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Tanatología Módulo IV

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Tanatología

Módulo IV

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ii | Índice

Índice

4.1 Teoría de Elisabeth Kübler-Ross 1

Fases del duelo 1

4.2 Teoría de Robert Neimeyer 2

Ciclo del duelo 2

4.3 Teoría de William Worden 7

Las tareas del duelo 7

4.4 Teoría de Nancy O´Connor 16

Etapas del duelo 16

4.5 Teoría de Jochen Jülicher 26

Metas del trabajo del duelo 26

Bibliografía 31

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4.1 TEORÍA DE ELISABETH KÜBLER-ROSS

♦ Referencia: Castro, M. (2008). Tanatología. La inteligencia emocional y el proceso de duelo. México: Trillas. (Páginas 107-108)

FASES DEL DUELO

1. Negación. En esta etapa es probable que las personas se sientan culpables porque “no sienten nada”. Se apodera de ellas un estado de entumecimiento e incredulidad. El periodo de negación produce el efecto benéfico de movilizar los recursos internos para enfrentarlos al cambio, pero si al cabo de seis semanas la persona sigue luchando estoicamente con su dolor y existen sentimientos profundos o aún se siente entumecida, los está negando.

2. Enojo. El enojo se proyecta hacia otras personas o se expresa interiormente en forma de depresión. En el fondo, el enojo es temor a no poder satisfacer sus propias necesidades, miedo a no ser capaz de enfrentar los problemas financieros, emocionales o físicos. Culpar a otros es una forma de evitar el dolor, aflicciones y desesperación personales de tener que aceptar el hecho de que tu vida deberá continuar.

3. Negociación. Se da en nuestra mente para ganar tiempo antes de aceptar la verdad de la situación, retrasa la responsabilidad necesaria para liberar emocionalmente las pérdidas.

4. Depresión. Es el enojo dirigido hacia adentro, incluye sentimientos de desamparo, falta de esperanza e impotencia. También se presentan sentimientos de tristeza. La culpa proviene de la idea de que algo que hicimos o dijimos y que no debíamos haber hecho, o de algo que pensamos que debimos haber dicho o hecho y no lo hicimos. Son los “hubiera”, “debí”.

5. Aceptación. Se da cuando después de la pérdida se puede vivir en el presente, sin adherirse al pasado.

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4.2 TEORÍA DE ROBERT NEIMEYER

♦ Referencia: Neimeyer, R. Aprender de la pérdida. España: Paidós. (Páginas 29 a 38).

CICLO DEL DUELO

Gran parte de lo que sabemos sobre la respuesta humana ante la pérdida proviene de investigaciones realizadas sobre adultos que han perdido a un ser querido a través de la muerte. Al menos en estos casos de pérdida profunda e irremediable, los afectados parecen compartir ciertas reacciones, sentimientos y procesos de curación, aunque también hay una variabilidad importante que depende de cada persona, de su forma de afrontar la adversidad y de la naturaleza de la relación que mantenía con la persona desaparecida. Por este motivo, el hecho de hablar de «etapas» de los procesos de duelo puede inducir a error, ya que da a entender que todos los afectados siguen el mismo itinerario en el viaje que lleva de la separación dolorosa a la recuperación personal. Por ello, los siguientes comentarios sobre la respuesta «típica» a la pérdida deben entenderse como el esbozo de una serie de patrones generales (no universales) de respuesta, que constituyen un telón de fondo para la presentación de una serie de comentarios más detallados centrados en los significados que cada individuo aporta a su proceso de elaboración del duelo.

Por motivos de simplicidad, presentaré las fases de un proceso típico de duelo como si siguieran a la muerte repentina e inesperada de un miembro de la familia (como la provocada por un accidente, un ataque al corazón o un derrame cerebral), aunque este patrón puede variar en otras condiciones, como pueden ser los casos de muertes violentas o de muertes provocadas por largas enfermedades o acontecimientos traumáticos. De todos modos, incluso en estos casos los afectados suelen participar de estos patrones comunes, aunque su intensidad o duración pueden variar de una pérdida a otra. Juntos, forman un «ciclo del duelo» que comienza con la anticipación o el conocimiento de la muerte del ser

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querido y se desarrolla a lo largo de una etapa vital de ajustes consecuentes.

Evitación. Especialmente en los casos de muertes acompañadas por un «duelo intenso» que violan nuestras expectativas sobre la continuidad de la vida de un ser querido, la realidad de la pérdida puede ser imposible de asimilar y podemos sentirnos conmocionados, aturdidos, presos del pánico o confusos en un primer momento, lo que puede dificultar o evitar la plena conciencia de una realidad que resulta demasiado dolorosa para asumirla. Al enfrentarnos a la dureza de la noticia de la muerte podemos reaccionar con un: «¡Dios mío! ¡No puede ser verdad! Tiene que haber algún error. ¡Pero si hace unas horas estaba hablando con él tranquilamente!». Cuando las circunstancias que rodean a la muerte son ambiguas (como cuando se supone que la persona ha muerto en un accidente aéreo pero no se ha encontrado su cuerpo), los supervivientes suelen aferrarse a la esperanza de que su ser querido haya sobrevivido contra todo pronóstico, hasta que se hace inevitable la aceptación de la triste realidad. Incluso cuando la muerte es obvia y se reconoce desde un principio, seguimos comportándonos como si la persona aún estuviera viva, creyendo en ocasiones que vemos su cara entre la multitud, para volver a sentir la punzada del dolor cuando nos damos cuenta de que se trata de otra persona. A pesar de lo confusas que pueden ser estas experiencias, son reacciones normales ante la pérdida y ponen de manifiesto nuestras dificultades para asimilar plenamente la noticia de una pérdida traumática que nos cambia y empobrece irremediablemente.

Físicamente, un individuo que se encuentra en la fase de evitación puede tener sensaciones de aturdimiento o «irrealidad», oír las voces de los demás como si estuvieran muy lejos y sentirse distanciado o separado de su entorno más cercano. A nivel conductual, puede parecer desorganizado y distraído, incapaz de llevar a cabo las actividades más rutinarias de la vida cotidiana, desde hacer la lista de la compra hasta pagar las facturas. Por ello, además del apoyo emocional al que haremos referencia más adelante, en esta fase suelen ser muy útiles las ayudas concretas en tareas necesarias para la vida cotidiana.

A medida que vamos siendo más conscientes de la realidad de la pérdida, empiezan a emerger las reacciones emocionales más vívidas, que a menudo incluyen protestas airadas contra quienes creemos responsables de la muerte: los médicos, el conductor borracho que provocó el accidente, el propio difunto o incluso Dios. En muchos de los supervivientes a la muerte de un ser querido, este tumulto de emociones es evidente para quienes les rodean, provocando en ocasiones incomprensión y distanciamiento cuando dirigen su irritabilidad o resentimiento hacia aquellos que creen «más afortunados». En otros, el caos de emociones que emerge cuando la evitación se deteriora constituye un drama privado que sólo ellos conocen, ya que intentan controlar sus expresiones emocionales en presencia de otras personas. En la mayor parte de nosotros la punzante conciencia del dolor, público o privado, va acompañada por una aparente negación de la realidad de la muerte; en un determinado momento nos comportamos como si la pérdida nunca hubiera sucedido y una hora después nos vemos invadidos por el dolor y la angustia. En cierto modo, centrarse constantemente en la realidad de la pérdida sería como mirar

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fijamente al sol; nos quedaríamos ciegos si lo hiciéramos demasiado tiempo. Lo que solemos hacer es empezar a acostumbrarnos a la pérdida de manera gradual, contemplándola y mirando después hacia otro lado, hasta que se convierte en algo innegablemente real y empezamos a entender las implicaciones emocionales que tiene para nuestro propio futuro.

Un día estaba en un centro comercial cuando vi a Cory caminando delante de mí. Se trataba de un hombre con el pelo blanco y su misma constitución, que llevaba una camisa deportiva igual a las que siempre llevaba él. Me sobresalté por un instante... y no puede evitar acercarme para verle la cara, aunque me pareciera una locura. (BOBBIE, 64 años).

Cuando me pidieron por primera vez que identificara el cuerpo de mi hermano después del accidente, no pude hacerlo. Su cabeza había quedado torcida hacia atrás y los ojos se le habían salido de las órbitas. No pude reconocer a Demetrius en ese cuerpo. Me sentía como si estuviera en una nube; todo estaba nublado y yo estaba aturdido, como si nada fuera real. Y seguí sintiéndome raro y distanciado durante algunas horas más. (MARCUS, 37 años).

Asimilación. A medida que vamos absorbiendo gradualmente el impacto de la pérdida en los días y semanas que siguen a su aparición, empezamos a preguntarnos: «¿Cómo voy a poder seguir viviendo sin esta persona a la que tanto quería?». Después de quedar desprotegidos por la conmoción y una vez externalizadas nuestra ira y evitación, empezamos a experimentar la soledad y la tristeza con toda su intensidad, aprendiendo las duras lecciones de la ausencia de nuestro ser querido en miles de los contextos de nuestra vida cotidiana. Dos veces al día, ponemos un plato menos en la mesa. Dormimos solos cada noche. No encontramos a nadie con quien entablar una conversación casual y hablar de cómo nos ha ido el día después de volver a casa del trabajo. Compramos juguetes para el hijo de otra persona después de haber perdido al nuestro. Cuando el difunto ha sufrido mucho antes de morir, por ejemplo, después de una larga lucha contra el cáncer, la añoranza y el dolor que sentimos pueden verse moderados por una sensación de alivio, pero también pueden ser matizados por el sentimiento de culpa que acompaña al hecho de haber «deseado» inconscientemente su muerte para mitigar su dolor y nuestro propio agotamiento.

