Mehring, F - Materialismo Historico

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  • SOBREEL MATERIALISMO

    HISTRICOY OTROS ESCRITOS FILOSFICOS

    Franz Mehring

    Fundacin Federico Engels

  • SOBRE EL MATERIALISMO HISTRICO Y OTROS ESCRITOS FILOSFICOS Franz Mehring

    Fundacin Federico Engels Primera edicin: mayo 2009

    Este libro se ha editado en el marco del acuerdo de colaboracin entre la Fundacin Federico Engels y el Sindicato de Estudiantes

    ISBN: 978-84-96276-44-4 Depsito Legal: M-24298-2009

    Publicado y distribuido por la Fundacin Federico Engels C/ Hermanos del Moral 35, bajo. 28019 Madrid Telfono: 914 283 870 www.fundacionfedericoengels.orgcontactar@fundacionfedericoengels.org

  • N D I C E

    SOBRE EL MATERIALISMO HISTRICO Y OTROS ESCRITOS FILOSFICOS

    Sobre el materialismo histrico ........................................... 9 Un complemento.................................................................. 63 Sociedad y Estado ................................................................ 103 La filosofa y el filosofar...................................................... 119 El materialismo histrico ..................................................... 127

    CORRESPONDENCIA DE ENGELS Y R. LUXEMBURGO CON MEHRING

    Cartas de Engels a Mehring ................................................. 143 Carta de R. Luxemburgo a Mehring..................................... 155

  • SOBRE EL MATERIALISMO HISTRICO

    Y OTROS ESCRITOS FILOSFICOS

  • 9El mundo burgus se enfrenta hoy al materialismo histrico casi del mismo modo en que se enfrent hace una generacin al darwinismo y hace media al socialismo. Lo censura sin enten-derlo. Poco a poco y con muchas dificultades ha comprendido que el darwinismo es realmente algo distinto de una teora sobre los monos y que el socialismo, en efecto, no slo quiere repartir y poner su mano ladrona sobre los frutos de una cultura milenaria. Pero el materialismo histrico todava le resulta digno de ser cubierto con frases tan necias como baratas, con frases como por ejemplo el ataque de que se trata de un devaneo inventado por un par de demagogos talentosos.

    En efecto y naturalmente la investigacin histrica mate-rialista est sometida a la misma ley histrica que ella, por su parte, formula. Es un producto del desarrollo histrico; ni siquiera el cerebro ms genial habra podido inventarla en una poca anterior. La historia de la humanidad slo poda reve-lar su secreto en un punto culminante determinado. Mientras que [...] en todos los perodos anteriores la inves-

    Sobre el materialismo histrico

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    tigacin de las causas que impulsan la historia era casi impo-sible porque tenan relaciones complicadas y ocultas con sus efectos nuestra poca actual ha simplificado esas rela-ciones hasta tal punto que se puede resolver el enigma. Des-de que se implant la gran industria, es decir, por lo menos desde la paz europea de 1815, en Inglaterra ya no era un se-creto para nadie que all toda la lucha poltica giraba en torno a las pretensiones de poder de dos clases: la aristocracia terrateniente (landed aristocracy) y la burguesa (middle class). En Francia, con el retorno de los Borbones, se tom conciencia del mismo hecho; los historiadores del perodo de la Restauracin, desde Thierry hasta Guizot, Mignet y Thiers lo proclaman por todas partes como la clave para entender la historia 'francesa desde la Edad Media. Y desde 1830 en ambos pases se reconoce a la clase obrera, al proleta-riado, como el tercer protagonista de la lucha por el poder. La situacin se haba simplificado tanto que haba que cerrar los ojos deliberadamente para no ver en la lucha de estas tres gran-des clases y en el conflicto de sus intereses la fuerza que impul-sa la historia moderna, por lo menos en los dos pases ms adelantados. As se expresaba Engels sobre aquel mo-mento culminante del desarrollo histrico que despert por primera vez, en l y en Marx, la comprensin de la concepcin materialista de la historia. En la obra del propio Engels se pue-de leer cmo se sigui desarrollando esta comprensin.*

    La obra de toda la vida de Marx y Engels se apoya comple-tamente en el materialismo histrico; todas sus obras estn construidas sobre esa base. Es simplemente un ardid de la pseudo-ciencia burguesa hacer como si ambos slo hubieran hecho aqu y all una pequea incursin en la ciencia de la his-toria para respaldar una teora histrica inventada por ellos. El Capital es, como ya lo ha subrayado Kautsky, en primer lu-gar, una obra histrica, y especialmente en lo que tiene que ver con la historia, se asemeja tambin a una mina llena de

    *.- Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofa clsica alemana, p. 55.

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    tesoros, que en gran parte no se han extrado an. Y del mismo modo se puede decir que las obras de Engels son in-comparablemente ms ricas en contenido que en volumen, que contienen muchsimo ms material histrico que el que se imagina el escolasticismo, acadmico, que extrae de la super-ficie un par de afirmaciones no comprendidas e intenciona-damente mal interpretadas y despus presume mucho cuando encuentra una contradiccin o algo parecido en ellas. Sera una tarea muy til compilar sistemticamente los abundantes aspectos histricos que estn dispersos en las obras de Marx y Engels, y esta tarea se har seguramente algn da. Pero aqu tenemos que contentarnos con una indicacin general, pues aqu se trata slo de exponer los rasgos ms esenciales del materialismo histrico, e incluso esto en forma ms negativa que positiva, es decir, refutando las objeciones ms corrientes que se han hecho contra l.*

    Karl Marx ha realizado la sntesis del materialismo histrico en forma tan breve como convincente en el prlogo a la Contri-bucin a la crtica de la economa poltica, publicado en 1859. All dice:

    El resultado general al cual llegu, y que, una vez obte-nido, sirvi de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse as: En la produccin social de su vida los hombres contraen relaciones determinadas, necesarias, independientes de su vo-luntad, relaciones de produccin, que corresponden a un deter-

    *.- Para no ser injustos, sealemos expresamente que historiadores burgueses aislados tratan de adoptar una posicin ms imparcial frente a la teora materialista de la histo-ria. As, los Anales de Historia, publicados por Jastrow, registran, en sus informes de 1885, el segundo tomo de El Capital como una obra muy importante precisamente tambin para la ciencia histrica, y en la Historische Zeitschrift, 68, p. 450, en una crtica, Paul Hinneberg dice "que trabajos como La sociedad primitiva de Morgan y el Derecho Materno de Bachofen llaman ya en forma perceptible a las puertas de la ciencia". Sin embargo, sobre este tema, el redactor Max Lehmann, cate-drtico de historia en Leipzig hace esta ingeniosa observacin: "Lamentamos que aqu y all un colega oiga este llamado; sobre todo al seor Morgan lo dejamos fuera. Que provea a los seores Engels y Bebel con la porcin de presunto saber de la que no creen poder prescindir para fundamentar sus fantasas." Hasta donde esta-mos informados, sta es la nica mencin que se ha hecho del materialismo histrico en los ms de setenta tomos de la Historische Zeitschrift, el rgano principal de la historia burguesa.

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    minado estadio del desarrollo de sus fuerzas productivas mate-riales. La totalidad de estas relaciones de produccin constituye la estructura econmica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta una superestructura jurdica y poltica y a la que co-rresponden determinadas formas de conciencia social. El mo-do de produccin de la vida material condiciona el proceso de la vida social, poltica y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social, lo que determina su conciencia. En una cierta etapa de su desarrollo las fuerzas productivas mate-riales de la sociedad entran en contradiccin con las relaciones de produccin existentes, o, lo que tan slo es una expresin jurdica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se haban movido hasta entonces. Estas relaciones dejan de ser formas que favorecen el desarrollo de las fuerzas productivas y se transforman en trabas de las mismas. Enton-ces comienza una poca de revolucin social. Al cambiar la base econmica se revoluciona, ms o menos rpidamente, toda la inmensa superestructura. Al considerar estas revo-luciones hay que distinguir siempre entre los cambios materia-les en las condiciones de produccin econmicas, que se pueden comprobar con la exactitud de las ciencias naturales, y las for-mas jurdicas, polticas, religiosas, artsticas o filosficas, en una palabra, las formas ideolgicas bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. As como no nos formamos un juicio acerca de lo que es un individuo por lo que l piensa de s, tampoco podemos juzgar una de estas pocas de revolucin a partir de su conciencia, sino que debemos explicarnos ms bien esta conciencia por las con-tradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de produccin. Una formacin social no desaparece nunca antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jams aparecen relaciones de produccin nue-vas y superiores antes de que se hayan incubado, en el seno de la propia sociedad antigua, las condiciones materiales de su existencia. Por eso la humanidad siempre se plantea exclusi-

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    vamente tareas que puede realizar, pues si se observa con ms cuidado se encontrar siempre que la tarea slo surge cuando ya existen, o por lo menos, se estn gestando, las condiciones materiales para su realizacin. A grandes rasgos se puede carac-terizar a los modos de produccin asitico, antiguo, feudal y moderno burgus como etapas progresivas en la formacin eco-nmica de la sociedad. Las relaciones de produccin burguesas son la ltima forma antagnica del proceso de produccin so-cial, antagnica no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que surge de las condiciones so-ciales de vida de los individuos; pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para solucionar este antagonismo. Con esta formacin social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana.

    Con estas pocas palabras se explica la ley que mueve la historia humana con una profundidad transparente y una clari-dad acabada que no encuentran su igual en toda la literatu-ra. Y hay que ser realmente docente de filosofa en la buena ciudad mercantil de Leipzig para encontrar aqu, como lo hace el seor Paul Barth, palabras e imgenes poco preci-sas, formulaciones muy vagas, remendadas con imgenes, sobre la esttica y la dinmica sociales. Pero ya once aos antes, en El Manifiesto Comunista de 1848, Marx y Engels haban descrito as en qu medida los hombres son los porta-dores de este desarrollo histrico:

    La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros das es la historia de las luchas de clases.

    Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, seores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos se enfrentaron siempre como opuestos, mantuvieron una lucha ininterrumpida, a veces velada, a veces abierta, que termin siempre con una trans-formacin revolucionaria de toda la sociedad o con la des-aparicin conjunta de las clases en pugna.

    En las pocas histricas anteriores encontramos por casi todas partes una divisin total de la sociedad en diversos

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    estamentos, un escalonamiento mltiple de condiciones so-ciales. En la antigua Roma tenemos patricios, caballeros, ple-beyos, esclavos; en la Edad Media, seores feudales, vasallos maestros, oficiales, siervos, y adems, dentro de casi todas es-tas clases, nuevas divisiones especiales.

    La moderna sociedad burguesa, surgida de las ruinas de la sociedad feudal, no ha eliminado las contradicciones de clase. Slo ha creado nuevas clases, nuevas condiciones de opresin, nuevas formas de lucha en sustitucin de las viejas.

