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Soacha Cultura Rupestre en Cundinamarca

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Cultura rupestre Soacha Colombia

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SoachaCultura Rupestre en Cundinamarca

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CORPORACIÓN UNIVERSITARIA MINUTO DE DIOS

UNIMINUTO

Rector GeneralPadre Camilo Bernal Hadad Rector Cundinamarca Meta

Santiago Vélez ÁlvarezLa Casona Centro de Arte y CulturaLaboratorio de Producción Gráfica

Concepto GráficoEnrique Hernández R.Diseño y Diagramación

Enrique Hernández R. Mayerly AlbinoFotografía

Jonathan Vásquez / Heimy Shayuri GarnicaInformación y Textos

Manual de Arte Rupestre de Cundinamarcahttp//www.alcaldiasibate.gov.co

Soacha Colombia2008

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Soacha

CORPORACIÓN UNIVERSITARIA MINUTO DE DIOS

UNIMINUTO

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Localización Se localizan 6Kms al sur de Soa-cha, en el predio El Pedregal, propiedades de INVIAS, vereda canoas, sobre la margen derecha oeste de la carretera Mondoñedo -El Muña. A una altura de 2.610 mtrs sobre el nivel del mar.

temperatura: 12º C.

topografía: Base de inicio

de la ladera oriental cerros de Ca-noas, sobre la margen derecha de río Bogotá.

coordenandas geográficas:

4º33/ 483latitud norte- 74º15"6.19 longitud oeste. Coor-denadas planas: 994726.793 es-te- 981045.103 norte Estas rocas se encuentran en lí-nea recta (este-oeste). frente a las pictografías de El Vinculo, la del infinito y la del Dios Varón, a una distancia aproximada de 3 y 4 Kms respectivamente.

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oacha es un municipio pri-vilegiado en cuanto al ar-te rupestre se refiere, ya S

que en este territorio se hallan pic-togramas precolombinos que son considerados como patrimonio cultural de la humanidad, convir-tiéndolo así, en un destino turís-tico. El territorio de lo que hoy es Co-lombia ha venido siendo habita-do, desde hace mas de 16,500 años por diversos pueblos que han deja-do como prueba de su paso una gran cantidad de evidencias el co-nocimiento que tenemos de estos grupos humanos del pasado ha si-do posible, en gran parte, gracias

al reconocimiento y estudio de las modificacio-nes que realizaron a su entorno y de los objetos materiales que se elaboraron. Así las huellas de las antiguas zonas de cultivo, lugares de vivienda, caminos, sitios sagrados, enterramientos y tumbas herramientas y mo-numentos de piedra, restos humanos y anima-les, piezas de oro y cerámica, arte rupestre etc. Contribuyen a lo que hoy reconocemos como parte de nuestro patrimonio cultural. El arte rupestre o las pinturas o grabados que nuestros antepasados indígenas dejaron plas-mados en piedras por todo el país, ha permane-cido durante siglos en el mismo lugar en el que fue realizado. Por tal razón el entorno en el que se encuentra se puede considerar como un ver-dadero museo al aire libre.

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oacha es un municipio pri-vilegiado en cuanto al ar-te rupestre se refiere, ya S

que en este territorio se hallan pic-togramas precolombinos que son considerados como patrimonio cultural de la humanidad, convir-tiéndolo así, en un destino turís-tico. El territorio de lo que hoy es Co-lombia ha venido siendo habita-do, desde hace mas de 16,500 años por diversos pueblos que han deja-do como prueba de su paso una gran cantidad de evidencias el co-nocimiento que tenemos de estos grupos humanos del pasado ha si-do posible, en gran parte, gracias

al reconocimiento y estudio de las modificacio-nes que realizaron a su entorno y de los objetos materiales que se elaboraron. Así las huellas de las antiguas zonas de cultivo, lugares de vivienda, caminos, sitios sagrados, enterramientos y tumbas herramientas y mo-numentos de piedra, restos humanos y anima-les, piezas de oro y cerámica, arte rupestre etc. Contribuyen a lo que hoy reconocemos como parte de nuestro patrimonio cultural. El arte rupestre o las pinturas o grabados que nuestros antepasados indígenas dejaron plas-mados en piedras por todo el país, ha permane-cido durante siglos en el mismo lugar en el que fue realizado. Por tal razón el entorno en el que se encuentra se puede considerar como un ver-dadero museo al aire libre.

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introduction

One in the most recurrent ways to associate the art rupestre of an area with archaeological contexts is to frame this type of manifestations starting from the relationship of space proximity. This association has been facilitated by the construction that the ar-chaeologists have made of the calls cultural areas, which allow the clear delimitation and differentia-tion of archaeological cultures with base in a heap of characteristic elements, generally the ceramic. For the Colombian case one of these classic differentia-tions is the area occupied by the calls tribes Panches and Notches and their relationship with the distinc-tion between petroglifos and paintings; in general terms, it is accepted that the petroglifos corresponds to the Panches and the paintings to the Muiscas (Triana 1922; 1924; Silva 1961; Arango 1974). This as-sociation, never proven, it has become according to the premise according to which the petroglifos is in the area defined etnohistoricamente for the Panches and the paintings in the area occupied by the Muis-cas in the XVI century. Although in general a prefe-rential distribution of the petroglifos is observed to-ward the western slope of the Oriental mountain ran-ge in the department of Cundinamarca and of the paintings in the highland cundiboyacense, the com-plexity of the archaeological registration doesn't allow to trace dividing lines easily. Likewise, the pre-viously mentioned premise forgets the same process of occupation of the area in question, historical pro-cess that the archaeology has explained according to certain classic approaches as they are the delimita-tion of cultural areas and the postulates difusionis-tas. A revision of these approaches and of their im-plications as well as of the data in those that it is sus-tained the petroglifos assignment and paintings to groups Panches and Muiscas is the objective of the written present. With it is looked for it to show that the technical differentiation should not be taken in-discriminately as approach of cultural differentia-tion in the art rupestre.

