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Philippe Ariés PAIDOS STUDIO 1.W. Reich: Análisis del carácter 2.E. Fromm: Humanismo socialista 3.R. D. Laing: El cuestionamiento de la familia 4.E. Fromm: ¿Podrá sobrevivir el hombre? 5.E. Chinoy: Introducción a la sociología 6.V. Klein: El carácter femenino 7.E. Fromm: El arte de amar 8.E. Fromm: El miedo a la libertad 9.M. Schur: Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra 11.E. Willems: El valor humano de la educación musical 12.C. G. Jung y R. Wilhelm:  El secreto de la flor de oro 13.0. Rank:  El mito del nacimiento dehéroe 14.E. Fromm: La condición humana actual 15.K. Horney:  La personalidad neurótica de nu estro tiempo 16.E. Fromm: Y seréis como dioses 17.C. G. Jung: Psicología y religión 18.K. Friedlander:  Psicoanálisis de la delincuencia juvenil 19.E. Fromm: El dogma de Cristo 20.D. Riesman:  La muchedumbre solitaria 21.0. Rank:  El trauma denacimiento 22.J. L. Austin: Cómo hacer cosas con palabras 23.E. Bentley: La vida dedrama 24.M. Reuchlin: Historia de la psicología 25.F. Künkel y R. E. Dickerson:  La formación del carácter 26.J. B. Rhine: El nuevo mundo de la mente 27.E. Fromm: La crísis del psicoanálisis 28.A. Montagu y F. Matson:  El contacto humano 29.P. L. Assoun:  Freud. La filosofía y los filósofos 30.0. Masotta: La historieta en el mundo moderno 31.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. I (La filosofía en la antigüedad) 32.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. II (La filosofía en la  Edad Media y los orígenes del pensamiento moder no) 33.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. IIL (Racionalismo, iluminismo y materialismo en los siglos XVII y XVIII) 34.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. IV. (El empirismo inglés) EL TIEMPO DE LA HISTORIA  Prefacio de Roger Chartier  j•••-,0 e h T 01, /0,/, c.; 9 9 q- u.., .o. -

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Philippe Ariés

PAIDOS STUDIO

1.W. Reich: Análisis del carácter

2.E. Fromm: Humanismo socialista3.R. D. Laing: El cuestionamiento de la familia4.E. Fromm: ¿Podrá sobrevivir el hombre?5.E. Chinoy: Introducción a la sociología6.V. Klein: El carácter femenino7.E. Fromm: El arte de amar8.E. Fromm: El miedo a la libertad9.M. Schur: Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra11.E. Willems: El valor humano de la educación musical12.C. G. Jung y R. Wilhelm: El secreto de la flor de oro13.0. Rank: El mito del nacimiento dehéroe14.E. Fromm: La condición humana actual15.K. Horney: La personalidad neurótica de nuestro tiempo16.E. Fromm: Y seréis como dioses17.C. G. Jung: Psicología y religión18.K. Friedlander: Psicoanálisis de la delincuencia juvenil19.E. Fromm: El dogma de Cristo20.D. Riesman: La muchedumbre solitaria21.0. Rank: El trauma denacimiento22.J. L. Austin: Cómo hacer cosas con palabras23.E. Bentley: La vida dedrama24.M. Reuchlin: Historia de la psicología25.F. Künkel y R. E. Dickerson: La formación del carácter26.J. B. Rhine: El nuevo mundo de la mente27.E. Fromm: La crísis del psicoanálisis28.A. Montagu y F. Matson: El contacto humano29.P. L. Assoun: Freud. La filosofía y los filósofos30.0. Masotta: La historieta en el mundo moderno31.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. I (La filosofía en laantigüedad)32.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. II (La filosofía en la Edad Media y los orígenes del pensamiento moderno)33.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. IIL (Racionalismo,iluminismo y materialismo en los siglos XVII y XVIII)34.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. IV. (El empirismoinglés) EL TIEMPO DE LA HISTORIA

 Prefacio de Roger Chartier

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 .. BIBLIOTECA .b.

1 c ,\,kdod *V, (x \b. FOSO’ PAIDOS Buenos Aires Barcelona México

(Continúa al final del libro)

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INDICE

Título original: Le temps de l’histoire Editions du Seuil, París © Editions du Seuil, 1986ISBN 2-02-009088-0

Traducción de Ramón AlcaldeCubierta de Gustavo Macri Impresión de tapa: Impresos Gráficos JC Carlos María Ramírez2409, Buenos Aires Composición: AXIS

la. edición, 1988

 Impreso en la Argentina (Printed in Argentina)

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica omodificada, escrita a máquina, por el sistema ”multigraph”, mimeógrafo, impreso, porfotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados.Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

© de todas las ediciones en castellano by Editorial Paidós SAICF Defensa 599, BuenosAires; Ediciones Paidós Ibérica SA Mariano Cubí 92, Barcelona y Editorial PaidósMexicana SA Guanajuato 202, México DF La amistad de la historia, por Roger Chartier7

I. Un niño descubre la historia 35

II. La historia marxista y la historia conservadora47

III. El compromiso del hombre moderno con la historia76

IV. La actitud ante la historia: en la Edad Media96

V. La actitud ante la historia: el siglo XVII147

VI. La historia ”científica”227

VII. La historia existencial253

VIII. La historia en la cultura moderna 269

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 Anexo I: Entrevista a Philippe Aries, por Michel Vivier279

Anexo II: Carta de Victor L. Tapié a Philippe Ariés

283ISBN 950 - 12 - 6667 - 2

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LA AMISTAD DE LA HISTORIA

De todos los libros de Philippe Aries, El tiempo de la historia es el menos conocido.Aparecido en 1954, agotado hace mucho tiempo, no fue nunca reeditado y era hasta ahorainaccesible, salvo para los lectores de biblioteca o para el pequeño número de compradores

que habían adquirido, al precio de 600 francos, el libro de tapa blanca adornada con lafigura de una diosa griega, editado por las Editions du Rocher de la calleComte-Félix-Gastaldi, en Mónaco. Desconocido por el público que libro tras libro, vienesiguiendo fielmente la obra de Ariés, El tiempo de la historia estuvo también olvidadolargo tiempo por el mundo universitario. Durante quince arios no fue citado en las revistasde ciencias sociales, francesas o extranjeras, salvo dos excepciones. Por una parte, elartículo de Fernand Braudel, ”Historia y ciencias sociales: la larga duración”, aparecido en

 Annales, en 1958, que menciona el libro en una nota e indica que ”Philippe Ariés hainsistido en la importancia del extrañamiento, de la sorpresa, en la explicación histórica.Uno se choca, en el siglo XVI, con un mundo, extraño para uno, hombre del siglo XX. ¿Porqué esta diferencia? El problema queda planteado”; por la otra parte, un artículo publicadoen la Revue d’histoire de l’Amérique Française por Micheline Johnson, que cita la obra pero no encuentra en ella una definición satisfactoria del tiempo histórico: ”Philippe Ariés,en su hermoso libro El tiempo de la historia, describe la evolución del sentimiento históricoa través de las épocas después de haber hecho el análisis del sentimiento de la historia enlos hombres de su generación, sean de derecha (realistas en Francia) o de izquierda(historiadores marxistas o marcistizantes). Mas para él el sentimiento de la historia es undato, una especie de ’adhesión al tiempo’ [...I. No analiza esta actitud, se limita a

comprobarla a través de los múltiples objetos que la nutren”.1 Ni siquiera el auge que se ha producido durante los últimos arios en la historia de la Historia ha podido1 F. Braudel, «Histoire et sciences sociales: la longue durée», Annales 

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EL TIEMPO DE LA HISTORIA

hacer resurgir del olvido El tiempo de la historia. Las referencias que a él hacen GabrielSpiegel, Orest Raum o Enca Hart siguen siendo excepciones.2 Sin embargo, se hace unalarga cita en la biografía de Jacques Bainville compuesta por William Keylor, quien se

apoya en el testimonio y el análisis hecho por Philippe Ariés para comprender las razonesdel éxito de la Historia de Francia publicada por Bainville en 1924.3 Un libro olvidado.Pero un libro que es necesario redescubrir. Cuando apareció, en 1954, Philippe Ariés teníacuarenta arios. Profesionalmente se desempeñaba como director del Centro deDocumentación del Instituto de Investigaciones sobre los Frutos y Cítricos Tropicales,donde había ingresado en 1943. Había publicado ya dos textos. En 1943 su ensayo ”Las

tradiciones sociales en las regiones de Francia” constituía la parte esencial del primero delos Cuadernos de la Restauración Francesa, publicados por las Éditions de la NouvelleFrance. La gacetilla que se repartió con el libro presenta al autor como ”un jovenhistoriador, geógrafo y filósofo, que será punto de referencia para su generación”, y a su proyecto como el estudio de ”los or ígenes y la fuerza de los distintos hábitos religiosos, políticos, económicos, sociales o literarios que, acumulándose, han dado a algunas de lasgrandes regiones francesas su carácter propio y a Francia en su conjunto su estructura y suros-

 ESC., 1958, págs. 725-753, en particular pág. 737; Micheline Johnson, «Le concept detemps dans l’enseignement de THistoire», Revue d’histoire de l’Amérique française, vol.28, nQ 4, 1975, págs. 483-516, en particular págs.493-494.2 G. Spiegel, «Political Utility in Medieval Historiography: a Sketch», History and Theory,vol. XIV, n° 3, 1975, págs. 314-325, notas 2 y 41; Orest Ranum,  Artisans of Glory. Writersand Historical Thought in Seventeenth-Century France, Chapell Hill, The University of North Carolina Press, 1980, pág. 4; Erica Hart, Ideology and Culture in SeventeenthCentury France, Cornell University Press, 1983, págs. 132,133, 139. El libro de Aris también escitado y utilizado por E. Le Roy Ladurie, Montaillou, village occitan de 1294 á 1324, París,Gallimard, 1975, cap. XVIII, «Outillage mental: le temps et l’espace».3 W. R. Keylor, Jacques Bainville and the Renaissance of Royalist History ofTwentieth-Century France, I3aton Rouge y Londres, Louisiana State University Press,1979, págs. 202-203 y págs. 214-218. LA AMISTAD DE LA HISTORIA9

tro”. La idea directriz del libro coincide, tal como está resumida en las frases precedentes,con el espíritu de la época y con la faja de presentación que el editor había juzgadooportuno colocar sobre la tapa de su serie de Cuadernos: ”Por la antigüedad y la solidez desus costumbres, Francia posee una potencia de estabilidad, una capacidad de perseverancia,que constituyen para sus hijos un poderoso motivo de confianza. Exento de toda pretensiónde actualidad, el libro contiene, sin embargo, una gran lección de esperanza nacional”.Después de la guerra, en 1948, Ariés publica su primer verdadero libro, la  Historia de las poblaciones francesas y de sus actitudes ante la vida. Comenzado ya en 1943, terminadoen 1946, el libro es publicado por un nuevo editor, las Éditions Self, después de que Plonrechazara el manuscrito. Por más que las revistas de historia lo ignoraron, el libro tuvo uneco cierto: André Latreille lo analizó en una de sus crónicas sobre historia en  Le Monde y,

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lo que es más importante, atrajo la atención de los demógrafos. A este hecho se .debe queAriés, que había quedado al margen de la universidad tras fracasar dos veces en el examende agregación, la segunda en el concurso de 1941, fuera invitado, por primera vez, acolaborar en una revista de nivel científico, Population, donde publica en 1949 un artículointitulado ”Actitudes frente a la vida y la muerte desde el siglo XVII al siglo XIX. Algunos

aspectos de sus variaciones” (páginas 463-470), y en 1953 otro artículo corto ”Sobre losorígenes de la contracepción en Francia” (páginas 465-472). Al año siguiente, El tiempo dela historia está pronto. Una vez más Plon lo rechaza, pese a que Ariés está muy vinculadocon la empresa, en la doble función de lector de manuscritos (especialmente de losabundantes relatos y memorias redactados después de la guerra) y como director de unacolección, ”Culturas de Ayer y de Hoy”, donde ha publicado ya La sociedad militar, deRaoul Girardet, su amigo desde la época de la Sorbona, y Tolosa en el siglo XIX, de JeanFourcassié. El libro terminó por aparecer en una pequeña empresa, Les Éditions du Rocher,fundada in-

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investigación sobre dos relaciones históricas con la historia, la de la Edad Media y la de laépoca clásica. Como lo recordaba Ariés veinticinco arios después: ”Me sucedió entonces loque me ha sucedido siempre: el tema de actualidad que me obsesionaba se convirtió en el punto de partida de una reflexión retrospectiva, me remitía hacia atrás, hacia otrostiempos.”6 El tiempo de la historia, por lo tanto, debe leerse en primer término como la

trayectoria de un historiador a través de las distintas concepciones de la historia existentes5 lbíd., pág. 122.6 lbíd.,pág. 111.

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12 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

en su época. Su núcleo es la distancia que tomó respecto de los vínculos de su infancia y juventud ese hombre de tradición y de opiniones monárquicas, criado en medio de laleyenda de la monarquía perdida, lector apasionado de Bainville, fiel a Maurras y a la

 Action Francaise. De ahí el sorprendente paralelo, indudablemente escandaloso para suambiente, que establece entre el materialismo histórico y lo que denomina ”historicismoconservador”, que es la historia como la escriben los historiadores de ”la escuela capetiana

del siglo XX”, reunidos por su ideología común y su común editor, Fayard, y su Colecciónde Grandes Estudios Históricos. Comenzando desde dos puntos de vista antagónicos, lanostalgia del pasado, por un lado; la esperanza de una ruptura radical, por el otro, estas dosmaneras de considerar la historia confluyen en sus principios fundamentales: ambas anulanlas historias de las comunidades particulares en un devenir colectivo, el del Estado nacionalo el de la humanidad en su conjunto; ambas pretenden establecer las leyes que regulan lasrepeticiones de situaciones idénticas; ambas disuelven las singularidades de las existenciasconcretas, sea en la abstracción de las instituciones, sea en el anonimato de las clases.Acercar de esta manera a Marx y a Bainville — y para lo peor  —  no carecía de audacia, y detodas maneras repudiaba la filosofía de la historia proclamada por aquellos mismos de loscuales Ariés estaba más cerca que de nadie desde el punto de vista familiar, afectivo, político. Semejante ruptura pudo ser provocada por la reflexión sobre ”los grandesdesgarramientos de 1940-1945” y por el descubrimiento de nuevas maneras de pensar lahistoria. La selección sistemática de los autores o títulos mencionados en el libro (dejandode lado los dos capítulos propiamente investigativos sobre la historia de la Edad Media enel siglo XVII) lo dice claramente. Atestigua, en primer lugar, los cimientos de la culturahistórica de Ariés, integrados por tres conjuntos: la historia académica, la historiauniversitaria, la historia de la Action Française. De la historia académica toma laenumeración de los autores, de Barante a Madelin — ese Barante del cual había sido lecLAAMISTAD DE LA HISTORIA 13

tor su abuelo — , la caracterización del pú blico, una ”burguesía cultivada y seria:magistrados, hombres de leyes, rentistas..., personas que disponían de mucho ocio cuandola estabilidad de la moneda y la seguridad de las inversiones permitía vivir de rentas”

(página 210), y define sus rasgos principales: una historia estrictamente política, unahistoria enteramente conservadora. Frente a ella, la historia tal como se la practica en launiversidad lo deja igualmente insatisfecho. Es una historia sabia, imparcial, erudita, peroestá replegada sobre sí misma, aislada del presente y de los lectores de historia, encerradaen una concepción simplista del hecho y de la causalidad históricos. En sus arios deestudiante, primero en Grenoble, luego en la Sorbona, Philippe Ariés frecuentó estahistoria, escrita por profesores para otros profesores (o futuros profesores). La caracterizade una doble manera: sociológicamente, vinculando el encerramiento de la historiauniversitaria con la constitución de una ”nueva categor ía social”, esta ”república de los profesores”, laica y de izquierda, reclutada fuera de las elites tradicionales que se hanenajenado de la universidad; epistemológicamente, haciendo la crítica de una teoría de lahistoria que la identifica con una ciencia de hechos que es necesario exhumar,interrelacionar y explicar, y que se expresa en libros tales como la  Introducción a lahistoria, de Luis Halphen, aparecido en 1946. De la universidad, Ariés enumera un pocosucintamente algunos profesores: en Grenoble, dice, no había ningún profesor muy brillante

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que atrajera a la historia (página 202) y de la Sorbona no toma en cuenta ningún profesor,salvo Georges Lefebvre — al que por otra parte no nombra — , al que escuchó en unaconferencia en 1946 (página61). De la historia universitaria no menciona más que algunos títulos, criticados en cadacaso, como La sociedad feudal, de Joseph Calmette, o, del mismo autor, Carlos V (1945),

o el primer volumen del Mundo bizantino, de Émile Brehier (1947), o el tratado deHalphen. El autor más citado de todo el libro es, sin lugar a dudas, Jacques Bainville, cuyonombre aparece unas quince veces y del que menciona La historia de dos pueblos. Francia y el 

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14 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

 Imperio alemán (1915), Historia de Francia (1924) y Napoleón (1931). Es ciertamente conBainville con quien establece el diálogo esencial, porque su Historia de Francia ha sido el”breviario” del adolescente Ariés; porque su manera de escribir la historia dominó toda la

vulgarización histórica de la década de 1930, más aun que los historiadores de  Action Francaise; porque su éxito de librería fue inmenso7 porque en la posguerra sigue siendo lareferencia obligada de todas las familias de pensamiento conservador. Apartarse de él,caracterizar su historia como una ”f ísica mecanicista” o una ”mecánica de los hechos” era

algo así como una blasfemia en el ambiente de Ariés. A esto se debe probablemente que,cuando respondió a las preguntas de Aspects de la France, en una entrevista publicada el23 de abril de 1954, atenuara un poco su diagnóstico sobre el libro, distinguiendo aBainville de sus ”continuadores”: ”Bainville”, dice, ”tenía un gran talento. Su Historia dela Tercera República, por ejemplo, tiene una pureza de líneas admirable. ¡Y qué lucidez enel análisis de los acontecimientos! Basta mirar las obras luminosas que se han armadodespués de su muerte con sólo empalmar sus artículos periodísticos. Añadiré que era unmaestro demasiado grande para no ser sensible tanto a lo particular como a lo general, alas diferencias como a las semejanzas. Pero me parece que podría redundarse un graveriesgo si los continuadores de Bainville aplicasen sin flexibilidad su método deinterpretación e hicieran de la historia un mecanismo de repetición, útil para presentarnossiempre y en todas partes lecciones enteramente armadas. Para ellos, Francia dejaría prontode ser una realidad viviente y se convertiría en una abstracción sometida únicamente aleyes matemáticas”. A pesar de la prudencia de esta respuesta destinada a no chocar

frontalmente con los lectores de un periódico monárquico, resulta claro que al escribir en1947 el ensayo ”La historia marxista y la historia conservado-7 W.R. Keylor señala que entre 1924 y 1947, fecha en que Ariés redactó el ensayoLhistoire marxiste et l’histoire conservatrice», Fayard imprimió 260.300 ejemplares delistoire de France (y 167.950 ejemplares de Napoléon entre 1931 y 1947), op., cit., págs.327-328. LA AMISTAD DE LA HISTORIA 15

ra”, Aries tenía el propósito de romper con los hábitos intelectuales de su familia política dela misma manera como antes, en plena guerra, había tomado distancias frente a Maurras y Action Française: ”Me había emancipado de mis antiguos maestros y estaba decidido a notomar otros. ¡El cordón umbilical estaba cortado!”8 En materia de historia hubo algunoslibros que llevaron a Ariés a efectuar este corte. Durante la guerra y la posguerra leyó por pasión y por obligación, y sus artículos en El tiempo de la historia permiten reconstruir esta biblioteca de nuevas lecturas. Primer interés, el marxismo, que entonces parecía atraer atodo el mundo intelectual y proporcionar algunas ideas simples a ”los hombres

abandonados a la historia en estado de desnudez”. Estas ideas las resume así: ”superaciónde los conflictos políticos, peso de las masas, sentido de un movimiento determinado de lahistoria” (página 57). El marxismo que él conoce es, por consiguiente, una ideología delsiglo XIX en vías de convertirse en dominante, y no el cuerpo de las ideas mismas de

Marx, de quien no cita ningún texto. La entrevista concedida a Aspects de la France aclara bien la intención de esta caracterización, como también lo hace la participación de Ariés enel periódico Paroles Françaises, que dirige conjuntamente con Pierre Boutang, que publicóel primer conjunto de artículos consagrado a la matanza perpetrada por los soviéticos enKatyn: ”Estoy absolutamente persuadido de que la historia no está orientada en un sentido o

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en el contrario. No hay nada más falso que la idea de un progreso continuo, de unaevolución perpetua. La historia con una flecha de dirección del tránsito es algo que noexiste ...]. Cuanto más se estudian las condiciones concretas de la existencia a lo largo delos siglos, mejor se ve lo que hay de artificial en la explicación marxista, adoptadaactualmente por muchos cristianos. Una historia atenta a todas las formas de lo vivido se

inclina, por lo contrario, a una concepción tradicionalista”. De la historia marxista,entendida en un sentido más estrecho y ”profesional”, Ariés leyó uno de los raros libros pu-

8 P. Ariés, Un historien du dimanche, op. cit., pág. 81.

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16 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

 blicados, el de Daniel Guérin, La lucha de clases bajo la Primera República. Burgueses y”brazos desnudos” (1793-1797), aparecido en 1946, donde vuelve a encontrar una ley de la repetición histórica que

muestra un parentesco entre el materialismo histórico y el historicismo conservador, pormás que las premisas sean sumamente distintas. En las lecturas de Ariés hay dos conjuntosque contribuyeron a subvertir sus antiguas certezas. En primer lugar, la literatura reiteradade testimonios y relatos autobiográficos, que en muchos casos leyó para la editorial Non (lacual, por otra parte, no publicó ninguno de los libros que él cita), le persuade de que haaparecido una conciencia nueva de la historia en la que el individuo percibe su existencia personal como confundida, identificada, con el devenir colectivo. Lo que experimentó, sinduda, fue el reencontrar allí, en esos destinos convertidos en relato, la experiencia que había pasado personalmente en el momento de la muerte de su hermano, vivida con tanto dolor.A través de los relatos en primera persona de experiencias límite: los combates de la guerra(el del inglés Hugh Dormer), los campos nazis (los dos libros de David Rousse° o el terrorestalinista (descripto por Kravchenko y Valtin), emerge una catástrofe colectivamentecompartida y que hace que ninguna existencia individual pueda vivirse al abrigo de lossucesos de la gran historia. De ahí la abolición de la antigua frontera entre lo privado y lo pú blico: ”Ya no se puede afirmar que haya vida privada indiferente a los casos deconciencia de la moral pú blica”. Esta afirmación dibuja uno de los temas principales detodos sus libros futuros, desde El niño y la vida familiar hasta el proyecto de una Historiade la vida privada. De ahí, también, una percepción inédita, que se impone a cada cual yque disuelve las historias particulares: la de la estirpe familiar, la de la comunidad territorialo la del grupo social, en la conciencia del destino común, conciencia que se apodera decada uno de los individuos. De aquí se sigue que la historia tal como la escriben loshistoriadores no debe ser una réplica o refuerzo de esta percepción inmediata y espontánea,como hacen, cada cual a

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LA AMISTAD DE LA HISTORIA 17

su manera, el materialismo histórico y el historicismo conservador. Muy por el contrario, latarea de la historia consiste en restituir al individuo el sentido de las historias singulares,irreductibles unas a otras, la conciencia de las diferencias que particularizan las sociedades,

los territorios, los grupos. Esto explica el valor que tuvo para Ariés el descubrimiento de Annales durante los arios de la guerra. Más que la revista misma, lo que le permitió pensarde una manera distinta y separarse de la historia de su adolescencia fueron los grandeslibros de Bloch y de Lucien Febvre. De Bloch comenta Los caracteres originales de lahistoria rural francesa (1931) y La sociedad feudal (1939); de Febvre, El problema de laincredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais (1942) y En torno al ”Heptamer ón”. Amor sagrado y profano (1944), a la vez que menciona en una nota la publicación reciente(1953) de su compilación de artículos Combates por la historia. Al reunir en ”La historia

existencial” las ideas fundamentales de ”la nueva historiograf ía” (página 225), Ariés brindaun texto que hoy día puede parecer trivial por dos razones: 1) porque los principiosexpuestos en él han sido admitidos por toda la escuela histórica francesa, mucho más alláde Annales, y 2) porque en estos últimos arios se han multiplicado los libros que analizanesa ”nueva historia”. La situación no era la misma en 1954, y hay que leer El tiempo de lahistoria con los ojos de entonces. Definir la historia como una ”ciencia de las estructuras” y

no como ”el conocimiento objetivo de los hechos”; caracterizar su proyecto como el de unahistoria total que organiza el conjunto de los datos históricos, los fenómenos económicos ysociales tanto como los hechos políticos o militares; afirmar que el historiador tiene que”psicoa—  nalizar” los documentos para encontrar las ”estructuras mentales” propias de

cada sensibilidad; afirmar que no hay historia más que en la comparación entre estructurastotales y cerradas, recí procamente irreductibles”, es enunciar un conjunto de proposiciones

que en 1954 de ninguna manera eran opinión recibida. El solo léxico: ”psicoanálisishistórico”. ”historia estructural”, ”estructuras mentales”

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18 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

 bastaba para hacer gruñir a los amigos y familiares de Aries y los partidarios de la historia bainvilliana. Bastaba también para inquietar a la universidad, reacia todavía a aceptar plenamente, pese al respeto que profesaba a la obra de Marc Bloch, una manera de pensar y

de hacer la historia muy alejada de los credos tradicionales, tales como los expresaba, porejemplo, la Introducción a la historia de Halphen. Por todo esto, El tiempo de la historia essin duda el primer libro escrito por un historiador no perteneciente a ”la escuela” en el que

se manifiesta una comprensión tan aguda de la ruptura que representaron los Annales, laobra de Bloch y la de Febvre, y esto significa no sólo reconocer la calidad de los librosestudiados sino también advertir que después de ellos la historia no podía seguir siendocomo antes. Donde los historiadores pensaban en términos de continuidad y repeticióntendrían que reconocer las desviaciones y las discontinuidades; donde no identificaban másque hechos encadenados unos con otros por relaciones de causalidad les sería necesarioreconocer las estructuras; donde no encontraban más que ideas claras e intencionesexplícitas tendrían que descifrar determinaciones no conscientes de las conductasespontáneas. Dos razones, sin duda, explican la adhesión, entusiasta e inteligente, dePhilippe Ariés a la concepción de la historia tal como la defendían los Annales. En primerlugar, mediante una concepción como ésta podía reanudarse el vínculo perdido entre lainvestigación erudita y el público lector de historia. La historia de Bloch y de Febvre, unahistoria de las diferencias, una historia de las culturas, podía aportar al hombre del siglo XXaquello que le faltaba: la simultánea comprensión de la originalidad radical de su tiempo yde las supervivencias aún presentes en una sociedad que es la suya. De esta manera, lassociedades y las mentalidades antiguas pueden ser aprehendidas en su singularidad, sin proyección anacrónica de maneras de pensar y de obrar que son las de nuestro tiempo; deesta manera, también, la historia puede ayudar a cada uno a comprender por qué el presentees lo que es. Philippe Ariés permanecerá fiel a esta doble idea, enraizando siempre la LAAMISTAD DE LA HISTORIA 19

 búsqueda de la diferencia histórica en una interrogación sobre la sociedad contemporánea,sus concepciones de la familia o sus actitudes ante la muerte. Pero, en la historia de los Annales, encontró algo más: quizás una manera de conciliar sus fidelidades familiares y políticas con sus intereses científicos. En efecto, en el nuevo léxico de la historia de lasestructuras discontinuas podían retornar las historias particulares de las comunidadeselementales (no las clases ni los Estados) que sobreviven todavía en el seno de la”estandarización tecnocrática” y de la ”gran Historia total y masiva”. De aquí procede lareivindicación de esta alianza sorprendente entre la más reciente de las historias eruditas,surgida de la universidad republicana y progresista, y una de las tradiciones de la  Action Française, no la del realismo jacobino sino la tradición provincial de las sociabilidadeslocales, de las comunidades de sangre o de terruño, de los grupos exteriores al Estado.Alianza a primera vista paradójica, pero explicitada en la respuesta al periodista de  Aspectsde la France: ”A su juicio, el verdadero historiador, que ser ía al mismo tiempo elverdadero maurrassiano, tendría que dedicarse a hacer la historia del país real, con suscomunidades, sus familias... — Exactamente. La historia es, para mí, el sentimiento de unatradición que vive. Michelet, a pesar de sus errores, y Fustel, tan perspicaz, lo habíansentido fuertemente. Hoy día esta historia es más necesaria aun. Marc Bloch ha dado elejemplo, y Gaxotte, en su Historia de los franceses, lo saludó como un iniciador [...I. Como

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muchas tradiciones han desaparecido, sobre todo después de la fractura de1880 de la que hablaba Péguy, esta historia permite tomar plena conciencia de lo que otrorafue vivido espontánea y sobre todo inconscientemente”. ”La historia vista desde abajo”,enteramente ocupada en el estudio de las mentalidades específicas y de las determinacionesinconscientes, unía de esta manera el compromiso, político, pero más aun existencial, con

las singularidades perpetuas, con las diferencias mantenidas. ¿Qué eco tuvo semejantetentativa? En Un historiador 

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20 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de fin de semana, Aries, hablando de la Historia de las poblaciones francesas y de Eltiempo de la historia, señala: ”Estos dos libros tuvieron un éxito de crítica más bienclandestino”.9 La revisión de las noticias de prensa lleva a matizar un poco este

recuerdo.10 Es verdad que ni los grandes diarios ni las revistas históricas reseñaron el libro.Los Annales, en particular, permanecieron mudos sobre un libro que, sin embargo, hacíacomprender, lúcidamente, el proyecto mismo de la revista. En cambio, fueron veinte los periódicos que mencionaron, analizaron o criticaron El tiempo de la historia. De una reseñaa la otra, el libro fue comprendido de maneras distintas: como el relato de un itinerariointelectual (”Esta presencia de la personalidad del autor que nos hace partícipes de susdebates de conciencia no deja de impartir a esta obra un carácter particularmente atractivo”,

 Action Populaire, septiembre-octubre de 1955); como una reflexión sobre el presente, loque hace que sea citada con frecuencia la última frase de la obr a: ”A una civilización queelimina las diferencias, la Historia tiene que devolverle el sentido perdido de las peculiaridades” o como una investigación sobre las diferentes concepciones de la historiaque se han sucedido a lo largo del tiempo. Según los textos, Philippe Ariés parece mejor o peor conocido, ya que, si algunos reseñadores saben bien quién es y qué ha escrito(Frédéric Mauro en el Bulletin de l’Universit é de Tou louse lo califica de ”historiador

demográfico”, y la cr ónica de Oran Républicain señala, además de los títulos de sus doslibros precedentes, que es el director de la colección ”Culturas de Ayer y de Hoy” yencargado de la crónica de historia de la revista La Table Ronde), otros lo creen historiadorde oficio: ”historiador profesional”, para Dimanche-Matin; ”dedicado a la enseñanza”, para La Flandre Libérale. Hay que añadir que el libro recibió uno de los premios concedidos en1954 por la Academia de Ciencias

9 lbíd., pág. 118.10 Agradecemos a Marie-Rose Ariés por habernos facilitado una carpeta de documentosque incluye recortes de periódicos y cartas de agradecimiento, reunidos por la esposa dePhilippe Aries, Primoroso. LA AMISTAD DE LA HISTORIA 21

Sociales, Morales y Políticas, el Premio Chaix d’Est-Ange, ”destinado a una obra dehistoria”, compartido con Roland Mounier, al que se distinguía por su tomo de la Historia general de las civilizaciones, de Presses Universitaires de France, consagrado a los siglosXVI y XVII. De todas las reseñas, las más interesantes son evidentemente las que ponen derelieve la originalidad del libro, es decir, la alianza entre una profesión tradicionalista y laadhesión en ideas y actos a una historia que no es la de la Universidad ni la de la familia política de Ariés. Como escribía el cronista de L’Independent, Romain Sauvat: ”Es ésta unaobra que está llamada a provocar cierto estruendo en el Landernau de los historiadores profesionales y que obligará a ciertos historiadores aficionados, entre los que nos contamos,a revisar sus ideas... Me inclino a pensar que sorprenderá y escandalizará a ciertos amigosdel autor...” Si el estruendo anunciado no se escuchó en la Universidad, en cambio lasorpresa de los amigos del autor fue bien real. Se ven sus huellas bajo la pluma delreseñador del Journal de l’Amateur d’Art, que firma P.C. y que es con seguridad Pierre duColombier, antiguo colaborador de Paroles Francaises y amigo de Ariés, a quien dirigeuna larga carta con motivo de El tiempo de la historia, en la que se encuentra, desarrollada,la misma crítica: ”Sobre la historia en general, sobre lo que se acostumbra llamar, mediante

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una fórmula que pasará pronto de moda, nuestro ’compromiso con la historia’ se

encontrarán en el libro esbozos muy brillantes y especiales sobre los cuales declarofrancamente no estar de acuerdo. Percibo en ellos los estragos que está causando en todaslas disciplinas una determinada filosofía. Confieso no comprender ni qué es la historia”existencial” ni por qué estamos más ”comprometidos” con la historia de lo que estuvieron

las generaciones que nos han precedido”. En Robert Kemp, que escribe en Les Nouvelles Litteraires, el desconcierto se expresa de una manera menos indirecta, donde se transluce laironía: ”Habiendo partido de las doctrinas de Action Francaise y habiéndose apartadorespetuosamente de ellas, señala el papel del Jacques Bainville y de sus tres grandes obras,especialmente la Historia de

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22 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

 Francia, en esta metamorfosis. Ahora lo encontramos convertido en discípulo de MarcBloch y Lucien Febvre. La vieja escuela se ha encarnizado con Bainville. Adivinaba que es peligroso. Es verdad que la nueva escuela se manifiesta frecuentemente mediante obras de

divulgación”. En el Bulletin de Paris, al término de un largo artículo titulado: ”¿Puedenuestra é poca satisfacerse con una historia existencial?”, el reseñador Michel Montelresume: ”La historia que estudia esta diversidad cambiante, la historia ’existencial’, se

ajusta ciertamente a las curiosidades y necesidades de nuestra época. No creo que agote enlas personas honestas el gusto por las perspectivas amplias donde la razón se complace endescubrir la relación de efectos y causas. Tal vez convendría aliar la enseñanza de MarcBloch con el ejemplo de Bainville. ¿Pero no se ha hecho ya? Véase la admirable  Histoiredes Francais de Pierre Gaxotte”. Gaxotte es citado una sola vez en El tiempo de la historia.Mediante el rechazo explícito o mediante la negación de las diferencias, los autoresideológicamente más cercanos a Ariés expresan su malestar ante una manera de pensar queno comprenden bien. En Aspects de la France, febrero de 1955, Pierre Debray vuelveextensamente sobre el libro. La crítica aparece ahora sin ambigüedad: ”Ariés habla concierto resentimiento de ’la historia a lo Bainville’, lo que se explica por el dolorosoconflicto que tuvo que soportar entre una tradición familiar monárquica y la tradiciónuniversitaria. ¿Cómo no comprende que Bainville no ha querido hacer otra cosa queaprehender, a través de la continuidad política de Francia, su particularidad nacional?” Y elreseñador realista comenta: ”La historia existencial no puede prestar ningún servicio si nose reconocen sus límites, por otra parte bastante estrechos”. Para hacerlo, el razonamientode Pierre Debray emprende varios caminos: por una parte, se hace cargo de las críticasdirigidas por Maurras a Lucien Febvre en Del conocimiento histórico; por la otra, y demanera menos esperable, contrapone a Marrou ”su amigo Marc Bloch, ese Marc Bloch dequien tuve el honor de seguir las últimas lecciones. ¿Puedo confesar que la relectura LAAMISTAD DE LA HISTORIA 23

de la extensa tesis sobre ”los reyes taumaturgos” de este historiador judío, republicano, buen demócrata, me permitió dar el paso decisivo hacia la monarquía?” De allí pasa a unalectura de Bloch que de ninguna manera coincide con la de Ariés: ”Tan fuerte es el imperio

de los prejuicios sobre los espíritus, por rigurosos que sean, que Marc Bloch se imaginabaestar situado en las antípodas de Maurras. Y sin embargo, practicaba el empirismoorganizador sin saberlo, como el burgués gentilhombre practicaba la prosa”. Este Blochmaurrassiano, historiador de las continuidades nacionales (Pierre Debray consideraadmirable su Caracteres originales de la historia rural en Francia  — en realidad, de lahistoria rural francesa —  no es evidentemente el de El tiempo de la historia, que es unhistoriador de las diferencias estructurales, y detrás de la referencia compartida puedeleerse la originalidad mal admitida de las ideas de Ari é s . Lo que llama la atención, detodas maneras, es esta presencia respetada de Marc Bloch, leído de maneras distintas enambientes que podrían parecer alejados al máximo de los Annales por la cultura y lasopiniones. El papel de la revista es ciertamente reconocido por los amigos más cercanos deAriés, quienes comparten globalmente su proyecto, pero a veces con cierta irritación. Estose ve en el artículo que Raoul Girardet presenta a La Table Ronde (de la que Ariés eraentonces colaborador regular) en febrero de 1955. Si bien se muestra de acuerdofundamentalmente con una manera de considerar la historia que aspira a unir ”sentido de la

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diversidad” y ”sentido de la herencia”, ”lucidez y fidelidad”, agrega sin embargo: ”Philippe

Ariés corre el riesgo de falsear el cuadro del pensamiento histórico contemporáneo alinsistir de manera demasiado exclusiva en el papel de la revista Annales y del grupo dehistoriadores que ella congrega. De que son emprendedores, no cabe duda; de que seaninnovadores, no estamos tan seguros. Sería más justo, sin duda, mostrar en la acción del

grupo de Annales uno de los aspectos, que con frecuencia es el más brillante, y a vecestambién el más cuestionable, de la obra de toda una generación”. La reticencia frente a uncelo demasiado in-

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condicional respecto de Annales, que refuerza la tendencia de la escuela o del ”grupo” a presentarse como único defensor de la innovación, viene aquí a atenuar el compromisocomún para con la redefinición del trabajo mismo de producción histórica. ¿Qué sucedía

entonces en la Universidad y cómo fue recibido el libro? A falta de reseñas en las revistashistóricas ”profesionales”, las cartas dirigidas a Philippe Ariés por algunos profesores de laépoca pueden dar testimonio. Hay tres que retienen la atención de una manera especial. Lastres son elogiosas, pero en ellas se traslucen sin embargo ciertas reticencias respecto dealgunas formulaciones. Para Philippe Renouard, profesor de historia medieval en laUniversidad de Burdeos, el acento recae sobre el papel del individuo, que una historia delas estructuras corre el riesgo de anular: ”La historiograf ía cambia, como cualquier cosa, pero si nosotros podemos hacer algo distinto — que yo, como usted, juzgo preferible — , es porque nuestros predecesores hicieron lo que hicieron. Considero simplemente que lahistoria no es total sino cuando conserva, junto con el estudio de las corrientes de pensamiento, de las estructuras mentales, de los grupos sociales, de la coyuntura y de lasenfermedades, el lugar que corresponde a los individuos que estuvieron en condiciones deorientar los acontecimientos. Usted no toma claramente posición respecto de este punto” (carta del 18 de abril de 1954). Charles-Henri Pouthas, profesor de la Sorbona, lamenta porsu parte que el libro haya sido demasiado discreto en dos puntos: ”Yo hubiera otorgado másespacio y hubiera hecho más justicia al movimiento de trabajo erudito que ha acompañadosiempre, a partir del siglo XVI, pero modesta y oscuramente, la obra literaria y superficialque ocupaba el escenario; yo hubiera insistido mucho más en el valor eminente y dedocencia del oficio que representó mi viejo Guizot” (28 de marzo de 1954), cosa queequivale a manifestar, a través de esta doble referencia a la erudición y a Guizot, unadesconfianza inspirada por las corrientes nuevas. En una carta muy hermosa, en tono deconfidencia, Victor-Lucien Tapié, profesor también de la Sorbona, proclama su deuda paraLA AMISTAD DE LA HISTORIA 25

con los fundadores de Annales y su acuerdo fundamental con el proyecto propuesto,siguiendo las huellas de aquéllos, por Ariés. Pero, como en Pouthas, el énfasis puesto sobrela erudición necesaria y la recordación de las exigencias de la enseñanza superior, que esdiferente de la que se daba en la institución propia del ”grupo” de Annales, es decir, la VISección de la Escuela Práctica de Altos Estudios fundada en1947, pueden entenderse también como la expresión discreta de un recelo ante los empleosapresurados del programa de la historia total y estructural. Cartas y artículos indican, pues,con claridad, la posición nada sólida en que se encontró Philippe Ariés desde los comienzosde su carrera de historiador. Adepto demasiado fogoso de los Bloch y los Febvre, a juiciode los maestros de la Universidad; demasiado independiente de la historia bainvilliana, a juicio de su medio de pertenencia, partidario de Action Française demasiado amateur, sinduda, para los historiadores de Annales, se encontraba de hecho demasiado cercaintelectualmente de quienes lo ignoraban y fiel a los que no comprendían muy bien sudefinición de la historia. Los equívocos creados por estas pertenencias múltiples peroimposibles de superponer no se disiparon fácilmente, haciendo de Philippe Ariés un autoraparte, mal recibido durante mucho tiempo en la Unviersidad; pasado en silencio por Annales hasta la reseña, sólo en 1964, de El niño y la vida familiar” (si se exceptúa lacrítica hecha por André Armengaud de un capítulo de la Historia de las poblaciones

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 francesas12); sospechoso a los ojos de los conservadores, que se sentían inquietos por ladistancia que tomaba frente a un orden establecido fundado sobre la familia restringida, elEstado omnipotente y la sociedad de consumo. A partir de El tiempo de la historia se perciben estos equívocos y estos rechazos, de los que Aries se burlará con frecuencia... yque algunas veces le causarán dolor.

11 J.-L. F1andrin, «Enfance et sociéte», Annales ESC, 1964, págs. 322-329.12 A. Armengaud, ”Les débuts de la dé population dans les campagnes toulousaines”,

 Annales ESC, 1951, págs. 172-178.

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Es necesario, por consiguiente, leer el libro de Ariés situándolo en su época, marcadatodavía por la guerra, que no había quedado demasiado lejos, fértil en imprevistos, entomas de posición paradojales. Pero es necesario leerlo también en relación con la historia

tal como se la hace actualmente. En efecto, en los dos capítulos centrales, dedicados a lasactitudes ante la historia durante la Edad Media, Ariés aparece como uno de los primeros endiseñar qué podía ser la historia de la Historia. Con posterioridad a estos ensayos,redactados en 1950 y en 1951, la disciplina ha tomado vuelo, como lo demuestran lamultiplicación de los títulos generales (sin tomar, por tanto, en cuenta las noticias dedicadasa tal o cual autor) publicados bajo el rubro ”Historiograf ía” en la Bibliographie Annuelle del’Histoire de France (8 en 1953-1954, frente a 53 en 1982 y 47 en1983), la publicación de bibliografías especiales dedicadas a este campo de la historia13  ytambién la existencia de una Comisión Internacional de Historiografía, que agrupa a loshistoriadores especializados en este género. Por lo tanto es posible abordar la comparación(que a veces resulta cruel para los pioneros) entre lo que escribía Ariés hace más de treintaarios y lo que nos han enseñado posteriormente las investigaciones acumuladas sobrehistoria de la Historia. En la Edad Media Philippe Ariés recorta tres datos esenciales: la preservación por la Iglesia del sistema de medición del tiempo, necesario para fijar la fechamóvil de las Pascuas y para sincronizar todas las cronologías particulares con la dada por laBiblia; la repartición permanente, hasta el siglo XIII, entre la historia, íntegramentemonástica y eclesiástica, y la epopeya, que convierte en relato las tradiciones señoriales yreales; y por último la fijación de una historia a la vez dinástica y nacional, que se hacevisible en la estatuaria y los vitraux de Reims, las estatuas yacentes de Saint Denis y Las grandes crónicas de Francia, que son a la vez ”romance de los reyes” y ”primera 

13 Por ejemplo, Historiography: a Bibliography, compilada por Lester D. Stephens,Metuchen (N. 1.), The Scarecrow Press Inc., 1975. LA AMISTAD DE LA HISTORIA27

historia de Francia”. Ahora bien estos rasgos son precisamente los que los historiadores de la Edad Media identifican actualmente como esenciales, en particular Bernard Guenée. Enlas abadías la preocupación litúrgica es, en efecto, primordial para fundar la preocupacióncronológica que da su forma y significación a las crónicas monásticas: ”Dur ante siglos, laciencia del cómputo y la preocupación por el tiempo habían marcado profundamente lacultura monástica”.14 Inversamente, en las cortes laicas la historia es competencia de

 juglares y ministriles, redactada en lengua vulgar, primero en verso y luego en prosa,fundada sobre el material de las tradiciones orales y las canciones de gesta: ”De estamanera, por la índole de sus fuentes, por la cultura literaria de sus autores, por el gusto delos públicos a los que se dirigía, esta historia estaba irresistiblemente atraída hacia laepopeya. Respiraba su aire. Le interesaba poco la cronología. No tenía escrúpulo enmezclar verdad y poesía”.15 Esta oposición principal, que Philippe Ariés había percibidoclaramente, organiza el campo de la escritura de la historia, hasta que la génesis de losEstados modernos le confiere otras finalidades: la celebración de la continuidad dinástica yla exaltación de la dignidad nacional. De ahí resulta un nuevo papel para el historiador:”La historia deja de ser la sierva de la teología y del derecho, se convierte de maneraseñaladamente oficial en auxiliadora del poder. El historiador oficial no pensaba,

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ciertamente, renunciar a la verdad, pero se sabía y se quería ante todo servidor del Estado”;

de ahí surge una nueva función de la historia, que cimenta el sentimiento de pertenencia auna nación identificada por su pasado.16 Pasando al siglo XVII, Philippe Ariés construía sudes-

14 B. Guenée, Histoire et Culture historique dans l’Occident znédiéval, París,Aubier/Montaigne, 1980, pág. 52. Este libro, cuya bibliografía contiene 829 títulos, es Famejor sintesis de la historia de la Edad Media (véase también Le Métzer d’historien au

 Moyen Age. Études sur l’historiographie médiévale, bajo la dirección de B. Guenee, París,Publications dé la Sorbonne, 1977).15 Mei, pág. 63.16 lbíd., pág. 345 y pág. 323.

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cripción de la historia en la época clásica sobre una oposición tajante; de una parte, ungénero bien fijado, la Historia de Francia, dominio de los compiladores y continuadores queno hace más que proponer de título en título variaciones de una trama dada de una vez para

siempre, y, de la otra, la erudición apoyada en la investigación, la colección, la publicaciónde documentos manuscritos o iconográficos. El contraste, por consiguiente, es neto entreuna historia-relato que ignora por completo la crítica histórica y en la cual las diferencias deun autor a otro remiten no a los progresos del saber sino a las ideas y a la sensibilidad de suépoca, y una erudición histórica, nacida de la curiosidad de los coleccionistas, soportada por los ambientes de la ”burguesía oficial”, coronada por la obra cplectiva de los

 benedictinos de San Mauro. En este ensaya sobre el siglo XVII Ariés abría un conjunto de pistas inéditas: comparando los relatos del mismo episodio (la historia de Childerico y la deJuana de Arco) en las distintas Historias de Francia publicadas entre el siglo XVI y elcomienzo del XIX; indagando el tratamiento de la función de la historia en un género queno es histórico, la novela; asignando una importancia primordial a los documentosiconográficos, los de las galerías de retratos y los de los gabinetes de historia, primeramente para la preservación de la curiosidad histórica ”como si la historia expulsada de la literaturase refugiara en la iconografía y, desdeñada por los escritores, se refugiara entre loscoleccionistas”, luego en la constitución de la erudición en sí misma, fundada sobre la búsqueda y la colección de monumentos antiguos. Por primera vez sin duda en esta escala,Ariés descubría la imagen y su importancia para el historiador, descubrimiento que sellaba para siempre el trabajo solidario con Primerose, su esposa, que había hecho estudios de artey le había enseñado a mirar. En Un historiador de fin de semana recuerda la génesis de unode los desarrollos más nuevos del ensayo sobre la historia en el siglo XVII: ”En uno de

nuestros paseos en bicicleta a orillas del Loira visitamos, en el castillo de Beauregard, unagalería de retratos que me llamó la atención. Me vino la idea de que había allí una forma derepresentación del tiempo, LA AMISTAD DE LA HISTORIA 29

comparable a la de los cronistas, pero más completa y más familiar. Era ésa la primera vezque un documento de arte me proporcionaba un tema original para la reflexión. Pasé luegode las galerías de retratos a los coleccionistas de imágenes del siglo XVII, lo que nos llevóa mi mujer y a mí al Gabinete de Estampas de la Biblioteca Nacional para estudiar allí lascolecciones de Gaignéres [.... Se nos hizo un hábito. Pronto instalaríamos nuestros cuartelesen el Gabinete de las Estampas, de donde extrajimos una parte de la documentación de mi próximo libro, El niño y la vida familiar bajo el Antiguo Ré gimen”.17  

Si se lo relee a la luz de los trabajos de estos últimos quince arios, el diagnóstico de Ariéssobre la historia en el siglo XVII parece aún compartible, quizás con algunas restriccionesde matiz. La primera se refiere a la evaluación que allí se hace acerca de los ambientes detoga en lo concerniente al desarrollo de una curiosidad propiamente histórica, atenta a la búsqueda e interpretación de los documentos. Los libros de George Huppert y DonaldKelley permiten actualmente apreciar mejor la importancia de esta historia escrita por loslegistas. Su apogeo no se sitúa a comienzos del siglo XVII, sino antes, en el último terciodel siglo XVI, entre 1560, fecha de la publicación de las Recherches de la France, deÉtienne Pasquier, y 1599, cuando se publica Idée de l’histoire accomplie, de La Popeliniére, ó 1604, fecha de su Histoire des Histoires. En estos autores, como en otros no citados

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 por Ariés (Jean Bodin, Louis Le Roy, Nicolas Vignier) surge una nueva práctica de lahistoria merced al encuentro inédito entre tres elementos: una exigencia erudita deanticuarios, apoyada en la colección de los archivos y el saber filológico; el vínculoestrecho establecido entre el derecho y la historia, entendidos ambos dentro de la perspectiva de un historicismo fundamental; el proyecto, por último, de una historia

”nueva”, ”perfecta”, ”cumplida”, que en cada pueblo tomado en consideración apunta a lacomprensión racional del17 P. Ariés, Un historien du dirnanche, op. cit., págs. 121-123

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conjunto de las actividades humanas (lo que La Popeliniére llamaba ”la representación deltodo”).18 La erudición de los juristas de la primera parte del siglo XVII no es, porconsiguiente, dentro de esta perspectiva, el punto de partida de una renovación del saber

histórico, sino, por el contrario, la huella de una alianza finiquitada, que había ligadodurante un tiempo los rigores del método crítico con el diseño de una historia universalcapaz de explicar las sociedades en su integridad y en su devenir. Es verdad que Duchesne,los Godefroy, Peiresc, luego Du Cange o los benedictinos de San Mauro recogen latradición erudita, pero ésta se consagrará a partir de entonces a la publicación de textos, lasconexiones monumentales, los glosarios de lenguas, sin elaborar la historia misma, quequeda abandonada a los compiladores y literatos. El contraste reconocido por Ariés entre lahistoria-relato y la erudición histórica existe, por ende, ya en el siglo XVII, pero tiene queser comprendido como el resultado de una disociación que separó los elementos reunidosen el último tercio del siglo XVI por los historiadores formados en los colegios municipalesy las facultades de derecho renovadas, abogados todos ellos o funcionarios, legistas todos preocupados por abarcar en una misma perspectiva la historia de la humanidad y la de lanación. Una segunda restricción de matiz a propósito de Philippe Ariés resulta dereconsiderar la oposición misma entre erudición e historia de Francia, tal como aparece enla época clásica. En efecto, resulta claro, en primer lugar, que los autores de las historiasgenerales de Francia no ignoran los trabajos de los eruditos, que citan y utilizan, beneficiándose así de las colecciones de textos antiguos y medie-

18 G. Huppert, The Idea of Perfect History. Historical Eruditíon and Historical Phaosophy in Renaíssance France, The University of Illinois Press, 1970 (trad. fr.: L’Id éede l’histoire parfaite, París, Flammarion,1973); D.R. Kelley, Foundations of Modern Flistorical Scholarship. Language, Law and HIstory in the French Renaissance, Nueva York y Londres, Columbia University Press,1970; R. Chartier, ”Comment on écrivait l’histoire au temps des guerres de Religion”,

 Annales ESC, 1974, págs. 883-887. LA AMISTAD DE LA HISTORIA 31

vales, las crónicas y memorias antiguas, las investigaciones de los anticuarios eruditos,desde Étienne Pasquier hasta Théodore Godefroy. Después de 1650, el repertorio dereferencias se abre a títulos nuevos; las colecciones nuevas de documentos de losDuchesne, Dom d’Achery, Baluze, los estudios de los libertinos eruditos de la primera

mitad del siglo (Pierre Dupuy, Gabriel Naudé, Pierre Petau), los trabajos de los benedictinos de San Mauro, a cuya cabeza aparece Mabillon.19 Por otra parte, el proyectode algunos de los historiadores que en el siglo XVII redactan una historia de Francia no estátan alejado de la intención de los partidarios de la historia ”nueva” del siglo anterior.

Mézeray, por ejemplo, consagra una parte de cada uno de sus capítulos a las costumbres yusos de los pueblos y de lasépocas de que trata.20 Aun después de organizada por reinos,aun guiada en su integridad por el destino de la monarquía, la historia general no agota lascuriosidades de anticuarios y eruditos. Y hay que recordar que ese mismo Mézeray, deninguna manera ajeno a las discusiones eruditas cobijadas en la biblioteca de los hermanosDupuy, redactó un Diccionario histórico, geográfico, etimológico, particularmente para lahistoria de Francia y para la lengua francei sa, que se mantuvo en estado de

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manuscrito mientras él vivió. No conviene, pues, indudablemente acentuar demasiado laescisión entre las dos formas de historia identificadas por Philippe Ariés, ya que son menosajenas la una respecto de la otra que lo que suele pensarse, en la medida en que la másliteraria no ignora a la más erudita. El comprender por qué la distancia que de todasmaneras las separa parece tan grande lleva a subrayar un elemento

19 M. Tyvaert, ”Érudition et synthése: les sources utilisées par les histoires genérales de laFrance au XVII siécle”, Revue française d’histoire du livre, 8, 1974, págs. 249-266. Esteartículo, lo mismo que el titulado ”L’image du roi: legitimité et moralités royales dans leshistoires de France au XVII siécle”, Revue d’histoire moderne et contemporaine, 1974, págs. 521-547, fue extraído de la tesis de 3er ciclo de M. Tyvaert, Recherches sur leshistoires générales de la France au XVII siecle (Domaile français), Université Paris-1,1973.20 Sobre Mézeray, A. Viala, Igaissance de l’ écrivaín. Sociologie de la littérature á l’ ágeclassique, París, Ed. de Minuit, 1985, págs. 205-212.

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demasiado discretamente abordado por el texto de Ariés, a saber, el enrolamiento de lahistoria al servicio de la gloria monárquica y de la exaltación del príncipe. Su preocupación por liberar del peso del Estado y de la primacía de la política la historia que él quería

escribir lo conduce a aminorar los efectos del patrocinio real y de la dirección de las letrassobre la historia que se produjo en el siglo XVII. La división entre eruditos e historiógrafosno reside, en efecto, solamente en una diferencia de estilo y de método, sino que remite ados funciones claramente reconocidas por la monarquía: mientras que los primeros, aun beneficiándose de las gratificaciones reales, permanecen ajenos a la empresa de celebrar alrey y a la monarquía, los segundos, dotados o no de cargos de historiógrafos del rey o dehistoriógrafos de Francia, participan muy activamente en la modelación de la gloria delsoberano reinante escribiendo la historia del reino de sus predecesores o la narración de su propia historia.21 De ahí se sigue necesariamente la posición central ocupada por el rey,que es finalmente el objeto único del discurso, un discurso que siempre debe persuadir alespectador de la grandeza del príncipe y de la omnipotencia de los soberanos. ”La historiade un reino o de una nación tiene por objeto el Príncipe y el Estado; allí está como el centroa lo que todo parece referirse”: esta afirmación del padre Daniel, que presenta en el prefaciode su Historia de Francia, publicada en 1713, hace eco a la observación de Pellisson,anterior en cuarenta arios; ”Hay que alabar al rey en todas partes, pero, por así decirlo, sinalabanzas.”22 A su manera, todas las historias de Francia escritas en el siglo XVIIresponden a este programa (hayan sido o no encargadas directamente o patrocinadas por elEstado), y con ello se adecuan a las exigencias del poder soberano.

21 0. Ranum, Artisans of Glory, op. cit.22 El proyecto de historia dg Luis XIV de Pellisson es analizado en L. rin, Le Portrait duroi, París, Ed. de Minuit, 1981, págs. 49-107, «Le récit du roi ou comment écrirel’histoire». LA AMISTAD DE LA HISTORIA 33

La amistad de la historia. Philippe Ariés dice en alguna parte en El tiempo de la historiaque, negándose a esta amistad, las sociedades conservadoras del siglo XX se encerraron ensus valores propios, negaron las tradiciones distintas y finalmente se desecaron por nohaber captado la diversidad del mundo que era el suyo. Por haber sido curioso de lasdiferencias, preocupado por comprender lo que estaba fuera de su cultura, la de su tiempo ola de su ambiente social, Ariés pudo escapar a este vano repliegue sobre las certidumbresagotadas. Aquí está sin duda la lección más fuerte de este libro, que dice que no existeidentidad sin confrontación, tradición viviente sin encuentro con el día de hoy, comprensióndel presente sin comprensión de las discontinuidades de la historia. Toda la obra y la vidade Philippe Ariés estuvieron dominadas por este puñado de ideas, formuladas en una pequeña compilación publicada en Mónaco en 1954, afirmadas por un hombre cuya granamistad era la historia.

Roger Chartier 

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36 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de los amigos. Nunca tuve, antes de la guerra, el sentimiento de la vida pública como deuna especie de prolongación de mi vida privada, que la dominaba y la absorbía. Se decíaque todo andaba mal, pero en ningún momento se hablaba en familia de las dificultades

concretas, de la incidencia palpable sobre nuestra vida cotidiana que pudiera tener unalegislación, una decisión del Soberano. Esto dejó de ser así después de la guerra. Elaprovisionamiento, la inflación, las nacionalizaciones (y cito estos ejemplos solamentecomo ayudamemoria) invadieron la vida cotidiana. Mi hermano habla de sueldos, deempleos en una época en que mis amigos y yo, dentro del oasis, ignorábamos lascuestiones de dinero. Uno de mis hermanos se preparaba para Saint-Cyr. Yo me presentabaa la agregatura en historia. Ni él ni yo habíamos tenido jamás la curiosidad de conocer elstieldo de un oficial del ejército o de un profesor. Y si pudimos permanecer tanto tiempo enél no fue en primer lugar por la situación económica de nuestros padres, sino por el prismaa través del cual mirábamos lo externo, lo colectivo. Las agitaciones de la Historia nosllegaban a través del periódico amigo, a través de los comentarios de amigos que, por másenzarzados que estuvieran en la vida pública, pertenecían al mismo oasis. Esto explica porqué no nací en la Historia, pero reflexionando sobre ello, comprendo la seducción delmaterialismo sobre aquellos de mi generación que no fueron preservados de la inmersión prematura en el mundo de lo social, de lo colectivo. No tuvieron un mediador amistosoentre ellos y el dinero, el desempleo, la competencia, la áspera búsqueda de relaciones, deinfluencias. Para ellos no existió el oasis. Porque había un oasis, yo vivía fuera de laHistoria. Pero también, precisamente por ese oasis, la Historia no me era extraña. Meacompañó desde mis primeros recuerdos de infancia, como la forma que adoptaba en mifamilia y mis relaciones cercanas la preocupación política. ¿Pero se trataba verdaderamentede la Historia? No era la Historia desnuda y hostil que invade y arrastra, la Historia en lacual uno es, fuera del frágil coto de las tradiciones familiaUN NIÑO DESCUBRE LAHISTORIA 37

res. No era la Historia, hay que reconocerlo, sino una transposición poética de la Historia,un mito de la Historia. En todo caso, era una intimidad permanente con la presencia del pasado. ¿Una presencia del pasado que es distinta de la Historia? Podríamos admirarnos siolvidáramos que la Historia está ligada previamente a la conciencia del presente.¿Romanticismo, entonces? ¿Imaginación de los fastos pintorescos y cosquilleantes de lasedades pretéritas? Algo, sin duda, pero tan poco que apenas hace falta hablar de ello. Algomuy valioso, muy amenazado también, y con justicia: amenazado hoy día por la Historia.

Mi familia, como dije, era realista. Realistas enrolados sin reservas en  Action Française,fanáticamente, pero muy nutridos por una imaginería anterior a la construcción doctrinariade Maurras. En conjunto, se trataba de un tejido de anécdotas, con frecuencia legendarias,sobre los reyes, los pretendientes, los santos de la familia real. San Luis y Luis XVI, losmártires de la Revolución. Cuando era muy pequeño me llevaron, en uno de esos paseosdominicales que los niños detestan, a los Carmelitas donde perecieron las víctimas deSeptiembre, a la Capilla Expiatoria del Bulevar Haussman, construida durante laRestauración en memoria de Luis XVI, María Antonieta y los Suizos del 10 de Agosto. Encasa de mis tíos, en el Médoc, me mostraban cada año, durante las vacaciones, imágenesherméticas, heredadas del período revolucionario, donde, como si se tratara de una

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adivinanza, aparecían los rasgos del Rey, de la Reina, Madame Elizabeth, dibujados por elfollaje de un sauce llorón. Cada ario se volvía a justificar, bajo el retrato de un sacerdotevíctima de los ahogamientos de Nantes, las palinodias del antepasado que, alcalde deBurdeos bajo Napoleón, había recibido al Conde de Artois: en lugar del burguésconservador y oportunista se colocaba la imagen ideal de un realista fiel y astuto. Una de

mis tías me explicaba de qué manera mi tatarabuelo, general de la la República, había probado victoriosamente que,

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 bajo el uniforme del revolucionario, su corazón había seguido siendo realista. Toda mifamilia tenía avidez por las memorias, sobre todo las memorias del siglo XVIII y de laRevolución, de la Restauración. Me leían pasajes que unas veces eran testimonios

conmovedores de fidelidad; otras, encomios enternecedores de la felicidad que significóvivir en aquella época. Este sentimiento de la Edad de Oro, que fue el de los sobrevivientesde la Revolución, era el de mis padres. Llegaba hasta explicar el bidé, descubierto en elgranero, que demostraba sobreabundantemente que la higiene no era una invenciónmoderna, como lo sostenían los espíritus perversos. La frase de Talleyrand sobre la dulzurade vivir es una de las primeras frases históricas que aprendí. Se la debo a mi abuelo, que esedía había dejado la lectura de la Historia de los duques de Borgoña, del conde de Barante, para llevarme al parque. Fue él quien me contó el asesinato del duque de Guisa para ponerme en guardia contra las acusaciones que una historia republicana y mal intencionadahacía recaer sobre Enrique III. Es imposible imaginar hasta qué punto este pasado feliz yapacible estaba presente en la memoria de mis padres. En cierta medida, vivían en él. Todaslas discusiones políticas sobre la actualidad terminaban en una referencia al tiempo feliz delos reyes de Francia. Aunque habían sido bulangistas y antidreifusistas, su conservadorismosocial, semejante al de la burguesía católica de su época, tenía un matiz especial: lanostalgia por la vieja Francia.

