo? —pregunté cuando pude hablar.

—¿Por qué?

—¿Puedo solo verlo?

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Otra de esas astutas miradas se cruzó por mi camino, pero finalmente Mika sacó su

brazo. Cuidadosamente, como si me aproximara a un animal herido, lo giré para que

su palma quedara hacia arriba. Llevaba un vestido remendado de color café, las

mangas eran un poco cortas. Apenas respirando, tiré de su manga para cubrir su brazo

izquierdo.

Tres puntos pequeños de color rojizo, en forma de un triángulo rudimentario, estaban

en el pliegue de su codo.

Dejé caer su brazo, resistiendo la urgencia de frotar la misma marca en mi brazo, y

pensé frenéticamente.

Mi plan, concebido cuando estaba sentada en un banco fuera de una taberna,

esperando a que una chica como Orianne se mostrara, ahora parecía ridículo.

Peor que eso, sabía sin dudarlo que si le mentía a Mika, si le decía absolutamente toda

la verdad, nunca tendríamos una oportunidad. Si le contaba mi historia sobre un

pariente y una herencia en Vivaskari, al momento en que supiera la verdad, ella dejaría

de creerme para siempre. Solo había estado con Mika durante unos momentos, pero

sabía que esta chica había sido tratada más duramente de lo que había considerado.

Sus ojos lo decían, los gestos agudos que hacía lo decían y las protestas encolerizadas

que convocó cuando la abordé, también lo decían. Había sido engañada muchas veces

en su vida, y si le mentía, la perdería.

Me había entrenado a mí misma, desde el momento en que había visto a Orianne

siendo hechizada a través de la ventana de palacio, para acallarme. Solo otras dos

personas vivas conocían toda la verdad de lo que había ocurrido dieciséis años atrás…

Kiernan, en quien confiaba más que en mí misma, y el oráculo del Dios Sin Nombre,

quien había jurado su silencio. Esos largos, largos días de discreción me hicieron

temblar al pensar en contárselo a alguien más, incluso a la verdadera princesa,

alrededor de quien se había construido todo.

Pero no había otra manera. No si yo quería ganarme su confianza, no si quería salvar a

Thorvaldor.

—Mika —dije lentamente—, lo que te voy a decir, va a sonar una locura. Pero tienes

que creerme. —Ella esperó sin hablar, y tragué. No había una manera fácil de sacarlo;

solo tenía que decirlo—. Hasta que tuve dieciséis años, tenía esa misma marca de

nacimiento. O se le parecía cuando la tenía. En realidad, era parte del hechizo que me

había parecerme a la princesa. —De nuevo, ella esperó—. Ahora, la chica que está en

palacio tiene las mismas marcas, pero tampoco las de ella son reales. Porque ella no es

más verdadera princesa de lo que yo lo era. Alguien ha engañado al rey y a la reina,

engañándolos al cambiarles la princesa no una, sino dos veces.

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Puse la taza de té en la mesa desvencijada que estaba junto a mí.

—Mika, solo hay una chica que tiene la marca verdadera. Tú. Tú eres la verdadera

princesa. Tú eres Nalia.

Ella se quedó inmóvil durante tanto tiempo que pensé que no me había escuchado.

Estuve a punto de repetirlo, cuando se levantó de la silla.

—Tienes razón —dijo lentamente—. Creo que estás loca. O mejor aún, creo que me

estás engañando, a la nieta de la señora loca del bosque. Tan rara, tan pobre, allá

afuera en su choza. ¿No sería gracioso hacerle creer que ella es la princesa? ¡No soy

estúpida! —gritó, acercándose hacia mí tan rápido, que me fui hacia la parte trasera de

la silla—. ¡Y puedes decírselo a Porter Handover! ¡Vete!

—Te estoy diciendo la verdad —insistí. Me forcé a no dar un paso hacia atrás, aunque

quería liberarme de su enojo. Incluso siendo tan pequeña, tan desconfiada, ella radiaba

una clase de poder furioso en su indignación—. ¡Por favor, tienes que escucharme! No

conozco a Porter Handover… no conozco a nadie en March Holdings. Soy quien dije

que soy.

Ella sacudió la cabeza, con el rostro rígido.

—No te creo.

—Entonces, ¿cómo supe lo de tu marca de nacimiento, si no se la muestras a nadie?

Puesto que nadie lo sabe. Y ese hechizo que sentiste, puedo explicarlo. Cuando nos

cambiaron, a las tres, ellos pusieron un poco de tu… esencia en Orianne y en mi para

que el hechizo hiciera que nos pareciéramos. Eso nos une, porque hay un poco de ti,

en mí. —Ella dejó de venir hacia mí, pero el coraje todavía seguía en su rostro. Miré

desenfrenadamente a mi alrededor buscando algo que pudiera persuadirla de escuchar

mi historia—. Apuesto a que tus padres están muertos, o pensabas que lo estaban. Y

apuesto a que ellos no eran de por aquí, que alguien te trajo cuando eras solo un bebé.

Dijiste que vivías con tu abuela…

Quería que me escuchara, pero no estaba preparada para la mirada de dolor que mis

palabras causaron. Sus brazos se cayeron a los lados mientras bajaba la cabeza, su

cabello oscuro cayendo por delante de su rostro.

—Vivía —dijo suavemente—. Vivía con mi abuela. Ahora está muerta.

Una imagen del rey muriendo en palacio pasó por mi mente y entonces enrollé mis

brazos a mi alrededor.

—Lo siento.

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Mika se encogió de hombros, un gesto pequeño.

—Ella estuvo enferma durante mucho tiempo. La tos entró en su pecho. No salió.

Tratamos con todos los remedios que conocía, pero solo era la sabiduría de los

bosques, no medicina propiamente dicha. No teníamos dinero para eso. Mira, Sinda

—dijo, sentándose en su silla y haciendo un gesto alrededor de la habitación—, eso es

lo que me hace dudar de ti. Mira alrededor. No soy una princesa. Apenas tengo lo

suficiente para comer… Tengo hambre la mitad del tiempo. La mitad de la gente del

pueblo no me habla, por creer que somos tan extrañas y pobres. Pensé en irme, pero no

puedo juntar lo suficiente para mudarme a Hol’s Landing. ¿Cómo puedo ser la

princesa?

—Es la persona que hizo esto —insistí—. Ella te debió de enviar aquí, donde sabía que

estabas. Pero no quería que tuvieras poderes, ni siquiera el más pequeño, así que, no

sé, les diría a los habitantes que no te ayudaran ni a ti ni a tu abuela, o les lanzó un

hechizo para que no les causaras agrado. Algo para mantenerte aquí, pero tan lejos que

no fueras capaz de marcharte.

Mika sonrió malignamente mientras sacudía la cabeza.

—¿Y quién tiene esa clase de poder?

Algo hacía que no quisiera darle su nombre; era el miedo de que, si lo hacía, ella

vendría hacia nosotras. Pero si quería que Mika me creyera, tendría que hacerlo.

—Melaina Harandron —murmuré.

El nombre hizo que Mika se sacudiera por la sorpresa.

—¿La Baronesa? ¿Ella es la que lo hizo?

Asentí seriamente.

—Por favor, déjame contarte la historia.

Por un momento, pensé que se negaría. Pero luego estiró las piernas frente a ella.

—Continúa —dijo socarronamente—. Me gustan las buenas historias.

***

La noche había descendido para el momento en que terminé, y me había terminado

otra taza de té del bosque poco cargado. Mika se sentó ante el fuego. Al final, dijo sin

mirarme:

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194

—Eres una buena contadora de historias, pero que yo te crea es pedir demasiado. Me

refiero a una conspiración de hace dieciséis años del que solo tú y tu amigo tenéis

conocimiento. Hechizos y cambios de bebés y el asesinato del rey. A mí me parecen a

las poesías inventadas por los bardos.

—Es verdad —dije, ya cansada—. Vi la confesión del oráculo con mis propios ojos.

Melaina quiso matarme con una tormenta, o al menos asustarme para mantenerme

callada. El rey estaba enfermo y nadie, ni todos los magos y físicos en Vivaskari,

pueden curarlo. Morirá pronto, y entonces Orianne será coronada como reina. En tu

trono. Por el Dios Sin Nombre, Mika, te juro que estoy diciéndote la verdad.

Una esquina de su boca se levantó.

—Ojalá fuera así. Sería algo, pensar que en realidad no nací para nada. Excepto que

no sé nada sobre ser una princesa. Incluso aunque me llevaras a palacio y me

mostraras a ellos, si no nos matan en el intento, ellos no te creerían.

—Lo harían. Eres la última pieza del rompecabezas —insistí, a pesar de que un poco

de duda había llegado a mi corazón por sus palabras. ¿Y si tenía razón? ¿Y si, incluso

con la verdadera princesa a mi lado, nadie me creía? Después de todo, ¿quién era yo?

Solo la princesa falsa, la hija de un tejedor muerto y la excéntrica escriba de una

hechicera.

—Ellos nos creerán —murmuré—. Tienen que creernos.

—No puedo… —empezó Mika, luego me congeló—. ¿Has oído eso?

—¿El qué? —pregunté.

Se levantó, atizador en mano.

—Creo que oí algo afuera.

—Yo no he oído nada. —Empecé a hablar, pero luego lo oí. El chasquido del metal y

el resoplido de un caballo. Después el gruñido de un hombre, seguido por el arrastre de

pies de una docena de hombres.

—Mika —murmuré—. Eso suena a hombres… a muchos.

—Tal vez no vengan a hacernos daño —dijo, con sus ojos en la puerta. Pero podía

decir que no lo creía. Tenía la mirada de un animal contra una esquina, listo para

morir o para huir. Por la postura de su cuerpo, podría asegurar que esta no era la

primera vez que se había sentido así, aunque la amplitud de sus ojos tal vez significaba

que esta era la peor. No podíamos simplemente esperar que entraran y nos agarraran.

Y no había manera de salir, ni siquiera una pequeña ventana en la parte de atrás.

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—Puede que todavía no estén preparados. Podríamos huir por la puerta, intentar

correr. Podríamos sorprenderlos.

—O tal vez nos pinchen en unas brochetas para la cena —siseó Mika.

Sacudí la cabeza.

—Si tú mueres, el hechizo podría fallar en Orianne. Te necesita viva.

—¿Qué hay de ti?

En mi mente el oráculo dijo:

—Vi un triángulo en una tormenta. Uno de sus lados se derrumbó y cayó, dejando solo dos.

—Nos atraparán si nos quedamos aquí —insistí—. A la de tres corremos. ¡Uno, dos,

tres!

Salimos por la puerta hacia un círculo de hombres armados.

Los habíamos sorprendido, y sin eso, nunca hubiéramos tenido oportunidad. Tal vez

unos diez hombres formaban un semicírculo cerca de la puerta de la casa de Mika, la

mitad en caballo y la mitad a pie, dos sosteniendo antorchas. Dos de los caballos se

echaron hacia atrás, forzando a los hombres sin caballo a abrir un hueco en la pared.

—Corre —le grité a Mika, quien todavía tenía el atizador en su mano. Ella corrió hacia

el espacio que los caballos habían creado pegándole con el atizador al primer hombre

que se le aproximó. Tal vez tenían la orden de no lastimarla, porque en lugar de sacar

su espada, solo se hizo a un lado. Eso le costó un resbalón que lo envió a caer en una

rodilla.

Yo había intentado ir a la otra parte, para romper sus fuerzas, pero el hombre a mi

lado del círculo los reagrupó rápidamente. Dos avanzaron hacia mí. La magia me

llamaba, demasiado fuerte, así que me dejé caer instintivamente antes de dejar salir un

pequeño y débil hechizo. La ráfaga de poder los habría congelado y los habría

retrasado, comprimiéndolos para hacer algo bien.

Di vueltas, lista para seguir a Mika, y la vi agarrada por uno de los hombres, su

atizador estaba en el suelo. Él la levantó, incluso mientras ella giraba y luchaba como

una gata salvaje; ella sacó sangre de su rostro con sus uñas y vi sus dientes morder su

mano. Aun así, él la sostuvo, solo para repentinamente llorar mientras un destello

plateado pasaba por el aire hacia el bosque. Un segundo después la tiró al suelo, una

daga había perforado su hombro izquierdo. Ella giró mientras caía y después se puso

de pie, corriendo en el bosque, por donde la daga había volado.

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196

Desde la oscuridad oí una voz que decía:

—¡Por aquí!

Tal vez debí haberlo hecho, excepto que el sonido de la voz me hizo temblar por la

sorpresa. ¿Kiernan? Dudé tontamente mientras algo me empujó y me envió al suelo.

Entonces un segundo hechizo me golpeó, la versión real del que había intentado con

los soldados. Mis músculos se bloquearon en el sitio, así que no pude ni girar la

cabeza.

—Ve —dije, sin saber si Mika me escucharía, justo antes de que mi boca se congelara.

—Encuéntralos —dijo una voz familiar, una que había escuchado en mis pesadillas tan

frecuentemente estos días—. Ella conoce el bosque, así que apúrate, antes de que se

aleje.

Un momento después, unos caballos golpearon mi línea de visión. No podía mirar

hacia arriba, pero no necesitaba hacerlo; incluso mientras mi cabeza nadaba y la

negrura inundaba mis ojos, sabía quién se sentaba en ese caballo.

—Hola, Sinda —dijo Melaina Harandron.

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197

Traducido por kathesweet

Corregido SOS por Isane33

e desperté sobre un camastro en una habitación pequeña y oscura con cada

centímetro de mi cuerpo adolorido. Levantando mi cabeza, tuve que apretar

mis dientes para evitar gemir. Algo había pasado, algo malo, y no podía

recordar…

En mi cabeza, una voz tan oscura como la noche dijo: Hola, Sinda.

Me senté tan rápidamente que la sangre se precipitó a mi cabeza, y me tomó un

momento antes de poder ver otra vez. Cuando pude hacerlo, el sudor empezó a

chorrearme por la espalda mientras echaba un vistazo a mi alrededor.

Una habitación de no más de cinco pasos de ancho. Paredes de piedra. Sin ventanas

hacia el exterior, solo una puerta con una pequeña ventana con barrotes, a través de la

cual un cuadrado roto de luz de antorcha cayó sobre el suelo de la habitación.

—¿Hola? —dije tentativamente.

Nadie respondió.

—¿Hola? —grité más fuerte—. Por favor, alguien… ¡Estoy atrapada! ¡Alguien, por

favor, ayúdeme!

De nuevo, nada. Poniéndome en pie, me acerqué a la puerta, solo para encontrar que

no había cerrojo en este lado. Puse mis manos contra esta, buscando un hechizo

similar al que había usado para abrir la puerta del mausoleo en Isidros. Pero mi magia

se quedó atrapada en mi interior, bloqueada por algo ajeno a mí. La alcancé de nuevo,

temblando, y aun así no pude traerla a la superficie. Así que golpeé la puerta hasta que

mis manos dolieron, sin ceder lo más mínimo. La ventana con barrotes no ofrecía

ayuda. Manteniéndome de puntillas podía presionar el lado de mi cara contra esta y

ver una pequeña brizna del pasillo, pero nada más.

M

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198

Mi corazón, que había estado latiendo más rápido que las alas de un colibrí, cayó hasta

mis pies. Una línea de sudor bajó por el lado de mi cara, pero sentí el frío suficiente

para temblar. No había manera de salir, no había nadie para escucharme.

—Por favor —susurré mientras me deslizaba débilmente por la puerta y aterrizaba en

una pila sobre el suelo—. Por favor.

Ni siquiera contestó un ratón.

***

No tenía ni idea de cuánto esperé en la pequeña habitación. Seis veces abrieron la

puerta y entraron unos hombres con uniformes grises y espadas colgando de sus

cinturones. Dejaban una bandeja de comida cada vez y vaciaron el orinal de la

esquina. No hablaron conmigo, ni siquiera cuando los bombardeé con preguntas, y al

final solo me acurruqué en el camastro, observándolos. Ni siquiera intenté ningún

hechizo; mi magia estaba verdaderamente bloqueada, tan inaccesible para mí como el

otro lado de la puerta.

Al principio, mi menté corrió en círculos. ¿Había sido realmente Kiernan a quien había

escuchado gritando desde el bosque? Había sonado como él y habría reconocido su

voz en cualquier parte. Pero había dicho que no me ayudaría, había temido que algo

como esto me sucediera, y no había querido verlo. Y seguramente estaba enojado

conmigo por culpa del hechizo que le había lanzado, demasiado enojado para

perdonarme tan fácilmente. Había visto la mirada en sus ojos cuando se dio cuenta de

lo que había hecho, y había sido una mirada de traición. Y aun así, a pesar de todo,

¿habría cambiado de opinión y venido detrás de mí de todos modos?

¿Había escapado Mika, con Kiernan o sin él? Ella conocería el bosque, podría conocer

un lugar para esconderse de Melaina y sus hombres. Si Kiernan estaba con ella,

¿trataría de llevarla a la ciudad? El hechizo que había arrojado se habría roto en el

momento en que encontré a Mika, así que él habría sido capaz de contarles al rey y a

la reina lo que había sucedido. ¿O ambos estaban atrapados como yo lo estaba?

¿Debería golpear contra las paredes, como hacían las personas en las historias y

esperar que una de ellas golpeara de vuelta?

¿El rey estaba vivo o muerto? ¿Orianne todavía era princesa, o a días de convertirse en

reina?

Exploré el escaso espacio de la habitación, buscando cualquier manera de salir. Pero

estaba tan cerrada como una celda de mazmorra. No habría forma de escapar de aquí

excepto mediante la magia, y, aunque lo intentaba, no podía encontrar la mía. Quizás

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199

la misma habitación estaba hechizada, o quizás Melaina había arrojado un hechizo

sobre mí después de que me desmayara fuera de la casa de Mika.

Durante los dos primeros días, o lo que tomé como días, viví en un estado de miedo

constante. Miedo por mí, por Kiernan y por Mika. Vibraba con eso, sentía que me

abrazaba desde el momento en que despertaba hasta el momento en que me quedaba

dormida. ¿Me mataría, o torturaría, o simplemente me mantendría en esta celda hasta

que fuera una vieja tambaleante? No lo sabía, y el no saber era lo peor de todo.