Ante esta profunda desesperación, solemos limitar nuestra atención y nuestras actividades, distanciándonos del mundo social más amplio y dedicando cada vez mayor atención a la absorbente «elaboración del duelo» que debemos hacer para adaptarnos a la pérdida. Aparecen imágenes intrusivas o reflexiones sobre la persona desaparecida, combinadas con pesadillas sobre su muerte o sueños sobre su regreso, sólo para que nuestras esperanzas inconscientes de reencuentro acaben estrellándose contra la cruda realidad de otro día en soledad. Esta etapa suele ir acompañada frecuentemente de

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síntomas depresivos, que incluyen la tristeza invasiva, los períodos de llanto impredecible, los trastornos persistentes del sueño y del apetito, la pérdida de motivación, la incapacidad para concentrarse o disfrutar con el trabajo o la diversión y la desesperanza respecto al futuro. Tampoco son raras la ansiedad y las sensaciones de irrealidad, que pueden llegar a manifestarse en forma de experiencias «alucinatorias» de la presencia del ser querido.

El estrés prolongado característico de esta fase también puede pasarle factura a nuestra salud física. Son frecuentes el nerviosismo, las sensaciones de embotamiento, las náuseas y los trastornos digestivos, así como las quejas corporales difusas de dolor que pueden venir en «oleadas» de varios minutos o incluso horas de duración. Algo más preocupante es el hecho de que el estrés constante de los sistemas inmunológico y cardiovascular del superviviente puede acentuar su susceptibilidad a las enfermedades o provocar fallos cardíacos en casos extremos, lo que daría una explicación al aumento de la mortalidad en los años posteriores a la pérdida. Sin embargo, afortunadamente, la mayoría de las personas que han sufrido una pérdida superan este estrés fisiológico a medida que van asimilando gradualmente la realidad de su pérdida y encuentran maneras de seguir adelante con sus vidas.

Al principio pensé que me estaba volviendo loca cuando me desperté una noche y vi a mi marido, que había muerto, sentado al borde de la cama y diciéndome: «Todo va a ir bien». Pero el hecho de poder sentir que él aún estaba conmigo me consoló de un modo muy extraño y algunas de mis amigas viudas me dijeron que habían tenido experiencias similares. (MARY, 66 años).

Cuando murió mi mujer, perdí peso, mucho peso. No era capaz de interesarme por nada, ni siquiera por comer. Era como si hubiera perdido las ganas vivir. Pasó un tiempo hasta que volví a prestar atención a mi salud y empecé a hacer lo que debía. (GEORGE, 42 años).

Acomodación. Finalmente, la angustia y la tensión características de la fase de asimilación empiezan a ceder en la dirección de una aceptación resignada de la realidad de la muerte a medida que empezamos a preguntarnos: «¿Qué va a ser de mi vida ahora?». Aunque en la mayoría de nosotros la añoranza y la tristeza siguen presentes meses o años después de la muerte, nuestra concentración y funcionamiento suelen mejorar. De manera gradual, vamos recuperando un mayor nivel de autocontrol emocional y nuestros hábitos de alimentación y descanso vuelven a la normalidad. Al igual que sucede en todas las fases del ciclo del duelo, en ésta tampoco se avanza de manera regular, sino que más bien se dan «dos pasos adelante y un paso atrás», y los lentos esfuerzos por reorganizarse se ven salpicados por la dolorosa conciencia de la pérdida.

A medida que van desapareciendo los síntomas físicos, vamos recuperando nuestra energía en cortas explosiones, que van seguidas de períodos más largos de actividades dirigidas al logro

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de objetivos. Esto nos permite empezar el largo proceso de reconstrucción del mundo social que ha quedado destrozado tras la pérdida no «reemplazando» a la persona fallecida, sino ampliando y fortaleciendo un círculo de relaciones que encajen con la nueva vida a la que tenemos que adaptarnos. A lo largo de este período podemos sentir las punzadas de la tristeza y de los sentimientos de culpa, como cuando una joven viuda explora las relaciones con otros hombres o cuando una pareja decide «volver a intentarlo» después de que su hijo haya muerto al nacer. En muchos casos, es necesario mantener este difícil equilibrio entre el recuerdo del pasado y la inversión en el futuro durante el resto de nuestras vidas, cosa que exige la realización de continuos reajustes que exploraremos con más detalle en el siguiente capítulo. De todos modos, puede ser útil examinar antes brevemente el curso que suele seguir la adaptación en los dos primeros años que siguen a una muerte o pérdida significativa como forma de normalizar la experiencia y permitir una anticipación más realista de su duración.

Sé que hay algunas cosas concretas que tengo que hacer y que he estado evitando. Las he estado evitando porque sé que concentrarían mis emociones y las harían salir a la superficie y, como el dolor era excesivo, no quería hacerlas. Tengo que «despedirme» de mi padre visitando la barca que construyó con sus propias manos. Simboliza gran parte de su vida, sus sueños y esperanzas, las cosas que más admiraba de él. En estos momentos tiene mucho más que ver con «él» que la tumba que él mismo construyó en nuestra casa familiar. Pero lo he estado evitando, aunque sé que tengo que hacerlo. Y creo que ya estoy casi preparada. (Chris, 42 años).

♦ Material compilado para fines didácticos.

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4.3 TEORÍA DE WILLIAM WORDEN

♦ Referencia: Worden, W. El tratamiento del duelo. España: Paidós. (Páginas 47 a 60).

LAS TAREAS DEL DUELO

Tarea I. Aceptar la realidad de la pérdida

Cuando alguien muere, incluso si la muerte es esperada, siempre hay cierta sensación de que no es verdad. La primera tarea del duelo es afrontar plenamente la realidad de que la persona está muerta, que se ha marchado y no volverá. Parte de la aceptación de la realidad es asumir que el reencuentro es imposible, al menos en esta vida. La conducta de búsqueda, sobre la que Bowlby y Parkes han escrito extensamente, se relaciona directamente con el cumplimiento de esta tarea. Mucha gente que ha sufrido una pérdida se encuentra llamando en voz alta a la persona perdida y, a veces, la confunde con otras personas de su entorno. Puede caminar por la calle y vislumbrar a alguien que le recuerda al fallecido y entonces tiene que recordarse: «No, no es mi amigo. Mi amigo está realmente muerto».

Lo opuesto de aceptar la realidad de la pérdida es no creer mediante algún tipo de negación. Algunas personas no aceptan que la muerte es real y se quedan bloqueados en la primera tarea. La negación se puede practicar a varios niveles y tomar varias formas, pero la mayoría de las veces implica negar la realidad, el significado o la irreversibilidad de la pérdida (Dorpat, 1973).

Negar la realidad de la pérdida puede variar en el grado, desde una ligera distorsión a un engaño total. Los casos bizarros de negación mediante el engaño son poco frecuentes, por ejemplo aquellos en los que la persona en duelo guarda el cuerpo del fallecido en casa durante varios días antes de notificar a nadie la muerte. Gardiner y Pritchard describen seis casos de esta conducta nada común, y yo he visto dos casos. Las personas implicadas eran, evidentemente, psicóticos o excéntricos y solitarios (Gardiner y Pritchard, 1977).

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Otra manera que tiene la gente de protegerse de la realidad es negar el significado de la pérdida. De esta manera, la pérdida se puede ver como menos significativa de lo que realmente es. Es normal oír afirmaciones como: «No era un buen padre», «No estábamos tan unidos» o «No le echo de menos». Algunas personas se deshacen de las ropas y otros artículos personales que les recuerdan al fallecido. Acabar con todos los recuerdos del fallecido es lo opuesto a la «momificación» y minimiza la pérdida. Es como si los supervivientes se protegieran mediante la ausencia de objetos que les hagan afrontar cara a cara la realidad de la pérdida.

Una mujer a la que entrevisté había perdido de manera inesperada a su marido en el hospital en el que había ingresado por una afección de poca importancia: el hombre había sufrido un paro cardíaco y había fallecido. La mujer se había negado a volver a su casa hasta que no se hubieran llevado todas las pertenencias de su marido y esperaba con impaciencia la llegada de la primavera para que desaparecieran las pisadas de su esposo en la nieve. Esta conducta no es frecuente y suele surgir de una relación conflictiva con la persona fallecida.

Otra manera de negar el significado pleno de la pérdida es practicar un «olvido selectivo». Por ejemplo, Gary perdió a su padre a los 12 años. A lo largo del tiempo había borrado de su mente todo lo relacionado con su padre, incluida su imagen visual. Cuando vino por primera vez a psicoterapia siendo estudiante universitario, ni siquiera podía recordar la cara de su progenitor. Después de realizar un proceso de terapia, no sólo fue capaz de recordar cómo era éste sino que también pudo sentir su presencia cuando recibió la condecoración en su ceremonia de graduación.

Algunas personas hacen difícil la realización de la tarea I negando que la muerte sea irreversible. Un buen ejemplo de esto lo ilustraba un fragmento de una película transmitida por la serie de TV 60 minutos hace varios años. Hablaba de un ama de casa que había perdido a su madre y a su hija de 12 años en un incendio. Durante los primeros dos años pasó los días diciéndose en voz alta: «No quiero que estéis muertas, no quiero que estéis muertas, no moriréis». Parte de su terapia consistió en la necesidad de afrontar el hecho de que estaban muertas y nunca volverían.

Llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo porque implica no sólo una aceptación intelectual sino también emocional. Muchos asesores con poca experiencia no reconocen este hecho y se centran demasiado en la aceptación intelectual de la pérdida, sin tener en cuenta la aceptación emocional. La persona en duelo puede ser intelectualmente consciente de la finalidad de la pérdida mucho antes de que las emociones le permitan aceptar plenamente la información como verdadera. Una mujer que asistía a uno de mis grupos de duelo se despertaba cada mañana y palpaba el lado de la cama donde en vida había dormido su marido para ver si estaba ahí. Sabía que no estaría, pero tenía la esperanza de encontrarlo, aunque había fallecido seis meses atrás.

