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Macrolingotes

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Secretaría de Educación

NÚCLEO DE DESARROLLO EDUCATIVO

San Juan Girón Macrolingotes

GABO ..y los editorialistas

Macrolingotes

Óscar Alarcón, http://www.elespectador.com/opinion/macrolingotes-columna

Llegué a El Espectador de la mano de Gabo. Me acababa de

quitar los pantalones cortos tras concluir mi bachillerato en

Santa Marta.

Deseaba ser periodista y él me recomendó que si ese era mi

deseo lo mejor era “ir a mi casa, la casa de los Cano”. Nos

pusimos una cita en el Hotel Presidente, en donde estaba

hospedado en el centro, y fue así como me llevó a la sede del

periódico, en la recién construida avenida 68. Allí me

presentó a don Guillermo Cano y al “Mono” Salgar y me

dejó a mi suerte.

Fue a finales de 1967 y era, precisamente, cuando

comenzaba a crecer su gloria luego de la publicación de Cien

años de soledad.

—Me voy a Barcelona y te escribo, para ver si no te han

botado —me dijo al despedirse.

Y, efectivamente, a las pocas semanas recibí una carta muy

cordial de Mercedes, la Gaba, en donde además me pedía

que les hiciera llegar las crónicas que Gabo había escrito

sobre el marinero Velasco.

Me puse a buscarlas en el archivo de El Espectador y las

encontré. En esa época apenas comenzaban unas máquinas

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inmensas, unos armatostes, que hacían fotocopias, no muy

fieles, y naturalmente en el periódico no había ninguna. Con

mis dos índices me tocó, letra por letra, chuzografiar esas

hermosas crónicas después de mi jornada de trabajo. Tal

parece que me quedaron bien porque varias veces las he

leído y no he encontrado error.

Esa labor, aparentemente dispendiosa, me resultó agradable

y didáctica porque comencé a saber lo que era una crónica.

El relato del náufrago, aparecido en El Espectador en 1955,

se publicaría luego en forma de libro, gracias a mi labor.

Gabo, en un acto de generosidad, le regalaría parte de los

derechos de autor al protagonista, Luis Alejandro Velasco,

quien luego demandaría al escritor creyendo que él era el

verdadero autor del relato. Más coautoría tendría yo, que lo

digité.

La agudeza jurídica de Alfonso Gómez Méndez, abogado de

García Márquez, haría perder el pleito al náufrago cuando en

la diligencia judicial lo puso a que escribiera cómo hace una

ola para regresarse después de tocar la playa. Se le armó un

mar de leva y perdió el juicio.

Gracias Gabo por meterme en el bello oficio. Y te acompaño

en el infierno.