Pero hasta el miedo tiene su límite. Aunque gradualmente, cuando nada cambió, sentí

que me calmaba hasta esperar. Melaina podría haberme matado mientras yacía

tendida en el suelo fuera de la casa de Mika. Había hecho que Neomar enfermara,

había matado a su propia hermana. No me dejaría viva si podía evitarlo. Era una

conspiradora cuidadosa, preocupada por no dejar rastro de su alzamiento. La única

vez en dieciséis años que había actuado temerariamente había sido cuando envió la

tormenta contra mí. Había planeado el golpe de estado hasta el último detalle. Pero

incluso su cautela no le evitaría matarme ahora, porque yo sabía mucho.

Eso era, a menos que quisiera algo. Ya que todavía estaba viva, decidí, que debía

necesitar algo de mí. Y eso me dio el más pequeña hilo de esperanza al que agarrarme,

lo único que me alejaba de la más profunda depresión.

Así que esperé.

Y por fin, después de dos o cuatro días, Melaina Harandron vino a verme.

***

—Me disculpo por el modo en que te he mantenido, Sinda —dijo—. Incluso la casa de

tu tía en Treb era, espero, más lujosa que esto.

No dije nada desde mi asiento en el camastro. Había venido sola, aunque no dudaba

de que una tropa completa de guardias estuviera en el pasillo, listos para abrir de par la

puerta si ella alzaba un poco la voz.

Llevaba un simple vestido azul oscuro, su oscuro cabello enrollado alrededor de su

cabeza como una corona. Aunque hasta el vestido, no parecía estar tan fuera de lugar

en la celda como su voz. Era aterciopelada, tan oscura y melodiosa que querías caer en

ella y nunca salir. Me mantuve quieta, tratando de no caer en su hechizo.

Se encogió de hombros, un movimiento delicado que desmentía el acero bajo su piel.

—Sin embargo, esta es la única habitación en la Casa Sare que puede evitar que uses tu

magia para escapar, así que, ¿qué podemos hacer?

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200

Respiré bruscamente.

—¿La Casa Sare? ¿No deberías llamarla la Casa Feidhelm?

Vi moverse rápidamente su garganta mientras tragaba, pero parecía que no me habría

escuchado de lo contrario. Me contempló y yo, sabiendo que debía de verme horrorosa

después de Dios sabía cuántos días y noches había pasado aquí, tuve que resistir la

urgencia de sentarme más derecha.

—Sinda, no tiene por qué ser así.

—¿Así cómo? —escupí. Había imaginado, mientras esperaba, qué diría cuando viniera

a verme, pero todas mis palabras cuidadosamente preparadas parecieron apagarse y

alejarse. Me sentí un poco mareada, temeraria, con nada que perder—. Traicionaste a

Thorvaldor… ¡Traicionaste al rey y a la reina!

Otra vez, ese encogimiento de hombros y una pequeña inclinación de su cabeza.

—Traición es una palabra dura. Más bien, me gustaría pensar que estoy corrigiendo

viejos errores.

—No, simplemente estás haciendo algo en lo que es buena tu familia. Tu ancestro

traicionó a su hermana hace años. Él trató de tomar su trono, como tú lo estás

haciendo.

—¿Pero estaba equivocado? —contraatacó—. Eran gemelos, después de todo. Y según

dicen, Aisling era una reina débil, un poco estúpida, de verdad.

—Era su trono —insistí—. Si él pensaba que ella no gobernaba bien, podría haberle

ofrecido su consejo, ayudarla a ser mejor reina. No tratar de derrocarla.

—¿Como debería haber hecho yo? ¿Ofrecer consejo al rey y dejar que mi hija herede

una pequeña baronía cuando tiene tanta sangre real como tu Nalia?

—Sí —gruñí, mis manos en puños sobre mi regazo—. Sí, más de lo que hiciste. —

Sentí que mi cara se retorcía mientras la miraba—. Perturbaste al oráculo de Isidros,

luego mataste a tu propia hermana después de que ella te ayudara. También enviaste la

fiebre a Neomar y al rey para matarlos. Podrías haber matado a tu marido, no lo sé.

Renunciaste a tu propia hija, la intercambiaste conmigo y con la princesa. Dejaste a

Mika pobre y sola. Me hiciste pensar que era la princesa. Arruinaste todas esas vidas y

ni siquiera nada de eso te ha tocado.

—¿Eso crees? —preguntó, y, por primera vez, escuché una irregularidad en el borde de

su voz—. Como dices, renuncié a mi hermana, mi amiga en la universidad. Renuncié

a mi hija. Solo la vi tres veces antes de que se fuera a vivir a palacio, cuando fui a

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201

renovar su hechizo. Nunca sabrás lo que esas cosas me costaron. —Su cara palideció

tanto que destacó en el cuarto oscuro, y su mano se sacudió mientras la levantaba a su

cuello—. No digas que nada de eso me ha tocado.

Se quedó en silencio por largo rato, sus ojos en algún punto lejano que solo ella podía

ver. Finalmente, puso sus ojos de nuevo en mí.

—Pero también te ha costado a ti. ¿No, Sinda?

La observé con cautela, mis nervios hormigueando a lo largo de mi espalda. Podría

haber venido a verme, pero no sabía lo que quería de mí. Aunque ahora, pensé que

estábamos acercándonos.

—Te costó tu lugar en el mundo, el sentido de quién eras. Tu vida entera: una mentira.

Las personas que te amaban, tan ansiosas de deshacerse de ti una vez no te necesitaron

más. ¿Y qué tuviste que esperar cuando dejaste el palacio? ¿Una tía que no te quería y

te dejó ir sin una palabra de protesta? ¿Una hechicera vieja y chiflada cuando el colegio

no te aceptó? ¿El amor de Kiernan, cuya familia ahora nunca permitirá que lo tengas?

Me había endurecido con cada frase, la astilla de la verdad de cada una era como un

trozo de cristal frotándose contra mi corazón.

—Te he observado, Sinda, especialmente después de que volvieras a la ciudad. He

mantenido un ojo en ti. Pero lo que he visto, no ha sido alentador, ¿no es así?

—Por tu culpa —dije, más débilmente de lo que había querido. Sus palabras eran

trampas, zarzas que pretendían atraparme, y podía sentirlas hundiéndose bajo mi piel.

Sacudió su cabeza, la luz de la ventana atrapaba los pasadores de su cabello mientras

parpadeaban como estrellas.

—Por culpa de ellos. La corona te usó y te tiró a un lado cuando terminaron contigo.

Pero no tenían que hacerlo. Podrían haberte ayudado, en vez de enviarte a un pueblo

retrógrado el mismo día que te dijeron quién eras. ¿Es esa la razón por la que quieres

recuperar el trono para Nalia? ¿Por todo lo bueno que hizo su familia por ti?

El vértigo cayó en mí mientras trataba de seguirla, refutarla.

—No, tenían razón. Podría haber sido un peligro…

—¿Un peligro? —Melaina rió—. ¿Tú? Pobre y torpe Sinda, nunca has sido el concepto

de una princesa verdadera de nadie. Sinda, ¿quién se marchó sin una pelea, sin pedir

nada por la vida que ellos habían robado? Tan tímida, tan buena en seguir las normas.

—Su cara se endureció—. Te querían fuera del camino y nunca pensaron en ti una vez

te fuiste.

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202

No contesté. Traté de sacudir mi cabeza, pero todo lo que quería era envolver mis

brazos alrededor de mis rodillas y curvarme en una bola de miseria. Bastante cierto,

susurraba una parte de mí. Lo que está diciendo es cierto.

No, me dije. No todo.

Pero lo suficiente. Mucho de eso es cierto.

Ella me observaba mientras los pensamientos se arremolinaban en mi cabeza,

mirándome fijamente durante mucho rato. Luego, lentamente, la cara de Melaina se

aflojó, con una sonrisa curvándose en su boca.

—Estaban equivocados, Sinda —dijo.

—¿Qué?

—Estaban equivocados al echarte. Tenías poder, ¿no? Solo estaba escondido por el

hechizo que te hacía parecer la princesa. Lo tienes ahora, todo retorcido en tu interior.

Podría enseñarte a usar ese poder, mucho mejor de lo que la pobre Philantha puede.

Podrías ser poderosa, Sinda, una fuerza para el bien en Thorvaldor. ¿Eso es lo que

querías, no, cuando eras la princesa? ¿Hacer lo que es correcto?

Dio un paso más cerca de mí, lo suficientemente cerca que pude oler la dulce esencia

de su piel.

—Quiero a gente como tú alrededor de Orianne. Gente que pueda hacerla una reina

fuerte, una buena reina. Y tú, con toda esa magia en tu interior, con todas las cosas

que una princesa debería saber en tu cabeza, podrías ser su aliada más grande. Una

hechicera, una consejera. —Sonrió amablemente—. Alguien que incluso el conde de

Rithia creería lo bastante buena para su hijo.

Estaba pintando una imagen en mi cabeza, tan vívida que podía verla. Yo, no más

torpe y no deseada, pero sí fuerte, paseando por el palacio en túnicas de hechiceros.

Contenta, con un lugar en el mundo al fin. Sin más conflictos entre Kiernan y yo,

porque estaría a salvo del perjuicio. Era lo que quería, ¿no?

Sí, en lo más profundo del corazón, sí. Quería ser respetada, ser útil, ser amada. Cerré

los ojos, viéndolo todo.

Y después me obligué a abrirlos, con la imagen dispersándose en mi mente.

—No puedes encontrarla, ¿verdad? —pregunté.

Los parpados de Melaina vacilaron en la oscura luz.

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203

—No puedes encontrarla —repetí—. Está allí fuera, con Kiernan, y no puedes

encontrarlos. De eso se trata, ¿no? Quieres que te diga dónde han ido. Bueno, no lo sé.

Probablemente, en este momento, Kiernan estará llevándola de vuelta a la ciudad.

Probablemente ya está allí. Le dirán al rey y a la reina…

—El rey está muerto —dijo Melaina, afilada como una cuchilla—. Murió el día

después de que dejé la ciudad.

Si hubiera estado de pie me habría sacudido. Sentada, apreté mi estómago con mis

manos.

—No. —Sacudí mi cabeza—. Estás mintiendo.

—No —dijo fácilmente—. La coronación será en cuatro días. Logré convencer a la

reina de eso antes de irme. Después de todo, su hija podría haber sobrevivido a la

profecía dada en su nacimiento, pero quién sabe si el que falló entonces no podría

intentarlo ahora, mientras ella es vulnerable y no coronada. Nadie puede verla, no

hasta que sea coronada, ni tú, ni Kiernan, nadie, sino su madre y sus consejeros más

confiables. —Sonrió de nievo—. Después de todo, tendrá el ejército entero a su

mando, y cada noble tendrá que jurarle lealtad. Será bendecida y proclamada por un

sacerdote del Dios Sin Nombre. Será reina, la encarnación de Thorvaldor. —Melaina

inclinó su cabeza, sus ojos brillando hacia mí—. Sabes lo difícil que es derrocar a un

monarca que a una simple princesa… tu preciosa Aisling lo comprobó hace unos cien

años. Una vez Orianne sea reina, tus palabras no significarán nada, incluso aunque

pudieras encontrar a alguien que las escuchara. Y luego, luego puedo encontrar a tu

Mika en mi tiempo libre, y ponerla en algún lugar donde nadie jamás la encontrará.

—La encontré —dije— incluso con todo lo que planeaste.

Asintió gravemente.

—Cierto. Me he preguntado cómo.

—Tu propio hechizo. —Pero el insulto se sintió vacío. Yo me sentí vacía. Melaina lo

había planeado bastante bien. Kiernan no sería capaz de lograr que Mika viera a la

reina, y cualquier otra historia que él contara podría ser vista como una conspiración.

Inteligente, habría dicho Philantha, muy inteligente—. Cuando estoy cerca de ella, soy

arrastrada hacia ella. Lo mismo que con Orianne. No quitaste toda su alma de mí

cuando retiraste el hechizo.

—Ah. —La boca de Melaina se endureció—. Me preguntaba si habíamos sido capaces

de obtener hasta el último pedacito de Nalia que pusimos en ti. Pensé que quizás no.

Me preocupaba un poco, pero no tenía ni idea de que eso te vincularía de esa manera.

Una pena, entonces, que no lo hiciera. Aun así, no importó, ¿cierto? Estaba

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204

observándote antes de verte en el palacio ese día, y he estado observándote desde

entonces.

—Sin embargo, fuiste un poco lenta en detenerme —dije—. Llegué aquí, ¿no? La

encontré.

Sus ojos fríos se congelaron un poco más.

—Tuve que asegurarme de que la enfermedad del rey estuviera lo bastante progresada

antes de ir tras de ti. No obstante, me fue de bastante ayuda no estar en la ciudad

cuando murió. Menos cosas que me vincularan de ese modo. Tengo que darte las

gracias por eso.

—Te detendremos —dije rudamente—. De alguna manera.

Melaina se había girado hacia la puerta, pero se dio la vuelta ante mis palabras. Su voz

perdió su cadencia aterciopelada, volviéndose tirante como una cuerda de arco.

—Ya has perdido. ¿No lo ves, Sinda? No eres nada, una don nadie. Una farsante,

únicamente destinada a ser reemplazada por la verdadera persona.

Exhalando fuertemente se alisó el vestido deliberadamente, sacudiéndose un poco de

polvo imaginario de él.

—No te veré de nuevo —dijo más calmadamente—. Me voy a la ciudad hoy. —Rió, y

sonó como campanas—. Hay una coronación, como ves.

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Traducido por alexiia☮♪

Corregido SOS por Isane33

inieron dos comidas más. ¿Significaba que había pasado un día, o dos? No tenía

ni idea, sin saber con qué frecuencia decidió alimentarme Melaina.

Ni si me habría alimentado mucho más tiempo. Tenía poco apetito, pero me

obligué a comer de todos modos, insegura de si vendría más comida.

¿Qué hago ahora? No podía dejar de pensar en eso, aunque sabía que todos mis

pensamientos no harían diferencia. El rey estaba muerto, había muerto hacía días.

Normalmente, serían semanas antes de la coronación de un nuevo monarca, después

de que el reino hubiera tenido tiempo para llorar la muerte del grande. Pero ahora, con

Melaina avivando los temores de la antigua reina sobre la seguridad de su hija,

probablemente nadie miraría con recelo una coronación apresurada. Ni siquiera

podrían preguntarse cómo en la corte de la reina y la princesa estaban todos menos

una consejera. El reino seguía encantado con la idea de Nalia, la princesa que había

sido ocultada y vuelto a encontrar después. Nadie querría arriesgarse.

Lo que significaba que Melaina tenía razón. Incluso si Kiernan se hubiese llevado a

Mika a Vivaskari, no encontrarían a nadie que escuchara nuestra historia.

Habíamos fracasado, me di cuenta miserablemente. Orianne sería coronada y entonces

Melaina tendría el tiempo para atrapar a Mika y mantenerla encerrada lejos, en una

celda como esta. Y yo, bueno... ¿para qué me mantendría con vida de entre todos?

Probablemente me dejaría viva hasta que encontrara a Mika, con la tenue esperanza de

que le ayudara a localizar a la verdadera princesa. Pero después... Un triángulo, un

lado se derrumbó.

Tal vez, pensé sordamente, debería aceptar la propuesta de Melaina. Podría fingir que

cambiaba de opinión, y me comprometería a proteger a Orianne, en lugar de a Mika.

De acuerdo, me había visto tan terca que habría pocas posibilidades de que existiera

una forma de persuadirlo. Pero tendría una oportunidad. Al menos entonces estaría

con vida, y no atrapada o muerta. Los pensamientos se arremolinaban en mi cabeza

V

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206

hasta que tuve que sacudirlos. En verdad, dudaba que pudiera hacer que Melaina

creyera que estaba de su lado. Ella había visto la vehemencia en mí, y nunca había sido

buena mentirosa. Siempre había tenido a Kiernan para eso.

Kiernan.

Había sido una tonta, supongo, en esos pocos días después de que había dicho que me

amaba. Tonta incluso al dejarme volver a vivir esas palabras. Melaina tenía razón, su

familia nunca le permitiría casarse conmigo. Philantha me había dicho que estaban

buscando una novia para él, ahora que no había ni la remota posibilidad de que la

princesa del reino lo eligiera como su mejor amigo. Nunca le había preguntado al

respecto; algo en mí, desconocido por el momento, siempre se había resistido, sin

querer saber. No, nunca se me permitiría casarme con Kiernan. Ni siquiera dentro de

unos años, una vez que me sintiera lo suficientemente mayor para casarme, incluso

aunque me las hubiera arreglado para aprender lo bastante para entonces obtener el

rango de hechicera principiante. Todavía sería pobre y común, y no sería suficiente.

Si seguía queriéndome. ¿No lo había apartado? ¿Lanzado un hechizo que podría haber

arrancado todo su amor? Aunque había venido en pos de mí podría haber sido por

compasión, o una vieja deuda por nuestra amistad. Probablemente había dejado de

amarme, había visto lo peligroso que sería amar a alguien como yo.

Traté de empujar lejos mis pensamientos, pero me absorbieron como un pantano.

Tenía que ser fuerte, me dije. Tenía que pensar en una manera de salir de aquí.

Pero en la celda de Melaina, por mucho que lo intentara, no podía ver ninguna.

***

Había estado dormitando cuando vinieron por mí. Fuertes pisadas en el suelo de

piedra del pasillo y el sonido de una tintineante malla metálica me despertó.

Me subí al camastro, los labios y la garganta seca. Tal vez me había equivocado con

respecto a Melaina manteniéndome viva hasta que encontrara a Mika.

Los pasos se detuvieron, y oí una voz que decía obstinadamente:

—La baronesa dijo que no iba a ser trasladada.

—También dijo que tenía que mantenerse con vida. Si el fuego llega hasta aquí…

—Ellos lo apagarán antes de eso —alegó la primera voz.

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207

—No estoy teniendo elección. Tú puedes estar dispuesto a mirar a esa mocosa

carbonizarse hasta convertirse en cenizas, pero yo no. Es solo una niña, Kev. Una

ladrona o algo así. ¿Qué puede hacer?

¿Un incendio? ¿La Casa Sare estaba quemándose? Inhalé aire profundamente, pero no

olí nada. Sin embargo, la Casa Sare era grande, y el humo puede que todavía no

llegara a... donde quiera que estuviera.