Es fácil creer que la persona amada está todavía de viaje o que se ha ido otra vez al hospital. Una

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enfermera cuya anciana madre había ingresado en el hospital para que le hicieran un bypass, la había visto postrada en la cama con sondas y otra parafernalia médica. Tras el fallecimiento de su madre, se pasó varios meses creyendo que ésta aún se encontraba en el hospital, preparándose para la operación, y que por esta razón no se había puesto en contacto con ella en ocasión de su cumpleaños. Esto es lo que decía a los demás cuando le preguntaban por su madre. Una madre cuyo hijo había muerto en un accidente se negaba a creer que éste ya no existía y prefería pensar que se encontraba en Europa, donde había estado el año anterior.

La realidad golpea duro cuando se quiere coger el teléfono para compartir alguna experiencia con la persona amada y se recuerda que él/ella no está en el otro extremo. A muchos padres les costará meses decir: «Mi hijo está muerto y nunca le volveré a tener». Pueden ver a los niños jugar en la calle o pasar en el autobús de la escuela y decirse: «¿Cómo puedo haber olvidado que mi hijo está muerto?».

La creencia y la incredulidad son intermitentes mientras se intenta resolver esta tarea. Krupp lo explicó muy bien cuando dijo: A veces las personas en duelo parecen estar bajo la influencia de la realidad o se comportan como si aceptaran plenamente que el fallecido se ha ido; otras veces se comportan de manera irracional, bajo el dominio de la fantasía de un reencuentro final. El enfado se dirige al objeto perdido, al sí mismo, a otras personas que se cree que han causado la pérdida, e incluso a los benévolos que con buena intención le recuerdan que la realidad de la pérdida es una característica omnipresente.

Aunque completar esta tarea plenamente lleva tiempo, los rituales tradicionales como el funeral ayudan a muchas personas a encaminarse hacia la aceptación. Los que no están presentes en el entierro pueden necesitar otras formas externas de validar la realidad de la muerte. La irrealidad es particularmente difícil en el caso de la muerte súbita, especialmente si el superviviente no ve el cuerpo del fallecido. En nuestro Harvard Child Bereavement Study, encontramos una fuerte relación entre la pérdida súbita y los sueños del cónyuge superviviente en los meses posteriores a la pérdida. Parece ser que soñar que el fallecido está vivo es, no sólo un deseo de que se haga realidad, sino una manera que tiene la mente de validar la realidad de la muerte mediante el contraste intenso que se produce al despertar de dicho sueño.

Tarea II. Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida

Es apropiado usar la palabra alemana Schmerz cuando se habla del dolor porque su definición más amplia incluye el dolor físico literal que mucha gente experimenta y el dolor emocional y conductual asociado con la pérdida. Es necesario reconocer y trabajar este dolor o éste se manifestará mediante algunos síntomas u otras formas de conducta disfuncional. Parkes afirma esto cuando dice: «Sí, es necesario que la persona elabore el dolor emocional para realizar el trabajo del duelo, y cualquier cosa que permita evitar o suprimir de forma continua este dolor es probable que prolongue el curso del duelo».

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No todo el mundo experimenta el dolor con la misma intensidad ni lo siente de la misma manera, pero es imposible perder a alguien a quien se ha estado profundamente vinculado sin experimentar cierto nivel de dolor. Las personas que acaban de perder a un ser querido no suelen estar preparadas para afrontar la fuerza y la naturaleza de las emociones que surgen (Rubin, 1990). La clase de dolor y su intensidad están mediadas por diversos factores que se identifican en este capítulo como «mediadores del duelo».

Puede haber una sutil interacción entre la sociedad y la persona en duelo que hace más difícil completar la tarea II. La sociedad puede estar incómoda con los sentimientos de estas personas y, por lo tanto, da este mensaje sutil: «No necesitas elaborarlo, sólo sientes pena por ti mismo». En su intento de ser útiles, los demás suelen recurrir a muchos tópicos. «Eres joven y puedes tener más hijos.» «Hay que seguir adelante y a él no le gustaría verte así.» Estos comentarios contribuyen a las propias defensas de la persona, llevándole a negar la necesidad de elaborar los aspectos emocionales, expresándolo como: «No tendría que sentirme así» o «No necesito elaborar el duelo». Geoffrey Gorer lo reconoce y dice: «Abandonarse al dolor está estigmatizado como algo mórbido, insano y desmoralizador. Lo que se considera apropiado en un amigo que quiere bien a la persona en proceso de duelo es que la distraiga de su dolor».

La negación de esta segunda tarea, de trabajar el dolor, es no sentir. La persona puede hacer un cortocircuito a la tarea II de muchas maneras; la más obvia es bloquear sus sentimientos y negar el dolor que está presente. A veces entorpecen el proceso evitando pensamientos dolorosos. Utilizan procedimientos de detención de pensamientos para evitar sentir la disforia asociada con la pérdida. Algunas personas lo controlan estimulando sólo pensamientos agradables del fallecido, que les protegen de la incomodidad de los pensamientos desagradables. Idealizar al muerto, evitar las cosas que le recuerdan a él y usar alcohol o drogas son otras maneras con que la gente se abstiene de cumplir esta tarea II.

Algunas personas que no entienden la necesidad de experimentar el dolor de la pérdida intentan encontrar una cura geográfica. Viajan de un lugar a otro buscando cierto alivio a sus emociones; esto es lo opuesto a permitirse dar rienda suelta al dolor: sentirlo y saber que un día pasará.

Una joven minimizó su pérdida creyendo que su hermano estaba fuera del oscuro lugar en el que había estado y en uno mejor después de su suicidio. Esto podía ser verdad, pero le impidió experimentar el intenso enfado que sentía por haberla abandonado. En el tratamiento, cuando se permitió por primera vez sentir enfado, dijo: «Estoy enfadada con su comportamiento y no con él». Finalmente fue capaz de reconocer este enfado directamente.

Hay unos pocos casos en los que la persona superviviente tiene una respuesta eufórica ante la muerte, pero esto no suele estar asociado con un rechazo empático a creer que la muerte ha ocurrido. Puede ir acompañado de una sensación vivida de la presencia continua del fallecido. Generalmente, estas respuestas eufóricas son extremadamente frágiles y efímeras.

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John Bowlby explica: «Antes o después, aquellos que evitan todo duelo consciente sufren un colapso, habitualmente con alguna forma de depresión». Uno de los propósitos del asesoramiento psicológico en procesos de duelo es ayudar a facilitar esta segunda tarea para que la gente no arrastre el dolor a lo largo de su vida. Si la tarea II no se completa adecuadamente, puede que sea necesaria una terapia más adelante, en un momento en que puede ser más difícil retroceder y trabajar el dolor que ha estado evitando. Ésta es una experiencia más compleja y difícil de tratar que en el momento de la pérdida. Además, se puede complicar al tener un sistema social de menos apoyo que el que hubieran tenido en el momento de la pérdida original.

Tendemos a concebir el dolor del duelo en función de la tristeza y la disforia. Y es indudable que mucho dolor es de este tipo. Pero también hay otros sentimientos asociados a la pérdida que se deben procesar. La angustia, la ira, la culpa y la soledad son sentimientos comunes que se experimentan durante el duelo.

Tarea III: Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente

Existen tres áreas de adaptación que se deben abordar tras la pérdida de un ser querido. Estas áreas son: A) las adaptaciones externas, es decir, cómo influye la muerte en la actuación cotidiana de la persona; B) las adaptaciones internas, es decir, cómo influye la muerte en la imagen que la persona tiene de sí misma; y C) las adaptaciones espirituales, es decir, cómo influye la muerte en las creencias, los valores y los supuestos sobre el mundo que abriga la persona. A continuación examinaremos estas áreas una por una.

A. Adaptaciones externas. Adaptarse a un nuevo medio significa cosas diferentes para personas diferentes, dependiendo de cómo era la relación con el fallecido y de los distintos roles que desempeñaba. Para muchas viudas cuesta un período de tiempo considerable darse cuenta de cómo se vive sin sus maridos. Este darse cuenta muchas veces empieza alrededor de tres o cuatro meses después de la pérdida e implica asumir vivir sola, educar a los hijos sola, enfrentarse a una casa vacía y manejar la economía sola.

Parkes insistió en esto cuando dijo: En cualquier duelo, casi nunca está claro lo que se ha perdido. La pérdida de un esposo, por ejemplo, puede significar o no la pérdida de la pareja sexual, del compañero, del contable, del jardinero, del niñero, de audiencia, del calentador de la cama, etc., dependiendo de los roles específicos que desempeñaba normalmente este marido.

El superviviente no es consciente de todos los roles que desempeñaba el fallecido hasta algún tiempo después de la pérdida.

Muchos supervivientes se resienten por tener que desarrollar nuevas habilidades y asumir roles que antes desempeñaban sus parejas. Un ejemplo de esto es el de Margot, una madre joven cuyo marido murió. Él era el tipo de persona eficaz, que se encargaba de las situaciones y que resolvía los problemas que se les presentaban. Después de su muerte, uno de los hijos se metió en un lío en la escuela, y necesitó reunirse

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con el asesor. Antes, el marido se habría puesto en contacto con el colegio y lo habría solucionado todo, pero después de su muerte Margot se vio forzada a desarrollar esta habilidad. Aunque lo hizo de mala gana y con resentimiento, fue consciente de que le gustaba tener la capacidad para controlar dicha situación de manera competente y que nunca lo hubiera realizado si su marido estuviera vivo aún. La estrategia de afrontamiento de redefinir la pérdida de manera que pueda redundar en beneficio del superviviente tiene que ver, muchas veces, con que se complete la tarea III de manera exitosa.