    Nuestra poca, la poca de la burguesa, se destaca sin embargo, porque ha simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad se divide, cada vez ms, en dos grandes cam-pos enemigos, en dos clases que se enfrentan directamente: burguesa y proletariado.

    Luego viene la famosa descripcin de cmo la burguesa por un lado, el proletariado por otro, deben desarrollarse de acuerdo con sus condiciones de existencia histricas, una des-cripcin que en el nterin ha superado brillantemente la prueba de casi medio siglo pleno de las ms inauditas transformacio-nes; y a continuacin la demostracin de por qu y cmo el proletariado triunfar sobre la burguesa. Al eliminar las anti-guas condiciones de produccin, el proletariado elimina las contradicciones de clase, las clases en general y con ello su pro-pia dominacin como clase. En lugar de la antigua sociedad burguesa con sus clases y contradicciones de clase, aparece una asociacin en la cual el desarrollo libre de cada uno es la con-dicin para el desarrollo libre de todos.

    Y de las palabras que Engels pronunciara ante la tumba de su amigo, citemos an las siguientes:

    As como Darwin descubri la ley del desarrollo de la na-turaleza orgnica, del mismo modo descubri Marx la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho tan sencillo, pero encubierto hasta ahora bajo una proliferacin de ideolo-gas, de que los hombres deben ante todo comer, beber, tener un techo y vestirse antes de practicar la poltica, la ciencia, el arte, la religin, etc.; que, por tanto, la produccin de los medios materiales inmediatos para la subsistencia, y con ello,

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    el grado de desarrollo econmico alcanzado en cada caso por un pueblo, o en un determinado perodo, constituye la base a partir de la cual se desarrollan las instituciones del estado, las concepciones jurdicas, el arte, e incluso las representacio-nes religiosas de los hombres, y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revs, como hasta entonces se haba venido haciendo. *

    Ciertamente, un hecho sencillo en el sentido de Ludwig Feuerbach, quien afirmaba: Constituye un carcter especfico de un filsofo el hecho de no ser un profesor de filosofa. Las verdades ms simples, son precisamente aquellas que el hom-bre descubre siempre en ltimo lugar. Feuerbach fue el nexo entre Hegel y Marx, pero la miseria de las condiciones alemanas lo dej a mitad de camino; consideraba an que el descubrimiento de verdades es un proceso puramen-te ideolgico. No fue as, empero, como Marx y Engels descubrieron el materialismo histrico, y afirmar de ma-nera irresponsable que ste es un producto de sus mentes resultara tan injusto como formular tal afirmacin de mane-ra injuriosa. Pues en todo caso se tratara de explicar bien intencionadamente a la concepcin materialista de la histo-ria como un mero producto de la mente. La verdadera gloria de Marx y Engels consiste, en cambio, en haber proporciona-do, junto con el materialismo histrico mismo, la prueba ms contundente de su exactitud. Ellos no slo conocan la filosofa alemana, como Feuerbach, sino tambin a la revolu-cin francesa y a la industria inglesa. Resolvieron el enigma de la historia de la humanidad en un momento en que la tarea de la humanidad apenas haba sido planteada, en que las condiciones materiales para su solucin se encontraban an en camino, en el proceso de su desarrollo. Y dieron pruebas de ser pensadores de primer rango en la medida en que casi cincuenta aos atrs reconocieron ya, a partir de hue-llas relativamente dbiles, lo que la ciencia burguesa de todos los pueblos ni siquiera es capaz de comprender a partir

    *.Sozialdemokrat, de Zrich, 22 de marzo de 1883.

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    de una inmensa profusin de los testimonios ms contunden-tes, vislumbrndolo a lo sumo, aqu y all.

    Citaremos un ejemplo digno de consideracin para mostrar lo poco que se logra al fraguar alguna proposicin terica que aparece como muy evidente, y que se corresponde casi, tanto desde el punto de vista lingstico como el con-ceptual, con el conocimiento cientfico obtenido de un estu-dio detenido del desarrollo histrico. Debemos a la bon-dad del seor profesor Lujo Brentano la referencia acerca del parentesco entre la escuela histrica del romanticismo y la con-cepcin materialista de la historia y, particularmente, la referencia a un pasaje de Lavergne-Peguilhen, que reza de la siguiente manera: Acaso la ciencia social como tal ha progresa-do tan poco hasta ahora por no haberse diferenciado suficiente-mente a las formas econmicas, por haberse desconocido que ellas constituyen las bases de toda la organizacin social y del estado. No se ha tenido en cuenta que la produccin, la distribucin de los productos, la cultura y la difusin de la misma, la legislacin y las formas del estado deben derivar su contenido y su desarrollo de las solas formas econmicas; que aquellos elementos muy importantes de la sociedad proce-den tan ineludiblemente de las formas econmicas y del ade-cuado manejo de stas, Como el producto del concurso fecun-dador de las fuerzas generadoras, y que los males que se ponen de manifiesto en la sociedad tienen su origen, por regla general, en las contradicciones entre las formas sociales y las formas del estado.* Esto fue escrito en el ao 1838 por un prestigioso representante de la escuela histrico-romntica, la misma escuela que Marx sometiera a una crtica tan demole-dora en los Anales franco-alemanes. Y no obstante si se prescin-de del hecho de que Marx no deriva la produccin y la distribu-cin de sta de las formas econmicas, sino a la inversa, las for-mas econmicas de la produccin y de la distribucin de la produccin ste parecera, a primera vista, haber transcripto la teora materialista de la historia de Lavergne-Peguilhen.

    * Lavergne-Peguilhen, Die Bewegungs-und Produktionsgesetze, 225.

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    De todos modos, lo que aqu est en juego es el manejo adecuado. La escuela histrico-romntica constitua una reaccin contra la economa poltica clsica burguesa, la que declaraba al modo de produccin de las clases burguesas como el nico conforme a las leyes de la naturaleza, y a las formas econmicas de estas clases, como leyes naturales. El romanti-cismo histrico dirigi sus ataques contra estas exageracio-nes en beneficio de la nobleza latifundista a travs de la su-blimacin Patriarcal de las relaciones econmicas de depen-dencia entre los seores feudales y los vasallos; a los recla-mos de la escuela liberal por las libertades polticas, ella opo-na la tesis de que la verdadera constitucin de un pueblo no la constituyen un par de hojas repletas de leyes, sino las re-laciones econmicas de poder, o sea, en nuestro caso, las relaciones entre seores y vasallos, heredadas de la poca feudal. La lucha terica entre la economa poltica burguesa y el romanticismo histrico era el reflejo ideolgico de la lucha de clases entre la burguesa y la nobleza feudal. Cada una de estas orientaciones consideraba que los modos de produc-cin y las formas econmicas que respondan a su clase obede-can a leyes eternas, inmutables, conformes a la naturaleza; el hecho de que los economistas comnmente llamados libera-les operaran ms con ilusiones abstractas, y los romnticos historicistas, con hechos brutales, que aqullos presentaron un viso ms idealista, y stos, un viso ms materialista, resul-taba simplemente de los diferentes estadios de desarrollo histrico de ambas clases en lucha. La burguesa apuntaba a convertirse en clase dominante y describa por ello a su futuro reino como un paraje de felicidad general; los nobles feudales constituan la clase dominante y deban contentar-se con una sublimacin romntica de las relaciones econmicas de dependencia, sobre las que descansaba su poder.

    Es a esta sublimacin a lo que tiende aquel pasaje de Laverg-ne-Peguilhen. Lo que quiere significar es simplemente esto: las formas econmicas feudales deben constituir el fundamento de la organizacin total de la sociedad y del Estado; de ellas deben derivarse la forma y la legislacin del Estado; si

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    sta se aparta de aqullas, la sociedad languidece. En las dilucidaciones ulteriores que siguen a este pasaje, Lavergne-Peguilhen no oculta en absoluto su intencin. Distingue all tres formas econmicas sucesivas, que ahora se encuentran mezcladas: la economa coactiva, la economa de partici-pacin y la economa monetaria, a las cuales corresponden las formas estatales del despotismo, la aristocracia, la monarqua y los sentimientos morales del temor, el amor y el egosmo. La economa de participacin, la aristocracia, y, para llamar a las cosas por su nombre, el feudalismo, es el amor. El inter-cambio material de las prestaciones mutuas de servicios, escribe textualmente Lavergne-Peguilhen, es por doquier fuente de amor y lealtad. Y puesto que la historia ha tenido la mal-hadada ocurrencia de turbar esta fuente y de mezclar las formas econmicas, Lavergne-Peguilhen pretende, en conse-cuencia, mezclar tambin las formas del Estado, a travs, cier-tamente, de un manejo adecuado. En esta comunidad debe dominar la aristocracia con el poder que deben ejercer los miembros ms ricos y cultos de la comunidad, como legislado-res y administradores, sobre la masa de los miembros unidos bajo su proteccin; debe seguir subsistiendo, adems, una por-cin de despotismo, el cual an en sus formas ms desenfre-nadas, no es capaz de destruir las fuerzas de la sociedad como lo es la tirana de las leyes, y asimismo, una porcin de monar-qua, pero sin el egosmo, antes bien, abarcando, desde su elevada situacin, a todos los intereses con el mismo amor. Se percibe aqu fcilmente a qu tiende Lavergne-Peguilhen: a la restauracin de la magnificencia feudal y a un rey absoluto, a condicin de que se someta a su voluntad. Su obra fue ya analizada en el juicio de El Manifiesto Comunista sobre el socialismo feudal: ...de cuando en cuando hiriendo a la burguesa en el corazn a travs de un juicio amargo, laceran-te, que siempre tiene un efecto cmico, en la medida en que se muestra totalmente incapaz de comprender la marcha de la his-toria moderna.6 Slo que la segunda parte de este juicio se apli-ca mucho mejor an a los romnticos alemanes que la primera. La derrota que haban ya experimentado a manos de la bur-

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    guesa haba incrementado considerablemente la comicidad de los socialistas feudales en Francia e Inglaterra, y les permiti entrever ligeramente que la vieja fraseologa de la poca de la restauracin haba llegado a ser inaplicable, en cuanto que el feudalismo alemn, y principalmente el prusiano, seguan an vivos y podan an reivindicar torpemente un feudalismo medieval no mutilado, aunque disfrazado bajo algunos lu-gares comunes, frente a la irrupcin de ningn modo eficaz de la legislacin de Stein-Hardenberg.