Las voces se apagaron y entonces la puerta de la celda se abrió, golpeando contra la

pared. Uno de los hombres se abrió paso en el interior, después me hizo un gesto.

—Muéstrame tus manos —ordenó. Alcé las manos lentamente—. Estamos en

movimiento. No intentes nada. Solo tienes que venir con nosotros y no te verás

afectada.

Asentí con la cabeza hacia él y ni siquiera había parpadeado cuando agarró mi brazo y

tiró de mí hacia adelante. El otro hombre, Kev, me miró cuando salimos al pasillo, y

luego se apoderó de mi otro brazo. Juntos, me empujaron por un estrecho pasillo hacia

una serie de escaleras. A través de una puerta abierta, vi botellas de vino apiladas hasta

el techo, y negué con la cabeza. Había estado en alguna habitación convertida de la

bodega de vino de Melaina.

Subimos las escaleras y pasamos por varios pasillos más. Los hombres no hablaban;

sus apretones amoratando mis brazos decían suficiente. Tuve que dar dos pasos por

cada uno que ellos daban para mantener el ritmo, así que no tuve la oportunidad de

orientarme. Por último, empujaron unas puertas que daba hacia el patio del establo, y

al caos.

Aquí estaba el fuego. Se abría en los tejados de los edificios en todo el patio del establo,

iluminando la noche para que pudiera ver todo su interior.

Una línea de personas con cubetas de agua ya se había formado, pero parecía

demasiado tarde para su plan. Varias criadas trataban de organizar un grupo de chicas

de la limpieza y mozos de cuadra, guiándolos hacia la puerta que conducía al jardín y

al bosque más allá de la casa. Los hombres de las caballerizas, donde el fuego parecía

arder más violentamente, transportaban a los asustados animales hacia las puertas. La

casa entera parecía estar en el patio del establo o huyendo de ella.

—¿Dónde debemos dejarla? —preguntó Kev.

—Fuera de la puerta —dijo el otro hombre—. Vamos a atarla a un árbol, vigilándola.

—Con eso, me dieron un tirón a la refriega.

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208

El patio del establo era un gran cuadrado; tres lados lo formaban la casa y el establo, y

el último lado la puerta abierta hacia la que yo era arrastrada. El fuego rugió

furiosamente en el cielo de la noche, moviéndose más rápido que las personas que

trataban de detenerlo, y el calor que emanaba parecía el viento del desierto. Brillantes

cenizas llovieron y tuvimos que esquivar a la gente corriendo con mantas que los

cubrían. Una ceniza cayó en mi brazo, me quemó, y grité, pero mis captores ni

siquiera ralentizaron sus pasos.

De repente, los gritos llenaron el aire, seguidos por el sonido de alguna parte del

establo desmoronándose. Las chispas volaron alto, regándose en el patio del establo y

luego un montón de heno, tan solo unos metros delante de nosotros, estalló en llamas.

Tropecé cuando los dos hombres me tiraron hacia atrás y caí a sus pies. El fuego que

había estado en el montón de heno se disparó hacia arriba en una columna de fuego,

arrojando llamas y humo. Me sentía aturdida por el ruido, el humo y el calor, por la

amenaza del fuego crepitando, pero los hombres sujetándome no tuvieron piedad. Me

levantaron y, tiraron de mí, di unos cuantos pasos más hacia la pared exterior y la

puerta.

Pero me paré en seco, como si la caída me hubiera sorprendido aún más de lo que lo

hacía. Porque allí, en el borde del patio del establo, donde nadie se daba cuenta de

ellos por la confusión, estaban dos figuras encapuchadas que no estaban yéndose ni

intentando apagar el fuego. Uno tenía la capucha puesta, la cara oculta, pero el otro

había empujado su capucha hacia atrás y examinaba a la multitud con tanta intensidad

que parecía que estaba tratando de memorizarla.

El viento azotó el fuego en un frenesí y lanzó un mechón de cabello rubio a sus ojos, y

pensé que mi corazón podría dejar de latir si él se iba apresuradamente.

En ese preciso momento, los ojos de Kiernan se clavaron en los míos.

No pensé, ni me preocupé, ni vacilé. Por una vez, la magia estuvo allí cuando la quise,

tal vez se alegró de estar libre de la celda bloqueada de magia de Melaina, o tal vez yo

estaba tan desesperada por mis propios miedos que no se interpuso en el camino.

Fuera lo que fuese, los guardias que sostenían mis brazos volaron repentinamente

hacia adelante, impulsados por el viento que Philantha me había enseñado a invocar

para hacer flotar las plumas en su estudio. Se estrellaron contra la pared de delante y,

antes de que alguien más se diera cuenta, alcé mi falda y corrí.

Kiernan no habló cuando lo alcancé. Simplemente se acercó y me agarró la mano con

tanta fuerza que pensé que mis huesos podrían romperse. Entonces estábamos

corriendo, la pequeña Mika, camuflada, en su otro lado. Corrimos junto a un

contingente de sirvientes apresurados de la misma manera, pero no parecieron darse

cuenta de las tres personas de más que huían del fuego.

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209

Detrás de nosotros, el fuego envolvió la quemada Casa Sare más y más a medida que

desaparecíamos en la noche.

***

Corrimos durante tal vez un cuarto de hora, con Mika ahora a la cabeza. Se deslizó

entre los árboles y sobre las rocas con tanta facilidad que parecía que había nacido en

el bosque. Ella podría haber sido capaz de correr por siempre como una criatura de la

noche, pero yo había estado viviendo en una celda por quién sabe cuántos días y quién

sabe cuántas comidas al día. Finalmente, tuve que zafarme de la mano de Kiernan.

Entonces, me doblé en dos y sin aliento, me encontré de pie y recargándome contra un

árbol.

Los dos se detuvieron sin decir nada, aunque inmediatamente Mika se volvió a mirar

hacia atrás, hacia la Casa Sare, con los hombros tensos. Me costó unos largos minutos,

pero finalmente me las arreglé para respirar con normalidad. Levanté la cabeza y me

encontré con Kiernan mirándome, divisando una gran sonrisa en su cara.

—Lo hiciste —susurró con fiereza—. Hiciste que la magia funcionara. ¡Arrojaste a los

guardias lejos como si fueran almohadas!

Me sentí como si pudiera reír hasta no poder soportarlo, o llorar hasta no poder ver.

—Me rescataste, ¿y lo primero que dices es sobre mi magia? —logré decir.

Kiernan apenas pareció escucharme.

—Me pregunté si debía enfrentarme a ellos, probablemente hubiera muerto

haciéndolo, y luego simplemente los alejaste volando. Lo hiciste: llamaste a tu magia

justo cuando querías. —Se rió con deleite, y me encontré riendo también—. Así que yo

no te rescaté —agregó—. Nosotros iniciamos el fuego, creamos una distracción. Te

rescataste a ti misma, Sinda.

Estuve a punto de dar un paso a través del espacio que nos separaba y lanzar mis

brazos a su alrededor. Pero entonces, justo antes de que levantara el pie, las palabras

de Melaina cuando se burló de mí en la celda parecieron hacer eco en mi mente.

No eres nada, una don nadie. Una farsante, únicamente destinada a ser reemplazada por la

verdadera persona.

Hasta sonrojado por correr, con su túnica ensuciada por pasar a través del bosque, se

veía tan guapo, tan... noble. Melaina me había dado la oportunidad de estar en una

posición igual a la de él, de ser lo bastante poderosa para que fuera posible contar con

él. No solo para los besos robados aquí o allá, sino para siempre. Y había rechazado la

oferta.

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210

Alejé mis pensamientos, pero el atisbo de duda me hizo titubear, y vi la cara de

Kiernan palidecer cuando no dije nada.

—Pensé que no ibas a ayudarme —le dije bruscamente. Los hombros de Kiernan se

encorvaron ligeramente, pero seguí adelante—: Pensé que habías dicho que estaba

sola.

Pude ver que Kiernan se sonrojaba incluso en la oscuridad.

—Sé lo que dije. Pero todo fue una trampa. Quería... bajarte la velocidad. Tenía la

esperanza de que si sabías que tenías que ir sola, dudarías. Y si dudabas, yo podría

volver en unos días y hablar contigo acerca de olvidar todo. Estúpido, en realidad,

porque sabía lo importante que era para ti. Pero, honestamente, no pensé que fueras a

irte sola. Solo quería detenerte, mantenerte a salvo. Nunca tuve realmente la intención

de abandonarte. Hubiera venido contigo, si me hubiera dado cuenta de que realmente

te ibas.

»Pero entonces, antes de darme cuenta, el rey estaba enfermo y te habías ido. Y justo

después me enteré, un día antes de la muerte del rey oí a alguien diciendo que Melaina

estaba planeando un viaje de regreso a Saremarch. Algún tipo de emergencia con su

hacienda, algo tan malo que tenía que irse, incluso con el rey tan grave. Estaba seguro

de que ella sabía que te habías ido, que iba a venir por ti, y me di cuenta de lo estúpido

que había sido. Pensé que te estaba protegiendo, pero acabé poniéndote en mayor

peligro. Así que salí antes que ella. Dejé una nota a mis padres diciendo que tenía que

atender un asunto urgente fuera de la ciudad y que tenía que irme. Espero que estén

buscándome por todo el campo en estado de pánico ahora mismo. De cualquier forma,

tomé un caballo y cabalgué más rápido que el aliento del Dios Sin Nombre para

encontrarte. Estaba seguro de que había llegado primero. Me detuve en la taberna en

March Holdings, y algunos de los locales estaban hablando acerca de una chica que

nunca habían visto y que había asustado a otra chica para que saliera corriendo fuera

de la ciudad. Así que tomé la posibilidad de que eras tú. Pero llegué demasiado tarde

otra vez. —Él me agarró por los hombros, sus manos estaban calientes—. Lo siento,

Sinda. De verdad. Nunca debí haberte dejado.

No me había abandonado realmente. Tal vez había subestimado mi fuerza de voluntad

en esto, pero no me había abandonado. Dulces, las palabras deberían haber sido

dulces. Pero todo lo que podía oír era la voz de Melaina en mi oído, diciéndome que

no importaba, que yo nunca sería lo bastante buena para él, lo bastante buena para su

familia.

Negué con la cabeza, quitando sus manos de mí.

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211

—Tenías razón, al menos sobre lo que pasó. Ella me atrapó… pudo haberme matado.

Probablemente tenías razón para querer amenazarme, incluso si se trataba de una

trampa.

—No, yo…

Me alejé de él, mi cabeza agachada, pero pude ver el dolor en cada línea de su cuerpo.

—No hablemos de eso ahora, Kiernan. Por favor, estoy contenta de que hayas venido.

No tienes idea de qué feliz. Pero tenemos otras cosas de qué preocuparnos.

Me giré hacia Mika, que había estado mirando hacia la Casa Sare durante nuestra

conversación, como si no pudiera oír nada.

—¿Qué te hizo creerme?

Mika resopló.

—Los soldados. ¿Por qué llegarían así por nosotras, a menos que estuvieras diciendo la

verdad? Y la baronesa con ellos. La vi, justo antes de que nos fuéramos. La he visto

antes, desde la distancia, pero nunca ha venido a mi casa. Así que estaba segura de que

no estabas tan loca como parecía. —Ella sonrió y sacudió la cabeza hacia Kiernan—.

Tu amigo también es muy convincente.

Kiernan resopló, sacudiendo la cabeza, pero sentí una corriente de alivio al saber que

el hechizo que había puesto en él se había roto justo cuando había supuesto que lo

haría, después de encontrar a la verdadera princesa. Sin embargo, mi alivio fue

reemplazado rápidamente por otra revelación. Son amigos, me di cuenta con sorpresa.

Pero tal vez no debería haber sido tan sorprendente. Después de todo, él también había

sido amigo de Orianne.

—Entonces lo entendemos todos —dije—. Melaina me dijo que el rey está muerto y

que la coronación de Orianne será en cuatro días.

—En tres días —interrumpió Kiernan. Todavía podía ver el dolor que le había causado

con mi trato frío, pero, fiel a su naturaleza, lo había aplacado hasta que solo yo pudiera

haberlo notado.

Entonces habían sido solo dos comidas al día, conté con tristeza antes de continuar:

—Ella dijo que están manteniendo a Orianne lejos de casi todo el mundo. Algo sobre

que como la persona que no pudo hacerle daño, antes de la profecía y todo eso, podría

intentarlo ahora, antes de que fuera coronada. Significa que solamente tenemos un

momento en el que podremos ser capaces de verla a ella y a la antigua reina.

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212

—La propia coronación —dijo Kiernan—. Van a tener que dejar que la gente entre.

Asentí con la cabeza.

—Pero incluso entonces Melaina habrá establecido precauciones. Su gente llegará a la

ciudad antes que nosotros. Va a estar alerta.

—¿Entonces cómo entraremos a la coronación? —preguntó Mika—. ¿No habrá

guardias y soldados?

—Muchos—dije con gravedad. Me mordí el labio—. No sé cómo vamos a entrar. Pero

me aseguraré de quitarlos de nuestro camino. Tal vez Philantha tenga una idea,

podemos ir allí primero.

—Tenemos los caballos atados solo un poco más allá —dijo Kiernan.

—No puedo montar el mío ni por las uñas de los pies del Dios Sin Nombre —dijo

Mika.

Él hizo un gesto con la mano para callarla.

—¿Puedes hacerlo? —me preguntó.

Sonreí. Estaba cansada y hambrienta, asustada a más no poder por lo que teníamos

que hacer. Pero por ahora, estaba con él de nuevo, con mi mejor amigo, y eso era

suficiente para darme fuerza.

—Adelante —dije.

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213

Traducido por Jo.

Corregido SOS por Alina Eugenia

uvimos que apurarnos para llegar a la ciudad antes de la coronación, pero

además, teníamos que mantenernos fuera del camino. Avanzábamos por el

bosque siempre que podíamos, acortando a través de terrenos de campesinos,

siguiendo los caminos que usaban para observar sus campos.

No había tiempo para largas charlas y, en la noche, estuvimos a punto de desmayarnos

de agotamiento. Así que oí la historia de Kiernan y Mika solo por partes, en los

momentos en que teníamos que pasear a los caballos o parar para comer o ir al baño.

Habían huido a los bosques aquella primera noche, Mika se abría camino por donde

los animales que ella conocía pasaban y Kiernan la seguía por detrás. Había una cueva

cerca de su casa y se escondieron allí durante casi un día, con miedo de que los

guardias de Melaina todavía estuvieran vigilando el bosque. Después de eso, fue

Kiernan el que se arriesgó a ir a March Holdings a comprar comida y ver la

disposición del terreno. Esperaba que los soldados no fueran capaces de verlo

claramente por la noche, aunque pasó poco tiempo en el pueblo en caso de que

estuvieran buscando forasteros. Pero se las arregló para saber que un aldeano, cuya

casa estaba cerca del camino que llevaba a la Casa Sare, había visto un grupo de

hombres en dirección a la mansión en compañía de la baronesa.

Habían tenido tan poca fe de que me saldría con la mía como yo. Así que se habían

acercado a escondidas a la casa una noche y juntos habían formulado el plan de

empezar un incendio e intentar hacerme salir.

—Casi me niego —dijo Kiernan—. ¿Y si Melaina solo te dejaba encadenada y

terminábamos matándote? Pero entonces pensé, que si ella te hubiera querido muerta,

te hubiera matado fuera de la casa de Mika, así que ella te protegería del fuego. Por eso

lo hicimos. Fui al pueblo y compré un montón de comida para el camino y algo de

aceite, supuestamente para una lámpara. Envolví mi capa en una bola y la hundí casi

completamente en el aceite, le prendí fuego y la tiré hacia al otro lado del muro, hacia

el establo. —Sacudió la cabeza—. No creí que el fuego crecería tanto, de todos modos.

T

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214

Pero abrieron las rejas tan pronto como vieron lo malo que era y nos deslizamos

dentro. Y ya sabes el resto.

Nunca pregunté de dónde habían sacado los caballos que Mika y yo cabalgamos.

Fue extraña nuestra huida de la ciudad. De alguna forma, nada más pensaba en lo que

iba a pasar cuando llegáramos a Vivaskari. Necesitaba dos planes: uno para entrar en

la coronación y el segundo para convencer a la gente presente de que estaban a punto

de coronar a la chica equivocada. No tenía ninguno. Me preocupaba, porque tenía solo

dos días hasta llegar a la ciudad. Y en el tercer día, la coronación habría empezado.

Pensaba en eso constantemente, creando y rechazando ideas con tanta concentración

que estaba feliz de que mi caballo solo tuviera que seguir al de Kiernan. Pero por otro

lado, atesoraba esos dos días. Estaba cabalgando con Kiernan, que había ido a

salvarme. Cuando esto terminara, tendría que decirle que debía olvidar que me amaba,

olvidar que yo lo amaba, porque el mundo nunca nos dejaría estar juntos. Que

Melaina tenía razón. Pero por ahora, podía pretender que ese día nunca llegaría, que

siempre estaríamos como estábamos ahora.

Y entonces, ahí estaba Mika. La princesa de Thorvaldor, quien me había encontrado.

Mi primera impresión de ella había resultado ser completamente exacta. Era tan

precavida como un zorro, sospechaba de la mayoría y era rápida arremetiendo con su

afilada, y a menudo grosera, lengua. También podía ser tan irritable como un erizo,

dejándote llena de pinchos después de lo que empezaba como una simple

conversación. Aun así, se preocupaba de su caballo con sorprendente ternura, dándole

pequeños regalos de su propia cena las dos noches que acampamos.