B. Adaptaciones internas. Las personas en duelo no sólo se han de adaptar a la pérdida de los roles que desempeñaba antes el fallecido, sino que la muerte les confronta también con el cuestionamiento que supone adaptarse a su propio sentido de sí mismos. No sólo estamos hablando de que se vean como personas viudas o como padres que han perdido a un hijo sino, fundamentalmente, de cómo influye la muerte en la definición que hacen de sí mismas, en su amor propio y en su sensación de eficacia personal. Algunos estudios postulan que, para las mujeres que definen su identidad a través de sus relaciones y del cuidado a los otros, el duelo significa no sólo la pérdida de otra persona significativa sino también la sensación de pérdida del sí mismo (Zaiger, 1985). Uno de los objetivos del duelo para estas mujeres es sentirse como personas «completas» en lugar de como la mitad de una diada o pareja. Durante un año, una viuda a la que yo asesoraba solía pasearse por toda la casa diciendo: «¿Qué haría Jack?». Tras el primer aniversario de la muerte de su marido se dijo que Jack ya no estaba con ella y que ahora podría decir: «¿Qué es lo que quiero hacer yo?».

Existen algunas relaciones donde el amor propio de una persona depende de la persona a la que está apegada. Algunas personas conciben estas relaciones como apegos sólidos o firmes. Cuando existe uno de estos apegos y la persona muere, el amor propio de la persona que experimenta la pérdida puede sufrir un daño real, sobre todo si la persona fallecida compensaba algún déficit evolutivo grave de la persona superviviente. Esther había tenido un matrimonio muy breve y luego se casó con Ernie. Los antecedentes familiares de Esther estaban llenos de maltratos físicos y emocionales. Nunca se había sentido aceptada y Ernie le ofrecía un lugar donde se sentía querida. Tras la repentina muerte de Ernie, Esther cayó en una profunda depresión alimentada por pensamientos de que nadie la volvería a querer como Ernie y de que nunca volvería a encontrar un lugar en el que sentirse querida y aceptada.

El duelo también puede influir en la sensación de eficacia personal de una persona, es decir, en la medida en que siente que tiene algún control sobre lo que le ocurre. El duelo puede suponer una regresión intensa en la que las personas se perciben como inútiles, inadecuadas, incapaces, infantiles o personalmente en quiebra. Los intentos de cumplir con los roles del fallecido pueden fracasar y esto, a su vez, puede llevar a una mayor sensación de baja autoestima. Cuando ocurre, se cuestiona la eficacia personal y la gente puede atribuir cualquier cambio al azar o al destino y no a su propia fuerza y habilidad (Goalder, 1985).

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Attig destaca la necesidad de reaprender el mundo tras una muerte y se centra, sobre todo, en el impacto de la muerte en la sensación de identidad de la persona. La tarea interna de la persona que experimenta el duelo es responder a las preguntas: «¿Quién soy ahora?», «¿En qué soy diferente de cuando le quería?». Sin embargo, con el tiempo estas imágenes negativas dan paso a otras más positivas y los supervivientes son capaces de continuar con sus tareas y aprender nuevas formas de enfrentarse al mundo (Shuchter y Zisook, 1986).

C. Adaptaciones espirituales. Una tercera área puede ser el ajuste al propio sentido del mundo. Según Neimeyer (1999), la muerte puede sacudir los cimientos del mundo de supuestos de la persona. La pérdida a causa de una muerte puede cuestionar los valores fundamentales de la vida de cada uno y sus creencias filosóficas, creencias influidas por nuestras familias, nuestros pares, la educación y la religión, así como por las experiencias vitales. No es extraño sentir que se ha perdido la dirección en la vida. La persona busca significado, y su vida cambia para darle sentido a esta pérdida y para recuperar cierto control. Janoff-Bulman (1992) ha identificado tres supuestos básicos que la muerte de un ser querido suele poner en duda: 1) que el mundo es un lugar benévolo; 2) que el mundo tiene sentido; y 3) que la persona misma es importante.

Esto ocurre cuando se trata de muertes súbitas y prematuras. Las madres de niños pequeños que habían muerto víctimas de tiroteos callejeros solían preguntarse amargamente por qué permitía Dios que ocurrieran esas cosas. Una me dijo: «Debo ser muy mala para que me haya pasado algo así». No todas las muertes desafían nuestras creencias básicas. Algunas se ajustan a lo que esperarnos y confirman nuestras ideas. La muerte conforme a lo que se espera de una persona anciana tras una vida bien vivida sería un ejemplo de ello.

Para mucha gente no hay una respuesta clara. Una madre, cuyo joven hijo murió en 1988 en un accidente de aviación de la Pan Am, vuelo 103, dijo: «A lo largo del tiempo se adoptan nuevas creencias, o viejas reafirmadas o modificadas, para reflejar la fragilidad de la vida y los límites del control» (Shuchter y Zisook, 1986).

Detener la tarea III es no adaptarse a la pérdida. La persona lucha contra sí misma fomentando su propia impotencia, no desarrollando las habilidades de afrontamiento necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo las exigencias del medio. Sin embargo, la mayoría de la gente no sigue este curso negativo sino que decide que debe asumir los roles a los que no está acostumbrada, desarrollar habilidades que nunca había tenido y seguir adelante con un nuevo sentido de sí mismas y del mundo.

Bowlby lo resume cuando dice: Los resultados de un duelo giran en torno a cómo se logre resolver esta tarea -la III-: o el progreso hacia el reconocimiento del cambio de circunstancias, una revisión de sus modelos representacionales, y una redefinición de sus metas en la vida, o un estado de detención del crecimiento, en el que uno se encuentra aprisionado por un dilema que no puede resolver.

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Tarea IV: Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo

Cuando escribí la primera edición de este libro, catalogué la cuarta tarea del duelo como «retirar la energía emocional del fallecido y reinvertirla en otra relación». Este concepto lo postuló Freud cuando dijo: «El duelo supone una tarea psíquica bastante precisa que hay que realizar: su función es desvincular las esperanzas y los recuerdos del muerto». Ahora sabemos que las personas no se desvinculan de los difuntos sino que encuentran maneras de desarrollar unos «vínculos continuos» con ellos. Como hice en la segunda edición, también en ésta propongo que la cuarta tarea del duelo es encontrar un lugar para el difunto que permita a la persona superviviente estar vinculada con él, pero de un modo que no le impida continuar viviendo. Debemos encontrar maneras de recordar a los seres queridos que han fallecido llevándolos con nosotros, pero sin que ello nos impida seguir viviendo. En el Harvard Child Bereavement Study nos sorprendió observar la cantidad de niños que seguían vinculados con su progenitor fallecido hablándole, pensando en él, soñando con él o sintiéndose observados por él. Dos años después del fallecimiento, dos terceras partes de los niños seguían sintiéndose observados por su progenitor muerto. Klass, que ha trabajado muchos años con padres que han perdido a algún hijo, documenta la necesidad que tienen estos padres de seguir vinculados con sus hijos fallecidos.

Volkan ha sugerido: Una persona en duelo nunca olvida del todo al fallecido al que tanto valoraba en vida y nunca rechaza totalmente su rememoración. Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado cerca de nosotros, de nuestra propia historia, excepto mediante actos psíquicos que hieren nuestra propia identidad. Continúa diciendo que el duelo acaba cuando la persona ya no necesita reactivar el recuerdo del fallecido con una intensidad exagerada en el curso de la vida diaria.

Shuchter y Zisook escriben: La disponibilidad de un superviviente para empezar nuevas relaciones depende no de «renunciar» al cónyuge muerto sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica, un lugar que es importante pero que deja un espacio para los demás.

La tarea del asesor se convierte entonces, no en ayudar a la persona en duelo a «renunciar» al cónyuge fallecido, sino en ayudarle a encontrar un lugar adecuado para él en su vida emocional, un lugar que le permita continuar viviendo de manera eficaz en el mundo.

Marris capta esta idea cuando dice: Al principio una viuda no puede separar sus propósitos y su entendimiento del marido, que figuraba en ellos de una manera tan central: tiene que revivir la relación, continuarla mediante símbolos y ensueños, para sentirse viva. Pero conforme pasa el tiempo, empieza a reformular la vida en términos que asimilan el hecho de su muerte. Hace una transformación gradual de hablar de él «como si estuviera sentado en la silla, a mi lado», a pensar lo que él habría dicho y hecho, y de ahí a planear su propio futuro y el de sus hijos en términos de lo que él habría deseado. Hasta que, finalmente, desea ser ella misma y no vuelve a aludirlo conscientemente.

Los padres muchas veces tienen dificultades para entender la noción de rechazo emocional. Si pensamos en la recolocación, la tarea del padre en duelo implica cierta relación continuada con los pensamientos y

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recuerdos que asocia con su hijo, pero se trata de hacerlo de una manera que le permita continuar con su vida después de dicha pérdida.

Uno de dichos padres finalmente encontró un lugar eficaz para los pensamientos y recuerdos de su hijo muerto y pudo empezar a vivir otra vez. Escribió: Hasta hace poco no me había dado cuenta de la cantidad de cosas que todavía puedo hacer en la vida. Ya sabes, cosas que me pueden proporcionar placer. Sé que continuaré en duelo por Robbie durante el resto de mi vida y que mantendré su amado recuerdo vivo. Pero la vida continúa y, me guste o no, yo soy una parte de ella. Últimamente hay momentos en los que me doy cuenta de lo bien que estoy haciendo algún proyecto en casa, o incluso participando en alguna actividad con amigos. Para mí esto representa un movimiento para realizar la tarea IV.

Attig (1996) afirma lo siguiente: Podemos seguir «teniendo» lo que hemos «perdido», es decir, seguir sintiendo un amor continuo, aunque transformado, por la persona fallecida. En realidad no hemos perdido los años que hemos vivido con la persona fallecida ni nuestros recuerdos. Ni hemos perdido su influencia, la inspiración, los valores o los significados encamados en su vida. Podemos incorporar activamente estas influencias a nuevas pautas de vida que incluyan las relaciones transformadas pero perdurables con las personas que nos han importado y a las que hemos amado.

