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Peluquería en llamas

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Peluquería en llamas

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Pero la tía Chila vivía de prisa y sin alegar, como si no

supiera, como si no se diera cuenta de que hasta en la

intimidad del salón de belleza había quienes no se ponían

de acuerdo con su extraño comportamiento.

Justo estaba en el salón de belleza, rodeada de mujeres que

extendían las manos para que les pintaran las uñas, las

cabezas para que les enredaran los chinos, los ojos para que

les cepillaran las pestañas, cuando entro con una pistola en

la mano el marido de Consuelito Salazar. Dando de gritos se

fue sobre su mujer y la pesco de la melena para

zangolotearla como al bandajo de una campana, echando

insultos y contando sus celos, reprochando a fodongues y

maldiciendo a su familia política, todo con tal ferocidad, que

las tranquilas mujeres corrieron a esconderse tras los

secadores y dejaron sola a consuelito, que lloraba suave y

aterradoramente presa de la tormenta de su marido.

Fue entonces cuando, agitando sus uñas recién pintadas,

salió de un rincón la tía Chila.

-usted se larga de aquí-le dijo al hombre, acercándose a él

como si toda su vida se la hubiera pasado desarmando

vaqueros en las cantinas.

-Usted no asusta a nadie con sus gritos. Cobarde, hijo de la

chingada. Ya estamos hartas. Ya no tenemos miedo. Deme

la pistola si es tan hombre. Valiente hombre valiente. Si tiene

algo que arreglar con su señora diríjase a mí, que soy su

representante. ¿está usted celoso? ¿de quién esta celoso?

¿de los tres niños que Consuelo se la pasa contemplando?

¿de las veinte cazuelas entre las que vive? ¿de sus agujas de

tejer, de su bata de casa? Esta pobre Consuelito que no ve

más allá de sus narices, que se dedica a consecuentar sus

necedades, a esta le viene usted a hacer un escándalo aquí,

donde todas vamos a chillar como ratones asustados. Ni lo

sueñe, berrinches a otra parte. Hilo de aquí: hilo, hilo, hilo-

dijo la tía Chila tronando los dedos y arrimándose al hombre

aquel que se había puesto morado de la rabia y que sin

pistola estuvo a punto de provocar en el salón un ataque de

risa-.

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Del salón de Inesita salió la noticia rápida y generosa como

el olor a pan caliente. Y nadie volvió a hablar mal de la Tía

Chila Huerta, porque hubo siempre alguien, o una amiga de

la amiga de alguien que estuvo en el salón de belleza

aquella mañana, dispuesta a impedirlo.

Mujeres de ojos Grandes- Ángeles Mastretta

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La peluquería:

En la peluquería se reunían las señoras que por costumbre

rezaban el rosario en Transmilenio, las que se levantaban

para limpiar el huerto y las que salían a atender a sus

maridos. Porque allí se encontraban las hijas del patriarca,

las esposas del varón y las que por fin se libraron de los

males del señor. Allí estaban las mujeres que tímidamente

renunciaban a ser propiedad o las que, siendo propiedad,

en las mañanas fingían ir por el mandado para encontrarse

en la peluquería.

En la peluquería de mi barrio no existían cosas nuevas, se

usaba lo que el tío dejó, lo que la vecina prestó y lo que la

mama regaló, asimilando la idea del ready made de

Duchamp1, se hacia la versión criolla. Se usaba el bricolaje,

los ungüentos y los limones de la Prosperidad, un televisor

para ver la noticia del día, espejo para ver los resultados de

una tarde larga de acicalamiento y sillas por montones, para

el que llegara a la tertulia. Porque la sala de belleza era de

barrio, de las amigas y de las personas, las que se reunían a

cortarse el pelo, echar chisme y reír en épocas que se les

imponía o se les impone

correr-producir,

producir- correr

producir-correr-producir

1 A partir del Ready-made, Duchamp introdujo lo cotidiano en el arte”. (Rocca, A. 2013). Consiste en utilizar objetos de uso cotidiano y modificarles para darle un valor artístico, una nueva interpretación o un nuevo uso.

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A la esquina de mi casa, junto a una calle abierta y sin asfalto,

se encontraba la peluquería de mi barrio, tenía que entrar a

este recinto sagrado del chisme a diario -bajo la obligación

de saludar a mi mama, la peluquera-. En este lugar, se

encontraba la abstracción de una sociedad moralmente

correcta, cuyos valores se basaban en asumir unos roles

históricamente establecidos. Allí se encontraba la defensora

de la fuerza pública, la que idolatraba a su hijo por ser policía

y defender la ley al precio que fuera, ignorando cualquier

rumor que buscara menospreciar o devaluar la “heroica”

labor de dicha institución -y de su hijo-.

