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Materia: Historia Moderna Cátedra: Campagne Teórico: 2 Fecha: 16 de agosto de 2012 Tema: El señorío en la Europa moderna (II): repaso a partir del análisis de un documento; la reserva señorial; la propiedad alodial; el señorío jurisdiccional: características generales. Dictado por: Fabián Alejandro Campagne Revisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- Profesor Fabián Campagne: Les recuerdo que el jueves que viene tenemos la primera película del ciclo de cine, a las 21 horas, después del teórico. En el espacio que tiene la cátedra en el campus Carolina colgó un trailer y un link que remite a un sitio web creado por el director de la película. Bueno, vamos a continuar con el Programa. Lo que yo quiero hacer durante la primera media hora de la clase de hoy es repasar lo que vimos durante la última hora de la clase del viernes, ésto es, el tema de los regímenes de propiedad del suelo en la Edad Moderna, y en particular el sistema enfitéutico. Pero lo voy a hacer de una manera particular, analizando un documento. Se trata de una fuente muy especial, muy rica, que a mí me gusta mucho porque siento que 1

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Materia: Historia Moderna

Cátedra: Campagne

Teórico: 2

Fecha: 16 de agosto de 2012

Tema: El señorío en la Europa moderna (II): repaso a partir del análisis de un documento; la reserva señorial; la propiedad alodial; el señorío jurisdiccional: características generales.

Dictado por: Fabián Alejandro Campagne

Revisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Profesor Fabián Campagne: Les recuerdo que el jueves que viene tenemos la primera película del

ciclo de cine, a las 21 horas, después del teórico. En el espacio que tiene la cátedra en el campus

Carolina colgó un trailer y un link que remite a un sitio web creado por el director de la película.

Bueno, vamos a continuar con el Programa. Lo que yo quiero hacer durante la primera media hora

de la clase de hoy es repasar lo que vimos durante la última hora de la clase del viernes, ésto es, el

tema de los regímenes de propiedad del suelo en la Edad Moderna, y en particular el sistema

enfitéutico. Pero lo voy a hacer de una manera particular, analizando un documento. Se trata de una

fuente muy especial, muy rica, que a mí me gusta mucho porque siento que funciona como una

suerte de laboratorio, que nos permite observar cómo surge delante de nuestras propias narices un

nuevo término de aldea bajo régimen enfitéutico, un nuevo terruño campesino bajo régimen de

dominio dividido allí donde antes no existía nada, allí donde hasta entonces sólo teníamos una

porción despoblada, virgen e inculta de una determinada reserva señorial.

El documento es una carta puebla, una carta de poblamiento que en 1447 Paio de Ribera, señor de

Valdepusa, concede a sus vasallos campesinos, a los habitantes de uno de los muchos terruños que

existían dentro del territorio de su jurisdicción, la aldea de El Pozuelo. Valdepusa era un mega-

señorío, ubicado en el corazón de Castilla la Nueva. Se extendía entre las estribaciones de los

montes de Toledo y la margen izquierda de El Tajo, no muy lejos de la antigua ciudad imperial. Se

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trataba también de un señorío nuevo. Había sido fundado apenas 90 años antes de la firma del

documento que nosotros vamos a analizar. Valdepusa nace en 1357 como una concesión que el rey

Pedro el Cruel realiza a uno de sus vasallos directos, Diego Gómez. Ustedes saben que en 1369

Pedro I pierde el trono, la corona y la vida, en el marco de un levantamiento de la alta nobleza

liderado por su medio hermano bastardo, Enrique de Trastámara, que se convierte tras la asonada en

Enrique I de Castilla. Evidentemente, a fines de la década de 1350 ya han comenzado las tensiones

entre el rey Pedro y la vieja nobleza, que derivarían en su derrocamiento. El monarca necesitaba

entonces ampliar su base de sustento política y social, y por ello crea estos nuevos y enormes

dominios, para concederlos a su clientela con el objetivo de fabricarse, de inventar una nueva

nobleza que le permitiera neutralizar los embates de la vieja aristocracia. Este es el contexto que

hay que conocer para comprender las causas de la creación del señorío que vamos a analizar.

Observemos un poco más en detalle la fecha de nacimiento del señorío de Valdepusa. Estamos en el

peor momento de la crisis del siglo XIV. Apenas nueve años antes había estallado en Europa la

Peste Negra. La Península Ibérica fue una de las áreas de Europa más golpeadas por el fenómeno.

El único rey europeo que muere de peste bubónica es el de Castilla, Alfonso XI, el padre de Pedro

el Cruel y de Enrique de Trastámara. ¿Esto qué significa? Que si bien Valdepusa no es un

despoblado, no está vacío, tiene relativamente pocos habitantes. Y este es un problema gravísimo

para cualquier señorío feudal, porque el feudalismo si bien es un modo de producción precapitalista

con características específicas, también es un modo de producción tributario de base. Ello significa

que para funcionar necesita tributarios. Los señoríos necesitan albergar una ingente cantidad de

pequeños productores directos que generen un excedente del cual los dueños de la tierra se puedan

apropiar por medios extra-económicos.

Volvamos al documento de 1447. Lo primero que descubrimos es que son los propios campesinos

de El Pozuelo los que se acercan al señor feudal, toman contacto con él, y le explican que necesitan

más tierras, que el término de aldea en el cual hasta entonces trabajaban les ha quedado chico.

Evidentemente la población ha venido aumentando en los años previos, y ahora no tienen

suficientes tierras para labrar. Los campesinos le solicitan a su señor que les ceda más tierra, que

agrande el terruño. Este pedido de los campesinos me parece interesante por varios motivos.

Primero, demuestra que en Castilla la Nueva la reconstrucción del sistema agrario posterior a la

tremenda crisis del siglo anterior ya ha empezado c. 1450; confirma que la recuperación

demográfica también es una realidad en la región, que la población está creciendo en el área

toledana. Y también demuestra que, al menos en este rincón de Europa, son los campesinos los que

están impulsando desde abajo el relanzamiento del sistema agrario, ellos son los que empujan a su

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señor para que se convierta en agente colonizador, para que repueble Valdepusa.

Ahora bien, lo que aquí nos interesa a nosotros, en función de los regimenes de propiedad del suelo

vigentes en el mundo rural temprano-moderno, es que si el señor de Valdepusa, Paio de Ribera,

deseaba responder afirmativamente a este pedido de sus campesinos, tenía una única forma de

hacerlo: debía desprenderse de porciones de su reserva. No tenía otra opción. Debía crear nuevas

tenencias enfitéuticas, debía enajenar a perpetuidad dominios útiles reservándose a perpetuidad los

dominios directos de las tierras que entregaba, lo que le garantizaba el derecho de percibir en el

futuro cargas anuales como contrapartida por la cesión del derecho de uso del suelo. En pocas

palabras, todo lo que ya sabemos. Y ello es lo que va a suceder. Paio de Ribera tiene interés en que

su señorío cuente con más tributarios, por la simple razón de que de esa manera iba a recibir más

tributos. De hecho, en este contexto de lenta recuperación, de lenta salida de la crisis del siglo XIV,

acompañar el lento pero sostenido crecimiento vegetativo de la población rural con la creación de

nuevas tenencias enfitéuticas, era la manera más rápida, fácil y eficaz de aumentar el volumen de la

renta feudal sin aumentar la tasa de la renta feudal; es la forma más inteligente de aumentar los

ingresos señoriales sin generar conflictividad social.

Pasemos al documento. Así empieza: Sepan quantos estta carta vieren como io Paio de Ribera,

mariscal de Castilla, por razón que los vecinos e moradores de mi Lugar (el término “lugar”, en la

nomenclatura de la geografía histórica española preindustrial remite a lo que nosotros llamaríamos

aldea; se trata de núcleo habitacional de pequeñas dimensiones) del Pozuelo, mis Bassallos (el

propio señor es el que denomina “vasallos” a simples campesinos enfiteutas, a simples

minifundistas; con este documento estamos ya claramente instalados en el contexto del feudalismo

tardío), me han fecho Relazion que ellos tienen mucha estrachura de tierras de Pan llevar Para

labranzas (le han comunicado que las tierras para sembrar en el término de aldea resultan

insuficientes), me pidieron por merzed que io les diese lizenzia para que pudiessen rozar (es decir

roturar, sembrar) monttes en mi tierra (“mi tierra”, eufemismo para denotar la reserva), para azer

ttierras de pan lleuar (…). Por quantto mi voluntad e deseo es que el dho Lugar del Pozuelo sea

mas poblado y acrezenttado e por azer bien e merzed a los vecinos e moradores que agora son e

serán de aquí adelante hagoles grazia e merzed (este fragmento es interesante porque el señor

feudal no oculta la verdadera motivación por la cual accede al pedido; lo hace primero porque le

conviene, porque redunda en su interés que haya más tributarios que paguen cargas anuales en El

Pozuelo, y en segundo lugar para beneficio de los campesinos. A partir de aquí comienza la parte

más importante del documento, la que nos permitirá ser testigos de primera mano de la emergencia

de un nuevo término de aldea bajo dominio dividido). E que todas las Tierras que ansi rozaren e

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abrieren e izieren tierras para pan lleuar en los limittes suso dichos, que sean de aquel o aquellos

que las hansi abrieren e rozaren, de sus herederos e subzesores después de ellos, para siempre

jamas (aparece aquí el primer elemento que califica una cesión enfitéutica: el dominio útil se cede

para siempre. Ahora bien, hasta el momento podría tratarse de una donación gratuita, de un regalo.

