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La sangre del alce

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Extracto del cuento contenido en el libro "El horror esta por aquí"

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La sangre del alce

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Allá, en bosques de hielo (creo que acá hay helados con nombre de patria mía) comíamos carne de alce. Pero primero lo cazábamos. Y era madre la que hundía cuchillo en el corazón caliente, mientras hombres sujetaban cuernos y patas; una cuerneada bien puesta de un cabezazo cuando animal resiste, y uno encontraba las estrellas. Luego madre y primas de madre hundían hasta los codos en la sangre para desentrañar, descuerar y repartir animal.

Siempre llamó atención que no hubiera más gentes que encontraran las estrellas, porque animales resistirse, y tirar cabezazos. A veces dos, tres y hasta seis gentes miré que atrapaban alce, y aunque primo de madre una vez salió lastimado en dedo, nunca nadie encontró las estrellas.

Una sola vez contaron eso, de uno que encontró las estrellas cazando alce. Era un invierno que duraba mucho; ya no época de invierno, pero seguía invierno, y alces seguían muy al sur y había que caminarlos mucho para encontrarlos. Grupo llegó tarde y cansado cuando vieron alce, y si no lo cazaban todos morían de hambre. Agarraron alce, lo tiraron, pero cuando primo de madre quiso sujetar cabeza, no pudo sujetar bien, porque mucho cansado. Y un cuerno partió pecho de primo de madre. Me contaron que ruido fue espantoso. Trajeron llorando. Ya miraba las estrellas. Las encontró desde que cuerno partió el pecho. Lo traían a él en trineo, y a alce a la rastra.

Y todos comieron, pero contaron que carne de alce estaba triste. Yo amaba a noches junto a fuego, ¡gustaba tanto a mí! Amaba a mi gente, y gente

amaba a mí. Llamaban “Colmillo de morsa”, porque decían que cuando chiquita yo muy blanquita. Padres escaparon conmigo de gente extraña. Gente extraña decía que tierra y hielo, y mares, y alces eran de ellos. Casi decían que estrellas eran de ellos. Padres me decían: “Dicen que todo es de ellos”. Cuando vi a padres llorando, juré a mí, a “Colmillo de morsa”, juré demostrarles que no todo de ellos.

Padre encontró las estrellas cuando viajamos. Y madre y yo llegamos aquí casi con equivocación, porque casi naufragio. Ya ni me acuerdo por qué, pero llegamos acá porque barco había mucha gente que tenía que ir a algún lugar.

En puerto muchas mujeres con vestidos grandes y sombreros con plumas buscaban muchachas. No se movían mucho, tenían manos cruzadas y señalaban a una muchacha, señalaban a otra muchacha. Así señalaban. Una señaló a mí. Vino uno que parecía esposo, se habló con manos con madre y no sé qué se dijeron, no acuerdo ya. Pero acuerdo que esa noche dormí en esta casa de esa gente. Buena gente querían ser, pero parecían mucho a gentes que decían que tierra de ellos y hielos de ellos y alces de ellos, y madre y padre tuvieron que escapar conmigo.

Madre venía a ver “Colmillo de morsa” los domingos. Llorábamos juntas, tomábamos leche de vaca y después madre se iba. Y yo sufría. Y yo soñaba con alces. Daban miedo en sueño, pero yo cazaba alces.

Algunos decían que en las noches, si dormían cerca del lugar donde alce había muerto, espíritu de alce robaba la vida y encerraba en árbol cercano a tierra donde caía sangre de alce. Y si no había árbol, una piedra; pero espíritu de alce no perdonaba. Mi abuelo fue robado así por alce que había matado de día. Por la noche durmió bajo un árbol cercano, y a la mañana había encontrado las estrellas. Nadie se acercó a árbol para no escucharlo gritar.

3

Después me despertaba, con manos apretadas como apretando cuernos. Cosas raras las que pasan en sueños.

Gente buena la de casa. Eso dijeron dueños dos inviernos. Para mí, caras blancas de dueños eran caras blancas de gentes dijeron hielos de ellos, y tierra de ellos y alces de ellos, y padres viajar entonces. Antes, después, cualquier momento, yo decidí que ellos encontrar las estrellas, también.

Hijos de dueños crecieron y se fueron. Decían estudiar. Parece que olvidaron a dueños, porque no volvieron más. Y dueños quedar solos para mí.

Estuvo fácil. Una noche hablé con Fredric, amigo mío que tiene carro. Y con carro pasó de noche, y yo hice barullo y mentí acompañar dueños a carruaje, que eran bultos, no eran dueños, y pedí a Fredric que los llevara con él porque él volvía a provincia suya y ya no volvía a ciudad. Pero eso eran bultos. Dueños ya muertos adentro. No sé si me entiendo: dueños encontraron estrellas ya, gente pensó que salían de viaje y Fredric solamente sabía que se llevaba bultos a dueños, bultos con cosas que a dueños ya no servían. A dueños ya nada servía.

Cuando preguntaban por dueños, fueron de viaje, decía yo. Fueron de viaje. ¿No vieron que otra noche viajaron?

Cuerpo de personas bueno para la tierra. Cuerpo de dueños hizo crecer árbol. Pedazo a pedazo. Después, hice construir cantero.

Sangre de dueños fue como sangre de alce. Como cualquier sangre de cosa viva. Y vagabundo durmió contra cantero. Sueña cosas raras vagabundo, está segura, por

cara que puso cuando despierto; está segura yo. Cuando cosa muere, alce muere, hombre muere, llama a quien duerme donde lo entierran.

Dos o tres décadas atrás, me habrían visto detenerme justo aquí, bajar de mi

automóvil con un elegante traje cruzado negro, pañuelo en el bolsillo y reloj con cadena. Y mi perfume no sería el olor que los demás hoy perciben, que presumo desagradable por pura sospecha pues mi nariz está ya inmunizada contra él; esta misma nariz que garantizaba la elaboración de los platos más gustosos, y costosos, y por cuyas virtudes me pagaban fortunas.

Yo era el chef en esta mansión…