Mi mama y sus vecinas eran la del matriarcado impuesto, las

que el hijo respetaba y las que sus hijas repelían. Nos

tocaron las mamas que querían una versión mejorada de sí

mismas, las que limpiaban la postal de Dios, el presidente y

el hijo mayor. Las mismas que “Alejadas de su marido y de

sus hijos mayores, configuraban una fuerza autoritaria con

sus hijos menores y sus hijas mujeres.” (Gutiérrez de Pineda,

1968, p. 79)2 A mí, me tocaba ser la hija menor.

Mi mama (la peluquera del barrio) también vendía AVON

por catálogo, porque había sido el emprendimiento de las

mujeres amas de casa, trabajadoras, madres, esposas, hijas.

Unas cuantas iban a su salón de belleza para cumplir con los

requisitos que sus jefes, maridos, hijos e incluso amigas le

han pedido. Otras nos sentábamos a escuchar las vidas

ajenas, a releer los diálogos de mujeres que encontraban en

la peluquería un espacio de catarsis, donde podían contar lo

agotador que era cumplir con los requisitos de la madre

ejemplar, de la esposa ejemplar, de la ciudadana ejemplar.

2Gutierrez, V. (1968). Familia y cultura en Colombia. (pp 77-85). Medellin, Antioquia. Editorial Universidad de Antioquia.

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En el salón de belleza mi mama se reunía con sus amigas a

chismosear, hablar de lo bien y mal que le paga la vida, a

hablar de los hijos ejemplares, no ejemplares y los de la no

solución. Por ello, era común que en la peluquería se

conociera la vida de quienes estaban en este lugar y quienes

no. En las épocas ajetreadas de la ciudad, se hablaba del

paro, de la gente que protesta, de lo duro que es ser mama

de jóvenes que salen a marchar, de los vándalos que

rompían nuestro patrimonio -como si los monumentos

actualmente representaran a la mayoría de los ciudadanos-,

del heroísmo de las autoridades con sus armaduras de

RoboCop. Mientras tanto, yo me encargaba de cumplir el rol

de hija menor, asentir, callar y mostrar mi cara de desagrado

por lo que estaba escuchando.

Mi mamá y sus amigas se dedicaban a chismosear tardes

enteras en el salón de belleza, decían cuando veían las

paredes rayadas por televisión: “es que si es bonito…pues

sí, pinten, hagan lo que quieran”. Un argumento –para mí-

obsoleto, cuando era la posibilidad de ver en un solo rayón

la historia de una ciudad que decaía y decae ante los ojos de

muchas generaciones. Me gustaba la metáfora poética y

maternal que usaba Marta Rodríguez: “y marcábamos en la

pared como iban creciendo los dos muchachitos, era una

huella del tiempo, como iba pasando el tiempo se iban

volviendo adultos. Es como un recuerdo... puede que el

muro diga la gente uyy es que ese muro está sucio, no, es

que es el paso del tiempo”.3

Mientras tanto, a mi mamá no le gustaba que rayaran las

paredes, le gustaban las paredes blancas y limpias. Su

profesora de colegio, la que le dictaba castellano decía: “la

pared y la muralla son el papel del canalla”. A ella la educó

la biblia, la constitución y la urbanidad de Carreño. A mí, me

habían educado mis amigas y amigos que jugaban a ser

poetas, artistas y sociólogos, que en medio de

conversaciones me ayudaban a liberarme tímidamente de

las ataduras culturales que me tocaba –y aun me toca-

sobrellevar.

3 B a s t a r d i l l a. (2010, Enero, 3). Memoria Canalla. [Archivo de Video]. Recuperado de: https://vimeo.com/8523375

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En vista que a mi mama no le gustaba que rayaran las

paredes, decidí comenzar mi proyecto donde quería

cambiar el mundo y a mis vecinas con grafiti. Me gustaba ver

las paredes con frases hechas en aerosol, esas que le

gritaban a la humanidad el afán de cambiar el futuro y a las

mamas con las que habíamos crecido. Por lo tanto, me

dediqué a recopilar imágenes de grafiti, intentando que las

mujeres de mi barrio contemplaran lo que las paredes

pintadas tenían por contarles. No obstante, a las vecinas de

mi barrio les importaban los chismes de peluquería,

entonces, me volví peluquera para entrar al mundo del

corrido con las mujeres de mí entorno. Mientras hablaba con

mi mama de tintes, decoloración, cortes, etc. aprovechaba

para escuchar a las vecinas de mi barrio. Ser peluquera me

permitía comprender las labores de mi mama, la

importancia que ella tenía en el mundo de las mujeres que

se reunían en la sala de belleza.