introducción Una de las formas más recurrentes para asociar el arte rupestre de una zona con contextos ar-queológicos es enmarcar este tipo de manifes-taciones a partir de la relación de cercanía espa-cial. Dicha asociación ha sido facilitada por la construcción que los arqueólogos han hecho de las llamadas áreas culturales, las cuales permi-ten la clara delimitación y diferenciación de cul-turas arqueológicas con base en un cúmulo de elementos característicos, generalmente la cerá-mica. Para el caso colombiano una de estas dife-renciaciones clásicas es el área ocupada por las llamadas tribus Panches y Muescas y su rela-ción con la distinción entre petroglifos y pintu-ras; en términos generales, se acepta que los pe-troglifos corresponden a los Panches y las pin-turas a los Muiscas (Triana 1922; 1924; Silva 1961; Arango 1974). Esta asociación, nunca comprobada, se ha hecho conforme a la premi-sa según la cual los petroglifos se encuentran en el área etnohistoricamente definida para los Panches y las pinturas en el área ocupada por los Muiscas en el siglo XVI. Aunque en general se observa una distribución preferencial de los petroglifos hacia la vertiente occidental de la cordillera Oriental en el departamento de Cun-dinamarca y de las pinturas en el altiplano cun-diboyacense, la complejidad del registro ar-queológico no permite trazar fácilmente líneas divisorias. Así mismo, la premisa anteriormen-te mencionada olvida el proceso mismo de ocu-pación del área en cuestión, proceso histórico que la arqueología ha explicado según ciertos criterios clásicos como son la delimitación de areas culturales y los postulados difusionistas. Una revisión de estos criterios y de sus implica-ciones asi como de los datos en los que se susten-ta la asignación de petroglifos y pinturas a gru-pos Panches y Muiscas es el objetivo del presen-te escrito. Con ello se busca mostrar que la dife-renciación técnica no debe ser tomada indiscri-minadamente como criterio de diferenciación cultural en el arte rupestre.

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introduction

One in the most recurrent ways to associate the art rupestre of an area with archaeological contexts is to frame this type of manifestations starting from the relationship of space proximity. This association has been facilitated by the construction that the ar-chaeologists have made of the calls cultural areas, which allow the clear delimitation and differentia-tion of archaeological cultures with base in a heap of characteristic elements, generally the ceramic. For the Colombian case one of these classic differentia-tions is the area occupied by the calls tribes Panches and Notches and their relationship with the distinc-tion between petroglifos and paintings; in general terms, it is accepted that the petroglifos corresponds to the Panches and the paintings to the Muiscas (Triana 1922; 1924; Silva 1961; Arango 1974). This as-sociation, never proven, it has become according to the premise according to which the petroglifos is in the area defined etnohistoricamente for the Panches and the paintings in the area occupied by the Muis-cas in the XVI century. Although in general a prefe-rential distribution of the petroglifos is observed to-ward the western slope of the Oriental mountain ran-ge in the department of Cundinamarca and of the paintings in the highland cundiboyacense, the com-plexity of the archaeological registration doesn't allow to trace dividing lines easily. Likewise, the pre-viously mentioned premise forgets the same process of occupation of the area in question, historical pro-cess that the archaeology has explained according to certain classic approaches as they are the delimita-tion of cultural areas and the postulates difusionis-tas. A revision of these approaches and of their im-plications as well as of the data in those that it is sus-tained the petroglifos assignment and paintings to groups Panches and Muiscas is the objective of the written present. With it is looked for it to show that the technical differentiation should not be taken in-discriminately as approach of cultural differentia-tion in the art rupestre.

introducción Una de las formas más recurrentes para asociar el arte rupestre de una zona con contextos ar-queológicos es enmarcar este tipo de manifes-taciones a partir de la relación de cercanía espa-cial. Dicha asociación ha sido facilitada por la construcción que los arqueólogos han hecho de las llamadas áreas culturales, las cuales permi-ten la clara delimitación y diferenciación de cul-turas arqueológicas con base en un cúmulo de elementos característicos, generalmente la cerá-mica. Para el caso colombiano una de estas dife-renciaciones clásicas es el área ocupada por las llamadas tribus Panches y Muescas y su rela-ción con la distinción entre petroglifos y pintu-ras; en términos generales, se acepta que los pe-troglifos corresponden a los Panches y las pin-turas a los Muiscas (Triana 1922; 1924; Silva 1961; Arango 1974). Esta asociación, nunca comprobada, se ha hecho conforme a la premi-sa según la cual los petroglifos se encuentran en el área etnohistoricamente definida para los Panches y las pinturas en el área ocupada por los Muiscas en el siglo XVI. Aunque en general se observa una distribución preferencial de los petroglifos hacia la vertiente occidental de la cordillera Oriental en el departamento de Cun-dinamarca y de las pinturas en el altiplano cun-diboyacense, la complejidad del registro ar-queológico no permite trazar fácilmente líneas divisorias. Así mismo, la premisa anteriormen-te mencionada olvida el proceso mismo de ocu-pación del área en cuestión, proceso histórico que la arqueología ha explicado según ciertos criterios clásicos como son la delimitación de areas culturales y los postulados difusionistas. Una revisión de estos criterios y de sus implica-ciones asi como de los datos en los que se susten-ta la asignación de petroglifos y pinturas a gru-pos Panches y Muiscas es el objetivo del presen-te escrito. Con ello se busca mostrar que la dife-renciación técnica no debe ser tomada indiscri-minadamente como criterio de diferenciación cultural en el arte rupestre.

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La sucesión topológica de las tra-diciones cerámicas incisa y pinta-da aparentemente mostraban la sucesión de dos grandes grupos. La migración del primero de ellos proveniente del valle del Magda-lena traía muy probablemente la cerámica, incisa, y la agricultura; y el segundo, con cerámica pinta-da, desencadenaría el surgimien-to de las sociedades complejas (Boada 1987; Cardale 1987; Lle-ras 1989). La completa diferencia tipológicas de la cerámica Muisca con la encontrada por Sylvia Broadbent en 1970 mostraba la sucesión de dos grupos distintos el primero de los cuales se deno-minó Herrera. Así mismo, por me-dio de la llamada migración de los grupos Caribe se explica la apari-ción de los grupos que se asenta-ron en el occidente de la cordillera oriental, entre ellos los Panches (Rivet 1943; Burcher 1987). No obstante, la construcción tipoló-gica diferencial, que permite la ta-jante disimilitud de los grupos He-rrera y Muisca, parte de criterios rígidos que no se compadecen con el carácter de los datos. Según al-gunos investigadores como Casti-llo (1984) y Peña (1988) la forma en que se da la sucesión estrati-gráfica de dichos tipos explica un cambio gradual que no necesaria-mente se relaciona con la idea de la migración. Por otra parte, los

esde las primeras síntesis de la histo-ria prehispánica colombiana se ha enfatizado el papel de la difusión co-D

