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    TAUROMAQUIA

    SENTIDA

    César PalaciosTextos: José María Moreno Bermejo

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     Autor

    César Palacios Romera Madrileño, 66 exposiciones en España y 4 en el extranjero (Texas, Arlés, Nimes y Ba-yona); poseedor de infinidad de medallas y premios, siendo en el año 2003 E  sc ale ra del   É   x ito; ha colaborado en revistas, libros..., además de conferenciante y autor de libroscomo: Apuntes del Natural, El Toro de Lidia, El Toro visto por César Palacios, Tauro-maquia de las Extremidades y esta tauromaquia que hoy tiene usted en sus manos, Tau-romaquia Sentida...

    EdiciónLos Sabios del Tore o 

    Diseño y MaquetaciónImagen Beta, S. L.Dayo 2000, S. L.MonoComp, S. A.

    ImpresiónEdigrafos, S. A.Volta, 2. Polígono Industrial San Marcos28906 GETAFE (Madrid)

    Reservados todos los derechos. Ni la totalidad, ni parte de esta publicación puede reproducirse,registrarse o transmitirse por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni porningún medio, sea electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético o electroóptico, por fotocopia,escaneado o grabación o cualquier otro, sin permiso previo por escrito del editor.

    TAUROMAQUIA SENTIDA 

    © Los Sabi os del Tore o – Agrup. A. A. Teletrofeo, S. L.Cartagena, 47 - 28028 MadridTel.: 91 725 80 26 / Fax: 91 725 80 45e-mail: [email protected]

     www.sabiosdeltoreo.com, www.escaleradelexito.com y culturataurina.com

    © César Palacios Romera ©  José María Moreno Bermejo

    Depósito legal: M. 43.193-2005

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     JUSTIFICACIÓN DE TIRADA 

    De esta edición de TAUROMAQUIA SENTIDA, se han impresoMIL EJEMPLARES, sobre papel offset ahuesado edición de 90 gr. y cartulina de 200 gr.

    950 Ejemplares nominados y numerados, para los «amigos de la cultura».25 Ejemplares numerados en números romanos del I al XXV , destinados al autor.

    15 Ejemplares numerados en números romanos del XXVI al XL, destinados al editor.10 Ejemplares destinados a Organismos Oficiales y a la Biblioteca Nacional marcados B. N.

    EJEMPLAR NÚMERO ............

    De don .....................................................................................

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    A mi nieto Rafael 

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    Mi amigo César Palacios (nuestro amigo podría decir, puestoque es campeón de la amistad), me pide unas líneas como pró-logo para su «Tauromaquia Sentida», de la que sabe soy admi-rador. Él fue el feliz ilustrador de mi modesto libro «Como los

     Ángeles... quisieran torear», cuyo mayor mérito radica precisa-mente en sus dibujos que interpretan y realzan mis romances.

    Para mí es un honor que se haya acordado de mi modestapersona para este menester y al que solo podré dedicarle mimejor voluntad como admirador de la pintura taurina, ya que mefaltan conocimientos para expresar y definir técnicamente suscualidades de belleza o el mérito profesional y artístico de unautor de esta categoría.

     A niveles cultos y de preparación intelectual se viene discu-tiendo si el toreo es un arte, y el tema termina en división deopiniones, porque los hay que aseguran que lo es y tratan de de-

    mostrarlo, mientras que la oposición piensa todo lo contrariocon sus argumentos, que respeto pero no comparto. Aquí vienea cuento aquello de que para gustos están hechos los colores.

    Lo que nadie puede negar es la evidencia de que el «Toreo»,la «Fiesta de Toros» tomada en su total acepción, el espectácu-lo taurino si se quiere ver así, es una fuente de inspiración paratodas la Bellas Artes.

    De esta incomparable fiesta única han obtenido obras ge-

    niales literatos, escultores, poetas, músicos y pintores. Nadiepuede discutir que los toros es un fenómeno cultural respalda-

    Prólogo

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    metido, donde es inevitable adivinar al artista César Palacios mo- viendo con templanza y chulería castiza el rastrillo para alisar el

    albero de la Monumental Plaza de Las Ventas, que ha sido lafuente inagotable donde ha bebido el creador que nos ocupa.En la colección de estampas peculiares están reflejados todos

    los tercios del espectáculo: La suerte de varas con el picador enpleno cometido; el par de banderillas en todo lo alto y el tore-ro de plata asomado al balcón; toreo de capa por verónicas, na-turales, derechazos y el de pecho; la estocada en todo lo alto y el premio que entrega al alguacilillo.

    Es la variedad dentro de una faena que se agranda termi-nando la unidad de conjunto que ha hilvanado el autor con in-tención enciclopédica y puede que hasta didáctica para nuevosaficionados.

    La totalidad es una completa baraja artística de tauromaquiadonde no falta la cornada que pone al protagonista del espec-táculo en brazos de las asistencias que vuelan camino de la en-fermería.

    Para que nada se eche de menos, ahí queda el detalle cos-tumbrista de ambiente con la aguadora de otros tiempos queofrece un refresco natural en botijo, o las «colas» de aficionadosal pie de taquillas.

    En muchos rasgos se deja ver pasión, en otros melancolía, y en todos conocimiento que transforma todo en plástica agra-dable de saborear dentro del encuadre que ofrece el conjuntocon una estructura relacionada que completa una muestra ar-tística para tener muy en cuenta y que se sale un tanto de lo que

    conocemos como pintura de cartelería.Tengo para mí que César juega con los rotuladores y el to-

    reo buscando configurar una sensualidad especial que a vecesdestaca por su vitalidad, otras por la liturgia y mayormente porla inspiración que le conduce a la elegancia que es consustan-cial a la tauromaquia en cualquiera de sus pasajes reales que sedan en los ruedos cada tarde de corrida.

    La tauromaquia especial de César Palacios nos trae algún re-

    cuerdo de la obra de Alberti, Óscar Domínguez, Barjola, JoséCaballero, ciertos momentos de Federico Echevarría y hasta de

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    Picasso. Por su dibujo, el predominio de trazos curvos y la di-fuminación facial apartándose del retrato definido y haciéndo-

    se más universal.De forma primaria, apreciamos en esta tauromaquia cesaria-na soles fuertes en las parcelas de amarillo y rojos vibrantes y gastados en contraste con la blancura y negritud de sombrasbien buscadas y conseguidas.

    Dominio del dibujo y la proporcionalidad en los espacios,azules desesperados, ocres, morados en capas bóvidas... com-binan cada escena que a veces tiene aire solanesco, y en lasque se respeta el sagrado color carmesí de la flámula torera.

    El rojo es el primer color que el hombre logra diferenciar. Escolor de sangre y de fuego. De la vida y de la inmortalidad. Dela sangre de Mitra crece la cepa que dará la uva y nos propor-cionará el vino de la vida.

    Por todo ello, nuestro César, César Palacios está en propie-dad de...

     – Medalla en pintura Salamanca 1969 – Círculo Bellas Artes 1975 – Premio Celso Lagar. Ciudad Rodrigo 1981 – Goya. Fundación Goya, Madrid 1999 – Máximo García de la Torre, «Valores Humanos»

     Y he dejado para el final:La «Escalera del Éxito» otorgada por el Círculo Cultural Tauri-

    no Internacional de Madrid, en el 2003, por el que fui distingui-

    do para hacerle su entrega, que hice con los siguientes versos:

    Con nombre de Emperador y apellido con alturaes poeta del color

     y torero en la pintura.

    Torero por soleá

    con aroma de las Ventasarte y sensibilidad.

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    Pinta toros de verdadsin afeites, con grandeza

    en sus ojos se ve castaen su mirada nobleza.

     Y es que...cuando pinta Palaciossangre y oro, plata y soles pintar como los ángelesque es lo más cera de Dios.Con gran cariño y aprecioHoy tus amigos te premianCon la Escalera del Éxito.

    El toreo es un arte vivo y los paisajes definitorios de segun-dos que permanecen en el recuerdo se pueden volver a vivir porgenerosidad de los artistas. El que esto escribe ama a la Fiestaespecialmente por bella y por lo que tiene de arte. Por ello solome queda terminar poniendo mi alma y los mejores sentimien-tos en una frase de reconocimiento agradecido. ¡Muchas graciaspor la aportación artística de César Palacios...!

    Que es pintor, torero y poetacon el pincel hace cuadros

     y romances su paletaMIGUEL FLORES

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    Una pasión controlada empuja al hombre hacia el amor; una pa-sión que a veces le rompe el alma, a veces goza y disfruta y,siempre, tiende a hacerle sentir lo bello como parte crucial de la

     vida. El amor siente lo bello, lo busca y necesita. Lo bello del ser y de las artes, la ternura, la delicadeza, la mesura y el equilibrio,que contemplado, regala el placer del que tiene la «sensibilidad»necesaria para gozarlo y, a veces, también para sufrirlo. NuestraFiesta requiere de seres sensibles que la comprendan, tambiénque sepan explicarla. En nuestra Fiesta, la imagen es la más su-til vía que capta su efímera belleza para conservarla por siem-pre; la imagen rescata lo bello, justifica lo cruento, dignifica elnecesario sacrificio, el rito por el cual el oficiante está dispues-to a jugarse la vida. Nuestra Fiesta nace del Toro, para el Toro,por el Toro. Nuestra Fiesta de Toros resume el culto ancestralque las civilizaciones mediterráneas dedicaron a ese bello ani-mal, orgulloso, único, que entrega su vida tras luchar contra eldestino. Y aquel que es bello, fuerte, bravo y orgulloso, serádestinado a mejorar la especie; a dignificarla por los siglos; a

    formar «familia» que demuestre su valía, su casta.Es la génesis de la Corrida , la recreación del actor principal,

    del defensor de su estirpe, el de la nobleza y bravura, el de laentrega y orgullo; es el Toro Bravo, irrepetible animal creadopara un digno sacrificio; el más digno de todos los fines a losque puede aspirar un animal; un animal «casi» racional, bello,emotivo, noble, combativo; creado por la mano del hombre,quien lo forjó y dio forma; cruzando, cuidando, tentando… Un

    animal amigo que es pintado y esculpido, porque es amado,admirado y respetado.