    Precisamente esta incapacidad de comprender, aunque no sea ms que superficialmente, cualquier otra forma econ-mica, excepto la feudal, es lo que caracteriza a la escuela ro-mntico-historicista, y porque en su estrecho egosmo de clase quera penetrar con esta nica forma econmica a todas las relaciones jurdicas, estatales, religiosas, etc., lleg ocasio-nalmente a formular tesis que desde lejos recuerdan poco ms o menos al materialismo histrico, aun cuando en realidad est tan lejos de l como el egosmo de clase del conocimiento cien-tfico. La misma relacin que haba entre Lavergne-Peguilhen y Marx y Engels, se dio veinte aos despus entre Gerlach y Stahl, y Lassalle. En numerosas ocasiones, Gerlach expuso a su modo, en el parlamento prusiano de la oposicin liberal, la avanzada teora constitucional de Lassalle, y sin embargo, Las-salle, en su System der erworbenen Rechte [Sistema de los dere-chos adquiridos], haba asestado un golpe mortal desde el punto de vista cientfico a estos ltimos exponentes del ro-manticismo historicista. Esta escuela, pues, nada tiene que ver con el materialismo histrico, salvo, en un caso extremo, en la medida en que su no disimulada ideologa de clases pudo haber representado uno de los fermentos a travs de los cuales llegaron Marx y Engels a su concepcin materialista de la historia.

    Con todo, tampoco esto ha ocurrido. Aquel pasaje de La-vergne-Peguilhen nos llam tanto la atencin, que, antes de haber llegado a examinar toda su obra, hoy justamente olvida-da, nos dirigimos a Engels para preguntarle si l y Marx haban sido influenciados por autores de la escuela histrica del ro-

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    manticismo tales como Marwitz, Adam Mller, Haller, La-vergne-Peguilhen, etc. Engels tuvo la gran amabilidad de con-testamos el 28 de septiembre:

    [...] he ledo las Nachlass [Obras pstumas] de Marwitz hace algunos aos, y en su libro no he descubierto sino cosas admirables en torno a la caballera y una fe inconmovible en la fuerza mgica de algunos latigazos, cuando son aplicados por la nobleza a la plebe. Por lo dems, esta literatura ha perma-necido para m por entero ajena desde 1841-42 slo me he ocupado de ella muy superficialmente y con toda seguridad no le debo nada en absoluto en el sentido en cuestin. Marx, durante su poca de Bonn y Berln, lleg a conocer a la Restau-ration de Adam Mller y del seor von Haller, slo hablaba con considerable menosprecio de este remedo insustancial inflado de fraseologas, de los romnticos franceses, Joseph de Maistre y Cardenal Bonald. Con todo, de haberse encontra-do con pasajes como los citados por LavergnePeguilhen, ellos no habran podido haberlo impresionado en absoluto en aquella poca, en caso de entender lo que aquella gente pretenda afirmar. Marx era hegeliano en aquel entonces, y aquel pasaje constitua una hereja absoluta; de economa no saba nada absolutamente; por consiguiente, un trmino como el de forma econmica nada poda sugerirle, y as, aun cuan-do hubiera conocido el pasaje en cuestin, ste le hubiera entrado por una oreja y salido por la otra, sin dejar en su memoria una huella perceptible. Pero resulta dudoso que en los escritos histrico-romnticos ledos por Marx entre 1837 y 1842 hayan podido encontrarse tales resonancias.

    El pasaje resulta en verdad digno de atencin, aun cuando me agradara que la cita fuera verificada. No co-nozco la obra; verdad es que el autor me es conocido como discpulo de la escuela histrica.

    [...] Pero lo ms inusitado es que la concepcin correcta de la historia habra de encontrarse, in abstracto, en la misma gente que in concreto ms ha distorsionado la historia tanto terica como prcticamente. Esta gente podr haber per-cibido aqu en el feudalismo cmo la forma de estado se

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    desarrolla a partir de la forma econmica, porque ello est aqu, por as decirlo, a la vista, de manera clara y sin disimu-lo. Digo podr, pues, dejando de lado el pasaje arriba citado, que no ha sido verificado [...] no he podido nunca descubrir otra cosa sino, por cierto, que los tericos del feudalismo son menos abstractos que los liberales burgueses. Ahora bien, si uno de estos romnticos procede luego a generalizar esta con-cepcin de la relacin entre la propagacin de la cultura y la forma de estado con la forma econmica dentro de la sociedad feudal, afirmndola como vlida para todas las formas econmi-cas y todas las formas de Estado, cmo explicar entonces la total ceguera del mismo romntico tan pronto se tratara de otras formas econmicas, de la forma econmica burguesa y las formas de Estado correspondientes a sus distintos grados de desarrollo: comuna corporativa medieval, monarqua absoluta, monarqua constitucional, repblica? Ello resulta muy difcil de explicar. Y la misma persona que percibe a la forma econmica como la base de la organizacin social y estatal en su totali-dad, pertenece a una escuela para la cual la monarqua absoluta de los siglos diecisiete y dieciocho significaba una ca-da, una traicin a la autntica doctrina del Estado!

    Verdad es que tambin se afirma que la forma estatal procede tan ineludiblemente de la forma econmica y de su adecuada gestin como el nio de la unin entre hombre y mu-jer. Teniendo en cuenta la doctrina de la escuela del autor, mundialmente conocida, no puedo sino explicar esto en el si-guiente sentido: la verdadera forma econmica es la feudal. Pero, puesto que la maldad de los hombres se ha conjurado en contra de ella, es preciso que su gestin sea adecuada, de modo tal que su existencia se vea protegida y perpetuada fren-te a estos ataques, que la forma estatal siga correspondin-dole, esto es, que en lo posible, se la haga retroceder a los siglos trece y catorce. Entonces se veran realizados a la vez el mejor de los mundos y la ms bella de las teoras de la historia, y la generalizacin de Lavergne-Peguilhen quedara nuevamente reducida a su verdadero contenido: que la socie-dad feudal engendra un orden feudal de estado.

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    Esto, respecto de Engels. Y cuando obedeciendo a sus deseos verificamos la cita y encontramos en el libro desenterrado de La-vergne-Peguilhen el contexto de la misma, expuesto con ma-yores detalles un poco ms arriba, no pudimos hacer otra cosa que contestarle con nuestro agradecimiento ms sincero por su aleccionadora exposicin, ya que a partir de un hueso haba re-construido correctamente y en su totalidad el mastodonte feudal.

    Entre las objeciones corrientes que se hacen al materia-lismo histrico, responderemos por lo pronto a dos que se vinculan a su nombre. Idealismo y materialismo constituyen las respuestas opuestas a la gran pregunta fundamental de la filosofa acerca de la relacin entre pensar y ser, acerca de la pregunta de qu es lo originario, el espritu o la naturaleza. En s nada tienen que ver, en lo ms mnimo, con los ideales ticos. El filsofo materialista puede profesar tales ideales en su grado ms elevado y ms puro, mientras que el filsofo idealista no necesita poseerlo ni de lejos. Pero a travs de largos aos de difamacin por parte del clero, a la palabra materialismo se le ha endosado un concepto colateral con un sentido de inmoralidad, que ha sabido introducirse furtivamen-te en muchos casos en las obras de ciencia burguesas.

    Por materialismo, el filisteo entiende la gula, el abuso de las bebidas, la voluptuosidad, la lujuria, la mundanidad, la avari-cia, la codicia, el afn de lucro, el oportunismo, el agiotaje, en sntesis, todos aquellos sucios pecados a los cuales l mismo se entrega en secreto; y por idealismo, entiende la creencia en la virtud, en el amor generalizado entre los hombres y, en general, en un mundo mejor, de lo que fanfarronea ante los dems y en lo que l mismo slo cree, a lo sumo, mientras sufre los re-mordimientos o la bancarrota que le provocan necesariamente sus habituales excesos materialistas, acompandose con su cancin preferida: Qu es el hombre? Mitad bestia, mitad ngel (Engels). Si se quiere usar las palabras en este senti-do metafrico, hay que decir que en la actualidad la adhesin al materialismo histrico exige un idealismo potico elevado, pues arrastra consigo infaliblemente la pobreza, la per-secucin, las calumnias, mientras que el idealismo histrico es

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    asunto propio de cualquier trepador, pues brinda las ms am-plias expectativas de todos los bienes terrenales, de gruesas sinecuras, de todas las condecoraciones, ttulos y dignida-des posibles. Con ello no afirmamos de modo alguno que todos los historiadores idealistas se vean movidos por moti-vaciones interesadas, pero ciertamente debemos rechazar toda mcula de inmoralidad que se pretenda adosar al materialismo histrico como una calumnia disparatada y procaz.

    Algo ms comprensible, aun cuando constituye igualmente un grueso error, es la confusin del materialismo histrico con el materialismo de las ciencias naturales. Este ltimo pasa por alto que los hombres existen no slo en la naturaleza, sino tambin en la sociedad; que no slo existe una ciencia natu-ral, sino tambin una ciencia social. Es cierto que el materialis-mo histrico comprende al cientfico natural, pero no el cientfico natural al histrico. El naturalismo cientfico-natural ve en el hombre una criatura de la naturaleza que acta consciente-mente, pero no examina qu es lo que determina la concien-cia del hombre dentro de la sociedad humana. De ese modo, cuando pasa al mbito histrico, cae rgidamente en su opuesto, en el ms extremado idealismo. Cree en la magia espiritual de los grandes hombres, que son los que hacen la historia; recor-demos la pasin de Bchner por Federico II y la adoracin que Haeckel senta por Bismarck, que apareca vinculada al ms ridculo de los odios por el socialismo. Y en general, slo reconoce motivaciones ideales dentro de la sociedad huma-na. Un verdadero modelo de esta especie lo constituye la historia de la cultura de Hellwald. Su autor no percibe que la reforma religiosa del siglo XVI haba sido el reflejo ideolgico de un movimiento econmico, sino que: la Reforma ha ejercido una influencia extraordinaria sobre el movimiento econmico. No percibe que el apacible comercio desemboca en los ejrcitos regulares y en las guerras econmicas sino que el amor por la paz que cunda haba creado tambin los ejrcitos regula-res, e indirectamente, las nuevas guerras. No comprende la necesidad econmica de la monarqua absoluta en los siglos XVII y XVIII: Es preciso dejar sentado que nunca hubiera sido

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    posible el despotismo de un Luis XIV, el rgimen cortesano de favoritos y de concubinas, si los pueblos hubieran interpuesto su veto contra el mismo, pues en ltima instancia, es en stos donde yace todo el poder.* Y as sucesivamente. Casi en ca-da una de sus ochocientas pginas, Hellwald incurre en errores semejantes o aun en otros peores. Ciertamente, frente a una historiografa materialista de tal naturaleza, la partida se les presenta muy fcil a los historiadores idea-listas. Pero de ningn modo pueden hacer responsable al ma-terialismo histrico de los Hellwald y compaa. El materialis-mo cientfico-natural, a travs de la mayor consecuencia apa-rente, arriba en realidad a la mayor inconsecuencia. En la medida en que concibe al hombre absolutamente como un animal que acta con conciencia, convierte a la historia de la humanidad en un juego confuso, carente de sentido, de impul-sos y fines ideales; a travs del falso supuesto del hombre dota-do de conciencia como criatura aislada de la naturaleza, el materialismo cientfico-natural llega a una visin idealista de la historia de la humanidad, la que recorre la conexin material del todo eterno de la naturaleza con su loca danza fantasmal. El materialismo histrico, por el contrario, parte del hecho cientfico-natural del hombre no como un animal en general, sino del hombre como un animal social, que slo logra su con-ciencia en la convivencia de las comunidades sociales (la horda, la gens, la clase), y que slo en ellas puede vivir como una criatura dotada de conciencia; por consiguiente, que las bases materiales de estas comunidades determinan su conciencia ideal, y que su desarrollo progresivo representa la ley dinmica ascendente de la humanidad.**

    * Hellwald, Kulturgeschichte in ihrer natrlichen Entwicklung, p. 688, 889 ss.**. Los socilogos burgueses como Herbert Spencer afirman, como se sabe, con toda

    seriedad que el hombre es, de hecho, una criatura aislada de la naturaleza; ellos hablan de sus "actos aislados en su estado primitivo". Pero en este caso no se trata de otra cosa que de una nueva versin darwinista, adornada, de la teora del contrato social que los idelogos de la burguesa en ascenso de los siglos XVI y XVII, desde Hobbes a Rousseau, trasladaron de la formacin del estado moderno y de los contratos establecidos entre seores feudales y las ciudades para dominar la anarqua feudal, a la formacin de las sociedades humanas. Vase Kautsky, "Die sozialen Triebe in der Menschheit". Die Neue Zeit, 2, p. 13 ss.