Este repertorio de imágenes de los realistas, vigente todavía en 1925, parecerá ingenuo einfantil: efectivamente, era creación de las mujeres. Los hombres, en el fondo, habían sidofieles sobre todo a los intereses de su clase; su política seguía la evolución normal de la burguesía en el siglo XIX. Pero esta política, exenta de fanatismo por otra) parte, se deteníaen el dintel de la puerta de calle. La casa era el dominio de las mujeres. Y las mujeres nohabían dejado de ser realistas con pasión. Se solazaban en los recuerdos I UN NIÑODESCUBRE LA HISTORIA 39

tiernos del pasado, recogían las anécdotas, arreglaban según la propia conveniencia lasmigajas de historia que encontraban en las memorias, las tradiciones orales. Descartabantodo aquello que, en la vida de sus padres, parecía una ruptura con el pasado, y el pasadono sobrepasaba1789 sino mediante sus prolongaciones en la vida de los Pretendientes. En definitiva, lafidelidad de las mujeres había triunfado sobre el oportunismo de los hombres. Al iniciarsela política radical, las débiles convicciones de los hombres, casi exclusivamenteelectoralistas, se desvanecieron rápidamente, y bajo influencias que no tienen nada que vercon nuestro tema, pasaron a agruparse bajo la Bandera Blanca familiar. ¿Habrá sido porquetenían un espíritu más crítico? ¿Habrán atenuado la visión tipo ”cuento de nodriza” de la

tradición? Poco importa. Para una curiosidad de niño lo más importante seguía siendo elvalor de imagen. Y no estoy seguro de que no fuera el más real. Este mundo de las leyendasrealistas lo encontré casi al lado de mi cuna. Lo reconozco desde los recuerdos más alejadosde mi infancia. La idea de tiempo histórico, tan pronto como pude concebirla, quedóasociada con una nostalgia del pasado. Imagino que debió ser exasperante para mis pequeños camaradas de colegio esa preocupación constante por la referencia a un pasadonostálgico, en mis primeras discusiones políticas. Y éstas comenzaron muy pronto;dramatizadas, por otra parte, por el gran conflicto de conciencia que fue la condenación de

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 Action Française por el Vaticano, la Bula Unigenitus de mi infancia. Este pasatismo no sequedaba en el dominio ideal de la conversación y el soñar despierto. Se traducía en unesfuerzo por participar de la Edad de Oro. Cosa curiosa: este interés por lo que seacostumbraba llamar la Historia (en mi casa ”se amaba la Historia”) no se satisfacía conlecturas fáciles o pintorescas, necesariamente fragmentarias. Yo desconfiaba sobre todo de

lo fragmentario y de la facilidad. Durante mis vacaciones a la orilla del mar — yo teníaapenas catorce arios —  me paseaba por la playa con un viejo manual para el 6 9- año de laenseñanza secundaria, y me

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sentía muy orgulloso cuando una amiga de mi madre se asombraba de una lectura taningrata. En realidad, me esforzaba mucho por descifrar este conglomerado de datos y dehechos despojados de la más mínima parcela de interés. Dejemos de lado la vanidad

infantil. Yo sentía muy oscuramente que para encontrar nuevamente la presencia de ese pasado maravilloso, había que hacer un esfuerzo, vencer esa dificultad, en una palabra,superar una prueba. Era un sentimiento absolutamente no razonado, que hubiera sidoincapaz de expresar, y aun de concebir claramente; sin embargo, no creo haberlo imaginadoa posteriori. Lo encuentro intacto en un rincón de mi memoria. Explica por qué razón, sinsufrir el influjo de mis padres ni de mis profesores (en las clases inferiores de los colegiosreligiosos la enseñanza de la historia era inexistente), yo descuidaba las lecturas más fáciles(y más instructivas) para recurrir a manuales de apariencia seria. Intentaba volver aencontrar, en la aridez y el esfuerzo, aquella poesía de los viejos tiempos que manaba, sinesfuerzos, en el ambiente familiar. A decir verdad, me pregunto hoy día si esta búsquedaingenua de la probación no participaba de la experiencia religiosa, tal como estabaconfigurada por los métodos entonces clásicos de educación espiritual. Esta se fundabasobrelánoción de sacrificio. No tanto el sacrificio divino Cuanto el sacrificio personal, la privación necesaria: se llevaban anotaciones de los sacrificios ofrecidos como si se llevaranregistros de la temperatura. Existía, en mi conciencia infantil del pasado una analogíaconfusa, pero cierta, con el sentimiento religioso. Sin ninguna posibilidad de objetivarlo, yosuponía un lazo entre el dios del catecismo y el pasado de mis historias. Ambos pertenecíanal mismo orden de emoción, sin efusión sentimental, con una exigencia de aridez. Confieso por otra parte que, con la perspectiva que da el tiempo, mi emoción histórica en el contactocon esos manuales me parece de una cualidad más auténtica que mi devoción de entonces,enteramente mecánica. En ese momento, según creo, mi experiencia se distinguía delsentimiento pasa tista de mi familia; se transformaba, propiamente, en una actitud ante laHistoria. Mi familia, UN NIÑO DESCUBRE LA HISTORIA 41

las mujeres y, por contagio, los hombres, vivían en plena ingenuidad con una apertura haciael pasado. Poco les importaba que su visión de éste fuera fragmentaria. Es más; tenía queser fragmentaria, ya que para ellos el pasado era una cierta manera de ver bien definida, unanostalgia de un color bien preciso. Leían mucho, y casi exclusivamente relatos históricos.Sobre todo memorias, pero sin experimentar en absoluto la necesidad de colmar las lagunasde su conocimiento, de cubrir sin hiatos un lapso de tiempo. Sus lecturas nutrían elrepertorio de imágenes que habían heredado y que estimaban definitivo. La idea misma deun retoque o de una renovación les causaba espanto. Lo curioso es que no tenían concienciade sus lagunas. Menos por negligencia, por pereza de espíritu, que porque a sus ojos noexistían lagunas; podían faltar detalles, pero eran detalles sin importancia. Estaban persuadidos, con una persuasión ingenua, corno algo obvio, de que poseían la esencia del pasado, que en el fondo no había diferencia entre ellos y el pasado: el mundo que loscircundaba había cambiado con la República, pero ellos se habían quedado en aquél. Estaconciencia del propio tiempo, que experimentaron con una impresionante brutalidad lasgeneraciones de 1940, existía también para ellos, pero trastocada más de un siglo. Ellosestaban en el pasado corno nosotros estarnos en el presente, con el mismo sentimiento defamiliaridad global, en el cual importa poco el conocimiento de los detalles, puesto que secoincide con el todo. Yo no lograba contentarme con esta impregnación por el pasado

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vivido como presente. Sin darme cuenta, por otra parte, de esta descolocación. Ahora no laencuentro en mí con la misma frescura viviente. La descubro mediante el análisis, porqueéste me explica el móvil secreto que yo seguía cuando me hundía en los manuales. Contotal candidez, sentía que no podía vivir en el pasado con la misma ingenuidad que mis padres. ¿Exigencia personal? No lo creo. Para mi generación, a pesar de la maceración

impuesta por las tradiciones familiares, el pasado estaba ya muy lejos. Mi madre, mis tías

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habían sido educadas en conventos de la Asunción, y sobre todo del Sagrado Corazón,donde maestras y alumnas volvían resueltamente las espaldas al mundo. Ya no sucedía lomismo en el colegio parisino de los jesuitas donde yo comencé mis estudios. Había allí

demasiados ”republicanos”, demasiados problemas. Mis padres habían vivido en provincia,e incluso en las Antillas, a las que la ruptura de 1789 no había casi afectado. Yo vivía enParís, en la gran ciudad técnica, donde, por más cerrado que uno estuviera al mundomoderno, el pasado estaba menos presente, donde el hogar familiar estaba más aislado. Enlas provincias, en las islas, ese pasado constituía todavía un medio denso y complejo. Aquí,en París, era más bien un oasis en medio deunmundo extraño pero invasor. Lo que a mis padres les había sido dado sin ninguna actividad de su parte, yo tenía que adquirirlo. Yotenía que conquistar ese Edén perdido, y para ello tenía que recuperar la gracia mediante la probación. Y además — quisiera insistir sobre este punto —  mi exploración difícil de un pasado deseado pero lejano, no podía quedar satisfecha con los fragmentos de historia, porricos que fueran, que bastaban a mi familia. Las memorias, lectura favorita de mi familia,me tentaban y rechazaban al mismo tiempo. Me tentaban, porque encontraba en ellas elencanto del Antiguo Régimen, la nostalgia que excitaba mi deseo de saber. Me rechazaban, porque el conocimiento que yo extraía de ellas me volvía más sensible a las zonas periféricas de sombra: hacían resaltar mi ignorancia de lo que quedaba fuera de mislecturas. y_pienso que ese sentimiento se impuso. Hoy día lo lamento, y si tuviertifigir

niños enamórados de la Historia, los orientaría, al contrario, hacia esos testimoniosvivientes. Sé que esos fragmentos contienen más Historia, e Historia total, que todos losmanuales, aun los más eruditos. Pero nadie me guiaba entonces, porque alrededor de mí nose creía que la Historia pudiera ser otra cosa que lo que se vivía. Por otra parte, yo nodeseaba consejos. Y quizás la autonomía de esa evolución es lo que le infunde interés. Así pues, yo dejaba de lado las lecturas vivientes en faUN NIÑO DESCUBRE LA HISTORIA93

vor de los manuales escolares, los correspondientes a mi curso y sobre todo los de los otros,como corresponde. Encontraba en ellos, a pesar de la sequedad de la exposición, unasatisfacción que mi memoria conserva intacta. Tenía la impresión, sobre la base de unacronología minuciosa, o que así me lo parecía, de recubrir la totalidad del tiempo, deencadenar hechos y fechas mediante lazos de causalidad o de continuidad, de suerte que laHistoria no era ya un cúmulo de fragmentos en un ambiente sino un todo, un todo sinfisuras. En esta época de mi vida, durante el cuarto  y quinto ario _de la segunda enseñanza,yo estaba verdaderamente poseído por el deseo de conocer toda la Historia, sin lagunas. Notenía entonces ninguna idea de la complejidad de los hechos. Ignoraba la existencia de lasgrandes historias generales, como la de Lavisse, y mi ciencia cronológica me parecía llegara los límites. Por otra parte, los manuales escolares no me bastaban ya: los había reducido acuadros sinópticos. Recuerdo un gran cuadro de la Guerra de los Cien Arios, subdividido alinfinito. Es que el manual me parecía demasiado analítico; como si la cohesión de lossucesos no pudiera resisitir a su presentación sucesiva, línea por línea, página por página;como si hubiera que comprimirlos en el sentido horizontal para impedirles huir, hacer bando aparte. Yo luchaba con los hechos para obligarlos a integrarse otra vez en el todo. Undía creí conciliar mi gusto del pasado monárquico y mi deseo de totalidad emprendiendouna genealogía de los Capetos, desde Hugo Capoto hasta Alfonso XIII, los Borbón-Parma y

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el conde de París. Un árbol genealógico completo, con todas las ramas colaterales, sinolvidar santos ni bastardos. Era un trabajo de romanos, dados los escasos materiales de losque yo disponía: dos gruesos diccionarios de historia en casa de mis padres y la posibilidad de consultar la Gran Enciclopedia en casa de un sacerdote. Se me habíahablado de una Genealogía de la Casa de Francia, del Padre Anselmo. Para consultarla fue

que penetré por primera vez en una Gran Biblioteca, en Sainte-Geneviéve. Inicialmentetuve gran-

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dísima dificultad para convencer de mi buena fe al bibliotecario. Hube de volver con unaautorización de mis padres. Por supuesto, no pude llegar nunca hasta el Padre Anselmo, ya porque estuviera inaccesible entre los misterios del catálogo, ya porque se hallaba en la

Reserva. La Reserva me desalentó, y proseguí por mis propios medios. Las paredes de mihabitación se cubrían de hojas de papel, empalmadas unas con otras en todas direcciones.Quería seguir con la mirada todos los meandros de las filiaciones. Cuanto más seramificaban en colaterales remotos y cargados, tanto más feliz estaba yo. Desde 987 hasta1929, ¡qué bloque de historia desplegado sobre mi pared, y esto para culminar en el reyJuan, cuyo retorno invocábamos al son de La Royale! Todas las preocupaciones de la política contemporánea, la propaganda, los folletos o las octavillas pegadas en losexcusados, eran aspiradas por mi árbol genealógico. Las penurias del franco, el domingonegro de las elecciones Radicales, de los que se hablaba en la mesa, me parecían muyalejados, muy pequeños frente a la ramazón de mi árbol, que comenzaba en el siglo X yrecubría Hungría, España, Portugal e Italia. Este gusto por las genealogías y los cuadrossinópticos I me ha perseguido largo tiempo. Me costó deshacerme de él. Era ya estudiantede la Sorbona cuando comencé a enseñar Historia a chicos de tercero y cuarto ario de lasecundaria en un curso libre. Ya no utilicé el método sinóptico para mis notas. Con cierta pena, por otra parte, pero esto se volvía muy complicado y el enmarañamiento de loshechos hacía estallar mis cuadros. Como tenía que enseñar a niños la historia de la Guerrade los Cien Años, pensaba que no existía otro método más simple y más pedagógico. Meveo todavía cubriendo el pizarrón de corchetes, mediante los cuales simbolizabagráficamente la sucesión de las causas y los efectos. Las cadenas de sucesos desbordabanlos cuadernos de los niños desconcertados, y las madres de familia expresaban unadesaprobación muda, pero formal. Hasta que por fin el director tuvo que intervenir para poner término a mi orgía de conexiones. La vergüenza que experimenté me UN NIÑODESCUBRE LA HISTORIA 45

hizo perder para siempre el gusto por los cuadros sinópticos. Pery habían sido duros demorir.

Genealogía, cronología, sinopsis, eran testimonio de un celo torpe por aprehender laHistoria en su totalidad. La ingenuidad misma de esta experiencia le otorga su valor. Unniño, hundido en un medio iluminado por el pasado, intenta coincidir con ese pasado, que para él no es ya algo adquirido, como lo era para sus padres. El pasado le parece algo ajeno, pero infinitamente deseable, un reflejo de la dulzura de vivir, una imagen de la felicidad. Lafelicidad está detrás de él. Tiene que recuperarla. Esta búsqueda adquiere de repente uncarácter religioso: es una búsqueda de la gracia. Hasta se tiene la impresión de que el serdel pasado se confunde con Dios. Los gestos de las prácticas religiosas seguían siendohábitos superficiales. No creo que Dios estuviera presente en ellas. Dios estaba en el pasadoal que intentaba acceder. No habría que apremiarme mucho para que reconozca en micomunión con el pasado una experiencia religiosa más antigua. Al afirmarse, la búsquedadel pasado se convirtió en una preocupación por aprehender su totalidad. El contenido poético de ese pasado lo descartaba voluntariamente como una tentación. Seguía presenteen la vida cotidiana, en las conversaciones de familia; vibraba también en el fondo de mímismo. Pero yo no admitía que fuera efectivamente la Historia, porque estaba incompleto.

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Llegué, en el último extremo, a vaciar a la Historia de su contenido humano, a reducirla aun esfuerzo de memoria y a un esquema gráfico. Sin embargo, el exceso mismo dedespojamiento y de síntesis permite, creo, entrever qué es, en su desnudez, la experienciahistórica. Los aluviones de la cultura y de la política la recubren, ocultan y desfiguran. Se ladesviará de su gratuidad y se la convocará para que se preste a una apologética política o

religiosa. Se la laicizará para convertirla en ciencia objetiva. Pero el día, en el siglo XX, enque el hombre fue colocado

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 brutalmente en la Historia, esa conciencia infantil del pasado reapareció. Como últimaresistencia a la Historia, como el único obstáculo para el abandono ciego y animal a laHistoria. O bien la Historia es un movimiento elemental, inflexible y sin amistad. O bien

existe una comunión misteriosa del hombre en la Historia: la aprehensión de lo sagradoinmerso en el tiempo que su progreso no destruye, donde todas las edades son solidarias.Me pregunto si, al término de su carrera, el historiador moderno, cuando ha superado todaslas tentaciones de la ciencia que deseca y del mundo que solicita, no llega a una visión de laHistoria muy cercana de la experiencia infantil: la continuidad de los siglos, cargados deexistencia, le parece sin profundidad, sin extensión, como una totalidad que se descubre deun solo golpe de ojo. Sólo que su visión no es la del niño, porque el niño no llega a abarcartodo el contenido de la existencia humana. Su totalidad es falsa y abstracta. Y sin embargo,conserva el valor de una indicación, de una tendencia. Sugiere también que la creaciónhistórica es un fenómeno de naturaleza, religiosa. En su visión de las edades unificadas, elSabio, desembarazado de su objetividad, experimenta un goce santo: algo muy cercano a lagracia.1946 II

LA HISTORIA MARXISTA Y LA HISTORIA CONSERVADORA

Es imposible pasar directamente de una experiencia fresca e inmediata, la del niño, a unaconciencia más organizada, la del hombre. Nos hace seguir la prueba de una transición que,con mucho, no es una transición, sino un bloqueo: la probación de la adolescencia. Laadolescencia no prolonga las experiencias de la infancia; las suspende y a veces lasdestruye. Triunfan sobre la adolescencia los que logran reencontrar, al llegar a la madurez,los itinerarios antiguos, siempre que sus huellas, recubiertas por un momento, no se hayan borrado por completo. Mi primer encuentro con la Historia pertenece al mundo cerrado dela infancia, donde coexistían la desnudez de la soledad y la densidad de los intercambiosfamiliares: meditaciones muy secretas y la influencia del medio, un deseo de exhaustividady la nostalgia de la antigua Francia. Mas veo muy claramente hoy cómo esta imagen personal, y por consiguiente auténtica, de la Historia se deformó poco a poco bajo el pesode representaciones más rígidas, más objetivantes, heredadas no ya de mi ciudad particularsino de una ideología abstracta que se servía de la Historia como de un instrumento,reemplazando por un utensilio una presencia y una comunión. Yo abandonaba el universode mis deseos y de mis recuerdos para entrar en el mundo de una literatura que entre las dosguerras tuvo un éxito considerable: la utilización de la Historia para fines filosóficos yapologéticos y la construcción sobre la Historia de una filosofía de la ciudad, de una política. El fenómeno merece que nos detengamos en él: de una parte, se trata de lainterpretación bainvilliana del pasado; de la otra, de la interpretación marxista. Partamos denuestra experiencia particular, que es una experiencia de derecha. Ella nos permitirácomprender mejor la otra.

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Encuentro, en los estantes de mi biblioteca, desgastados por el prolongado uso, losvolúmenes de Jacques Bainville. Los había comenzado a leer en un momento en que yoadhería aún a mi imagen infantil de la Historia. Yo leía la Historia de dos pueblos, al

mismo tiempo que algunos manuales escolares que me parecían exhaustivos, y meesforzaba por completarlos los unos por medio de los otros, de poner como prolegómenos aBainville todo lo que mi manual y mi diccionario de biografía histórica me decían de losHohenzollern y de los electores de Brandeburgo durante la Edad Media. Pero ya entoncesobedecía yo a otra preocupación: no solamente aclarar el presente mediante el pasado,sino convencer a mis adversarios — camaradas de carne y hueso o interlocutoresimaginarios —  de la verdad de una política. La Historia se me presentaba, ya entonces comoun arsenal de argumentos. Abro una edición de la  Historia de Francia, breviario de mi primera adolescencia. Está cubierta de anotaciones y de trazos que subrayan los pasajesconsiderados como importantes. Estos pasajes, destacados de esta manera, ponen demanifiesto un estado de ánimo característico: ”Era un hombre para el cual las lecciones de

la Historia no estaban perdidas y que no quería exponerse a crear otro feudalismo”. Yosubrayaba este elogio discreto del Estadista eterno, que se apoya en las experienciassiempre variables del pasado. Y sin embargo, se trataba de Luis el Grande. Luis VI no meinteresaba como príncipe feudal sino porque repetía, al comienzo de la historia de losCapetos, la imagen del soberano clásico, modelo permanente de los caudillos de pueblos.Algunas páginas después, a propósito de la conquista normanda de Inglaterra, estos trazosde lá piz: ”Alemania, Inglaterra, entre estas dos fuerzas tenemos que defendernos, encontrar  nuestro equilibrio. Esta es una vez más la ley de nuestra vida nacional”. No me importabamucho si esa Inglaterra, esa Alemania del siglo XI se distinguían de la Inglaterra, de laAlemania del siglo XX. Tal idea me parecía, al contrario, herética. Yo replicaba confrecuencia a mis opositores (porque la polémica sustentaba mis lecturas LA HISTORIAMARXISTA Y LA CONSERVADORA 49

y mis reflexiones cobraban el aspecto de un debate) que el tiempo modificaba a la vez alnumerador y al denominador, sin que eso modifique el valor de la proporción. Y había unnúmero de oro, fijado ne varietur, siempre semejante a sí mismo. La Guerra de los CienAños nos confirmaba las virtudes del equilibrio europeo. Al contrario, con los EstadosGenerales del siglo XIV, veía cernirse los males del régimen parlamentario que colocaba enlugar del funcionario real a los funcionarios políticos irresponsables, los intereses partidistas en lugar del bien pú blico. Yo subrayaba esta frase: ”Era un intento de gobierno

 parlamentario, e inmediatamente apareció la política”. Me gustaba esta asimilación entre elrégimen de los Estados y el parlamentarismo contemporáneo. También aparecensubrayadas estas líneas que ilustran el mecanismo reyolucionario. Están escritas a propósitode la Comuna de Etienne Marcel: ”Escenas revolucionarias que, cuatrocientos añosdespués, tuvieron una repetición tan impresionante”. La idea de estas repeticiones meencantaba. ¡Qué furor por buscar apariencias donde ahora constato las más irreductiblesdiferencias! Junto con el parlamentarismo nefasto, la Historia de Bainville me permitíadesenmascarar los orígenes del liberalismo pérfido... bajo los rasgos de Michel deL’Hospital. L’Hospital era para mí la bestia negra, una prefiguración del barón Pié, personaje legendario de mi primera juventud, el liberal caricaturizado por Maurice Pujo.”L’Hospital”, subrayaba yo, ”creía que la libertad lo arreglaría todo; desarmaba el gobierno

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y armaba los partidos”. Yo rebuscaba en el libro de Bainville los indicios de una

 permanencia de los tiempos, las repeticiones de una misma causalidad política. No me eradifícil encontrarlos, y esto es lo que me inquieta actualmente y atempera mi antiguaadmiración. ¿Era yo un buen lector? En aquel libro había ciertamente otras lecciones quesacar, y yo no las veía. Habría podido encontrar las huellas de otras continuidades menos

mecánicas, más peculiares de cierta sociedad, continuidades infragubernamentales. AsíBainville reconoce en Maupeou el precursor del Comité de Salud Pública y

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de Napoleón I, los grandes centralizadores modernos; en el fracaso de Maupeou, laincapacidad del Antiguo Régimen para dotar al país de instituciones del tipo moderno. Estaoscilación entre dos tipos de instituciones, en aquel punto del tiempo, aparecía como una

singularidad de la historia. La inteligencia aguda y, en el fondo, poco sistemática, del genio bainvilliano multiplicaba, sobre todo para las épocas recientes, observaciones apegadas alas cosas, válidas para un solo caso. Pero estas observaciones, que constituyen actualmenteel interés de Bainville, quedaban, hay que reconocerlo, sin conexión con el plan deconjunto: la política experimental, la posibilidad de evitar los efectos de las causas peligrosas descubriendo en la Historia ciclos análogos de causalidad. La Historia es lamemoria del Estadista: no estoy seguro de que esta fórmula no sea también ella una cita.Esta es la razón de que la torpeza sistemática y caricaturesca de un adolescente no llegara adesfigurar lo esencial. Yo había comprendido bien. Los matices que añadían una culturamás extensa, una presentación más matizada, no cambiaban nada de fondo. Fue entoncescuando se fundó toda una escuela histórica sobre la noción de que las diferencias de tiemposon una apariencia, que los hombres no han cambiado, que sus acciones se repiten, que elestudio de estas repeticiones permite reconocer las leyes de la política. Una vieja idea, ensuma, muy clásica: no hay nada nuevo bajo el sol y las mismas causas repiten los mismosefectos, pero una idea expresada con una insistencia y un talento muy nuevos, y también enun momento coyunturalmente favorable. Los libros de Bainville, en particular su  Historiade Francia, fueron grandes éxitos de librería, comparables a las novelas de moda. No creoque antes del Luis XIV de Louis Bertrand y los libros de Bainville hayan existido obras dehistoria que lograran una difusión tan fácil. Todo un público se abría a la Historia, un público que no era el tradicional de las memorias o de las grandes series a la manera deThiers, de Sorel, es decir, de los historiadores liberales no universitarios, porque laUniversidad quedó largo tiempo confinada a su clientela particular de eruditos. LAHISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 51

Es verdad que, si se la examina más de cerca, la  Historia de Bainville no fue un trueno encielo sereno, como se pudo creer. Su éxito había sido preparado, en particular, por Lenótre,cuyas primeras publicaciones datan de fines del siglo XIX. Los estudios de Lenótre señalanla primera ampliación del público de los libros de historia. Sin embargo, su gran difusióndata de la obra de Bainville. Este escritor más bien austero, cuyo estilo despojado deornamentación evita la facilidad y lo pintoresco, suscitó un interés extraordinario.Contribuyó al desarrollo de un género literario, la vulgarización histórica. Este género fue prolífico en el intervalo entre las dos guerras. La extensión rápida del público de la historiaal público de la novela provocó el acercamiento espurio de la historia y de la novela, lahistoria novelada: recuérdese la boga de las colecciones de biografías novelescas, vidasamorosas, etcétera. Pero esto constituye un límite inferior del género, que testimonia suatracción y su poder de contagio. La colección típica de vulgarización histórica”distinguida” es la que fue inaugurada o poco menos por la Historia de Francia deBainville y el Luis XIV de Louis Bertrand, la colección de los ”Grandes Estudios

Históricos” de Fayard. Hablo de esta colección sobre todo antes de 1939. Posteriormente seacomodó al gusto del público, que se viene afinando desde hace una década. Antes de laSegunda Guerra Mundial no hubiera publicado nunca La Galia, de F. Lot ni La China, deR. Grousset. Ahora bien; la unidad de esta colección está asegurada por los principios que

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 presidieron un aspecto de la historia bain villiana (no su aspecto más sólido), la ley de larepetición histórica, la ley de causalidad que determina los acontecimientos. El otro granéxito de esta colección, La revolución, de Gaxotte, confirmó el interés del público por estaconcepción de la Historia. Se estaba constituyendo una verdadera historia. Sería un errordescuidarla o descalificarla con el desdén pedante que puso de manifiesto entonces la

Sorbona en sus reseñas de la Revue Historique. Por otra parte, el empuje en favor de lahistoria vulgarizada de esta manera fue tal, que los académicos no pudieron resistir muchotiempo a la tentación. Muchos profesores de facultad, que no

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habían escrito más que sabios estudios de erudición o manuales exhaustivos para laenseñanza superior, cedieron ante el peso de la opinión y se sumaron a las filas de Bainville y Gaxotte. Adoptaron las reglas del juego con la torpeza propia de los principiantes. El

ejemplo característico de estos trabajos de alumno aplicado es el Carlos V de Calmette, queapareció, téngaselo presente, en la colección clásica de los ”Grandes Estudios Históricos”.Un miembro del Instituto que intenta rivalizar con Charles Bailly no es ciertamente algotrivial. Digamos sin más trámite, para ser justos, que no tuvo éxito. Pero lo sobremanerasorprendente es encontrar en un erudito que ha vivido en la atmósfera peculiar de la EdadMedia una apelación al anacronismo deliberado como a una figura de retórica, un intentode trampear con la diferencia de épocas para agradar al gran público de los bienpensantes.En uno de esos manuales eruditos, Calmette llega a asimilar las reivindicaciones de ÉtienneMarcel con un régimen ”no solamente constitucional, sino además parlamentario...irresponsabilidad de la corona, responsabilidad de los ministros ante la Asamblea, cámarade representantes de la nación que se reúnen de manera regular”. Creer íamos encontrarnosen la época de M. Guizot, y es precisamente esta confusión anacrónica lo que se intentasugerir. El éxito de la vulgarización histórica, de una vulgarización histórica, por lo demás,dirigida y regulada, no puede ser descuidado. Atestigua una tendencia particular entre el público que lee, y esta tendencia constituye un hecho sociológico importante. ¿Con qué secorresponde el nacimiento de este nuevo género? ¿Por qué surgió en el intervalo r entrelas dos guerras mundiales? Su aparición señala el momento en que la historia no eruditadejó de estar reservada a algunos aficionados: magistrados, oficiales retirados, propietarioscon largos ocios, que eran los sucesores de los burgueses ilustrados del siglo XVIII, paraabarcar todo el público formado por los bienpensantes. Quien tiene el hábito de leer, por poco que sea, ha tenido alguna vez la curiosidad de leer un libro de historia. No es azar queesta

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ampliación se sitúe en el siglo XX. El romanticismo había sentido ya cierto apasionamiento por los períodos pintorescos del pasado, la catedral gótica del Genio del cristianismo. Pero

era sobre todo una laudatio temporis acti. Pensamos, por cierto, que hoy día se trata de otracosa: una curiosidad general respecto a la duración de la historia  — y no circunscripta aciertas épocas más coloridas — , y sobre todo una preocupación por penetrar en este pasado,con riesgo de desmontarlo, a la manera de un mecánico.

En este gusto por la literatura histórica, hay que reconocer el signo más o menos claro de lagran particularidad — del siglo XX: el hombre no se concibe ya como un individuo libreautónomo, independiente de un mundo que influencia sin determinar. Toma conciencia desí en la Historia, se siente solidario con la cadena de los tiempos y no puede concebirseaislado de la continuidad de las épocas anteriores. Tiene la curiosidad por la historia comouna prolongación de sí mismo, como una parte de su ser. Siente, más o menosconfusamente, que no le puede ser extraño. En ningún otro momento de la duración, lahumanidad ha expresado un sentimiento análogo. Cada generación, o cada serie degeneraciones, tenía por el contrario, urgencia por olvidar las particularidades de las épocasque la habían precedido. Ningún rasgo de costumbres subraya con mayor claridad ysimplicidad este hecho capital que el gusto por el amobla miento antiguo, gusto que se hadesarrollado paralelamente con la difusión de los libros de divulgación histórica. ¿En quéotra época, salvo en la Roma ecléctica de Adriano, se habían podido coleccionar tancomúnmente las antigüedades del pasado para vivir allí en la familiaridad de cada día? Sinembargo, a pesar de los esfuerzos de los decoradores modernos, los estilos nuevos nollegan, ni mucho menos, a extirpar en las decoraciones de interiores domésticos la sala LuisXV y el comedor Directorio. No se trata de una moda pasajera, sino de una transformación profunda del gusto: el pasado se ha acercado al presente, se prolonga en la decoracióncotidiana de la vida. Pero este sentimiento de conciencia de sí en la Historia,

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tal como lo entrevemos aquí en sus manifestaciones espontáneas e infantiles, se escindió enel siglo XX. Está en el origen de dos corrientes de ideas que, a pesar de su oposiciónfundamental, presentan analogías que todavía no han sido suficientemente advertidas y que

son muy sugerentes. Se trata, por una parte, del historicismo bainvilliano y, por la otra, delmaterialismo histórico de Marx. Este acercamiento parecería una paradoja de mal gusto. Ysin embargo, tanto el uno como el otro son manifestaciones conjuntas de una misma tomade conciencia de la Historia y consecuencias de una misma mecanización en lacomprensión de ésta. Sobre este doble fenómeno quisiera reflexionar aquí. Hemos dicho yacómo el historicismo bainvilliano se presenta como la captación del aspecto histórico delmundo después de la Primera Guerra Mundial. ¿Pero el marxismo? Ante todo resultarásorprendente que se lo considere como propio del siglo XX. Pero si Marx pertenece al sigloXIX, al siglo del Progreso, el marxismo, en su interpretación moderna, es muy de nuestrosiglo XX, el siglo de la Historia. A partir de 1880 el marxismo evoluciona hacia lasocial-democracia, palabra que, por otra parte, le era anterior. Fueron necesarios algunoselementos nuevos que emergieron a la superficie por obra del primer conflicto mundial, para rejuvenecer el marxismo. De hecho, para reinventarlo. Fue resucitado por la profundidad y la extensión de las conmociones de la sociedad burguesa. Estas desnudaron yavivaron el sentimiento otrora oscuro y tímido de una solidaridad con la Historia, con lasucesión de los tiempos y la extensión de los espacios. El materialismo respondió como uneco a esta apelación, pero de qué clase de eco se trataba es lo que se debe establecer. En suorigen hay que reconocer una experiencia absolutamente auténtica. Como todas lasexperiencias iütériticas, ésta no es homogéna, sino particular de una determinada sociedad,de un determinado ambiente. Yo diría, de una determinada manera de nacer: la concienciahistórica de individuos a los que no protegía ya la historia particular de una comunidadvivida, la propia; individuos que no exis LA HISTORIA MARXISTA Y LACONSERVADORA 55

tían ya en el seno de una comunidad histórica. Y es necesario asignar a la palabra”comunidad” un sentido restringido: la sociedad de menor tamaño que el hombre puedeconcebir y sentir de manera inmediata, el ambiente elemental que tiñe su comportamiento.Ausencia de comunidad histórica. No se trata, pues, de los desheredados, los miserables, los proletarios, y ni siquiera de los desclasados. A veces, por el contrario, se trata de los queestán situados por encima de su clase de origen. Digamos más simplemente de personasque han quedado fuera de su país, que no tienen país. Por ejemplo, los que no conocieronuna vida familiar muy cálida, que reaccionaron intelectual y moralmente contra suambiente, aquellos a los cuales las movilizaciones, las guerras, los desplazamientos, losascensos sociales arrancaron a su geografía tradicional. Retirados de la historia propia de suciudad particular, se sintieron átomos perdidos en el mundo masivo de la tecnocraciamoderna, en la que cada cual se encuentra entreverado con todas las humanidades del planeta. El individuo se encontró verdaderamente frente a la Historia, de una manera bienconcreta. Sintió el vínculo misterioso y fundamental que unía la existencia propia con eldespliegue de las generaciones, en el tiempo, y con la proximidad de los hombres, sushermanos y enemigos, en el espacio. Más allá de los epifenómenos del siglo XIX  — losnacionalismos, las guerras, la tecnocracia — , el hombre moderno sospechó que la condiciónhumana podía ser reencontrada en el corazón mismo de las violencias y divisiones que la

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habían otrora destruido. Adivinaba que los conflictos, los odios, las guerras no seencontraban, quizás, en el fondo de la Historia, que esos antagonismos, por más quehubieran sido vividos desde un tiempo bastante largo, constituían, por el contrario, lafuente de una amistad humana. Este sentimiento existió, y constituye una experiencia muygrande y muy real. Se lo encuentra, a mi juicio, en la obra de Malraux, de Koestler. Es la

verdadera comunión con la Historia.- Sin embargo, esta conciencia de la historia global no se mantuvo pura, y es ahí dondeinterviene el marxismo. El marxismo sofocó la apelación a la que parecía responder.

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Los hombres sin historia particular experimentaban el sentimiento de que era necesariosuperar los antagonismos cuyo juego había determinado los acontecimientos superficialesde la Historia clásica. El marxismo les proponía una interpretación de la Historia que

trascendía estos conflictos en el movimiento dialéctico de las clases sociales y dela evolución técnica. De esta manera, los tipos de hombres a los que adoctrinaba elmarxismo fueron desviados de la búsqueda de una superación auténtica de estos conflictosexpresados en los acontecimientos, búsqueda que, sin hacer desaparecer esos conflictos,los hubiera integrado en una amistad construida mediante hostilidades, en unasolidaridad hecha de diferencias. Además de esta necesidad de superación, otras dostentaciones atrajeron al marxismo a los hombres abandonados inermes a la Historia: lamasá _y la fatalidad. La amplitud de los movimientos económiCos y sociales, elconocimiento más preciso que se tenía de ellos, hizo que resultaran obsoletos los modeloshabituales de explicación con los que el pensamiento se contentaba otrora. Se dejó de buscar algo más allá de las intenciones de los estadistas, sus ambiciones, sus psicologíasindividuales. Se transportaban las categorías vagas de la moral clásica a loscomportamientos nacionales o sociales: la ambición de Napoleón I, el egoísmo deInglaterra, la avidez de Alemania, etcétera. Se consideraban satisfactorias porque en elfondo no tenían demasiada importancia: la Historia era un lujo, y no una exigencia deinserción en el mundo en que cada uno vive. Actualmente estas interpretacionestradicionales ya no están en la escala de los acontecimientos y, sobre todo, de lo queactualmente se sabe acerca de esos acontecimientos. Ahora bien, el marxismo presentaba laHistoria no ya como el conflicto de individuos sino como el juego de grandes masas,compactas y poderosas, que se aniquilaban unas a otras con su pesadez. Hablaba unlenguaje muy comprensible para los que sufrían esta impresión de ser masa, en la que, degrado o por LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 57

fuerza, estaban englobados. Esta simplificación,_grosera y épica a la vez, tenía que tentara quienes no tenían una exponencia personal y concreta de la pluralidad de los grupossociales, del entrelazamiento de las colectividades, antiguas y recientes, y de su dinamismo.La noción de masa-, de clase, por ejemplo, se imponía a quienes ignoraban aquella otra,más particular, de ambiente social. Esta ignorancia de los ambientes sociales, de lashistorias singulares y diversas, inclinaba naturalmente a aceptar la idea de determinismo, deun devenir inexorable, cuyo curso se podía ayudar, pero al que no se podía ni detener nidesviar. Las articulaciones inmensas de la Historia moderna, el aplastamiento bajo losfenómenos y el conocimiento de los fenómenos individuales, de las psicologíasindividuales, llevaba a considerar un movimiento general del mundo, siempre orientadohacia el mismo sentido, hacia un destino bien determinado. Fuera de la protección de lashistorias particulares (cuyas complejidades, inercias, adhesiones a hábitos antiguos eimperecederos conocían bien quienes vivían inmersos en ellas, como también susextrañezas) cuesta ver de qué manera, frente a los enormes monolitos del mundo moderno, podía alguien evitar la sumisión a un Fatum: hay que someterse a la corriente de laHistoria. Y el materialismo dialéctico dirigía esa corriente, como el geómetra dirige unvector. Superación de los conflictos políticos, peso de las masas, sentido de un movimientohistórico; tales son aproximadamente los puntos de contacto del marxismo y de una

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conciencia real y concreta de la historia total. Importa, desde el punto de vista que es elnuestro, considerar ahora en qué punto el marxismo deja de atenerse a la Historia, de quémanera vuelve la espalda a la Historia. Exactamente en el punto en que deja de serconciencia de la Historia para convertirse en una física de la Historia. La exploración del pasado llevó a Marx a reducir la Historia a leyes esenciales, claves de un mecanismo que se

repetirá con rigor mientras dure la evolución. En el marxis-

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mo, la clase de los explotados destruía a la clase de los explotadores y los expulsaba del poder, y esta superación estaba ligada no a una voluntad de poder, no a una madurez moral,sino a un estado del desarrollo económico-técnico. La burguesía desalojaba a la nobleza

mediante el reemplazo de la economía feudal por el capitalismo comercial. El proletariadodesalojaría a la burguesía cuando la propiedad social hubiera reemplazado a la propiedadindividual. De esta manera, la Historia se reducía al juego recí —  proco de una constante yuna variable. La constante era la colectividad humana mecanizada, siempre igual a símisma en su movimiento. La variable era el estado económico- i técnico del mundo. Peroestas condiciones económico-técnicas aparecían como fuerzas de la naturalezacientíficamente organizadas, algo semejante a una variación continua de la presiónatmosférica. La variable estaba situada fuera del hombre. De esta manera el marxismolograba eliminar de la Historia la diferencia entre los hombres. Concentraba fuera delhombre los factores de variación. ¿Se dirá que eso era reemplazar el problema sinresolverlo, y que es imposible explicar el desarrollo técnico-económico sin retornar alhombre, sin ascender para descender nuevamente del horno faber al homo sapiens? Pero nose trata aquí de refutar el materialismo histórico, sino solamente de situarlo en la geografíade las actitudes frente a la Historia. A este respecto hay que reconocer que el marxismo,nacido de un sentimiento auténtico de conciencia histórica, culmina en una físicamecanicista muy alejada de la Historia. Muy alejada, porque destruye la alteridad de laHistoria, el sentido de las diferencias en el interior mismo del hombre total, que es a la vezreligioso y técnico, político y económico: las diferencias de las costumbres. De la mismamanera que mi hermano no es yo mismo, y sin embargo estoy extrañamente ligado con él,de la misma manera el pasado con el cual soy solidario es una cosa distinta de mi presente.Algunos filósofos, preocupados por subrayar la historicidad de nuestra época, han escritoque LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 59

el presente mismo pertenece al pasado y es concebido como tal. Aunque es fácil percibir la parte de verdad que hay en esta proposición, lo cierto es que ha tenido el efecto negativo dedestruir la experiencia común del presente, indispensable para la existencia de la curiosidadhistórica. El pasado se me aparece como tal sólo por relación con mi presente. En julio de1940 yo tuve la sensación muy clara de que la III República pertenecía a partir de esemomento al pasado. Como se dice vulgarmente: ”Ya era Historia”. Lo propio de la Historiaes ser a la vez algo cercano y ajeno, pero siempre distinto del presente. Ahora bien, para elhistoriador marxista, el pasado repite el presente, sólo que en relacioneseconómico-técnicas diferentes. Se acerca a estudiar la Historia tan sólo para subrayar estasrepeticiones. El último intento de esta clase es enteramente concluyente: Daniel Guérinconsagró dos grandes obras a La lucha de clases bajo la Primera República para situar laRevolución de 1792-1797 en el esquema clásico del marxismo. A su juicio, todas lasrevoluciones conocidas se desarrollan de acuerdo al mismo proceso. Una clase no proletariase adueña del poder porque su momento coincide con una etapa necesaria del ”desarrolloobjetivo” de la economía. En el transcurso de este mismo movimiento de emancipación, unimpulso popular se esboza en torno de Hébert, de Chaumette. Este impulso tiendesimultáneamente a ayudar a la clase evolucionada a expulsar del poder a la clase atrasadaque se aferra al poder, pero también a superar a esa clase evolucionada no proletaria. Peroen cada intento fracasa porque el desarrollo técnico no le permite ir más lejos, y vuelve a

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caer en su inercia, en su indiferencia. Es así como el ímpetu popular fue quebrado en laFlorencia de los Ciompi y en el París de los Insurrectos, porque se adelantaba al desarrollode la economía. Triunfó en 1917, en Rusia, porque el estado de las técnicas lo permitía.Todo el esfuerzo de los historiadores marxistas consistel en subrayar la permanencia de unaconciencia de clase, siempre semejante a sí misma, y en ligar el progreso de esta clase al

”desarrollo económico objetivo” de la economía.

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Sería enteramente inútil tratar de confirmar o cuestionar este esquema. Si alguien se tomarauna gran pena, podría establecer, con entera buena fe, la parte que corresponde a la verdady la que coresponde al error. ¿Qué verdad? ¿Qué error? Esfuerzo vano, porque se razonaría

sobre ’lo que no existe, sobre algo cuya existencia arruinaría el valor de la Historia. Serazonaría sobre las leyes, es decir, sobre los promedios. Y, ¡por Dios!, es posible que encierto nivel de generalización las cosas sean así. Pero todo depende del grado degeneralización en el cual uno se detenga. Todo se modifica según que se lo coloque másarriba o más abajo. A partir del momento en que se elige un término medio uno se sitúafuera del dominio concreto de la vida humana. ¿Será quizás que las herramientas de quedisponemos no nos permiten aprehender los fenómenos brutos en toda su complejidad? Noes del todo seguro, y los grandes historiadores, como Fustel de Coulanges y Marc Bloch loconsiguieron. Es cierto que nuestros medios de expresión nos fuerzan a expresarnos enforma de promedios. Pero no estamos autorizados a valernos de esas convicciones sino acondición de conservar, como substrato de esos promedios, la particularidad viviente de lasobservaciones. Y la concepción marxista de la Historia se basa sobre los promedios, sintomar en cuenta la singularidad de los momentos, a no ser el estado del desarrolloeconómico. Tal reserva es importante, no porque restituya la singularidad del hombrehistórico (dado que saca las variables fuera del mundo del hombre), sino porque esterecurso a un elemento técnico deshumanizado ha permitido al marxismo mecanizar laHistoria. En efecto, eriercampo de las técnicas,-indusUriales o --econó —  micas, es donderesulta más legítimo hablar de promedios. Se razona sobre productos posibles de fabricar enserie, fáciles de agrupar, de clasificar, de contar. Una tonelada de acero se suma a unatonelada de acero. Se habla sin equivocidad de un promedio mensual de las exportacionesde trigo. El marxismo ha ascendido de la estructura de las cosas a las estructuras de loshombres. Por el contrario, la obra participa más de las singularidades del obrero que el LAHISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 61

obrero de la impersonalidad de la técnica. El marxismo, como las economías políticasestrechas y excluyentes, ha extendido a los hombres las categorías de la economía, en tantoque la Historia extendería más bien a la economía las diversidades infinitas del hombre.

El materialismo histórico ha sido la tentación de una conciencia global de la Historia. Perohay otros contactos del Hombre y de la Historia, menos brutales y menos inmediatos. Enesos encuentros los hombres no afrontan directamente las marejadas de las multitudes y losdevenires monumentales. Antes de entrar en la Historia masiva, irresistible y anónima, pertenecen a las pequeñas ciudades particulares que son las suyas propias. Su historia particular los abriga contra la Historia. Son éstos los hombres pertenecientes a familias, asociedades restringidas y orgullosas, grupos estancos y replegados sobre el propio pasado, porque ese pasado es el propio y refuerza su singularidad. Clanes cerrados de nuestras burguesías y de nuestros campesinados que cultivan con cuidado sus diferencias, es decir,las tradiciones, los recuerdos, las leyendas que no son propiedad más que de ellos. Esmenos una cuestión de condición social que una cuestión de persistencia, en el interior de lacondición, de la memoria de su pasado particular. Rozamos aquí un plano de clivajeesencial para la comprensión de nuestra época y de sus opiniones. En las escuelas decuadros y en los centros de juventud del gobierno de Vichy tuve la oportunidad de sondear

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la profundidad de los recuerdos que cada persona conservaba acerca de las pequeñascomunidades familiares o regionales. Se les presentaba a los jóvenes un cuestionario queversaba sobre lo que sabían de sus padres y antepasados. Algunos, aunque eran decondición modesta, se remontaban bastante atrás en su genealogía. Recordaban a lo largode varias generaciones el hábitat de sus padres, la vida anecdótica de su grupo. Algunos

 podían retroceder hasta el siglo XVIII. Algunos comenzaban en 1830 -1840. Hijos decultivadores del departamento de Seine-et-Oise conocían perfectamente la historia de susfamilias, que no habían

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salido de la aldea desde el siglo XVII, y recordaban las fechas de las lápidas funerarias.Esta memoria del pasado familiar está muy desarrollada en las comunidades montañesas delos altos valles de Suiza y del Tirol austríaco. La familia del canciller Dolfuss conserva

genealogías que permiten seguir sus huellas hasta el siglo XVI: una familia de campesinostiroleses. Otros de estos jóvenes, al contrario, no podían responder las preguntas, o porqueno sabían nada de sus antepasados más cercanos o porque sus recuerdos les eran tanindiferentes que ni siquiera llegaban a comprender el sentido de las preguntas, como si leshubieran sido formuladas en una lengua extranjera. Es asombrosa la rapidez de ladegradación de los recuerdos familiares. Un rico prohombre bordelés, de antigua cepa,observó un día, en casa de su notario, un documento de estado civil a nombre de L. Seasombró, porque ese nombre, L., era el de su abuela. El notario le respondió que se tratabasin duda de una homonimia, porque ese L. era un sepulturero muy pobre del cementeriomunicipal. Curioso de todo lo que concernía a su familia, el buen burgués concurrió alcementerio, donde, con un pretexto cualquiera, entabló conversación con L. Descubrióentonces que L. era uno de sus primos segundos, y sus investigaciones en el registro civilconfirmaron la filiación. Pero el mísero sepulturero no conservaba ningún recuerdo de suorigen: en tres generaciones se había desvanecido su memoria familiar. Esta distinciónentre individuos con pasado e individuos sin pasado es esencial. No coincidenecesariamente con las divisiones sociales: hay familias de vieja burguesía que viven en laholgura y en la fortuna, pero en las cuales la falta de entendimiento entre los padres, la vidamundana, la tiranía del bienestar han espaciado las rememoraciones de la historia familiar,han amortiguado el interés en los hijos y, en definitiva, han dejado desvanecerse el pasadoen la memoria de las generaciones jóvenes. Esta distinción no es, tampoco, cosa nueva.Existía en el siglo XVI y en el XVII. Las familias prolíficas del Antiguo Régimenexportaban el exceso de su fecundidad, y sus hijos, LA HISTORIA MARXISTA Y LACONSERVADORA 63

lejos del hogar, perdían la mayoría de las veces todo recuerdo de su pertenencia. Sólo ennuestros días ha cambiado de carácter el fenó —  meno, porque bajo el Antiguo Régimen, laconciencia de la Historia apenas existía, mientras que en nuestra época constituye eldenominador común de nuestras sensibilidades. Es así como la ausencia o presencia de un pasado distingue dos maneras de ser en la Historia. Los unos, los marxistas de los cualesacabamos de hablar, soportan sin transición la invasión de los siglos, masivos y aterradores;los otros, por el contrario, no entran en contacto con la Historia más que a través de su pasado, poblados de figuras y leyendas familiares, un pasado que no pertenece más que aellos, siempre benévolo. Entre ellos, cuando subsiste, la conciencia de esta historia particular se ha exasperado, en nuestra época, como una defensa contra la Historiagigantesca y anónima. Hasta acontece que estos hombres, nacidos sin historia, hanexperimentado la necesidad de construir una ciudad legendaria, donde podrían abrigarse ydetenerse. Hay mucho de esto en el cultivo de los antepasados, especialmente cuando se loscompra en el ”Mercado de las Pulgas”. Y sin embargo, y ésta es la paradoja, esta ”pequeñahistoria” de la recordación se ha mantenido en la sombra de las conversaciones familiares,las tradiciones orales, sin que se haya intentado ningún esfuerzo por insertar esta concienciasingular, diferente para cada grupo consanguíneo, en la gran historia colectiva. De estaatención a un pasado personal y familiar subsistía solamente un gusto por el pasado, sin que

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éste haya logrado traducirse y expandirse en una comunión concreta y viviente con eldesarrollo de la existencia humana. Se ha creado un divorcio irremediable entre laexperiencia propia que cada cual adquiría de su pasado y la imagen seca y abstracta que seconstruía sobre el pasado del mundo. Porque su historia particular, demasiado cerrada, no leresultaba suficiente. Este divorcio se produjo en las dos direcciones, en el sentido de”la

historia regional y en el cle lo que llamé más

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arriba la vulgarización distinguida para el uso del público conservador. El pasaje a lahistoria regional se comprende bien: el ”terruño”, el medio geogr áfico estrecho yaglomerado, es la prolongación natural del grupo familiar: no se distingue de él. La red de

los recuerdos de infancia, de las alianzas familiares, de las genealogías, de los papeles defamilia, de las tradiciones orales se extiende con toda naturalidad a la aldea, a la comarca, ala provincia. Pero recorred las publicaciones de las sociedades regionales y quedaréissorprendidos de la sequedad de sus exposiciones, de la ausencia de inteligencia, desensibilidad interpretativa en lo que hace a la utilización de los documentos, que sinembargo son sugestivos. Estos eruditos de provincia han logrado la hazaña de agotar lostemas más densos, de desangrar las relaciones más ricas en humanidad, las de los hombrescon la tierra, con el oficio, con los otros hombres, hasta situarlas en el grado más bajo de laHistoria: me refiero a ese punto de la arquitectura social donde las relaciones no han sufridola reducción al promedio, la generalización inevitable que caracteriza los géneros de vidasocial y política más elevados.1 En el feudo, en la granja, en la botica, no se ha hecho aúnla distinción entre la vida privada y la pública, entre la condición humana y la institucióncolectiva. Pero los eruditos de provincia han sido, en la mayoría de los casos, indiferentes aeste llamado de la vida. O bien sus estudios son catálogos, a veces poco metódicos, dondeel interés subsiste sólo sin que ellos lo adviertan, o bien constituyen descripciones pintorescas de festividades, o también una fragmentación de la Historia general: losacontecimientos de la gran Historia que han transcurrido en sus regiones. Todo esto es casitrabajo perdido, no para el especialista, que encuentra allí mucho que espigar, pero sí parael hombre moderno, deseoso de cultivar su conciencia con la Historia.

1 La Historia vista desde abajo, no desde arriba, dice Lucien Febvre (Combates por la Historia). LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 65

En la mayoría de los casos, los miembros de las sociedades históricas, arqueológicas,literarias, las academias de provincias, se reclutaban entre esas burguesías tradicionales, lasmismas que conservaban con cuidado su historia particular, mantenían al día su genealogía,anotaban cuidadosamente, para sus herederos, sus recuerdos de familia: cuadernilloscubiertos de una escritura regular, caligrafiada con tinta negra, desteñida por el tiempo, quese suelen encontrar en los cajones de los escritorios, escritos conmovedores por elsentimiento que ponen de manifiesto de pertenecer a un pasado propio, pero tambiénverdaderos documentos de Historia; acaso de la única Historia que merece suscitar yretener la vocación de los profesionales. Estos mismos memorialistas fueron en vida estoseruditos ingratos y cerrados. En las grandes ciudades, donde los vestigios del pasadoregional se esfumaban, donde los sucesos de la política nacional e internacional parecíanmás cercanos, más determinantes, el sentimiento del Pasado se tradujo en una historia política y conservadora. Las familias con un pasado particular, fueran de tradición realista orepublicana, autoritaria o liberal, católica o protestante, detentaban una herencia de historia — su historia particular  —  que tenían que preservar del olvido, de la contaminación, paratransmitirla a la generación más jóven. En las condiciones de la vida moderna, o por lomenos en algunas de estas condiciones —  la influencia de las grandes ciudades, de lastécnicas de desarraigo, tales como el hábitat estandarizado, el bario de mar y el fin desemana —  el mantenimiento y la transmisión de esta herencia se tornaban más difíciles: se

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tenía la sensación de que no tenía ya sentido, utilidad, valor. Había perdido sentido: lasreuniones familiares se espaciaban más y más, los parientes en grado remoto se convertíanen extraños. Tampoco tenía ya utilidad: las relaciones familiares, tejidas en el pasado, eranreemplazadas por relaciones nuevas, relaciones de negocios. Sin embargo, aunque los más jóvenes no se ocupaban de conocer los detalles, aun legendarios, de su propio pasado, se

cuidaban

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de olvidar la existencia de ese pasado, y les importaba conservar su sentido social y político. De la misma manera, esta preocupación por conservarlo se traducía no en unretorno a las tradiciones de las comunidades particulares, sino por una teoría política de la

tradición; esta teoría se apoyaba sobre cierta concepción abstracta de la Historia,llamémosla ”historicismo conservador”. Es ésta la forma evidentemente adoptada por laconciencia moderna de la Historia, en los ambientes de burguesía urbana: una suerte decompromiso. Cierta impresión de que estaba amenazada la herencia histórica, fuera realistao jacobina, determinaba, en sus sostenedores, una reacción conservadora, reacción que seencuentra, en la época contemporánea, en los miembros de los partidos de izquierda, hastalos partidos marxistas excluidos. Y esta reacción histórica se ha manifestado de una maneraenteramente natural, en una nostalgia de la Vieja Francia, aquí confesada, allí, por elcontrario, más vergonzante. Esta rehabilitación del pasado realista comenzó con el grupoque R. Grousset denomina ”la escuela capetista del siglo XX”, cuyo iniciador fue Bainville(iniciador más que maestro, porque su genio original no le permitió suscitar discípulos, sinoa lo más imitadores, que pronto abandonaron su manera incisiva y seca, para adoptar ungénero más pintoresco y más falso). Pero el gran éxito del género de la colección de los”Grandes Estudios Históricos” en la Editorial Fayard desbordó pronto el público realista para llegar hasta capas cada vez más extendidas, dentro siempre de ese público conservadorde herederos amenazados. Poco a poco, el prejuicio desfavorable a la Francia prerrevolucionaria cedía el paso a un prejuicio favorable. Con el correr del tiempo, ésteganó ambientes que eran más de izquierda. En 1946 tuve ocasión de escuchar unaconferencia de un historiador universitario, alumno de Mathiez, que tenía simpatía porJaurés y que en general no disimulaba sus sentimientos democráticos avanzados. Hasta elsombrero dala ancha que usaba completaba su silueta de hombre de izquierda. Era en elsalón de un viejo hotel. El conferencista llegó a evocar a grandes rasgos los comienzos dela Revolución LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 67

Francesa, en la cual es actualmente el mejor especialista. Hablaba a un público de personasmundanas y se dejaba llevar por su improvisación. Insistió en el carácter aristocrático, a laWashington, de esta primera Revolución, que Mathiez ha llamado ”La Revolución Nobiliaria”. Y se dolía de su fracaso. Nada nuevo. Pero el tono cambió cuando elconferencista se permitió lamentar ese fracaso: ”A la luz de la sombr ía historia queacabamos de vivir, decía poco después, ¿cómo no deplorar la ruptura brutal y sangrienta deuna evolución que, más continuada y sin cortes, hubiera adoptado un curso del cual nos puede dar una idea la historia de Estados Unidos de Norteamérica?” Debajo de las ruinas deOccidente el viejo jacobino de sombrero aludo encontraba otra vez el sentimiento de laherencia, del capital transmitido, que no perece sin una regresión humana. El historiadoruniversitario sufría, sin percatarse, por supuesto, esa nostalgia del pasado que había estadoen el origen realista de un género histórico al cual, por otra parte, menospreciaba. Cito estaanécdota para subrayar claramente la importancia de la corriente apologética que impulsabahacia la rehabilitación y la nostalgia de la Vieja Francia, a los conservadores, los que teníanque conservar su historia particular. Es necesario examinar ahora a qué actitud frente a laHistoria llevó esa corriente conservadora, como lo hemos intentado hace un momento conla corriente revolucionaria marxista. Lo mismo que la corriente marxista, surgida de unaexperiencia concreta y vivida, la corriente conservadora no j[ ha cesado de alejarse de ella,

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o más bien se apartó de ella / bruscamente, sin transición. No hubo pasaje de la histori particular a la historia general. La historia regional h biera podido servir de pasaje. Asísucedió en Inglaterra, donde las biografías y monografías regionales ocupan un lugareminente en la bibliografía. Sabemos lo que sucedió en Francia. El público conservador delas grandes ciudades no gusta de la historia regional, de las monografías, y los editores, que

conocen sus gustos, desconfían mucho de este

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género. El burgués prefiere la historia centrada en los acontecimientos y la historia política,y, abstracción hecha del factor romántico y pintoresco, busca alguna clase de interpretaciónmecánica de los hechos, como es la del Bainville de Historia de Francia, Historia de dos

 pueblos y Napoleón. Esta historia es ante todo una historia de los hechos políticos. Sihubiera sido económica, habría sido igual. Los hechos que la constituyen no son ya hechossingulares y concretos. Contienen siempre una parte importante de generalización.Tomemos un ejemplo. Hay dos maneras de estudiar un movimiento histórico. Supongamosel caso del Partido Comunista. Se podría ”hacer historia” de este partido a la luz de susarchivos. Se describiría ante todo el sistema organizativo que le dio unidad, existencia política, es decir, sus instituciones; luego, las decisiones adoptadas por esas instituciones,es decir, su política. Es así como se escribe la historia de una institución y de una política.Pero también se podría, con la ayuda de testimonios mucho más difíciles de reunir einterpretar, definir lo que diferencia a un comunista de otro militante, en su sensibilidad, ensu comportamiento tanto privado como social. De esta manera se escribe la historia de lascostumbres. En el primer caso, el objeto de la historia es una arquitectura en la cual loselementos humanos han perdido su individualidad. En el segundo caso, lo que retiene alhistoriador es la singularidad misma dé los hombres. Hay que reconocer que de ningunamanera es fácil volver a encontrar esta singularidad una vez que ha perdido su frescurainicial. Lo que, originariamente, es único, no subsiste ya, y los fenómenos que duran sóloadquieren su consistencia en la conciencia y la memoria de los hombres al precio deatenuar su originalidad primigenia. El historicismo conservador descarta con indiferencia lasingularidad de las costumbres, para aferrarse a la generalidad de las instituciones y de las políticas. De los individuos retendrá solamente el hombre ejemplar, el gran hombre:Alejandro, Luis XIV o Napoleón. Esta limitación en la elección del tema es una de las primwas reglas del género, que adoptan por igual los hisLA HISTORIA MARXISTA YLA CONSERVADORA 69

toriadores serios, como Bainville, y los vulgarizadores me- diocres, como Auguste Bailly.Unos y otros reintroducen el elemento pintoresco mediante una alusión anacrónica a lamodernidad de la época que describen, aplicando así la segunda de sus reglas: no haydiferencia entre los tiempos. ¿Cómo podría, por otra parte, subsistir esta diferencia en elnivel de generalización donde gustan de situarse estos historiadores? Y ésta es la razón profunda por la cual eliminan más o menos conscientemente los temas donde el hombre deuna é poca, irreductible a cualquier otro, aparece bajo una luz demasiado intensa. ”La gente

se burla”, piensan ellos, ”de los clásicos del Gran Siglo que disfrazaban a Clovis con una peluca Luis XIV. Pero, en el fondo, ¿estaban equivocados? Los rasgos extraños delvestuario, las modas, las costumbres, son diferencias superficiales. No sería serio detenerseen ellas, se perdería el tiempo. La función del historiador, por el contrario, consiste enreencontrar, bajo estas apariencias diversas, el hombre eterno, siempre igual a sí mismo. Eslo que sucede con los mandarines de Voltaire, que razonan como filósofos. Lossentimientos fundamentales del hombre no han variado; siempre están en juego el amor, elodio, la ambición... y la misma identidad se reencuentra en la vida de las ciudades.Monarquía, tiranía, aristocracia, democracia, demagogia caracterizan a los regímenes desdePlatón y Aristóteles hasta Stalin y Hitler”. Resulta curioso encontrar, en nuestra época, enla base de un género histórico, el sentimiento que, por efecto inverso, alejaba de la Historia

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a los escritores poco sensibles a la diferencia de los tiempos. Así sucedía en la Edad Media,donde los tiempos estaban telescopizados, donde Constantino y Carlomagno, Virgilio yDante parecían contemporáneos. Lo mismo sucedió durante el Renacimiento, donde el afánde igualarse a los antiguos invirtió el curso de las edades, y donde todo el esfuerzo estuvodirigido hacia la identificación del tiempo presente y de la Antigüedad. Es

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conocida la extraña historia de la galera, esa reconstrucción arqueológica intentada, a partirde los textos grecolatinos, por humanistas indiferentes a los progresos técnicos de los pueblos navegantes, en la época de los Grandes Descubrimientos. Los grandes capitanes

asediaban entonces las ciudades guiándose por los autores antiguos, y el rey de Sicilia,Fernando, se apoderó de Nápoles mediante una estratagema renovada de Belisario, elestratega bizantino. Un postulado de identidad entre su tiempo y la Antigüedad oscurecióen los hombres del Renacimiento el sentido histórico de la diferencia de los tiempos y delos hombres, tal como aparecía, en cambio, en la época de los cronistas florentinos y deCommines. Este esfuerzo de la Edad Media por aprehender la Historia en su diversidad fuedetenido por la concepción del hombre clásico, que dominó hasta el siglo XVIII. Se veráreaparecer el interés por la Historia — de todos modos muy mezclado aún con elhumanismo clásico —  a partir del momento en que con Montesquieu, con Vico, con losviajeros y los exploradores de países exóticos se extiende la idea de una diferenciación delos hombres. Pero se trata solamente de una tendencia, que se desarrollará sólo con posterioridad, en la época romántica. El buen salvaje y el sabio mandarín son todavíahombres de todos los lugares y de todos los tiempos. A esta concepción del hombre clásicolos historiadores de las burguesías conservadoras le opusieron la idea de progreso, laevolución, que era ya una idea de izquierda. Como al dinamismo de las masas de Micheletse le contrapuso el papel de las grandes personalidades al modo de Carlyle, también a laidea de un progreso mental se le opuso la idea de una identidad, a veces la del retornocíclico. La idea clásica del hombre eterno, que había retardado en varios siglos elnacimiento de una conciencia histórica, se convertía, empleada con un sentido contrario,en la base de una interpretación histórica del mundo. Era el momento en que los herederosdel gusto clásico, los alumnos de los jesuitas y de las humanidades, bajaban, por grado o por fuerza, a la palestra de la Historia. La presión que impulsaba hacia el pasado a loshombres del siglo )0( era tan poderoLA HISTORIA MARXISTA Y LACONSERVADORA 71

sa, que resultaba imposible eximirse de historizar una noción, que en el fondo eraesencialmente antihistórica. Este revestimiento histórico del humanismo clásicodesembocaba en un callejón sin salida, en una mecanización de la existencia diversa ymisteriosa de la humanidad. Concebida así, la Historia se convertía en una antología derepeticiones que adquirieron valor de leyes. Desde el lugar de generalidad donde se sitúan,tanto el historicismo conservador como el marxismo razonan sobre los medios, lo mismoen lo referente a lo colectivo que en lo referente a lo psicológico. El amor, la ambición,tales como1 los registraban los moralistas antiguos, Plutarco o Tito Livio, no son, entérminos de historia, otra cosa que valores promedio, insuficientes para caracterizar talamor, tal ambición, como se manifiestan en tal personaje concreto en tal momento concretodel tiempo. De la misma manera, la institución, o la actividad de la institución, quellamamos política, no es más que una reducción al promedio de los elementos individualeso colectivos que constituyen la infraestructura de la institución. La institución es el órganoque permite a un pueblo o a un grupo fijar su identidad y vivir con eficacia. Pero nocaracteriza directamente una actitud, una manera de ser. Es, por el contrario, una pantalla,necesaria para actuar, pero que se interpone entre el hombre y la complejidad viviente. Alconstituirse, la institución pierde forzosamente la singularidad de las costumbres que

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suscitaron su nacimiento y le permitieron perdurar (de ahí un desfasaje, porque lo másfrecuente es que la institución sobreviva a las costumbres). Al alejarse de su origenconcreto y personal, adquiere una parte de la generalidad que la acerca a todas lasinstituciones que la precedieron o la sucedieron. Esta parte de generalidad es la que proporciona la materia para un historicismo conservador. En este plano del término medio,

los protagonistas dejan de ser hombres diversos y se convierten en funcionarios del Estado,del Partido, de la Revolución, etcétera. Es decir, funcionarios siempre de la institución.Surge la pregunta de por qué estos historiadores persistieron, siguiendo con ello la tradiciónde los moralistas antiguos, en aplicar a los

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hombres, determinados de esa manera por la razón de la institución, categorías psicológicas previstas para el hombre privado: amor, odio, ambición, etcétera. Por otra parte, el rigor deJacques Bainville lo condujo a abandonar estas apelaciones a la psicología individual, para

ceñirse a los únicos motivos que sobreviven en el mundo término medio de lasinstituciones. Estos motivos no están determinados ya por las condiciones particulares deltiempo y del espacio, incomparables unas a otras, sino que los fenómenos aparecen regidos por leyes que se deducen de su repetición en el curso de la Historia. La Historia permite, por ende, abstraer estas leyes, introducción necesaria a una filosofía de la ciudad y a una política experimental. Esta se convierte en una física, basada sobre postulados distintos delos del materialismo histórico, pero que configuran siempre una física mecanicista. Uno deellos tiende al cataclismo revolucionario por obra de la evolución económico-técnica; elotro tiende a la conservación mediante la reducción de los factores de la diversidad a untipo medio y constante, pero ambos postulados ignoran la verdadera preocupación histórica,tal como se la percibía, sin embargo, originariamente en una conciencia, global o particularsegún el caso, del pasado.