}

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Así la peluquería más allá de ser un espacio físico en el cual

habitaba, se convirtió una acción, entre estilista y cliente. No

sería acertado en este caso, decir que el servicio de la

peluquera era únicamente embellecer o cambiar la estética

capilar, era un servicio donde el chisme se incluía en el

servicio. Por lo tanto, la clientela de la peluquera era fiel, ya

fuera, porque conocía su cabello, su estilo o sus secretos.

En la labor de peluquera también veía un campo de batalla

donde se asentaban discursos y estereotipos, la posibilidad

de quebrantar -o perpetrar ¿Por qué no? - las categorías de

estética, de ser mujer y habitar un cierto espacio.4 Aunque

no era revolucionario, renunciar a la imagen tradicional del

cuerpo, el cabello y la apariencia, era un acto liberador. Este

acto de catarsis significaba poderse pensar a sí mismo en

este mundo que puede resultar agobiante y la peluquería

era la ocasión para estar acompañada en este pensarse, era

una terapia para las mujeres de mi barrio.

El salón de belleza era el lugar donde el discurso y el cuerpo

proponían una manera de escribir, con la forma en que nos

veíamos: “escribir es como si uno se tomara una foto diaria y

mirar como se ve con el pelo crespo, o cuando se lo agarra,

o cuando se lo corta, o si se calviara ¿no? Entonces van

quedando distintas imágenes y uno va a decir esta es mejor

o aquella es mejor (...) por eso un pelo largo, por eso... no

sé, crearse a sí mismo ¿no?, uno se va creando”5 Y en ese

acto de creación mínimo, hallaba actos que transformaban

de una manera u otra la cotidianidad y la percepción de este

oficio heredado por mí madre, el de peluquera.

4 Los limites estéticos son vigentes aun en la actualidad, por ello resistir a un

mercado de las imágenes implicaba romper los estigmas del cuerpo, Barbara

Kruger es un importante referente para hablar del cuerpo como un escenario de

pugna.

5 Hurtado, H. I Festival vacacional Corporación ESHAC [Archivo de video]. Recuperado de: https://www.facebook.com/corporacionESHAC/videos/1407057066348904/UzpfSTE4Mjk4MTc1NjA6MTAyMTQwNzg3NDg4ODI2NDI/?epa=SEARCH_BOX

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Asimismo, la peluquería me daba la posibilidad de ver lo

que Juana Suarez llamaba "el microcosmos familiar”, en el

cual se reflejaban cuestiones nacionales a través de los

dramas de casa. En la cual se veían muchas mujeres que

hablaban de la realidad de todo un país entre líneas, que

hablaban de dogmas, una sociedad tradicional,

hegemonías, relaciones de poder, micromachismos,

fascismo, etc. todo ello, de manera natural y cotidiana. Mi

mama (la peluquera) era la mediadora que desataba el

primer tema de debate, replicando lo que veía en las

noticias. Mi mama, sus amigas y las vecinas destilaban el

contexto del momento en la boca de la peluquería, en forma

de chisme y de una realidad que nos tocaba vivir.

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Aunque me regocijaba en los relatos de las señoras

chismosas, siempre había desencuentro con algunos de

esos, entonces, solo me quedaba lamentarme porque era la

antítesis de la peluquera de mí barrio: la que no se esfuerza

por verse bella, la que no comparte ideas con sus clientas, la

que las vecinas no desearían les tocara su cabello, la que veía

en la peluquería un momento de liberación de las figuras de

moda. Por ello, me propuse tener una peluquería de barrio

en los talleres de arte de la Universidad de los Andes, para

poder atender a quien necesitara y echar chisme sobre lo

agradable de lo inmoral, lo satisfactorio que hay en evadir

los limites universales o en quebrantar la tradición que las

señoras de la peluquería se empeñaban en conservar. Tener

una peluquería era la posibilidad de desempolvar aquello

que era evidente pero escaso en una sociedad del triunfo y

el autosacrificio, el habla y el relacionamiento con mis

amigos sin necesidad de tener que responder a los

estereotipos que nos habían tocado.