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    Hasta aqu nos hemos referido a los ataques que se le diri-gen al materialismo histrico, a partir de su nombre. Ellos agotan ya en gran parte las objeciones que se le han hecho, pues la ciencia burguesa no ha sido capaz todava de una crtica objetiva de la concepcin materialista de la his-toria, excepto un intento que pasaremos a mencionar en se-guida. El discurso a travs del cual el seor Adolph Wagner, primer maestro de economa poltica en la primera academia alemana, clarific an ms a los esclarecidos hombres del Con-greso Social Evanglico del ao 1892, constituye una prueba convincente de la charlatanera petulante con la que los expo-nentes ms eminentes de esta ciencia tratan de avanzar por encima del incmodo escollo que se opone a su optimismo, practicado para tranquilizar a las conciencias burguesas de clase.* Aun cuando estamos muy lejos de poner en un pie de igualdad a todos los representantes de la ciencia bur-guesa con estos sofistas y sicofantes, no hemos podido descu-brir en su crtica del materialismo histrico, pese a una obser-vacin de aos, otra cosa que generalizaciones, que no constitu-yen tanto reparos objetivos como reproches de carcter tico. Por ejemplo, respecto del contenido, que el materialismo histrico constituye una construccin arbitraria de la historia, que encie-rra la multiplicidad de la vida del hombre en una fra fr-mula. El materialismo histrico negara todas las potencias ideales, convertira a la humanidad en un juguete a merced de un desarrollo mecnico, condenara todas las normas ticas.

    Pero aqu la verdad es precisamente lo contrario. El ma-terialismo histrico acaba con cualquier construccin arbitraria de la historia; desecha toda frmula vaca que pretenda medir con el mismo rasero a la vida cambiante de la humanidad. ...el mtodo materialista revierte en su opuesto cuando no es considerado como un hilo conductor para el estudio de la histo-ria, sino como patrn de medida con el que se manipulan los hechos histricos.** Es sta una afirmacin de Engels; de

    * Vorwrts, 5 de octubre de 1890. ** Adolph Wagner, "Das neue socialdemokratische Programm", p. 9. En Die Neue Zeit, X,

    2, 577 ss., nos permitimos analizar algo las incongruencias del seor Wagner

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    modo semejante protesta Kautsky contra cualquier nivelacin del materialismo histrico, en el sentido de creer que en la sociedad slo se encuentran, en cada caso, dos campos, dos clases que luchan entre s, dos firmes masas homogneas, la masa revolucionaria y la reaccionaria. De ser efectivamente as, sera un asunto relativamente fcil escri-bir la historia. Pero, en realidad, las circunstancias no son tan sencillas. La sociedad es, y lo ser cada vez ms, un organis-mo extremadamente complejo, con las ms diversas clases y los ms diversos intereses, que en cada caso, y segn la confi-guracin de los hechos, pueden agruparse en los ms diversos partidos.* El materialismo histrico aborda cada captu-lo de la historia sin presupuesto alguno; simplemente lo in-vestiga desde sus bases hasta su cima, ascendiendo desde su estructura econmica hasta sus representaciones espirituales.

    Pero precisamente all, se afirma, est la construccin arbitraria de la historia. Cmo sabis que la economa constituye la base del desarrollo histrico, y no ms bien la filosofa? Pues lo sabemos simplemente por esto, que los hombres tienen que comer, beber, construir sus viviendas y vestirse, antes de estar en condiciones de pensar y de hacer poesa, que el hombre slo logra tener conciencia a travs de la convivencia social con otros hombres, y que por consiguiente su conciencia se halla determinada por su existencia social, y, no a la inversa, su existencia social por su conciencia. Precisamente la hiptesis de que los hombres slo comen, beben, construyen sus viviendas porque piensan, esto es, que llegan a la economa a travs de la filosofa, constituye el supuesto arbitrario ms tangible y, por consiguiente, es pre-cisamente el idealismo histrico el que conduce a las cons-trucciones histricas ms asombrosas. De manera sorpren-dente o no tan sorprendente los epgonos actuales del ma-yor de sus representantes, a saber, Hegel, admiten esto en cierto sentido, en la medida en que ponen en ridculo las construcciones histricas de aqul. Pero no son las

    * Kautsky, Die Klassengegensdtze von 1789.

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    construcciones histricas de Hegel, las que constitu-yen motivo de escndalo para ellos, pues en esto lo su-peran con creces, sino su concepcin cientfica de la historia como un proceso de desarrollo del hombre, cuyas etapas progresivas pueden ser percibidas en todos los laberin-tos de ese proceso y cuya legalidad interna puede ser pro-bada a travs de todas las aparentes casualidades. Este gran pensamiento, el fruto ms maduro de nuestra filosofa cl-sica, que constituye el renacimiento de la dialctica de la antigua Grecia, ha sido retomado por Hegel, por Marx y En-gels; nosotros, los socialistas alemanes, nos sentimos orgullo-sos de provenir no solamente de Saint Simon, de Fourier y de Owen, sino tambin de Kant, de Fichte y de Hegel.* Sin embargo, reconocieron que Hegel, pese a su visin en mu-chos casos genial del proceso de desarrollo de la historia, slo haba alcanzado una construccin arbitraria de la his-toria, pues tom el efecto por la causa, las cosas por im-genes de las ideas, y no, como ocurre en realidad, las ideas por representaciones de las cosas. Para Hegel, esta concepcin apareca como muy lgica, pues las clases burguesas en Ale-mania no haban logrado en absoluto una vida real; para poder salvar su existencia autnoma haban tenido que buscar refugio en las alturas etreas de la idea, y aqu libraron sus revolucionarias batallas bajo formas que no resultaran escandalosas, o lo menos escandalosas posible, para la reac-cin feudal y absolutista dominante. El mtodo dialctico de Hegel, que concibe al mundo natural, histrico y espiritual en su totalidad como un proceso que est en perpetuo movi-miento y desarrollo, y que trat de probar la conexin inter-na de este movimiento y de este desarrollo, concluy empero en un sistema que supo descubrir la idea absoluta en la mo-narqua constitucional, el idealismo en el regimiento de hsa-res, un estamento necesario en los seores feudales, un senti-do profundo en el pecado original, una categora en el prn-cipe heredero, etctera.

    *.- Engels, Del socialismo utpico al socialismo cientfico, 5

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    Pero tan pronto como, en el transcurso del desarrollo econmico, surgi una nueva clase a partir de la burguesa alemana que se incorpor a la lucha de clases, a saber, el prole-tariado, result natural que esta nueva clase volviera a em-prender nuevamente la lucha desde el llano, que por tanto no tomara posesin de su herencia materna sin reservas; y si bien es cierto que adopt el contenido revolucionario de la filosofa burguesa, destruy empero la forma reaccionaria de la misma. Habamos visto ya que los campeones espirituales del proletariado asentaron nuevamente sobre sus pies a la dia-lctica, que en Hegel se hallaba invertida. Para Hegel el proce-so del pensar, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en un sujeto autnomo, es el demiurgo de lo real; lo real no es ms que su manifestacin externa. Para m, a la inversa, lo ideal no es sino lo Material traspuesto y traducido en la mente humana (Marx). Pero de ese modo Hegel se pierde para el mundo burgus, el cual, por encima de las formas reaccionarias de su dialctica, no haba advertido feliz-mente su contenido revolucionario. En su forma mistificada, la dialctica estuvo en boga en Alemania, porque pareca glorificar lo existente. En su figura racional, es escndalo y abominacin para la burguesa y sus portavoces doctrinarios, porque en la inteleccin positiva de lo existente incluye tambin, al propio tiempo, la inteligencia de su negacin, de su necesaria ruina; porque concibe toda forma desarrollada en el fluir de su movimiento, y por tanto sin perder de vista su lado pere-cedero; porque nada la hace retroceder y es, por esencia, crti-ca y revolucionaria.* Y, en efecto, Hegel se ha convertido en escndalo y abominacin para la burguesa alemana, pero no por su debilidad, sino por su fuerza, no por su construccin arbitraria de la historia, sino por su mtodo dialctico. Pues es ste quien da fin a la ciencia burguesa y no aqulla.

    Para ser consecuente, la ciencia burguesa deba desemba-razarse de todo Hegel, y fue el primer filsofo de la peque-a burguesa alemana el que efectivamente extrajo esta conclu-

    *.- Karl Marx, El Capital, tomo 1, p. 822. Segunda edicin.

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    sin. Schopenhauer conden a Hegel por charlatn, y ante todo, conden tambin a la filosofa de la historia de Hegel. En la historia de la humanidad no vea un proceso de desarrollo ascendente, sino apenas una historia de indi-viduos; el pequeo burgus alemn, del cual era el profeta, es el hombre tal como ha sido desde un comienzo y tal co-mo lo ser en todo tiempo futuro. La filosofa de Schopen-hauer culminaba en la idea de que en todos los tiempos ha sido, es, y ser lo mismo. As, escribe: La historia mues-tra lo mismo en cada una de sus pginas, slo que bajo formas distintas: los captulos de la historia de los pueblos slo se diferencian, en el fondo, en los nombres y las fechas; el contenido verdaderamente esencial es en todas partes lo mismo... La materia de la historia es lo singular en su singu-laridad y contingencia, aquello que es siempre y que lue-go ya no es nunca ms, el entrelazamiento de un mundo humano que se mueve como una nube al viento, que a menu-do se transforma por completo por la contingencia ms insig-nificante. En su concepcin de la historia el idealismo filos-fico de Schopenhauer est as muy prximo al materialismo cientfico-natural. En realidad, ambos son los polos opuestos de la misma limitacin. Y cuando refirindose a los materialis-tas cientfico-naturales exclamaba, furioso: A estos seores de las marmitas hay que ensearles que la mera qumica capa-cita para ser farmacutico, pero no filsofo, habra que haberle mostrado a l que el mero filosofar capacita para la mojigatera, pero no para la investigacin histrica. Scho-penhauer, sin embargo, fue consecuente a su manera, pues una vez que hubo desechado la dialctica de Hegel, deba tambin arrojar tras de ella las construcciones hegelianas de la historia.