mo elemento desencadenador del cambio cul-tural (Uricoechea 1854; Restrepo 1895; Triana 1922). Esta idea, como se sabe, implica la exis-tencia de un foco de difusión, unas vías de mi-gración y una invención que se difunde. A par-tir de allí, la arqueología ha podido construir el concepto de una cultura enmarcada dentro de un área específica y un periodo de tiempo espe-cífico; los criterios, generalmente tecnológicos, permiten de esta manera establecer compara-ciones diferenciales que generan, en términos espaciales, áreas culturales y, en términos cro-nológicos, horizontes, resultando en la forma-ción de unidades homogéneas (Rouse 1986). La más importante síntesis de la arqueología colombiana, la llevada a cabo por Reichel-Dolmatoff, enfatiza precisamente éstos pun-tos. Metodológicamente Reichel-Dolmatoff muestra la sucesión de los llamados horizontes incisos y los horizontes pintados para presen-tar la sucesión cronológica y la ruptura presen-te entre el llamado período formativo y los de-sarrollos locales y posteriores cacicazgos (Rei-chel-Dolmatoff 1986). Aunque Reichel-Dolmatoff no delimita culturas arqueológicas es evidente que la colonización por él propues-ta implica la delimitación de áreas claramente definidas tipológicamente, lo cual permite la definición de unidades según criterios ambien-tales y tecnoeconómicos para explicar el cam-bio y la relación entre invención y difusión. Este marco general por medio del cual se expli-ca la colonización de las tierras altas es utiliza-do para mostrar el proceso histórico propio de la cordillera Oriental.

marco arqueológico

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craneana, también han sido comprobados pa-ra los Muiscas (Boada 1995). Por tal razón, mientras no se tenga claridad acerca de qué ele-mentos indican la presencia en un lugar de los grupos panches no se puede establecer un área de ocupación y mucho menos una frontera. El análisis de la cerámica, elemento diferenciador por excelencia, debe ser abordado con precau-ción ya querecientes investigaciones en el muni-cipio de Tibacuy han mostrado importantes sincretismos estilísticos en los cuales confluyen tradiciones cerámicas distintas (Salaz y Ta-pias: Comunicación personal, 1999). El pano-rama general que se puede esbozar para el área en cuestión muestra una ocupación humana que se inicia hace 12.000 años; estos primeros grupos de cazadores-recolectores mantenían contacto con el Valle del Magdalena que se ma-nifiesta en la adquisición de materia prima pa-ra la elaboración del utillaje líti-co, aunque no se sabe si por constantes desplazamientos o por intercambio (Correal & Van Der Hammen 1977). Se ha comprobado arqueoló-gicamente el paulatino cam-bio en la dieta de estos cazado-res-recolectores; cambio que con-cluiría con la adopción de la agricul-tura y con el uso de la cerámica, así como con la posible constitución de aldeas y aumento de la población hace 3.000 años (Correal y Pinto 1983; Cardale 1987; Correal 1990; Langebaek 1995). No son claras las relaciones entre el alti-plano Cundiboyacense y el flanco oc-cidental de la cordillera Oriental en el período comprendido entre el año 3.000 y el 1.000 A.P; las excavaciones realizadas por Peña únicamente muestran que efecti-vamente los grupos Herrera habitaban tie-rras templadas sobre éste flanco (Peña 1988; 1991). Esto es importante porque du-rante el periodo siguiente denominado Muisca-Panche, muchas de las áreas Herrera serían aparentemente des-

estudios genéticos comparativos de las osamentas de algunos indi-viduos pertenecientes a grupos de cazadores recolectores de hace 11.000 años y los de osamentas de individuos Muiscas no muestran ninguna variación importante que permita suponer que se trata de grupos distintos (Rodríguez 1992; 1998). La tradicional segu-ridad en la sucesión de grupos a partir de la migración es puesta en duda para el caso de la cordille-ra Oriental y ello se suma a las nue-vas investigaciones que para otras áreas de país muestran que el cambio cultural no necesaria-mente responde a la llegada de nuevas poblaciones (Langebaek 1995; Drennan y Quattrin 1996). No menos problemática es la si-tuación de los llamados grupos panches. Casi la totalidad de in-formación que sobre ellos existe proviene de la utilización acrítica de la fuente etnohistórica y en ge-neral, lo que sobre ellos se ha pos-tulado es incomprobable arqueo-lógicamente (Burcher 1987). Las contadas excavaciones ar-queológicas llevadas a cabo en su aparente área de asentamiento son confusas en cuanto a la defini-ción de los tipos cerámicos y en la mayoría de los casos no se tiene en cuenta la posible existencia de otros grupos bien sea contempo-ráneos o anteriores; en términos generales la definición de la cerá-mica Panche se basa en la consta-tación etnohistórica de que ellos habitaron en dicho lugar (Herre-ra 1972; Arango 1974; Perdomo 1975). De igual manera, otros ras-gos diferenciadores de los Pan-ches, como lo es la deformación

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La sucesión topológica de las tra-diciones cerámicas incisa y pinta-da aparentemente mostraban la sucesión de dos grandes grupos. La migración del primero de ellos proveniente del valle del Magda-lena traía muy probablemente la cerámica, incisa, y la agricultura; y el segundo, con cerámica pinta-da, desencadenaría el surgimien-to de las sociedades complejas (Boada 1987; Cardale 1987; Lle-ras 1989). La completa diferencia tipológicas de la cerámica Muisca con la encontrada por Sylvia Broadbent en 1970 mostraba la sucesión de dos grupos distintos el primero de los cuales se deno-minó Herrera. Así mismo, por me-dio de la llamada migración de los grupos Caribe se explica la apari-ción de los grupos que se asenta-ron en el occidente de la cordillera oriental, entre ellos los Panches (Rivet 1943; Burcher 1987). No obstante, la construcción tipoló-gica diferencial, que permite la ta-jante disimilitud de los grupos He-rrera y Muisca, parte de criterios rígidos que no se compadecen con el carácter de los datos. Según al-gunos investigadores como Casti-llo (1984) y Peña (1988) la forma en que se da la sucesión estrati-gráfica de dichos tipos explica un cambio gradual que no necesaria-mente se relaciona con la idea de la migración. Por otra parte, los

esde las primeras síntesis de la histo-ria prehispánica colombiana se ha enfatizado el papel de la difusión co-D

mo elemento desencadenador del cambio cul-tural (Uricoechea 1854; Restrepo 1895; Triana 1922). Esta idea, como se sabe, implica la exis-tencia de un foco de difusión, unas vías de mi-gración y una invención que se difunde. A par-tir de allí, la arqueología ha podido construir el concepto de una cultura enmarcada dentro de un área específica y un periodo de tiempo espe-cífico; los criterios, generalmente tecnológicos, permiten de esta manera establecer compara-ciones diferenciales que generan, en términos espaciales, áreas culturales y, en términos cro-nológicos, horizontes, resultando en la forma-ción de unidades homogéneas (Rouse 1986). La más importante síntesis de la arqueología colombiana, la llevada a cabo por Reichel-Dolmatoff, enfatiza precisamente éstos pun-tos. Metodológicamente Reichel-Dolmatoff muestra la sucesión de los llamados horizontes incisos y los horizontes pintados para presen-tar la sucesión cronológica y la ruptura presen-te entre el llamado período formativo y los de-sarrollos locales y posteriores cacicazgos (Rei-chel-Dolmatoff 1986). Aunque Reichel-Dolmatoff no delimita culturas arqueológicas es evidente que la colonización por él propues-ta implica la delimitación de áreas claramente definidas tipológicamente, lo cual permite la definición de unidades según criterios ambien-tales y tecnoeconómicos para explicar el cam-bio y la relación entre invención y difusión. Este marco general por medio del cual se expli-ca la colonización de las tierras altas es utiliza-do para mostrar el proceso histórico propio de la cordillera Oriental.

