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REVISTA EUROPEA. NÓM.173 17 DE JUNIO DE 1 8 7 7 . AÑO IV. LA INSTRUCCIÓN ELEMENTAL EN LOS PUEBLOS MODERNOS. I. Ayer todavía se miraba con desconfianza todo esfuerzo que tenía por objeto la enseñanza de las clases populares. No era la educación del pueblo el fin que los gobiernos se proponían al dispensar sus favores á la instrucción pública. Los beneficios de la protección oficial estaban reservados para la sa- biduría, que atesora, como un avaro sus doblas, la heredada ciencia de pasadas generaciones; para la ilustración, que brilla, sin comunicar al espíritu el fuego de la verdad, y mide los quilates del conoci- miento á través del prisma de !a erudición. Hoy las corrientes de la civilización, si no mar- cJian. «n. sftnljflfí, inntivm'ro, '¿fvuic&i •pvníúqfiimmía! a vigorizar el pensamiento. No es que se desconoz- ca la importancia de los trabajos de erudición, que gozan y gozarán siempre del favor de los espíritus cultivados, contribuyendo grandemente al progreso de la humanidad. El ostentoso florecimiento de las artes y de las ciencias es como ia manifestación de las riquezas del espíritu. Pero el destino humano se realiza sobre la tierra desenvolviendo todas nuestras facultades, y crece la dignidad del indivi- duo á medida que el espíritu se perfecciona, y re- dobla la sociedad sus medios de acción, al paso que se multiplican las fuerzas en todos los órdenes y en todas las esferas, según aumenta el conocimien- to que de la naturaleza y de sus leyes adquiere el hombre. Por eso con preferencia se atiende al des- arrollo de la energía indiv dual, y en tal sentido re- forman la enseñanza los pueblos que mejor com- prenden las exigencias de la edad presente. Como decía un pensador insigne, el ilustre americano W. C. Channing, la fuerza del pensamiento es la medida de la grandeza intelectual, lo mismo que la grandeza moral nace de la firmeza de convicciones, de la invencible resolución con que se cumple el deber y se realiza la justicia, superando todo linaje de dificultades. El secreto del poder de las nacio- nes, la causa del bienestar y del mejoramiento de las costumbres, la fuente de donde brotan los más abundantes dones, es la instrucción cuando se apo- dera de la juventud y despierta su actividad po- niendo en movimiento los resortes íntimos de la TOMO IX. vida intelectual y moral. Cuando rnerced á la edu- cación adquiera el hombre la posesión de sí mismo, y por cima de todas las miserias y de todas las pe- queneces se levanten la grandeza moral y el poder intelectual del ser humano, se habrá conseguido el mayor de los triunfos, porque todo depende del es- tado moral é intelectual del que, siendo rey de la creación, aparece en ocasiones como juguete del azar. Esta importancia de la educación sirve de estí- mulo poderoso; ejerciendo sobre los gobiernos y sobre los pueblos una acción tal, que á porfía se adoptan en lodos los países cuantas medidas se consideran beneficiosas á la instrucción en gene - ral. Y la necesidad de difundir la enseñanza se hizo sentir con tanta vehemenciíi, que, además de fun- dar escuelas y ofrecer gratuitamente la instrucción, , se declaró que era obligación ineludible en los pa- tires e'i aar enseñanza á sus hijos, siendo los pue- blos que más rechazan la intervención del gobier- no en los actos individuales aquellos que mayor energía despliegan en la realización de tan lauda- bles propósitos. Suscitáronse empeñadas controversias, que toda- vía continúan, acerca del derecho con quee! Estado lleva su intervención al hogar doméstico, para im- poner al padre deberes, que no están en consonan- cia, según algunos, con el soberano poder que den- tro de la familia corresponde al jefe de ella. Esto sosütwieron y sostienen los que con lógico rigor aplican al régimen de las sociedades el principio de libertad. Y en la esfera de la ciencia, tanto como era el terreno de la práctica, sería insostenible, al mis- mo tiempo que nociva al verdadero progreso, la in- tervención de los gobiernos en la vida de la familiai y en la acción individual si, para favorecer la ense- ñanza, atentasen contra la libertad, porque la viola- ción del dereciio produce siempre lamentables re- sultados en una ó en otra forma. Cuando so plantea- ba la cuestión en los términos y del modo que eni Esparta, arrebatando al padre sus derechos y con- virtiendo al hijo en esclavo del Estado, que ejercíai una autoridad sin límites, no tenían réplica las razo- nes que se oponían á la intervención de los gobier- nos. Pero, en el estado actual de la ciencia, el pro- blema es muy distinto del que se debatía en pasados tiempos. No se trata de los derechos de la sociedad, que ninguno tiene para amoldar la instrucción pú- blica á un tipo determinado. Por muy grande que 47

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REVISTA EUROPEA.N Ó M . 1 7 3 1 7 DE JUNIO DE 1 8 7 7 . A Ñ O I V .

LA INSTRUCCIÓN ELEMENTAL

EN LOS PUEBLOS MODERNOS.

I.

Ayer todavía se miraba con desconfianza todoesfuerzo que tenía por objeto la enseñanza de lasclases populares. No era la educación del pueblo elfin que los gobiernos se proponían al dispensar susfavores á la instrucción pública. Los beneficios dela protección oficial estaban reservados para la sa-biduría, que atesora, como un avaro sus doblas, laheredada ciencia de pasadas generaciones; para lailustración, que brilla, sin comunicar al espíritu elfuego de la verdad, y mide los quilates del conoci-miento á través del prisma de !a erudición.

Hoy las corrientes de la civilización, si no mar-cJian. «n. sftnljflfí, inntivm'ro, '¿fvuic&i •pvníúqfiimmía!a vigorizar el pensamiento. No es que se desconoz-ca la importancia de los trabajos de erudición, quegozan y gozarán siempre del favor de los espírituscultivados, contribuyendo grandemente al progresode la humanidad. El ostentoso florecimiento de lasartes y de las ciencias es como ia manifestación delas riquezas del espíritu. Pero el destino humanose realiza sobre la tierra desenvolviendo todasnuestras facultades, y crece la dignidad del indivi-duo á medida que el espíritu se perfecciona, y re-dobla la sociedad sus medios de acción, al paso quese multiplican las fuerzas en todos los órdenes yen todas las esferas, según aumenta el conocimien-to que de la naturaleza y de sus leyes adquiere elhombre. Por eso con preferencia se atiende al des-arrollo de la energía indiv dual, y en tal sentido re-forman la enseñanza los pueblos que mejor com-prenden las exigencias de la edad presente. Comodecía un pensador insigne, el ilustre americanoW. C. Channing, la fuerza del pensamiento es lamedida de la grandeza intelectual, lo mismo que lagrandeza moral nace de la firmeza de convicciones,de la invencible resolución con que se cumple eldeber y se realiza la justicia, superando todo linajede dificultades. El secreto del poder de las nacio-nes, la causa del bienestar y del mejoramiento delas costumbres, la fuente de donde brotan los másabundantes dones, es la instrucción cuando se apo-dera de la juventud y despierta su actividad po-niendo en movimiento los resortes íntimos de la

TOMO IX.

vida intelectual y moral. Cuando rnerced á la edu-cación adquiera el hombre la posesión de sí mismo,y por cima de todas las miserias y de todas las pe-queneces se levanten la grandeza moral y el poderintelectual del ser humano, se habrá conseguido elmayor de los triunfos, porque todo depende del es-tado moral é intelectual del que, siendo rey de lacreación, aparece en ocasiones como juguete delazar.

Esta importancia de la educación sirve de estí-mulo poderoso; ejerciendo sobre los gobiernos ysobre los pueblos una acción tal, que á porfía seadoptan en lodos los países cuantas medidas seconsideran beneficiosas á la instrucción en gene -ral. Y la necesidad de difundir la enseñanza se hizosentir con tanta vehemenciíi, que, además de fun-dar escuelas y ofrecer gratuitamente la instrucción,

, se declaró que era obligación ineludible en los pa-tires e'i aar enseñanza á sus hijos, siendo los pue-blos que más rechazan la intervención del gobier-no en los actos individuales aquellos que mayorenergía despliegan en la realización de tan lauda-bles propósitos.

Suscitáronse empeñadas controversias, que toda-vía continúan, acerca del derecho con quee! Estadolleva su intervención al hogar doméstico, para im-poner al padre deberes, que no están en consonan-cia, según algunos, con el soberano poder que den-tro de la familia corresponde al jefe de ella. Estososütwieron y sostienen los que con lógico rigoraplican al régimen de las sociedades el principio delibertad. Y en la esfera de la ciencia, tanto como erael terreno de la práctica, sería insostenible, al mis-mo tiempo que nociva al verdadero progreso, la in-tervención de los gobiernos en la vida de la familiaiy en la acción individual si, para favorecer la ense-ñanza, atentasen contra la libertad, porque la viola-ción del dereciio produce siempre lamentables re-sultados en una ó en otra forma. Cuando so plantea-ba la cuestión en los términos y del modo que eniEsparta, arrebatando al padre sus derechos y con-virtiendo al hijo en esclavo del Estado, que ejercíaiuna autoridad sin límites, no tenían réplica las razo-nes que se oponían á la intervención de los gobier-nos. Pero, en el estado actual de la ciencia, el pro-blema es muy distinto del que se debatía en pasadostiempos. No se trata de los derechos de la sociedad,que ninguno tiene para amoldar la instrucción pú-blica á un tipo determinado. Por muy grande que

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738 REVISTA EUROPEA.—17 DE JUNIO DE 1 8 7 7 . N.° 173

sea el interés de las sociedades en la formacioa delcarácter y en la enseñanza de la juventud, interésque, á nuestro juicio, es superior á todos los de-mas, de nada le sirve la más activa intervención delos gobiernos, ni gana en estabilidad, menos aúnen fuerza de expansión, con el apoyo externo quese le presta. Los grandes intereses sociales llevanen sí mismos una fuerza misteriosa que les da viday los impulsa siempre en la dirección más conve-niente al fin que se ha de realizar. En esto precisa-mente consiste el secreto del organismo social. Deesta manera se explica que tales y tantas maravi-llas se desenvuelvan ante nuestros ojos, sin que enel mayor número de los casos aparezcan distinta-mente las causas.

Pero hay en los términos del problema algo quesale de la esfera de los intereses sociales, algo queentra en el extenso círculo del derecho. Alguien

• habrá que sostenga, pero falta ya quien discuta, lasabsurdas afirmaciones que atribuían á la sociedad6 al Estado una autoridad sin límites sobre los in-dividuos. No es la ciudad antigua el ideal de laciencia política. Tampoco la patria potestad, queera un fiel trasunto, verdadera encarnación deldespotismo del Estado, conserva el carácter, tansevero en la forma como duro y cruel en el fondo,de legislador y juez dentro de la familia, con el de-recho de vida y muerte sobre los hijos. Muchos si-glos há que tal concepto se borró hasta de la me-moria de los hombres, sin embargo de que subsistaun tinte vago de lo que fue, porque las institucio-nes se trasforman, modifican su principio genera-dor, y trascurren años y años, muy largos períodosde tiempo, antes que desaparezca por completo elespíritu que primitivamente las animaba.

Decimos que en los términos del problema hayalgo superior á los intereses, siempre muy atendi-bles, de la sociedad, porque el hombre viene almundo con derechos, que son inherentes á su per-sonalidad. Esos derechos en el seno de la familiaestán determinados por las condiciones que sonabsolutamente necesarias para el desenvolvimientode nuestras facultades. No hay ser que más nece-site del cuidado y asistencia de sus padres en losprimeros años de la vida que la criatura humana,y es innegable que los padres tienen el deber, con-vertido por la naturaleza en afán insaciable, de po :

ner á sus hijos en condiciones de realizar los finesracionales de la existencia. Lo mismo que el padreestá obligado á suministrar, según el estado en quese encuentre, alimento, vestido y habitación á sushijos, debe procurarles el alimento del espíritu,que es la educación, pues no son menos dignas lasfacultades del alma que las del cuerpo, ni menosatendibles unas necesidades que otras. Las mismasrazones que hay para consignar en los Códigos la

obligación eñ qjie está el padre Sé alimentar á sushijos, existen para que idéntica declaración se

•haga respecto de la enseñanza indispensable al des-arrollo de nuestras facultades espirituales. El Es-tado define el derecho, lo sanciona y vela por sucumplimiento. No sale de la esfera de su acciónpropia, afortunadamente es más fuerte la inclina-ción de los padres á mejorar la suerte de sus hijos,que el interés de los gobiernos en fomentar la ins-trucción general; y el resorte principal de los ade-lantos en la enseñanza pública radicará siempre enlo más íntimo del organismo social, dependiendodel ejercicio de la libertad y del estado de la civi-lización todo progreso apreciable en esa parte inte-resantísima de la vida de los pueblos. Mas no por-que el resorte del movimiento social se encuentreen los recónditos pliegues de la acción individual,deja de representar un gran papel el Estado, sirviendo de amparo al derecho cuando es descono-cido. Esta misión es de importancia suma en laconcertada marcha de las sociedades, sin que poreso varíe de asiento el principio que da vida á esagran función de la enseñanza en las sociedades.

Reconocida la obligación en los padres de educará sus hijos, y estando facultados los gobiernos paraexigir el cumplimiento de ese deber, surge unanecesidad: la de tener establecimientos de enseñan-za, pues al padre no se le hade convertiren maestro,ni en el mayor número de casos podría serlo. Don-de las instituciones liberales consiguieron llegar ámayor grado de desarrollo existen esos estableci-mientos, nacidos de la iniciativa individual y sóli-damente fundados en la asociación. Donde las ins-tituciones liberales no pudieron arraigar todavía,los gobiernos cuidan muy imperfectamente de lle-nar ese vacío. Y como el mayor número carece demedios para sufragar los gastos de la enseñanza,esta se da gratuitamente, y se pretende conver-tir un hecho, que se extiende y va ganando terreno,en una de las funciones esenciales del Estado.

La diferencia que hay entre la facultad de exigirá los padres que cumplan el deber de enseñar á sushijos y el hecho de suplir la omisión de los padres,encargándose el Estado de la enseñanza, es tannotoria, que no hemos menester de grandes esfuer-zos de ingenio para hacerla comprender. Es lamisma diferencia que hay entre la sentencia quedicta un tribunal, condenando á un padre á que su-ministre alimentos á su hijo, y la asistencia de esteen un establecimiento de beneficencia, ó en otra-forma, si el padre carece de recursos. La caridades una de las virtudes que más embellecen y mayorrealce dan al corazón humano; pero queda desna-turalizada cuando se intenta revestirla de carácterjurídico y se hace obligatorio lo que por su índoledepende de la espontaneidad individual. Es insos-

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M. PEDREGAL.—U INSTRUCCIÓN SEMENTAL EN LOS PUEBLOS MODERNOS. 739tenihle como derecho la asistencia del necesitado.Sería de todo punto irrealizable y en supremo gra-do perturbadora la declaración de que tienen d e r e *cho á ser asistidos ón la holganza, ó dándoles ocu-pación adecuada á sus aptitudes, los que se en-cuentran privados de medios de subsistencia. Lasmismas observaciones son aplicables á la enseñanzagratuita. Se puede, y es un deber de los gobiernos,compeler al padre á que cumpla una obligación quecontrae por el hecho de ser padre. Si carece demedios para cumplir tal obligación, no por eso ad-quiere el hijo derechos contra el Estado, para queeste subvenga á las necesidades de la instrucción.

Pero de la misma manera que se fundaron esta-blecimientos de beneficencia por los particulares,por instituciones religiosas, por las corporacionesmunicipales y por el Estado, igualmente se crearonInstitutos para la enseñanza. En presencia del su-premo interés que las naciones tienen en difundir lainstrucción, los escritores monos simpáticos á lamultiplicidad de las funciones del Estado suelenapartarse del rigorismo de los principios y aconse-jar á los gobiernos que favorezcan la enseñanzapública, de cuyos progresos depende el progresogeneral de las sociedades. El mismo Adam Smith,en su libro inmortal sobre La naturaleza y causasde la riqueza de las Naciones, considera que,- sibien en algunos casos el estado de la sociedad co-loca al mayor número de los individuos en situa-ciones tales que naturalmente se forman, sin inter-vención del Gobierno, las capacidades y virtudesque la sociedad requiere, hay otros casos en que elestado de la sociedad no coloca al mayor númeroen tal situación, y entonces se necesita que el go-bierno fije su atención y vea de qué manera evita lacorrupción y degeneración casi total de la granmasa del pueblo. La sociedad está vivamente inte-resada en la educación de las clases populares, ycuando el estado de la civilización y la ineficacia delos esfuerzos del pobre trabajador anuncian la de-generación ó la eaida del mayor número, el Gobier-no impide ó trata de prevenir tales desastres, favo-reciendo la educación del pueblo. En estos ó pare-cidos términos se expresaba uno de los más gran-des pensadores, que fundó una ciencia, analizandocon exquisito tacto los fenómenos relativos al tra-bajo y al capital, á la producción y al consumo de lariqueza.

La Gran Bretaña, que debe su prosperidad á laescasa intervención del Gobierno en la acción delos individuos, al Self-government, que, dejando ácada uno gobernarse á sí mismo y regir sus intere-ses con entera independencia, dio lugar á que sedesenvolvieran todas las energías que en su con-junto y en su natural organización constituyen elcolosal poder de la nación; la Gran Bretaña, deci-

mos, dictó recientemente leyes para Inglaterra yEscocia, por medio de las cuales organiza la ense-ñanza, que se impuso como una obligación á los pa-dres. En Escocia era obligatoria desde los tiemposde Jacobo VI. Obedeciendo á ese respeto que guar-da la nación inglesa alas libertades municipales,en 1870 autorizó á las villas y ciudades para esta-blecer la enseñanza obligatoria en sus respectivascircunscripciones, con facultad para imponer unacontribución de tres peniques por libra esterlina derendimiento, cuyo producto se destina á la funda-ción de nuevas escuelas ó á la subvención de lasexistentes. Casi todas las escuelas en Inglaterrafueron creadas por una Sociedad especial de laIglesia nacional, por la Sociedad británica extran-jera, por el Comité Wesleyano ó por la Iglesia cató-lica, y esas escuelas se someten á la inspección ofi-cial, cuando reciben subsidios del municipio ó delgobierno. En 1873 se adoptó una medida más eficazpara exigir de los padres que den enseñanza á sushijos: esa fue la de prescribir que los guardianes delos pobres no distribuyan socorros á domicilio en-tre los padres cuyos hijos no reciban instrucciónelemental en una de las escuelas que los padres eli-jan. En prueba de que es singularísima la predilec-ción del gobierno inglés por la enseñanza pública,bastará recordar que autoriza á los comités de edu-cación— school board—para expropiar los terrenosnecesarios en donde convenga fundar nuevas es-cuelas.

Para Escocia se publicó una ley especial en 1872,que recomienda la creación de escuelas normales yespeciales, y que autoriza la imposición de contri-buciones locales, cuando sean insuficientes los re-cursos propios de las escuelas. Se declara que esobligatoria, pero no gratuita, la enseñanza, y á loscongos de educación corresponde fijar el imporltede la remuneración. Los padres, que carezcan de re-cursos para sufragar los gastos que origine la ense-ñanza de sus hijos, tienen derecho, según esa leíyde 1872, á que la parroquia ó el burgo en dondleresiden les suministre la cantidad necesaria d<elfondo de los pobres.

En Irlanda existe desde 1811 una sociedad quefavoreció en gran manera el desarrollo de la ense-ñanza. Y es de notar que, habiéndose aprovechadloel Estado de los beneficios de esa sociedad para dii-fundir la educación, son laicas las escuelas, y dis-puso el gobierno de la Gran Bretaña que en ellasno se diera enseñanza religiosa, á petición de HaSanta Sede, que temía la influencia de la Iglesia am-glicana. Ese sistema es el que hoy predomina en ffilReino-Unido. Pero ¡cuan instructivo es que el clerocatólico haya solicitado y obtenido en Irlanda lioque condena como abominable indiferencia en lospaíses donde impera!

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740 REVISTA EUROPEA.—17 DE JUNIO DE 1 8 7 7 . ÑA 173

ii.

En todas partes dieron los gobiernos pruebas deque fundaban en la enseñanza del pueblo las máslegítimas esperanzas de engrandecimiento. No es,por desgracia, España la nación que más se distin-gue por la celeridad de su movimiento en esa di-rección.

Sin embargo, tienen importancia verdadera losprogresos realizados desde 1850, según vemos enla Estadística general de primera enseñanza, re-cientemente publicada por la dirección general deInstrucción pública. Es sensible que los datos á quese refiere no alcancen más que al año 1870.

El número total de escuelas públicas era en 1850til de 13.334. Veinte años después, en 1870, el nú-mero de escuelas se elevaba á 22.711. Merecen es-pecial mención las escuelas privadas, que repre-sentaban ya en 1850 un contingente de 4.100, yascendieron en 1870 al número de 5.406. Los maes-tros de las escuelas públicas, que formaban un to-tal de 11.143 en 1850, llegaron al número de 21.192en 1870. En las escuelas privadas el aumento demaestros fue proporcionalmonte de mayor impor-tancia: desde 2.379 se elevó la cifra á 8.199; y con-tando los auxiliares, fue mayor el aumento, porquesu número no pasaba de 1.701 en 1850, y represen-taba en 1870 la suma de 6.404. La progresión quehubo en el aumento de los alumnos fue tambiénconsiderable, y muy superior proporcionalmente alde la población, Asistían á las escuelas públicas652.163 en 1850, y se duplicó el número en 1870,que llegó á ser el de 1.200.740. Los alumnos de lasescuelas privadas se elevaron desde la suma totalde 126.314 en 1850 á la de 209.736 en 1870. Al com-parar el aumento que hubo de maestros y* discípu-los en las escuelas públicas con el de las escuelasprivadas, se echa de ver que el progreso relativode estas últimas es superior al de las primeras,porque cuanto mayor es el número de maestros enrelación con el de los discípulos, mayor es la efica-cia de la instrucción.