Soportaba los dolores y las llagas que llenaban sus piernas estoicamente. Mis propios

dolores eran lo suficientemente malos, pero había cabalgado regularmente una vez, así

que no pude imaginar cómo debió haberse sentido Mika, que nunca se había subido a

un caballo. Aun así, dejando de lado las muecas que hacía cada vez que tenía que

subirse o bajarse, no mostraba signos de queja. Y le gustaba Kiernan, bromeaba con él

hasta en el medio de nuestra huida. Pero no parecía segura sobre mí. Había ayudado a

rescatarme, claro, pero parecía verme como un viento que la voló lejos de su casa a un

lugar que no estaba segura le fuera a gustar. No era de extrañar, me dije. Había tenido

una vida difícil; por las pocas historias que me contó cuando paramos la primera noche

ninguno fue capaz de dormir. Había sido tan sombría, de hecho, que me hizo sentir un

poco avergonzada por lamentarme de mi cambio de circunstancia. Al menos yo tenía a

Philantha, a Kiernan, y hasta a tía Varil, mientras que la única persona que se había

preocupado realmente por Mika había sido la mujer a la que Melaina se la había

entregado. Me pregunté cómo Melaina le había dado a Mika a la mujer y qué le había

dicho. Mika no lo sabía. La mujer le había dicho que era su abuela y Mika supuso que,

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215

en realidad, la mujer pensó que sí lo era. Vivieron juntas en una pequeña casa,

ganándose la vida hurgando el bosque y haciendo remedios de madera que a veces

podían vender en el pueblo. La mayor parte de la gente del pueblo les daba la espalda y

Mika tenía muy pocos amigos. Eso la había hecho dura, a prueba de todo, capaz de

mirar una situación y hablar con la verdad sin importar lo dolorosa que fuera.

Lo que quería decir que cabalgaba a Vivaskari con una especie de fatalismo resignado.

Le había contado lo de la profecía del oráculo, a lo cual bufó y dijo que ella nunca

había esperado vivir pasados los veinte años de todas formas. De alguna manera,

estaba sorprendida de que hubiera aceptado venir con nosotros. Sin embargo, cuando

le pregunté por eso, solo se encogió de hombros.

—¿Qué está esperándome en casa además de una cabaña que Melaina va a vigilar para

siempre? Al menos de esta forma, si ganamos, habrá algo que valga la pena hacer por

el resto de mi vida. —Un lado de su boca se torció—. Tuve tiempo de pensarlo

mientras esperábamos intentar liberarte. Hay más gente como yo afuera, gente en la

que el rey y la reina nunca han pensado. Trabajadores duros, pero sin ni siquiera un

poco de suerte para poder llamarla suya. Si me puedes hacer reina, podría ayudarlos.

—Entonces enarcó las cejas hacia mí—. Te enseñaron cómo ser reina, ¿no?

Levanté las mías irónicamente.

—Durante dieciséis años. Aprendí todo sobre eso y era buena. No es que me haya

hecho mucho más buena desde entonces.

Levantó sus hombros.

—Bueno, supongo que piensas que es una tontería. Yo yendo contigo solo por eso.

Pensé en las universidades de hechiceros que solo eligen nobles y personas con dinero.

Pensé en cómo el rey y la reina habían elegido a una chica común para reemplazar a la

princesa, listos para sacrificarla sin su consentimiento. Pensé en su regalo para tía

Varil, que había sido un bonito gesto, pero para nada útil, obsequiado sin una clara

comprensión de su situación. Nunca había notado ese tipo de cosas cuando fui

princesa. Oh, había hecho caridad para los pobres en ciertos días festivos. Pensé que

me preocupaba por la precaria situación de los que vivían en el distrito Two Copper.

Pero en verdad no me había conmovido. En realidad no me había preocupado por la

gente, que quizás no estaba muriendo de hambre, pero aun así no estaba viviendo

realmente. Ahora, por otro lado, había visto la división entre la corona y la gente que

se supone que debe servir. Había vivido, en menor medida, en la grieta que aquello

creó.

Sacudí mi cabeza.

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216

—No. No creo que sea una tontería.

Nos contemplamos la una a la otra en silencio, tan quietas como una persona a su

sombra. Finalmente, Mika movió bruscamente su cabeza y rió.

—No es como si los diamantes, las suaves camas y festines no fueran razón suficiente.

—Por supuesto. —Estuve de acuerdo con una sonrisa.

Después de eso, algo se alivió un poco entre nosotras. Estábamos en la misma misión

y, sentí, que aprendiendo a gustarnos la una a la otra en el proceso.

Incluso evitando caminos, llegamos a Vivaskari al terminar el segundo día, justo

cuando el atardecer pintaba los distantes muros de la ciudad de naranja y amarillo.

Kiernan se dirigió a una posada y a una caballeriza que estaban justo afuera de los

muros mientras Mika y yo esperábamos detrás de un granero de heno al borde de una

de las últimas granjas. Aun cuando Melaina sabía que él había ido por mí, él era el

único con quien tendría problemas para arrestarlo, al ser hijo de un conde.

—No te preocupes por él —dijo Mika, después de que estuviéramos esperando un rato.

Se tumbó en el suelo, su espalda contra un lado del granero de heno. Los caballos

estaban cansados, parados a la sombra, ninguno tentado de escapar—. Conocerá la

disposición del terreno y volverá.

Recogí un pedazo de pasto, cortándolo con mí uña.

—No puedo evitarlo. Creo que, si sobrevivimos a esto, dormiré durante dos años, solo

para no tener que preocuparme más.

Los ojos oscuros de Mika brillaron débilmente en la tenue luz.

—¿Durante dos años, hmm? ¿Y la cama de quién elegirás para dormir durante dos

años?

Mis mejillas se sonrojaron. Tenía ojos penetrantes, me di cuenta, una manera de darse

cuenta de las cosas mientras tú pensabas que ella estaba poniéndole atención a algo

más.

Buenas cualidades para una reina.

—No es así —murmuré.

Mika arqueó sus cejas.

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217

—¿Por qué no? Él te observa, Sinda. Como si fueras su mejor tesoro, solo que no

puede pensar en una forma de deslizarte dentro de su bolsillo. ¿Acaso el lanzador de

dagas no ha sido lo suficientemente valiente para mencionarlo?

—Lo hizo, una vez —dije—. Justo después de que Melaina enviara una tormenta para

intentar asesinarme. No quería que yo fuera a buscarte. Estaba asustado; bueno,

asustado de que me atraparan, o me hirieran. Le dije que tenía que intentarlo y lo

encanté para evitar que traicionara nuestro secreto. Me besó y luego se fue. Luego el

rey enfermó y vine a buscarte. —Recosté mi cabeza contra el granero de heno—. Así

que ahora todo es… raro. Y él no ha… no ha dicho nada sobre eso desde que me

encontró… —Me fui debilitando, mordiéndome el labio. Había pasado mucho tiempo

preocupándome sobre cómo decirle que no me podía amar más, pero no había

llamado mi atención que él no hubiera mencionado el tema desde que me encontró.

Tal vez las cosas de las que me había preocupado en la celda de Melaina eran verdad.

Tal vez lo había herido mucho usando ese encanto contra él. Quizás había ido por mí

solo porque éramos amigos, porque se sentía culpable dejándome ir sola.

—No ha dicho nada —repitió Mika rotundamente—. Aunque hemos estado corriendo

a través del campo con los guardias de Melaina detrás o delante nuestro y he dormido

a un brazo de distancia de los dos cada noche. —Sacudió su cabeza disgustada—. Para

una muchacha que supuestamente tiene todos estos conocimientos, puedes ser algo

estúpida, Sinda.

—¿Perdóname? —dije fríamente.

Mika se inclinó hacia adelante hasta que su cara estuvo cerca de la mía y luego dijo

lentamente, como haría a un niño:

—Él te ama. Está claro para cualquiera que lo vea. Vino por ti, ¿no? ¿Admitió que

estuvo mal abandonarte?

Me encogí de hombros.

—Hemos sido amigos desde que nací, o casi.

—Él no te mira como si pensara que eres solo su amiga.

—Eso no importa —insistí. Las dudas que Melaina había despertado, que había tenido

tanto tiempo considerando en su celda, destellaron nuevamente dentro de mí—. ¿Qué

saldría de él amándome? Sigue siendo el hijo de un conde y yo soy… una escriba. Su

familia nunca lo dejaría casarse conmigo. Estaban haciendo filas de chicas en la corte

para que él eligiera antes de que nos fuéramos. Muchachas con títulos y tierras…

muchachas nobles. No hace ninguna diferencia si me ama. No podemos estar juntos.

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Mika se empujó hacia atrás mientras soplaba hacia arriba para mover el cabello de su

frente.

—¿Qué te hace pensar que él les pedirá permiso?

La miré con los ojos entrecerrados. Kiernan, ¿sin casarse con quien su familia quería?

Eso no se hacía, no en las familias nobles de Thorvaldor. Te casabas para crear lazos

con otros nobles, para fortalecer la posición de tu familia. A veces también recibías

amor, pero eso solo era suerte lanzada al negocio.

—Y tú. Tú estás dispuesta a luchar una batalla imposible para llevarme al trono, ¿pero

no vas a luchar por él?

—Nunca dije eso —dije, terca—. Yo solo… —Pero no pude ir más lejos, porque justo

entonces escuché el sonido del arreo de un caballo y Kiernan cabalgó a la vista.

Se deslizó bajando de su caballo después de observar alrededor para asegurarse de que

nadie estaba cerca.

—No creo que nadie me haya notado —dijo—. Me tomé un trago en la posada y allí

obtuve información de la gente. El rey fue enterrado justo dos días después de morir.

—Hizo una pausa, sus ojos se posaron en mí. No era mi padre, pero había sido lo más

cercano que tuve a uno. Dolía saber que nunca lo vería de nuevo. Pero no había

tiempo para llorar por él, así que solo respiré contra la presión de mi pecho, alentando

a Kiernan a seguir.

—Casi no lo dejaron yacer expuesto. Algo sobre evitar que la fiebre se esparciera. Y la

coronación es mañana, justo como Melaina dijo. Ni siquiera están esperando a las

delegaciones de Wenth y Farvasee. Solo mostrarán sus respetos cuando lleguen en

unas semanas. Y la coronación no será abierta para todos; cada persona que entre por

las puertas del palacio va a ser controlada por un guardia y un hechicero de la escuela.

Para mantener a salvo a la princesa. —Se sentó en la tierra, sus piernas estiradas al

frente de él mientras se quitaba sus botas—. Lo cual es todo lo que sabemos. Pero hay

más. Las puertas de la ciudad están siendo vigiladas, también, para asegurarse de que

ningún “elemento peligroso” entre a la ciudad. Creo… —dijo, pasándose la mano por

el cabello—. Creo que la gente de Melaina llegó aquí antes que nosotros y le contaron

que escapaste. Si un mensajero tomó dos caballos y los esforzó mucho, pudo habernos

ganado. Así que probablemente estará buscándonos en las puertas de la ciudad. —Se

detuvo, mirándome. Se veía tan cansado como yo me sentí de pronto, tan desarmado

como una vela rasgada al viento.

Por un largo tiempo, ninguno de nosotros dijo nada. Mi mente estaba zumbando de

nuevo, pero sin resultados. Finalmente, sin embargo, Mika dijo:

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—Pero eres hechicera. Podrías… disfrazarnos, o volvernos invisibles. Algo para

meternos en la ciudad y en el palacio.

—Soy una hechicera impredecible —rebatí con un suspiro—. No sé si Kiernan te

contó, pero no tengo exactamente control de mi magia. Hay mucha y estuvo enterrada

bajo el hechizo por mucho tiempo. La mitad de las veces, cuando intento usarla, sale

molesta y arruino algo. —Me giré, intentando sin éxito ponerme cómoda en el suelo—

. Podría lograr hacer un encantamiento para llevarnos a través de las puertas de la

ciudad —admití finalmente—. Pero la magia no va a funcionar en la entrada de

palacio. El hechicero va a estar buscando magia, esperando para sentir el mínimo olor.

Notarán si intento disfrazarnos con magia y, definitivamente, los guardias nos

atraparán si lo intentamos sin ella.

—Bueno, has pasado toda tu vida en ese palacio. ¿Me estás diciendo que no hay

ningún pasaje secreto o túneles que hayas encontrado? Algo que nadie más sepa.

Sacudí mi cabeza.

—No hay nada.

Giré mis ojos hacia Kiernan mientras un hielo empezó a formarse bajo mi piel, solo

para también encontrarle mirándome fijamente.

—Por el Dios Sin Nombre, somos estúpidos —susurró—. La Puerta del Rey Kelman.

—Se abrirá de cualquier lado —dije rápidamente—. Y la tenemos a ella ahora. Estará

allí si ella lo está. “Sangre real”. Pero necesitamos el mapa; sin él, no estoy segura de

poder encontrar el lugar exacto donde se encuentra la puerta del otro lado de los muros

del palacio.

Nos sonreímos abiertamente el uno al otro, tan locamente que debió haberse visto

demente.

—Siento interrumpir. —Mika arrastró las palabras desde el desconocimiento—. Pero,

¿qué es esa puerta de la que habláis?

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Traducción SOS por Emii_Gregori y Aldebarán

Corregido por Alina Eugenia

esperté antes del amanecer, mientras las estrellas aún cubrían el cielo y los

demás todavía dormían. Era demasiado pronto para intentar los hechizos de

camuflaje y la barrera en la ciudad. Mis ojos se cerraron fuertemente y traté de

volver a dormir, sin ningún resultado. Así que al final me levanté y, pisando

suavemente para no despertar a Kiernan ni a Mika, en sus lugares en el pajar, me

deslicé al exterior para ver llegar el amanecer.

Qué calor que hace, pensé mientras me sentaba con la espalda contra el granero con las

rodillas pegadas a mi pecho. Si el rey no hubiera enfermado, toda la corte podría haber

viajado a la región lacustre durante unas pocas semanas para escapar del calor de

verano proveniente de la ciudad. Me imaginé lo que pasaba en el palacio en lugar de

eso. Las salas inferiores ya estarían alborotadas mientras las flotas de cocineros,

criadas y mayordomos se apresurarían a organizar los detalles de última hora para la

coronación. Los nobles todavía estarían dormidos, pero no por mucho, mientras los

criados y criadas vendrían a ayudarles con sus mejores lujos para el día.

Kiernan estaría entre ellos, si no hubiera venido a buscarme. Lancé una mirada hacia

la puerta del granero, como si pudiera ver a través de ella. No sabía qué hacer con él.

Un beso, una declaración de amor. Tal vez eso no hubiera sido suficiente para resistir

mi rechazo, usando magia en su contra y eligiendo a Thorvaldor antes que a él. Había

venido a buscarme, sí, diciendo que estuvo equivocado. Pero no había hecho nada

más, independientemente de lo que Mika dijera. Tal vez se había dado cuenta de lo

inútil que sería amarme. A pesar de que traté de apartarlo de mi mente, me molestaba

bastante saber que yo podría morir hoy. Él no lo habría olvidado. Puede que haya sido

tal el miedo a perderme, que hubiera aislado su corazón para protegerlo.

De acuerdo, incluso si yo viviera, debe saber que no podríamos casarnos, debe saber lo

que tenía que decirle. El conde de Rithia nunca permitiría que su hijo se casase con

una plebeya y yo no sería capaz de vivir conmigo misma si dejara que se deshiciera de

D

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221

sus títulos y se alejara de su familia por mí. Incluso Melaina sabía eso lo suficiente

como para echármelo en cara.

Me pregunté si Melaina estaba dormida, allí, en palacio. Lo dudaba. No albergaba

esperanza alguna de que ella no estuviera al tanto de mi huida. De alguna manera lo

sabría, habría un mensaje por correo o un hechizo para hacerle saber que crucé la

puerta de la Casa Sare. Planificaría, observaría y esperaría. Este era el momento de su

triunfo y no dejaría que se lo arrebatara tan fácilmente. Lo único que me salvaba,

curiosamente, era su ferviente deseo en poner a Orianne en el trono. Ella tendría que

moverse con cuidado; eso no haría que ahora no cayese ninguna sospecha sobre

Orianne. Quizás esa fuera su debilidad. O quizás abandonaría sus medidas cuidadosas

(cubrir sus propias pistas) en su desesperación.

Orianne. ¿Estaba dormida? Una vez más, lo dudé. Había perdido al hombre que pensó

que era su recién descubierto padre. Y en pocas horas, sería coronada reina. Había

tenido solo unos pocos meses para acostumbrarse a la idea de ser la princesa. La

imaginé junto a la ventana de mi vieja habitación, alta y serena, mirando el mismo

amanecer que yo. Ambas princesas falsas. ¿Qué sería de alguna de las dos después de

hoy?

Mika. ¿Qué sería de ella? Incluso asumiendo que triunfáramos, su camino sería difícil,

tal vez más difícil que el de Orianne o el mío. Su mundo estaba a punto de cambiar, de

expandirse más allá de los límites que conocía. Ella no lo había demostrado, pero

debía estar asustada.

Yo estaba asustada. Podría haber escapado de la muerte en manos de Melaina, pero la

profecía del oráculo todavía se cernía en mi mente. Si seguía este curso, parecía

probable que alguien muriera. Hoy, quizás. Recogí un hierbajo que crecía en la hierba.

Si tan solo supiera quién de nosotros estaba en peligro, qué lado del triángulo

necesitaba más protección. Podría prepararme mejor entonces, tomando precauciones.

Pero como estaba, no había precauciones para tomar, nada que hacer excepto

precipitarnos a la lucha.

¿Pero estaba haciendo lo correcto? Pensé que lo estaba haciendo por el bien del reino,

pero tal vez Kiernan tenía razón. Tal vez realmente era solo por mí, para demostrarme

a mí misma que no era una don nadie. ¿Era mi sentido del deber el que me impulsaba,

o mi propia vanidad?

El oráculo había visto mi camino ramificándose en opciones y posibilidades. ¿Estaba

tomando el camino correcto? Si Mika moría, todo habría absolutamente sido para

nada. ¿Pero lo valdría si yo muriera? ¿Si sangraba hasta morir, sabiendo que la había

puesto en el trono, sentiría que había sido un precio que estaba dispuesta a pagar?

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Dios Sin Nombre, oré, sé que no te importa quién se siente en el trono. Pero fue tu oráculo el que

me ayudó en este camino. Así que debes estar observándonos, así sea por el rabillo de tu ojo. Por

favor, sostennos en tus manos hoy.

Apenas oí sus pasos antes de que se acomodara a mi lado y me sorprendiera, dando un

salto.

—Lo siento —dijo Mika—. Viví en el bosque, ya sabes. La abuela siempre me decía

que debía pretender a ser un ciervo para que nadie pudiera oírme llegar.

Su voz sonaba suave pero, cuando me giré para mirarla, vi que su rostro se veía

fruncido alrededor de sus ojos y más pálido que de costumbre.

—¿Kiernan sigue dormido? —pregunté.

—Roncando como un oso. Creo que podría haber bailado sobre su cabeza y aun así no

lo hubiera despertado. —Nos sentamos en silencio durante un momento y luego dijo—

: Entonces esta profecía tuya… dice que una de nosotras morirá hoy.