Cabe preguntarse de qué manera aquellos que tenían una experiencia concreta y personal desu historia pudieron atenerse a una imagen tan deformada y abstracta de la Gran Historia.Hay sin duda varias causas para este pasaje de lo concreto a lo abstracto. Ante todo, en elseno de esta literatura subsistía un elemento familiar y viviente que el lector añadía: lanostalgia del pasado, la necesidad de rehabilitar en ese pasado nacional y político el pasado personal y particular de cada familia. La quiebra provocada por la Revolución de 1789dificultaba el pasaje de la historia particular a la historia general. En el fondo delhistoricismo conservador coexisten dos elementos bastante independientes uno de otro: unanostalgia, extraída del folklore familiar, y una cienLA HISTORIA MARXISTA Y LACONSERVADORA 73

cia positivista de moda que tendía a eliminar las leyes. La nostalgia permitió asimilar el positivismo. Pero hay también otra razón que tiene que ver con la estructura misma de esassociedades conservadoras, con su cerrazón frente a un mundo prejuiciosamente consideradohostil y que, de hecho, era hostil frecuentemente. Estas sociedades tomaron conciencia desu existencia histórica — que otrora se contentaban con vivir ingenuamente —  por reaccióncontra las fuerzas modernas que amenazaban su particularidad. Ahora esta particularidaddeja de ser una apertura para convertirse en una resistencia. Desde el interior de la propiahistoria, como desde adentro de una fortaleza, las sociedades conservadoras se negaron a laamistad de la Historia. No comprendieron que sus tradiciones originales sólo tenían valor sise insertaban en la gran historia colectiva, si sus diferencias se juntaban, sin alterarse, contodas las otras tradiciones, venerables o recién nacidas, y también con todas las ausenciasde tradiciones, con los aventureros y desarraigados de la Historia. Se rehusaron a acoger yconfrontarse con lo que les era ajeno. Este aislamiento bajo el abrigo del acolchado de losrecuerdos y 101-hábitos de familia es un fenómeno de la é poca ”victoriana”, que hay que

 poner en relación con la especialización de las clases sociales en comportamientos másestancos y sobre todo más ajenos recíprocamente. En todo Occidente las clases nunca seignoraron tanto una a otra como en esta segunda mitad del siglo XIX. Se vivía con lavoluntad de replegarse sobre un mundo cerrado, en el propio barrio, con las propias

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relaciones, sin ningún intercambio con otros mundos vecinos. Sin embargo; el movimientocósmico que arrastraba a los hombres, cualquiera fuera su condición, a un ciclo infernal deguerra y de revolución forzaba a las sociedades conservadoras a interesarse por la vida delas naciones y de los Estados. Pero esas sociedades descartaron de la Historia todo factornuevo, extraño a la idea que se hacían de un pasado detenido en el nivel de ellas. La marcha

del mundo está hecha del conflicto de las tradiciones particulares, las que mueren, las que persisten,

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las que nacen. Todas tienen una atracción igual, porque son las actitudes de los hombresfrente a su destino, en condiciones particulares, en determinado punto del tiempo.Igualmente atractivas y, por las mismas razones, esencialmente diferentes, irreductibles a

un promedio. Las sociedades conservadoras, que apreciaban sus tradiciones pero que lasconsideraban las únicas valederas y hasta las únicas reales, rehusaban esta confrontacióncon las tradiciones de las otras. El historicismo les permitió viajar en el pasado permaneciendo sin embargo sordas a este llamado de la diversidad de las tradiciones,llamado inquietante a una solidaridad que, sin embrago, hubiera preservado esasdiferencias. El historicismo insensibilizaba la Historia destiñéndola. En lugar de lastradiciones de costumbres, que son imposibles de generalizar, ponía una mecánica defuerzas objetivas y regidas por leyes. De esta manera era posible explicar el mundo sin salirde su gabinete. Era cómodo y útil, como los relatos de aventuras, leídos, mientras seconversa, junto a la chimenea.

Por una u otra razón, el llamado de la historia (es menester señalarlo) no fue nunca percibido inicialmente de una manera directa e ingenua. El estrépito de los acontecimientos públicos — guerra, crisis, revolución —  irrumpió con el siglo XX en la vida de los grupos particulares. Este impacto no siempre destruyó la ligazón de esos grupos con sustradiciones propias. Pero el interés despertado entonces por las grandes corrientescolectivas no se apoyó sobre la experiencia concreta que cada cual tenía de la vida social ensu pequeño mundo particular. Producida la confrontación con la Historia, se construyóinmediatamente — tanto desde la Derecha como desde la Izquierda —  una maquinariaabstracta, cuyas leyes se pretendió inmediatamente conocer. Entre una nostalgia del pasadoy un abandono a las fuerzas del porvenir, que son dos sentimientos vivenciales, y elconocimiento positivo de la Historia no existe ninguna relación directa. A esto se debe quelas obras de historia sean consideradas aún como demasiado superficiales o demasiadotécnicas. No suscitan debates apasionados en la opinión LA HISTORIA MARXISTA Y LACONSERVADORA 75

intelectual, que permanece indiferente ante ellas, a pesar de los problemas planteados pornuestra situación en el tiempo. Pero el historiador no supo responder a una inquietud que sedirigió más bien al filósofo, al político, al sociólogo.1947

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EL COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 77 ifi

EL COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO CON LA HISTORIA

Actualmente se puede afirmar que no existe una vida privada distinta de la vida pública,

una moral privada indiferente a los casos de conciencia de la moral pública. En todaEuropa, incluida la Unión Soviética, se cuentan por decenas de millones las displaced persons que han sido arrancadas a su hábitat tradicional, deportadas a campos de trabajo, dereclusión, de exterminio. Displaced persons es un término nuevo de nuestra lengua francainternacional. D.P. dicen los anglosajones; decenas de millones; una población comparablea la de Francia. Reflexionemos sobre la incidencia de este desarraigo de decenas demillones de hombres sobre los que quedaron, sobre aquellos entre los cuales acampan. En1940 se cerró la era triunfal inaugurada en 1850 aproximadamente, la única época de laHistoria en que los hombres olvidaron el miedo al hambre. Volvió el hambre, bajo unaforma distinta que en las épocas de las insurrecciones por hambre, bajo una forma que estanto más aguda y penosa cuanto que va acompañada de una técnica y de una nostalgia.Finalmente y sobre todo, se ha consumado definitivamente la politización de la vida privada, y es éste un hecho de importancia capital. Durante mucho tiempo la vida privadase había mantenido al abrigo de las arremetidas de lo colectivo. No siempre había sido así.En las épocas muy alejadas del pasado, los historiadores adivinan una estructura por clasesde edad, de sexo, que relega la familia a un rango secundario. Pero a partir del momento enque la familia se convierte en la célula elemental y esencial, la vida privada se constituye almargen de la Historia. Desde entonces, la gran mayoría de las personas quedó ajena a losmitos colectivos: unas, porque eran iletradas, sin madurez política (como casi todo elmundo de los obreros antes de la constitución del sindicalismo organizado a fines del sigloXIX); otras, porque tenían una historia particular que las pi o tegía: la historia de sufamilia, de su grupo de relaciones, de su clase. Un empleado de banco podía vivir sin preocupaciones políticas agudas, sin participar en la vida pública, salvo en una llamaradade patriotismo con motivo de una amenaza de guerra o en sacrificio militar en caso deguerra. Pero cualquiera sabe actualmente, por experiencia, que en los ejércitos ni lasumisión a la disciplina, aunque sea dura, ni la conducta en el combate, aunque sea heroica,determinan necesariamente el compromiso de las conciencias y los corazones: el soldado esmucho menos apasionado que el militante. En el siglo XIX habían tenido lugarconvulsiones premonitorias: el escándalo Dreyfus, por ejemplo, que introdujo las parcialidades políticas en el seno de las familias. Quiero decir que donde antes las personasse definían por su temperamento, sus afectos, sus hábitos de sensibilidad, pasaron acaracterizarse más bien por la pertenencia a determinada posición política. Partidarios deDreyfus o adversarios de Dreyfus. Más cerca en el tiempo, en familias como la mía, la Action Francaise y el Surco [Sillonl. Pero esta politización de las costumbres privadas eraaún muy superficial y limitada, limitada a ambientes bastante restringidos. Después de 1940todos tuvieron que elegir, todos sin ex- \ cepción. Elegir o simular que se elegía, que es lomismo, si lo que se busca es caracterizar las costumbres. Había que estar por el Mariscal o por De Gaulle; por o contra la colaboración; por la resistencia clandestina o por Giraud; porLondres o por Vichy, o por Argelia. Hasta llegó el momento en que, con más fuerza aunque la presión contagiosa, la coerción física vino a imponer la elección de un partido. Anteel reclutamiento para el trabajo, había que partir para Alemania o pasarse a la Resistenciaclandestina o disimularse en algún empleo privilegiado, actitudes bajo las cuales estaban

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sobreentendidas más o menos tres tendencias políticas.

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78 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Después de la Liberación, las inculpaciones, denuncias, ejecuciones hay que contarlas porcentenares de miles. Tales cifras implican un monto de pasión política absolutamente nuevoen la Historia: nuestra gran Revolución resulta minimizada frente a un movimiento tan

denso de intereses o pasiones. Nadie puede permanecer indiferente, aun cuando estén en juego la cárcel o la ejecución. En el interior de una familia no se trata solamente de lasrelaciones privadas: la política introduce también sus conflictos. Es posible llegar asuperarlos, pero hay que tomarse el trabajo para ello, y no se trata ya del liberalismo, bastante prescindente, de otrora, dentro del cual, en definitiva, la política no tenía muchaimportancia, porque no comprendía de una manera tota1.1 De hecho, no se trataba ya de política, en el sentido clásico de la palabra, sino de una invasión monstruosa del hombre por la Historia. Hemos asistido al desarrollo de este fenómeno en la Francia de los últimosarios. Pero hay países en los cuales el movimiento de politización de las costumbres habíaalcanzado un grado mayor de amplitud y de tensión. En un librito excelente aparecidorecientemente en Estados Unidos de Norteamérica, Pearl Buck hace hablar a una alemanarefugiada en Nueva York, a la que entrevista fielmente. La familia von Pústau vivió hasta1914 en una mezcla de animosidad familiar y de unidad moral. Quiero decir que loscaracteres, los temperamentos, se enfrentaban sin que entraran en juego las diferencias delas tradiciones políticas. El liberalismo procedente de la Revolución de1848 del padre y el conservadurismo ”victoriano” de la madre coexistían sin grandesconflictos. Pero después de la derrota, de la inflación, la familia entera estalla, y estalla enfunción de las nuevas oposiciones políticas. Los padres, a pesar de sus antiguas diferencias,se ponen del lado del nazismo. Una hija, la que relata la historia, se casa con un teóricosocialista. Otra, simpatiza con el conservadurismo

En muchas familias del siglo XIX los hombres eran anticlericales, republicanos y hastasocialistas, mientras que las mujeres seguían siendo católicas practicantes y realistas. ELCOMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 79

feudal de los junkers. Y este compromiso político pasa a ocupar el primer plano entre las preocupaciones cotidianas de la vida. Hace imposible la vida en común, exaspera losresentimientos en los puntos en que, sea como fuese, la antigua unidad se había preservadoa pesar de las incompatibilidades de temperamentos. Hoy día alguien es fascista o socialistao demócrata cristiano como es rubio o trigueño, gordo o flaco, suave o violento, alegre otriste. El carácter político ha entrado en nuestra estructura. En Francia, hacia 1914 y entrelas dos guerras, las primeras apelaciones de la Historia habían suscitado, según dijimos enel capítulo precedente, un género literario, el historicismo conservador. Hoy, la invasióncrefinitiva de la Historia ha promoNifdo un género nuevo, el testimonio. Hay que detenerseen ello un momento, ya que esta aparición del testimonio es el indicio de nuestrocompromiso con la Historia. ¿Qué entendemos, más exactamente, por ”testimonio”?Procedamos por eliminación. Los testimonios no son Memorias. Puede decirse que lasMemorias son testimonios de tiempos sin relación directa e imperiosa de la persona privadacon la Historia. Las Memorias son un género que suena a fuera de moda, a envejecido. Un joven escritor, que leía a uno de sus colegas de mayor edad unas páginas que trasuntabanintenciones de autobiografía, escuchó la siguiente observación: ”Usted es muy joven para

escribir Memorias”. En la actualidad sólo escriben memorias los estadistas y los actores.

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Caillaux, Poincaré, Paléologe, personas de otro siglo. En cambio, Paul Reynaud vacila enintitular Memorias una obra que hace veinte arios hubiera llevado precisamente ese título.Otrora existían ya Memorias de estadistas, alegatos pro domo ante lo que se llamabaentonces ”el juicio de la Historia”. ¡Pero cuántas personas que manejaban más o menos bien la pluma comenzaban, en la senectud, a escribir sus recuerdos, sus Memorias, sea para

la posteridad sea para el público contemporáneo! Todavía hoy, editores especializados en elgénero se

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ven proponer manuscritos cuidadosamente caligrafiados a la antigua usanza: Memoriastransmitidas de generación en generación durante un siglo y medio algunas veces y cuyosherederos, súbitamente, intentan publicarlas. Algunas veces estas Memorias conciernen a la

historia particular de una familia; han sido escritas para la instrucción de las generaciones jóvenes. En los casos más frecuentes, estos manuscritos rememoran aspectos de la vida política tal como los vio el memorialista, mezclado en ellos como testigo o como autor:guerras, revoluciones, vida de los Grandes, de la corte, etcétera. Son en realidad, relatos deviajes al país de los príncipes, de los estadistas, a zonas de la vida pública. Las Memoriasson, pues, observaciones directas, sea sobre la vida privada, sea sobre la vida pública, peronunca sobre la relación entre la vida privada y la vida pública. El hombre de antaño,digamos para precisar más, el hombre del Antiguo Régimen o del siglo XIX, tenía una vida pública y una vida privada independientes. El hombre actual, no. El testimonio no estampoco el relato de un espectador o el informe de un actor: un relato que se propone serexacto, completo, objetivo. Todo documento contemporáneo del suceso no es untestimonio. Un relato puede ser exacto, preciso, incluso pintoresco; no constituye untestimonio si no se presenta como el caso particular, ejemplar hasta en su particularidadextrema, de una manera de ser en determinado momento de la Historia, y en un momentosolamente. Tampoco el reportaje clásico y el ”viaje” tradicional son producto deltestimonio. Este no es una evocación pintoresca, para dar placer, que es lo que pretendenlos reportajes bien logrados. La fórmula antigua del ”viaje” paseaba a su autor por

costumbres extrañas y paisajes exóticos. El escritor trataba a la vez de descolocar al lector yde instruirlo. Era algo emparentado con la poesía y la etnología. Pero el viaje dejaba de ladolo que nosotros juzgamos esencial: la inserción en la Gran Historia — en la nuestra — , no decolectividades exóticas sino de nuestra existencia en la particuEL COMPROMISO DELHOMBRE MODERNO 81

laridad, que es necesario nombrar y desarrollar a la manera de una novela. El ”viaje” da

cuenta fríamente de observaciones directas. El reportaje se contenta con brindar las particularidades de una existencia, no tanto vivida desde el exterior, como vivida porsimpatía. Tal vez, mediante esta exégesis negativa, se ha adivinado ya qué entendemos portestimonio. Demos ahora algunos ejemplos. Hay bastante escasez de trabajos en francés.Quizás Los desarraigados de Barrés figuran entre los antepasados de este género. En elespíritu francés hay una tradición de universalismo clásico y de preciosismo literario (en elsentido de una literatura de salón, para gente de mundo, gente que dispone de ocio, noligada a las luchas laboriosas de la Historia) que lleva a la interioridad, que aleja del mundocomplicado de las relaciones humanas, hacia el mundo in-9 tenor, como La Princesa de Cléves o El Gran Meaulnes. El lector burgués de la ciudad seha obstinado largo tiempo en pedir a la literatura algo distinto de la toma de conciencia dela condición humana en la Historia.2

 No conozco, entre las producciones que acompañaron nuestras crisis y nuestras guerrashasta 1939, una obra comparable a los Reprobados de Ernst von Salomon. Este libromagistral, cuya influencia fue gran-aé — sa generación que en 1940 tenía entre veinticinco ytreinta y cinco años, me parece el arquetipo mismo del testimonio, el primero en fecha, porque estuvo ligado al advenimiento del nazismo; y el nazismo, junto con el comunismo,

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fue la primera manifestación neta de esa politización del hombre que caracteriza nuestraépoca. El tema de Reprobados es conocido: es la historia de los jovenes alemanes que,educados para el combate, quedaron desarmados demasiado rápidamente por la derrota de1918, arrastraron su nostalgia y su desesperación entre los cuerpos francos armados contralos Soviets, en el

2 Para decir verdad, este rasgo de nuestra Historia es uno de los caracteres del clasicismo, ya pesar de la importancia, enfatizada actualmente, de TIlos períodos abstractos, realistas, barrocos, románticos, resulta difícil no \ver en él una de nuestras permanencias francesas.

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exterior; contra los comunistas, en el interior, y finalmente en la rebelión, la brutalidad y elasesinato: el homicidio de Rathenau. Es el trágico testimonio de un prefascista, no unaexposición de motivos ni una justificación. No es tampoco la explicación analítica de una

actividad política o social. No: ”Ved quién soy y cómo vivo” . Mi ser y mi vida tienen una justificación, porque vivo y soy en esta Historia que es mi drama, dentro de la cual amo,sufro, mato y muero. El hecho de que Reprobados haya sido traducido del alemán muestrala influencia que la seducción de esta conciencia personal de la Historia ejerció sobre las jóvenes generaciones francesas. Una fuerte tradición las mantenía en el retraso: la tradición precisamente del historicismo conservador. En los ambientes de Action Françaiseestrictamente ortodoxos había desconfianza respecto de Reprobados. Se sentía, con justarazón, que emanaba de él cierto olor a fascismo.3 Este freno actuaba aun sobre los quecreían escapar de él. El relato muy conmovedor que R. Brasillach redactó en su prisión,antes de un juicio cuyo resultado conocía anticipadamente, no da el tono de un testimonioante la Historia. Es el drama de una juventud tierna y nostálgica, no es el testimonio de unfascista francés. Sigue siendo todavía una confesión, un diario íntimo. Contrariamente, enla obra de David Rousset, El universo concentracionario y Los días de nuestra muerte, nosencontramos con un testimonio absolutamente auténtico. (Observemos que, con pocasexcepciones, el testimoniante del mundo moderno es, si no un rebelde, por lo menos unhéroe sin pasado, aislado de las antiguas tradiciones de cultura y sensibilidad del Occidentecristiano. Esta ruptura no se cumple sin dejar como un poso de amargura, de inquietud. Elhombre que todavía vive en el interior de su historia particular, aun cuando sea sensible alas pulsaciones de la Historia, experimenta un sentimiento de seguridad o de paz.3 Cabe preguntarse por qué el fascismo no se desarrolló mejor en la Francia de la década de1930. Se debe precisamente a que, en los ambientes nacionalistas donde ya estabagerminando, chocó con la resistencia de la Action Française, que lo sofocó en su cuna. ELCOMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 83

Puede ser vencido; lo es entonces sin inquietud, y ninguna angustia lo empuja a gritar sutestimonio como un llamado.2 La obra de David Rousset no es ni un reportaje ni siquierauna descripción objetiva de los campos de concentración, cualquiera sea su honestidad.Algunos podrían objetar que el cuadro es incompleto, que la vida religiosa, en particular, bajo la forma de inquietud y sacrificio, está ausente. Pero su carácter parcial y lacunario es precisamente lo que otorga a esta obra su color de testimonio: no describo en calidad deobservador, ni aun desde el interior, lo que yo he visto o todo lo que he visto; lo queimporta es cómo mi vida en ese universo testimonia, mediante su desarrollo cotidiano máschato, una participación en cierta manera de ser en la Historia. Y esta manera de serdetermina una sensibilidad y una moral esquematizadas hasta la caricatura, pero válidas pese a ello para un mundo concentracionario. Porque el universo concentracionario no es,en el fondo, más que una prefiguración apocalíptica del universo de mañana, y laobligación de vivirlo, en los límites mismos de la vida, me revela mi destino de hombre enla Historia de hoy. Las ausencias mismas, y en particular la indiferencia completa frente ala preocupación religiosa y frente a las experiencias con base religiosa, que no pudieronexistir, son significativas de este endurecimiento de la conciencia frente a la revelación deun mundo nuevo. Toda la antigua moral, heredada en mayor o menor medida delcristianismo, fundada sobre una noción de salvación personal y de comunión mística,

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desaparece frente a una lógica interior que politiza íntegramente la sensibilidad y lascostumbres. Para vivir y hacer vivir este mundo es necesario anular las antiguas reacciones personales de piedad, de ternura. El médico, en la Revier, no salva un tuberculoso: asegurala supervivencia de un camarada, no de un amigo, sino de un camarada de su Partido o desu Nación, porque ese camarada es útil para la existencia del Partido de ambos o de su

 Nación, sin lo cual, el médico mismo desaparecería frente a otros partidos, otras naciones olos alemanes ”verdes” y SS. ¿Nos damos exactamente cuenta de la reprobación que

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en otros tiempos hubieran provocado semejantes proposiciones? Ni siquiera se las hubiera podido escribir. Por otra parte, esta nueva moral no dejó de suscitar polémicas. Algunos ex prisioneros protestaron y acusaron: es porque, en el fondo, no pertenecían al Universo

concentra cionario; lo sufrían, como prisioneros y no como aquellos presos políticosalemanes que habían instalado allí su vida hasta el punto de experimentar cierta molestiaante la idea de un retorno al mundo de los hombres libres. David Rousset da su testimonioen función de estos últimos hombres, los únicos internos auténticos de los campos, y resultacurioso que las morales nacidas en ese recipiente cerrado no choquen en mayor medida a laopinión de los hombres libres. Decenas, centenares, millares de hombres constituyeron, pues, en el corazón de Occidente, una sociología específica. Pero, aislados de los otroshombres vivientes, los reclusos recomenzaron la historia desde cero. Así pues, en lascondiciones contingentes de los campos de concentración, el recluso tuvo que abandonar,como una vestimenta inútil, los antiguos hábitos de las conciencias particulares y de lasmorales privadas: tuvo que historizar plenamente su condición. A partir de ese momento, eluniverso concentracionario es un reino de utopía, pero vivida efectivamente y dado comouna imagen de la Historia. En David Rousset se testimonia el heroísmo auténtico, pero sincaballerosidad y sin honor, de esos constructores del universo, figuras del héroe moderno,consagrado a la Historia.

La literatura inglesa es la que cultiva especialmente el testimonio como un géneroimportante, de gran tiraje, y hay varias razones para ello. Basta pensar, ante todo, en lacantidad de hombres que hablan el inglés o lo leen en todo el planeta: además de los gruposanglosajones que suman más de 200 millones de individuos, está todo el Extremo Oriente.Al elegir el inglés, un autor se asegura el mayor público que existe en el mundo. ELCOMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 85

Pero es también la lengua de los países donde se busca refugio. Durante el siglo XIX losexpatriados y las víctimas de los cambios de régimen se refugiaban en París. Actualmentela corriente, más densa, de los exiliados, deja atrás a París, donde la estadía no parecesuficientemente segura, para trasladarse al Nuevo Mundo. Los testimonios más importantessobre los movimientos europeos han aparecido en ediciones estadounidenses, a veces congrandes tirajes. El público de EE.UU. se interesa, pues, muy particularmente por esta clasede literatura, lo cual constituye un signo importante de su apertura a la Historia. Por su parte, los estadounidenses descubren el mundo y, con ingenuidad, se encaminandirectamente no tanto a los grandes estudios exhaustivos, geopolíticos, sino a lo másauténtico posible, a los testimonios vividos. Quisiera pasar revista a alguno de estostestimonios. Poco importa, para nuestro propósito, que algunos de estos textos haganaparecer la inquietante colaboración del autor... y de un periodista. De hecho, el periodistano ha hecho más que acentuar mediante sus artificios el carácter que me interesa aislar. Ellibro de Kravchenko, Yo elegí la libertad, ha sido traducido al francés. Es típico del género.El autor relata su vida desde los primeros arios de su infancia, en casa de su padre, unobrero revolucionario, o su abuelo, un suboficial retirado, respetuoso de Dios y del Zar,hasta su salida de Rusia como alto funcionario soviético, miembro de una comisión decompras por el sistema de préstamos y arriendos, y su huida a los hoteles norteamericanos,donde lo perseguía el agente de la NKVD. Cómo se hizo comunista, miembro del partido,

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la vida privada es integral. Y esto es una buena condición para la autenticidad deltestimonio: mi vida cotidiana, mis amistades y mis resentimientos testimonian cierto tipo de

relación entre el hombre y su ciudad. Yo podría, a la manera de los historiadores clásicos,describir el funcionamiento de las instituciones de mi ciudad. Pero tendría entonces laimpresión de describir una cosa distinta de esos personajes concretos, esas aventurasconcretas que determinaron mi vocación, mis amigos, mis amantes, mi destino. Por elcontrario, os hablaré simplemente de esos personajes, esas aventuras referidas a miexperiencia particular. No es para instruiros a la manera de un manual sino para ponerosfrente a la realidad existencial, para hacer correr en vosotros esa corriente de vida que mearrastró y me sigue arrastrando, para comunicaros mi destino, porque mi destino no es el deuno cualquiera y le pertenece exclusivamente a él. No os puede ser indiferente. Mi destinoes una manera especial de actuar en la Historia, que puede ser la vuestra, que tiene que serla vuestra. Esta es la razón de que un testimonio no pueda ser nunca objetivo.

En Estados Unidos de Norteamérica el libro de Kravchenko no es caso único. Pienso, sobretodo, en la hermosa autobiografía de Jan Valtin, Out of the Night [La noche quedó atrás.4Jan Valtin era un marino de Hamburgo que tenía catorce arios cuando el amotinamiento dela flota alemana; que perteneció a la vez a la marina y al Komintem, del cual fue agenteespecial para la sección marítima internacional, ”el frente mar ítimo”. Tuvo muchas

oportunidades para desligar su vida de hombre de mar de su actividad partidaria. Su mujerlo impulsaba a ello. Era una burguesa desarraigada, un poco anarquista. Pero él no aceptó laidea de un destino separado del movimiento revolucionario, de las huelgas, de lacamaradería que se le había hecho indispensable. Fue, en cambio, su mujer la que tuvo queabandonar su libertad, alienar su independencia, ingre-4 Este libro fue traducido al francés por Jean-Claude Henriot con el título Sin patria ni frontera. sar en el Partido para trabajar pronto para él en misiones peligrosas. Pero llegó unmomento en quejan Val tin entró en conflicto con el Partido: fue hecho prisionero por laGestapo, la cual, después de tremendas torturas lo libera a cambio de la promesa de queespiará a sus ex camaradas. Acepta, pero se entiende con el Partido, cuya dirección se hareplegado a Copenhague, para transmitir informaciones falsas que pudieran inducir en errora la policía alemana. Pero la Gestapo retuvo como prisionera a su esposa. Jan Valtin quiereque sus compañeros lo pongan a salvo sacándolo de Alemania, pero el Partido se niega, porque esto sería desenmascararlo ante la Gestapo y perder un contacto interesante.Entonces Valtin se rebela. Es encarcelado por la GPU cuando estaba esperando que uncarguero soviético lo llevara a Rusia. Logra evadirse incendiando la prisión y escapa aEstados Unidos. Su mujer es ejecutada en Alemania y su hijo desaparece. La historia de JanValtin es simétrica de la de Ernst von Salomon. También él es un reprobado. Susantepasados, marinos profesionales también, eran vagamente socialistas, pero esto no teníacasi importancia. Eran ante todo hombres del oficio, con familias de muchos hijos yaficionados a los placeres en los burdeles de los puertos. La derrota, el estallido de loscuadros sociales tradicionales derribaron los abrigos que separaban de la Historia a cadadestino particular. Ernst von Salomon estaba, en 1918, en una escuela de cadetes; JanValtin, en medio de las tripulaciones amotinadas. Tomaron entonces caminos opuestos.Pero ambos salieron definitivamente del mundo cerrado de familia y la profesión para

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entrar en la Historia. Sus vidas, y sus vidas más íntimas, dejaron de consistir, como lohabían hecho las de sus padres, en generar hijos y practicar una técnica, para convertirse enun incidir sobre la Historia. Su destino se confundió con el impulso que imprimían almundo. A partir de ese momento, su conflicto interior dejó de pertenecer a la trama clásicade los sentimientos, a la que

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huyen de sus historias particulares a la Historia global. Quienes permanecieron en sushistorias particulares sintieron menos la tragedia de un tiempo al que no estuvieroninmediata e inicialmente unidos. Sus dramas no tienen la misma virtud de comunicabilidadhistórica que caracteriza al testimonio, puesto que son dramas personales, más bienindiferentes a los embates externos. Sin embargo, sucede que la necesidad de mantener sus

 particularidades los opone bruscamente a las presiones de la Historia. O bien, debenabandonar su manera de ser tradicional y, sin volver la cabeza atrás sobre su pasado personal, sin nostalgia y sin recuerdo, se hunden en la Historia como en un país des-

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conocido y sin matices. O bien, insisten y tratan de salvar su herencia, el mundo de ideas,recuerdos y costumbres que les pertenecen solamente a ellos, insertándose en la granHistoria: en vez de historizar su historia particular, particularizan la gran Historia, le

restituyen toda la frescura y la diversidad que le faltan a ese monstruo monolítico. Unejemplo, un ejemplo admirable, permitirá aprehender mejor esta distinción esencial: eldiario de guerra póstumo de Hugh Dormer, publicado en Inglaterra en 1947. Educado en laescuela benedictina de Ampleforth, a donde se complacía en regresar para rezar junto consus hombres, cuando ya vestía el uniforme, Hugh Dormer es un joven oficial como los quela Academia de Saint-Cyr formaba en Francia, arraigado en su pasado familiar, religioso,nacional, tal como se desplegaba ante su vista, junto con la tradición militar, la tradición desu batallón, el 2Q batallón de Guardias Irlandeses. El ejército no es ni una vocación políticani una ocasión de vivir peligrosamente, ni un deporte. Es una manera de vivir en la rectitud,en el deber, según las viejas costumbres de Occidente. Estaba en el ejército como en elúltimo núcleo de resistencia de un mundo en ruinas, que era el suyo propio. Aclara todoesto rápidamente en una nota en ese diario que escribió para su madre, porque desde elcomienzo sabía que no volvería más: ”Ideas y principios que nunca habían sidoconmovidos están cuestionados, por primera vez, por el conocimiento científico. Lastradiciones del ejército, la concordia de las clases y el respeto del hombre por sussuperiores, los valores religiosos y hasta el carácter sagrado de la familia, son violados y puestos en ridículo”. Las tradiciones del ejército: Hugh Dormer parece aferrarse a ellasmientras todo se hunde. Sin embargo, está impaciente y tiene gusto por la aventura y laeficacia. Al regresar de Dunkerque, los largos meses de adiestramiento en ”las apaciblescolinas de Inglaterra” exasperan su necesidad de actividad. Se ofrece para una misiónespecial en Francia. Nos preguntamos (el editor inglés, con esa discreción de los británicos,no dice nada del origen de su familia, que sin embargo debió ser de vieja cepa) si unsentimiento más particular todavía no lo atraía EL COMPROMISO DEL HOMBREMODERNO 91

hacia Francia, donde otrora se preparaban los misioneros jesuitas de la reconquista. Deseoque se pueda leer en francés el relato de las dos expediciones que él comandó: lademolición con dinamita de una destilería de gasolina cerca de Creusot, el descenso en paracaídas, la operación, la huida de los perros de policía alemanes, el cruce de losPirineos, España, la etapa en Lisboa.5 Se verán allí sus cualidades de eficacia, deautodominio, de cortesía, su sentido del humor y del ridículo. Pero al regresar a Inglaterra(es uno de los pocos que escaparon de esa aventura) sus jefes le propusieron una misiónmás amplia. No se trata ya de una operación circunscripta, como la destrucción de unafábrica o de un lugar estratégico, sino de comandar las fuerzas de la resistencia clandestinafrancesa en el Oeste, para adiestrarlas y dirigirlas antes del desembarco, que se anunciacomo próximo. La batalla de Francia, con la que el joven oficial soñaba desde Dunkerque,la librará en la clandestinidad, como francotirador, o según los viejos usos de la guerra,vistiendo el uniforme británico, en su unidad con el pasado glorioso, al lado de suscamaradas los guardsmen (dice ”guardsmen como un oficial francés diría ”los cazadores”).

Rehúsa el comando de la clandestinidad para reincorporarse a su rango, entre los guardiasirlandeses, en su batallón, en cuyo seno le gusta descansar entre uno y otro lanzamiento en paracaídas sobre territorio francés. Esta elección no se produjo sin debates internos. Fue

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 para él, escribe, ”la encrucijada más importante” de su vida. Inicialmente, había aceptado.”Una vez más, dado que estas misiones [en Francia] eran absolutamente voluntarias, se meofreció la posibilidad de abandonar este trabajo [clandestino] y de reincorporarme a mi batallón, y por tercera vez tomé la decisión de volver [a Francia], ahora definitivamente.Cada vez, sin embargo, mi sentimiento me había hecho volver a los Irish Guards, y tanto

más ahora, cuandd la hora del combate se acercaba por fin.5 Algunos fragmentos han sido publicados como folletín en Temoignage Chrétien.

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”Sin embargo, yo sabía cómo, en abril del año anterior [después de la primera expedicióncon lanzamiento en paracaídas], había suspirado por la camaradería del batallón, al cualvolví siempre como a mi hogar.” Había quedado impresionado por la importancia de su

misión, ese mensaje de esperanza llevado más allá de ”ese mundo impenetrable, tanmister ioso y replegado como el de otro planeta”. Y también, porque Hugh Dormer no puede ser únicamente sensible a ese llamado de la Historia y necesita endulzarlo con unatendencia personal: ”Muy en el fondo de mí mismo, como el relato romántico del cautiveriode Ricardo I, estaba la idea de que, si seguía con vida en algún lugar de Europa, podríaalguna vez encontrar a Michel Marks”, su antiguo camarada de Oxford, que había sidodado por desaparecido después de un bombardeo. —”Sentía que era importante mostrar quenuestra clase no carecía, también ella, del coraje y la fortaleza necesaria, cuando meencontraba, solo, en medio de una banda de aventureros y de apasionados, de hombres de laLegión Extranjera, comunistas y análogos. Algunos habían combatido en la Guerra CivilEspañola; otros habían sido condenados a muerte por los alemanes en Africa del Norte. Me parecía una compañía extraña para un Guard”. (Esto se refiere al momento de pasarclandestinamente de Francia a España). Sabía, sin embargo, que esta guerra no era como lade los uniformes rojos, la de los guardias de los reyes George, un entretenimiento desoldados, sino un drama de la Historia: esta guerra es más una cruzada que las Cruzadasmismas. ”Combatimos con anarquistas conscientes y calculadores, que atacan a la culturanacional y a la religión.” Volver ía, pues, a Francia. Tal fue su primer impulso, pero no seatuvo a él. ”Antes de atravesar La Mancha por tercera vez decidí reconsiderar las razonesque me habían hecho elegir la clandestinidad, y en el momento preciso en que me habríareportado la acción y la gloria, retomé el uniforme de los Irish Guards.” ¿Por qué? En primer lugar, porque el mandar a los franceses corresponde a los franceses. Y también ysobre todo: EL COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 93

”Mi deber era permanecer junto a mi propio pueblo, como soldado y como oficial”. ”Estoy

convencido también de que el combate del soldado en su regimiento, con toda la dureza delservicio y el horror físico del campo de batalla, es una vida más elevada y más difícil que lade la aventura sin responsabilidad. Algunos de mis camaradas de la clandestinidad, comohabía podido advertirlo, no eran de una lealtad rigurosa; algunos habían jugado ya el mismo juego en América del Sur, en la Legión Extranjera, en España [hombres como Alexandrov].Y esa clase de vida es, considerada en sí misma, muy egoísta y apela más al odio delenemigo que al amor por la propia patria. Una asociación que se propone organizar yexplotar este odio para fines políticos entra por un camino peligroso, moralmente. Elcombate de guerrillas genera muchas veces una raza de mercenarios profesionales quegustan de la guerra y no pueden vivir sino es en una atmósfera de violencia, de perturbacióny de destrucción. ”Otra de las razones que me llevaron a volver a mi regimiento fue eltemor de que se me pidieran actos con los cuales yo no estaría de acuerdo. Conducir bandasde hombres hambrientos y desesperados detrás de las líneas enemigas durante la invasión,animado cada uno por un espíritu de venganza contra sus adversarios políticos y sustraído ami control, era para mí una pesadilla que obsedía mi futuro. Hasta entonces yo habíaemprendido misiones precisas y definidas que compartía íntegramente. Pero asegurar unamisión general, sin objetivo preciso, era otro asunto. La iniciativa de cada uno podíallevarlo a veces a extrañas decisiones, según el principio insidioso de la guerra total y de

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que el fin justifica los medios.” Este hombre joven y deportista, que amaba el peligro,

compartió en los escondrijos del maquis, en los senderos de los Pirineos, la vida de losdesesperados de las revoluciones del mundo moderno. Estuvo junto a hombres semejantes aKravchenko, Jan Valtin, Alexandrov, Ernst von Salomon. Sintió la tentación decomprometer su vida en esa historia dramática que se hacía en España, en América del Sur

y también en el frente de Rusia y el muro del Oeste.

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Si hubiera cedido, por tercera vez, al llamado del continente donde germinaban las fuerzasoscuras del mundo, hubiera entrado definitivamente en esa vida desconectada del pasado particular, como regulada por el ritmo de la gran historia colectiva. Resistió. Quiso salvar

su particularidad retornando a su batallón, muriendo con el uniforme de los Guardias, eseuniforme que significaba la precisión de la regla, la antigüedad de las tradiciones, ladisciplina del soldado, y no la violencia del guerrero. Este mundo suyo y propio y de susantepasados es el que invoca recordando, a propósito de su decisión, la divisa de su familia:Cio che Dio vuole, io voglio, que cita en italiano. Y esta frase en italiano, a pesar de ladiscreción del editor británico, nos retrotrae a la Inglaterra del Renacimiento, evocandotoda una tradición familiar, una historia particular, que Hugh Dormer preservaba en elcombate militar, clásico, bajo el uniforme tradicional. Sabía, empero, que las condicionesde la guerra habían perdido su antiguo carácter caballeresco: ”Yo enfrentaba la aventura”,escribía en el frente de Normandía, la víspera de su muerte, ”con una sobria decisión,sabiendo, como lo sentía y sabía, que la guerra moderna y blindada es el infierno, elinfierno total y ninguna otra cosa, sin nobleza y sin belleza, sino solamente con el temorhumillante”. Pero su destino reconciliaba la oposición de su historia particular y la granHistoria. Mediante su participación en ese combate, elegido de acuerdo al estilo que loreconectaba con las costumbres tradicionales de su raza, despojaba a la Historia de sumasividad. La despojaba haciendo penetrar en ella, por una parte, toda la diversidad de su pasado particular, el de sus costumbres y, por otra, sacra lizándola. Al leerlo, se presiente,más allá del conflicto entre el devenir histórico y las inercias de las singularidades vividas,la huella de una misteriosa unidad. El testimonio de Hugh Dormer es muy importante, porque atestigua sobre la manera de vivir plenamente el presente masivo, conservando a lavez las adhesiones a las diversidades del pasado; salvando a la vez su ser de la ELCOMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 95

 politización del mundo moderno. Pero es también característico de la forma de debate queasumen actualmente los casos de conciencia, aun allí donde subsiste una vida interiorrefractaria a dejarse reducir a la Historia.

Estos pocos ejemplos deben bastar para precisar qué entendemos por testimonio, sin quesea necesario insistir en ello. Digamos tan sólo, para concluir, que el testimonio es simultáneamente, una existencia personal íntimamente ligada a la Historia y un momentode la Historia aprehendido en su relación con una existencia particular. El compromiso enla Historia es tal, que no queda ya autonomía ni idea de autonomía, sino el sentimiento muyagudo de una coincidencia o de una incompatibilidad entre el destino personal y el devenirde la propia época. A esto se debe que el testimonio no sea el frío relato de un observadorque registra los hechos, sino una comunicación, un esfuerzo apasionado por transmitir a losdemás, que contribuyen a la Historia, la propia emoción respecto de ésta. Hace pensar en lanecesidad de confidencia del hombre sacudido por un gran dolor o una gran alegría, oatenaceado por la angustia. Y en esta comunicación a los demás no se trata de unademostración teórica sino de hacer pasar verdaderamente la propia vida a las de los demás,de refractarla en ellas, y no solamente las propias ideas dogmáticas sobre la sociedad o elEstado o Dios, sino la propia manera de ser, tal como se ha formado en el seno de unacultura. Esta es la razón de que el testimonio sea un acto propiamente histórico. Ignora la

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fría objetividad del sabio que calcula y que explica. Se sitúa en el encuentro de una vida particular e interior, irreductible a cualquier término medio, rebelde a toda generalización, yde los impulsos colectivos del mundo social.1948

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LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 97 IV

LA ACTITUD ANTE LA HISTORIA: EN LA EDAD MEDIA

Las ciencias, nacidas en el siglo XIX, recibieron en el momento de su bautismo, apelativos

eruditos: biología, fisiología, entomología..., o nombres tradicionales, pero desviados de susentido primitivo, como la química o la física. Dos términos antiguos han conservado suactualidad en la teoría moderna, y designan el más concreto y el más abstracto de losconocimientos: la Historia y la Matemática. En el caso de la matemática esta permanenciase explica por sí misma. ¿Pero la Historia? Nació verdaderamente en el siglo XIX, con susmétodos, sus principios, y apareció entonces sin ningún parentesco con las ”historias” del

 pasado, que subsistieron solamente como géneros literarios, obras de arte, o como materia prima, como fuente documental. ¡El historiador se sentía más cercano del biólogo que deMézeray! Era un hombre nuevo, y sin embargo retuvo su designación antigua, a pesar delequívoco del que nunca pudo desembarazarse completamente. Es así como actualmente sellama Historia a una ciencia moderna y un género literario venerable. ¿A qué se debe? Aque la preocupación de conservar la memoria de los nombres y de los acontecimientos esun rasgo sumamente importante de nuestra cultura, lo que impide que el nombre se hayadesgastado. Quizás no nos damos cuenta suficientemente de la originalidad de nuestrosentimiento histórico, tal vez por la falta de término de comparación. Pero pensemos en elvasto mundo de la India, que hasta la conquista inglesa desarrolló su cultura fuera de laHistoria. Fue necesaria la llegada de los europeos para que se intentara reconstruir una”historia” india. El europeo del siglo XX no puede admitir un espacio sin historia. Pordoquiera transitó, ha sido creador de Historia. Pero lo que yo querría subrayar aquí son los problemas de cronología entre los que se debaten los especialistas contemporáneos t.rhistoria india. Si nuestras sociedades de Occidente hubieran sido igualmente indiferentes,los historiadores modernos habrían encontrado los mismos obstáculos que los orientalistas.Su ciencia actual es tributaria del enorme acervo de documentos acumulados por lacuriosidad de nuestros antepasados. Curiosidad aberrante, crédula, ingenua..., pero bastaque haya existido, y esta curiosidad, por lo menos llevada a tal grado, no es un rasgo comúnde la especie humana. Podemos interrogarnos sobre su origen. Tema grandioso, que aquínos contentaremos con revisar someramente. Hemos señalado que existen pueblos sinhistoria: antes del descubrimiento de la escritura, toda la prehistoria; después de laescritura, todo el mundo indogangético. Pero hay otra observación que hacer, menosevidente. En el seno de los pueblos con historia, en nuestro Occidente narrador y analístico, pueblos importantes vivieron, si no totalmente carentes de historia, por lo menos muy lejosde la Historia. Tal es el caso de las sociedades rurales hasta mediados del siglo XIX. Vivíanen el folclore, es decir, en la permanencia y en la repetición; permanencia de los mismosmitos, las mismas leyendas, transmitidas sin alteraciones, por lo menos conscientes, através de las generaciones; repeticiones de los mismos ritos, en el curso del ciclo deceremonias anuales. Sin querer prejuzgar sobre la filiación de los temas, hay que admitirque las sociedades con folclore continuaban las sociedades anteriores a la historia: eranindiferentes a los episodios ajenos a sus mitos, y si se veían forzadas a admitirlos, seapresuraban a incorporarlos inmediatamente a su materia legendaria. Rechazaban laHistoria, porque la Historia, para ellas, era el hombre o el acontecimiento, imprevisto,inesperado y que no volvería a aparecer nuevamente. La Historia se oponía entonces a lacostumbre. Es así como el mundo de las costumbres vivió largo tiempo al margen de la

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Historia. La Historia aparece, pues, originariamente, en la medida en que está separada delmito atemporal, como asunto de príncipes y escribas, en el momento en que se constituyenlos Estados por encima de las comunidades rurales reguladas por la costumbre.

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98 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Estos Estados se organizaban alrededor del príncipe, caudillo en la guerra, y del escriba quefija la escritura. La vida de los primeros imperios está hecha de acontecimientosextraordinarios, únicos en su género: batallas ganadas, conquistas hechas al enemigo,

construcción de ciudades, templos y palacios, cosas todas de las que conviene conservar elrecuerdo, porque, acontecidas una sola vez, sin el apoyo de la repetición caerían pronto enel olvido, y porque su recuerdo garantiza el renombre del príncipe y del imperio. Hay queinscribir sobre la piedra inalterable, sobre papiros o sobre tablillas que tal Ramsés, en talario de su reinado y no en otro, atravesó este mar, derrotó este enemigo, hizo estos prisioneros. Y esos hechos excepcionales tendrán que ser conocidos y celebrados porsiempre. Es así como la Historia cumple respecto de las sociedades políticas la mismafunción que el mito respecto de las sociedades rurales: así como el mito se dice, la historiase relata, asegurando mediante la palabra la vida de las cosas. Pero al mito se lo repite, entanto que a la Historia solamente se la recuerda. A partir de aquí se comprende mejor lavocación política de la Historia y por qué la Historia quedó tanto tiempo apegada a lostemas políticos, a los relatos de guerras y de conquistas, desde los primeros relatosfaraónicos hasta el siglo XIX, durante varios milenios. En efecto; hay que preguntarse conasombro por qué fue necesario aguardar al siglo pasado para que la Historia atravesara eltejido de los acontecimientos superficiales y se apegase al hombre en sus costumbres einstituciones cotidianas. Por debajo del Estado y sus ”revoluciones”, en el sentido antiguode la palabra, estaba la espesa estructura de las comunidades familiares, rurales y urbanas.Por debajo de la Historia del Estado, sucesión de acontecimientos extraordinarios y difícilesde recordar, estaba la masa de refranes, cuentos, leyendas, ceremonias rituales. Si se quiere,y para decirlo de manera rápida, por debajo de la Historia estaba el Folclore. Es notablecomprobar que la Historia dejó de ser meraLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA99

mente política para penetrar de manera más profunda en nuestra actividad y en nuestrointerés más o menos para la época en que el Folclore desaparece ante la invasión de lastécnicas. La Historia pasa a ocupar el lugar de la Fábula para convertirse muy exactamenteen el mito del mundo moderno.

En realidad, y esto es muy evidente, la oposición no es tan tajante entre la Historia y laFábula, porque son las mismas personas las que viven ya en la Historia ya en la Fábula.Esto vale para la Edad Media épica, y volveremos a encontrarlo de inmediato. Esto valetambién para la Grecia clásica, fuera de sus aportes nuevos, destinados a caracterizar hastanuestros días a la Historia como género literario: lo novelesco y lo moral. Tomemos comoejemplo el viaje de Herodoto a Egipto. Es un buen ejemplo de la curiosidad del hombre deOccidente, del griego-latino; curiosidad de viajero, siempre despierta, que versa tanto sobrela geografía como sobre la historia, y de la cual el sabio moderno puede espigar muy ricosmateriales. Herodoto es en primer lugar un turista, a veces apurado, que refiere por igual loscuentos de los guías y sus observaciones propias, pero que sabe resaltar, de pasada, lascosas que lo asombran, es decir las que señalan una diferencia entre las maneras de vivirdel país que visita y los hábitos de su raza. Le asombra que en Egipto los hombres orinenarrodillados y las mujeres paradas. Tiene, pues, ese sentimiento exacto de la particularidadque constituye propiamente el sentimiento moderno de la Historia, opuesto a la manera

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narrativa político-literaria que es la de la tradición clásica. Pero sería errar si se sacasendemasiado rápido conclusiones. En Herodoto nos impresiona esta particularidad porque, por una parte, es rara en los textos antiguos y, por la otra, nosotros, los modernos, laescudriñamos lupa en mano; es, por así decirlo, nuestra presa predilecta. Mas de ningunamanera es lo esencial de la obra, ni mucho menos. Basta observar que no está ausente, que

 jamás está ausente. El gusto por la observación y por el

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detalle típico se abre camino aquí y allá, facilitando el trabajo de los historiadoresmodernos, que no siempre cuentan con este recurso en las otras culturas no mediterráneas,donde el texto escrito no les aporta nada, o donde están reducidos a las lecciones

fragmentarias de la arqueología. Es necesario hacer esta reserva antes de mostrar cómo,inmediatamente, el autor antiguo, el autor clásico especialmente, vuelve las espaldas a la particularidad. La abandona en su relato, pero no logra suprimirla por completo. Laabandona. En Herodoto, la particularidad se refugia en el detalle anecdótico y ocasional,cuando no es demasiado importante. No bien llegamos al ser esencial del hombre, la preocupación histórica por la particularidad desaparece. El escritor, por el contrario, seesfuerza por reducir los elementos extraños, por helenizar a Egipto. No sospecha que puedan existir entre los dos tipos de humanidad diferencias fundamentales. Ha observadociertamente las curiosidades, pero no ha visto las diferencias esenciales de cultura, ni en elespacio ni en el tiempo. La religión nilótica pierde su colorido propio y se viste a la maneragriega. Isis y Osiris se confunden con Deméter y Dionisos. Se supone que los sacerdotes deMenfis disertan largamente sobre el rapto de Helena. Los milenios de historia de Egipto secomprimen: no hay diferencia entre Keops y Kefrén, los faraones del Antiguo Imperio y elAmasis del siglo VI. La historia ingresa entonces en la senda clásica de la universalidad yla constancia del tipo humano. Adquiere entonces un valor de entretenimiento y deedificación. Herodoto está todavía muy lejos de la fábula. Es la bisagra entre la Historia y laFábula escrita; la no escrita sigue transmitiéndose oralmente hasta el siglo XIX. Pero seríaun error suponer que Herodoto carece de espíritu crítico. Sabe perfectamente que lo querelata es a veces una tontería: ”Esto me parece increí ble”, pero igualmente lo relata, porquelo que cuenta lo divierte. Por ejemplo, su cuento de las serpientes aladas no es más egipcioque griego: basta que sea maravilloso. La Historia se convierte en un almacén pintoresco deanécdotas novelescas, sin color local, pero entretenidas. LA HISTORIA EN LA EDADMEDIA 101

Anécdotas novelescas, pero también lecciones morales. Entre los diversos períodos de lacronología egipcia, Hero doto no encuentra otras diferencias que las que surgen de la prosperidad que recompensa a los buenos y de la miseria que castiga a los malvados. Lahistoria se convierte en una colección de moralejas. Entonces deja de considerársela comoun despliegue continuo de la existencia. Sólo algunos hechos y algunos héroesexcepcionales emergen de una especie de oscuridad, de la nada, sin indicación de tiempo ylugar. Tales casos excepcionales son extrapolados del tiempo. No son más que el Hombre, porque ilustran una constante de la naturaleza humana: el orgullo en la adversidad, ladesmesura en el éxito, el desastre que acarrean las pasiones, etcétera, y la Historia se vuelveafín a los géneros literarios clásicos. O bien los casos son el pretexto para una moraleja máschata, y, como sucede frecuentemente en Herodoto, la Historia se desliza hacia el cuento, ynos encontramos otra vez en el plano de lo novelesco. A pesar de todo esto, si la historiasubsiste no obstante esta doble tentación de lo moral y de lo novelesco, ello se debe a que, a pesar de la preocupación peculiar del humanismo universal, persiste un gusto por laobservación en el presente y a través del pasado, gusto que es más familiar al Mediterráneoclásico que a las culturas de la India.

Si san Agustín, junto con san Jerónimo, ha sido uno de los maestros más escuchados y más

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 populares de la Edad Media, desde el siglo XI al XIV, ello fue gracias a La ciudad de Dios;existen más de 500 manuscritos en las bibliotecas de Europa y fue uno de los primeroslibros impresos. No cabe duda de que esta obra inspiró el pensamiento y la sensibilidadmedievales. Y sucede que La ciudad es una filosofía de la Historia, la primera que seconcibió y escribió. La observación tiene una gran importancia: la Edad Media se inaugura

con un intento de interpretar la evolución de la humanidad en su conjunto, y seguirásiempre marcada por esta visión histórica del mundo, desconocida para la Ciudad Antigua.Pero, si La ciudad de Dios constituye indudablemente

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una fecha capital en la historia de la Historia, y en la historia de las filosofías de la Historia¿será porque anuncia la oposición ya manifiesta de la Cristiandad medieval y delPaganismo romano? Una observación superficial inclinaría a admitir un cristianismo ya

situado en la Historia y una Antigüedad que en bloque está ya fuera de la Historia. Laliteratura histórica griega retorna temas de amplificación poética, de demostración política,de edificación moral. No conoció el sentimiento de la Duración: nada más evidente que laindiferencia de Herodoto respecto de la inmensidad de la cronología egipcia. San Agustín,en cambio, abraza la totalidad del devenir humano para explicarlo mediante algunasconcepciones filosóficas generales acerca de la acción de Dios sobre el mundo por mediode su Providencia. De san Agustín a Bossuet la distancia no es larga. Y sin embargo, elsentimiento histórico de san Agustín, por nuevo y revolucionario que parezca comparadocon el pensamiento antiguo, hunde todavía sus raíces en la tradición de Roma. No es, enefecto, una casualidad que el primer ensayo de filosofía de la historia viera la luz acomienzos del siglo V, en el mundo latino espantado por la noticia del saqueo de Roma porAlarico. No es seguro que en ese momento, aun el paganismo tradicional  —  por lo menos el paganismo de tradición romana —  no haya sido despertado para el sentido de la Historia, talcomo san Agustín lo concibe. El gran interés que La ciudad de Dios tiene para nosotrosconsiste en que permite comparar dos Historias, la una vuelta hacia el Pasado  — el mitoromano — ; la otra, hacia el Porvenir — la revelación de Dios en el mundo — . Las doshistorias son, por cierto, diferentes, pero se oponen menos de lo que san Agustín nos quierehacer creer, en la medida en que ambas son una Historia. Si  La ciudad de Dios es la primera de las filosofías providencialistas de la Historia, es también una de las últimasespeculaciones sobre la perduración de Roma y de su Imperio. Que Roma tuvo siempre la preocupación por su perduraLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 103

ción, con una inquietud y una insistencia desconocida para las ciudades griegas, losabemos, en particular gracias al librito de Jean Hubeaux  Los grandes mitos de Roma. Dehecho, según este autor, hay un único mito central, que inspira a todos los demás: laduración de Roma. En su libro, Jean Hubeaux sigue las distintas respuestas que losromanos, en el transcurso de su historia, desde Ennio, desde los primeros analistas, hastasan Agustín, dieron a esta temible pregunta: ¿Cuánto tiempo han concedido los dioses aRoma? ¿En qué momento de este tiempo tan exactamente medido nos encontramos? Segúnlas épocas, se vacilaba entre una cronología breve, que contaba por arios de arios; unacronología intermedia, por años de siglos, y una cronología larga, que en Cicerón llegabahasta el ario astronómico. Sin embargo, las interpretaciones más optimistas, como la delos poetas oficiales de Augusto, no llegaban a descartar por completo la amenaza de un finde Roma, no por efecto de esa decadencia metafísica que en el ciclo de los moralistasgriegos seguía siempre a los períodos afortunados, sino el fin que un cálculo cronológico puede determinar, el fin anunciado de la historia romana. Resulta curioso comprobar que elmismo Augusto, que hacía prometer a los Eneidas por boca de la Sibila un imperium sine fine, ordenó secuestrar 2000 ejemplares de una especie de literatura clandestina, sin duda de procedencia judía, que especulaba con el fin de Roma. Tres siglos después, en época de sanAgustín, el general que defendía a Roma amenazada por Alarico, repetía el mismo gesto, pero con la diferencia de que esta vez no actuaba contra una literatura clandestina: Estilicónhizo quemar los libros sibilinos oficiales, que se conservaban en el Capitolio desde la época

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republicana, por temor de que se los interpretara en el sentido de que había llegado el finde Roma, puesto que ésta se aproximaba a la edad crítica de1200 arios, es decir, a su primer ario de siglos. El saqueo de Roma por Alarico vino aexacerbar esta inquietud milenaria. La ciudad de Dios fue escrita por san Agustín paradefender al cristianismo de la acusación de ser el instrumento del fin de Roma, y también

 para descalificar la idea de que el fin de Roma sería también el fin

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del mundo, y consiguientemente el fin de la Iglesia de Cristo. Por lo demás, los cristianossentían la tentación de aplicar a la propia historia el cómputo habitual de la historiaromana, basado en la aparición a Rómulo de 12 buitres, los cuales anunciaban cada uno la

duración de un ario, concedida a Roma. ¿Pero qué ario? San Agustín denuncia unacreencia, difundida por los círculos paganos vinculados con Juliano el Apóstata, según lacual san Pedro habría apelado a ciertas prácticas mágicas para hacer adorar el nombre deCristo durante 367 arios, transcurridos los cuales, el culto cesaría abruptamente. Elcristianismo duraría un año de arios, duración crítica que Roma alcanzó una primera vezcon Camilo, el segundo Rómulo; una segunda vez con Augusto, el tercer Rómulo, quiencelebró los Juegos Seculares que conmemoraban la renovatio mágica de la edad de Roma.Es curioso que a la Iglesia se le concediera la duración que la cronología corta otorgaba aRoma. Pero esta opinión extraña tenía sus partidarios. San Agustín tiene que esforzarse para demostrar que los 365 arios han pasado, que la Iglesia vive siempre, inclusoincrementada por el número de los vacilantes que, dice, ”habían sido retenidos por el temorde ver cumplirse esta supuesta predicción, pero se decidieron a abrazar la fe cristianacuando vieron que el número 365 había quedado atrás”. La importancia y la pervivencia deestas especulaciones cronológicas no son solamente sugerentes. Suponen una concienciamuy viva de una historia romana que tenía un comienzo, continuaba sin hiatos y tenía unfin que era necesario establecer, porque era muy importante para todos. Se habla del fin de Roma de la misma manra como se hablará más tarde del fin del mundo. Es imposiblehablar de la misma manera sobre el fin de Atenas, de Esparta o de Corinto, y con mayorrazón, del fin de Grecia. Esta observación me parece esencial sobre las actitudes frente altiempo. Tiende a situar la articulación del mundo moderno (considerado como histórico) yel mundo más antiguo (ajeno a la Historia) no entre Roma y la Edad Media, sino entreRoma y Grecia, incluida la helenística. En La ciudad de Dios san Agustín habla comocristiano inspirado por la LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 105

Biblia, pero también como romano, habituado a vivir en un tiempo continuo, amenazado por la catástrofe final. Para ser más exactos, habría que profundizar el análisis. No es éste ellugar. Contentémonos con completar esta comparación entre el fin de Roma y el fin delMundo, mediante la oposición entre las sensibilidades religiosas de los cristianos deOccidente y de Oriente. Dos observaciones solamente. La primera es la tendenciaoccidental a anexar la Roma Antigua a la tradición cristiana: las predicciones de la Sibila, el papel de Virgilio en la Divina comedia. En Constantinopla, en cambio, y a pesar de la altacultura humanística del clero, los mitos griegos no penetran en la ortodoxia. Más aun, porinfluencia del monaquismo, ésta es conquistada poco a poco por un rigorismo ascético queacentúa la oposición entre Dios y el mundo. La ortodoxia está independizada de los mitosgriegos u orientales que la’ habían precedido en una medida mucho mayor de lo que está elcatolicismo respecto de las supervivencias antiguas Segunda observación. Es un errorhablar de la inmovilidad de la ortodoxia. Esta tiene una vida complicada y variada. Sinembargo, aunque no sea exacto hablar de inmovilidad, lo que se siente confusamente y setrata de expresar con este término es que la palabra Historia no tiene la misma densidad enla ortodoxia y en el catolicismo. La ortodoxia tiene una historia, una historia empírica, queno ostenta para ella un valor esencial. Por el contrario, la Historia es un elementofundamental de la espiritualidad de la Iglesia romana. En la inmensa literatura patrística,

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aunque existen voluminosos tratados de Historia escritos en griego, la primera filosofía dela Historia se debe a un latino, san Agustín. El catolicismo y la ortodoxia, pues, hanseguido dos caminos diferentes, y lo que los separó fue sobre todo la historicidad, laconcepción de una Iglesia que prolonga en la Historia la obra de Cristo. ¿Es posible noceder a la tentación de retrotraer esta diferencia de sensibilidad ante el tiempo a la

oposición en lo que respecta a la Historia entre Roma y el helenismo?