Las congregaciones religiosas, en sus escuelaspúblicas, sostenidas por el Estado y con el productode fundaciones piadosas, y en las escuelas privadas,que dirigen, contaban en 1865 el número de 44.908alumnos, la mayor parte del sexo femenino, y 48.754en 1870. Los gastos de esta enseñanza importaron632.700 rs. en 1865, y 639.280 en el del870.Alcompararlos resultados obtenidos por las congregacio-nes religiosas con el éxito alcanzado por las demásescuelas públicas y privadas, se observa que las pri-meras no llevan ventaja, siendo esto tanto más denotar limitándose á las escuelas privadas, cuanto quesus profesores deben cuanto son al esfuerzo propio,mientras que al sostenimiento de las congregacio-

nes religiosas, ó de la enseñanza que dan, se desti-naron 632.700 rs. en 1865, y 639.280 en 1870, lamayor parte de fondos del Estado.

Las dotaciones de los maestros á cargo de losmunicipios y de las provincias, con todos los de-mas gastos de material y personal de las escuelaspúblicas, ascendían en 1880 á 6.217.642 pesetas.En 1870 se triplicó la cantidad; importaba entonces17.832.437 pesetas. El aumento es de alguna con-sideración; pero fue notablemente mayor el desar-rollo que, durante el mismo período de tiempo, ad-quirió la enseñanza en los demás países; y sobrelodo entre nosotros se da el caso de que los maes-tros no cobran sus mezquinas dotaciones, al pasoque en las otras naciones el servicio de la instruc-ción pública está mejor atendido.

La provincia que mayor cantidad destina al sos-tenimiento de la primera enseñanza es la de Barce-lona, que consagra á ese servicio 1.002.848 pese-tas. No es, sin embargo, la primera en orden si seatiende al gasto anual por habitante. Segovia, So-ria, Salamanca, Madrid, Teruel, Huesca... figurancon la cantidad de 2 pesetas y 17 céntimos la pri-mera, 2'08 la segunda, etc., mientras que Barce-lona no gasta más que una peseta y 38 céntimos porhabitante al año. Lugo es la provincia que apareceen el último lugar respecto al gasto total y al gastopor habitante. En cambio, es la primera en el nú-mero de escuelas privadas: tiene ó tenía en 1870quinientas una.

En el Centro y en el Norte de España es mayor e!número de escuelas públicas y privadas, en relacióncon la población, que en las provincias del Medio-día. Soria tiene una escuela por 257'39 habitantes.Siguen en el orden correlativo las provincias deLeón, Álava, Guadalajara, etc.; las últimas en la es-cala son Málaga y Murcia, que tienen la primerauna escuela por 1.010'54 habitantes, y la segun-da por 1.211'43.

Atendiendo al número total de alumnos en las es-cuelas públicas, figuran en primer término: Oviedo,con 56.918 alumnos de ambos sexos; Valencia, con49.789; Barcelona, con 44.911; León, con 43.473, etc.En cuanto á los alumnos de las escuelas privadas,van al frente Barcelona, con 24.968; Madrid, con14.595; Lugo, con 14.322, y Cádiz, con 13.897. Perono son estos los datos más seguros para eslimar laimportancia relativa de la enseñanza en las diver-sas provincias. Es más atendible la relación que hayentre el número de alumnos y el de' habitantes, ydesde Álava, que cuenta un alumno por 6'70 habi-tantes, hasta Murcia, Almería y Canarias, que tienenpor cada alumno más de 20 habitantes, sigue laprogresión, figurando en preferente lugar las pro-vincias del Centro y del Norte. Álava, Salamanca,Teruel, Santander, León, Navarra, Soria,-Avila, Lo-

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groño, Guipúzcoa, Palencia, Vizcaya, Oviedo, Bur-gos, Toledo y Cuenca tienen, respectivamente, undiscípulo por menos de 10 habitantes. Incluyendolos alumnos de las escuelas privadas, Palencia es laprovincia que figura en primer lugar, con un alumnopor 5,88 habitantes; y siguen Álava, Salamanca, So-ria, Teruel, Santander, Vizcaya, León, etc.

El número total de alumnos de ambos sexos, com-parado con la población general de España, está enla relación de 1 á 13,04. La proporción entre niñosy niñas es de 1 por 10,28 en los primeros y 1por 17,70 en las últimas.

Las demás naciones, rivalizando entre sí, hacenlos mayores esfuerzos para mejorar la instrucciónpública, en la seguridad de que no hay otro medioque tan eficazmente contribuya á la prosperidad ysólido engrandecimiento de los pueblos, y Alemaniatiene indisputable derecho á ser mencionada en pri-mer lugar. Se adelantó Prusia á todos los países en elcamino de lasreformasen laenseñanza, y sibientuvomenester al principio de exigir á los padres el cum-plimiento de sus deberes eñ cuanto á la educaciónde los hijos, apenas habrá hoy un alemán que desco-nozca las inmensas ventajas de la instrucción. EnPrusia, con una población de 18.576.801 habitantesen 1874, sabían leer y escribir 16.338.932; de éstoshabía 300,000 que leían y escribían imperfectamen-te. Decia, no obstante, el insigne Horacio Mann queel gobierno piensa por sus subditos. Echaba demenos aquel gran profesor el carácter y la iniciativadel americano. Observa igualmente Hippeau que laenseñanza está fundada en la obediencia á la Iglesianacional y al poder de los reyes y de los príncipes.Convenimos en que la educación no está saturadaen Prusia del espíritu de libertad que rebosa en lasescuelas de América; pero, aun así, lleva inmensaventaja á la mayor parte de los pueblos de Europa.

Contaba Alemania en 1875, con una poblaciónde 45.000.000 de habitantes, más de 6.000.000 dealumnos de primera enseñanza. Y no consiste laprincipal ventaja en el número de escuelas y discí-pulos, sino en la índole de la educación. Lo quemaravillaba á los alemanes al ver los prisionerosfranceses, era que se entretenían en juegos de pa-satiempo, sin cuidarse de la lectura de libros y pe-riódicos. No basta saber leer y escribir. Lo que másimporta es la cultura del espíritu, y en esto se dis-tinguen los alemanes, aunque no tanto como losnorte-americanos, que se preparan en la niñez paralos rudos combates do la vida, como el nadador,que adquiere destreza y agilidad, lanzándose enmedio de la corriente.

Inglaterra confió, durante mucho tiempo, la en-señanza pública al esfuerzo individual. Algo, mu-cho dejaba que desear, aunque no tanto como enotros países que dormitaban bajo la tutela guber-

namental. Empero destinando á la instrucción pú-blica 20.000 libras esterlinas en los años de 1832 á1838, llevó en 1850 la subvención á H5.000 libras;en 1860 á 798.167; en 1870 á 914.721, y desde esteúltimo año la progresión fue más rápida y másenérgicas las medidas que Gladstone adoptó parafomentar la enseñanza. En 1871 importaba la sub-vención 1.458.402 libras, y en 1876 ascendió á1.707.505. En Escocia, la subvención era de 161.023libras en 1874, y en Irlanda se elevaba á 542.222 li-bras. La suma total para el Reino-Unido, prescin-diendo de los recursos propios de la enseñanza, erade más de 200 millones de reales.

El número de discípulos en Inglaterra y Escociaera el 6 por 100 de la población: 1.685.168 en 1874;y en Irlanda 998.999, según M. Block. En el Con-greso de la Ciencia social, reunido en Liverpool eldia 11 de Octubre de 1876, se lamentaba el marquésde Huntly de que el aumento de los salarios noaprovechase al obrero inglés para mejorar sus con-diciones y manera de vivir, y atribuía los hábitos deintemperancia á la falta de educación. Algo, y nopoco, influye también la contribución de los po-bres, que se reparte entre 8 millones de habitantes,próximamente. El reverendo Mark Pattison se la-mentaba igualmente de que, siendo 5.500.000 losniños de ambos sexos en edad de tres á trece años,únicamente aparecían inscritos en los registros delas escuelas 2.744.000, y de estos asistían diaria-mente 1.885.000.

En Inglaterra y Escocia hay 13.5OO.OOO niños, se-gún el reverendo Pattison, que no saben leer ni es*cribir. Se alarmaron los sabios y los hombres deEstado, al comparar la instrucion en Inglaterra conla instrucción en las naciones del Continente, y en1867 décia el profesor Tyndall que se aproximabaelvSia en que, por consecuencia de los adelantos enla educación popular, quedarían rezagados los in-gleses, lo mismo en las artes de la paz que en lasde la guerra. Forster llevó, en 1870, al Parlamen-to, un proyecto, que hoy es ley, con el objeto devigilar la enseñanza pública, autorizando á las vi-llas y burgos para declararla obligatoria. El comitéde educación de Londres estableció la enseñanzaobligatoria, y, formada una estadística, resultó quehabia 681.107 niños de ambos sexos en edad de t;resá 13 años en la gran capital del Reino-Unido. Deestos, asistían 350.020 á las escuelas libros ó pri'va-das, y se acordó la fundación de nuevas escuelaspúblicas para 100.000 alumnos. En este tiempo seconstruyeron 132 y se adquirieron 97. Varía la (do-tación de los maestros entre 2.750 pesetas y 8.2150.Sueldo casi igual al de los profesores de nuésttrasuniversidades. Solo en casos muy raros se da gra-tuitamente la enseñanza; pero se exige del paidreque cumpla con el deber que la ley le impone, y

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742 BEYISTA EUROPEA.-*-4:7 DE JUNIO DE 4 8 7 7 .

durante los primeros años fueron condenados enLondres 115 jefes de familia cada semana á pagarmultas, y aun á sufrir prisión, por la negligencia deque daban muestras en la educación de las nue-vas generaciones. De esta manera habian consegui-do en 1875 llevar á la escuela 117.000 niños queantes no recibían instrucción. En Birminghan fue-ron acusados ante los magistrados locales por elSchool Board, desde 1872 á 1876, 7.515 padres ójefes de familia. En Glasgow, durante tres años,con una población de 477.000 habitantes , no hubomás que 51 acusaciones. Pero Glasgow es una ciu-dad de Escocia, en donde siempre fuó mejor aten-dida la educación que en Inglaterra.

La relación en que están los alumnos con la po-blación es de 1 por 11 habitantes, en Escocia; por13, en Inglaterra, y por 14, en Irlanda.

II. PEDREGAL Y CAÑEDO.

(Concluirá.)

LA LEGISLACIÓN PORTUGUESA.

L A LEGISLACIÓN PENAL.

ya se ha dicho antes, el sistema penal lusi-tano ha sido sustancialmente modificado por la leyde 1.° de Junio de 1867, sancionada por el rey DonLuis, y que constituye una de las positivas gloriasde este pacífico reinado. Por ella quedaron abolidaslas penas de muerte, de trabajos públicos y de pri-sión mayor perpetua. Antes (por el Acta de 1852) lohabía sido la primera en negocios políticos. Los crí-menes castigados con la pena capital, lo serian conla de prisión celular perpetua; y los trabajos públi-cos perpetuos serían sustituidos por ocho años deprisión mayor celalar, seguida de la deportación alÁfrica por doce años. í.os crímenes castigados antescon la prisión mayor perpetua lo serían con la pri-sión mayor celular por seis años, además de la de-portación por diez. La deportación perpetua seríasustituida por la de ocho años, precedida de cuatrode prisión mayor celular. Los crímenes antes pena-dos con prisión mayor temporal lo serían con la ce-lular d© dos á ocho años; y la de trabajos públicostemporales sería sustituida por la prisión mayor ce-lular de tres años, con más la deportación al Áfricapor tres á diez (1).

Coma se ve, *1 empeño del legislador lusitano seha contraído á abolir la pena eapital, que entrañauna horrenda injusticia; á borrar la de trabajos pú~

* Véase el número anterior, pág. 105.(1) Artículos 1." al 10.

blie'os, que comporta un gran elemento de inmorali-dad, atacando el pudor del reo; y en fin, á reducircuanto le es posible las penas perpetuas, tanto, quesólo queda en el Código la prisión celular para lolos casos antes penados coa la muerte. En estepunto el Código portugués va delante de casi todoslos contemporáneos. Solo en Suiza se ha dado, yrecientemente por cierto, un paso análogo al dePortugal en 1867. E! art. 65 de la novísima Consti-tución helvética de 1874 establece la abolición com-pleta de las penas corporales y de la de muertepara toda clase de delitos, modificando de estasuerte, en sentido expansivo, el art. 54 de la anti-gua Constitución de 1848, que había suprimido lapena capital por delitos políticos, y secundando ámaravilla el espíritu que había dictado en 1871 allegislador del cantón ginebrino la supresión com-pleta de esta pena en la legislación cantonal.

La unidad política de Italia trajo al tapete, despues de la entrada del rey Víctor Manuel en Roma,la cuestión de la unidad de legislación, y sobre todode legislación penal; poniéndose de relieve la con-tradicción que en muchos puntos, más singularmen-te en el de la pena de muerte, existía en la granPenínsula. El'Gobierno optó por reducir estas dife-rencias con un Código en el cual la pena capital te-nía su puesto; y como lo deseó lo obtuvo, perdiendoToscana aquel insigne honor que había alcanzadoen 1848 borrando de sus leyes la pei^j de muerte.Pero en los debates á que da lugar esta cuestión en1870 se observa un hecho particularísimo. El Go-bierno propone la pena indicada como una de tan-tas, y hace de este punto cuestión de Gabinete,bajo la presión de las preocupaciones de la mafiade Sicilia y de las últimas complicaciones políticasdel país. La Cámara popular vota contra el pro-yecto ministerial; en el Senado le combaten cuatrooradores insignes (los Sres. Musió, Chiesi, Gori yTrombefca), y no habiendo un solo senador que seatreva á defenderla, tiene necesidad de levantarseá sostenerla el jefe del Gabinete, Menabrea, militarincompetente en asuntos jurídicos y ¡orador quepara su empeño no halla ni utiliza más argumentosque el socorrido de una supuesta conveniencia (1).¡No podía ser otra cosa en la patria de Gábba, PietroEllero, Fiore y Perantoni! Ahora se anuncia unaproposición del respetable Mancini favorable á lasupresión de aquella pena, siendo más que probable(dadas las corrientes políticas que actualmente pri-van en la feliz Italia) un éxito satisfactorio.

Algo ha ocurrido en Alemania, semejante á lo quepasó en Italia. La extensión á toda ella del Códigopenai de 1870 produjo el restablecimiento de la pena

(1) Kisto mismo lo ha hecho notar el Sr. Lastres ensus Estudios sobre sistemas penitenciarios. Madrid, 1815.

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K.M73 LABRA.—LA LEGÍSIACION PORTUGUESA. 743capital en el Oldemburgo, Anhalt-Dessan, Anhalt-Cóthen, Anhalt-Berubourg, Bremen y Sajonia, dondehabía sido abolida desde 1849 á 1868. En dos vota-ciones el Reichstag se decidió por la abolición, peroluego volvió sobre su voto, merced a las vivas ins-tancias del príncipe de Bismark, y en vista de losgrandes intereses políticos que por aquel tiempopreocupaban á toda la Alemania. En España el ade-lanto científico de 1870 no llegó al punto de produ-cir una reforma tan completa como la de 1867 dePortugal. Sin embargo, las condiciones exigidaspara imponer la pena capital por el Código redu-cen á una amenaza este castigo. La pena de muer-te castiga el parricidio sin circunstancias atenuan-tes; el asesinato (que implica, para diferenciarse delhomicidio, la alevosía, ó la premeditación, ú otracircunstancia agravante); la traición en casos gra-vísimos, y la muerte del Monarca ó de cualquierjefe del Estado. Además, el art. 29 de nuestroCódigo preceptúa que los condenados á las penasde cadena, reclusión y relegación perpetuas y ála de extrañamiento perpetuo serán indultados álos treinta años de cumplimiento de la condena,á no ser que por su conducta ú otras circunstan-cias graves no fuesen dignos del indulto, á juiciodel Gobierno. De esta suerte, quedan abolidas dehecho las penas perpetuas, aunque sin reconocerse,como fuera de desear, la grandeza y el rigor delprincipio; y en la práctica puede decirse que la leyespañola aventaja á la portuguesa.

Pero como he apuntado, esta (la de 1867) creauna nueva pena: la prisión celular, perpetua ó tem-poral. El art. '20 (la ley tiene 64 artículos dentro de16 títulos) (1) dice que «esta pena será cumplida conabsoluta y completa separación de dia y de nocheentre los condenados, sin comunicación de espeeiealguna entre ellos y con trabajo obligatorio en lacelda para todos los que no fueren competentementedeclarados incapaces de trabajar, en atención á suedad ó estado de dolencia.» Los presos tendrán to-das las necesarias y debidas comunicaciones con

(1) Hé aquí sus epígrafes: De la abolición de la penade muerte y de trabajos públicos y de la sustitución deentrambas penas en los crímenes civiles.—De las penasde prisión mayor y de deportación y de la aplicación delas mismas.—De la aplicación de las penas de prisión ma-yor celular y de deportación en los casos en que concur-ren circunstancias agravantes 6 atenuantes.—De la apli-cación de las penas de prisión mayor celular y de depor-tación en los casos de reincidencia, crimen frustrado,tentativa, complicidad y acumulación de crímenes.—Dela ejecución de la pena de prisión mayor celular.—De lascárceles penintenciarias.—De los empleados en las cárce-les penitenciarias.—De las cárceles de distrito.—De laadministración de las cárceles de distrito.—De las cárce-les de comarca.—De la administración de éstas,—De laprisión preventiva.—De la inspección y gobierno de lascárceles.—Disposiciones generales.—Disposiciones transi-torias.

los empleados de la cárcel y podrán ser visitadospor sus parientes, amigos, miembros de asociacio-nes ó personas dedicadas á la instrucción y morali-zación. El producto del trabajo de cada preso serádividido en cuatro partes iguales, destinadas al Es-tado, á la indemnización del ofendido, al socorro dela familia del preso y á un fondo de reserva que ésterecibirá en el momento de entrar en el goce plenode la libertad. En la cárcel se enseñará á los presosun ai'te ú oficio y se les educará moral y religiosa-mente por los capellanes del establecimiento y per-sonas piadosas (1).

Los establecimientos penitenciarios son de tresclases. La primera comprende las cárceles genera-les, que habrán de ser tres: una en la Audiencia deLisboa, otra en la de Oporto y la tercera para mu-jeres sólo, como las otras dos son para varones.Cada cárcel de las primeras tendrá setecientas cel-das; la tercera doscientas (2).

La segunda clase de establecimientos peniten-ciarios la constituyen las cárceles de distrito. Debehaber una por cada distrito del reino, y en ellas secumplirá la pena de prisión correccional por másde tres meses. En estas cárceles tendrán entradaambos sexos. Por último, vienen las cárceles de co-marca, que habrán de ser las antiguas y correrán ácargo de los municipios; como las de distrito ácargo del distrito, y las primeras del Estado (3).

El Gobierno y las demás autoridades locales que-daban autorizados para vender los edificios de lascárceles actuales luego que hubiesen construidolas nuevas, ó aplicado las de comarca á los usosprecisados por la ley.

En vista de esto, el Gobierno á poco arbitró re-cursos para acometer, y de hecho acometió, la cons-trucción de la penitenciaría de Lisboa, bajo la di-reófton del ingeniero Sr. Julio Ferraz, redactandoy promulgando después un discreto reglamento de12 de Diciembre de 1872, calcado en las ideas delrégimen celular. Poco antes veía la luz el decreltode 7 de Noviembre de 1872 sobre el registro cri-minal.

No pretendo discutir aquí los méritos y los incoin-venientes de esle régimen penitenciario; pero nodebo ocultar que á mi juicio es el más aoeptable,supuestas siempre la abolición de toda clase de pte-nas perpetuas y la consagración del principio cdelas rebajas de pena en relación con la 'moralidaddel reo, suprimiendo la gracia de indulto.

Sobre este particular, la legislación novísimaeuropea ofrece no escasas novedades. De 1872 datala ley que en Austria establece el régimen celulair.En Febrero de 1870 se decreto en Bélgica que l<os

(1) Tít. V.(2) Tít. IX.(3) Títulos IX al XIV.

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condenados á trabajos forzados, detención, reclu-sión y prisión, habrán de ser sometidos al régimende separación, pero nunca perpetuamente: á losumo por los diez primeros años de su cautiverio.En 1873 se establece en Suecia que la pena de tra-bajos forzados por más de dos años se ha de reali-zar, durante la sexta parte del tiempo, y nuncamenos de seis meses, en celda; siendo de advertirque el régimen celular se implantó en Suecia en1857. En cambio, en aquel mismo año 73 en Dina-marca se dispuso que los trabajos penales se hicie-ran en común, á cuyo efecto se dividió el tiempode la pena en cuatro períodos: preparatorio, detrabajos forzados, transitorio, y de gracia, condicio-na!. El primero lo pasa el reo en la celda (tres me-ses); el segundo contiene varias partes (cinco), ca-racterizadas por la mayor ó menor dureza con quees tratado el reo, según su comportamiento. En elperiodo transitorio el preso no usa el traje de tal,ni trabaja bajo cerrojo. El último corresponde alsistema inglés de los tickets of leave; el preso pue-de vivir en la población bajo la vigilancia de la au-toridad. De esta suerte se excita y asegura la re-forma moral del penado (i).