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     Y el hombre designa el progenitor, eligiéndolo entre los mejo-res de su estirpe; y el más bello, más fuerte y más noble, cubrirálos vientres de las mejores vacas de su raza, y en ellas dejará unasemilla que germinará tras meses de digna gestación, borbo-tando un bello fruto que lucirá sus poderes en los más feracesprados de su hábitat. El padre se sentirá feliz, y dará sentido alregalo con que le trata su dueño, su amigo, ese que siente comosuya la plácida vida que ha decidido concederle. Entonces, elbravo sabe ya que su vida está encaminada hacia la procrea-ción; que todo lo que haga o se le haga tiene, como único fin,el que sus frutos sean nobles, bellos y bravos. Vida regalada,tranquila, igual que la que esperamos del prometido  paraíso .Bella y responsable ocupación la del semental, de cuya sangrese definirá una estirpe; orgullo, que nadie le negará, de engen-drar congéneres que transiten por la historia con sus cualida-des excepcionales, con su belleza y poder.

    Todo surge por el amor; por el amor del hombre, que deseaperpetuar su entrega logrando que nazcan los toros más bellos,

    nobles y poderosos; así satisfará su orgullo de criador, de al- quimista que logra la piedra filosofal de la bravura , incógnitacaprichosa que no se resuelve con una simple ecuación, sino queexige amor, generosidad, cuidado y suerte; por el amor del bra-

     vo hacia su raza. Y el hombre busca el fin soñado en el que sutoro , su semental más querido, legará sus virtudes a sus here-deros, y no le pesará que ellos puedan llegar a ser mejores delo que fue él.

    Padreando

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    La madre espera en el verde campo que el macho repare en supresencia, y para ello segrega la esencia de su satisfacción queél huele, y que le llama. Gesta la hembra tras colmar esa atrac-ción de amor que deviene en la creación, en el nacimiento deun nuevo ser que requerirá de su ternura y de sus cuidados. Y cuando es llegada la hora, se aparta discreta para que nadie in-quiete el advenimiento del nuevo ser que surge de sus entrañas,al que dará su cariño y alimentará con el néctar de su ubre ple-na que le ofrecerá generosa una y otra vez, al tiempo que lemuestra los pormenores de lo que será su existencia, una hon-rosa existencia cuyo sino está trazado. Lame su piel con dulzu-ra y amor, transmitiendo al ánima del neonato la signatura dela nobleza bondadosa, y como protegiéndole de posibles ma-les venideros.

    Una vez y otra, la madre atenderá a su recién nacido con lagenerosidad de sus entrañas; y al año siguiente volverá a ha-cerlo con el que, sin duda, parirá. Fue seleccionada por sus for-mas, por su color de piel, por su nobleza, y es cuidada como

    una reina , para que no le falte de nada, y será atendida en susenfermedades, para evitarle todo tipo de males que pudieransobrevenirle. Y será alimentada con largueza para que su lechesea fuerte y nutriente, para que transfiera sus virtudes a sus des-cendientes; y estos llevarán su nombre, el de su  familia , y or-gullosos lo pasearán por los cosos de albero, e imperecederos,sus nombres sonarán en la memoria de los tiempos.

    Amamantando

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     Al poco de situarse en la vida, una vez que ha terminado de seralimentado por su madre, cuando sabe que ha de defenderse porsí mismo y buscar su sitio en la manada, el becerro es bautizado ;inscribe su nombre en los libros de su estirpe, y es dotado deunas señas de identidad que le acompañarán siempre. Es unafaena campestre llena de colorido y sentimiento, donde uno poruno van siendo signados con los efectos del fuego; números y letras que serán sus apellidos de por vida. El número de orden,que en los libros traducirá su nombre, estará acompañado porel año de su nacimiento, por la identificación de la asociacióna que corresponde la ganadería; así se da de alta en la vida,donde a partir de ese día gozará de su singularidad.

    Los tiempos cambiaron la antigua bella operación del herra-dero ancestral, aquella en la que los vaqueros esperaban en elcerrado la salida del becerro, de frente lo recibían, lo abatíancon esfuerzo y maña y, ya sujeto, le aplicaban los hierros ar-dientes que quemaban superficialmente su piel en la que, in-deleble, quedaban sus datos. El valiente animal se levantaba

    tras la sujeción y se encaraba altivo a los que habían perturba-do su tranquilidad. Ahora todo es más frío: el animal entra porla manga y queda al final sujeto, de pie, oprimido por un feoartilugio al que no se puede vencer, al que tampoco se encara,resignado. Sale a los campos libre, sin haberse empleado, sin de-mostrar su valía. Y empieza a preguntarse el por qué de su es-pecial existencia.

    Herradero

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    El bravo intuye que ha sido creado para la lucha, para defen-der sus orígenes frente a los que osen provocarle; es su sino; des-tino que cumplirá con mayor honor si su bravura es superior .La selección de la raza ha sido lograda por acertados cruces se-lectivos entre aquellos congéneres de mejores virtudes; entreaquellas madres y aquellos padres que poseen más perfeccio-nes: armonía, poder, belleza, acometividad, bravura, nobleza…

     Y para conocer quiénes son los más bravos, los más indicadospara transmitir sus bondades, se les somete a una prueba quese denomina tienta . Aquellas eralas y erales que demuestran sucalidad, que se crecen en el castigo, que van nobles a la citadolorosa; de frente, de lejos, sin dudar; los que luego bajan lacabeza intentando alcanzar con sus pitones la inalcanzable mu-leta, el cadencioso capote; los que retornan al ataque sin du-dar, sin aflicción, esos son los selectos que darán gloria a sucasta.

    Bella estampa la del alevín de bravo que empuja al equinopesado y burdamente protegido, que no desiste de su ímpetu

    a pesar de lo desigual de la lucha; una y otra vez repite la suer-te, y luego sigue los vuelos de las telas que le engañan, que seofrecen pero que se esfuman cuando van a alcanzarla. Y su no-bleza y poder tienen un premio: la selección .

    Tentadero

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    Milenario animal, que demostró su importancia a lo largo de lascivilizaciones; sirvió de tótem, de ofrenda, de dios; su sangreera portadora de la fertilidad; su fuerza transmitía poder; dios sol,de Creta; el toro y la luna en Mesopotamia, en Egipto, en Gre-cia; el toro, alfa y omega; el toro dios de las cosechas, de las llu-

     vias… Una vez al año, los reyes atlantes se reunían e impreca-ban a Poseidón, solicitaban su permiso para la ofrenda; seenfrentaban al toro, lo enlazaban, lo abatían con sus brazos y le daban muerte (sin ferros ), y hacían su ofrenda a los dioses;luego, triunfantes, saludaban al pueblo. Platón describe estaofrenda del toro, igual que lo que hoy es la Corrida: permisoal presidente, lidia (lucha), muerte digna y, tras la ofrenda, vuel-ta al ruedo con agradecimiento al pueblo.

    Luego torna el dios en luchador y se enfrenta al hombre, quelo provoca, y surge el Toro que se crea para su inmolación. Po-seedor de todos los atributos del poder, con dos apodos bui-dos en sus majestuosas sienes. Es el rey de los prados, de suedén; el Toro que el hombre perfeccionó para hacerlo bello,

    capaz, poderoso y noble. Es educado para el noble combate, y aunque terminará vencido, sin duda dejará en el campo del ho-nor su orgullo de raza, su satisfacción por el deber cumplido,tintado por el rojo de su sangre, no derramada en vano; al finse realiza la ofrenda, y el pueblo acepta la inevitable muertecomo digno destino del amado animal, símbolo de la nobleza,de la bravura, del señorío: EL TORO BRAVO.

    El toro

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    Símbolo de la pureza, el agua calma el calor de nuestra frenteardiente, suaviza la tenaz agresión de la contaminación del pro-greso y serena la sed que la inquietud suscita en nuestras gar-gantas. Pronto cursará la Corrida  y nuestro deseo de contem-plar dicho rito suscita un animoso ritmo pulsivo que necesitasedarse. Vamos a ir a la Plaza, a gozar de su ambiente, siempreexpectante, coloreado, con sus singulares ruidos; a veces casi nossobra con la contemplación de ese escenario exterior: los colores,los sonidos, los típicos olores, el gusto que nuestras glándulasidentifican de manera inequívoca, el tacto de los tendidos…, sen-tidos movilizados ante la inminencia del culto: Cavernario bi- sonteo / tenebroso rito mágico / introito de un culto trágico / que culmina en el toreo. (UNAMUNO, Oda a Altamira).

    Los fieles requieren su purificación para que la ofrenda ad-quiera su sublime significado, para presentarla con franquía. Esel rito que debe ser cumplido, que ha de ser respetado paraque todo transcurra con mesura, con oportunidad, pleno de sen-tido y acorde con su liturgia; solo mutado por la sensibilidad

    conseguida, por la que demanda una sociedad inquieta que in-tenta mejorar todos sus registros. Y el agua fresca, filtrada porla arcilla que conforma el búcaro que la contiene, cae por nues-tra garganta, discurre por las comisuras, cuello, pecho… y nosdeja limpia el alma.

    Agua fresca

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     Alfa y omega; norte y sur; sol y sombra; distancias cercanas,opuestas y a la vez próximas. Así es la Corrida: contraste, com-plemento, espacio, tiempo; y todos transitan por la misma ve-reda aunque se sientan lejanos, aunque parezcan distintos. Peroel rito les llama y requieren su acceso; necesitan ser partícipesdel juego de vida y muerte que siempre les subyugó, pues seentiende que no es sólo de interés para el oficiante, sino quedebe ser proyectado a todos, controlado por todos, sentido portodos.