    Sin embargo, con la paulatina transformacin de la pequea burguesa alemana en burguesa de la gran industria, y a medi-da que en la lucha de clases esta burguesa abjuraba de sus pro-pios ideales y volva a sumergirse en la sombra del absolu-tismo feudal, naca en ella la necesidad de probar la razn histrica de esta peculiar marcha de cangrejo. Y puesto que la dialctica de Hegel deba constituir para ella motivo de escn-

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    dalo y de horror, por las razones expuestas por Marx, slo le quedaron las construcciones hegelianas de la historia. Sus his-toriadores descubrieron la Idea Absoluta en el reino alemn, un idealismo en el militarismo, un sentido profundo en la explo-tacin del proletariado por la burguesa, una condicin ne-cesaria en el inters porcentual, una categora en la dinasta de los Hohenzollern, etc. Y a la manera de los comerciantes, con astucia y neciamente, la burguesa afirma conservar de ese modo el idealismo burgus mientras que acusa a los verdade-ros salvadores de lo que en el idealismo constitua lo signifi-cativo y lo grande, de construir arbitrariamente la histo-ria.

    Echemos otra ojeada a las dems objeciones o reproches que se le han hecho al materialismo histrico: que descono-ce las fuerzas ideales, que convierte a la humanidad en un ju-guete a merced de un desarrollo mecnico, que condena todas las normas ticas.

    El materialismo histrico no es un sistema cerrado, coro-nado por una verdad definitiva; es el mtodo cientfico para la investigacin del proceso de desarrollo de la humanidad. Parte del hecho incontrovertible de que los hombres no slo viven en la naturaleza, sino tambin en sociedad. Los hom-bres aislados no han existido nunca; cualquier persona que por azar llega a vivir alejada de la sociedad humana, rpidamente se atrofia y muere. Pero de ese modo, el materialismo histri-co reconoce ya en toda su amplitud todos los poderes idea-les. De todo lo que sucede [en la naturaleza], nada sucede como un fin conscientemente querido. Por el contrario, en la historia de la sociedad encontramos a los hombres dotados de conciencia, que actan reflexivamente o movidos por la pasin, que aspiran a determinados fines; nada sucede sin un prop-sito consciente, sin un fin querido. La pasin o la reflexin determinan a la voluntad. Pero las palancas que a su vez deter-minan de modo inmediato la pasin o la reflexin, son de muy diversa especie. En parte, pueden ser objetos exterio-res, en parte, mviles ideales, la ambicin, la pasin por la verdad y la justicia, el odio personal, o meros caprichos

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    individuales de todo tipo (Engels). Este es el punto esencial de diferencia entre la historia de la evolucin de la na-turaleza, por una parte, y de la sociedad, por la otra. Pero, apa-rentemente, el sinnmero de confluencias de acciones y de vo-luntades singulares en la historia, slo conducen al mismo re-sultado que los agentes ciegos, desprovistos de conciencia, de la naturaleza: en la superficie de la historia reina aparente-mente el azar, lo mismo que en la superficie de la naturale-za. Slo rara vez sucede lo querido, en la mayor parte de los casos se entrecruzan y se oponen los mltiples fines per-seguidos, o bien estos fines mismos son irrealizables desde un principio, o insuficientes los medios. Mas, si en el juego mutuo de las ciegas casualidades que parecen gobernar a la naturaleza desprovista de conciencia, se impone, con todo, una ley general que rige el movimiento, hay que preguntarse, con tanta mayor razn, si el pensamiento y la voluntad de los hombres, que actan conscientemente, no estn tambin gober-nados por una ley de tal naturaleza.

    Esta ley, que pone en movimiento los impulsos ideales de los hombres, puede ser encontrada en la investigacin. El hombre slo puede lograr la conciencia, pensar y actuar cons-cientemente, dentro de la comunidad social; el lazo social, del cual l es un eslabn, despierta y gua a sus fuerzas espi-rituales. Pero la base de toda comunidad social es el modo de produccin de la vida material, y es ste quien determina as, en ltima instancia, el proceso espiritual de la vida en sus mltiples manifestaciones. El materialismo no niega las fuerzas espirituales, antes bien, las examina hasta llegar a sus fundamentos, para lograr la claridad necesaria sobre el origen del poder que tienen las ideas. Ciertamente, los hombres construyen su historia; pero cmo lo hacen depende en cada caso de la claridad o confusin que existe en sus mentes acerca de la conexin material de las cosas. Pues las ideas no surgen de la nada, sino que son producto del proceso social de produccin, y cuanto mayor es la exactitud con la que una idea refleja este proceso, tanto mayor es el poder que ad-quiere. El espritu humano no est por encima, sino en el

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    desarrollo histrico de la sociedad humana; surgi de la produccin material, en ella y con ella. Slo despus que esta produccin, luego de haber sido un mecanismo extremada-mente multiforme, comienza a exhibir contradicciones gran-des y simples, es capaz el hombre de conocerla en todas sus conexiones; slo podr tomar en sus manos el dominio sobre la produccin cuando desaparezcan o se eliminen estas lti-mas contradicciones; slo entonces terminar la prehistoria de la humanidad (Marx ); slo entonces podrn los hombres construir su historia con conciencia plena, slo entonces se pro-ducir el salto del hombre, del reino de la necesidad, al reino de la libertad (Engels).

    Pero el desarrollo de la sociedad no ha sido hasta ahora un mecanismo inerte al que el hombre haya servido como un juguete desprovisto de voluntad. La dependencia res-pecto de la naturaleza de una generacin es tanto mayor, cuanto mayor el tiempo que debe emplear en la satisfac-cin de sus necesidades, y tanto menor es el margen que le queda para su desarrollo espiritual. Pero este margen fue creciendo a medida que la habilidad adquirida y la expe-riencia acumulada ense a los hombres a dominar la natu-raleza. El espritu humano domin cada vez ms sobre el mecanismo inerte de la naturaleza, y en la dominacin espiritual del proceso de produccin se oper y se opera el desarrollo progresivo del gnero humano. Todo el pro-blema del dominio de la humanidad sobre la tierra de-penda de la destreza en la produccin de los medios de subsistencia. El hombre es el nico ser del que se pue-de afirmar que ha logrado el dominio absoluto sobre la pro-duccin de los alimentos, en lo que, en un principio, no tuvo en absoluto ventaja alguna frente a los dems ani-males [...]. Resulta as probable que las grandes po-cas del progreso humano coincidan ms o menos directa-mente con la ampliacin de las fuentes de subsistencia.* Si seguimos la divisin de Morgan de la prehistoria humana,

    *.- Morgan, Die Urgesellschaft [La sociedad primitiva], p. 16.

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    vemos que la primera etapa del hombre primitivo se carac-teriza por el desarrollo del lenguaje articulado, la segun-da, por el uso del fuego, la tercera, por la invencin del arco y de la flecha que constituyen ya una herramienta compuesta de trabajo, y que suponen una experiencia acu-mulada de larga data y fuerzas espirituales de gran pers-picacia, y tambin, por consiguiente, el conocimiento si-multneo de una gran cantidad de otros inventos. En esta ltima etapa primitiva encontramos ya un cierto dominio de la produccin por parte del espritu humano; se conocen recipientes y utensilios de madera, canastos hechos de fibras y de juncos, herramientas de piedra pulida, etctera.

    La transicin a la poca brbara se remonta, segn Mor-gan, a la introduccin de la alfarera, la que caracteriza a su etapa inferior. En su etapa media se introducen los ani-males domsticos, el cultivo de plantas alimenticias por el re-gado, el uso de piedras y ladrillos para edificar. Finalmen-te, la etapa superior de la poca brbara se inicia con la fundicin del mineral de hierro; en ella, la produccin de la vida material adquiere ya un desarrollo extraordinariamente rico; a dicha etapa pertenecen los griegos de los tiempos heroicos, las tribus itlicas poco antes de la fundacin de Ro-ma, los germanos de Tcito. Esta poca conoce el fuelle, el hor-no de tierra, la hornaza, el hacha de hierro, la pala y la es-pada de hierro, la lanza con punta de cobre y el escudo mvil, el molino de mano y el torno del alfarero, el carro y el carro de guerra, la construccin de embarcaciones con tiran-tes y planchas, las ciudades con murallas de piedra y con almenas, con portones y torres, con templos de mrmol. Los versos homricos nos proporcionan una imagen intuitiva de los progresos alcanzados en la produccin en esta etapa supe-rior del perodo brbaro, y con ello se convierten a su vez en un testimonio clsico de la vida espiritual originada en esta produccin. Vemos as cmo la humanidad no constituye un juguete sin voluntad de un mecanismo inerte; por el contrario, su desarrollo progresivo yace precisamente en el dominio

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    creciente del espritu humano sobre el mecanismo inerte de la naturaleza. Pero el espritu humano slo se desarrolla en, con y a partir del modo material de produccin y esto es lo nico que afirma el materialismo histrico; aqul no es el padre, sino la madre, y esta relacin se pone cier-tamente de manifiesto en la sociedad primitiva de la huma-nidad con la claridad ms contundente.

