MEAR  EL  PASAPORTE  

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Mear  el  pasaporte  y  salir  a  mirar  la  nieve  

 

DELIRANTE  TRATADO  SOBRE  DE  LA  INTEGRACIÓN    

DE:  ENRIQUE  OLMOS  DE  ITA  

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PERSONAJE: Acaso una voz entre el ruido. Se pueden uti l izar varios actores para encarnar esta voz, una suerte de corifeo posmoderno, personajes en video, muñecos o cualquier t ipo de alter ego del protagonista.

LUGAR: Un ciudad más o menos común y muy corriente. En un país que no es aquel, ni éste. Otro.

INSTRUCCIONES: El primer pasaporte del protagonista no importa, ni sus rasgos, ni su famil ia, ni sus vecinos. Es deseable que la disposición de este retazo de palabras sueltas de un sujeto posible, se ubique en la amplitud de sus circunstancias.

No hay acotaciones porque son insoportables.

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ORINÉ EN MI PASAPORTE ANTES DE SALIR A VER LA NIEVE

PRIMERA NEVADA DEL AÑO

Llego de la comisaría con la vejiga a punto de explotar, y entro de inmediato al baño, sin

saludar a nadie.

Como es costumbre familiar, estoy meando con la puerta del aseo abierta cuando mi

hija menor aparece tímidamente para preguntar: ¿Cómo te trató la patria, papá? ¿Ya

somos ciudadanos?

La patria es una bendición, digo, una auténtica bendición. ¡Viva la patria! Grito todavía

con la verga entre los dedos.

Y salgo del baño silbando el himno nacional.

Mi hija estaba muy preocupada por el tema del pasaporte nuevo.

Era la única.

A los otros dos capullos…

Ni siquiera se asomaron a saludar, que les den por culo, pienso y me voy a buscar una

cerveza.

A mi esposa, igual que al asno de mi hijo les importa poco o nada lo que sucedió en la

comisaría.

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Es porque no son visionarios, pensaba yo, su mediocridad proviene de lo más profundo

del tercer mundo. De lo más sucio y asqueroso de lo más sucio y asqueroso del puto

tercer mundo.

Pero mi hija, que es visionaria y está hecha para países con autopistas de tres y hasta

cuatro carriles, entendía que si su padre era ciudadano de la patria las cosas mejorarían

para la familia entera.

¿Ya sabes que la nacionalidad se puede heredar, verdad?

Sí, papi, me contesta tiernamente.

Las puertas del primer y hermoso mundo se nos abrían en forma de un pequeño librito

rojo que de inmediato saqué del bolsillo.

Levantaros… Levantaros, culos extranjeros... que ha entrado al salón un ciudadano. No

un residente, un verdadero ciudadano, un nacional, un natural, casi un aborigen de

estas tierras.

Mi hijo y su madre mascando pipas frente al televisor.

Como no se levantaban a pesar de lo precisa que fue mi orden tuve que dar una patada

en la mesa de centro. Fuerte.

Después me contuve un poco. No hay que alterarse, me dije.

Es un día de celebración.

Y que levanto el pasaporte por encima de mi cabeza: Lo muestro.

Como si hubiera ganado el Mundial, joder. El mundial y la Eurocpa juntos.

Me sentía el capitán de un equipo muy poderoso.

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La familia aplaudiendo, como era de esperarse.

Pero el aplauso es bastante tímido, parecían más interesados en la estupidez que algún

retrasado mental recitaba en la televisión.

¡Apaguen esa puta mierda!, ordeno.

Mi hijo, al que no le gusta sentir la ira paterna, de inmediato se abalanza sobre el

mando para apagar el televisor.

Ya por fin en silencio y con el pasaporte abierto justamente en la página donde aparece

mi fotografía y la palabra nacionalidad, dos puntos, dirijo unas sinceras palabras ante la

concurrencia.

Hoy es un día importante, quizá el más importante en la historia de nuestra familia,

joder. Hace 12 años llegué a este glorioso país, hace 12 putos años, cuando tú tenías

acaso seis meses y tú ni siquiera habías cumplido dos años…

Mis hijos mirándome con la emoción que produce ver al padre, al jefe de la manada,

conseguir definitivamente lo que durante años sólo fue una promesa jurídica impresa en

un formulario.

Hoy juré la constitución. Que no es cualquier constitución, es una ley de leyes que fue

dictada por el mismísimo dios. Hoy escuché el himno emocionado, saludé con respeto

a la bandera y recibí nuestro pasaporte, el pasaporte. Por fin, hoy ¡estamos integrados!

Todos estábamos emocionados. Volvimos a aplaudir.

Después un silencio incómodo.

Se me agotaron las palabras.

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Mi mujer seguía mascando pipas. Me miraba con sus horribles ojos saltones.

¿Y en cuánto tiempo nos darán también a nosotros el pasaporte de la patria?, pregunta

mi hija mientras acaricia sorprendida el escudo, y no cualquier escudo, estoy hablando

del escudo nacional.

Que está grabado en la portada del librito.

Abajo el nombre del país.

Mi país.

Por lo menos, unos tres o cuatro años, nada más, digo orgulloso mientras busco lugar

en el sofá.

Mi hijo, que había vuelto a encender el televisor, se quejó: ¿Tanto tiempo? ¿Cuatro

años? Ya esperaste cinco por la tarjeta de residencia y otros seis por el pasaporte de

nacionalización, ¿por qué a nosotros tanto tiempo?

Que lentos son en tu nuevo país, suelta.