Pero no obstante la energía del legislador por-tugués para condenar y rechazar la pena de muerteen su legislación ordinaria, la ha aceptado en laextraordinaria ó militar. Lo mismo ha hecho Suiza(1874). En España este problema fue ocasión deuna gran crisis política y del enaltecimiento deuno de nuestros más ilustres hombres públicos:nuestro querido amigo el Sr. D. Nicolás Salmerón,una de las más notorias, de las más incontestablesrespetabilidades del mundo político contemporá-neo. Vivo está aún el recuerdo del proyecto de leypresentado á la Cámara Constituyente de 1873 porel gobierno republicano, aboliendo en absoluto lapena capital, y no monos viva la terrible crisis oca-sionada por el clamoreo de las gentes y la debilidadde no pocos demócratas que exigían la conservacióníntegra de aquella pena para los delitos militares.El proyecto fue al cabo ley hasta que la derogaronlos hombres de 1874, rigiendo poco más de medioaño. Las dificultades sólo nacieron de su aplicaciónal ejército en campaña: y en este punto, aun antesde 1874, fuó modifiíada por iniciativa del señorCastelar.

A mi parecer, en aquella crisis se pecó por en-trambas partes. Quizá del lado de los mes sincerosdevotos de la democracia, y de los que (como elSr. Salmerón) en aquel compromiso si renunciaronel poder por no abdicar de sus ideas, sacaron á salvosu carácter, quizá no se puso bien la atención en la

(1) Pueden verse todas estas leyes en los Anuarios deLegislación de la Sociedad de Legislación comparada deTaris. . . • , ! • ' . •

diferencia que va de la muerte infligida á un indi-viduo como pena, á la muerte producida como me-dio de defensa. Al soldado que en el ataque retro-cede, determinando una influencia fatal en sus de-mas compañeros ó comprometiendo su éxito, quizáno hay más remedio que oponer que la muei-te, y na-die vería en esto seguramente una verdadera pena.Ahora, sostener que la disciplina militar sólo con lapena de muerte se mantiene, es simplemente defen-der ésta en un orden especial, y sobre ella hay quetener en cuenta todas las razones que en pro y encontra de la pena capital han dado los jurisconsul-tos, y que tan discretamente ha resumido el conoci-do jurisconsulto Gabba.

El Código militar portugaós data del 9 del Abrilde 1878, y ha sido el resultado de muchos y diver-sos trabajos comenzados en 1816 y 1820. En esteúltimo año fue aprobado, pero no promulgado, unCódigo, y en 1862 se depositó el proyecto de otroen la Cámara de Diputados. El actual, cuya base esel de 186S, ampliado y modificado en un proyectoque el ministro de la Guerra llevó á las Cortes lusi-tanas, deroga no sólo los antiguos y atroces regla-mentos de 1708, 1710 y 1763, si que también el de-creto de 1790, que facultó á los consejos de guerrapara minorar la severidad de las leyes, produciendohondas perturbaciones.

El Código tiene cuatro libros, que tratan: De loscrímenes y de las penas (siete títulos).—De las au-toridades judiciales y de los tribunales militares(tres títulos).—De la competencia de los tribunalesmilitares.—Del procedimiento ante los tribunalesmilitares. Para la redacción de este Código fueronpresentes el francés y el italiano, si bien el legisla-dor portugués cuidó mucho de suavizar algunos ri-gores y asperezas de éstos. Así, por ejemplo, elCódigo lusitano admite circunstancias atenuantes,cosa que no concede por regla general en los de-mas de su especie. El de Bélgica de 1870 se acercaal de Portugal. En España todavía vivimos bajo lasOrdenanzas de Felipe V, si bien es cierto que sehalla redactado un proyecto de Código militar. Unode esta clase se ha promulgado en Rusia en 1875,después de la notabilísima ley de 1874 del arma-mento nacional (1). El de Alemania es de 1872, y hasustituido al prusiano de 1845, al bávaro de 1870,al sajón de 1867 y al vurtembergués de 1818. En élse prescinde del procedimiento y de la organizaciónde los tribunales militares, y es aplicable lo mismoal ejército de tierra que al de mar. En Portugalpara la marina existe el Código de 4 de Juliode 1864.

Como se ve, la labor de estos últimos veinte años

(1) Puede verse mi conferencia de la Institución librede Enseñanza de Madrid (Junio de 187!) sobre la Cuestiónd$ Oriente y laa reformas en Rusia.

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N.°173 LABRA. LA LEGISLACIÓN PORTUGUESA. 745

ha sido en Portugal tan incesante como bien inspi-rada y fecunda, correspondiendo, pero con ventaja,á la agitación que en toda Europa ha dominado des-de 1868, que ha dado de sí más de seis Códigos pe-nales y modificaciones numerosas y sustanciales delos antiguos, amén de la reunión del célebre Con-greso penitenciario de Londres de 1872. Resta sólodecir que el legislador lusitano, no contento con lohecho, ha nombrado una nueva comisión en 1874(compuesta de los Sres. Sá Vargas, Idaquin Rodri-gues, Días Ferreira, Lopo Vaz, Marcial Pacheco,Neves Carneiro, Silveiro de Mota, Midosi, el vizcon-de Paiva Manso, y .1. Vilhema) para redactar unnuevo Código con los principios de la generosa re-forma de 1867. Otra comisión de la misma fechaestá encargada de un proyecto de colonias agrícolaspara corrección de los menores de edad (1), y unatercera tiene á su cargo la reforma del procedi-miento en armonía con la nueva ley penal. Uno delos comisionados, el Si\ Vilhena, afirma la prontaterminación de estos trabajos. Sea en buen hora.

VIH.CONCLUSIÓN.

En la segunda parte del trabajo que voy desem-peñando, no sólo he expuesto el método y las doc-trinas capitales de los diversos Códigos lusitanos,sino que me he permitido compararlos con otrosde la Europa contemporánea, y señaladamente conlas leyes españolas, aventurando á las veces some-ras críticas. Pero todo esto no dice lo bastante res-pecto del fondo de la sociedad portuguesa, ni en-tiendo tampoco haber examinado todos los monu-mentos legales del vecino reino. Por ejemplo, nadahe dicho del derecho puramente fiscal constituidopor los decretos sobre administración de la Ha-cienda pública de 1870, y sobre contabilidadde 1860. Nada tampoco sobre el régimen hipoteca-rio establecido por la ley de i.° de Julio de 1863 ydesarrollado por los reglamentos de Mayo de 1864y Abril de 1870. Nada sobre la legislación colonial,que descansa principalmente en las leyes y regla-mentos de Setiembre de 1851 sobre el Consejo ul-tramarino y en las numerosas disposiciones pro-mulgadas desde 1854 á 1874, tendentes á la aboli-ción de la esclavitud. Y nada, en fin, he apuntadosobre el Código civil.

De estas omisiones, las unas hallan su razón deser en el carácter especialísimo y la importanciasecundaria, bajo el punto de vista de este trabajo,que tienen las legislaciones á que se refieren, porejemplo, la colonial, la fiscal, etc. Otras se explican

(1) En España la iniciativa individual lia acometidoesta empresa. El honor del empeño corresponde princi-palmente al joven jurisconsulto D. Francisco Lastres.¡Suum cuiqicel

(como la relativa al régimen hipotecario) por la inti-midad que sostienen con materias de mayor cuantíay fundamento (como la legislación civil) cuya deta-llada explicación es base para la perfecta inteli-gencia de aquellas, de cuyo examen previo se haprescindido. Y respecto de la legislación civil, de-claro francamente que de intento me he abstenido,en los límites posibles, de toda referencia á estaparte de la vida jurídica lusitana. Y esto por variasrazones.

La primera por creerla la más importante parael fin particular de mi estudio, de suerte que notolera meras indicaciones, exigiendo, por el con-trario, un examen detenido y aparte. Después,porque, á no dudarlo, el Código civil portuguésde 1867; deseado en 1778 y 1789 (en cuya épocala reina nombró una comisión para que lo redac-tara); proyectado en las Cortes liberales de 1820;prometido y preceptuado en la Constitución de 1826(art. 148, par. 17); objeto especialísimo de la soli-citud del legislador, que en 25 de Abril de 1835anunció un premio para el autor del mejor proyectode Código civil que se presentase antes de 1847;encomendado después en 1850 á la inteligencia yel celo del vizconde de Seabra, que lo esbozó,siendo sometido después á una comisión compuestade los señores Coelho da Rocha, Vicente Ferrer,Paes de Silva, Sousa Magalhaes, Jordao, Herculano,Gil, Marreca y otros distinguidos jurisconsultos; y,por último, presentado á las Cortes por el ministrode Justicia Barjona de Freytas, y convertido en leyen 1.° de Julio para que comenzase á regir en elContinente en Marzo de 1868, y en las provinciasultramarinas en Julio de 1870) el Código civil por-tugués, repito, es uno de los primeros monumentoslegales de nuestro tiempo, y quizá el primero,sobre Étfcio, habida cuenta de las reformas introdu-cidas en 1868 por el reglamento del consejo detutela y de las causas de reparación de personas ybienes, en 1870 por el reglamento del registropredial y el proceso ejecutivo hipotecario, y en 1876por el novísimo Código de procedimiento civil (1).

Mi propósito es consagrar (ya lo dije al comienzode este trabajo) una atención particularísima al Có-digo civil portugués; exponerle detenidamente;comparar su método y su doctrina con los de la ma-yor parte, si no todos, los Códigos contemporáneos;mostrar especialmente sus analogías y diferenciascon la legislación española, teniendo muy en cuen-ta nuestro abandonado Proyecto de 1861; y, en fin,discurrir con cierto desahogo (sin hacer nunca un

(1) Debo pagar aquí el tributo de mi gratitud al señorJoaquin José Paes da Silva Júnior, docto profesor de laUniversidad de Coimbra, que se ha dignado ilustrarmesobre algunos puntos de la legislación lusitana, exce-diendo con su bondad mis esperanzas.

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746 REVISTA EUROPEA. M DE JUNIO »E 1 8 7 7 . N.M73

tratado de filosofía del derecho civil) sobre los fun-damentos y la expresión de la doctrina jurídica por-tuguesa, todo para venir al punto de juzgar conalguna seriedad.lo que es, lo que vale y lo que pro-mete el simpático pueblo, que vive en la desembo-cadura del Tajo y sobre las márgenes del Minho.

Tal empresa (que corresponde á la Parte 3.a demi estudio sobre Portugal y sus Códigos) exige unvolumen separado, y por tanto debo poner punto alactual trabajo, emplazando al lector para otros dias,que me prometo no han de ser muy lejanos.

En el ínterin conviene precisar bien los adelan-tos jurídicos, las instituciones y los principios con-signados en la legislación portuguesa de estos últi-mos cincuenta años. El régimen monárquico repre-sentativo y las libertades públicas casi al igual deInglaterra y de Bélgica; la libertad de conciencia;el jurado en lo civil y en lo erimínal; el poder judi-cial como tal poder y sobre la base de la inamovi-lidad; el poder moderador del jefe del Estado; lalibertad personal completa sobre la abolición de laesclavitud; la inviolabilidad de la vida por la aboli-ción de la pena de muerte y casi de las perpetuas;el consejo de familia; el régimen plenitenciario ce-lular... tales son los títulos con que Portugal puederecabar el respeto y la simpatía de los hombres deciencia y los amantes del progreso y de la libertaddel mundo.

Sin duda, al lado de estas brillantísimas muestrasde una gran cultura jurídica pueden advertirse erro-res de no escasa monta. La centralización, lo con-tencioso-administrativo, los fueros especiales mili-tar y mercantil, el censo electoral y la prohibi-ción del culto público de las religiones no aceptadaspor el Estado... tales son las principales sombrasque en la vida legal portuguesa se advierten. Perolos progresos realizados en Portugal en la segundamitad de este siglo y la fecundidad misma de lasideas y las instituciones que han triunfado en estosúltimos años en aquel país, junto con el vigor quelas grandes corrientes liberales han adquirido enestos dias, al punto de ir convirtiendo á la Ingla-terra de Blackatone, de Bentinck y de Eldom enuna gran democracia, Lodo da derecho á esperarque aquellas manchas desaparezcan en brevísimoplazo. Desde luego tenemos de nuestra parte el he-cho de que la cuestión administrativa viene siendoobjeto preferente de la selicitud de todos los parti-dos políticos, y que los pasos últimamente dados enel camino de su reforma hayan sido inspiradospor ana idea expansiva y excentralizadora.

Pero, como también he dicho más de una vez enel curso de este trabajo, lo que principalmente atraeen la vida de la sociedad portuguesa es que las le-yes no son en aquel país letra muerta; que las ins-tituciones no son vanos nombres, ni loa derechos

viven sólo en el papel. El portugués practica, y esto,que nunca aplaudiremos bastante los españoles, daá aquel pueblo ciertos hábitos, cierta cultura, cier-tas condiciones que le aseguran un porvenir riente yespléndido. Para él las perspectivas del progresopacífico, de la libertad fecunda, del derecho y la ci-vilización.

Sólo que para la realización plena de sus desti-nos, para el goce perfecto de ese mundo de ten-taciones, para el disfrute positivo de esa hermosavida, Portugal necesita renunciar á una de sus pre-ocupaciones: necesita marchar resueltamente á launidad ibérica.

Verdad que la reconstrucción de la gran familiahispano-portuguesa no pende sólo del esfuerzo lu-sitano, por mas que haya existido en el mundo unPiamonte. A esa gran obra tenemos que cooperarlos españoles, sin prisas, ni violencias, ni torpezas.Es necesario que la obra sea el empeño de la razóny de la prudencia; el resultado de la propaganda; elfruto del convencimiento.

Mas no nos hagamos ilusiones; bastante han dehacer nuestros vecinos, nuestros hermanos del Tajo.Pero ellos tienen la libertad, el derecho.—Nosotrostenemos que reformar seriamente nuestra vida; noretroceder en el camino de la civilización; no re-nunciar á las conquistas de estos últimos tiemposque nos habían levantado á los ojos del mundo delprogreso. Por eso, nuestro empeño es mucho ma-yor que el de los portugueses. Seamos francos, sea-mos sinceros. ¡Qué vale prodigar el diccionario delas palabras pomposas y perder el tiempo relatandola historia de nuestras grandezas pasadas! La reali-dad, la realidad presente es la que nos importa, yen ella se ha de fijar el mundo (independientementede todo lo que nosotros pretendamos y proclame-mos con el soberbio aire de un arruinado hidalgo)para darnos nombre y concedernos título.

La revolución de 1869 con su Constitución polí-tica, con sus leyes y decretos de Gracia y Justicia yFomento, con su abolición de la esclavitud enPuerto-Rico, con sus libertades religiosa y de ense-ñanza, con sus leyes municipal y provincial, con susufragio universal y su jurado, nos había levantado.¡Todo aquello parece venir á tierra! Casi todo hasido derogado: lo poco que resta caerá estos dias.¿Y no se borrará también de la prensa del mundo,de las actas de todos los Parlamentos, de las comu-nicaciones de casi todas las Cancillerías, lo que sedijo y se escribió en nuestro elogio y en nuestroapoyo con motivo de aquellas reformas, hoy des-truidas ó en peligro de muerte?

Sin embargo, no soy yo de los que desesperan.Prescindo de todo interés de partido, y miro sóloal interés del derecho. Importan poco, después detodo, ciertos retrocesos. La verdad triunfará de

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M/173 C. MANNING. EL CONCILIO DEL VATICANO. 747

nuevo. El inolvidable Montalembert lo decía en aquellibro sobre El Porvenir de Inglaterra, que publi-có en 1854 para robustecer el ánimo y la esperan-za de sus compatriotas: los eclipses sólo aterran álos salvajes y á los niños.

En el ínterin, un aplauso sincero y caluroso ánuestros hermanos de Portugal.

RAFAEL M. DE LABRA.

LA HISTORIA VERDADERA

DEL

CONCILIO DEL VATICANO.

vi. *

Hecho ya el relato de los sucesos externos desdeel Centenario hasta la víspera del Concilio, convieneahora que volvamos al de los preparativos que sehacían en Roma. Hemos visto que, en atención alestado de perturbación en que se hallaba la Europay la Italia, se suspendieron estos preparativos en1866. El 28 de Julio de 1867 se emprendieron denuevo y continuaron hasta su terminación, que tuvolugar precisamente en el momento de reunirse elConcilio.

La comisión de dirección se componía de cincocardenales, presidentes, de ocho obispos y del se-cretario, el arzobispo de Sardes. Se nombraronveinticuatro consultores para la comisión de losDogmas, diez y nueve para la de la Disciplina, docepara la de Órdenes religiosas, diez y siete para la delas Misiones extranjeras y las Iglesias de Oriente, yen veintiséis para la de cuestiones mixtas ó político-eclesiásticas. El número total de los consultores seelevaba á ciento uno, de los cuales diez eran obis-pos, sesenta y nueve presbíteros seculares y veinti-trés regulares. De estos últimos, ocho pertenecíaná la Compañía de Jesús, cuatro á la orden de SantoDomingo, dos eran Agustinos, uno Rarnabita, otroFranciscano conventual, otro Menor de la Observan-cia, otro Benedictino, otro Carmelita, otro Servita,un' ministro de los Inválidos y un Oratoriense. Deestos ciento y un consultores, treinta y uno habíansido llamados á Roma de diferentes países extran-jeros.

La primera cuestión que debía decidirse por la co-misión era la de saber quién tenía derecho á tomarparte en el Concilio. No podía haber duda en cuantoal derecho del Episcopado en general; la cuestión

• Véanse los números 165, 167, 169, 171 y 112, páginas503, 545, 610, 689 y 715.

se reducía únicamente á los obispos que no teníanjurisdicción ordinaria, tales como los vicarios apos-tólicos. Además, no podía ofrecerse dificultad alguna en cuanto á su admisión, en el caso de que fue-ran convocados, ni respecto á la validez de sus vo-tos, una vez admitidos. La cuestión era esta: ¿teníanderecho A ser llamados? Se resolvió que era con-veniente llamarlos, en virtud de los precedentes yde la práctica de la Santa Sede y por temor de quesu exclusión diese lugar á dudas sobre la ecumeni-cidad del Concilio. La base de esta decisión fue quelas Bulas de Indicación convocan indistintamente«arzobispos, obispos, etc.», y que, por consiguien-te, el axioma Ubi lex non distinguü, nec nos distin-guere debemus, debía tener aquí su aplicación. Seenvió una carta lacónica, pero afectuosa, «á todoslos obispos de las Iglesias de rito oriental, no encomunión con la Santa Sede apostólica.» Esta cartafuó presentada al Patriarca de la Iglesia griegaortodoxa, pero no se dignó abrirla. Esto sucedió elmismo dia en que, como después se supo, cuatromillones de búlgaros notificaron á ese Patriarca quese separaban de su jurisdicción. Otra carta se diri-gió igualmente á todos los protestantes y otros nocatólicos.

Para el Concilio de Trento se habían hecho lasmismas invitaciones, pero sin tanto éxito. Julio 11había tenido cuidado de hacer conocer pública-mente la condición de su admisión, que era el reco-nocimiento de la divina autoridad de la Iglesia. Esta,en efecto, no podía invitarlos de otro modo, sin ab-dicar de su divina misión.

Ahora veremos la grande importancia de otracuestión preliminar resuelta en la misma época porla Comisión, que fue la de saber á quién correspon-día fijar s\ método según el cual debía deliberar elConcilio', ó, lo que es lo mismo, hacer su reglamen-to de orden interior. Después de una prolongadadiscusión y de un numeroso examen de los prece-dentes sentados por los Concilios anteriores, seacordó que el derecho de hacer dicho reglamentono podía reconocerse en otra autoridad que en laque tenía la facultad de convocar, aplazar, suspen-der y confirmar el Concilio, y hasta de rehusar laaprobación á todos ó parte de sus actos.

Era evidente que siempre que el jefe de la Iglesiahabía invitado á los obispos reunidos en Concilio úmanifestar su conformidad con el reglamento deorden, no se había llenado esta formalidad más quepor prudencia y por el deseo de satisfacer toda idearazonable. La experiencia de todas las asambleasnumerosas y aun la de los Concilios generales, hademostrado que con frecuencia necesitan de un po-der de dirección suprema; y si esto sucede cuandolas asambleas se componen de miembros de unamisma nación, unidos por la igualdad d© intereses

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y costumbres, con más razón debe dejarse sentiresa necesidad en un Concilio ecuménico, donde sehallan representados los más diversos países, y encuyo seno, corno en todas partes donde la naturale-za humana reclama sus derechos, se ofrecen á ve-ces muy vigorosas las simpatías y antipatías nació-nales,á pesarde la unidad de sus miembros respectoá la fe. Así, pues, el 28 de Junio de 1869 se decidióque el derecho de reglamentar el orden de los tra-bajos del Concilio correspondía á la autoridad quelo habia convocado, y que era de la más alta pru-dencia dejar esta facultad en las manos del que nosólo es el jefe del Concilio, sino también de la Igle-sia. Por la continuación de nuestro relato se verá laimportancia de esta máxima, que constituye, pro-piamente hablando, una de las leyes vitales de laIglesia.

Los principales puntos consignados en el regla-mento de orden fueron los siguientes:

4." La proposición y la introducción de las mate-rias que debían tratarse.