    La invencin de la escritura alfabtica y su utilizacin en los registros literarios seala el paso de la poca brbara a la ci-vilizacin. Comienza la historia escrita de la humanidad, y en ella la vida espiritual parece desprenderse totalmente de sus bases econmicas. Pero la apariencia engaa. Con la civiliza-cin, con la disolucin de la organizacin tribal, con el surgi-miento de la familia, de la propiedad privada, del Estado, con la divisin progresiva del trabajo, con la separacin, dentro de la sociedad, de las clases dominantes y dominadas, las cla-ses opresoras y oprimidas, se complica y se opaca infinita-mente ms la dependencia del desarrollo espiritual respecto del desarrollo econmico, pero no cesa. La razn ltima invo-cada para defender las diferencias de clase, a saber, que es preciso que exista una clase que no cargue con la produc-cin de su sustento cotidiano para disponer del tiempo ne-cesario para llevar a cabo el trabajo espiritual de la sociedad tena hasta ahora su gran justificacin histrica (Engels) hasta ahora, es decir hasta la revolucin industrial de los ltimos cien aos, la que convierte a toda clase gobernante en un obstculo para el desarrollo de la fuerza productiva in-dustrial; pero la divisin de la sociedad en clases surgi ni-camente del desarrollo econmico, y de ese modo nunca pudo el trabajo intelectual desprenderse de la base econmica a la que deba su origen. As como fue profunda la cada desde las alturas de la antigua organizacin tribal, basada en simples relaciones ticas, a la nueva sociedad dominada por los in-tereses ms bajos, la que nunca fue otra cosa que el desa-rrollo de una pequea minora a expensas de la gran mayora explotada y sojuzgada, as fue tambin de inconmensurable el progreso espiritual que tuvo lugar desde la gens, ligada an

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    por el cordn umbilical a las sociedades naturales, hasta la sociedad moderna, con sus ingentes fuerzas productivas.*Pero por grande que fuera este progreso, por ms sutil, por ms flexible, por ms vigoroso que se mostrara este ins-trumento del espritu humano en el sometimiento irre-sistible de la naturaleza, los resortes e impulsos de este progreso se encontraban siempre en las luchas econmicas de clases, en los conflictos existentes entre las fuerzas pro-ductivas de la sociedad y las relaciones de produccin, y la sociedad slo se ha planteado siempre objetivos que poda al-canzar y, ms exactamente, se encuentra siempre, como lo expone Marx, que el objetivo mismo slo surge all donde ya se hallan presentes, o por lo menos estn en vas de realizacin, las condiciones materiales para su realizacin.

    Esta conexin se percibe fcilmente cuando se examinan en su origen los grandes descubrimientos e invenciones, que se-gn la concepcin ideolgica 1.9 tanto del idealismo histrico como del materialismo cientfico-natural provienen del espritu creador del hombre como Atenea de la cabeza de Zeus, y que habran provocado de ese modo los mayores cam-bios econmicos. Cada uno de estos descubrimientos e inven-ciones ostenta una larga prehistoria.** Y si se sigue esta pre-historia en cada una de sus etapas, se podr reconocer siem-pre la necesidad a que responda su aparicin. Deben haber razones fundadas para que las invenciones de la plvora y de la imprenta, que modificaron la faz de la tierra; es-tn envueltas en una cortina de leyendas. Es que stas no constituyen la obra de determinadas personas que se nu-tren de las ocultas profundidades de su genio, y an cuando a determinadas personas les quepa un gran mrito, ello es slo por haber reconocido con mayor perspicacia y ms profundamente las necesidades econmicas y los medios

    * Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 92, 43 ed. ** Escribe Morgan, p. 28: "El alfabeto fontico fue, como otros grandes inventos, el resul-

    tado final de muchos esfuerzos consecutivos". Vase tambin Marx, El Capital, 1, p. 285: "Una historia crtica de la tecnologa demostrara en qu escasa medida cualquier invento del siglo XVIII se debe a un solo individuo". 20

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    para su satisfaccin. No es el descubrimiento o la inven-cin la que provoca los cambios sociales, sino el cambio so-cial el que provoca el descubrimiento o la invencin y slo debido a que un cambio social da lugar a un descubri-miento o invencin, ste se convierte en un hecho que mueve el curso de la historia. Amrica haba sido descu-bierta muchos aos antes de Coln; ya en el ao 1000 los nor-mandos haban llegado a la costa norte de Amrica, e incluso al territorio de lo que hoy es Estados Unidos, pero las tierras des-cubiertas fueron pronto olvidadas e ignoradas. Slo cuando el desarrollo incipiente del capitalismo suscit la necesidad de metales nobles, de nuevas fuerzas de trabajo y de nuevos mer-cados, el descubrimiento de Amrica pudo significar una revolucin econmica. Y resulta suficientemente conocido el hecho de que Coln no descubri un nuevo mundo movido por oscuras fuerzas de su genio, sino que buscaba el camino ms corto que le llevara hasta los legendarios tesoros de la antiqusi-ma cultura de la India. El da que sigui a su descubrimiento de la primera isla, escribi en su diario: Estas buenas gentes deben resultar bastante buenos como esclavos, y su oracin diaria deca as: Quiera Dios, en su misericordia, permitir que encuentre las minas de oro! El Seor Misericordioso expre-saba la ideologa de ese entonces como la ideologa de nuestros das, aunque mucho ms farisaica es la de llevar la humanidad y la civilizacin al continente negro.

    El destino proverbialmente triste de los inventores ms geniales no constituye una prueba de la ingratitud de los hombres, como se lo figura la concepcin ideolgica, de mo-do tan superficial, sino una consecuencia fcilmente explica-ble del hecho de que no es el invento quien provoca la revolu-cin econmica, sino la revolucin econmica, el invento. Los espritus profundos y perspicaces reconocen ya la tarea y su so-lucin ah donde las condiciones materiales para esta solucin estn an inmaduras, y donde la formacin social existente no ha desarrollado an las fuerzas productivas necesarias para la misma. Resulta un hecho notable que precisamente aquellos inventos que contribuyeron ms que todos los otros inventos

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    anteriores a extender inmensamente la fuerza productiva humana, resultaron un fracaso para sus primeros autores, desapareciendo de hecho ms o menos sin dejar huella por mu-chos siglos. Alrededor de 1529, Antn Mller invent en Dan-zig el denominado molino a correa, llamado tambin molino a cinta o Mhlenstuhl, que produca de cuatro a seis tejidos a la vez, pero, temiendo el ayuntamiento que este invento convir-tiera a muchos trabajadores en mendigos, lo hizo suprimir y orden que el inventor fuera secretamente ahogado o es-trangulado. En Leyden se utiliz la misma mquina en 1629, pero los pasamaneros exigieron su prohibicin. En Alemania se prohibieron por medio de los edictos imperiales de 1685 y 1719, en Hamburgo se quemaron pblicamente por orden del magistrado. Esta mquina, que tanto alboroto provoc en el mundo, fue en realidad la precursora de las mquinas de hilar y de tejer, y por tanto de la revolucin industrial del siglo XVIII.* Apenas menos trgica que la suerte de An-tn Mller, fue la de Denis Papin, quien, como profesor de ma-temticas en Marburgo, intent construir una mquina a vapor utilizable para fines industriales; descorazonado por la oposi-cin generalizada, abandon su aparato y construy un bote a vapor, en el cual parti en 1707 de Kassel con destino a Inglaterra, por el Fulda. Pero en Mnden, la excelsa sabidu-ra de las autoridades le impidi proseguir su viaje, y los barqueros destruyeron su embarcacin a vapor. Papin muri posteriormente en Inglaterra, pobre y abandonado. Ahora bien, resulta evidente que el invento del molino a correa en el ao 1529, de Antn Mller, o el invento de la embarcacin a vapor en el ao 1707, de Denis Papin, constituyeron realiza-ciones inconmensurablemente mayores del espritu humano que el invento de la Jenny por James Hargreaves en 1764, o el del barco a vapor por Fulton, en 1807. Y si pese a ello, aqu-llos no tuvieron ningn xito, y stos un xito sobremanera universal, ello prueba que no es el invento quien provoca el desarrollo econmico, sino el desarrollo econmico el que pro-

    *.- Karl Marx, El Capital. Tomo 1, p. 450.

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    voca el invento, que el espritu humano no es el autor, sino el realizador de la revolucin social.

    Detengmonos todava un momento en los inventos de la imprenta y la plvora, que son los ms utilizados en los sin-gulares saltos que da el pensamiento del idealismo histrico. El intercambio de mercancas y la produccin de mercancas, desarrolladas a fines de la Edad Media, provocaron un incre-mento muy grande de las relaciones espirituales, que para ser satisfecho exiga una produccin pronta y masiva de produc-tos literarios. As, pues, se lleg a las imprentas de planchas de madera, a la produccin de libros, los que se multiplicaban por medio de la impresin de planchas perforadas. Esta deno-minada impresin de documentos haba adquirido un incre-mento tal ya a comienzos del siglo XV que determin la for-macin de sociedades corporativas, de las cuales, las ms im-portantes se constituyeron en Nuremberg, Augsburgo, Colo-nia, Maguncia y Lbeck. Pero estos tipgrafos, por lo general formaron una corporacin con los pintores y no con los tip-grafos posteriores, junto a los cuales siguieron subsistiendo durante largo tiempo para la reproduccin de pequeos escri-tos. La impresin de libros no surgi de la imprenta docu-mental, sino de la artesana de metales. Resultaba natural re-cortar las planchas de madera utilizadas en la impresin, en letras separadas, facilitando as extraordinariamente la multi-plicacin de los libros por medio de la composicin a volun-tad de las letras. Pero todos estos ensayos fracasaron ante la imposibilidad tcnica de efectuar con los tipos de madera la uniformidad requerida de los renglones. El prximo paso fue entonces cortar las letras en metal, pero tampoco as se tuvo xito, ya sea porque el recorte manual de los tipos de metal llevaba demasiado tiempo, o porque de este modo, aunque disminua la irregularidad de las letras, de ningn modo se suprima por completo. Ambas dificultades slo fueron alla-nadas con la fundicin de tipos de metal, y la fundicin tipo-grfica es en realidad el invento del arte tipogrfico, el arte de componer palabras, renglones, frases y pginas enteras por medio de letras separadas mviles, y de multiplicarlas por

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    medio de la impresin. Gutenberg fue orfebre, y lo mismo Bernardo Cennini, quien parece haber inventado la imprenta en la misma poca, en Florencia. La larga y enconada polmi-ca acerca del verdadero inventor de la imprenta, nunca podr ser resuelta, pues en todo lugar en que el desarrollo econmi-co plante el problema se intent llegar a su solucin con un xito mayor o menor; y si de acuerdo con los resultados obte-nidos hasta la fecha por la investigacin, se puede suponer que fue Gutenberg quien dio el paso ltimo y decisivo, es de-cir que procedi con mayor claridad y firmeza, y por lo tanto, con ms xito, de tal manera que si su arte se extendi rpida-mente desde Maguncia, es porque l supo, mejor que cual-quier otro, extraer las consecuencias de la suma acumulada de experiencias, de los ensayos ms o menos malogrados de sus antecesores. Su merecimiento ser eterno, su invento quedar como una obra extraordinaria del espritu humano, pero Gu-tenberg no plant una nueva raz en el reino terrenal, sino que cosech un fruto que haba madurado lentamente.