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De todas maneras sigue siendo verdad que la Antigüedad clásica no experimentó la preocupación existencial respecto de la Historia. No vive en una historia continua que vayadesde los orígenes hasta los días del Presente. Segmenta en la duración zonas privilegiadas

cuyo conocimiento es útil: los mitos sagrados de los orígenes o bien los episodios que se prestan a la amplificación moral y a la controversia política sobre la mejor forma degobierno. Fuera de esas zonas privilegiadas y discontinuas se extiende una noche abstracta,como si nada hubiera sucedido en el intervalo, o solamente cosas sin importancia. LaAntigüedad clásica, salvo en Roma, en la medida limitada en que escapaba a la influenciahelenística, no experimentó la necesidad de continuidad que une el hombre presente a lac-dena del tiempo, a partir del origen. La idea de una dependencia estrecha entre el hombrey la Historia constituye precisamente el aporte del cristianismo Siempre se podía si alguiense tomaba el trabajo, reencontrar las verdades cristianas antes del cristianismo, en lasabiduría antigua. Pero no se había conocido todavía ese desarrollo histórico de lo sagradoen la duración que se extiende desde los orígenes (que por otra parte habían permanecidoen el estado de mitos aislados, destemporalizados) hasta el nacimiento de Cristo; un díadel reinado de César Augusto, en el que Herodes era tetrarca de Galilea. Y la vida de Cristose convirtió, bajo la plena luz de la Historia, en el acontecimiento central del ordensobrenatural cristiano: la Redención y el advenimiento de una nueva humanidadregenerada, en la cual la Iglesia mantiene la presencia del Espíritu. Cada momento de lavida cristiana se conecta con esta grandiosa historia. Nada más curioso que el esfuerzo delos historiadores modernistas y criticistas por encontrar bajo las apariencias del cristianismo primitivo las huellas de mitos más antiguos: en cada caso concreto tienen que despojar alsigno cristiano de su carácter histórico. El cristianismo puede estar hecho de mitos, peroentonces se trata de mitos históricos. La historicidad dominaba todavía más, durante laépoca del Medioevo, en el cristianismo latino. Se atenuó un LA HISTORIA EN LA EDADMEDIA 107

ipoco posteriormente, en provecho de un dogmatismo y de un moralismo. Esta evoluciónhacia el moralismo se produjo en dos etapas principales: la primera, mediante el tomismodel siglo XIII; la otra, mucho más importante, con el Concilio de Trento. Todavía hoy, lossermones de los predicadores mediocres nos presentan con demasiada frecuencia, con sustemas retrasados, la figura de la devoción burguesa de fines del siglo XIX: un dogma, unamoral, determinadas prácticas. Los sacerdotes demócratas les suman los análisis socialesmás atrevidos. Casi nunca está en juego una historia. La Historia se tomó una revanchadiabólica comprometiendo a la democracia cristiana en una carrera loca tras el tiempo perdido, y esta vez, perdido por completo. La democracia cristiana cree reencontrar laHistoria bajo las apariencias abusivas del Progreso. Pero, en la Edad Media, la teologíacatequística no había oscurecido todavía, a los ojos de las masas de los fieles, esta perspectiva histórica de la acción de Dios y de su Iglesia, mantenida a todo lo largo de laduración. El gusto por la interpretación simbólica tendía más bien a doblar la historia de losacontecimientos naturales mediante una historia de los signos místicos sobreentendidos.Esta perspectiva histórico-teológica sigue siempre viviente, pero, olvidada por los fieles,hay que reconstruirla descifrando, con la ayuda de los arqueólogos, las figuras de piedra yde vidrio de nuestras iglesias de los siglos XII al XIV. En ellas reencontramos, conemoción, la maravillosa historia del Mundo que impregnaba entonces a los cristianos. Su

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catecismo iconográfico unía sus vidas presentes con la cadena de los tiempos: una serie sinhiatos retrotraía desde el último obispo, desde el santo cuyas reliquias se veneraban, hastael primer hombre, pasando por los actos de la Iglesia y de los dos Testamentos desplegadossobre los muros y los vitrales. Porque — y ésta es la lección de la iconografía gótica —  laHistoria sagrada no se detiene ni en Pentecostés ni en los primeros apóstoles, sino que esta

historia, que prosigue sin interrupción desde la creación del mundo, es relevada por laHistoria, siempre abierta, de la Iglesia. Los obispos, los apóstoles, los patriarcas: esta fi-

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liación se repite sin cesar en los temas iconográficos, como también la correspondencia deCristo con el primer Adán, de la Iglesia con la Sinagoga. Los vitrales de la catedral deReims representan a los apóstoles portando sobre sus hombros a los patriarcas, mientras

que por encima, o a los lados, se suceden los obispos con sus iglesias, los reyes con laespada y la corona. En los muros de las iglesias intuimos la piedad medieval mejor que enuna teología erudita; o también mejor que en una pintura popular, pero consagrada a prácticas demasiado locales. Ahora bien; esta piedad es ante todo el respeto devoto de unahistoria. A lo sobrenatural histórico, a los mitos estacionales de un paganismo agrario, la piedad cristiana agrega un sentido sagrado de la Historia: in illo tempore. Toda la vidamedieval se basaba sobre el precedente histórico, el recuerdo del pasado: sólo vale lo queya tuvo lugar alguna vez; una infracción a los usos antiguos es una novedad peligrosa. Ninguna sociedad ligó jamás hasta tal punto su condición presente a la idea que se hacía desu pasado. Y sin embargo, este mundo vuelto hacia atrás de tal manera no conoció unahistoria literaria como la de Tucídides o la de Tácito, como este helenismo, donde la vidacotidiana no tenía raíces históricas tan poderosas. Chocamos otra vez con la ambigüedad dela palabra ”historia”, que designa a la vez un conocimiento positivo y un sentimientoexistencial del Pasado. Conocimiento positivo: tal es el caso de los historiadores moralistasde la Antigüedad y el de los historiadores científicos de fines de los siglos XIX y XX.Aunque su reconstrucción científica sea todo lo exacta que les permiten sus instrumentostécnicos, carece del ”aire de la época”. Sentimiento existencial del pasado: es el caso de la

Edad Media, que asignaba una importancia vital al recuerdo, aunque lo deformarainmediatamente. Pero es también el caso, en la actualidad, de las pequeñas comunidadeselementales, cuando se las aprehende antes de su inserción en una estructura más complejay más abstracta. Estas comunidades se colocan por sí mismas en el tiempo, en un tiempoinmediatamente deformado. Podemos experimentar este LA HISTORIA EN LA EDADMEDIA 109

sentimiento en nuestras familias, en la conciencia que tienen de su propia historia. Existe laGenealogía, que tiene un elemento de saber positivo. Pero es un documento cuasi científico,que entra en juego solamente en los momentos, muy espaciados, en que se lo consulta.Junto a la Genealogía está la tradición transmitida oralmente, a migajas, por los viejos a los jóvenes, de los mayores a los menores, desordenadamente, en función de las circunstancias,de las asociaciones de ideas, de los recuerdos suscitados. Es un acervo de anécdotas, deretratos, de relatos, fechados vagamente por generaciones o por referencia a algún granacontecimiento histórico, como la Revolución de 1870. Pero este acervo no es, a pesar deello, incoherente: aunque nunca esté concentrado en un todo, tiene una unidad profunda,constituida por el presente vivido. Porque esta Historia familiar no se distingue de laexistencia familiar. Ninguno de los miembros de la familia toma conciencia de ella encuanto historia, en el sentido en que se dice que hay una Historia de Francia. A ello se debeque sea tan poco frecuente el intento de redactarla. En cambio, forma parte del tejido de lavida familiar. No hay vida familiar sin este deslizamiento dej cada instante hacia elrecuerdo. Pero esta piedad respecto del Pasado nunca es una reconstitución objetiva. Pormás de cerca que se descienda, la memoria es siempre legendaria, y personas excelentes,conocidas por su buena fe, son las primeras en forjar, sin advertirlo, pequeños fraudeshistóricos que acomodan los hechos según el espíritu de la leyenda. No de otra manera

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actuaban los venerables falsificadores que fueron autores de la Donación de Constantino ode las falsas Decretales. En efecto; la manera como cada familia construyeespontáneamente su historia (tal como lo podemos experimentar actualmente) es un modode memoria colectiva muy cercano de la noción medieval del Tiempo; retiene a la vez suemoción, imprecisión, ilusión. Sin duda, la referencia a un pasado legendario existió

siempre en las familias organizadas. Pero era entonces un origen mítico, más que unatradición continua, un antaño desplazado hacia atrás, más que un ayer o un anteayer.

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Hay que admitirlo: la Edad Media trajo una manera nueva de vivir el Tiempo, que sedesgastó luego en las estructuras sociales más complejas, pero subsistió como unacondición de la existencia familiar. Tradición, costumbre, uso... expresiones vagas y

ambiguas debido a los sentidos jurídicos o dogmáticos que se les añadieron después, peroque producen un sonido muy particular, imposible de escuchar antes de la Edad Media.

Detengámonos, pues, un momento para examinar en qué se convirtió entonces, en la EdadMedia, la Historia, toma(d se a esta vez en sentido restringido. Más exactamente aun, preguntémonos cómo llegó a concebir lo que luego se convertiría en Historia de Francia.Esto significa estudiar los orígenes de la estructura tradicional por reinados, que fue laclásica hasta el fin del siglo XIX. La ciencia contemporánea tuvo mucha dificultad paraarrancar como una mala hierba esta segmentación, tan familiar que la terminología de losestilos de arte también la mantuvo. En Historia, la distinción de los períodos cronológicostiene una gran importancia, no sólo de métodos sino también espiritual, filosófica.Mediante ella se caracteriza volens nolens una actitud ante el tiempo. Los nuevos marcos,más amplios y generales, de la historiografía contemporánea atestiguan una visión delmundo, tanto como un determinado estado de los conocimientos. De ahí que sea útilretornar a la estructura por reinados y a su origen en la Edad Media. Ni el helenismo nisiquiera la latinidad tuvieron idea de una historia universal que abarcara en un conjuntoúnico todos los tiempos y todos los espacios. Al entrar en contacto con la tradición judía, elmundo romano, cristianizado, descubrió que el género humano tenía una historia solidaria,una historia universal: momento decisivo, en el que hay que reconocer el origen del sentidomoderno de la Historia; se sitúa en el siglo III de nuestra era. Los libros sagrados del judaísmo y del cristianismo no eran solamente oráculos o mandamientos, ni tampocomandamientos o relatos míticos, mucho menos todavía meditaciones metafísicas. Eran- ,3- zikT OL c4::;N Os ( (k.- i-  LIJ-.4

”. BIBLIOTECA LA HISTORIA EN LA EDAD MED 111 ....”1.- / Có110:14;” ”11) FI dç li” ante todo libros de Historia. Funcionaliz,aban ro de sucesoscronológicos; unos míticos, otros ralhiStóricos, pero cargados todos de sentido sagrado. Ninguna otra religión, de Occidente o de Oriente, se definía, por comparación con estostextos esenciales, como una Historia. r--- La interpretación patrística del AntiguoTestamento subrayó más aun este aspecto al buscar en los anales del pueblo judío lossignos de la venida de Cristo y de la misión de la Iglesia: Dios no se reveló en un solomomento y de manera completa. Se comunicó a sí mismo poco a poco en el Tiempo, que pasa a ser un elemento esencial de la Revelación. Junto con la Biblia, este modo de pensamiento religioso se imponía al mundo mediterráneo, a pesar de su novedadrevolucionaria. El pasado dejaba de ser objeto de una simple curiosidad. Losacontecimientos se convertían en medios empleados por Dios para manifestarse al Hombre.Pero los cristianos humanistas no podían reconocer el valor religioso de la Historia sinampliarlo más allá de Israel, a la propia tradición clásica, a todo el pasado de Roma y delHelenismo. De esta manera fueron llevados a retomar todas las historias particulares parareunirlas en una Historia unitaria y continua. Nos cuesta comprender actualmente lagrandiosidad y peligrosidad de este intento. Las dificultades dependían, a la vez, de la

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originalidad del proyecto y de la imprecisión de las cronologías. Jamás se había concebidoantes la Historia como una, y la cuantiosa documentación se dispersaba en datosfragmentarios, que desafiaban no solamente la síntesis sino también la más sumariayuxtaposición cronológica. ¿Cómo unir estos textos careciendo de un sistema común dedatos? Estaba, por una

 parte, la era de la fundación de Roma; por otra, la referencia a las Olimpíadas, los arios delos consulados o los arcontados, las listas de los reyes de Asiria, de Egipto, de Babilonia.Todo presentaba una complicación aterradora, nadie había intentado antes introducir unorden, porque nadie había tenido jamás la idea de un parentesco profundo entre todas estashistorias particulares. rLas historias universales del siglo III, son, pues, cronologíassincronizadas. Testimonian una conmovedora necesi

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dad de sincronizar cronologías fragmentarias, con el fin de establecer concordancias entrecada una de ellas y la Historia Sagrada relatada por la Biblia. Al recorrer estas tablas deconcordancias entre Israel a partir de Abraham, Asiria, Egipto, Israel o las Olimpíadas, los

reinados de los reyes de Macedonia y la cronología romana.., uno siente la preocupación por hacer revivir el mundo entero al ritmo de la Revelación divina: una especie deapostolado regresivo que evangeliza la Historia hacia atrás. Numerosos textos, de los siglosIV y V, prueban la persistencia y la fuerza de este esfuerzo de sincronismo entre la Biblia yel pasado de los gentiles. En primer lugar, la Crónica de Eusebio de Cesarea, quien resumeen griego la historia del mundo desde la creación hasta el ario 324 de nuestra era, traducidaal latín por san Jerónimo y continuada hasta la 290A Olimpíada, el ario 381 después deCristo, el ario decimotercero de Valentiniano y Valente. Pero la obra de Eusebio de Cesareay de san Jerónimo no está aislada. Mommsen publicó en los Monumenta Germaniae Historica breves documentos que testimonian la misma preocupación: fastos consulares,en los que se hace corresponder los arios de la fundación de Roma, nombres de cónsules ydatos tomados de la historia cristiana (el ario 754 de Roma, primer ario de la Encarnación),listas de papas con sus fechas. A continuación del catálogo de los prefectos de la ciudad seencuentran las Depositiones episcoporum romanorum; los nombres de los signos delzodíaco con sus atributos, sus días fastos, preceden el calendario de las fiestas de la Iglesiaromana: el VIII de las Calendas de enero, natus Christus in Bethleem. En este revoltijo dealmanaque, entre los nombres de los emperadores, indicaciones abreviadas sobre las provincias, los barrios de Roma y sus monumentos dignos de visitar, pesas y medidas, seencuentra un cursus paschalis, fragmentos de historia universal, una especie dememorandos de cronologías: desde Adán, el primer hombre, hasta el diluvio que llegó con Noé, se cuentan tantos arios. Desde el diluvio hasta Nino, primer rey asirio, 898 arios. Elcompilador establece luego listas de los reyes de Asiria, del Lacio, remitiéndosecuidadosamente a san Jerónimo, que es la LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA113

autoridad. Prosigue con los reyes de Roma, con los cónsules, reemplazando esta vez a sanJerónimo por Tito Livio. Cuenta desde ab urbe condita hasta el 753, y luego, desde Cristohasta el 519, fecha en que se detiene. Otro autor de memorandos, de  Epitome (Epitomachronicon) escribe: Romulus regnavit anno XXXVIII. Ejusdern autem regni achaz...Siempre esta necesidad de sincronismo, de sincronismo y de universalidad, como loatestigua este título ’magnífico — siempre entre los documentos de Mommsen — : Liber generationis mundi. /La Alta Edad Media no conoció casi otra Historia que no fuera estaliteratura de correspondencia cronológica. Los cronistas no creyeron, durante muchotiempo, que tuvieran otra cosa que hacer sino continuar a san Jerónimo. Para ellos no existehistoria particular, lo cual es exactamente lo contrario de la concepción antigua. Seconsideran solamente compendiadores y continuadores. Tomemos el ejemplo de Gregoriode Tours, quien escribía al fin del siglo VI para que, en un tiempo donde ”se perdía elgusto por las bellas letras, el recuerdo del pasado llegara a conocimiento de lasgeneraciones futuras”. Uno supondr ía que habría de limitarse a referir los hechos de loscuales fue testigo ocular o de los que ha oído hablar en su entorno, los hechos que no hansido reproducidos en otros autores; no es así, consagra todo su primer libro a hacer unresumen de san Jerónimo, desde la creación de Adán y Eva hasta la cautividad de

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tiene san Jerónimo, la continuación fue escrita por el presbítero Orosio”. Y termina sacando

la cuenta de los arios. ”Aquí termina el primer libro. Abarca un período de5546 años, que comienza con la creación del mundo y termina a la muerte de san Martín”.

Observemos, al pasar, que si se rehace la cuenta de acuerdo con Gregorio de Toursempleando sus propias cifras, se comprueba que se equivocó casi en 1000 años de más.Todavía en el siglo XII el historiador normando Orderico Vital, que escribe hacia 1140,comienza su Historia ecclesiastica con un resumen de san Jerónimo y Orosio, y añade entresus fuentes a la Biblia, Trogo Pompeyo, Beda el Venerable y Paulo Diácono: ”Sus escritoshacen nuestras delicias”. En primer término, la Historia sagrada hasta Pentecostés; luego laHistoria romana desde Tiberio hasta Zenón. La encadena luego con la de los emperadores bizantinos y los Merovingios. Se podrían aducir muchos otros ejemplos de ese sentimientode la inexistencia de historias aisladas, de que uno se encuentra siempre en la continuidadde los tiempos. Sin embargo, esta sensibilidad para la Historia no ha suscitado un estado deespíritu propiamente histórico. Y ello por dos razones, que han sido muy bien definidas porMarc Bloch en su Sociedad feudal. La primera es el exceso mismo de la solidaridad entre elantaño y el ahora. Para retomar su vigorosa expresión: ”La solidaridad entre el antaño y elhoy, concebida con demasiada fuerza, enmascaraba los contrastes y descartaba hasta lanecesidad de percibirlos”. De aquí resulta una especie de comprensión de la Historia. Elhombre del siglo XIII se imaginaba a Carlomagno, Constantino, Alejandro con el aire y la psicología del caballero de la propia época. El escultor, el pintor de vitrales o de tapiceríasno tienen la idea de diferenciar las vestimentas: la Visitación del portal occidental de Reimsmuestra que, dado el caso, los artistas sabían reconstituir las figuras y las vestidurasantiguas. Los artistas encontraban certeramente el medio para particularizar a sus personajes cuando lo querían. Por ejemplo, distinguían el Cristo y los Apóstolesimponiéndoles un

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atuendo convencional, derivado por otra parte, según parece, del vestuario antiguo. Si no particularizaban más, era porque no sentían la necesidad de hacerlo. Sienten más lasolidaridad de los tiempos que sus diferencias: es su manera de plantarse frente a la

Historia. Nos interesa tanto más cuanto que está en oposición con la actualmente predominante. El imperio actual de la diversidad histórica, conviene señalarlo, no deja desuscitar reacciones instintivas y sugerentes, como el rechazo del color local en la pinturareligiosa de Maurice Denis y la decisión estilística de representar las escenas evangélicasmediante personajes vestidos con trajes modernos. Tal es la primera consecuencia de laherencia de San Jerónimo, decididamente recogida y cultivada por la Edad Media: lasolidaridad de las edades, sentida con una intensidad antes desconocida. Desde este puntode vista, se trata de un descubrimiento muy importante, por más que haya sido estéril en elcampo de la historiografía. La segunda consecuencia, por el contrario, es menos fecunda.La concepción patrística de la Historia universal, tanto si adopta una forma cronológica,con san Jerónimo, como si reviste un carácter filosófico, con san Agustín, desemboca enuna exégesis providencialista. Los sucesos y su desarrollo interesan menos en sí mismosque en cuanto signos místicos, en cuanto tienen una significación moral dentro del plan delgobierno divino. De gubernatione Dei es el título del tratado de Salviano, hacia el 450.Hemos hablado ya de la importancia de La ciudad de Dios, de san Agustín, en la economíahistórica de Occidente hasta Bossuet, hasta los apologetas del comienzo del siglo XIX,como Dom Guéranger. La Historia, que es una, tiene también un sentido, un sentidoteológico, que aparece con particular claridad en el caso de la Historia Sagrada pero es másdifícil de aislar cuando se trata de acontecimientos tomados de fuentes no inspiradas Qperono es acaso la Historia siempre inspirada?), y también un sentido moral. Al historiador lecorresponde encontrar, por debajo de las apariencias, la lección que el acontecimientocontiene, situándolo dentro de la economía del mundo. Porque parecería que Dios haotorgado a

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su último editor, L. Halphen, ha demostrado que Eginardo recortó la Vida de Augusto deSuetonio y la transpuso torpemente, en vez de relatar con sencillez lo que había visto.Subsiste, de todas maneras, el hecho de que la Edad Media tuvo, en su origen, el sentido de

la Historia universal y de la solidaridad de las Edades dentro de un mundo ordenado porDios. De allí era preciso partir para seguir la cur va de su actitud ante el Tiempo.

Segundo concepto importante: la fecha de la festividad de la Pascua, última supervivenciadel calendario en el gran desastre de los valores positivos de la cultura, entre los siglos VI yVIII. La mayoría de las veces, la noción de decadencia no resiste el análisis histórico.Observándola de cerca, da la impresión de ser una falsa ventana, introducida para asegurarla simetría necesaria para la arquitectura de la historia clásica. Los clásicos consideraban elcurso del tiempo como una sucesión de ”grandezas” y ”decadencias”. Todavía hoy noscuesta mucho liberarnos de esta manera de ver, fuente de errores y contrasentidos. Unaépoca llamada de decadencia es una época en la cual la Historia se acelera, según la frasede D. Halévy, en la que se multiplican los signos del pasaje de una cultura a otra, donde laoposición de ambas estructuras se hace patente. Se bautiza también\ de época de decadencialos momentos en que las sociedades se apartan de los cánones clásicos definidos por elhelenismo... o por la idea que alguien se hace del helenismo.’ Habr ía que desterrar de laterminología esta designación. Existe, sin embargo, un período, y uno solo, en las edadeshistóricas en el cual esta vaga noción de decadencia encuentra un significado concreto, ymuy dramático: los dos o tres siglos de la Alta Edad Media, entre la invasión de los bárbaros y el renacimiento carolingio. En ese momento se tiene la sensación de que todo vaa desaparecer, el tesoro de siglos e incluso de milenios. Valéry hacía notar que las culturasson mortales. Pero otras nacen de sus ruinas, de su carne. Nunca ha existido un hiato total,un agujero negro en

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el cual ya no se sabe recordar, escribir, transmitir. Nunca, salvo quizás en la Alta EdadMedia, donde estuvo a punto de desaparecer — que es lo que interesa a nuestro tema —  hasta el cálculo del tiempo. ¿Puede acaso sobrevivir la idea de la Historia cuando se ha

 perdido el sentido de una segmentación del tiempo, sea ésta cual fuere? Es notable queEusebio de Cesarea y san Jerónimo, dentro de su vasto esquema de la historia universal,hayan querido primeramente contar. La cuenta podía resultar errada, pero había la intenciónde realizarla, y ella era suficiente para proporcionar al espíritu esta dimensión hacia atrás,esa profundidad que no existe más cuando falta el punto de referencia cronológico. Eso eslo que sucedió a los negros africanos excepto cuando el Islam introdujo la preocupación porla cronología y un sistema de datación, la era de la Hégira. Entonces no se trata de unexceso de solidaridad de las edades en la cual se atenúan los elementos de diferenciación,sino que el Pasado se evapora, desaparece de la conciencia de los hombres y se reabsorbeen un folclore destemporalizado, como sucede — en mi opinión —  en el caso de todos losfolclores. La Alta Edad Media no llegó a ese límite. En medio de la confusión general supo preservar el cálculo del tiempo porque la necesidad litúrgica de fijar con exactitud la fechade la Pascua mantuvo las técnicas de compatibilidad astronómica, que de lo contrariohubieran desaparecido. Era de importancia capital el que la Pascua se celebrara en elmomento justo, porque de lo contrario el ciclo litúrgico se desarticulaba, y no cabe duda deque en ese momento de la historia de la Iglesia la liturgia, muy cercana aún a los orígenesvivientes, era la forma principal de la devoción religiosa; hasta se sumaba a ella unformalismo que parecería supersticioso a los espíritus modernos. La importancia asignada ala liturgia, a su sentido (era entonces el único catecismo), explica el interés que presentabala fijación de la fecha de la Pascua, fuente de controversias muy vivas. Los contemporáneos pensaban que la religión resultaba comprometida si se producía un error en esta fechaesencial. LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 119

Ahora bien: la correspondencia entre la Pascua, fiesta de origen judío, determinada por elcalendario lunar que los judíos empleaban, y el calendario juliano utilizado en Occidente, presentaba dificultades reales. Era necesario recurrir cada vez a especialistas o, parasolucionar el problema de una vez por todas, conservar tablas de concordancia compuestasde antemano para muchos siglos. Cada página de la tabla encerraba nueve arios, de maneraque después de28 páginas se daba la coincidencia entre el ciclo lunar hebraico y el ciclo solar romano. Lascomunidades religiosas, especialmente las abadías, poseían estas tablas pascuales,indispensables para el desarrollo de una vida litúrgica regular y, por ende, para toda la vidareligiosa. Estas tablas pascuales salvaron del desastre de los valores de la cultura la nociónde tiempo. Porque las abadías, contrariamente a la opinión común, no escaparon, por lomenos en Galia, al olvido que consumía la herencia del Pasado. La reforma de la escritura, bajo Carlomagno, estuvo inspirada por el temor de que la mala grafía de los copistas y suignorancia del latín impidiesen la transmisión fiel de los textos sagrados: dejaría de existircerteza sobre su autenticidad. El mismo problema fundamental que en el cálculo delTiempo. Sin una regularidad en la fecha de la Pascua, sin una Biblia auténtica, todo sehundía en la nada, Dios abandonaba el mundo. En las sociedades de los siglos VII y VIIIlas tablas de Pascuas desempeñaron un papel análogo al de los fastos consulares en Roma.Los arios de los reinados de los reyes bárbaros habrían podido continuar los de los

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emperadores romanos, que con frecuencia se confundían con los consulados. Pero bastarecorrer Gregorio de Tours o el pseudo-Fredegario y sus primeros continuadores para darsecuenta de la imposibilidad práctica de tal compatibilidad: ”El tercer ario del reyChildeberto, que era el decimosé ptimo de Chilperico y de Gontran...” El pseudo-Fredegariocuenta los arios de Childeberto a partir de su llegada a Borgoña, sin tomar en cuenta su

reinado en Austrasia: ”El cuarto ario de Childeberto en Borgoña...” El cronista seencuentra, pues, en Borgoña. En cam-

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 bio, cuando su continuador se traslada a Austrasia, descuida la cronología borgoñona paraseguir la de Austrasia. Después de la muerte de Dagoberto, cuenta por los arios del reinadode Sigeberto, rey de Austrasia, en tanto que su hermano Clovis reina sobre Neustria y

Borgoña. Estas cronologías se vuelven demasiado confusas y demasiado complicadas paralos espíritus rebeldes a las abstracciones de las cifras, para hombres que, literalmente, nosaben contar. Por eso renuncian a adoptar un sistema preciso de arios de reinado, aundespués que la situación política se clarifica con el advenimiento de Pipino el Breve. La parte del pseudoFredegario consagrada a Pipino sitúa esos acontecimientos en el tiempo sinrigor y con intermitencias. No cuenta ya por arios de reyes. En este punto, hasta hay unretroceso respecto de Gregorio de Tours. Dice ”el ario siguiente” o bien ”en el mismo

tiempo” o ”mientras esto sucedía”. A veces introduce una precisión: ”El año siguiente, esdecir, el onceno de su reinado”, y retorna a continuación el procedimiento anterior: ”el añosiguiente”... hasta la muerte de Pipino. Entonces el relato termina con esta recapitulación,donde reencontramos la preocupación por el balance cronológico, como en san Jerónimo:”Había reinado veinticinco arios”, cosa que por lo demás no es exacta, pues fueronsolamente dieciséis, y, aunque se incluya en la suma su permanencia en el cargo de Maestrode Palacio, el resultado son veintiséis y no veinticinco. Decididamente, es imposibleorientarse. Esto no molesta siquiera al cronista, que experimenta la necesidad de reemplazarel cálculo incierto y complicado fundado en los reinados por un sistema de numeración mássimple del tiempo. Es verdad que el epítome del pseudoFredegario ha sido compuesto conuna intención de propaganda carolingia que supera todo deseo elemental de fijar elrecuerdo del tiempo: lo encontraremos otra vez más adelante bajo un punto de vista que noes aquí el nuestro. Limitémonos a constatar que un descendiente de Pipino en el siglo VIII podía reunir crónicas que ensalzaran la gloria de sus antepasados sin preocuparse deestablecer una referencia cronológica estricta, sin preguntarse si el lector tendría algunadificultad en situar los hombres y los acontecimienLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA121

tos. Esto no tenía para él importancia alguna; el problema no se le presentaba, simplemente.Estas crónicas atestiguan la gran confusión que persiste todavía a fines del siglo VIII.Ahora bien, estas crónicas son — si es que puede emplearse la palabra —  crónicas laicas,que aunque atiborradas de prodigios o escritas por clérigos, no nacieron en la vida de lasabadías ni de preocupaciones monacales. Su diferencia con la cronología me parece, porconsiguiente, reforzar la hipótesis de que el cálculo pascual salvó la idea de la medición deltiempo. Los prolongadores de las historias universales del siglo V, como lo quiso serGregorio de Tours, cuya continuación asegura el pseudo-Fredegario, perdieron el sentidode la regularidad en el fluir del Tiempo. Estos cronistas no son analistas. Los primerosanales son monásticos, y los eruditos parecen estar de acuerdo en atribuir a estos anales elorigen de las tablas pascuales. Auguste Moliner escribe en el volumen de las  Fuentes de la Historia de Francia consagrado a los carolingios: ”Los autores desconocidos de los primeros anales monásticos tenían cuidado de anotar en sus tablas de Pascua las victorias,las expediciones o las muertes de sus nuevos amos”. Podemos imaginar cómo acontecieronlos hechos. Se custodiaban con cuidado los calendarios que permitían fijar las Pascuas.Estos calendarios diferenciaban con precisión los arios e impedían la confusión. Surgidosde un espíritu religioso y litúrgico, se sucedían desde el nacimiento de Cristo. Tal

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diferenciación es lo que importa subrayar aquí. Genera un verdadero estado de espíritu,desconocido para Gregorio de Tours y todavía más para el pseudoFredegario. Los monjesexperimentaron pronto el sentimiento ingenuo de acentuar esta diferenciación mediantereferencias más concretas, ligadas con su experiencia cotidiana. El año, particularizado ya por su ciclo litúrgico, se caracterizará por algunos acontecimientos llamativos: un invierno

riguroso, un prodigio sobrenatural, la muerte de un

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escribían, los que conocían la única lengua en la que se podía escribir, el latín; porconsiguiente, la opinión de los clérigos. Pero en la época de Gregorio de Tours, y puededecirse que hasta la reforma gregoriana de los siglos XI-XII, los clérigos no constituían unmundo aparte. No existía un celibato riguroso que los separara de los otros hombres en lavida cotidiana. Como prueba, baste una anécdota de Gregorio de Tours, que relata cómo un

abad rijoso recibió la muerte en manos del marido engañado: ”Que este ejemplo enseñe alos clérigos a no tener comercio con las mujeres de

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otros, porque la ley canónica y las Santas Escrituras lo prohíben,  praeter has feminas dequibus crimen non potest aestimari”, es decir, salvo con aquellas mujeres con las cuales nose les puede imputar delito. Esta masa numerosa con costrumbres de límites imprecisos

debía imponer sus sentimientos a la multitud de devotos que frecuentaban las tumbas desantos y sus reliquias. Sea lo que fuere, durante la Edad Media, hasta los grandes textos dela historiografía carolingia, los personajes importantes son los obispos y los abades. Sobreellos se escribe, ellos son los que interesan. Para convencerse basta contar las referenciasdel repertorio de fuentes en el tomo I de Molinier (Sources de l’Histoire de France, tomo I, parte la) consagrado al período que va desde los orígenes hasta los carolingios. Se cuentan630 referencias. De éstas, 507 son de vidas de santos, es decir, el 80%. Poco importa queestas vidas sean o no legendarias, frecuentemente construidas sobre un prototipo común,con los mismos milagros y los mismos prodigios. El80% de los textos históricos son biografías de obispos y abades. Porque los santos eranentonces casi exclusivamente obispos y abades. Hoy, por el contrario, en la Iglesiacontemporánea, la santidad rara vez es reconocida canónicamente a los jefes de la jerarquíaregular y sobre todo de la secular... La narración de Gregorio de Tours, cuando deja de seruna historia universal, es tanto una historia de los obispos como una historia de los francos.Para Gregorio de Tours, las grandes fechas, hitos de la historia son: la creación del mundo,el diluvio, el cruce del Mar Rojo, la Resurrección y la muerte de san Martín. Este leresulta más importante que Constantino, para no hablar de Clovis, instrumento, después detodo, poco respetable de la Providencia Divina. Pero san Martín es ”nuestra luminaria”, la

antorcha cuyos nuevos rayos iluminan la Galia. Lo que llamaríamos ”La Historia Moderna”comienza con san Martín. Antes de él, san Dionisio, san Saturnino, san Ursino, losevangelizadores y los primeros mártires, pertenecen a la Historia de las edades venerablesconservadas por la memoria antigua. El libro II, que sigue al epítome de historia universalLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 125

del libro I, comienza con los primeros sucesores de san Martín en la sede de Tours. De losfrancos sólo se habla incidentalmente, para reconocer que no es mucho lo que acerca deellos se sabe. Después de lo histórico de los francos y de su llegada a la Galia se acometefrontalmente la historia de los primeros reyes francos conocidos y la de los obispos deTours, de Clermont. Con el libro III, que relata el reinado de Clovis, el relato se vuelve másceñido, a medida que se abordan los sucesos contemporáneos. Pero reserva siempre unlugar de privilegio a los hechos eclesiásticos: de posición o nominación de los obispos,sínodos, vida eclesiástica ligada íntimamente, por otra parte, con la vida de los reyes, enuna especie de cesaropapismo. Sin embargo, en el libro X, Gregorio se detiene nuevamentey retorna una historia sistemática y continua de su sede metropolitana de Tours, desde el primer obispo, Gaciano, pasando por san Martín, que fue el tercero, ”el XIX fui yo,

Gregorio, indigno”. En el libro I, en su gran resumen cronológico del mundo, se habíasituado ya a sí mismo en el momento en que escribía su Historia Francorum: ”En elvigésimo primer ario de nuestro episcopado, que es el quinto de Gregorio, papa de Roma, eltrigésimo primero del rey Gontran, el decimonoveno de Childeberto”. La Historia que va

del siglo VI al VIII aparece inicialmente como la compilación de las actas de los obispos yde los abades. Modificación importante del sentido histórico. Desde Eusebio de Cesarea laHistoria no había dejado de ser sagrada. Sin embargo, prestaba poca atención a los

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aspectos biográficos y se preocupaba principalmente por incorporar la Historia pagana al plan providencial. La Historia Sagrada dejaba de ser solamente la de los judíos y seconvertía en la Historia del Mundo. Pero el espíritu de los grandes sistemas cronológicoscayó paulatinamente en el olvido. Los esfuerzos realizados en el siglo VIII por Beda elVenerable o por los italianos, como Paulo Diácono, no lograron salvarlo. Si la recordación

de los orígenes seguía estando en el prefacio de los libros, era solamente por unaconvención de estilo. La declinación se aceleró en el siglo X, y desde entonces  — hasta elsiglo

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Childebrando y de Nibelungo. Según L. Halphen, es inútil buscar allí, como lo han hechociertos eruditos, divisiones arbitrarias. Retengamos solamente que utilizan la era de laEncarnación y la modalidad rigurosamente analítica: anno 741. Dentro de este marcocronológico — desconocido para Fredegario y tomado de los anales monásticos, sin duda bajo la influencia de los anglosajones — , los cronistas desarrollaban la historia de las

guerras reales. Su relato está consagrado a la gloria de los héroes, cuyas acciones brillantesimporta con-

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servar. Esta historia oficial y laica (laica, por más que esté redactada por clérigos) siguesiempre impregnada de lo maravilloso cristiano en dos aspectos esenciales: uno dinástico,otro militar; conviene fijar por escrito las hazañas de los antepasados. Esta preocupación

revela una actitud frente al tiempo que me parece nueva y que contribuirá a formar lamentalidad típica del Antiguo Régimen y aun nuestra mentalidad contemporánea, en lamedida en que es una continuación de la de nuestros predecesores de dos siglos antes. Es latradición. A partir del siglo IX, a la vez que se constituye el régimen feudal, losantepasados y el valor de los antepasados son invocados cada vez con mayor frecuencia.Para imponerse socialmente, el hombre tiene que tener antepasados, y antepasados de una bravura legendaria. Este sentimiento atravesará los siglos y dará al Antiguo Régimen, a pesar de las diferencias del tiempo, un color propio: el Honor, dirá Montesquieu. Esta piedad para con el pasado vale, en las épocas feudales, para las familias comprendidas enlos lazos del vasallaje. Pero debe tener su origen en la práctica de los mayordomos de palacio de Austrasia, aun antes de que sucedieran a los Césares: más que la unción real, fueel valor guerrero lo que los destinó a la función real. Dinástica y militar siempre, latradición es inicialmente real. La historiografía oficial de los carolingios funda unatradición real donde los herederos de Clovis habían fracasado. Pero esta transmisión de lasgestas de los reyes se cortó, por lo menos bajo la forma de relatos eruditos, en lenguaescrita. Los Anales reales no tuvieron continuadores. Esta primera tentativa de regular laHistoria por el ritmo de los reyes y de sus guerras no fue proseguida. Tenemos la costumbrede reducir la Historia a una sucesión de ciclos de apogeo y declinaciones, en función de lasvicisitudes de los poderes políticos; a esto se debe que no nos asombre suficientemente estadesaparición de la gran crónica real, que estamos demasiado tentados a explicar por la ruinade los carolingios y el ascenso de una nueva barbarie, simétrica a la de los siglos VI y VII.Sin embargo, LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 129

no se dejó de escribir la Historia durante los siglos IX y X, y no encontramos en los textosde esa época nada comparable a la lengua rudimentaria y bárbara de los anales monásticosde los que hemos citado anteriormente algunos pasajes. Por el contrario, los recuerdos de laAntigüedad clásica son prueba de un conocimiento de los autores literarios que, recuperado bajo Carlomagno, no volverá a perderse. Ya no es la barbarie, sino más bien la retórica y lavestimenta a la antigua lo que choca al lector moderno en los Historiarum Libri IV deRicher, escritos entre 883 y995. No corresponde aquí apelar ni a a la noción demasiado fácil de decadencia ni aldebilitamiento de la dinastía carolingia. ¿Por qué sería este último argumento más válido para la historia latina que para la epopeya en lengua vulgar, donde los acontecimientos delos siglos IX y X desempeñan tan gran papel? Hay que buscar por otra parte. ¿Cuáles sonlos principales textos históricos de los siglos IX a XI, si se dejan de lado las crónicasnormandas, hasta las primeras historias de las cruzadas? Ahí están las Gesta Dagoberti, queno son una historia del rey Dagoberto sino un panegírico de Dagoberto, en su calidad defundador de la abadía de Saint-Denis, panegírico escrito por un monje de ese monasterioalrededor del 832, con la ayuda de los textos conocidos de Fredegario y las vidas de lossantos. Su interés reside en los detalles sacados de los diplomas y cartas de la abadía, queconstituyen fuentes importantes para la conservación de los privilegios de la comunidad.Flodoardo es el autor de una Historia Ecclesiae Remensis, que se detiene en 948. Flodoardo

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murió en 966. Es canónigo de la iglesia cuya historia escribe. Comienza así : ”No teniendo

otro propósito que escribir la historia del establecimiento de nuestra fe y contar la vida delos padres de nuestra Iglesia, no me parece necesario averiguar los autores o fundadores denuestra ciudad, ya que no hicieron nada por nuestra salvación eterna sino que, al contrario,nos dejaron, grabada sobre la piedra, la huella de sus errores”, curiosa manera de sacarse de

encima a la vez la An-

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tigüedad pagana y la historia laica. Relata la vida de san Remigio; como los biógrafos de laépoca precedente, sigue la serie de los obispos, insiste en Hincmar, parafrasea las cartasepiscopales. Otro relato del mismo Flodoardo engloba, bajo la forma analítica ya

tradicional, acontecimientos notables de la crónica local y algunos hechos más lejanos. EnReims caen granizos grandes como huevos de gallina. Ese ario no hubo vino. Losnormandos saquearon Bretaña, Hungría, Italia y una parte de Francia. En 943 hubo en losalrededores de París una gran tempestad y un huracán tan violento que hizo desplomar losmuros de una vieja mansión que se precipitó sobre su dueño. Unos demonios, bajo la formade caballeros, destruyeron una iglesia vecina y arrancaron los cirios. Parecería que losdemonios, elementos de lo maravilloso folclórico, se abren paso con más frecuencia através de los textos de la época. Helgaud es monje de la abadía de Fleury-sur-Loire,actualmente Saint-Benoit-sur-Loire. Redacta una vida del benefactor de la abadía, el reyRoberto, que es a san Benito lo que la vida de Dagoberto es a san Dionisio: sólo un panegírico. Absolutamente nada sobre los acontecimientos, sino exclusivamente hechosedificantes, milagros, limosnas. Cuando Abbon relata el asedio de París por los normandos,en 885-887, retiene menos el hecho histórico laico o real que su incidencia sobre la abadíade Saint-Germain. Es un episodio de la vida de San Germán. Raúl Glaber (985-1047) tienemás ambición. Se propone completar las grandes historias universales que han quedadodetenidas en Beda el Venerable o en Paulo Diácono. Sabe que la historia es una fuente deenseñanzas morales: ”Para cada hombre, excelentes lecciones de prudencia y de

circunspección”. ”Nos proponemos, pues, recordar aquí a todos los grandes hombres que pudimos conocer por nosotros mismos o por informaciones ciertas y que, desde el ario 900de la Encarnación del Verbo que crea y vivifica todo hasta nuestros días, se distinguieron por su fidelidad a la fe católica y a las leyes de la justicia”. Sin embargo, para él elUniverso es Borgoña, ignora la cronología y la división por reinados, se complace enenumerar largas series de pro-

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sugerencias muy valiosas. Están casi contestes en retrotraer a los siglos IX y X la formaciónde las primeras epopeyas, aunque los manuscritos más antiguos daten del siglo XII.Abandonando las ideas demasiado radicales de Bédier, o matizando su rigor, los

medievalistas parecen inclinarse actualmente a acordar a las canciones de gesta una fuenteno ya monástica sino laica, sea popular o señorial. Pensamos en las baladas en lenguavulgar, cuya existencia, aunque no sus temas, está atestiguada por breves alusiones, comola prohibición que un obispo de Orleáns del siglo IX hace a sus clérigos de ”decir canciones

rústicas”. Sin duda estas baladas, más que los anales latinos, transmitieron a las epopeyaslos elementos históricos más antiguos, en particular los que tratan la historia deCarlomagno o de sus sucesores en el siglo IX. Por otra parte, la designación de Laon comoresidencia de la corte permite a F. Lot situar la fecha de fijación de temas en el siglo X,época en que la región laonesa se había convertido en el reducto de los últimos reyescarolingios. Los acontecimientos del siglo X alteran, pues, las tradiciones anteriores: RenéLouis, autor de una erudita biografía de Gérart de Roussillon, admite como origen del temaun Gérart, conde de Viena, que se rebeló alrededor de871 contra Carlos el Calvo. Pero en el siglo X este tipo primitivo fue recubiertosucesivamente por dos personajes. En primer lugar, un héroe de la independencia borgoñona ajustado al modelo de Boson; luego, un mítico conde Roussillon, inventado paramayor gloria de un conde histórico de Rousillon, entre 980 y 990. Las primeras redaccioneso fijaciones definitivas se situarían, pues, en el siglo XI, pero en la mayoría de los casos no poseemos sino versiones posteriores, rara vez exentas de huellas de alteración y detransferencias. Sea de esto lo que fuere, desde su origen la epopeya se alimenta de unatradición centrada en los reyes o en los señores y se opone a la historiografíacontemporánea, especialmente monacal o eclesiástica. Las etapas de su formación remitena los episodios históricos o legendarios (la diferencia no tiene importancia) de guerrerosejemplares,

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con un objetivo generalmente dinástico. O bien canta la gesta de los reyes, más o menosconfundidos con la persona del gran Carlomagno, como La canción de Rolando, y refleja aveces la adhesión a la familia carolingia, traicionada por barones que actúan con felonía. O

 bien celebra la fama de los grandes, enemigos de los reyes, como Gérart de Roussillon oGuillaume au Court Nez, y no vacila en poner en ridículo al monarca del Couronnement Louis. Es como si las tradiciones dinásticas y heroicas, que habíamos hallado en los analesoficiales carolingios, hubieran desaparecido de la historiografía latina para refugiarse en las baladas populares y señoriales, en las canciones compuestas en lengua vulgar de los juglares y finalmente en los temas fijos de las epopeyas. Fue, pues, a través de la epopeyacomo la Historia entró en la literatura de la lengua hablada y la Historia fue conocida ysentida por todos bajo la forma fabulosa de la epopeya. En Francia surge especialmente dellegitimismo carolingio, y se convierte en una manera de transmitir la memoria de losantepasados: una tradición heroica y dinástica. La noción de tradición familiar,desaparecida durante un tiempo de la historia erudita redactada en latín, subsiste bajo laforma épica. Esto merece reflexión, porque podemos preguntarnos si, de no haber existidola epopeya que conservó y transmitió una materia dinástica y heroica, los siglos XII y XIIIhubieran adquirido una conciencia diferente de la Historia. Marc Bloch ha subrayado laconfusión entre Historia y Epopeya producida durante la Edad Media. Todavía en la épocade Enrique II Plantagenet, en el siglo XIII, se consideraban las canciones de gesta comodocumentos auténticos. Por mucho tiempo, hasta el siglo XV, las familias señoriales, lomismo que las abadías, intentarán empalmarse con los linajes de una epopeya célebre.Así, la casa de Borgoña se valió para su propaganda de una versión del siglo XIV, enalejandrinos, de Gérart de Roussillon, que un monje de Potiers había adulterado insertandoen ella nombres borgoñones. Felipe el Bueno la hizo redactar en prosa, y llegó hasta hacercircular una versión abreviada. Poste-

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riormente, la gesta de Gérart conoció versiones impresas en el siglo XVI y nuevamente en1632 y 1783. Sin embargo, existe en esta historia erudita redactada en latín de los siglos Xy XI una excepción que escapa a la compartimentalización estrecha de las narraciones

contemporáneas y se conecta con la modalidad dinástica y heroica de la epopeya. Es la obradel clérigo Dudon, que suele fecharse entre 960 y 1043,  De moribus et actis primorum Normanniae ducum, que sirvió de fuente a los historiadores de Normandía que vinierondespués. La Normandía tiene una posición importante en la historiografía medieval: elrenacimiento del género histórico en el siglo XII parece terminado por la delantera quetomaron los historiadores normandos y también por la ampliación de los horizontes provocada por las Cruzadas. La repercusión de las Cruzadas sobre la historia es fácil decomprender, es bien conocida y resulta inútil insistir en ella. Quisiéramos, en cambio,examinar más de cerca el fenómeno histórico normando. ¿Se debe solamente a los progresos del Ducado en la organización política, económica? En tal caso, ¿a qué se debeque la cultura se haya traducido entonces por una toma de conciencia histórica, mientrasque otras culturas, también ellas brillantes, como las del Mediodía desarrollaron el derecho,la medicina, la poesía lírica, pero ignoraron tanto la historia como la teología? Hay un mapade localización de la producción historiográfica durante los siglos XI y XII que deja de ladoel sur del Loira y presenta puntos de concentración: en el nordeste, en contacto conAlemania, donde la Historia, incluida la universal, no fue nunca abandonada, y en el oeste,en Normandía, precisamente. La lectura del viejo Dudon, luego de la de otros textoscontemporáneos de Champaña, Borgoña, etcétera, permite aprehender de manera inmediatala originalidad de los textos normandos. Es la historia de un pueblo que conservó elrecuerdo de sus orígenes, sus migraciones, sus costumbres y que, a pesar de su asimilaciónya antigua al mundo de los francos, guardó el sentimiento de su venerable particularidad.Es éste un fenómeno muy raro en la Alta Edad Media occidental, donde las particularidadesétnicas desapare-

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cen velozmente de la memoria colectiva. Por ejemplo, no existen casi huellas de laoposición de los galo-romanos a los germánicos en Gregorio de Tours, quien habla de lascualidades raciales como de triviales referencias personales. Desde comienzos del siglo XI

(o más bien: todavía en esa época) los normandos sabían que ellos tenían una historiadistinta de la de los francos, y la cantaban, cuando se daba la oportunidad, en tonodeclamatorio. Dudon intercaló en su obra pasajes en verso. En uno de ellos, bastantecurioso como para haber sido subrayado por el editor, J.Lair, se dirige a la comunidad delos francos: ”Oh Francia, tú te enorgullecías otrora de tu triunfo sobre tantas nacionessometidas, te entregabas a santos y nobles trabajos... Ahora yaces por tierra, sentadatristemente sobre tus armas, sorprendida y confundida por completo... Retorna tus armas,movilízate con más rapidez y busca lo que te ha de salvar, a ti y a los tuyos. Sobrecógete devergüenza y remordimiento, de pesar y de espanto, en uno de tus crímenes. Obedece lasórdenes de tu Dios. He aquí que otra raza viene sobre ti desde Dinamarca y sus remosinfatigables hienden rápidamente las olas. Mucho tiempo, y en numerosos combates, teabrumará con sus dardos terribles. Furiosa, hará morder el polvo a millares de francos. Unaalianza se ha concluido por fin: la paz todo lo sosiega. Ahora esta raza llevará hasta elcielo tu nombre y tu imperio. Su espada herirá, domará, fragmentará los pueblos demasiadoorgullosos para someterse a ti. ¡Francia feliz, tres y cuatro veces feliz, salúdala temblorosade alegría, salúdala, eterna Francia!” (traducción de J. Lair). ----- El clero de los siglos X aXI vio, pues, con claridad la amplitud del acontecimiento histórico que constituyó lainstalación de los normandos en Neustria occidental. No la rebaja al rango de un episodioentre otros, no la disuelve en lo novelesco de la aventura. Distingue, cuando no la opone,la raza (progenies) de los normandos y la de los francos. 1 Dudon nocomienza su relato por los primeros príncipes, cuyo historiador oficial, por otra parte, pretende ser. Se remonta más atrás: los normandos no empiezan en Neustria. Tienen unahistoria más antigua, que viene de la épo-

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ca fabulosa cuando vivían en las costas del Norte, en tierras mal situadas; eran  Dani, que elautor, en su afán de identificación con la geografía clásica, confunde con  Daci. Estatradición se transmitió oralmente hasta la época en que fue recogida por Dudon. Se

enriqueció al pasar a manos de los clérigos eruditos: fue necesario conectar la razanormanda, como la de los francos, a Eneas y los eneidas. Los normandos tienen a Antenor,como los francos tienen a Franción. Pero la leyenda de los orígenes conservacuidadosamente los rastros del pasado fabuloso y pagano: el éxodo periódico de los jóvenes, la poligamia, los sacrificios humanos, las grandes expediciones marítimas. No setrata ya aquí de la historia universal de Eusebio-Jerónimo, la cual por otra parte, loshistoriadores normandos posteriores a Dudon, como Orderico Vital, retomarán luego. Loque hay en los orígenes es un pueblo extraño de marinos, de costumbres exóticas. Llega alreino de los francos tras una serie de aventuras que el cronista se complace en narrar. Y pasando de los unos a los otros, llegamos hasta los normandos actuales y a sus duques,llamados a un gran porvenir. Estamos, pues, antes de la conquista inglesa de Guillerno. Escurioso que esta saga, piadosamente conservada por la tradición oral, no haya generado unciclo épico. ¿No será precisamente porque en Normandía la tradición oral fueinmediatamente fijada por la historia erudita de los duques? La materia heroica y dinásticadel pasado fue fijada de una vez por todas y se divulgó bastante rápido, lo que impidió quelos poetas pudieran acomodarla de acuerdo a su fantasía. Así, a mediados del siglo XII,época de la redacción de las canciones de gesta, si creemos en la fecha de sus manuscritos,el poeta normando se contentará con poner en verso francés y en estilo épico las tradicionesfijadas ya por Dudon: es el Roman de Rou, de Wace, primera historia en lengua vulgar deuna familia y una nación, surgida a la vez de una tradición oral y de la voluntad de los príncipes de pasar a la posteridad. Menos fabulosa que la epopeya, más preocupada por laexactitud, no deja de tener sin embargo como fin el ilustrar una tradición, asegurar susupervivencia y su fuerza emotiva. Pero no es ya la tradiLA HISTORIA EN LA EDADMEDIA 137

ción estrictamente dinástica de los anales reales carolingios. La Historia, como la epopeya,sufrió la influencia de los valores sentimentales cultivados en la sociedad caballeresca; lafidelidad y el honor adquieren en el código moral una importancia que infunde su color propio a la época. La Historia se convirtió también entonces en una manera de expresar yde efectivizar una fidelidad. Este habría de ser un rasgo duradero del sentimiento común dela historia. Todavía hoy ella aparece frecuentemente como una nostalgia del pasado, laafirmación de una fidelidad, la cual puede ser un legitimismo bien determinado o tambiénuna piedad difusa. En este caso la Historia hereda naturalmente fidelidades olvidadas y lasconserva en un mundo donde ellas han perdido casi su sentido.

Hasta el siglo XIII las crónicas eran solamente locales o regionales. En el siglo XIII laHistoria conocerá una nueva aventura. San Luis y sus predecesores la invocan para ilustrarel mito nacional y real que entonces, siguiendo un proyecto preconcebido, fue traducido ala vez al pergamino y a la piedra. Por primera vez desde Eusebio-Jerónimo la sucesión delos tiempos iba a ser retomada y organizada en un plan de conjunto, el de la Casa deFrancia y el de la religión de lo sagrado. En el mismo momento la historia universalreaparece tras una indiferencia de muchos siglos y, merced al aporte del enciclopédico

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 pensamiento escolástico, con más rigor y método. La historia de los reyes está, por otra parte, ligada a este renacimiento de la historia universal. El tiempo, cuya continuidad hasido redescubierta, se desarrollará siguiendo una doble revolución: primeramente en tornode los temas patrísticos de la Biblia y de la Iglesia, luego en torno de un tema nuevo quesobrepasa la mera fidelidad dinástica: el mito de los reyes. Tres obras de la segunda mitad

del siglo XIII atestiguan este retorno a la Gran Historia: las Grandes crónicas de Francia,la estatuaria funeraria de Saint-Denis, la iconografía de la catedral de Reims. La catedral deReims está consagrada a la liturgia de lo

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sagrado; la iconografía está allí dividida en dos registros: un registro de Dios, un registrodel César. Este último está al servicio de la claridad de la exposición, porque se da porsupuesto que el ejercicio del poder temporal es también de naturaleza religiosa. La

articulación de los dos registros muestra con claridad la relación entre la Historia Sagrada yla historia de los reyes: los reyes de Francia suceden a los reyes de Judá y ocupan su lugaren la Galería Occidental. La escena esencial pasa a ser ahora la consagración de los reyes.Se repite dos veces. Primero, en el exterior, sobre la fachada occidental: una composiciónmonumental, destinada a llamar desde lejos la atención del peregrino, que representa el bautismo de Clodoveo, es decir la consagración del primer rey. Luego la serie de los reyescomienza con el primero que fue cristiano y ungido, distinción desconocida para Gregoriode Tours, que ignora la confusión posterior entre bautismo y consagración. Entonces pasa aser menos importante remontarse más allá de Clodoveo, hasta los antecesores troyanos delos francos. El origen queda fijado en la primera consagración, en el milagro de la ampollasanta, del que Gregorio de Tours no habla y que aparece tardíamente en los textos. El peregrino, acogido desde la entrada por la imagen de la primera consagración histórica,encuentra sobre los vitrales del triforio la ceremonia tal como se repite desde Clodoveo encada generación. El rey, con una capa bordada de flores de lis, con la espada y el cetro,rodeado de los pares de Francia. La liturgia recomienza el gesto consagratorio del primerrey y renueva la intervención milagrosa de la paloma y de la santa ampo-11 a . A partir de esta doble imagen de piedra y de vidrio se despliega la procesión de losreyes, a lo largo de los vitrales, en el interior, y en las galerías de estatuas, en el exterior.Estos reyes rodean la iglesia hasta llegar al crucero. Dos figuras se destacan, como santos patronos, en su procesión: san Luis, sobre el portal norte; Carlomagno, sobre el portal sur.De esta manera, la nueva mitología real recupera a Carlomagno, el héroe de la epopeya. Lafila de las majestades de piedra y de vidrio exalta la idea de la conLA HISTORIA EN LAEDAD MEDIA 139

tinuidad de los reyes desde Clodoveo a san Luis, pasando por Carlomagno. Es la mismaidea que inspiró Saint-Denis a san Luis. Antes de él, los reyes, como los grandes barones,elegían el lugar de su sepultura de acuerdo a la devoción de cada uno. En general setrataba de una abadía privilegiada de la que eran benefactores; por ejemplo,Saint-Germain-des-Prés, Sainte-Geneviéve, Saint-Benoit-sur-Loire, y sobre todo, pero node manera excluyente, Saint-Denis. Seguían el uso de su tiempo, y nada los distinguía, bajoeste punto de vista, de sus contemporáneos. San Luis habría de modificar la tradición eneste punto, dando a las sepulturas reales un sentido nuevo en la ilustración del mitomonárquico. Concibió el proyecto grandioso de reunir en Saint-Denis, en un únicoconjunto monumental, las tumbas dispersas de reyes de Francia. De esta manera asignó a laabadía de Saint-Denis una función en la liturgia real, simétrica a la de Reims. Aquélla era lanecrópolis de los reyes; ésta, la i catedral de la consagración. Esta reunión de las sepulturasreales no respondió a un sentimiento de piedad familiar que hubiera podido experimentarcualquier otro miembro de una familia ilustre. Se trataba de un proyecto mucho másimportante, de naturaleza político-religiosa. En efecto; san Luis no se detuvo en sus solosantecesores por la sangre. Incluso dejó el cuerpo de Felipe I en Saint-Benoit-sur-Loire. Perose remontó más allá de Hugo Capoto, más allá de su propia familia, anexando los reyes detres razas, o para hablar como las grandes crónicas, de la genealogía merovingia, la

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 generación Pipino y la generación Hugo Capelo, cubriéndolos a todos de la capa azul conflores de lis. Comenzaba, como en Reims, por el primer rey consagrado, al que se tomacomo el origen, Clodoveo, cuya tumba, transportada una vez completamente construida aSaint-Denis, había sido esculpida con su efigie hacia la época de Felipe Augusto. Estasuerte de restauración atestigua, por lo demás, desde el fin del siglo XII, un verdadero culto

de las personas reales a través de su función de reyes, que anuncia el gran proyecto de sanLuis. Pero las tumbas reales ya restauradas según el estilo de

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la época eran excepción. El maestro de la obra de san Luis, Pierre de Montreuil, hizoejecutar por sus talleres dieciséis estatuas que representaban la serie real desde Clodoveo,con algunas excepciones, serie destinada a ser continuada, y en primer término por los

infantes reales, traídos desde la abadía de Royaumont, la abadía preferida por san Luis,donde había inhumado a sus hijos de acuerdo con usos que todavía no había modificado.Algunos arqueólogos piensan que las estatuas de Pierre de Montreuil habían sido previstas para erigirlas a lo largo de los pilares. Hubiera existido entonces una galería real semejantea la exterior de Reims o a la del Palais de la Cité, más tardía. Pero las imágenes fueroncolocadas en posición yacente, reforzando de tal manera la impresión de continuidadmediante la idea de que la muerte no podía interrumpirla, tratárase de la muerte individual ola extinción dinástica. En efecto, la muerte del rey inspiró una liturgia particular, simétricaa la liturgia de lo sagrado, y que parece haber fijado su ritual en esa época. Sea de ello loque fuere, y es el hecho importante que tenemos que retener aquí, el peregrino que iba aSaint-Denis no podía penetrar en el crucero sin leer la lección de piedra de una historia quese convertía en la historia de Francia, resumida en la serie de sus reyes, siguiendo la misma pedagogía que le enseriaba también la historia sagrada sobre los muros o vidrieras de lasiglesias... Existía a partir de entonces un compendio simbólico de historia, sumado a la granhistoria providencial, y era ésta la historia de los reyes de Francia.. De esta historia,esquematizada de tal manera en fórmulas de piedra y de vidrio, los monjes de Saint-Denisdieron para la misma época una versión, que no era ya iconográfica sino literaria:  Las grandes crónicas de Francia, primera historia sistemáticamente compuesta sobre un plannacional, la primera historia de Francia. La parte de las Grandes crónicas que versa sobreel período que va desde los orígenes a Felipe Augusto fue redactada de un tirón por unmonje de Saint-Denis, llamado Primat, por órdenes de san Luis, y se terminó bajo elreinado de Felipe el Temerario, a quien está dedicada. LA HISTORIA EN LA EDADMEDIA 141

En realidad, la idea de una gran historia de la monarquía no era ajena a los predecesores desan Luis: debió de madurar paulatinamente. Las tumbas reconstruidas de Clodoveo, deChilderico, trasladadas a continuación a Saint-Denis dejaban suponer la existencia, ya en lasegunda mitad del siglo XII, de un interés particular por el pasado de la monarquía.Podemos ir más lejos, y preguntarnos si el origen del gran mito real de san Luis no seremonta a Su ger, abate y restaurador de la abadía de Saint-Denis, principal consejero de lacorona. Suger es ante todo el autor de dos vidas de reyes, la de Luis VI y la de Luis VII.Panegíricos, sin duda, y escritos en latín, pero también la primera obra histórica de la EdadMedia que no desconcierta al lector moderno, no especializado. Además, una tradición delsiglo XIV le atribuye la idea de reunir los antiguos textos latinos que, escritos en sucesión,formarían una historia completa de la monarquía francesa. Esta compilación existe en laBibliothéque Mazarine y el manuscrito ha podido fecharse entre 1120 y1130. Era ya una Crónica de Francia, pero todavía escrita en latín y sin ningún plansistemático. Por otra parte, se conoce, gracias a Émile Mále, la influencia personal de Sugersobre la iconografía medieval, que fue considerable. Mále le atribuye ”la resurrección delsimbolismo antiguo”, es decir, el haber retomado el uso de símbolos iconográficos caídosen el olvido. Le atribuye también la creación de temas nuevos, como el árbol de Jesé y lacoronación de la Virgen. El hombre que supo reencontrar los simbolismos religiosos

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 perdidos e imaginar otros, el fiel servidor de la familia real, podía ya concebir el mito de lamonarquía y fijarlo, sea mediante la propia actividad de escritor, sea mediante lasinstrucciones impartidas a los talleres literarios de su abadía. Paulatinamente, Saint Denisse convirtió en un centro de estudios históricos de la monarquía. Allí se prosiguió, despuésde Suger, el trabajo de los biógrafos oficiales que él había comenzado con su vida de Luis

VI. Rigord, y luego Guillermo de Nangis compusieron vidas de Felipe Augusto y de sanLuis. Sin embargo, si bien las Grandes crónicas de Francia se

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inspiraban en antiguas compilaciones y en biografías de los reyes escritas en lengua latina,que las más de las veces se contentaban con traducir al francés, adoptaron un partido nuevo,en el estilo y sobre todo en la presentación. Se reconoce en ellas, repetida con la misma

insistencia, la idea que ilustraba la iconografía real de Reims y de SaintDenis. Se trata,como en los alineamientos de piedra y de vidrio, de destacar la serie continua de los reyesy, mediante el empleo del lenguaje común, de ser comprendido por todos. En las primeraslíneas de su ’’Pr ólogo”, el monje Primat expone sus intenciones: ”Como muchas personas

dudaban de la genealogía de los reyes de Francia, de qué antecesor y de qué líneadescendían, emprendió la confección de esta obra, por orden de alguien que él no podía nidebía rechazar”. Se ve claramente que Primat alude a san Luis. La obra, por lo tanto, fueescrita para afirmar la legitimidad de la Casa de Francia. Por ello está compuesta siguiendolos plazos de los reinados. Es la primera vez que una Historia de Francia adopta la división por reinos, división que habría de durar cinco siglos y que no ha desaparecido todavía delos usos modernos y de las expresiones usuales. Evidentemente esta segmentación porreinos corresponde al objetivo propuesto: es el Romance de los reyes. Así Joinville, al igualque el monje Primat, dice en su dedicatoria:

 Felipe, rey de Francia, que renombrado eres, Te ofrezco el romance que canta de losreyes.