    La sociedad se diferencia siempre: ricos y pobres, fuertes y débiles, blancos y negros; la sociedad se identifica en la Corri- da  y en ella intenta mirarse, y ambas evolucionan a la vez. Elhombre necesita divertirse, expresar su alegría, gozar con lacontemplación del triunfo de sus héroes; y para ello no repara-rá en sacrificios, y a pesar de lo oneroso del gasto, no se subs-traerá a la tentación. Y a veces el deseo de tantos encarece elespectáculo y se produce la subasta del derecho a su contem-plación. Y el que compró revende si su beneficio es suficiente

    justificante. Sol y Sombra, Luna y Sol, rico y pobre, odio, amor… Y como fondo y sentido: EL TORO, el que atónito seguirá elrito participando con su entrega en su belleza, hasta el fin, sufin.

    La reventa

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    La suerte está echada; es la última reunión, en la que a cadauno de los combatientes se le designa su oponente, su compa-ñero en una lucha en la que estará en juego la vida, ¡nada me-nos que la vida! Seis hermanos de camada, que han convividodurante más de cuatro años gozando de los cuidados más ex-quisitos, que han vivido en un hábitat de quietud y regalo, semiran con inquietud, incrédulos, ante una situación desconoci-da temerosos de tan brusco cambio. Voces dominantes les or-denan moverse caprichosamente: ¡por ahí! ¡Muévete! ¡Entra! Unanueva y desconocida manera de mando que altera su anteriorestatus de reposo y solaz.

    Es un cambio radical, inopinado y por ello sorprendente. Re-celan algo grave, algo nuevo y preocupante; miran con hostili-dad, muestran su orgullo desafiante, con la cabeza alzada, sinel más mínimo temor. Unos a otros se observan, inquieren res-puestas a lo que está sucediendo, vagan por los estrechos ca-minos que les marca el destino, y esperan. Arriban a un nuevoespacio que les es reservado, y se sienten vejados por una mul-

    titud que desde el cielo les observa mientras murmuran; algogrande prevén, pues grande es la expectación que está provo-cando su presencia. Inquietud ante lo desconocido, más no clau-dican; desafían con la mirada, retan elatos, muestran su valor,su poder…

    Apartado

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    Termina la expectación, desaparecen los mil curiosos ojos quefijos les escrutaban; sobreviene una oscuridad sedante, y las pul-saciones parecen retornar al estado de relajación ya casi olvidado.

     Vuelve el silencio y se sienten los sonidos familiares de los her-manos de camada rumiando apenas inquietud y cansancio. Y denuevo se acerca la luz a los ojos cansados que esperan, resig-nados, y se oye una orden que no admite dudas: ¡Vamos!; ¡Aden- tro! Ya no hay resistencia, sí resignación; y dócil acepta la ordenque le conduce a su última morada callada. Un mínimo espa-cio, bastante menor que el amplio campo en que se desarrollósu existencia, sirve ahora de estancia al orgulloso y bello animalque no puede hacer nada más que esperar. Y la simple y lúgu-bre estancia contrasta con la luminosa y amplia del campo quegozó hasta ahora.

    Todo cambia rápidamente, demasiado contraste para que nose intuya que algo diferente va a suceder. En la estrechez del ha-bitáculo se rebulle el alma del bravo que lleva dentro y se pro-duce un inútil desafío a los límites de su libertad, y chocan sus

    buidos pitones con las infranqueables barreras que lo limitan;llega la momentánea rendición, y el bravo se prepara para lo que

     vendrá; no sabe qué va a pasar, pero lo afrontará con decisión y orgullo. Es su última morada, tan diferente a su campo abier-to, a su luminoso cielo azul que, quizás, ya no verá jamás…

    Enchiquerado

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    Los actuantes se preparan para cumplir la liturgia del rito, y co-bijados bajo el ancestral vestido de torear  pintado de color y oro, se aprestan a presentarse ante el juez mayor, el pueblo,que los recibe con admiración y reserva. Ellos, cual fieles ofi-ciantes, recorren el ruedo bajo el peso de su casulla que cubrela ansiedad que precede a la incertidumbre, quizá al temor, a laresponsabilidad, al respeto; están obligados a mostrar el alto ni-

     vel de la excelencia de su cometido. Orgullosos, a la vez quetemerosos, se disponen a presentarse ante el respetable , que sibien les acoge con entusiasmo, está preparado para la censuraacre ante los signos de negligencia, miedo, vulgaridad…

    Los pensamientos que se agolpan en las mentes de los ofi-ciantes son fugaces y atroces; recorren sus inmediatas y pasadas

     vidas en breves lapsos de angustia apenas controlada por esosnervios, supuestos de acero, que se expresan en sudores, ma-nías, supersticiones…, que recorren velozmente el fondo de susalmas. No se oye el sonido de las masas anhelantes que se ex-presan, aún con generosidad, y que guardan afiladas las hojas

    de la crítica más cruel para cuando la entrega no sea verdade-ra. ¿Qué pasará después del acto?, se pregunta preocupado eltorero.

     Y tras el saludo, la rápida reflexión, la entrega inmediata alrito; una frialdad inusitada domina los anteriores temores y la es-pera se hace más controlada, con más suficiencia, con mayor se-guridad. Es el dominio sobre la duda, ya vencida.

     Y mientras, el Toro espera; es la ofrenda preparada, y él des-

    conoce su importante cometido; estará digno en su obligada la-bor.

    El paseíllo

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    Puertas que suenan; tensión; voces que invitan a la inquietud;al fin se supera el silencio que sobrevino tras la reclusión entan pequeño habitáculo, y aparecen luces que quizás indiquenel inicio de la libertad hacia los campos acogedores. La esperanzaes lacerada por un dolor que se le infiere al cuerpo del bravo,

     y que recibe sorprendido, sin comprender por qué; sin saberqué es lo que sucede. Pero el toro ha sido investido con una dis-tinción que el hombre otorga a cada una de las familias de laespecie, y así, una señal de sedas coloreadas identifica su pro-cedencia, su estirpe, los orígenes de su genética.

    Es una responsabilidad que recae sobre el bravo y que nopuede soslayar. Ha de dejar bien alta la bandera de su casta; nodejará de mostrar el poder que sus progenitores le legaron, y de-fenderá con valor su vida para que, desde arriba , los suyos sesientan orgullosos de él. Él, en representación de su raza, ¿paraqué lo distinguen?, se pregunta.

    Muy barrendero de manos, excitado ante la previsible lucha,se prepara con ahínco para que su voluntad no renuncie ante

    las posibles adversidades que, seguro, van a producirse. Pare-ce que es llegada la hora crucial, y él no sabe que será la últi-ma, aunque intuye lo trascendental del momento que vive y que prevé intenso y emocionante, ante el que se mostrará va-leroso, poderoso; del que quiere salir victorioso y ensalzado.

    La divisa

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    ¡Al fin la luz! Una luz plena que necesitaba su alma; pero conella no aparecen los verdes prados de su holgada vida anterior.La cegadora luz quizá oculte la deseada visión de las viejas en-cinas bajo las que robaba otrora las ansiadas y frescas sombrasa los veranos ardientes. Mas no, no hay verde, no hay encinasni flores, solo un árido piso seco que, hiriente, refleja luces y sombras sin formas, sin olor, sin alma…

     Algo se divisa a lo lejos, y se intuye por sus movimientos y ruidos: ¡Jé¡;¡jé! Y hacia allí se dirigen veloces sus pasos, deseo-so de aclarar con presteza que es él quien ostenta el poder y quedebe defender su tranquilidad con arrojo y valor. ¡Pobre inge-nuo! Cree que todo es igual que en la pradera, y que sólo conmostrar su enojo el intruso huirá sin dudas. Pero no, aquel queporta ese vestido que destella, se planta delante de él y le pro-

     voca con descaro; ¡qué atrevimiento! Algo nuevo vuelve a su-ceder. Son muchas experiencias en apenas dos o tres noches, y algo presagia que todo se volverá más oscuro después; porqueno cree en que podrá seguir dominando los próximos momen-

    tos; él, el fuerte, bello, poderoso y admirado rey de la pradera,se siente inseguro por primera vez.

    Salida del toril

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    Los cegados ojos del bravo apenas atisban un cuerpo movien-te que acompaña su danza con una llamada atrevida, inquisidora,

     y cree necesaria una reacción acorde con la impertinente pro- vocación; lanza su cuerpo velozmente hacia el cada vez máscercano ser, que ya distingue casi oculto tras un liviano tejidoque mueve de forma aleatoria pero contundente y segura. Es

     violenta la acción del bravo buscando la tela, pero al llegar a ella ve que sutilmente se desliza, próxima pero inalcanzable; una y otra vez la acerca a su fino pitón, pero la tela, pausada, se mue-

     ve al mismo ritmo que el del ataque. Y en este gesto comienza el acto, que será el supremo, para

    el que el bravo no cuenta nada más que con sus fuerzas y suraza, para el que intuye que debe dedicar todo su poder. Una

     y otra vez descarga su furor siguiendo el camino que le va mar-cando el hábil portador de la tela, y el ánimo va decayendo y la velocidad del ataque se va atemperando, aún sin desánimopor parte del bravo, pero con más plácido ritmo, con una ma-

     yor cautela. Y al fondo se oyen voces de ánimo, de gozo, de ad-

    miración y de reconocimiento. Algo está sucediendo en lo queél, el bruto, tiene tanta importancia como la del ser inteligenteque le mueve las telas sin dejarle alcanzarlas. Y cree el bravo queese es el juego, y noble acude una y otra vez a ganarle la par-tida al hombre, intentando quitarle el capote, que parece ser eltrofeo del juego; no busca al hombre sino al engaño, que esdonde piensa que está el triunfo definitivo.