Igualmente, mi peluquería permitía transformar ese

sentimiento de frustración que producía ver el salón de

belleza donde había crecido, en el cual las vecinas sacaban

a relucir sus ideas conservadoras y recalcitrantes sobre lo

correcto. En mi peluquería, estaban mis amigas que se

escapaban de sus mamas para pintarse el pelo, nos

reuníamos a hablar de una ciudad que era cruel con cómo

nos veíamos, una sociedad que nos quería uniformar el

pensamiento, de las expectativas que nos tocaba cumplir

por ser hijas de un hogar tradicional, de lo difícil que era

romper lazos con lo maternal. Y a partir de ello pensaba la

capacidad del arte y de mi peluquería -o del arte de la

peluquería-, “de reforzar o romper con los prejuicios de la

sociedad” Ahora mi peluquería, se convertía en el lugar en

el cual las personas del común buscaban liberarse de unos

estigmas frente a la apariencia, de volver al cuerpo y a la

humanidad por medio del chisme, de renunciar a lo que el

reducido mercado capilar nos ofrecía, un mercado que se

enfocaba en lo bello.

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En mi peluquería la gente cambiaba lo que tenía y lo que no

tenía. En una especie de transacción el chisme se volvía un

de valor de cambio, la estética capilar para mí era un

pretexto caprichoso para acceder a un último fin: el corrido

(rumor) y recibía objetos o chismes que iban llenando las

paredes de la peluquería.

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Y la gente se quedó en casa.

E hizo arte y jugó.

Y aprendió nuevas formas de ser.

Y la gente se curó.

(...)

Y cuando el peligro terminó.

Y la gente se encontró de nuevo.

Lloraron por los muertos.

Y tomaron nuevas decisiones.

Y soñaron nuevas visiones.

(..)

(K.O'Meara)

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Nos tocó vivir una pandemia,6 resignarnos a que no

veríamos de igual forma a las vecinas y a los amigos, por otra

parte, me tocaría lidiar de manera más profunda con el

desencuentro que existía entre mi madre, la peluquería y yo.

El encanto que percibía al escuchar a las amigas de mi mama

y a mis amigos en la peluquería, se iba convirtiendo cada vez

más en un recuerdo del chisme en las tardes, teníamos que

abandonar por un largo tiempo la presencialidad para

hablar de nuestras vidas, ahora nos tocaba hablar tras la

pantalla, mientras Mark Zuckerberg también se enteraba de

estas historias.

Ante la cuarentena, la peluquería de mi mamá cerró y se

trasladó a nuestra casa, aunque las vecinas del barrio ya no

se podían reunir a echar chisme, seguían esforzándose por

ser las madres plus de la familia. Mi mama extrañaba las

tardes de tinto y murmuración con sus amigas, su afán por

ser la mujer ejemplar se intensificó y consigo las voces de

castigo que a su interior crecían, le hacía falta su terapia de

peluquería. Mientras tanto, yo la veía cambiar –a mi mama y

a la peluquería- y para contrarrestar la falta de peluquería,

nos hacíamos peinados la una a la otra para contar historias

de madre a hija. Ahora nos tocaba torear con nuestras

presencias, los desencuentros y las diferencias, lo hacíamos

por medio conversaciones triviales y las tardes de peluquería

tras una cámara.

6 Querides lectores, en el año 2020 tuvimos que encerrarnos en nuestras casas a causa de una enfermedad de alto contagio: Coronavirus, Covid 19. Por lo tanto, vivimos varios meses sin relacionarnos entre amigos evitando que este virus se expandiera a más personas.

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La pregunta por el futuro de mi peluquería fue

respondiéndose mediante la relación entre cámara y el

cuerpo. Mi interés por el chisme, las vecinas y mi madre se

fueron respondiendo tras la cámara y el pensar, aunque la

resistencia a representar el encanto de las relaciones

netamente humanas persistiera. Guy Debord argumentaba:

“el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una

relación social entre personas mediatizada por imágenes".

Por ello, ya me resigno a hablar de la peluquería por medio

de imágenes cotidianas y honestas, tales como las que

encontraba en la peluquería de mi mama.