En el ”Pr ólogo” Primat anuncia su plan: ”Y como han existido tres generaciones de reyes

de Francia desde que el reinado tuvo comienzo, toda esta historia estará dividida en treslibros principales. En el primero se hablará de la genealogía merovingia; en el segundo, dela generación de Pipino, y en el tercero de la generación de Hugo Capeto. Así cada libroserá subdividido en distintos libros, según las vidas y los hechos de los diversos reyes”.

En el .capítulo consagrado al fundador de la Casa de los Capetos, Primat LA HISTORIAEN LA EDAD MEDIA 143

insiste nuevamente en la continuidad regia y en la legitimidad dinástica: ”Aquí cesa lageneración del Gran Carlo magno y pasa el reino al Gran Hugo, al que se lo llamaCapeto... Pero luego fue recuperada en tiempos del buen rey Felipe Diosdado [Augusto], pues se desposó con la reina Isabel, que fue hija del conde Baduino de Hainaut, pararecuperar el linaje del gran Carlomagno”. El conde Baduino descendía de Carlos el Simple, por lo cual ”puede decirse con certeza que el valiente rey Luis, hijo del buen rey Felipe,

fue del linaje del gran Carlomagno, y que en él se recuperó el linaje. Y su hijo también, elsanto varón de Luis, que murió en el asedio de Túnez, y el rey Felipe, que reina ahora, ytodos los que descenderán de él, si el linaje no cesa, de lo cual Dios y el Señor san Dionisiole guarde”. Primat tuvo que modificar este plan por reinados, pero esto fue porque le faltóla documentación, como sucede para el período de los últimos carolingios, antes de lallegada de los Capetos. Es sabido que entonces el historiador se ciñe a los cuadros locales,salvo para Normandía. También interrumpe Primat su obra para intercalar, con carácter deepisodio, una traducción de los historiadores normandos: ”Aquí comienza la historia deRolle, que luego fue llamado Roberto, y de los duques de Normandía que de éldescienden”. En la serie de los reyes, Primat se detiene con pr edilección en Carlomagno, aligual que los tallistas de piedra o los maestros vidrieros de Saint-Denis, de Chartres, de

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Reims, y al igual que los poetas de las canciones de gesta. ”Aquí comienza la vida y losnobles hechos del glorioso príncipe Carlomagno el Grande, escrita en parte por mano deEginalt, su capellán, y en parte por Turpín, arzobispo de Reims, que estuvieron a su lado entodas sus hazañas”. Primat atribuía igual valor al historiador Eginardo, reconocido por latradición moderna, y al viaje fabuloso de Carlomagno a Jerusalén. Los monjes de

Saint-Denis habían hecho un laudable esfuerzo por seleccionar sus fuentes y poner límitesal gusto medieval por lo maravilloso. Carlomagno, en efecto, escapaba a las censuras de lacrítica histórica, porque su vida participaba de lo maravilloso de la vida de

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los bienaventurados, como le sucedió posteriormente a san Luis, quien ocupará su lugar enel siglo XVII como santo protector de la Francia de los reyes. Decimos bien: la Franciareal, y no la familia real. En las Grandes crónicas, como en Reims o Saint-Denis, el

 proyecto no es sólo dinástico, sino nacional y religioso. ”Con tan gran amor y con tantadevoción recibió la fe cristiana, que, después de aquella hora en que obedeció a su Salvador[bautismo de Clodoveo, ella [Francia] deseó la multiplicación de la fe cristiana más de loque deseaba el acrecentamiento de la señoría terrenal”. En el plan providencial e\ xistíauna devoción de Francia y de su Casa: por eso nuestro Señor le ha otorgado ”una prerrogativa y una ventaja sobre todas las otras tierras y sobre todas las otras naciones”. ”Si

alguna otra nación hace daño u ofensa a la Santa Iglesia, ésta viene a Francia para quejarse:a Francia viene para refugiarse y buscar socorro; Francia tiene siempre el ánimo dispuesto para ayudarla y socorrerla”. Esta vocación transfirió a Francia la misión providencial delSanto Imperio: ”Clero y caballer ía están siempre en tal acuerdo, que ninguno de los dos puede nada sin el otro: siempre unidos, y hasta ahora, gracias sean dadas a Dios, jamás sehan separado. En tres regiones vivieron en diversos tiempos: en Grecia reinaron primeramente, porque en la ciudad de Atenas residió otrora la filosofía, y en Grecia la florde la caballería. De Grecia pasaron luego a Roma. De Roma vinieron a Francia”. De esta

manera se desarrollaba el curso de una historia popular de la realeza, ”el mar de lashistorias y las crónicas de Francia”, según el título de una edición del siglo XVI, porque lasGrandes crónicas fueron la primera de las obras a las que se aplicó el nuevo sistema deimpresión. La edición de 1476 fue el primer libro francés salido de la irn-1 prenta. De esta manera quedaba fijado un tipo de historia nacional y dinástica que tuvotambién, a mediados del s.glo XIII, su contraparte señorial y antimonárquica, de la mis-- ma manera que la epopeya oponía al buen emperador Carlos el rey cobarde y felón. Lahistoria continuaba a la epoLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 145

 peya en los dos planos. Esto se manifiesta muy claramente en los relatos del ministril deReims, escritos hacia 1260 por un cuentista itinerante para diversión del ”baronazgo de

Francia”: un ejemplo de los cuentos históricos que se asociaron entonces a los poemasépicos. Se presentaban como historia verdadera, pero en realidad formaban una colecciónde cuentos romancescos, donde los hechos casi contemporáneos eran deformados coninverosímil virtuosismo. Luis VII aparece con los rasgos de un usurpador que impide a suesposa Eleonora huir con Saladino, convertido en un hidalgo generoso y caballeresco. LuisVII es ”el mal rey”, que tiene que soportar el desprecio de Eleonora: ”No valéis unamanzana podrida”, le dice. Hasta san Luis es tratad con desenfado. Pero si bien el géneroromanesco y anecdótico persistió, este tema antimonárquico no sobrevivió al prestigio de lamonarquía, que inspiraba entonces la continuación de las Grandes crónicas. En efecto, laredacción hecha por Primat en 1274 se detenía al término del reinado de Felipe Augusto.Los monjes de Saint-Denis la continuaron oficialmente hasta Juan el Bueno, con el mismoafán de continuidad que aparece en Saint-Denis, donde se sucedieron las tumbas de reyes,si no hasta la Revolución, sí por lo menos hasta los Borbones, o en el Palais de la Cité,donde la efigie del rey reinante ocupaba un lugar en un pilar de la sala, a continuación delas de sus predecesores. A partir de Juan el Bueno, la redacción de las crónicas deja de estargarantizada por los monjes de Saint-Denis, se laiciza, cambia el tono, pasa de la historiasagrada de los reyes, que había querido san Luis, a una especie de diario oficial, cuya

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redacción se vuelve cada vez más positiva y objetiva. Los príncipes del siglo XIVcomienzan a mirar la historia con unz Imirada fría y distante, una mirada de profesional.Conocemos su estado de espíritu, casi científico ya, gracias a una carta del rey de Aragón asu historiógrafo, fechada el 8 de agosto de 1375, en la que le recomienda recurrir a lasfuentes, revisar los archivos y —  preocupación nueva por la exhaustividad —  escribir todo

detalladamente, con los detalles más cotidianos, sin omitir 

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un solo hecho ni un nombre. Es otra manera de conocer la historia, la de Commines, la delos cronistas florentinos, que anuncia a Maquiavelo. La historia, a fines de la Edad Media,ha perdido su trascendencia, ese valor sagrado de representación de un tiempo providencial,

eclesiástico o de la realeza. Se ha convertido en una técnica descarnada, material para elarte político utilizable por los soberanos y los hombres de, Estado, o en relato pintoresco yanecdótico, para diversión de un público frívolo. Subsiste sólo en la conciencia ingenua deltiempo, el hábito de una segmentación tan familiar como la periodicidad de las fiestasreligiosas, más concreta que las divisiones astronómicas del calendario: la sucesión de losreinados. Eso sucedió en tiempos del rey Fulano...

Desde la época patrística hasta la de la redacción de las grandes crónicas de Francia enSaint-Denis, los documentos atestiguan la importancia atribuida al tiempo y a sudimensión. El hombre medieval vive en la historia: la de la Biblia o la de la Iglesia, la delos reyes consagrados y taumaturgos. Pero nunca considera al pasado como muerto, y a ello precisamente se debe que le cueste tanto encararlo como objeto de conocimiento. Ese pasado le toca demasiado de cerca, cuando la costumbre funda el derecho, cuando laherencia se convierte en legitimidad y la fidelidad en la virtud fundamental.1950 V

LA ACTITUD ANTE LA HISTORIA: EL SIGLO XVII

Un curioso librito de 1614, La manera de leer la historia, nos informa sobre el estado deespíritu de un aficionado a la historia a comienzos del siglo XVII. Su autor, René deLusinge, Señor de Alymes, no era un especialista: ’No quiero instruir, sino simplemente dar

mi opinión y decir qué camino tomé cuando quise conocer la Historia”. Comenzó,alrededor de los doce arios, por leer novelas de caballería: Huon de Bordeaux, los CuatroHijos de Aymon, Pierre de Provence, Ogier el Danés... Estas novelas, bajo el título de”Cuentos azules”, ”Biblioteca Azul”. ”Cuentos tuertos”, ”Cuentos del Lobo”, mantuvieron

un público de adolescentes, de provincianos, de gente del pueblo hasta muy avanzada laépoca clásica. Tuvieron sus impresores especializados, en Troyes, los Oudot. Chapelaindefenderá el Lancelot contra el celo de los partidarios de los Antiguos. Fue necesario llegaral siglo XIX, con la competencia del Petit Journal y de la Biblioteca de los Ferrocarriles para que estas viejas narraciones cayeran en el olvido. Debemos reconocer que resistieronmucho tiempo, y hay que pensar que sus héroes, que conservaron su carácter medieval,no dejaron de ser familiares para los niños de los siglos XVII y XVIII. Así pues, nuestroRené fue ”maestro graduado en esta fabulosa ciencia”. Entonces ”empuñó los Amades”.Tenía el sentimiento de penetrar en la intimidad del pasado: ”Mi espíritu, que era entoncesmás fuerte, creía entrar en la cima del conocimiento de la Historia. Esta cienciaquimerizada del valor de los paladines se apoderó de mí y no me dejó en libertad para poder, de día o de noche, pensar o dedicarme a otra cosa; los devoraba en un santiamén”.Encontró allí ”amores, guerras, las intrigas de la corte, las leyes de caballería”. Es lo que se

 buscará mucho tiempo en los libros de historia más serios. Es así como una literaturaromancesca popular, hereda-

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148 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

da de la Edad Media, aparece en el origen de una devoción a la historia. El mismofenómeno vuelve a observarse a fines de este siglo en un precursor de la erudiciónmoderna, Bernardo de Montfaucon. Todavía niño, había encontrado en el castillo de su

 padre un gran cofre de cuero, repleto de libros, que las ratas comenzaban a roer. Pertenecíaa un pariente algo original que moraba con la familia. En ese cofre, dice Montfaucon,”encontr é una infinidad de libros de historia, muchos de los cuales versaban sobre lahistoria de Francia”. Se trataba sin duda de un revoltijo de libros de caballería y de viejascrónicas del siglo XVI. La experiencia de René de Lusinge debió ser común a muchosfuturos lectores de Mézeray. Pero René de Lusinge no quedó satisfecho con esta ”ciencia

quimerizada”, con esta literatura romancesca. Pronto comprobó que eran sólo ”necedades”,

y entonces fue cuando descubrió la verdadera Historia. ¿Qué se entendía por tal? Dosgéneros, desiguales por otra parte en nobleza: la ”historia vieja”, la de la Antigüedad, y laHistoria Moderna, moderna para él, la de su tiempo. ”Cuando salí de esas ’necedades,estaba lleno de fastidio para con la historia vieja, tanto la sagrada como la profana, la delos griegos y los romanos”. Nuestras escuelas resonaban con los grandes nombres de Metelo, los Escipiones, Mario, los Silas, César, Pompeyo, y antes de ellos, los Horacios,Scévolas, todos los que la historia romana pone por los cielos, después de Rómulo elfundador”. Se trata, pues, de la historia de colegio, la que ”enseñan los maestr os”, laHistoria Sagrada y la Historia Antigua, considerada como cerrada, sin prolongación másallá del cerrojo de las Grandes Invasiones. Longepierre, en su Discurso sobre los antiguos,escrito en 1687, dice: ”Cuando los bárbaros, más funestos todavía — si es que esto puededecirse —  que por sus célebres crueldades, por la pérdida de tantas excelentes obras,hubieron invadido el universo, y cuando los tesoros... fueron o... sepultados bajo las ruinasdel Imperio.., o dispersados, la barbarie se expandió con toda la impetuosidad de untorrente al que se le sacan los diques que lo coartaban. Occidente, sobre todo, que había

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LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 149

estado más al alcance del furor de estas naciones feroces, se vio de pronto envuelto enespesas tinieblas de grosería y de ignorancia, que duraron hasta que fueron recuperadosesos mismos Antiguos”, gracias a los griegos expatriados de Constantinopla y a los

Médicis. De esta manera, pues, el tiempo se condensa alrededor j de dos períodos privilegiados: la Antigüedad bíblica y la clásica, mientras que el resto de la duración esabandonado a una especie de no-ser histórico. Esta concepción se sitúa en los antípodas denuestras preocupaciones modernas. Actualmente la Historia implica una conciencia de lacontinuidad que no existía todavía en el siglo XVILNi — siquiera se trataba de un hiato quehubiera separado la Antigüedad de los períodos posteriores, sino que la Edad Media se ponía entre paréntesis y el siglo XVII se imaginaba unido, saltando por encima del gótico, auna Antigüedad semejante a él. ”Hace ochenta arios”, escribía Fustel de Coulanges en1864, ”Francia estaba entusiasmada con los griegos y romanos. ”Se creía saber su historia. Nos nutríamos desde la infancia, desde el colegio, de una pretendida historia griega oromana, que hombres como el bueno de Rollin habían escrito y que se asemejaba a lahistoria verdadera más o menos como una novela a la realidad (bastante menos, a nuestroentender). Así, se creía que en las ciudades antiguas todos los hombres habían sido buenos..., que el gobierno era muy fácil”. Se formaba un prejuicio que atribuía a los pueblos antiguos los há bitos mentales de las sociedades modernas: ”Nuestro sistema deeducación, que nos hace vivir desde la infancia en medio de los griegos y romanos, noshabitúa a compararlos incesantemene con nosotros, a juzgar su historia de acuerdo con lanuestra y a explicar nuestras revoluciones por las de ellos. Lo que poseemos de ellos y loque nos legaron nos hace creer que eran parecidos a nosotros: nos cuesta considerarlos pueblos extranjeros; casi siempre es a nosotros mismos a los que vemos en ellos”. No cabe

duda de que esta concepción de la Historia universal es la que triunfa en la enseñanzahumanística de los

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colegios, si prescindimos de las iniciativas parciales del Oratorio y de Port-Royal. Lahistoria se trataba solamente con motivo de la explicación de textos antiguos. Rohin fue el primero que promovió una enseñanza sistemática y particularizada de la Historia, pero

quedó limitada, a pesar de las intenciones más amplias del reformador, a la Historia antiguay romana. De todos modos, sería un error confundir en el Antiguo Régimen los programasde los colegios y la cultura cívica y moral. Si la historia escolar se detenía en la Biblia y laAntigüedad, había también otra historia, que aun sin haber sido enseñada en el colegio,desempeñaba un papel importante en la conciencia de los hombres del siglo XVII, y Renéde Lusinge no la ignoró. Junto a la Historia ”que enseñan los maestros” pone ”la que

encontré por azar leyendo los libros”. Esta toca todos los intereses de la época: los ReyesCatólicos, fundadores de la unidad española; la invención de la brújula, que permitió lanavegación a grandes distancias y los grandes descubrimientos, el período convulso ytodavía cercano de las Guerras de Religión. Junto a la historia de la escuela está la Historiade Francia, la historia de la ciudad natal, la historia genealógica de la familia. El mismoRollin, que, con justo título, figura como organizador de los estudios clásicos, no vacilabaen escribir: ”Los fundamentos de este estudio (la Historia moderna) deben asentarse desdela in fancia. Quisiera que cada titular de un señorío conociera bien la historia de su familiay que cada obrero conociera mejor la de su provincia y su ciudad que la del resto”. Sinhaber entrado todavía en la enseñanza como una de sus asignaturas, la historia moderna eracultivada ya.

La Historia que un hombre del siglo XVII podía ”encontrar por azar hojeando libros” es laHistoria de Francia. Los Oudot, impresores de Troyes especializados en literatura popular, publicaron en 1609 un Compendio de la historia de Francia, que los buhoneros vendían junto con los ”Cuentos azules”, las novelas de caballer ía, las vidas de los santos. Este librode los Oudot era el que los oratorianos de Troyes empleaban para enseñar un rudimento deHistoLA HISTORIA DEL SIGLO XVII 151

ría, que iba desde Faramundo a Enrique III. La Historia de Francia no es un género eruditoni literario, pero es un género tradicional, cuyas reglas están bien establecidas y cuyo público lector es bastante numeroso, no habiendo variado mucho desde el siglo XV al XIX.En efecto, a pesar de las diferencias de estilo, en la interpretación de los hechos, en lamanera de sacar la moraleja de los acontecimientos, todos estos libros están calcados muyajustadamente sobre las Grandes crónicas de Francia, con las que empalman las historiasmás recientes. La observación que hace H. Hauser respecto del siglo XVI sigue siendoválida hasta Michelet: ”Si un acontecimiento ha sido descripto exactamente una vez, nogana nada por ser descripto en otros términos, y es inútil estudiarlo nuevamente.,Lahistoria,pues es obra de continuadores. En una primera época se retoman y continúan lasgrandes crónicas que fijaron ne varietur la división por reinados. Así, Gaguin, en 1497, publica, en los comienzos de la imprenta, El mar de las crónicas y espejo histórico de Francia. Una veintena de arios después se prolongan hasta Luis XI ”las cr ónicas y analesde Francia desde la destrucción de Troyes”. Se editar án también ediciones abreviadas. AsíJ. du Tillet, en 1550, publica la Crónica de los reyes de Francia, titulada también Brevenarración de las acciones y hechos memorables, acontecidos a partir de Faramundo I, reyde los franceses, tanto en Francia, España, Inglaterra como Normandía, según el orden de

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los tiempos y el cómputo de arios, continuados distintamente hasta el ario 1550. Todavía amitad del siglo XVIII el procedimiento no era diferente. Como en el siglo XV y en el XVI,una historia era obra de continuadores. El abate Velly comienza en 1740 una  Historia de Francia que, después de su muerte, es continuada por Villaret, y luego, en 1770, porGarnier, profesor del Colegio Real, que la prosigue desde Luis XI a 1564, donde se

detiene por la complicación de las Guerras de Religión. En 1819, la historia de Velly es publicada nuevamente bajo el nombre de su primer autor, pero el editor, Fantin desOdoard, anunciaba en la portada que ”la había revisado y corregido cuidadosamente”. De

hecho, la rees-

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cribió por completo, siguiendo de cerca la edición de 1740-1770, pero modificando el espíritu (más adelante veremos cómo, analizando algunosejemplos). Sin embargo, prefirió presentar su trabajo, que podría haber parecido original,

como una revisión y continuación del abate Velly, de la misma manera como los primerosautores del siglo XVI se borran detrás de las Grandes crónicas de Francia. TambiénAnquetil, en 1805, reconoce sin vergüenza que su Historia de Francia es una compilación:”He tomado como guía los cuatro historiadores generales, Dupleix, Mézeray, Daniel yVelly. En primer lugar me convencí, por mis reminiscencias, de que nada que ofrezca algúninterés en la Historia de Francia ha sido olvidado por estos cuatro escritores, y que si uno deellos omite algo, el otro lo repone; que han ponderado bien la propia autoridad y que, porconsiguiente, poner su nombre al margen es como citar la prueba”. ”Cuando tuve que tratar

un tema, examiné cuál de los cuatro lo ha presentado mejor y tomé su relato por base delmío; luego agregué lo que me parecía faltar a la narración del autor prefer ido”. Este curiosométodo, que persistió tanto tiempo, se explica por la adhesión del público a una versióntradicional admitida por él, y que exige sea adornada de acuerdo al gusto del día, pero sincambiar el cañamazo ya fijado. Porque la Historia es una narració de hechos. Furetiére, ensu Diccionario, la define así: ”Relato hecho con arte: descripción, narración ininterrumpida,continua y veraz de los hechos más memorables y las acciones más cé lebres”. Y, una vezmás, no se admite que haya que añadir o retocar nada en el relato de los primerosnarradores. Esta historia de Francia tuvo sus clásicos, reeditados durante todo el siglo quesiguió a su publicación. En el siglo XVI, las Grandes crónicas de Francia con NicoleGilles:1510, 1520, 1527, 1544, 1551, 1562, 1617, 1621. PaulEmile, imitador de Tito Livio, queennoblece a la antigua el relato arcaico de las Grandes crónicas: 1517, 1539, 1544,1548,1550, 1554, 1555, 1556, 1569, 1577, 1581, 1601. En el siglo XVII el escritor más leído esincuestionablemente Mézeray. Su gran Historia, aparecida en 1643, fue reeditada seis veceshasta 1712, cuando fue reemplazada por la del P. LA HISTORIA DEL SIGLO XVII153

Daniel, reeditada también seis veces entre 1696 y 1755. Pero Mézeray tuvo el honor de dosediciones en el siglo XIX, en 1830 y 1839, en tanto que la Historia de Francia, deMichelet, aparece en 1830 y la de Henri Martin en 1833. Esto muestra el favor popular,dentro de las pequeñas burguesías y artesanados provinciales, de este viejo autor,actualmente olvidado. Después de Mézeray y el P. Daniel, los lectores de la segunda mitaddel siglo XVIII y el comienzo del XIX se dividieron entre el abate Velly, el abate Millot yAnquetil. Napoleón decía en 1808 que ”Velly es el único autor un poco detallado que hayaescrito sobre la historia de Francia” ”Su majestad ha encomendado al ministro de policíaocuparse de la continuación de Millot”. En su prefacio a Diez arios de estudios históricos,escrito en 1835, Augustin Thierry subraya la persistencia de la boga de los historiadoresclásicos del siglo XVIII, a pesar de la reacción romántica comenzada con Chateaubriand.’Si los señores Guizot, de Sismondi y de Barante encontraban lectores entusiastas, Velly yAnquetil tuvieron sobre ellos la ventaja de contar con una clientela más numerosa.” Porconsiguiente, desde el siglo XVI hasta 1830, las sucesivas generaciones no vacilaron ante lamonotonía del mismo relato, fijado de una vez para siempre en lo esencial, repetido con la

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única diferencia del estilo, de la retórica, de un añadido para abarcar los acontecimientos producidos desde la versión precedente, añadido que será,,, a su vez, demarcado por elcompilador que vendrá detrás.1 Es imposible no quedar impresionado por la persistencia deI este género, que durante tres siglos permaneció idéntico a sí mismo e igualmente próspero. Esto constituye un fenómeno 1 tan importante como la cristalización del

clasicismo en torno de la Antigüedad sagrada y profana; dos aspectos contradictorios perotambién característicos de la época, que tuvieron que coexistir en las mismas personas,aunque en etapas diferentes. Es una dualidad que da cuenta de la complejidadfrecuentemente reconocida del Antiguo Régimen. Las épocas clásicas adoptan frente a laHistoria una actitud que no es ni un rechazo ni una investigación crítica

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mediante el recurso a las fuentes, ni la alienación en el tiempo, ni la curiosidad por eldescubrimiento. Otra cosa muy difícil de imaginar es que agrada por la trivialidad y larepetición, bajo la vestimenta de moda en cada momento. Tratemos de explicarlo mejor.

Poseemos un pequeño tratado sobre la historia, fechado en 1628, Advertencia sobre lahistoria de la monarquía francesa. Es obra de Charles Sorel, el autor de Francion y uno delos fundadores de la novela realista, después de Noél de Fail y junto con Théophile de Viau.Aunque detentaba el cargo de historiógrafo del rey, cargo heredado de su tío, era un espírituindependiente, audaz, que tuvo que expurgar sus novelas y su historia de rasgos que podíandesagradar a la Corte. Su opinión sobre la historia no trasluce ningún conformismo oficialsino lo contrario. De ahí su interés. Comienza lamentándose de que, en su época, nadie seinteresaba suficientemente por la Historia de Francia: a decir verdad, la queja es un rasgocomún de los historiadores. Pero se trata aquí de la competencia que los Antiguos hacen ala Historia de Francia. ”Otrora me asombraba la poca importancia que se da a la Historia de

Francia en su propio país. Los hombres de letras saben mejor los nombres de losemperadores romanos y de los cónsules que los de nuestros reyes.” Nosotros sabemos queesto no es verdad, o por lo menos que es verdad sólo de los espíritus refinados, cuyoadversario, por otra parte, es Sorel. Se leen, además, demasiados ”libros fabulosos”,demasiadas novelas de caballería. Y sin embargo, Sore1 no duda que estas novelas estén enla raíz del gusto por la Historia de Francia de algunos de sus contemporáneos. De todasmaneras, si ”muy pocas personas conocen la Historia de Francia”, es porque ”casi no hay

libros sobre ella”; los autores antiguos son ilegibles, ”escritos como a contrapelo de lasMusas”, ”un revoltijo de lo que encuentran en diversos lugares”. Ya en 1571, du Haillan, enel Prefacio de su gran tratado sobre la Historia y las instituciones francesas, se jactaba deser el primero que escribía correctaII LA HISTORIA DEL SIGLO XVII155

mente: antes de él, ”grandes masas de historias martinianas [de san Martín de Tours] ydionisianas [de Saint-Denis] y las crónicas de Hildebrando, de Sigeberto...” Es la reacciónclásica del lenguaje noble, aun en el autor de Francion: en esos viejos libros ”se ven

 palabras tan bajas y tan sucias, que no creo que puedan emplearse para otra cosa que paraexpresar el pensamiento de mendigos y gañanes, de ninguna manera para expresar los delos reyes y los hombres de virtud”. Sus primeros antecesores, que siguen inmediatamentelas Grandes Crónicas (de las cuales no ha bla) ”son los últimos en materia de elocuencia yde fuerza de discernimiento. Escribieron de una manera tan bárbara...” Ha sido un errorcontinuarlos; habría sido mejor escribir una obra nueva. En efecto, estamos en el momentoen que se experimenta la necesidad de renovar a los cronistas. Sus ediciones se detienen en1620-1630. Pero no saquemos la conclusión de que se produjo un cambio profundo en laestructura de la Historia; los cronistas antiguos seguirán siendo la fuente esencial; losnuevos autores se contentarán con desembarazarlos de algunas anécdotas ”demasiado burdas” y los vestir án de acuerdo al gusto del día, para retomar indefinidamente este nuevomodelo. Es ciertamente el programa expuesto por Sorel después de la crítica de sus predecesores. Se abandonarán las fábulas demasiado inverosímiles, como el origen troyanode los franceses o el reinado de Ivetot. Pero estas leyendas persistirán, a pesar delracionalismo clásico y del purismo de la Contrarreforma. Mézeray relatará la historia de

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Ivetot, porque en definitiva es un cuento bonito. Le bastará con añadir: ”De todas

maneras, si se me pide mi opinión, encuentro que este cuento está plagado de tantas faltascontra la verosimilitud y la cronología, que lo devuelvo gustoso a quienes nos lo hancontado”. Pero de todas maneras lo reproduce. En resumen, los nuevos escritores sedesembarazan de las leyendas, sobre todo cuando ponen en juego los falsos milagros. No se

trata de proscribir lo sobrenatural: ”los que tienen cierta apariencia de verdad” ser ánmantenidos ”si son edificantes”. Los otros se pasar án en silencio: ”imaginar tan frecuente-

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mente los efectos milagrosos es hacerlos despreciables”. El historiador, en este caso, sigue

siendo ”un pagano dentro del cristianismo”. A este relato, podado de sus retoños parásitos,se lo vestirá de acuerdo al gusto del día, se suprimirán las referencias cronológicas que

hacen pesado el estilo: ”Considero que es poco grato decir a propósito de cada acción: ’estosucedió tal ario y tal mes”; los que quieran conocer las fechas ”esperar án hasta que yoconfeccione una tabla cronológica”. Tampoco se conservar án los detalles fanagosos dederecho público o de historia de las instituciones: tales cosas no se encuentran en losAntiguos. ”En medio de tantas disputas es imposible hacer elegante una narraci ón y darleun estilo agradable. Si los Antiguos hubieran estado obligados a esto, no nos hubierandejado tantas obras maestras hermosas. No disputaban sobre el origen de las dignidades[alusión a las controversias sobre los derechos de los pares, sobre las cortes parlamentarias,que tanto se tomaban en cuenta en el siglo XVI, cuando se creía poder encontrar eninstituciones como éstas las fuentes de una monarquía limitada por sus grandesfuncionarios]; no les inquietaba si una provincia era poseída con carácter de soberanía o sise trataba de un ducado que dependía de la Corona... No sabían de feudos, retrofeudos ni defeudos francos, o si lo sabían, los historiadores no se entretenían en dar largasdefiniciones”. Y efectivamente ya no se encuentran comentarios acerca de las instituciones

en los autores del siglo XVII, siendo así que los del XVI se interesaban mucho por ellas: loúnico que subsiste es el relato de los acontecimientos. Según Sorel, hay que evitar recurrir alas fuentes y citar literalmente los textos originales. ”No quiero esos discursos bárbaros quelos autores han referido palabra por palabra, tal como los encontraron en los viejosmanuscritos. Extraeré de ellos la sustancia para elaborar con ella discursos de acuerdo connuestra modalidad”, es decir, imitados de Tito Livio. Más tarde, el P. Daniel, quereaccionará contra esta clase de historia oratoria, reconoce que es necesario citar lasreferencias y remontarse a las fuentes: ”La cita de los manuscritos hace todavía hoy muchohonor a un autor”, LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 157 

admite, pero sólo para mostrarse de acuerdo inmediatamente en que este recurso a losoriginales no siempre sirve para mucho: ”He visto un gran número de manuscritos. Perodiré sinceramente que esta lectura me ha deparado más trabajo que ventajas”. Los textos

antiguos versan sobre cuestiones demasiado particulares para tener cabida en una HistoriaGeneral, que se mantiene siempre fiel al esquema de las Grandes Crónicas y de suscontinuadores. En el siglo XVII, pues, se hablará en estilo noble. Mézeray no tendrá éxitoen él y retornará a una manera más sabrosa y familiar. El P. Daniel habrá de reprochárselo:”Si Mézeray hubiera tenido una idea clara de la nobleza y la dignidad que son propias de laHistoria, hubiera amputado en la suya muchos dichos vulgares, proverbios, chistes de malgusto, un gran número de expresiones bajas y de estilo familiar”. Sorel admite, al pasar, que

su método suscita objeciones en el público de las Historias de Francia: ”Algunas personas

aficionadas al abigarramiento me dirán que pi-, fieren valerse de las crónicas generales que poseemos Das viejas crónicas y sus continuadores del siglo XVI] y que les agrada encontrarlas particularidades que allí se relatan”. Sorel no se detiene en este punto, pero la

observación es muy importante para nosotros, porque demuestra que existía un públicomenos contaminado que Sorel por el gusto noble y que se complacía en encontrar en losviejos autores las peculiaridades de las épocas antiguas. Podemos preguntarnos por quéSorel se toma tanto trabajo para disfrazar a la antigua la Historia de Francia. Porque vale la

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 placeres desbordados y sus sórdidos ministros habrían devorado bien pronto más dineroque el necesario para solventar los gastos de una larga guerra.” El pr íncipe ”hurgó primeroen las bolsas de su pueblo, luego hasta los cofres más ocultos. Los Señores no sentíanmucho dolor por la carga de estos impuestos, que caían de ordinario sobre el populacho ]eséste uno de los primeros ejemplos de explotación polémica

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de la historia en beneficio de una reivindicación política o social] pero los exacerbómediante otros agravios mucho más sensibles. No hay ultrajes mayores que los que seinfieren al honor, y de éstos el más perentorio, al menos en opinión de los hombres

[Mézeray se divierte], es el tocar a sus mujeres.” Los Estados Generales [se trata aquí deun anacronismo, esta vez involuntario] decidieron su deposición después de largosdiscursos en noble estilo: ’Tomo aquí por testigo el glorioso espíritu de Meroveo”.

Meroveo no hubiera podido reconocer ya a Childerico como su hijo! El relato prosiguesegún la tradición. El alegato del amigo de Childerico se ha convertido en lo siguiente:”¡Cuán grande fue vuestra locura en expulsar un rey, vuestro señor legítimo, por poner ensu lugar un tirano extranjero!” ”Un pr íncipe algo inclinado al amor, por obra de la licenciade su autoridad y por los fervores de la juventud, que se hubieran aplacado, ¿no era mássoportable que un verdugo?... Yo os garantizo que será un buen príncipe: la edad y eldestierro han moderado sus ardores.” En Turingia, Childerico, ”de temperamento amante yagradable conversación entre las damas [el terrible libertino se ha convertido en un galantegentilhombre, un poco insistente], se había atraído el amor de Basina, mujer de Basino”, yMézeray termina el relato con la recepción de Basina en Francia y las tres visiones deChilderico, que no se cuida de omitir. En su Compendio de la historia de Francia, a partirde Faramundo, el sabio y austero Bossuet no retrocede ante la historia de Childerico, a lacual toma tal como la encontró. Childerico era un ”pr íncipe bien formado de cuerpo y deespíritu, valeroso y hábil, pero tenía un gran defecto, y era que se abandonaba al amor porlas mujeres, hasta apoderarse de ellas por la fuerza aun cuando se tratara [circunstanciaagravante para Bossuet de mujeres de calidad, lo que le atrajo el odio de todo el mundo.”Hay que confesar que, sin que el relato, fijado ya, se modifique en profundidad, Childericose humaniza mucho. Pero Bossuet es severo con el affaire Basina: ”Basina, esposa del rey

de Turingia, lo siguió a Francia, y él la desposó, sin preocuparse por los LA HISTORIADEL SIGLO XVII 163

derechos del matrimonio ni de la fidelidad que debía a un rey que lo había recibido tan bien”. Bossuet deja de lado la anécdota de las visiones. Con el P. Daniel, en 1696, cambiael tono. Ya Sorel había planteado dudas pero el P. Daniel, en una de las dos disertacionessobre los orígenes que inician el tratado, no vacila ya en condenar ”la deposición quiméricade Childerico, padre de Clodoveo. Todo es aquí novelesco, todo tiene aquí el aire de unanovela.” Pero, a pesar de la erudición de sus argumentos, el P. Daniel no se está dejandoguiar solamente por la crítica: la deposición resulta también incómoda para la noción delegitimidad, sobre la cual el P. Daniel se extiende largamente. Por ejemplo, defiendetambién a Hugo Capeto del reproche de usurpación. Pase lo referente a Pipino el Breve:esto es coherente. Pero no Hugo Capeto: Carlos el Simple había nacido de un matrimonio”considerado ilegítimo en Roma”. A decir verdad, la historia galante de Childerico

sobrevivió sin esfuerzo a los ataques del P. Daniel. La gran historia del abate Velly y de suscontinuadores, que hizo autoridad hasta comienzos del siglo XIX, la retoma: ”Era elhombre más hermoso de su reino [así lo veía ya Bossuet. Tenía ingenio, valor, pero habíanacido con un corazón tierno y se abandonaba demasiado al amor, lo que fue causa de su pérdida. Los barones francos, tan sensibles al agravio corno sus esposas lo habían sido a losencantos de este príncipe, se aliaron para destronarlo. Obligado a ceder al furor de los barones, Childerico tuvo que retirarse a Alemania, donde hizo ver que la adversidad rara

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vez corrige los vicios del corazón: sedujo a Basina, esposa del rey de Turingia, su huéspedy su amigo”. Se eligió otro rey. ”Las exacciones del monarca reinante revivieron elrecuerdo del príncipe desterrado... el príncipe legítimo volvió a la posesión del trono delcual lo habían derribado sus galanterías.” Este acontecimiento maravilloso es seguido deotro notable por su singularidad. La reina de Turingia, como otra Helena, abandona al rey

su marido para seguir a este nuevo Paris. ”Basina era bella y tenía ingenio. Childerico,dema-

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1621. Se encuentra en ellas, relatada con ingenuidad y precisión, sin una sombra de críticani de reserva, la historia de la Doncella. Las apariciones de Vaucouleurs, las protestasdespectivas de Baudricourt, que desprecia a una pastora ”nacida de pobres gentes”. El

reconocimiento de Chinon: ”En nombre de Dios ¡oh Rey Gentil!, es a vos mismo a quienquiero hablar”. El examen de los teólogos. Pero — y es éste un carácter de las versiones de

la historia de Juana que encontramos con frecuencia —  Nicolás Gines insiste sobre todo enlos rasgos más maravillosos: ”La dicha Juana rogó al rey que le enviara a buscar una espadaque le había sido anunciado que se encontraba en cierto lugar de la iglesia de san-

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mucho menos proveer.” Se refiere a Juana de Arco, cuya historia se narra sin que haya nada

de particular que señalar en ella, a no ser un mayor número de detalles y de calor en elmomento del proceso: Juana muere ”dejando un infinito pesar a los de su siglo por habersido tratada de una manera única y cruel, y una memoria de loor inmortal, por haber sido uninstrumento tan útil y necesario para la liberación de nuestra Patria.” Es el tono de la

historia patriótica, que hemos señalado anteriormente, y se comprende el lugar que Juanade Arco

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ocupará en ella hasta el siglo XIX y seguirá conservando después gracias a Michelet.Versiones como la de du Haillan son rechazadas a partir de este momento comoescandalosas. Por ejemplo, Simon Dupleix, en su Historia general de Francia, donde

aparece por primera vez la apelación a Jesús que hace Juana en la hoguera, protesta: ”Estaadmirable doncella, que fue el instrumento de la Providencia divina para un asunto de tantaimportancia, ¿cómo podrá imaginarse que haya sido una hechicera, maga, prostituta omujer corrompida, como lo han afirmado sus enemigos y los de Francia, y aun algunosfranceses libertinos, para no verse obligados a reconocer algunos milagros acontecidos porintercesión de los santos que gozan allá en lo alto de la eterna bienaventuranza?” En

Mézeray no falta ya nada del relato tradicional: Vaucouleurs, Bourges, el examen de losteólogos y de las matronas. El milagro de la espada es objeto de una descripción atenta ycrédula: ”Le rogó que le mandase a buscar una espada que estaba enterrada junto con loshuesos de un caballero en Santa Catalina de Fierbois, sobre la cual estaban grabadas cincocruces; quienes fueron enviados a buscarla la encontraron en el lugar que ella habíaespecificado y, como segundo milagro icómo si no fuera ya bastante!], la herrumbre que larecubría por completo cayó no bien la tomaron en la mano.” Durante el asedio de Orleáns”se dice que el Príncipe de la Milicia Celestial... fue visto por muchos al final del largocombate bajo una forma más que humana, con una espada flamígera en la mano.” Sedescribe el proceso, y Mézeray encuentra el medio para que Juana pronuncie un granalegato, en estilo de tragedia, estando sobre la pira. Pero aparece también la paloma quesale de las llamas y ”su corazón fue encontrado intacto, porque el fuego no se habíaatrevido a violar algo tan precioso.” A Mézeray se debe indudablemente que muchasgeneraciones de franceses hayan conocido la historia de Juana de Arco. El fin del sigloXVII, la época de Luis XIV, es más reservado en su manera de presentar a Juana de Arco. No es que omita este acontecimiento que había adquirido ya un lugar incuestionable en laHistoria de Francia tradicional ni que

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lo desnaturalice recurriendo a las versiones escabrosas del siglo XVI. Se adivina que losautores, influidos por el esfuerzo de disciplina y de ordenamiento de Luis XIV, estánmolestos por lo que hay de extraordinario e irregular en el destino de la Doncella. A ello sedeben muchos matices, muchas reservas, que pueden juzgarse por estos pocos textos que presentamos a continuación. Simón Guellette es el autor de un Método fácil para aprenderla historia de Francia, que está fechado en 1685. Hay toda una literatura pedagógica ymnemotécnica sobre la Historia de Francia. La Historia en verso, en naipes, etcétera. Esuna historia escrita, como el catecismo (el Concilio de Trento creó la literatura decatecismo) en forma de preguntas y respuestas. El autor retiene, pues, los grandesepisodios: ”¿Qué hizo Clodoveo de importante? — Acrecentó mucho el reino de Francia yfue el primer rey cristiano. —  ¿Cuáles fueron las principales cualidades de Clodoveo? — Fue valeroso y muy político, pero un poco cruel...” Es una historia patriótica.”¿Entonces, el imperio pertenecía a los francos? — Sí. — ¿Por qué? — Por dos razones: launa, porque fue fundado por un príncipe franco; y la otra, porque esto fue bajo la forma deImperio de Francia y dependiendo de la nación francesa.” Si Hugo fue denominado Capeto

es ”porque tenía una cabeza grande o más bien porque era prudente.” Y el último de los

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carolingios no accedió al trono ”porque se atrajo el odio de todos los franceses.  — ¿Porqué? — Por haber estado demasiado vinculado con el partido de los alemanes y delemperador Otón”. Dentro de este espíritu patriótico se llega a Carlos VII. ”¿Qué sucedió denotable durante su reinado? — El asedio de Orleáns y la aventura de la Doncella.” LaDoncella: ”Hija de un labrador nacido en Lorena, que fue inspirada por Dios para tomar las

armas y combatir contra los ingleses.” Obsérvese que se registran todos los hechos, peroenunciados de una manera un poco seca. Juana fue quemada. ”¿Por qué le aconteció estadesgracia? — Porque no se retiró después de haber hecho lo que Dios le había ordenado ]esdecir, después de la Consagración] y de haber traspasado

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el mando.” No fue suficientemente disciplinada. Pero esto no exculpa a sus torturadores:

”¿Qué sucedió a los ingleses después de esta injusticia?  — Fueron expulsados de todaFrancia, salvo de Calais.” En su Compendio de la Historia de Francia, Bossuet es quizás

más reservado todavía. No disminuye la importancia del acontecimiento: ”La situación parecía 1 completamente desesperada, cuando llegó a la Corte una jovencita de dieciocho aveinte arios, la cual decía que Dios la había enviado.” Todo lo sobrenatural de la historia deJuana es discretamente escamoteado: en Chinon, ”la Doncella fue a rescatarlo [al Delf ín] deen medio de todo el mundo.” No hay una palabra ni sobre las apariciones ni sobre elmilagro de la espada. Bossuet está manifiestamente incómodo en el relato tradicional,donde no sabe distinguir lo legen-1 dario y lo auténtico. Tanto más cuanto que la popularidad de/ mito se le impone: ”El

nombre de la Doncella de Orleáns volaba por todo el reino y llenaba de coraje a todos losfranceses. Lo que la Doncella había predicho se cumplió contra lo esperado por todos.”Mas he aquí lo único que encuentra para referir acerca del proceso y del martirio: Cauchon,”favorable al partido inglés, la condenó como maga y por haber osado vestir de hombre. Encumplimiento de esta sentencia, fue quemada viva en Ruán en 1432”. Esto es todo, y enverdad expresado de una manera sucinta y seca. No es necesario pensar que Bossuet se viotrabado por el prestigio de la cosa juzgada. No vacila en condenar ”la crueldad inaudita” deltratamiento de los Templarios. Pero no comprende la piedad medieval y popular, vivatodavía en su época, si hemos de creer a la persistencia del tema en los historiadores: le parece sospechosa y se apresura a dar vuelta a la página. De todas maneras, el Compendiode Bossuet es una verdadera tarea escolar que huele al aceite de lámpara: ejemplo de unclásico desconcertado en un mundo donde se siente perdido, pero que debe, a pesar de ello,rendir tributo a las exigencias de la tradición. Sentimos claramente la oposición de las doscorrientes, la clásica y la tradicional, que, por lo demás, aparecen fácilmente unidas porobra de anacronismos llenos de sabor. LA HISTORIA DEL SIGLO XVII171

El P. Daniel no es un clásico integral. Ama los viejos textos, por más que emplee un estilonoble, que los castra. ”Dios salvó a Orleáns y luego a todo el Estado mediante uno de esosgolpes extraordinarios, de los cuales, fuera de las Sagradas Escrituras, no existe unejemplo más singular que el que entonces brilló ante los ojos de toda Europa.” Es un rasgoúnico, digno del Antiguo Testamento, en la época en que Dios hablaba directamente a loshombres. Imposible marcar mejor el carácter sagrado del acontecimienrto. Pero el P. Danieltiene que explicarse, casi excusarse, porque la opinión ilustrada (va es posible emplear estetérmino sin un excesivo anacronismo) es refractaria a los milagros que cuentan con un gran pú blico popular. ”Aquellos a quienes irrita el solo nombre de milagro me parece quetendrían que encontrarse muy embarazados para imaginar un sistema más justo que permitaencontrar otras causas de una sucesión de acontecimientos tan singulares y tan numerososcomo los que se verán a continuación. ”El autor invoca el testimonio de loscontemporáneos. ”Me parece que deber ía bastar para disipar la vana conjetura de algunos [alos cuales es conveniente refutar todavía a fines del siglo XVII] que han dicho sinfundamento que fue un artificio de los generales franceses el haber hecho venir la Doncellaa la corte, como una jovencita milagrosa, para conmover el espíritu del pueblo y el del rey,que estaba desalentado.” El P. Daniel está convencido, no retrocede frente a lo

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sobrenatural. ”No temer é pasar yo mismo por excesivamente crédulo ante el juicio de las personas sensatas por referir este hecho memorable de nuestra Historia, tal como loencuentro narrado en los monumentos más seguros de la época en que aconteció.” Ydespués de todas estas precauciones, que no debían de ser superfluas, emprende el relato sinomitir nada de la versión tradicional: las apariciones, el reconocimiento de Chinon, el

milagro de la espada (que debía resultar indigesto a las personas de ese final de siglo): ”Sele quitó la herrumbre y se le entregó.” ¡Pero de todas maneras el P. Daniel omite lalimpieza milagrosa del arma! Contrastando con esto, el tono, que al comienzo es ardiente yconmovido, se vuelve seco en el momento del proce-

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so, al cual describe, sin embargo, siguiendo a los manuscritos. No cede nunca la palabra aJuana, se abstiene de comentarios o valoraciones y concluye sencillamente: ”Hizo unanueva abjuración, se confesó con un dominico, recibió la eucaristía y fue quemada en el

Mercado Viejo. Fue así como se produjeron los hechos.” La incomodidad del P. Daniel precisamente en este momento, que actualmente ha llegado a ser el más dramático y el máscélebre de la historia de Juana, es particularmente característico del espíritu de su época. Amediados del siglo XVIII el episodio de Juana se mantiene en su lugar, sin grandesmodificaciones de fondo, pero sometido a la crítica peculiar de la época. El continuador delabate Velly trata largamente esta historia. Reconoce en ella con orgullo y emoción uno delos instantes privilegiados en que la nación entera se congrega para salvar a la patriaamenazada: tales son casi exactamente sus propias expresiones. Se verá a los franceses”reanimarse a los gritos de la patria agonizante..., todos los partidos de la monarquíaacercarse espontáneamente y juntarse por sí mismos, para unirse más fuertemente quenunca por el solo efecto de la vitalidad nacional. Jamás se podrá insistir demasiado sobreesta verdad: el restablecimiento de Carlos VII en el trono de sus padres fue la obra de lanación.” Y el autor emprende con entusiasmo la historia de Juana. No escamotea losobrenatural, como sucede en Bossuet; lo expone de acuerdo a la versión tradicional, peroracionalizado: cada milagro recibe una explicación natural, traída de los cabellos, perodesarrollada muy seriamente, sin ironía ni burlas. Juana ”se había persuadido fuertementede que Dios la destinaba a salvar a la patria.” ”Poseía todas las virtudes de que un almasimple es susceptible: conciencia, piedad, candor, generosidad, coraje.” Es una campesina,

y nos encontramos en la é poca del gran entusiasmo por las cosas de la tierra: ”La vidaagreste había fortificado todavía más su cuerpo naturalmente robusto.” Nuestro historiador

se encuentra incluso entre los LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 173

 primeros de los historiadores antiguos que consigna esta particularidad de la vida íntima:”Ella no tenía nada más que el aspecto exterior de su sexo, sin experimentar las flaquezasque caracterizan su debilidad.” Y nuestro autor, más experto que sus predecesores en elanálisis psiquiátrico, explica de la siguiente manera una exaltación de visionaria: ”Estadisposición de sus órganos debía necesariamente aumentar la fuerza activa de suimaginación.” No es éste ya el tono del siglo XVII, sino el del siglo XIX. Pero este gusto por la interpretación racionalista no llega nunca hasta desfigurar la exposición de loshechos. Por el contrario, el autor, como no cree en lo sobrenatural, está tanto más libre paradejarle paso franco, ante todo porque hay que evitar el anacronismo y conservarle alambiente del siglo XV su color propio; además, porque la historia es hermosa yconmovedora tal cual se ha transmitido: ”Antes de proseguir el relato de losacontecimientos que conciernen a esta jovencita singular, conviene advertir a los lectoresque no han de tomar en cuenta nada fuera de sus propias luces al formar el juicio que hande pronunciar sobre ellos.” No se trata de juzgar sino de comprender. ’Nosotros nosceñiremos a la simple exposición de los hechos atestiguados. Más instruidos, másesclarecidos de lo que estaban nuestros crédulos antepasados, algunos prodigios han cesadode ser problema para nosotros. Demasiado razonamiento excluye el entusiasmo.Trasladémonos por algún tiempo al siglo XV [subrayemos esta frase, que anuncia unsentimiento nuevo y moderno de la historia]. No se trata de lo que nosotros pensamosactualmente de las revelaciones de Juana de Arco, sino de la opinión que tuvieron nuestros

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antepasados, ya que esta opinión fue la que produjo la asombrosa revolución de la quevamos a dar cuenta.” Y comienza el relato tradicional, siempre el mismo; lo único quecambia es el comentario. Si Juana reconoce al Delfín en Chinon es porque ya había vistoretratos del príncipe, efigies numismáticas; estaba informada de ”su figura exterior”.Reencontramos el milagro de la espada: ”Pero ser ía una reticencia infiel dejar, como lo han

hecho algunos de nuestros historiadores, a esta última circunstancia una apariencia

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de tragedia que pueda dar lugar a engaño.” En efecto, se trata de algo muy simple: al ir aChinon, Juana había pasado por Fierbois, se había detenido en la iglesia y, ”fiel siempre alas revelaciones con las cuales se creía favorecida, había quizás depositado, como una

especie de consagración, esta espada en la tumba de un caballero.’’ El autor extrae lamoraleja del éxito en Juana en Orleáns y en Reims: ”La sola palabra de esta jovencitasingular fue suficiente para que se decidiera una empresa contraria a todas las reglas de la prudencia humana. Puede afirmarse que en ese momento Juana decidía la suerte de Carlos.Si fracasaba, estaba perdido sin remedio. Es así como una providencia incomprensible secomplace a veces en poner de manifiesto la nulidad de nuestras especulaciones políticasmediante la simplicidad de los medios de que se vale para revertirlas.” El autor no es un

librepensador; cree en la acción de la Providencia sobre las cosas humanas, pero rechaza elmilagro. Contrariamente a sus predecesores, el continuador de Velly desarrolla largamenteel trámite del proceso y la muerte. Esta vez hace un trabajo original. No se conforma conlas compilaciones anteriores, que sobre este tema permanecen mudas. Retrocede a lasfuentes, a los manuscritos del proceso, conservados en la Biblioteca Real. Es,indudablemente y salvo error, uno de los primeros relatos anteriores a Michelet, que estátan cerca del texto. Las respuestas de Juana se citan literalmente y se imprimen en bastardilla. El autor está conmovido. A Mézeray, que dejó uno de los relatos más completosdel siglo XVII, le reprocha no haber conservado el ”horror” de Juana ante la muerte, rasgohumano que ennoblece a la heroína en vez de rebajarla. Narra la muerte, el grito de Juanaen medio de las llamas. ”Se vio con asombro que el corazón no había sido consumido, pero la sorpresa habría desaparecido si se hubiera reflexionado sobre la disposición de lahoguera y la perturbación del ejecutor.” Siempre la misma preocupación por no abandonarnada de la interpretación tradicional y de explicar todo a la vez, naturalmente. Es así como”la infortuLA HISTORIA DEL SIGLO XVII 175 

nada Juana de Arco debía ser víctima de este siglo bárbaro.” El abate Millot, en su historiade 1767, vuelve a describir con respeto la aventura de una Juana racionalizada como la delabate Velly. Acentúa la responsabilidad que le incumbe a una religión desviada. Desde laé poca de Felipe Augusto, ”el cristianismo casi no era reconocible.” En la época de san Luis”no se puede concebir nada más terrible que el estado en que se encontraba la humanidad.”

Juana, pues, fue víctima de ”crueles teólogos”, en un proceso ”conforme al genio de laInquisición.” ”Francia hubiera quedado sometida al yugo si las gentes hubieran sidoentonces suficientemente razonadoras como para no creer sus revelaciones. Pero también escierto que con una razón más esclarecida, quizás se hubieran evitado las faltas y los erroresque hicieron necesario este recurso.” En la Historia del patriotismo francés (1769), Juana,naturalizada por Velly, es secularizada por Rossel. El patriotismo solo basta para explicarlo que fue tomado como sobrenatural: ”Ella se cree inspirada, cuando no es más que patriota. Parte llena de ese entusiasmo patriótico que se consideraba entonces, y siguióconsiderándose mucho tiempo después, como una inspiración puramente divina.” ”He aquítodo el misterio de este acontecimiento singular en el cual el pueblo vio entonces magia ysortilegio; los devotos, lo milagroso; los pensadores, un acertado artificio de la Corte... Nuestro siglo, con más razón, no verá en todo ello más que un efecto raro y extraordinario, pero natural, del patriotismo.” Recordemos aquí el dicho de Michelet: ”Sí, de acuerdo a lareligión y de acuerdo a la Patria, Juana de Arco fue una santa.” A comienzos del siglo

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176 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Y concluye así: ”Un sabio que había visto admiraba, vacilaba en pronunciarse. Imitemos sucircunspección, nosotros que nada sabemos si no es por informes de los otros. Perosabemos lo suficiente para asegurar que la historia no presenta ninguna otra heroína de

diecisiete años, modelo de valor en los combates, de sabiduría en las deliberaciones, deseveridad en las costumbres, inquebrantable en sus resoluciones... Sería difícil encontrarleun defecto.” La opinión de Anquetil es todavía un eco del siglo XVIII, en el cual laindiferencia religiosa, o más bien la desconfianza frente a lo sobrenatural, teñían deracionalismo la historia de Juana de Arco en su versión tradicional, fijada desde comienzosdel siglo XVII. El último de los historiadores/compiladores antes de Michelet es Fantin desOdoard, quien retomó la compilación del abate Velly y de sus continuadores. Su edición en1819, siempre sin cambiar nada en el encadenamiento de los hechos, traduce unsentimiento nuevo —  por lo menos entre los historiadores —  que es ya el anticlericalismomoderno. Se trata de un retorno a la versión hugonota del siglo XVI. El autor no es hostil ala monarquía. Toda una parte de su libro aparece como una rehabilitación de los reyescondenados por los historiadores del Antiguo Régimen, por lo menos hasta Luis XIV, eldéspota absoluto. ”Me he propuesto vindicar la memoria de Felipe el Hermoso de uninjusto desfavor.” ”El verdadero car ácter de Luis XI parece haberse escapado a todosnuestros historiadores.” Es menester ”absolverlo de ese tinte sanguinario que han infundidotodos nuestros historiadores a las páginas de su vida.” Efectivamente; en las historiasclásicas de Francia, escritas bajo el Antiguo Régimen, es donde se encuentra el repertoriode todas las anécdotas destinadas a alimentar durante los siglos XIX y XX las polémicasrealistas-republicanas: Felipe el Hermoso verdugo de los Templarios; las jaulas de hierrodel sanguinario Luis XI; el abandono de Juana de Arco por Carlos VII; Carlos IX tirandodesde una ventana del Louvre la Noche de san Bartolomé... pero fue necesaria laRevolución para que estos rasgos pasaran a ser tema de polémica. Fantin des Odoard tomael partido de los viejos reyes en contra de Bossuet y el P. Daniel.

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178 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

son siempre diversos, se convierte para nosotros, hoy, en una especie de espejo del tiempo,no del tiempo del hecho relatado, sino del tiempo del historiador que relata. La Historia deFrancia durante los siglos XV-XIX no es una secuencia de episodios cuya conexión y valor

relativos estén sometidos a la revisión del erudito, el crítico, el filósofo. Es una totalidad,muy aparte de las otras historias, en particular de la Historia Romana; una totalidad que sedebe continuar, pero que no se puede desmontar. A decir verdad, existe una Historia deFrancia, como hay temas de tragedia o de ópera, como hay un Orfeo, una Fedra, que cadacual retorna por su cuenta. Es un tema: no es la Historia, sino la Historia de Francia, lo quecada generación rehace con su propio estilo y a su manera. Esto implica una conciencia deltiempo histórico diferente de la que existía en la Edad Media. En la Edad Media no habíaotro origen que el del mundo y el de la creación. Bajo el Antiguo Régimen la Historia deFrancia es, por el contrario, un período privilegiado, cuyo origen se fecha en el primer rey,Faramundo, que es ya semejante a todos los reyes que lo sucedieron, y este período privilegiado es sustraído de/ tiempo. De esta manera, la Historia de Francia pierde elcarácter propio de la historia, consistente en particularizar un acontecimiento en unasecuencia temporal por referencia a lo que le precede y lo que le sigue. No la precede nada:hubo7 una vez el primer rey de Francia. Este fenómeno de deshis torización de la Historiadurante el Antiguo Régimen ha sido frecuentemente reconocido. Pero no se ha tomadosuficientemente en cuenta que es particularmente marcado en lo que hace al género”Historia de Francia”, y que no tiene como única causa el espíritu clásico, dentro del cual elhombre es siempre semejante a sí mismo. Si proviene del clasicismo, es negativamente, esdecir en la medida en que el clasicismo no permitió una literatura de inspiración histórica,como la de los españoles o la de los isabelinos. La apelación al pasado, en la época en quese formó el espíritu nacional, reprimida por los géneros nobles, hizo nacer un género aparte,que no tuvo de Historia más que el nombre, en el cual cada generación construía a sumanera y LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 179

según su color propio su pasado nacional, y este pasado debía ser exactamente el mismo, yaque era la herencia común, y siempre diferente, porque era propiedad de cada generación.Los modernos tienen tendencia a no acordar suficiente importancia a los sentimientos noescritos de los períodos cuya historia reconstruyen. La fidelidad de la vieja Francia a sutradición, deformada en cada generación según su óptica especial, es uno de lossentimientos cuya importancia iguala a la pobreza y la rareza de su expresión. La persistencia de una sola Historia de Francia, la misma bajo ropajes diferentes durante másde tres siglos, permite empero captarla al pasar.