    Lance de capa

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    Se siente el bravo con poder suficiente para ganar la partida, y algo cansado, se para un momento para preparar su estrategia;el torero, a la vez, se siente dominador de la partida y, con al-tivez, asienta sus pies desafiante, protegido por la tela que ofre-ce generoso al bravo: ¡Je!,¡Je! Y el bravo la ataca con decisión,

     y al llegar casi a tocarla, ésta se mueve cadenciosa, cariñosa, rea-lizando un sinuoso y rítmico movimiento alrededor de un ima-ginario eje, real para el atento observador que admira la belladanza del noble bruto y el valeroso artista.

    Una y otra vez se repite el lance, y cuando apenas están lospitones a un milímetro de la tela, ésta se desliza dulcemente,casi acariciando el humillado hocico del anhelante bravo que,incansable, desea ganar al final de ese suave baile. Y de pron-to, cuando ya estaba aceptado el ritmo, este se rompe con vio-lencia y el bravo se vuelve sorprendido y disconforme, inten-tando buscar ese costado que el torero le ofrece con giro veloze inalcanzable.

    Piensa el bruto por primera vez en que puede perder la ba-

    talla, y esto le detiene un tanto en sus alocados ataques. Su pul-so se excita al pensar que puede ser vencido; la sangre se leagolpa en sus sienes y siente que le falta el aire; quizá no pue-da castigar al torero; piensa…

    La verónica

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    Un furor momentáneo, hace que el latir del corazón fatigadodel bravo retumbe en todo su ser. Un latir vehemente y des-mesurado que bombea la sangre a la altivez de su frente orna-da con … paréntesis de hueso (Quevedo). Y entonces apareceel amigo caballo, ya conocido de tanta relación anterior; sobreel caballo un fornido ser que lo llama, que lo cita, esgrimiendoen su mano una larga vara. Esa provocación enerva al toro y leimpele hacia la difuminada figura, dispuesto otra vez para la lu-cha. El encuentro es atroz; el toro recibe en su cuerpo una pun-zada violenta que detiene su ímpetu momentáneamente, peroél sigue empujando, bravo, poderoso; no se rinde. Y cuando lollaman, acude pronto a responder; baja su cabeza atacando, nohumillado, y cuando, al fin lo dejan solo, siente un tremendo de-sahogo, un placer que le relaja, que le permite respirar con rit-mo, con sosiego.

    Ha perdido alguna sangre, la que por dentro le bullía conardor, y eso le aporta tranquilidad, paz. De nuevo lo llaman, vacon decisión y entrega; empuja, intentan levantar al equino con

    el que pugna, demostrando el poder que aloja su esbelto cue-llo. Otro pinchazo para detener su ímpetu, y el bravo contestacon su entrega y clase. Es un esfuerzo baldío del que, a pesarde todo, sale calmado, sereno, vistiendo su lomo una túnica car-mesí con la que seda su excitación primera. Cada vez le cues-ta más mantener su cabeza erguida; sus músculos, resentidospor la herida, se resisten a obedecer la orden de levantar altivola frente; pero su orgullo sigue intacto, dispuesto para continuar

    la lid.

    Puyazo

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    De nuevo es llamado el bravo por voces que le incitan a la lu-cha, y él empieza a inquietarse al no comprender lo que pasa,lo que pretenden de él. Airado acude a la cita con violencia, y de nuevo se encuentra con el jaco y con la vara que maneja eljinete, altivo, ofensivo… Y el bravo pone todo su poder en sucabeza prodigiosa, y aún dolorido aprieta fuertemente sus piessobre el albero, mete los riñones para lograr el mayor empujeposible y eleva a caballo y caballero balanceándolos orgullosoantes de proyectarlos contra el suelo. Por un momento sigueacosando a los caídos, pero al fin decide que no merece la penaseguir, y atiende a los capotes que le acosan; él ya ha vencido,ha dejado claro que no se juega con su dignidad impunemente.

    Una actuación triunfal del bravo que deja clara constanciade su poder y de su bravura; observa con orgullo el grupo ya-ciente al que ha vencido, a esos tan altivos que han intentadoabusar de su docilidad y nobleza. A modo de danza mística, ga-lopa con ritmo, mostrando su armónica belleza; se sabe fuerte,bello, atractivo, y no permitirá que nadie vuelva a mostrarle des-

    consideración alguna. Ha de dejar alto el valor de la raza, lahonra de la estirpe; que en el futuro nadie se atreva a menos-preciar a los de su clase.

    Caída del picador

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     Algo ha sucedido, pues el panorama de la lidia cambia ante susojos. Se van caballo y caballero, quizás por vergüenza al habersido vencidos. El bravo se engríe, goza por ser causante del fra-caso de los que le hostigaron, y cansado, pero altivo, mira a sualrededor para retar al que ose molestarle de nuevo. Y enton-ces ve al hombre desnudo llamándole desafiante, sin aparentesdefensas o engaños. No puede permitir el bravo tamaño atre-

     vimiento y acude veloz a la llamada, y cuando apenas están susastas al alcance del cuerpo grácil y esbelto que lo cita, cuando

     ya paladea un nuevo triunfo, el hombre le esquiva, desapareceraudo, alado, inalcanzable, también orgulloso por la burla. Y enlo alto del lomo le deja al bravo un recado que le inquieta y molesta. De nuevo la sangre vuelve a hervirle en sus venas, seexcita, se pregunta por lo que está pasando, por cuándo acabaráesta osadía. Una vez más acude a la cita, que ahora se produ-ce por su lado izquierdo; tampoco alcanza esta vez el objetivo;también le dejan de nuevo el recado , que son dos hirientes ar-pones que no duelen a su sangre caliente, pero molestan, irri-

    tan, porque con ese apóstrofe se siente, de nuevo, vencido porel hombre. Otro encuentro más, y de nuevo el quiebro velozelude el choque ¡Y esto fue un juego sin engaño!

    Irritado el bravo, azogado de patas, reta al mundo que lo in-quieta; abre su mirada, mueve vehemente su fornida testa, bus-ca enemigo al que vencer.

    Banderillas

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    Una cierta decepción arriba a la mente del animal que lleva den-tro el bravo y, quizás por vergüenza de raza, decide que no ad-mitirá más burla, y que al primero que intente enfrentarse a élle dará su merecido. Él dispone de dos buidos pitones perfec-tamente maridados en su amplia frente; armas que fueron sudefensa en las peleas con sus congéneres, y que sabe manejarcon soltura. Pronto el hombre creerá que ha vencido y puedeque en algún momento baje la guardia, entonces el toro estarálisto para dejar su recado .

    Cuando el hombre, solo, ayudado por un pequeño trapo,cita al bravo, este acude preparando sus armas para no dejarseengañar más. Pero una y otra vez se sucede la burla y el hom-bre se libra de las nobles embestidas del bruto merced a su in-teligencia. En un segundo de descuido, el bravo ve el cuerpodesprotegido y, con excelsa rapidez suelta violentamente sucuello que manda veloz la cabeza armada y consigue conectarcon el cuerpo del burlador; lo voltea, lo abate, hace que el or-gulloso claudique. Enseguida se acercan a ellos un sin fin de

    sombras urgentes que requieren la separación, el cese de la lu-cha. El bravo acude a todas las llamadas que le instan y sacu-de sus pitones al aire que les rodea. Al fin, cansado por el es-fuerzo, busca respiro en otros lares esperando el desenlace deesta extraña función.

    La cogida

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    ¡Al fin tranquilo! El bravo reposa tras el esfuerzo; parece quenadie desea inquietarlo. Un bullir de voces, de gente en movi-miento se distingue a lo lejos; recorren la arena en busca de sa-lida, apremian la necesidad de asistencia al torero herido. Eltoro no comprende por qué ha desaparecido su enemigo; dudadel valor del luchador, pues él, bravo, jamás abandonaría la lu-cha; él lucharía hasta la muerte, como corresponde a su casta,a su raza.

    No comprende el bravo el inmediato reposo, pero por suculpa, por su fuerza y valor, el torero ha de ser atendido pararemediar los destrozos que le ha producido la lucha. Los doc-tores se aprestan en la atención del herido, y antes de que estellegue a la enfermería, todo estará dispuesto para una atenciónadecuada. Saben que, por la manera de ser herido, puede sergrave el diagnóstico, y deben iniciar sin dilación los preparati-

     vos de la operación. Es importante el tiempo de reacción, y ellosestán ampliamente capacitados para realizar su trabajo pronto

     y bien.

    El bravo espera en vano el retorno de su enemigo, pues esotro el que se le avecina, dudando, llamándole ya desde lejos,como si tuviera miedo de acercarse; quizá tenga miedo real-mente, pues él, el toro bravo, ya ha dejado señales de sus mu-chas cualidades de luchador. Hay que seguir demostrando paraqué ha nacido.

    En manosde las asistencias

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    Solo, cerca de tablas, observa el toro los movimientos del tore-ro; algunos intentan distraerlo para evitar que se acerque al queparece va a ser su contrincante, y tapados tras el burladero, lollaman una y otra vez para retenerlo, porque desean que el to-rero tenga tiempo de prepararse para la lucha. Atento a unos y otro, ve cómo, orgulloso, el torero levanta sus brazos quizásofreciendo a los dioses la lucha que va a librar. Observa tam-bién cómo va girando su cuerpo mirando a todos los reunidos,moviendo sus brazos que portan tela y estoque, y cómo se des-prende de la montera que ha poco cubría su cabeza. El bravointuye que va a suceder algo serio pues el protocolo que am-para las actitudes del torero es minucioso y ceremonioso. Unaliturgia que desconoce, que no ha sido vivida jamás por él.

    El pueblo aplaude agradecido la deferencia del lidiador, loque demuestra la seriedad del momento; y sigue un silenciodenso, profundo. Ya solos los dos en la arena; ahora se sabráquién es el más valeroso, y quizás comprenda el bruto el por-qué de su existencia, el porqué de su anterior regalada vida.

     Ante este reto conviene no defraudar; hay que responder conel valor de la estirpe, ensalzar la casta de los suyos dando lomejor que de sí tenga. El torero brinda, ofrece; él, el toro, mos-trará su generosidad con su máxima entrega, con su lucha leal

     y abnegada; con su bravura.