No me gusta el tono en el que habla el hijo puta (literalmente) y le arrebato el mando, no

sin antes mediarle entre ceja y oreja una buena hostia.

Cuando por fin encuentro lo que quiero ver en la tele, le digo: Tú no entiendes nada, tu

mentalidad tercermundista no ayuda en nada a esta familia. No tienes ni idea, los

beneficios que tendremos al ser nacionales son tantos… Son tantos que ni te los

puedes imaginar.

Mi hija sigue acariciando el escudo impreso en el pasaporte nuevo de su padre. Lo

hace con verdadera devoción.

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Pero no puedes negar que van un poco lentos, ya llevamos mucho tiempo aquí,

debieron hacerlo antes, ahora ya me da un poco igual.

Creo que son más lentos que en nuestro país natal_____… Dice mi esposa con aires

de insuficiencia.

La desagradecida. La aguafiestas. La hija puta.

Claro, a la muy gilipollas le negaron el tramite de reunificación familiar porque quería

traerse a sus tres hermanas, dos sobrinos y a su pobre madre coja.

Desde entonces odia a la patria.

Odia a mi país, la muy cabrona.

Todo le parece mal. Costoso, sucio, lento y no sé qué otros pretextos más.

Se inventa historias.

Está como una cabra con el asunto de la xenofobia, no sabe integrarse, la tía.

Pura propaganda, le digo. Deja de hablar con esos chicos comunistas, te meten ideas

en la cabeza.

Que la llaman puta por ser extranjera, que la acosan los viejos en la parada del

autobús, que nadie le quiere dar empleo como telefonista porque tiene un acento muy

marcado.

¡Joder, si todas las telefonistas que llaman a casa son extranjeras!

Que nadie nos quería alquilar un piso.

Bueno, eso es verdad, pero es porque estábamos buscando en zonas muy

demandadas.

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Después de seis meses encontramos este chollo de 43,5 metros cuadrados, ni más ni

menos.

Valió la pena esperar.

Ahora con el pasaporte hasta podremos cambiar de casa.

Pasaremos por alto todos aquellos anuncios que dicen “sólo nacionales”, “inútil

presentarse si son extranjeros”.

Aunque a ella le da igual. Se pasa el día metida en el sofá viendo la televisión y

llenándose la boca de antidepresivos.

Su mentalidad es tercermundista. Inevitablemente.

Si no te gusta este país, esta nación libre, democrática y avanzada, ¿por qué no te

regresas a nuestra puta nación esclavizada, tiranizada y retrasada? Le grité antes de

dar otra patada en la puta mesa de madera.

Todo quedó en silencio.

Mi mujer apenas espeta un retraído: perdón, estoy muy feliz por ti, mi amor.

Así me gusta, le digo.

Y en eso estábamos cuando mi hija, la más pequeña y bella de las que tengo, porque

es la única, grita animada: “nieve”. “Llegó la nieve”.

Abro la cortina de la única ventana que da a algún exterior.

Estaba nevando.

Era cierto, la primera nevada del año.

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Ya era hora, puta madre, ya hora de que cayera un poco de nieve, si estamos a mitad

de enero, me digo.

Los chavales se emocionan… Si cae la suficiente nieve es probable que suspendan las

clases. Están felices, es una excelente noticia para un día excelente.

Aunque pensándolo bien la primera nevada del año no me trae precisamente buenos

recuerdos.

Siempre hay alguien, un taxista, algún colega, un señor en la calle, incluso personas del

curro, compañeros que aunque me conocen hace años me preguntan: ¿Y en tu país

hay nieve?

¿Es la primera vez que te toca una nevada? ¿Ya conocías la nieve?

Y cada puto año digo que no, que en mi puto país no hay nieve, pero que llevo los años

suficientes en este lugar como para palpar la puta nieve debajo de mis pies, comerla,

tragarla, defecarla.

Pero este año será distinto, pienso.

Este año ya no soy extranjero. Este año también la nieve me pertenece.

Esta nevada también es mía, y también son míos los putos muñecos con nariz de

zanahoria. Y también es mío el puto hielo que congela las carreteras y el frío que ahoga

los motores.

Al próximo estúpido que me pregunte, “¿y en tu país habías visto la nieve alguna vez?”

Le voy a responder con mi pasaporte en la cara.

Le voy a dar una hostia con el pasaporte abierto justamente donde aparece mi nombre

y mi nacionalidad y mi fotografía en medio.

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Le voy a responder al muy capullo, que mi país es éste y que la nieve es habitual en mi

ciudad, que es ésta, dicho sea de paso.

Después me quejaré del frío que ahoga los motores, de la puta nieve que atasca los

caminos, de la gente haciendo muñecos blancos en parques y colegios.

Y sobre todo voy a buscar a putos inmigrantes sin nacionalizar, qué digo nacionalizar,

sin siquiera papeles de residencia para preguntarles: ¿Ha visto usted la nieve antes, en

su país caían estos hermosos copos de hielo?

¿Verdad que no?

Disfrútelos. Otra de las ventajas de este gran país.

Me da igual si el inmigrante es de Groenlandia.

Estoy sumido en estas cojonudas reflexiones cuando la malnacida de mi mujer

interrumpe para decir una estupidez.

Una grave estupidez.

Tu pasaporte está mal.

¿Cómo puede estar mal mi pasaporte, idiota?, le respondo, muy seguro de mí mismo.

Ya me jodió la noche, con esa insinuación.

Ya me jodió la nevada, pienso.