%." La forma de la discusión y del voto.3." La comitiva de los obispos.4." La justificación de las ausencias.S.° La preferencia de lugar en la sesión.(5.° Las divergencias posibles.7." El modus vivendi.8." La clase, el número y las atribuciones de los

empleados del Concilio.9.° El juramento y la obligación de guardar se-

creto.Tod»s estos puntos se publicaron bajo la forma de

una Constitución apostólica. Podíamos dispensarnosdo hacer aquí la explicación de ellos; pero debemosexceptuarlos dos primeros y el último. En una his-toria del Concilio del Vaticano nos parece indispen-sable dar cuenta de la marcha de los debates á quedieron lugar, en el seno del comité, el derecho deproposición, la manera de discutir y el secreto.

Ya se ha visto que en la divina constitución de laIglesia no hay absoluta necesidad de convocar losConcilios: la reunión general de los obispos, en unmismo lugar, es solamente una medida de pruden-cia, cuya oportunidad debe ser determinada por elúnico poder que se extiende sobre todos los demás.Nadie sino el jefe de la Iglesia puede imponer á losobispos la obligación de reunirse. Un arzobispo tieneel derecho de convocar á su provincia, un patriar-ca su distrito; pero ninguna autoridad local está fa-cultada para convocar al episcopado universal. Deaquí se deduce que nadie puede obligar al jefe dela Iglesia á convocar un Concilio; que es un acto desu libre voluntad, impulsada por razones de pruden-cia, con el fin de asesorarse respecto á las necesi-dades de la Iglesta entera. Puede, como hemos vis-to hacerlo á Pió IX, procurarse el consejo más lato y

más completo, para determinar anticipadamente losasuntos que debieran discutirse; después de estospreparativos una máxima, que se apoya en las máselementales reglas de la prudencia, exige que elprograma se encierre en los limites precisos. En talsupuesto, es imposible que esta limitación se hagapor otra autoridad que la suprema.

Atendiendo, sin embargo, á que la discusión po-día conducir al descubrimiento de algún tema im-portante, y como quiera que durante la prolongadaexistencia del Concilio podía presentarse algunacuestión nueva y grave, se adoptó una medida quetenía por objeto permitir la discusión de materiasque no se hallasen consignadas en el programa, paralo cual se nombró una comisión especial elegida porel Soberano Pontífice entre los miembros del Con-cilio, con el encargo de ayudarle con sus consejoscada vez que se presentara una proposición no pre -vista en la orden del dia.

Esta comisión examinaba las peticiones que losobispos dirigían por escrito al Santo Padre, y emi-tía su opinión en una Memoria, por la cual aprecia-ba el Papa la oportunidad del asunto que se deseabaproponer al Concilio. Todo hombre de buen sentidotendrá que reconocer que sin una limitación precisade sus deliberaciones, el Concilio correría peligrode prolongarse indefinidamente. 0 sucedería que elexamen de las cuestiones vitales se retrasaría ycasi se haría imposible; los obispos se verían re-tenidos demasiado tiempo lejos de sus diócesis,ó el Concilio llegaría, por consecuencia de las nu-merosas retiradas de aquellos, al punto de no re-presentar más que una exigua minoría; y esta podríaademás estar formada por los obispos más obstina-dos y monos pastorales. Este sería el medio, en ver-dad, de exponer al Concilio á la imputación de intri-gas y cabalas. Las restricciones puestas al derechode proposición eran la garantía con que contaba elConcilio contra cualquiera extravagancia ó impru-dencia de algunos de sus miembros. Porque en unareunión de setecientos hombres bien puede haberquien justifique la conveniencia de tales restric-ciones.

Otro punto de capital importancia era el métodode discusión. Sería inútil y hasta imposible enume-rar en el corto espacio de este diseño todas las ra-zones alegadas, acogidas y descartadas por la co-misión, respecto á la mejor manera de dirigir losdebates. Se puede afirmar, sin embargo, con enteraseguridad, que esta cuestión fue tratada con talcuidado y minuciosidad, que ningún detalle se es-capó al examen. Prescindiremos de las razones enpro y en contra, y haremos mención del métodoadoptado.

Se decidió que los trabajos preparatorios de los102 teólogos se reuniesen en Schemata <5 proyectos

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de decretos. Estos Schemata no eran más que laobra colectiva de los obispos y de los teólogos. Sehallaban desprovistos de la sombra do la autoridadsuprema. La libertad del Concilio, de aceptarlos órechazarlos, modificarlos ó corregirlos, era com-pleta. El Papa, en la Constitución que publicó alabrirse el Concilio, declaró á los obispos que losSchemata no habían obtenido su sanción, y que po-dían por lo tanto servirse de ellos con toda inde-pendencia.

Dichos Schemata fueron impresos para el uso delos padres del Concilio.

Hé aquí cómo debían ser examinados:1.° El Concilio eligiría en escrutinio secreto cin-

co comités ó diputaciones para la Fe, la Disciplina,las Misiones, las Cuestiones mixtas y los Ritos.

2.° Los Schemata deberían ser distribuidos en-tre los miembros del Concilio, lo menos con diezdias de anticipación á la apertura de todo debatesobre estos formularios.

3." La primera discusión tendría lugar en elseno de la Congregación general del Concilio. Si eneste primer debate adoptábanlos obispos el principiode un Schema, procederían inmediatamente á lasegunda discusión, la de los detallas ó artículos,párrafo por párrafo, en reunión general de toda laasamblea.

4." En los casos de objeciones, el debate se en-comendaría á la diputación respectiva, la de la Feó la de la Disciplina, ó cualquiera otra, según laespecialidad de los casos.

5.° Todo Schema se sometería entonces á unnuevo examen en el seno de la diputación ad hoc.Sería corregido ó reformado, después impreso ydistribuido á los obispos, y de nuevo sometido Ala Congregación general del Concilio.

6." Después de una amplia discusión se pondríaá votación el proyecto. El voto podría emitirse detres maneras: Placet, ó sea Si; Non, placel que sig-nifica No; y Placet juxta, modum, que equivale áSi, pero con enmienda. Los que votasen en estaúltima forma estarían obligados á hacer constarpor escrito sus enmiendas; y estas serían impresasen seguida, sometidas ala diputación y presentadascon una memoria á la asamblea general para serobjeto en ella de una nueva votación. Si el Schemafuere enmendado por segunda vez, se repetirían lasmismas formalidades. Si por el contrario fueseadoptado por mayoría del Concilio, se consideraríaadmitido y reservado para el voto definitivo, quedebería tener lugar en sesión pública bajo la presi-dencia del mismo Papa. El voto en sesión públicaconsistiría en Sí ó No, Placet ó Non placet.

Este procedimiento se publicó en reunión preli-minar del Concilio, por la Constitución Multíplices¿nter del 6 de Diciembre de 1869. Después se hicie-

ron en él algunas modificaciones, cuyo objeto eraasegurar más la completa discusión de todos losasuntos que se pusieran á la orden del dia.

El último punto del reglamento del Concilio sobreque debemos detenernos, es la obligación del se-creto. Al principio del Concilio de Trento no setuvo est^ precaución, y resultó de esto que el 47 deFebrero de 1862 los legados se vieron en la nece-sidad de imponer el secreto á los obispos. Si en-tonces, en el siglo XVI, cuando la imprenta nocontaba más que algunos años de existencia y laprensa apenas había nacido, se reconoció indispen-sable semejante medida, ¿cómo no lo había de seren el siglo XIX, en que todo lo que se dice hoy sepublica mañana en el mundo entero? Es evidenteque la discusión de materias tales como las que sehallaban sometidas al Concilio del Vaticano exigíauna completa independencia y una perfecta tran-quilidad de ánimo; condiciones que hubiera sidoimposible reunir en medio de los ataques sin treguade los gobiernos hostiles y de una prensa que poseecierta ubicuidad, y entre los continuos asedios deamigos informados á medias, y las incesantes falsi-ficaciones de los enemigos.

El reglamento fue adoptado por la comisión el 3de Noviembre de 1869. Y hé aquí que llegamos yaá la última parte de nuestro relato de los sucesosanteriores á la reunión del Concilio. La que se re-fiere á los asuntos ó materias que habían de discu-tirse. Bastará copiar la lista, que comprende los si-guientes puntos:

1.* Schema sobre la doctrina católica en oposi-ción á los múltiples errores derivados del rtciona-lismo.

2." Schema sobre la Iglesia de Jesucristo.3." Schema sobre la misión de los obispos.i." ^chema sobre la vacante de las Sillas.5.° Schema sobre la vida y costumbres del

clero.6.° Schema sobre el pequeño catecismo.Al preparar el segundo Schema, que comprendía

quince capítulos, la comisión se vio obligada, des-pués de examinar el cuerpo de la Iglesia, á ocuparsede su jefe. Dos capítulos le dedicaron: el primerorelativo á la primacía del Pontífice de Roma; y elsegundo á su poder temporal. Al tratar de la prima-cía tuvo necesidad también la comisión de exami-nar las atribuciones de aquella, entre las cualesfiguró desde luego la infalibilidad. El 14 y el 21 deEnero de 1869 se ocupó la comisión de la primacía;y el 11 de Febrero llegó á la doctrina de la infalibi-lidad. En seguida se discutieron dos cuestiones:1.", si la infalibilidad del Pontífice de Roma podíaser definida como un artículo de fe; 2.", si como taldebía definirse. A la primera de estas preguntascontestó la comisión afirmativamente por unanimi-

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dad. Respecto á la segunda, todos los individuos,menos uno, estuvieron conformes en juzgar que nodebía proponerse el asunto al Concilio, á no serque los obispos lo pidieran. Y emitieron tal juicioen estos términos: Sententia commisionis est,non nisi ad postulationem episcoponm rei hujusproposüionem áb Apostólica Sede faciendam esse.El resultado de este acuerdo fue que la comisión nocompletó nunca el capítulo relativo á la infalibi-lidad.

La comisión de Doctrina funcionó durante veinti-siete meses, y celebró cincuenta y seis sesiones. Entodo ese tiempo no redactó más que tres Schemata.Después de la apertura del Concilio sólo se reunióuna vez. Sus trabajos entonces terminaron.

Los hechos que anteceden sugieren dos observa-ciones. En primer lugar, la de que cuando por se-gunda vez se debió dar preferencia, si los adversariosdel Concilio tenían razón, á la infabilidad, este asuntofue, con deliberada intención, eliminado del progra-ma. Y en segundo, la de que Pió IX ni deseaba nitenía necesidad alguna de proponer la definición desu infalibilidad. A imitación de todos sus predeceso -res, tenía conciencia de la plenitud de su primacía.La había ejercido en la completa seguridad de quela fe de la cristiandad consideraba á su autoridadexenta de error; no sentía necesidad de definiciónalguna. No era el jefe de la Iglesia ni la Iglesia uni-versal los que experimentaban la necesidad de estadefinición: los obispos la habían reconocido am-pliamente en 18S4, 1862 y 1867. Ya no había másque un pequeño número de controversistas que du-daban, y otro, menor aún, que negaban que el jefede la Iglesia no pudiera engañarse en materia de fey de moral, ni inducir á error á la Iglesia de que essupremo doctor. Para esos únicamente era necesa-rio que la autoridad hiciese una declaración de laverdad.

Podemos dispensarnos de todo comentario acercade los trabajos de las demás secciones: las de laDisciplina, de las Órdenes religiosas, de las Misionesé Iglesias orientales, y de los Ritos. El mundo sehalla poco interesado en ellos y no les concede lamenor atención. El soló objetó de su hostilidad es laDefinición que ha afirmado la divina autoridad delJefe de le Iglesia.

HENRY EDWARD,

Cardenal-arzobispo de Westminster.

ESTUDIOS SOBRE LA CÉLULA.

D I F E R E N C I A C I Ó N QUÍMICA.

(Conclusión.) *

Las complejas fuerzas desarrolladas en los cita-dos cambios de forma, estructura y lugar, van siem-pre acompañadas de las que se desplegan al mismotiempo en la elaboración de los múltiples y varia-dísimos productos químicos á que da lugar la vidade los elementos orgánicos.

Aunque sólo consideremos en un primer momentolas evoluciones que experimenta una misma célulade esas que conservan durante toda su existenciael carácter de pertenecer á este ó el otro tejido ve-getal ó animal, nos será muy fácil notar cómo cam-bian en ellas el conjunto de las reacciones micro-químicas y todos los demás signos que sirven paradescubrirnos su naturaleza material (4); pero si en-sanchando algo más nuestra esfera de acción, pasa-mos luego al estudio d§ las diversas formas de estas,de su modo de generación, ó nos fijamos, por elcontrario, en los separados tipos que en los orga-nismos se descubren, no podremos menos de re-cordar que en el germen se muestran todas de lamisma manera , y que desde ellas han de derivarsedespués, lo mismo la célula con clorofila, por unlado, y las que encierran fécula, cristaloides ó gra-nos de aleurona, que las que contienen grasa, porotro, ó los glóbulos sanguíneos tan alejados en suscondiciones de las de aquellos corpúsculos primi-tivos.

Estas producciones tan distintas, muestran almismo tiempo los límites á que, hoy por hoy, puedellegar tal diferenciación.

Dados los principios que dejamos sentados ennuestra Introducción (2), puede asegurarse que todacélula, siquiera sea de las de más ó menos singula-res caracteres, ha tenido que proceder necesaria-mente, ó de la segmentación desde una primera desu misma naturaleza y propiedades, ó de la deriva-ción desde otras distintas formas, que á su vez pro-ceden de otras segundas, y así sucesivamente hastaaquellas que ofrecen el tipo fundamental. En todoslos sitios en donde puede hacerse constar la cons-titución de células de inmediata formación, estasencierran como contenido el protoplasma normalen mayor ó menor grado homogéneo, y basta sólo

* Véanse los números 110, 171 y V7¿. págs. 663, 682 y119.

(1) Véase, á propósito de esto, lo que hemos dicüo enlos capítulos III y IV de nuestra obra Estudio físico delglóbulo sanguíneo.

(2) Aludimos aquí & la doctrina, noy al parecer ya de-mostrada, de que el organismo procede en totalidad deldesarrollo gradual del óvulo ó germen. • > • ;

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N.° 173 E. SERRANO.—ESTUDIOS SOBRE LA CÉLULA. 754

el hecho enunciado para que nos veamos obligadosá considerar como simples degeneraciones de ésteá todas las demás materias que en los citados ele-mentos se encuentran.

Sentado tal principio, veamos cuáles son las prin-cipales materias en cuya alteración consiste el cam-bio químico de aquellas, y citemos los hechos quedemuestran que tales alteraciones se efectúan real-mente en el curso del desarrollo de los organismos.

Sabemos que el protoplasma tiene ante todo lafacultad de poderse mezclar fácilmente con el agua.Esta condición no se muestra siempre en él conigual grado de intensidad, y en su alteración tene-mos un primer indicio de los cambios que experi-mentan las propiedades químicas.

Ya veremos más adelante, en comprobación de loque acabamos de decir, á qué género de influenciasobedece, por ejemplo, la formación de los denomi-nados vacilólos contráctiles.

Al mismo tiempo cambian también de lugar lasporciones más acuosas.

Cuando se produce la contracción protoplásmicapor cualquiera de los medios que hemos indicadoen el capítulo segundo, se nota que no se realizaaquella con la misma rapidez en las diversas direc-ciones. En tanto que hay porciones que se separaninmediatamente de la membrana vegetal, hay otrasque permanecen adheridas á ella mucho más tiem-po, y que no la abandonan hasta que la acción esmás duradera, ó se hace mí.s enérgica por la gra-dual y necesaria concentración que produce la eva-poración del agua en los líquidos que se emplean.Si después de alcanzada totalmente aquella se vuel-ve al estado primitivo por empapamiento del proto-plasma, y se intentan luego segunda vez igualesmodificaciones, se nota que han cambiado de lugarunas y otras partes, siendo ahora las más difícilesde separar de la envoltura exterior de la célulaaquellas que antes se reducían instantáneamente devolumen.

Por procedimientos experimentales se puedeademás mostrar fácilmente qué causas son las queproducen los citados cambios.

Hemos expuesto ya en el anterior capítulo quemediante la disolución de azúcar ó de carbonato deamoniaco se lograba producir la contracción delprotoplasma, y esto nos indica ya que los susodi-chos son dos de los múltiples agentes que hacencambiar la capacidad que posee la sustancia funda-mental para la absorción del agua; pero no son ellosciertamente los únicos que producen tales resulta-dos. Todas cuantas materias pueden ejercer una in-fluencia perjudicial sobre el desarrollo de los vege-tales, engendran al mismo tiempo cambios en lasantecitadas condiciones: el agua con alguna peque-ña proporción de tintura de iodo; la congelación y

el deshiele, sucediéndose alternativa y rápidamente;la calefacción hasta 50 ó más grados; las punciones,golpes y demás efectos mecánicos son las sustan-cias y agentes que dan lugar á tales resultados.

¿Pero cómo puede entenderse esta primera causade diferenciación en vista de los anteriores hechos?

La acción de una fuerza cualquiera debe tradu-cirse en la célula por un cambio más ó menos con-siderable en sus condiciones.

Si los líquidos que la rodean se hacen más ó me-nos densos; si las corrientes traen al contacto deaquellas estos ó los otros principios; si la tempera-tura se cambia y origina diversas dilataciones, y sila presión atmosférica aumenta ó disminuye, debenobservarse también variaciones paralelas en los ele-mentos orgánicos, á quienes sus circunstancias ynecesaria movilidad hacen ser muy sensibles apa-ratos de indicación, y vehículos, al par que creado-res, de todas las continuas trasmisiones y trasforma-ciones de energía.

Cada una de aquellas alteraciones depende, efec-tivamente, en último término del cambio expe-rimentado por un ser natural, y se traduce tambiénpor otros cambios en el protoplasma, porque todoslos seres se hallan encadenados entre sí.

De esta primera diferenciación pasan además lasmasas protoplásmieas á otra más intensa y apre-ciable.

El protoplasma de las formaciones jóvenes se tiñede color violeta cuando se le trata por una disolu-ción acuosa de sulfato de cobre, y además por le-gía de potasa, mostrando en esto, según las indica-ciones de Piotrowski y Czermak, que contiene ensu masa principios albuminosos. Por el contrario,el de las células que han experimentado una dilata-ción longitudinal, ó que se han desenvuelto durantealgún tiempo, se observa, sí, la coloración amari-llentaignediante la acción del iodo, la de rosa con ellazúcar y ácido sulfúrico, los olores amoniacales!exhalados durante la cremación, y todas las demásreacciones que muestran la existencia de cuerposnitrogenados; pero no ya aquella que descubre laiexistencia de los antecitados principios albumino-sos. Estos han ido desapareciendo de la masa gene-ral del contenido celular, y conservándose solo en laspartes interiores menos expuestas á la alteración: ellnúcleo, conforme ya veremos, puede considerarse;como un simple precipitado compuesto de ellas, 6como la aglomeración de todas las que se han man-tenido sin cambio químico notable durante un ciertoperíodo en que las demás estaban ya modificadas.

• Mientras los principios albuminosos permanecenen determinadas masas, se encuentran éstas más ómonos expuestas á la coagulación.

De esto y de lo que antes hemos dicho, pued<esacarse como inmediata consecuencia que tales fe-

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nómenos deben poderse estudiar mejor en las célu-las jóvenes y en los núcleos; y esto es precisamen-te lo que la observación nos enseña. Los últimoscorpúsculos citados, cuyo contenido es en generalhomogéneo é incoloro, aceptan un color amarillen-to y se concentran de una manera bastante marca-da mediante la acción de todas las causas que he-mos enumerado rápidamente en uno de.los párra-fos anteriores. Lo mismo puede notarse en las cé-lulas de las esporas de los Bquiseíwn y Psilotumtriquetrwm, en las madres de polen de la Trades-caniia y Pinus, y en otras diversas de algunos Oe-dogonium, Spircgyra, Slellaria, Funkia y Oagea.

Digamos además de paso que á dichas coagula-ciones debe atribuirse gran participación en el as-pecto granuloso que ofrece algunas veces el pro-toplasma.

En prueba de ello, podremos citar entre otrosel hecho de que cuando es tratada por agua deyodo, ácidos ó alcohol, la cutícula hialina de lascélulas de las grandes especies de Spirogyra, pier-de aquella su ordinaria diafanidad, aparecen en elladiversos puntos que son al principio sumamentefinos, y llega á adquirir, por último, un aspecto algosemejante al de las demás sustancias que contiene.

El protoplasma engendra también los cuerpos dela serie de dextrina que han de formar á la mem-brana.

La falta de reactivos apropiados ha impedido de-mostrar esto de la manera ordinaria; pero en cam-bio tenemos pruebas de ello en la sucesiva y pe-riódica presentación de dos estados de ciertas ma-sas que se ofrecen con membrana en determinadosmomentos, y reabsorben después esta para volverá sus condiciones anteriores.

Esto es lo que sucede, por ejemplo, en los plas-modios de los Myxomicetes.

Recordemos que, según hemos dicho en el capí-tulo anterior, tales cuerpos consisten en una masamás ó menos semejante en su aspecto á la gelatina,y de una magnitud y forma que está cambiando ácada instante. En tanto que se hallan en espaciossuficientemente húmedos y convenientes, el plas-modio emite diversos brazos ó prolongaciones desu masa; éstos se anatomosan entre sí formandouna red; de ellos nacen otros nuevos que son so-metidos á las mismas modificaciones, y el cuerpoentero se traslada de tal modo de unos á otros pun-tos, hallándose animado del movimiento ameboidéoque ya hemos estudiado antes de una manera algomás detallada.