marco arqueológico

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craneana, también han sido comprobados pa-ra los Muiscas (Boada 1995). Por tal razón, mientras no se tenga claridad acerca de qué ele-mentos indican la presencia en un lugar de los grupos panches no se puede establecer un área de ocupación y mucho menos una frontera. El análisis de la cerámica, elemento diferenciador por excelencia, debe ser abordado con precau-ción ya querecientes investigaciones en el muni-cipio de Tibacuy han mostrado importantes sincretismos estilísticos en los cuales confluyen tradiciones cerámicas distintas (Salaz y Ta-pias: Comunicación personal, 1999). El pano-rama general que se puede esbozar para el área en cuestión muestra una ocupación humana que se inicia hace 12.000 años; estos primeros grupos de cazadores-recolectores mantenían contacto con el Valle del Magdalena que se ma-nifiesta en la adquisición de materia prima pa-ra la elaboración del utillaje líti-co, aunque no se sabe si por constantes desplazamientos o por intercambio (Correal & Van Der Hammen 1977). Se ha comprobado arqueoló-gicamente el paulatino cam-bio en la dieta de estos cazado-res-recolectores; cambio que con-cluiría con la adopción de la agricul-tura y con el uso de la cerámica, así como con la posible constitución de aldeas y aumento de la población hace 3.000 años (Correal y Pinto 1983; Cardale 1987; Correal 1990; Langebaek 1995). No son claras las relaciones entre el alti-plano Cundiboyacense y el flanco oc-cidental de la cordillera Oriental en el período comprendido entre el año 3.000 y el 1.000 A.P; las excavaciones realizadas por Peña únicamente muestran que efecti-vamente los grupos Herrera habitaban tie-rras templadas sobre éste flanco (Peña 1988; 1991). Esto es importante porque du-rante el periodo siguiente denominado Muisca-Panche, muchas de las áreas Herrera serían aparentemente des-

estudios genéticos comparativos de las osamentas de algunos indi-viduos pertenecientes a grupos de cazadores recolectores de hace 11.000 años y los de osamentas de individuos Muiscas no muestran ninguna variación importante que permita suponer que se trata de grupos distintos (Rodríguez 1992; 1998). La tradicional segu-ridad en la sucesión de grupos a partir de la migración es puesta en duda para el caso de la cordille-ra Oriental y ello se suma a las nue-vas investigaciones que para otras áreas de país muestran que el cambio cultural no necesaria-mente responde a la llegada de nuevas poblaciones (Langebaek 1995; Drennan y Quattrin 1996). No menos problemática es la si-tuación de los llamados grupos panches. Casi la totalidad de in-formación que sobre ellos existe proviene de la utilización acrítica de la fuente etnohistórica y en ge-neral, lo que sobre ellos se ha pos-tulado es incomprobable arqueo-lógicamente (Burcher 1987). Las contadas excavaciones ar-queológicas llevadas a cabo en su aparente área de asentamiento son confusas en cuanto a la defini-ción de los tipos cerámicos y en la mayoría de los casos no se tiene en cuenta la posible existencia de otros grupos bien sea contempo-ráneos o anteriores; en términos generales la definición de la cerá-mica Panche se basa en la consta-tación etnohistórica de que ellos habitaron en dicho lugar (Herre-ra 1972; Arango 1974; Perdomo 1975). De igual manera, otros ras-gos diferenciadores de los Pan-ches, como lo es la deformación

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que raramente se presenta en el mundo real (Caillavet 1996). Has-ta aquí se tiene, pues, un espacio geográfico dividido arqueológi-camente según criterios espacia-les y temporales rígidos que bus-ca mostrar la sucesión de distin-

colonizadas o ocupadas por grupos panches, mientras que el altiplano fue ocupado por los muiscas. En los libros de arqueología se ha enfa-tizado el carácter bélico de la relación entre los muiscas y panches aunque no se aclara plena-mente la razón (Arango 1974; Burcher 1987). Esta permanente confrontación bélica, que proviene únicamente de la crónica, se relacio-na con el carácter sanguinario y guerrero de los panches en contraste con el alto grado de civili-zación de los muiscas (Duque 1967). Pero hoy día se sabe que la presentación negativa de al-gunos grupos guardaba para los conquistado-res españoles un carácter político y no necesa-riamente es cierta (Burcher 1987; Caillavet 1996). Dicha relación bélica, que obviamente debía impedir el intercambio de artículos, en-tra en contradicción con dos formas de acceso a recursos propias de los muiscas; se sabe que es-tos grupos accedían a productos tales como el algodón y el oro por medio del intercambio con grupos del occidente y que muy posiblemente utilizaban el manejo microvertical como for-ma de adquisición de alimentos de distintos me-dioambientes (Langebaek 1987; 1996). De ser así, cómo podían sobrevivir los Muiscas puesto que estaban rodeados al occidente por un cin-turón de grupos enemigos que ocupaban el te-rritorio a partir de los 2.000 metros de altura? Es por medio de las fuentes de archivo que se ha delimitado la frontera entre grupos pan-ches y muiscas, pero ella no ha sido comproba-da de ninguna manera por la arqueología. Incluso aunque se definan claramente los tipos cerámicos de un grupo y otro, esto no implica que ellos funcionen como marcador territorial (Cardenas-Arroyo 1995; 1996). Pueden existir varias razones por las cuales una vasija se encuentre por fuera del territorio del grupo al cual pertenece. La búsqueda de lí-neas divisorias intergrupales, además de co-rresponder a un criterio homogenizador de las culturas no tiene en cuenta la perspectiva his-tórica, ya que no incluye el criterio de varia-ción espacial en el tiempo, y olvida que la ela-boración de marcadores territoriales en forma de línea es un criterio netamente occidental