Escribieron mal tu nombre.

Y mis hijos se asoman al pasaporte también.

Escribieron Jeferson con i griega. Con i griega, repite mi hija.

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Y me río porque pienso que están de coña.

Qué buena, qué buena broma…

¿Estáis de coña, no? Si no estuvierais de coña, os repartiría tantas hostias en este piso

de 43.5 metros cuadrados hasta ampliarlo a 50 metros justos.

No papi, está mal, es verdad… Sigue diciendo la cría antes de que les arrebate el

documento.

Y la puta madre.

La putísima madre, pienso al ver a mi esposa.

Efectivamente escribieron mal mi nombre. Lo escribieron con i griega.

Los putos griegos de mierda y sus letras.

Si tu pasaporte está mal van a salir equivocados tus otros documentos, el DNI, la

seguridad social, y tal vez hasta en las páginas blancas…

Me enfurece la actitud negativa de mi mujer.

Deberías ir a reclamar antes de que sea demasiado tarde.

Sus palabras calan hondo.

Porque su voz es la de una típica antipatriota.

La muy cabrona me enfurece lo suficiente como para repartirle un par de buenas

hostias.

Y digo un par, porque aunque no las conté, a mi me pareció que sólo fueron dos piñas

de nada.

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A pesar de que la tía se puso a chilar como histérica.

Un día te van a denunciar los vecinos, me dice, en el colmo de la desfachatez.

Y le pego otra hostia de nada, para que se calme. Si todos los vecinos hacen lo mismo

que yo, idiota. ¿Y no te has dado cuenta que la única vecina es una anciana sorda?

Y lo que me faltaba, joder. El programa que estaba viendo en la tele ya terminó.

Por culpa de las gilipolleces de mi mujer no pude ver el final de mi programa.

Me cago en su puta madre mientras ella se encierra en el baño para limpiar no sé qué

heridas de mierda.

Joder, me pone de muy mal humor que deje gotas de sangre en el piso.

Y le pido al crío que traiga la fregona y limpie.

El chaval es eficiente, joder.

La cría, que estaba oculta detrás del sofá, me pregunta: ¿Y podrás ser nacional algún

día?

Algún día, respondo, esto del pasaporte se arregla enseguida, si es un error de nada.

Sólo que tu madre lo exageró todo, joder.

Ya era tarde como para regresar a la oficina de extranjería, estaría cerrada.

Pero mañana mismo, le explico a la chavala, me doy una vuelta por ahí y me reponen

el pasaporte.

Me pregunto después cómo se pudieron equivocar, si estamos en la cumbre de la

civilización.

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Acabo de jurar la constitución, pienso. Y no cualquier constitución, una dictada por dios.

Me voy a la cocina a buscar una cerveza.

Mejor aún, pido una puta pizza por teléfono, que el repartir se las arregle entre la nieve.

Joder, que esto hay que celebrarlo con nuestros amigos de Telepizza.

Y marco.

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SEGUNDA NEVADA

Al salir del curro de mierda, pienso en darme una vuelta por la oficina de extranjería, es

decir, por la comisaría.

Es natural que la oficina de extranjería se relacione directamente con guardias civiles.

Aprovechando además que ha salido el puto sol, me daré una vuelta, pienso.

No tengo necesidad de hacer largas colas.

Esperar seis jodidas horas para rellenar un formulario, esos fueron tiempos heroicos.

Que lo hagan los extranjeros, joder.

Que se esfuercen un poco, aquí nada es gratis. Nada es fácil, lo quieren todo masticado

y en la boca, los muy cabrones.

Entro al metro.

Como siempre, el puto metro atestado de inmigrantes.

Debería comprarme un coche, joder.

Llego la oficina de extranjería y veo a toda la peña de expatriados esperando a que un

funcionario les regale un minuto y medio de su tiempo.

Capullos, pienso.

Si sois como dos mil, le digo a uno, que no me contesta nada.

Llevo mi pasaporte entre las manos.

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Todos estos gilipollas me estarán envidiando, pienso.

En la puerta de la comisaría le muestro al guardia la portada de mi pasaporte.

Sonríe y me deja pasar, como era de esperarse.

Mis ex compatriotas haciendo antesala, cogiendo turnos, preguntando la hora. Y yo de

inmediato a una ventanilla.

Me atiende una hermosa policía.

Aquí hasta las policías son guapas, joder.

Recuerdo a las mujeres policías de mi país, que son más bien travelos. Policías

travelos, qué aberración, pienso mientras entrego el documento.

Y la mujer policía me dice, en qué puedo ayudarle, don Yeferson, y yo pienso, joder,

esta tía es educada y todo. Debí casarme con una mujer policía local.

Y le explico dulcemente que mi pasaporte tiene un error y le muestro mi documento

antiguo, uno verde y gastado de los bordes, el que me dieron en mi país natal, donde

está escrito mi nombre de pila.

Me esfuerzo en hablar con el acento local, de pronunciar correctamente y desde luego

el esfuerzo da resultados.

Y la tía guapa, me suelta, vaya, qué mala suerte tiene señor, este trámite es bastante

complejo, no sé si haya ocurrido antes. Le vamos a requisar sus documentos.

¿Está de coña?

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Y la tía guapa, me dice que no, no estoy de coña, debió reportar el incidente cuando le

entregaron el pasaporte. Después de cuatro horas de expedición, hay que volver a

gestionar todo.

Y me quedo flipando, con ganas de gestionarlo todo yo mismo.