Si es una cesión bajo régimen enfitéutico el señor exigirá algo a cambio, cargas perpetuas. Bien, es

lo que aclara a continuación el documento), con las condiciones que se siguen = Primeramente que

por las tales tierras que abrieren y rrozaren de aquí adelante, para siempre jamas sean obligados

de dar e pagar, e den e paguen a mi e a mis erederos e subzesores despues de mi, el dho terrazgo

acostumbrado (terrazgo es tributo. Queda claro que Payo de Ribera está cediendo por siempre

jamás un derecho de uso a cambio de que los beneficiarios paguen a él y a sus herederos un tributo

anual. Es más, estos derechos perpetuos son descriptos con enorme precisión), y que oy dia se

pagan en todas las tierras que son en el ttermino de el dho Lugar, combiene a saber, de Doze

fanegas una de el pan que Dios les diere e cojiere en las dhas tierras Para siempre jamás (una

fanega es una unidad de capacidad que aproximadamente equivalía a 55 litros y medio. De cada

doce toneles de cereal que los campesinos de allí en más cosecharen cada año en esta nueva sección

del terruño, uno debían entregarlo al titular del demonio; se trata aproximadamente de un 8 % de la

cosecha bruta anual. No es una carga pesada. Es ligeramente menos onerosa que la carga que se

exigía en gran parte del norte de Francia, el champart, que equivalía a un 9 % de la cosecha bruta

anual. Ahora bien, otra característica del régimen enfitéutico era que el dominio útil, el derecho de

usufructo, equivalía a una propiedad. Lo vimos el viernes pasado: el derecho de uso era una forma

propiedad relativamente estable. Pues bien, el documento lo dice claramente, porque admite la libre

enajenación de las tierras que se están cediendo). Otro si que las dhas tierras que anzi se abrieren e

desmontaren los vecinos de dho lugar en dho termino limitado, que sea suias e las pueda dar; e

vender; e trocar; e cambiar; e empeñar, enajenar (La posesión es una propiedad, y por ello existe

libre disponibilidad para enajenar el suelo. El señor feudal pone una sola condición, que no es

propia de la enfiteusis sino de la idiosincrasia de este señor feudal particular. ¿Cuál es ese límite?

Sigamos leyendo…), tantto que las nom puedan bender ni empeñar ni enajenar a cauallero, ni a

escudero, Dueña ni a Donzella ni a hombre poderoso, ni a clérigo, ni a fraile, ni a monasterio ni a

Iglesia, ni a cofradía; monja, monjas ni a persona alguna que biban fuera del dho Lugar que no

sea a mi Bllo (vasallo), saluo a lauradores que sean vecinos e biban en el dho Lugar y ttales que

paguen el dho terrazgo de dhas ttierras a mi y a mis herederos Despues de mi para siempre jamas

(el titular del dominio de Valdepusa no quiere que estos enfiteutas, en el presente o en el futuro,

vendan, arrienden, hipotequen sus parcelas a representantes de las clases privilegiadas, del clero o

de la nobleza. Primero, porque seguramente serían propietarios absentistas, y ello comprometería la

percepción de las cargas anuales; y también porque, dada su adscripción estamental, sería muy

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complejo obligarlos a actuar como vasallos del señor a la par de los restantes productores directos.

Otra cuestión importante: nosotros sabemos que en el marco del feudalismo pleno el señorío

dominical se complementaba con el jurisdiccional; por lo tanto, amén de terrateniente, Paio de

Ribera era un detentador de parcelas de poder soberano fronteras adentro de su jurisdicción. Bueno,

por si quedaran dudas, el señor aclara dicha circunstancia a los campesinos de El Pozuela: sobre la

sección de la reserva que estaba enajenando para crear nuevas tenencias enfitéuticas él y sus

herederos continuarían ejerciendo sus derechos de pequeños monarcas locales, de señores banales

¿En qué término lo dice el documento? De la siguiente manera…). Otrossi que ttodavia yo elos

dichos mis herederos despues de mi, Rettengamos la Jurisdizzion e dominio segun que oi dia lo

ttengo yo en la dha tierra (Otra característica del régimen enfitéutico es el carácter fijo de las

cargas, que los propietarios de los dominios directos no podían modificar unilateralmente.

¿Reconoce este hecho el documento que estamos analizando? Sí, aunque lo hace de una manera un

tanto indirecta, curiosa. Cito…). Por la presente me obligo por mi e por mis herederos despues de

mi e prometto a fe de Cauallero, de tener e guardar; cumplir todo lo suso dho e de no ir ni venir

contra ello contra parte alguna de lo en estta carta contenido ni reuocare estta dha carta

(claramente afirma que no piensa modificar en el futuro los términos contenidos en el documento.

La tierra la cedió bajo determinadas condiciones, esto es, contra el pago de ciertas cargas fijas

anuales, y tal es el tributo que los campesinos pagarán en el futuro. Fíjense ustedes en un detalle: de

las tres únicas cargas enfitéuticas convencionales, la única que el señor de Valdepusa exige a estos

nuevos tenentes es la renta en especie. En ningún momento se mencionan en el documento los

censos en dinero ni tampoco, y ésto resulta aún más importante, las tasas de mutación, el laudemio,

que cabía aplicar cada vez que la parcela bajo dominio dividido cambiaba de manos. Claro, esta

moderación en materia tributaria tiene sentido: la población todavía escaseaba en aquel tiempo en el

corazón de la meseta castellana. Paio de Ribera estaba intentando repoblar su dominio. Y como

sabemos, la mejor manera de entusiasmar a los potenciales colonos era modificando las condiciones

de dependencia jurídica o económica en las áreas de nuevo poblamiento. Este señor feudal está

cediendo tierras en condiciones muy favorables, pues. Pero aquí no terminan las concesiones. El

señor hace un último regalo a sus vasallos: conciente de que, muy probablemente, los vecinos del El

Pozuelo necesitarían construir casas y huertos en las cercanías de las nuevas tierras que iban a

roturar, les regala los suelos de dichas viviendas y jardines. Entrega dicha porción de suelo bajo

dominio indiviso. Los enfiteutas no tendrían que pagar por ellos tributo alguno. Veamos en qué

términos realiza el documento esta concesión…) Otrosi, Por quantto mi voluntad es que los dichos

mis Basallos e moradores en el dho mi Lugar del pozuelo que agorason o seran de aquí adelante,

edifiquen casas e planten viñas e guerttas, e guerttos en el ttermino del dho Lugar, e porque con

mejor voluntad lo fagan e por les azer bien e merzed, quiero e me plaze que qualquier vezino del

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dho lugar de los que oi son e seran de aquí adelante, puedan edificar casas e plantar biñas e

guertos e guerttas en el dho lugar e su ttermino e que las tales casas e viñas; e guerttos que anzi

plantaren e dificaren, sea suios e de los que anzi las plantaren e dificaren sin pagar por ellos

tributo alguno (claramente, no se trata de una cesión bajo régimen enfitéutico sino bajo dominio

pleno) a mi ni a mis herederos e subzesores; Despues de mi; e lo puedan dar e bender e trocar e

cambiar e enajenar ansi como cosa suia (en este caso, la cláusula de libre enajenación se refiera al

suelo de las casas y huertos, obviamente. La fuente termina con un artículo de forma…). Bos di

estta mi cartta a vos los dhos mis Basallos vecinos del dho lugar scripta en pergamino de cuero e

firmada de mi nombre e sellada con el sello de mis armas propias fha en el dho lugar de El

Pozuelo, a ttreze dias de el mes de hebrero año nazim. de nuestro Salbador Jesuchristo e mil quatro

zientos e quarenta e siete años. Io, Paio”

Acabamos de ver en esta carta puebla básicamente todos los elementos que constituyen el tipo de

cesión enfitéutica que analizábamos en abstracto la semana pasada. Con esto concluimos el análisis

del censive, el conjunto de tenencias campesinas dependientes, una de las dos secciones que

conformaban todo señorío dominical.