    Brindis

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     Ya le están llamando a la lid; olvida los que, medrosos, lo en-tretienen ocultos tras las tablas, y acude con soltura a donde esllamado por el valiente que lo espera sin protección. Al final dela mano, el torero maneja un trapo terso que quizás oculte al-gún castigo; el bravo acepta el reto de descubrir lo que le velael torero, y acude solícito a la voz y al movimiento que le lla-man. Ve cerca al esbelto ser que le cita, y no comprende su atre-

     vimiento. Él, el bravo, es mucho más fuerte que el hombre, ade-más posee una peligrosa cabeza al final de la cual se perfilandos buidos pitones que deberían dar miedo; ¿por qué no searredra?

    Cuando al fin llega a su lado, la tela le excita con un pe-queño movimiento que consigue su total atención; el bravo solo

     ve la muleta que, pausada, se desliza sin violencia, delicada, rít-mica y dulcemente, casi hipnotizando al noble toro que la sigueobediente, humillado al reconocer que está siendo sutilmente en-gañado, que no alcanza su objetivo, y que apenas se acerca, latela se desliza, se aleja a dos dedos de sus finos pitones, que esta

     vez tampoco harán carne. Y apenas terminado el engaño, de nuevo se prepara el hom-

    bre a «torear», a llevar al toro por donde él quiera llevarlo. Peroahora dice el bruto que no, que no se va a dejar engañar; acu-de raudo al bulto que divisa seguro de su triunfo, pero no, tam-poco ahora consigue su objetivo, y sigue codicioso la muletaque lo alucina y desconcierta.

    Natural

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    Humillando la cabeza sigue el trapo; humillado su espíritu seengríe por su mala suerte. Creía que iba a resultar sencillo ven-cer en la lucha, pero no está sucediendo lo esperado. Una y otra vez la tela consigue su objetivo y la testuz del bravo la si-gue como ciego, sin atender a otras visiones, y a pesar del do-lor que se produce en su cuello, que mitiga segregando el ano-dino que lo calma. Algo debería hacer, porque aún conservaparte de sus fuerzas, es más grande que el hombre y además tie-ne afilados pitones que sabe le fueron útiles en las luchas consus hermanos cuando intentaban usurparle los terrenos que do-minaba, allá en su ahora anhelado prado.

    La mente del bruto decide un cambio en su actitud y se vuel- ve rápido tras el postrer engaño, ahora dispuesto a no humillarsu honor; el torero no se sorprende del ataque y lo espera tran-quilo, le echa el trapo al hocico y, cuando el bravo cree que ba-jará la mano y quedará al descubierto, le prende en su muletala elata cabeza armada, que pasa con orgullo por delante, muy cerca de su pecho. Desquiciado el bruto, derrota buscando arri-

    ba la presa esquiva; tampoco ahora consiguió alcanzarla.Es su nobleza la que le impide un comportamiento más tai-

    mado, y por ello pasa con docilidad, aunque con toda deter-minación, por todos los espacios que el hombre le va indican-do: arriba, abajo; adelante, adentro… No se explica el bravoque su raza le esté impidiendo herir de nuevo. Solo ve muleta,solo la tela que le ha hipnotizado definitivamente.

    Pase de pecho

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    Sólo la casta y el recuerdo de su estirpe mantienen al bruto enla lucha. De no ser por la sangre brava que recorre sus venas,seguro que ya habría desistido de la lucha convencido de quesu ineficaz estrategia no doblegará la inteligente disposición deltorero. Y este aún sigue ufano citando de nuevo, invitando albravo a seguir en la lid, dispuesto a jugar con belleza esa dan-za de valor y muerte. El cuerpo del toro, dañado por vara y re-hiletes, aún conserva sangre suficiente para no cejar en el em-peño de vencer en tan anormal lucha. Y ahora, cuando es citadocon un engaño mayor, acude veloz a lograr lo que hasta ahorale ha sido vetado; quiere conseguir hender sus pitones en lacarne del osado burlador, y acude incansable, con ansia, a lanueva cita. Pero al llegar a los terrenos del torero de nuevo vela tela, tan solo tela, y sus pitones siguen, dóciles, el caminoque se le traza, bordeando la figura, la que cubre con su mule-ta suave, y a la vez tremendamente rígida, severa, cruel.

    ¿Hasta cuando?, pregunta cansado el bravo. Una y otra vezdirige su cuerpo, ya dócil, siguiendo el camino marcado por el

    amplio lienzo que le incita, que lo engaña, que le vence…Es tarde; está cansado el bravo y apenas le queda ánimo para

    seguir en la lucha. Acude sin embargo a las nuevas llamadasdel torero y, ya dominado, sabe que siempre seguirá el caminoque éste le vaya indicando. Noble, sigue en la lid, aun sabien-do que nunca podrá vencer.

    Derechazo

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     Ya no tiene la fuerza primera, ni siente el mismo deseo de de-fender el honor de su estirpe; está cansado y, lo peor, no acep-ta su inferioridad; no comprende por qué, siendo más fuerte,más grande y mejor armado, ha de ser sometido por un des-protegido ser que danza, que goza llevándole por los caminosque elige para él. En un postrer pensamiento decide intentarlode nuevo y, tras un descanso menor, ve como el hombre casilo acaricia con su desarmada muleta, suave, sutil, de callados y alados movimientos. Desconcertado, se para, acuerda su cuer-po a posición acomodada, que no molesten las heridas de lalucha, que no sucumba su hermosa cabeza que sostiene por

     vergüenza, pero que dejaría caer, humillada, de no mediar esereto en el que aún se mantiene.

     Y ahora el torero lleva algo en su mano que antes no vio elbruto; mira curioso éste esperando una explicación o una con-clusión a la lid; busca un fin que explique lo que ha pasado, es-pera quizás el anhelado retorno a sus lares…

    Pero el hombre le cita violento, baja su muleta recogida has-

    ta ofrecérsela en sus ollares y, cuando el bruto regala su últimoesfuerzo para conseguir el objetivo que siempre le fue esquivo,recibe en sus entrañas el calor acre del acero que entra suave

     y que, casi dulcemente, exige el total de su vida. ¡Oh, terriblefinal! Tan orgulloso siempre, y ahora vencido…

    Suerte de matar

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    El cuerpo del bravo yace en la arena vencido, pero su alma sien-te el orgullo del deber cumplido, de la bella demostración de va-lor, poder y nobleza desplegada por su raza; sólo la inteligen-cia del hombre pudo con él. Sus últimos sentidos son los delsonido del pueblo loando al justo vencedor; los movimientos alos que es sometido para extraer de sus carnes los aceros quele laceraron; el corte de un afilado cuchillo que hiere sus sienes;el olvido a que le relegan…, a él, al verdadero protagonista delrito.

     Alguien se apiada del injusto olvido y decide un mutis dis-creto; se ciñe a los cuernos una fuerte atadura, la onda, que esenlazada al tiro de acémilas cooperantes, y al sonido del látigo,el cuerpo inerme es arrastrado para evitar que su contempla-ción dañe la dignidad del bravo. Y entonces se oye la reaccióndel respetable que, con justicia, prorrumpe en unánime ovaciónde reconocimiento y agradecimiento por el noble valor que eltoro ha demostrado en la lid. Ecos que el animal oye difuso, y que, de alguna manera, es escaso pago al esfuerzo y nobleza que

    ha derrochado en una desigual lucha que le era totalmente des-conocida.

     Apenas está dejando el coso, cuando recuerda que algunaparte de su cuerpo le ha sido usurpada, y no comprende el sig-nificado del hecho; puede ser laudatorio, quizá sirva de trofeopara el vencedor…

    El arrastre

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    En efecto, un símbolo es entregado como trofeo al justo gana-dor de la lid; las orejas del bruto, aquellas que durante toda su

     vida le sirvieron como conducto para guiar sus movimientos,para atender a los peligros, para asistir a la llamada de la hem-bra, para lograr los buenos alimentos…, esas orejas quedaráncomo testigos inertes de su esfuerzo último. Antes de la disgre-gación final, el bruto, que va a ser partido, siente el calor quesu lid ha motivado en el pueblo y decide que parte de ese triun-fo es suyo, lo sabe; las postreras ovaciones a su discreto mutis,sirvieron para enaltecer el orgullo de su casta. Entonces el es-fuerzo no fue baldío; ha merecido la pena demostrar que, a pe-sar de no salir vencedor, el valor y el poder demostrado fue dig-no de admiración.

    El torero, antes de recoger su premio, ha aplaudido la noblezaque era arrastrada; después de ese reconocimiento al leal con-trincante, y solo después, recoge su trofeo y va explicando atodos los reunidos que él y el toro, que simboliza las orejas queporta, han derramado su esfuerzo y su noble comportamiento.

    El bravo, además, ha dado su vida; para él se solicita el recuer-do sempiterno.

    Las dos orejas

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    El bravo se fue; el bravo fue partícipe en el triunfo; ya no está,mas sigue su recuerdo en el agradecido torero que, alzado enhombros de sus entusiasmados admiradores, recuerda cómosiempre respondió a sus cites, a los sutiles toques con los quecondujo y adecuó su brutal embestida. Clama el pueblo agra-deciendo el arte, los conocimientos y la entrega del ahora diosmenor de su entusiasmo, y en el rostro agradecido del toreroaparece un ruego que solicita el justo recuerdo al bravo quecon él participó en la bella y leal lidia.

     Al final, cuando está próxima la soledad, piensa el hombreen los otros bravos que vendrán; habrá muchos toros en su vidamas no todos merecerán el mismo reconocimiento, ni serán tannobles, ni le posibilitarán tamaña gloria. Ahora hay que gozarlos momentos dulces, dorados, y recordarlos siempre, pues a

     veces deberán mitigar los grises que sin duda aparecerán en suilusionante futuro. Ahora hay goce, agradecimiento, gloria y or-gullo. Es la Fiesta, la que bravo y hombre visten de color, arte

     y sentimiento.