Pensar en el video ensayo me llevaba a pensar en dividir las

imágenes por tema, por tiempo, por aspecto y luego

reorganizarla dándole sentido al pensamiento con las

imágenes. Aunque significaba pensar en diferentes

momentos que no iban a estar claros y determinados desde

el principio, en este proceso que era intuitivo con las

imágenes y claro con el pensamiento, se empezarían a

desembocar y al final resultaría un cuerpo audiovisual que

me sugeriría a donde ir. Y al igual que en el cuento Soñar es un asunto privado de Isaac Asimov me llevaba a pensar en

el rol de soñador pagado o la peluquera ordenando sus

ideas: “cuando un soñador experimentado entra en estado

de ensueño, no se imagina una historia, como las de la

anticuada televisión o las películas, sino que tiene una serie

de breves visiones, cada una de las cuales presenta distintos

significados. Estudiándolas atentamente, se hallarían hasta

cinco o seis.”

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Alejandra Meneses proponía el video ensayo como una

posibilidad para reencontrarse con la cotidianidad y crear

una conversación más personal con quien lo ve. El video

ensayo era una forma de escritura y al mismo tiempo

dialogo, que se respondía mediante imágenes en

movimiento. Por eso, la cámara se convirtió en un recurso

para responder los aspectos que buscaba abordar desde la

peluquería, un oficio heredado por mi madre y otras

cuestiones implícitas que iban surgiendo en la peluquería.

Aunque en lo personal encontraba inocuo, egocéntrico y

narcisista exhibir lo íntimo a un público desconocido,

Joaquín Cociña decía que era importante “manifestar la

opinión para que no se lo trague la maquinaria de la

insensibilidad capitalista”. Era preciso hablar de mis

reflexiones como una manifestación de pertenecer a ese

reflejo de lo que no quería ser, que no era ajena a ello.

Finalmente, lo que había surgido del interés por el chisme,

el cabello y las relaciones del lugar donde crecí, se volvía un

discurso al que queríamos renunciar –mis amigos y yo-.

Hablar de mi progenitora era una especie de reto a un orden

familiar que tenía establecido. Renunciar a la comodidad de

“lavar los trapitos sucios solo en casa” como me habían

enseñado, resultaba un desestabilizador de los esquemas

tradicionales que existían en la familia, renunciar a lo que

había construido moralmente era un duelo personal cada

día. Lo hacía con ayuda de una cámara.

Entrar en el mundo de la peluquería me permitió

introducirme en el “circuito ideológico” al cual no quería

pertenecer, darme la oportunidad de echar chisme con las

mujeres de mi barrio me hacía cuestionar varias de las

estructuras o condiciones en las cuales habia crecido (y

muchas personas habíamos crecido). La posibilidad de

poner ello en retrospectiva me resultaba catarquico y una

posibilidad para construir una pieza que reflejara la

importancia de reconocerse libres desde el aspecto, de

hacer una “revolución de cabellos”, de romper los estigmas

de “lo bello”, de volver el cuerpo una manera de expresión

más allá de los gestos.

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Referentes:

Agnes Varda: las playas

“Agnès Varda se sumerge en las playas de su memoria y bucea en los recónditos lugares de su pasado reconstruyendo, a través de magistrales oleadas cinematográficas, su propia historia que es también la historia de la nouvelle vague, de sus amigos cineastas, de la Francia del siglo XX y de las revoluciones sociales y culturales del mundo entero que ha recorrido y vivido. Varda construye en este autorretrato documental un paisaje entrañable capaz de conmover al espectador común tanto como al cinéfilo”. Tomado de: https://cinemateca.org.uy/peliculas/406

peluquerías.

La peluquería era

el espacio para

encontrarme con

las personas y de

reconocerme en

los demás.

“sin embargo, son los

otros quienes me

interesaban y a

quienes quiero

filmar”

-Agnes Varda

Partía de mi vida

en la peluquería

como excusa para

poder hablar de

las mujeres de mi

barrio, de la

madre que me

había tocado, de

la familia, etc.

Me gustaba el

oficio de la

peluquería.

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Los espigadores y la espigadora- Agnes Varda

Recorriendo Francia, Agnès Varda se ha encontrado con espigadores,

recolectores, gente que busca entre la basura. Por necesidad, o por puro

azar, estas gentes recogen los objetos desechados por otros. Su mundo

es sorprendente. Y la directora, a su manera, es también una especie de

espigadora que selecciona y recoge imágenes aquí y allá. Tomado de:

https://cineciutat.org/es/pelicula/los-espigadores-y-la-espigadora

Me gustaba su

manera de abordar

la cámara, como

si fuera una

extensión del

cuerpo y el

pensamiento, de

manera orgánica.

Introducirme en

un oficio como

una manera de

hacer analogías

sobre la vida y

la cultura.