* * * *

Hay otra sección del señorío dominical que debemos analizar: la reserva señorial. Vamos a

presentarla brevemente, porque conceptual e históricamente resulta mucho más simple que el

censive. La reserva es la tierra bajo control directo del señor feudal. Son tierras que el señor no ha

cedido bajo régimen enfitéutico. Es la porción de suelo no enajenada del complejo dominical. Por lo

tanto, son las únicas tierras dentro del señorío de las cuales su titular puede considerarse propietario

en el sentido moderno del término.

Lo que yo quiero ahora remarcar son las diferencias entre las reservas señoriales de la Edad

Moderna y las de la Edad Media. Dos son las transformaciones que la reserva señorial protagoniza

en Occidente durante el segundo milenio: la primera se relaciona con la constante e irreversible

tendencia a la reducción de su tamaño; la segunda tiene que ver con la modificación de los

regímenes de puesta en explotación de dichas tierras, y con el progresivo abandono de la gestión

directa por parte de los señores. Comencemos con el tema de las dimensiones. Existe una enorme

diferencia entre las gigantescas reservas de los dominios carolingios y las reservas mucho más

compactas y pequeñas que hallamos en Occidente durante nuestro período. Esta tendencia a la

reducción del tamaño de las reservas señoriales se percibe ya en los documentos de finales del siglo

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XI. ¿Cómo se explica? No puedo detenerme demasiado en las causas de este fenómeno porque

convertiríamos esta presentación en una clase de Historia Medieval. Simplemente digamos que se

pueden identificar causas estructurales y superestructurales. La principal causa estructural remite al

fenomenal incremento de la productividad del suelo en el marco de lo que en los libros de historia

económica se llama “la revolución agrícola del siglo XI”, que se basó en el abandono del sistema

bienal y en la adopción de la rotación trienal, que permitió que muchísima menos tierra cultivable

se desperdiciara cada año. Las causas superestructurales son varias: 1) Para comenzar, la moda de

las donaciones pías: si un señor deseaba ceder tierras a una corporación religiosa, el único ámbito

del cual podía extraerlas era de la reserva. 2) La creación de feudos territoriales para beneficio de

los vasallos del señor: si un potentado feudal deseaba beneficiar a uno de sus seguidores, el único

ámbito del cual podía extraer tierras era de su reserva. 3) La entrega de dotes matrimoniales para

asegurar enlaces convenientes a las herederas mujeres: si un señor deseaba dotar a una de sus hijas,

el único ámbito del cual podía extraer tierras era, una vez más, de la reserva.

Más interesante resulta la otra transformación, la que tiene que ver con la modificación en los

métodos de puesta en explotación de la reserva. En el largo milenio que se extiende entre los siglos

IX y XVIII, se pueden identificar al menos tres modelos de puesta en producción de dicha sección

del complejo dominical. El primero, que se extiende entre el siglo IX y finales del siglo XI, es el

carolingio. Éste es un modelo que se basa en la gestión directa de la reserva (los señores se ocupan,

sin intermediación alguna, de la explotación de sus tierras) por medio del sistema de corveas,

prestaciones compulsivas de trabajo que deben cumplir las tenencias campesinas dependientes que

rodean al gran dominio. De manera más o menos convencional, en el área franca los señores exigían

a sus siervos tres días de trabajo gratuito en la reserva sobre una semana laboral de seis días. En

otras palabras, cada manso servil debía ofrecer al gran dominio un trabajador de medio tiempo

durante todo el año. En este modelo carolingio la pequeña propiedad campesina cumplía, pues, un

rol fundamental en la reproducción económica de la gran propiedad. Las pequeñas explotaciones

funcionaban como apéndices, apendicia de los grandes dominios. También resulta evidente que este

aporte fundamental no lo hacían a partir de la renta en especie o dinero sino a partir de la renta en

trabajo. Aquellos siervos carolingios ¿no pagaban tributos en moneda y en productos? Sí, lo hacían,

pero se trataba de cargas ligeras, insignificantes: unas pocas monedas de plata, unas cuantas

canastas de huevos, un par de gallinas o capones cada año. Son tributos que recaían, como podemos

observar, sobre la producción marginal del pequeño huerto o corral doméstico o sobre el raquítico

comercio de excedentes en los mercados locales. De ninguna manera cumplían un rol clave en la

reproducción económica de los grandes señoríos.

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El segundo modelo de puesta en producción de las reservas señoriales en Occidente es el que abarca

el resto de la Baja Edad Media. Se inicia en el siglo XII y continúa hasta mediados del XV. También

se trata de un modelo de explotación directa. Pero en este caso, los señores ya no recurren a las

corveas sino a la contratación de mano de obra libre, a la contratación de mano de obra asalariada.

El derrumbe del modelo carolingio ya resulta muy visible para el 1100. Un poco por todas partes,

los titulares de los grandes dominios comenzaron a conmutar las corveas que hasta entonces exigían

a sus siervos por pagos en dinero. ¿Por qué colapsa tan rápidamente el alguna vez exitoso modelo

carolingio? Hay también varias causas que cabe mencionar en este caso. En primer lugar, la

proverbial baja productividad del trabajo forzado. En segundo lugar, la tendencia a la baja del costo

de la mano de obra libre durante el siglo XII, producto del sostenido crecimiento de la población

durante aquel período, crecimiento que durante el siglo XIII se convertirá, de hecho, en explosión

demográfica. En último lugar, el dramático retroceso de la servidumbre; porque si bien resulta

posible imaginar servidumbre sin corveas, es mucho más difícil imaginar la supervivencia de

prestaciones laborales gratuitas sin servidumbre.

Esta conmutación de días de trabajo gratuito por pagos en dinero, que muchos señores comienzan a

impulsar durante el siglo XII, resultaba muy racional en términos económicos. Fíjense en este caso:

en torno al año 1150, un señorío eclesiástico que dependía de la abadía de Cluny, en la región de

Auvernia (en el corazón geográfico de Francia), decide conmutar las corveas que hasta entonces sus

campesinos siervos cumplían en los viñedos señoriales, por un pago colectivo anual en moneda:

5.000 denarios de plata. Con esta medida, el señorío eclesiástico no estaba manumitiendo a sus

siervos: estaba simplemente cambiando el régimen de explotación . Ahora bien: con la mitad del

monto anual que los siervos debían pagar para eximirse de las corveas, es decir, con 2500 dineros

de plata, los monjes cubrían la totalidad, el 100 % del costo de la masa salarial de los jornaleros

temporeros que se necesitaban para cuidar de los viñedos. Cubierta dicha necesidad, a los monjes

les quedaba un 50 % del dinero para dedicarlo al consumo suntuario, al gasto improductivo.

Ejemplos como estas características se repiten por centenares durante el siglo XII.

Llegamos finalmente al tercer y último modelo de explotación de la reserva, que es el que más nos

interesa a nosotros porque se trata del régimen que consolida durante la Edad Moderna. A diferencia

de los dos anteriores, este tercer paradigma ya no se caracteriza por la gestión directa de la reserva.

Un poco por todas partes, de 1430-1450 en adelante los señores abandonan la explotación directa de

sus propias tierras, y comienzan a arrendar a terceros la gestión de las mismas, por medio de

contratos de corto plazo y revocables (contratos que por lo general en el Antiguo Régimen duraban

entre 9 y 12 años; siempre la duración debía ser múltiplo de tres por exigencia del sistema de

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rotación trienal, por una cuestiones agronómicas). Estos contratos de arrendamiento tenían carácter

revocable: cuando concluía el plazo convenido, si el señor lo deseaba podía recuperar la gestión

directa del suelo de su reserva. No se trataba de una cesión enfitéutica: con estos acuerdos no se

cedía ninguna tierra a perpetuidad. Se trata de la locatio, mencionada durante la clase de la semana

pasada: es la cesión del derecho de uso de un bien por un tiempo limitado, que no genera ninguna

presunción de propiedad en beneficio del arrendatario. Y recalquemos una segunda gran ventaja: al

ser revocable, cada vez que los contratos vencían los señores podían modificar los cánones de

arrendamiento según la coyuntura por la que atravesara el mercado de tierras local. En un periodo

como el largo siglo XVI, de descontrolada inflación, ésta podía llegar a ser una ventaja

extraordinaria.