    Segn lo que antecede, no est tan errado el refrn que hace de la plvora una piedra de toque del ingenio del espritu humano, pero es precisamente en este invento donde la concepcin de la historia, tanto del idealismo filosfico como del materialismo cientfico-natural, sufri su ms lasti-moso naufragio. Segn la opinin del profesor Kraus, la pl-vora habra acabado con el derecho del ms fuerte y con la servidumbre, habra quebrado la preponderancia del podero-so en beneficio de la comunidad; la inmensa mayora de noso-tros deberamos a la plvora la posibilidad de movernos co-mo hombres libres y no permanecer atados a la gleba en cali-dad de siervos. Y el profesor Du Bois-Reymond concluye que los romanos hubieran podido rechazar fcilmente todos los ataques de los germanos, desde el de los cimbros y teutones hasta el de los godos y vndalos, si slo hubieran conocido el fusil de chispa. El hecho de que los antiguos se quedaran a la zaga en lo que respecta a la ciencia natural, escribe Du Bois-Reymond, result funesto para la humanidad. En l yace una de las razones ms importantes por las cuales sucumbi

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    la cultura antigua. La mayor desgracia que sobrevino a la humanidad, la irrupcin de los brbaros en los pases del Me-diterrneo, le hubiera sido evitada, probablemente, si los anti-guos hubieran posedo la ciencia natural en nuestro sentido. Lstima que el seor Du Bois-Reymond no haya sido un viejo romano! O mejor no, pues precisamente su filosofa de la historia constituye una prueba de que si en lugar de co-mandar el espiritual regimiento real de los Hohenzollern en el ao 1870, hubiera estado al frente de una legin romana en la poca de las guerras pnicas, tampoco l hubiera inven-tado la plvora. En efecto, ya un historiador burgus, el profe-sor Delbrck, se pronunci en contra de las extraas hiptesis de Kraus y Du Bois-Reymond. Delbrck est lejos del materia-lismo histrico, pero sin embargo percibe ya que un in-vento reclama una necesidad que acte ininterrumpida-mente como estmulo a travs de muchas generaciones e incluso de siglos, que resulta tan imposible separar un in-vento de las necesidades de la poca como el nacimiento de un hombre de la madre, que la suposicin de que un in-vento cualquiera hubiera podido ser hecho tambin en otra poca, ocasionando entonces un cambio en el curso de la historia, constituye un juego vaco de la fantasa. En ese sentido tiene toda la razn de presentar a su concepcin como ms cientfica que los ingeniosos juegos de la fanta-sa de Kraus y Du Bois-Reymond. Y particularmente, tiene razn cuando concibe el invento, o ms correctamente al uso de la plvora, no como causa, sino como palanca del de-rrumbamiento del feudalismo. Y por aadidura, una palanca muy dbil, de la que en el fondo se poda prescindir, en lo que a mi modo de ver, Delbrck iba demasiado lejos, pero esto no viene mucho al caso en este contexto.*

    La disolucin del feudalismo acarre una revolucin eco-nmica, y en ninguna parte cambi tan clara y rpidamente la superestructura poltica del modo material de produccin, como precisamente en el ejrcito. Tambin la historiografa

    *.Delbrck, Historische und politische Aufsatze, p. 339 ss.

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    burguesa, principalmente en el estado militar prusiano ha co-brado conciencia de esto, en cierta manera. As Gustav Frey-tag, que quisiera urdir la trama de la historia alemana a partir del genio alemn, pero que por su tema peculiar, la vida de masas de la clase humilde, se ve forzado continuamente a hacer concesiones al materialismo histrico, escribe: La mili-cia franca de los merovingios, el ejrcito de lanceros, los suizos y los lansquenetes de la poca de la Reforma, y nuevamente, el ejrcito mercenario de la Guerra de los Treinta Aos, fueron todas formaciones muy peculiares de su poca, que brotaban de las condiciones sociales y que se transformaban con stas. As, la primera infantera tiene su origen en el antiguo rgimen comunal y de cantones, el aguerrido ejrcito caballeresco en el sistema feudal, el escuadrn de lansquenetes en la prspera burguesa, las compaas de mercenarios ambulantes, en el creciente dominio territorial de los prncipes. A ellos sigui, en los estados despticos del siglo XVIII, el ejrcito permanente de soldados asalariados, adiestrados.* Y la lanza fue suplan-tada definitivamente por el arma de fuego recin en los das de Luis XIV y del prncipe Eugenio en este ejrcito permanente de soldados asalariados y adiestrados, en una masa extrada ms o menos violentamente de la hez de las naciones, cuya cohesin deba mantenerse por la fuerza, y que, careciendo de toda fuerza de choque, slo poda ser utilizada como mquina de artillera. Esta infantera de mercenarios era en todo el exac-to opuesto a la masa que a orillas del Morgarten y sobre el Sempach haba infligido las primeras derrotas decisivas al ejr-cito feudal en el siglo XIV. Esta masa combata con lanzas y aun con armas tan primitivas como piedras, pero extraa su terrible fuerza de choque, irresistible para el ejrcito feudal, de su vieja comunidad de la marca, que ligaba a uno con todos, y a todos con uno.**

    * Feytag, Bilder, 5, p. 173.

    ** Sobre este tema, consltese los magnficos escritos de Karl Brkli, Der wahre Winkel-ried, die Taktik der Urschweizer y Der Ursprung der Eidgenossenschaft aus der Markgenossenschaft und die Schlacht am Mor-garten.

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    De esta sencilla confrontacin resulta ya la nulidad de la suposicin de que ha sido el invento de la plvora el que ha provocado la cada del feudalismo. El feudalismo se derrumb por el surgimiento de las ciudades y de la monarqua sustentada por estas ciudades. La economa natural sucumbi a la economa monetaria y a la econo-ma industrial, y as la aristocracia feudal tuvo que some-terse a las ciudades y a los prncipes. Los nuevos poderes econmicos crearon sus organizaciones militares adecuadas a sus formas econmicas; con sus dineros reclutaron ejrci-tos del proletariado que con la disolucin del feudalis-mo haba sido arrojado a la calle; con su industria fabricaron armas que aventajaban a las feudales en la misma medi-da en que el modo capitalista de produccin aventajaba al modo feudal de produccin. Aunque para ello no inven-taran la plvora pues sta haba llegado a Europa occi-dental a comienzos del siglo XIV por intermedio de los rabes si llevaron a cabo su aplicacin. Con el arma de fuego se confirm bsicamente la absoluta superioridad del arma burguesa sobre el arma feudal; los muros de los castillos podan oponer tan poca resistencia a las balas de la artillera como las armaduras de los caballeros a las balas de los arcabuces. Pero esta nueva arma no fue inventada tampoco en un da. Como siempre, tambin aqu la madre del invento fue la necesidad econmica, y la cada del feudalismo se produjo tan precipitadamente, el poder de las ciudades y de los prncipes creci tan ve-lozmente, que el genio inventivo del espritu humano fue escasamente estimulado para perfeccionar las armas de fue-go en un principio muy toscas, apenas superiores a la ballesta y al arco. Y esto se explica pues aun all donde por azar el ejrcito de los seores feudales era superior por sus armas de fuego, como en Granson y Murten, ste su-fra una derrota. De este modo, el perfeccionamiento de estas armas se llev a cabo con suma lentitud; ya habamos visto cun tardamente se haba logrado un arma, el fusil de chispa, adecuada para toda la infantera. Y esta arma slo

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    fue posible en una cierta etapa del desarrollo capitalista; slo mediante esta arma pudo el absolutismo de los prnci-pes zanjar sus guerras econmicas de acuerdo a una organi-zacin del ejrcito, a una estrategia y a una tctica exigida por su base econmica. Pero si alguien llegara a quejarse por el lento desarrollo de las armas de fuego en los siglos pasados, por la ablica desidia del genio inventivo, bastar echarle una mirada a nuestro siglo para consolarse y tener la plena certidumbre de que el espritu humano es verda-deramente inagotable en la invencin de armas mortferas, supuesto que el desarrollo econmico, y en este caso, la feroz cacera en que consiste la lucha competitiva del capita-lismo, lo azuce por as decirlo con su ltigo desenfrenado.

    Por consiguiente, el materialismo histrico no afirma que la humanidad es un juguete carente de voluntad, a merced de un mecanismo inerte; tampoco niega los poderes ideales. Todo lo contrario, coincide absolutamente con Schiller, de quien el filisteo alemn de la cultura extrae su idealismo, en que cuanto mayor es el desarrollo alcanzado por el espritu humano,

    le schner Riitsel treten aus der Nacht, Je reicher wird die Welt, die er umschliesset, Je breiter strmt das Meer, mit dem es fliesset, Je schwiicher wird des Schicksals blinde Macht.*

    Lo que hace el materialismo histrico es demostrar la ley de este desarrollo del espritu, encontrando la raz de dicha ley en aquello que convierte al hombre en hombre, en la pro-duccin y reproduccin inmediata de la vida. Aquel orgullo de pordiosero que un da ridiculizara al darwinismo, califi-cndolo de teora de los monos, puede oponer su resistencia y contentarse con la creencia de que el espritu humano es un veleidoso duende errante que de la nada saca un nuevo mun-do con su divino poder creador. Lessing haba ya despacha-

    * Tanto ms bellos los enigmas que surgen de la noche, tanto ms rico el mundo que abraza, tanto ms ancho corre el mar en donde fluye, tanto ms dbil el poder ciego de la suerte.

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    do a conciencia esta supersticin, tanto cuando ridiculiz la desnuda facultad de poder actuar bajo circunstancias idnti-cas, ora as, ora de otro modo, como cuando dijo sabiamente:

    Der Topf V on Eisen will mit einer silbern Zange Gern aus der Glut gehoben sein, um selbst Ein Topf con Saber sich zu dlnken.*

    Ms brevemente podemos dar satisfaccin Al cargo que se le hace al materialismo histrico, de que renegara de todas las normas ticas.

    Por de pronto, no es de ningn modo tarea del histo-riador establecer las normas ticas. ste nos debe decir cmo fueron los hechos sobre la base de una investigacin objetiva y cientfica. No pretendemos en absoluto conocer su concepcin tico-subjetiva de aquellos hechos. Las normas ticas se hallan en un ininterrumpido proceso de transforma-cin, y si la generacin actual pretende criticar a las generacio-nes pasadas con sus cambiantes normas ticas, ello sera como querer medir las capas fosilizadas de la tierra con la arena mo-vediza de las dunas. Schlosser, Gervinus, Ranke, Janssen: cada uno de ellos posee una norma tica distinta, cada uno tiene una moral de clase peculiar, y en sus obras se reflejan con mucho mayor fidelidad las clases de las que ellos son porta-voces, que las pocas que describen. Y se comprende que no ocurrira otra cosa si un historiador proletario quisiera emitir su juicio sobre pocas pasadas desde el actual punto de vista tico de su clase.

    En efecto, en ese sentido, el materialismo histrico niega toda norma tica, pero slo en ese sentido. l la proscribe absolutamente de la investigacin histrica, porque hace imposi-ble toda investigacin cientfica de la historia. Pero si con aquel cargo se pretende afirmar que el materialismo histrico niega por principio la existencia de fuerzas ticas en la histo-

    * La marmita de hierro bien querra que se le sacara de las brasas con tenazas de plata, para creerse ella misma una marmita de plata.