El cielo del este estaba volviéndose gris, teñido con la más mínima pizca de rosa. —

No se hacen realidad, a veces.

—Eso no es de mucha ayuda, por donde estoy sentada.

—No —coincidí—. No mucho. Pero al menos no decía que habíamos perdido.

—Ganar no significa mucho si estás muerta, Sinda.

Pronto no habría ninguna estrella en absoluto.

—Esta vez podría —dije en voz baja.

Mika no respondió. En su lugar nos sentamos en silencio, con nuestras barbillas en

nuestras manos y las rodillas elevadas frente a nuestro pecho, esperando el amanecer.

***

Unas horas más tarde, cabalgué hasta la ciudad, con mi espalda tan recta como una

espada y mi estómago anudado como una vieja red de pesca. La carretera que

conducía a la puerta del distrito Guildhall estaba llena de gente que trataba de entrar

en la ciudad. Pocos serían permitidos en la coronación real, pero todos querían poder

decir que habían estado en Vivaskari cuando la princesa se convirtió en reina. Así que

tuve que esforzarme para mantener mi caballo bajo control mientras las personas, a

caballo o sin ellos, se precipitaban en torno a ella. Traté de mantener mi ojo en

Kiernan, quien estaba delante de mí, pero seguía perdiéndolo en la multitud. Mika

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223

estaba en alguna parte detrás de mí; habíamos pensado que lo mejor era entrar uno por

uno, por si acaso los guardias estuvieran buscando un grupo de dos chicas y un joven.

Yo había controlado tres hechizos que, a pesar de no transformarnos por completo,

alteraron nuestras características lo suficiente para engañar a alguien que no nos

conocía bien. Sin embargo, hacer los hechizos me dejó nerviosa; había quemado

accidentalmente una parte del césped de alrededor de mis pies antes de arreglármelas

para reñir la magia de regreso. Pero deberíamos ser capaces de entrar en la ciudad sin

ser detectados, pensé, y llegar hasta Philantha para recuperar el mapa.

No me preocupé en no tener ningún plan para después, cuando llegamos a palacio.

Aparté ese pensamiento, haciendo que mi estómago se retorciera aún más al pensar en

ello, mientras Kiernan se acercaba al guardia de la puerta. El hombre, alto y

corpulento, parecía agobiado por el gran número de personas que intentaban entrar en

la ciudad y, a pesar de la espada colgada en el cinturón de Kiernan, le dio la más

superficial de las miradas antes de hacerle señas hacia el interior.

Uno menos, pensé, mientras resistía el impulso de mirar sobre mi hombro hacia Mika.

Me esperé que el guardia notara que algo me pasaba. Me sentía tan débil y nerviosa

que tuve que agarrarme la silla con una mano mientras la familia de delante de mí era

examinada. Pero el guardia apenas posó sus ojos sobre mí. Si aún tenía el hechizo,

vería a una chica joven con cabello rubio oscuro, llevando un vestido con el emblema

del gremio de los zapateros. No tenía la habilidad para hacer que durara mucho

tiempo. Una hora, tal vez, desde el momento en que lo lancé. Aunque el mío debió de

haberse mantenido, porque me dejó pasar.

En el interior, Kiernan me había esperado a una corta distancia de la puerta, aunque lo

suficientemente cerca para que pudiéramos alcanzarla rápidamente si tuviéramos que

hacerlo. Ambos giramos nuestros caballos para observar, con las manos apretadas en

las riendas, mientras Mika se acercaba a la puerta.

Mika estaba teniendo algunos problemas para controlar su animal; un bebé, llorando

detrás de ella, le había hecho encabritarse con nerviosismo, pero ella se las arregló para

calmarlo mientras alcanzaba al guardia. Él la miró, entonces asintió y oí a Kiernan

suspirar de alivio.

Su caballo solo había dado unos pocos pasos más allá de la puerta cuando el guardia se

giró, levantando su mano.

—¡Tú! —gritó—. ¡Detente!

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224

Kiernan le dio un rodillazo a su caballo justo cuando me balanceaba en mi silla. Si

tenía que hacer magia, era mejor no tener que controlar un caballo al mismo tiempo.

Mientras caía al suelo, oí a Kiernan maldecir mientras un carro se cruzaba frente a él,

con su conductor mirando detenidamente en el cruce de calles, confundido, como si no

supiera muy bien a dónde iba. Kiernan no llegaría a Mika a tiempo.

Mika se giró lentamente, con su cara nada reveladora. El guardia se dirigió hacia ella,

extendiendo una mano para tomar sus riendas. Él le habló y luego le entregó algo. Ella

asintió y el hombre dio media vuelta para regresar a la puerta.

—Una manzana —dijo cuando nos alcanzó. Una fina capa de sudor cubría su frente—

. Se cayó de mi alforja.

—Una manzana —repitió Kiernan, luego dejó escapar un silbido de aire que se

convirtió en una risa frenética.

—Basta ya —interrumpí—. La coronación inicia en dos horas. Tenemos que ir a por

Philantha.

Tomó más tiempo del habitual abrirnos camino a través de Guildhall hasta Goldhorn.

La ciudad se había llenado de forasteros y parecía que todos los habitantes de la ciudad

habían decidido salir a las calles. Consideré abandonar los caballos y continuar a pie,

pero la montura de Kiernan era suya y dudaba de que quisiera dejarla en la calle. Sin

embargo, en el momento que llegamos al establo de Philantha, casi me lancé de la silla

en mi prisa por bajar.

Había dado solo unos pasos hacia la puerta cuando frené, confundida. Todo estaba

tranquilo en el pequeño patio del establo detrás de la casa, incluso teniendo en cuenta

el ruido de la calle. ¿Dónde estaba el sonido de Gemalind tatareando a través de la

ventana de la cocina? ¿Dónde estaba Tarion, quien por lo general habría salido a toda

prisa para tomar nuestros caballos?

Oí a Mika y a Kiernan deslizarse de los suyos y luego apresurarse hacia mí.

—¿Dónde están todos? —pregunté.

Kiernan inspeccionó la silenciosa casa.

—¿Podría haberles dado el día libre? ¿Yendo ella misma a la coronación? —preguntó.

Lamí mis labios.

—Lo primero… tal vez. Lo segundo… —Me encogí—. A ella no le gusta el

espectáculo. Podría ir, como una hechicera universitaria, pero no tan temprano.

Esperará hasta el último minuto y luego se deslizará por detrás. Kiernan… —Me callé.

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225

No había necesidad de poner mi preocupación en palabras; podía ver los mismos

pensamientos en sus rostros.

—Todavía necesitamos el mapa —dijo Kiernan—. Y algo de ropa diferente no estaría

mal. Algo para que parecierais un poco más pertenecientes a la coronación. —Él

mismo, aunque no estaba vestido como lo haría normalmente en una coronación, por

lo menos había limpiado las ropas de sus alforjas esa mañana. Mi propia muda de ropa

se había perdido, junto con el caballo que alquilé, en March Holdings—. Mika es más

pequeña que tú, pero no mucho.

—Escondieron muchos de mis vestidos más bonitos, pero cualquier cosa es mejor que

esto —dije, agarrando mi sucia ropa de viajera y prisionera. No encajaríamos, incluso

con lo mejor, pero tampoco pareceríamos vagabundos. —Mi cuello se erizó mientras

miraba hacia la casa, pero luego sacudí mi cabeza. No podíamos darnos el lujo de

retrasarnos por más tiempo—. Tenemos que irnos.

La casa era aún más silenciosa en su interior. Me estremecí mientras nos dirigíamos a

la gran escalera sin ver a nadie. Aunque mis hombros dolían por la tensión, traté de

decirme que no pasaba nada, que la sensación de ojos en mi espalda era solo mi

imaginación. Casi me había convencido cuando llegamos a la segunda planta y oí el

gemido.

Los tres nos congelamos por un instante y luego corrí por el pasillo hacia la forma

golpeada y tendida dos puertas antes del estudio de Philantha.

Era Gemalind, la cocinera. Tragando con fuerza, le di la vuelta tan suavemente como

pude, solo para encontrar un enorme moretón negro y púrpura extendiéndose a un

lado de su cara. Levanté una mano temblorosa hacia su nariz y sentí un leve aliento

moverse contra mis dedos.

—¡Philantha! —exclamé mientras me tambaleaba en posición vertical—. Su estudio.

—Tropecé a pocos metros de la puerta, con la sangre bombeando en mis oídos. La

puerta del estudio estaba entreabierta y me arrojé el resto del camino tan violentamente

que me golpeé contra la pared interior.

La mayor parte de la habitación estaba tranquila. La mesa cubierta de botellas abiertas

de líquido, no tantas como las que estaban volcadas, seguía en pie cerca de la puerta.

Las pieles de serpiente, plumas, nidos de pájaros y garras de animales estaban en la

esquina donde Philantha los mantenía. Los libros yacían esparcidos por la habitación,

pero solo de manera en que la lectura quedara hacia abajo. A primera vista, no pasaba

nada.

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226

Di un paso en la habitación y el vidrio crujió bajo mis botas. Miré hacia abajo para ver

una línea de fragmentos rotos, como si alguien hubiera arrojado varias bolas de cristal

a alguien cerca de la puerta. Mientras mis ojos seguían el rastro, vi una de las mesas

tendida a un lado y un charco de poción azul mezclado con arena húmeda se extendía

su alrededor.

Me precipité y del otro lado de la mesa volcada yacía Philantha.

Estaba pálida, tan pálida que las líneas de sangre que se habían escurrido por su nariz y

boca destacaban como telas de araña roja. Yacía a un lado, con un brazo doblado

sobre ella, como si alguien la hubiera empujado y dejado luego. Pude ver los

moretones oscuros que unas manos habían dejado alrededor de su cuello.

—No —susurré mientras me lanzaba a su lado. Extendí una mano para agarrar sus

hombros, desenganchando su brazo desde detrás de su espalda. No me atreví a

comprobar su respiración, como había hecho con Gemalind—. Debería habérselo

dicho.

Yo había estado en esta misma sala antes de irme y casi, casi le había dicho a dónde

iba. Pero había estado cegada por mis propias protestas de que no había pruebas

suficientes. Me había convencido de que la pondría en peligro diciéndoselo. Pero esas

no eran las razones reales y definitivas.

Como había dicho Kiernan, quería secretamente, muy en el fondo de mi corazón,

encontrar a Mika yo misma. Así que me quedé en silencio. En lugar de protegerla, la

había dejado vulnerable a lo mismo que yo temía. Ella no habría tenido ninguna

advertencia, ni idea de que alguien podría llegar a hacerle daño.

Las lágrimas se estaban formando en mis ojos y mis hombros empezaron a temblar.

—Todo esto es mi culpa mía —murmuré—. Debería habértelo dicho.

Extendí mi mano para cepillar un mechón de cabello de su frente y, cuando toqué su

rostro, tosió.

—Philantha —respiré. Entonces, por encima de mi hombro, grité—. ¡Kiernan, Mika!

¡Aquí! —Girando de regreso a ella, sostuve su mano—. Philantha, ¿puedes oírme?

Sus parpados se movieron y luego los abrió hasta convertirse en doloridas rendijas.

—¿Sinda? —preguntó con tono áspero.

—Soy yo —confirmé—. ¿Estás…? —Parecía absurdo preguntarle si estaba bien—.

¿Qué ha pasado?

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—Hombres —dijo débilmente—. Dos. Tenían… escudos. Mis hechizos solo

rebotaron. —Cerró sus ojos como si una ola de dolor se apoderara de ella—.

¿Gemalind? —dijo con los dientes apretados—. La oí… en el pasillo.

—Está viva —dije—. Herida…no tanto como tú…pero viva. ¿Dónde están los demás?

—Les dijeron que salieran, que disfrutaran del día. Se fueron temprano. Todos menos

ella. —Se esforzó en mantener los ojos abiertos—. Te están buscando, Sinda. Se

preguntaban dónde estabas, si volverías.

—Lo sé —dije—. Lo lamento. Debería… —Escuché a Kiernan y a Mika detrás de

mí—. Tenemos que llamar a un sanador —les dije.

—Encontraré a alguien para enviarlo —dijo Kiernan antes de correr fuera del cuarto.

—No tengo mucho tiempo —le dije a Philantha—. No puedo explicarlo ahora, pero

tenemos que llegar a palacio antes de la coronación.

Los ojos de Philantha, brumosos por el shock y el dolor, habían estado parpadeando

entre Mika y yo.

—Hechizo. Lo sentí… entre las dos. Fuerte. Algo que las conecta…

Asentí.

—Ella es la princesa, Philantha. La verdadera princesa. Y ellos están a punto de

coronar a la chica equivocada. Tenemos que detenerlos, pero tenemos que llegar allí

primero y luego… —Fracasé una vez más, todavía no sabía con seguridad que haría

una vez llegásemos allí.

Philantha puso la parte trasera de su cabeza contra el piso.

—Como pensé —murmuró—. Su esencia, aún está en ti. Casi lo veo. Eso es…

conexión.

—Estas en lo cierto —dije. La puerta rechinó cuando Kiernan entró.

—Pagué a un chico para correr a la universidad —dijo—. Aún debe haber algún

sanador allí.

Apreté la mano de Philantha.

—Tengo que irme. Tenemos que conseguir algo de mi cuarto y luego debemos irnos.

Lo lamento.

Sus ojos se habían cerrado; ella parecía estar cayendo inconsciente otra vez.

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228

—En ambas —murmuró y se quedó inmóvil.

—¿Puedes quedarte con ella durante un momento? —pregunté a Kiernan, quién

inmediatamente vino alrededor de la mesa y se arrodilló junto a Philantha—. Vamos

—dije a Mika—. Podemos cambiarnos de ropa en mi cuarto y conseguir el mapa.

Vi cómo Kiernan y Mika habían puesto a Gemalind más cómoda mientras nos

apresurábamos por el pasillo. No me detuve a mirarla de nuevo; el sanador la ayudaría

al llegar. En mi habitación, Mika y yo nos quitamos la ropa sin pudor para ponernos

dos de mis mejores vestidos. El de Mika era un poco más grande y tampoco era lo

suficientemente grandioso para una coronación, pero estarían bien.

—¿En qué tablón estaba? —murmuré para mí misma, tan pronto como estuve vestida.

Mika me echó una mirada inquisitiva, por lo que expliqué—. Antes de salir, escondí el

mapa del rey Kelman debajo de uno de los tablones del suelo. No quería que nadie lo

encontrara, pero no podía pensar en un lugar mejor, ¡Ah! —Ese lugar, medio

escondido bajo la cama, con un oscuro nudo en su extremo—. Hay un peine encima

de la mesa —dije—. Lánzamelo.

El mango del peine era lo bastante delgado para deslizarse entre los tablones, los cuales

rechinaron mientras los separaba. Pero el que estaba flojo se soltó y debajo de él,

seguro y sin daños, se encontraba el mapa cuidadosamente enrollado. Las genealogías

y la confesión del oráculo también estaban allí y las metí en el bolsillo de mi vestido.

—Vámonos —dije—. La coronación empezará pronto.

Mika asintió y me siguió fuera de la habitación, bajando las escaleras. Sin embargo,

cuando entramos en el pasillo del segundo piso, choqué de frente con Kiernan, quién

agarró mis hombros para mantenerme en pie.

—¡Shh! —susurró, poniendo un dedo sobre mis labios—. Oí algo escaleras abajo.

Arrastrándonos por el suelo, nos colocamos en la barandilla que daba a la entrada del

pasillo. Efectivamente, dos hombres armados con largos puñales estaban subiendo

silenciosamente por las escaleras. Los hombres de Melaina podrían haber dejado morir

a Philantha en el estudio, pero habían estado observando la casa desde fuera,

esperando que alguien regresase.

Pegamos nuestras espaldas contra la pared, de modo que ellos no pudieran vernos.

—¿Hay otro camino de salida? —susurró Mika.

Señalé—: Bajad por las escaleras de servicio. Podríamos hacerlo por la puerta del

jardín y salir por allí. A menos que hayan dejado más hombres fuera.

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229

—Tenemos que intentarlo —convino Kiernan, con su mano suspendida sobre su

espada—. Pero tenemos que irnos ahora.

—Pero Philantha —dije—. Y Gemalind. Podrían hacerles más daño. Y al sanador que

vendrá.

La expresión de Kiernan estaba afectada y Mika había apretado sus puños tan fuerte

que sus nudillos palidecían. Pero él sacudió la cabeza.

—Si nos atrapan, se acabará, Sinda. No habrá más oportunidades. Orianne será

coronada reina.

—¡No puedo dejarla! ¡Le hicieron daño por mi culpa! —Debería irme, lo sé. La

coronación comenzaría pronto y, si teníamos que estar en la Sala de Thorvaldor para

llamar la atención de todos, de alguna manera, tendríamos que salir ahora. Pero no

podía moverme; sentí como si mis piernas estuvieran atadas al suelo por unas esposas.

Había sacrificado tanto para encontrar a Mika, vivido peligros que no sabía que podría

enfrentar. Había puesto a ella y a Kiernan en peligro y solo habíamos escapado por

poco. Ser atrapados ahora, haría que todo hubiera sido en vano… la idea era

insoportable. Pero Philantha me acogió cuando estuve sola. Había creído en mí

cuando la universidad de hechiceros me dio la espalda. Era mi amiga y dolía; no podía

irme.

—¡Ella quiere que vayamos! —argumentó Kiernan.

—¡No puedo…! —exclamé, pero era muy tarde. Los hombres subieron al pasillo del

segundo piso y nos vieron.

—Parece que tenías razón —le dijo el más alto al otro—. Dos pequeñas gorriones y un

papagayo con una espada para protegerlas.

El segundo hombre sonrío con una lasciva mirada.

—Vamos, gorriones —dijo—. No queremos haceros daño… no mucho.

—¡Quédense atrás! —grité y entonces, alcanzando la magia en lo profundo de mí,

intente un hechizo que me permitiera lanzar una bola en el suelo, a sus pies. Pero no

pude hacerlo. La bola chisporroteó en mis manos y después murió.

—No eres buena en eso, ¿o sí, gorrión? —El primer hombre agitó su cuchillo hacia

nosotros mientras caminaba por el pasillo.