¿Por qué a fines de la Edad Media se abandona para siempre la gestión directa de las reservas en

Occidente? Hay que analizar aquí el fenómeno siglo por siglo, porque si no se entiende. En el siglo

XV es evidente que la explicación reside en el amesetamiento demográfico. La población en Europa

está comenzando a crecer, lo veíamos en el documento de Valdepusa, pero muy lentamente todavía.

Para que el crecimiento demográfico tenga un impacto importante en el mercado laboral habrá que

esperar a las primeras décadas del siglo XVI, o en el mejor de los casos a la explosión demográfica

de la segunda mitad del siglo XVI, que literalmente pulverizará el poder de compra del salario real.

Pero no esta la situación que observamos a mediados del siglo XV. La población europea aún era

escasa y la mano de obra, por lo tanto, relativamente cara. Intentar relanzar el sistema agrario

después del desastre de la crisis del XIV empleando en forma masiva mano de obra libre resultaba,

por lo tanto, marcadamente antieconómico (sobre todo para los señores, que necesitaban un

volumen importante de renta para mantener el tren de vida que correspondía a un gran aristócrata).

Para colmo de males, recordemos que las décadas centrales del siglo XV son un período de precios

estancados; durante cerca de medio siglo, aproximadamente entre 1420 y 1470, el precio del pan no

se modifica en gran parte de Europa occidental. En tales circunstancias resultaba mucho más

racional dividir la reserva en una o varias granjas, y conceder el arrendamiento de las mismas, por

un periodo de tiempo limitado, a campesinos enriquecidos, agentes económicos que no necesitaba

un volumen de renta tan extraordinario como el que requería un gran señor, que podían pagar los

cánones que exigían los latifundistas feudales, y que además tenían la opción de recurrir al trabajo

familiar para aligerar los costos de la mano de obra asalariada, atajos a los que, evidentemente, un

noble de alta alcurnia no podía recurrir.

Ahora bien, esta serie de circunstancias no explican por qué la gestión directa de la reserva no

retorna durante el siglo XVI, un período en el que no existe estancamiento de precios ni de

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población. Lo que se observa por entonces es, por el contrario, un descontrol inflacionario y

demográfico sorprendentes. ¿Entonces por qué la situación no se retrotrae a la del siglo XIII, por

ejemplo? Aquí la explicación también es de índole económica. El largo siglo XVI es la era de la

revolución de los precios; y la mercancía que más sube de precios durante el período es,

precisamente, la tierra. No es ni el pan ni la madera ni los textiles: es el suelo. Ninguna mercancía

sube más durante el largo siglo XVI que la tierra. Ahora bien, sabemos que el canon de

arrendamiento es una de las formas paradigmáticas que adopta el precio de la tierra. Ello significaba

que, a cada vencimiento de contrato de alquiler, los señores feudales podían renegociar los pagos

anuales indefectiblemente al alza (lo cual resultaba, como dije antes, extraordinariamente

beneficioso para los dueños de la tierra). No por nada el Bajo Renacimiento, el siglo XVI, es la

edad de oro de los rentistas del suelo en la Edad Moderna. Para hallar una coyuntura similar

tendremos que esperar hasta las décadas centrales del siglo XVIII.

¿Qué sucede durante el siglo XVII? La situación socioeconómica de la Europa del Barroco se

parece mucho más a la del siglo XV que a la del XVI: una era de estancamiento del sistema

productivo y de la estructura demográfica El siglo XVII es, de hecho, un periodo de crisis

estructural profunda. ¿Por qué no se retomó por entonces la gestión directa de las reservas, siendo

que el precio de la mano de obra asalariada no resultaba ya un escollo insalvable? Aquí la

explicación es más de índole sociológica, y tiene que ver con el proceso profundo de des-

ruralización que protagoniza la nobleza alta y media en el continente, y con lo que Norbert Elias ha

caracterizado como la consolidación de “la sociedad cortesana”. A excepción de los señores más

pobres, la gran nobleza feudal tiende a transformarse, de manera definitiva, en absentista. Se trata

también del fenómeno que a mí me gusta llamar el “síndrome Versalles”. El caso francés es muy

ilustrativo: Luis XIV le exige a la aristocracia que resida varias meses al año en la capital del reino.

Esta medida, y otras similares adoptadas en distintos estados europeos, fue fabricando una nobleza

cada vez más ausente de sus estados señoriales, y este absentismo nobiliario resultaba

absolutamente compatible y coherente con el abandono de la gestión directa de las reservas. Por

todo lo dicho, un señor feudal que en la Edad Moderna se ocupara en forma directa de la

explotación de sus tierras era ya toda una rareza. Para entonces, los señores han tercerizado la

puesta en producción de la porción del suelo que les pertenece.

* * * *

Ninguna exposición sobre los regímenes de la propiedad de la tierra en la Edad Moderna estaría

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completa si yo no hago alguna referencia al famoso tema de los alodios, la propiedad alodial, que

siempre aparece en los libros de historia rural. ¿Qué eran los alodios? Se trataba de pequeñas y

medianas propiedades agrícolas que quedaban por completo al margen del espacio señorializado,

fincas que caían fuera de todo señorío, tanto dominical como el jurisdiccional. Los titulares, quienes

explotaban tales tierras, no eran vasallos de ningún señor particular sino súbditos directos del

príncipe soberano, del rey.

Cuanto más profundo hubiera sido el proceso de señorialización del espacio en la Baja Edad Media,

menos chances de que en la Edad Moderna encontráramos alodios en una región determinada. Es lo

que sucede en el norte de Francia, área en la que prácticamente la propiedad alodial no existe en la

Edad Moderna. El señorío banal cubría por entonces la casi totalidad del territorio. Tal es así que en

el norte del reino regía un adagio jurídico que sostenía: “ninguna tierra sin señor”. Y por si quedara

alguna duda, Luis XIV a fines del siglo XVII se proclama señor feudal de los pocos alodios que

todavía pudieran sobrevivir en la región.

Hallamos la situación inversa en el sur de Francia. No es la primera vez que yo hablo de un sur y de

un norte en Francia. A esta altura ustedes se preguntarán por dónde pasaba la frontera. Los

especialistas en la geografía histórica del Antiguo Régimen sugieren lo siguiente: trazar una línea

imaginaria entre el puerto de Saint-Malo, en Normandía, sobre el Atlántico, y la ciudad de Ginebra,

en la Confederación Helvética. Esta línea dividiría en términos lingüísticos, culturales y jurídicos el

norte del sur del reino. Pues bien, el Mediodía francés era una región en la que el derecho romano

había penetrado con más intensidad y más profundamente, y permaneció más tiempo activo, que en

las áreas septentrionales. Por lo tanto, el adagio jurídico que regía en el sur de Francia no era

“ninguna tierra sin señor”, sino “ningún señor sin título”. En el sur reinaba la palabra escrita. La

tradición inmemorial no servía como legitimación de pretensiones feudales. Las aspiraciones

señoriales debían respaldarse con documentos escritos. Por ello el alodio había logrado sobrevivir

hasta la Edad Moderna. Doy un único ejemplo. En la Baja Auvernia c. 1750, una región estudiada

en la década del ‘60 por un historiador de formación braudeliana Abel Poitrineau, el 30 % del suelo

de la provincia tenía carácter alodial. No hallamos en él señorío feudal de ninguna clase.

Otra región en Europa occidental donde el alodio tiene una gran presencia en la Edad Moderna es

Inglaterra. Ello se relaciona con la especificidad de la historia de la isla y con procesos de cambio

social que remontan su origen a la mismísima invasión normanda del 1066. En Inglaterra eran

enormemente abundantes los famosos freeholds. Sus titulares, los freeholders, eran los propietarios

alodiales ingleses. Sus tierras no se consideraban cedidas por ningún gran señor dominical. No

11

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pagaban ningún tipo de carga feudal y dependían directamente de los tribunales de la Corona. El

freehold se oponía al copyhold. El copyholder era el nombre técnico que en Inglaterra recibía el

tenente enfitéutico, titular de parcelas bajo dominio dividido (un tipo de tenencia campesina

dependiente que en Inglaterra, al igual que en Francia, también surgió como consecuencia directa

del retroceso de la servidumbre; salvo que en la isla dicho retroceso dramático tuvo lugar en el siglo

XV, 200 años después que en Francia).