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para constatar dichas premisas no contiene la posibilidad explicativa que requieren, por ejemplo área cerámica-área cultural y, por otro, los datos utilizados presentan serios pro-blemas de clasificación y son ínfimos en con-traste a la idea que demuestran.

tos grupos como forma de expli-cación del cambio cultural. Sin embargo, la articulación de estas áreas culturales y horizontes cro-nológicos no se compadece con el carácter del registro arqueológi-co; por un lado, el dato utilizado

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que raramente se presenta en el mundo real (Caillavet 1996). Has-ta aquí se tiene, pues, un espacio geográfico dividido arqueológi-camente según criterios espacia-les y temporales rígidos que bus-ca mostrar la sucesión de distin-

colonizadas o ocupadas por grupos panches, mientras que el altiplano fue ocupado por los muiscas. En los libros de arqueología se ha enfa-tizado el carácter bélico de la relación entre los muiscas y panches aunque no se aclara plena-mente la razón (Arango 1974; Burcher 1987). Esta permanente confrontación bélica, que proviene únicamente de la crónica, se relacio-na con el carácter sanguinario y guerrero de los panches en contraste con el alto grado de civili-zación de los muiscas (Duque 1967). Pero hoy día se sabe que la presentación negativa de al-gunos grupos guardaba para los conquistado-res españoles un carácter político y no necesa-riamente es cierta (Burcher 1987; Caillavet 1996). Dicha relación bélica, que obviamente debía impedir el intercambio de artículos, en-tra en contradicción con dos formas de acceso a recursos propias de los muiscas; se sabe que es-tos grupos accedían a productos tales como el algodón y el oro por medio del intercambio con grupos del occidente y que muy posiblemente utilizaban el manejo microvertical como for-ma de adquisición de alimentos de distintos me-dioambientes (Langebaek 1987; 1996). De ser así, cómo podían sobrevivir los Muiscas puesto que estaban rodeados al occidente por un cin-turón de grupos enemigos que ocupaban el te-rritorio a partir de los 2.000 metros de altura? Es por medio de las fuentes de archivo que se ha delimitado la frontera entre grupos pan-ches y muiscas, pero ella no ha sido comproba-da de ninguna manera por la arqueología. Incluso aunque se definan claramente los tipos cerámicos de un grupo y otro, esto no implica que ellos funcionen como marcador territorial (Cardenas-Arroyo 1995; 1996). Pueden existir varias razones por las cuales una vasija se encuentre por fuera del territorio del grupo al cual pertenece. La búsqueda de lí-neas divisorias intergrupales, además de co-rresponder a un criterio homogenizador de las culturas no tiene en cuenta la perspectiva his-tórica, ya que no incluye el criterio de varia-ción espacial en el tiempo, y olvida que la ela-boración de marcadores territoriales en forma de línea es un criterio netamente occidental

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para constatar dichas premisas no contiene la posibilidad explicativa que requieren, por ejemplo área cerámica-área cultural y, por otro, los datos utilizados presentan serios pro-blemas de clasificación y son ínfimos en con-traste a la idea que demuestran.

tos grupos como forma de expli-cación del cambio cultural. Sin embargo, la articulación de estas áreas culturales y horizontes cro-nológicos no se compadece con el carácter del registro arqueológi-co; por un lado, el dato utilizado

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por el contrario, siguió siendo uti-lizada hasta su petrificación (Sil-va 1961; Arango 1974). La rela-ción étnica basada en criterios tec-nológicos, entendidos ellos como el proceso de elaboración del arte rupestre, se convirtió entonces en una explicación de facto, incluso circular, que nunca fue objeto de comprobación real. Debe quedar claro que hasta la fecha no existe ninguna obra rupestre en todo el territorio colombiano que haya podido ser datada o asociada a contextos arqueológicos con al-gún grado de seguridad. Todas las asignaciones se basan bien sea en criterios de cercanía, no de asocia-ción, y en identificación temática o estilística las cuales no solo son problemáticas en su concepción si-no que carecen de argumentos pro-batorios. No obstante, es posible citar algunos elementos de cone-xión, siempre problemáticos, que no buscan llevar a cabo asignacio-nes culturales sino plantear la po-sible presencia del arte rupestre en distintos períodos de ocupa-ción del área. En primer lugar, en los abrigos rocosos del Tequen-dama, con evidencia de ocupa-ción precerámica, se han encon-trado cráneos pintados con ocre rojo, el mismo utilizado en la elaboración de pinturas ru-pestres pre-sentes en un alero próximo al abrigo. De tales cráneos se sabe que por lo menos uno de ellos presenta una fecha anterior al año 7.000 (Correal & Van Der Hammen 1977).

En 1924 Miguel Triana formuló la teoría según la cual la ubicación de los petroglifos y las pin-turas rupestres obedece a una diferenciación ét-nica. Según éste autor, las pinturas, atribuidas a los chibchas tienen como función la demarca-ción territorial y por ende las rocas con pintura se ubican en un corredor en sentido norte sur aproximadamente sobre la cota de los 2.000 m.s.n.m. y se aglomeran en los lugares de en-trada al territorio Chibcha. La asignación cul-tural que del arte rupestre hace Triana es com-pletamente entendible por una razón: en aque-lla época no se conocía la profundidad tempo-ral de la ocupación humana en éste territorio y por tanto no se concebía la posible existencia de otros grupos humanos que pudiesen haber elaborado dicho arte. Aunque la investigación arqueológica se desarrollo mostrando tal pro-fundidad cronológica y la existencia de diver-sos grupos humanos en el área en cuestión, la premisa de Triana nunca fue reconsiderada y

arte rupestre

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La presencia de ocre en los ajuares funerarios de los grupos de caza-dores recolectores asegura por tanto su conocimiento y significa-ción ritual, posibilitando la exis-tencia del arte rupestre dentro de dichos grupos. Un segundo ejem-plo que se relaciona con el llama-do período Formativo, es la posi-ble representación de una urna fu-neraria en un petroglifo en el mu-nicipio de Sasaima. Esta tradición de enterramiento, que según Reichel Dol-matoff (1986) es muy an-tigua, se caracteriza por la presencia de ollas con tapa rematadas con una figura antropomorfa.