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Respirando hondo, lo intenté otra vez; esta oportunidad, la bola de fuego brilló entre

mis manos. La lancé hacia ellos y luego extendí mis brazos, tratando de empujar a

Kiernan y a Mika lejos de la explosión.

Debería haber explotado; había visto a Philantha hacer arder un muñeco de paja en

cuestión de segundos. Pero la bola parecía rebotar en ellos y luego, deslizándose lejos

como si tuvieran una pared de vidrio a su alrededor, desapareció en el aire.

El segundo hombre sonrió de nuevo.

—Escudos, querida —dijo—. Poderosos. Aquella hechicera… —Sacudió sus manos en

dirección al estudio de Philantha—, sus hechizos no funcionan bien.

—Corred —susurré. Luego grité—. ¡Corred!

Mika y yo giramos al mismo instante, correteando por el pasillo hacia las escaleras de

servicio. Oí un jadeo, el ruido de un puñal arrastrando por el pasillo y miré hacia atrás

para ver a uno de los matones agarrándose un brazo mientras el otro lo miraba con

horror. Kiernan tenía una sonrisa feroz en el rostro cuando dio media vuelta para

seguirnos.

Los había sorprendido: ellos parecían matones callejeros y no esperaban que un noble

como Kiernan realmente supiera luchar. Pero eran profesionales y, mientras

llegábamos a las escaleras, los oí viniendo en nuestra búsqueda. Estuvimos a punto de

caer en las escaleras, a medida que corríamos por el pasillo e irrumpimos por la puerta

trasera del jardín amurallado. Kiernan cerró la puerta detrás de nosotros cuando la

atravesó y oí tocar a uno de los hombres. Corrimos a través de la puerta del jardín y

por el callejón hacia la calle.

—El muro noreste —bramé a Kiernan—. ¿Cuál es el camino más rápido hacia allí?

—Seguidme —gritó y nos sumergimos en la multitud, moviéndonos hacia palacio para

esperar el anuncio de que la princesa había sido coronada.

No sabía lo lejos que estaban los hombres detrás de nosotros, así que corrimos como si

ellos estuviesen a solo unos pocos pasos. Mi costado dolió antes de haber recorrido

unas pocas manzanas y pude oír a Mika jadeando detrás de mí. El sudor corría por un

lado de mi cara y oí rasgarse el dobladillo de mi vestido al menos una vez.

Aunque la multitud nos retrasó, también nos escondió, cubriéndonos en la masa de

personas que pululaba por la calle. Pero necesitábamos una buena ventaja, porque, a

pesar de saber más o menos adónde debíamos ir, necesitaba un momento con el mapa

para localizar el lugar exacto.

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231

Habíamos llegado a Sapphire cuando extendí la mano para tirar de nuevo de Kiernan.

La multitud se estaba disolviendo aquí; muchos de los habitantes de Sapphire

actualmente asistían a la coronación. Así que nos acurrucamos a la sombra de un

enorme árbol. Mika hacía guardia mientras Kiernan y yo estudiábamos el mapa.

—Mira —dije, tocando suavemente el mapa—. Está justo dónde nosotros pensamos

que estaba.

—Seremos capaces de ver ese gran árbol sobre el muro, el de los bancos dónde

estábamos sentados cuando… cuando vinieron por ti —convino Kiernan—. ¿Estás

segura de que funcionará?

Asentí, ignorando la punzada de dolor dentro de mí.

—Tiene que funcionar.

—Bien, estamos a punto de descubrirlo —dijo Mika de repente—. Están en la parte

baja de la colina.

Nos habían visto, pero pensando que había pocos lugares para ocultarnos, venían muy

despacio; obviamente sin aliento, como nosotros. Hice una mueca ante la idea de

correr más pero, cuando Mika y Kiernan se lanzaron detrás del árbol, los seguí con el

mapa en mis manos.

Fuimos por la carretera, giramos la esquina y nos quedamos allí. El muro de palacio se

extendía en ambas direcciones; al oeste, hacia la entrada del palacio y al este, hacia el

lugar dónde se unen los muros de la ciudad. Corrimos. Kiernan y yo mirábamos hacia

arriba para ver el árbol dentro del muro que marcaría la puerta. Me tropecé por alzar la

vista y estuve a punto de caer de rodillas, pero Mika me tomó por el brazo y me

empujó hacia delante. Y entonces, de repente, lo vi. Verdes hojas se balanceaban con

la brisa, visibles incluso detrás del muro.

—Allí —jadeé y nos frenamos. Los hombres de Melaina podrían estar sobre nosotros

en cualquier minuto.

—¿Dónde está? —demandó Mika.

—Debería estar aquí —exclamé, tirando del mapa abierto. Sí, nos hallábamos en las

afueras del sitio donde Kiernan y yo nos habíamos encontrado hace muchos meses

atrás—. ¡Debería estar aquí!

—Tal vez ella tiene que tocar el muro —dijo Kiernan. Mika pasó sus manos sobre el

muro, acariciándolo como a un caballo, pero no pasó nada.

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—¡Ella está aquí! La puerta debería aparecer para ella —gemí, temerosa de mirar sobre

mi hombro a los hombres—. ¿Ves? —Pasé mis dedos bajo las runas—. Tengan cuidado

todos aquellos que intenten hacer aflorar la Puerta del Rey. Sepan que solo una persona con

sangre real y palabras reales hará aparecer la Puerta.

—¿Qué pasa con esa parte del final? —preguntó Kiernan.

Sacudí mi cabeza.

—No son más que embrollos. El nombre del cartógrafo o algo así.

—No, no lo son —dijo Mika sobre mi hombro, con una extraña y tensa voz.

—¿Qué? —jadeé justo cuando Kiernan dijo—. ¿Puedes leer esto?

Ella asintió, con los ojos muy abiertos.

—Pero no podía traducirlos —dije—. ¿Puedes leer runas antiguas?

Ella sacudió su cabeza.

—Pero puedo leer esto.

Sangre real, pensé. Sangre real y… palabras reales. Palabras deletreadas que solo alguien

de sangre real podría ser capaz de leer.

—¡Rápido! ¿Qué dicen?

Mika se me quedo mirando, con una expresión ilegible sobre su rostro.

—Soy Thorvaldor —susurró.

La luz se encendió en el muro del palacio, tan brillante, que tuve que poner una mano

sobre mis ojos para protegerlos, antes de que se apagara.

Cuando la luz se atenúo, sentí a Kiernan agarrar mi mano y presionarla con fuerza.

Pero allí, dónde momentos antes hubo una pared blanca, ahora había una pequeña

puerta de madera.

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Traducido por Belle 007

Corregido por Alina Eugenia

as fuertes pisadas hicieron eco cuando los hombres de Melaina nos vieron allí

parados. Tomaron velocidad.

—¡cruzad, cruzad! —grité. Y pasamos uno tras otro a través de la puerta. Kiernan

la cerró de golpe mientras echaba una mirada alrededor con furia, esperando a que

alguien nos hubiera visto caer en los jardines de palacio y llamado al guardia. Pero hoy

no había nadie paseando ahí afuera; todo el mundo estaba adentro, esperando a que

empezara la coronación.

—Ellos también serán capaces de pasar —dijo Kiernan, mientras desenvainaba su

espada—. ¡Ustedes dos, vayan! Yo los retendré...

Pero Mika solo se alejó un paso de la puerta y, con su sangre real y las respectivas

palabras de retirada, la puerta desapareció, dejando nada más que pared detrás.

Dejé escapar el aire que había estado conteniendo en el mismo momento en el que

Kiernan y Mika lo hicieron. Nuestros ojos se encontraron y allí, en medio del jardín de

palacio, nos echamos a reír.

Pero no pudimos reír por mucho tiempo. Cuando nuestra risa se extinguió, recorrí el

jardín con la mirada mientras me mordía el labio, pensando.

—¿Serán capaces de entrar? —Mika le preguntó a Kiernan, quien sacudió su cabeza.

—No lo creo. La coronación empezará pronto, si es que no lo ha hecho ya; Melaina se

aseguró de que ninguna persona extraña pueda entrar. Desafortunadamente para ella,

eso también incluye a sus matones. Creo que estaremos seguros.

Mika resopló.

—Claro. Perfectamente seguros.

L

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234

Los ignoré. En mi mente estaba atravesando los pasillos de palacio, decidiendo cuáles

de ellos nos llevarían al Salón de Thorvaldor sin que nadie nos viera. Tuve que

empujar los recuerdos que estaban tratando de abrumarme: el olor de los jardines en

verano, la forma en que el sol brillaba sobre las torres de palacio. No podía volver a

sumergirme en esos sentimientos, esos deseos por las cosas que estaban en el pasado.

Tenía que concentrarme, pero era difícil, porque me sentía tan cansada y asustada...

En alguna parte del palacio, las campanas empezaron a sonar. La coronación había

comenzado.

Liberándome de los recuerdos, extendí mi mano para agarrar la de Mika.

—Sígueme —le dije—. Pase lo que pase, incluso si alguien llega a detenernos, solo

sígueme. Si me atrapan, sigue a Kiernan. Ambos conocéis la historia, podréis

contárselo.

—Entonces, ¿ése es nuestro plan? —preguntó ella—. ¿Meternos y decírselo?

Asentí con un encogimiento de hombros.

—No puedo pensar en nada más. Solo tenemos que lograr entrar en el salón y llegar a

la parte delantera. Deberíamos ser capaces de hacer lo suficiente como para que

quieran escucharnos.

—Cuando cuentes la historia —dijo Kiernan—, solo asegúrate de que sepan que

Orianne no tiene nada que ver con eso. Que ella no lo sabe. La última cosa que

necesitamos es que una muchedumbre trate de atacarla o algo por el estilo.

—Estoy de acuerdo. —Tomé una profunda respiración, aunque no me tranquilizó

tanto como me hubiera gustado—. Adelante.

***

Debido a las campanas, tomamos el camino más directo posible. La misma ruta, me di

cuenta, que había tomado con Cornalus el día que me dijo quién era yo realmente.

Ahora, sin embargo, ningún noble andaba por los pasillos, ningún sirviente se

apresuraba a hacer sus quehaceres. Todo el mundo estaba, ya sea en el Salón de

Thovaldor o en las habitaciones del festín, preparándose para las celebraciones

siguientes a la coronación.

Menos dos guardias que estaban parados junto a las puertas del Salón, como siempre

lo habían estado. Uno extendió un brazo mientras nos acercábamos, pero Kiernan se

puso al frente de nuestro grupo.

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—No le contará a mi padre que llegamos tarde, ¿no? —preguntó Kiernan con una

sonrisa arrepentida—. Él me amenazó con volver a Rithia si hoy no llegaba a tiempo.

Pero la verdad es que fue por mis primas. Están abrumadas por estar en la ciudad,

parecía que esta mañana no podían vestirse.

El guardia nos miró por encima del hombro de Kiernan. Mika y yo pusimos la misma

sonrisa tensa. Lo sabrá, pensé. Me reconocerá, o se dará cuenta de lo parecidas que

somos. Sabrá que pasa algo.

Pero el guardia solamente le sonrió a Kiernan, prometiendo no decir una palabra al

conde de Rithia. Pude oír voces en el interior y el murmullo de cientos de personas

mientras el guardia empujaba las puertas entreabiertas para que pudiéramos entrar.

No tenía ni idea de qué estaba ocurriendo al frente de la sala. Aunque las sillas se

habían puesto para cubrir la puerta que daba al Salón, toda la multitud seguía de pie,

bloqueando mi vista; solo las columnas blancas eran visibles desde donde se alzaban

para sostener el techo. Pude oír pies arrastrándose en el balcón de arriba y supe que

también debía estar lleno. Un pequeño pasillo había sido creado en el centro del salón.

Me abalancé e hice mi camino a través de las sillas para llegar hasta allí, con Mika y

Kiernan siguiéndome. La gente murmuraba ofendida mientras la empujábamos para

poder pasar, pero no me importó. Prácticamente caí en el pasillo que se abrió, siendo

empujada hacia adelante mientras los demás se deslizaban sobre mí.

Nadie lo notó. Todos los ojos miraban al frente de la sala, donde Orianne estaba

arrodillada en una pequeña plataforma frente al trono. Su cabello oscuro caía en

brillantes ondas por su espalda y usaba una larga túnica roja ribeteada de armiño,

desplegada a su alrededor. Un sacerdote del Dios Sin Nombre levantó sus manos sobre

su cabeza, bendiciéndola. Incluso desde atrás, se veía lo majestuosa y elegante que una

princesa (reina) debía ser.

Hubo un momento, un segundo, en el que pude haber dudado, donde pude haberme

dado la vuelta e irme. Ella había sido formada, después de todo, casi tan bien como yo

en cosas que un gobernante debía saber. Y ella pertenecía al papel, mucho más de lo

que Mika y yo lo hacíamos. Nadie nos había visto realmente todavía, nos podríamos

haber ido sin que nadie hubiera notado nuestra presencia allí.

Yo ni siquiera hice una pausa.

—¡Paren! —grité, caminando hacia adelante con la cabeza en alto. Nunca había

caminado tan recta ni tan deliberadamente cuando fui princesa. La antigua reina,

sentada en una silla junto al trono en el estrado, que parecía triste y orgullosa al mismo

tiempo, fue la que primero me vio. Su mano fue hacia su pecho, como si se sintiera

débil—. ¡Paren! —lloriqueé de nuevo cuando las cabezas se giraron para verme. Las

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manos del sacerdote dudaron sobre la cabeza de Orianne—. ¡Ella no es quién piensan

que es!

Había llegado al frente de la sala, tan solo a unos pasos de donde ahora Orianne se

había puesto de pie y se giraba para verme. Sus ojos se abrieron y pude ver el destello

en su garganta antes de que una figura saliera de la primera fila de sillas, donde

Cornalus y los otros miembros del consejo estaban sentados.

Melaina se paró frente a mí, forzándome a parar.

Su cabello oscuro, (noté que del mismo color que el de Orianne) estaba enroscado

alrededor de su cabeza con una corona de trenzas. Usaba un vestido entubado rojo

oscuro, el color de un Maestro hechicero. Era hermosa, majestuosa y sus ojos brillaron

cuando me miró; luego se ampliaron más cuando vio detrás de mí a Kiernan y a Mika.

—¿Qué es esto? —preguntó con su voz aterciopelada que, sin embargo, llegaba hasta el

balcón.

—Tú sabes lo qué es —dije en voz baja. Entonces, posando mi mirada en Orianne, dije

suavemente—. Lo siento. —Luego me di la vuelta para enfrentarme a la fila donde

estaban sentados los nobles de Thorvaldor y chillé—: ¡Les han engañado! Mis señores

y señoras, han sido traicionados por alguien de los suyos.

Oí un susurro a mis espaldas y luego la reina habló:

—Nal... Sinda Azaway. ¿Qué significa esto?

Mirando a su alrededor, sentí que mi corazón golpeaba dolorosamente. No importaba

lo que Melaina dijera, no importaba cómo la reina había dejado que me trataran; ella

había sido mi madre, una vez.

—Les han engañados —repetí más suavemente—. A todos. Por Melaina Harandron.

—Esto es ridículo —comenzó Melaina, pero Orianne levantó la mano rápidamente.

—Déjala hablar. —Fue todo lo que dijo, pero Melaina tuvo que replegarse, con una

mirada peligrosa apareciendo en su rostro.

—Ella conspiró en su contra, Su Alteza —dije—. Trabajó con el oráculo de Isidros, su

hermana, para hacer una profecía falsa, una que los haría pensar que Nalia estaba en

peligro. Los convenció para cambiar a su hija por otra niña para protegerla, pero

cuando lo hicieron, ella la cambió de nuevo por su propia hija. —Levanté una mano

para apuntar a Orianne, que estaba tan derecha y rígida sobre la pequeña plataforma—

. Dio a Nalia a una mujer pobre en Saremarch, donde siempre sabría donde estaba.

Mató a su propia hermana, asegurándose de que no se sintiera culpable y hablara.

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Envió la fiebre de redvein a Neomar para que tuviera que dejar la ciudad, así no sabría

que Orianne también tenía un hechizo. ¡Y mató al rey con la misma enfermedad!

Un grito vino desde atrás y entonces la reina estuvo sobre sus pies.

—¿Qué? —lloró—. ¿Qué dijiste? —Su rostro, pálido y cansado, se volvió incluso más

blanco y sus manos apretaron sus faldas.

—Ella mató al rey —dije son sobriedad—. Me dijo que lo hizo.

La Reina presionó sus labios en una fina y tensa línea.

—¿Por qué lo haría? Melaina siempre ha sido leal a nuestra familia, una de nuestros

mejores asesores. ¿Por qué haría cualquiera de esas cosas?

Quería ir con la reina y tomar su mano, pero me obligué a mí misma quedarme quieta.

—No fue solo por ella misma. Fue en venganza. Ella lo ocultó, pero es una Feidhelm y

quería el trono para su propia familia.

Era una historia antigua, la de los Feidhelms, pero la reina la conocía. Pude ver sus

ojos echando un vistazo a Melaina, considerándolo. La multitud comenzó a murmurar

mientras las pocas personas que recordaban a los Fiedhelms susurraban con sus

vecinos y esos a sus otros vecinos.

—Buena historia. —La voz de Melaina sonó a través del tumulto, clara y fuerte, y me

di la vuelta para ver cómo se enfrentaba al gentío—. Pero es solo eso, una historia

hecha por una chica encargada de sustituir a la verdadera princesa para que pudiera

crecer fuera de peligro. —El murmullo comenzó de nuevo cuando se dieron cuenta de

quién era yo. Melaina negó con un suave y elegante movimiento de cabeza—. Ha sido

duro para ti, ¿no, Sinda? ¿Acostumbrarse a la vida real? ¿Tan difícil que has venido

aquí con ese cuento fantástico, con la esperanza de destituir a la verdadera princesa?

—Eso no es verdad —lloré, pero Melaina estaba hablando de nuevo, con su voz de

medianoche tan seductora y calmada.

—Su Alteza —dijo, inclinando su cabeza a la antigua reina. Luego lanzó una mirada a

Orianne—. Mi princesa. Mis compañeros Thorvaldianos. ¿Qué es más creíble? ¿Una

conspiración inventada en mi contra? Una en el que mato a mi propia hermana y finjo

la muerte de mi hija. Una que puse en marcha yo sola, sin el conocimiento de nadie

más. —Ella sonrió—. Mis compañeros hechiceros les dirían que soy inteligente.