La citada masa protoplásmica se conserva desnu-da durante todo este tiempo (i).

Mas llega un instante en que el ambiente estáseco y faltan para aquél sus más necesarias condi-ciones de existencia; sus diversas porciones se con-traen y se redondean, y entonces son envueltaspor una membrana que se deposita en su superficie,formando grandes células aglomeradas en masas deun aspecto y consistencia casi céreos. Tratadasaquellas por yodo y ácido sulfúrico, se tiñen decolor azul en su periferia, y muestran así la reac-ción característica de la sustancia de las membra-nas vegetales.

Añadiendo suficiente agua, se consigue despuésel regreso á las condiciones ordinarias.

La membrana se disuelve y reabsorbe, y el pro-toplasma adquiere su anterior movilidad.

El examen de tales hechos nos da por lo tanto al-guna luz sobre la forma en que tales sustanciasaparecen en el protoplasma. Bajo la influencia delcitado líquido se produce su diferenciación desdela materia fundamental, y disolviéndose en él, per-manecen ésta y aquella mecánicamente unidashasta que una contracción del contenido celular, ócualquier otro cambio análogo, determina la exu-dación al exterior de disolvente y cuerpo disuelto,evaporándose el primero y consolidándose el se-gundo al depositarse en la periferia de la masa pro-toplásmica.

Los demás producto^ que en diversas células senotan, parecen tener una derivación algo parecida.

A poco que examinemos el protoplasma ya sepa-rado desde su estado c'o homogeneidad, y sabemosprecisamente que estas son las condiciones ordina-rias de nuestra observación, notaremos siempre enél la presencia bien manifiesta de las grasas. Res-pecto á las células de procedencia vegetal, puededecirse que son de esta naturaleza los pequeñoscorpúsculos que se hallan esparcidos en todas di-recciones por el contenido celular, distinguiéndosede la restante materia por su distinto modo de re-fractar la luz: haciendo obrar largo tiempo sobredicho contenido al cloruro de calcio, se aglomeranentonces en gotas que presentan las reacciones ca-racterísticas de la materia indicada. Los folículosde gérmenes fecundados de Croáis vernus, algunosórganos jóvenes de fructificación de Vaucheria, ycélulas del endospermo joven de ciertas Lathrma,especialmente de la squamaria, son las preparacio-nes citadas por diferentes botánicos como las másá propósito para comprobar lo antes dicho. En loselementos histológicos de los animales pueden ha-cerse iguales indagaciones, siendo los corpúsculos

(1) Al hacer esta afirmación se refieren los histólogos ála ausencia de una membrana compuesta de sustancias de

la serie de dextrina, que es á la que, en el mundo vegetal,se ha dado más propiamente este nombre; pero por lo de-mas, y conforme antes indicamos, el plasmodio se hallarodeado por una capa hialina que constituye una verda-dera envoltura.

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embrionarios los primeros que ofrecen ya seme-jantes apariencias. Nosotros las hemos observadotambién en algunos glóbulos sanguíneos elípti-cos (1).

Mas no se circunscriben á estos los resultadosque produce la diferenciación química que estamosestudiando.

Sin que ahora tratemos de enterarnos del meca-nismo mediante el cual se produce el hecho de quevamos á hablar, y limitándonos sólo á la exposi-ción de todas las materias diversas que se encuen-tran en los elementos orgánicos, deberemos llamar,1a atención sobre la grandísima variedad de aque-llas y la distinta forma de su presentación.

Unas se hallan, en efecto, intimamente mezcla-das al protoplasma, y otras se ofrecen por el con-trario alojadas en los sitios del interior celular enque no se encuentra á éste: la realización de una úotra cosa proporciona condiciones muy distintas álos diferentes elementos histológicos. Células desegundo aspecto se encuentran en grande abundan-cia en los vegetales, y se denominan en generaldiplasmáticas: las del primero predominan en elreino animal, y han recibido el nombre de mono-plasmáticas (2).

Pero hagamos, sí, constar al mismo tiempo queestas denominaciones convienen sólo propiamenteá los términos extremos de una serie de formascelulares.

A poco que examinemos distintos ejemplos deestas, notaremos sin dificultad que entre las quemerecen una ú otra calificación hay una multitud deelementos de condiciones intermedias, sirviendo depuntos de transición y dando lugar, conforme aca-bamos de indicar, á una cadena de perfecta conti-nuidad.

Consideremos sucesivamente algunas de estasformaciones en ambos reinos epitelúricos.

Encontramos primero diversos elementos que pa-recen poseer el contenido tipo primitivo. Tales sonen el reino vegetal las células ya citadas del embrióndel Belianthus y de las hojas primordiales del Pha-seolus; y en los diversos órganos de los animaleslos glóbulos blancos de la sangre y linfa, los de lasglándulas foliculosas, los de las formaciones cór-neas estratificadas más jóvenes, y algunos otroscorpúsculos de los cuales no puede afirmarse estocon la misma seguridad.

En verdadero enlace con las anteriores, y presen-tando ya ciertas materias cada vez en mayor canti-

(1) Algunos de los vacilólos que presentan en mediode su contenido los glóbulos elípticos de muchos reptilesy anfibios, son simplemente gotas de grasa.

(2) Estas denominaciones de monoplasmáticas y di-plasmáticas deben principalmente á Kolliker su creacióny uso.

TOMO IX.

dad y más distintas del protoplasma, pero íntima-mente unidas á él, se nos ofrecen los elementos delas glándulas mucosas, del páncreas, de los ríñonesy del hígado, y las de los vegetales que poseen unprotoplasma esponjoso que se está preparando parala formación de los vacuolos.

- Siguen después á estas, aquellas en que se notanaquí y allá indicios de materias diferentes. Citare-mos como ejemplo las de Lathrcea y Vaucheria que,según acabamos de exponer, presentan glóbulos degrasa líquida que puede ser aglomerada en un puntomediante la acción del cloruro calcico, y las masas,al parecer homogéneas, que rodean á los plasmo-dios de los Myxomicetes, y presentan en unos úotros sitios granulaciones más ó menos marcadas.

Entramos luego ya de lleno en el dominio de lascélulas diplasmáticas.

Las de muchísimos vegetales; las adifusas; losglóbulos rojos de la sangre de los amflbios, reptilesy muchos peces; las de la cuerda dorsal cuyo con-tenido no se halla aún liquidado; ciertas glándulasunicelulares; las del hígado de los crustáceos y mo-luscos, y las renales de estos últimos, son otrostantos casos que pudieran citarse como prueba dela existencia de la forma susodicha.

Por último, en las de la cuerda dorsal completa-monte desarrollada de los peces; en los glóbulosrojos de la sangre del hombre y los mamíferos; enlas del espernia perfecto, y en las de muchísimascorolas que hemos examinado repetidas veces, senota la conversión del protoplasma en otro líquidodiferente. En muchos elementos leñosos de diver-sas especies de Pinitos; en algunos de diferentesSpirogyras estudiadas por nosotros, y en las tras-formadas en cuerno de las producciones epidérmi-cas, puede observarse la completa desaparición de:todovcontenido, restando sólo una membrana dgra yespesa en el primero y tercer caso, y sumamentedelgada, ligera y trasparente en el segundo.

Estos son los principales datos que pueden citar-se do entre los comunmente indicados por la mayo-ría de los histólogos.

¿Qué consecuencias podemos sacar de lodo estopara el objeto de nuestras indagaciones'

La existencia de tan diversas formas en un orga-nismo indica ya bastante el género ó intensidad desla diferenciación á que se halla sometida la sustancialfundamental, una vez que sabemos cómo procedentodas aquellas, necesariamente, de una primera enla cual se muestran las condiciones normales. Ade-más, para que podamos marcar mejor las distintasetapas recorridas en este camino, y nos convenzamosmás de que aquellas fases son únicamente simplesderivaciones desde el tipo primitivo, notaremos dis-tintas células que, sirviendo de lazo entre los másdiferentes grupos citados, son, por ejemplo, mono-

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plasmáticas en uno de sus períodos, y diplasmáti-cas en el otro; indicaremos, entre otras muchas deque pudiera hablarse, las del Saccharomyces cerevi-sice, en las que hemos podido estudiar muy despa-cio la presentación del indicado fenómeno; todaslas muchísimas vegetales en que la formación devacuolos se manifiesta en un cierto período, y lasdel mundo animal tan delicadamente estudiadas porel eminente Lieberkühn al establecer las múltiplesanalogías de estas con las vegetales (4).

Añadamos ahora que es bien sabido que por lasmodificaciones del protoplasma se forman en aque-llas el ácido úrico, la tyrosina, la lenina, la crea-tina y los demás principios nitrogenados solubles;los azúcares, ácidos orgánicos, y todos aquellos quegozan de la última cualidad antes citada, pero queno contienen nitrógeno; y para terminar, distintassales, el ácido carbónico, otras materias mineralesy el agua, y nos formaremos, fijándonos en todoello, siquiera sea una ligera idea de las múltiples yvariadas materias que deben su elaboración á estasacciones y modificaciones químicas del contenidocelular, que nos están ocupando.

Mostrado, por lo tanto, que en la sustancia fun-damental se encuentran gran número de muy dese-mejantes sustancias, y afirmada la doctrina de quoestas proceden de la evolución química del proto-plasma, nada"más nos resta que decir en el presentecapítulo. Lo poco que se conoce sobre el modo derealizarse los anteriores fenómenos, y acerca de laimportancia que esto tiene en el desenvolvimientocelular, son cosas que corresponden á la terceraparte de este escrito.

ENRIQUE SERRANO \ FATIOATI.

Catedrático en el Instituto de Ciudad-Real.

LAS ESCUELAS MUSICALES.

I,as leyes del sonido son fundamentales para lateoría de la instrumentación, y comprenden igual-mente la armonía. Merced á ellas, todo lo que has-ta ahora hemos expuesto (2) se reduce á un soloprincipio: las '.iotas musicales deben satisfacer á lasleyes de la armonía, y esta es tanto más perfecta,cuanto más refuerzan los diversos sonidos de unacorde el sonido fundamental. Así, el concepto dela tónica y del acorde fundamental pierde su ca-

(1) Lieberktthn. Los fenómenos del movimiento en las cé-lulas animales.

(2) Este artículo forma parte de un libro sobre el Soni-do y la Música que se ha de publicar en la Bibliothequesi-Mixtifique internacional, con un estudio de M. Helmoltz.sobre las Causas fisiológicas de la armonía musical.

rácter de utilidad puramente práctica; queda redu-cido auna consecuencia necesaria.

La ciencia ha llegado á comprender bajo un solopunto de vista ese grande y admirable conjunto dedatos que constituye la historia y el desarrollo dela música, y aun á deducir regularmente las reglasdel arte musical. Fácilmente podría crearlas segun-da vez, si por casualidad llegaren á perderse.

Mas no se crea por esto que la ciencia pretende ópuede reemplazar al arte. En el arte hay una cosaque resiste á todo cálculo, que la ciencia puedeexplicar, hasta cierto punto, cuando toma una for-ma palpable, pero que no puede presagiar ni mo-dificar: la inspiración poética. Así como el másprofundo conocimiento de la gramática, de la sin-taxis y de la métrica no basta para hacer ni unamediana poesía, así el estudio más profundo de lasleyes de la armonía y de la instrumentación no bas-tarán nunca para formar un compositor. La compo-sición y la'crítica son dos funciones de la inteli-gencia humana diametralmente opuestas; deben,darse la mano, proceder de común acuerdo, encuanto es posible , y completarse recíprocamente;pero el crítico no será jamás un gran compositorni el compositor un verdadero crítico.

Las más fantásticas creaciones del hombre obe-decen á ciertas leyes sencillas que la ciencia nosha revelado. Estas leyes no eran, seguramente, co-nocidas por los grandes hombres de genio que noshan legado en sus obras imperecedera enseñanza-A estos les guiaba únicamente el sentimiento, laimaginación y la inspiración. La ciencia ha venidodespués, y no ha hecho otra cosa que traer la luz.Lo mismo sucederá siempre en el porvenir. No nosmeteremos á pronosticar lo que será la músicadentro de cincuenta ó sesenta años, ni á decir si,bajo el punto de vista de la estética, se encontraráen la línea ascendente ó descendente de la parábo-la, en razón á que los principios estéticos á que elarte se ha ajustado sucesivamente no tienen valorabsoluto. Pero si podemos asegurar que nunca seaceptará nada contrario á los principios establecí -dos hoy por la ciencia.

No queremos abandonar este importante asuntosin ocuparnos de algunas cuestiones muy debati-das en estos últimos tiempos y que pertenecen alpatrimonio artístico de la Europa moderna. Se ha-bla mucho de la grande y sustancial diferencia en-tre la música italiana y la música alemana. Se juzgaá la primera, sencilla, clara y melodiosa; y á la se-gunda, complicada, de estudio, oscura y trascen-dental; pretendiendo hallar en esto uno de los ras-gos característicos de la diferencia entre las dosnaciones.

Es verdad que en el siglo pasado, y aun en elpresente, la música italiana ha cultivado con prefe-

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rencia la melodía y el canto; es cierto también queen la música alemana se ha elevado á un grado deperfección admirable el estudio de la armonía y delas masas corales é instrumentales. Pero no esexacto que siempre haya sido así; y sería un grandeerror querer hallar en esto un carácter distintivode las dos naciones.

En la Edad Media sucedía precisamente lo contra-rio. Los primeros siglos de la música polifónica sedistinguieron en Italia por una inmensa complica-ción. Trozos unidos por un extremado artificio,cantos diferentes ligados con reglas muy complica-das y poco claras; tal es el carácter de la músicapolifónica hasta el tiempo de Palestrina. La reformaprotestante creó en Alemania las armonías senci-llas, los cantos libres, la música clara, fácil, tras-parente.

No hay comparación posible, en cuanto á la sen-cillez, entre los primeros cantos protestantes y lamúsica del mismo Palestrina, que fue, sin embargo,el gran reformador y el gran simpliflcador de la mú-sica polifónica italiana.

Desde aquella época, en lo que se refiere al esti-lo, las dos naciones han seguido casi la mismamarcha. Italia tomó decididamente la delantera,gracias á la inmensa actividad Que demostró y alconsiderable número de sus genios creadores. Apartir de entonces, el progreso fue rápido y con-tinuo.

Viadana escribió las primeras melodías, y agre-gó á esto, como acompañamiento, la base con-tinua.

Carissimi y Scarlatti pueden ser consideradoscomo los inventores del recitado de expresión. Aeste último compositor, verdadero genio musieal,se debe la invención del aria, que con su primeray segunda parte y las repeticiones representa qui-zás en la música lo que la columna en la arquitec-tura. En sus tentativas de ópera introdujo el reci-tado obligado, y de este modo empezó la transicióndel primero al segundo estilo italiano, transiciónque sus grandes discípulos y rivales Durante, Leoy Greco operaron por completo. Gracias á sus es-fuerzos, la música perdió su carácter de severidady sus rígidas reglas de armonía y contrapunto. Ensus manos y en las del atrevido innovador ClaudioMonteverde, tomó, por el contrario, un desarrolloinstrumental más considerable, con cantos tratadosmás extensa y libremente, y acompañamientos mássencillos y de aire más desahogado. La marcha aus-tera fue sustituida por sentimientos claros, senci-llos, francos. Belleza plástica, justa medida, soste-nida con gracia y discernimiento en medio de be-llísimos cantos; éste era el carácter que tomó lamúsica en el siglo XVII, carácter que se encuentraespecialmente en la música de iglesia, menos en la

ópera, donde la forma quedó siendo bastante primi-tiva, á pesar de todos los esfuerzos.

Este movimiento continuó también en el si-glo XVIII. A la par que la música de iglesia, la óperase, desarrolló cada vez más; y á la historia de esteprogreso quedaron unidos los- nombres de Pergole-se, Piccini, Sacchioi, Jomelli, Cimarosa y Paisiello.Su creadora actividad se comunicó á Alemania, endonde adquirió nueva forma y nuevo desarrollo.Hombres como tendel, Haydn, Bach, Gluck y Mo-zart, dieron á la música una extensión de ¡deas ma-ravillosa. Pero á excepción de Gluck, deben ser con-siderados como fecundos y sublimes continuadoresdel movimiento italiano. Para convecerse de la pe-queña distancia que separaba á las dos escuelas,basta comparar las obras Matrimonio segreto, deCimarosa, y Nozze di Fígaro, de Mozart. Parecensalidas de la misma escuela y compuesta por doshermanos, una, más fácil, más brillante, de máselegancia; y la otra de más amplitud, más rica, másprofunda.

Donde más se acentuó la diferencia entre la mú-sica alemana y la música italiana fue en el trabajode Gluck y Becthoven por un lado, y el de Rossinípor otro. ínterin, las dos escuelas continuaron hastamediados del último siglo diferenciándose poco;mientras las dos músicas seguían pareciéndose, laparte de ejecución tomó en Italia distinto rumbo. Elsiglo pasado fue el siglo del gran canto italiano. Ita-lia asombró al mundo por el número de cantantesnotables que produjo, y por el formal y seguro mé-todo con que estaban organizadas sus escuelas decanto. Aquellos cantantes recorrieron la Europa detriunfo en triunfo, festejados por todas partes y adu-lados de un modo casi increíble. Pero precisamentela grande importancia que alcanzó la escuela decanta»italiana debía ser la causa de su propia de-cadencia. Los cantantes empezaron á considerarsecomo el elemento principal, como la piedra angularen que se fundaba el esplendor de la música italiai-na. Para ellos las piezas no eran más que el pretex;-to para brillar lo más posible. Y sucedió que, siendola música demasiado sencilla para ofrecerles ocasio-nes de brillar, sustituyeron las sencillas melodíascon aires más complicados, intercalando trinos jygruppeíli, cadencias y flores de toda clase, en per-juicio manifiesto del compositor y del buen gust<omusical.

Los grandes maestros de entonces sufrieron talestado de cosas por la imposibilidad de ponerle re-medio. Mas llegó Rossini, y pensando que valía másescribir desde luego las melodías complicadas, lle-nas de escalas, cadencias y todo género de dificulta-des, porque así se lograría, al menos, salvar en par-te el buen gusto, hizo como ciertos políticos que s<eponen á la cabeza del movimiento pafa poder domi-

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narlo mejor. La riqueza y variedad de formas sonen él admirables; pero es evidente que la verdadera¡dea musical debia padecer con esos trinos y floreosperpetuos. No hay más que un género al que puedaadaptarse esa forma ligera y tan variada: la óperabufa. Bajo este punto de vista nos ha dejado Rossinien el Barbero de Sevilla un imperecedero modelode gracia y de frescura. Respecto á la ópera seria,abandonó casi completamente, en sus últimas obras,esta manera de escribir. Su última ópera, GuillermoTell, carece por completo de floreos, y se eleva enalgunos trozos, como, por ejemplo, en el tiro y laconjuración del segundo acto, á una altura incompa-rable.

Pero esta manera más pulida y más correcta deRossini se produjo fuera de Italia, bajo el imperio detendencias é ideas diferentes á las que allí reinaban.

En Italia no podía contenerse fácilmente la impul-sión dada. La música tomó con Bellini y Donizetti elcarácter de un canto sencillo, á veces profundo, con-movedor, y con frecuencia ligero, superficial, insí-pido. La impresión que ha producido y que todavíaproduce el autor de Norma con sus cantos magnífi-cos y profundamente sentidos, el interés que nosinspira Donizetti por la elegancia del estilo en susmejores obras, no deben, sin embargo, hacernos ol-vidar que el canto no se adaptaba ya á las condicio-ciones del teatro moderno. Aunque con muchas ybellas excepciones, el sentimentalismo reemplazóal verdadero sentimiento; la expresión dramática fueen gran parte descuidada, y algunas veces ni aun setomaban el trabajo do buscarla. Verdi comprendióque el canto continuo acabaría por corromper lasalmas; y en sustitución del bello canto inició el mo-vimiento, que aún no era el sentimiento dramático,pero que tenía fuerza y vigor, si bien de ruda formaalgunas veces. Esta manera de escribir se halló lige-ramente de acuerdo con las aspiraciones nacionales.Italia renacía entonces á una vida nueva; tenía ne-cesidad de movimiento y emociones fuertes. El pa-triotismo se apoderó de la música de Verdi, la hizoextremadamente popular, y abusó de ella en granmedida. Pero el buen gusto y las escuelas de cantopadecieron muchísimo. En estos últimos tiemposVerdi ha modificado notablemente su estilo, y tien-de abiertamente á acercarse á la música alemana,ó, por lo menos, á acortar la distancia que hoy se-para las dos escuelas. De Nabucco y Hernani á Ri-goletto y al Bailo in maschera, y después á Aida,el progreso ha sido constante en este sentido.