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por el contrario, siguió siendo uti-lizada hasta su petrificación (Sil-va 1961; Arango 1974). La rela-ción étnica basada en criterios tec-nológicos, entendidos ellos como el proceso de elaboración del arte rupestre, se convirtió entonces en una explicación de facto, incluso circular, que nunca fue objeto de comprobación real. Debe quedar claro que hasta la fecha no existe ninguna obra rupestre en todo el territorio colombiano que haya podido ser datada o asociada a contextos arqueológicos con al-gún grado de seguridad. Todas las asignaciones se basan bien sea en criterios de cercanía, no de asocia-ción, y en identificación temática o estilística las cuales no solo son problemáticas en su concepción si-no que carecen de argumentos pro-batorios. No obstante, es posible citar algunos elementos de cone-xión, siempre problemáticos, que no buscan llevar a cabo asignacio-nes culturales sino plantear la po-sible presencia del arte rupestre en distintos períodos de ocupa-ción del área. En primer lugar, en los abrigos rocosos del Tequen-dama, con evidencia de ocupa-ción precerámica, se han encon-trado cráneos pintados con ocre rojo, el mismo utilizado en la elaboración de pinturas ru-pestres pre-sentes en un alero próximo al abrigo. De tales cráneos se sabe que por lo menos uno de ellos presenta una fecha anterior al año 7.000 (Correal & Van Der Hammen 1977).

En 1924 Miguel Triana formuló la teoría según la cual la ubicación de los petroglifos y las pin-turas rupestres obedece a una diferenciación ét-nica. Según éste autor, las pinturas, atribuidas a los chibchas tienen como función la demarca-ción territorial y por ende las rocas con pintura se ubican en un corredor en sentido norte sur aproximadamente sobre la cota de los 2.000 m.s.n.m. y se aglomeran en los lugares de en-trada al territorio Chibcha. La asignación cul-tural que del arte rupestre hace Triana es com-pletamente entendible por una razón: en aque-lla época no se conocía la profundidad tempo-ral de la ocupación humana en éste territorio y por tanto no se concebía la posible existencia de otros grupos humanos que pudiesen haber elaborado dicho arte. Aunque la investigación arqueológica se desarrollo mostrando tal pro-fundidad cronológica y la existencia de diver-sos grupos humanos en el área en cuestión, la premisa de Triana nunca fue reconsiderada y

arte rupestre

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La presencia de ocre en los ajuares funerarios de los grupos de caza-dores recolectores asegura por tanto su conocimiento y significa-ción ritual, posibilitando la exis-tencia del arte rupestre dentro de dichos grupos. Un segundo ejem-plo que se relaciona con el llama-do período Formativo, es la posi-ble representación de una urna fu-neraria en un petroglifo en el mu-nicipio de Sasaima. Esta tradición de enterramiento, que según Reichel Dol-matoff (1986) es muy an-tigua, se caracteriza por la presencia de ollas con tapa rematadas con una figura antropomorfa.

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El petroglifo en cuestión, posee una posible re-presentación humana en la parte interna de la supuesta olla y se caracteriza por estar rema-tada con una figura en forma de rana, similar a algunos tipos descritos por Alicia y Gerardo Reichel-Dolmatoff (1943). El tercer caso se en-cuentra en el municipio de Santandercito, es la probable representación de una nariguera cu-ya forma y contexto representativo recuerda a

algunas encontradas en la orfe-brería de distintas regiones del país. El trabajo de búsqueda y registro de estaciones rupestre llevado a cabo por diversos investigadores (Arguello, Botiva, Marriner, Mar-tinez, Muñoz/Trujillo/Rodríguez, etc.) ha permitido obtener un ma

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pa preliminar de la distribución de los petroglifos y las pinturas en el occidente de Cundinamarca. Los petroglifos, se han encontra-do en los municipios de TibacuViota, El Colegio, San Antonio del Tequendama, Cachipay, Alban, Sasaima y San Francisco. Las pinturas, se han hallado en

Pandi, Tibacuy, Soacha, Sibaté, Tena, Bojacá, Zipaquirá y Tabio. En el altiplano Cundiboya-cense se encuentra petroglifos en Sílbate, Boja-cá, Subachoque, Gámeza, Choachí, Une, Bue-navista y Guasca. El ejemplo clásico de las pin-turas en zonas bajas es Pandi, a lo cual se aña-den otros sitios como Nilo. Distribución de pictografías y petroglifos en re-lación con el territorio Muisca y Panche según fuentes etnohistóricas. Si al mapa de la distribución de las pinturas y petroglifos se superpone el de los hallazgos ar-queológicos, haciendo la salvedad de los pro-blemas de definición mencionados anterior-mente, se observa que no existe corresponden-cia entre los territorios Muisca y Panche con los territorios de las pinturas y los petroglifos. En efecto, los hallazgos de la cerámica Muisca se internan bastante dentro de las áreas con pe-troglifos como son los casos de Apulo y Cachi-pay (según las excavaciones de Germán Peña 1988; 1991), El Colegio (según las investigacio-nes de Muñoz, Arguello, Rodriguez & Roncan-cio, 1996-1998) y Tibacuy (según las informa-ciones de Salaz y Tapias, comunicación perso-nal). Tampoco existe relación con la distribu-ción de la cerámica del período Herrera que se encuentra en un área igualmente amplia den-tro del área de los petroglifos. En resumen la distribución de tipos cerámicos como elemento de distinción de grupos étnicos no se acomoda fácilmente a la distribución diferencial del arte rupestre. Las características formales del arte rupestre tampoco apoyan la diferenciación tec-nológica a la que se hace referencia. En efecto, tanto en las pinturas como en los petroglifos se reúne un sinnúmero de elementos representa-dos que son comunes y que además se encuen-tran en otros artefactos arqueológicos desdi-bujando al final la idea de culturas en términos distintivos. Al respecto podría ser utilizada la explicación postulada por Reichel-Dolmatoff (1985; 1997) para explicar la universalidad de algunas formas rupestres con base en su origen neurofisiológico, pero no es a dichas formas fos-fénicas a las cuales se hace referencia cuando se alude a similitudes estéticas. Al respecto se den

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El petroglifo en cuestión, posee una posible re-presentación humana en la parte interna de la supuesta olla y se caracteriza por estar rema-tada con una figura en forma de rana, similar a algunos tipos descritos por Alicia y Gerardo Reichel-Dolmatoff (1943). El tercer caso se en-cuentra en el municipio de Santandercito, es la probable representación de una nariguera cu-ya forma y contexto representativo recuerda a

algunas encontradas en la orfe-brería de distintas regiones del país. El trabajo de búsqueda y registro de estaciones rupestre llevado a cabo por diversos investigadores (Arguello, Botiva, Marriner, Mar-tinez, Muñoz/Trujillo/Rodríguez, etc.) ha permitido obtener un ma

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pa preliminar de la distribución de los petroglifos y las pinturas en el occidente de Cundinamarca. Los petroglifos, se han encontra-do en los municipios de TibacuViota, El Colegio, San Antonio del Tequendama, Cachipay, Alban, Sasaima y San Francisco. Las pinturas, se han hallado en