Bueno, no soy tan inteligente. Entonces, ¿qué es más creíble? ¿Esta extraña historia, u

otra respuesta? ¿Así que esta chica, media enloquecida por el vuelco que ha dado su

mundo, algo triste, es verdad, pero hecho por el bien de nuestro país, debería venir

aquí y tratar de interrumpir la coronación?

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238

El murmullo creció mientras la gente estiraba sus cuellos para tener una mejor vista de

mí.

—He estado en Isidros —grité sobre el ruido—. He visto las escrituras del oráculo.

Tengo su confesión aquí. —Eso no hizo nada bueno. Difícilmente alguien estaba

escuchándome—. Entramos por la Puerta del rey Kelman. ¡Solo la verdadera princesa

podría hacer eso!

—¡Más fantasías! —disparó de vuelta Melaina—. Viniste con Kiernan Dulchessy,

quién aparentemente haría cualquier cosa por ti, ya que ha quedado atrapado en tus

mentiras durante años.

—¡Ella tiene la marca de nacimiento! —lloriqueé, lanzándome hacia adelante para

arrastrar a Mika al frente, agarrándola del brazo y levantándolo en el aire—. La marca

de nacimiento de la princesa.

—Un truco —dijo Melaina fácilmente—. Uno que ya tenías inventado, Sinda.

—Es verdad. —Lo intenté de nuevo, pero mi voz se quebró por la tensión y nadie me

oyó. Los consejeros de la primera fila estaban mirándome y sacudiendo sus cabezas,

mientras el ruido que venía del público se incrementaba. Los dedos señalaban en el

aire cuando el bullicio aumentó; la gente miraba hacia mí, hacia Kiernan y hacia Mika

desde sus lugares. Dejé caer el brazo de Mika dando un paso hacia la reina, pensando

que quizá podría persuadirla, pero ella se había retirado hacia su silla otra vez. Kiernan

estaba tratando de llegar a Cornalus, pero dos nobles lo habían agarrado por los

brazos. Él luchó contra su agarre, intentando razonar con ellos. Mika se quedó parada

solo a unos pies de la plataforma, donde Orianne envolvía sus brazos alrededor de su

cuerpo. Melaina avanzó hacia Mika, quien retrocedió y tropezó con la plataforma. Me

di la vuelta y vi a la reina aún parada junto a su silla, con una mirada de dolor en el

rostro mientras me observaba. Pero no vino a ayudarme.

No querían creerlo, pensé con desesperación. Es demasiado duro y ella es demasiado

buena.

Me di cuenta de que habíamos fallado. En cualquier momento alguien llamaría a los

guardias, y nos arrestarían por traición. Tenía que hacer algo, pero, ¿qué? Ahora nadie

podría oírme sobre todo el griterío; ninguna persona querría oírme. Tenía pocas

opciones.

Miré desde Mika, quien estaba peleando en la plataforma para escapar del avance de

Melaina, a Orianne, que parecía estar congelada en el sitio. Ahora, tres hombres

sostenían a Kiernan y él estaba fallando en su intento de liberarse, mientras sus ojos

miraban de Mika, a Orianne y a mí. Kiernan debía estar situado entre los nobles,

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vestido con sus mejores galas, listo para hacer travesuras en la fiesta que vendría a

continuación. No hubiera estado allí si no fuera por mí. En su lugar, se quedó a mi

lado, dentro del extraño triángulo formado por Orianne, Mika y yo. Luchando contra

Orianne, quien era su amiga. Luchando por mí, su mejor amiga y por una chica

llamada Mika a quien apenas conocía, pero complacido inmediatamente.

Una risa sin alegría se escapó de mis labios. Él nos había amado a todas nosotros de

diferentes formas, por todo lo bueno que eso le daba.

Y entonces algo dentro de mí cambió, como si una pieza de un techo roto hubiera

caído para dejar entrar la luz a una habitación oscura.

Kiernan nos había amado. A todas, de manera diferente. Había visto algo en cada una

a lo que podía aferrarse, que podía amar. ¿Era ése el trozo de alma que todas

compartíamos? Aunque Mika tenía razón, una parte de ella vive en Orianne y, en

algún lugar, un fragmento muy pequeño todavía seguía escondido en mí.

Incluso Melaina lo había dicho, algo que no habían sido capaces de sacar por

completo.

¿Qué había dicho Philantha? Hechizo. Lo sentí… entre las dos. Fuerte. Algo que las conecta…

El hechizo sigue vinculándonos, como a los tres lados de un triángulo, manteniendo

unidas nuestras almas. Era el hechizo que hacía que Orianne siguiera pareciendo una

princesa. Si solo hubiera una manera de hacer que Melaina lo removiera, o de llamar a

Neomar a la ciudad. Pero eso sería tonto; más que tonto, absurdo. Melaina nunca

removería el hechizo y Neomar estaba enfermo, incluso moribundo y demasiado lejos

para ayudar. No había nadie. Nadie que pudiera...

Me congelé, mi corazón latía tan rápido que dolía. En mi cabeza, la tímida voz de

Philantha dijo: Es más fácil lanzarte un hechizo. Te conoces a ti misma, por dentro y por fuera,

incluso si piensas que no lo haces. Es la gente, claro, la que siempre te lo hace difícil, porque tú no

los conoces, no de la misma forma en la que te conoces a ti misma.

El alma de Mika seguía en mi interior, era parte de mí. Y era parte de ella, también, y

de Orianne. Un verdadero triángulo, esos fragmentos de alma forman los lados que

nos conectan. Era un hechizo poderoso, creado para engañar a todo el que pensara

buscarlo por los hechiceros más poderosos de la época. Pero estaba dentro de mí.

Puede que no tuviera el entrenamiento de Melaina, pero tenía poder, poder que nunca

había liberado por completo. Y supe, finalmente, quién era. Había tratado de

descubrirlo desde que había abandonado mi antigua identidad en primavera, incluso

habiéndolo resistido y, a veces, maldecido. En las últimas semanas, lo había probado y

comprobado, lo había hecho salir, aunque no sin un precio. Por fin pude ver cómo era

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realmente, lo bueno y lo malo, mis partes fuertes y las que eran débiles. Supe quién

era.

Era Sinda Azaway y podía hacer esto.

Kiernan gritó; Mika lloró cuando Melaina la alcanzó. No tenía tiempo para pensar,

considerar o preocuparme.

Encuéntrala, pensé. Encuentra su alma en mí y en Orianne y devuélvesela a Mika.

Tirando mi cabeza hacia atrás, abrí mis manos hacia arriba y dejé escapar la magia.

***

Control. Lo había querido y necesitado demasiado. Yo no había querido dejar salir

toda mi magia; había sentido que no podría a menos que tuviera un fuerte agarre en

ella. Me preocupaba que pudiera sobrepasarme, quemarme desde dentro hacia afuera y

a todo lo que me rodeaba.

Ahora la magia bramaba hacia arriba y hacia afuera, corriendo de mí hacia Orianne y

Mika. Control, pensé mientras luchaba por aferrarme a la magia, para dirigirla a mi

modo. Pero no había control, la magia fluyó hacia ellos, envolviéndolos en su poder,

ya que me había envuelto para ese entonces. Escuché gritar a Orianne; mi interior se

sentía como si estuviera en llamas, pero no lo pude detener. ¡Control!, exclamó mi

cuerpo.

Sentí la magia disminuir mientras trataba de recuperar mi poder sobre ella, sintiéndola

crecer lentamente para luego morir. El hechizo se rompería, lo supe. Lo comenzaba a

sentir colapsando a mí alrededor. Pero si no hacía esto ahora, no habría otra

oportunidad. Solo encuéntrala, pensé, y déjala ir.

Y de repente, todo fue más despacio. Era como si la magia que había estado saliendo

de mí se hubiera detenido y mirado atrás, pensándolo. Como si me estuviera

preguntando qué hacer. Como si, una vez que había dejado de intentar controlarla

desesperadamente, se pusiera a trabajar conmigo.

Su alma, pensé. Está en nosotras y no debería. Devuélvesela.

Una neblina dorada apareció a mí alrededor, ocultando el salón y las personas, pero no

antes de ver neblinas similares rodear a Mika y a Orianne. Era vagamente consciente

de que el ruido de la multitud se había detenido cuando la gente se dio cuenta de que

un hechizo estaba ocurriendo; oí el más bajo de los suspiros, desde donde la reina se

había puesto de pie. Bien, pensó una pequeña parte de mí. Ella había visto esto antes.

Ella sabe lo que significa. Pero la mayor parte de mí no reparó en la reina, ni en la

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multitud, ni siquiera en Melaina, a unos pasos de Mika. Solo vi la niebla, solo me

concentré en la magia que indagaba en mi interior, en busca de la parte que no me

pertenecía.

Sentí cuando se fue. No tan grande como la última vez. Aún así era un vacío, un lugar

donde hubo algo y ahora ya no había nada. Antes de haber querido ese fragmento de

vuelta, se tapó el agujero dentro de mi alma. Tómalo, pensé esta vez. Nunca fue

realmente mío. Y, de todas formas, ahora no lo necesitaba.

Despacio, la neblina dorada se fue desvaneciendo y me encontré parpadeando y

tiritando en medio del salón. Ese gasto de magia, más de lo que yo nunca había usado,

combinado con la pérdida del alma de Mika, iba a alcanzarme en algún momento, lo

sabía. Aún así, no pude decir nada, solo me limité a mirar a Orianne y a Mika.

Mika se había doblado para agarrarse el estómago, abrumada por el sentimiento de

tener a su alma unida de vuelta. Orianne se puso más recta, pero con una mano

presionada sobre su corazón, con el rostro pálido y silencioso, mirándome a los ojos.

Con lo que pareció un gran esfuerzo, bajó su brazo y tocó un punto justo por debajo de

su codo con la otra mano.

—Se fue —dijo lentamente—. Lo sentí. Lo sentí salir de mí. Algo...

—Su alma —dije echando un vistazo a Mika. Ahora, por segunda vez, se le volvía a

decir a Orianne quién era, solo para que se lo arrebataran. Para mí había sido casi

insoportable la primera vez, no podía imaginar lo que se sentiría una segunda.

—Lo siento —le dije, sabiendo que no era suficiente.

Los susurros comenzaron en las primeras filas, donde muchos de los hechiceros

diplomados se sentaban. A estas alturas ya nos habrían mandado hechizos de prueba a

nosotras tres.

Debieron darse cuenta de quién era la verdadera princesa y quién no.

No sentí la menor acumulación de magia antes del golpe. Un minuto estaba allí de pie

y al siguiente estaba tiraba en el suelo, sintiendo como si un carnero me hubiera

golpeado. Un segundo más tarde unas manos invisibles se apoderaron de mi garganta

arañando mi cuello, por lo que me atraganté e intenté, sin éxito, tomar un respiro antes

de que más magia me cubriera, congelándome en el lugar.

—Estúpida niña entrometida —siseó Melaina. Desde mi posición en el suelo, ella

parecía una torre que llegaba hasta el techo y el aire a su alrededor crujía por la magia.

Los nobles que sostenían a Kiernan se tambalearon hacia atrás. Él se liberó y sacó su

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espada. Con un movimiento de su mano, Melaina lo atrapó en un hechizo para que, a

pesar de que estuviera tenso y tratara de resistirse, no pudiera moverse en absoluto.

Escuché movimientos desde la zona donde los hechiceros diplomados estaban

sentados, pero Melaina levantó una mano hacia ellos, gritando:

—¡Un hechizo y tiraré todo el salón abajo!

Los sonidos de movimientos se detuvieron mientras los hechiceros dudaban, inseguros

de asumir el riesgo de que Melaina enviara una sacudida mágica a través de los

cimientos del salón antes de que pudieran desactivarla.

—Pudiste haber sido poderosa —continuó, diciéndome. Su hermoso rostro estaba

transformado por la ira—. Te di la oportunidad. Ahora, la verás morir antes que tú.

Ella se dio la vuelta con su brazo extendido y algo parecido a un relámpago se arqueó

de la punta de sus dedos hacia Mika. No pude moverme, no pude gritar. Ni siquiera

pude cerrar los ojos.

Un triángulo, en una tormenta. Uno de sus lados se derrumbó y cayó, dejando solo

dos.

No, traté de gritar. ¡No!

Orianne dio un salto.

Ella se derrumbó ante el rayo, su manto de armiño recortado voló detrás de ella. Le

dio de lleno en el pecho y cayó como una piedra a los pies de Mika, sin moverse.

Hubo silencio y luego un grito colectivo. Melaina se tambaleó con las manos

agarrando sus brazos. El hechizo en mí se redujo así que pude respirar y moverme.

—No. —Oí su susurro.

Y entonces Kiernan apareció por detrás, atravesando su espalda con la espalda, a

través en su corazón. Ella ni siquiera lloró. Solo levantó un brazo hacia Orianne y

cayó.

Con su muerte, el último vestigio de su magia salió de mí. Me puse en pie y, dando

tumbos por el espacio entre nosotros, caí de rodillas junto a Orianne. Mika había

hecho lo mismo, acunando la cabeza de Orianne en su regazo. Una delgada línea de

sangre corría por la esquina de su boca, pero sus ojos brillaron cuando me vio.

—Lo siento. —Mis lágrimas cayeron en el escote de su vestido y yo inútilmente traté

de limpiarlas—. Orianne, lo siento muchísimo.

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La más mínima de las sonrisas curvó sus labios.

—Orianne —ella susurró—. Ya nadie me llama así. ¿Recuerdas?

De sus labios salió un áspero jadeo; entonces sus ojos se deslizaron hacia un lado, fijos

en un lugar y su pecho se quedó quieto.

Mire paralizada de Orianne a Melaina y seguidamente a la mirada angustiada de

Mika. Kiernan había arrancado la espada del cuerpo, pero no hizo ningún movimiento

para acercarse a nosotras. La gente se movía a nuestro alrededor, pero apenas podía

oírlos. Mika y yo nos sentamos sin movernos y Orianne seguía en su regazo; las tres

princesas, las que alguna vez formaron un triángulo y que ahora estaba roto.

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Traducido por Adrammelek

Corregido por Alina Eugenia

uando todo acabó, fui a casa de Philantha.

Ellos habrían hecho sitio para mí en palacio, me habrían dado un ala entera si yo

lo hubiera pedido, pero no me parecía correcto quedarme. Quería asegurarme de

que el sanador hubiera llegado, para explicarle a mi maestra lo que había sucedido.

Además, con el barullo que siguió a la casi-coronación, solo unas pocas personas

realmente se percataron de que me había ido. La reina, que apretó mi mano sin decir

nada. Mika, que se separó de los hechiceros, nobles y consejeros para estar frente a mí.

—No dijiste que me hechizarías —resopló.

—No sabía que lo haría. No sabía que podía, hasta ese momento.

Ella arqueó las cejas.

—Gran magia, para alguien que apenas pudo disfrazarnos esta mañana.

Me encogí de hombros con gesto cansado. Habiendo gastado tanta magia, me sentía a

punto de caer.

—Estaba dentro de mí. Ese trozo de tu alma. Por lo tanto, de alguna manera, tú y… —

Tragué—. Tú y Orianne, estaban las dos conmigo. Éramos todas lo mismo. Hubiera

sido casi imposible para cualquier persona, salvo Melaina o Neomar. Pero siempre es

más fácil lanzarse un hechizo a sí mismo. Y pensé…bueno, pensé que no tenía nada

que perder.

Nos miramos la una a la otra, sin mirar conscientemente a la tarima donde Orianne

había caído. Ninguna de nosotras dijo que yo había estado equivocada, que había

habido algo que perder.

—Vendré por ti —dijo antes de salir—. No creas que no lo haré.

C

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245

Nadie me vio partir. Solo Kiernan, quien me abrazó en silencio y luego me dejó

marchar. Él siempre supo lo que necesitaba, incluso más que yo.

De vuelta en casa de Philantha, la encontré instalada cómodamente en su cama,

cubierta en capas de ungüentos curativos y hechizos. Gemalind había recibido el

mismo tratamiento pero menos intenso y estaba relatando los acontecimientos a las

doncellas y mayordomos que habían regresado a la casa. Las comprobé a las dos, le

dije al mayordomo que vigilase la casa y me fui a la cama.

Pasó un día, luego dos, luego varios. Nadie vino de palacio a buscarme. Había contado

la historia, les había dado las genealogías y la confesión del oráculo de mi bolsillo, les

dije dónde buscar la evidencia y más. No es que nadie hubiera sentido realmente la

necesidad de buscar, no después de lo que había sucedido. Se había hablado de una

recompensa por mi servicio, pero negué con la cabeza. Lo sentiría como dinero

sangriento y ya había probado suficiente sangre para toda la vida.

Philantha, verdaderamente terca, estuvo levantada después del segundo día, envuelta

en mantas en una de las sillas de su estudio y dirigiendo la limpieza del cuarto.

Husmeó en cuanto me vio y después sonrió.

—Algo ha cambiado —dijo—. Lo puedo sentir y yo nunca me equivoco en esas cosas,

lo sabes.

—Lo sé —respondí con una pequeña sonrisa—. Y ha cambiado.

—Bien. —eso fue todo lo que dijo. A continuación me hizo ayudar con la limpieza del

estudio de magia y no con mis manos.

Tenía razón. Algo había cambiado. Me sentía… más suelta, más a gusto en mi propia

piel. La magia que había tratado de mantener oculta durante tanto tiempo, solo para

dejar que brotara frenéticamente, ahora parecía haberse asentado dentro de mí. Estaba

allí y a veces insistía en ser utilizada, pero más pacíficamente.

O tal vez estaba más tranquila, al menos con ella. No sentía miedo antes de empezar

un hechizo. Solo lo intentaba. Si funcionaba, bien; si no, al menos nada habría

explotado. Renuncié al control que tenía a favor de una especie de unión, una

aceptación entre la magia y yo.

Otras cosas, por el contrario, no eran tan fáciles.

Pasé mucho tiempo vagando por la ciudad. Durante días se hablaba de lo que había

ocurrido en la coronación, aunque la historia cada vez era menos creíble, más salvaje.

La gente también habló de lo ocurrido después, lo que oí con cierto escepticismo.

Algunas cosas, sin embargo, eran verdades.