    El triunfo

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     Y el hombre designa el progenitor, eligiéndolo entre los mejo-res de su estirpe; y el más bello, más fuerte y más noble, cubrirálos vientres de las mejores vacas de su raza, y en ellas dejará unasemilla que germinará tras meses de digna gestación, borbo-tando un bello fruto que lucirá sus poderes en los más feracesprados de su hábitat. El padre se sentirá feliz, y dará sentido alregalo con que le trata su dueño, su amigo, ese que siente comosuya la plácida vida que ha decidido concederle. Entonces, elbravo sabe ya que su vida está encaminada hacia la procrea-ción; que todo lo que haga o se le haga tiene, como único fin,el que sus frutos sean nobles, bellos y bravos. Vida regalada,tranquila, igual que la que esperamos del prometido  paraíso .Bella y responsable ocupación la del semental, de cuya sangrese definirá una estirpe; orgullo, que nadie le negará, de engen-drar congéneres que transiten por la historia con sus cualida-des excepcionales, con su belleza y poder.

    Todo surge por el amor; por el amor del hombre, que deseaperpetuar su entrega logrando que nazcan los toros más bellos,

    nobles y poderosos; así satisfará su orgullo de criador, de al- quimista que logra la piedra filosofal de la bravura , incógnitacaprichosa que no se resuelve con una simple ecuación, sino queexige amor, generosidad, cuidado y suerte; por el amor del bra-

     vo hacia su raza. Y el hombre busca el fin soñado en el que sutoro , su semental más querido, legará sus virtudes a sus here-deros, y no le pesará que ellos puedan llegar a ser mejores delo que fue él.

    Padreando

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    La madre espera en el verde campo que el macho repare en supresencia, y para ello segrega la esencia de su satisfacción queél huele, y que le llama. Gesta la hembra tras colmar esa atrac-ción de amor que deviene en la creación, en el nacimiento deun nuevo ser que requerirá de su ternura y de sus cuidados. Y cuando es llegada la hora, se aparta discreta para que nadie in-quiete el advenimiento del nuevo ser que surge de sus entrañas,al que dará su cariño y alimentará con el néctar de su ubre ple-na que le ofrecerá generosa una y otra vez, al tiempo que lemuestra los pormenores de lo que será su existencia, una hon-rosa existencia cuyo sino está trazado. Lame su piel con dulzu-ra y amor, transmitiendo al ánima del neonato la signatura dela nobleza bondadosa, y como protegiéndole de posibles ma-les venideros.

    Una vez y otra, la madre atenderá a su recién nacido con lagenerosidad de sus entrañas; y al año siguiente volverá a ha-cerlo con el que, sin duda, parirá. Fue seleccionada por sus for-mas, por su color de piel, por su nobleza, y es cuidada como

    una reina , para que no le falte de nada, y será atendida en susenfermedades, para evitarle todo tipo de males que pudieransobrevenirle. Y será alimentada con largueza para que su lechesea fuerte y nutriente, para que transfiera sus virtudes a sus des-cendientes; y estos llevarán su nombre, el de su  familia , y or-gullosos lo pasearán por los cosos de albero, e imperecederos,sus nombres sonarán en la memoria de los tiempos.

    Amamantando

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     Al poco de situarse en la vida, una vez que ha terminado de seralimentado por su madre, cuando sabe que ha de defenderse porsí mismo y buscar su sitio en la manada, el becerro es bautizado ;inscribe su nombre en los libros de su estirpe, y es dotado deunas señas de identidad que le acompañarán siempre. Es unafaena campestre llena de colorido y sentimiento, donde uno poruno van siendo signados con los efectos del fuego; números y letras que serán sus apellidos de por vida. El número de orden,que en los libros traducirá su nombre, estará acompañado porel año de su nacimiento, por la identificación de la asociacióna que corresponde la ganadería; así se da de alta en la vida,donde a partir de ese día gozará de su singularidad.

    Los tiempos cambiaron la antigua bella operación del herra-dero ancestral, aquella en la que los vaqueros esperaban en elcerrado la salida del becerro, de frente lo recibían, lo abatíancon esfuerzo y maña y, ya sujeto, le aplicaban los hierros ar-dientes que quemaban superficialmente su piel en la que, in-deleble, quedaban sus datos. El valiente animal se levantaba

    tras la sujeción y se encaraba altivo a los que habían perturba-do su tranquilidad. Ahora todo es más frío: el animal entra porla manga y queda al final sujeto, de pie, oprimido por un feoartilugio al que no se puede vencer, al que tampoco se encara,resignado. Sale a los campos libre, sin haberse empleado, sin de-mostrar su valía. Y empieza a preguntarse el por qué de su es-pecial existencia.

    Herradero

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    El bravo intuye que ha sido creado para la lucha, para defen-der sus orígenes frente a los que osen provocarle; es su sino; des-tino que cumplirá con mayor honor si su bravura es superior .La selección de la raza ha sido lograda por acertados cruces se-lectivos entre aquellos congéneres de mejores virtudes; entreaquellas madres y aquellos padres que poseen más perfeccio-nes: armonía, poder, belleza, acometividad, bravura, nobleza…

     Y para conocer quiénes son los más bravos, los más indicadospara transmitir sus bondades, se les somete a una prueba quese denomina tienta . Aquellas eralas y erales que demuestran sucalidad, que se crecen en el castigo, que van nobles a la citadolorosa; de frente, de lejos, sin dudar; los que luego bajan lacabeza intentando alcanzar con sus pitones la inalcanzable mu-leta, el cadencioso capote; los que retornan al ataque sin du-dar, sin aflicción, esos son los selectos que darán gloria a sucasta.

    Bella estampa la del alevín de bravo que empuja al equinopesado y burdamente protegido, que no desiste de su ímpetu

    a pesar de lo desigual de la lucha; una y otra vez repite la suer-te, y luego sigue los vuelos de las telas que le engañan, que seofrecen pero que se esfuman cuando van a alcanzarla. Y su no-bleza y poder tienen un premio: la selección .

    Tentadero

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    Milenario animal, que demostró su importancia a lo largo de lascivilizaciones; sirvió de tótem, de ofrenda, de dios; su sangreera portadora de la fertilidad; su fuerza transmitía poder; dios sol,de Creta; el toro y la luna en Mesopotamia, en Egipto, en Gre-cia; el toro, alfa y omega; el toro dios de las cosechas, de las llu-

     vias… Una vez al año, los reyes atlantes se reunían e impreca-ban a Poseidón, solicitaban su permiso para la ofrenda; seenfrentaban al toro, lo enlazaban, lo abatían con sus brazos y le daban muerte (sin ferros ), y hacían su ofrenda a los dioses;luego, triunfantes, saludaban al pueblo. Platón describe estaofrenda del toro, igual que lo que hoy es la Corrida: permisoal presidente, lidia (lucha), muerte digna y, tras la ofrenda, vuel-ta al ruedo con agradecimiento al pueblo.

    Luego torna el dios en luchador y se enfrenta al hombre, quelo provoca, y surge el Toro que se crea para su inmolación. Po-seedor de todos los atributos del poder, con dos apodos bui-dos en sus majestuosas sienes. Es el rey de los prados, de suedén; el Toro que el hombre perfeccionó para hacerlo bello,

    capaz, poderoso y noble. Es educado para el noble combate, y aunque terminará vencido, sin duda dejará en el campo del ho-nor su orgullo de raza, su satisfacción por el deber cumplido,tintado por el rojo de su sangre, no derramada en vano; al finse realiza la ofrenda, y el pueblo acepta la inevitable muertecomo digno destino del amado animal, símbolo de la nobleza,de la bravura, del señorío: EL TORO BRAVO.

    El toro

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     Alfa y omega; norte y sur; sol y sombra; distancias cercanas,opuestas y a la vez próximas. Así es la Corrida: contraste, com-plemento, espacio, tiempo; y todos transitan por la misma ve-reda aunque se sientan lejanos, aunque parezcan distintos. Peroel rito les llama y requieren su acceso; necesitan ser partícipesdel juego de vida y muerte que siempre les subyugó, pues seentiende que no es sólo de interés para el oficiante, sino quedebe ser proyectado a todos, controlado por todos, sentido portodos.

    La sociedad se diferencia siempre: ricos y pobres, fuertes y débiles, blancos y negros; la sociedad se identifica en la Corri- da  y en ella intenta mirarse, y ambas evolucionan a la vez. Elhombre necesita divertirse, expresar su alegría, gozar con lacontemplación del triunfo de sus héroes; y para ello no repara-rá en sacrificios, y a pesar de lo oneroso del gasto, no se subs-traerá a la tentación. Y a veces el deseo de tantos encarece elespectáculo y se produce la subasta del derecho a su contem-plación. Y el que compró revende si su beneficio es suficiente

    justificante. Sol y Sombra, Luna y Sol, rico y pobre, odio, amor… Y como fondo y sentido: EL TORO, el que atónito seguirá elrito participando con su entrega en su belleza, hasta el fin, sufin.

    La reventa

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    La suerte está echada; es la última reunión, en la que a cadauno de los combatientes se le designa su oponente, su compa-ñero en una lucha en la que estará en juego la vida, ¡nada me-nos que la vida! Seis hermanos de camada, que han convividodurante más de cuatro años gozando de los cuidados más ex-quisitos, que han vivido en un hábitat de quietud y regalo, semiran con inquietud, incrédulos, ante una situación desconoci-da temerosos de tan brusco cambio. Voces dominantes les or-denan moverse caprichosamente: ¡por ahí! ¡Muévete! ¡Entra! Unanueva y desconocida manera de mando que altera su anteriorestatus de reposo y solaz.