Joder, pero no pueden demorar tanto, además el error fue vuestro.

Y la tía, que arruga el ceño, me dice: efectivamente, con los pasaportes de los

nacionalizados las gestiones llevan el doble de tiempo, hemos encontrado muchas

falsificaciones. Se le pidió que verificara el nombre cuando fue entregado.

Me cago en dios, le digo, ¿está usted insinuando que este pasaporte es falso? Si juré la

constitución y besé la bandera. La besé dos veces. Traté de besar a la juez, pero no se

dejó.

Y la tía me suelta, subiendo la voz, para que se entere todo el puto mundo: cáguese en

lo que quiera, pero el trámite de rectificación de datos personales para un nacionalizado

de un país no miembro de…

Y más o menos así sigue la mujer-policía-hija-puta leyéndome el código de

procedimiento de no sé qué mierda en el culo de la ley.

Me suelta, ya después de un buen rato, lo que puede hacer es hablar con el oficial de la

siguiente ventanilla. Y voy a la siguiente ventanilla, y de ahí a otra, porque en la primera

el oficial estaba hablando por teléfono, y después me hace sentar en un escritorio,

donde una mujer me despacha a otro escritorio y finalmente una persona me exige que

le muestre mi documentación.

Le explico lo que ha sucedido y me remite con la mujer policía de la primera ventanilla.

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Y llegó con la tía y le digo: ¿me puede regresar mi pasaporte nuevo?, la verdad es que

tampoco me importaría tener un nombre distinto, la i griega me cae bastante bien, de

entre todas las letras del alfabeto es la que más me gusta.

Joder, la tía me mira a los ojos y me suelta una letanía de cojones.

¿Qué cree que es esto, una tienda, un supermercado en el que puede regresar los

productos una semana después? Ya está requisada su documentación. ¿No se da

cuenta que llevo una hora explicándole la legislación vigente? Ya le dije, no sabemos

cuándo podrá recoger su pasaporte corregido.

Vale, vale, le digo, ya entendí. No tiene por qué enfadarse.

Y yo pensando que esta tía estaba buena, cuando no es más que una gilipollas de

mierda con buenas tetas.

Pensándolo bien, hasta parece un travelo.

Como en mi país, donde los travelos son policías, o viceversa.

Salgo de la comisaría pensando que la policía buena en realidad era un tío.

Joder, estaba tratando de ligar con un tío, qué repugnante.

Repentinamente siento asco de mí mismo.

Y salgo de la oficina de extranjería y me cago en la hostia consagrada, está nevando

otra vez, joder, igual que ayer.

¿A dónde hostias se fue el sol?

Tengo que entrar otra vez al metro y lo hago.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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Y más putos inmigrantes, como yo, sin pasaporte nacional, sin documento nacional de

identidad local, algunos sin tarjeta de residencia, acaso sin nombre y despreocupados,

como si nada, sonriendo y hablando en sus lenguas ajenas, ásperas.

Y todos nos vamos cagando en el puto clima de este país de mierda.

Que retrasa los trámites indefinidamente.

Requisar un pasaporte por tiempo indefinido, por una puta letra griega, qué locura.

Los griegos me están dando el coñazo, joder.

Con sus putas letras. Que se vayan a tomar por culo los griegos…

Y mi mujer también, nada más llego a casa, y le dijo, tía, joder, vete a tomar por culo…

Y la tía me suelta: tú si que eres un fantasma.

Otra provocación así y te llueven hostias, te nievan hostias, quiero decir…

Y la tía se parte el culo, como si yo estuviera de coña.

Joder, qué mala memoria tiene.

Y le suelto: ayer me diste mala suerte con tus comentarios… joder, tía, no se puede ser

tan negativa.

Ella responde: Te dije que todo se iba a retrasar, no debiste darle importancia, todo por

una letra.

Y lo que dice la muy chulita me enciende, joder, si yo fui a cambiar el pasaporte porque

ella me insistió.

Me siento realmente cabreado.

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La tía le explica a mis hijos que tendremos que esperar por tiempo indefinido para tener

un padre ciudadano.

Un padre natural de este barrio.

Y eso me enciende.

No sé por qué me calienta tanto la sangre la voz de esta mujer.

Que es mi esposa, dicho sea de paso.

Y me cabreo más y más.

Y le digo a mi mujer otra vez, vete a tomar por culo, tía…

Me estás arruinando la vida, tus comentarios ayer me dieron mala suerte.

No puedes ser tan negativa. Me metiste en un buen marrón con tu terrible actitud

respecto a la letra i griega.

Joder, si nadie se había dado cuenta.

Ni siquiera la patria, que por naturaleza es sabia.

Y la tía se parte el culo una vez más.

Y entonces ya me lo tomo personal, que le suelto: por qué hostias te descojonas, no te

has dado cuenta que es el día más triste para esta familia.

Joder, y encima la nevada se intensifica, yo que quería salir a beber algo a un bar o

discoteca con bailarinas, bueno, al bar de siempre, joder.

Beber cualquier cosa y decir cualquier cosa, pero estar lejos de esta cueva de reptiles,

pienso.

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Por qué nos llamas reptiles pregunta mi hija pequeña.

Porque tu mamá es una culebra, ayer nos dio muy mala suerte con su comentario

acerca del pasaporte de tu papá.

Y la tía, que estaba al fondo de la cocina, me escucha y se pone como una moto.

Joder, es que esta tía está como una cabra… siempre lo ha estado, pienso.

Por qué siempre tengo la culpa de todo… ¿Por qué le dices estas cosas a los críos?