”La Historia de Francia” no es una Historia, ni siquiera una Historia oficial. Sin embargo, la

curiosidad propia--) mente histórica existía en el siglo XVII, aunque no se ex- presaramediante una literatura. Se la encuentra en el gusto por el documento antiguo, un gusto decoleccionista, que conserva en su ”gabinete” lo que en materia de ”antigüedades” y de”curiosidades” ha podido reunir. La manera de ser que en el siglo XVII corr esponde más decerca a nuestra preocupación actual pertenece no a los escritores, ni siquiera a los sabios,sino a los ”anticuarios”. Los primeros coleccionistas del Renacimiento habían constituidogalerías de antigüedades y galerías de pinturas. Las colecciones principescas de esta clase,en Francia, en Italia, en Austria, etcétera, están en el origen de los grandes museos de

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Europa. Su historia es bien conocida y pertenece tanto a la museografía como a la historiadel arte. Pero en los siglos XVI y XVII hubo otras colecciones que tenían un carácterdiferente. Se pasa de la galería de arte a la colección de documentos de historia, al gabinetehistórico. La transición se hace por medio del retrato, retratos pintados o grabados, éstosmás populares que aquéllos, retratos de personajes célebres anti6uos y contemporáneos. La

 primera colección de retratos es italiana, la del P. Jove, hacia 1520. Se hizo célebre ysuscitó imitaciones, lo que

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180 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

hace pensar que correspondía al gusto de la época. Los Mé dicis la reproducen enFlorencia, y Enrique IV se inspiró en ella para armar la Pequeña Galería del Louvre. Suinfluencia reaparece en todas las colecciones de fines del siglo XVI y comienzos del XVII.

Ahora bien, todos los retratos de Jove no forman una galería de arte sino un museo dehistoria. Por otra parte, P. Jove es un historiador, un historiador humanista que escribe en lalengua y según la manera de Tito Livio. Sirvió de modelo a la Historia de Francia de PaulEmile, la primera Historia de Francia de tipo clásico, que restauró en las historiasnacionales el empleo del latín, caído en desuso desde la Edad Media. Pero P. Jovecoleccionista es un historiador más cerca de nosotros que el imitador de Tito Livio: su proyecto de reunir 240 retratos de hombres célebres corresponde a una preocupación porindividualizar el pasado y representarlo concretamente, y el éxito de su empresa, en Italia ysobre todo en Francia, muestra que no era la fantasía de un excéntrico. Las imágenes de P.Jove tratan de ser semejantes al original. Se dirigía a las fuentes: Hernán Cortés le envió suretrato, Barbarroja transmitió miniaturas de los sultanes. Así pues, estos retratos que sequería que fueran auténticos pertenecen en su conjunto a la época de P. Jove, al presentemejor conocido y más familiar. La Historia no aparece aquí como una reconstrucción,intentada a partir de un cero elegido de acuerdo a cierta concepción del mundo, cristiano,monárquico, humanístico, sino a una serie de observaciones sobre el tiempo presente. Porello es que P. Jove recluta la mayoría de sus retratos entre los personajes del Renacimiento(escritores, poetas, sabios, estadistas, eclesiásticos, militares). La parte de la Antigüedadclásica y sagrada es relativamente menos importante que en el intento anterior de Juste deGand para la biblioteca del duque de Urbino, a fines del siglo XV: ya no se encuentran másSolón, Moisés, Salomón, ni Homero, Virgilio, Cicerón, Aristóteles. La serie de sabios y poetas no se remonta más allá de Alberto Magno, la de los capitanes se conforma conAlejandro, Aníbal, Artajerjes, Numa Pompilio, Rómulo, Pirro, Escipión el Africano. Detodas maneras, LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 181

estas referencias discretas a la Antigüedad desaparecerán del todo en las galerías francesas posteriores. En cambio, la Edad Media adquiere un lugar llamativo en este historiadorhumanista. Alberto Magno abre la serie de los sabios, y los grandes capitanes de laAntigüedad están unidos a los de los tiempos modernos mediante un pasado legendario y aveces menospreciado: Atila, Carlomagno, Federico Barbarroja, Godofredo de Bouillon,Tamerlán y los nombres italianos de la época del Dante. Esto es lo nuevo y curioso. Porúltimo, entre la muchedumbre de los contemporáneos o de los personajes de las dos o tresgeneraciones precedentes, P. Jove intentó ensanchar su campo fuera de la Italia familiar.Moviliza a los españoles, los imperiales, los franceses. Entre los más célebres se cuentanHernán Cortés y Cristóbal Colón, los reyes de Francia a partir de Carlos VIII hasta EnriqueII. Adviértase que Jove no se remonta más allá de Carlos VIII: es aproximadamente elumbral detrás del cual la historia es oscura y legendaria y no deja emerger más que algunosnombres prestigiosos. No hay más que un rey de Inglaterra, Enrique VIII. P. Jove nointentó adentrarse en este período confuso de la historia británica. En cambio, reconstituyóla serie completa de los sultanes otomanos, de los corsarios Barbarroja, porque se trataba deuna historia muy próxima de la existencia, en aquel Mediterráneo del siglo XVI,obsesionado por la amenaza turca. La elección, pues, en el pasado y en el presente, parecedictada por una observación familiar, y la iconografía, que no exige relaciones lógicas entre

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las telas yuxtapuestas, se compadece bien con aquella modalidad empírica que la Historialiteraria rechazará hasta nuestros días. Hacia mediados del siglo XVI se encuentran enFrancia colecciones inspiradas en la de P. Jove. Una de ellas la conocemos en detallegracias a una colección de inscripciones en versos latinos destinada a comentar cada uno delos retratos, siguiendo un procedimiento que, por lo demás, se encuentra también en otros

lugares, hasta el final del siglo XVII. Laborde supone que se trata de la Galería de Catali-

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182 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

na de Médicis. Está compuesta por los retratos de Francisco I, sus dos esposas, su hermanaMargarita, sus hijos desaparecidos (Francisco I y uno de sus dos hijos figuran en el museode Jove), de la reina de Escocia, de Enrique II, Catalina de Médicis, su hijo Francisco y su

nuera María Estuardo. Toda la familia, a partir de Francisco I. Siguen la Casa de Lorena,los Guisa, Diana de Poitiers — que debía imponerse con mucha fuerza para figurar en laGalería de Catalina de Médicis, si la hipótesis de Laborde es justa — , el condestable, elalmirante, los mariscales de Francia, los últimos papas, el rey de España, la reina deInglaterra, el emperador, acompañado por electores laicos y eclesiásticos, por su pariente, elrey de Bohemia; finalmente, los príncipes italianos, los duques de Ferrara, de Toscana:todas las testas coronadas de la Cristiandad (de la Cristiandad solamente), los grandesoficiales de la Corona de Francia, la familia real a partir de Francisco I. rEsta lista esinteresante porque no es única. Numerosas colecciones de grabados y dibujos repiten seriesmás o menos análogas, copiadas unas de otras a partir de originales de los talleres deClouet, actualmente en Chantilly. La multiplicación de estas colecciones casi idénticas deretratos, I esta fabricación en serie, demuestran su popularidad entre el público de laépoca. Sólo las imágenes religiosas parecen haber gozado anteriormente de un éxitocomparable. Cada cual deseaba entonces tener en su casa, sobre los muros o másfrecuentemente en sus clasificadores, efigies auténticas de la familia real y de la Corte, queno estaba separada de ella. Una serie que en la galería personal de Catalina de Médicisconserva un carácter genealógico y familiar, corresponde a un sentimiento colectivo cuandoes reunida por un particular, un funcionario de la justicia o de finanzas, en su gabinete. Seobservará que las colecciones no se remontan más allá de Francisco I, aun las más antiguas,que son de la época de Enrique II. Por otra parte, no dejan de tomar como principio aFrancisco I, aun cuando daten de fines del siglo XVI y algunas veces incluso del comienzodel XVII. Estos retratos no son históricos, sino retratos contemporáneos. ¿Por qué, enLAHISTORIA DEL SIGLO XVII 183

tonces, no dejaron de lado a Francisco I a partir de los últimos tercios del siglo? ¿Y por quéinsisten en Francisco I? Porque hasta Enrique IV hay un segmento temporal que tieneapenas poco menos de un siglo (de Francisco I a Enrique IV) que los contemporáneosconcebían como un presente indisoluble, un bloque de arios que seguía siendo un presente.La opinión común no concibe un presente ideal, semejante a un punto geométrico. Leasigna una consistencia y una duración. Pero llega un momento en que el presente esdemasiado extenso; se ha hecho frágil. Entonces, bajo el efecto de una circunstancia brutal — guerra, revolución —  se parte en dos, y de las ruinas del antiguo presente, que ayer eraaún familiar, surge un pasado que retrocede súbitamente. Este pasado, separado de estamanera del presente como si fuera una rama demasiado pesada, puede olvidarse, comosucede en el caso de las sociedades sin historia. Pero también puede ser recuperado: es loque sucede a comienzos del siglo XVII, tras la muerte de Enrique IV, cuando uncoleccionista de 1628 pega sobre papel 150 retratos del siglo XVI. Estas imágenes dejabande pertenecer al presente que (habían configurado, para convertirse en testigos de un pasadoque ya estaba fijado: al retrato contemporáneo le sucede ahora, a comienzos del siglo XVII,el retrato histórico. Puede causar asombro que esto ocurra solamente en el siglo XVII. Elilustre P. Jove había representado a Ca rlo magno, Godofredo de Bouillon, FedericoBarbarroja. En Francia no se imitó esta evocación de los orígenes lejanos. ¿Es porque

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existía entonces una literatura histórica más cercana a las instituciones concretas que losfabulosos Anales o las Historias de Tito Livio? Se escribía mucho sobre las cosas deFrancia viviente: las grandes dependencias de la Corona, las cortes de justicia, la actividadreligiosa. La gente se preguntaba por los orígenes y el sentido de esas instituciones: unafilosofía política reclamaba a la Historia la justificación de una monarquía atemperada por

las compañías de los funcionarios y príncipes de la sangre. Esta literatura desaparece en elsiglo XVII bajo la influencia de

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184 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

un clasicismo que elimina de la historia el derecho privado y público, y de una lealtadmonárquica que reduce la historia a la enumeración de los reinados y actos reales. Es comosi la historia, expulsada de la literatura, se refugiara en la iconografía y, desdeñada por los

escritores, se amparase entre los coleccionistas. Existen sin embargo algunos precedentesen el siglo XVI que tienen su interés. En Poitou, un tal Gouffier había reunidoespecialmente retratos de su época. Pero su curiosidad desbordaba el umbral habitual dado por Francisco I y tenía también retratos de la época de Luis XII, de la mujer de Carlos VII eincluso un retrato de Juan el Bueno, el mismo que se encuentra actualmente en el Louvre,tras haber sido recogido por Gaignéres. No creo que se sepa mucho más acerca de esteintento de remontarse más atrás en el pasado. En cambio, estamos bien informados acercade los Hombres ilustres, de Thevet, gracias a una nota penetrante de J. Adhémar. Esteasombroso capuchino, nacido en 1500, convertido en capellán de Catalina de Médicis, se propone reconstruir con exactitud para su gabinete de grabados los retratos de los grandeshombres del tiempo pretérito. Reprocha a P. Jove su inexactitud: ¡éste había adosado una barba a Cristóbal Colón y representaba imberbe a Gregorio Nacianceno, contra todaverosimilitud! Thevet busca medallas, tenidas por contemporáneas, para reproducir susefigies; reclama documentos a las familias. Así, la duquesa de Longueville le entregadocumentos para grabar un Dunois, y el duque de Lorena, para hacerlo con Godofredo deBouillon. Reproduce ya las efigies de las tumbas: Felipe de Vabis, Eudes de Montreuil,Commines. Se interesa por los héroes de la Edad Media, aun los más alejados del espíritude su tiempo, como Pedro el Ermitaño. Es un espíritu nuevo, un espíritu de búsqueda deldocumento, por su exactitud y por su poder de evocación. Las grandes colecciones deretratos históricos se sitúan en la primera mitad del siglo XVII, y si la última es más tardía,aparecerá bajo Luis XIV como una supervivencia de la edad anterior. LA HISTORIA DELSIGLO XVII 185 r BeLa colección más antigua se encuentra en el castillode auregard, cerca de Blois. Paul Ardier, que compró en1617 la tierra de Beauregard, era un hombre de toga, un funcionario de finanzas. ContralorGeneral de Guerra en1601, pasó a Tesorero de Estado alrededor de 1627. En 1631 se retiró a Beauregard, dondemurió en 1638. Había comenzado su fortuna en la corte de los Valois, junto al Duque deAnjou, al que acompañó a Polonia: sirvió, pues, a Enrique III, Enrique IV y Luis XIII.Emprendió la modificación de los decorados del castillo estilo Renacimiento donde terminósus días, y en especial la de la gran galería. Esta no ha cambiado hasta nuestros días, y elvisitante puede aún evocar la curiosidad que inspiró su composición. Se trata de una galeríade historia, sobre los muros, y una galería de batallas, sobre el suelo. Los príncipes, losestadistas comenzaban entonces a rodearse de las escenas militares en las que habían participado. Uno de ellos fue Richelieu, cuyos cuadros de batallas están hoy en Versailles.El Gran Condé continuará esta tradición en Chantilly. Ardier se conformará conembaldosar su gran sala con mosaicos de Delft que representan la revista de un ejército,cuyos uniformes, armas, instrumentos de música, insignias, están reproducidos conexactitud: el ex Contralor de Guerra se interesaba más por las tropas que por lasoperaciones. Sobre los muros, la galería de historia. Si se dividen los paños delrevestimiento de madera según el ancho, la mitad superior aparece cubierta por 363 retratoshistóricos dispuestos por reinados, y la mitad inferior lleva los nombres de los reyes, susdivisas, sus emblemas y las fechas de sus reinados. Los retratos son bustos, pintados todos

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en la misma escala, con las mismas dimensiones y con la misma factura, sobre un fondoneutro. Están pintados de la manera más monótona, sin ningún ornamento, uno al lado deotro, en tres filas, todo a lo largo de la galería. Se diría que son registros de identidad o unaexposición pedagógica. Sólo dos retratos rompen esta serie interminable: Luis XIII, de pie,de un tamaño equivalente al de tres retratos de busto a lo ancho y otros tres a lo largo, y

Enrique IV, sobre la chimenea, representado sobre un caballo que caracolea en me-

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 pertenecieron a algunos rezagados que prolongaban bajo Luis XIV hábitos mentales delmedio I siglo precedente: la duquesa de Montpensier y Rabutin. La duquesa deMontpensier tuvo la idea de reconstruir la serie completa de sus antepasados, de todos losBorbones, desde Roberto, conde de Clermont, hijo de san Luis: es el Gabinete Borbón.Quedó por herencia en la familia de Orleáns y, para la época en que Dimier escribía su libro

sobre El retrato en el siglo XVI, había pasado del castillo de Eu, a Inglaterra. No he podidoencontrar más que un catálogo de 1836, que consigna solamente el nombre de cada retrato,sin otro detalle. No es posible, por consiguiente, mencionar aquí otra cosa más que el temagenealógico. No

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es ésta la inspiración de san Luis en Saint-Denis, de Felipe el Hermoso en el Palais de laCité, inspiración más nacional que dinástica, y más dinástica que genealógica. Ocurre pensar, más bien, en la tumba del emperador Maximiliano, en Innsbruck, precedida de una

doble fila de antepasados en bronce. Es difícil imaginar a Luis XIV, por más orgulloso queestuviera — al igual que todos su súbditos —  de la antigüedad de su Casa, recogiendo lasimágenes de sus parientes lejanos, antes del advenimiento de Enrique IV. Apenas salvó dela dispersión de las colecciones Gaignéres, el Juan el Bueno del Louvre. Por otra parte, podemos preguntarnos si en el siglo XVII la idea monárquica no ha dejado ya dedistinguirse claramente de la idea de familia. La economía de la necrópolis eal deSaint-Denis es notable en este aspecto: el propósito de san Luis fue prolongado por sussucesores sólo hasta el último de los Valois. A partir de Enrique IV los reyes se siguenenterrando en Saint-Denis, pero en una especie de anonimato, una fosa común de los reyes:no tienen ya monumento funerario y no se preocupan de continuar la serie comenzada porsan Luis desde Clodoveo. La serie de los reyes existe en la literatura de la Historia deFrancia, en las iconografías privadas, pero no se la cultiva oficialmente en Saint-Denis. ¿Setrata de una resistencia a imaginar demasiado concretamente, mediante una consagraciónmonumental, la muerte del rey que nunca muere? ¿O es una preponderancia de la liturgiareal, popularizada por el grabado, que se repite sin tomar en cuenta el curso del tiempo?Poco importa aquí; baste subrayar el carácter particular que tuvo el proyecto de la duquesade Montpensier, la cual obró menos en su calidad de princesa de la sangre’que de heredera

de una noble casa, semejante en esto a otras familias de su época, cuya filiación,atestiguada por la genealogía, señalaba el lugar que había que ocupar en la jerarquía socialy proporcionaba el material para una literatura sobre los orígenes familiares. El proyecto es, por lo tanto, más genealógico que histórico, y nos interesa menos aquí, excepto en lamedida en que no se trata de una genealogía escrita, destinada a proLA HISTORIA DELSIGLO XVII 189

 bar la antigüedad de un linaje, sino de una manera de representarse visualmente los personajes del pasado. La Galería de Rabutin, el primo de Madame de Sévigné, fue reunidaen su castillo de Borgoña, entre 1666, fecha de su salida de la Bastilla, donde lo habíallevado la Historia amorosa de las Galias, y 1682, fecha de su recuperación del favor de laCorte. Rabutin tenía menos orden y curiosidad histórica que el ex tesorero de Estado, elseñor de Beauregard. Sus colecciones de retratos son menos metódicas. De todos modos,están agrupadas en tres salas, por temas: capitanes, reyes, personajes célebres, a partir deInés Sorel. Es la última galería histórica anterior a Luis Felipe. Desaparece primero la bogadel retrato contemporáneo, tal como había existido en el siglo XVI, y luego el gusto por elretrato retrospectivo, como se había manifestado durante la primera mitad del XVII, lo cuales un testimonio de una sensibilidad particular respecto de la Historia. Antes de terminarcon el retrato histórico, intentemos, mediante la comparación de los personajesrepresentados, hacernos una idea de sus popularidades relativas, al comienzo del sigloXVII. Para los coleccionistas de retratos, la historia comienza aproximadamente hacia lamisma época. Si se exceptúa Jove, que ignora la Historia de Francia, Beauregard y Rabutin parten de los primeros Valois: el reino de Felipe V] en Beauregard; Inés Sorel y duGuesclin en Rabutin. Richelieu retrocede más atrás, sin duda por el caso tan seductor deSuger, pero se cuentan solamente dos nombres antes de los primeros Valois, dos nombres

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sobre veinticinco. El advenimiento de los Valois, los arios en torno de 1400, marcaban elcomienzo de cierta Historia familiar, más allá de la cual nadie retrocedía. Era la historiaviviente, recogida por la tradición oral, a la que se aludía corrientemente en lasconversaciones políticas o privadas. Todavía en el siglo XVIII, Voltaire se oponía a la de períodos anteriores, cuyo conocimiento le parecía inútil: ”Me parece que si se quiere

aprovechar el tiempo, no habría que pasarse la vida hinchándose de fábulas antiguas. Yoquerría que un

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hombre joven, después de adquirir una ligera tintura de los tiempos remotos, comenzara elestudio serio de la historia en el momento en que ésta se vuelve verdaderamente interesante para nosotros, es decir, hacia el final del siglo XV”. Esta historia familiar, oral e

iconográfica, la historia ”moderna” de aquella época, se distinguía, pues, de la historiaerudita, la de los libros compilados unos de otros. Cada uno partía de un punto originariodiferente: Faramundo, para la Historia de Francia literaria; los Valois para la Historiafamiliar. Hay que recordar aquí lo que dijimos anteriormente acerca del presente prolongado que va desde Francisco I a Enrique III, y de ese segundo presente, el de EnriqueIV, simbolizado por el retrato ecuestre del primer Borbón sobre la chimenea de Beauregard.El siglo XVII no tenía el sentimiento, siquiera ingenuo, de una duración histórica continua,sentimiento que había existido, en cambio, durante la Edad Media, donde no había otraHistoria que la universal, la cual se remontaba a la creación del mundo. El proyecto deBossuet es, desde este punto de vista, excepcional y anacrónico, demasiado medieval odemasiado adelantado respecto del providencialismo de De Maistre. En el siglo XVII no sevivía en una historia, sino en distintos sistemas particulares de Historia, cada uno de loscuales adoptaba un origen diferente y ejes de coordenadas diferentes: la Historia de Francia — la Historia familiar a partir de los Valois — ; la Historia del Presente Contemporáneo, quecomenzaba en Francisco I para el siglo XVI, en Enrique IV para la primera mitad del sigloXVII, en Luis XIV para el siglo XVIII: otros tantos bloques autónomos del tiempo. Entrelas galerías de Jove y de Beauregard hay analogías ciertas. Sin duda Jove ignora la Historiade Francia y no representa sus reyes más que a partir de Carlos VIII. Pero un gran númerode italianos, españoles, turcos y berberiscos son comunes a las listas de Jove y deBeauregard. Los personajes del Mediterráneo ítalo-hispano-turco de los siglos XV y XVI,tan numerosos en Jove, tenían aparentemente suficiente actualidad a comienzos del XVIIcomo ty LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 191

 para interesar a Ardier y determinar su elección: los sultanes otomanos, Tamerlán, losBarbarroja, Savonarola, César Borgia, Cristóbal Colón, Gonzalo de Córdoba, el duque deAlba... Por el contrario, para la época de Rabutin pertenecen sólo a una historia muerta. Ensu galería no hay más que un italiano de los que figuran en el repertorio de Jove.Piccolomini, que falta por lo demás en Beauregard, y un español, el duque de Alba. Lossultanes turcos, los príncipes berberiscos, Scandenberg, que figuraban en Jove y en Ardier,han desaparecido de los muros de Rabutin. El cosmopolitismo mediterráneo ya no erasentido por los amantes de la iconografía, subsistía solamente en las colecciones grabadasde vestimentas exóticas. En Rabutin hay una sala reservada para las damas y otra para loscapitanes: sigue siendo la división de Brantó me. En cambio, ni Jove, ni Ardier ni Richelieuse interesan particularmente en las mujeres. Dejemos de lado los soberanos, los príncipesde sangre, los regentes, que tienen su lugar entre los hombres de Estado. Se los encuentranuevamente en Beauregard, pero no tienen ni siquiera derecho de ciudadanía en el PalacioCardenal. Por lo tanto, los pocos retratos de mujer que han podido vencer este ostracismotienen que ser particularmente significativos son los que era imposible omitir. Haysolamente dos: Juana de Arco y Diana de Poitiers. Esta es la únicamujer galante admitidaenesta austera colección. En el Palacio Cardenal, sólo Juana de Arco. Los museosiconográficos italianos acogen ampliamente filósofos y artistas; en cambio, los franceseslos ignoran. Las galerías son exclusivamente políticas, militares y galantes. De entre estos

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estadistas y capitanes intentemos formar un pequeño cuadro de honor con los nombrescitados con mayor frecuencia. Hay uno solo que se cita cuatro veces y que es común a Jove(quien sin embargo, tiene muy poca curiosidad por las cosas de Francia), a Beauregard, aRabutin. Se trata de Gastón de Foix, al que una carrera breve y gloriosa había convertidoen el más popular de todos los capitanes de la Historia. A decir verdad, lo mismo hubiera

valido para el condestable de Borbón, si Richelieu no lo hubiera ignorado deliberadamente:está en Jove, en Beau-

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Beauregard ni Richelieu se inclinaban a coleccionar grandes enamoradas. Pero hay quecitar dos nombres por lo menos frecuentemente repetidos, dos rostros reproducidos confrecuencia: Inés Sorel, que algunas veces hizo de figura rival de Juana de Arco en lasversiones hostiles al papel sobrenatural de la Doncella, y Diana de Poitiers, demasiadocercana y demasiado célebre para que Ardier pudiera vedarle los muros de su galería. El

valor y la galantería: temas que volveremos a encon\ trar más adelante en las novelas decaballería y eróticas.

En la segunda mitad del siglo XVII las galerías de his-

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194 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

toria desaparecen. No porque haya muerto la curiosidad que las había suscitado, sino porque se modificó, y en particular porque se confundió con un gusto nuevo, el de laerudición. Excelentes libros han sido consagrados, al fin del silo XIX, a los grandes

eruditos benedictinos y laicos de esta época. No hay justificación para retornarlos, pero sídebemos señalar el injerto del erudito en el anticuario. Los primeros eruditos fueron, a finesdel siglo XVI y a comienzos del XVII, los coleccionistas No tanto coleccionistas de retratoscomo coleccionistas de textos y manuscritos. Los Ardier de Beauregard, como antes losGouffier, eran burgueses pertenecientes a la administración estatal, que tenían que ver conla política, la economía, la guerra. Los coleccionistas de textos (los primeros eruditos) eranmás específicamente miembros o abogados del Parlamento, por lo menos al comienzo delsiglo XVII. Por ejemplo, de Thou, presidente del Parlamento de París, que dejó una historiade su época, pero escrita en latín. Congregaba en su gabinete, donde las antigüedadesrecordaban el gusto renacentista, tanto a aficionados a la historia y a los textos como agente de la literatura. Se le confiaba también el cuidado de dirigir las jóvenes vocacioneshistóricas, como la del menor de los Godefroy. Los Godefroy pertenecían a una familiacuriosa, que, de padre en hijo, se entregó al derecho y a la historia a todo lo largo del sigloXVII. Recordemos al pasar esta alianza de derecho y erudición histórica, que es necesariocontraponer a la de la Historia de Francia, entendida a lo Sorel o a lo Mézeray, y de laliteratura. Dionisio Godefroy era un protestante, ex abogado parlamentario, que en 1579había emigrado a Ginebra. Enseñó derecho en Salzburgo y luego en Heidelberg. Además deobras de derecho, de un corpus iuris civilis, de una colección de los gramáticos latinosdesde Varrón y ediciones de Cicerón, dejó un tratado de historia romana. Alienta todavía enél el espíritu de los humanistas del Renacimiento. En marzo de 1611, envía su hijo a Paríscon una recomendación para el presidente de Thou. ”El portador de la presente es el

segundo de mis hijos, al que envío ahí para que se dedique y se forme en la abogaLAHISTORIA DEL SIGLO )(VII 195

cía. Tiene bastante buenos fundamentos en derecho, y a ellos les suma la historia, aun la deGalia y la francesa [aun: hay que entender que la historia romana era un tema de estudiomás divulgado]. Es así como puede presentar arios casi enteros hasta el 500 d. C.[parecería, pues, que a partir del 500 es inútil aprender de memoria la cronología]. Se propone, de todas maneras, hacer su primera prueba mediante cuatro o cinco hojas y unacarta topográfica en la que representa visualmente el verdadero origen de nuestros francos.”Tres años después, el viejo Godefroy escribe nuevamente a de Thou: ”No me atrevo a

importunarlo por mi hijo, del cual sé que ha aprovechado bastante en derecho y en historia,especialmente la de los francos. ”Me he tenido que hacer cargo de él durante tres arios sinque se presentara, como hubiera debido, en Palacio. Por eso lo hago volver para conocer sudecisión y proveer según Dios me inspire, es decir, enviarlo nuevamente ahí o dirigirlohacia otra parte para terminar su historia de los francos, sobre la cual sé que ha trabajadofiel y cuidadosamente.” Durante su estada en Par ís, a donde había ido siguiendo al cancillerdu Vair, Peiresc frecuentaba el gabinete de de Thou. Era consejero en el parlamento deProvenza y vivió en Aix, donde acumuló los documentos más heteróclitos de arqueología,historia, ciencias naturales y astronomía. Después de la muerte del presidente de Thou, loshermanos Dupuy reunieron en su gabinete a los contertulios del magistrado erudito dequien eran herederos espirituales. El padre de los Dupuy había sido consejero en el

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 parlamento de París, ante el cual uno de ellos litigaba como abogado. Du Cange pertenece ala generación siguiente, pues nació en 1610. Pero proviene también de una familia de toga,titular de cargos judiciales en Picardía; el prebostazgo de Beauquesne se transmitía de padres a hijos. Uno de los hermanos mayores de Du Cange se estableció en París comoabogado ante el parlamento. El mismo, antes de trasladarse a Amiens huyendo de una

 peste, había comprado el cargo de tesorero en la Generalidad de Amiens.

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196 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Estos círculos de gente de toga no se asemejaban ni al ambiente, más bohemio, de loshumanistas del Renacimiento ni a las reuniones más mundanas de los salones de Versaillesdurante el siglo XVII. Entre ellos fue donde se desarrolló la curiosidad histórica por el

documento escrito, a partir del fin del siglo XVI. Puede pensarse que el ejercicio de sus profesiones obligaba a estos abogados, a estos jueces, a manejar textos con frecuencia muyantiguos: medievales, carolingios, bizantinos y romanos, porque el derecho romano oconsuetudinario no conoció, antes de la Revolución, una fractura temporal que tornaseobsoletos a los textos antiguos y dispensara de recurrir a ellos. Por eso les era fácil superarlas dificultades de grafía, lenguaje y terminología que erizaban los diplomas y documentosmedievales. Sin embargo, esta continuidad cronológica del pasado con el presente nosiempre era favorable para el espíritu de investigación histórica, en la medida en que el pasado se hacía profesionalmente demasiado familiar y no se separaba suficientemente del presente. El hiato 1789-1815 permitió un extrañamiento en el tiempo que facilitó el triunfode Augustín Thierry, Guizot, Michelet, sobre Velly, Anquetil y Mézeray. La curiosidadhistórica de los abogados parlamentarios a comienzos del siglo XVII no provieneexclusivamente de su formación profesional. Probablemente lo que estuvo en el origen dedicha curiosidad, en esta burguesía administrativa, nacida de la crisis económica del sigloXVI, fue una preocupación por afirmar mediante los textos las prerrogativas sociales, políticas, y aun simplemente protocolares, de sus gremios y, de una manera más general, desu clase. Las Historias de Francia escritas durante la segunda mitad del siglo XVI difierenen su composición de los anales que las precedieron y de las historias literarias que lassiguieron. El relato de los acontecimientos cronológicos (dentro de los cuales hemos practicado antes algunos sondeos) no agota el tema: constituye solamente una mitad de laobra y va a veces seguido de una segunda parte, concebida como un manual deinstituciones. Se trata de explicar el origen de los principales órganos de la monarquía  — lacorona y la LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 197

consagración, los príncipes de la sangre, los grandes cargos, las cortes soberanas de justicia —  con el fin de extraer una filosofía política según la cual el absolutismo real eraatemperado por instituciones consuetudinarias dentro de las cuales la burguesía parlamentaria había adquirido un lugar importante. Más tarde esta curiosidad había sidoalimentada por la entrada en circulación de numerosos manuscritos hasta entoncesenterrados y olvidados en las bibliotecas de las abadías, y que los saqueos y las ruinasocasionados por las Guerras de Religión habían dispersado. A partir de entonces losaficionados comenzaron a coleccionar manuscritos, como ya habían coleccionadoantigüedades y monedas. De Thou, los Godefroy, los Denis, Mazarino, Colbert tenían ensus bibliotecas, al lado de sus fondos de libros impresos, carpetas de manuscritos. Estosdepósitos de documentos manuscritos fueron las fuentes de donde se aprovisionaron loseruditos del Antiguo Régimen, hasta que la Revolución completó la concentración de losarchivos comenzada en el siglo XVI. Así, Bernardo De Montfaucon, en el ”Prefacio” desus Monumentos de la monarquía francesa cita entre sus fuentes las coleccionesacumuladas por Peiresc en su mansión de Aix: ”Al señor De Mozangues, presidente del parlamento de Aix [sin duda heredero de Peiresc o adquirente de sus papeles] le debo todaslas imágenes de Car lomagno que se encuentran en Aix-la-Chapelle y muchas otras piezasentresacadas de los manuscritos del ilustre señor de Peiresc.” Y De Montfaucon escribía un

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siglo después de Peiresc. No se trataba, por otra parte, de una manía de coleccionista: elmanuscrito no era buscado solamente como objeto precioso sino que se lo considerabatambién como documento de historia que, en caso de no poseerlo, se recopiaba,inventariaba o resumía. También Peiresc y Enrique II Godefroy, entre otros, manteníanverdaderos talleres de copistas, como las abadías de la Edad Media. Según uno de sus

 biógrafos recientes, Cahen-Salvador, Peiresc ”instaló un secretario dibujante, unencuadernador, copistas que ponen en orden sus documentos, reproducen las piezas raras,los

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198 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

dibujos [de ahí el interés de ese fondo, que sirvió a De Montfaucon, como De Montfauconsirvió a Emile Mála los manuscritos, para que él pueda situarlos dentro de su colección oenviar copias a sus corresponsales y amigos”. ”El principal objetivo de nuestras

investigaciones”, escribe Peiresc, ”es exclusivamente hacer partícipes a los que puedantener curiosidad por ellas y que puedan aprovecharse de ellas”. De igual manera, cincuentaarios después, en1673, Dionisio II Godefroy empleaba cuatro ”escribientes” y cinco ”auxiliares”, a los que

alimentaba, alojaba, pagaba. Estos textos no eran solamente reunidos, reproducidos,inventariados, analizados. Para esa época se comienza a publicarlos; a partir de 1588, conPithou, primer editor de una ”colección” de textos inéditos: la palabra ”colección” responde

simultáneamente al sentido bibliográfico moderno y a la antigua noción de anticuario degabinete. En 1618 Andrés Duchesne publica una Biblioteca de autores que han tratado lahistoria de Francia, y luego las Historiae Normanoruin Scriptores Antiqui. Preveía unacolección más completa, de 24 volúmenes en folio. El proyecto fue retomado posteriormente al finalizar el siglo por los benedictinos de san Mauro y continuado en elsiglo XVIII, y proseguido luego en el XIX por el Instituto. Aquí se sigue claramente lafiliación que conecta a los primeros coleccionistas del siglo XVII con la erudición moderna.Sin embargo, estos magistrados aficionados conservaban, en sus métodos de trabajo,hábitos de espíritu y preocupaciones que serán abandonadas por sus sucesores de la épocade Luis XIV y que conservan todavía rasgos del Renacimiento y del enciclopedismo de loshumanistas. Su erudición no es gratuita, y se mantiene ligada a la política o a la vida social.Hacia 1620, Peiresc, Godefroy, Duchesne, todos los sabios relacionados con el gabinete dede Thou y el de Dupuy son movilizados para contestar al libelo de un autor flamenco que pretende probar que la Casa de Austria desciende en línea recta masculina de Faramun do,el primer rey de Francia. En 1624 Teodoro Godefroy publica un tratado Sobre el verdaderoorigen de la Casa de Austria, donde demuestra que ella desciende de los pequeLAHISTORIA DEL SIGLO XVII 199

ños condes de Habsburgo, y esto por la línea femenina, lo que significa un origen tardío ymodesto. Las genealogías ocupan un gran lugar entre las preocupaciones de estosescritores: Teodoro Godefroy trazó la genealogía de las familias de Portugal, Lorena, Bar,la mayoría de las veces con una segunda intención favorable a los derechos de losBorbones. Este gusto por la genealogía perdurará hasta los últimos arios del siglo, conD’Hozier, Gaignéres, Clérambault. Si para un hombre de los dos últimos siglos del AntiguoRégimen la Historia de Francia es propiamente dinástica, la Historia a secas tiende aconvertirse en familiar. El infortunado Baluze provocó su propia desgracia y la malicia másduradera de Saint-Simon al arriesgar su reputación a propósito de los orígenes de la Casa deAuvernia. Peiresc conservó la pasión de fines de la Edad Media por los escudos de armas.Se ha señalado con mucho acierto que la heráldica es la única ciencia medieval que llegó aconstituir una terminología propia. De las 17 compilaciones de notas de Peirescconservadas en la Biblioteca Inguimbertina de Carpentras, dos conciernen a escudos dearmas y blasones. Peiresc se preocupa también de reunir documentos sobre las prerrogativas de la agrupación a la que pertenece. Los clasificadores correspondientes a esaépoca contienen todo un fondo de textos sobre precedencias y rangos. Esta curiosidad porlos textos históricos desarrollada durante la primera mitad del siglo XVII no excluía el

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documento iconográfico, monumental. Peiresc se interesaba por las tumbas de Saint-Denisy copiaba dibujos que posteriormente sirvieron a De Mnntfaucon. Pero es principalmente afines del siglo XVII cuando la investigación iconográfica pasa a ser una rama de laerudición, tal como sigue desenvolviéndose por caminos cada vez más científicos alrededorde los benedictinos, en Saint-Germain-des-Prés particularmente. El revoltillo de

antigüedades no ha desaparecido enteramente de los papeles de Gaignéres, pero ahoraintervienen verdaderos especialistas, que desdeñarían el enciclopedismo de un Peiresc, pasante de ciencias naturales y de astronomía en los inventarios de la Corte de Cuentas.

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no se trata ya de los indumentos de Corte. Es cierto que Gaignéres conserva algunas maníasde los coleccionistas: le interesan las fichas y los naipes. Pero no colecciona yaindiscriminadamente, como Peiresc. No tiene curiosidad alguna por las ciencias naturales nile interesan las antigüedades. Uno de sus corresponsales le escribe a propósito de sushallazgos: ”Pero sé que es usted poco curioso de las antigüedades romanas.” Es éste un

rasgo bastante notable para la época. Finalmente, su vida y sus cartas atestiguan un espíritude búsqueda que sobrepasa la pasión del coleccionista o la fantasía de un

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aficionado a los retratos de galería. Está en vinculación cor los eruditos benedictinos y conun grupo de prelados, de intendentes, que siguen su trabajo, le escriben, le envíandocumentos y le señalan depósitos interesantes. Alrededor de Gaignéres descubrimos un

círculo muy inquieto, que tiene el gusto por la historia y por los documentos de la historia.Gaignéres frecuenta las reuniones de Saint-Germain des-Prés, donde se encuentra con el”Todo Par ís” sabio de aquella é poca: Du Cange; Baluze; el orientalista D’Herbelot; el

hebraísta Cotelier, redactor del Journal des Sa vants; el abate Fleury, historiador de laIglesia; el numismático Vaillant. Mantiene correspondencia con los monjes de las abadíasde provincia, con los de Bretaña, encargados por los Estados de publicar la historia delDucado. La intimidad del trabajo debe ser grande porque Gaignéres les propone para suobra un plan de trabajo concebido por él. Por consiguiente, no se interesa solamente pordocumentos coleccionables sino también por las publicaciones. A cambio de ello losmonjes hacen dibujar para él el retrato de un duque de Bretaña del siglo XT. Gaignéresintenta aprovechar un viaje del P. De Montfaucon a Roma para encargarle que consulte para él los archivos pontificales del castillo Sant’ Aro, pero De Montfaucon le responde quees imposible, porque hay que pagar un derecho de un testón por ario, lo que es demasiadocaro. En Poitou sus amigos benedictinos inspeccionan las ruinas de la Galería de Gouffierd’Oiron. Lo conocen bien, porque los ha visitado para copiar el cartulario. Le envían unacaja llena de retratos. Uno de los religiosos le escribe: ”Mandé alguien a Oiron para obtenerlos 20 cuadros.” Se los pudo comprar por diez escudos”, y ”hasta un vigésimo primerogratis, que es un duque de Borgoña.” En el lote hay algunos que están en mal estado:”Guillermo de Montmorency está partido en dos.” Se los ha embalado con cuidado: ”Estántodos encerrados en una caja y bien empaquetados, con excepción de cuatro grandes que nocabían en ella, a saber: Juan, prisionero delante de Poitiers; el duque de Borgoña, que estámuy estropeado; el personaje que tiene una divisa en el sombrero LA HISTORIA DELSIGLO XVII 203

[iun desconocido!] y el duque de Guisa con la cicatriz en la cara.” En Fontevrault la

abadesa lo autoriza a copiar el cartulario. Le interesan los textos, casi tanto como laiconografía, y se toma el trabajo de hacer largas transcripciones. La abadesa es hermana deMadame de Montespan. Alienta su ”gusto por las curiosidades, que es vuestra principal

ocupación.” Pero, a decir verdad, no habla en un tono tan apasionado de colaboradora comolos religiosos de Poitiers. ”Es una pasión no solamente inocente, sino además loable yútil...” De esta manera Gaignéres se vincula directamente con el movimiento benedictino derenovación de los estudios históricos. Pero tiene también corresponsales mundanos,sacerdotes o laicos, que a veces son personajes importantes. No resulta extraño encontrarseentre ellos con Madame de Montpensier (o por lo menos alguien de su Casa) yBussy-Rabutin. ”Os envío”, escribe a éste, ”mis hallazgos respecto de vuestra Casa.”

Rabutin había consagrado parte de su galería a sus antepasados. Huet, obispo de Avranches,le consigue documentos. Como los benedictinos de Oiron, está al acecho de ocasionesinteresantes: aguarda, por ejemplo, la muerte de un ”curioso” de Lila, que posee 78 carpetas

de retratos. El arzobispo de Arles le envía sellos. El intendente de Caen le escribe: ”Hago

copiar los títulos de fundación de las viejas abadías y dibujar las tumbas.” El tambiéncolecciona por cuenta propia: ha encontrado un misal ”que es la pieza más curiosa queusted habrá visto”, una pieza magnífica, con blasones, iluminada con retratos de reyes, de

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abades. ”En este libro uno encuentra infinidad de cosas curiosas y rasgos de historia”, y

agrega que, aunque no esté fechado,”se presume” que es de mediados del siglo XV. No esla primera presa que cobra: ”Sigo reuniendo viejas Horas... ya tengo 123.” Y loscoleccionistas hacen copiar sus piezas raras para intercambiarlas. Gaignéres recurre, para eltrabajo de copiado, a su ayuda de cámara, quien se ha formado una colección personal de

retratos, hasta el punto

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204 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de que, cuando murió Gaignéres, hubo sospechas de que tenía intención de desviar lasucesión, ¡y se sellaron las puertas antes de que el viejo arqueólogo hubiera expirado!Sucede que el museo Gaignéres era célebre, según vimos, no tanto quizás por sus

reproducciones como por sus colecciones de trajes. Madame de Montespan estabainteresada en él; el rey se lo hizo mostrar, v el duque de Borgoña lo visitó. Pero las personas de miras elevadas reconocían la importancia arqueológica del fondo y el méritodel que lo había reunido merced a su tenacidad y su red de corresponsales. El ministro LePeletier decía de Gaignéres: ’Tiene un gabinete lleno de manuscritos muy hermosos y muycuriosos, de una infinidad de estampas y de monumentos muy útiles para la aclaración dela Historia.” Pontchartrain pensó incluso crear para Gaignéres un cargo de conservador delos monumentos históricos de la Casa Real. El proyecto fue abandonado, pero muestra queen Gaignéres se veía no solamente un coleccionista de ”figurillas” sino un conocedor de los

”monumentos, muy útil para la aclaración de la Historia.” Bernard De Montfaucon era unode los corresponsales de Gaignéres. Provenía de familia noble, a diferencia de muchoseruditos, que descendían de la pequeña burguesía de toga, y aun del pueblo, como era elcaso de Mabillon, hijo de un labrador; de Rollin, hijo de un fabricante de cuchillos. No seunió a los benedictinos de san Mauro sino después de haber pasado por el ejército deTurenne. Comenzó encargándose de ediciones de san Atanasio, Orígenes, san JuanCrisóstomo y publicó un trabajo de paleografía griega antes de dar al público, en 1719, los10 volúmenes en folio de la Antigüedad explicada. En menos de dos meses se vendieron1800 ejemplares y fue necesario pasar ese mismo año a una segunda edición: 10 tomos en3800 ejemplares, lo que significa una venta de 38.000 volúmenes. Era un verdadero éxitode librería, pero De Montfaucon no se paró allí. En ese momento empiezan a aparecer lasgrandes ediciones benedictinas por provincias: la de Bretaña, por Dom Lobineau (para lacual Gaignéres había propuesto un plan); la de Languedoc, por Dom Vaissette. Esinteresante destacar la r 1 LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 205

subvención de estas costosas publicaciones por los Estados de dos provincias, lo que essigno de un interés singular por parte de los notables en la historia de su región. De hecho,se puede fechar en el siglo XVIII el origen del sentimiento regional en sentido moderno,muy diferente de los particularismos medievales. De Montfaucon fue seducido por elinterés que las personas de su círculo ponían en las ”edades bajas” de la historia francesa.Concibió el proyecto original de escribir una Historia de Francia a partir de los datosarqueológicos: intentar para la Edad Media lo que había hecho para la Antigüedad, con unramal complementario acerca de la historia de las costumbres. Reunió entonces losmateriales para una vasta colección que tituló Monumentos de la monarquía francesa. Notuvo tiempo para completar la obra que había previsto. Pero conocemos su plan, gracias alfolleto que los libreros publicaron antes de la edición para atraer suscriptores. Se trata, pues, de una especie de prospecto publicitario que se esfuerza por despertar el interés del público poniendo de relieve los aspectos susceptibles de retener su atención. El gran éxitode librería de la obra anterior de De Montfaucon demuestra que efectivamente contó con un público fiel. Los editores comienzan por subrayar la originalidad del proyecto: ”Se ha

hablado mucho de los griegos y los romanos; es, pues, razonable prestar alguna atención alo que nos toca de más cerca, sin temor de degradar por ello el carácter de la venerableAntigüedad.” No es un demérito interesarse en ”las edades bajas” de nuestra Historia

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206 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Dicho esto, los editores anuncian el plan de la colección: ”El plan general de esta obra hasido presentar primeramente, junto con un resumen de la Historia de Francia, el retrato delos reyes, príncipes y señores de quienes nos quedan algunos documentos.” Esto no es

original. Ya Mézeray había presentado su historia como un texto ilustrado dereproducciones de monedas. ”Los retratos”, decía, ”y la nanación son casi los únicosmedios con los que se puede lograr un efecto tan bello.” Con ello estaba reflejando el gusto

 persistente por la iconografía histórica. ”Como el retratista traza los rostros y hacereconocer el exterior y la majestad de la persona, el narrador relata sus acciones y pinta suscostumbres.” ”La Historia que he emprendido”, sigue diciendo Mézeray, ”está compuestade dos partes: la pluma y el buril disputan en noble combate quién presentará mejor losobjetos que ella trata; el ojo encuentra allí su entretenimiento lo mismo que el espíritu, y brinda diversión aun a quienes no saben leer o no quieren tomarse el trabajo.” Pero posteriormente se deja de combinar la pluma y el buril. El P. Daniel había protestado contralas falsas efigies de Mézeray, quien, efectivamente, había tenido la precaución de advertiral lector: ”Si hay algunas [medallas] de los siglos más lejanos que parecen no haber sidoacuñadas en esa época, no son, sin embargo, absolutamente falsas... El lector, si consideracuán juiciosamente han sido inventadas, juzgará que no hubo intención de engañarlo,  sinode completar mediante este recurso la sucesión de la historia, que hubiera quedadointerrumpida en este punto.” Una opinión más exigente no quiere ya esta ilustraciónfantasista. De Montfaucon no recurrirá más que a documentos auténticos. Pero su librocomienza por una Historia de Francia, inspirada en las historias tradicionales, doblada poruna serie iconográfica que está concebida a la manera de los coleccionstas, Ardier,Beauregard, Gaignéres. En el ”Prefacio” de su primera edición De Montfaucon cita entresus fuentes los dibujos de Gaignéres, quien los había puesto a su disposición y manteníacon él buenas relaciones, de investigador o de hombre de ciencia. Reencontramos pues,aquí, la doble tradición de LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 207

la Historia de Francia, por el texto y por la imagen. Esta primera parte es la única quellegará a ser publicada en 5 volúmenes en folio en 1733; sus numerosos grabados son, juntocon los dibujos de Gaignéres, una cantera preciosa para los historiadores del arte, quienesencuentran en ella reproducciones de monumentos, vitrales, documentos, desaparecidostodos actualmente. Pero, dentro del proyecto original, se trata solamente del primer tomo.”A continuación”, prosigue el prospecto de los editores, ”las mayores iglesias y los principales edificios del reino.” Se trata, por ende, de un inventario ilustrado y comentadode los monumentos laicos y eclesiásticos. ”Se ver á en él la forma de las viejas iglesias, elorigen de lo que llamamos gótico, las más hermosas iglesias góticas del reino, las partesnotables de las iglesias.” La obra se proponía ”pasar luego a todo lo que tiene que ver conlos usos de la vida civil, como la indumentaria, la celebración de las fiestas y juegos [elfolclore], desde los primeros tiempos hasta el reinado de Luis XIII.” Un tratado dearqueología civil, que abarca el vestuario, como los grandes manuales científicos de lossiglos XIX y XX: las modas han dejado ya de ser mera curiosidad de coleccionistas. Pero,sin los ”curiosos” que reunían en sus portafolios cuanto encontraban, como el amateur DeLa Bruyére, no hubieran existido arqueólogos; el pasaje de la ”curiosidad” a la arqueologíaes insensible. Esto vale tanto para la historia como para las ciencias naturales, donde elfenómeno ha sido señalado ya con frecuencia. Tras la arqueología civil, la arqueología

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militar: ”A los usos de la vida civil hacía seguir [De Montfaucon lo que tiene relación conel estado militar bajo las tres razas, insignias y banderas, máquinas de guerra, órdenes de batalla... todo representado de acuerdo a figuras tomadas de los monumentos originales.”Por último, De Montfaucon trataba la arqueología funeraria: ”El detalle terminaba demanera natural con las tumbas más notables de todas las clases.” Volvemos a encontrar

aquí las mismas grandes divisiones que en la colección de Gaignéres; y, en efecto, el

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costumbres y no obra de arte]. Se verá con placer la variedad de las modas de los franceses[y ya estamos otra vez en la vestimenta], los indumentos militares, los torneos, las fiestas,etcétera.” Este aspecto sí es interesante, y Caumont ofrece su colaboración. ”En lo que aesto se refiere puedo proporcionarle algunos vestidos muy singulares.” Y a renglón seguidole adjunta el dibujo de un palacio episcopal y le propone realizar el dibujo de varias tumbas.

Este ejemplo es significativo, porque muestra que los aficionados a las cosas del pasado sereclutaban también entre las personas que seguían el gusto del día. Pero algunos, desde elalborear del siglo XVIII, comen-

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210 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

zaban a volver las espaldas a la Antigüedad. El marqués de Aubois está encantado; el programa de De Montfaucon ha respondido a su deseo: ”Lo leí con avidez, y os confiesoque, siguiendo mi gusto, vuelto por completo hacia los últimos siglos, esperaba esta obra

con más impaciencia que la que antes sentí respecto de vuestra  Antigüedad explicada. Estaúltima es una obra nueva, que nos interesa personalmente”, y adjunta a su carta ”algocurioso”. El alcalde de Nantes brinda referencias sobre documentos. Posee una colección decódices iluminados y ama el arte de la miniatura. Señala a De Montfaucon una miniatura deCarlos VI ”pintada en oro y colores, en la que se lo representa recibiendo de manos de Nicolás Oresmes... la traducción francesa de la Política de Aristóteles”. Conserva una vitela

de la é poca de Francisco I, ”de una belleza admirable, que contiene muchas miniaturas deun gusto exquisito.” Hay también quienes se interesan en el proyecto de los monumentosde la Monarquía por amor propio de la familia: uno de ellos insiste ahincadamente en quefigure la escalinata de su castillo. Toda esta correspondencia de De Montfaucon demuestra,como la de Gaigrtéres, la existencia de un público curioso de las imágenes concretas del pasado. En la misma época en que las historias de Bossuet, Daniel, Velly se recopiabanunas a otras, algunas personas (que por otra parte leían quizás estos textos descoloridos)hacían suya esta frase del prospecto de De Montfaucon: ”Nada más instructivo que las pinturas históricas hechas en el momento mismo. Ellas enseñan frecuentemente muchoshechos que los historiadores omitieron.” 

Los libros de historia no nos dan el reflejo exacto de la imagen que en el siglo XVII lagente se hacía del pasado. La iconografía atestigua, por el contrario, cierta familiaridad conla Historia que los documentos impresos no per-1 pite1 n sospechar. Lo mismo sucede con la novela.

”He leído veinticinco veces la de Polexandro”, confesaba La Fontaine. De hecho, habíavarios Polexandro, que no eran reediciones del primer texto. Los personajes principalesmantienen, en general, el mismo nombre en la colecLA HISTORIA DEL SIGLO XVII211

ción de los Polexandro, pero las acciones y las épocas difieren. El autor escribió unsegundo libro con los personajes que le aseguraban el éxito, y luego siguió con otros. La primera edición de 1619 conserva todavía muchos rasgos de aquel gusto por lasuperposición de épocas que caracteriza al Renacimiento inglés, italiano y quizás tambiénfrancés, aunque en menor grado. Carlos IX y Luis XIII viven en Egipto en la época deGermánico. En ”El incesto inocente” el lector pasa sin sorpresa de Venecia a Cartago.¿Pero acaso los personajes de Shakespeare no van de Nápoles o de Bohemia a consultar eloráculo de Delfos? Los tapices del siglo XV y comienzos del XVI no vacilan en presentarcon ropajes modernos las escenas mitológicas. Había un gusto por mezclar naturalmente laAntigüedad1 con la vida cotidiana. Esta fantasía anacrónica desaparece en el transcurso de los primerosarios del siglo XVII, aunque \srubsisten rasgos aquí y allí, como en este primer  Polexandro.El gusto no admite ya la confusión barroca entre la Antigüedad y la historia nacional, sin por eso rechazar otros anacronismos, especialmente en las descripciones de la Edad Media.El Polexandro de 1629 tiene como título completo, igual que el primero, El exilio de

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 Polexandro. Como la Historia, la novela tiene por objetivo la alabanza de los Grandes:”Esta sola consideración, los príncipesson generalmente buenos, me ha hecho siempre amarlas alabanzas de los príncipes, incluso las de aquellos que tenían menos reputación.” Laacción se sitúa en la época de Lepanto y de don Juan de Austria, en el mundo berberisco.Los héroes principales son Bayaceto, general de los corsarios, y su amigo Polexandro, que

es también su lugarteniente. Los turcos y los renegados que se han sumado a ellos de gradoo por fuerza aparecen bajo una luz más bien favorable: nada que ver con los Bárbarosferoces y enemigos de la cristiandad. Es porque se dedican a la caza de los galeonesespañoles, los acechan a su regreso de Indias, y el español es francamente odioso aGomberville. No pierde nunca la ocasión de subrayar algún rasgo antipático de su caráctero de su política. Cuando están dedicados al pillaje de la flota de Indias, los hom-

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ces no ha dejado de hacernos verter sangre y de sumar a los funerales de aquel gallardo príncipe los de la tercera parte de sus súbditos.” Gomberville sigue ahora la historia muy decerca. Describe ”los infortunios de un reinado de dieciséis meses [el de Francisco II], donde

el furor de la mitad de los franceses, los llamados hugonotes, hizo estallar contra susoberano todo lo que el deseo de gobernar pone en el espíritu de los Grandes y la pasiónciega de buscar el propio provecho imprime en las almas dé biles.” Henos aquí en plenahistoria auténtica, apenas novelada. Asistimos a los entretenimientos de la Corte enFontainebleau, a los torneos, a los ballets, a los bailes de disfraces, a las fiestas con antifaz.Polexandro sigue a Catalina de Médicis a la famosa entrevista de Bayona, donde seencuentra con su hija, la reina de España. Participa de la defensa de la familia real cuandoestuvo a punto de ser sorprendida por los hugonotes de Meaux. Está al lado deMontmorency cuando éste es mortalmente herido; y conocemos, por el testimonio de losretratos y los grabados, la popularidad de Montmorency. Se encuentra en Jamac, donde elfuturo Enrique III triunfa sobre los protestantes. El relato se convertiría en una verdaderahistoria de las Guerras de Religión si Polexandro no lo interrumpiera: ”Consentid que dejela Fortuna para ir tras el Amor y que no haga la historia de Francia en lugar de hacer lamí a.” Notemos al pasar esta asimilación de la Historia a la Fortuna. Recaemos entonces enuna aventura galante, no muy distinta de la del príncipe peruano en México, donde éste persigue sin éxito a la hija del rey. Polexandro se enamora de Olimpia, es decir, Margaritade Navarra, la futura reina Margot. Abandonamos definitivamente la Historia paraadentramos en el mundo familiar de la galantería heroica. Polexandro quiere evitar elmatrimonio de Olimpia y Felismundo, favorito del rey de Dinamarca; lo dejaremos allí,donde se convierte en amigo de Felismundo y en perfecto gentilhombre, sin que esaamistad impida a los rivales medirse en un duelo en el que Margarita será el galardón. A lolargo de este análisis, limitado intencionalmente a las situaciones históricas, hemosreconocido al pasar alLA HISTORIA DEL SIGLO XVII 215

gunos de los recursos principales de la acción novelesca en el siglo XVII:  La galanteríacortesana. Los gentileshombres caen enamorados como heridos por un relámpago, de unadama que les es inaccesible, sea por causas exteriores (rapto, oposición de los padres), sea por desprecio de los sentimientos fáciles. Nuestros enamorados no se cansan jamás de perseguir a sus amadas, sin pedirles nada a cambio de sus homenajes platónicos. Lacamaradería caballeresca. Nace, de la misma manera súbita que el amor, entre dosdesconocidos, que a veces son rivales o enemigos, cuando reconocen recíprocamente sunobleza y valor. Las aventuras novelescas. Reconocimientos por medio de cofrecillos queencierran cartas, retratos, documentos. He/ chos de armas y torneos con hazañasextraordinarias, presentadas como desempeños deportivos. Esto es bien conocido. Pero, junto con los rasgos que pertenecen también a las novelas pastoriles grecorromanas o a lasnovelas de caballería, hay que subrayar la nueva preocupación por situar la acción en eltiempo histórico. El exilio de Polexandro es una novela histórica, y toda la intriga gira entorno de tres temas históricos: el descubrimiento de las Indias Occidentales y suexplotación por los españoles con desprecio de los derechos indígenas; las Guerras deReligión en Francia después de la muerte de Enrique II; el mundo de los corsarios berberiscos. Es interesante ver en qué se convierten estos temas históricos en la edición de1641, el Polexandro en cinco partes, que es un libro nuevo, con una nueva fábula, en la

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que, sin embargo, reaparecen Polexandro, Bayaceto, el príncipe indio. La corte de la reinaAna ha reemplazado a la de Catalina de Médicis. La acción retrocede más de un siglo.Polexandro es rey de Canarias. Sigue siendo enemigo de los españoles, pero se haceadversario de los turcos infieles, curiosa evolución desde la edición de 1629. Pero es verdadque los berberiscos de Argel resultan más simpáticos que los sultanes de Constantinopla.