    Es un cambio radical, inopinado y por ello sorprendente. Re-celan algo grave, algo nuevo y preocupante; miran con hostili-dad, muestran su orgullo desafiante, con la cabeza alzada, sinel más mínimo temor. Unos a otros se observan, inquieren res-puestas a lo que está sucediendo, vagan por los estrechos ca-minos que les marca el destino, y esperan. Arriban a un nuevoespacio que les es reservado, y se sienten vejados por una mul-

    titud que desde el cielo les observa mientras murmuran; algogrande prevén, pues grande es la expectación que está provo-cando su presencia. Inquietud ante lo desconocido, más no clau-dican; desafían con la mirada, retan elatos, muestran su valor,su poder…

    Apartado

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    Puertas que suenan; tensión; voces que invitan a la inquietud;al fin se supera el silencio que sobrevino tras la reclusión entan pequeño habitáculo, y aparecen luces que quizás indiquenel inicio de la libertad hacia los campos acogedores. La esperanzaes lacerada por un dolor que se le infiere al cuerpo del bravo,

     y que recibe sorprendido, sin comprender por qué; sin saberqué es lo que sucede. Pero el toro ha sido investido con una dis-tinción que el hombre otorga a cada una de las familias de laespecie, y así, una señal de sedas coloreadas identifica su pro-cedencia, su estirpe, los orígenes de su genética.

    Es una responsabilidad que recae sobre el bravo y que nopuede soslayar. Ha de dejar bien alta la bandera de su casta; nodejará de mostrar el poder que sus progenitores le legaron, y de-fenderá con valor su vida para que, desde arriba , los suyos sesientan orgullosos de él. Él, en representación de su raza, ¿paraqué lo distinguen?, se pregunta.

    Muy barrendero de manos, excitado ante la previsible lucha,se prepara con ahínco para que su voluntad no renuncie ante

    las posibles adversidades que, seguro, van a producirse. Pare-ce que es llegada la hora crucial, y él no sabe que será la últi-ma, aunque intuye lo trascendental del momento que vive y que prevé intenso y emocionante, ante el que se mostrará va-leroso, poderoso; del que quiere salir victorioso y ensalzado.

    La divisa

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    Los cegados ojos del bravo apenas atisban un cuerpo movien-te que acompaña su danza con una llamada atrevida, inquisidora,

     y cree necesaria una reacción acorde con la impertinente pro- vocación; lanza su cuerpo velozmente hacia el cada vez máscercano ser, que ya distingue casi oculto tras un liviano tejidoque mueve de forma aleatoria pero contundente y segura. Es

     violenta la acción del bravo buscando la tela, pero al llegar a ella ve que sutilmente se desliza, próxima pero inalcanzable; una y otra vez la acerca a su fino pitón, pero la tela, pausada, se mue-

     ve al mismo ritmo que el del ataque. Y en este gesto comienza el acto, que será el supremo, para

    el que el bravo no cuenta nada más que con sus fuerzas y suraza, para el que intuye que debe dedicar todo su poder. Una

     y otra vez descarga su furor siguiendo el camino que le va mar-cando el hábil portador de la tela, y el ánimo va decayendo y la velocidad del ataque se va atemperando, aún sin desánimopor parte del bravo, pero con más plácido ritmo, con una ma-

     yor cautela. Y al fondo se oyen voces de ánimo, de gozo, de ad-

    miración y de reconocimiento. Algo está sucediendo en lo queél, el bruto, tiene tanta importancia como la del ser inteligenteque le mueve las telas sin dejarle alcanzarlas. Y cree el bravo queese es el juego, y noble acude una y otra vez a ganarle la par-tida al hombre, intentando quitarle el capote, que parece ser eltrofeo del juego; no busca al hombre sino al engaño, que esdonde piensa que está el triunfo definitivo.

    Lance de capa

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    Un furor momentáneo, hace que el latir del corazón fatigadodel bravo retumbe en todo su ser. Un latir vehemente y des-mesurado que bombea la sangre a la altivez de su frente orna-da con … paréntesis de hueso (Quevedo). Y entonces apareceel amigo caballo, ya conocido de tanta relación anterior; sobreel caballo un fornido ser que lo llama, que lo cita, esgrimiendoen su mano una larga vara. Esa provocación enerva al toro y leimpele hacia la difuminada figura, dispuesto otra vez para la lu-cha. El encuentro es atroz; el toro recibe en su cuerpo una pun-zada violenta que detiene su ímpetu momentáneamente, peroél sigue empujando, bravo, poderoso; no se rinde. Y cuando lollaman, acude pronto a responder; baja su cabeza atacando, nohumillado, y cuando, al fin lo dejan solo, siente un tremendo de-sahogo, un placer que le relaja, que le permite respirar con rit-mo, con sosiego.

    Ha perdido alguna sangre, la que por dentro le bullía conardor, y eso le aporta tranquilidad, paz. De nuevo lo llaman, vacon decisión y entrega; empuja, intentan levantar al equino con

    el que pugna, demostrando el poder que aloja su esbelto cue-llo. Otro pinchazo para detener su ímpetu, y el bravo contestacon su entrega y clase. Es un esfuerzo baldío del que, a pesarde todo, sale calmado, sereno, vistiendo su lomo una túnica car-mesí con la que seda su excitación primera. Cada vez le cues-ta más mantener su cabeza erguida; sus músculos, resentidospor la herida, se resisten a obedecer la orden de levantar altivola frente; pero su orgullo sigue intacto, dispuesto para continuar

    la lid.

    Puyazo

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    De nuevo es llamado el bravo por voces que le incitan a la lu-cha, y él empieza a inquietarse al no comprender lo que pasa,lo que pretenden de él. Airado acude a la cita con violencia, y de nuevo se encuentra con el jaco y con la vara que maneja eljinete, altivo, ofensivo… Y el bravo pone todo su poder en sucabeza prodigiosa, y aún dolorido aprieta fuertemente sus piessobre el albero, mete los riñones para lograr el mayor empujeposible y eleva a caballo y caballero balanceándolos orgullosoantes de proyectarlos contra el suelo. Por un momento sigueacosando a los caídos, pero al fin decide que no merece la penaseguir, y atiende a los capotes que le acosan; él ya ha vencido,ha dejado claro que no se juega con su dignidad impunemente.

    Una actuación triunfal del bravo que deja clara constanciade su poder y de su bravura; observa con orgullo el grupo ya-ciente al que ha vencido, a esos tan altivos que han intentadoabusar de su docilidad y nobleza. A modo de danza mística, ga-lopa con ritmo, mostrando su armónica belleza; se sabe fuerte,bello, atractivo, y no permitirá que nadie vuelva a mostrarle des-

    consideración alguna. Ha de dejar alto el valor de la raza, lahonra de la estirpe; que en el futuro nadie se atreva a menos-preciar a los de su clase.

    Caída del picador

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     Algo ha sucedido, pues el panorama de la lidia cambia ante susojos. Se van caballo y caballero, quizás por vergüenza al habersido vencidos. El bravo se engríe, goza por ser causante del fra-caso de los que le hostigaron, y cansado, pero altivo, mira a sualrededor para retar al que ose molestarle de nuevo. Y enton-ces ve al hombre desnudo llamándole desafiante, sin aparentesdefensas o engaños. No puede permitir el bravo tamaño atre-

     vimiento y acude veloz a la llamada, y cuando apenas están susastas al alcance del cuerpo grácil y esbelto que lo cita, cuando

     ya paladea un nuevo triunfo, el hombre le esquiva, desapareceraudo, alado, inalcanzable, también orgulloso por la burla. Y enlo alto del lomo le deja al bravo un recado que le inquieta y molesta. De nuevo la sangre vuelve a hervirle en sus venas, seexcita, se pregunta por lo que está pasando, por cuándo acabaráesta osadía. Una vez más acude a la cita, que ahora se produ-ce por su lado izquierdo; tampoco alcanza esta vez el objetivo;también le dejan de nuevo el recado , que son dos hirientes ar-pones que no duelen a su sangre caliente, pero molestan, irri-

    tan, porque con ese apóstrofe se siente, de nuevo, vencido porel hombre. Otro encuentro más, y de nuevo el quiebro velozelude el choque ¡Y esto fue un juego sin engaño!

    Irritado el bravo, azogado de patas, reta al mundo que lo in-quieta; abre su mirada, mueve vehemente su fornida testa, bus-ca enemigo al que vencer.

    Banderillas

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    Una cierta decepción arriba a la mente del animal que lleva den-tro el bravo y, quizás por vergüenza de raza, decide que no ad-mitirá más burla, y que al primero que intente enfrentarse a élle dará su merecido. Él dispone de dos buidos pitones perfec-tamente maridados en su amplia frente; armas que fueron sudefensa en las peleas con sus congéneres, y que sabe manejarcon soltura. Pronto el hombre creerá que ha vencido y puedeque en algún momento baje la guardia, entonces el toro estarálisto para dejar su recado .

    Cuando el hombre, solo, ayudado por un pequeño trapo,cita al bravo, este acude preparando sus armas para no dejarseengañar más. Pero una y otra vez se sucede la burla y el hom-bre se libra de las nobles embestidas del bruto merced a su in-teligencia. En un segundo de descuido, el bravo ve el cuerpodesprotegido y, con excelsa rapidez suelta violentamente sucuello que manda veloz la cabeza armada y consigue conectarcon el cuerpo del burlador; lo voltea, lo abate, hace que el or-gulloso claudique. Enseguida se acercan a ellos un sin fin de

    sombras urgentes que requieren la separación, el cese de la lu-cha. El bravo acude a todas las llamadas que le instan y sacu-de sus pitones al aire que les rodea. Al fin, cansado por el es-fuerzo, busca respiro en otros lares esperando el desenlace deesta extraña función.