Y yo trato de tranquilizarla con un par de buenas hostias.

Y algunos puntapiés que esquiva con habilidad antes de caer.

Y aparece el chaval, joder, este tío es un plasta, pienso.

Y me dice: ya basta de repartirle hostias a una mujer, y más si es mi madre.

Y su actitud de chulo me desconcierta. Yo no eduqué al chaval para que me hable así

y joder, le pongo una mano de hostias de pies a cabeza.

Una mano y un pie por cada centímetro de su jodido cuerpo rebelde.

Y la niña, joder, mi princesa, estúpidamente trata de defender a su hermano.

Le digo, princesa, por favor, están granizando hostias en la cocina, qué digo

granizando, están nevando hostias, deberías irte al salón, porque si no te van a tocar

también.

Como no se va, también le caen unos copos de hostias.

Bueno, joder, cuando termino de poner las cosas en orden, voy al baño por un poco de

algodón y lo dejo cerca del bote de alcohol desinfectante.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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Para que no cojan una infección.

Y me voy de putas.

Le digo a la zorra de mi esposa, tía, joder, escúchame, me piro.

Me voy de putas, joder, que mañana no tengo que ir a currar, disfrutad, familia no me

esperéis para cenar.

Y antes de salir, consciente del daño que hice, si tampoco soy un desalmado, le digo a

la tía, si quieres te dejo unos billetes para que pidas comida al chino.

Porque la cena ya se chamuscó.

Prueba de ello es la tremenda humareda que había en la cocina; había que verla.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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TERCERA NEVADA DEL AÑO

Me quedé absolutamente sobado en el puticlub, joder, una tía me tuvo que despertar

con una bolsa de hielos.

Es jodido despertar con una resaca nauseabunda y ver a una vieja con minifalda

amenazándote con una bolsa de hielos.

Y los putos hielos en mi cabeza, rompiéndose, hasta que le dije a la tía, ve a darle de

hostias en la cabeza con una bolsa de hielos a tu puta madre.

Y que me contesta la chorba, mi madre está muerta hace dos décadas, sino también le

daría de hostias en la cabeza.

Y salgo del local a toda prisa, y joder, la puta madre, la vieja chillando como una

histérica.

Detrás de mí con su puta bolsa en la mano.

Ya era de día.

Es de día, dije… el sol me pega en la cara, dije también entre dientes, apretando el

paso.

Y la nieve del día anterior retozando sobre la nieve nueva como si las calles fueran

suyas.

Como si por culpa de la puta nieve las cosas se observaran con mayor claridad, con un

jodido resplandor de los cojones.

Y le digo a la nieve: cabrona hija de puta, no te preocupes que ya llegará el verano.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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Me veo hablando solo con la nieve, joder.

Si estoy de buen humor y todo.

Hablando con la nieve, si es que soy una pasada de tío, tengo que reconocerlo.

Los hielos chocando en mi cabeza me han puesto de buen humor.

Me voy a caminando, atravieso el barrio y saludo al panadero.

Que nunca antes había visto.

Joder, pero qué bien me siento después de las hostias en la cabeza.

Llego a mi casa, y como es costumbre familiar, entro directamente a mear.

Con la puerta abierta.

Y después me encuentro a los tres integrantes de la familia.

Como si estuvieran conspirando en la mesa de la cocina. Los tres ahí, juntos y

silenciosos.

Joder, cómo está el patio, digo.

No hay respuesta. Ya veo que estáis muy ocupados hablando de vuestras cosas, eh.

Y me dice mi hija, que heredó mi elocuencia, por su puesto, no hablamos, sólo nos

miramos las caras.

Pues qué caras más tristes, joder.

Y me voy al salón y pongo una música movida.

Una música guapachosa, como debe ser.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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De punchis punchis punchis. Preciosa. Punchis punchis punch…

Como estar en una discoteca a las nueve y media de la mañana.

Y me dice mi esposa, si vienen a quejarse otra vez los vecinos por el ruido, tú los

atiendes.

Qué coñazo de tía, joder.

Con el asunto de los vecinos es de lo más pesada.

¿No te enteras que nuestros vecinos están sordos, especialmente la vieja de abajo?

Y me suelta la tía, pero los vecinos del edificio de enfrente no están sordos, y ellos son

los que suelen quejarse de tu música hortera.

Joder, es sólo porque estoy de buen humor, sino le montaría un pollo a la tía por hablar

mal de mi música, con ese desparpajo, con tal ligereza.

Hortera dice, si mi música es arte.

Y el punchi punchis estremeciendo toda la casa me pone todavía de mejor humor.

Me acerco entonces a la cocina y ahí siguen los tres, mirándose como estatuas.

Joder, digo, familia: que he puesto música para estar de buen humor.

Pero seguían con sus caras de asco.

Hostia, les digo, con vosotros no hay quien pueda.

Y se me ocurre, joder, si es que estoy en uno de mis mejores días, a pesar de la putada

del pasaporte, que en realidad era un coñazo, pensándolo bien, si todos somos

hermanos.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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No existen las fronteras, todos seres humanos.

Esta resaca me ha puesto de un buen humor de cojones. Así que insisto: ¿Qué os

pasa? ¿Por qué estáis tan apagados?

Y mi hija pequeña, que es la única que parece un poco menos muerta levanta la camisa

de pijama para enseñarme unas horribles heridas y raspones.

¿No te acuerdas del buen humor que tenías ayer? Me suelta la bruja de su madre.