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Polexandro desciende en línea recta de Carlos de Anjou, hermano de san Luis. Estorepresenta una ganancia desde1629. Lo mismo sucederá con todos los héroes de novela que, de simples gentileshombres a

comienzos de siglo se convierten, bajo Luis XIV, en príncipes y reyes. Los antepasados dePolexandro han reinado sobre la cuenca oriental del Mediterráneo: ”La más hermosa partede Italia, Grecia y Tracia.” Es, por lo tanto, aproximadamente el territorio perteneciente a latalasocracia angevina del siglo XIV. Gomberville no ignoraba su Edad Media y no vacilóen conectar con ella a su héroe, dándole en cierto modo un origen fabuloso que faltaba al Polexandro de 1629. Pero los antepasados de Polexandro fueron expulsados de Oriente porlos bizantinos, los aragoneses (por consiguiente, los españoles) y por los turcos. ”Su padre

Periandro tuvo que abandonar Grecia después de la toma de Constantinopla por el sultánBayaceto [no confundir este perverso sultán con el buen Bayaceto por el lado berberisco].”Se casó con la heredera de Paleólogo y se refugió en las Canarias, donde llegó a ser rey.Desde allí intentó represalias contra los turcos, quienes lograron capturarlo. El jovenPolexandro vino con su madre a reclamarlo a la corte del sultán. La firmeza de Polexandroimpresionó a Bayaceto: ”Este muchacho me hace acordar del traidor Scandenberg.” ”Es detemer que éste sea un segundo Scandenberg.” El sultán aceptó devolver a Periandro, perono aclaró si vivo o muerto, e hizo remitir a la reina de las Canarias el cadáver de su esposo,estrangulado. ¡Esta sí que es una verdadera historia turca!, debieron pensar los lectores.Para escapar a las intrigas de los españoles y los portugueses que codician las Canarias,Polexandro se refugia en Bretaña, es decir, sobre el Loira, en Nantes, gracias a la protección de un ”pirata bretón.” Es acogido en la corte legendaria de la duquesa Ana, a laque sigue a la Corte de Francia después de su matrimonio. Estamos pues alrededor de 1490.Polexandro estaba a punto de acompañar los ejércitos franceses a Italia cuando Carlos VIIIlo desalentó: el rey, sin confesarlo, temía que un heredero de la Casa de Anjou se vieratentado a reivin LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 217

dicar los reinos italianos de sus antepasados. Pero supo disimular sus razones: ”Como era

hijo de un rey que no le había enseñado otra cosa sino que el que no sabe disimular no sabereinar, aplicó tan bien la doctrina de su padre, que Polexandro ni siquiera sospechó susartificios y disimulaciones.” Un zarpazo al pasar contra Luis XI, el cual, decididamente, no

era más popular entre los novelistas que entre los historiadores. Polexandro vuelve a lasCanarias. El relato abandona decididamente la historia para trasladarse a un mundo defantasía, el de la isla Bienaventurada (¡conocido, sin embargo, por Ptolomeo!), donde seadora al Sol, el reino de la bella princesa Alcidiana, de la que se enamora, y a la que persigue durante cinco volúmenes a lo largo de la costa de Africa. En el Polexandro de1641 la historia está más noveliza da que en el de 1629; no obstante ello, tanto en la cortede la duquesa Ana como en la de Catalina de Médicis, en el Mediterráneo berberisco, en laAmérica de los Incas y de la conquista española, una preocupación por la exactitud, o una pretensión de exactitud histórico-geográfica acompaña siempre a la invención novelesca: seconvierte en una de las condiciones de la verosimilitud literaria. Ahora bien; esta preocupación por situar las tramas novelísticas en un tiempo fechado y en un espaciocartografiado no existía en los precursores helenísticos, italianos o españoles que losautores franceses tradujeron al final del siglo XVI antes de hacer una obra personal.Teágenes y Cariclea, el Amadís, las novelas de caballería y las del español Montemayor

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lo largo del siglo XVII. La historicidad, pues, se ha convertido en una regla del géneronovelesco cuando éste pasa a Francia. La historia contenida en las novelas está compuestacon un poco de color local y una buena cantidad de anacronismo. Este aumenta y aquél

disminuye a medida que avanzamos en el siglo. De La Astrea a Polexandro, es decirdurante la primera mitad del siglo XVII, el color local y las escenas pintorescas no faltan.En La Astrea hay ceremonias druídicas; en Polexandro se describen las riquezas fabulosasde los Incas. La palabra ”Inca” aparece en la edición de 1641, mientras que era desconocidaen la de 1629. Los rasgos concretos no siempre son olvidados. Cuando Polexandro y susacompañantes entran de incógnito en Dinamarca ”nos habíamos vestido los tres a laalemana, ya en Colonia.” Se menciona con precisión el nombre técnico de las naves: ”Se

embarcó con él en una clase de navío inventado por los ingleses, quienes le habían dado elnombre de Remberge.” Los jardines árabes están pintados tal como se los adivina todavíaen Fez: ”Estábamos en una calle ceñida por ambos costados por una empalizada denaranjos y de granados”. Las aventuras a veces sórdidas de los renegados podrían parecerfuera de lugar en estas novelas donde todo, incluido el mal, se expresa noblemente. Pero elautor les testimonia una verdadera predilección. He citado ya antes un ejemplo. La quesigue es otra confesión de renegado, tomada de la edición de 1641: ”Desde mi infancia me

atraían las empresas en las que había algo que ganar, por azarosas que fueran. He corrido elmar y la tierra. He llevado las armas entre árabes y turcos. He cumplido mi palabra y hefaltado a ella indiferentemente, y todo esto para conseguir provecho.” Gomberville no

retrocede ante la mención de la pederastia, tan frecuente en las sociedades musulmanas.Bayaceto, en el reparto del botín ganado a los españoles, quiere favorecer a Polexandro.Esto desagrada profundamente a uno de sus capitanes, ”viejo y valeroso corsario”. ”Hacíamucho tiempo que la belleza de Polexandro había inspirado abominables pensamientos aeste diablo y esta abomi LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 219

nable pasión” le había ”obligado a tener celos de Bayaceto.” Lo interpela con estas

 palabras: ”Si estás muy enamorado de ese rostro de mujer, compra su honor con lo que te pertenece a ti; no hagas entrar el pago de una mujerzuela en la recompensa de tantoshombres valientes.” La escena da la impresión de ser algo ya visto. Sin embargo, cuandoexiste, el color local está reservado a los detalles exteriores de la acción, y solamente aalgunos de entre ellos. Hay un fácil deslizamiento al anacronismo mediante unatransposición al pasado de las costumbres del presente. En  Polexandro pudimos señalar,sobre la base de las citas precedentes, que el color local y la observación realista y pintoresca se reducen casi a las pinturas del Islam mediterráneo hispano-magrebino, turco ysobre todo berberisco. Se trata de un hecho aislado que no conviene generalizar. El mundo berberisco era demasiado familiar para los autores, los lectores y las personas de todas lascondiciones sociales, como para que no exigieran una especial preocupación por la verdad.Hemos señalado ya en las galerías históricas de Jove y de Ardier de Beauregard el especialinterés acordado a los sultanes, a Barbarroja, a Scandenberg. Los turcos y el Mediterráneomusulmán ocupan un lugar aparte, privilegiado, en la visión histórica de la primera mitaddel siglo XVII. Es interesante encontrarlo a la vez en las novelas para el gran público y en

la iconografía de los coleccionistas. Por el contrario, desde que salimos del mundomediterráneo las descripciones pierden color y vida. Las aventuras de un inca o de unsenegalés se asemejan a las del francés y cristiano Polexandro. Si la proximidad del

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do con tanta pureza como en España [se trata ya de la Revolución Primitiva, sin sacerdotesni iglesias, que la decadencia ha hecho necesarios, ¡pero si pudieran evitarse![. Tenemosciudades mejor administradas que las vuestras”. Los incas viven en la abundancia: ”Entre

nosotros abunda todo lo necesario para la vida. Cada uno se contenta con poco”. Por eso lasmatanzas, las rapiñas, las guerras son desconocidas. La feliz ignorancia de la navegación preservó largo tiempo esta existencia patriarcal: ”Esta negativa [a navegar] nos hab íaquitado las ocasiones para corrompernos por el contagio con costumbres extranjeras.” La

llegada de los españoles perturbó esta felicidad tranquila: ”Ellos nos hicieron pasar por bárbaros, salvajes, monstruos... personas sin espíritu, sin leyes, sin orden civil, sin luces y,lo que es peor, sin virtudes.” En América no había salvajes. La barbarie de los indios es unainvención de los españoles para justificar sus pillajes. Las riquezas de los Reyes Católicostienen que considerarse un bien mal habido, que los corsarios franceses (bretones) o turcostienen el derecho de recuperar por la fuerza. Tampoco los negros aparecen nunca como primitivos o salvajes. El Africa occidental ocupa un gran lugar en el Polexandro de 1641: elreino de ”Thombert” (supongo que se trata de Tombuctú), Senegal, Guinea, Benin, ElCongo... Muy rara vez Gomberville hace alusión al color de los negros, y ello sucedesiempre en un caso particular y para extraer una consecuencia moral: Almanzor, ”pr íncipedel Senegal”, se distingue ”por su color ahumado, su pelo crespo, por la pequeñez de susojos y por la desproporción de los trazos de su rostro.” Pero estos rasgos, que Polexandroanaliza en un retrato (el retrato de un negro senegalés en el siglo XVII!), le permiten sobretodo ”juzgar cómo era de cruel” este Almanzor. Es un rasgo de car ácter y no un rasgoétnico. Gomberville es absolutamente indiferente a las cuestiones de raza y de color. Porotra parte, estos reyes negros viven según el modelo de los príncipes y gentileshombres deEuropa. Zaba’im, pr íncipe de Senegal, ”no tenía aún dieciocho años cuando el LAHISTORIA DEL SIGLO XVII 221

deseo de la gloria y la curiosidad de ver los países extranjeros le hicieron dejar su reino. Sehizo a la mar con un séquito proporcionado a su condición. Estuvo un tiempo en la corte delrey de Guinea y de allí pasó a la de Benin, para llegar finalmente a la del Congo.”Observemos que este recorrido de Africa sigue el orden normal de los países que el viajeroencuentra al descender hacia el Ecuador. Gomberville no ignoraba su geografía. El rey delCongo es Almanzor, ”el pr íncipe más severo y celoso del mundo.” Su ”gabinete” nodifiere casi del de un príncipe europeo, salvo que su palacio está techado de paja. Pese atodo, Zaba’im se enamora de la hi ja del temible Almanzor. Se disfraza de mujer --de princesa de Guinea, más exactamente —  para acercarse a ella. Al ser descubierto, tiene quesufrir las pruebas normales de un gentilhombre leal sorprendido en una situación clásicatambién, es decir, vencer en un torneo. Pero, como estamos en Africa negra, tiene quetriunfar también de los leones, en el anfiteatro oficial del Congo. Aquí el exotismo se unecon la Antigüedad latina. Por supuesto, el valor de Zaba’im le asegura el éxito y desarma lacólera de Almanzor. Los dos amantes serán unidos por ”el Gran Pontífice de los Dioses delCongo.” Este detalle recuerda La flauta mágica, que es más de un siglo posterior, pero elteatro lírico conservó tradiciones de anacronismo que habían desaparecido hacía muchotiempo en la literatura. Cuando Polexandro relata su vida en la corte de Enrique II y deCatalina de Médicis, no ignora el desencadenamiento de las violencias, de las pasiones,como tampoco Gomberville ignora la diferencia entre un negro y un gentilhombre. Pero

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esta violencia propia de una época de perturbaciones si es evocada en términos abstractos,con frases de historiador, no penetra en el relato ni afecta en lo más mínimo las relacionesnovelescas de Polexandro, de Olimpia y del favorito del rey de Dinamarca. La acción secoloca contra este decorado sin que haya una necesidad intrínseca: lo mismo podríafuncionar contra otro. Por último, el color local, cuando existe, está reservado para los

figurantes. Tal capitán de corsarios tiene el colon-

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do esperable del personaje. Pero su capitán, Bayaceto, no tiene ya nada de aventurero. Sevuelve entonces semejante a Polexandro, al Inca, al príncipe senegalés: un gentilhombrevaleroso y constante, asiduo en la persecución de una bella fugitiva, fiel a la amistad de su

compañero de armas.Durante la segunda mitad del siglo XVII, por una especie de paradoja, el realismo históricose vuelve más exigente en la elección del tema, y sin embargo el color local se desvanece por completo en la manera de tratar el detalle. En 1661, La Calprenéde publica unanovela, Faramundo, a la que pone como subtítulo ”o la Historia de Francia.” Esto es ya de

 por sí significativo. En la ”Advertencia al lector” explica su método a partir de sus novelas precedentes Casandra, Cleopatra, etcétera. ”No se ha sido justo con ellas al ponerles

nombre... En vez de llamarlas ’novelas’, como el  Amadís y otras semejantes en las cualesno hay ni verdad ni verosimilitud, ni carta, ni cronología [ésta es su diferencia, señaladaantes por nosotros, con la novela francesa], se las podría considerar Historias embellecidas por algunas invenciones y que por esos ornamentos no pierden nada de su belleza.” ”Se meha considerado un hombre mejor informado sobre los asuntos de la corte de Augusto y deAlejandro que los que se limitaron a escribir sus Historias.” Pero esta vez, con

 Faramundo, La Calprenéde acomete una edad más ”oscura.” Tal oscuridad no es ”tandesventajosa como se la imagina. Me deja para la invención una libertad más grande que laque tenía en las verdades conocidas por todo el mundo”, es decir, los acontecimientos de la

Antigüedad Clásica. ¿Pero no se tratará de una ”pretendida oscuridad”? ”Es un hecho que

el siglo que he escogido tiene sus bellezas. Con la decadencia del Imperio se ve en él elcomienzo de nuestra hermosa monarquía.” Faramundo es ”el ilustre fundador” de una Casa

que reina hace900 años y que ha dado a Francia más de 40 reyes [sic]. Porque no hubo ruptura de laherencia legítima. ”Los mismos Pipinos, de quienes la tercera raza de nuestros reyes noderiva menos su origen que la segunda, descienden directamente de Marcomiro, hermanode Faramundo y príncipe de Franconia.” Reconocemos el tono patriótico y lealista propiode las Historias de Francia tradicionales. LA HISTORIA DEL SIGLO XVII223

En el transcurso de la novela, Faramundo tiene ocasión de explicarse sobre los orígenes desu familia: ”Quienes quieren derivar nuestro origen de la Germania y persuadir a los pueblos que los francos, franzones o franceses tomaron su nombre de Franconia no estáninformados de la verdad, y no sólo es cierto que nosotros procedemos de los galos sino quela Casa de nuestros reyes es la misma que hace más de dieciséis siglos dominó las partesmás hermosas de las Galias”, es decir, mucho antes de la era cristiana, después de la llegadade Francus. Luego el príncipe Genebaudo conquistó Germania ”y puso allí los fundamentosde una monarquía que, a partir del nombre de sus franceses, llamó Franconia, y a la cual, por oposición a la otra Francia, muchos pueblos llamaron Francia Oriental.” Porconsiguiente, los franceses, apoyándose en el derecho histórico, podrían pretender lasoberanía de las tierras alemanas. Esta teoría del origen galo de los francos, de suemigración a Germania y de su retorno triunfal por sobre las ruinas del Imperio usurpador,tuvo una pervivencia tenaz, y todavía al comienzo del siglo XVIII Nicolás Fréret fueencerrado un tiempo en la Bastilla por haberla cuestionado, en un Memorial a la Academia

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de las Inscripciones.1 La Calprenéde, por tanto, conocía bien lo que en su tiempo se sabía ose creía saber. ¿Introdujo — como novelista —  más pintoresquismo y color local en laacción misma que los que introdujeron Mézeray y el abate Velly? De hecho, su Faramundoes tan poco merovingio como el Childerico del abate Velly. De manera más franca qued’Urf é o Gomberville, trasladó al siglo V las maneras galantes y honestas conformes al

ideal de su tiempo. No hay allí casi nada de Edad Media, salvo los nombres y losacontecimientos: el hada Melusina hace una tímida aparición, pero se la olvida pronto y nose vuelve más a ella. He aquí en Colonia ”al enamorado Marcomiro y el intr épidoGenebaudo” que salen del campamento para hacer un reconocimiento. Alrededor de ellos,escuderos acarrean

1 Por lo menos es lo que relatan los historiadores del siglo XIX; no lo he confirmado.

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los escudos, con sus blasones. Pero Marcomiro es soñador: ”El hermoso Marcomiro, cuyaalma estaba inflamada de una amorosa pasión, llevaba en los ojos y en el rostro las señalesde lo que sentía.” Rosamunda, la ”amante” de Faramundo, es raptada por el rey de

Borgoña. Un caballero andante encuentra el contingente que lleva los prisioneros: esBalamir, el hijo del rey de los hunos, ”conocido ya en el mundo.” Se conservan, cualquierasea la época de la acción, los antiguos temas, nunca olvidados por completo, de las viejasnovelas de caballería. Para comunicarse con la bella, basta con atar un billetito amoroso auna flecha y lanzarla adentro de la ciudad sitiada: siempre llega a buen puerto. Faramundoes un magnífico guerrero, tal como se lo soñaba todavía en 1660, como los había habidoalgunos años antes, si no en los combates reales, sí al menos en las justas de honor: ”Sus

armas brillaban con el oro y las piedras preciosas con las que estaban enriquecidas, y sucasco, detrás del timbre soberbio, estaba cubierto de plumas blancas, que sombreaban sucabeza y flotaban hasta sus hombros”. Se seguía amando los penachos, en el precisomomento en que acababan de desaparecer del uso. El Carlos Martel, de Carel deSainte-Garde, aparecido en 1666, se asemeja como una gota de agua a otra al magníficoguerrero: El casco del héroe, de plata adorna su cabeza, plumeros inflamados desciendende la cresta, y sus pliegues flotantes, con un beso amoroso, vienen alrededor del cuello aacariciar sus largos cabellos.

El anacronismo no es un producto de la mera ignorancia: la supera, es voluntario. Debajode una trama histórica, que ellos juzgaban necesaria, los lectores buscaban alusionescontemporáneas. Algunas nos saltan hoy día a los ojos. Faramundo se vuelve muy pronto laimagen del joven Luis XIV, en los primeros años de su reinado personal: una”conversación.., verdaderamente encantadora toda ella”, la ”vivacidad y delicadeza de su

espíritu, acompañada LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 275

del conocimiento perfecto de todas las bellas ciencias.” ”Los franceses sintieron con una

alegría inmoderada la felicidad de ser gobernados por un príncipe tan grande y amable.”

Otras alusiones son menos transparentes y se convierten en acertijos. Por otra parte, había pasión por ellos, y cada nuevo libro suscitaba identificaciones que a veces eran sumamenteridículas. Era un hábito inveterado y duradero. Desde La  Astrea hasta La princesa deCléves, el público exigía una novela histórica, pero era para ejercitar mejor su ingeniosidady descubrir en esta historia las claves de personas y cosas de la propia época. La novelaera, pues gracias a la interpretación automática del lector, tanto contemporánea comohistórica. La imagen del presente no parecía aceptable a la ficción literaria si se la sometía auna transposición cronológica y se la distanciaba en e/ tiempo. Así, Madame de La Fayettetoma de extractos incompletos de Brantóme los personajes de un drama de amor que, sinembargo, es muy ajeno a las costumbres de los Capitanes Ilustres o de las Damas Galantes.Parecería que el retrato directo no fuera soportable. El anacronismo histórico interveníacomo intermediario necesario entre la realidad contemporánea y su imagen literaria. Lalentitud del movimiento social y de las costumbres, hasta el siglo XVIII, reclamaba elanacronismo. No permitía esa transformación del presente en un pasado, aunque fuera muycercano, que suscita actualmente la velocidad del tiempo. Los caballeros llevaban todavíaarmaduras semejantes a las de fines de la Edad Media, en las pinturas de batallas deRichelieu. Fueron abandonadas de a poco, casi sin notarlo. No existían transformaciones

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técnicas brutales que subrayaran las mutaciones de la vida social: lo que se operaba era undeslizamiento insensible. Este ritmo contenido favorecía la concepción todavía laxa delhombre clásico, semejante siempre a sí mismo, cualquiera fuese la época. Pero lasemejanza de las Edades no suponía una negación de la Historia, en una noveladestemporalizada. Por el contrario, la exigencia cronológica se había vuelto más ri-

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gurosa que a comienzos del siglo, cuando el color local era menos raro. Esto implica unarelación con el pasado curiosa y sutil. De la misma manera, el gusto por el anacronismovoluntario (que es a la vez afirmación y negación de la Historia) no impidió la

segmentación de la cronología de acuerdo al sentimiento del siglo, una elección de períodos privilegiados. Si se elegía dentro de la Historia es porque se obedecía a una inclinación que por otra parte era inconsciente, pero diferente de un artificio literario de mera alienación.Ahora bien, si dejamos de lado los temas antiguos, observaremos que los novelistas sacaronsus temas de ciertos períodos de la Historia y no importa de cuáles. Citaré los que me parecen más buscados: los orígenes merovingios, entre el fin del Imperio y el comienzo de”esta gloriosa monarquía”—  la conquista turca, las historias del Mar Negro, el mundo bárbaro — , el reinado de Francisco I, con el episodio del condestable de Borbón —  la cortede los últimos Vabis — . El pasado se detiene en Enrique IV. La oscuridad de los orígenesmerovingios no fue un obstáculo para no situar en ella las proezas galantes de una tradicióncortesana y preciosista. Es el comienzo de la Historia de Francia, uno de los puntos cero dela Historia de Francia, y los historiadores vacilarán largo tiempo en renunciar a la versiónlegendaria, a pesar de las críticas de la erudición naciente. Las otras épocas de losnovelistas wrresponden a los períodos favoritos de los coleccionistas de retratos y deestampas: Francisco I, el tiempo de las perturbaciones. A los contemporáneos les parecíancomo prominencias que atravesaban la superficie de un tiempo demasiado uniforme. LasGuerras de Religión y Enrique IV fueron para los hombres del siglo XVII el primer relieveque aparecía en el horizonte. En el siglo XVIII se los sustituye por la personalidad de LuisXIV. Al retroceder en el tiempo, se iba directamente a uno de esos períodos sobresalientes.La boga de que gozaban es testimonio de una especie de instinto de la Historia,desconocido por los fabricantes de la Historia de Francia.1951 VI

LA HISTORIA ”CIENTIFICA” 

La víspera de los exámenes de licenciatura algunos muchachos y muchachas conversabanen la pequeña biblioteca reservada para los estudiantes de Historia. En Grenoble, Clíocelebraba sus sesiones lejos de las grandes concentraciones de estudiantes, apartada delPalacio de la Universidad, vulgar y administrativo, en el fondo del pintoresco barrio delVieux Temple. Yo salía entonces del colegio y entraba en la universidad con el fervor de unneófito. Me parecía descubrir un mundo apasionante, donde el hervidero de las existencias pasadas habría de comunicarme un poco de su potencia dramática. Por eso escuchaba conatención las confidencias de mis mayores, ya curtidos en el oficio, y su desilusión meafectaba mucho. En esta facultad de provincia, el prestigio de Jacques Chevalier desviabahacia la filosofía los públicos mundanos, y ningún profesor muy brillante atraía hacia laHistoria. En razón de ello, el curso de Historia reunía un puñado de trabajadores serios, queaspiraban al profesorado o a la agregación y se consagraban a esos estudios sin esperanzade retorno: equipo reducido y modesto, un poco apagado y sin imaginación. Precisamente por ello su decepción ingenua tenía para mí mayor importancia. Terminaban la rápidarevisión de sus anotaciones y cerraban los manuales donde habían refrescado por últimavez sus memorias sobrecargadas. Una jovencita que se presentaba al examen de agregaciónordenaba los papeles que había prestado a sus camaradas, y la vista de estas hojitas,

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cubiertas de nombres propios, de fechas cuidadosamente divididas en líneas, le inspirórepentinamente tal tedio, que comenzó a hablar del entusiasmo que, inicialmente, la habíallevado a la Historia. La curiosidad por conocer a los otros, las series sucesivas y continuasde otras humanidades. Decía muy ingenuamente que había ido a buscar el sabor de épocasdiferentes, de vidas y de costum-

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 bres, su contenido humano. Y la víspera del examen con que iban a terminar sus estudios,¿qué había encontrado, qué le habían dado? Un agregado árido de hechos, clasificados yexplicados con minuciosidad, con lógica y a veces con inteligencia, pero despojados de

todo aquel calor que ella esperaba. Había tenido que consagrar sus días y susnoches aresumir libros compactos, en los cuales todos los elementos y los personajes de cierto período histórico eran relatados, donde no faltaba el nombre de una operación, de un podestá, de una institución política o social, donde, ciertamente, estaba reunido sinexcepción, todo lo que los documentos conservaban todavía de los hechos y gestas del pasado. Y la infortunada se veía obligada a confesar que esta laboriosa compilación habíasofocado la pasión de los primeros días. ¡Le habían repetido tanto que había que desconfiarde la anécdota y del pintoresquismo de la á vulgarizaciones destinadas al gran público!Había terminado por confundir la curiosidad por el hombre y la vulgarización bastarda, y laHistoria, la de los exámenes y los concursos, empezaba solamente allí donde terminaba eseestremecimiento de la imaginación y del asombro; la Historia comenzaba con elaburrimiento. El llamado de su primera vocación se había acallado, y la joven perseverabaen su técnica rutinaria porque era un oficio como cualquier otro. Esta confesióndesengañada me había impresionado, en un momento en que yo pensaba descubrir en laHistoria un cúmulo de cosas, oscuras e indeterminadas todavía, pero sin duda apasionantes. No me esperaba ese testimonio punzante de tedio y de cansancio. Y sin embargo, ¡cuántoshistoriadores, más ayer que hoy, podrían, si se atrevieran a decir la verdad, abandonarse almismo sentimiento de sequedad y mediocridad! Para mantener las apariencias han tenidoque erigir en método, por lo menos implícitamente, la desvitalización de la Historia. Deesta manera se cavó la fosa que terminó separando la Historia de los Profesionales (se lallamó Historia ”Científica”) del público de las buenas gentes, e incluso del de otrosespecialistas de las disciplinas humanísticas, en particular de la filosofía. LA HISTORIA”CIENTIFICA” 229 

Sobre este hiato quisiera reflexionar aquí, con sencillez, sin aspirar a una historia de lahistoriografía o a una metodología sistemática. La noción, otrora desconocida, de unacontinuidad de los tiempos aparece en el siglo XVIII. La organización de las sociedades seconvierte en tema de reflexión, sean estas sociedades antiguas o modernas, la Roma deMontesquieu o la Polonia de Rousseau. Los historiadores no dejan de cultivar las literaturasantiguas, conservan siempre la religión tradicional de los héroes de Tito Livio o dePlutarco. Pero ya no es el espíritu del siglo anterior. La Antigüedad deja de estar aislada enel tiempo. Se conectan, en cambio, las repúblicas antiguas con las instituciones modernas.Se pasa de las unas a las otras. La Antigüedad no deja de ser un conservatorio de modelos yejemplos morales y cívicos. Pero las sociedades modernas se proponen extraer de allí principios de acción política; movilizan la Antigüedad a su servicio. Uno de los maestros deLuis el Grande, el P. Porée, se cree obligado a poner a sus alumnos en guardia contra las peligrosas adaptaciones del pasado al presente,: ”Guardaos, niños, de envidiar el destino delos republicanos, antiguos o modernos.” Tal riesgo no existía todavía algunos deceniosantes, porque el pasado grecorromano poseía entonces un valor formativo, pero sinconexión con el presente. A fines del siglo XVIII, la juventud, saturada de historiaromana, ayudaba a construir en las Américas una sociedad sobre el modelo de la CiudadAntigua. El conocimiento de la Antigüedad no podía ya ser separado de la formación del

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 presente. El pasado y el presente habían dejado de ser recíprocamente indiferentes. Envirtud de todo esto, el culto, más viviente que nunca, de la Antigüedad iba acompañado dela conciencia de un movimiento continuo del hombre. Esta continuidad apareceinmediatamente en la literatura histórica. Entre 1776 y 1788 un autor inglés, EdwardGibbon escribía una voluminosa Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano,

que cubría el final de los tiempos antiguos y toda la Edad Media, hasta la toma deConstantinopla por los turcos en

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1453. Esta obra, que alcanzó un gran éxito y tuvo numerosas ediciones en distintas lenguas,hubiera sido impensable un siglo antes. La Antigüedad no se atrincheraba más en el mundocerrado de una Edad de Oro. Se extiende más allá de su término tradicional, y la Historia

moviliza tiempos que anteriormente dormían en una especie de limbo. Los Antiguos se juntan con los modernos en torno a la noción de progreso, tal como aparece en Voltaire, enel Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones. El sentido de la continuidadsurge bajo la forma infantil y tenaz del progreso. Condorcet escribirá pronto el  Esbozo deuna tabla histórica del progreso del espíritu humano. Se comprenden mejor los orígenes dela idea de progreso cuando se reconoce en ella una conciencia histórica todavía parcial.Desde entonces ninguna época ni ningún país parecieron indignos del conocimientohistórico, ni la Edad Media de los francos al abate Dubos ni la expansión europeatransoceánica a Raynal, ni el reinado de Luis XIV a Voltaire. Y al lado de estos grandesnombres, una gran cantidad de obras menores y oscuras llenaban los estantes de las”librer ías” en las viejas moradas pr ovinciales: historias regionales, historias nacionales,historias religiosas, que sumadas formaban una bibliografía enorme. Nace una literaturahistórica junto con su público, al mismo tiempo que una conciencia nueva de la continuidaden la evolución de las sociedades. Sin embargo, y dentro de nuestro punto de vista, estahistoria carece de un atributo esencial: el sentido de la diferencia de los tiempos. El hiatoentre la Antigüedad y el resto de la duración queda colmado. Pese a todo, subsiste siempreuna noción de prototipo humano, inspirada por el idealismo tenaz de los héroes griegos yromanos. En 1864, en la ”Introducción” a La ciudad antigua, Fustel de Coulangessubrayaba lo difícil que era para el historiador, aun en su época, librarse del prejuiciotradicional que atribuía a los pueblos antiguos los hábitos mentales de las sociedadesmodernas. El sentimiento de la continuidad iba acompañado por una creencia en lasimilitud de los tiempos: ”Nuestro sistema de educación, que nos LA HISTORIA”CIENTIFICA” 231 

hace vivir desde la infancia en medio de los griegos y los romanos, nos habitúa acompararlos incesantemente con nosotros, a explicar nuestras revoluciones por las de ellos.Lo que conservamos de ellos y lo que nos han legado nos hace creer que se nos parecían,tenemos dificultad en considerarlos pueblos extranjeros; casi siempre nos vemos a nosotrosmismos en ellos.” 

Después de las convulsiones de la Revolución y del Imperio, el siglo XIX señaló la etapadefinitiva en el nacimiento de la conciencia histórica moderna. Si en el siglo XVIII se_había recuperado el sentimiento de la Oritinuíz el siglo XIX descubrió las diferencias delcolór humano en el tiempo. Es un aspecto demasiado conocido para que -sea útil insistiren él: la revelación de la Edad Media extraña y pintoresca, desde los  Relatos de los tiemposmerovingios, de AgustínXiierry hasta Cruzados entrando en Constantinopla, deDelacroix y La leyenda de los siglos, de Víctor Hugo. ¿Por qué la preferencia por la Edad Media, quecon mucha frecuencia es una Edad Media de fantasía, si no porque se presentía en ella unaépoca del todo singular, en que las costumbres no se asemejaban ya a las de los héroes dePlutarco ni a las generaciones, todavía cercanas, del Antiguo Régimen? El historiadorromántico, Agustín ThierrY oNlichelet, se proponía evocar el pasado, hacerlo revivir contodos los aspectos pintorescos y sabrosos, con su color propio. En el relato auténtico de los

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hechos pasados los historiadores buscaban la misma alienación que poetas y novelistas pedían a la ficción y a la ficción histórica. Pero este afán de alienación, que orientaba alhistoriador hacia el cuadro viviente, era simplemente un sentimiento rudimentario de ladiferencia de los tiempos. Rudimentario porque se contentaba con una evocaciónsimplemente pintoresca, que se que daba en la superficie de las cosas: era más el gusto por

las curiosidades que por las variaciones en profundidad de la estructura mental o social. Detodos modos, este asoml frente al pasado seguía siendo una importante adloisicton de laHistoria. Se descubría con arrobamiento lo distinto.

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A esto se debe que un Michelet, a pesar de sus lagunas y de sus errores, conserve todavíahoy (y hoy más que ayer) un interés apasionante. Es demasiado sensible a lassingularidades de la Historia para no haber aprehendido, por intuición, los contrastes, las

diferencias que el historiador contemporáneo vuelve a encontrar con una base científicamás segura, pero sin contradecir, en el fondo, los esbozos adivinatorios del genialromántico. cSin embargo, los autores de esta primera mitad del siglo XLX cafécían de unmétodo-crítico para establecer una docuriiéntacíoin segura. rsciibían -demasiado rápido, un

 poco coirió3Mistas que eran. A ello se debe que, salvo los esbozos visreinarios de unMichelet, la obra de estos autores sea actualmente letra muerta. Para llegar a unaconcepción más válida de la historia, definida ya como curiosidad intelectual, hacía falta elmétodo; en la segunda mitad del siglo se dirá: el método científico. La erudición eraconocida ya antes de la época romántica. Pero los eruditos del Antiguo Régimen, los del si\iglo XVII en especial, conservaron modalidades de los coleccionistas de antigüedades yrarezas. La compilación crítica de los textos y los documentos se desarrolla paralelamente ala historia viviente sobre todo en el siglo XIX. Citemos, como recordatorio, los MonumentaGermaniae Historica (1826), los Documents relatifs á l’Histoire de France, de Guizot(1835). Los progresos de la erudición permitieron a los historiadores proseguir susinvestigaciones de manera más precisa, y numerosos trabajos de los años 1840-1850conservan su valor: constituyen la base de la obra magistral de Foustel de Coulanges.1 Sehan señalado varias veces las causas de esta floración de eruditos. Las conmociones de laRevolución y el Imperio, al hacer tabla rasa del pasado, habían interrumpido largamente elcurso regular de la Historia. Hubo a partir de entonces un antes y un después. Antes de1789 las ren u1 Acerca de este período del siglo XIX es imposible agregar nada al estudioque Camille Jullian publicó con carácter de prefacio a su Antología de los escritores franceses del siglo XIX. LA HISTORIA ”CIENTIFICA” 233 

voluciones no habían sido concebidas nunca como una detención para una nueva partidasino más bien como un retorno a un estado mejor y más antiguo. Lo propio de lasrevoluciones de los siglos XVIII y XIX es que se proponen poner un término al pasado yretomar el presente desde cero. La Iglesia Romana misma no escapó a este contagio cuandoel concordato de 1802 depuso a todos los obispos de Francia para reconstituir sobre una base nueva el personal y la geografía eclesiástica. Aparecía entonces, con gran sensibilidad para la opinión pública, la idea de una era nueva, absolutamente separada del pasado, aundel cercano. Esta idea de una nueva era, sobreponiéndose a la idea antigua de progreso propia del siglo XVIII, fue luego el origen de casi todos los movimientos de opinión.También el historiador se vio preferentemente atraído por el examen-de1as novedades,olvidando en muchos casos la inercia tenaz del pasado. No bien aparecía en algún punto unfenómeno nuevo, se lo extendía inmediatamente a toda la sociedad, y las resistencias conque chocaba eran desdeñadas como supervivencias condenadas a un fin próximo. De estamanera se formó la concepción de una revolución irresistible. Pero antes de que se cavasedefinitivamente esta brecha entre el pasado y el presente, que se viene reproduciendo periódicamente desde 1789, los archivos, incluso los más antiguos, eran considerados aúncomo archivos de Estado — indispensables para la práctica de la administración — , yconfidenciales. Después de la Revolución y el Imperio, al comienzo de la nueva era, losgobiernos, establecidos sobre bases constitucionales ajenas a los documentos conservados

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en los viejos fondos, se desinteresaron de los archivos en cuanto instrumentosadministrativos. Como escribe L. Halphen en su Introducción a la historia, ”un cúmulo de pergaminos y documentos, celosamente custodiados hasta entonces, ya como fundamento jurídico de derechos o de pretensiones ahora caducas, ya como necesarios para elfuncionamiento de instituciones que fueron barridas por la tormenta, pierden de la noche a

la mañana todo interés, salvo para las personas

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con curiosidad por las cosas muertas.” Y esas personas ya no se reducen a algunoscoleccionistas, como lo habían sido los humanistas del Renacimiento. Su número habíacrecido, a la par que se acrecentaba el interés otorgado al pasado pintoresco y viviente.

Parecería, pues, que si las sociedades occidentales vivieron largo tiempo sin experimentarel sentimiento de la duración ello se debió a que sus instituciones políticas habíanevolucionado lentamente, sin cortes brutales. Sólo la Antigüedad grecorromana pareciólargo tiempo exterior a la historia de aquéllas. Y en el siglo XVIII, si bien se hicieronesfuerzos por reducir este aislamiento, fue para bloquear conjuntamente todas lasmodalidades del tiempo y para extender a las épocas modernas el ideal humanístico de laAntigüedad. Por el contrario, después de las conmociones de la Revolución y del Imperio,la Historia se reveló bruscamente, mostrándose como una realidad particular, distinta del presente vivido y distinta también de una cronología estéril. Comprendemos bien estesentimiento, nosotros que hemos experimentado algo análogo después de los grandesdesgarramientos de 1940 a 1945.

Esta sensibilidad a la diferencia de los tiempos, si hubiera sido alimentada por la erudición,habría podido desembocar en una historia auténtica. No fue así. En el cruce de la erudicióny la historia, que no es más historia romántica (no estamos ya en la época de Michelet, sinoun poco antes de la de Taine y del positivismo, que es sin em bargo su heredera) se sitúaRenan, el príncipe de la Historia francesa; a pesar de lo alejado de su fecha y los progresoscumplidos por la documentación, su obra sigue siendo válida y siempre sugerente. Se hacitado muchas veces la escrupulosidad de Fustel y ti respeto por el texto, que lo contraponíaa las ”resurrecones” demasiado apresuradas de la Historia romántica. rimero la historialiteraria, luego la historia científica, linque con demasiada facilidad se haya extrapolado loue en Fustel no era más que honestidad y seriedad para LA HISTORIA ”CIENTIFICA”

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 presentarlo como una metodología calificada de científica. Pero no se ha insistido losuficiente en un aspecto de la obra de Fustel que tiene, por lo menos, la misma importancia:su sentido de la particularidad histórica. En la ”Introducción” a La ciud n -hemos extraídoya abundantes materiales, Fustel rompe con las tradiciones clásicas que conferían a losAntiguos los rasgos de un prototipo humano válido para todos los tiempos y todos loslugares: ”Nos esforzaremos”, dice, ”por destacar las diferencias esenciales y radicales quedistinguen de una vez para siempre a estos pueblos antiguos respecto de las sociedadesmodernas.” Imposible formular con mayor claridad y precisión el objetivo esencial de laHistoria, por lo menos su objetivo primero, su manera de afirmarse para distinguirse deotras reflexiones sobre el hombre: la búsqueda de las diferencias de los tiempos. Fusteltenía el escrúpulo del texto. En este aspecto se lo ha seguido, y esto ha sido muy positivo.En cambio, aunque encontramos .todavía su sentido histórico en Camille Jullian, su espírituha sido menos asimilado que su método. El crítico y el glosador fueron escuchados; elhistoriador, en cambio, no tuvo seguidores. Después de él entramos en un período ingratode la historiografía, que nos toca ahora caracterizar a grandes rasgos. La segunda mitad delsiglo XIX y todo el comienzo del siglo XX no conocieron más que dos clases de historias:la académica y la universitaria. Más tarde se conoció una tercera clase, livurdaTízaciónhistórica, de la cual hemos hablado ya en un capítulo precedente, y esta nueva clase de

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historia es, en general, posterior a la guerra de 1914. La historia universitaria y la historiaacadémica se definen más por sus públicos que por sus métodos. La historia académica, queva desde el duque de Broglie a Hanotaux y Madelin, era leída por la burguesía cultivada yseria: magistrados, hombres de leyes, rentistas... personas todas con largos ocios, cuando laestabilidad de la moneda y la seguridad de las colocaciones permitían vivir de rentas. Las

 bibliotecas privadas de esa época atestiguan las preocupaciones intelectuales de esa clasesocial: pocas

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novelas, salvo las de Balzac, y no siempre. Los últimos románticos y realistas no agradabana este público de gustos severos. A veces les gustaban los temas atrevidos, pero les parecía decente cultivarlos en Horacio y los latinos, a los que todavía leían en su lengua

original. Pero en los estantes de nuestros abuelos el lugar de privilegio estaba reservado a laHistoria: Barante, Guizot, Broglie, Ségur, Tocqueville, Haussonville; y luego Sorel, LaGorce, Hanotaux. Basta recorrer los viejos catálogos de las editoriales Plon oCalmann-Lévy para percibir, por los autores y los temas tratados, una manera de escribir laHistoria que llevaba a la Academia. Todavía hoy esta manera sobrevive en la obra deMaclelin, en el RichelieudeHanotaux y del duque de La Force. Esta vasta literatura no esdesdeñable. Ha sido escrita sin propósito de vulgarizar, tras un estudio minucioso de losdocumentos, que muchas veces es erudito, pero evitando que la erudición se trasluzca, porque eso no es bien visto entre gente de mundo. De ahí un estilo serio y distinguido, sin pedantería, con el número exactamente necesario de referencias, y a veces incluso un pocomenos, pero sin ninguna afectación de facilidad, sin concesiones a lo pintoresco y a lonovelesco de la trama. Nos sentimos en la época de los doctrinarios y de los notables. Estaliteratura histórica se proponía esencialmente relatar y explicar la evolución política de losgobiernos y de los Estados, las revoluciones, los cambios de régimen, las agitaciones y lascrisis de las asambleas y de los ministerios, las diplomacias y las guerras: una historia política, de la política nacional e internacional. En general, era una historia de tesis, y bajoeste punto de vista es que el historicismo conservador posterior a 1914 se filia con ella.Tendía, como la de A. Sorel, a dar una interpretación que explicara con rigor suficiente elvaivén de los fenómenos. — Éstos autores no rechazaban la idea de un determinismohistórico, sino la de un determinismo conservador, que ignoraba los impulsos profundos dela masa popular y regulaba la causalidad política de los gobiernos y de las naciones. No erauna historia ”reaccionaria”, orientada a la rehabiLA HISTORIA ”CIENTIFICA”

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litación del Antiguo Régimen, como lo hará la Action Française. Pero era una historiaconservadora, escrita por nobles o grandes burgueses que terminaban en la Academia, yleída por la burguesía liberal o católica, y muy desconfiada de las novedades sociales.Conservaba todavía un prejuicio desfavorable al Antiguo Régimen, que sucumbirá en elsiglo )0( bajo la influencia de la Action Française; se jactaba de un liberalismo esclarecidoy prudente, que era el de la Academia, y pronto, sería el de la Escuela de Ciencias Políticas.Dentro de la geografía electoral de la 3a. República apuntaba a la derecha y al centroizquierda. No hay que olvidar que esta burguesía, que había accedido al bienestar y a loshonores a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, ejercía el monopolio de los negocios públicos en Francia. Lo retuvo durante el Imperio y los comienzos de la 3a. República antesde que el sufragio universal, la escuela laica y la democratización de la riqueza se loarrebatasen. También se interesaba con conciencia y pasión por los problemas políticos.Exigía a sus lectores profundizar la comprensión de los asuntos del Estado, por lo menos delos que ella tomaba en consideración, es decir, los parlamentarios, institucionales,diplomáticos. Ignoraba la historia de los conflictos sociales, como si por ignorarlos, lesnegara la existencia, y trataba generalmente la historia religiosa bajo el aspecto de susrelaciones con la historia política. A esta clase de burguesía política y conservadoracorresponde una historia política indiferente a los problemas humanos situados más allá o

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más acá de la nación o del gobierno. Mediante esta literatura, la burguesía no buscaba unamanera de comprender el propio destino en cuanto humanidad o en cuanto sociedad en eldevenir del mundo, las naciones, las clases. Por lo demás, no existía el devenir, y lasrelaciones políticas estaban determinadas por leyes ne va rietur. La burguesía, en un mundocuyo movimiento no sospechaba, no tenía lugar que asignar a una filosofía de la Historia. A

la Historia, bajo su forma académica, le pedía tan sólo una técnica de gobierno.

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La Historia, la de los viejos catálogos de Plon y Cal mann-Lévy, aparece como una cultura política, necesaria para el ciudadano ”activo” por el censo tributario o por la influencia: una”ciencia política”, entre las otras ciencias del gobierno y de la administración enseriadas en

la escuela de Boutmy, cuando una clase social, integrada por hombres que disponían deocio, tomaban en serio los negocios públicos. Se comprende entonces por qué esta literaturaacadémica casi no sobrevivió en el momento en que aquella burguesía perdió su monopolio político, cuando fue sumergida por elementos nuevos, cuando su seguridad social se viocomprometida. En el seno de la nueva burguesía, que ya no tenía el presente garantizadosino que se sentía amenazada en él, no era ya cuestión de una técnica política, sino deretorno al pasado salvador, fuente de nostalgia y de redención. Apareció entonces, despuésde la guerra de 1914, otra literatura histórica, contemporánea del nuevo monarquismo de Action Francaise, que fue la primera respuesta a la inquietud del hombre moderno cuandotomó conciencia de la desnudez y fragilidad del universo abstracto tal como lo habíaconcebido el liberalismo. Pero no era ya el género noble y distante de Broglie, de La Gorce:era una literatura de combate. Hemos dicho anteriormente en qué terminó.

La historia académica interesaba a un público amplio; la historia universitaria, en cambio,se dirigía exclusivamente a los universitarios. Todavía hoy, la mayoría de las ”gentes de

 bien” apenas sabe si esta historia existe. He tenido ocasión de leer manuscritos dehistoriadores aficionados pero que formaban parte de lo que se suele denominar ”la elite

cultivada”: magistrados, altos funcionarios, hombres importantes de negocios que

disponían de ocio antes y después de retirarse de la actividad. Entre ellos se reclutabanotrora los autores del género académico. Por desgracia esos trabajos no presentaban nadacomparable a los grandes estudios, eruditos y claros a pesar de la estrechez de sushorizontes, de los La Gorce, los Ségur, los Haussonville. ¿Falta de cultura? LA HISTORIA”CIENTIFICA” 239 

¿Apresuramiento excesivo de un trabajo, que muchas veces resultaba chapucero? Sin duda, pero la mediocridad de la historia de los no profesionales proviene sobre todo de su falta decomunicación con los otros historiadores, de su aislamiento, que a su vez es consecuenciade la escisión y de la compartimentalización de la inteligencia contemporánea. Nuestrosamateurs están persuadidos de haberlo leído todo, y su ignorancia ingenua de la literaturauniversitaria causa estupefacción. Literatura formada por manuales destinados a losestudiantes, tesis de doctorado, artículos y memorias de revistas especializadas, obras deconjunto escritas por universitarios que se encuentran al final de su carrera. Un estudiantede primer ario del Liceo corregiría a tal consejero de Estado o tal ex alumno de la EscuelaPolitécnica. No se puede imaginar, hasta haberla medido concretamente, la amplitud de estaseparación entre los histo1 riadores profesionales y el pú blico ”cultivado”, en el que

sobrevive sin embargo el gusto por la Historia seria y fun:.9 damentada, a la manera deSorel o de La Gorce. No sucedía lo mismo en la época de la historia romántica de Michelet,Agustín Thierry o Guizot. Estos reunían la condición de ser autores difundidos y populares;y la de ser especialistas, graduados en la Escuela Normal, archivistas, profesores de laSoborna y del Colegio de Francia. Eran personalidades de moda. Esta tradición no se ha perdido por completo en Filosofía. Pero ningún profesor de historia, desde Fustel, el profesor de la emperatriz Eugenia, ha congregado alrededor de su cátedra los auditorios

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mundanos y elegantes que asistían a los cursos de Bergson y de Valéry. El hecho esenciales éste: el estudio de la Historia perdió el contacto con el gran público para convertirse enuna preparación técnica de especialistas aislados en su disciplina. Las publicaciones se hanhecho cada vez más ”profesionales”, en el sentido de que existe literatura profesional ytécnica. Los autores no se han arredrado de mantener en sus redacciones definitivas todos

los enfoques eruditos de sus investigaciones. Antes, por el contrario, se han abroqueladodetrás de una armadura crítica, como para defenderse

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de las curiosidades indiscretas. Han investigado la historia de los hombres sin que se lesocurriera preguntarse sobre el interés que el hombre de la propia época podría tener en ello.Más aun; de esta indiferencia se extrajo un método. Cuanto más inaccesible era el tema

 para el no especialista, tanto más se lo buscaba, y más valorado era su autor. Se terminó enel análisis menudo de la masa de los acontecimientos, sin otro objetivo que establecerlos yyuxtaponerlos, guardándose como de la peste de toda concepción de conjunto, de todo punto de vista un poco monumental. La desconfianza respecto de las grandes teorías y lastesis arriesgadas de la historia romántica explica y justifica en parte esta timidez frente a lainterpretación, y aun frente a la reflexión, que no sea sistemática (en el sentido de lasciencias naturales) o una cronología. De todas maneras, esta reacción legítima no essuficiente para explicar el encierro radical de la historia universitaria. Hay que tomar encuenta también el origen’ social de quienes la enseriaron y la escribieron. En la segundamitad del siglo XIX la burguesía se apat-46-délasas universitanas,-como también deciertas funciones administrativas, y abandonó la universidad a un reclutamiento másdemocrático. Las buenas familias apartaron a sus hijos de una corporación a la que sulaicización reciente imprimía un tinte anticlerical. En cambio, las familias protestantes noexperimentaron el mismo sentimiento, hasta el punto de que, en determinado momento, conlos Monod, colonizaron la universidad. Todavía hoy, el reclutamiento es más selecto en lasfacultades de derecho o en la Academia de Saint-Cyr, que en las facultades de letras. Lasnuevas promociones, surgidas de la escuela laica, apenas tenían posibilidades de brillar enlos salones literarios, aun cuando éstos se interesaban por los bohemios y por losaventureros, como para entretenerse un rato y mostrarse gente libre de prejuicios. LaAcademia les puso mala cara durante largo tiempo, lo mismo que el público cultivado, queseguía reclutándose entre la burguesía tradicional. Los niveles superiores de la universidad,en cambio, ofrecían un campo libre para sus ambiciones. LA HISTORIA ”CIENTIFICA”

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Así fue como bastante rápidamente los auditorios de los profesores se redujeron a losfuturos profesores. Desde entonces la enseñanza superior dejó de ser un lugar para la Ienseñanza de la cultura y se convirtió en un establecimiento preparatorio para los profesores de enseñanza secundaria. Con la difusión de la enseñanza secundaria y elaburguesamiento general de la sociedad, este público de candidatos al profesorado se hizocada vez más cuantioso. Pero creció sin ampliar sus miras, sin salir de su especializacióntécnica. Peor aun, constituyó por sí solo todo un pequeño mundo aparte, bien cerrado, tan poblado que puede bastarse a sí mismo, con su literatura, sus editores, sus periódicos. Confrecuencia se reclutaba de padre a hijo. La mayoría de mis compañeros de estudios eranhijos de profesores o de maestros. La agregatura o la Escuela Normal era el rito de pasajemás apreciado por un maestro que quería hacer acceder a sus hijos al mundo de la burguesía. De esta manera se formó una nueva categoría social, con sus costumbres, sushábitos 57-pronto con strtVádición. En política se situó a la izquierda. En sus nivelessuperiores o en los inferiores, la universidad fue dreyfusista. Con Jaurés se introduce en lasasambleas legislativas. En ese momento nace entre la burguesía opositora el motedespectivo de ”la Repú blica de los profesores”, por oposición al régimen de ”las genteshonestas”, los ”hombres capaces”. Un hecho curioso: esta universidad dreyfusista, radical y

 pronto socialista con Jaurés, no generó una literatura histórica de combate, por lo menos

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cuando se dirigía a su propio público de universitarios. Las posiciones doctrinarias deizquierda pululaban en los manuales primarios, escritos menos como tratados de historiaque como panfletos de propaganda. Pero se atenuaban en las obras más ambiciosas, comola gran Historia de Francia, de Lavisse. La universidad radical y republicana no arrivónunca al grado de partidismo de los hombres de ciencia que llegó a

4 darse en los países totalitarios. Por el contrario, este mundo dreyfusista, muycomprometido políticamente, hizo con toda sinceridad gala de ignorar los prejuicioscontemporáneos y de impedirles el ingreso en la Historia. Si no

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siempre llegó a una imparcialidad perfecta, no por ello dejó de sostener el principio comofundamento mismo de la investigación histórica. En realidad, era una actitud nueva. En la primera mitad del siglo XIX la Historia se había transformado pronto en una máquina de

combate. Daniel Halévy nos ha relatado cómo, en 1842, Michelet se convirtió, junto conEdgar Quinet y Mickiewicz, en ”el hombre del movimiento”, el apóstol de los tiemposnuevos. No bien dejó de dar lecciones a las princesas de Orleáns, suspendió el curso de su Historia de Francia, dejándola en la Edad Media, para saltar abruptamente a la Revolución.Esta concepción de la Historia como una lección dirigida de asuntos políticos hasobrevivido hasta nuestros días en las obras académicas y, posteriormente, en lasrehabilitaciones sistemáticas del pasado, como reacción contra las apologíasrevolucionarias del Romanticismo. La universidad — es necesario destacarlo porque paraello necesitó un verdadero ascetismo que tiene su grandeza — , repudió siempre estautilización de la Historia. Por el contrario, instituyó en principio que la Historia nodemuestre nada: que existe en la medida en que no se la interroga para comprometerla.Además, pensaba que no había que interrogar nunca a la Historia: esta apelación implicaríauna elección, una selección en la masa de los hechos históricos, y jamás había que hacerintervenir una preocupación contemporánea del historiador, aunque no fuera política.Segregada así con tanto cuidado del presente, ¿a qué curiosidad respondía la Historia en loshistoriadores profesionales? Pregunta importante, de la que depende el sentido que hayque darle a toda la historiografía moderna, obra de las universidades francesas oextranjeras; pregunta delicada de responder, porque debemos reconocer que loshistoriadores no la plantearon nunca. Los matemáticos, físicos, químicos, biólogos,naturalistas no han podido prescindir de la justificación filosófica. Los historiadores soncasi los únicos hombres de ciencia que se han negado a esta meditación sobre el sentido desu disciplina. Han escrito sólo tratados sobre métodos, y yo diría más bien sobre tecLAHISTORIA ”CIENTIFICA” 243 

nologías: cómo utilizar los fondos de los archivos, las bibliografías, cómo criticar lostextos, verificar su autenticidad, etcétera; en una palabra, cómo utilizar los instrumentos detrabajo. Pero más allá de estas dificultades técnicas, jamás una palabra; ninguna concepciónsobre la aportación de las ciencias del pasado al conocimiento de la condición humana y desu devenir. Las filosofías francesas de la Historia las debemos a filósofos: Cournot, ayer;Raymond Aron, hoy. Se las ignora deliberadamente o se las hace a un lado con unencogimiento de hombros, como charlatanería teórica de aficionados sin competencia.¡Insoportable vanidad del técnico que permanece encerrado dentro de su técnica, sinintentar nunca mirarla desde afuera! Mas este silencio acaba de ser roto: en el seno mismode la Escuela, un gran historiador contemporáneo, Louis Hal phen, publicó recientementeun pequeño libro, Introducción a la Historia, que es en verdad una defensa de la Historia,especialmente contra las críticas de Paul Valéry. Es curioso que la epidermis universitaria,tanto tiempo inaccesible a los análisis de los filósofos, se haya estremecido por losdesplantes de un poeta.2 Ahora bien; este librito, donde un historiador se interroga sobre laHistoria y es obra de un sabio eminente, asombra por su torpeza e ingenuidad. Estáconcebido en su integridad como un alegato: se ha sostenido que la Historia carece defundamento; que es incapaz de establecer la autenticidad de los hechos que se proponereconstruir, o porque ignora los más esenciales o porque es engañada por documentos

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falaces o equívocos. Y el autor se lanza a demostrar muy seriamente cómo, después detodo, el historiador tiene el derecho de reunir, ”aun para las épocas menos abundantes endocumentos, un conjunto de hechos suficientemente bien conocidos como para que se pueda extraer de ellos el sentido y el alcance, es decir establecer el objeto de una cienciaverdadera.” 

2 Estas páginas se escribieron antes de la muerte de L. Halphen. Tendría remordimientos sino consignase mi admiración por este gran historiador y su obra. Pero la debilidad de suteoría de la Historia resulta por ello mismo más significativa.

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Según la Escuela, la justificación de la Historia se reduciría a probar que existen hechossuficiente y positivamente conocidos como para permitir un estudio científico, es decir,objetivo. Se ha constatado esta asimilación de la Historia a las ciencias exactas, a partir de

la noción de experiencia. En Historia es imposible repetir la experiencia; a decir verdad, nisiquiera se puede hacer una experiencia. Hay que contentarse con reconstituir unaexperiencia única e ingenua, a partir de los testimonios de actores inconscientes de su papelde sujetos o de observadores. Y por otra parte, ¿hay derecho a dar el nombre de experienciaa los dramas que los hombres han vivido de manera total? Pero no es únicamente suincapacidad de experimentar lo que distingue a la Historia de las ciencias exactas. Ladistingue también la índole misma de sus investigaciones, y con esto nos encontramos en elcorazón mismo de las contradicciones de los historiadores universitarios. Celosos de la positividad de las ciencias exactas, sentaron como principio, explícita o implícitamente, quela Historia es una ciencia de hechos. Esta concepción del hecho histórico es lo que seencuentra en la base de su concepción y de su método. Más precisamente: esta noción dehecho demostrado como objeto de la Historia es lo que parece cuestionable.3 Mejor que porun análisis teórico, el hecho de los historiadores se define por las tres preocupaciones delhistoriador: el establecimiento de los hechos; la continuidad de los hechos es tableados; lala explicación de los hechos así encadenados.

 El establecimiento de los hechos. Los hechos se reconstruyen mediante el recurso a losdocumentos contemporáneos y su interpretación crítica. Es éste el trabajo sobre los textos,lo más cerca posible de las fuentes. A pesar de su aparente severidad, es en toda obrahistórica, aun mediocre, la parte más valiosa y siempre auténtica, la que salva a la obra delas desviaciones positivistas. El documento original, cualquiera sea, por ser un testimoniocontiene demasiada savia como para que el investigador más afanoso de objetividad puedaagotarla por completo.3 Véanse los análisis decisivos de Raymond Aron en Introducción a la filosofía de la Historia. La Historia no existe antes del historiador. LA HISTORIA ”CIENTIFICA”

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Pero lo que queda, advirtámoslo bien, es el conjunto complejo del testimonio, y no es elhecho lo que el historiador cree deducir de esta materia viviente. El hecho está en elhistoriador, pero antes de él no estaba en el documento: es una construcción del historiador.Una vez definido y esta- j blecido así el hecho, se lo aísla y se lo convierte en unaabstracción. Al desmembrar el comportamiento humano a la manera como un químico ensu laboratorio descompone el objeto de su experiencia, el historiador confunde lo que élllama el hecho con un fragmento tomado de la experiencia. ¿Pero qué subsiste de vivienteen esa muestra? El historiador cree recuperar lo viviente colocando al hecho así construidodentro de la continuidad de los otros hechos que lo precedieron y lo siguieron.

 La continuidad de los hechos. El historiador se propone reunir los hechos así catalogadosen un orden que reconstruya la unidad de la duración. Pero tomemos un manual”científico”, por ejemplo, el primer volumen de la Historia de Bizancio, de E. Bréhier, en lacolección ”La Historia de la Humanidad”. Están allí todos los hechos conocidos, o casitodos. Su conocimiento es exhaustivo, su sucesión absolutamente exacta. Y sin embargo,

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¿sentimos alguna vez la impresión de la duración, esa impresión enteramente real, sinninguna subjetividad, que sentimos cuando vivimos la propia continuidad histórica?Cuando yo pienso en mi época, en lo que sucede en torno a mí, no tengo ninguna necesidadde detallar los elementos — los hechos —  de esta Historia. Siento perfectamente, con totalingenuidad, que ese tiempo existe, que es para mí una realidad importante, esencial, y sin

embargo no conozco la mitad de los hechos que el historiador de mañana se creerá obligadoa injertar en la reconstitución exhaustiva de esta realidad. La Historia que se me impone, yla reconstrucción a posteriori que de ella hace el historiador son tan diferentes, que uno delos dos necesariamente se engaña, el hombre o el historiador. ¿El hombre, porque noconoce objetivamente todos los hechos que experimenta, o el historiador, porque los he-

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chos no contienen, ni aun tomados en conjunto, toda la Historia?4 Es bien evidente que eltiempo histórico, tal como lo vivimos, no se reduce a una sucesión de hechos, por muchosque sean. Tampoco es una infinitud de hechos, a la manera como la recta geométrica es una

infinitud de puntos. No quiero con esto decir que el hecho del historiador, después desumergido nuevamente en la duración, deje de existir. Digamos que es su esqueleto. Detodos modos, en lo referente a esta duración, conviene distinguir dos órdenes de hechos. En primer lugar, los hechos monumentales que perforan el tejido de la duración y que particularizan algunos momentos del tiempo. Parecería como si el tiempo quedara adheridoa ellos, y nadie que viva en el tiempo los puede ignorar. Pero hay otros hechos más secretosque, por su naturaleza misma, permanecen en la sombra, insospechados por los hombresque viven en el tiempo. No dejan de influir sobre el tiempo, porque contribuyen a construirsu fachada aparente, pero no entran en la conciencia que los hombres toman de su propiaduración histórica. Ahora bien, éstos han sido uno de los objetos favoritos de lainvestigación histórica. Los historiadores se han esforzado particularmente por descubrirtodo lo que los contemporáneos no habían advertido. Es el caso de la historia política y lahistoria diplomática. Como si los historiadores temieran el misterio de la duración, malaclarado por la yuxtaposición de los hechos operada por ellos; como si prefirieran construir, junto a aquélla, otra duración, pero distinta de la de los contemporáneos que es su propiedad de especialistas. De todas maneras, la continuidad que elabora el historiadorobjetivo no restituye la experiencia que nosotros te-

Cuidémonos de pensar que el elemento que falta a las duraciones abstractas de loshistoriadores científicos puede ser suplido por lo pintoresco y la imaginación literaria. Loslibros donde autores ignorantes se esfuerzan por ”hacer viviente” un tema histórico no estánmenos despojados de esta realidad misteriosa que se trata de descubrir y de evocar. Pero sucaso no merece que nos detengamos en él, porque sólo la credulidad del público y laincompetencia de los editores les permiten atiborrar las vidrieras de las librerías con sustediosas fantasías. El fracaso del historiador auténtico, que se esfuerza por restituir el pasado sondeando la integralidad de los hechos es mucho mas digno de interés. LAHISTORIA ”CIENTIFICA” 247 

nemos de la duración. Más aun, al yuxtaponer hechos, algunos de los-cuales estaban en eltiempo pero que él ha retirado de ahí, y a los cuales desdeña, con otros que no estaban en eltiempo, pero que él introduce con predilección, des temporaliza la Historia. De ahí laimpresión que tenemos al leerlo de que las cosas acontecen para él de una manera distintade como nosotros sabemos que acontecen alrededor nuestro, impresión desalentadora queestá en la raíz de la

decepción de los entusiastas, tal como la evocábamos al comienzo de este capítulo.

 La explicación de los hechos. Es aproximadamente lo que L. Halphen, en su Introducción ala Historia llama ”la síntesis”, cuando escribe sin vacilar: ”Síntesis y análisis, pues tienenque caminar juntos, respaldándose una a otro, perfeccionándose recí procamente.” Laexplicación de los hechos, de la manera como fluyen unos de otros es el último recurso delhistoriador para conectarlos de modo que no sea la simple sucesión cronológica. Hay que

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ver también en esta síntesis un esfuerzo por dar un sentido a la Historia, para justificarlacomo ciencia de la evolución donde, como escribe L. Halphen, ”las cosas nos aparecen

colocadas nuevamente en su plano verdadero, no como surgidas de la nada, sino como producto de una lenta incubación y como simples etapas de un camino donde nunca se llegaa término.” Para el historiador, los hechos se explican, pues, por las relaciones de causa a

efecto que unen a cada uno con los que lo preceden y con los que lo siguen. Admito queesta causalidad explique el encadenamiento de los hechos, la sucesión de esos fragmentosaislados en la duración. Explica por qué tal hecho ocupa tal lugar. ¿Pero da cuenta de la percepción global que los contemporáneos tienen de la propia Historia? —  Cuestiónfundamental. Cuando analizamos nuestro comportamiento o el de una persona de nuestroentorno podemos conectar estas actividades mediante una causalidad absolutamente cierta yque sería inconsecuente negar. Pero sabemos bien que tal comportamiento no se reduce aesta única mecánica causal. Ella no tiene realidad más que en la me-

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dida en que se la mantenga en el interior de una estructura que la abarca y la sobrepasa.Para tomar el tren o asir un objeto hacemos ciertos actos que podemos descomponer en unasucesión de causas y efectos. Pero esta cadena causal perdería su realidad si estuviera

desconectada de la empresa global: el viaje o la necesidad del objeto. En la empresa hayalgo más que esa cascada de causas y efectos que una reflexión a posteriori nos permiteanalizar. Sin insistir más, vemos bien dónde puede introducirse el error: por una parte, siotorgamos autonomía a cada uno de los actos mediadores; por la otra, si rechazamos larealidad de esos actos intermediarios sumergiéndolos en la totalidad de la empresa. Esto eslo que sucede en la interpretación objetiva de la Historia. Los historiadores han evitado, esverdad, el segundo escollo, pero no han sabido mantener las estructuras globales que dan alas causalidades intermediarias su sentido concreto. Sentimos claramente que tal fenómenode hoy es algo distinto de tal otro fenómeno de hace un siglo. Y sin embargo, cada uno deesos fenómenos puede inscribirse en una cadena de causas y efectos muy semejantes.Efectivamente — responde el historiador científico que reconoce la diferencia de lostiempos y tiene interés en subrayarla — , pero estas dos cadenas causales no son idénticas.Dos hechos no se repiten nunca exactamente. La identidad que usted postula es artificial,usted ha olvidado un anillo de la cadena. Es verdad; sin embargo, tenemos la sensación deque la diferencia esencial no se debe a ese anillo de más o de menos en la cadena de lascausalidades. La diferencia reside, por el contrario, en la manera como esas doscausalidades, aun siendo muy vecinas, se presentan a nosotros. Para hacerse entender hayque recurrir a otra terminología. Tenemos que hablar de iluminación, de tonalidad; hay que pensar menos en la experiencia de laboratorio que en la obra de arte. En el fondo, ladiferencia de una época a otra se asemeja a la diferencia entre dos cuadros o dos sinfonías: tiene naturaleza estética. El verdadero objeto de la Historia reLA HISTORIA”CIENTIFICA” 249 

side en tomar conciencia del halo que particulariza un momento del tiempo, como el estilode un pintor caracteriza el conjunto de su obra. El desconocimiento de la naturalezaestética de la Historia ha provocado en los historiadores una decoloración completa de lostiempos que se propusie ron evocar y explicar. El esfuerzo de objetividad de loshistoriadores culmina en la creación de un mundo paralelo al mundo viviente, un mundo dehechos completos y lógicos, pero sin ese halo que confiere a las cosas su verdaderadensidad.