Pandi, Tibacuy, Soacha, Sibaté, Tena, Bojacá, Zipaquirá y Tabio. En el altiplano Cundiboya-cense se encuentra petroglifos en Sílbate, Boja-cá, Subachoque, Gámeza, Choachí, Une, Bue-navista y Guasca. El ejemplo clásico de las pin-turas en zonas bajas es Pandi, a lo cual se aña-den otros sitios como Nilo. Distribución de pictografías y petroglifos en re-lación con el territorio Muisca y Panche según fuentes etnohistóricas. Si al mapa de la distribución de las pinturas y petroglifos se superpone el de los hallazgos ar-queológicos, haciendo la salvedad de los pro-blemas de definición mencionados anterior-mente, se observa que no existe corresponden-cia entre los territorios Muisca y Panche con los territorios de las pinturas y los petroglifos. En efecto, los hallazgos de la cerámica Muisca se internan bastante dentro de las áreas con pe-troglifos como son los casos de Apulo y Cachi-pay (según las excavaciones de Germán Peña 1988; 1991), El Colegio (según las investigacio-nes de Muñoz, Arguello, Rodriguez & Roncan-cio, 1996-1998) y Tibacuy (según las informa-ciones de Salaz y Tapias, comunicación perso-nal). Tampoco existe relación con la distribu-ción de la cerámica del período Herrera que se encuentra en un área igualmente amplia den-tro del área de los petroglifos. En resumen la distribución de tipos cerámicos como elemento de distinción de grupos étnicos no se acomoda fácilmente a la distribución diferencial del arte rupestre. Las características formales del arte rupestre tampoco apoyan la diferenciación tec-nológica a la que se hace referencia. En efecto, tanto en las pinturas como en los petroglifos se reúne un sinnúmero de elementos representa-dos que son comunes y que además se encuen-tran en otros artefactos arqueológicos desdi-bujando al final la idea de culturas en términos distintivos. Al respecto podría ser utilizada la explicación postulada por Reichel-Dolmatoff (1985; 1997) para explicar la universalidad de algunas formas rupestres con base en su origen neurofisiológico, pero no es a dichas formas fos-fénicas a las cuales se hace referencia cuando se alude a similitudes estéticas. Al respecto se den

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ben citar algunos ejemplos. Reichel-Dolmatoff (1988) en un estudio sobre algunas piezas de orfebrería identificó, entre de las figu-ras con mayor frecuencia, lo que él llama la re-presentación del vuelo del chaman; no es mo-mento aquí de discutir acerca de la validez de su explicación, lo que interesa desatacar es por un lado la amplia distribución de esta figura es-pecífica, y por otro, su presencia preferencial en sociedades de carácter jerarquizado (entre ellos los muiscas, no los Panches cuya forma or-ganizativa es de tipo segmentario) en donde la institución sacerdotal es un componente fun-damental en términos representacionales. Esta representación de los vuelos se ha encon-trado en por lo menos tres rocas con petroglifos en el municipio de El Colegio con una impre-sionante similitud a las piezas de orfebrería Muisca. En una pequeña roca, también en el municipio de El Colegio, se halló una figura con forma similar a las mantas usadas por los muiscas y guanes. La figura en cuestión pre-senta una forma rectangular ataviada hacia afuera con espirales y simetría lateral. Carl Langebaek (1987; 1996) ha mencionado el in-tercambio de algodón proveniente del valle del Magdalena y de mantas en sentido inverso; lo que no e s c o m- prensible es cómo dos

pueblos en conflicto no solo mantienen éste ti-po de intercambio

sino que uno de ellos copia los ras-gos iconográficos de su enemigo, cuando lo m‡s lógico sería pensar en la sobrevaloración de los pro-pios. Esta misma similitud entre figuras rupestres y figuras en man-tas se ha constatado también con una manta que reposa en el mu-seo de Pasca y una roca con pintu-ras en Sáchica, Boyacá. Una de las figuras características de las pinturas rupestres del alti-plano son las llamadas custodias, figuras compuestas de dos trián-gulos unidos por sus vértices. Estas custodias aparecen repre-sentadas de forma diversa bien sea rellenas de pintura, con su con-torno radiado o con ojos y boca en el triángulo superior. Dichas cus-todias, con las variaciones cita-das, se presentan también en los petroglifos en gran cantidad de ro-cas. Un posible elemento relacionado con ellas, las caras triangulares, son asi mismo comunes tanto en las pinturas como en los petrogli-fos. Los anteriores ejemplos proble-matizan aún más el panorama pre-sentado por la arqueología ya que el ámbito de las elaboraciones mentales de las comunidades fá-cilmente sobrepasa cualquier lími-te cultural. Las similitudes icono-gráficas no contribuyen en lo ab-soluto a remarcar las diferencias constatables en la tecnología de elaboración del arte rupestre. Por el contrario, si se sigue completa-mente el carácter de las similitu-des estéticas, el análisis llevaría a pensar en una estructura simbóli-ca compartida que pondría en se-rios aprietos cualquier intento de agrupación diferencial.

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tografía la realizo Miguel Triana, miembro de la Academia Colombiana de Historia, en 1924 - 1970, en la plancha VII del libro el Jeroglífico Chibcha; se denomina en Dios Suacha miran-do al valle de Fusungá; que considero como un Jeroglifo mitológico. Fue copiada inicialmente por Triana y presenta una figura totalmente extraña, casi diríamos excepcional no solo por su forma, significación, si no que es realmente tosca y hasta grotesca, parece ser la figura de un búho gigante o de un demonio". Las dos piedras de El Vínculo aún existen. Pa-radójicamente a pesar de las condiciones am-bientales sobre las pictografías y del entorno, se encuentran por el momento en buen estado de conservación. Esta figura se ha publicado recientemente en postales de carácter comer-cial como un "espíritu solar de la cultura Chib-cha". En la actualidad el motivo gráfico de es-te pictograma se utiliza como emblema de la al-caldía del municipio de Soacha. Curiosamente las autoridades de la región no han hecho el in-tento de conservar y proteger esta pintura ni ninguna otra piedra con arte rupestre del mu-nicipio.

as manifestaciones ru-pestres en Cundinamarca son quizás las más cono-L

cidas del país, este territorio ha si-do objeto de investigación desde el siglo XIX y se tienen noticias es-critas de la existencia de arte ru-pestre desde la misma llegada de los españoles en el siglo XVI. Tal vez debido a la cercanía de la capi-tal y al avance de la frontera urba-na, el departamento ha sido am-pliamente explorado, lo que se evi-dencia con grana cantidad de si-tios rupestres que se tienen regis-trados en muchos de los munici-pios. Las piedras pintadas y gra-badas suelen encontrarse for-mando grupos más o menos dife-renciados, por lo que la presencia de una roca aislada suele ser un ca-so extraño. Podría decirse que donde haya una roca con arte ru-pestre deben existir más. La primera referencia de esta pic-