Es difícil encontrar una frase que defina adecuadamente que no se ha terminado la tarea IV, pero creo que la mejor descripción sería quizá «no amar». La cuarta tarea se entorpece manteniendo el apego del pasado en vez de continuar formando otros nuevos. Algunas personas encuentran la pérdida tan dolorosa que hacen un pacto consigo mismas de no volver a querer nunca más. El popular mercado de las canciones está repleto de este tema, que le da una validez que no merece.

Para muchas personas, la tarea IV es la más difícil de completar. Se quedan bloqueadas en este punto y más tarde se dan cuenta de que su vida, en cierta manera, se detuvo cuando se produjo la pérdida. Pero esta tarea se puede cumplir. A una adolescente le resultó extremadamente difícil adaptarse a la muerte de su padre. Dos años más tarde, cuando empezó la tarea IV, escribió una nota a su madre desde la universidad en la que expresaba lo que muchas personas descubren cuando están luchando con el abandono emocional y el volver a empezar: «Existen otras personas a las que amar», escribió, «y eso no significa que quiera menos a papá».

Muchos asesores han encontrado que estas tareas son útiles para comprender el proceso del duelo. Pero me preocupa el hecho de que algunos asesores inexpertos tienden a ver estas tareas como una progresión fija y caen en la trampa de las etapas. Las tareas se pueden revisar y adaptar con el tiempo. También se pueden abordar varias tareas al mismo tiempo. El duelo es un proceso fluido.

♦ Material compilado para fines didácticos.

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4.4 TEORÍA DE NANCY O´CONNOR

♦ Referencia: O´Connor, N.. Déjalos ir con amor. México: Trillas. (Páginas 30 a 40).

ETAPAS DEL DUELO

Estos plazos no son rígidos, constituyen más bien un lineamiento flexible basado en lo que reportan generalmente las personas que han atravesado por un proceso de duelo. Mucho depende, desde luego, del grado de intimidad que hayas tenido con la persona que falleció. Si fue un cónyuge o un hijo con quien vivías, la experiencia es mucho más profunda que si no hubieses vivido con la persona. Si pierdes a alguien con quien no vivías, su presencia en tus pensamientos será frecuente, pero, por ejemplo, no tendrás la costumbre de esperarlo para cenar, no tendrás ese recordatorio diario de su ausencia.

Otro factor importante es el conocimiento previo de la pérdida inminente. Si el fallecimiento estuvo precedido por una larga y grave enfermedad, y tuviste la oportunidad de empezar la elaboración del duelo antes de que ocurriese la muerte, podrás recorrer con más facilidad las etapas del duelo.

Examinemos ahora con más detalle estas etapas acerca de los ajustes presentes y futuros que se necesitan para pasar a través de la pena hacia una vida renovada.

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ETAPA 1. Ruptura de antiguos hábitos. (Desde el fallecimiento hasta ocho semanas)

Las semanas que siguen inmediatamente a una muerte son un periodo de entumecimiento y confusión, nada es normal; prevalecen los sentimientos de choque, incredulidad, protesta y negación. La muerte es una separación obligada, un rompimiento; te sientes como cortado en carne viva, tus emociones esparcidas en el viento. Si el fallecimiento fue repentino e inesperado, la angustia es más aguda, es posible que sientas una conmoción física real cuando recibas la noticia.

Tu vida cambia en el instante en que se te comunica la muerte. Te sientes indefenso e impotente para controlar los acontecimientos de tu vida y, al mismo tiempo, sientes que te arrastra una rápida ola de actividad, debes cumplir con las responsabilidades del caso y tomar decisiones importantes. La notificación a parientes y amigos, arreglos para el funeral, esquelas en los diarios, certificado médico y una miríada de detalles demandan tu atención.

Frecuentemente, la actividad es una bendición que ignoramos como tal. Por el momento, te absorbe el acto final de rendir tributo al ser querido. Las ocupaciones son una gran ayuda en el transcurso de los primeros días, y te dan la oportunidad de empezar a comprender la realidad de tu pérdida. Pero, en estos momentos, eres extremadamente vulnerable y precisas protegerte a ti mismo en todos los niveles.

Hábitos y patrones

Al aclararse un poco la confusión, empiezas a estar más consciente de la necesidad de abandonar los patrones acostumbrados en la relación.

Cuando las personas viven juntas, se forma una serie de hábitos, pequeñas formas de interacción que se vuelven rutinarias: el esperar que el esposo traiga el periódico a casa, el llamar por teléfono a la pareja a una hora determinada todos los días, ver las toallas tiradas sobre el piso del baño, el sentarse en cierto lugar durante las comidas, todo ello se ha convertido en una segunda naturaleza. Cuando estas situaciones rutinarias se interrumpen, tienes que reprogramar tus expectativas a nivel emocional, físico y psíquico. Cada día te presenta pequeños recordatorios de que se ha destruido la estructura de tu vida, sientes una tristeza profunda, un terrible desamparo, una carencia.

Leslie, una profesora, tenía la costumbre de tomar nota mental todos los días de algunos acontecimientos en su trabajo para contárselos en la noche a su marido. En los primeros días de su viudez, se sorprendía a sí misma pensando en conversar con él acerca de algo y se daba cuenta, sobresaltada, de que ya nunca más podría hacerlo. Al principio, esta percepción le provocaba torrentes de lágrimas, sus sentimientos

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de autocompasión, soledad e impotencia eran abrumadores, pero gradual y lentamente fue aceptando su muerte y dejó de anticipar los antiguos patrones de comportamiento de ambos. Ahora, ocho meses después, rara vez piensa en él en ese contexto. Comparte sus anécdotas con otras profesoras o, en ocasiones, con amigas.

Cuando se acepta la realidad de la pérdida, se comprende la inutilidad de anticipar los antiguos sucesos rutinarios y, con el tiempo, se reconocen e incluso se aprecian los cambios. Poco a poco la soledad se convierte en agradables momentos a solas para dedicarlos a pensar o ser creativo, para empezar o terminar proyectos que han estado pendientes desde tiempo atrás.

Durante esta primera fase del duelo, la persona puede experimentar cambios en su vida cotidiana; es posible que se alteren sus hábitos alimenticios y de descanso nocturno. Frecuentemente, la persona duerme inquieta y puede tener sueños perturbadores, despertándose a la mitad de la noche, sin que pueda volver a conciliar el sueño; asimismo, tal vez se despierte a las cinco de la mañana, agotada y tensa. Algunas personas comen más al sentirse despojadas, como una forma de nutrirse a sí mismas ante la falta del otro. Otras comen menos, pierden el apetito completamente y dejan de guisar alimentos; para la mayoría de los dolientes la comida pierde su sabor. Estas perturbaciones sólo duran un breve plazo y desaparecen gradualmente. Si persisten por muchas semanas, deberás hacer un esfuerzo para cambiarlas, o buscar ayuda profesional para hablar acerca de tu progreso o ausencia del mismo.

La presencia del fallecido

Las lágrimas y los sentimientos de tristeza profunda aparecen en momentos inesperados; es posible que estés presenciando un filme o un programa de televisión o conduciendo un auto, comprando los víveres, sentado en la iglesia o jugando tenis, cualquier momento en que surge el recuerdo de la persona fallecida es un momento potencial para las lágrimas. Es muy importante que dejes salir estos sentimientos de aflicción, es purificante, depurador. Permítete a ti mismo derramar las lágrimas y te recuperarás más rápidamente. La supresión del llanto no cumple ninguna función; sin embargo, el permitir que fluyan las lágrimas aliviará parte del dolor.

En las primeras semanas de duelo, es común y normal el estar preocupado -incluso obsesionado- con la persona muerta. De hecho, te puedes sentir desleal si no la tienes constantemente en la mente.

El hablar con el hijo, cónyuge o pariente muerto es una forma de liberar la tensión que te agobia. Visitar la tumba, escribirle cartas, llevar un diario o sostener una conversación imaginaria son medios para finiquitar los asuntos que quedaron pendientes en la relación; es irrelevante si el fallecido escucha o no los mensajes, éstos, como los funerales, son para ti.

Cuando ocurre un deceso siempre quedan cosas que no se dijeron, asuntos que no se terminaron; al continuar la comunicación con el ser querido fallecido, puedes completar la relación. Muchas personas

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informan sobre la percepción o sensación de la presencia del fallecido. Estas experiencias no son extrañas o anormales, pueden ser un gran consuelo para el sobreviviente y, con el tiempo, serán menos importantes.

Recientemente, Marty me dijo que sabía que su esposa muerta estaba “cerca” y que si pudiese hablar, le armaría una pelea por haber comprado un auto nuevo. Después de tomar decisiones juntos durante años, era natural que él supiese cómo respondería su anterior pareja a sus elecciones. Marty continuaba considerando las probables reacciones de ella mientras decidía comprar el auto, a pesar de que hacía casi un año que había fallecido; en sus pensamientos, conversaba con ella para satisfacerse a sí mismo.

Las “pláticas” de Marty con su difunta esposa eran una forma de continuar incluyéndola en su vida, y reconocer su importancia para él. Se requiere tiempo para romper con viejos patrones. Cuando Marty compre el siguiente auto, la influencia de ella será menos significativa para él.

Ten paciencia contigo mismo

Los niños, los animales domésticos, los padres ancianos, el estrés en el trabajo y muchas otras demandas deben colocarse en segundo lugar durante la etapa temprana del duelo. La confusión mental y una disminución en los niveles de energía son muy comunes. El gasto de energía que se requiere para enfrentar y resistir los impulsos emocionales que continúan surgiendo provoca fatiga y agotamiento, éste no es un buen momento para tomar decisiones importantes.

Las actividades cotidianas más simples como el comprar, comer, dormir o vestirse pueden resultar molestas durante un tiempo. Pero cada día que sobrevivas, es un paso en el camino a la recuperación.