Pero la región donde el alodio reina en la Edad Moderna con mayor fluidez probablemente sea la

Península Ibérica. Junto con Escandinavia, probablemente no exista otra región en Occidente en la

que la señorialización del espacio haya sido tan incompleta. Ello también se explica por motivos

históricos (en el caso de la Península Ibérica, no hace falta que lo diga, la explicación nos remonta a

los tiempos de la Reconquista). En España el territorio alodial, aquel en el que no existen señoríos,

se denomina realengo. Observemos las cifras de un censo muy tardío, celebrado en 1797. De las

148 ciudades que la España metropolitana tenía por entonces, apenas 22 de ellas, el 15 % del total,

caían dentro de la jurisdicción de un señorío feudal. De las 4.716 villas con las que contaba el reino

(el término “villa” denotaba un asentamiento poblacional de medianas dimensiones), 1.703 eran de

realengo; un 36 % de estos asentamientos medianos quedaban por fuera de cualquier tipo de

señorío. Ahora bien, la sorpresa la tenemos cuando vemos la última cifra. De los 14.524 lugares

(recordemos: “lugar” equivale a aldea, a un pequeño núcleo habitacional), el 50 % se hallaba en

territorio no señorializado. En total, Antonio Domínguez Ortiz calcula que para cuando estalla la

revolución liberal de 1812, el 50 % del suelo español era de realengo.

Más desfavorable todavía es para el régimen feudal la situación que observamos en Portugal. En

1811, apenas el 18 % del suelo del reino contaba con algún tipo de señorío. El 82 % del suelo

lusitano estaba libre del régimen feudal.

Con esto terminamos de analizar por separado el señorío dominical, como lo había prometido.

* * * *

Tenemos que empezar a analizar por separado el señorío jurisdiccional, también llamado en la

bibliografía “señorío banal” o “señorío de ban”, término que proviene de la palabra latina bannum,

que significa disposición de orden público con fuerza de ley. La etimología ya dice mucho sobre el

contenido de esta peculiar institución. El señorío banal o jurisdiccional aparece descripto en las

fuentes españolas de época con el nombre de “señorío de mero y mixto imperio”, para diferenciarlo

12

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del “señorío solariego”. La fórmula “mero y mixto imperio” remite al hecho de que aquellos

señores jurisdiccionales ejercían derechos de justicia tanto en la esfera criminal como en la civil. En

las fuentes francesas de época el Señorío jurisdiccional recibía el nombre de seigneurie justicière,

señoría judicial o de justicia, para diferenciarlo de la simple señoría territorial, la seigneurie

foncière.

Para tratar de comprender un poco mejor los matices que separan al señorío dominical del

jurisdiccional voy a hacer un pequeño gráfico, muy simple en un comienzo; trataré de llenarlo de

más contenido hacia el final de la clase. Por ahora nosotros sabemos que existían en el campo

europeo temprano-moderno complejos dominicales conformados por dos secciones: las tenencias

campesinas dependientes y la reserva. Para el caso de los señoríos más extensos y arcaicos cabría

también agregar gran cantidad de feudos territoriales nobles, que también eran tierras enajenadas,

pero como su titularidad correspondía a aristócratas no reconocían su carácter dependiente por

medio del pago de cargas anuales, como los campesinos. Para continuar con el análisis, a este

cuadro debemos incorporar la jurisdicción señorial, que siempre por definición era más extensa que

el complejo dominical propiamente dicho, siempre abarcaba más territorio: en Occidente, un señor

feudal nunca era dueño de la totalidad de la tierra que existía dentro de su señorío; a menudo no era

siquiera el principal propietario. Lo que define su carácter de señor feudal no es simplemente la

tierra sino su carácter de detentador privado de parcelas de poder estatal. Por último, y en función

de lo que acabamos de explicar hace minutos, habría que enriquecer el esquema con los alodios, con

la propiedad alodial, explotaciones que estaban por completo fuera tanto de uno como de otro

señorío. ¿Todo ésto qué significa? Que en la Edad Moderna yo puedo identificar en el campo tres

grupos diferentes de individuos, familias o comunidades: 1) aquellas que explotaban tierras bajo

dominio dividido, enfitéutico, y que por lo tanto caían dentro de un señorío dominical, pero también

dentro de un señorío jurisdiccional (1 en el gráfico); configuran la mayoría de la población rural en

la Edad Moderna. 2) Un segundo grupo de familias, individuos o comunidades, que explotaban

tierras bajo dominio indiviso, no enfitéutico, pero que sin embargo caían dentro de la jurisdicción

de un señorío banal (2 en el gráfico). 3) Y finalmente (no en el norte de Francia pero seguramente sí

en el sur, en Portugal, Escandinavia, Italia, España, Inglaterra, etc.), comunidades, individuos y

familias que explotaban tierras bajo dominio pleno y indiviso, y que también se hallaban por

completo fuera del señorío jurisdiccional; son las tierras alodiales (3 en el gráfico).

13

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Una sola aclaración más. El gráfico es muy simple, pero tengamos en cuenta que todas las

combinaciones eran posibles en el Antiguo Régimen. La misma familia podía, simultáneamente,

poseer tenencias enfitéuticas, tenencias bajo dominio pleno dentro de un jurisdicción señorial, y

fincas en suelo alodial.

¿Cómo podemos definir al señorío jurisdiccional? El señorío banal era la cesión, transferencia o

traspaso de prerrogativas propias del estado, del poder soberano, a manos de un sujeto particular. El

señorío jurisdiccional siempre implicaba, pues, la subrogación del rey por el señor a nivel local:

antes que nada, un señor banal era en su área de influencia un pequeño monarca subrogante. Esta

subrogancia, como no podía ser de otra manera, tenía una marcada incidencia, un fuerte impacto

(según las épocas y los lugares, un demoledor impacto) sobre ese vínculo general de súbdito

característico de los estados con base en el derecho público, y muy especialmente de lo que Weber

llamaría las “formas tradicionales de dominación”. ¿Por qué? Porque si algo implicaba el señorío

jurisdiccional era una instancia interpuesta entre la masa de habitantes del territorio y el príncipe

soberano, el detentador de la alta jurisdicción, el rey. Quien habitaba dentro de un señorío banal ya

no podía considerarse súbdito directo del monarca, pues en primera instancia era vasallo de un

señor particular. Por eso en la Edad Moderna al señor banal, al señor jurisdiccional, al señor de

mero y mixto imperio, también se lo llamaba “señor de vasallos”.

Preguntémonos ahora por el origen histórico del señorío banal. ¿Cuándo nace en Occidente esta

curiosa institución? Vamos a tomar, como siempre, el ejemplo paradigmático del norte de Francia.

Si seguimos los lineamientos clásicos de Duby (después de Bloch, el más grande de los

historiadores de los Annales) cabe decir que el señorío banal nace en la Francia septentrional en el 14

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paso del primer al segundo milenio, en torno al año mil: el señorío jurisdiccional comienza a

emerger, en concreto, en el medio siglo que se extiende entre el año 980 y el año 1030, aunque no

termina de consolidarse plenamente hasta un siglo después, hasta la década de 1120.

¿Cómo nace el señorío banal en Occidente? ¿Bajo qué circunstancias? Es muy simple. Surge

cuando los castellanos, hasta entonces simples funcionarios públicos, revocables, que administraban

los castillos y fortalezas en nombre del poder condal que los había designado, un poder condal que

todavía en la segunda mitad del siglo X continúa funcionando como clave de bóveda de un sistema

público que después del derrumbe de las estructuras imperiales carolingias se había refugiado en los

principados territoriales, comienzan a patrimonializar, en beneficio propio y de sus linajes, sus

cargos y los bienes públicos que administraban, con lo cual pasaron a convertirse en

monopolizadores del principal medio de violencia física a nivel local. En pocas palabras, el señorío

banal comienza a emerger en el norte de Francia cuando los condes sufren en carne propia la

apropiación de parcelas de poder público por parte de sus funcionarios subalternos, el mismísimo

proceso de apropiación que ellos, los condes, un siglo antes habían protagonizado en beneficio

propio y en perjuicio del estado carolingio.

En función de la debilidad de las monarquías feudales, teóricas detentadoras de la alta jurisdicción,

la edad de oro del señorío banal en Occidente son los siglos XI y XII. Por entonces, los señores

banales eran más reyes subrogantes que nunca en Europa. Disfrutaban, incluso, de una serie de

prerrogativas propias de la realeza, del poder soberano, que de ninguna manera tendrán ya durante

la Edad Moderna, que pierden vigencia mucho antes del siglo XVI. ¿Cuáles eran estas potestades

los señores banales tienen en el origen? En primer lugar, el derecho de requisa militar, que obligaba

a los habitantes de la jurisdicción a ceder todos los años una parte de sus cosechas para el sustento

del ejército privado del señor, para el sustento de la hueste feudal. En segundo lugar, el derecho de

albergue, que obligaba a los habitantes de la jurisdicción a hacerse cargo, de su propio peculio, del

hospedaje y alimentación del señor, de sus vasallos, de su séquito, y de sus animales, cada vez que a

aquél se les ocurrí recorrer su territorio. En tercer lugar, los poderosos señores banales de los siglos

XI y XII en ocasiones exigían a los habitantes de sus jurisdicciones el pago de tallas señoriales,

impuestos directos pero de índole privada. No se trataba de pagos demandados por el monarca sino

por un señor particular.

