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Charles Sanders Peirce Las ideas del filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce se exponen en los ocho volúmenes de sus Collected Papers tanto como en una gran cantidad de artículos inéditos. El modelo semiótico que emerge del material editado difiere principalmente del modelo de Saussure por su preocupación por el referente, y por el acento puesto en dos triadas que se confrontan. La primera de estas triadas consiste en lo que Peirce llama el “signo”, el “interpretante” y el “objeto”. El proceso de significación se entiende como la interacción de estos tres elementos en una relación de carácter complejo. Un signo es algo que se presenta ante alguien, por algo, en algún aspecto o condición. Se dirige a alguien, es decir, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o quizá, un signo más desarrollado. El signo que el primer signo crea se llama el “interpretante” de ese primer signo. El signo se presenta por algo, su “objeto”. El se presenta por ese objeto, pero no en todos sus aspectos, sino que hace referencia a un tipo de idea… El signo que inicia la puesta en escena de la significación se parece, más o menos, al significante en Saussure, por lo menos en un aspecto: es una forma capaz de evocar un concepto. En otro aspecto —sus competencias representacionales— es muy diferente. Contrario al significante saussureano, el signo en Peirce a menudo se parece o se adhiere al objeto. El “interpretante” es el “efecto mental” o “pensamiento” que se genera por la relación de los otros dos términos. Se parece, virtualmente, al significado en Saussure. La generación del “interpretante” es indefinidamente conmutable, es decir, el “interpretante” actúa como un nuevo “signo”, el que, a su vez, genera un nuevo “interpretante”, y así sucesivamente… El significado de una representación no es otra cosa que la misma representación. De hecho, no es más que la misma representación a la que se va despojando de prendas

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Charles Sanders Peirce

Las ideas del filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce se exponen en los ocho volúmenes de sus Collected Papers tanto como en una gran cantidad de artículos inéditos. El modelo semiótico que emerge del material editado difiere principalmente del modelo de Saussure por su preocupación por el referente, y por el acento puesto en dos triadas que se confrontan.

La primera de estas triadas consiste en lo que Peirce llama el “signo”, el “interpretante” y el “objeto”. El proceso de significación se entiende como la interacción de estos tres elementos en una relación de carácter complejo.

Un signo es algo que se presenta ante alguien, por algo, en algún aspecto o condición. Se dirige a alguien, es decir, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o quizá, un signo más desarrollado. El signo que el primer signo crea se llama el “interpretante” de ese primer signo. El signo se presenta por algo, su “objeto”. El se presenta por ese objeto, pero no en todos sus aspectos, sino que hace referencia a un tipo de idea…

El signo que inicia la puesta en escena de la significación se parece, más o menos, al significante en Saussure, por lo menos en un aspecto: es una forma capaz de evocar un concepto. En otro aspecto —sus competencias representacionales— es muy diferente. Contrario al significante saussureano, el signo en Peirce a menudo se parece o se adhiere al objeto.

El “interpretante” es el “efecto mental” o “pensamiento” que se genera por la relación de los otros dos términos. Se parece, virtualmente, al significado en Saussure. La generación del “interpretante” es indefinidamente conmutable, es decir, el “interpretante” actúa como un nuevo “signo”, el que, a su vez, genera un nuevo “interpretante”, y así sucesivamente…

El significado de una representación no es otra cosa que la misma representación. De hecho, no es más que la misma representación a la que se va despojando de prendas irrelevantes. Pero estas prendas no pueden quitarse por completo; sólo pueden cambiarse por algo más transparente. Finalmente, el interpretante no es otra cosa que la representación misma que lleva la antorcha de la verdad; y como representación, tendrá un interpretante nuevamente. He aquí las series infinitas…

Las “series infinitas” a las cuales cualquier interpretante pertenece dan la idea de una “semiótica cerrada”, a la que Umberto Eco habrá de llamar “semiosis ilimitada”. La conmutabilidad indefinida del interpretante parece excluir cualquier referencia al objeto o cualquier dependencia en él. Los “signos” y los “interpretantes” parecerían estar encerrados en un mismo contenedor. Peirce enfatiza en este cierre semiótico cuando afirma: “El objeto de una representación no puede ser nada más que la representación de la cual la primera

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representación es el interpretante”. Hay una relación existencial entre el “signo” y el “objeto”; entre “significación” y “realidad”.

“Objeto” y “Realidad” son sinónimos en el modelo de Peirce. Los pasajes en la fragmentada obra del filósofo que lo demuestran parecen llenos de contradicciones. Por un lado se lee: “lo real es aquello que insiste en forzar sus maneras de ser reconocido como “otro” diferente a lo creado por la mente”; y por otro, propone que “una realidad que carece de representación es una realidad sin relación ni cualidad”. Pero la manera en la que Peirce combina estos dos juicios en otra ocasión, sugiere que él no los encuentra incompatibles.