    La cogida

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    Solo, cerca de tablas, observa el toro los movimientos del tore-ro; algunos intentan distraerlo para evitar que se acerque al queparece va a ser su contrincante, y tapados tras el burladero, lollaman una y otra vez para retenerlo, porque desean que el to-rero tenga tiempo de prepararse para la lucha. Atento a unos y otro, ve cómo, orgulloso, el torero levanta sus brazos quizásofreciendo a los dioses la lucha que va a librar. Observa tam-bién cómo va girando su cuerpo mirando a todos los reunidos,moviendo sus brazos que portan tela y estoque, y cómo se des-prende de la montera que ha poco cubría su cabeza. El bravointuye que va a suceder algo serio pues el protocolo que am-para las actitudes del torero es minucioso y ceremonioso. Unaliturgia que desconoce, que no ha sido vivida jamás por él.

    El pueblo aplaude agradecido la deferencia del lidiador, loque demuestra la seriedad del momento; y sigue un silenciodenso, profundo. Ya solos los dos en la arena; ahora se sabráquién es el más valeroso, y quizás comprenda el bruto el por-qué de su existencia, el porqué de su anterior regalada vida.

     Ante este reto conviene no defraudar; hay que responder conel valor de la estirpe, ensalzar la casta de los suyos dando lomejor que de sí tenga. El torero brinda, ofrece; él, el toro, mos-trará su generosidad con su máxima entrega, con su lucha leal

     y abnegada; con su bravura.

    Brindis

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     Ya le están llamando a la lid; olvida los que, medrosos, lo en-tretienen ocultos tras las tablas, y acude con soltura a donde esllamado por el valiente que lo espera sin protección. Al final dela mano, el torero maneja un trapo terso que quizás oculte al-gún castigo; el bravo acepta el reto de descubrir lo que le velael torero, y acude solícito a la voz y al movimiento que le lla-man. Ve cerca al esbelto ser que le cita, y no comprende su atre-

     vimiento. Él, el bravo, es mucho más fuerte que el hombre, ade-más posee una peligrosa cabeza al final de la cual se perfilandos buidos pitones que deberían dar miedo; ¿por qué no searredra?

    Cuando al fin llega a su lado, la tela le excita con un pe-queño movimiento que consigue su total atención; el bravo solo

     ve la muleta que, pausada, se desliza sin violencia, delicada, rít-mica y dulcemente, casi hipnotizando al noble toro que la sigueobediente, humillado al reconocer que está siendo sutilmente en-gañado, que no alcanza su objetivo, y que apenas se acerca, latela se desliza, se aleja a dos dedos de sus finos pitones, que esta

     vez tampoco harán carne. Y apenas terminado el engaño, de nuevo se prepara el hom-

    bre a «torear», a llevar al toro por donde él quiera llevarlo. Peroahora dice el bruto que no, que no se va a dejar engañar; acu-de raudo al bulto que divisa seguro de su triunfo, pero no, tam-poco ahora consigue su objetivo, y sigue codicioso la muletaque lo alucina y desconcierta.

    Natural

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    Humillando la cabeza sigue el trapo; humillado su espíritu seengríe por su mala suerte. Creía que iba a resultar sencillo ven-cer en la lucha, pero no está sucediendo lo esperado. Una y otra vez la tela consigue su objetivo y la testuz del bravo la si-gue como ciego, sin atender a otras visiones, y a pesar del do-lor que se produce en su cuello, que mitiga segregando el ano-dino que lo calma. Algo debería hacer, porque aún conservaparte de sus fuerzas, es más grande que el hombre y además tie-ne afilados pitones que sabe le fueron útiles en las luchas consus hermanos cuando intentaban usurparle los terrenos que do-minaba, allá en su ahora anhelado prado.

    La mente del bruto decide un cambio en su actitud y se vuel- ve rápido tras el postrer engaño, ahora dispuesto a no humillarsu honor; el torero no se sorprende del ataque y lo espera tran-quilo, le echa el trapo al hocico y, cuando el bravo cree que ba-jará la mano y quedará al descubierto, le prende en su muletala elata cabeza armada, que pasa con orgullo por delante, muy cerca de su pecho. Desquiciado el bruto, derrota buscando arri-

    ba la presa esquiva; tampoco ahora consiguió alcanzarla.Es su nobleza la que le impide un comportamiento más tai-

    mado, y por ello pasa con docilidad, aunque con toda deter-minación, por todos los espacios que el hombre le va indican-do: arriba, abajo; adelante, adentro… No se explica el bravoque su raza le esté impidiendo herir de nuevo. Solo ve muleta,solo la tela que le ha hipnotizado definitivamente.

    Pase de pecho

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    Sólo la casta y el recuerdo de su estirpe mantienen al bruto enla lucha. De no ser por la sangre brava que recorre sus venas,seguro que ya habría desistido de la lucha convencido de quesu ineficaz estrategia no doblegará la inteligente disposición deltorero. Y este aún sigue ufano citando de nuevo, invitando albravo a seguir en la lid, dispuesto a jugar con belleza esa dan-za de valor y muerte. El cuerpo del toro, dañado por vara y re-hiletes, aún conserva sangre suficiente para no cejar en el em-peño de vencer en tan anormal lucha. Y ahora, cuando es citadocon un engaño mayor, acude veloz a lograr lo que hasta ahorale ha sido vetado; quiere conseguir hender sus pitones en lacarne del osado burlador, y acude incansable, con ansia, a lanueva cita. Pero al llegar a los terrenos del torero de nuevo vela tela, tan solo tela, y sus pitones siguen, dóciles, el caminoque se le traza, bordeando la figura, la que cubre con su mule-ta suave, y a la vez tremendamente rígida, severa, cruel.

    ¿Hasta cuando?, pregunta cansado el bravo. Una y otra vezdirige su cuerpo, ya dócil, siguiendo el camino marcado por el

    amplio lienzo que le incita, que lo engaña, que le vence…Es tarde; está cansado el bravo y apenas le queda ánimo para

    seguir en la lucha. Acude sin embargo a las nuevas llamadasdel torero y, ya dominado, sabe que siempre seguirá el caminoque éste le vaya indicando. Noble, sigue en la lid, aun sabien-do que nunca podrá vencer.

    Derechazo

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     Ya no tiene la fuerza primera, ni siente el mismo deseo de de-fender el honor de su estirpe; está cansado y, lo peor, no acep-ta su inferioridad; no comprende por qué, siendo más fuerte,más grande y mejor armado, ha de ser sometido por un des-protegido ser que danza, que goza llevándole por los caminosque elige para él. En un postrer pensamiento decide intentarlode nuevo y, tras un descanso menor, ve como el hombre casilo acaricia con su desarmada muleta, suave, sutil, de callados y alados movimientos. Desconcertado, se para, acuerda su cuer-po a posición acomodada, que no molesten las heridas de lalucha, que no sucumba su hermosa cabeza que sostiene por

     vergüenza, pero que dejaría caer, humillada, de no mediar esereto en el que aún se mantiene.

     Y ahora el torero lleva algo en su mano que antes no vio elbruto; mira curioso éste esperando una explicación o una con-clusión a la lid; busca un fin que explique lo que ha pasado, es-pera quizás el anhelado retorno a sus lares…

    Pero el hombre le cita violento, baja su muleta recogida has-

    ta ofrecérsela en sus ollares y, cuando el bruto regala su últimoesfuerzo para conseguir el objetivo que siempre le fue esquivo,recibe en sus entrañas el calor acre del acero que entra suave

     y que, casi dulcemente, exige el total de su vida. ¡Oh, terriblefinal! Tan orgulloso siempre, y ahora vencido…

    Suerte de matar

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    El cuerpo del bravo yace en la arena vencido, pero su alma sien-te el orgullo del deber cumplido, de la bella demostración de va-lor, poder y nobleza desplegada por su raza; sólo la inteligen-cia del hombre pudo con él. Sus últimos sentidos son los delsonido del pueblo loando al justo vencedor; los movimientos alos que es sometido para extraer de sus carnes los aceros quele laceraron; el corte de un afilado cuchillo que hiere sus sienes;el olvido a que le relegan…, a él, al verdadero protagonista delrito.

     Alguien se apiada del injusto olvido y decide un mutis dis-creto; se ciñe a los cuernos una fuerte atadura, la onda, que esenlazada al tiro de acémilas cooperantes, y al sonido del látigo,el cuerpo inerme es arrastrado para evitar que su contempla-ción dañe la dignidad del bravo. Y entonces se oye la reaccióndel respetable que, con justicia, prorrumpe en unánime ovaciónde reconocimiento y agradecimiento por el noble valor que eltoro ha demostrado en la lid. Ecos que el animal oye difuso, y que, de alguna manera, es escaso pago al esfuerzo y nobleza que

    ha derrochado en una desigual lucha que le era totalmente des-conocida.

     Apenas está dejando el coso, cuando recuerda que algunaparte de su cuerpo le ha sido usurpada, y no comprende el sig-nificado del hecho; puede ser laudatorio, quizá sirva de trofeopara el vencedor…

    El arrastre

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    En efecto, un símbolo es entregado como trofeo al justo gana-dor de la lid; las orejas del bruto, aquellas que durante toda su

     vida le sirvieron como conducto para guiar sus movimientos,para atender a los peligros, para asistir a la llamada de la hem-bra, para lograr los buenos alimentos…, esas orejas quedaráncomo testigos inertes de su esfuerzo último. Antes de la disgre-gación final, el bruto, que va a ser partido, siente el calor quesu lid ha motivado en el pueblo y decide que parte de ese triun-fo es suyo, lo sabe; las postreras ovaciones a su discreto mutis,sirvieron para enaltecer el orgullo de su casta. Entonces el es-fuerzo no fue baldío; ha merecido la pena demostrar que, a pe-sar de no salir vencedor, el valor y el poder demostrado fue dig-no de admiración.

    El torero, antes de recoger su premio, ha aplaudido la noblezaque era arrastrada; después de ese reconocimiento al leal con-trincante, y solo después, recoge su trofeo y va explicando atodos los reunidos que él y el toro, que simboliza las orejas queporta, han derramado su esfuerzo y su noble comportamiento.

    El bravo, además, ha dado su vida; para él se solicita el recuer-do sempiterno.

    Las dos orejas

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