Ninguna de estas atribuciones sobreviven a la reaparición del fenómeno estatal en Occidente, que

como sabemos tiene lugar del siglo XIII en adelante. Durante el siglo XIII el señorío banal sufre –y

una vez más el norte de Francia resulta un caso paradigmático– dos transformaciones claves, que

15

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resultan fundamentales para comprender el tipo de señorío banal con el que vamos a encontrarnos

en la Edad Moderna. Primera transformación: durante el siglo XIII el señorío banal se generaliza en

las provincias septentrionales del reino; es entonces cuando se produce la absoluta señorialización

del espacio a la que yo me refería antes. Segunda transformación: en el norte el señorío banal

termina de fundirse con el patrimonio privado de los señores, con el complejo dominical, de manera

tal que dejó de ser el privilegio de unos pocos señores poderosos; por lo tanto, de las décadas finales

del siglo XIII en adelante ya no hubo en el norte de Francia señor dominical alguno, por pobre que

fuera, por más que sólo tuviera jurisdicción sobre una paupérrima aldea o un reducido grupo de

familias campesinas, que simultáneamente no fuera también señor jurisdiccional. En síntesis, el

señorío banal que surge de estas transformaciones del siglo XIII es, en Francia para también en gran

parte de Occidente, un fenómeno más universal, pero al mismo tiempo más restringido, más local,

más privado y menos potente que el que había existido alguna vez en los siglos XI y XII.

¿Cuáles son, entonces, las atribuciones del señorío banal que llegan a la Edad Moderna, que rigen

durante nuestro período? ¿Cuáles son en la Edad Moderna los mecanismos de extracción del

excedente campesino derivados de la vía jurisdiccional, ésto es, tributos feudales que no se

legitiman a partir de la propiedad del suelo sino de la parcelación del poder político? Cuatro son los

atributos del señorío jurisdiccional vigentes en nuestro periodo: los derechos de justicia, los

monopolios banales, los derechos de peaje, y los derechos de mercado.

Vamos a empezar a analizar la justicia señorial, la justicia privada, la justicia feudal. En la Edad

Moderna, el señor y sus tribunales tenían derecho a dictar sentencia –dentro de su jurisdicción, por

supuesto– en casos relacionados con la materia penal (ésto es, con la comisión de crímenes) y con la

materia civil (ésto es, con el conjunto de normas encargadas de regir los vínculos privados que las

personas entablan entre sí). En la mayor parte de Europa (Inglaterra era una clara excepción al

respecto) esta potestad de castigar crímenes en poder de señores particulares se expresaba

claramente en el derecho de estos tenían a erigir horcas, cepos, picotas y cárceles en las capitales de

sus estados señoriales, con el derecho que tenían, en definitiva, a exhibir públicamente los

instrumentos de tormento.

Durante la Edad Moderna, solamente el ejercicio de la justicia civil en manos de estos tribunales

privados supuso para los señores ingresos materiales más o menos importantes. Porque en el

ejercicio del fuero civil estos tribunales feudales podían imponer multas a los habitantes de la

jurisdicción que violaran alguna norma consuetudinaria local. Pero por razones que veremos

mañana, el ejercicio de la justicia criminal en manos de los tribunales feudales ya no generaba

16

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beneficios económicos destacados durante nuestro periodo. La justicia penal feudal ya no

funcionaba como una fuente de riqueza, como un mecanismo capaz de extraer excedente agrario

por vía de la jurisdicción. Es más, en la Edad Moderna la mayoría de las veces la justicia penal daba

más gastos que beneficios al titular de la jurisdicción. Sin embargo, en Occidente los señores

feudales jamás resignaron el ejercicio de la justicia criminal. ¿Cómo se entiende esta actitud tan

anti-económica? ¿Por qué no le cedieron al rey el ejercicio de un fuero que consumía sus recursos

en lugar de multiplicarlos? Para explicar el fenómeno no nos sirve la economía clásica; hay que

recurrir a la antropología política. Conservando la facultad de castigar crímenes y delitos en su área

de influencia, los señores feudales mantuvieron durante toda la Edad Moderna la posibilidad de

compartir con los reyes ese halo de sacralidad que en las sociedades tradicionales siempre

acompaña a quienes detentan poderes de gobierno, y muy especialmente derechos de justicia. Si

bien desde la perspectiva jurídica temprano-moderna, gobernar se equiparaba cada vez más con la

acción de legislar, con la acción de hacer la ley, desde una visión más tradicional gobernar seguía

equivaliendo a hacer justicia, y más específicamente, a castigar reos y convictos. Ello explica por

qué la justicia penal siguió siendo durante toda la Edad Moderna un componente intangible de la

ideología señorial, una potestad que no se negocia, que no se toca. Entre el 1500 y el 1800, pues, la

justicia penal feudal funcionó mucho más como una usina de capital simbólico que como una

genuina fuente de riqueza material.

Es importante aclarar que la justicia penal feudal llega muy debilitada a la Edad Moderna. ¿Por

qué? Porque la reaparición del fenómeno estatal en Occidente, del siglo XIII en adelante, implicó

para los habitantes de las jurisdicciones señoriales la posibilidad de apelar ante los tribunales de

alzada de la monarquía centralizada las sentencias dictadas por los tribunales feudales. Este derecho

de apelación no dependía de una decisión de los señores: era de cumplimiento obligatorio. Los

señores no podían negar este derecho a sus vasallos. Cuando me refiero a tribunales de alzada de la

monarquía estoy pensando, en el caso de Francia, en los famosos parlamentos, que ustedes saben

allí no eran asambleas de representación estamental como en Inglaterra, sino altas cortes de justicia.

La Francia moderna tenía varios parlamentos, aunque el más importante era el de París, que tenía

jurisdicción sobre unos 10 millones de personas, la mitad de la población del reino. En España

teníamos las chancillerías, llamadas audiencias en América colonial. Lo que para Francia era el

Parlamento de París, el máximo tribunal de referencia, en los reinos hispánicos era la Chancillería

de Valladolid. En Inglaterra, donde funcionaba un sistema de justicia pública itinerante

extremadamente original, existía también una suerte de tribunal de alzada regional, la court of

assizes.

17

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En pocas palabras, en la Edad Moderna los tribunales feudales, muy especialmente en materia

penal, son simples cortes de primera instancia cuyas sentencias podían ser modificadas, alteradas o

incluso anuladas por el sistema de justicia público, por la justicia del rey.

Esta creciente expropiación por parte de la monarquía centralizada de los medios administrativos, y

muy especialmente de los medios de violencia física, hasta entonces en manos de la gran propiedad,

tuvo para el proceso de formación del estado moderno una importancia similar a la que la

expropiación de los medios de producción, la tierra, hasta entonces en manos de la pequeña

propiedad, tuvo para la formación del capitalismo moderno. He aquí el famoso doble proceso de

expropiación del que hablara Weber, el doble proceso que diera lugar al mundo moderno: la

expropiación de los medios de producción hasta entonces en manos de los campesinos y la

expropiación de los medios de coerción hasta entonces en manos de los señores feudales.

No tendría que sorprendernos, entonces, que el derecho de apelación no fuera la única restricción

que el estado absolutista impuso a la justicia feudal durante la Edad Moderna. Durante todo nuestro

período existe una guerra sorda, una guerra fría, que vamos a ver con mucho detalle mañana, entre

el estado absolutista y el señorío jurisdiccional.

Veamos algunas de estas restricciones complementarias. Manteniéndonos siempre dentro del ámbito

francés, en 1493 la monarquía dicta una ordenanza que impone a los señores feudales la obligación

de contratar jueces profesionales para integrar sus tribunales feudales. La monarquía quiere que la

justicia privada deje de ser lega; pretende que se profesionalice. De allí en más las cortes feudales

siguieron dictando justicia en nombre del señor local, pero éste ya no pudo integrarlas, ya no pudo

formar parte de ellas. En 1561 la monarquía impone otras tres restricciones en Francia a los señores

banales. Primero, determina que el señor no podía juzgar personalmente, ni participar de manera

directa en la resolución de las causas que debían resolver sus tribunales. Fíjense cómo acá se

observa casi un germen de lo que después, varios siglos más adelante, llamaremos “principio de

división de poderes”. En segundo lugar, la monarquía determina que los jueces señoriales quedaban

sometidos al examen, control e inspección de los jueces reales de bailía. ¿Qué eran las bailías? Eran

las circunscripciones de primera instancia del sistema de justicia público. Al frente de cada bailía se

hallaba un baile, un juez designado por el rey. Pues bien, a partir de 1561 los jueces designados por

los señores feudales quedaban bajo la jurisdicción de los jueces designados por el monarca. Y

tercero, el señor feudal era considerado por la corona responsable último del desempeño de su corte,

por lo que en caso de privación de justicia podía ser objeto de sanciones pecuniarias. No sé si se

entiende la lógica: la monarquía ya no permitía que los señores integrar sus propios tribunales, pero

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al mismo tiempo los hacía responsables del funcionamiento de los mismos.