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Carolina Caycedo- A toda mecha

Las Peluqueras Asesinas

En el Centro de Bogotá queda "La Peluquería", un lugar sin espejos donde las llamadas 'Peluqueras Asesinas' sorprenden a sus clientes con cortes que ellas mismas deciden. Tomado de: https://plazacapital.co/escena/3370-las-peluqueras-asesinas

La peluquería

como un lugar

de encuentro y

de convivencia

con el otro.

Una puesta en escena del cuerpo en

un espacio determinado.

La capacidad de

abstraer ideas

mediante el

aspecto, la

estética y el

cuerpo en sí

mismo.

Una peluquería itinerante que ofrece sus servicios profesionales y asesoramiento estético en las calles de forma gratuita. Un encuentro efímero pero intenso entre personas desconocidas, que permite un momento íntimo en el espacio público. Tomado de: http://carolinacaycedo.com/quick-cut-1997-2000

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Putas o peluqueras- Mónica Moya

Cada año decenas de mujeres trans son impunemente asesinadas en Colombia. Su único delito: atreverse a SER en un mundo que las estigmatiza, las ridiculiza, las teme y las excluye, dejándoles casi que como única alternativa laboral ser Putas o Peluqueras. Tomado de: https://www.icesi.edu.co/blogs/teorema/2013/03/03/putas-o-peluqueras-monica-moya-2011/

Las Brujas

La posibilidad de

ver en la

peluquería un

espacio para

cuerpos diversos,

que se construyen

en la

marginalidad de

“lo bello”.

Las cuestiones de

género implícitas

en la peluquería.

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Virus tropical- Power Paola

Paola nació en una familia tradicional colombiana, o al menos eso es lo que tratan de aparentar. Esta es la historia de una joven que lucha por su independencia en un contexto duro, lleno de estereotipos y apariencias y que narra la vida de una mujer latinoamericana que no responde a ningún canon y que aprende a vivir mientras va viviendo. Con una visión del mundo de una particular forma femenina esta niña es testigo de una sucesión de pequeñas crisis que van moldeando su personalidad. Tomado de: https://www.proimagenescolombia.com/secciones/cine_colombiano/peliculas_colombianas/pelicula_plantilla.php?id_pelicula=2239

La familia como

un entorno

donde las

mujeres sufren

los retos de la

maternidad, por

el cuidado de

sus hijas

Lo autobiográfico como una

manera de abordar los

dilemas del género y la

clase.

Las exigencias

culturales en la

apariencia

femenina.

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La ciénaga- Lucrecia Martel

Cildo Meireles

Cuando niñas

jugábamos a ser

estilistas

mientras la

mamá y la tía

echaban chisme.

Lo cotidiano como

una manera de

tensión en el

hogar, en

especial para las

mujeres.

proponía “la inserción

en circuitos

culturales” como una

manera de atacar los

mismos espacios que se

critican.

No me interesaba

ser una peluquera

tradicional, pero

si, escuchar a

mis vecinas.

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Las mamás de mi barrio - Rubén WC Giraldo

Las mamás de mi barrio ya ni se sorprenden cuando arrastro a mi perro con mi bicicleta

Ellas, las mamás de mi barrio hijas de una generación que no quiso a sus hijos diciendo que eran prestados y criaron a una generación que sobreprotegió a sus hijos y estos parásitos le chuparon las tetas cuando bebes y la vida cuando grandes.

Es que los parásitos van por todo y las mamás de mi barrio matan culebras y roban a las otras “culebras” jugando a las escondidas le hacen buen ojo a los hippies que hacen oficio y esclavizan a sus hijas como la versión 2.0 de ellas mismas.

Yo no sé si las mamás de mi barrio se emborrachan pero he sabido que se preguntan sí será whiskey o ron.

Ellas recuerdan cuando eran jóvenes y que el pastor del pueblo las regaño con el megáfono de la plaza por robarle picos al muchacho con el que le prohibieron salir recuerdan como estúpidas estatuas talladas por la rabia y el tiempo y violación tras violación tras violación

Si una mamá de mi barrio fuera socióloga sabría preguntarse ¿por qué de todos los muchachos de mi barrio le toco el más feo y vago? no importa igual si alguna mamá de mi barrio se preguntase cosas de la misma forma en hace almuerzo para todos en su casa y no quedarse quieta para convertirse en polvo de ese que da gripa no sería una mamá de mi barrio.

Mi mamá, era una

mamá peluquera de

barrio

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Los cambios de look de mis amiguis algunos dias de cuarentena.