Tenemos experiencias directas de las cosas en sí mismas. Nada es más falso que decir que sólo experimentamos nuestras propias ideas. Nuestro conocimiento de las cosas es totalmente relativo. Es verdad; pero toda experiencia y todo conocimiento es conocimiento de lo que es, independientemente de que sea representado o no. Al mismo tiempo, ninguna proposición puede relatar un objeto sin que ese objeto sea objeto de representación.

Este pasaje contiene una muestra de la manera en la que Peirce intenta conciliar el pragmatismo con el idealismo. La distinción crucial es entre experiencia y pensamiento. Peirce asegura que tenemos experiencia directa, pero pensamiento indirecto de la realidad. Lo primero nos enseña que hay un mundo de cosas pero no nos da un acceso intelectual a él. Lo segundo aporta la única manera posible de conocer esas cosas, pero no la de verificar nuestro conocimiento. “La realidad nos atropella, nos viola. Si no encontramos una manera de representarla, esa realidad permanece inmune al pensamiento”. Peirce va incluso más lejos, e insiste en que solamente los pedazos de realidad que pueden ser representados, nos afectan:

Si los terremotos, las inundaciones o la pestilencia están sujetos a leyes, y si esas leyes son de la misma naturaleza de los signos, entonces, sin duda, serán signos de esas leyes y, por tanto, dignos de la atención humana; pero, si ellos fueran meras interrupciones arbitrarias en el curso de nuestras vidas, envolvámonos en nuestras capas, y resistamos al máximo; pues, puede que no nos destruyan, pero sí podrían derribarnos.

Si la representación nos provee del único posible acceso a la realidad, entonces luchar por la autenticidad de esas representaciones se convierte en lo más importante. Peirce nunca va a abandonar la idea de que la realidad puede ser totalmente representada. Sin embargo, admite que los términos para establecer el grado de autenticidad de una representación excede el alcance del individuo. A pesar de que Peirce desarrolla tres criterios mediante los cuales la verdad de una representación puede ser conocida (Insistencia, reconocimiento por otros e inducción), a fin de cuentas su proceso cognitivo es diacrónico (se despliega sobre un período de tiempo) y colectivo:

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Lo real es aquello en lo cual, tarde o temprano, toda información y todo razonamiento resultarán, y aquello que es totalmente independiente de las vaguedades de un “yo” o un “tú”. De esta manera, el origen mismo de la concepción de realidad nos muestra que esta concepción necesariamente involucra la noción de COMUNIDAD, sin límites definidos y capaz de un incremento definido de conocimiento. Y así, esas dos series de la cognición —lo real y lo irreal— consisten en aquellas, que en un tiempo de futuro suficiente, la comunidad continuará afirmando; y en aquellas, que bajo las mismas circunstancias, serán por siempre negadas.

La segunda triada en el modelo de Peirce tiene que ver con las distintas clases de signos que la conciencia humana puede interpretar y adecuar. La triada consiste en “iconos”, “indicios” y “símbolos”. El signo icónico se asemeja a su objeto conceptual en ciertos aspectos. Puede compartir algunas de las características que el objeto posee, o puede duplicar los principios mediante los cuales el objeto se configura:

Aquellos que tienen algo de las cualidades simples del objeto son imágenes; aquellos que representan sus relaciones son diagramas…

Los iconos más representativos son las fotografías, los dibujos, las esculturas y las imágenes cinematográficas; pero las ecuaciones algebraicas y los gráficos son también icónicos.

El signo indexical se define en el modelo peirceano como “una cosa real o un hecho que actúa como signo de un objeto en virtud de su conexión con él”. Algunos de los ejemplos que Peirce cita son: la veleta, una mano que señala y un síntoma. Hay una relación existencial entre el signo indexical y el objeto.

El valor de significación de la veleta no reside en la relación que ella guarda con el fenómeno viento, sino, más bien, en los conceptos de “viento” y “direccionalidad” que ella es capaz de ligar en la mente del observador. De la misma manera, el dedo que señala funciona como un signo no a causa de la contigüidad con un sitio específico, como Boston, sino porque ese dedo genera en la mente del peatón o del conductor los términos conceptuales: “Boston” y “girar a la derecha”. Por último, el poder significante de un síntoma es inherente no a su cercanía con determinado órgano en el cuerpo de un paciente, sino a su capacidad para ayudar al médico en el diagnóstico. Debido a que el signo indexical se concibe en conexión con el objeto real, es capaz de hacer ese objeto presente.

Como símbolo se entiende, en el modelo de Peirce, un signo cuya relación con su objeto conceptual es totalmente arbitraria. Los lenguajes naturales y los sistemas de notación de cualquier clase, son eminentemente simbólicos, en el sentido peirceano del término. Los signos que constituyen esos sistemas son lo que Saussure llamaba “arbitrarios”: su relación con sus objetos conceptuales es estrictamente convencional, inmotivada. Es de notar que Peirce y Saussure utilizan el término “símbolo” en sentidos diametralmente

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opuestos: mientras que para Peirce el símbolo da cuenta de una relación entre dos elementos disímiles, Saussure lo emplea para designar la unión de elementos que tienen algún punto en común.