Antes que en Italia se operase el movimiento pro-gresivo, Alemania había adelantado por su parte.Gluck introdujo y desarrolló admirablemente el con-cepto de la música dramática, que es más á propó-sito para adaptar la música á las palabras y paracrear musicalmente una obra de arte capaz de pro-

ducir en el auditorio las mismas sensaciones que eltexto. En este concepto, la música es un manantialinagotable de efectos verdaderamente artísticos.Aventaja con mucho á la poesía, tanto en la expre-sión de lo terrible como en la de los sentimientosdulces y delicados. Para convencerse basta recordar,entre las cosas modernas, la escena de amor entreFausto y Margarita, descrita musicalmente por Gou-nod, en la que se ve que no sólo no ha sufrido de-trimento la gran poesía de Goethe, sino que el efec-to ha sido más bien modificado é idealizado, lejosde ser disminuido. Basta recordar también el dúode Raoul y Valentina en los Hugonotes, donde to-das las sensaciones, del patriotismo al amor, delamor al terror, están descritas con una vivacidad yun sentimiento incomparables que conmueven pro-fundamente, á pesar de algunas exageraciones; ypor último, la terrible escena de FreiscMtz, de We-ber, en la que el tenor se eleva al más alto grado dela expresión musical. La música, que por muchosconceptos aparece inferior á la poesía, se mues-tra superior á ella en otros en que el efecto dramá-tico y el sentimiento están profundamente acen-tuados.

Mayor adelanto aún se realizó por Beethoven, elgrande, el verdadero creador de la música instru-mental moderna. Desde esta época, la escuela ale-mana empezó á separarse cada vez más del caminoseguido en unión de la escuela italiana. Mendels-sohn, Schumann y Wagner constituyen una progre-sión en ese sentido. La música ha revestido cadadia más el carácter instrumental, y el canto libre hasido descuidado. Sirviéndonos de una frase que hallegado á hacerse célebre, aunque es tal vez exage-rada, diremos que es la música italiana la orquestaque se convirtió en una gran guitarra destinada áacompañar el canto. Pero en cambio puede decirseque, en la música alemana, los cantantes se habíanconvertido en ambulantes instrumentos de orques-ta. Hay que convenir, sin embargo, en que mientrasen ffuestro siglo la música italiana ha caminado ha-cia una sensible decadencia, en Alemania se ha sos-tenido el arte en un nivel bastante elevado. El es-tudio de la armonía y de los grandes movimientosde la orquesta, el sentimiento profundo y la expre-sión dramática, á pesar de algunas exageracionesdemasiado realistas é innovaciones de poco valor,han sido perfeccionados en alto grado á impulsos delgenio de Wagner. Si los libretos, casi siempre es-túpidos y poco favorables á la composición, han sidoreemplazados por una poesía más vigorosa y másindependiente, á él se debe. La unión más estrechade la poesía y la música, donde las dos artes cami-nan al mismo paso, sin que una oprima á la otra;éste es quizás el carácter más saliente y más honro •so de la música, que se sostiene casi siempre á una

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gran altura, con riqueza de armonías, trasportán-donos á una esfera ideal.

Decimos esto, no obstante el clamor que á unlado y otro de los Alpes se levanta contra la mú-sica del porvenir. Pero basta oiría con atención,sin estar prevenido en pro ni en contra, para con-vencerse de que encierra muchas y grandes belle-zas. La overtura de Lohengrin, el canto de Lohen-grin al cisne, muchos trozos de Tatinhoeuser y otrosvarios, son buenas pruebas. Esta música ha tenidoel grande y triste privilegio de excitar las pasionestanto en sentido favorable como en el adverso. Mascuando se calmen los ánimos, creemos que no serehusará conceder á estas composiciones el carác-ter de un gran poema musical, cuyos límites tras-pasan el término nacional para que ha sido es-crito.

Hay que tener en cuenta un tercer factor muyimportante en la historia de la música; la influen-cia que ejerce Paris en la marcha de las ideas mu-sicales. Exceptuando la ópera cómica, que no con-viene confundir con la ópera bufa italiana, y en lacual sobresalen Gretry, Boíeldieu, flerold, Aubery otros, se puede decir que los franceses no hansido verdaderamente creadores en música. Y sinembargo, la influencia de Paris ha sido grande éincontestable en la historia del arte musical. Colo-cado, por decirlo así, á igual distancia de las dosnaciones musicales, Paris ha llegado á ser, graciasal esplendor de la vida parisiense y á un atractivopara los placeres, uno de los centros importantesen que se debaten graves y numerosos problemasmusicales. Allí fue donde se empeñó la lucha de lamúsica severa de Gluck contra la música melodiosade Piccini; allí, donde el italiano Cherubini se con-quistó con sus tendencias musicales alemanas unhonrosísimo puesto; allí, donde Meyerbeer abando-nó su primer estilo y compuso Roberto el diablo,L"s hugonotes y El profeta, que harán imperece-dera su memoria; y allí, en fin, donde los másgrandes maestros han ido á buscar competentesjuicios, y donde han cambiado de estilo. GuillermoTell, de Rossini, La favorita y Don Sebastian, deDonizetti, y muchas obras de Verdi, han nacido deesto modo. La influencia de Paris puede definirseasí: insistir para la creación de un tipo musical queparticipe de las cualidades de las dos escuelas ita-liana y alemana, sin sus respectivas exageracio-nes. Esta escuela es, pues, eminentemente ecléc-tica, y ha encontrado la solución de sus problemasapoyándose resueltamente en la música dramática.Ha conservado el aire y el canto italianos, pero li-mitados á los casos en que son compatibles conla expresión dramática. Ha adoptado las masas co-rales y los movimientos de orquesta de Alemania,dándoles una importancia conveniente. Y ha procu-

rado, en fin, establecer una última relación entrelas palabras y la música, con el deseo, más ex-puesto que realizado, de no subordinar ninguno delos dos elementos.

El carácter de esta escuela se encuentra en lascomposiciones de los autores franceses que han es-crito obras dramáticas. Halevy, Gounod, el mismoAuber en su Muda de Portici han seguido este ca-mino. No obstante lo que generalmente se pien-«a de lodo lo ecléctico, el eclecticismo de la escue-la de Paris ha tenido una verdadera importancia;deba considerarse como un intento formal, y enparte realizado, de reunir bajo un punto de vistacomún dos escuelas cuyas tendencias eran muydiferentes. A esa tentativa se deben nobles pensa-mientos y obras grandiosas que ejercerán tambiénuna grande y verdadera influencia en el porvenir.Las tendencias que este ofrecerá no pueden ser pre-vistas por la crítica musical ni por ia científica. Nosguardaremos, pues, de emitir juicio sobre tal pun-to. Lo que nos importaba demostrar, era que Lamúsica se ha desarrollado siguiendo reglas depen-dientes de las leyes naturales en otros tiempos des-conocidas y hoy descubiertas; que nunca podrá sa-lirse de ellas, y que entre los límites de esas leyeshay un campo vastísimo abierto á los esfuerzos dela inteligencia humana. Interesaba demostrar, ade-más, que la opinión generalizada en Italia y fuerade ella respecto al valor de tal ó cual escuela, ó detal ó cual maestro, es para la mayor parte inexacta,porque la verdadera cultura musical se halla des-cuidada en Italia.

Consideramos indispensable para la cultura lite-raria el conocer no solamente á los autores moder-nos, sino también á los autores de todos los tiemposy de todas las naciones. Pero en cuanto á la múi-sica,"*con muy pocas excepciones, no conocemoismás que á los autores de este siglo, y ha,»ta hacepoco tiempo, sólo conocíamos á los italianos. Estaes una pobreza de conocimientos que no puede niidobe durar, porque conducirá infaliblemente á l;adecadencia musical de la nación. Y tan grave noisparece este mal, que creemos conveniente insistürcon todas nuestras fuerzas en la indicación de quees necesario remediarlo pronto. No eomprendemoiscómo poblaciones que gastan considerables sumáisen los teatros, no dedican una parte de ese dinero :áfomentar la cultura musical del país, más bien que ¡ádivertir á las masas con espectáculos muchas vecéistontos y faltos de sentido. Juzgamos, pues, d«nuestro deber llamar la atención pública acerca d<eeste gran vacío de la educación popular, haciendioobservar que"el teatro subvencionado debe ser uinlugar de enseñanza y no de recreo únicamente. Nionos incumbe indicar cómo puede realizarse tan no-ble fin, ni es éste, sobretodo, el momento oportumo

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para estudiar semejante cuestión. Pero no tenemosnecesidad de decir que el problema no es difícil nicomplicado, y que una vez planteada la cuestión,habrá seguramente hombres capaces de resolverlade un modo satisfactorio.

P. BLASERNA,

profesor de la Universidad de Roma.

EL PRECIO DE LA VIDA.

José, abriendo la puerta del salón, se pre-sentó á anunciarnos que la silla de posta estaba dis-puesta.

Mi madre y mis hermanos se arrojaron en misbrazos.

—Aún es tiempo,—me decían;—renuncia á tuviaje... quédate con nosotras.

—Madre mia,—contesté, — soy noble, tengoveinte años, y es preciso que se hable de mí, quehaga carrera, sea en el ejército ó en la corte.

—Pero ¿qué será de mí, marchándote?—Estaréis contenta y orgullosa al saber los ade-

lantos de vuestro hijo.—¿Y si mueres en alguna batalla?—Eso no importa. ¿Para qué es la vida? Además,

¿quién piensa en ello? Cuando se tienen veinte años,el qué es noble no debe pensar más que en la gloria.Ya me veréis, madre mia, volver á vuestro ladodentro de algunos años, hecho todo un coronel,mariscal de campo ó con un brillante puesto en Ver-salles.

—¿Y qué conseguiremos con eso?—Que seré aquí respetado y considerado.—¿Nada más?—Y que todo el mundo se quitará el sombrero al

pasar per mi lado.—¿Y después?—Que me casaré con mi prima Enriqueta, que co-

locaré ventajosamente á mis hermanas, y que todosviviremos tranquilos y felices en mis tierras deBretaña.

—¿Y quién te impide empezar desde ahora? ¿Nonos ha dejado tu padre la mayor fortuna del país?¿Hay en diez leguas en contorno algún dominio másrico ni más hermoso castillo que el de la Roche-Bernard?¿No eres considerado y querido de nuestrosvasallos? ¿Deja alguno de quitarse el sombrero cuan-do atraviesas el pueblo? No nos abandones, hijomió; quédate al lado de tus amigos, al lado de tushermanas y de tu anciana madre, á quien tal vez noencuentres á tu vuelta. No vayas á consumir por unvano deseo de gloria, ó abreviar con sinsabores ytormentos de todas clases, los dias de existencia

que con tanta rapidez se deslizan. La vida, hijo mió,es una gran cosa, y el sol de Bretaña es muy her-moso.

Diciendo esto, me señalaba por las ventanas delsalón las hermosas alamedas de nuestro parque, losviejos castaños en flor, las lilas y las madreselvascuyo aroma embalsamaba el aire.

En la antesala se hallaban el jardinero y su fami-lia, todos tristes y silenciosos.

Sus miradas parecían decirme:—No os marchéis, señorito; no os separéis de

nosotros.Hortensia, mi hermana mayor, me estrechaba en-

tre sus brazos.Y Amelia, mi hermana menor, que se hallaba en

un extremo de la sala entretenida en ver los graba-dos de una obra de La Fontaine, se me acercó conel libro en la mano.

—Lee, hermano mió, lee,—me dijo llorando.—Era la fábula de Las dos palomas.Yo me levanté bruscamente, respondiendo á

todos:—Tengo veinte años, soy noble, y necesito alcan-

zar gloria y honores. Dejadme, pues, partir.Y sin aguardar á más, me lancé al patio.Iba á montar en la silla de posta cuando apareció

en el descanso de la escalera una mujer.Era Enriqueta.No lloraba, no pronunciaba una palabra. Pero, pá-

li<ia y temblorosa, apenas podía sostenerse.Con el pañuelo blanco que tenía en la mano me

hizo una señal de despedida, y cayó sin conoci-miento.

Corrí á ella, la levanté, la estreché contra mi co-razón jurándola amor eterno, y antes que volvieraen sí la confió al cuidado de mi madre y mis herma-nas, y me dirigí á donde estaba el carruaje sin de-tenerme ni volver la cabeza.

Si llego á mirarla otra vez, es seguro que no hu-biera tenido valor para marcharme.

Algunos minutos después, la silla de posta rodabapor la carretera.

Durante algún tiempo no pensé más que en mishermanas, en Enriqueta, en mi madre y en la dichaque dejaba tras de mí.

Pero estas ideas se fueron desvaneciendo á medi-da que desaparecían de mi vista las torres de laRoche-Bernard.

Y bien pronto los sueños de ambición y gloria seapoderaron por completo de mi espíritu.

¡Cuántos proyectos y castillos en el aire formé re-costado en los almohadones de mi coche!

Riquezas, honores, dignidades, brillantes éxitosde todas clases... Nada me rehusaba. A mi juicio,lo merecía todo, y todo me lo concedía, elevándo-me más y más según avanzaba en el «amino.

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N.° 173 SCRIBE. EL PRECIO DE LA VIDA. 759

Me creía gobernador jle provincia, duque, par...Y al detenerme por la noche en una posada habíallegado á mariscal de Francia.

La voz de un criado, que me llamó simplementecaballero, me obligó á salir de mi éxtasis y me hizoabdicar.

Al dia siguiente y en los sucesivos, los mismossueños, la misma embriaguez.

Mi viaje era largo. Me dirigía á las inmediacionesde Sedan, á casa del duque de C...,antiguo amigo demi padre y protector de mi familia. Se había ofrecidoá acompañarme á París y presentarme en Versalles,para hacerme obtener el mando de una compañíade dragones por influencia de una hermana suya, lamarquesa de F..., encantadora joven designada porla opinión pública como sucesora de Mad. Pompa-dour, á cuyo título aspiraba con tanta mayor justi-cia, cuanto que hacía bastante tiempo que veníadesempeñando sus honrosas funciones.

Llegué á Sedan de .noche, y no pudiendo, á lahora que era, dirigirme al castillo de mi protector,aplacó mi visita para el dia siguiente., y ful á hospe-darme en el hotel de Zas armas de Francia, el mejorde la ciudad, que ora el punto de reunión de los ofi-ciales, porque Sedan es plaza fuerte y tiene muchaguarnición. Sus calles presentan un aspecto guer-rero, y hasta los paisanos tienen un aire marcialque parece decir a los forasteros: «Somos compa-triotas del gran Turena.»

Cené en mesa redonda y pregunté por el caminoque debía emprender al dia siguiente para llegar alcastillo del duque de C..., situado á tres leguas de laciudad.

—Cualquiera os lo podrá indicar,—me contesta-ron.—Es muy conocido en el país. En ese castilloha muerto un gran militar, un hombre célebre, elmariscal Fabert.

Y la conversación recayó en este personaje. En-tre jóvenes oficiales era natural.

Se habló de sus batallas, de sus proezas, de sumodestia, que le hizo rehusar los títulos y el collarcon que quiso agraciarle Luis XIV, y especialmentede su extraordinaria suerte. Porque salido de lanada, hijo de un pobre impresor, de simple soldadollegó al elevado rango de mariscal.

Era el único ejemplo que en aquella época podíacitarse de semejante fortuna.

Viviendo aún Fabert, había parecido tan extraor-dinaria, que el vulgo había atribuido á su elevacióncausas sobrenaturales.

Se decía que en su juventud se había ocupado demagia, y que había hecho un pacto con el diablo.

El fondista, con la credulidad propia de nuestrosaldeanos bretones, nos aseguró que en el castillodel duque de C..., donde Fabert había muerto, sehabía visto entrar á un hombre negro, que nadie

conocía, y se llevó el alma del mariscal, á quienanteriormente so la había comprado; añadiendo queaun entonces, por el mes de Mayo, época de lamuerte de aquel, se veía aparecer por la noche alnegro, con una luz en la mano.

Este relato amenizó el final de nuestra cena, ybebimos una botella do Champagne en obsequio aldemonio familiar de Fabert, suplicándole que sedignara tomarnos también b ijo su protección y ha-cernos ganar algunas batallas como las de Colliourey La Marfcc.

Al dia siguiente, me levanté muy temprano y medirigí al castillo del duque de C..., inmensa y góticamansión en la que no hubiera reparado siquiera áno hallarme aún impresionado por el relato de lavíspera.

Excitada con él mi curiosidad, no pude menosdo mirarle atentamente; y confieso que no terminémi examen sin experimentar cierta emoción.

El criado á quien pregunté rne contestó que nosabía si su amo estaba visible, y sobre todo si po-dría recibirme.

Le di mi nombre para que me anunciara, y saliódejándome solo en una especie de sala de armas,cuyas paredes se hallaban cubiertas de atributos decaza y retratos de familia.

Esperé algún tiempo, y nadie apareció.¡La carrera de gloria y honores, con que yo había

soñado, comenzaba por hacer antesala!La impaciencia me consumía.Ya había contado dos ó tres veces todos los re-

tratos que adornaban la sala, y hasta las vigas deltecho, cuando oí un ligero ruido cerca de mí.

Era una puerta mal cerrada que el viento acaba-ba de abrir.

Me acerqué áella, y v í w lindo gabinete, ilumi-nado claramente por dos grandes ventanas y unapuerta de cristales que daban á un magnífico jar-din.

Di algunos pasos dentro de aquella alegre habita-ción, y me detuve ante un espectáculo que no des-cubrí á primera vista.

Con la espalda hacia la puerta por donde yo aca-baba de entrar, había un hombre recostado en uncanapé.

So levantó sin apercibirse de mi presencia, yr sedirigió bruscamente á una de las ventanas.

Silencioso llanto surcaba sus mejillas, y en susfacciones parecía dibujarse una profunda desesspe-racion.

Durante algunos minutos permaneció inmóvil,con la cabeza oculta entre las manos.

Después empezó á pasearse precipitadamente porla habitación.

Una de las veces que pasó cerca de mí, me viió yse detuvo estremeciéndose.

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Yo, entonces, cortado y pesaroso de mi indiscre •cion, quise retirarme balbuceando algunas palabrasde excusa.

Pero él me detuvo por un brazo, diciendo convoz fuerte:

—¿Quién sois? ¿Qué queréis?—El caballero de la RocheBernard,—contesté;—

y llego deBretañíá...—Ya sé, ya sé,—repuso.Y se arrojó en mis brazos, haciéndome sentar á

su lado.Me habló de mi padre, de toda mi familia, y de-

mostró conocerla tan bien, que no dudé de que fue-se el dueño del castillo.

—¿Sois el señor de C...?—le dije.Pero él se levantó, mirándome exaltado, y con-

testó:—Lo era, mas ya no lo soy; ya no soy nada.Y al ver el asombro con que yo le oia, añadió:—Ni una palabra más, joven; no me preguntéis...—Sin embargo, ya que sin querer he sido testigo

de vuestro pesar, si mi amistad y mi interés puedenproporcionaros algún consuelo...

—Tenéis razón. No, podéis cambiar en nada misuerte, pero seréis depositario de mi última volun-tad... Este es el único servicio que podéis pres-tarme.

Se levantó á cerrar la puerta, y volvió á sentarsejunto ámí.

Yo, lleno de singular emoción, esperaba sus con-fidencias.

En su acento había algo de grave y solemne.Su fisonomía, sobre todo, tenía una expresión

que en nadie había yo observado hasta entonces.Su frente parecía marcada por la fatalidad.Su rostro era pálido.Sus ojos negros despedían un fulgor extraño.Y do vez en cuando, sus facciones, aunque alte-

radas por el sufrimiento, se contraían por una son-risa irónica é infernal.

—Lo que voy á revelaros,—dijo,—ofuscará vues-tra razón. Dudareis... no podréis creer... yo mismodudo muchas veces, es decir, quisiera dudar; perolas pruebas están nuy claras en todo lo que merodea...

Y se detuvo un instante,, como para coordinar susideas. Después, pasándose una mano por'a frente,prosiguió:

—«He nacido en este castillo, teniendo ya dos«hermanos, álos cuales debían irá parar los bienes«y los títulos de nuestra casa. No podía esperar,«por oonsiguiente, más que la sotana y el manteo.«Y sin embargo, en mi cabeza fermentaban las«ideas de ambición y gloria. Descontento de mi os-curidad, ávido de nombradla, no pensaba sino en«los medios de adquirirla. Y esta idea me hize in-

«sensible á todos los placeres y dulzuras de la vida.»E1 presente no era nada para mí: sólo existía para»el porvenir; y el porvenir se presentaba á mis ojos«bajo el aspecto más sombrío.

«Tenia cerca de treinta años, y aun no era nada.«Por aquella época se formaban en la capital gran-

«des reputaciones literarias, cuya fama llegaba hasta«nuestra provincia.

«¡Ah! me decía con frecuencia, si yo pudiese al«menos alcanzar un nombre en la carrera de las le«tras! ¡Eso Siempre me daría alguna gloria, y en la«gloria solamente está la felicidad!

«Tenía por confidente de mis pesares á un anti-«guo criado, un negro que se hallaba en el castillo«desde antes de mi nacimiento, y que era, á no du-«dar, el más viejo de la casa, porque nadie se acor«daba de haberle visto entrar; y los más ancianos«del país aseguraban que había conocido al maris-«calFabert y le había asistido en sus últimos mo-«mentos...»

Al pronunciar estas palabras, mi interlocutor mevio hacer un gesto de sorpresa, y se detuvo parapreguntarme la causa.

—No es nada,—le contesté.Pero á pesar mió no pude menos do pensar en el

hombre negro de que había hablado el fondista lanoche anterior.

M. de C... continuó:«Un dia, delante de Yago (que así se llamaba el

«negro) me dejé llevar do mi desesperación por la«oscuridad en que vivía y la inutilidad de mi exis-«tencia, y exclamé:

—nDaría diez años de vida por figurar entre los«primeros escritores.

—«¡Diez años, — contestó Yago fríamente,—es«mucho! -Es pagar muy cara una cosa tan pequeña.«Pero no importa, acepto los diez años. Acordaos«de lo que habéis ofrecido, que yo cumpliré mi pro-«mesa.