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Habían enterrado a Orianne en las tumbas de Harandrion, en Saremarch. Después de

todo, había sido hija del barón e inocente, no importaba lo que su madre hubiera sido.

La caravana que trasladó su cuerpo había sido despedida por la antigua reina y la

nueva princesa, que estaban de pie, observándola detrás de las puertas del palacio,

hasta que ya no pudo ser vista.

Melaina había sido enterrada en una colina fuera de la ciudad, un sitio llamado El

Final del traidor. Nadie más que el sepulturero había sido visto tendiendo el cuerpo en

el suelo.

La universidad de hechiceros estaba alborotada, al parecer, por haber tenido un

altercado tan violento contra la corona. Por suerte, ya no estaban sin un líder. La fiebre

que había asolado a Neomar había desaparecido el mismo día de la coronación y él

había vuelto débil, pero aun así fuerte a sus deberes.

También oí cosas sobre de mí. Esta vez, mi nombre no se desvaneció, si no que quedó

en la memoria de la gente. Fui descripta como inteligente, valiente, sacrificante e

incluso hermosa. Por suerte, con estas palabras de boca en boca, nadie miraba dos

veces a la joven escriba que paseaba por las calles de Vivaskari a todas horas.

Tenía mucho en qué pensar.

¿Había valido la pena? Pensaba, de pie, fuera de la muralla de palacio en el lugar donde,

si Mika decidía dar un paseo, una puerta se abriría para ella. Habíamos ganado, sí,

pero, ¿a qué precio? Philantha caminaría con una cojera por el resto de su vida, porque

yo había sido demasiado orgullosa como para contarle lo que sabía y Gemalind

todavía se asustaba si entrabas en la cocina con demasiada rapidez. La casa de

Harandron había caído, sin heredero para asumir su manto. El rey había fallecido

mucho antes de poder tener uno, dejando a la reina sola y, si los rumores eran ciertos,

frágil.

Orianne había muerto, como el oráculo había profetizado.

Había renunciado a su propia vida, intenté decirme mientras recorría las calles o

practicaba los hechizos de Philantha. En esa fracción de segundo, ella había elegido.

Me decía a mí misma eso, aunque no sirvió de nada. Ella había sido amable y gentil,

desconociendo los mecanismos que habían ordenado su vida. Como Kiernan había

dicho una vez, hubiera sido una estupenda reina. Solo que no era la indicada.

Sin mí, todavía estaría viva.

Era un peso que hacía mis pasos cargados, un pensamiento que me perseguía cuando

trataba de dormir por las noches. Cuando había pensado en la profecía del oráculo, de

alguna manera había asumido que sería mi muerte o la de Mika. Consideré a Orianne

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solo en un pensamiento furtivo. Pero ella fue quien pagó el precio por los

acontecimientos que provoqué.

¿Las cosas hubieran sido diferentes si hubiera actuado de otra manera? ¿Si se lo

hubiera contado a alguien como Kiernan había querido? ¿Habría estado Philantha

preparada para el ataque? ¿Hubieran sabido los hechiceros y los curanderos que

asistieron al rey que la fiebre era provocada por magia y así haber podido salvarlo?

¿Orianne estaría viva? No lo sé, nunca lo sabría. Tal vez todo hubiera sido igual si lo

hubiera hecho de otra manera, tal vez no.

No importaba lo que hubiera pasado, me seguía diciendo, fui yo la que ayudó a que

eso ocurriera y tenía que aceptar las consecuencias de mis propias acciones.

Pero, ¿había valido la pena? No estaba segura.

Estaba sentada en el jardín el día que vino, con mis dedos descansando en la pequeña

fuente.

Era un día brillante y casi había decidido entrar cuando la puerta trasera se abrió y

Mika salió.

—Te dije que vendría por ti —dijo ante mi mirada sorprendida—. ¿Pensaste que me

olvidaría?

Se sentó a mi lado, al borde de la fuente. Llevaba un vestido largo de color verde

oscuro y su cabello parecía como si se hubiera fijado alrededor de su cabeza esa

mañana. Pero ella seguía tirando el escote del vestido, alejándolo de su piel y varios

mechones de su cabello habían caído sueltos alrededor de su cara. Sus ojos se

movieron hacia atrás y adelante varias veces mientras miraba al jardín, todavía como

un zorro.

—Ellos me siguen llamando Nalia —dijo finalmente—. No puedo acostumbrarme a

que lo hagan.

—Quizás no lo hagas —le dije.

Ella se encogió de hombros.

—Por lo menos Kiernan no lo hace. Y tienen tantas cosas que debo aprender y el doble

de rápido, como mi abuela solía decir. Lugares, personas, tratados y…todo. Me quedo

dormida con todo corriendo por mi cabeza.

—Estoy segura de que serás capaz de aprenderlo todo —comencé, pero levantó una

mano para interrumpirme.

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—¿Qué vas a hacer, Sinda?

Arrugue mi cara en confusión.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Por tu vida. ¿Qué estás planeando hacer?

Tragué saliva, mi boca estaba repentinamente seca.

—Yo…no lo sé exactamente. Voy a seguir aprendiendo de Philantha. Quiero visitar a

mi tía en Treb para ver si…podemos llevarnos mejor. Creo que voy a… Vacilé,

insegura. Había pasado tanto tiempo pensando en cómo hacer que Mika asumiera el

trono que no pensé mucho en el después. A pesar de que finalmente tenía tiempo para

pensar en mi propia vida en los largos días que siguieron a la coronación, mi mente se

había llenado de otras cosas.

Ahora, sin embargo, la realidad parecía presionarme con las palabras de Mika. ¿Qué

iba a hacer ahora que ya no tenía un reino que salvar? Ahora que me conocía un poco

más, sabía de lo que era capaz. Me di cuenta de que mi vida había sido como una

pintura sin terminar. Era como si me cerniera sobre ella con un pincel, sin saber a

dónde ir desde aquí. Había logrado mi meta, terminado mi misión y no tenía ni idea

de qué hacer conmigo misma.

—Pensé que no ibas a tener un plan. Lo cual es bueno, porque te necesito —dijo Mika

seriamente.

No era lo que había estado esperando.

—¿Qué?

Ella se volvió hacia mí por completo, una línea de tensión apareció entre sus cejas.

—Lo sabes todo, Sinda. Todas las cosas que quieren que aprenda. Podrías ser mi

consejera principal. Puedes venir a vivir a palacio, o podrías quedarte aquí, seguir

aprendiendo de Philantha. Sería bueno tener a una hechicera en quién confiar. Solo…

—Por un momento perdió la expresión de cautela y fuerza que siempre había en su

rostro. Parecía joven y asustada—. Ellos siguen llamándome princesa, quieren

coronarme reina muy pronto. —Exhaló por la nariz—. Bueno, la mayoría de ellos.

Hay algunos que guardan rencor acerca de mi educación y murmuran sobre si puedo

leer o no. Supongo que no están seguros de que alguien que se crió en una cabaña en el

bosque esté realmente en condiciones de ser reina.

La miré con ojos desorbitados. Habíamos pasado por tanto, ¿y aun así no era lo

bastante buena para algunos de los nobles?

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—¿A quién más piensan que van a tener para este trabajo? —le pregunté con

confusión—. Tus parientes más cercanos son, las dos terceras partes, primos. Eso

significa que ambos tienen el mismo derecho al trono. Sería un caos si trataran de

elegir entre ellos. Pero no importa, es ridículo. Tú eres la princesa, la real.

Mika encogió un hombro.

—Eso es lo que la reina, quiero decir… —dijo tropezándose un poco con las

palabras—, mi madre sigue diciendo. Que ya se calmaran, porque soy la verdadera

princesa y la reina correcta. Pero, honestamente, no siento nada de eso. Pero pienso

que podría serlo algún día si tú me ayudaras.

—¿Y luego? —le pregunté con cierta tristeza—. No me necesitarás así para siempre. Y

entonces todavía estaré aquí, sin un plan.

Una mirada astuta cruzó por su cara.

—He estado pensando. Es como decíamos por ahí, en el camino. Algo está mal aquí,

en Thorvaldor, debajo de todas las cosas que son correctas. Muchas personas no tienen

la oportunidad de cambiar sus vidas. Gente como mi abuela y nosotras. Y he estado

pensando que tal vez todo esto sucedió para que lo supiera. Porque no lo habría hecho

si hubiera crecido como se suponía que debía. Tal vez ocurrió para que pudiera

empezar a cambiar. —Me echó un vistazo, con su rostro sorprendido entre una

defensiva y honesta pregunta—. ¿Crees que es una tontería? ¿Que solo estoy buscando

la manera de que esto tenga sentido?

Dios no se preocupa por cosas tan terrenales como tronos, ni de quien está sentado en ellos.

Las palabras del oráculo flotaron en la parte posterior de mi garganta, pero se

quedaron allí. Tal vez por primera vez Dios sí se había preocupado, al menos un poco.

—No —dije, como hice en el camino—. No creo que sea una tontería.

Mika suspiró, como si se hubiera quitado una carga de encima, antes de decir—: De

todos modos, es lo que he estado pensando. En cuanto a después, sé lo que debo hacer;

me imagino que debe haber otras personas como tú. Personas demasiado pobres como

para entrar en la universidad de magia, pero con la magia en su interior. Ellos podrían

tener una escuela propia. Por supuesto, tendría que haber alguien que la dirigiera. Si

has aprendido suficiente de Philantha…

Una sonrisa se extendió a través de mi rostro. Sí, una voz interior me susurró al oído.

Así fuera mía o de alguien más, no estaba segura. Miré a Mika que miraba a lo lejos, a

un futuro dentro de su cabeza.

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El precio había sido alto, e incluso aún mucho más para otros que para mí. Pero al

mirar a Mika, me sentí segura de una cosa.

Fuera cual fuera el precio, había tomado la decisión correcta.

—Muy bien —le dije—. Lo haré.

Mika me devolvió una sonrisa y se animó.

—Bueno. Ahora tengo que irme. Tuve que amenazar con degradar a los guardias para

conseguir que me dejaran fuera de las puertas, sola. ¿Vendrás mañana?

Me sentí un poco mareada. Es extraño cómo las cosas cambian tan rápidamente. Esa

mañana me había sentido apresada, insegura sobre de mi camino. Pero ahora tenía

uno, un camino que hacer y para el cual había sido entrenada, para ayudar a

Thorvaldor.

—Puedo ir ahora —le dije—. Philantha no me necesita en estos momentos. Podría

decirle lo que hemos hablado y…

Pero Mika se limitó a sacudir la cabeza.

—No. Ahora tienes otra cosa que hacer.

Sacudí la mía hacia ella, perpleja.

—No, no tengo nada que hacer.

Mika me echó una mirada que decía que, a pesar de saber lo que una princesa debe

saber, era real y verdaderamente estúpida.

—Ha estado esperándote.

Mi corazón dio un pequeño salto.

—¿Kiernan?

—¿Quién si no? —resopló Mika.

Había estado pensando en él constantemente; se había introducido en cualquier

pensamiento, incluso en mi tristeza por Orianne. Pero no lo había visto, no desde la

coronación. Tal vez tenía razón, había empezado a pensar que él nunca aparecería en

el umbral de Philantha: que se había dado por vencido conmigo.

—¿Todavía estas preocupada por lo que sus padres piensen? Ahora eres la principal

consejera de la princesa. —Me regañó Mika—. Puedes mantener la cabeza en alto en

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cualquier sitio del reino. Pero si estás preocupada por eso, supongo que podría

otorgarte un título…

Me reí sin pretenderlo, sacudiendo mi cabeza.

—No, no —dije. Y luego, más seriamente, agregué—. No creo estar tan preocupada

por eso. Salvé al reino, ¿no es cierto? Seguro que eso cuenta para algo. —Entonces, se

presentó nuevamente la duda—: Pero no ha venido —dije lamentándome.

Mika apoyó una mano en la puerta, como si fuera a salir, pero luego se volvió y lanzó

un suspiro.

—Está dejando que tomes tu decisión, porque esa es la única manera de que lo dejes

entrar en tu vida. Ésta vez —dijo—, tú tendrás que ir hacia él.

***

Lo encontré con una pequeña ayuda de Mika, en los jardines donde nos encontramos

la primera vez que vine a la ciudad.

—Va allí todos los días —dijo ella—, esperándote.

Estaba de pie, con su espalda hacia mí, como inspeccionando una particular serie de

flores. Pero no se movió cuando atravesé el sendero de grava y entonces noté que no

estaba mirando en absoluto las flores.

Tranquilo, no se sobresaltó cuando toqué su hombro y dije—: Estoy aquí.

Kiernan se volvió lentamente, moviendo nerviosamente un brazo como si quisiera

abrazarme. Pero no se movió.

—Lamento haber tardado tanto —dije—. Pero tenía tanto que pensar y no...no sabía...

Quieto, esperó.

Dejé salir un suspiro impaciente.

—Me nombró su consejera, ¿sabes? Debo ayudarla a aprender cómo ser reina, ser la

voz que le susurre consejos detrás del trono. Y entonces me ayudará a abrir mi escuela

de magia.

Él solo me miró sin ayudar en lo más mínimo.

Brinqué un poco en mi lugar, frunciéndole el ceño. Una vez, pude haber cedido a las

preocupaciones que me atormentaron desde ese primer beso. Que quizás pueda

haberme amado, pero decidió que era demasiado. Que estaba muy enojado por el

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hechizo que utilicé en él para que me perdonara. Que nuestras clases sociales eran tan

diferentes que su familia nunca nos permitiría estar juntos. Quizás vaciló cuando

enfrenté las dudas que me irritaban mientras él seguía mirándome implacablemente.

Me hubiera sonrojado y escabullido, en lugar de quedarme delante de él. Eso en el

tiempo que dejaba mi vida atrás sin dar pelea. Pero no ahora. Ahora era fuerte, más

valiente. Me había enfrentado a mis peores miedos y sobreviví a ellos.

—Así que, realmente pienso que tus padres deberían dejar que te cases conmigo. No

ahora, tengo tanto que hacer con Mika, Philantha y la magia, pero algún día. Algún

día no muy lejano. Salvé a Thorvaldor después de todo y me imagino que Mika me

pagará bien a cambio de mis años de experiencia. Hasta amenazó con darme un título,

justo como si quisiera restregar las narices de todos con mi ordinariez. Y pienso que, si

tienen alguna objeción, solo deberías…

—¿Romper con ellos? —preguntó intentando parecer serio, pero una esquina de su

boca continuaba moviéndose.

—Bueno, sí —admití.

—Ya lo hice —dijo, dejándome con la boca abierta—. O al menos, los amenacé con

hacerlo si no me daban su bendición. —Una delgada línea se ubicó entre sus cejas y su

sonrisa se atenuó un poco—. Creo que ya se lo esperaban, pero eso no hizo feliz a mi

padre. Él vociferó sobre el deber y, por un momento, pensé que realmente tendría que

hacerlo. —La línea se profundizó y miró lejos de mí—. Eso fue aterrador. Era mi

decisión, es mi decisión, pero en la práctica hubiera sido difícil. Tú no eres la única que

ha sido entrenada para una cosa; no sé cómo ser otra cosa que no sea ser el futuro

conde de Rithia. Me decía a mí mismo que podría convertirme en alguien más si ellos

me desheredaban, pero no quería romper con ellos. Podía hacerlo, pero no quería.

Mi corazón se comprimió un poco viendo el brillo de tensión alrededor de sus ojos.

Repentinamente, una pequeña sonrisa se formó nuevamente en su boca.

—Pero luego mi padre comenzó a pensar en las ventajas de que me casara con alguien

que había provisto de tal servicio a la futura reina. Después de eso, estuvo feliz de dar

su bendición.

Sacudí mi cabeza como para aclararla. Vine aquí para pedirle que justamente hiciera

eso, pero escucharlo en voz alta parecía un sueño.

—¿Realmente les dijiste que querías casarte conmigo? —pregunté.

Ahora, la sonrisa se había apoderado de su rostro.

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—Ya te lo dije antes: me hechizaste antes de saber que tenías magia, antes de que

salvaras un reino, cuando no había posibilidades de que te permitieran casarte

conmigo. Nada ha cambiado realmente desde entonces, excepto que ahora los hijos

que tengamos también serán hechiceros y seré irremediablemente superado en número.

Por lo tanto, sí, quiero casarme contigo. Algún día. Si quieres —dijo tímidamente.

—Por supuesto que querría, idiota —dije con un chillido y me arrojé a sus brazos.

Aunque algunas cosas nunca cambian, independientemente de la cantidad de reinos

que una salve. Tropecé en el último momento y ambos caímos, riéndonos. Eso no

impidió que lo besara durante tanto tiempo que los dos estábamos sin aliento cuando

terminamos.

—Así que, ¿cómo debería llamarte ahora? —dijo cuando ambos recobramos el

aliento—. ¿La salvadora de Thorvaldor? ¿La próxima Maestra hechicera? ¿Consejera

principal de las Sabias Palabras? ¿Mi único amor?

—Sinda —respondí, sin el menor remordimiento sobre viejos recuerdos, perdidas, o

arrepentimientos—. Solo Sinda. Aunque el último me gusta casi de igual manera.

Kiernan se estiró y metió un mechón detrás de mi oreja.

—Creo que de todos, Sinda me gusta más.

Nos levantamos y, todavía riendo, retiramos hierbas y ramas de nuestras ropas. Luego,

abrazándonos el uno al otro, comenzamos a caminar hacia la casa de Philantha para

contarle que su escriba consiguió un nuevo trabajo y se comprometió en la misma

tarde. Miré hacia la colina una vez, hacia el palacio; luego me di la vuelta. Iría allí

mañana, pero por ahora no importaba. Hoy solo caminaría con Kiernan y visitaría a

Philantha, para ser yo misma finalmente.

Por fin, por primera vez, era suficiente.

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Eilis O'Neal

(Su nombre se pronuncia “A-lish”) es jefa de

redacción en la revista literaria Nimrod Internacional

Journal. Comenzó a escribir con tan solo tres años

(aunque la historia solo se componía de cuatro

frases). Sus relatos cortos han sido publicados en

varias revistas y divulgaciones on-line. Nació, creció

y actualmente vive en Tulsa, Oklahoma, con su

marido, Matt, y dos perros, Nemo y Zuul. The False

Princess es su primera novela.

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