Y sí, me acuerdo, sobre todo al ver las tiritas en la cara de mi hijo y el frasco de alcohol

vacío.

Mi mujer se sujeta un trozo de algodón en la costilla.

Esta vez sí que la he liado, pienso.

Y entonces se me ocurre una idea tremenda.

Una idea cojonuda a la altura de las circunstancias.

Niños: vamos a ir de cañas, les grito en los oídos porque la música apenas deja

escuchar las voces.

Vestiros, ducharos, maquillaros las heridas y perfumaros porque oléis a puticlub de

carretera.

El que huele a puticlub eres tú, me suelta mi hijo; joder, si es porque se parece

muchísimo a mí, sino pensaría que es un bastardo.

Y le digo, joder, tienes razón pequeño bastardo. Me pido la ducha primero.

Y me voy a la ducha.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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Qué mal huelo, joder. Me doy un baño perfecto.

Uno de verdad, de una hora y media más o menos, con el grifo abierto todo el tiempo.

Que por eso tenemos gas natural, faltaba más. 40 años pagando un crédito para tener

el grifo abierto una hora y media con agua caliente.

Después entran las dos nenas a la ducha, cuando yo me estoy vistiendo.

El crío también se quiere duchar, pero joder, ya no hay tiempo.

Nos vamos. Es tarde. Tendrás que perfumarte nada más, le digo.

Hay que ahorrar agua, no seas tan inconsciente.

Y el chico me dice que no quiere ir, que ha quedado con sus colegas.

¿Colegas? A este tío debería darle unas buenas leches, pero joder, si estoy de buen

humor.

Le digo: tus colegas son todos unos delincuentes, pasa de ellos por un día.

Y le ordeno que se vista porque nos vamos de cañas en plan familia feliz.

Mi mujer maquilla a los críos para que no parezcan unos delincuentes o que un bruto

les ha dado una paliza y ella se cuelga unas joyas de fantasía que le regalé por su

cumpleaños.

Felices vamos caminando por la calle, joder.

Bien peinados y duchados, excepto el crío, que como es un capullo, no pudo lavarse.

La puta nieve nos cae en los hombros como caspa.

Hermosa caspa, digo. Tocad la caspa celestial.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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Y nos metemos en un restaurante elegante, joder, porque el frío nos tiene jodidos.

Un lugar de los buenos, de los más caros que hay en el barrio central, con sugerencia

del chef y tres camareros para servirte agua tibia de grifo.

¿Por qué no puede llevar un hombre feliz y arrepentido a su familia feliz a comer un

buen chuletón salado?

Vamos a pagar 50 eurazos por menú, más el vino que a mí me salga de los cojones y

raciones de pan gratis. Un cesto entero de pan, joder, le suelto a los chavales que se

emocionan.

Mi esposa se queja, es muy elegante este sitio, debiste avisar que veníamos a un lugar

así… Además es carísimo. ¿Cómo vamos a pagar esto?

Como si tú fueras a pagar tía, todo el rato inconforme, déjanos disfrutar, le suelto. Este

mes no vamos a pagar el alquiler, nos lo vamos a fundir completamente.

¿Tienen reservación? Me pregunta un calvo en la puerta.

No, reservación no, pero vamos a dejar una propina que te cagas.

Estáis de suerte, justamente nos acaba de cancelar su mesa de siempre el obispo. Así

que pasad, por favor.

Es la hostia este restaurante, han metido 8 mesas en un espacio donde sólo caben

cinco o seis.

En los buenos restaurantes no abunda el espacio, claro, en cambio en las cafeterías de

comida rápida, le explico a mi hija, hay grandes pasillos inútiles.

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La nena está fascinada por los bichos que nadan en un cubo y que de cuando en

cuando un infeliz saca para llevarlos a las cocinas.

El menú está en seis idiomas y eso lo hace más exótico.

Toda la comida es fusión de algo con algo ,más una ración de algo en salsa de algo

salpicada con algo de temporada servida en un trozo de algo vegetal.

Este es un lugar de calidad, niños, recordareis toda vuestra vida este menú, os lo

aseguro.

El camarero no regresa.

Otro nos mira y sigue de largo, joder. Se nota que todos los camareros de este sitio son

extranjeros bien adiestrados.

Para aparcar el hambre derramamos un poco de sal y aceite de oliva en el pan.

Y directamente lo llevamos a la boca.

Joder, el aceite se escurre por el mantel y llega al piso.

Qué hostias, si nos estamos divirtiendo y entonces también derramo la sal y luego

pegamos servilletas por todos lados para disimular.

Mientras el camarero que nos dejó la carta hace media hora sigue sin moverse

cuarenta centímetros para tomarnos la orden.

Pero qué coño importa si con el pan y la sal estamos de puta madre.

Pero mi hijo, que es un capullo, se desespera porque no le gusta el pan. Y para llamar

la atención del camarero pega con la cuchara en el vaso haciendo un ruido provocador

y entonces todos los comensales nos miran.

MEAR  EL  PASAPORTE  

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Mi hija, qué nena, más pochola, grita de inmediato, camarero, camarero.

Y qué risas, joder. Los dos críos llamando con insistencia al camarero… Uno haciendo

la música y la otra la voz.

Y el camarero se presenta casi de inmediato y nos suelta: no era necesario hacer tanto

escándalo, si estaba por venir.

Inevitablemente nos reímos del enfado del camarero, de su cara de gilipollas extranjero

vestido como para una primera comunión.