«No os pintaré mi asombro al oirsu contestación.»Creí que los años habían debilitado su cabeza, y«me encogí de hombros sonriéndome.

«Poeos dias después abandoné el castillo para«hacer un viaje á Paris.

«Allí, sin saber cómo, me vi al poco tiempo intro-«ducido en los círculos literarios.

«El ejemplo de muchos escritores mo animó, y«publiqué algunas obras, de cuyo éxito no debo ha«blaros... Paris entero las aplaudió y los periódicos«rivalizaron en hacer mi elogio. El nuevo nombre«que yo había tomado, se hizo célebre, y aun ayer«vos mismo, joven, lo admirabais...»

A\ llegar aquí, un nuevo gesto de sorpresa inter-rumpió el relato.

—¿No sois, pues, el duque de C.../—No,—repuso fríamente.

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N.° 173 E. SCRIBE. EL PRECIO DE LA VIDA. 761

Y yo dije para mí:—¡Un hombre de letras célebre!... ¿Será Mar-

montel? ¿Será Alembert? ¿Será Voltaire?El desconocido suspiró, dejó asomar á sus labios

una sonrisa amarga y desdeñosa, y prosiguió sunarración:

—«Aquel nombre, aquella gloria literaria quetanto había envidiado, bien pronto llegó á ser insu-ficiente para mi alma. Aspiraba ya á mayor repu-tación, y dije á Yago, que me había seguido áParís:

—«No hay más verdadero renombre que el que seadquiere en la carrera de las armas. ¿Quó es un li-terato, un poeta? Nada. Pero un gran capitán, ungeneral... Esta es la suerte que yo envidio. Por una

. gran reputación militar daría diez años de los queme quedan.

•—«Aceptado,—replicó Yago.—No os olvidéis deque me pertenecen.»

Al decir esto, el desconocido se detuvo otra vez,y viendo la turbación y la duda que se pintaba enmi semblante, dijo:

—«Ya os lo había anunciado, joven; os cuestatrabajo creerme; todo esto os parece un sueño,una quimera... ¡A mí también!... Y, sin embargo,los grados, los honores que obtuve no eran unailusión; los soldados que yo conduje á la pelea,los reductos tomados, las banderas conquistadas alenemigo, las victorias que tanto asombraron á laFrancia... todo esto fue obra mia, toda esta gloriame pertenece.»

Mientras él se expresaba de esto modo, accio-nando con calor, con entusiasmo, yo, helado desorpresa, me decía:

—¿Quién es, pues, el hombre que tengo delante?¿Será Coigny, Richelieu, el mariscal Saxe?...

Del estado de exaltación en que se hallaba, cayóel desconocido en un profundo abatimiento, yaproximándose á mí, exclamó con aire sombrío:

—«Yago había dicho verdad. Y cuando poco des-pués, disgustado de aquella vana humareda dogloria militar, aspiraba yo á lo único que hay realy positivo en este mundo; cuando á costa de cincoó seis años de vida quise tener riquezas, tambiénme las concedió. La fortuna colmó mis deseos, yme vi dueño de inmensas tierras, bosques, casti-llos... Esta mañana todavía conservaba todo esto...Si dudáis de lo que os digo, si dudáis de Yago, es-perad, esperad un poco... no tardará en venir, ypodréis ver con vuestros propios ojos que lo queofusca ó confunde vuestra razón y la mia, es, pordesgracia, demasiado cierto.»

Al terminar estas palabras, se acercó á la chime-nea, miró al reloj, y, haciendo un gesto de espanto,me dijo en voz baja:

—«Esta mañana, al despuntar el dia, me sentí tan

débil y abatido que apenas podía levantarme. Llaméá mi ayuda de cámara, y Yago fue quien acudió.—«¿Qué tengo?—le pregunté.

—«Señor, nada que no sea natural,—me contes-tó;—que la hora se aproxima, que llega el mo-mento...

—«¿Cuál?—»¿No lo adivináis? El cielo os había concedido

sesenta años de vida, y teníais ya treinta cuandoempecé á cumplir vuestros deseos.

—»¡Yago!~exclamé con terror,—¿hablas formal-mente?

—»Sí, señor. En cinco años habéis consumido engloria veinticinco de existencia. Ma los ofrecisteis,y me pertenecen. Este tiempo de que vos seréisprivado se añadirá al mió.

—«¡Cómo! ¿Era este el precio de tus servicios?—«Otros los han pagado más caros. Ejemplo de

ello es Fabert, á quien también protegí.—«Calla, calla,—le dije.—Eso no es posible; tú

no dices verdad...—»Creed lo que os plazca; pero preparaos, por-

que no os queda más que media hora de vida.—»¿Te burlas de mí?—«De ningún modo. Calculad vos mismo: treinta

y cinco años que habéis vivido realmente y veinti-cinco que habéis disipado, hacen sesenta.

«Y al decir esto se disponía á salir.«Yo sentía disminuirse mis fuerzas, que la vida

se me escapaba, y exclamé:—«¡Yago, Yago! concédeme algunas horas, unas

cuantas horas todavía.—»No puede ser,—me contestó;—sería perjudi-

carme yo en mi tiempo, y yo conozco mejor quevos el valor de la vida; no hay tesoro con que poderpagar dos horas de existencia.

»3&o apenas podía hablar; mis ojos se cerra-ban; el frió de la muerte helaba la sangre de miisvenas.

—«Pues bien,—repliqué haciendo un esfuerzo;—recupera esos bienes por los que todo lo he sacrifi-cado. Cuatro horas más, y renuncio al oro, á las ri-quezas que tanto ambicioné.

—«Corriente,—dijo entonces Yago.—Has sido unbuen amo para mí, y debo hacer algo en tu favoir.Consiento en lo que pides.

«En aquel momento sentí reanimarse mis fuerzais,y añadí:

—«Cuatro horas es muy poco, Yago; concédemecuatro más, y renuncio también á la gloria literaria,

*á mis obras, á lo que tan alto me había colocado enla estimación del mundo.

—»¡Cuatro horas por eso!—murmuró el negro coondesden.—Es mucho; pero no importa, no debo me-garte la última gracia.

—«¡Oh! no, la última no,—repliqué cruzando laus

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762 REVISTA EUROPEA. 1 7 DB:7UNl6-DB 1 8 7 7 . N.° 173

manos.—Concédeme hasta la noche, doce horas si-quiera, un dia entero, y que mis hazañas, mis victo-rias, mi renombre militar, se borren para siempredo la memoria de los hombres; que no quede nadade mí sobre la tierra... Un dia, Yago, te lo su-plico.

—«Abusas de mi bondad,—me contestó haciendoun gesto de burla...—Pero, en fin, te concedo hastala puesta del sol. Después no me pidas más. Hastael ocaso, pues. Vendré por tí.»

—Hoy,—prosiguió el desconocido con desespera-ción,—es el último dia de mi vida, el único que mequeda!...

Después, asomándose á una de las ventanas quedaban al parque, continuó:

—Ya no veré más ese hermoso cielo, esos verdescéspedes, esas bulliciosas aguas; ya no respirarémás este embalsamado ambiente... ¡Qué insensatohe sido! Esos bienes que Dios da á todos, á losque siempre me he mostrado insensible, y cuyadulzura sólo ahora comprendo, podía disfrutarlosaún durante veinticinco años. ¡Ah! ¡Y he sacrificadomis dias á una quimera; los he perdido por una glo-ria estéril que no me ha proporcionado la felicidad,y que ha muerto antes que yo!... Mirad, mirad,—añadió señalando á unos aldeanos que atravesabanel parque y se volvían, cantando, á sus faenas,—¡qué no daría yo ahora por participar de sus tra-bajos y de su miseria! Pero ya nada tengo que darni qué esperar aqui abajo, nada... ni aun la des-gracia.

En aquel momento, un rayo de sol vino á iluminarsus pálidas y descompuestas facciones.

—Ved,—exclamó asiéndome de un brazo con unaespecie de delirio,—¡ved qué hermoso es el sol!...¡Y he de perder todo esto! ¡Ah! dejad que aun dis-frute de ello, que saboree por completo este alegre

f y sereno dia que para mí no ha de tener sucesor.Y antes que yo pudiera detenerle, se lan*^ cor-

riendo al parque, y desapareció por una de sus ala-medas.

A decir verdad, no hubiera podido evitarlo; no te-nía fuerzas; me encontraba aturdido, asombrado decuanto acababa de ver y.oir. A duras penas pudelevantarme de mi asiento y dar algunos pasos paraconvencerme de que no soñaba.

Aun no había logrado darme cuenta exacta de misituación, cuando se abrió la puerta y apareció uncriado, el mismo á quien pregunté al entrar, di-ciendo: !

•^Aquí tenéis al se(ñor duque de C...Y un hombre de unos sesenta años y de aspecto

distinguido, se adelantó á mi encuentro tendiéndo-me la mano y excusándose por haberme hecho espe-rar tanto tiempo.

—No estaba en el castillo,—me dijo.-r-Llegp aho-

ra de la ciudad, adonde he ido con objeto de haceruna consulta sobre el lamentable estado del condede C..., mi hermano menor.

—¿Peligra acaso su vida?—exclamé un poco con-fuso.

—Afortunadamente, no,—replicó el duque;—peroen su juventud, ciertas ideas de gloria y ambicióntrastornaron su cabeza, y una grande enfermedadque ha sufrido últimamente, de la que ha creídomorir, ha dejado en su cerebro una especie de de-lirio por el cual se figura constantemente qu«sólo le queda un dia de vida. En esto consiste sulocura.

Todo me lo expliqué entonces.—Pero hablemos de vos, prosiguió el duque.—

Veamos qué puedo hacer en favor vuestro. A finde este mes, saldremos para Versalles. Os presen-taré en la corte, y...

—Conozco vuestras excelentes disposiciones paraconmigo, señor duque, y he venido á daros graciaspor ellas.

—¿Pues qué, habéis renunciado al porvenir quepodíais alcanzar en la corte?

—Sí, señor.—Pensad en que, por mi influencia, haréis una

carrera rápida y podréis llegar en una decena deaños...

—¡Diez años!—exclamé con cierto terror.—¿Qué,—repuso el duque asombrado,— juzgáis

que es pagar demasiado caras la gloria y la fortuna?Vamos, joven, decidios, y pronto iremos á Ver-salles.

—No, señor duque, me vuelvo en seguida á laBretaña, y os ruego nuevamente que aceptéis la ex-presión de mi gratitud y la de toda mi familia.

—¡Eso es una locura!—murmuró el duque.Pero yo, pensando en lo que acababa de ver y es-

cuchar, salí diciendo para mi:—Esto es ser razonable.Y al dia siguiente emprendí el camino de mi casa.

¡Con cuánta delicia volví á ver mi hermoso castillode la Roche-Bernard, los añosos árboles de miparque, y el bello sol de mi país! En él me esperabanmis vasallos, mis hermanas, mi madre... y la feli-cidad, porque ocho dias después me Uní á Enri-queta.

EUGENIO SCRIBIÍ.

Traducción de ¡R. M. S.

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N.° 173 A. MAESTRE. CAtDERON DE LA BARCA 763

CALDERÓN DE LA BARCA.

APUNTES BIOGRÁFICOS.A LA SEÑORITA. DOÑA. ISABEL MAZF.NDO Y KIONETO.

Más enérgico y grave, á más alturaSe eleva Calderón, y el cetro adquiereQue aun en sus manos vigorosas dura.

QUINTANA.

En ninguno de nuestros dramáticos del siglo XVIIcomo en D. Pedro Calderón se encuentran tan ínti-mamente unidas su ilustre vida y la gloriosa histo-ria de nu:stro teatro en el citado siglo: nacidocuando Lope-de Vega aún no se había ahado con lamonarquíoucómica; escritas y representadas sus pri-meras comedias en época que la fama y el favor po-pular tenían relegado á un lugar secundario á lodoescritor que no fuera el Monstruo de la naturaleza(siquiera aquellos fuesen Tirso de Molina, Ruiz deAlarcon, Mira de Amesua 6 Yelez de Guevara), alsuceder en el dominio de la escena al Fénix de losingenios, eleva y engrandece el toatro á su mayoresplendor y poderío; tal, que aun después de lamuerte del gran dramático, Zamora y Cañizares,con las inútiles tentativas para reproducir en suscomedias la grandeza del pensamiento y la majes-tad de la forma calderonianas, aplazan la lamenta-ble decadencia á que redujeron en el siglo siguienteCornelia y sus imitadores la Talía castellana. Cir-cunstanciar la vida del poeta, en relación con lahistoria literaria y teatral de su siglo, tarea es querequiere mayor espacio del que puede abarcar elpresente artículo, concretándonos á la relación delos hechos que ennoblecieron su vida, y á enume-rar someramente las obras que inmortalizan sunombre.

Nació D. Pedro Calderón de la Barca y Henao enMadrid, el dia 17 de Enero de 1600, siendo bauti-zado el 14 de Febrero de dicho año en la parroquiade San Martin (1); fueron sus padres D. Diego Cal-derón de la Barca, secretario de cámara del Conse-jo de Hacienda, y doña Ana María González Henao,ambos naturales de Madrid. Huérfano de padre enedad temprana, su piadosa madre pensó dedicarloal sacerdocio, á cuyo fin, después de aprender gra-mática y retórica en el Colegio Imperial de' su pa-tria, pasó á Salamanca para estudiar humanidadesy teología: ordenado ya en primera tonsura por elobispo in partibus de Troya, pero no sintiéndosecon la necesaria vocación para tan sagrado minis-terio, se dedicó al estudio de la jurisprudencia has-ta 1620, en que se graduó de bachiller en dicha fa-

Libro cuarto de kautis(aos,-fólio 51.

cuitad, con ánimo sin duda de dedicarse á la abo-gacía bajo la dirección del licenciado Madera, ju-risconsulto de nota en Madrid, casado con doñaAna Calderón, madrina de pila del gran dramático,y hermana de su padre. Muerta probablemente sumadre en el año de 1620, y trasmitida la legítimapaterna al mayorazgo D. Diego, los menores D. Joséy D. Pedro viéronse precisados á buscarse decoro-sa subsistencia en el ejercicio délas armas aquél,y abandonando sus estudios en el servicio de unprocer éste, quizá el duque de Alba ó el de Medinade Rioseco, como su secretario ó caballerizo. Afi-cionado desde sus primeros años á la poesía y alteatro, concurrió á las Academias literarias y es-cribió su primera comedia fíl Carro del cielo á lacorta'edad de trece; y durante los ocios de su vidade estudiante otras varias, que fueron representa -tadas con aplauso, entre ellas La devoción AlaCruz, inspirada por la comedia del guadiceño^n-tonio Mira de Amescua, fíl esclavo del demonio, yen contraposición al Condenado por desconfiado, deTirso de Molina. Las atenciones de su profesión nole impedían dedicarse al cultivo de la literatura dra-mática y la poesía, y continuó escribiendo para loscorrales y para las academias. Abierto concurso li-terario por la villa de Madrid en 1619 y en 1622 ácausa de la beatificación y canonización de San Isi-dro, obtuvo premio en ambos certámenes, y la li-sonjera alabanza de Lope de Vega, que D. PedroCalderón en su juventud sabía ganar lauros quesólo solían conseguir las canas, con la afectuosaamistad de Lope, á quien dedicó Calderón comoamigo una poesía, que aquél imprimió al frente desu libro al historiar las fiestas con que la villa ce-lebró la canonización de su patrono. En 1622, r e -presentóse en Palacio Bn este mundo todo es verdady to&o mentira, drama inspirado en el de Mira dleAmescua La Rueda de la Fortuna, modelo ambosdel 9 ^ d e Corneiüe. También escribió en 162\ esnunión de Montalban y Coello, El privilegio de Imsmujeres, y en 162S El sitio de Breda y San Fran-cisco de Borja, para fiestas celebradas por la beatii-(icacion de éste y la rendición de aquella plaza almarqués de Spínola.

La merced de la jineta de capitán (y con ella «elmando de una compañía) alcanzada por D. JoséCalderón de la Barca; el destino á los tercios dieItalia del magnate á cuyo servicio se encontratoaCalderón, ó el deseo de mejorar de fortuna por liacarrera de las armas, indujóronle á que se alistaseen concepto de soldado noble, pasando en el afiiode 1625, primero si ducado de Milán y después á losEstados de Mandes, «en cuyo noble ejercicio supohermanar con excelencia las armas y las letras..»Bien en comisiones del servicio ó pretendiendo r e -compensa á sus méritos, pasé largas temporadas «en

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Madrid, sobre todo- desde 1628, en cuyo año se re-presentaron en Palacio Amor, Honor y Poder, ba-sada, según afirma Schack, en una novela históricade Bandallo; Hombre pobre todo es, trazas y Saberdel mal y del bien; y en los corrales, en 1629, Casacon dos puertas y La dama duende; en 1630 Peorestá que estaba; en 1631 Mejor está que estaba;en 1633 El astrólogo fingido y El médico de su hon-ra; en 1634 La vida es sueño, y en 1635 El mayormonstruo los celos y A secreto agravio secreta ven-ganza: no abandonó la poesía lírica en este período,sino que la continuó prestando culto; Lope le in-cluye en su Laurel de Afolo, en 1630, entre lospoetas madrileños, y Montalban, en su Para todos,dice que Calderón había escrito muchas comedias,representadas con aplauso; que había sido premiadoen garios certámenes literarios, y en aquella fe-eha|((1632) había empezado á escribir un poemasobré el Diluvio universal.

Muerto el 28 de Agosto de 1635 Lope de Vega,dojó con su muerte,, un vacío difícil de llenar: Tirsode Molina y Ruiz de Alarcon, que con justicia pu-dieran intentarlo, estaban exclusivamente dedica-dos á los asuntos de su orden aquel y á su relatoríadel Consejo de Indias éste: Moreto estudiaba porentonces en Alcalá, y Rojas, Mira de Amescua, Gui-llen de Castro y Velez de Guevara, si bien eranaplaudidos del público, no podían aspirar á suce-derle en el dominio de la escena. Calderón, queprescindiendo ya de las imitaciones al plan y estilode Lope y de Tirso, seguidos quizá con demasiadafidelidad en sus primeras producciones, había lo-grado formar una escuela peculiar suya, fue el de-signado unánimemente por el Rey y por el pueblopara suceder al inspirado autor de La estrella deSevilla y La dama boba, dejando por real mandatoel ejercicio de las armas para escribir con destino álas fiestas reales celebradas en Palacio: escribió condicho objeto en 1635 El galán Jantasma, Para ven-cer amor querer vencerle y El purgatorio de SanPatricio; en 1636, para la velada de San Juan, Lostres mayores prodigios; y «por el gusto que se die-»ron por servidos (en la función) Sus Majestades,»se le hizo merced de un hábito de Santiago, cosa«que pareció muy bien á toda la corte;» y para losteatros de la villa El escondido y la tapada, La des-dicha de la voz; en 1637 Don Quijote de la Mancha,No hay burlas con el amor; y para las fiestas delCorpus en la villa de Yepes El mágico prodigioso;en 1638 No hay cosa como el callar; en 1639 Conquien vengo vengo y Los empeños de un acaso;en 1640 Mujer, llora y vencerás, El maestro de dan-zar, Ni amor se libra de amor y Manos blancas noofenden, representadas en el Buen Retiro. Insur-reccionada Cataluña en 1640, una de las providen-cias del gobierno de Olivares fue ordenar que los

caballeros de las Ordenes militares saliesen á cam-paña: á fin de retenerle en la corte, mandó el Rey áCalderón que escribiese la comedia Certamen deamor y celos; pero éste, á quien su pundonor le im-pedia permanecer en Madrid mientras sus compa-ñeros sufrían las penalidades de la guerra, honestan-do con las exigencias de la honra el respeto de va-sallaje, terminó en brevísimo plazo la comedia y sealistó con la compañía del Conde-Duque. Enviadoen 1643 por el marqués de Hinojosa desde Tarra-gona al Escorial, donde entonces residía el Rey,para dar cuenta á éste del estado de aquel ejércitoy pedir instrucciones acerca del canje de prisione-ros, propuesto por los catalanes, cumplida su mi-sión, regresó al ejército, en el cual permaneció con .empleo de capitán de corazas hasta 1^8 en que se Y 7

retiró á Alba de 'formes en compañía del duque deaquel Estado, bien por voluntad propia á causa dola caida del conde-duque de Olivares, su amigo, ódesterrado como parcial del depuesto ministro.

En el mencionado pueblo permaneció hasta 1649,que fue llamado por Felipe IV para disponer é his-toriar los festejos con que debia solemnizarse laentrada en Madrid de su segunda esposa doña Ma-ría Ana de Austria: para esta solemnidad escribióGuárdate del agua mansa, modelo en su género,representada por los criados de palacio, y en lacual se hace una puntual y minuciosa relación delviaje y llegada á-la corto de la nueva reina.

De asiento de nuevo en la corte, pudo dedicarsecon más asiduidad al culto de las musas, escribien-do en 1651 El Alcaide de sí mismo y El Alcalde deZalamea, «uno de los mejores dramas d€ Calderón,»delos mejores del teatro español y (sin temor po-»demos decirlo), uno de los mejores de teatro al-»guno» (1), refundición notablemente mejorada deotro drama de Lope de Vega, con el misme título.Ordenado sacerdote en 1651 , fue nombrado cape-llán de los Reyes nuevos de Toledo, en 1653, to-mando posesión el 19 de Junio, permaneciendo enla ciudad imperial hasta 1663, en que se le conce-dió la plaza de capellán de honor do la real capi-lla, conservándosele los emolumentos de la cape-llanía de Toledo y una pensión en Sicilia. Tanto enla corte, como en su antigua residencia, continuóen el desempeño del cargo de poeta cortesano, yentre otras comedias escribió, en 1660, La pur-pura de la rosa para celebrar los desposorios de lainfanta María Teresa con Luis XIV de Francia; en1662, Antes que todo es mi dama y Secreto á voces,inspirada por la comedia de Tirso, Amar por arle

(1) Hartzenbusch.—Memoria de la Biblioteca Nacional,leída el 20 de Enero de 1861' en la misma se encuentranun juicio comparativo del argumento del drama de Lopey la refundición de Calderón, pág. 33 á 47.