Junto con los derechos de justicia, la segunda de las atribuciones del señorío banal que rige durante

la Edad Moderna son los monopolios banales. Los había de muchas clases. Tal vez los más famosos

eran los monopolios instrumentales, que determinaban que sólo el señor, dentro de su área de

influencia, podía ser propietario del instrumental y de la maquinaria agrícola más sofisticada, por

cuya utilización además exigía al resto de los habitantes de la jurisdicción el pago de un tributo

específico. El más conocido de los monopolios instrumentales era el del molino. Estoy hablando,

por supuesto, de los molinos harineros, imprescindibles para procesar los cereales panificables, para

elaborar la harina (molinos que además eran el capital fijo más importante que existía en el campo

europeo preindustrial). El monopolio del molino fue uno de los pocos tributos derivados del señorío

jurisdiccional que en la Edad Moderna siguió proporcionando importantes ingresos materiales a los

señores feudales, porque se trataba de una carga que no resultaba afectada por las inflaciones

prolongadas; todo lo contrario, se veía potenciada por las fases de crecimiento económico: si la

población aumentaba, si el volumen agrario total crecía, más gente acudía al molino banal para

convertir su grano en harina. En las regiones vitivinícolas, los señores podían llegar a monopolizar

los instrumentos requeridos para la elaboración del vino, como las prensas para uvas y el lagar. Y en

otras regiones, aunque esto era menos común, los señores jurisdiccionales podían llegar a

monopolizar los hornos de gran tamaño (no me refiero a los pequeños hornos domésticos sino a los

hornos de panadero, que permitía elaborar gran cantidad de panes al mismo tiempo).

Junto con estos monopolios instrumentales tenemos que hablar de los monopolios de transporte. En

los señoríos atravesados por cursos de agua el único que podía construir un puente para atravesarlos

era el señor, por cuyo uso demandaba al resto de los habitantes de la jurisdicción el pago de un

tributo específico. En la España tardomedieval y temprano moderna, por ejemplo, esta carga feudal

recibía el nombre de pontazgo. Si no existían puentes, y el señor no tenía interés en construir

ninguno, las únicas barcazas, los únicos botes autorizados para cruzar los arroyos eran los que

pertenecían al señor, por cuya utilización exigía al resto de los vecinos el pago de un tributo

específico. En España esta carga recibía el nombre de barcaje.

Tenemos en tercer lugar los monopolios comerciales. También los había de diferentes clases. En

primer lugar, sólo el señor tenía derecho a fundar dentro de su área de jurisdicción mercados

semanales o ferias anuales o semestrales. Los únicos mercados, las únicas ferias que podían

funcionar dentro de un señorío banal eran los establecidos por su titular. Y todas, absolutamente

todas las transacciones mercantiles dentro del área del área jurisdiccional debían tener lugar en

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dichos espacios autorizados, porque de lo contrario resultaban ilegales y los agentes del señor tenían

autorización para penar a los infractores y para decomisar la mercancía. Es el señor el que creaba

los espacios de intercambio legal dentro del señorío.

Un segundo tipo de monopolio comercial establecía que el señor se reservaba para sí, o para sus

agentes (en general, el arrendatario de su reserva), el derecho a levantar su propia cosecha o a

abastecer con sus propios productos los mercados locales antes que cualquier otro productor directo

dentro del señorío. El objeto de este privilegio resulta más o menos autoevidente: lo que se buscaba

era manipular artificialmente, por lo menos en el corto plazo, la oferta de bienes en la localidad para

que de esa forma los productos del señor alcanzaran un precio mayor que el que lograrían si todos

los productores directos del territorio pudieran mandar sus cosechas al mercado simultáneamente

con la del señor. Así, por caso, en la Francia temprano-moderna regía el ban del vino, el banvin: el

derecho del señor a fijar un día antes del cual el único vino que podía ser comercializado en las

bocas de expendio dentro del señorío (comercios minoristas, tabernas, posadas) era el elaborado a

partir de las vides plantadas en la reserva del señor. Insisto: monopolio que, dada la tercerización de

la explotación de las reservas en la Edad Moderna, esencialmente beneficiaba a los arrendatarios

señoriales; el señor también se beneficiaba indirectamente, claro, porque en aquellas regiones donde

existían estos monopolios comerciales, podía exigir cánones de arrendamiento mucho más elevados

que el que podía negociar en las regiones en las que tales privilegios no existían. Otro monopolio

comercial en la Francia antiguorregimental era el ban de la vendimia, el ban de vendage: el derecho

de los señores a fijar un día antes del cual las únicas uvas que podían ser cosechadas eran las de las

vides plantadas en sus reservas. Y tenemos finalmente el ban de moisson: el derecho del señor a

fijar un día antes del cual la única cosecha de granos que podía ser levantada era la sembrada en la

reserva señorial.

En España teníamos un tercer tipo de monopolio comercial. En algunas regiones los señores se

reservaban el control directo de determinados establecimientos o comercios, por ejemplo los

hospedajes, las tabernas, los mesones, y en algunos casos, las carnicerías, las tablas de venta de

carne. Por supuesto que los señores feudales no se encargaban en forma directa de gestionar estos

emprendimientos, sino que subastaban al mejor postor su explotación y de esa forma obtenían

ingresos nada despreciables.

En cuarto lugar, nos encontramos con los monopolios recreacionales. Y acá ingresamos ya en un

campo de poder decididamente más simbólico. Determinadas formas de ocio, de divertimento, eran

exclusivas del titular del señorío de ban o de las personas por él autorizadas. El más famoso y

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extendido de esos monopolios recreacionales, que no existía en España pero sí en Alemania,

Inglaterra o Francia, era el derecho exclusivo de caza: los animales silvestres de gran porte (ciervos,

jabalíes…) que rondaran por el territorio de la jurisdicción eran propiedad del potentado feudal, y

solo él o las persona a quienes él autorizara podían matarlos o dañarlos. Este monopolio

recreacional no tenía verdadero valor económico, pero sí un poder discriminante notable. Resultaba

extremadamente perjudicial para todos los habitantes de la jurisdicción, para los ricos y para los

pobres por igual. Resultaba perjudicial para los propietarios acomodados porque los animales

silvestres podían ingresar en los sembradíos y dañarlos. Pero también afectaba a los sectores

populares porque los privaba de una fuente de alimentación de muy bajo costo y fácil acceso, en

particular en un tiempo en el que las dietas campesinas estaban decididamente desequilibradas en

beneficio de los hidratos de carbono y en perjuicio de las proteínas, sobre todo las proteínas

animales.

En Francia durante la Edad Moderna tenía carácter universal otro monopolio recreacional, el droit

de colombier (colombe significa paloma en francés). Solo el señor podía criar palomas dentro de la

jurisdicción y erigir, por lo tanto, palomares. Este derecho, que parece absurdo, modificó la

fisonomía del campo antiguorregimental. En un siglo como el XVIII, en que cualquier burgués

enriquecido podía construir una vivienda lujosísima en el campo, más espectacular aún que la del

propio señor feudal local, ¿cómo hacía un forastero recién llegado a un señorío para identificar la

mansión señorial? Muy sencillo: era la residencia que tuviera un palomar a su vera. El droit de

garenne era otro clásico monopolio recreación: solo el señor podía criar conejos dentro de su área

de jurisdicción. Una vez más: se trata de privilegios que carecían por completo de sentido

económico. Estos monopolios sobrevivían simplemente por la potente función social discriminante

que cumplían. Servían para clasificar a las personas y para poner en un primer plano las diferencias

estamentales y de clase. Lejos de ocultar la diferencia, la mostraban. Este privilegio feudal también

perjudicaba a los productores directos, porque los conejos rápidamente adquirían carácter de plaga;

ingresaban a los sembradíos y los dañaban, y sin embargo no se los podía lastimar porque tales

animales eran propiedad del señor.