ETAPA II. Inicio de reconstrucción de la vida. (De la octava semana hasta un año)

Incluso después de que han pasado unos cuantos meses, el dolor y la confusión siguen siendo agudos, pero éstos van disminuyendo gradualmente; la recuperación comienza a darse de manera automática y sin una percepción consciente. Ya estás sanando. Los patrones de hábitos aún serán erráticos, como en un estado de flujo, cambiando de las anteriores rutinas establecidas a otras nuevas.

Al marido de Sally le encantaba la lechuga romana. A ella no le gustaba, pero continuaba comprándola automáticamente cuando se surtía de víveres. La llevaba a casa, la lavaba y la guardaba en el refrigerador hasta que se echaba a perder y tenía que tirarla. Después de tres meses, finalmente cayó en la cuenta de que ya no tenía que comprar lechuga romana. Los pequeños cambios como éste, reducen la negación de la muerte y permiten la lenta aceptación de la nueva realidad.

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Si te sientes paralizado o consideras que no progresas, busca ayuda, ya sea en una consulta o varias, hasta que percibas que estás en condiciones de enfrentar solo el dolor.

La salud, en general, es otro factor importante. Es posible que estés débil físicamente y seas más vulnerable y susceptible a enfermedades menores, como virus, sinusitis o gripe.

También pueden presentarse enfermedades serias, especialmente las relacionadas en forma directa con el estrés o nerviosismo, como la colitis o los desórdenes en el tracto digestivo, la gastritis y las úlceras; también pueden ocurrir cambios en la presión arterial e incluso aparecer enfermedades cardiacas o cáncer.

Asimismo, durante los periodos de nerviosismo extremo, es más probable que ocurran accidentes. Cuando sufrimos un estrés emocional y no hemos resuelto nuestros sentimientos, estamos más expuestos a los accidentes: toma precauciones extraordinarias cuando conduzcas, emprendas una excursión o participes en otras actividades de este tipo.

Es muy importante que seas tan tolerante contigo mismo como te sea posible, y evites agregar más situaciones estresantes a tu vida durante un tiempo. Trata de comer bien, duerme lo mejor que puedas, haz ejercicio regularmente y permítete a ti mismo sentir y experimentar las emociones que brotan espontáneamente. Llora cuando sientas la necesidad; en un estado de tensión durante la elaboración del duelo, se pueden plantar las semillas para enfermedades crónicas, y éstas pueden surgir varios años más tarde si niegas o reprimes tus emociones.

En el transcurso del primer año, las perturbaciones emocionales requieren de una gran cantidad de energía. El llanto espontáneo, en momentos y lugares inesperados, es sorpresivo, y, por lo tanto, a veces resulta mortificante. Cuando se observa a una familia feliz o se presencia una escena romántica en la televisión o en el cine, es frecuente que se despierte una fibra sentimental y se reaviven los sentimientos de pérdida y privación; piensa, en ese momento, que las lágrimas fluyen y se llevan consigo otra parte del dolor. El sentirse triste y llorar es positivo, de hecho, es beneficioso, purifica, cura.

Una gran preocupación o sentimientos de impotencia son sensaciones comunes en la elaboración del duelo y son aspectos normales de la depresión causada por el dolor. De vez en cuando puede aparecer la preocupación acerca de si te será posible salir adelante, si podrás satisfacer las necesidades básicas para sobrevivir, si tendrás la energía para sobrellevar un día más. Pensar que los sentimientos presentes nunca terminarán, contribuye a la autocompasión e impotencia, estos sentimientos son normales y pasarán con el tiempo.

Los lapsos mentales también son comunes ahora; por ejemplo, Marge me contó que había extraviado el cheque del seguro de vida de su difunto esposo; a pesar de que buscó por todas partes durante semanas, no lo pudo encontrar. Se sentía tonta por haber perdido algo tan importante para su sobrevivencia. Finalmente, revisó una caja de papeles que estaba a punto de tirar y ahí encontró el cheque que inconscientemente

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había descartado. ¿Otra forma subconsciente de negación? Probablemente, y de descuido, en su estado de confusión mental.

Es probable que la idea del suicidio surja de vez en cuando, esto es normal y común; sin embargo, si se vuelve obsesiva y persiste en tu mente, busca ayuda profesional. La propia muerte puede parecer una solución para tu desdicha, pero no lo es. Es un escape, y las personas que te aman y dependen en alguna forma de ti sufrirán el doble golpe de tener que enfrentarse a dos muertes.

Y, en efecto, el suicidio durante el dolor es el final de la autocompasión y la impotencia, pero no soluciona nada. Cuando aparezcan esos sentimientos, obsérvalos y déjalos pasar, no tiene caso detenerse o hundirse en ellos, o preocuparse por eso; déjalos ir y sigue con tu vida. Tu vida es necesaria e importante, única y valiosa.

El meditar acerca de las circunstancias de la muerte o de las partes negativas de la relación, sólo retrasará tu recuperación. Es posible que pienses con frecuencia en los errores que cometiste, las cosas que no hiciste y que ahora deseas haber hecho. Independientemente de lo que haya sucedido entre ustedes, piensa que hiciste lo mejor que podías en el momento. Asimismo, el repaso continuo de las situaciones no las puede cambiar, perdónate a ti mismo (si hay algo que perdonar que aún esté pendiente), perdona a tu cónyuge o padre o hijo por cualquier cosa que se quedó sin resolver o no se dijo. Empieza a pensar en términos positivos en los buenos momentos de la relación y rechaza los dolorosos. Sobre todo, ¡deja de castigarte a ti mismo!

Los sueños, ensueños y fantasías son una guía de tu progreso durante el primer año. Soñar con la persona amada es parte de la elaboración del duelo y la despedida; por ello, un registro de los sueños puede ser muy útil y valioso si es que necesitas buscar ayuda en algún momento. Por ejemplo, puedes seguir el curso de tus sueños anotándolos en un cuaderno, regístralos tan pronto como te despiertes.

Si al principio te es difícil recordar lo que soñaste, cuando empieces a quedarte dormido, sugiérete a ti mismo que quieres recordarlos, y muy pronto comenzarás a recordar lo soñado. Regístralos con todos los detalles posibles: incluye el escenario, la hora del día o la noche, colores, personas, cómo te sientes, vehículos, agua, animales y otros detalles. Los sueños registrados durante un lapso de tiempo revelan los progresos o no en tu bienestar.

Betsy soñaba frecuentemente con agua. Para ella el agua simbolizaba el flujo de su vida. En sus primeros sueños, poco después de la muerte de su esposo, se encontraba en un bote que estaba a punto de volcarse, y ella luchaba por no caer al agua, ésta era fría, oscura y atemorizante. Sueños posteriores revelaron que el agua era menos profunda, pero todavía fría y oscura. Gradualmente, durante un año, el agua en sus sueños se volvió más cálida y clara, y en los últimos sueños registrados, ella jugaba y nadaba en el agua. ¡Estaba lista para volver a la corriente de la vida!

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Ocasiones especiales

Los días festivos y las celebraciones familiares serán una dura prueba el primer año. Cumpleaños, Navidad y otras fiestas sentimentales son las más difíciles de sobrellevar ante la ausencia del ser querido, pero cada vez resultan más fáciles. En estas ocasiones, trata de tener a tu alrededor a las personas que más amas y en las que encuentras mayor apoyo. También es posible que te sientas preparado para “tolerar” estas ocasiones y trates de endurecerte contra el inevitable dolor. No eres de acero, eres humano. Esos días especiales serán arduos y dolorosos, pero puedes soportarlos.

Permítete a ti mismo sentir tristeza, desilusión, resentimiento, enojo o cualquiera otra emoción que surja; siempre y cuando no sea una forma de bloquear las emociones, no hay problema si no sientes nada o sólo una especie de entumecimiento. Cuando estés preparado para ello, experimentarás tus emociones. Te sugiero que no bloquees las emociones cuando aparezcan. Experiméntalas, siéntelas, y después, déjalas atrás.

Sheila, una joven que se quedó viuda, pensaba que estaba en condiciones para participar en la primera temporada de fiestas después de la muerte de su esposo. En una gran cena familiar, no se permitió a sí misma sentirse triste. Le complació que le resultara tan fácil. La había preocupado la probabilidad de sentirse triste, apesadumbrada, e hizo un gran esfuerzo por divertirse y no sentirse deprimida. Tres días después fue a visitar a unos parientes en otra ciudad y pasó toda la visita enferma en cama, con severos dolores en el estómago y la espalda. Este quebranto físico era su forma de lidiar con el dolor emocional que había reprimido durante la celebración. En vez de expresar sus sentimientos los combatió, los internalizó y, más tarde, se enfermó.

El próximo año será mucho más fácil para Sheila. Para el segundo año, se empezarán a establecer nuevos rituales en la familia y se extrañará menos a su difunto esposo.

Otra fecha difícil es el aniversario de la muerte, sobre todo si el fallecimiento ocurrió en la cercanía de un día festivo o el cumpleaños de alguien. Recuerda, cada año se vuelve más fácil de manejar. ¡Sobrevivirás! Te desarrollarás en nuevas áreas de fuerza y valor en tu vida que quizás nunca te habías dado cuenta que las tenías. Realiza una elección consciente hacia la vida y acepta el dolor, que es parte de ella.

Redescubrimiento de ti mismo

La búsqueda y el establecimiento de una identidad personal nueva y separada es una parte importante en esta segunda etapa de la recuperación. Es un proceso lento que puede ser doloroso y alentador a la vez. Es posible que aún sientas que estás casado o que todavía cuentas con tu mejor amigo o amiga, aunque se haya ido. Si tu hijo ha muerto, puedes seguir sintiendo que tu vida no tiene significado. ¡Lo echarás de menos intensamente!