Como una familia feliz nos miramos a la cara y soltamos una carcajada. Nos reímos

contigo, no de ti, le aclaro al susodicho.

¿Queréis ordenar?

Si, le digo, queremos más pan porque ya se acabó, y un menú degustación especial

para cada uno de nosotros…

¿Y para beber? Me dice el camarero.

Un vino cojonudo, le suelto.

Se me queda mirando y frunce el ceño. ¿Cómo?

Uno bueno, oscuro o tinto, le contesto sin mirarlo y se va a buscar todo lo que hemos

encargado.

Cuando el criado llega con el vino lo sirve directamente en las copas y se marcha.

Joder, no es que sea quisquilloso, pero tampoco estoy ciego. Este tío se está

comportando como un auténtico gilipollas.

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Tenía que darme a probar el vino para que yo dijera que está bueno y entonces me lo

sirviera, previa aprobación y degustación, joder. Aunque yo de vino no tengo ni zorra

idea.

Pero qué cojones, tenemos sed y nos bebemos el vino de un trago, mientras llega la

comida.

Mi mujer dice: voy al baño que este vino cojonudo me ha dado sed.

Pero no puede salir porque estamos atrapados en una mesa para dos, cuatro

personas. Y tendría que escabullirse por debajo, pero es de mal gusto, te vas a

ensuciar las rodillas, le digo.

Así que le pedimos a los comensales de la mesa de al lado que se levanten y ellos a su

vez a los de al lado.

Hay que mover una serie de sillas y mesas para poder hacer un estrecho pasillo.

Es que mi mujer tiene que ir a hacer pis, les digo, porque el vino este, es tan cojonudo

que provoca incontinencia.

Qué desagradable, me suelta la vieja de al lado mientras se levanta a medio bocado de

merluza.

No sé si le parece desagradable mi mujer o que vaya al aseo.

Y el camarero vuelve a poner unos cubiertos y una nueva dotación de pan y aceite.

Oye, capullo, no me diste el vino a probar, que no te siente mal si la propina son dos

colillas de cigarros.

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Me inspira esta hermosa frase el pitillo que mi hijo acaba de encender para mitigar el

hambre.

Señor, por favor, aquí no se puede fumar.

¿Me lo dice a mí o al crío? Si se lo dice a él no creo que le haga caso porque no es un

señor…

No señor, se lo estoy pidiendo a usted, por favor, que su hijo no fume.

Es la hostia que te llamen señor. Pero el crío sigue fumando hasta que le suelto una

hostia.

Y le responde: no había ningún letrero que lo impidiera.

A pesar de que el crío es un capullo tiene razón, no hemos visto ningún letrero de

aquellos que pintan un cigarro con una equis al frente.

Y entonces grita un viejo que está al fondo, es decir, a unos cuatro metros, apaga ese

cigarro de mierda, joder, que estamos comiendo.

Y el crío lo tira al piso y lo pisa, muy dócil.

Pero no puedo negar que me irrita que corrijan a mis hijos otros, me pone de mal

humor.

Pero lo que realmente me enciende es cuando una mujer que está al lado de nosotros

le suelta al camarero: qué bien se comía en este restaurante antes de que llegaran los

inmigrantes, a comer, me refiero, porque eres tú eres un excelente servidor.

Eso me enfurece, joder. ¿Inmigrante yo? ¿Excelente servidor el otro capullo?

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Pero si besé la bandera y juré la constitución y no cualquier constitución, una que fue

enviada por dios a los hombres. Estáis escuchando la voz de un ciudadano.

Idiota, si tienes más cara de extranjero que un delincuente, me grita un imbécil ya

levantado de su asiento.

Y en eso aparece mi esposa para liarla más: que nadie pase al aseo de mujeres porque

se me fue el tampax y creo que se atasco todo.

Dos viejas se levantan también de su asiento como impulsadas por resortes, las muy

gilipollas se ponen como bestias: no les basta con saturar la sanidad pública, ahora

también perturban nuestros restaurantes.

Le contesta la otra: Tienes toda la razón, si te haces un esguince o te operan, el hospital

ya no te presta las muletas como hace unos años, porque de poco tiempo ahora los

inmigrantes dejaron de devolverlas pasado el periodo de convalecencia, te lo digo yo,

que soy médico.

Mi hija, que no le gusta que dejen en ridículo a su padre, le tira un trozo de pan a la

maruja, directamente a los ojos. Pero eso, en lugar de sensibilizarlas, las pone más

agresivas, joder.

Os dais cuenta, vienen a cometer delitos. Eso es todo lo que hacen, seguro van a pagar

con tarjetas de crédito falsas.

O con dinero robado a los ancianos, replica otro.

Y de un momento a otro toda la gente del lugar, incluyendo una horda de servidumbre,

ya está encima de nosotros.

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Yo también me levanto, es decir, me subo en la silla y les digo: pero de que habláis

insensatos, si el único inmigrante aquí es aquel camarero de mierda que no me dio a

probar el vino.

Si todos los inmigrantes fuerais como él, otra cosa sería. Me dice una mujer que tiene el

cabello pintado de rubio y unos colgantes azules le saltan por debajo de la peluca.

Nos quitan el trabajo y no tienen formación, vienen a destruir nuestra patria, nuestras

costumbres y nuestra lengua, grita un jubileta de mierda que ni siquiera tuvo la decencia

de ponerse de pie para insultar.

No es que quiten los trabajos, pero sí que los han devaluado aceptando cobrar mucho

menos de lo que alguien de aquí cobraría, lo digo yo que soy un empresario, replica

otro.