El monopolio de la pesca era otro extendido privilegio recreacional: sólo el señor o los agentes por

él autorizados podían pescar en las lagunas y cursos de agua existentes dentro de la jurisdicción.

Este privilegio también perjudicaba a los marginales y a los proletarios rurales, porque tal como

sucedía con el monopolio de la caza los privaba de una fuente de alimento extremadamente

económica y de muy fácil acceso.

21

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Finalmente, digamos que durante el siglo XVIII se pone de moda un extraño monopolio

recreacional: la erección de estanques artificiales con el fin de criar de especies exóticas de peces.

Esta práctica también se transformó en monopolio excluyente de los señores jurisdiccionales.

Estos monopolios fueron defendidos con mucha energía por los señores feudales franceses hasta el

estallido mismo de la Revolución. Por eso mismo fueron objeto particular de la ira campesina de

1789 en adelante. Aquellos objetos –la conejera, el estanque, el palomar, los ciervos– pasaron a

encarnar para los campesinos los aspectos más odiosos, abusivos, tiránicos y humillantes del

régimen señorial. Por eso, cuando estalla la revuelta campesina en el seno de la revolución en julio

de 1789, no puede extrañarnos que no quedara palomar en pie en el campo francés, ni conejera sin

destruir, un estanque sin rellenar; los campesinos mataban a los ciervos y de manera desafiante

arrojaban las carcasas y los esqueletos delante de los portones de los castillos. Estos gestos remitían

a un lenguaje mudo que sin embargo decía mucho sobre las relaciones de clase en el campo europeo

pre-industrial. En algún sentido pareciera como si, desde la peculiar mirada de los labradores,

aquellos objetos asociados a los monopolios recreaciones hubieran pasado a funcionar como tótems,

objetos que encerraban la potencia de los señores, dispositivos cuya destrucción, por lo tanto,

aceleraría el colapso mismo del régimen.

Junto con los derechos de justicia y los monopolios, la tercera de las atribuciones del señorío banal

que llega intacta a la Edad Moderna son los derechos de peaje, tributos que gravaban la circulación

de mercancías dentro del espacio señorializado. Toda carreta, todo tiro de animales cargado con

mercancías destinadas a ser vendidas fuera del señorío, o que simplemente necesitaban atravesar la

jurisdicción para alcanzar otro destino u otros mercados, por hacerlo tenían que pagar al titular del

señorío un derecho de tránsito, un derecho de paso, un peaje. En Île-de-France, la provincia

francesa que tiene como capital a la ciudad de París, un derecho de peaje universalmente extendido

era el roulage. En España existía otro, mucho más restringido, porque solamente afectaba a algunos

pocos productos específicos: el portazgo. Estos peajes, estos derechos de paso (y ello dice mucho

sobre la voracidad de estos fiscos privados), también se exigían a las mercancías que descendían por

los ríos que atravesaban los señoríos. Por ejemplo, los señores normandos cobraban derecho de

tránsito a los troncos talados en regiones boscosas vecinas, que descendían flotando por los ríos que

atravesaban sus dominios con el objeto de ser vendidos en las grandes ciudades del norte. Lo que

estoy describiendo, en última instancia, son aduanas internas de carácter privado, miles de aduanas

particulares que mientras existieron supusieron un obstáculo insalvable para la emergencia de un

genuino mercado interno unificado en Francia, mercado que no pudo existir en el país hasta que la

Revolución suprimiera el señorío banal en agosto de 1789.

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La cuarta y última atribución del señorío banal que llega a la Edad Moderna son los derechos de

mercado, tributos que en este caso no gravaban la circulación sino la comercialización de

mercancías dentro del espacio señorializado. Hay que entender lo siguiente: la reaparición del

estado en Occidente bloqueó para siempre, ocluyó de manera definitiva la posibilidad de que

existiera una fiscalidad señorial directa, terminó para siempre con la posibilidad de que los señores

feudales pudieran ser perceptores de impuestos directos, tributos que no gravaban objetos ni

prácticos sino personas. Sabemos que a comienzos del segundo milenio los señores banales exigían

tallas señoriales. Pero ya no lo pueden hacer en la Edad Moderna. Si volvemos al ejemplo francés,

en 1439 el rey Carlos VII, el monarca coronado en Orleáns por Juana de Arco, prohíbe las tallas

feudales. El único que de allí en más podría exigir a la población del reino impuestos directos era el

monarca. La fiscalidad directa pasó a ser monopolio del estado feudal centralizado. Pero los señores

feudales en gran parte de Occidente conservaron, sin embargo, el derecho a organizar una fiscalidad

feudal de carácter indirecto: ya no pudieron gravar a las familias, a las personas, pero si pudieron

aplicar imposiciones sobre las compraventas que tuvieran lugar dentro de su área de jurisdicción.

Junto con el monopolio del molino, estos derechos de mercado fueron el otro gran tributo derivado

del señorío jurisdiccional que generaba importantes ingresos en la Edad Moderna, porque tampoco

se veía afectado por las inflaciones seculares y además se veía altamente beneficiado por los

periodos de crecimiento y desarrollo de la economía agraria. Cuanta más población hubiera en el

continente y más personas acudieran al mercado, más clientes pagarían los impuestos indirectos

exigidos por el señor local. En la región de París hallamos un derecho de mercado muy célebre, el

forage, que gravaba la compraventa de vino al menudeo, al por menor. Y en España hallamos una

tasa de mercado extraordinariamente extendida, porque gravaba todo lo que podía comprarse o

venderse en un mercado campesino.

Termino llenando con un poco más de contenido el gráfico con el que empezamos la clase de hoy.

Quiero referirme al tipo de cargas que debían pagar los tres tipos de individuos, familias y

comunidades que identificamos en su momento. Si empezamos por los propietarios alodiales, ¿qué

tipo de cargas feudales debían pagar? Ninguna. Estaban fuera de cualquier clase de señorío. ¿No

pagaban nada? Sí, por supuesto que sí: pagaban en primer lugar los impuestos al príncipe soberano,

al monarca, al estado feudal centralizado; los podía haber, como en Francia, directos o indirectos

(en Francia el impuesto directo se llamaba talla, mientras que el más célebre de los impuestos

indirectos exigidos por la corona se llamaba gabela [gravaba la compraventa de sal]); son impuestos

que exigía el fisco real, recursos que terminaban en París. Estos propietarios alodiales debían pagar,

en segundo lugar, el diezmo eclesiástico, un porcentaje fijo sobre la cosecha bruta anual. En tercer

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lugar, si las tierras que el propietario alodial explotaba no le pertenecían, debía pagar lo que Pierre

Goubert llamaba la renta propietaria, un canon anual al dueño del suelo. Y finalmente, si había

contraído una deuda, además de devolver el capital el propietario alodial debía pagar los intereses

correspondientes, lo que Pierre Goubert llamaba la renta usuraria.

¿Qué cargas debían pagar quienes habitaban dentro de un señorío jurisdiccional pero explotaban

tierras bajo dominio indiviso? Debían pagar, por supuesto, los impuestos al rey (los directos

siempre, y los indirectos cuando consumían), los diezmos a la Iglesia, un canon anual si arrendaban

tierras, y la renta usuraria si estaban endeudados. Pero además, como se hallaban dentro de una

jurisdicción señorial, tenían que pagar todas las cargas que vimos hoy: si pretendían comprar o

vender dentro del mercado local tendrían que pagar las tasas feudales; si pretendían sacar parte de

su excedente de la jurisdicción para venderlo en otra región tendrían que pagar los derechos de

peaje; si deseaban convertir, dentro de la jurisdicción, sus granos en harina debían acudir a los

únicos molinos autorizados, que eran propiedad del señor, y pagar por utilizarlos (lo mismo si se

trataba de una zona vitivinícola y querían elaborar vino; y si infringían alguna norma local,

seguramente serían citados por el tribunal feudal y multados.

Por último ¿qué sucedía con quienes habitaban dentro de un complejo dominical que a su vez se

hallaba dentro de una jurisdicción señorial? Se trataba de la mayoría de los habitantes del campo

europeo pre-industrial, los pequeños productores enfitéuticos. Ellos debían pagar los impuestos al

rey, el diezmo a la Iglesia, los tributos derivados del señorío jurisdiccional, pero además las cargas

perpetuas que afectaban a las tenencias bajo dominio dividido: los censos en dinero, las rentas en

especie y las tasas de mutación. ¿A quién le puede extrañar que la revuelta campesina fuera un

fenómeno crónico, endémico, en la Edad Moderna?

Seguimos mañana.

Desgrabado por Adrián Viale

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