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N.°173 A. PALACIO. LOS ORADORES DEL ATENEO. 765

De regreso á Madrid, ingresó, en 1663, en ia Con-gregación de presbíteros naturales de la villa deMadrid, la cual le eligió su capellán mayor, obe-deciendo á órdenes superiores; no escribió desdesu ordenación más obras dramáticas sino las desti-nadas á las fiestas regias, ó á los Autos Sacramen-tales. A su composición y al cumplimiento de susobligaciones en palacio y la congregación, dedicóel resto de su vida. Obras dramáticas en un acto,escritas en loor del misterio de la Eucaristía, pararepresentarse en la fiesta del Corpus, los Autos Sa-cramentales se emancipan de la Iglesia como elteatro, y como éste tienen vida propia durante lossiglos XVI y XVII. Sencillos en su infancia con Juande Timoneda, Gil Vicente, Juan de Pedraza y VascoDíaz Tanco, entran en un nuevo período, que pu-diéramos llamar de adolescencia, con Lope de Ve-ga, Tirso de Molina y el Maestro Valdivieso, y lle-gan á su apogeo con Calderón, para descender conZamora y Bances Gandamo: por espacio de treintay siete años encomendó á Calderón la villa de Ma-drid la composición de los Autos, y en varias oca-siones hicieron lo propio Toledo, Sevilla y Granada.

Muerto Felipe IV en 1665, su sucesor le confir-mó en los cargos que tenia antes, escribiendo du-rante la regencia de doña María Ana de Austria Elgran príncipe de Fei, y para solemnizar el santo dedicha señora, en 167S, Fieras afemina amos; en1677, al declararse la mayor edad de Carlos II, El

U¿<?eSegundo Escipion, y en W34, para celebrar las bo-V das del rey con doña María Luisa de Borbon, Hado

y divisa de Leonido y de Marñsa.Después de una vida llena de merecimientos y de

virtudes, murió Calderón el 25 de Mayo de 1681,cuando intentaba terminar el segundo Auto para lapróxima fiesta del Corpus. Caballero siempre, lomismo en las aulas de Salamanca, que en los cam-pos de batalla, que en la corte, que en su vidasacerdotal, su vida fue ejemplarísima; tan religiososincero como enemigo de la superstición, combatióésta en la Dama duende y El galán fantasma, yviviendo como cristiano y caballero, su muerte fuela del justo. Dejó como heredera á su hermana doñaDorotea, religiosa en la ciudad de Toledo, y á lamuerte de aquella, á su patria la villa de Madrid y ála citada Congregación de Naturales. Diéronle se-puljura al dia siguiente en la parroquia de San Sal-vador, con asistencia de música de la Capilla Real.El 2 de Junio hízole exequias la congregación su he-redera, á la que asistieron gran número de personasde su familia, testamentarios é individuos de lanobleza. Esta, que en el gran dramático tuvo siem-pre un modelo á quien imitar y un maestro enasuntos de honor y de hidalguía, se contentó conasistir á los funerales costeados por los sacerdotesmadrileños. Más agradecidos los comediantes, cele-

braron solemnes honras, que predicó el trinitarioGuerra, orador sagrador de gran fama en su época,entusiasta apologista y afectuoso amigo del finadovate. En el presente siglo, y merced á la iniciativadel Sr. Mesonero Romanos, colocóse una lápidamural en la casa número 15 moderno, y 4 antiguode la calle Mayor, casa en que vivió y murió Calde-rón. Ruinosa la iglesia de San Salvador, y próximasu demolición en 1840, el Ayuntamiento y la Con-gregación de presbíteros, en vez de trasladar susrestos, bien á la iglesia de San Isidro ó á la capilladel hospital de la última, se los entregaron á laSacramental de San Nicolás. Decretada la clausuradel cementerio de ésta por razones de higiene pú-blica, no dudamos que dicha Sacramental cuidaráno se pierdan los preciosos restos del autor delAlcalde de Zalamea, que por una complacencia queno comprendemos les fueron entregados, primeroen 1840 y en 1873 después, en contra de un acuer-do las Cortes, por quien carecía de poder para ello;pero también creemos que en el deber y en el de-coro del Ayuntamiento y de la Congregación depresbíteros naturales, está inhumar los restos deCalderón y trasladarlos á San Francisco, de dondeno debieron salir, construyéndose un modestomausoleo por suscricion nacional en dicho templo,poi* iniciativa y bajo la inspección de los herederosdel gran dramático, cuyo nombre vivirá en tantoque los hombres busquen como ideal de sus aspira-ciones el cumplimiento del deber por la virtud y elhonor.

ANTONIO MAESTRE Y ALONSO,25 de Mayo de 1817.

LOS ORADORES DEL ATENEO.

D. GUMERSINDO DE AZCARATE.

En pos de un pesimista, un optimista. No me til-darán mis lectores de monótono en el asunto, yaique deje bien probado que lo soy, y no poco, en ellestilo. Me asaltan, sin embargo, serios temores deque esta proximidad de los señores Azcarate y Vi-dart llegue á la postre á engendrar algún conflicto..

En verdad que no es gran prudencia acercar de;tal modo á dos pensadores tan opuestos; pero asíilo exige la ley de la armonía. Post nuiila, Fhcebus..Después de aquel pensar cavernoso del Sr. Vidart,,vienen como de molde unos instantes de esparci-miento. Saliendo del cerebro tapizado de hollín de¡un pesimista, nada más grato que penetrar en elde un optimista forrado de miel de la Alcarria y ar«>rope manchego. Pensar como piensa el Sr. Vidart,.es dormir toda la vida con pesadilla. ¿Por qué noi

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han de hacer también los filósofos castillos en elaire? Siempre fui muy partidario de los castillos enel aire. Los que fabricamos en tierra firme salenmuy caros, mientras un soberbio palacio de aquelgeneróse levanta sin necesidad de aprenderse dememoria el capítulo de servidumbres urbanas, nientenderse para nada con el gobierno ó los particu-lares; ¡las dos únicas entidades que en este mundorae molestan! Pero entremos en el castillo del señorAzcárate.

Como acabo de manifestar, en punto á filosofíasoy grande amigo del color de rosa, y suelo barni-zar con él todas mis especulaciones metafísicas. Poreso coincido con el Sr. Azcárate en los rasgos máscapitales del sistema general del universo. Quieroconfesar ingenuamente, sin embargo, que amo eloptimismo como puede amarse á una mujer bella,pero coqueta; es decir, que lo amo temblando siem-pre que me la pegue. El Sr. Azcárate, que conservasu virginidad filosófica, lo ama con la pasión ardo-rosa y confiada de un adolescente. Está vaciado en elmolde de los hombres de fe, de esos hombres quemiran á la verdad sin telescopio para no descubriren ella, como en el sol, mancha ninguna. Su carácter es la causa y el efecto de sus creencias. Espí-ritu recto y lleno do virtudes, tiene derecho áerigir el bien en ley universal y á esperar unaperfección hacia la cual camina con segura planta.La unidad de sus creencias arrastra consigo launidad de su conducta, y ésta la de su carácter,que afecta una inmovilidad digna y serena. Lafacultad predominante del Sr. Azcárate es la volun-tad. Su talento, con ser muy grande, es en relacióná ella secundario. De ahí esa notoria lealtad y fide-lidad del Sr. Azcárate en sus actos públicos y pri-vados, señales evidentes de una naturaleza superior,pero en las cuales tanta parte tiene la voluntadcomo el instinto. Porque las virtudes de los hom-bres superiores no son movimientos involuntariosó inconscientes como en ios oscuros; no son ino-centes como la violeta que exhala su perfume sin sa-berlo, sino que se conocen y se gobiernan. Loshombres superiores conocen y gobiernan sus virtu-des, y las iluminan con su talento de tal modo, queatraen sobre ellas las miradas y provocan los juicios,sirviendo así de mayor ejemplo.

Posee el Sr. Azcárate una de las condiciones quemás admiro en todo orador, á saber: el perfectoacuerdo entre su palabra y su pensamiento; la sin-ceridad. Si á alguno le parece extraña tal admira-ción, le advertiré que no es la sinceridad la cualidadmás corriente entre los oradores; que son muchoslos hipócritas y mucha la cizaña, y como oí á ciertoclérigo—que no quiero nombrar por no ser pesado—cuesta gran trabajo separar al trigo de la cizañadespués de la revolución de Setiembre. El señor

Azcárate es el trigo más limpio que he conocidoen esta materia. Dice lo que piensa; no todo, por-que se necesita estar muy reñido con la piel paradecirlo todo en estos tiempos, pero sí aquello quees compatible con un mediano sosiego. Consisteesto en que nuestro orador profesa cariño á lasideas y subordina á ellas los intereses. Ama la li-bertad, ama el derecho, y se constituye en apóstolsuyo con todas las fuerzas de su entendimiento. Conel Sr. Azcárate me pasa una cosa, y es que en elorador, en el hombre público, en el pensador, ad-miro principalmente al hombre. El hombre es loque más vale en el Sr. Azcárate, y esto le hace mu-cho honor. ¡Existen ya tan pocos hombres! ,

Los profundos estudios que viene haciendo sobrélas ciencias sociales ó políticas, unido á la serie-dad de sus convicciones, han robustecido su pen-samiento, tornándole en paladín famoso de la ideademocrática. Cuando levanta su voz en pro ó encontra de cualquiera institución, corre un estre-mecimiento de placer por los bancos de la iz-quierda, y se escucha un tenue rumor que va ála derecha diciendo: «Ahí está nuestro atleta;¡dad con él en tierra si podéis!" No, no ha llegadoal Ateneo quien pueda contrarestar el empuje deeste orador insigne. La fuerza de aquellos héroes le-gendarios que con sólo su brazo ponían en disper-sión á miríadas de enemigos, se ha trasladado al ce-rebro del Sr. Azcárate, y su palabra candente y vi-gorosa es la maza de Martel ó la espada de Bayardoque fulgura sin cesar sobre la cabeza de sus con-trarios. Campeón invulnerable es al mismo tiempo,porque en su vida no existe ni una sombra de vaci-lación, sobre todo de aquella clase de vacilacionesque amargan á la conciencia. Su espíritu es un pa-lacio de cristal por cuyos muros penetra la luz deun sol que no se acuesta jamás. ¡Cuántos hay quepareciendo todos de cristal tienen, sin embargo, alSur ó al Norte un muro de cal y canto por el cualno ven, ni oyen, ni entienden nada; el muro de al-guna preocupación! El Sr. Azcárate vive sin preocu-paciones: debe pasar una vida muy dulce. Cuandocomparo al Sr. Azcárate con uno de esos robustosclérigos cuyos espesos carrillos y anchuroso abdórmen van gritando á voz en cuello: «Hijos mios,nuestro reino es de este mundo,» opino que hay unligero error en la distribución de las funciones so-ciales. Escuchad, no obstante, á ese clérigo, y osdirá que el Sr. Azcárate es un infame descreído, unateo que tiene los demonios metidos en el cuerpo.¿Y por qué? Porque el Sr. Azcárate profesa horror álas restricciones mentales, porque ama la sinceri-dad. ¡Ah! si todos los hombres expresaran lo quellevan en su corazón, ¡cuánto más valdría la socie-dad! Decir en alta voz lo que se piensa es manifes-tarte digno del título de hombre. Amar la verdad es

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N.°173 BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS. 767

un medio seguro de hacerse amar de ella. Amar yser amado por la verdad, he aquí la dicha. El amor,la verdad, la caridad, hé aquí toda la religión.

La palabra del Sr. Azcárate se acomoda admi-rablemente á las exigencias de la idea que le anima.No tiene de ella tan gran copia como otros orado-res; pero en cambio es vigorosa y precisa cual nin-guna. Acaso carezca de flexibilidad y no sea tanelegante como apetecen por punto general nuestrasAsambleas; pero es viva y esta saturada de ciencia.Es una palabra jugosa, como las frutas más lozanasde la América, pero no tan dulce. Tiene la frescura yel aroma de la flor de los campos, aunque no osten-ta los vividos colores de la que riega blanca manoéntrelas pintadas rejas de un balcón. En la discu-sión vibra como un dardo acerado y produce chis-pas cual si chocase con un pedernal. Es una palabrafragorosa como una montaña que se derrumba. Esuna palabra que amedrenta, porque tiene chas-quidos como el trueno. He visto un dia al Sr. Pederen poder de nuestro orador como tierna gacela enlas garras del león. Me hacía el mismo efecto queun caramillo contestando á un trueno. La lógica delSr. Azcárate rugía sobre la cabeza del incauto con-servador, mientras éste pasaba y repasaba con lamayor tranquilidad el bucólico instrumento por suslabios arrancándole muy dulces y prolongadasnotas.

Era una verdadera sinfonía alemana. Por los cla-vos de Cristo, mi querido Sr. Perier, si usted noquiere que se turbe esa paz seráfica que su corazóndisfruta, no vuelva jamás á entrar en lides con elSr. Azcárate, que es un gigante. Y no me vengausted á recordar ahora que el mancebo David con-siguió vencer á Goliat, que era otro gigante. Davidderribó á Goliat de una pedrada, y usted, dulcísi-mo Sr. Perier, es incapaz de tirar una pedrada ánadie.

El Sr. Azcárate es á la fecha presidente de laSección de ciencias morales y políticas, y eneste honroso cargo ha tenido ocasión de dar áconocer una firmeza, un tacto y una imparcialidadque deseamos ver imitadas por cuantos en adelantelleguen á ocupar el mismo sitial. Y cuenta quenuestro orador está como el que más enamoradode sus ideas y las defiende con exaltación; perosabe anteponerla notoria rectitud de su carácter álas sugestiones de la pasión. Por todo esto, lo mis-mo que por sus altas dotes intelectuales, debe serconsiderado, y de hecho lo es, como una de lasfiguras más simpáticas que hoy posee el Ateneo deMadrid.

ARMANDO PALACIO VALDÉS.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS

Institución libre de enseñanza.

NATURALEZA DE LA MÚSICA.

IV.*

Continuando el examen histórico de la músicareligiosa, recordó el Sr. Rodríguez lo que fue hastala mitad del siglo XVI, y los progresos que en ellase habían realizado ya en la melodía y en la armonía.Afines del siglo XVI, se fija la tonalidad moderna,y emancipándose de la Iglesia, la música se aplicaya á la letra profana y al drama. Hizo notar la im-portancia de la tonalidad como principio de unidadde la composición y base para constituir la músicaindependiente. Explicó la tonalidad y la escala mo-dernas, fundadas en una necesidad estética y nofisiológica; hasta que se determinó esta tonalidad,la expresión melódica, así como la armonía, habríande ser muy pobres, faltando á la primera las modu-laciones, y ala segunda la variedad délas disonan-cias. Explicó las escalas primitivas del canto llano,sus alteraciones desdo muy antiguo y la formaciónde ciertas disonancias, hasta que Monteverde, á finesdel siglo XVI, admitiendo los acordes disonantes,hizo posible la reforma, consistente en el abondonode los modos eclesiásticos y en la constitución dela actual escala, con sus dos modos mayor y menor-.Esta reforma influyó en el arte religioso: no pudien-do aplicarle la nueva tonalidad, se inventaron otrasformas, que expuso; citándolos principales compo-sitores de este género en las escuelas italiana, ale-mana, francesa inglesa y española. Examinando loque la música religiosa puede y debe ser en nuestrotiemjft, manifestó que no juzgaba posible volverá los modos antiguos. La música religiosa ha detomar en cuenta las condiciones de la vida modernay el estado del arte; procurando despertar en elalma movimientos concordantes con los que en elalma puede producir el sentimiento religioso. Lasformas antiguas no son posibles hoy, ni tienen im»prtancia sino en determinadas ceremonias. — E¡1ár. Inzenga presentó en el piano varios ejemplospara aclarar la explicación de la historia y constitu-ción déla tonalidad, ejecutando además una Lamen-tación, de Victoria; un coral de la Conversión de SamPablo, el de Mendelsohn; Lacrymosa del Réquiemde Mozart; el Quando corpus, del Stabat de Rossini:;y por último, un Adagio para piano, de Mozart.

* El extracto de las conferencias anteriores lo publica-mos en los números 159 y 166. páffs. 319 y 513 del presentíatomo.

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v.Después de un breve resumen de la anterior, ex-

puso el Sr. Rodríguez el estado en que se hallabanlas diversas ramas del arte de la música al adveni-miento de Mozart, fijándose principalmente en el gé-nero lírico-dramático, y haciendo varias considera-ciones sobre la ópera italiana y la francesa despuésde la reforma de Gluck. Explicó la obra de Mozart,como fusión sintética de los progresos todos de lamúsica y constitución definitiva de los principalesgéneros de la pura y la aplicada, especialmente deldrama lírico. Reseñó brevemente la vida de Mozart,dividiéndola en dos períodos: el primero, de prepa-ración, que comprende desde 1756 hasta 1781, y elsegundo, de innovación y creación, que empiezaen 1781 y concluye con la vida de Mozart, en 1791.

El Sr. Rodríguez examinó de un modo generaldespués las siete óperas compuestas en dicho se-gundo período por Mozart, haciendo observar lasnovedades y reformas que en todas ellas aparecen,en la expresión dramática y musical de los carac-teres, en la intervención dada á la orquesta, en ladisposición de las piezas concertantes, en los fina-les, en todas las partes, en fin, que constituyen eldrama lírico, tal como lo conciben y determinanhoy la ciencia y la crítica estética, que no señalaná este género artístico condición alguna importanteque Mozart no haya realizado. En confirmación deestas ideas, el Sr. Rodríguez hizo un extenso análi-sis crítico de la ópera Don Juan, creación casi per-fecta, á la que nada excede, antes ni después deMozart, como se puede demostrar por el examen dela historia del drama lírico en nuestro siglo, puntoque, con las teorías novísimas de Wagner, será elobjeto de la octava y última conferencia.

El Sr. Inzenga ejecutó al piano una canción deEl rapto en el Serrallo, un aria y una marcha reli-giosa de La flauta mágica, el andante del final pri-mero de La clemencia de Tito, y varios recitados yel allegro del sexteto de Don Juan, obras todas deMozart; concluyendo con el adagio y uno de losallegros de una sonata de piano del mismo autor.

CONSIDERACIONES SOBRE LA METAFÍSICA DE LA BELLEZA,

POR DON JOSÉ DE ECHEOARAY.

I.

Empezó afirmando que debe existir una cienciade la belleza y recordó las condiciones de forma-ción de toda ciencia: multiplicidad de hechos concarácter común, leyes generales y principios meta-físicos. Aplicó este procedimiento á la belleza, re-corriendo el mundo inorgánico, el mundo de la vida,

el mundo moral, las obras humanas y la ciencia, ydemostró que hay objetos ó actos capaces de pro-ducir la emoción estétiea.—Pasó en seguida á estenuevo problema: «¿Es reducible el concepto de be-lleza á otro distinto, como el de bien ó verdad?» Yhaciendo notar, primero, que en el mundo inorgá-nico, donde no cabe ni libertad, ni, por lo tanto,bien moral, existe belleza, y segundo, que de dosobjetos inanimados siendo ambos igualmente verda-deros, uno puede ser bello y otro no, dedujo que labelleza es independiente del bien y de la verdad. Aeste propósito citó diferentes ejemplos.

Como consecuencia del análisis precedente, pro-clamó la teoría «del arte por el arte,» y aseguró queni era estéril, ni inmoral. No es estéril el arte,aunque no sea docente, porque no es estéril lo queperfecciona alguna de las facultades del sor huma-no, ~y facultad importantísima es la sensibilidad es-tética. No es tampoco inmoral, porque las leyescientíficas nunca lo son. En apoyo de esto último,presentó también varios ejemplos, y entre ellos launidad de ley para el desarrollo del calórico, comofuerza, en el ser humano ejecutor de actos virtuo-sos ó de grandes crímenes, siempre por medio delmismo principio físico.—A pesar de todo, confesóque existen relaciones superiores entre el bien, labelleza y la verdad, y con este motivo citó comoejemplo de grandes ó inesperadas unidades la rela-ción entre las integrales singulares y el determinis-mo, relación que viene á resolver una de las difi-cultades que se oponen á la libertad humana.—Pre-sentó en este punto, y combatió nuevas objecionescontra la posibilidad de una ciencia de la belleza,fundadas en lo variable del gusto, y en que la emo-ción estética es fenómeno de la sensibilidad; é hizoobservar que iguales ó análogas objeciones puedendirigirse contra todas las ciencias.—Desembarazadoel terreno de cuestiones preliminares, entró de lle-no en el tema, y comenzó por recordar que en todoser, concepto, representación ó relación, existenuna variedad y una unidad. Este dijo que es elgran problema de la Metafísica, y procuró aclararlocon varios ejemplos. Terminó la conferencia pro-metiendo estudiar en la próxima el concepto de be-lleza, hasta donde la dificultad del tema y la índolede estas lecciones se lo permitan.