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ben citar algunos ejemplos. Reichel-Dolmatoff (1988) en un estudio sobre algunas piezas de orfebrería identificó, entre de las figu-ras con mayor frecuencia, lo que él llama la re-presentación del vuelo del chaman; no es mo-mento aquí de discutir acerca de la validez de su explicación, lo que interesa desatacar es por un lado la amplia distribución de esta figura es-pecífica, y por otro, su presencia preferencial en sociedades de carácter jerarquizado (entre ellos los muiscas, no los Panches cuya forma or-ganizativa es de tipo segmentario) en donde la institución sacerdotal es un componente fun-damental en términos representacionales. Esta representación de los vuelos se ha encon-trado en por lo menos tres rocas con petroglifos en el municipio de El Colegio con una impre-sionante similitud a las piezas de orfebrería Muisca. En una pequeña roca, también en el municipio de El Colegio, se halló una figura con forma similar a las mantas usadas por los muiscas y guanes. La figura en cuestión pre-senta una forma rectangular ataviada hacia afuera con espirales y simetría lateral. Carl Langebaek (1987; 1996) ha mencionado el in-tercambio de algodón proveniente del valle del Magdalena y de mantas en sentido inverso; lo que no e s c o m- prensible es cómo dos

pueblos en conflicto no solo mantienen éste ti-po de intercambio

sino que uno de ellos copia los ras-gos iconográficos de su enemigo, cuando lo m‡s lógico sería pensar en la sobrevaloración de los pro-pios. Esta misma similitud entre figuras rupestres y figuras en man-tas se ha constatado también con una manta que reposa en el mu-seo de Pasca y una roca con pintu-ras en Sáchica, Boyacá. Una de las figuras características de las pinturas rupestres del alti-plano son las llamadas custodias, figuras compuestas de dos trián-gulos unidos por sus vértices. Estas custodias aparecen repre-sentadas de forma diversa bien sea rellenas de pintura, con su con-torno radiado o con ojos y boca en el triángulo superior. Dichas cus-todias, con las variaciones cita-das, se presentan también en los petroglifos en gran cantidad de ro-cas. Un posible elemento relacionado con ellas, las caras triangulares, son asi mismo comunes tanto en las pinturas como en los petrogli-fos. Los anteriores ejemplos proble-matizan aún más el panorama pre-sentado por la arqueología ya que el ámbito de las elaboraciones mentales de las comunidades fá-cilmente sobrepasa cualquier lími-te cultural. Las similitudes icono-gráficas no contribuyen en lo ab-soluto a remarcar las diferencias constatables en la tecnología de elaboración del arte rupestre. Por el contrario, si se sigue completa-mente el carácter de las similitu-des estéticas, el análisis llevaría a pensar en una estructura simbóli-ca compartida que pondría en se-rios aprietos cualquier intento de agrupación diferencial.

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tografía la realizo Miguel Triana, miembro de la Academia Colombiana de Historia, en 1924 - 1970, en la plancha VII del libro el Jeroglífico Chibcha; se denomina en Dios Suacha miran-do al valle de Fusungá; que considero como un Jeroglifo mitológico. Fue copiada inicialmente por Triana y presenta una figura totalmente extraña, casi diríamos excepcional no solo por su forma, significación, si no que es realmente tosca y hasta grotesca, parece ser la figura de un búho gigante o de un demonio". Las dos piedras de El Vínculo aún existen. Pa-radójicamente a pesar de las condiciones am-bientales sobre las pictografías y del entorno, se encuentran por el momento en buen estado de conservación. Esta figura se ha publicado recientemente en postales de carácter comer-cial como un "espíritu solar de la cultura Chib-cha". En la actualidad el motivo gráfico de es-te pictograma se utiliza como emblema de la al-caldía del municipio de Soacha. Curiosamente las autoridades de la región no han hecho el in-tento de conservar y proteger esta pintura ni ninguna otra piedra con arte rupestre del mu-nicipio.

as manifestaciones ru-pestres en Cundinamarca son quizás las más cono-L

cidas del país, este territorio ha si-do objeto de investigación desde el siglo XIX y se tienen noticias es-critas de la existencia de arte ru-pestre desde la misma llegada de los españoles en el siglo XVI. Tal vez debido a la cercanía de la capi-tal y al avance de la frontera urba-na, el departamento ha sido am-pliamente explorado, lo que se evi-dencia con grana cantidad de si-tios rupestres que se tienen regis-trados en muchos de los munici-pios. Las piedras pintadas y gra-badas suelen encontrarse for-mando grupos más o menos dife-renciados, por lo que la presencia de una roca aislada suele ser un ca-so extraño. Podría decirse que donde haya una roca con arte ru-pestre deben existir más. La primera referencia de esta pic-

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Soacha

CORPORACIÓN UNIVERSITARIA MINUTO DE DIOS

UNIMINUTO

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Localización Se localizan 6Kms al sur de Soa-cha, en el predio El Pedregal, propiedades de INVIAS, vereda canoas, sobre la margen derecha oeste de la carretera Mondoñedo -El Muña. A una altura de 2.610 mtrs sobre el nivel del mar.

temperatura: 12º C.

topografía: Base de inicio

de la ladera oriental cerros de Ca-noas, sobre la margen derecha de río Bogotá.

coordenandas geográficas:

4º33/ 483latitud norte- 74º15"6.19 longitud oeste. Coor-denadas planas: 994726.793 es-te- 981045.103 norte Estas rocas se encuentran en lí-nea recta (este-oeste). frente a las pictografías de El Vinculo, la del infinito y la del Dios Varón, a una distancia aproximada de 3 y 4 Kms respectivamente.

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CORPORACIÓN UNIVERSITARIA MINUTO DE DIOS

UNIMINUTO

Rector GeneralPadre Camilo Bernal Hadad Rector Cundinamarca Meta

Santiago Vélez ÁlvarezLa Casona Centro de Arte y CulturaLaboratorio de Producción Gráfica

Concepto GráficoEnrique Hernández R.Diseño y Diagramación

Enrique Hernández R. Mayerly AlbinoFotografía

Jonathan Vásquez / Heimy Shayuri GarnicaInformación y Textos

Manual de Arte Rupestre de Cundinamarcahttp//www.alcaldiasibate.gov.co

Soacha Colombia2008

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SoachaCultura Rupestre en Cundinamarca