Así se explica la decepción del estudiante, del joven historiador que yo evocaba alcomienzo de este capítulo. Había sido atraído por la Historia porque experimentaba estasensación particular que brinda al hombre el color del tiempo. En la facultad le enseriaronuna anatomía muerta. A veces se volvió hacia la historia no científica y su decepción fuetodavía mayor: el pintoresquismo superficial de los vulgarizadores le pareció un sustitutovulgar de ese color que faltaba a los esqueletos universitarios. Prefirió, pese a todo, lasequedad de los unos a las ilusiones de los otros. Algunos pensaron entonces que era posible de todas maneras dar sentido al rompecabezas de los historiadores: el estudio del pasado permitiría descubrir las causas del presente. Vivimos actualmente los efectos deacontecimientos más antiguos. La función principal de la Historia consistiría en explicarese presente colocándolo en la serie de fenómenos que lo provocaron. Se llega entonces a

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una reducción de la Historia, la única Historia cuya existencia podría justificarse, a la búsqueda de las causas inmediatas y lejanas de los acontecimientos contemporáneos. Si seconsidera la Historia como la ciencia de los hechos, es imposible escapar a esa reducción:es el mal menor. Por mi parte, admití esta justificación de la Historia como terceradimensión del presente cuando, terminada la época de mis estudios, me vi enfrentado a los

acontecimientos monumentales de la década de 1940. Se experimen-

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taba entonces la necesidad de conectar esos fenómenos gigantescos y revolucionarios a unaHistoria más antigua, para comprenderlos mejor, para quitarles esa apariencia dedesconocidos e ininteligibles que los tornaba todavía más temibles y maléficos. Tuve

entonces ocasión de ocuparme de la enseñanza de la Historia en los centros de juventud yen las escuelas de formación de monitores. Se trataba de hacer que se interesaran por laHistoria jóvenes que, por falta de cultura literaria, por ausencia de tradición familiar, nisiquiera concebían el pasado, ignoraban qué podía recubrir esa palabra: para ellos era algonegro y confuso, sin interés ni utilidad. Se trataba de adolescentes, y era necesario, porconsiguiente, para despertar su curiosidad, conectar aquel pasado desconocido con lo quehabía para ellos de desconocido en el presente, y retroceder luego desde ese presenteconocido a aquel pasado desconocido, insistiendo en su solidaridad y continuidad. Fuimosllevados por ello a decantar la vasta materia histórica y a elegir los temas cuyas huellas erantodavía perceptibles, y solamente ellos. Tuvimos que desarrollar cuestiones que habían sidotratadas demasiado rápidamente en los programas de enseñanza oficiales, como la historiade las ciencias, de las culturas no clásicas, etcétera. Eliminamos en cambio toda una masade acontecimientos diplomáticos, militares, políticos asumiendo la decisión de saltear sinvergüenza muchos regímenes, muchas revoluciones: descartábamos el pasado cuyassupervivencias, demasiado degradadas, no eran suficientemente visibles en las estructurascontemporáneas. Llegamos a una perspectiva de la Historia muy diferente de la de los programas oficiales, que no eran otra cosa j que simples resúmenes de los acontecimientosvigentes en / determinado estado de la ciencia histórica. Esta experiencia me permitióverificar el valor de una Historia concebida como una tercera dimensión del presente. Adecir verdad, no hay otro medio para interesar honestamente a un público de noespecialistas, si nos negamos a recurrir al arsenal de las anécdotas picantes y de losanacronismos dudosos. El hombre que no está profesionalmente ejercitado en el LAHISTORIA ”CIENTIFICA” 251 

manejo de los ”hechos”, a su acumulación y al goce de su encadenamiento gratuito, noexperimenta ninguna curiosidad por las reconstituciones más precisas e ingeniosas. Los prodigios de la erudición lo dejan frío. Esa mecánica le es ajena, en cuanto hombre. Si esdiplomático u oficial, le puede interesar la clasificación y la interpretación de los hechosdiplomáticos o militares, en cuanto diplomático o como oficial. Pero el hombre que hay enél permanece ajeno a esta preocupación de especialista. Para el no especializado, no existela historia de hechos. Por el contrario, el hombre, aun siendo poco culto, con tal que sea un poco observador, se asombra mirando alrededor suyo. El universo en que vive le parece, sidetiene en él por un momento su atención, incomprensible, una fuente de problemas noresueltos. Sólo la Historia puede responder a ese asombro y reducir, o por lo menos limitary precisar el absurdo del mundo. Ella le explica el porqué de las extrañezas que constata,confiere profundidad a lo que sin ello sería una superficie sin densidad. No existe otramanera de captar el interés que el hombre siente por el hombre en la Historia. Losespecialistas han olvidado demasiado que la Historia —  por lo menos la ciencia de loshechos tal como ellos la concebían —  se justificaba solamente en la r1 edida en querespondía a los problemas planteados por el presente. Es imposible aceptar que la Historiase convierta en un monopolio de los especialistas, por más que algunos así lo reivindiquen.Ha sido más bien una verdadera deformación sociológica lo que amuralló a la Historia

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dentro del círculo estrecho de los profesores y de los profesores de profesores. a aperturahacia el presente es la única salida posible, en Cl el seno de una concepción exhaustiva yobjetiva. La encontramos en el librito apologético de L. Halphen, Introducción a la Historia, del que hemos hablado antes. Es una posición válida. Sin embargo, no satisface alhistoriador. Justifica la búsqueda de las causas, pero de ciertas causas solamente. El método

que se deriva de ella, aplicado con rigor, lleva a suprimir lisa y llanamente toda una partede la Historia,

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aquella cuyas huellas están demasiado borradas en el mundo contemporáneo. Se terminaasignando a la Historia más inmediatamente contemporánea una importancia desmesuraday a dejar de lado lo inusual y los arcaísmos; en definitiva, épocas enteras cuya posterioridad

está actualmente extinguida. ¿Hay que admitir, entonces, que el pasado sin consecuenciassuficientemente inmediatas sobre el presente carece de interés, como no sea para elespecialista? ¿Hay que admitir que puede existir un pasado sin valor humano? Algunos loadmitirán sin reserva: son los que quieren limitar la enseñanza de la Historia a los tiemposcontemporáneos, distinguiendo de esa manera una historia para especialistas y una historia para los hombres, reducida a sus extremos más bajos. Pero los que aceptan mutilar el pasado de esta manera no tienen ninguna piedad por él. La mayoría de los historiadores senegarán a ello, con los universitarios a la cabeza, como ante un sacrilegio. Efectivamente loes, y a pesar de todas sus pretensiones científicas, nuestros eruditos objetivos tienen, en elfondo, una reacción religiosa. Porque en el origen de sus trabajos gratuitos, objetivos,exhaustivos, hay que reconocer una piedad, y esta piedad, muchas veces vergonzante, es laque salva sus obras de la caducidad. Pero entonces, ¿hay un pasado para el hombre, un pasado reducido a las supervivencias contemporáneas, y un pasado para el especialista,total y sin hiato? Esta división del pasado homogéneo no es defendible, y sin embargo no seve cómo evitarla dentro de la concepción objetiva y exhaustiva de los hechos históricos. O bien la Historia se contenta con ser una especialidad, sin relación con la preocupación delhombre por el hombre, o bien acepta mutilarse y se ) amputa toda una parte de ella misma.En el interior de la noción de hecho histórico la dificultad no es soluble. Si se quiereescapar de ella, hay que renunciar a la concepción estrecha del hecho, hay que admitir quela Historia es otra cosa que el conocimiento objetivo de los hechos.1949 VII

LA HISTORIA EXISTENCIAL

Desde la época en que el estudiante del que hablaba en el capítulo anterior se desolaba porla aridez de sus maestros, la Historia universitaria ha rejuvenecido sus métodos y sus principios, y el estudiante actual, si está algo informado, no corre el riesgo dedecepcionarse como sus mayores. A su curiosidad se abren demasiadas perspectivasseductoras, en el interior mismo de su Alma Mater. Tendencias ya antiguas, pero sofocadasdurante mucho tiempo, se han afirmado, y parecería que con el recambio de lasgeneraciones se imponen de manera definitiva. La historia de los hechos, objetiva yexhaustiva, a la manera positivista, si bien se mantiene todavía y persiste en la literaturacientífica y en el manual, incluso el manual de enseñaza superior, aparece como unasupervivencia tenaz, pero condenada a muerte. Hace una veintena de arios que la Historiauniversitaria y científica se renueva profundamente. Los horizontes que descubre a lacuriosidad contemporánea tienen que conferir a esta ciencia rejuvenecida un lugar en elmundo intelectual que había perdido desde los románticos, Renan y Fustel de Coulanges. El positivismo de la historia clásica la había situado al margen de los grandes debates de ideas.El marxismo, el historicismo conservador, la habían anexado a filosofías de la historia,demasiado alejadas de la preocupación existencial del hombre contemporáneo.

Algunos científicos notables habían de devolverle su

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11 rango, o más bien —  porque dicho rango no lo había poseído nunca realmente — , permitirle responder al interés apasionado que hoy día el hombre tiene por el hombre, no por el hombre eterno, sino por cierto hombre, comprometido con su condición de tal. Antesde definir el espíritu de esta nueva historiografía, recordemos brevemente algunas de lasobras más sobresalientes, por lo menos las que han hecho

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escuela. Hay dos nombres que se imponen de inmediato: Marc Bloch y Lucien Febvre.rMarc Bloch es ciertamente uno de los más grandes historiadores franceses. La guerra (fueejecutado por los alemanes en 1943) cortó su obra en el momento en que su larga

maduración debía permitirle desarrollar concepciones cuyo atrevimiento exigía que lasfundamentase sobre una erudición impresionante. Pero tal como quedó, la obra de MarcBloch ejerció sobre los historiadores una influencia determinante. Bloch, junto con LucienFebvre, está en el origen del rejuvenecimiento de una ciencia que se desintegraba en eltedio. Es curioso que estos dos maestros de la historia francesa vengan de la Universidad deEstrasburgo, donde enseñaron largo tiempo. El contacto viviente con el mundo renano,germánico, pero también, en el caso de L. Febvre, con el Franco Condado, atravesado deinfluencias españolas, no fue sin duda extraño a la concepción que ambos tuvieron de unahistoria comparativa de los modos característicos de civilización. En la obra de MarcBloch, importante ya a pesar de su relativa brevedad, quisiera destacar dos aspectossusceptibles de llamar la atención. Ante todo su magistral historia de los Caracteresoriginales de la historia rural en Francia. Por historia rural Marc Bloch no entendía lahistoria de las políticas rurales de los gobiernos o de las administraciones, sino la de lasestructuras agrarias, los modos de ocupación de la tierra, de su subdivisión, de suexplotación. De hecho, es una historia del paisaje construido por manos de hombres. Estoaparece ya en el título del libro que la obra de Bloch inspiró a G. Roupnel, ese otroinnovador modesto y apasionado: Historia de la campiña francesa. M. Bloch abría a laGran Historia el dominio, casi virgen en Francia (no estaba en Inglaterra y los paísesescandinavos), de las transformaciones del paisaje rural por el contacto más íntimo con elhombre y con su existencia de todos los días. Antes de él, con el viejo1 Este capítulo estaba escrito y compuesto antes de la aparición del libro Combate por la Historia; Lucien Febvre reunió, en una compilación particularmente sugerente, los artículosde crítica donde sus ideas sobre la Historia están mas desarrolladas. LA HISTORIAEXISTENCIAL 255

Babeau, estas investigaciones conservaban un carácter descriptivo y anecdótico. M. Blochles restituyó una significación para la comprensión de la sociedad francesa, que había sidocasi exclusivamente rural hasta el siglo XVII. Su método le permitía aprehender lasestructuras sociales desde el interior, más allá de las descripciones pintorescas y agradables pero que no tocaban lo esencial: el lugar geométrico del hombre y de su trabajo cotidiano,del campesino y de la tierra. Otra innovación: los Caracteres originales... de M. Bloch nose limitaban a un pequeño segmento del tiempo, y sin embargo era tradición de los erdditosespecializarse en cierto período, y cuanto más breve era éste, tanto más considerado era elestudioso. Aunque medievalista M. Bloch no vaciló en prolongar su historia de lasestructuras agrarias hasta el siglo XIX, siempre con el mismo acierto de erudición. A unaespecialización horizontal, en el tiempo, la reemplazó por una especialización vertical, através del tiempo. Este método era peligroso, porque exigía conocimientos considerables, pero permitía poner de relieve las articulaciones de la evolución, en lugar de hundir suobjeto en un grisado de hechos demasiado próximos y por lo tanto demasiado semejantes.Rompía el marco de una especialización que, en el punto a que había sido llevada, no permitía ya asir las diferencias de tiempos y lugares. Felizmente, este método se expandiría, porque entonces los historiadores advirtieron que la historia de las instituciones se hace casi

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ininteligible si no abarca un período suficientemente largo para que las variaciones sehagan sensibles. Y los fenómenos institucionales no son comprensibles para los nocontemporáneos sino es en el interior de las variaciones que los distinguen y particularizan.A esto se debe que el estudio del feudalismo fuera completamente renovado por MarcBloch en sus dos notables obras sobre La sociedad feudal: la formación de los vínculos de

vasallaje, y Las clases y los gobiernos de los hombres.22 Dos volúmenes, Albin Michell, colección La evolución de la humanidad,1939 y 1940.

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Antes de Bloch, los medievalistas o los juristas tenían el hábito de encarar el feudalismocomo una ”organización” dada de una vez por todas, que bastaba describir tal como fue ensu madurez para explicar inmediatamente sus orígenes. Si abro el librito de J. Calmette

sobre La sociedad feudal, que en 1923 constituía el eje de la cuestión, me encuentro con el primer capítulo, titulado ”Los or ígenes feudales”, donde el autor recurre a los Derechos bárbaros y romanos para mostrar cómo nació el feudo por la combinación de dosinstituciones anteriores, el beneficio y el vasallaje: reconozco inmediatamente el métodoclásico de la filiación de los hechos. La filiación puede se: objetivamente exacta, pero noexplica nada de las condiciones que hacen del feudo algo diferente del vasallaje y del beneficio. Después del capítulo de los orígenes, me encuentro con ”La organizaciónfeudal”, donde describe un feudalismo tipo, sin insistir sobre las diferencias regionales y ladiversidad de las evoluciones. Marc Bloch retomó el problema de una manera distinta de lade sus predecesores. Sin simplificar excesivamente su itinerario, se pueden definir dosdirecciones principales. Ante todo, no existe un feudalismo sino una mentalidad feudal. Elestudio de las instituciones sale así del ámbito del Derecho (sin desdeñar — muy lejos deello —  los datos del Derecho) y se inserta en la historia de una estructura mental, de unestado de costumbres, de un ambiente humano. Bloch investigó, pues, en qué medida elhombre feudal difería de sus antecesores, en vez de detenerse a seguir en el mundo feudallas prolongaciones del mundo prefeudal. Antes de él se explicaba el feudo por el vasallazgoy el beneficio. Con él, se contrasta el feudal con el compañero y el beneficiario, bajo-romano o germánico. Luego, y éste es el segundo punto de su método, establece queno hay un feudalismo, general en todo Occidente, sino muchos estados de una sociedad, bastante afines entre sí como para que se los reúna bajo el rótulo de ”feudal”, pero bastante

diferentes también para que no se los confunda, teniendo presente, además, que extensosdominios quedaron LA HISTORIA EXISTENCIAL 257

fuera de los hábitos llamados feudales. Desde el comienzo de su estudio, Bloch distinguecon cuidado tiempos y lugares; distingue y compara. 2 Pero siMarc Bloch se obligaba así a discriminar la diversidad de las morfologías feudales  — y nofeudales —  no era de ninguna manera para obedecer al tradicional imperativo deexhaustividad, para establecer un catálogo más o menos completo de instituciones más omenos afines. Para él, se trataba, por el contrario, de una manera de delimitar e interpretarla esencia común a diferentes formas. En efecto; todo el mundo reconocía la diversidad delas instituciones y de sus desarrollos. Pero se admitía que esta diversidad era secundaria,que existía un contenido común a este polimorfismo, y la historia científica clásica se dabacomo cometido definir ese contenido mediante la eliminación de los detalles adventicios,considerados como adiciones externas, arcaísmos o adulteraciones por obra de influenciasextrañas. Se reducía la diversidad a un prototipo más o menos deformado aquí y allí, y loesencial era ese prototipo. Marc Bloch no niega la realidad de una sociedad feudal, pero nola busca en un promedio de las diferencias. Por el contrario, la encuentra en la comparaciónde las diferencias mismas, sin intentar jamás reducirlas, más allá de su variedad, a un prototipo común. Si existe una unidad, no se la descubre mediante la abstracción sino en elseno mismo de la diversidad. Esta unidad aparece como el resultado de una tensión en lasdiversidades, y la percibimos como unidad gracias a la especificidad de ese complejo enrelación con los otros complejos de diversidades, que la precedieron o siguieron, o que

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coexisten con ella. La unidad es lo que hace que los otros sean otros. Y esta alteridad no sereduce a un promedio común a las subdivisiones de un mismo conjunto. Más aun; laconciencia concreta de esta unidad se altera a medida que el observador se aleja de una percepción aguda de las diferencias que son irreductibles a un grado superior de diversidad.Una estructura social se caracteriza por lo que la diversifica en el tiempo y en el espacio.

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El esfuerzo de L. Febvre es inseparable del de Marc Bloch. Dirigieron juntos aquellosadmirables Annales d’Histoire Sociale que hicieron entrar en el mundo de los hombres deciencia y en una parte apreciable del gran público cultivado una concepción viviente y

fecunda de la Historia. Nadie contribuyó más que L. Febvre a esta renovación. De suslibros y sus artículos publicados en los An nales y en la Revue de Synthése Historique se podría sacar con facilidad el material para un vigoroso ensayo sobre el método histórico, ytambién las primeras bases para una filosofía sobre la Historia. En este sentido, su obra esdecisiva, y su importancia debe ser subrayada de inmediato. Sin embargo, no insistiré enello, porque sería un trabajo de antología y habría que reunir demasiados extractos y citas,lo que no es el objetivo del presente ensayo. Por otra parte, correría yo el riesgo de incurriren la repetición, puesto que muchos de los pasajes que conforman las páginas precedentesse inspiran muy de cerca en las opiniones de L. Febvre. Como en el caso de M. Bloch,quisiera solamente evocar algunos aspectos de su método de historiador y mostrar en quésentido se orienta esta nueva escuela. Me apoyaré en dos obras recientes de L. Febvre,  El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais;3 En torno del”Heptamer ón”: amor sagrado, amor profano. 4 Ambas tratan de las estructuras mentales propias de los hombres del siglo XVI. Pero ninguna aborda este tema de manera directa: laintención se abre paso sólo en los títulos o los subtítulos. Febvre no se propone agotar sutema, la sociedad del siglo XVI, o de hacer una segmentación superficial de él,ocupándose de una zona de esta sociedad. De hecho, la atraviesa toda entera, pero en un punto elegido por él, como quien echa una sonda. Y el lugar para sondear lo elige Febvreallí donde su investigación tropieza con un fenómeno extraño y enigmático a sus ojos. Norelata una3 París, Albin Michel, colección ”La evolución de la Humanidad”, 1942. 

París, Callimard, 1944. LA HISTORIA EXISTENCIAL 1 259

historia, sino plantea un problema y lo hace, en general, a propósito de un hombre(Rabelais, Buenaventura, Des Périers, Margarita de Navarra) o de un rasgo de costumbres:los procesos de hechicería. Distingue en la gesta del pasado aquello que le parece subrayaruna diferencia entre la sensibilidad del hombre de otrora y la del hombre de hoy. ¿En quéconsiste esta diferencia? Esto es plantear el problema. ¿A qué corresponde esta diferenciaen el estado de las culturas que se comparan? Esto es aportar una interpretación y adelantaruna hipótesis. ¿En qué medida esta hipótesis, fundada en un caso singular es aplicable alconjunto de la sociedad? Esto es intentar un ensayo de reconstrucción histórica, sindesarrollar la Historia como si fuera una cinta continua de acontecimientos, sinorefiriéndola al problema inicial, al asombro de comparar el ayer y el hoy que dio origen a lainvestigación y sigue sosteniéndola y orientándola. La Historia se presenta entonces comola respuesta a una sorpresa, y el historiador es ante todo aquel que es capaz de asombrarse,que toma conciencia de las anomalías tal como las percibe en la sucesión de los fenómenos.Esta actitud ante la Historia supone una relación entre el historiador y el pasado, y unaconcepción de la evolución que es muy diferente de los principios reconocidos por laescuela clásica.5 ¿Fue Rabelais un precursor de los libertinos y de los descreídos, como hansostenido los historiadores? Pero, ¿en qué medida podía estar desprendido de toda creencia,viviendo en el universo mental y social de base religiosa en el que estaba inmerso? Si se lo

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encara así, el caso de Rabelais deja de ser una curiosidad de historia literaria paraconvertirse en un problema crucial, y de la solución que se le dé depende toda unaconcepción del hombre en la Historia. O Rabelais podía ser un ateo, más o menos confeso,y la Historia aparece entonces como una lenta maduración en la5 Implica, evidentemente, la convicción de que la Historia no existe como una realidad que

el historiador tiene que reconstituir, sino que, por el contrario, el historiador es quien tieneque darle existencia. A este respecto, véase Raymond Aron,  Introducción a la filosofía dela historia, op.

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cual los datos nuevos surgen insensiblemente de datos anteriores; o bien Rabelais, en elmundo del siglo XVI, no podía no compartir los sentimientos de su tiempo y estabaintegrado en su tiempo, el cual no se asemejaba a ningún otro tiempo. Y entonces la

Historia no es ya una evolución donde los elementos de variabilidad son apenas perceptibles de un momento a otro, sino que se convierte en el pasaje brusco de una culturaa otra, de una totalidad a otra. No se trata de hacerle decir a Lucien Febvre lo que noescribió ni pensó, de arrastrarlo a una concepción de la Historia como dotada de unadiscontinuidad inherente. En su duración mensurable, la Historia es ciertamente continua, pero el método problemático de Febvre lo lleva a concebir la Historia como una sucesiónde estructuras totales y cerradas, recíprocamente irreductibles. Es imposible explicar unas por otras, apelando a la degradación de la una en la otra. Entre dos culturas sucesivasexisten oposiciones esenciales. Entre la primera y la segunda ha sucedido algo que noestaba en la primera, algo equivalente a una mutación en la biología. En mi opinión, lametodología de L. Febvre, aunque todavía no se ha definido él, que yo sepa, sobre este punto de una manera explícita, lo orienta hacia una sociología alejada del vagotransformismo que subyace a los historiadores de los siglos XIX y XX. Una sociedad se le presenta como una estructura completa y homogénea, que expulsa los elementos extraños olos reduce al silencio. Y si se degrada, no se reconstituye insensiblemente bajo formasderivadas, sino que se defiende y, aun aniquilada, sigue sobreviviéndose con tenacidad, pero no dentro de la sociedad que la reemplaza sino a la par de ella: es lo que se conoce conel nombre de ”arcaísmos”. Sólo que estas estructuras discontinuas — en una duraciónmaterialmente continua —  no pueden aprehenderse en estado de aislamiento. En el interiorde una época limitada, donde se acantonaban escrupulosamente los viejos especialistas,todos los fenómenos se asemejan, confundidos en el mismo grisado descolorido. Es un privilegio del hombre viviente captar sin esfuerzo el mundo que lo rodea. Pero elhistoriador no es un hombre del pasado. Su imaginación no LA HISTORIAEXISTENCIAL 261

le recupera la vida, y la apelación a la anécdota pintoresca y sugerente no compensa elalejamiento. El historiador no puede aprehender directamente la singularidad del pasado dela manera como el contemporáneo percibe sin mediación el color propio de su tiempo. Laoriginalidad del pasado solamente se hace presente al historiador por referencia a untérmino de comparación que le es conocido ingenuamente, a saber, su presente, que es laúnica duración que puede percibir sin esfuerzo de conciencia o de objetivación. De estamanera, Febvre se ve llevado a reconstituir el ambiente propio del siglo XVI a partir de lasdiferencias que oponen su sensibilidad a la nuestra. Este es el tema de su libro sobreMargarita de Navarra. ¿Sería admisible hoy día que una mujer sincera y estimada, sometidaa los cánones sociales de su tiempo y de su clase, escribiera a la vez  El heptamerón y el Espejo del alma pecadora? ¿Podría imaginarse hoy que, sin remordimientos ni hipocresía,un rey hiciera de incógnito sus devociones al salir del lecho de su amante? Montaignemismo comenzaba a sentir que era un poco difícil de tragar. Margarita de Navarra no sería posible actualmente, ni siquiera descendiendo peldaño por peldaño, cincuenta arios despuésde su muerte. ¿Por qué? Porque, comenta L. Febvre, existía entonces una relación entremoral y religión que es distinta de la nuestra, y una religión y una moral que tenían uncolorido distinto de las nuestras. Esta afirmación puede discutirse; no importa. Lo único

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que nos interesa aquí es qué dirección debe tomar el historiador en su búsqueda. Establece,ante todo, las diferencias; luego, con esas diferencias, reconstituye una estructura que, pronto, deja de estar integrada por negaciones y aparece como una totalidad original. Alllegar al límite, el historiador percibe su pasado con una conciencia muy cercana a la delcontemporáneo de ese pasado. Ahora bien; si el historiador ha llegado a esta superación de

sí mismo y de sus prejuicios de hombre de su tiempo, no ha sido desprendiéndose de sutiempo, olvidándolo o suprimiéndolo, sino al contrario, refiriéndose en primer término a su presente. Parece difícil, pues, aprehender la naturaleza propia del pasado si uno mutila en símismo el

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sentido de su presente. El historiador no puede ser hombre de gabinete, uno de esos sabiosde caricatura, atrincherado detrás de sus ficheros y sus libros, cerrado al estrépito exterior.Alguien así ha matado sus facultades de asombro y ha dejado de ser sensible a los

contrastes de la Historia. Que conozca los archivos y las bibliotecas — no hace faltadecirlo —  es imprescindible. Pero no es suficiente. Necesita además aprehender la vida desu época para, desde ella, remontarse a las diferencias que le abren el camino hacia unmundo inaccesible. El rejuvenecimiento de la Historia contemporánea no está limitado a lasmodalidades de M. Bloch y L. Febvre. En realidad, se manifiesta en los ambientes másvariados. La Historia Antigua no ha escapado a él. Los descubrimientos más sugerentes nose deben al solo perfeccionamiento de los utensilios arqueológicos o filológicos, sino alempleo de métodos comparativos en el tiempo y en el espacio. La Historia de laAntigüedad no se detiene ya en la cronología o en la geografía clásica. Confina con la prehistoria y se extiende hasta la India y el Asia central: la historia griega se ha visto asírenovada gracias al método comparativo tanto como por los descubrimientos documentales.Los historiadores eligen temas donde la comparación es posible. Por eso se apartan de los períodos clásicos, aislados en una unidad —  por lo demás cuestionable —  por lahistoriografía antigua, y prefieren las áreas y los tiempos en que varias civilizaciones seenfrentan y se recubren: el mundo helenístico, iranio, levantino; los intercambios entreOriente y Occidente a lo largo de la ruta de la seda, de las pistas de las caravanas. LaHistoria Moderna, y sobre todo la contemporánea, se ha mantenido más refractaria a larenovación de los métodos y los principios. Ante todo, porque en ella los hechos políticoshan conservado su importancia predominante. Nuestros contemporáneos sienten menos lanecesidad de explicitar mediante la Historia la conciencia de su propio tiempo, que se les dade manera ingenua. Hay que reconocer, por último, que la masa de la documentación haexigido una especialización no sólo en los tiempos sino también LA HISTORIAEXISTENCIAL 263

en los materiales de la Historia. Junto a los historiadores de la Historia política están loshistoriadores de la Historia económica, como si hubiera una economía, una política porseparado, y no una totalidad humana, política, económica, moral y religiosa a la vez, que esimposible disociar. Por ello las investigaciones de estos especialistas, por más nuevas yfecundas que sean estas especialidades, culminan en callejones sin salida. Se los consultacon provecho, pero sus eruditos estudios no están demasiado lejos de los métodos de laEscuela. Pienso, particularmente, en la historia de los precios, muy importante, sin dudaalguna, pero cuya importancia no ha sido todavía empleada para considerar la incidencia delos precios sobre la mentalidad de los hombres. De todas maneras, si la renovación esmenos general y menos vigorosa en historia contemporánea, no ha dejado de inspirarinvestigaciones muy importantes. En este caso, la investigación versó menos sobre eltiempo que sobre el espacio, merced sobre todo a los progresos paralelos de la sociología yla geografía: geografía electoral, de las prácticas religiosas; estudios de los niveles de vida,de las mentalidades colectivas, de los fenómenos demográficos, de las actitudes ante la viday la muerte. Esta rápida inspección de horizontes, por incompleta que sea, basta para darcuenta del hervidero de ideas nuevas, en materia de temas y en materia de métodos, dentrode la historia contemporánea. Intentemos ahora caracterizar los puntos comunes a esteconjunto de investigaciones y en qué medida definen una actitud ante la Historia.

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 Volvamos, pues, sobre cosas que hemos dicho allí y aquí, a propósito de esto o aquello, para armar un pequeño catecismo de una historia ”existencial”, que ser á a la vez demasiadoriguroso y demasiado incompleto, pero que nos permitirá ver un poco claro en esta materiaque se encuentra en plena transformación. La historia clásica de fines del siglo XIX se

definía como la ciencia de los hechos y de su sucesión lógica y cronológica. La cienciamoderna se afirma como las ciencias de

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las estructuras, y hay que tomar la palabra ”estructura” en un sentido muy af ín al de laGestalt. Esta estructura no es solamente un conjunto de hechos relacionados por su ordenen el tiempo o por su encadenamiento causal. Los hechos no son más que el material. La

estructura, o como prefieren decir los historiadores, el ambiente, es una totalidad orgánicaque agrupa los hechos, pero bajo una forma y una iluminación  — según una estética —  queles son propias en un momento del tiempo y en un punto del espacio. Una misma estructurano se repitió nunca ni se repetirá jamás. Su reconstitución arqueológica efectuada por elhistoriador coincide con la conciencia ingenua que el contemporáneo toma de la particularidad del tiempo en que vive. La búsqueda de una estructura depende menos de lanaturaleza de los hechos que de su organización de conjunto. Se ha dicho demasiado que larenovación de la Historia se debió a la elección de los temas. La Historia a la maneraantigua sería la historia-batalla o la historiapolítica. La Historia según las concepcionesmodernas sería la historia económica o social. No es exacto. La Historia es actualmentetotal, y no elimina ni los hechos políticos ni los hechos militares. Desconfía solamente delos hechos aislados, de los hechos de herbario o de laboratorio. Los acontecimientosmilitares, diplomáticos, políticos, responden mejor que los otros fenómenos sociales a ladefinición positivista del hecho. Y es así porque ellos mismos son productos promedio, primeras abstracciones. Se sitúan en un grado de la institución que se ha alejado de larepresentación concreta del hombre en su tiempo. A ello se debe que muestren entre sí unaire de familia que ha seducido a los moralistas, los políticos y los eruditos. Son más fácilesde aislar, se separan sin dificultad del flujo movedizo de los fenómenos. Adoptan sinresistirse esa vida autónoma del hecho que se fecha y se inserta en la cadena continua de losefectos y de las causas. Están situados en el límite entre lo concreto histórico y el hechoabstracto de las historias. Por eso las historias clásicas los adoptaron con entusiasmo yredujeron pronto exclusivamente a ellos el tema de sus investigaciones. LA HISTORIAEXISTENCIAL 265

Esto no quiere decir que no existan. Todavía será necesario volverlos a colocar en laestructura a la que pertenecen, es decir, interrogarlos no ya sobre ellos mismos, como sifueran independientes y autónomos, sino sobre la estructura de la que son uno de loselementos constitutivos. Y lo propio de un ambiente humano consiste en que cada uno deestos elementos no sea simple sino que reproduzca toda la complejidad de su ambiente.Los hechos diplomáticos pueden entonces proporcionar la materia de un aporte a unahistoria estructural como aquella de la que hablamos, cual sucede en los estudios de J.Ancel sobre la política europea, la noción de fronteras, etcétera. Sin embargo, el historiadormostrará más predilección por los fenómenos que no han sufrido el proceso degeneralización de los fenómenos políticos. Buscará con fervor los datos que existen antesde la institución y conservan intacta la frescura de las particularidades: las cosas de las quese sabe inmediatamente que son únicas, no se reprodujeron nunca y no se reproducirán jamás. Es por ello que la historiografía reciente se interesa de manera especial por losfenómenos económicos y sociales: están más próximos de la vida cotidiana de todos loshombres. Son, por decirlo así, hechos existenciales. Pero esa cualidad existencial no la poseen intrínsicamente. Si se los aísla, se vuelven, como los hechos políticos, hechosabstractos, que han perdido su sentido y su color. No existen sino dentro de su estructura.Es verdad que es más difícil separarlos, y sin embargo la economía política no se ha

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abstenido de hacerlo, y sus tan rigurosos esquemas son tan mecánicos por lo menos comolas sucesiones causales de los historiadores objetivos! Entre los materiales del pasado, lahistoriografía moderna concede un crédito especial a testimonios a los que actualmente seles atribuye un valor que escapaba ipso facto a los contemporáneos. En los relatos del pasado, el historiador se interesa por lo que al contemporáneo le parecía natural, lo que el

contemporáneo no hubiera podido marcar sin incurrir en puerilidad. Y la razón es que unmundo (o una estructura) se particulariza por hábitos colectivos cuya característica es serespontáneos. Estos hábitos desaparecen

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cuando cesa su espontaneidad y su desvanecimiento señala el fin de un mundo que ellosdefinían. A ese hombre de otro mundo que es el historiador las espontaneidades del pasadose le presentan, en cambio, como extrañezas. Hay pues datos históricos que son a la vez

espontáneos para los contemporáneos y extraños para el historiador. Su espontaneidad los pone al abrigo del defecto inherente a tantos documentos cuyo autor ha posado para la posteridad y calcula los acontecimientos que relata. Pero al historiador le interesasolamente lo que tal hombre dice sin saberlo. Al historiador, por ello, le incumbirá explicaren qué sentido esos hábitos ingenuos y que es necesario reconstruir caracterizan lascostumbres de un tiempo en que eran naturales e irreflexivas. Tiene que  psicoanalizar losdocumentos, como Marc Bloch y Lucien Febvre psicoanalizaron los testimonios de la EdadMedia y del Renacimiento para reconocer la mentalidad particular de esas épocas, es decir,una mentalidad inadvertida por los contemporáneos y asombrosa para nosotros. Enrealidad, esta necesidad del psicoanálisis histórico no se limita a un determinado género dehechos. Los hechos políticos, diplomáticos, militares, no escapan de ella. Un hecho deja deser una muestra de laboratorio y entra en relación con la estructura total cuando aparececomo un hábito espontáneo y que ha dejado de ser tal. Concebido así, el hecho posee unvalor incuestionable, por lo menos como útil de trabajo para la reconstitución histórica.Puede definirse como el elemento de una estructura pensada que no existe ya en laestructura del observador, en el presente del historiador. De lo dicho resulta que no existeotra historia que la historia comparativa. La Historia es la comparación de dos estructurasque se trascienden recíprocamente. Remontamos del presente al pasado, perodescendemos también del pasado al presente. El contemporáneo tiene el sentimiento naturalde su Historia, pero de la misma manera como tiene conciencia de sí mismo: no se larepresenta claramente y ni siquiera siente la necesidad de hacerlo. Por ello la Historia LAHISTORIA EXISTENCIAL 267

científica ha llegado tan tarde; por ello ha sido tan lerda en definir sus métodos y sus fines; por ello fue inicialmente una Historia Antigua. Es más fácil descubrir al otro: aunque se loconciba torpemente, aunque, por una reacción que sigue a la primera sorpresa, se reduzcaesa alteridad a un prototipo promedio, el hombre clásico. En el punto de origen de laHistoria más Flrimitiva, la más sobrecargada de moral y política, encontrainos un elemento — a veces imperceptible y borrado —  de asombro y de curiosidad. Este asombro no existedentro de la propia Historia, donde todo es obvio. Por ello la historia de loscontemporáneos ha sido la más tardía y la menos satisfactoria. Comenzó por la historia delos hechos. Por una parte, los hechos, debidamente solicitados, ofrecían argumentos políticos y polémicos a las opiniones de los partidos. En definitiva, el hecho, abstracto yobjetivo, es una construcción lógica que no depende de un sentimiento viviente de laHistoria. Las historias de la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento habíancomenzado ya su reforma, pero la historia contemporánea persistía en los métodosnarrativos y analíticos de la época positivista. Lo mismo que las otras historias, la historiacontemporánea sólo puede ser comparativa. El historiador del pasado tiene que referirse al propio presente. El historiador del presente, al contrario, tiene que abandonar su presente para remitirse a un pasado de referencia. El historiador del pasado debía tener de su presente la conciencia ingenua de un contemporáneo. El historiador del presente debeadquirir de su presente un conocimiento arqueológico de historiador. De lo contrario, la

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estructura que quiere definir se le vuelve demasiado natural como para que pueda percibirlaclaramente. El historiador del presente, y no del pasado, es quien debe salir de su tiempo;no para ser un hombre de ningún tiempo, sino para ser el de otro tiempo. La Historia nacede las relaciones que el historiador percibe entre dos estructuras diferentes en el tiempo yen el espacio.

Entendida así, la Historia, para vivir, exige que haya

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268 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

estructuras fundamentalmente diferentes, tan diferentes, que sea imposible pasar de una aotra por degradaciones insensibles. Este pasaje pudo ser (ha sido casi siempre) insensible para los contemporáneos en los períodos de transición. Pero los contemporáneos no vivían

esta transición como un pasaje de un antes a un después. Para ellos era un presente queenglobaba a la vez supervivencias y anticipaciones, sin que el pasaje se diera objetivamenteen el interior de la propia estructura. La Historia postula la trascendencia de las culturassucesivas, y el método moderno se funda sobre esta trascendencia. Es imposible, pues decirhoy de la Historia, como se escribía ayer, que es una ciencia de la evolución. Loshistoriadores persistirán en emplear esta palabra, cómoda y peligrosa, de evolución paraexpresar ideas de cambio, de lenta deriva, pero paulatinamente irán vaciando el término desu connotación biológica. La Historia, aun conservando y perfeccionando su instrumentalcientífico, se concibe como un diálogo en el cual el presente no está ausente nunca.Abandona aquella indiferencia que los maestros de otrora le querían imponer. El historiadoractual reconoce sin vergüenza que pertenece al mundo moderno y que trabaja a su manera para responder a las inquietudes (que él comparte) de sus contemporáneos. Su visión del pasado permanece ligada al presente, un presente que ya no es solamente una referenciametodológica. La Historia ha dejado de ser una ciencia serena e indiferente. Se abre a la preocupación contemporánea, de la que constituye una expresión. Ya no es solamente unatécnica de especialista, sino que se convierte en una manera de ser en el tiempo, propia delhombre.1949 N VIII

LA HISTORIA EN LA CULTURA MODERNA

Una vez salido del mundo cerrado de mi infancia, fui solicitado por dos concepciones de lahistoria; una era política, y prometía prolongar las nostalgias monárquicas que me habíanfascinado. Era ella la concepcion bainvilliana de la historia de Francia. Estaba fundadasobre la idea de la repetición de los hechos históricos, transformando en un sistema laconciencia ingenua del pasado, tal como se perpetuaba en mi familia. La otra manera deabordar la Historia era la de la Sorbona, una manera objetiva, tan seca por lo menos yabstracta como su rival, pero que se desentendía de las preocupaciones políticas, y seempinaba para adquirir un rango entre las ciencias exactas. En el fondo, ningún historiador pudo evitar la alternativa de las dos historias, científica la una, política y conservadora, omarxista, la otra. Ningún historiador dejó de hacer la opción. Los científicos más austerosse esforzaban tan sólo por asegurar en su vida personal la estanqueidad entre la cienciaobjetiva y la interpretación política del pasado. Mas, por desinteresada que fuese suerudición, padecían la manera de concebir el tiempo que se practicaba en su ambiente, deacuerdo a la pertenencia política de cada cual. Porque, en efecto, la filosofía política de lahistoria dividía la opinión en dos campos, como en un frente de guerra. En cada uno deellos chocaban distintas tendencias, pero había una convivencia como entre gentes quehablan la misma lengua. Y esta impresión de parentesco provenía —  por encima de lasortodoxias y las excomunicaciones de una capilla a otra —  de una actitud común ante laHistoria. Según que se pusiera el acento en la idea de una repetición o en la de un devenir,cada uno se clasificaba a la izquierda o a la derecha. Una manera bastante vaga deconsiderar el pasado hacía que todos se vieran colocados de un lado o del otro de la línea

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del frente. Hasta los historiadores profesionales, enamorados de la objetividad, no podíanevitar 

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la elección, y cualquiera que elige algo queda comprometido. Por mi parte, oscilé durantecierto tiempo entre la objetividad universitaria y la interpretación cíclica, favorecidaentonces por los intelectuales de Action Francaise. Ya entonces me dedicaba a la obra de

Marc Bloch y de Lucien Febvre, pero todavía no la había asimilado lo suficiente paracomprender en qué desembocaba. A decir verdad, aquella época de mi vida intelectual medeja un regusto más bien desagradable de tironeo. A cada instante me era necesario cambiarde registro, según que el interlocutor colocara el debate en el plano de la historia científicaó de la filosofía política de la Historia. Los intentos de compenetrar ambos sistemas eransiempre desdichados. Una referencia a la política tradicional de las fronteras naturales, tancara a Sorel y a Bainville, era el medio más seguro para recibir una nota eliminatoria en unexamen universitario. Los profesores se encarnizaban menos en los eventuales erroreshistóricos reales que en la influencia que venteaban de una guerra execrada. En el otrocampo, recuerdo haber presentado un programa de conferencias para un círculo de estudiossociológicos donde se estudiaban las clases sociales. Me parecía un medio de renovar un poco los temas de la Action Française recurriendo a los métodos de los historiadoressociales, con su apelación a experiencias vividas y concretas. Pero la idea no fue aceptada, porque no se prestaba a extraer conclusiones políticas suficientemente eficaces,suficientemente prácticas. Para evadirme de esta alternativa fue necesario que sobrevinierael traumatismo de 1940y los años de pruebas que le siguieron. En nuestras vidas perturbadas, la Historia cobró entonces una resonancia más íntima, más ligada a la propiaexistencia, algo mucho más próximo que las teorías ofrecidas hasta entonces a nuestracuriosidad. Y esto aconteció de dos maneras. En primer lugar, la Historia apareció bajo unaforma masiva y extraña: un momento del tiempo, madurado por LA HISTORIA EN LACULTURA MODERNA 271

los momentos del tiempo que lo habían precedido, pero sin embargo opuesto a ellos por particularidades irreductibles. Ese tiempo emergía como un bloque. ¿Su movimientoobedecía a leyes? Con seguridad que no a las leyes que los historiadores mecanicistashabían propuesto. Pero la noción misma de ley importaba poco: no se aplicaba ya a estanaturaleza de fenómenos. Sabíamos bien que no podíamos disciplinar esta masa torrencialde acontecimientos valiéndonos de una técnica propia de ingenieros. Aquella nos fascinaba porque, por extraña e incomprensible que pareciera, afectaba nuestra existencia en todos losniveles, de los más superficiales a los más profundos. La Historia no podía ya ser un simpleobjeto de conocimiento desinteresado o de explicación orientada. Se había transformado ennuestra esencia misma, y nosotros, sencillamente, no podíamos evitar ese enfrentamiento.Se convertía en el modo como el mundo moderno se hacía presente a cada uno de nosotros.Hasta ese momento, los hombres, protegidos por el espesor de sus vidas privadas, nosentían el mundo de su tiempo con un sentimiento tan concreto. Pero ahora cada cual seencontraba situado frente a un mundo, situado en un tiempo. La Historia es la concienciaque se toma de esta presencia temible. El traumatismo de 1940 hizo algo más querevelarnos la gran historia, total y masiva. Se nos apareció otra historia, peculiar de cadagrupo humano considerado separadamente. Ch. Morazé ha observado que las pequeñascomarcas antiguas, que parecían haberse desvanecido integradas en unidades regionalesmás amplias, retomaron la vida durante la ocupación alemana. Esta observación es muyimportante, y tiene un vasto alcance. La razón no es solamente que la coyuntura de la

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la formación del maquis. Por causas complejas y múltiples — materiales las unas, como lasdificultades de comunicación; morales, las otras, como la necesidad de cercanía ycomplicidad en un ambiente sospechoso u hostil — , la existencia social se estableció en un

nivel de integración más bajo. Entonces se nos reveló todo un mundo del que no había casiconciencia: un mundo de relaciones concretas y únicas de hombre a hombre. Este mundodenso, pero restringido, se hunde en el pasado y compromete nuestro presente. Es el rostrofamiliar de una historia que poco antes nos parecía extraña, bajo su aspecto masivo. Esnuestra historia particular, que nos pertenece como propiedad y es esencialmente diferentede la historia particular de otro grupo. Por eso he querido colocar al comienzo de esteensayo la evocación de los recuerdos que, a partir de 1940, me parecieron más importantesy válidos que lo que había creído hasta entonces. A la luz de esta revelación de las historias particulares comprendí mejor el sentido de la noción maurrasiana de herencia, tan ligadacon las memorias antiguas, con las imágenes piadosamente recogidas de nuestros pasadosfamiliares. Es curiosa la manera como esta idea tan concreta de herencia pudo conciliarselargo tiempo con una historia considerada como un mecanismo de repetición y comolección de asuntos políticos. La historia particular es bien distinta de la historia total ycolectiva que hemos ”reconocido” antes. La Historia colectiva no es ni la suma ni el promedio de las historias particulares. No son dos momentos de una misma evolución. Porel contrario, son solidarias, y tomamos simultáneamente conciencia de una y de otra. Sondos maneras de estar en la Historia. Vimos que la gran Historia colectiva aparece como unmomento del tiempo opuesto a los otros momentos que lo precedieron o lo seguirán. Ladiferencia se hace en el tiempo. Por el contrario, la diferencia entre una historia particular yotra historia particular interviene en mi historia y la tuya, y no entre la historia de ayer y lade hoy. Mi historia se opone a las otras, gracias a una singularidad que resiste al tiempo y asu poder erosionante y reduc LA HISTORIA IN LA CULTURA MODERNA273

P tor. Esta singularidad introduce un elemento de inercia, deresistencia al cambio: la herencia, como la concibe Maurras. Así lo entiende el padre defamilia cuando responde a su hijo: ”Puedes hacerlo, pero no es la costumbre de nuestra

familia, y entre nosotros eso no se hace”. En este sentido, se puede hablar de permanencia.

Pero hay que entenderse: esta permanencia no es inmovilidad. De hecho, las tradiciones delos grupos sociales se modifican profundamente en el tiempo, pero estas variaciones noafectan el sentimiento de que en el interior de los grupos los miembros han permanecidofieles a su pasado. La historia particular existe en la medida en que es negación al cambioen el interior de un cambio universal.

Fue así como la Historia, en el transcurso de aquellos arios perturbados, reveló un rostrodoble, sin que por ello su unidad fundamental fuera afectada. Como en todas las cosashumanas, la unidad, cuando es auténtica, no aparece sino después de una primeradiversidad, a veces, después de una contradicción. Cualquiera sea, la Historia es siempre laconciencia de lo que es único y particular, y de las diferencias entre muchas particularidades. Las diferencias pueden situarse en los tiempos (es decir, en los momentossucesivos de la Historia) que se oponen unos a otros. A esto llamo yo la Historia total ymasiva. Las diferencias pueden estar también fuera del tiempo, en la conciencia que una

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colectividad toma de sí misma por relación no con otra época de su propio devenir sino conla colectividad vecina, y esto es lo que llamo historia particular, la historia de las herencias.Esta historia está todavía en su infancia, mal desprendida de una sociología sistemática yverbalizante. Sería tal, por ejemplo, la historia de la conciencia de clase, la historia de lasrepresentaciones del nacionalismo, la historia de las opiniones, etcétera, eso que sucede

cuando en el interior de un grupo restringido se crea un mito tutelar donde cada uno secobija, con la esperanza, imposible de desarraigar, de resistir al futuro.

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reside en el desarrollo de las técnicas sino en el papel determinante y absoluto quedesempeña la técnica en la designación de los objetos. En el fondo, no existen ya objetos,sino reproducciones de un prototipo ideal definido por su destinación. No hay ya objetos,sino funciones técnicas. No hay hachas, sino un instrumento cortante. En el límite, unvocabulario tecnológico, nuevo y abstracto, reemplaza el nombre vi-

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276 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

viente de los objetos concretos. Nuestra cultura ha dejado de estar fundada  — como loestaban las culturas de otrora —  en las particularidades constitutivas. Ni siquiera escomparable a aquellas culturas antiguas que coexistían con estilos diferentes. No tenemos

ahora cultura, sino que tendemos a un tipo general y abstracto de cultura, lo quecomúnmente se llama la cultura moderna, caracterizada en Tokio, San Francisco y París por la uniformidad de las técnicas. Es posible — y aun acontece a veces —  que estauniformidad no llegue a imponerse a las costumbres y a eliminar todos los elementostradicionales de diferencia. La historia contemporánea está hecha de las reacciones de estasinercias del pasado contra la estandarización tecnocrática. Ello no impide que este idealtecnocrático se deslice a través de las representaciones más comunes de la vida.Cualesquiera sean nuestras reacciones personales, nuestras nostalgias de un pasado másconcreto y singular, no podemos deshacernos del hábito inveterado de considerar en losobjetos la función antes que la forma. Y esta manera de ver las cosas es lo importante. A lasculturas de las diferencias se opone la cultura de la técnica, siempre semejante a sí misma.Ahora bien, a medida que la técnica se iba imponiendo en las costumbres, las particularidades, expulsadas del universo familiar de los objetos, iban conquistando elmundo de las ideas y de las imágenes, del pensamiento y del arte, y reemplazaban poco a poco al hombre constante y universal del clasicismo. Todo sucede como si el desleimientode las particularidades destruyera el clasicismo en las modalidades superiores. Habíanecesidad de ellas, sin que se lo advirtiera claramente, y de pronto se desvanecieron. Loshombres oscilaban entre la doble uniformidad de la técnica y del clasicismo. Corrían riesgode perecer. Entonces, los particularismos reprimidos se tomaron la revancha en el dominiootrora reservado a las generalidades de un clasicismo unitario. Invadieron la literatura y elmundo de las ideas. En esta penetración, la Historia desempeñó un papel curioso. LAHISTORIA EN LA CULTURA MODERNA 277

Por una paradoja asombrosa, fue inicialmente el refugio del clasicismo, expulsado de laliteratura por la novela. En el siglo XIX la novela aseguró el triunfo de los tipos sociales,diferenciados según el tiempo, el lugar, la condición. En cambio la Historia, por lo menosen sus formas literarias, académicas, conservadoras, mantuvo la ficción del hombre clásico.Postuló, en principio, la constancia de la naturaleza humana, inalterada por lasmodificaciones pasajeras del devenir. Esta idea de la constancia del hombre se convirtióentonces en un lugar común de las maneras de pensar y de hablar de la sociedad burguesa.Todavía hoy, en una reunión de conservadores cultos, si alguien se atreve a sugerir, en elcurso de una conversación que los tiempos se suceden esencialmente diferentes unos deotros, escapando a una generalización común, escuchará inmediatamente protestascalurosas. Ese mismo auditorio conservador discutirá más fácilmente, con menos asombro,el punto de vista marxista. No lo compartirá, pero lo comprenderá. Sin duda porque en elfondo comparte la misma actitud sistemática. En cambio, frente a una interpretacióndiferencial de la Historia, la burguesía se eriza como ante el absurdo.6---- La supervivencia del clasicismo en la Historia forma hoy día parte de la conciencia declase burguesa. Proporciona a la burguesía una justificación moral. Si el pueblo es siempresemejante a sí mismo, esto significa que sigue siendo siempre un menor de edad, expuestoa los mismos peligros, pronto a sucumbir a las mismas tentaciones. Tiene, por ende,necesidad de ser dirigido por una clase ilustrada. Por otra parte, en esta predilección por la

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idea del hombre clásico hay algo más que un argumento: se trata del aferramiento a unamanera de ver el mundo en la cual la burguesía se siente cómoda y la mantiene en el únicosector que todavía preserva. Sin embargo, es una posición superada, ligada a opinio/nes ycostumbres ”victorianas”. Este repliegue al clasicismo era posible todavía antes de lainvasión de la sensibilidad por la técnica. La burguesía clásica se servía de la técnica, pero

su universo mental, formado por las ”humanidades”, conservaba algunas de lasmodalidades anteriores a la era

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técnica. En cambio, a partir de 1914, las diferencias de cultura fueron reducidas másrápidamente al tipo promedio de cultura que caracteriza al mundo moderno. Y en el seno deesta cultura, fundada sobre la uniformidad de las funciones y de las técnicas, es donde la

Historia, sentida como la diferencia de los tiempos y de las particularidades supera losgrupos desperdigados de los profesionales. Confluye con las corrientes de pensamientodominantes hoy día y amenaza con invadir los últimos baluartes de las ortodoxiasconservadoras o marxistas.

 A una civilización que elimina las diferencias, la Historia tiene que devolverle el sentido perdido de las peculiaridades.1949 Anexo I

ENTREVISTA A PHILIPPE ARIES, POR MICHEL VIVIER Aspects de la France, 23 deabril de 1954.

Philippe Ariés acaba de publicar, en Editions du Rocher, una obra titulada  El tiempo de lahistoria, que nos parece de interés excepcional. Formado en la escuela de Bainville yorientado más tarde hacia lo que él denomina la ”historia existencial”, Philippe Ariésexpone, en los diversos ensayos que ha reunido en su libro, su experiencia como historiadory sus concepciones sobre el género histórico. Con gran gentileza se ha prestado a respondera las preguntas que para información de los lectores de  Aspects le formulamos: P.A.: Estoyabsolutamente persuadido, nos dice, de que la historia no está orientada en un sentido o enel contrario. No hay nada más falso que la idea de un progreso continuo, de una evolución perpetua. La historia con una flecha de dirección del tránsito es algo que no existe. Esto es para mí tan evidente, que quizás en mi libro no lo destaqué suficientemente. Cuanto más seestudian las condiciones concretas de la existencia a lo largo de los siglos, mejor se ve loque hay de artificial en la explicación marxista, adoptada actualmente por muchoscristianos. Una historia atenta a todas las formas de lo vivido lleva, por lo contrario, a unaconcepción tradicionalista. M.V.: Esa historia que lleva al tradicionalismo, ¿es, con todo,diferente de la historia bainvilliana? Usted señaló en su libro que el sentido maurrasiano dela tradición viviente puede inspirar formas de historia que difieran de las vastas síntesisexplicativas de las que Bainville ha proporcionado el modelo, síntesis a las que cabríallamar ”mecanicistas”, o mejor aun, ”cartesianas”. ¿Podría usted precisar ese punto devista? P. A.: Bainville, contesta Philippe Ariés, tenía un gran

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talento. Su Historia de la Tercera República, por ejemplo, tiene una pureza de líneasadmirable. ¡Y qué lucidez en el análisis de los acontecimientos! Basta mirar las obrasluminosas que se han armado después de su muerte con sólo empalmar sus artículos

 periodísticos. Añadiré que era un maestro demasiado grande para no ser sensible tanto a lo particular como a lo general, a las diferencias como a las semejanzas. Pero me parece que podría redundarse un grave riesgo si los continuadores de Bainville aplicasen sinflexibilidad su método de interpretación e hicieran de la historia un mecanismo derepetición, útil para presentarnos siempre y en todas partes lecciones enteramente armadas.Para ellos, Francia dejaría pronto de ser una realidad viviente y se convertiría en unaabstracción sometida únicamente a leyes matemáticas. M.V.: A su juicio, el verdaderohistoriador, que sería al mismo tiempo el verdadero maurrasiano, tendría que dedicarse ahacer la historia del país real, con sus comunidades, sus familias... P.A.: Exactamente. Lahistoria es, para mí, el sentimiento de una tradición que vive. Michelet, a pesar de suserrores, y Fustel, tan perspicaz, lo habían sentido fuertemente. Hoy día esta historia es másnecesaria aun. Marc Bloch ha dado el ejemplo, y Gaxotte, en su  Historia de los franceses,lo saludó como un iniciador. Pero incluso entre el público este sentimiento de la historiaestá más vivo que antaño. Como muchas tradiciones han desaparecido, sobre todo despuésde la fractura de 1880 de la que hablaba Péguy, esta historia permite tomar plena concienciade lo que otrora fue vivido espontánea y sobre todo inconscientemente. Tener elsentimiento de la historia es sentir y comprender que el presente no puede ser separado nidel futuro, ciertamente, ni del pasado. M.V.: Es decir que para usted hay allí un magníficocampo que podrían explorar los jóvenes historiadores preocupados por su nación. Su libro,me parece, es apto para suscitar ese tipo de vocaciones. P.A.: Mucho me alegraría, ya quela historia existencial mostraría cómo perviven las tradiciones en el seno de ENTREVISTAA PH. ARIES 281

las comunidades. Algunas se conservan bajo formas inéditas; las hay que mueren, perotambién están las que nacen. Un ejemplo llamativo es el sentido de la familia. En un mundomecanizado, el hogar es probablemente lo único que se sustrae a la técnica. Este sentido dela familia, tal como se lo entiende en la actualidad, nace en el siglo XVIII, pero se afirma y se desarrolla de manera paradójica a partir de1940 en la mayor parte de los países de Occidente, con excepción de España e Italia. Era desuponer que esta postguerra, como la anterior, traería consigo una epidemia de divorcios,una disminución de la natalidad, un desmembramiento de la familia. Pero en esos países, enotros tiempos malthusianos, se produjo todo lo contrario. No hubo una repetición mecánicani una evolución lineal, sino un hecho nuevo que dio lugar a una tradición nueva. Elincremento de la natalidad y el refuerzo de los vínculos familiares se observan en Inglaterratanto como en Francia, y las fiestas de la Coronación pusieron en evidencia un tipo particular de fidelidad: la que se profesa no tanto a un miembro de la realeza como a toda lafamilia, a un hogar en conjunto. Lo divertido es que muchos franceses sintieron esafidelidad casi tanto como los ingleses. A Jacques Perret esto le causó mucha gracia. M.V.:Interrogarlo sobre sus proyectos, imagino, no nos llevará a abandonar el tema de la historia.P.A.: Ni tampoco el de la familia. En la actualidad estudio el sentimiento de la infancia através de los siglos. En el siglo XVIII, la infancia inspira ya a los adultos los sentimientosmodernos que conocemos. Por lo tanto, estudio la evolución de esos sentimientos entre la

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 periódico. Para finalizar expresa su deseo de que muchos de los jóvenes lectores tenganvocación de historiadores y logren que la tradición francesa sea mejor comprendida y másamada. Anexo II

CARTA DE VICTOR L. TAPIE A PHILIPPE ARIES,17 de abril de 1954

Es una agradable lectura y una provechosa ocasión de meditar durante mis vacaciones dePascua lo que usted, señor, me ha proporcionado. Permítame que se lo agradezca. No essin una sonrisa que acepto su dedicatoria, excesivamente amable. Usted no puede pensarque yo sea un gran historiador, ni vacilar en someterme esas páginas tan variadas,cautivantes y profundas. Mientras leía me he preguntado varias veces: ”¿En qué categoríame incluiría a mí?” Probablemente en la de la historia científica, también en la de unmundo situado al margen del mundo viviente, un mundo de hechos completos y lógicos, pero carente de ese halo que da a las cosas y a los seres su verdadera densidad.” Por otra parte tiene usted toda la razón en rendir a lo que denomina la historia existencial, la deMarc Bloch y de Lucien Febvre, el homenaje que merece. Formemos o no parte del grupo(por razones que no son siempre doctrinarias), tenemos con ella una deuda indiscutible. Su primer capítulo, ”Un niño descubre la historia”, me pareció pleno de encanto. Se necesitamucha gentileza y mucha independencia para esa bella confesión, y usted la presenta congran sinceridad y un tacto impecable. Tal vez la experiencia que evoca podría ser ampliada.Esta nostalgia por la vieja Francia no era patrimonio exclusivo de los círculos de la  Action Française y, respecto de otros grupos sociales, no sería exacto decir que ”el pasado no iba

más lejos de 1789, salvo por su repercusión en la vida de los Pretendientes.” A comienzos

de siglo había una nostalgia de la vieja Francia que incluía también el Segundo Imperio, susarios de prosperidad económica, su resguardo del orden social, su protección a la Iglesia,todo aquello que se había perdido en la catástrofe aún vivamente sentida de 1870, y cuyasupervivencia, con ese colorido propio de una imagen

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284 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de Epinal que usted tan bien describe, estaba simbolizada por la interminable existencia dela emperatriz Eugenia. Todo ello más provincial, quizás, que parisiense. He apreciadomucho la ”desavenencia” que usted analiza entre el atractivo del pasado y las exigencias

científicas que plantea la facultad. Me ha complacido su estudio sobre el compromiso delhombre moderno con la historia, sobre la influencia de los acontecimientos cósmicos, aescala mundial, en los destinos individuales. Su espíritu penetrante le permite hablar de lahistoria marxista con una mesura y una comprensión dignas de elogio. Creo haberentendido su explicación de la historia conservadora y su testimonio sobre la influencia deJacques Bainville; no considero que tal influencia haya sido benéfica, pero ésa es otracuestión. Temo que haya provocado cierta rigidez espiritual, un endurecimiento de loscorazones en los ambientes burgueses, frente a las cuestiones urgentes del mundo moderno.Que la burguesía, que se decía partidaria del orden establecido, haya hecho tan mal uso delrazonamiento y de la experiencia, y rechazado la sensatez, es, en mi opinión, la causa demuchos de nuestros males (aunque no creo que el fenómeno sea tan exclusivamente francéscomo suele decirse). No desearía extenderme demasiado en esta carta, que pecaría en talcaso de indiscreta. Me referiré a un último punto, si me lo permite. En el fondo, el problema esencial es el lugar de la Historia en el mundo moderno. Acepto todo lo que usteddice y lo refrendo: historia de las estructuras diferentes, diálogo en el que el presente noestá nunca ausente, historia total y colectiva que no es ni la suma ni el promedio de lashistorias particulares. Agregaría incluso unas sabias palabras del viejo historiador G.Lefebvre: enseñanza de la historia e investigación. El error de la enseñanza universitaria(error que persiste) fue complacerse en una erudición estéril, basar su orgullo en unaliteratura hermética, cultivar una historia muerta y no viviente, proscribir el talento. Perome inspiran temor el ensayo, las generalizaciones apresuradas, las construccionesdeslumbrantes que, puestas bajo análisis, resultan contradichas precisamente por un estudioerudito. Siempre se dice que CARTA A PH. ARIES 285

”por supuesto, la erudición es indispensable como base”, pero los que lo dicen son a veces

 personas que no enserian o que no tienen que enseriar a estudiantes. Le aseguro que no esfácil apartar a los estudiantes de las preocupaciones utilitarias relativas al diploma, plantearles exigencias científicas y habituarlos a razonar. Imitarían muy pronto la pedantería y recubrirían con ella su ignorancia. No crea que no comprendo a mis alumnos: por el contrario, los tengo en gran estima y ellos me brindan pruebas de confianza que son para mí más valiosas que el éxito de un libro. Lo ideal sería hacer una historia viviente, queresultara atractiva para el lector, pero que garantizara al mismo tiempo la autenticidad.Entiendo que algunas obras recientes (pienso en el Oriente y la Grecia de mi amigoAymard) son satisfactorias en ese sentido. Y un libro como el suyo, que alienta y a la vezayuda a conseguirlo, se hace acreedor a mis felicitaciones, que hubiera deseado expresarcon más elocuencia que lo que me ha sido posible. Reciba mi agradecimiento por su amableatención y la seguridad de mi más alta consideración y estima.

8/10/2019 Philippe Ariés - El Tiempo de La Historia

http://slidepdf.com/reader/full/philippe-aries-el-tiempo-de-la-historia 274/274

PAIDOS STUDIO (cont.)

35.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occid Hegel, Schopenhauer yNietzsche)