Y un joven me dice: oye tío, deberías pirarte con los tuyos, antes de que rompa una

botella en la cara.

Mientras la gente se esfuerza por levantar cada vez más la voz, mi hijo enciende otro

cigarrillo. Joder, pero es que este tío es un auténtico capullo, ¿no se da cuenta que en

la mes ano hay cenicero?

Y viene una anciana, se sube en las mesas, camina por encima hasta que llega a

nosotros y le coge la mano al crío para apagar el cigarro con sus dedos.

Joder, creí que le iba a dar un puñetazo, pero la vieja sólo quería que apagara el pitillo.

El crío le contesta con un escupitajo verdoso cuando ésta se da vuelta.

Y entonces otra mujer nos increpa: ¿Habéis visto? Por eso baja el nivel de nuestra

educación, esta gente no sabe ni cómo coger un tenedor.

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El chef se asoma, apenas le vemos el sombrero gracioso que suelen usar estos tíos

regordetes, y protesta: seguro que son polígamos y practican la ablación a sus hijas.

Esta vez nos ha pillado. Polígamo sí que me gustaría ser, pero la otra cosa no podría ni

deletrearla, seguro es exótica.

Tienen muchos hijos y copan las ayudas, cabrones, las ayudas son para los nacionales.

Ya nos habéis arruinado la comida, inmigrantes de mierda, no os conformáis con

prostituiros, ahora queréis comer en un lugar de seis cubiertos.

Esa voz no la puedo precisar porque no me deja ver la gente que tenemos encima de la

mesa.

Es inevitable irnos, le digo a los chicos, a pesar de que el muchacho sigue fascinado

derramando aceite en el mantel de tela hasta que llega al suelo.

Joder, con razón el piso está tan pegajoso.

Y nos vamos, joder, antes de que nos linchen, entre abucheos. Antes les suelto a todos

los comensales: estáis muy jartos, yo flipo con gentuza como vosotros, me voy a un

lugar de mejor categoría.

Al salir un viejo le toca el culo a mi mujer y le grita: zorrona.

Creo que fue lo más amable del local, el viejillo parecía simpático.

Y justo en la calle un grupo de maderos nos detienen.

Por alteración del orden público, dicen, mientras la puta nieve cayendo como misiles en

la cara.

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Y nos meten, a mi mujer y a mí, en un coche de la policía local. Joder. Y en ese

momento me voy cagando directamente en la i griega, en el asunto del pasaporte de

mierda y sobre todo en este país con coches policía sin calefacción, joder.

A los chicos se los llevan en otro transporte, previo test psicológico o no sé qué letanía

legal que un matadero recita.

Pagamos una multa, que es superior a lo habríamos pagado por comer en aquel sitio.

Y nos regresan a los niños, en el mismo lugar donde a mí me requisaron la

documentación.

Después de firmar unos papeles todos volvemos a casa, con la nieve entre los dedos.

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ÚLTIMA NEVADA DEL AÑO

Había dejado de nevar hasta hoy, qué mala suerte.

Jodida suerte.

Justo el día que tengo que ir a recoger el pasaporte nacional a la oficina de extranjería,

justo el día que por fin se acaba esta mierda.

Me dejaron un aviso hace dos días, por favor preséntese en:

Toda la ciudad está colapsada. Anunciaron suspensión parcial de actividades. Yo no

siquiera puedo salir de de casa, hay un montón de nieve cubriendo el garaje.

Los chicos no van a ir al colegio, es normal, con tanta puta nieve, quién puede moverse.

Llamo directamente a la comisaría, para preguntar si lo puedo recoger más tarde,

cuando haya pasado por este barrio marginal el capullo que se encarga de remover la

nieve.

-­‐ ¿Policía? ¿Oficina de policía?

-­‐ ¿Sí?

-­‐ Oiga, tengo cita hoy para recoger mi pasaporte, pero no puedo salir de casa por

la jodida nieve. ¿Qué puedo hacer?

-­‐ ¿Es su primer pasaporte, señor? ¿Es renovación?

-­‐ Sí, en esta nación es mi primer pasaporte, soy nacionalizado.

-­‐ ¿Es nacionalizado?

-­‐ Efectivamente…

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-­‐ Pues no se le nota tanto, tiene más acento que los de aquí. Mire, no hay ningún

problema con usted, puede venir cuando le plazca, aquí guardamos su

documentación, no se preocupe y disfrute la nevada.

Nunca me habían dicho que tenía más acento que los de aquí, que ya lo están

perdiendo, dicho sea de paso, con tanto fuereño.

Qué pasaporte ni que hostias, pero si soy todo un ciudadano, uno entero, uno de

verdad, con acento y todo, que hasta una ilustre policía lo reconoce, joder.

Si soy casi un aborigen, llevo años integrado, siendo uno más, con un acento local

de cojones… Por fin alguien lo reconoce, joder.

Voy por mi pasaporte viejo, uno verde con las comisuras rasgadas y sucias; nada

más verlo me dan ganas de mearlo entero.

Y lo hago.

Me saco la polla… Después lo dejo flotando en el váter, lleno de pis.

Por fin las cosas toman su rumbo, le digo a los chicos, y me voy con ellos a mirar la

nieve, con un gorro azul marino que me regalaron en el día del padre pasado.

El parque está cubierto de hielo, totalmente blanco, un perro corre mojado por todo

el lugar y nos salpica.

SOL, UNA LUZ QUE CIEGA

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