Algunas personas, al enfrentarse a una pérdida importante se absorben en una ráfaga de movimiento,

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se refugian sinceramente en actividades externas, en el trabajo, en la búsqueda de un nuevo empleo o en el regreso a la escuela. En esta actitud puede existir un aspecto de urgencia -una compulsión por “arrojarte” en algo y estar siempre ocupado para que no tengas que pensar o sentir el dolor- pues esta es otra forma que puede asumir el proceso de negación, es un medio de evitar la elaboración del duelo.

Sobre todo si sientes que tu relación con el fallecido en alguna forma implicó un fracaso personal de tu parte, entonces cobra mayor importancia el demostrar tu valor, especialmente ante ti mismo. Las múltiples ocupaciones representan un intento por llenar tu mente con otra información, presiones y demandas, para no tener que pensar en tu estado emocional. Esperas que tu participación en acontecimientos externos haga que desaparezca el dolor interno. Desafortunadamente, ¡esto no funciona! Tendrás que completar tu proceso de duelo o, a la larga, sufrirás las consecuencias. Enfrenta los sentimientos de culpa para que los puedas dejar atrás para siempre, perdónate a ti mismo y prosigue tu vida.

Si la actividad no tiene el propósito de amortiguar tus emociones, trata de encontrar tus aptitudes especiales, intereses y medios para desarrollarte y apoyarte a ti mismo. Muchas personas han descubierto que el volver a la escuela es gratificante y, a la vez, es una buena forma de hacer nuevos amigos, especialmente para las personas viudas. Empieza a fijarte metas positivas.

La capacitación vocacional o para un empleo es otra opción. Una viuda joven que conozco se inscribió en un instituto especial para capacitarse como agente de viajes. Ahora planea utilizar el seguro de su esposo para comprar o iniciar su propia agencia de viajes. También, el mudarse a otra casa o ciudad puede ser tentador durante este primer año. Es mejor que lo evites en lo posible pues, con frecuencia, esos cambios son más bien impulsivos y suelen lamentarse más tarde.

Para el aniversario del fallecimiento te darás cuenta de que, en cierto modo, has mejorado y te has renovado. Todavía tienes que recorrer parte del camino, pero ya has aceptado tu pérdida y estás empezando a planear tu futuro.

ETAPA III. La búsqueda de nuevos objetos de amor o amigos. (De los 12 hasta los 24 meses)

La vida ha vuelto a la “normalidad”. Algunos hábitos antiguos se han restablecido firmemente y las nuevas costumbres se han vuelto cotidianas. Las tareas diarias fluyen, el dolor emocional es menos agudo. Tu ser amado ya no está en tus pensamientos tan continuamente. El duelo puede subsistir como un rito, pero su intensidad ha disminuido significativamente y no es tan devastador como en un principio. Ahora,

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rara vez lloras en público, aun cuando todavía habrá momentos de nostalgia y abatimiento. La depresión es una de las manifestaciones externas de una lucha interna. El objetivo de la lucha interna durante todo el proceso de duelo consiste en aceptar la realidad de tu pérdida, encontrar una nueva identidad y reconstruir tu vida.

Salud renovada

Después del primer año, los hábitos en cuanto a comer y dormir deben haber recuperado la normalidad. Empieza a regresar la risa espontánea, la diversión, la felicidad y un cierto sentido del humor. Generalmente, durante el segundo año, el consumo de cigarrillos, alcohol y medicamentos vuelve a los patrones anteriores a la pérdida. La memoria es normal de nuevo.

La salud, en términos generales, vuelve a ser la habitual o incluso puede llegar a mejorar, a condición de que se hayan enfrentado y liberado los conflictos emocionales y el dolor de la pérdida.

Cada vez experimentarás con menor frecuencia reacciones emocionales intensas. Para este momento, el enojo, los resentimientos, la culpabilidad, ansiedades y/o temores por la sobrevivencia, deben ser parte del pasado, o estarse desvaneciendo rápidamente. El contenido de los sueños será más ligero y reflejará una disposición de ánimo para participar en la vida.

Los amigos

En esta etapa, seguramente ya debes contar con nuevos amigos, algunos de los cuales pueden haber sufrido experiencias similares. Empieza a planear actividades interesantes para tu tiempo libre con otras personas recién conocidas o con amigos antiguos; por ejemplo un viaje, una nueva actividad recreativa, o política, un trabajo voluntario, el aprendizaje de un idioma, cualquier cosa que quieras hacer: participa.

Si estás trabajando, estarás en mejores condiciones para manejar tu tiempo y responsabilidades. Todos los miembros de la familia empezarán a adaptarse a tus nuevas relaciones, a tus cambios, ajustándose a la ausencia de la persona fallecida.

Un día, te despertarás y podrás constatar que el proceso de cicatrización ha estado en funcionamiento, te darás cuenta de que tu pensamiento es más agudo y más claro, que tu juicio y percepciones son más racionales y confiables, así como que se han estabilizado tus emociones y te preocupas menos por ti mismo. Sobre todo, te sentirás más vivo y feliz. ¡Lo lograste!

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ETAPA IV. Terminación del reajuste. (Después del segundo año)

Esta etapa final se caracteriza por la terminación del duelo. Los hábitos cotidianos de la vida se han mezclado, se han unido los patrones antiguos con los nuevos y se llevan a cabo sin un pensamiento consciente; estás viviendo una nueva vida.

El espacio habitacional, los arreglos para el trabajo, el cuidado de los niños, las actividades en el tiempo libre, las citas y otras amistades y relaciones se han establecido en un flujo cómodo. La vida es menos fragmentaria y agitada. Estarás menos ocupado contigo mismo y te ocuparás más de los demás. Tienes una nueva vida y una nueva filosofía.

Habrá ocasiones de euforia y satisfacción. El futuro lucirá brillante. Te sentirás más fuerte que nunca, y sabrás que puedes sobrevivir a cualquier pérdida. Es posible que no lo desees, pero sabes que puedes. Ahora sabes que el dolor pasa con el tiempo y que la madurez que se alcanza puede ser muy gratificante en términos personales. Sobre todo, la nueva vida se ha vuelto normal para ti.

Sientes que eres una persona diferente, y en muchas formas, lo eres. Si el periodo de duelo lo has utilizado para cicatrizar lentamente y te has permitido a ti mismo experimentar y expresar las emociones más profundas y, frecuentemente, dolorosas que hayan surgido durante tu aflicción, estarás preparado para el siguiente capítulo de tu vida. Dale la bienvenida y disfruta la fortaleza que ahora tienes para enfrentar los nuevos retos que te esperan. Bienvenido de regreso al mundo de los que viven y los que aman.

Una manera de confirmar tu recuperación es comprobar cuánto tiempo de tu mente ocupa ahora el ser perdido. Inicialmente tu mente estaba inundada pensando en él un 100 %. Al final del segundo año, el porcentaje cae hasta a un 10 % o menos. Esto es bueno. Estás orientado hacia tu propia vida.

♦ Material compilado para fines didácticos.

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4.5 TEORÍA DE JOCHEN JÜLICHER

♦ Referencia: Jülicher, J. Todo volverá a ir bien, pero nunca será como antes. España: Sal Terrae. (Páginas 20 a 26).

METAS DEL TRABAJO DEL DUELO

Las metas del trabajo de duelo son múltiples; en última instancia, se trata nada menos que de alcanzar de nuevo, en el proceso de duelo, la identidad con uno mismo, una completa transformación del afectado. Aunque mencione a continuación algunas metas, soy consciente de que esta enumeración no puede ser completa, y también de que en su formulación se reflejan experiencias absolutamente subjetivas. No obstante, la dirección de la meta será siempre semejante, aun cuando las metas mencionadas sean otras y se necesiten otras formulaciones.

La aceptación de lo sucedido

Es frecuente que, sobre todo en el tiempo inmediatamente posterior al acontecimiento de la pérdida, la negación y la aceptación de lo sucedido estén muy cerca la una de la otra. Uno «no se lo puede creer», o dice con pleno convencimiento: «No puede ser», aunque al mismo tiempo sabe que es verdad y que se ha convertido en una realidad ineludible. Uno se despierta entonces por la noche, y de repente le viene a la conciencia, como un mazazo, que esa pesadilla que parece pender en algún lugar absolutamente oscuro de la habitación y que a uno lo tiene atrapado no es un sueño, sino una realidad. Esa toma de conciencia se abalanza sobre la persona como un espectro imposible de ahuyentar. De día, va uno por la calle, y de pronto le parece reconocer al difunto entre la gente, y durante un breve instante es como si no estuviera muerto, el corazón le da un vuelco... hasta que la conciencia recupera el control. Más tarde, con frecuencia al acabo de unos meses e incluso años, pese a la absoluta claridad de la conciencia,

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se tiene espontáneamente el sentimiento de que la persona en cuestión no ha muerto en absoluto.

Soy de la opinión de que la negación de la pérdida, en sus diferentes formas, tiene desde luego su razón de ser y es necesaria durante un cierto tiempo. Constituye una especie de protección que uno parece necesitar (todavía) en ese momento. La meta del trabajo de duelo es, sin embargo, llegar a la aceptación de lo sucedido y de la nueva realidad.