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    ria, en este caso, precisamente la afirmacin opuesta es otra vez la verdadera. Y esto es tan cierto, que slo el mate-rialismo posibilita el reconocimiento de estas fuerzas. En el cambio material de las condiciones econmicas de produc-cin, que puede ser fielmente comprobado por medios cient-fico-naturales, encuentra el nico patrn seguro para inves-tigar el cambio en las concepciones ticas, el que tan pronto se sucede ms lentamente y tan pronto ms aceleradamente. Tambin ellos son, en ltima instancia, un producto del mo-do de produccin, y as Marx opuso acertadamente al texto de los Nibelungos de Richard Wagner quien, para moderni-zarlo, quiso darle un toque picante a la intriga de amor agre-gndole algunos ingredientes incestuosos las siguientes pa-labras: En los tiempos primitivos, la hermana era esposa, y esto era moral. 22 De la misma manera que con los grandes hombres, el materialismo acaba sistemticamente con las figuras de los grandes caracteres que oscilan a lo largo de la historia, oscurecidas por las simpatas y los odios de los partidos. Hace justicia as a cada personalidad histrica, en la medida en que sabe reconocer todos los impulsos que determi-naron sus acciones, y le es posible por ello delinear la eticidad de este accionar con una precisin en los matices que a la his-toriografa ideolgica, con sus toscos patrones ticos, le re-sultar imposible alcanzar jams.

    Considrese el caso de la excelente obra de Kautsky sobre Toms Moro. Para los historiadores ideolgicos, Toms Moro constituye un verdadero viacrucis. Haba sido un defensor de la clase burguesa, un hombre de exquisita cultura y un librepensador, un sabio humanista, el primer precursor del socialismo moderno. Pero fue tambin ministro de un prncipe tirnico, un adversario de Lutero, un perseguidor de herejes. Fue un mrtir del papado, y si bien no fue an canonizado formalmente como santo de la Iglesia Catlica, cosa que es posible que lo sea, s lo es de oficio. Ahora bien, qu puede hacer la historiografa ideolgica con un carcter de esta naturaleza, sea de donde fuere que reciba sus patrones ticos, de Berln, de Roma, o de otro lugar? Puede magnifi-

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    carlo o calumniarlo, o magnificarlo y calumniarlo a medias, pero con sus patrones ticos no podr jams proporcionar una comprensin del hombre. Kautsky, por el contrario, llev a cabo esta tarea de manera brillante, guiado por el materialismo histrico; mostr que Toms Moro haba sido un hombre nte-gro, y que todas aquellas aparentes contradicciones de su naturaleza estaban indisolublemente ligadas. En el pequeo tomito de Kautsky se logra una comprensin infinitamen-te mayor de las fuerzas ticas de la poca de la Reforma, que con lo que han podido extraer de la misma poca Ranke en sus cinco gruesos tomos y Janssen en sus seis tomos, con sus patrones ticos diametralmente opuestos. A cambio de ello, el escrito de Kautsky ha sido totalmente silenciado. Pues as lo exige el patrn tico de la investigacin burguesa de la historia en nuestros das.

    Hemos mencionado ya que se ha hecho al menos un intento de crtica cientfica del materialismo histrico des-de el punto de vista burgus; permtasenos an algunas pala-bras acerca de este intento. En verdad, seremos breves, pues no podemos ni queremos poner de manifiesto en particular todos los equvocos y todas las deformaciones acerca d la concepcin materialista de la historia que el seor Paul Barth acumul en veinte pginas.* Para ello su ensayo cr-tico es demasiado insignificante; basta destacar algunos puntos esenciales, principalmente aquellos puntos cuya discusin facilita una comprensin positiva del materialismo histrico.

    La primera y honda preocupacin del seor Barth es que Marx ha formulado la concepcin materialista de la historia de un modo por desgracia muy indeterminado y que slo ocasionalmente lo explica y fundamenta con algunos po-cos ejemplos en sus escritos; recientemente ha dado una for-ma an ms drstica a su angustia en un seminario de la bur-guesa bismarckiana afirmando que la llamada teora mate-

    *.- Paul Barth, Die Geschichtsphilosophie Hegels und der Hegelianer bis auf Marx und Hartmann, p. 70 ss.

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    rialista de la historia es una verdad a medias que Karl Marx habra formulado en horas de irreflexin periodstica y que lamentablemente habra incluso intentado fundamentar por medio de pruebas aparentes. Con severa mirada de juez, el seor Barth separa tres escritos de Marx como puramente cientficos, o sea como los nicos dignos de que un do-cente alemn se ocupe de ellos, a saber, El capital, la Mi-seria de la filosofa, y el esbozo preparatorio de El capital, el escrito Contribucin a la crtica de la economa poltica. Todo lo dems es popular, y en nada incumbe al seor Barth. Del mismo modo, entre los escritos de Engels slo considera como dignos de su atencin el Anti-Dhring y el folleto so-bre Feuerbach. El seor Barth se ajusta al principio opuesto cuando enjuicia a Kautsky, al que slo conoce como autor de un artculo en Die Nene Zeit, el rgano popular de los marxistas que causa mucho dao por su difusin de las precipitaciones marxistas; de los escritos puramente cient-ficos de Kautsky, el seor Barth nada sabe, o nada quiere saber. La razn por la cual emprende todas estas agudas cla-sificaciones, podr ser advertida de inmediato.

    En primer lugar, el seor Barth pretende demostrar que no existe tal primaca de la economa sobre la poltica. En El Capital, Marx habla del trabajo comunitario inmediata-mente socializado en su forma natural, que se encontrara en los umbrales de la historia en todas las culturas, y de relaciones inmediatas de dominio y vasallaje a comienzos de la historia. El trmino inmediato lo dilucida el seor Barth diciendo: es decir como en Hegel, que no tiene otra explicacin ulterior acepcin de la que en Marx no se encuentra ni la ms ligera huella, y agrega triunfante que Marx no habra explicado la transicin de la forma natural del trabajo a las rela-ciones de dominio y vasallaje. Ahora bien, Marx, en el pasaje de El Capital, donde toca este punto, no tena la menor intencin de emprender tal explicacin, aun cuando su intencin era darla en conexin con las investigaciones de Morgan en un trabajo especial que luego fue redactado y publicado por Engels ya que la muerte le impidi a Marx llevar a tr-

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    mino su propsito, ms de medio siglo antes de que el se-or Barth se diera a la tarea de aniquilar el materialismo his-trico. En la obra de Engels sobre el origen de la familia, etc., se expone detenidamente el desarrollo econmico de la sociedad de clases a partir de la sociedad gentilicia, la transi-cin econmica del trabajo inmediatamente socializado a las relaciones de dominio y vasallaje; pero la obra de Engels no es puramente cientfica sino popular y aqu es dable admirar la profundidad de tales clasificaciones; en ningn momento el seor Barth menciona estos trabajos. Puesto que Marx no explica aquellas relaciones de dominio y vasallaje existentes al comienzo de la historia y que no son pasibles de una explicacin ulterior, el seor Barth nos da las suyas y escribe: Puesto que en aquel tiempo no exista propiedad privada alguna de tierras ni de capital, y por consiguiente tampoco la posibilidad de un sometimiento por la va econmica, para esta esclavitud originaria slo restan causas polticas, la guerra y el cautiverio. Verdad es que el seor Barth no puede menos que preguntarse si estas expedi-ciones guerreras no han tenido un origen econmico, y contesta: en gran parte, pero no exclusivamente; segn los escritos de los antroplogos, son los motivos religiosos, las ambiciones de un jefe, los sentimientos de venganza, es decir motivaciones ideolgicas, las que provocan las guerras entre los salvajes. Ms an, en vez de examinar al menos en primer trmino el valor de aquellos testimonios antropolgicos, y en segundo trmino, indagar si detrs de las motivaciones ideo-lgicas no se ocultan mviles econmicos, el seor Barth slo hace de pasada la delirante revelacin de que la conquista de Asia por Alejandro debe ser atribuida a la ambicin del rey macednico y las expediciones de conquista del Is-lam, al fervor religioso, arribando a continuacin a la triunfal conclusin de que la esclavitud, tanto en las pocas prehistricas como en las histricas, constituye en gran parte y en ltima instancia un producto de la poltica, mos-trando as que la poltica determina a la economa y, ciertamen-te, de la manera ms profunda y con la mayor eficacia. Acto

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    seguido comprueba con una extraordinaria perspicacia, pero no sin el auxilio de Rodbertus, que la esclavitud ha sido una categora econmica importante.

    As es como el seor Barth elude la demostracin cien-tfica del materialismo histrico, la que, como hemos visto, no niega en absoluto la existencia de impulsos ideales tales como la ambicin, los sentimientos de venganza. el fervor religioso, sino que afirma solamente que estos impulsas es-tn determinados en ltima instancia por otras fuerzas, por las fuerzas econmicas. Y en la medida en que el seor Barth pretende presentar una prueba, una sola, para sus afirmacio-nes, de inmediato la concepcin materialista de la historia re-cupera sus derechos. Para el sentimiento de venganza como causa de la guerra entre los salvajes, aduce como nico tes-tigo al antroplogo ingls Tylor, quien habla del hecho, por otra parte no totalmente desconocido, de la vendetta entre las tribus brbaras. Si el seor Barth no hubiera excluido de su consideracin el escrito de Engels acerca del origen de la fami-lia como popular, hubiera descubierto bien pronto que la vendetta pertenece, por as decirlo, a la superestructura jurdi-ca de la sociedad gentilicia, de la misma manera que la pena de muerte pertenece a la superestructura de la sociedad civilizada. Engels afirma de aqulla: Todas las querellas y todos los conflictos son resueltos por la totalidad de los inte-resados, por la gens o la tribu, o por los miembros de la gens entre s; slo como recurso extremo, rara vez empleado, se cierne la vendetta, de la que nuestra pena de muerte no es ms que la forma civilizada, y que adolece de todas las ventajas y desventajas de la civilizacin. De acuerdo a las condiciones de produccin de la sociedad gentilicia, lo que era exterior a la tribu quedaba tambin fuera del derecho, y si Tylor afirma que la venganza degeneraba por lo general en una guerra abierta tan pronto el asesino perteneca a una tribu extraa, y si una guerra sangrienta de tal naturaleza po-da provocar luchas enconadas por muchas generaciones, el seor Barth se ver ciertamente obligado a reconocer que esta sed de venganza que generan las guerras entre los salva-

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    jes no tiene una causa ideolgica, sino que constituye una forma de la justicia que emana de una determinada forma eco-nmica. Ciertamente que se puede abusar del derecho penal brbaro lo mismo que del civili