Desencadenar el duelo, en lugar de eliminarlo

La meta del trabajo de duelo no es estar menos triste... Esto es algo que en el curso del proceso, podríamos decirse produce por sí solo, debido a la modificación que a lo largo de dicho proceso experimentan la modalidad del duelo y el plano en que se lamenta la pérdida. El duelo no es una enfermedad, no hay que superarlo, orillarlo o dejarlo atrás, sino vivirlo, madurar en él. Es la vida misma en la forma que adopta tras la dolorosa pérdida sufrida. El trabajo de duelo va encaminado a afrontar esta situación, a no rehuir la propia vida, los propios sentimientos. Es frecuente que alguno de los participantes en un grupo de diálogo o en un curso práctico sobre el duelo me diga con cierto tono de reproche, tras la primera o segunda sesión: «Yo pensaba que ahora mi duelo sería más llevadero, pero tengo la sensación de que sólo he conseguido agravarlo aún más». Esta percepción es correcta: el desencadenamiento del duelo es en la fase inicial mucho más difícil y está vinculado con mucho más dolor que su represión o negación. Pero esto es así tan sólo al principio. Tras la primera inundación que el desencadenamiento del duelo puede provocar, las olas se van calmando, se construyen canales por los que el duelo puede fluir haciendo su obra, de importancia vital, capaz de transformar a la persona. Por eso es preciso no tener miedo cuando, al principio del proceso, hacen acto de presencia, en parte violentamente, los sentimientos del duelo con todas sus sombras. Por el contrario, la eliminación del duelo es una ilusión: uno puede ocultar el duelo, no mirarlo, no dejarle llegar a la conciencia, a menudo durante años, pero no puede hacerlo desaparecer realmente. No rara vez ocurre que, a la larga, ni siquiera se sabe ya todo lo que allí se ha reprimido, y uno se queda completamente sorprendido cuando en otra oportunidad, incluso sin motivo aparente alguno, aparecen humores depresivos o síntomas corporales. Entonces se precisa de un enorme esfuerzo y «trabajo de rememoración» para averiguar la verdadera causa -si es que se puede llegar hasta ella-, para lo cual se necesitará además, en la mayoría de los casos, ayuda terapéutica. La meta del trabajo de duelo es desencadenar el duelo, poner en marcha y estimular el proceso de duelo, hacerse en todo él consciente de sí mismo y vivir el duelo de manera que éste se pueda desarrollar y fluir.

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Vivir el propio duelo

El duelo es un tema y una realidad que en nuestra sociedad se afronta, en gran medida, de manera negativa. Apenas hay otro ámbito en el que existan tantos tabúes y «clichés» (la mayoría de las veces tácitos) como en éste. Por poner sólo un ejemplo, en el ámbito de la sexualidad estamos hoy mucho más instruidos que en el ámbito del morir, la muerte y el duelo. Por eso es importante aprender a atenerse, y saber hacerlo, a lo que se experimenta y se siente, y no plegarse a directrices de otro tipo. La cosa empieza ya con la selección de los propios sentimientos: hay a quien se le hace muy difícil admitir que no sólo añora al difunto, sino que además, por ejemplo, siente ira porque éste lo ha dejado solo, o bien alivio por el hecho de que, al fin, la insoportable situación anterior a la muerte haya llegado a su término. Es difícil confesarse también estos sentimientos, como si no resultaran en absoluto «adecuados en el duelo»; tales sentimientos son tabú. Esto se hace aún más claramente visible cuando uno tiene que hacer externamente duelo, aun cuando precisamente en un determinado momento esté feliz o, tras un par de días o de semanas, pueda, «por inadvertencia», olvidarlo todo por un momento y reír alegremente. No es raro que se mire mal a quien poco después de la muerte de un allegado se presenta en una fiesta: «¡Ahí hay algo que no cuadra!» o «¡No estará tan triste!», se dice entonces. Los tabúes del duelo funcionan en sentido contrario cuando la opinión general es que el tiempo del duelo ha concluido. Si a uno entonces le sucede que, por ejemplo, empieza repentinamente a llorar al mencionar el nombre del difunto o ante un recuerdo casual de lo acontecido, tendrá que oír que «eso se tiene que ir acabando poco a poco», pues «la vida sigue» y «hay que pensar en otras cosas»... y frases por el estilo.

Por el contrario, la meta del trabajo de duelo es, de hecho, vivir lo que se experimenta y «vivir» el propio duelo; es decir, no sólo hacerse consciente de él, sino abordarlo de manera que conduzca a la vida. Pues ésta es la tarea de la persona que sobrevive, pese al anhelo, a veces absolutamente presente, de «seguir en la muerte» a la persona fallecida: ¡tienes que vivir...! Una tarea que al principio puede parecerle a uno simultáneamente una maldición.

Desprenderse del pasado

El pasado está definitivamente acabado, el difunto ha partido para no volver, la pérdida no debe ser siempre la que marque el tono para el presente. Es absolutamente normal que al principio se encuentre uno absolutamente perplejo con lo sucedido. Pero la meta del trabajo de duelo es deshacerse de esa «perplejidad». El pasado, y también el difunto, debe perder su poder sobre el presente. Los muertos ya no tienen ningún poder sobre los vivos. Lo cual no significa que se les deba pasar por alto, negar o «simplemente olvidar», pero sí que su influencia directa ha dejado de existir. Los muertos están muertos, y entre ellos y los vivos hay un foso grande e insuperable -lo cual, a su vez, no quiere decir que no existan también otras formas de vinculación y de presencia-, Pero dicha vinculación es de un tipo completamente distinto.

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Por lo demás, la desaparición de la influencia directa no tiene siempre ni únicamente aspectos negativos... Piénsese, por ejemplo, en situaciones agobiantes dentro de una relación de pareja, o en la importante limitación de la libertad que los padres pueden provocar en sus hijos.

Asumir el legado

Frente a todo ello está el hecho de que toda persona deja en su vida algo que hay que asumir, se «recibe algo» de una persona precisamente cuando uno la quiere mucho. De manera especial en la pérdida de uno de los padres, uno, como hijo, puede a veces percibir interiormente hasta dónde llegó el padre o la madre en su vida, en su desarrollo, y dónde debe proseguir él, dónde debe él tomar el relevo, por así decirlo. Siente también lo que los padres no hicieron ni aclararon y lo que en su propia vida hay que trabajar y dominar más. En el trabajo de duelo, la cuestión es seguirle la pista a ese desarrollo, reconocer el legado anímico-espiritual del difunto y sentir lo que se ha recibido de él, tanto positivo como negativo. Algo parecido se puede decir de la pérdida dentro de una relación de pareja: uno puede también aprender a asumir, a «apropiarse», los impulsos dados por el compañero en vida. Temporalmente, éste puede también convertirse en un «acompañante interior» cuando, en las situaciones a las que uno se ve enfrentado, se guía interiormente por lo que él o ella habría pensado, dicho o hecho. Así, hay que aceptar la herencia del difunto en la esfera personal.

(Re)activar las propias fuerzas

En el caso de una relación estrecha, casi siempre el difunto se ha apropiado de algo de la vida del que sobrevive, algo que en ese momento uno puede y debe volver a asumir. En una relación de pareja, por ejemplo, nunca deja de darse un «reparto» así; es un proceso completamente natural, pues como seres humanos somos ciertamente autónomos e independientes el uno del otro, pero al mismo tiempo somos también seres sociales, por lo cual uno prefiere encargarse de esto, el otro más bien de aquello... En el trabajo de duelo se puede aprender a ir asumiendo de nuevo, poco a poco, fuerzas propias sepultadas o dejadas en la sombra.

Una comparación a propósito de esto: cuando dos (o más) árboles crecen muy cerca, con el tiempo forman, en cierto modo, una copa común. De hecho, no es así, pues cada árbol tiene su propia copa; sencillamente, un árbol se desarrolla más hacia un lado, y el otro más hacia el contrario, de manera que para un observador parece como si sólo hubiera una única copa sustentada por varios troncos. Ahora bien, si un buen día talan uno de esos árboles, parece como si también el de al lado hubiera quedado podado hasta la mitad o en parte: en ese lado no ha desarrollado brotes, ramas ni hojas, y al principio se queda por largo tiempo desprotegido por un lado, expuesto al viento y a las inclemencias del tiempo. Sólo poco a poco va el árbol desarrollando también en ese lado brotes nuevos, echando ramas que se irán haciendo cada vez más firmes, hasta que el espacio que quedó libre se llene de nuevo. A veces también otros árboles ocupan una parte de esa superficie. Pero para un

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buen observador seguirá siendo reconocible, incluso pasados muchos años, que ahí, en ese lugar, debió de elevarse en otro tiempo un árbol que fue talado.

A veces sucede que el miembro superviviente de la pareja experimenta emocionalmente como una especie de traición al otro el hecho de ir llenando poco a poco por su cuenta el vacío dejado. Pero esto no es una deslealtad, sino aceptar la «tarea de la vida», la misión de seguir viviendo. En este caso puede servir de ayuda el preguntarse qué le permitiría a uno el miembro difunto de la pareja en este momento, en esta nueva situación.

Integración con final abierto

El duelo nunca llega «a su fin», lo mismo que tampoco la pérdida como tal llega nunca «a su fin», es decir, nunca queda extirpada de la vida y como mero hecho pasado. Existe la posibilidad de que lo sucedido se convierta en un componente integrado e incluso constructivo de la vida y de la propia historia vital. Naturalmente, el duelo como tal deja de ser en algún momento el único elemento de la vida e incluso el que la determina principalmente. Pero cuánto tiempo lleva esto, es algo que no determinan las convenciones sociales ni la limitada paciencia de amigos, parientes y compañeros, sino el progreso interior del trabajo de duelo. Se puede hablar de integración cuando el acontecimiento triste ya no tiene ninguna influencia excesivamente determinante o incluso obstructora, pero, pese a todo, sigue ahí, y no es «como si nada hubiera pasado». Esa integración aparece cuando en el proceso de duelo no se ha omitido nada, sino que se ha considerado todo cuanto había que elaborar y, por tanto, dicho proceso no está «estancado», es decir, no presenta, a partir de un determinado punto, falta de progreso en el desarrollo interior. En el trabajo de duelo se encuentra una promesa que se cumple con la integración: «Todo volverá a ir bien, pero nunca será como antes».

♦ Material compilado para fines didácticos.

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Castro, M. (2008). Tanatología. La inteligencia emocional y el proceso de duelo. México: Trillas.

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O´Connor, N.. Déjalos ir con amor. México: Trillas.

Jülicher, J. Todo volverá a ir bien, pero nunca será como antes. España: Sal Terrae.

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BIBLIOGRAFÍA